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Ibídem, Chacón, Carlos.
la Corrupción (Decreto No. 31-2012 del Congreso de la República del año
2012), la Ley contra la Delincuencia Organizada (Decreto 21-2006), y la Ley de
Contrataciones del Estado (Decreto 9-2015), entre otras muchas, Guatemala
cumple con la incorporación a su legislación interna de las principales figuras
penales y procedimientos especializados para el abordaje y tratamiento
anticorrupción. Hay una serie de leyes más, penales o de otras ramas del
derecho, así como reglamentos, que conforman un universo normativo que
da a las instituciones guatemaltecas el andamiaje necesario para enfrentar
estas novedosas formas de criminalidad.
2. Al igual que ha ocurrido con otros fenómenos contemporáneos,
tal como el “terrorismo”, la definición de un concepto unívoco, en el que
todos estemos de acuerdo ha sido imposible. Es el caso también para un
concepto genérico y válido universalmente de la “corrupción”. La principal
dificultad técnica, desde el punto de vista jurídico-penal, consiste en poder
describir con precisión, en un solo tipo penal, todas las conductas
susceptibles de ser consideradas corruptas y, por esto, en las declaraciones y
convenciones internacionales anticorrupción, se ha optado por dar sí, una
definición teórica, pero remitiendo posteriormente a articulados que
configuran tipos penales específicos para poder aterrizar en las conductas
que se trata de combatir.
3. Así, se comienza por diferenciar dos modalidades de corrupción.
La primera, a la que más se alude pero que no es la única, se trata de la
“Corrupción Pública”, que podemos describir como: “… el uso y abuso del
cargo y de los bienes públicos, cometido por servidor público, por acción u
omisión, para la obtención de un beneficio económico o de otra índole, para sí
o a favor de un tercero”.3 Nótese la amplitud de esta definición teórica que
obliga necesariamente a su concreción a través de figuras que describan
conductas con mayor precisión y claridad. En todo caso, queda desde ya
establecido que la corrupción pública se perpetra desde un cargo público,
cualquiera sea la forma en que se ha accedido a éste, que el universo de
conductas incluye tanto las acciones como las omisiones, y que puede
tratarse de la obtención de un beneficio patrimonial o de cualquier otra
índole, tanto para el agente delictivo como para un tercero.
3
Ver Montes Calderón Ana; Guía para la Investigación en Delitos de Corrupción, Guatemala, versión
electrónica, p. 9.
4
Ibídem, p. 9.
misma, está contenida en el artículo 1 de la Convención Interamericana
contra la Corrupción, en la que se incluyen los siguientes elementos:
5
Ver Montes Calderón Ana, Guía… p.
6.1. Transparencia. Significa visibilizar toda actuación o resolución
pública para que sean conocidos por todos. Las prácticas de no
publicar decisiones, realizar votaciones secretas, o decir una
cosa y hacer otra, están entre las conductas más comunes que
atentan contra este principio.
6.2. Publicidad. De la mano de la transparencia necesariamente
viene la publicidad. Pasar de la cultura de la opacidad a la de
visibilidad en las actuaciones y decisiones de la autoridad
pública, supone la implementación de estrategias de publicidad,
antiguas y nuevas, para que se conozca por todas y todos lo que
se está realizando desde la función pública. En la era de la
tecnología los sitios o páginas en línea y la amplia información
sobre contenidos y procedimientos es una de las vetas que
deben cumplirse.
6.3. Probidad u honradez. Hemos de saber que la legitimidad de
toda norma jurídica, cualquiera sea su rango, supone un valor
ético que la sustente. Es evidente que la probidad es el bien
moral, tanto como jurídico, a la base de cualquier actuación o
resolución que pretenda imponerse desde la autoridad pública a
los interesados y a la comunidad en su conjunto. Se trata de
hacer prevalecer el interés general sobre el particular, y el
servicio al Estado antes que a cualquier otro interés
subordinado. Esto marca la diferencia, en el ejercicio de la
función pública, entre actuaciones legítimas e ilegítimas
6.4. Legalidad. De nuevo hemos de retomar qué las cuestiones
esenciales del derecho. Recordar que nada ni nadie puede estar,
en un Estado de Derecho, por encima de la ley. La inmensa
mayoría de los hechos de corrupción se perpetran cuando el
funcionario público cae en la tentación de creerse por encima de
la ley, que su posición, su reconocimiento, su poder o influencia,
harán que no sea descubierto en una acción indebida o, peor
aún, que esas atribuciones harán que, en caso de ser descubierto
lo amparará la impunidad. Recordar también como regla básica,
que el ciudadano puede, en ejercicio de su libertad, realizar todo
aquello que no le esté expresamente prohibido; y, a contrario,
que el funcionario público sólo puede realizar aquello que le esté
expresamente permitido. Junto a este principio pro libertate
concedido al ciudadano y no al funcionario, está la necesidad de
éste de apegarse a la ley y sólo a la ley (principio de estricta
legalidad). No es de recibo en consecuencia la alegación por
parte del funcionario público que ha tomado una decisión, de
que actuó o resolvió de tal o cual manera porque su asesor legal
así se lo aconsejó; o porque la costumbre indicaba cómo hacer
las cosas; o que el exceso de trabajo lo llevó a tomar decisiones
contra legem.
6.5. Confianza, Credibilidad y Moralidad. Si el principio de confianza
se pierde, su recuperación es prácticamente imposible. Esto vale
tanto para las relaciones interpersonales como para las
relaciones autoridad pública-ciudadanía. A la base de la
confianza está la credibilidad y ambas tienen un sustrato ético o
moral indiscutible. La confianza de que el funcionario habrá de
actuar con transparencia, probidad y dentro del marco de la ley,
cumpliendo con lo que se espera de él y sin defraudar a los
destinatarios de sus decisiones, son el único camino que dará
credibilidad y legitimidad a sus actuaciones.
6.6. Igualdad. La gran cuestión en el ejercicio del derecho y la
autoridad pública está en el principio constitucional y de
derecho internacional de igualdad. Nada más importante y más
difícil de realizar en la práctica. Se dice fácil que “toda persona es
igual ante la ley”, pero sólo el trato efectivo de la Administración
y de la Justicia, convierten este postulado en una realidad o, al
contrario, en una burla para los derechos de las personas. En el
horizonte está la Guatemala de la igualdad, superando siglos de
desigualdad. En el horizonte está reconocer la dignidad de los
pueblos originarios a través del reconocimiento y efectividad de
sus derechos; está también reconocer la igualdad de mujeres, de
minorías y de los diferentes; en el horizonte está sin duda el
reconocimiento de los derechos de los niños y adolescentes,
como ciudadanos plenos, no porque sean la Guatemala del
futuro, sino porque conforma ya lo más importante de la
Guatemala de hoy. La corrupción, como principal forma de
violencia estructural, se alimenta de la desigualdad, la inequidad
y la injusticia. Nada más propicio para el uso indebido o el abuso
de poder, que actuar en un contexto social con ciudadanos
devaluados, analfabetas, desinformados, sin mecanismos de
participación en las decisiones que les afecta y, en fin, sin
conciencia de sus derechos para neutralizar esos abusos.
6.7. Eficiencia y eficacia. Prácticas como el retardo en el servicio que
se presta, el mal trato al usuario, la mala o pésima calidad de las
resoluciones o procedimientos que se realizan, el
incumplimiento horario, la indolencia frente a las urgencias de la
ciudadanía, y un largo etcétera, conforman una crónica
ineficiencia e ineficacia de la función pública. Esta es una
incultura del ejercicio del poder público que debe combatirse
pues hace parte de los factores que generan desconfianza,
descrédito e ilegitimidad en las instituciones, y por supuesto que
conforman ese tejido corrupto que termina por percibirse como
normal o inevitable.
6.8. Imparcialidad y objetividad. La imparcialidad puede definirse
como la actitud de un funcionario para con el usuario o las
partes de un conflicto. En la prestación de un servicio público, la
imparcialidad enfrenta al ciudadano usuario a la Administración
en sentido genérico. Es la dinámica de la relación Estado-
ciudadano. En un conflicto entre partes, como suele suceder en
la administración de justicia, la imparcialidad supone la
eliminación de toda forma de discriminación, un trato equitativo
a ambos contendientes sin ventajas o privilegios para ninguno, a
no ser las legalmente establecidas. De cierta forma la
imparcialidad es una variante de la igualdad y viene de la mano
de la objetividad, que alude a la diligente valoración de las
condiciones particulares del caso, la ponderación de los
intereses en juego y la equidad en los procedimientos y
contenido de las probanzas.