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CLAVES PARA UNA INVESTIGACIÓN EXITOSA EN DELITOS DE

CORRUPCIÓN RELACIONADOS CON REDES CIBERNÉTICAS


[Ponencia al Congreso de Redes Criminales, Redes Criminales y
Delitos de Corrupción, Guatemala 28-30 de noviembre de 2017]

José Manuel Arroyo Gutiérrez


Profesor Catedrático Universidad de Costa Rica

I. PRESUPUESTOS DE LA REALIDAD GUATEMALTECA EN MATERIA DE


CRIMEN ORGANIZADO.

1. El crimen organizado y sus manifestaciones más señaladas: tráfico de


sustancias prohibidas, tráfico de armas, tráfico de personas, sicariato y
penetración del sector público y privado, se ha venido consolidando en el
mundo y en Guatemala en las últimas dos décadas, desde finales de los años
noventa del siglo pasado a la actualidad.

Si bien Guatemala presentó desde muchos años atrás una


fenomenología relevante en cuanto a violencia social y delictiva, en tanto
criminalidad común o derivada de la autoridad pública, ésta no pasó de ser
un factor de inseguridad ciudadana, con afectación de los bienes jurídicos
fundamentales (crímenes contra derechos humanos desde un estado
agresor, así como delitos comunes contra a vida, integridad física, propiedad,
libertad en general, libertad sexual, seguridad jurídica, etc.), empero, la
criminalidad propia del crimen organizado, supone una nueva puesta en
riesgo de todo el aparato lícito de funcionamiento del orden social y una
puesta en riesgo de todo el aparato formal-institucional del Estado
democrático, dado que la penetración y fortalecimiento de las redes de
criminalidad organizada traen consigo la toma de territorios, la penetración y
conformación de gobiernos locales y nacionales paralelos y la destrucción
total de la institucionalidad nacional. Es lo que ha dado en llamarse,
finalmente, como la consumación de un “estado fallido”, colapsado e incapaz
de ejercer las competencias y funciones constitucionalmente establecidos. A
la base de este fenómeno está el fin último de la narcoactividad organizada, a
saber, el gran negocio de producir y vender sustancias prohibidas que son
demandadas en gran escala por sociedades en países con el poder adquisitivo
suficiente para sufragarlas.

2. La República de Guatemala, junto con los Estados Unidos Mexicanos y


el resto de Centroamérica, se ha convertido en el corredor de tránsito de
sustancias prohibidas, principalmente pero no sólo, cocaína, en su ruta de sur
a norte, hacia los Estados Unidos de América, Canadá y Europa. De tal
manera que los países del Sur, en particular Colombia, Ecuador, Perú y
Bolivia, se han convertido en los grandes proveedores, con porcentajes
cercanos al 90% del total de la droga consumida en los Estados Unidos de
América. Pero en los últimos años, Centroamérica y México no sólo son zona
de tránsito o paso, pues se han convertido también en zona de
almacenamiento, de lucha territorial y de tráfico y consumo interno en la
medida en que los cárteles pagan en especie parte del trabajo organizativo
de trasiego en los países de tránsito.
3. La fenomenología criminal asociada al crimen organizado responsable
del trasiego de sustancias prohibidas, trae, como sabemos, un notable
incremento de otros delitos, principalmente el homicidio, en la medida en
que se desatan luchas intestinas por el control de territorios y del lucrativo
negocio. De igual manera, las estrategias de penetración, tanto del sector
privado (aprovechamiento de actividades lícitas como vehículos “confiables”
de actividades ilícitas), como del sector público (reclutamiento de policías,
militares, políticos, fiscales, jueces, etc.), configura las diversas formas de
corrupción que degradan y destruyen las empresas e instituciones
tradicionales. En el caso de países como Guatemala, con siglos de violencia e
inestabilidad interna, así como con una debilidad institucional histórica, la
actividad de las organizaciones criminales tienen terreno fértil para ver
prosperar sus propósitos.
4. Análisis expertos ya apuntan con claridad lo avanzado del proceso de
penetración y control de la criminalidad organizada en el Estado
guatemalteco.1 Citamos textualmente lo dicho para este país: “En la
primera fase, denominada “predatoria”, los criminales buscaron
asentarse en territorios y controlar rutas mediante la eliminación
de su competencia y de quienes resisten sus objetivos. Este fue el
signo dominante hasta 2002. En la segunda fase, “parasitaria”
la organización criminal ganó influencia económica y política
corrompiendo actores públicos y privados, lo cual fue notable
hasta 2012. En la tercera fase, “simbiótica”, que se apreció sobre
todo entre 2012 y 2015, la interrelación entre criminalidad y
sistema político y económico fue tal que se nutrieron mutuamente.
1
Ver Stier y Richards (1997), citado por Chacón Carlos en documento diagnóstico no publicado.
Al llegar a esta fase el país se convirtió –considerando además la
porosidad de sus aduanas terrestres, marítimas y aéreas– en
fuente de inseguridad internacional, hasta ser definida, con el
Triángulo Norte de Centroamérica, como la quinta amenaza
global a la seguridad nacional de EE. UU.”
5. Los síntomas más destacados de este avance del crimen organizado, se
manifiestan con el blanqueo de dinero, el control de gobiernos locales o
municipales, el soborno para su control de elementos del ejército y la policía
(en ambos casos, por supuesto, jerarcas), así como la compra de jueces y
personal penitenciario. Un destacado factor en esta misma línea consiste en
el financiamiento de partidos políticos y sus candidatos, para asegurarse la
influencia y control posterior en la institucionalidad formal. No se crea que
esta grave forma de comprar influencia política hace diferencia entre
izquierdas y derechas, entre fuerzas “progre” o conservadoras, pues la
apuesta suele ser en todas direcciones y con toda clase de actores políticos.
El efecto final, como propósito estratégico está en la conformación, en el
lugar de un Estado fallido, de un Estado abiertamente al servicio de las
mafias, cuestión que en Guatemala puede haberse contenido a partir de los
eventos surgidos a mediados de 2015, donde una amplia manifestación de la
gente en las calles, trajo significativos cambios en el orden político.
6. En tanto la demanda de sustancias prohibidas se mantenga en los
niveles actuales, o incluso pueda ir en alza, así como los márgenes de
rentabilidad se mantengan tan altos, es difícil pensar en un control o
supresión total del crimen organizado. No obstante el diagnóstico certero del
modus operandi de estas organizaciones, la intervención efectiva de los
órganos policiales, fiscales y judiciales para su represión, la valoración de
nuevos mecanismos para la expropiación de bienes y ganancias, así como
una amplia y fortalecida cooperación internacional, pueden ser las claves
para una efectiva contención y neutralización del fenómeno, de modo que no
acabemos siendo estados democrático-institucionales fallidos y, en su lugar,
meros estados mafiosos.
7. Y cito de nuevo textualmente la autorizada voz de los expertos para el
caso de Guatemala, pero sin duda extensiva a todos los países del corredor
mesoamericano: “La incorporación de otros enfoques –no solo
represivos– también contribuye a mejorar la eficacia de las
estrategias. Por ejemplo, reconversiones económicas en las zonas
de producción, tratamientos preventivos en la juventud,
atenciones sanitarias oportunas a consumidores problemáticos y
la participación rehabilitadora de las comunidades y barrios. Eso
no sustituye, desde luego, el fortalecimiento de la investigación
criminal, la especialización de unidades policiales, el control
interno de las cárceles y una legislación especial para el
juzgamiento del crimen organizado.”2

II. CORRUPCIÓN: MARCO JURÍDICO, CONCEPTO Y PRINCIPIOS.


1. El Estado guatemalteco cuenta con el instrumental normativo y
suficiente para enfrentar el fenómeno de la corrupción. En su Constitución
Política, así como en su condición de Estado-Suscriptor o Estado-Parte de la
Convención Interamericana contra la Corrupción (2001) y con su Ley Contra

2
Ibídem, Chacón, Carlos.
la Corrupción (Decreto No. 31-2012 del Congreso de la República del año
2012), la Ley contra la Delincuencia Organizada (Decreto 21-2006), y la Ley de
Contrataciones del Estado (Decreto 9-2015), entre otras muchas, Guatemala
cumple con la incorporación a su legislación interna de las principales figuras
penales y procedimientos especializados para el abordaje y tratamiento
anticorrupción. Hay una serie de leyes más, penales o de otras ramas del
derecho, así como reglamentos, que conforman un universo normativo que
da a las instituciones guatemaltecas el andamiaje necesario para enfrentar
estas novedosas formas de criminalidad.
2. Al igual que ha ocurrido con otros fenómenos contemporáneos,
tal como el “terrorismo”, la definición de un concepto unívoco, en el que
todos estemos de acuerdo ha sido imposible. Es el caso también para un
concepto genérico y válido universalmente de la “corrupción”. La principal
dificultad técnica, desde el punto de vista jurídico-penal, consiste en poder
describir con precisión, en un solo tipo penal, todas las conductas
susceptibles de ser consideradas corruptas y, por esto, en las declaraciones y
convenciones internacionales anticorrupción, se ha optado por dar sí, una
definición teórica, pero remitiendo posteriormente a articulados que
configuran tipos penales específicos para poder aterrizar en las conductas
que se trata de combatir.
3. Así, se comienza por diferenciar dos modalidades de corrupción.
La primera, a la que más se alude pero que no es la única, se trata de la
“Corrupción Pública”, que podemos describir como: “… el uso y abuso del
cargo y de los bienes públicos, cometido por servidor público, por acción u
omisión, para la obtención de un beneficio económico o de otra índole, para sí
o a favor de un tercero”.3 Nótese la amplitud de esta definición teórica que
obliga necesariamente a su concreción a través de figuras que describan
conductas con mayor precisión y claridad. En todo caso, queda desde ya
establecido que la corrupción pública se perpetra desde un cargo público,
cualquiera sea la forma en que se ha accedido a éste, que el universo de
conductas incluye tanto las acciones como las omisiones, y que puede
tratarse de la obtención de un beneficio patrimonial o de cualquier otra
índole, tanto para el agente delictivo como para un tercero.

En una segunda modalidad, tenemos la “Corrupción Privada”, definida


como: “Cualquier acto ilegal caracterizado por engaño, ocultamiento o
violación de confianza realizado por individuo u organización para obtener
dinero, bienes, servicios o para tener ventajas personales o afectar la libre
competencia.” 4En esta otra definición, nos encontramos con un intento de
descripción más acotado de las conductas a perseguir penalmente, pero
siempre lo suficientemente abierta como para tener que echar mano a
figuras tradicionales del derecho penal para una especificación de la
conducta prohibida y la sanción correspondiente. Nótese además que
algunas de estas conductas puede ser o no en colusión con funcionarios
públicos, lo que dibuja el complejo cuadro de la corrupción en general.

En todo caso, una definición teórica, estrictamente formal de


Corrupción, y comprensiva de ambas modalidades, pública y privada de la

3
Ver Montes Calderón Ana; Guía para la Investigación en Delitos de Corrupción, Guatemala, versión
electrónica, p. 9.
4
Ibídem, p. 9.
misma, está contenida en el artículo 1 de la Convención Interamericana
contra la Corrupción, en la que se incluyen los siguientes elementos:

 “Toda actividad temporal o permanente”


 “remunerada u honoraria”
 “realizada por una persona natural en nombre del estado o al servicio
del estado o de sus entidades”
 “en cualquiera de sus niveles jerárquico”.

4. Destacamos aquí como bien jurídico tutelado la función pública,


desde cualquier poder de la República (Ejecutivo, Legislativo, Judicial),
entidades autónomas o descentralizadas. Se trataría de entender la función
pública como afectación de la Administración ejercida por el estado en
sentido amplio, incluida por supuesto la Administración de Justicia.
5. Para el caso de la corrupción pública, conviene destacar al
menos tres aspectos que se reflejan en las formas típicas delictivas que más
adelante mencionaremos:
5.1. El uso o abuso indebido del poder público, conferido a un
servidor en ejercicio de funciones públicas, ya sea por elección
popular o por designación de autoridades superiores, contrato o
asignación de servicio público.
5.2. La violación de un deber por incumplimiento voluntario de las
normas que regulan el correcto y legal ejercicio de las funciones
del Estado.
5.3. El propósito de obtener beneficios privados susceptibles de ser
valorados económicamente o no, pero que suponen la
separación de los fines del bien común o interés general que
debe regir la función pública.5

Conviene destacar la amplitud con que está concebido el concepto de


“Corrupción Pública”, tanto en cuanto a la forma en que se ha accedido al
ejercicio de una función pública, por elección como designación, pero
incluso por contrato o asignación del servicio, entendemos a un particular
que temporalmente ejerce esa función pública. Además estamos frente a
conductas que entrañan la violación de un deber, de ahí la importancia de
incluir tanto la acción como la omisión, amén de introducirse el elemento
“voluntario” con lo cual nos ubicamos especialmente en las figuras dolosas
de comisión u omisión. La vinculación en muchos supuestos del
incumplimiento de un deber legal, hace relevante las figuras de omisión en
toda esta temática. Y finalmente, la amplitud de este concepto se refleja en
el hecho de que no necesariamente el daño ha de ser patrimonial o
económico, sino que abarca todo tipo de ventaja que pueda reportar
beneficio al agente delictivo o a un tercero.
6. De la Constitución Política guatemalteca, así como de la
suscripción de la Convención Interamericana contra la Corrupción y de la
legislación anticorrupción interna, es posible extraer una serie de principios
de cuyo cumplimiento depende el aseguramiento del Estado Social de
Derecho, a saber, aquél en el que el interés general prevalecerá siempre y
en toda actuación de la autoridad pública por sobre el interés particular o
individual de quien ejerce esa autoridad. Tendremos así:

5
Ver Montes Calderón Ana, Guía… p.
6.1. Transparencia. Significa visibilizar toda actuación o resolución
pública para que sean conocidos por todos. Las prácticas de no
publicar decisiones, realizar votaciones secretas, o decir una
cosa y hacer otra, están entre las conductas más comunes que
atentan contra este principio.
6.2. Publicidad. De la mano de la transparencia necesariamente
viene la publicidad. Pasar de la cultura de la opacidad a la de
visibilidad en las actuaciones y decisiones de la autoridad
pública, supone la implementación de estrategias de publicidad,
antiguas y nuevas, para que se conozca por todas y todos lo que
se está realizando desde la función pública. En la era de la
tecnología los sitios o páginas en línea y la amplia información
sobre contenidos y procedimientos es una de las vetas que
deben cumplirse.
6.3. Probidad u honradez. Hemos de saber que la legitimidad de
toda norma jurídica, cualquiera sea su rango, supone un valor
ético que la sustente. Es evidente que la probidad es el bien
moral, tanto como jurídico, a la base de cualquier actuación o
resolución que pretenda imponerse desde la autoridad pública a
los interesados y a la comunidad en su conjunto. Se trata de
hacer prevalecer el interés general sobre el particular, y el
servicio al Estado antes que a cualquier otro interés
subordinado. Esto marca la diferencia, en el ejercicio de la
función pública, entre actuaciones legítimas e ilegítimas
6.4. Legalidad. De nuevo hemos de retomar qué las cuestiones
esenciales del derecho. Recordar que nada ni nadie puede estar,
en un Estado de Derecho, por encima de la ley. La inmensa
mayoría de los hechos de corrupción se perpetran cuando el
funcionario público cae en la tentación de creerse por encima de
la ley, que su posición, su reconocimiento, su poder o influencia,
harán que no sea descubierto en una acción indebida o, peor
aún, que esas atribuciones harán que, en caso de ser descubierto
lo amparará la impunidad. Recordar también como regla básica,
que el ciudadano puede, en ejercicio de su libertad, realizar todo
aquello que no le esté expresamente prohibido; y, a contrario,
que el funcionario público sólo puede realizar aquello que le esté
expresamente permitido. Junto a este principio pro libertate
concedido al ciudadano y no al funcionario, está la necesidad de
éste de apegarse a la ley y sólo a la ley (principio de estricta
legalidad). No es de recibo en consecuencia la alegación por
parte del funcionario público que ha tomado una decisión, de
que actuó o resolvió de tal o cual manera porque su asesor legal
así se lo aconsejó; o porque la costumbre indicaba cómo hacer
las cosas; o que el exceso de trabajo lo llevó a tomar decisiones
contra legem.
6.5. Confianza, Credibilidad y Moralidad. Si el principio de confianza
se pierde, su recuperación es prácticamente imposible. Esto vale
tanto para las relaciones interpersonales como para las
relaciones autoridad pública-ciudadanía. A la base de la
confianza está la credibilidad y ambas tienen un sustrato ético o
moral indiscutible. La confianza de que el funcionario habrá de
actuar con transparencia, probidad y dentro del marco de la ley,
cumpliendo con lo que se espera de él y sin defraudar a los
destinatarios de sus decisiones, son el único camino que dará
credibilidad y legitimidad a sus actuaciones.
6.6. Igualdad. La gran cuestión en el ejercicio del derecho y la
autoridad pública está en el principio constitucional y de
derecho internacional de igualdad. Nada más importante y más
difícil de realizar en la práctica. Se dice fácil que “toda persona es
igual ante la ley”, pero sólo el trato efectivo de la Administración
y de la Justicia, convierten este postulado en una realidad o, al
contrario, en una burla para los derechos de las personas. En el
horizonte está la Guatemala de la igualdad, superando siglos de
desigualdad. En el horizonte está reconocer la dignidad de los
pueblos originarios a través del reconocimiento y efectividad de
sus derechos; está también reconocer la igualdad de mujeres, de
minorías y de los diferentes; en el horizonte está sin duda el
reconocimiento de los derechos de los niños y adolescentes,
como ciudadanos plenos, no porque sean la Guatemala del
futuro, sino porque conforma ya lo más importante de la
Guatemala de hoy. La corrupción, como principal forma de
violencia estructural, se alimenta de la desigualdad, la inequidad
y la injusticia. Nada más propicio para el uso indebido o el abuso
de poder, que actuar en un contexto social con ciudadanos
devaluados, analfabetas, desinformados, sin mecanismos de
participación en las decisiones que les afecta y, en fin, sin
conciencia de sus derechos para neutralizar esos abusos.
6.7. Eficiencia y eficacia. Prácticas como el retardo en el servicio que
se presta, el mal trato al usuario, la mala o pésima calidad de las
resoluciones o procedimientos que se realizan, el
incumplimiento horario, la indolencia frente a las urgencias de la
ciudadanía, y un largo etcétera, conforman una crónica
ineficiencia e ineficacia de la función pública. Esta es una
incultura del ejercicio del poder público que debe combatirse
pues hace parte de los factores que generan desconfianza,
descrédito e ilegitimidad en las instituciones, y por supuesto que
conforman ese tejido corrupto que termina por percibirse como
normal o inevitable.
6.8. Imparcialidad y objetividad. La imparcialidad puede definirse
como la actitud de un funcionario para con el usuario o las
partes de un conflicto. En la prestación de un servicio público, la
imparcialidad enfrenta al ciudadano usuario a la Administración
en sentido genérico. Es la dinámica de la relación Estado-
ciudadano. En un conflicto entre partes, como suele suceder en
la administración de justicia, la imparcialidad supone la
eliminación de toda forma de discriminación, un trato equitativo
a ambos contendientes sin ventajas o privilegios para ninguno, a
no ser las legalmente establecidas. De cierta forma la
imparcialidad es una variante de la igualdad y viene de la mano
de la objetividad, que alude a la diligente valoración de las
condiciones particulares del caso, la ponderación de los
intereses en juego y la equidad en los procedimientos y
contenido de las probanzas.

III. REDES CIBERNÉTICAS Y DELINCUENCIA ORGANIZADA.

1. Debe entenderse que las “Redes Cibernéticas” son una


realidad tecnológica de nuestros días que puede utilizarse como
medio o instrumento para la realización de toda clase de delito. En
delincuencia común, el capítulo de los Delitos contra el Honor de las
personas está siendo sacudido por estos mecanismos de última
generación en afectación de los derechos de las personas,
especialmente por daño a la intimidad o imagen de las personas,
cuando no abiertamente la calumnia o la difamación.
Si esta realidad la conectamos con la criminalidad organizada y
los delitos de corrupción, tenemos que concluir únicamente que
estamos ante nuevos desafíos en la forma en que se perpetran
hechos criminales.
Es así como el mero Abuso de Autoridad (hecho arbitrario o
ilegal), el delito de Nombramientos Ilegales (sin requisitos o sin
respetar procedimientos), el Cohecho Pasivo (solicitar o aceptar
valores o bienes); el Cobro Ilegal de Comisiones (adjudicación o
realización de contrato u obra pública); la Aceptación Ilícita de
Regalos (aceptación de beneficio de parte de persona con asunto
pendiente); el delito de Peculado de Sustracción (sustraer o
permitir que otro sustraiga); Peculado de Uso (utilización sin afán
de apropiación); Peculado Culposo (permitir por negligencia que se
sustraiga, pierdan, dañen o deterioren bienes públicos); la
Malversación (desvío de fondos públicos para aplicación distinta a
la legalmente establecida); Concusión (interesarse indebidamente
en cualquier contrato u operación); Tráfico de Influencias (de
funcionario sobre otro de menor jerarquía para que realice
actuaciones que de otra manera no haría); pueden incluir el factor
de las redes informáticas como medios para su realización, al lado
de los mecanismos tradicionales de consumación. Sin embargo,
algunas formas delictivas son, en mi criterio, las que se pueden ver
más impactadas por la difusión y comunicación mediante redes
cibernéticas, lo cual ocurre con el tipo penal de Fraude que consiste
en la intervención o utilización de cualquier artificio, para engañar e
inducir en error, de manera que se defraude al Estado. La
utilización de documentación falsa, empresas de fachada, empresas
reales pero de fachada, dispositivos electrónicos, destinatarios
electrónicos, claves o “pines”, son hoy mucho más frecuente que
hace sólo unos pocos años.
Lo propio puede ocurrir con la Obstrucción de la Justicia y la
Obstaculización a la Acción Penal, dirigidas a impedir que la Justicia
opere con normalidad, en particular con el ocultamiento,
desaparición o destrucción de medios probatorios esenciales para
la investigación, cuestión que, con utilización de soportes
informáticos, electrónicos o de redes cibernéticas es mucho más
frecuente y posible en nuestros días.
Un tercer ejemplo lo encontramos en la figura penal del Pacto
Colusorio, contenida en la Ley de Contrataciones del Estado
(Decreto Legislativo No. 9-2015), y que se dirige a reprimir los
posibles acuerdos ilícitos entre empresas o empresarios para
manipular los procesos licitatorios, en orden a simular una libre
competencia inexistente, o la manipulación de precios, la evasión
fiscal, o la diversidad de empresas donde en el fondo se trata de
una sola actividad económica. De nuevo nos encontramos con
hechos sumamente sofisticados, casi siempre ligados a
procedimientos y mecanismos que utilizan las tecnologías de última
generación en sus operaciones cotidianas y donde las redes
cibernéticas pueden ayudar a la consumación de los hechos
delictivos.

IV. LOS RECURSOS Y MÉTODOS REQUERIDOS.


Ante los nuevos desafíos de la tecnología contemporánea, el
sistema penal debe contar con:
 Los recursos económicos indispensables para de desarrollo de la lucha
anticorrupción.
 El reclutamiento de cuadros profesionales especializados en la Policía
Técnica Judicial, el Ministerio Público, la Defensa Pública y la
Judicatura.
 Estos cuadros profesionales deben estar suficientemente capacitados
en el conocimiento del Derecho Penal Sustantivo, Procesal Penal, tanto
como en Informática y mantenerse actualizados, dada la dinámica
permanente de esta rama del conocimiento humano.
 Debe haber unidades especializadas en la Policía, el Ministerio Público
y la Defensa que aseguren el tratamiento técnico-jurídicos de las
nuevas figuras penales.
 Una actualización en cuanto a figuras penales y procedimentales, así
como jurisdicciones especializadas en el tratamiento de estos delitos,
lucen como indispensables para la eficacia de las intervenciones
respecto al crimen organizado, redes cibernéticas y delitos de
corrupción.
 Una unidad de información que reciba y concentre todos los datos
necesarios que faciliten la investigación de las nuevas formas
delictivas.
 Un moderno centro de intervenciones telefónicas y de comunicaciones
en general, que permita conocer los movimientos de organizaciones y
grupos delictivos en materia de corrupción.
 El conocimiento técnico-jurídico de la elaboración del caso, los
elementos indispensables que deben probarse, las actuaciones de
investigación que deben acompañar cada modalidad de delito y la
presentación sólida del asunto ante los tribunales de justicia. Tan
importante es que la Fiscalía “amarre” bien un caso, como que a
Defensa (Pública o Privada) vigile y contradiga en todo lo lícitamente
posible los procedimientos y los contenidos probatorios.
 Un sistema de conocimiento y difusión de la jurisprudencia
especializada en estos temas, que permita conocer precedentes y dé
luces a todos los jueces sobre cómo deben investigarse y resolverse los
delitos vinculados al crimen organizado, mediante redes cibernéticas y
que califican dentro del ámbito de delitos de corrupción.

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