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Pablo Pineau.
En primera parte, lo popular ocupa el lugar del alumno, del receptor, del “a quien se
habla”. En segunda, ocupa el lugar del contenido, del mensaje, del “de qué se habla”.
Finalmente, en tercera parte, se refiere al docente, al emisor, a “quien habla”.
Propone que todos los sujetos posibles de ser civilizados debían concurrir a la escuela
en igualdad de condiciones. Esta política explica la rápida difusión de la escuela así
como la acelerada elevación de la tasa de alfabetización.
Instrucción pública se torna sinónimo de Educación Popular al referirse al sistema
educativo oficial en todos sus sentidos, dirigido a los ciudadanos civilizados, a sujetos
destinados a actuar en cierto marco político y jurídico determinado. (Ley 1420)
Desierto es el concepto que comprende el siglo XIX argentino. Con ese significante se
buscaba hacer referencia a un espacio vacío que se ofrece virgen al avance del
progreso. Este espacio debía ser llenado por los productos de la civilización.
El afuera escolar es solo un recipiente que debe ser llenado con los frutos escolares.
Por otra parte, se construye la concepción del afuera escolar como barbarie. En el
imaginario sarmientino, la barbarie era el resultado de la combinación nefasta de la
naturaleza americana signada por el mal de la extensión. Es el pasado el que debe ser
erradicado para permitir el progreso.
Para esta posición, el afuera escolar no es ya un lugar vacio a ser llenado con lo que
la escuela emite, sino un espacio dominado por un enemigo poderoso cuya identidad
se construye con las significaciones negativas de los estructurantes escolares. En esta
concepción, el vínculo pedagógico es un vínculo bélico, una pelea de ocupación de
territorio mediante el desalojo del oponente. Rodolfo Senet llamaba a la especificidad
del trabajo docente la “táctica escolar”.
Una segunda posición sobre la educación popular hace el hincapié en los contenidos,
en la adscripción social de los elementos culturales que se busca enseñar. Esta
mirada concibe a la cultura como un todo homogéneo y compacto.
El valor diferencial de los distintos capitales culturales configura una jerarquía cultural.
Se diferencia entre una cultura culta, de buen gusto, y una cultura baja, vulgar
denominada plebeya, que ocupa puestos menores o subordinados en la escala
cultural y circula por los espacios educativos de menor prestigio.
Los distintos sectores sociales pugnan para que sus formas culturales se vuelvan
“cultura de estado”, “cultura publica” o “cultura oficial”. La que triunfe se vuelve la
cultura legítima del colectivo.
Bajo la máxima “el pueblo se educa a sí mismo”, los últimos años de la década del 60
y los primeros de la década del 70 estuvieron impregnados de prácticas educativas en
diversos espacios e instituciones sociales de los sectores populares. Esta nueva
concepción se acerco a los sectores populares como sujetos reales, no interpelados
desde la carencia, sino como constructores y portadores de una vida rica y compleja
en términos personales, familiares, culturales, políticos, laborales, sindicales, etc.
Pero en otros casos, se constituyó una idea basista que idealizó al pueblo y a su
relación con los intelectuales. El pueblo se presenta como incontaminado y solo en él y
a partir de él es posible construir armas de cambio.