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UNIDAD III

El Porfiriato
INTRODUCCIÓN
Tres son los aspectos clave a identificar y clarificar del Porfiriato, a saber: la distribución de los extensos territorios aún sin explotar
determinado por el gobierno juarista, lo que implicó que pequeños grupos se enriquecieran por esa vía y se tendieran los puentes a una
nueva forma de desarrollo económico. Otro renglón que mostró el crecimiento de la economía en México, ya en el gobierno de Porfirio
Díaz, fue la industria que detonó la introducción de los ferrocarriles en el país; su crecimiento fue exponencial y con una finalidad
principal: capitalizar las regiones productoras de bienes y materias primas que se destinaban a la exportación a los principales socios que
había hecho el porfiriato. Y el tercer aspecto a caracterizar, se refiere al nacimiento de una banca que financiara el desarrollo económico,
con peculiaridades de funcionamiento, propias de cada centro económico y según los intereses de los grupos de poder.
ACTIVIDADES DE APRENDIZAJE
3.1. Realiza las lecturas que se presentan en la unidad.
3.2. Elabora un resumen de la importancia del positivismo y los movimientos sociales en el porfiriato.
3.3. A partir de las lecturas, establece las aportaciones del porfiriato a la economía actual.
3.4. Elabora un cuadro sinóptico de los datos más importantes de la unidad rescatando los avances y contradicciones del porfiriato.
3.5. Responde la guía de autoevaluación que se encuentra al final del documento.
Objetivo particular
Analizar los avances y contradicciones del modelo económico del porfiriato.
CONTENIDO
3.1. El estado y sus políticas económicas.
3.2. Las estructuras agrarias.
3.3. La industrialización y el transporte.
3.4. El comercio y el financiamiento.
3.5. Los movimientos sociales.
3.6. El positivismo base ideológica de la época.

Para cubrir la información de los subtemas, consultar las siguientes fuentes:


Fichas bibliográficas de los documentos
Documento Ficha
3. A. MORENO-BRID Juan Carlos y ROS Jaime
México: las reformas del mercado desde
una perspectiva histórica
Revista de la CEPAL, N° 84, diciembre de
2004,
Págs. 36-43.
3. B. SILVA Herzog, Jesús.
Breve historia de la Revolución Mexicana
2ª Ed., Edit. Fondo de Cultura Económica,
México, 1973,
Págs. 7-39.
3. C. COATSWORTH, John
Los orígenes del atraso. Nueve ensayos de
la historia económica de México en los
siglos XVIII y XIX
Edit. Alianza Editorial Mexicana, México,
1990,
Págs. 178-208.
3. D. LUDLOW, Leonor y MARICHAL Carlos
(Eds.)
Banca y poder en México (1800-1925)
Edit. Grijalbo, México, 1986,
Págs. 267-297.
3. A. MORENO-BRID Juan Carlos y ROS Jaime
México: las reformas del mercado desde
una perspectiva histórica
Revista de la CEPAL, N° 84, diciembre de
2004
Págs. 36-43
[…]
II Las reformas del mercado en el siglo XIX
A mediados del siglo XVIII, México era quizá una de las regiones más prósperas del mundo y, sin duda, una de las colonias españolas
más ricas de América; además, la productividad de su economía posiblemente superaba aquélla de la propia España. En el año 1800, el PIB
per cápita mexicano era más o menos la mitad del de los Estados Unidos, la economía mexicana no tenía un carácter marcadamente agrario
y el país contaba con una industria minera avanzada y un importante sector manufacturero. El valor de las exportaciones se asemejaba al
de su vecino del norte, por mucho que el PIB total equivalía más o menos a la mitad (Coatsworth, 1978). En el país se daban varias de las
condiciones para un desarrollo capitalista acelerado. Aunque distara mucho de haberse completado la creación de una fuerza de trabajo
industrial —ese proceso tan difícil y prolongado mediante el cual se rompen los lazos de la población con la tierra (Gerschenkron, 1952) —
el proceso se encontraba en una etapa más avanzada que en muchos países europeos (especialmente de Europa central y oriental). En 1800,
la participación relativamente importante de la industria manufacturera en el producto total, de 22,3% (cuadro 1), 2 revela que en el país
existía una masa crítica de empresarios industriales.
CUADRO 1
México: Producto interno bruto per cápita y por sector, 1800-1910
1800 1845 1860 1877 1895 1910
PIB per cápita a precios 100.0 78.4 70.9 85.0 128.8 190.2
constantes de 1900 (índice 1800
= 100)
% del PIB
Agricultura 44.4 48.1 42.1 42.2 3.2 33.7
Minería 8.2 6.2 9.7 1.4 6.3 8.4
Manufactura 22.3 18.3 21.6 16.2 12.8 14.9
Construcción 0.6 0.6 0.6 0.6 0.6 0.8
Transporte 2.5 2.5 2.5 2.5 3.3 2.7
Comercio 16.7 16.9 16.7 16.9 16.8 19.3
Gobierno 4.2b 7.4 6.8 11.2 8.9 7.2
Otros 1.1 – – – 13.1 12.9
Fuente: Coatsworth (1989, cuadros 4 y 5).
a Incluye ganadería, silvicultura y pesca.
b Excluye remesas fiscales netas al Tesoro español. Los ingresos totales del gobierno, incluidas estas remesas,
ascendieron a 7,8% del ingreso colonial.

1. La era de declinación de México (1780-1870): obstáculos al desarrollo económico


Dicha favorable posición de la economía mexicana comenzó a deteriorarse en las décadas finales del siglo XVIII. Y si bien puede haber
debate respecto al momento en que comenzó ese deterioro, hay consenso en que la independencia en nada contribuyó a impedir el
estancamiento de la economía mexicana durante más de la mitad del siglo siguiente. En efecto, entre 1800 y alrededor de 1860 —cuando
Estados Unidos y otras economías desarrolladas exhibían tasas de desarrollo económico sin precedentes— el PIB total de México cayó 5% y
su ingreso per cápita se redujo en 30%. Entre 1820 y 1870, el ingreso per cápita mexicano descendió, como proporción del de los Estados
Unidos, de 60% a 28%, y desde entonces ha oscilado entre 24% y 33% (cuadro 2).
¿A qué se debe que la independencia y el surgimiento de un Estado nacional no hayan servido de mayor estímulo al desarrollo
económico? Tal vez la razón más importante haya sido el prolongado período de inestabilidad política y el permanente conflicto entre los
elementos conservadores y liberales.1 Medio siglo de guerras civiles e internacionales terminaron por destruir los efectos potencialmente
beneficiosos de la independencia, al mismo tiempo que mermaron los recursos necesarios para que el Estado y el sector privado
apuntalaran la reactivación del sector minero y mejoraran la infraestructura de transportes, en un país donde la falta de medios naturales
de comunicación y el elevado costo del transporte consiguiente influyeron de manera muy adversa en la división del trabajo y la
especialización regional (Coatsworth, 1990).
La independencia eliminó la carga fiscal que pesaba sobre el oro y la plata extraídos de la colonia. Esta carga había sido significativa —
Coatsworth (1990) estima que fue 7,2% de la producción total en 1800—, muy superior, por ejemplo, a la impuesta por el colonialismo
británico sobre sus colonias norteamericanas. Sin embargo, el fin del dominio español también trajo consigo algunos costos inesperados

1 En los 55 años transcurridos entre la independencia y el porfiriato, la presidencia cambió 75 veces de mano (Haber, 1989). La consecuencia más desastrosa de la
prolongada lucha civil fue la pérdida de la mitad del territorio nacional a manos de los Estados Unidos a mediados del siglo XIX. Cincuenta años después del Tratado de
1848, que puso término a la guerra mexicano-estadounidense, y también tras el comienzo de la “fiebre del oro” en California, la sola producción minera de los territorios
perdidos superaba al PIB mexicano (Coatsworth, 1978).
para el sector minero, que en parte contrarrestaron la eliminación de esa carga.2 Como consecuencia de ello, entre 1812 y 1822 la
producción de plata se redujo a menos de la quinta parte del total y el sector minero no vino a recuperar el nivel de producción anterior a la
independencia hasta el decenio de 1860 (Cárdenas, 1985). Por su parte, la caída de la producción de plata tuvo otras consecuencias
importantes para la economía. Además de la contracción de todas las actividades vinculadas con el sector minero, implicó una merma del
volumen del comercio internacional y la disminución de los medios de pago disponibles en la economía nacional (Cárdenas, 1985). Esto
último contribuyó a agravar los efectos de la salida de capitales que se produjo tras el éxodo de los mineros y comerciantes españoles y, en
consecuencia, la escasez general de capital financiero que caracterizó a este período hasta que se crearon los primeros bancos comerciales
en el decenio de 1860.
CUADRO 2
México: Producto interno bruto total, producto interno bruto per cápita y población, 1820-1998
1820 1870 1913 1950 1973 1990 1998
PIB per cápita a 759 674 1.732 2.365 4.845 6,097 6,655
PIB de México/PIB de los 0.60 0.28 0.33 0.25 0.25 0,26 0,24
Estados Unidos

1820- 1870-1913 1913- 1950- 1973-1998


1870 1950 1973
Tasas de crecimiento (%) del –0.2 2.2 0.9 3.2 1.3
PIB per cápita
Tasas de crecimiento del PIB 0.4 3.4 2.6 6.4 3.5
(%)
Tasas de crecimiento de la 0.7 1.1 1.8 3.1 2.2
población (%)
Fuente: Maddison (2001).
a Dólares a valores internacionales de 1990.

La eliminación de las restricciones al comercio exterior también resultó ser una bendición a medias. Si bien es cierto que los
historiadores económicos generalmente consideran que fue beneficiosa para la economía mexicana, el término de las restricciones al
comercio aceleró la desviación del comercio exterior mexicano desde España hacia las potencias industrializadas emergentes del Atlántico
norte, tendencia que fue muy perjudicial para el sector manufacturero nacional y, por lo tanto, para la principal actividad que podría haber
compensado la decadencia del sector minero. Al respecto, varios estudios han ilustrado de qué manera a fines del siglo la exposición a la
competencia de Estados Unidos y Gran Bretaña llevó al colapso de la industria lanera y a la prolongada caída de los textiles de algodón a lo
largo de la primera mitad del siglo XIX. Al parecer, la apertura del comercio a la economía del Atlántico y a la competencia externa —que
de hecho comenzó durante el período de “comercio libre” y “comercio neutral” introducido por las reformas de los Borbones— también
contribuyó a profundizar la fragmentación de los mercados locales y a la división entre un norte minero y agrícola que comerciaba con el
resto del mundo, por un lado, y un centro manufacturero y un sur agrícola sumidos en la depresión económica, por el otro (Thomson,
1986).
Además, poco se avanzó en otras áreas. México en la época colonial había sido uno de los lugares del mundo que exhibía mayores
diferencias sociales y regionales; en rigor, una sociedad de castas, en que el acceso al empleo y la movilidad geográfica y ocupacional
dependían de distinciones étnicas, y en que una serie de arreglos institucionales tendieron a aumentar, más que a reducir, el abismo entre
los beneficios privados y sociales de la actividad económica. Si bien es cierto que la independencia trajo consigo algunos cambios, 3 muchos
de ellos tuvieron escasos efectos en un orden social y político regresivo. En definitiva, es posible que esto haya obedecido a la naturaleza
misma del acto fundacional del Estado posterior a la independencia, esto es, al hecho de que tras haberse iniciado y ser derrotado como
una insurrección popular —temida por las élites conservadoras españolas y criollas— México finalmente obtuvo la independencia
mediante un virtual golpe de Estado de la élite colonial criolla, que tuvo por objeto más que nada apartar al país del proceso liberalizador
que tenía lugar en la madre patria (Coatsworth, 1978).
Lo anterior tuvo varias consecuencias. Desde luego, de hecho y a veces de derecho, la modernización institucional se desarrolló con
lentitud. Recién en 1870 —casi 50 años después de la independencia— se promulgó un nuevo código civil, y aun entonces nada se hizo por
reemplazar un código de comercio que era objeto de rechazo. El código de minería de la época se mantuvo prácticamente intacto hasta
1877. No había legislación bancaria ni de patentes. Y pese a las normas constitucionales se mantuvieron los impuestos y las restricciones al
comercio interno.
El sistema de gobierno conservó la arbitrariedad del poder político de la época colonial. El éxito o el fracaso económicos dependían
estrictamente de la relación entre la empresa y las autoridades políticas (Coatsworth, 1978, p. 94). En resumen, pese a que la economía
continuó centrándose en el Estado, pues todas las empresas estaban obligadas a operar en forma altamente politizada, comparado con la
época colonial, el Estado se había debilitado y fue incapaz de eliminar los obstáculos al desarrollo económico derivados de la disminución

2 Las guerras de la independencia no sólo tuvieron efectos altamente perturbadores para la producción minera, sino que involucraron también la pérdida del abastecimiento
seguro y a bajo costo de mercurio (esencial para la elaboración de minerales de baja ley), que España había proporcionado desde su gran mina en Almadena.
3 Se abolieron oficialmente las distinciones étnicas en el acceso al empleo, a la justicia y en el trato fiscal que, entre otras cosas, habían limitado severamente la movilidad
del capital y de la mano de obra; se eliminaron muchos privilegios de los que disfrutaban las empresas así como la mayoría de los gremios, y los derechos de propiedad
sobre las empresas se limitaron a la Iglesia, las comunidades indígenas y los municipios. Se redujo el número de monopolios reales sobre la producción y distribución de
muchos productos básicos y se regularon sus actividades. Asimismo, se intentó modernizar el sistema judicial y reformar los códigos obsoletos.
de la actividad minera, la competencia externa y la falta de infraestructura de transportes y de capital financiero. Así pues, el estancamiento
económico e industrial fue consecuencia de la sostenida falta de mercados y de su fragmentación.
2. ¿Errores de percepción liberales a mediados del siglo XIX?
La anterior lista de obstáculos con que tropezó el desarrollo económico mexicano en el siglo XIX es tan importante por lo que incluye
como por lo que deja fuera. La verdad es que estudios realizados por historiadores económicos indican que el sistema de tenencia de la
tierra y el poder económico de la Iglesia no se cuentan, como tradicionalmente se cree, entre las causas principales del estancamiento
económico de la época.
Desde el siglo XVII, el sistema de tenencia de la tierra y la producción agrícola se habían organizado en torno a grandes haciendas.
Pese a ser extremadamente inequitativo, y en este sentido ineficiente desde el punto de vista social y macroeconómico, el sistema de
haciendas distaba mucho de ser una organización semifeudal que estimulara el derroche y la mala asignación de los recursos.
Investigaciones recientes han puesto de manifiesto una nueva imagen de la hacienda como empresa capitalista y dinámica desde el punto
de vista tecnológico, cuya racionalidad económica puede compararse con la de las empresas agrícolas modernas, y que aprovechaba
ampliamente sus ventajas comparativas —economías de escala y acceso al crédito externo y a información sobre tecnologías nuevas y
mercados lejanos.4 En realidad, con el tiempo se estableció una “división del trabajo” entre la hacienda y otras formas de producción
agrícola —pequeños propietarios, inquilinos o habitantes de poblados indígenas— en virtud de la cual cada uno de ellos se había
especializado en los productos y cultivos en los que tenía una ventaja competitiva: ganado, ovinos, lana, cereales, pulque, azúcar y sisal en
las haciendas; y frutas, tomates, ajíes, seda y animales menores como cerdos y aves en el caso de las aldeas y de los productores en pequeña
escala.
Un revisionismo similar puede aplicarse a la Iglesia como institución económica. Hacia mediados del siglo XIX, la Iglesia se había
convertido en la principal propietaria de tierras del país y en importante prestamista en los mercados financieros emergentes. En cuanto a
su primera función, según Coatsworth (1978 y 1990), varios estudios indican que las haciendas pertenecientes a la Iglesia eran
administradas al menos con igual eficiencia que las haciendas privadas. En todo caso, después de la independencia, la mayoría de esas
propiedades fueron dadas en arrendamiento a agricultores y hacendados privados, de modo que su eficiencia ya no dependía de la gestión
eclesiástica. Por otra parte, la Iglesia cobraba el diezmo, un impuesto de 10% sobre la producción total (que gravaba principalmente la
producción agrícola y ganadera). Tal como cualquier otro impuesto, el diezmo reducía la rentabilidad agrícola y probablemente
desincentivaba la producción (aunque algunos autores tienen dudas al respecto). 5
Más importante, sin embargo, fue el uso que se le dio a esos ingresos. Lejos de destinarse a financiar gastos totalmente
“improductivos”, la Iglesia invirtió parte considerable de sus entradas (incluidos donaciones privadas y los ingresos netos de sus diversas
propiedades) en préstamos a empresarios privados, sin imponer restricciones legales o prácticas que impidieran a los beneficiarios invertir
los recursos en fábricas y no en haciendas u otras actividades. Lo hizo cobrando tasas de interés inferiores a las de mercado, generalmente
un 6% sobre los préstamos garantizados por bienes raíces. Dado el dominio de la Iglesia en el mercado de créditos hipotecarios, es posible
que esto haya contribuido a su vez a la baja de las tasas de interés del mercado. Como dice Coatsworth (1978), la Iglesia actuó como un
banco de desarrollo moderno, elevando la tasa de acumulación de capital por encima de la que habría sido de no haber existido el diezmo.
De ser correcto el revisionismo de los historiadores económicos, quiere decir que desde el punto de vista estricto (y reconocidamente
estrecho) del desarrollo económico, algunos de los elementos principales del programa económico liberal —comercio libre, privatización de
la propiedad corporativa y pública y liberalización del mercado agrario— estuvieron muy mal concebidos. Es probable que el primero de
ellos, el libre comercio, haya estimulado aún más la caída de la industria manufacturera local y la “ruralización” de la fuerza de trabajo, ya
que la expansión de los ferrocarriles a fines del siglo XIX redujo marcadamente la protección natural que proporcionaban los costos
tradicionalmente altos del transporte. Como resultado del segundo —la privatización de la propiedad de las empresas— se destruyó la
principal y durante mucho tiempo casi la única institución bancaria de la economía.
Por su parte, el tercero, la liberalización del mercado agrario contribuiría a concentrar aún más la propiedad agrícola y, con el tiempo,
a la explosión social que se produjo en 1910.
Lo anterior no quiere decir que la facción conservadora fuera mejor. Si bien es cierto que algunos de sus integrantes, en especial Lucas
Alaman, tuvieron el mérito de realizar los primeros y breves intentos de industrialización en el decenio de 1830 mediante la protección de
la industria y la creación del primer banco público de desarrollo (el Banco de Avío) para financiar el desarrollo de la industria textil, 6 las
fuerzas sociales y políticas que los apoyaban tendieron a perpetuar ese mismo centralismo extremadamente arbitrario del poder político,
que había tenido efectos tan perniciosos en el desarrollo económico desde la época de la colonia.
Como resultado, no surgió la coalición que habría podido forjar un Estado en desarrollo y en su ausencia subsistieron algunos de los
principales obstáculos al desarrollo económico. Además, los liberales, que podían y querían emprender la modernización política y social
del país, eran también antiestatistas recalcitrantes desde el punto de vista económico, mientras que los únicos partidarios de modernizar la
economía mediante la intervención del Estado eran los conservadores, fuertemente contrarios a la modernización política y social. Se

4 Véase, entre otros, Van Young (1981 y 1986).


5 Véase, en especial, Garcia Alba (1974) y Coatsworth (1978). Es probable que el diezmo no haya contribuido demasiado a desplazar capitales y mano de obra de la
agricultura privada, porque la propia Iglesia y las aldeas indígenas producían parte importante de los productos agrícolas y el ganado del país. En todo caso, lo más probable
es que su efecto en el PIB haya sido positivo, puesto que las diferencias de productividad entre la agricultura privada y el resto de la economía sugieren que las actividades
no agrícolas ya eran más productivas que la agricultura.
6 Otro personaje que cabe mencionar es Estevan de Antuñano, industrial criollo cuyos numerosos panfletos aportaban los mejores argumentos en favor del proteccionismo y
la industrialización.
requeriría una explosión social y una revolución popular a principios del siglo XX para llevar ambos requisitos del desarrollo económico a
una relación menos conflictiva.
III El traumático surgimiento de un Estado en desarrollo gershenkroniano
1. El porfiriato: la estabilidad política y el surgimiento de un mercado nacional unificado
En la práctica, el crecimiento económico moderno se inició a fines del siglo XIX.7 En 1895, 72% de la población vivía en zonas rurales y
más de 80% de las personas de 10 años o más no sabían leer ni escribir (cuadro 3). En 1877, cuando Porfirio Díaz se apoderó del poder, las
actividades agrícolas generaban 42% del PIB mexicano, y las manufacturas sólo 16% (véase el cuadro 1). En los dos decenios siguientes
comenzó a quedar de manifiesto un vuelco en el prolongado período de declinación del país. Las barreras a la reactivación económica
fueron derribadas por la transformación del entorno económico internacional y por los cambios internos de la estructura política y
económica de México introducidos en la dictadura de Porfirio Díaz, período de 33 años de estabilidad política (1877- 1910), que los
historiadores mexicanos han denominado con razón el porfiriato.
La ideología del porfiriato, que combinaba antecedentes políticos liberales con metas económicas conservadoras, se resume en la
consigna positivista Orden y Progreso. Se consideraba que el orden era un elemento indispensable del crecimiento económico. Poner fin a
las luchas políticas y militares que habían azotado a México desde la independencia era considerado requisito esencial de la confianza
comercial y de la reactivación de la inversión privada. Se procuró con éxito fortalecer el gobierno central, y la combinación del uso de la
fuerza y las alianzas con grupos importantes permitieron que Díaz dominara la estructura política.
Por su parte, Progreso significaba transformar a México en una nación industrializada, logrando eliminar algunas de las barreras
tradicionales que impedían la reactivación económica, tales como la falta de infraestructura de transporte y de capital financiero.8 Para
estimular la expansión de la red ferroviaria, el Estado otorgó concesiones e incentivos financieros.
Los subsidios a la construcción de vías férreas alcanzaron a un 50% de su costo total. La ampliación del sistema ferroviario aumentó
enormemente el tamaño del mercado, derribó las barreras locales y regionales al comercio y acrecentó la competencia.9 Este efecto se vio
fortalecido por el significativo aumento de la seguridad de los viajes por carretera logrado por el régimen de Díaz.
Otro aspecto clave de la estrategia de desarrollo aplicada por Díaz fue la inversión externa, estimulada activamente después mediante
diversos incentivos.
Gracias a éstos y a las posibilidades de realizar inversiones rentables se produjo una afluencia de capitales externos. A partir de 1880
entraron capitales estadounidenses, seguidos luego de inversiones europeas (Coatsworth, 1989). Estos flujos de capitales aumentaron
sostenidamente los 15 años siguientes, y tuvieron su auge en el primer decenio de 1900 (King, 1970).
En líneas más generales, la política pública se orientó a fomentar la inversión privada y a garantizar las condiciones para su buen
funcionamiento. Pronto se modificó el marco jurídico para la realización de los negocios privados. Con miras a mejorar las condiciones de
la inversión privada, en 1883 se promulgaron nuevos códigos de comercio y de minería. Se eliminaron los impuestos regionales al comercio
interno. La política comercial combinó la protección de aranceles específicos compatibles con la industrialización en el sector de bienes de
consumo, y la disminución de los aranceles medios que mejoraba el acceso de los fabricantes a capital de bajo costo y a bienes intermedios
(Beatty, 2002; Kuntz Ficker, 2002).
La inversión externa significaba acceso a los mercados mundiales, y entre 1870 y 1913 en México se triplicaron las exportaciones como
proporción del PIB. La expansión del comercio exterior también contribuyó a aumentar los recursos de que disponía el gobierno, ya que los
impuestos que lo gravaban representaban más de la mitad de los ingresos públicos. Tal como lo había sido en el período colonial, el sector
exportador se convirtió en motor del crecimiento, ayudado en gran medida por la depreciación de la plata a fines del siglo XIX.10 En esa
oportunidad, la canasta de exportaciones fue bastante más diversificada que en el período colonial, puesto que además de la plata incluía
otros minerales —metales industriales como cobre, plomo y zinc, cuya demanda desde los centros industriales de la economía mundial
aumentaba rápidamente— y una serie de productos agropecuarios (café, ganado y otros que se agregaron a algunos que ya tenían cierta
importancia en la composición de las exportaciones, como henequén, pieles y madera). Estos cambios y reacciones de la política se
acompañaron de un entorno económico externo más propicio. Hacia 1870, la segunda revolución industrial de los países industrializados
había estimulado la demanda de minerales y otros recursos naturales. Unido al término de la inestabilidad política, este nuevo ambiente
ayudó a restablecer la solvencia internacional.11

7 Para estadísticas del crecimiento económico durante el porfiriato, véase Beatty (2001), Rosenzweig (1965) y Solis (2000).
8 En esa época, ya se reconocía la importancia de estos obstáculos al desarrollo económico. Como dice Matías Romero, esta nación posee en su suelo enormes tesoros de
riqueza agrícola y minera que no pueden explotarse por falta de capital y de comunicaciones (citado por Rosenzweig, 1965).
9 El sistema ferroviario aumentó de 900 a 19.000 km en el decenio de 1880. Según estimaciones de Coatsworth, esto redujo en 80% el costo del flete por kilómetro entre
1878 y 1910.
10 La depreciación de la plata se debió a que hacia 1870 los países avanzados adoptaron el patrón oro (Cárdenas y Manns, 1989). Significó una devaluación real sostenida
de 26% del peso mexicano hasta el decenio de 1890. Véase Zabludovsky (1984), quien evalúa tanto el punto de vista de Rosenzweig (1965) y Nugent (1973) de que la
devaluación estimuló el crecimiento impulsado por las exportaciones, como el punto de vista basado en la paridad del poder adquisitivo que sostenía Limantour, ministro de
Hacienda de Porfirio Díaz: que, en definitiva, la depreciación de la plata se reflejó en los precios. La evaluación de la evidencia que hace Zabludovsky (1994) favorece el
primer punto de vista.
11 Tras haber dejado de cumplir con el pago de su deuda externa en seis oportunidades diferentes entre 1824 y 1880, en 1889 el gobierno mexicano y la banca internacional
finalmente llegaron a un acuerdo para renegociar la deuda externa del país. A principios del decenio de 1890 se restableció el acceso de México a los mercados
internacionales de capital, y desde esa fecha hasta 1911, la deuda externa mexicana aumentó en 300%, sobre todo con el propósito de financiar obras públicas en
infraestructura.
CUADRO 3
México: Población e indicadores sociales, 1895-2000
Año Población total Población rural Esperanza de Alfabetizacióna Promedio años
vida al nacer
(millones) (porcentaje) (años) (porcentaje) escolaridadb
1895 12,6 72 30 17,9c …
1910 15,2 … … 27,7 …
1930 16,6 66,5 33,9 38,5 …
1940 1 9,7 64,9 38,8 41,8 2,6
1980 68,3 33,7 66,2 83,0c 4,6
1990 81,2 28,7 70,8 8,4 6,6
1995 91,2 26,5 73,6 89,4 7,2
2000 97,0 25,4 75,3 90,3b 7,6
Fuente: Maddison (1989) e INEGI (varios años).
a Población de 10 años o más.
b 15 años o más.
c 6 años o más.

¿Cuáles fueron los resultados generales de esta estrategia? El crecimiento económico y la modernización se dejaron sentir en muchos
campos, revirtiendo un siglo de decadencia, y entre 1877 y 1910 el PIB per cápita de México registró un incremento anual medio de 2,1%
(cuadro 2).12 La expansión de los ferrocarriles favoreció a algunas actividades tradicionales como la minería, 13 y al mismo tiempo
contribuyó a crear actividades nuevas cuya escala de producción y densidad de capital las hacía poco rentables, a menos que existiera un
mercado nacional unificado. En rigor, subyacía a este proceso de modernización la primera etapa de la industrialización mexicana en gran
escala. Gracias a la sustitución de importaciones de textiles, cerveza, papel, cemento y acero, la producción industrial aumentó un
promedio de 3,6% al año entre 1877 y 1910 (Coatsworth, 1989). Las manufacturas dejaron de ser una actividad artesanal, realizada en
pequeñas empresas, para transformarse en un proceso productivo llevado a cabo en grandes fábricas. Al mismo tiempo, se modificó
profundamente la estructura social y económica de las zonas rurales. A partir de un diagnóstico de que el sector rural era improductivo y
que la mayor parte de la producción agrícola se distribuía por conductos distintos del mercado, el gobierno de Díaz promovió y aceleró la
redistribución de las tierras de propiedad federal y comunal a empresas de desarrollo privadas y a particulares acaudalados. La
privatización habría de fomentar los cultivos comerciales en gran escala. En 1890, el 20% del territorio mexicano pertenecía a menos de 50
personas o empresas.
Hacia principios de la década de 1900, el 95% de la tierra cultivable pertenecía a 835 familias (Manzanilla Schaffer, 1963). Hacia
principios del decenio de 1900, este patrón de desarrollo comenzó a mostrar síntomas de agotamiento. A partir de 1903, los salarios reales
empezaron a caer sistemática y sostenidamente. En 1907, la sequía redujo la producción de alimentos y contribuyó a elevar aún más su
precio. En 1910, la caída acumulada de los salarios reales fue de 26% en comparación con 1903. Aunque la hambruna no era manifiesta, la
pobreza era generalizada, especialmente en las zonas rurales.14 Al mismo tiempo, el uso de la fuerza para reprimir a los trabajadores y
sofocar la oposición política se tornó más frecuente y, a la larga, infructuoso. En 1910, la desigual distribución de los beneficios y del acceso
al poder llegó a su límite. Las clases medias emergentes excluidas de las decisiones políticas, y los trabajadores y campesinos marginados
de los beneficios del crecimiento económico, lograron unirse en torno a una coalición que venció bajo las consignas de democracia política,
reforma agraria y derechos laborales.
¿Qué había salido mal? No hay duda alguna de que la “contradicción básica” del porfiriato se dio en sus resultados: el desequilibrio
creciente entre un crecimiento económico acelerado, por un lado, y la lentitud de los avances políticos y sociales, por el otro. Porfirio Díaz
se propuso hacer de México una nación industrializada moderna. Sin embargo, en 1910 sólo 28% de los mexicanos sabía leer y escribir y la
esperanza de vida al nacer no superaba los 37 años. Con dos tercios de su población viviendo aún en zonas rurales, México continuaba
siendo más que nada una economía estacionaria y, en general, una sociedad atrasada. Además, pese a que el surgimiento de un mercado
nacional había derribado algunas de las barreras del estancamiento, el papel del Estado demostró ser insuficiente para superar los aún
enormes obstáculos al desarrollo económico.15
2. La revolución y la consolidación del Estado desarrollista
En 1910, la revolución mexicana puso dramático fin a la pax porfiriana. Una vez más, la falta de consenso social se convirtió en el
principal obstáculo para el desarrollo del país. Sólo tres decenios más tarde pudo lograrse un pacto social estable.
Las etapas más violentas de la revolución mexicana terminaron tras la adopción de una nueva Constitución, en 1917. El descontento
político se mantuvo durante los diez años siguientes —marcados por la muerte violenta de figuras tan importantes como Zapata, Carranza
y Obregón y por numerosos levantamientos—, pero los enfrentamientos armados disminuyeron de manera significativa. La Constitución
de 1917 redefinió el marco jurídico de la propiedad de la tierra y las relaciones laborales. Situó a la nación por encima de la propiedad
privada cuando se trataba de los recursos de tierra, agua y subsuelo; estableció el derecho a formar sindicatos, creó un sistema de salarios

12 Véase Bortz y Haber (2002).


13 Lo más probable es que de no ser por la expansión ferroviaria la minería habría quedado abandonada, ya que ni los insumos de capital para su desarrollo ni la
comercialización de productos minerales habrían sido rentables.
14 Como lo destaca Haber (1989), tal era el grado de pobreza, que si aumentaba el precio del maíz a causa de una mala cosecha, el consumo de manufacturas de los
trabajadores disminuiría lo suficiente como para provocar una crisis en la industria de prendas de algodón.
15 La inversión pública nunca superó el 5% de la inversión total, y sólo 7% del gasto público se destinó a la acumulación de capital.
mínimos, de jornadas de trabajo de ocho horas en semanas laborales de seis días, y el derecho a ganar igual salario por tareas equivalentes,
e incluyó una reforma agraria mediante la expropiación de los grandes predios y su asignación a los ejidos, sistema de tenencia de la tierra
que combinaba la propiedad colectiva con la explotación privada de la tierra.
Con la creación del Partido Nacional Revolucionario (PNR) en 192916 se dio un paso fundamental para consolidar la paz social y la
estabilidad política. Este partido oficial, que pasó a llamarse Partido de la Revolución Mexicana (PRM) en 1938 y Partido Revolucionario
Institucional (PRI) en 1946, abarcó todas las fuerzas sociales importantes de la revolución mexicana y pronto se transformó en vehículo
funcional de control del poder político y único campo legítimo donde resolver las diferencias políticas. Hacia el decenio de 1940 se había
terminado la era de los caudillos y se había iniciado la forma propiamente mexicana de control autoritario institucionalizado.
Tras la revolución, el proceso de consolidación del poder político se acompañó de la expansión de los mecanismos de política a los que
podía recurrir el gobierno.17 Bajo la presidencia de Cárdenas (1936- 1940), el sector público se amplió aún más con la creación de varias
entidades financieras y de desarrollo. Lo que es más importante, se nacionalizó la industria petrolera y se comenzó a aplicar la reforma
agraria en gran escala. La política fiscal se tornó anticíclica y se incurrió en déficit presupuestarios para impulsar la inversión productiva y
social. El gasto público se reorientó hacia gastos no militares ni administrativos. El sistema de carreteras se amplió en siete veces, llegando a
abarcar 9.900 km en 1940. Además, la flotación transitoria del tipo de cambio se tradujo en una depreciación del peso en valores reales.
El crecimiento de México se reanudó en el bienio 1933-1934, con el vuelco en la conducción de las políticas de gobierno y la
extraordinaria recuperación de la relación de intercambio de la plata y el petróleo (principales exportaciones del país). La primera ronda
nueva de inversiones desde el porfiriato se inició en la industria manufacturera y se centró en nuevas actividades textiles. La industria
manufacturera pasó a ser el sector más dinámico de la economía.
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16 Véase en Newell y Rubio (1984) una descripción detallada de la creación del PNR y de su papel en la estabilidad política a largo plazo.
17 El Banco de México fue creado en 1925 para hacer frente a la depresión y empezó a operar como Banco Central a comienzos de 1930. Hacia entonces se
había creado el Banco Nacional de Crédito Agrícola, que fue seguido de otros bancos. En 1933, la Secretaría de Presupuesto creó la Entidad Nacional
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3. B. SILVA Herzog, Jesús.


Breve historia de la Revolución Mexicana
2ª Ed., Edit. Fondo de Cultura Económica,
México, 1973,
Págs. 7-39.
CAPITULO 1
La propiedad territorial en México hasta 1855. Las leyes de desamortización y nacionalización de las propiedades rústicas y urbanas del Clero. En el
Congreso Extraordinario Constituyente de 1856-1857, los diputados Ponciano Arriaga e Ignacio Vallarta se pronuncian en contra de los grandes
hacendados. Lo que Justo Sierra opinaba sobre el problema de la tierra. La colonización por extranjeros y la obra nefasta de las compañías deslindadoras.
La requisitoria de Wistano Luís Orozco contra esas compañías. El censo de 1910. Un folleto de Toribio Esquivel Obregón. El Gobierno de Díaz entrega
tierras a extranjeros en la frontera norte del país
A LA DISTANCIA de sesenta y un años de haberse iniciado la Revolución Mexicana, con la claridad que da el tiempo, puede
asegurarse que la causa fundamental de ese gran movimiento social que transformó la organización del país en todos o casi todos sus
variados aspectos, fue la existencia de enormes haciendas en poder de unas cuantas personas de mentalidad conservadora o reaccionaria.
Por esta razón, hemos juzgado necesario comenzar esta breve historia con un esquema de la concentración de la tierra en México.
Desde antes de la conquista existían en México grandes propiedades territoriales: las de los templos, las del rey, las de los nobles y
guerreros. Grandes propiedades para aquellos tiempos y aquella organización: medianas o pequeñas si se las compara con las de épocas
posteriores en las mismas zonas geográficas.
Al terminar la conquista recibieron los conquistadores grandes extensiones territoriales, premio a sus crueles y a la par brillantes
hazañas. Hernán Cortés recibió, junto con el título de Marqués del Valle, veintitrés villas con veinticinco mil vasallos, los españoles que
después vinieron a poblar los nuevos dominios recibieron a su vez dilatadas extensiones de tierras para ser cultivadas con el trabajo del
indio. Por su parte el Clero fue poco a poco adueñándose de numerosas fincas rústicas y urbanas, gracias a las donaciones piadosas y a
otros medios que supo utilizar hábilmente.
De manera que al finalizar la época colonial existían en la Nueva España las enormes propiedades del Clero, el más poderoso
latifundista en tan inmensos territorios. Existían también haciendas productivas de extensión considerable, pertenecientes a españoles y
criollos. Los pueblos indígenas tenían el fundo legal, en el que a cada familla se le daba un pequeño solar para construir su vivienda: los
propios, tierras municipales para aprovechamiento general de los habitantes; las tierras de repartimiento, divididas en parcelas minúsculas
que se entregaban al jefe de familia en usufructo, con la obligación de cultivarlas como en el “calpulalli" entre los aztecas; y finalmente el
ejido, continuación del "altepetlalli" precolonial, instituido por Felipe II en 1573.
El ejido existía en España y se adaptó en México a las necesidades y costumbres de los nuevos vasallos. Consistía y consiste en una
porción de terreno situado en las afueras del poblado, de dimensión variable en consonancia con el número de jefes de familia, puesto que
su objeto era y es todavía, por lo menos teóricamente, proporcionar medios de vida a la comunidad.
Todas las propiedades de los pueblos estaban sujetas a normas jurídicas especiales. No pertenecían a los individuos sino a las
comunidades y no podían ser enajenadas en forma alguna. Había seguramente una relación correcta entre tales normas y el grado
evolutivo del indígena.
Las tierras de los pueblos resultaron en numerosos casos insuficientes para llenar las más elementales necesidades humanas, en
contraste con las inmensas propiedades del Clero y también con las de los españoles y criollos. El historiador Riva Palacio escribió a fines
del siglo pasado sobre tal asunto, en México a través de los siglos, lo siguiente: "Esas bases de división territorial en la agricultura y esa
espantosa desproporción en la propiedad y posesión de las tierras, constituyó la parte débil del cimiento al formarse aquella sociedad, y ha
venido causando grandes y trascendentales trastornos económicos y políticos; primero en la marcha de la colonia y después en la de la
República. El desequilibrio en la propiedad, la desusada grandeza de muchas posesiones rústicas al lado de multitud de pueblos entre
cuyos vecinos se encuentra apenas un solo propietario, ha mantenido, durante más de tres siglos, la sorda agitación que ha hecho tantas
manifestaciones con el carácter de movimientos políticos, pero acusando siempre un malestar social, y fue causa sin duda, en el segundo
siglo de la dominación española, de algunos tumultos, porque la magnitud y el estancamiento de la propiedad alientan y facilitan el
monopolio produciendo la escasez artificial de los efectos de primera necesidad para conseguir por ese medio el alza de precios y la segura
y fácil ganancia". De modo que desde ahora puede decirse que muchos de los males que ha sufrido el país tienen su origen en la desigual e
injusta distribución de la tierra desde los comienzos de la dominación española. Hay siempre una relación directa entre la tierra y el
hombre. A una mejor distribución de la propiedad agraria, corresponde un mayor adelanto social.
Un economista irlandés de origen, Bernardo Ward, que pasó la mayor parte de su Vida en España, que fue consejero de Fernando VI y
ministro de la Real Junta de Comercio y Moneda, decía en su libro titulado Proyecto económico que la medida más importante para resolver
los problemas de América, consistía en dar en propiedad tierras a los indios para que así gozaran de la plena y pacífica posesión de todo el
fruto de su trabajo. Pero las opiniones de Ward, del hombre de ciencia desinteresado, no fueron atendidas por los gobernantes y políticos
españoles, y la realidad se impuso decenios más tarde al desgajarse de España sus vastos y ricos territorios de América. Claro está que de
todos modos no era posible evitar la independencia de los pueblos sojuzgados; mas la lucha hubiera sido distinta si las tierras se hubieran
repartido con inteligencia y equidad creándose así intereses vitales entre un gran número de pobladores. La pequeña propiedad dice un
autor es la espina dorsal de las naciones.
Entre los caudillos de la Independencia no faltaron quienes vieron con claridad la cuestión relativa a la tierra. Morelos pensaba que
debía repartirse con moderación, "porque el beneficio de la agricultura consiste en que muchos se dediquen con separación a beneficiar un
corto terreno que puedan asistir con su trabajo". Pero como la independencia la consumaron los que combatieron a Morelos, los criollos
acaudalados que llegaron a comprender las ventajas económicas y políticas que obtendrían con la separación de España, nada hicieron para
resolver el problema fundamental y de mayor trascendencia para el nuevo Estado. De 1821 a 1855 no se puso en vigor ninguna medida de
significación tendiente a encontrarle solución al serio problema de la tenencia de la tierra. Por supuesto que durante ese tercio de siglo no
faltaron hombres preocupados y patriotas que se dieron cuenta de la mala organización de la propiedad territorial. El doctor Mora fue
siempre adversario de las grandes concentraciones territoriales y siempre se pronunció a favor de la pequeña propiedad. Pensaba que nada
adhiere al individuo con más fuerza y tenacidad a su patria, que la propiedad de un pedazo de tierra; y Mariano Otero, el notable pensador
cuyo pulso dejó de latir prematuramente, decía en 1842: "Son sin duda muchos y numerosos los elementos que constituyen las sociedades;
pero si entre ellos se buscara un principio generador, un hecho que modifique y comprenda a todos los otros y del que salgan como de un
origen común todos los fenómenos sociales que parecen aislados, éste no puede ser otro que la organización de la propiedad." Así, Otero,
por estas y otras de sus ideas cabe ser catalogado entre los que se anticiparon a la interpretación materialista o económica de la historia.
El problema más grave de México en cuanto a la propiedad territorial, desde principios del siglo XVIII hasta mediados del XIX,
consistía en las grandes y numerosas fincas del Clero en aumento año tras año y sin cabal aprovechamiento. Propiedades amortizadas, de
"manos muertas, que sólo en muy raras ocasiones pasaban al dominio de terceras personas; constituían, pues, enormes riquezas estancadas
sin ninguna o casi ninguna circulación. El doctor Mora planteó con erudición, valentía y claridad el tremendo problema en su estudio
presentado a la legislatura de Zacatecas en los comienzos de la cuarta década del siglo pasado. El trabajo de Mora fue visto con disgusto
por las autoridades eclesiásticas, puesto que implicaba amenaza de pérdida de tan cuantiosos bienes, probablemente necesarios para
dominar en la conciencia de los fieles. Las opiniones del distinguido polígrafo, y de otros mexicanos progresistas, se abrieron camino
lentamente, se filtraron en el ánimo de los ciudadanos más alertas, hasta transformarse en firme convicción de que el país no podría
avanzar y constituirse definitivamente como nación, si no se desamortizaban las propiedades del Clero.
Por fin, el 25 de junio de 1856 se promulgó la Ley de Desamortización. Sus preceptos y tendencias fundamentales pueden resumirse de
la manera siguiente:
1°. Prohibición de que las corporaciones religiosas y civiles poseyeran bienes raíces, con excepción ─ tratándose de las del Clero ─ de
aquellos indispensables al desempeño de sus funciones.
2°. Las propiedades del Clero debían adjudicarse a los arrendatarios calculando su valor por la renta al 6% anual.
3°. En el caso de que los arrendatarios se negaran a adquirir tales inmuebles, éstos quedarían sujetos a denuncio, recibiendo el denunciante
la octava parte del valor.
4° El Clero podía emplear el producto de la venta de sus fincas rústicas y urbanas en acciones de empresas industriales o agrícolas.
Como lo habrá advertido el lector, la Ley no trataba de despojar al Clero de su cuantiosa riqueza sino sólo de ponerla en movimiento
para fomentar la economía nacional. Sin embargo, el Clero estuvo inconforme y amenazó con la excomunión a quienes se atrevieran a
adquirir sus bienes raíces por cualquiera de los dos procedimientos que la ley señalaba. Además, tal vez por no confiar demasiado en la
eficacia de la excomunión, provocó las guerras más sangrientas que registran las páginas de la historia mexicana, y tan largas como las de
la Independencia, puesto que duraron también once años, de 1856 a 1867. Terminaron con la prisión y fusilamiento de Maximiliano y el
triunfo de los ejércitos liberales.
Pío IX estimuló la intransigencia del Clero mexicano, lo mismo que la de todos los fieles, ordenándoles desobedecer no sólo la Ley de
25 de junio, sino también la Constitución de 1857, condenándolas, reprobándolas y declarándolas ilícitas y de ningún valor. Sin los
anatemas del Papa, cargados de odio anticristiano, quizás no hubiera estallado la guerra de tres años y no hubiera sido tal y como fue, por
lo menos en parte, la historia de México de aquel periodo sangriento y cruel.
Por otra parte, los resultados de la Ley de Desamortización no coincidieron con los propósitos del legislador. Los arrendatarios, en su
mayor parte de escasa cultura y de más escasos recursos, no se adjudicaron las fincas del Clero. En cambio, no faltaron denunciantes,
propietarios de extensos terrenos que agrandaron sus ya vastos dominios con los bienes de "manos muertas". Mientras tanto, la Iglesia de
Cristo utilizaba el dinero producto de tales ventas para intensificar la lucha en contra del Gobierno de la República, para que fuese más
incómoda y sangrienta la guerra entre hermanos. Había que defender sobre todas las cosas los bienes temporales.
La Constitución de 1857, de corte liberal, ratificó los principios de la ley de Desamortización. Los que participaron en las discusiones y
redacción de la Carta Fundamental de la República conocían bien el serio problema de la distribución de la tierra, la situación de miseria de
los campesinos y la conducta orgullosa y el inmenso poder de los grandes terratenientes. Ponciano Arriaga decía que en el aspecto material
la sociedad mexicana no había adelantado, puesto que la tierra continuaba en pocas manos, los capitales acumulados y la circulación
estancada. Decía también que en su concepto los miserables sirvientes del campo, especialmente los indios, se hallaban enajenados por toda
su vida, porque el amo les regulaba el salario, les daba el alimento y el vestido que quería y al precio que deseaba, so pena de encarcelarlos,
atormentarlos e infamarlos si no se sometían a su voluntad; y en otro momento de su disertación en la tribuna del Constituyente, agregaba
que el fruto del trabajo no pertenecía al trabajador, sino a los señores.
En las mismas sesiones del memorable Congreso, el jurista Vallarta opinaba que el propietario cometía abusos al disminuir la tasa del
salario; al pagar con signos convencionales que no habían sido creados por la ley; al obligar al jornalero a un trabajo forzado por deudas
anteriores y al vejarlo con tareas humillantes. Agregaba que la Constitución democrática que se estaba discutiendo sería una mentira; más
todavía, un sarcasmo, si no se garantizaban los derechos de los pobres; si no se les aseguraba protección contra esos numerosos e
improvisados señores feudales, dignos de haber vivido bajo un Felipe II o un Carlos IX.
La guerra civil continuó más encarnizada que nunca después de haberse promulgado la nueva Constitución; lucha sin tregua, lucha a
muerte entre conservadores y liberales. Aquéllos contaban con la ayuda moral y financiera del Clero, de buena parte de los soldados de
carrera, de los hacendados, de la inmensa mayoría de los ricos; éstos, los liberales, se apoyaban en una minoría de hombres cultos,
progresistas y amantes de su patria, y en numerosos grupos representativos de la clase económicamente más débil de la sociedad. Los unos
trataban a toda costa de que no hubiera cambios sustanciales en el país; los otros luchaban exactamente por lo contrario; querían que la
nación se transformara marchando hacia adelante, querían constituir un México distinto y mejor, un México nuevo cimentado en principios
de justicia y de libertad.
El Clero utilizaba para fomentar la guerra los recursos que obtenía de la venta de sus bienes raíces en lugar de invertirlos en acciones
de empresas agrícolas e industriales como indicaba la Ley de 25 de junio. Entonces el Gobierno liberal de Benito Juárez, obligado por las
circunstancias, expidió la ley de Nacionalización de los Bienes de la Iglesia, el 12 de julio de 1859. En consecuencia, desde esa fecha el
producto de los inmuebles de "manos muertas" debía ser entregado a las oficinas recaudadoras del Gobierno. No era posible ni razonable
continuar permitiendo que el adversario, el Clero en abierta rebelión, empleara el dinero proveniente de los efectos de una ley para
combatir a la autoridad legítima que la había expedido.
Lo peor de todo consistió, al fin de cuentas, en que los resultados de las leyes referidas fueron contrarios a los propósitos de sus
autores, quienes pensaron que al desamortizar las propiedades eclesiásticas se creaba la pequeña propiedad y se estimularía el desarrollo
agrícola e industrial de la República. Por desgracia no fue así; lo que sucedió puede resumirse en la forma siguiente:
1°. Las propiedades rústicas y urbanas del Clero fueron efectivamente nacionalizadas.
2° Las propiedades no fueron a dar a manos de los arrendatarios, sino a las de los denunciantes, en su mayor parte ricos propietarios
territoriales, que de esa manera agrandaron sus ranchos y haciendas.
3° Las tierras comunales y los ejidos fueron en buen número de casos fraccionados, entregando las parcelas a los indígenas en plena
propiedad; pero como éstos no estaban preparados por su grado evolutivo para ser propietarios, bien pronto vendieron sus predios a vil
precio a los ricos hacendados vecinos.
En resumen, se fortaleció el latifundismo en México y en consecuencia se llevó al cabo una mayor concentración de la propiedad
territorial.
En 1875 se expidió una ley de colonización, la cual fue ampliada en 1883. Los gobernantes insistían en pensar en aquellos años que
nada seria mejor para el progreso de la agricultura que traer colonos extranjeros a trabajar la tierra, con nuevos y más adelantados métodos
de cultivo. Soñaban todavía en las fabulosas riquezas del país descritas por Humboldt; creían en la existencia de dilatados territorios de
fértiles tierras que sólo esperaban el esfuerzo del hombre para prodigar sus frutos. Lo que ocurría era que por andar empeñados en guerras
intestinas y haber sufrido agresiones de dos potencias extranjeras, Estados Unidos y Francia, la inmensa mayoría de los mexicanos no habla
tenido tiempo de estudiar y conocer nuestra realidad. En las zonas templadas y salubres, tierras de temporal empobrecidas por un mismo
cultivo durante siglos y sujetas a la irregularidad de las lluvias y a las heladas tempranas o tardías; en las zonas cálidas, fértiles terrenos y
selvas primitivas y lluviosas donde la fiebre amarilla y el paludismo acechaban al hombre; y sólo aquí y allá, en distintas regiones, manchas
de tierra fecunda que daban al agricultor altos rendimientos. Esas eran, en términos generales, las condiciones agrícolas de México al
expedirse las leyes de colonización.
Justo Sierra, excepción que confirma la regla, sí conocía su país, pues en un artículo en El Federalista el 4 de enero de 1876, a propósito
de la colonización escribió:
"¿Quién fue el primero, cuál fue la serpiente que tentó a nuestra pobre patria, a esta Eva indiana perdida en las sombras salvajes de su
paraíso, diciéndole: eres rica? De ahí vienen todos nuestros pecados, porque eso era una mentira infame, porque somos pobres y sólo a
nuestros esfuerzos, a nuestra pena, al sudor que corra de nuestra frente, deberemos un día la riqueza.
"Y la colonización, ¿cómo puede ser una realidad? De un modo solo. Dando tierras al colono. Y el Gobierno, la nación ¿no tiene
baldíos? ¿Qué hacer? Decretar la desamortización que aún falta; la expropiación por causa de utilidad pública.
"Ni hay otra solución, ni otro remedio.
"Expropiación sin indemnización previa, sino posterior; es decir, suspensión de los efectos del artículo 27 de la Constitución.
"Si hay quien se atreva a iniciar esto el año que hoy comienza, esta fecha, 1876, será después de esta otra, 1810, la más grande de todas:
si la última marca del nacimiento del pueblo mexicano, la primera señalará la época en que tornamos la toga viril, en que el pueblo
mexicano se hizo hombre".
Precisa reconocer que el ilustre maestro campechano se adelantó a su tiempo, en el artículo del cual se transcribieron los anteriores
fragmentos.
Los gobernantes no pensaron que al venir colonos franceses, españoles, italianos o alemanes con un nivel de vida muy superior al del
peón mexicano, se hubieran transformado de trabajadores agrícolas en simples usufructuarios del trabajo barato y en nuevos amos del
campesinado aborigen.
Sea de ello lo que fuere, lo cierto es que como resultado de las leyes de colonización, se organizaron en el país varias compañías
denominadas deslindadoras. Estas compañías debían deslindar las tierras baldías y traer colonos extranjeros para que las trabajaran; y
como compensación por los gastos que hicieran para conseguir esos propósitos, se les adjudicaría la tercera parte de las tierras deslindadas.
De 1881 a 1889, las compañías de que se trata deslindaron 32, 200, 000 hectáreas. De esta cantidad se les adjudicaron de conformidad
con la ley, es decir, sin pago alguno, 12, 700, 000 hectáreas; y se les vendieron a vil precio 14, 800, 000 hectáreas más. Total: 27, 500, 000
hectáreas, o sea, algo más del 13 % de la superficie total de la República. Por lo tanto, solamente quedaron 4, 700, 000 hectáreas a favor de la
nación. Empero, lo más impresionante estriba en señalar el hecho de que esas compañías hasta el año de 1889 estaban formadas
únicamente por veintinueve personas, todas ellas acaudaladas y de gran valimiento en las altas esferas oficiales.
Todavía de 1890 a 1906, año en que fueron disueltas las compañías, deslindaron 16, 800, 000 hectáreas, quedándose con la mayor parte
de las tierras los socios de tan lucrativo negocio, cuyo número había ascendido a cincuenta en los comienzos de este siglo. Por el camino de
los deslindes, uno de los socios adquirió en Chihuahua 7, 000, 000 de hectáreas; otro, en Oaxaca, 2, 000, 000; dos socios en Durango, 2, 000,
000, y cuatro en Baja California, 11, 500, 000. De manera que ocho individuos se hicieron propietarios de 22, 500, 000 hectáreas, hecho sin
precedente en la historia de la propiedad territorial en el mundo.
La acción de las compañías deslindadoras, junto con las leyes sobre baldíos de 1863, 1894 y 1902, agravaron aún más el problema de la
distribución de la tierra. José Maria Vigil reconocía en México a través de los siglos, precisamente en 1889, la gravedad del problema, según
él debido a la manera como se habla constituido la propiedad territorial en México, a las condiciones en que se hallaban propietarios y
jornaleros, a los odios profundos que dividían a unos de otros y a los interminables litigios de terrenos entre los pueblos y los hacendados.
Añadía que tales antagonismos tomaban en tiempo de revolución proporciones formidables y explicaban por sí solos la agitación y los
crímenes que solían cometerse.
Claro está que no había en México la asombrosa cantidad de terrenos baldíos que deslindarán para adueñarse de ellos las compañías
deslindadoras: 49, 000, 000 de hectáreas, la cuarta parte de todo el territorio mexicano. Cometieron toda clase de arbitrariedades y despojos,
en particular tratándose de pequeños propietarios y de pueblos de indígenas que no poseían títulos perfectos a juicio de los influyentes
covachuelistas al servicio de las compañías; tierras heredadas de padres a hijos desde la época colonial fecundadas con el sudor de varias
generaciones. Los tribunales, por supuesto, fallaban siempre a favor de los poderosos.
Wistano Luís Orozco, en su obra Legislación y jurisprudencia sobre terrenos baldíos, publicada en 1895, escribió la relación con las
compañías deslindadoras y los daños tremendos que causaron en toda la República, lo siguiente:
“…un hecho ampliamente comprobado es, que siempre que una compañía deslindadora ha emprendido trabajos de habilitación de
baldíos en un Estado, el valor de la propiedad agraria ha descendido allí rápidamente.
"Tocar este punto es tocar en su esencia la cuestión que nos hemos propuesto abordar en este capítulo.
"Esta turbación de los ánimos entre los poseedores de la tierra, este descenso de precios en el valor de ella, no ha causado males graves
a los grandes propietarios, que casi siempre ejercen tutelas ignominiosas sobre los encargados del poder público. A ellos les ha sido
siempre fácil lograr un avenimiento con el Gobierno; y por los más viles precios reafirmar, no sólo posesiones de buena fe, sino también las
crueles usurpaciones que han hecho a sus débiles vecinos,
"Pero todas estas cosas traen grandes aflicciones y grandes pérdidas para los dueños de la pequeña propiedad.
"El pequeño propietario, acostumbrado a conocer al Gobierno por el hacha del Receptor de Rentas y por el garrote del gendarme, se
alarma desde el momento en que oye hablar de cosas oficiales. Además, su natural instinto le hace temer que mediante el manejo de una
composición, le arrebate el opulento hacendado su vecino hasta la última esperanza de recuperar las tierras que dicho hacendado le tiene
invadidas. Al mismo tiempo concibe esperanzas de recobrar esas tierras, ayudado por las compañías deslindadoras, que él juzga
íntimamente ligadas con el Gobierno Supremo. Y trastornada su juicio por estos justos temores y estas vanas esperanzas, acude presuroso a
verificar un arreglo con los deslindadores de baldíos.
"Para verificar este arreglo, saca dinero a intereses altísimos, malbarata los animales de labranza, cercena el pan de sus hijos... se
precipita, en fin, en la ruina más desastrosa.
"Esta debilidad es la que han explotado las compañías deslindadoras. Y así, cuando se nos ha dicho que el ministro de Fomento ha
deslindado 30, 000, 000 de hectáreas de tierras nacionales, debernos tener presentes dos cosas importantes: la primera, que esos deslindes
no han servido para desmoronar ni en pequeña parte las grandes acumulaciones de propiedad territorial existentes en nuestro país: la
hidra infernal de ese feudalismo oscura y soberbio permanece en pie con sus siete cabezas incólumes. La segunda cosa que debemos tener
presente es que tras de esos treinta millones de hectáreas han corrido muchos más millones de lágrimas: pues no son los poderosos, no son
los grandes hacendados quienes han visto caer de sus manos esos millones de hectáreas, sino los miserables, los ignorantes, los débiles... los
que no pueden llamar compadre a un juez de Distrito, a un gobernador ni a un ministro de Estado.
"De aquí un trastorno completo en el propósito de las leyes y en los ideales de la democracia; pues mientras el fin supremo de las leyes
de baldíos y de colonización es alargar el beneficio de la propiedad agraria a los que carecen de ella, en nombre de esas mismas leyes se
arroja de sus posesiones a los pobres campesinos, o se les obliga a rescatarlas mediante dolorosos sacrificios.
"De esta manera, cosas buenas, honestas y justas en la teoría legal o científica, vienen a ser profundamente malas, odiosas y antisociales
en las realidades descarnadas de la vida."
No fue posible resistir la tentación de insertar los párrafos anteriores, porque en ellos se ofrece la opinión de un abogado distinguido
que conoció mejor que nadie la acción nociva de las compañías deslindadoras. Wistano Luís Orozco defendió a muchos pueblos indígenas
de la codicia del terrateniente y de la parcialidad de los tribunales, luchando siempre con singular valentía y honradez acrisolada. Su libro
tiene, además del mérito erudito, el valor de documento histórico. Orozco fue el primero que en un estudio amplísimo y profundo señaló la
llaga que corroía al régimen porfirista.
Según el Censo de Población de 1910, había en el país 840 hacendados, 411,096 personas clasificadas como agricultores y 3, 096, 827
jornaleros del campo. La población total de México ascendía a 15, 160, 369 habitantes. La cifra relativa a jornaleros del campo no puede
servir para calcular con exactitud matemática el número de familias campesinas, porque en algunas de ellas trabajaban y trabajan el padre
y los hijos mayores, clasificados todos como jornaleros; pero si es útil para estimar el número de individuos que dependían del salario rural
y que cabe estimar en 12, 000, 000, o sea, aproximadamente el 80% de la población. Este dato que es bueno tener presente se aprovechará
más tarde en muy importantes consideraciones.
En cuanto a las personas englobadas bajo el rubro de agricultores, 411, 096, no es posible saber con exactitud quiénes fueron así
clasificados: mas puede pensarse con apoyo en nuestro conocimiento directo del país al finalizar la primera década del siglo, que
comprendió también a propietarios de haciendas, a dueños de ranchos y de huertas dentro de las poblaciones o cercanas a ellas; a
administradores, mayordomos, caporales y monteros de las haciendas, empleados de confianza de las mismas y sobre todo a medieros o
aparceros que cultivaban un pedazo de la tierra del amo poniendo los animales de labranza, la semilla y su trabajo personal; en fin, a todos
aquellos que vivían del campo y que formaban parte de una categoría superior, o apenas ligeramente superior a la del peón.
Los 840 hacendados, sin dejar lugar a duda, si estaban clara y perfectamente clasificados por el censo. Eran los dueños de la mayor
parte del territorio nacional. Uno de ellos, el general Terrazas, poseía en el norte millones de hectáreas, seguramente el propietario
individual de más extensas tierras en cualquier país y en todos los tiempos. Por eso, cuando alguien preguntaba si Terrazas era de
Chihuahua, la respuesta era: "no, Chihuahua es de Te-trazas”.
Para que una persona se considerara a si misma acreedora al título de hacendado, debía poseer una finca de cientos de kilómetros
cuadrados; si no, era apenas un ranchero más o menos pobre o más o menos acomodado.
De acuerdo con la costumbre mexicana, una propiedad de 1,000 o 2,000 hectáreas se llamaba rancho, dejando la designación de hacienda
para extensiones mucho mayores. Es obvio que tal apreciación no era rígida e invariable en todo el territorio de la nación; dependía de las
condiciones del terreno y de las características climáticas.
Se puede tener idea de la extensión de las haciendas mexicanas por los datos tomados por González Roa del Registro Público de la
Propiedad, datos que consigna en su libro El aspecto agrario de la Revolución Mexicana, y que aquí se presentan en el cuadro siguiente:
Estado Nombre de la finca Extensión de has.
Chihuahua La Santísima 118,878
Lagunita de Dosal 158,123
San José Babicora 63,201
Bachimba 50,000
Coahuila Los Jardines 49,861
Santa Teresa 60,899
San Gregorio 69,346
Santa Margarita 81,185
San Blas 395,767
México La Gavia 132,620
Michoacán San Antonio de las Huertas 58,481
Sonora Cocospera 51,528
Tamaulipas El Sacramento 41,825
Zacatecas Mal Paso 63,786
San José del Maguey 69,087
Quince haciendas arrojaban un total de 1, 464, 612 hectáreas o sea, un promedio de algo menos de 100,000 hectáreas por hacienda. Además,
hay que citar la hacienda de La Angostura en el Estado de San Luís Potosí, dentro de cuyos linderos se levantaban dos estaciones del
ferrocarril a Tampico San Baroto y Las Tablas. Para ir de la finca principal a una de las estancias de la misma hacienda, por ejemplo a El
Granjenal, era menester caminar a caballo alrededor de 20 kilómetros, y habla otras estancias aún más lejanas las unas de las otras dentro
de aquella propiedad.
Había haciendas que pertenecían a dos o tres hermanos o a toda una familia, pero hubo algunos terratenientes dueños de más de una
hacienda, de tres y aun de cinco; hombres que gozaban de un inmenso poder, porque además solían ser propietarios de fincas urbanas,
accionistas de empresas mineras y de los bancos de la localidad.
La gran hacienda nunca fue cultivada con la finalidad de obtener el mayor rendimiento. En ella no hubo, seguramente, muchas
oportunidades para observar la ley del rendimiento decreciente en la agricultura, porque en la inmensa mayoría de los casos los métodos
de explotación no diferían de los de la época colonial: cultivo extensivo y con la misma semilla año tras año; arados egipcios; lentas yuntas
de bueyes y trabajo barato de peones y aparceros. Por supuesto que no faltaron algunos hacendados progresistas que procuraron
modernizar la explotación de sus fincas, de conformidad con los adelantos de la técnica agrícola; más no fueren numerosos estos casos.
Pero aun dentro del sistema de cultivo extensivo, nunca pudo el hacendado mexicano aprovechar toda la tierra cultivable en su
propiedad, ya fuese con ganado mayor o menor o con siembras de escaso rendimiento como el maíz. Nunca tuvo a la mano el capital
necesario, ni tampoco la voluntad que nace del amor a la tierra y al oficio. El hacendado mexicano de fines del siglo pasado y de principios
del XX no era efectivamente agricultor, no era hombre de campo sino señorita de ciudad. Lo único que le importaba consistía en que el
administrador de la finca le entregara periódicamente el dinero necesario para vivir con holgura en la capital de la provincia, en la ciudad
de México, en Madrid o en París, según gustos personales y medios económicos. A la hacienda sólo iba de tarde en tarde, por una o dos
semanas acompañado de amigos y familiares, en plan de fiesta.
Sin embargo, cabe hacer notar que algunas haciendas del centro del país ─ esto nos consta personalmente ─ producían para el
mercado y en consecuencia no sólo para llenar las necesidades de sus trabajadores, peones, caporales, mayordomos y otros empleados de
confianza.
Por otra parte la construcción de ferrocarriles elevó la renta de la tierra y el valor de las fincas rústicas próximas a las nuevas vías de
comunicación. Además, se registró durante los largos años del gobierno del general Díaz, por las razones que se explicarán posteriormente,
un aumento constante en los precios de los productos agrícolas, sin precedente en la historia económica de México. Todo lo anterior, unido
a los bajos impuestos que pagaban los grandes propietarios y al hecho de que los jornales permanecieron sin elevarse, favoreció a los
poderosos y rutinarios hacendados, en sus ingresos personales, pero no favoreció en manera alguna al progreso agrícola del país. El
hacendado absentista, mientras más dinero recibía de su administrador o de sus administradores, más gastaba en su vida de lujo y de
despilfarros. No fue siquiera capaz de producir los artículos necesarios a la frugal alimentación del pueblo, puesto que según datos
estadísticos oficiales, de 1903-1904 a 1911-1912, importamos maíz por valor de 27 000, 000 de pesos y 94, 000, 000 de otros granos
alimenticios.
No hay que olvidar que la población de la República en aquellos años significaba menos de la tercera parte de la que puede estimarse
para 1971, ni tampoco que el poder de compra del peso mexicano en muchas veces mayor que en la actualidad.
El latifundio ha sido siempre y en todas partes negación de progreso, llaga social y explotación de millones de parias por unos cuantos
privilegiados.
Los grandes hacendados de México utilizaron su influencia para defraudar al fisco federal y a los fiscos locales; siempre pagaban
menores impuestos de los que debían pagar. Andrés Molina Enríquez consigna, a manera de ejemplo, datos concretos relativos a tres
haciendas del Estado de México: La Gavia, con un valor real de seis millones de pesos, estaba valuada para fines fiscales en $362 695.00; San
Nicolás Peralta pagaba por $417 790.00 y valía dos millones, y por último, Arroyo Zarco, con valor efectivo de millón y medio, sólo
contribuía a los gastos públicos con base en un avalúo de $378 891.00. En cambio, a los pequeños propietarios, que no tenían amigos en las
esferas gubernamentales, se les aplicaba todo el rigor de las leyes impositivas. Y ésta era en los comienzos del siglo la situación en todo el
campo mexicano.
Toribio Esquivel Obregón publicó en el año de 1912 un folleto con el título de El problema agrario en México. En aquel entonces aún no
había cometido el autor de tan interesante trabajo el grave error de formar parte del gabinete de Victoriano Huerta y se le consideraba en
los círculos políticos como un hombre progresista y moderno. En una parte del folleto, Esquivel Obregón escribió:
"En México pasa todo lo contrario. Los grandes terratenientes siempre han tenido acción decisiva. Todas las revoluciones que hasta
hoy ha habido, se han hecho invocando el bien del pueblo, pero la clase privilegiada, merced a su gran facultad de adaptación, la hecho que
no sólo esas revoluciones, sino todas las leyes que en su contra se han dado, se vuelvan a su favor y hagan que al día siguiente su fuerza sea
mayor que la víspera de cada uno de esos movimientos sociales.
"Desde antes de la conquista de México, los individuos que pertenecían a la clase que había de ser dominadora aquí, quisieron sujetar a los
indios a esclavitud en las Antillas, que fueron las primeras tierras que ocuparon en el Nuevo Mundo, y como la reina Isabel se opusiera
enérgicamente, ellos, aparentando acatar el religioso mandato de su soberana, invocaron la necesidad que tenía el indio de conocer las
verdades evangélicas, para lograr que se les encomendara enseñar esa doctrina y can el carácter de encomenderos lograron tener esclavos
con más la ventaja de no tener que alimentarlos. Vino la revolución de Independencia y combatieron contra ella; pero a poco
comprendieron que les convenía hacerla para no tener ni patronato ni responsabilidad ante el rey, y ayudaron a la Independencia, y al
consumarla quedaron en la tierra como moros sin señor, mejor todavía que antes, y en lugar del monopolio que reduce el comercio,
implantaron la protección a título patriótico aumentando sus utilidades. Después combatieron la Revolución de Ayutla y la Reforma; pero
se adjudicaron las fincas nacionalizadas y mediante una pequeña composición quedaron más ricos que antes y sin perder nada ante Dios la
intervención francesa pudo haberlos perjudicado muy seriamente, y mientras Juárez y Lerdo estuvieron en el poder, las facultades de
adaptación de poco les sir-vieron; pero el general Díaz realizó todos sus ideales cimentando su prosperidad en dos puntos de apoyo; la ley
de baldíos y la política de conciliación: una hacía crecer las propiedades; la otra daba la irresponsabilidad. Aquello pareció ser la época más
feliz; las gran des haciendas del tiempo de la Reforma nada fueron en comparación de las nuevas; pero el pueblo despojado y hambriento
se levantó siguiendo al primero que le habló de reivindicaciones, y cuando triunfó la revolución hecha al grito de "abajo los latifundios” el
terrateniente, que ve muy lejano el porvenir de aquellas tierras que adquirió durante la administración pasada, que ve cada día más difícil
que en México prospere el antiguo sistema de explotación de esas fincas, se hace también revolucionario, grita también "abajo los
latifundios" y dice al Gobierno aquí tengo una de esas grandes fincas, cómpramela; me costó, si acaso, a cien pesos el sitio te lo vendo a
doscientos pesos hectárea. Jugué a la encomienda católica contra la esclavitud pagana y gané un poco; jugué a la Independencia y al
proteccionismo patriótico contra la sujeción a la metrópoli española y al antieconómico monopolio y gané algo más; jugué después a la
adjudicación de bienes de manos muertas en forma ajustada a los preceptos de la Iglesia y aumenté más mi fortuna; jugué luego a
introducir la civilización agraria arrojando a los Indios rutineros y testarudos en todo el país y aproveché tan bien la fuerza gubernamental
que aquí me tienes encomendero de la tierra y dueño de ella; pero como los trabajadores han emigrado en busca de alimento a causa de mi
labor civilizadora y como los otros que quedaban se han levantado contra mi, me decido a ganar el ciento por uno en bien de la patria,
para, en lugar de ser un hacendado en situación dudosa, convertirme en multimillonario e ir a codearme con mis congéneres en WaIl
Street."
El párrafo transcrito pinta admirablemente al personaje negativo que fue en nuestra historia el gran hacendado. Formó con el militar y
el cura algo así como un triunvirato diabólico, causa principal de las desgracias del pueblo mexicano. Hubo tres palabras trágicas en la
historia de México hasta reciente fecha: hacienda, sacristía y cuartel.
Por otro lado la crítica más severa que puede hacerse a la política agraria del régimen porfirista estriba en la entrega de considerables
extensiones territoriales a individuos y empresas extranjeras en la frontera norte de la nación, poniendo así en peligro la integridad del
territorio.
Sabido es que muchas y muy serias dificultades entre los gobiernos de México y de los Estados Unidos tuvieron su origen en las
reclamaciones agrarias del Departamento de Estado, por la expropiación de tierras que fue menester llevar al cabo en cumplimiento de las
promesas de la Revolución. Entre las referidas entregas de inmensos terrenos, señalemos los casos siguientes: a la Compañía Richardson,
222,000 Has., en la región meridional del río Yaqui, y otra parte en el norte hasta completar 300,000; a la Colorado River Land Co., 325,364
Has. en el distrito Norte de la Baja California: a The palomas Land Co., en Chihuahua, 776938 Has.; a L. Bocker, 35000; a E. P. Fuller,
230000; a H. G. Harret, 105702; a The Chihuahua Timber Lanil Co., 125000; y como otra muestra de tan graves errores, todos los mexicanos
recordarnos que en el mes de agosto de 1958 fue expropiado el latifundio Greene, el cual tenía una extensión de poco más de 260000
hectáreas.
En resumen, la política agraria del porfirismo fue contraria al interés de la República; fue una política equivocada y la causa principal
de la revolución. El mestizo y el indio esperaron silenciosos la hora del desquite y llegado el momento propicio, rifle en mano se arrojaron a
la lucha reivindicadora.
CAPITULO II
Descripción de las haciendas mexicanas de principios del siglo XX. Los precios del maíz, fríjol, trigo y arroz en 1792, 1892 y 1908. El alza de los precios
de los artículos de primera necesidad y la baja del salario real. El sistema monetario bimetalista y la constante devaluación de nuestra moneda durante el
gobierno del general Díaz. La Ley de bronce de Lassalle. Aspectos de la vida de una ciudad de 70 mil habitantes en el segundo lustro de este siglo. La
penetración del capital extranjero. La prohibición de las huelgas por el gobierno porfirista. Las huelgas de Cananea y de Río Blanco.
EL CASCO de la gran hacienda, o sea lo que podemos llamar el centro de la propiedad rústica, estaba rodeado por altos y sólidos
muros protectores. Esto en cuanto a las viejas fincas coloniales o construidas en el siglo XIX durante el largo periodo de revoluciones y
anarquía. Las nuevas grandes haciendas, organizadas al amparo de la paz porfiriana, ya no necesitaron de esos altos muros que daban a las
antiguas haciendas la apariencia de fortalezas medievales; pero todas las grandes haciendas de principios del siglo tenían por regla general
los mismos edificios e igual o muy semejante organización.
El casco de la finca se componía de la gran casona del propietario. la casa del administrador, la casa o Casas de los empleados, las
oficinas o el escritorio como generalmente se llamaba, la tienda de raya, la iglesia y la cárcel. Además, las trojes, los establos y la huerta. En
la casona del propietario se podía disfrutar de todas o casi todas las comodidades de la vida moderna: luz eléctrica, baños de agua tibia,
salón de billar, salas espaciosas, el enorme comedor y numerosas recámaras; todo amueblado con lujo, a veces con demasiado lujo y mal
gusto. En algunas fincas no faltaba frente al edificio principal el jardín cultivado con esmero por manos expertas, con sus árboles frondosos
y variadas plantas ornamentales
La casa del administrador no carecía de todo lo necesario para una familia de la clase media acomodada. Las demás Casas del personal
de confianza estaban en relación con la categoría administrativa y social de los ocupantes.
La tienda de raya desempeñaba un papel importantísimo en aquella organización, allí se vendía al peón y a su familia la manta, el
percal, el jabón, el maíz, el fríjol, el aguardiente, y por supuesto otras mercancías a precios generalmente más altos que los del mercado y no
siempre de buena calidad. El jornal se pagaba con mercancías y sólo cuando sobraba un poco solía completarse con moneda de curso legal.
En la tienda de raya se llevaba al peón cuenta minuciosa de sus deudas, las cuales pasaban de padres a hijos y jamás podían extinguirse
entre otras causas y razones, porque las necesidades elementales del peón y su familia no podían llenarse con el exiguo jornal. Al
hacendado le convenía tener peones adeudados porque así le era más fácil tenerlos arraigados a la tierra y explotarlos mejor.
Por otra parte, la Iglesia también desempeñaba un papel de indudable significación. Allí estaba el cura para guiar al rebaño por el buen
camino: allí estaba para hablar a los desdichados, a los miserables, a los hambrientos, de la resignación cristiana y de las delicias que les
esperaban en el cielo, al mismo tiempo que de los tormentos del infierno para los desobedientes, para aquellos que no acataran con
humildad las órdenes de los amos. Y si la coerción económica de la tienda de raya y la coerción moral del cura no resultaban suficientes
para mantener en la obediencia al jornalero, entonces allí estaba la cárcel, la cárcel del hacendado y los castigos corporales para someterlo;
allí estaba el inmenso poder del propietario para enviar al rebelde a formar en las filas del ejército de forzados del porfirismo.
En el casco de algunas haciendas había un pequeño cuarto destinado a escuela. Un profesor improvisado y unos treinta o cuarenta
niños. Esa era toda la participación de algunos terratenientes generosos a la educación nacional.
A unos quinientos o mil metros del casco de la hacienda, se levantaban las habitaciones de los peones casuchas de uno o dos cuartos,
comúnmente de uno solo, construidas de adobe, pedazos de tabla o ramas de árbol, según las regiones del país; casuchas sin ventanas y
piso de tierra; cocina, comedor y recámara, todo en una misma habitación de 20 a 30 metros cuadrados. Muebles: el pequeño brasero para
cocinar: el metate y el comal para las tortillas; cazuelas, platos y jarros burdos de barro, y los petates para dormir el peón, la mujer y la
numerosa prole.
A dos, cinco o diez kilómetros, estaban los potreros para los cultivos o el ganado. Las faenas debían comenzar a las seis de la mañana y
concluir a la hora en que se pone el sol.
Todo lo que arriba se dice es en lo general aplicable a las haciendas del centro del país y se apoya en el conocimiento directo del autor.
Luís Enrique Erro, en su libro Los pies descalzos, hace de una hacienda de principios del siglo en el Estado de Morelos, la siguiente
descripción: “Además, aparte de los campos de labranza y monte, el conjunto de los edificios centrales de la hacienda era más o menos de
esta manera. Habla, desde luego, una gran pared alta y gruesa, apuntalada regularmente cada tantos metros por robustos contra-fuertes.
Esta gran pared, de obscura piedra, circundaba un gran recinto toscamente oval. Dentro de este recinto estaban todas las edificaciones de la
hacienda, a cuyo conjunto se llamaba el 'casco'. Fuera de él, el extenso campo de labor y la aglomeración de Casas donde vivían los peones,
a la que se llamaba la cuadrilla.
"En gran contraste con 'el casco', 'la cuadrilla' era miserable, sus casas parecían improvisadas y estaban construidas con los más
increíbles e inadecuados materiales. En medio del conglomerado una fila de cuartos de adobe, sin ventana pero con una abertura destinada
a puerta, vivían los favorecidos. Esta fila de edificaciones había sido construida siglos atrás por los religiosos a quienes perteneció la
hacienda. Cada cuarto, de cuatro por cinco metros, se consideraba como una casa para una familia. Estaban todos numerados y eran hasta
cincuenta y siete. El resto de las Casas de 'la cuadrilla' se aglomeraba alrededor de esta edificación por todos lados. Cada casa era de un
solo cuarto, en el cual dormía, naturalmente en el suelo, toda la familia, y dentro del cual se cocinaba la mayor parte del año. Era una parte
importante del miserable salario. Los peones, sus mujeres y sus niños, estaban llenos de piojos, vestidos de sucios harapos, comidos por las
fiebres.
"Los pisos interiores, al igual que lo que podríamos llamar calles, eran de tierra floja. En tiempo de lluvias las calles eran lodazales.
Terreno y casas de 'la cuadrilla' eran propiedad de la hacienda. Cualquier obra que un peón hiciera en mejora o reparación de la mísera
vivienda, pasaba a ser pro piedad de la hacienda. La cual, por conducto de los empleados, podía dar o quitar esta o aquella casa a este o
aquel peón con entera libertad."
En cuanto al recinto amurallado escribe Erro: “Había allí dentro muchos edificios dispuestos a un lado y al otro de lo que hubiera sido
calle principal y única, pero que por su anchura se denominaba el patio.
"Al lado izquierdo, conforme se entraba, estaban en primer lugar las caballerizas, establos y macheros, llamábase así a las edificaciones
destinadas a albergar, respectivamente, los caballos de silla y tiro de carruajes, las reses de ordeña y las bestias de labor. Seguían después
las trojes donde se almacenaban pasturas, cosechas, aperos de labranza y cuanto hay. Estos edificios construidos en el siglo XVII bajo la
dirección de hábiles religiosos cuya orden había sido propietaria de la finca, eran de lo más bello. Algunos estaban techados con bóveda de
medio cañón, otros tenían magníficos envigados.
"Seguía después la casa de los dependientes, que lo había sido de la comunidad de los religiosos. Luego la del administrador,... y
rodeada de artificiosos jardines, la del dueño. La casa del administrador fue, en el siglo XVII, el priorato desde el cual se administraba la
hacienda.
"Aunque sobria en su estilo, era, como las trojes, magnífico edificio, si bien un poco grande para ser habitado por una sola pareja. El
patio interior con su fuente y su arreglado y anticuado jardín, era hermoso y fresco en aquel caluroso clima.
"La casa del dueño, construida para ser suntuosa, estaba llena de las sandeces y banalidades propias de la arquitectura del siglo XIX.
Estaba amueblada sin escatimar un real; se habla llevado ahí cuanto había y se habían construido todas las habitaciones necesarias para
ello. Ornábase, entre otras cosas, con un saloncito turco que era la quintaesencia del mal gusto, a pesar de que había muebles en él que, a
decir de los tenderos vendedores, habían venido directamente de Constantinopla y del Cairo. En realidad todos eran franceses.
"Aparte de todos estos edificios, estaban el ingenio, la fábrica de alcohol, la tienda de raya, el templo, la casa del párroco, un huerto con
frutales.
"Había muchas otras cosas y muchas otras casas.
"A este recinto se entraba o se salía por dos puertas enormes, cada una con su respectivo portero, que estaba siempre muy bien armado
con pistola y carabina que eran de la hacienda. Los empleos de portero eran sabrosas canonjías, pues el trabajo no era mucho, si bien la
'responsabilidad' era grande. Se escogía para porteros a ciertos peones de comprobada buena conducta y fidelidad. Abríanse las puertas a
hora temprana al amanecer y se cerraban al anochecer también temprano.
“En cada puerta había dos torreones con aspilleras. La barda y las puertas parecían fortificaciones intomables. Fortificaciones lo eran,
aunque cuando el pueblo se sublevó no sirvieron de nada."
De manera que puede decirse que las características señaladas, con ligeras variantes, eran comunes á los grandes latifundios.
Los ochocientos cuarenta hacendados que registra el Censo de 1910 vivían con holgura económica. El administrador les enviaba
periódicamente buenas sumas de dinero, producto de las ventas de maíz, frijól, trigo, o del ganado mayor o menor. La casa del gran
propietario en la capital del Estado o en la de la República, se distinguía por lo espacios, los muebles lujosos, las alfombras de alta lana y la
numerosa servidumbre. El hacendado vivía lo mejor que podía vivirse desde el punto de vista material. Se sentía aristócrata, perteneciente
a una especie zoológica privilegiada y tenía clara conciencia de su grandeza y de su poder. Era altivo, orgulloso y a veces gastador. Gozaba
de la amistad de los altos funcionarios del porfirismo y de la consideración y del respeto de todos. Allí va don fulano, el dueño de tal
hacienda, decían los pobres diablos con un dejo de admiración o envidia cuando lo veían pasar; pero si se acercaba a ellos, se quitaban el
sombrero para saludarlo. El hacendado no era culto ni tenía, por supuesto, ideas generales sobre el mundo, el hombre y el universo. Era
católico por rutina o conveniencia y porfirista convencido por ambas cosas. Había hacendados benévolos y otros que no lo eran; pero todos
explotaban sistemáticamente al infortunado jornalero. Los administradores de las haciendas vivían bien aun cuando sin las grandes
ventajas económicas, sociales y políticas del gran propietario. Estaban ligados a él y tuvieron que correr su misma o parecida suerte. El
personal de confianza: empleados del escritorio, dependientes de la tienda de raya, mayordomos de campo y caporales, formaban parte de
una especie de clase media rural; estaban también ligados al amo y disfrutaban de un mediano pasar. Por regla general, además del sueldo,
que nunca era muy alto, se les daban buenas tierras en aparcería, cuyo cultivo estaba a cargo de peones que ellos pagaban y solían vigilar.
Así, cuando el año era bueno, mejoraban sus ingresos.
El administrador de una gran hacienda recibía un sueldo de ochenta a cien pesos mensuales, además de casa, tierras para cultivar a
medias y otras ventajas menores. Los sueldos del tenedor de libros, mayordomos y otros empleados y dependientes, fluctuaban entre ocho
y quince pesos a la semana, y los caporales y monteros, entre tres y cinco pesos.
El jornal de los peones era de 18 a 20 centavos, más o menos igual nominalmente a lo que se pagaba en la época colonial…
Humboldt nos informa que el salario del jornalero en el primer lustro del siglo XIX era de 25 centavos diarios en las tierras frías y de 30
centavos en la tierra caliente.
El alimento del peón mexicano se compone desde hace siglos principalmente de maíz, frijol y chile. En algunas regiones se agrega a su
dieta café y pulque; y de tarde en tarde, muy de tarde en tarde, come pan y arroz. La carne y la leche han sido y son artículos de lujo para
él.
3. C. COATSWORTH, John
Los orígenes del atraso. Nueve ensayos de
la historia económica de México en los
siglos XVIII y XIX
Edit. Alianza Editorial Mexicana, México,
1990,
Págs. 178-208.
VIII. EL IMPACTO ECONÓMICO DE LOS FERROCARRILES EN UNA ECONOMÍA ATRAS
XIX dependió de dos variables críticas: los ADA
La contribución de los ferrocarriles al crecimiento económico en el siglo ahorros por unidad que hicieron posibles en los costos de
transporte y la cantidad de pasajeros y carga que atrajeron. Los ahorros por unidad dependieron, principalmente, de Las condiciones
geográficas: si había transpone por agua más barato antes de los ferrocarriles o no. Los ahorros por unidad dependieron, en segundo lugar,
del valor del tiempo que los ferrocarriles ahorraban y de la flexibilidad en la selección de rutas que la nueva tecnología hizo posible. Las
cantidades de pasajeros y carga efectivamente transportados dependieron de dos factores interrelacionados: el desarrollo previo de la
economía y su capacidad de respuesta a un transporte más barato.
La mayor parte de los estudios sobre el desarrollo de los ferrocarriles ha encontrado que los ahorros por unidad fueron pequeños
porque las vías fluviales hacían más barata la transportación antes de que los ferrocarriles fueran construidos. 1 Los ahorros derivados de la
mayor velocidad y flexibilidad en la selección de las rutas constituyó la mayor ventaja de los ferrocarriles sobre los ríos y canales en los
Estados Unidos y Gran Bretaña, los dos casos más estudiados. La cantidad de pasajeros y carga transportada fue grande porque en estas
economías había poblaciones sumamente móviles y porque producían una gran cantidad de bienes transportables mucho antes de que se
construyeran los ferrocarriles. Ahorros en los costos unitarios relativamente pequeños enviaron señales a una multitud de individuos y
empresarios antes ociosos.
El caso de México en el Porfiriato (1877-1910), que puede tomarse corno representativo del desarrollo de los ferrocarriles en una
economía atrasada y geográficamente fragmentada, contrasta de una manera notable con la experiencia en las áreas más desarrolladas. Los
ahorros unitarios en el transporte de pasajeros fueron pequeños a pesar de la mayor velocidad y accesibilidad de los ferrocarriles, porque los
bajos salarios hacían del tiempo algo menos valioso. Los mexicanos viajaban en tren, pero no porque fuera más barato que caminar. Sin
embargo, los ahorros unitarios en los fletes fueron enormes. El volumen de bienes transportables producidos no fue muy grande al
principio, pero los empresarios locales y los capitalistas extranjeros respondieron rápidamente al incentivo abierto por los ferrocarriles. La
industria minera moderna y la agricultura de exportación surgieron de manera espectacular. Esto produjo crecimiento económico, pero un
crecimiento económico distinto al que se dio en las naciones industrializadas.
En México, los eslabonamientos hacia adelante se concentraron en el sector exportador, mientras que los eslabonamientos hacia atrás
fueron pocos; los costos derivados del intercambio de divisas necesarias para el financiamiento y la operación del sistema ferroviario eran
muy altos; las consecuencias institucionales positivas fueron pequeñas, y fuerzas sociales retrógradas lograron un nuevo mandato para
gobernar el país. México no se desarrolló, se "subdesarrollo".
En 1837, el gobierno mexicano otorgó su primera concesión para la construcción de ferrocarriles a un empresario privado que ofreció
construir una vía desde el puerto de Veracruz, pasando por las montañas, hasta la ciudad de México. Después de 30 años de guerra civil e
internacional, la primera línea de ferrocarril de importancia fue finalmente inaugurada en 1873. Sin embargo, no fue sino hasta 1880
cuando el gobierno atrajo exitosamente suficiente capital privado para realizar nuevos y más grandes proyectos. En ese año se otorgaron
nuevas concesiones para varias rutas, incluyendo las dos principales líneas que unieron a la ciudad de México con la frontera norte. Dado
que las relaciones diplomáticas de México con Inglaterra, Francia y España permanecieron rotas hasta que México renegoció su deuda
externa a mediados de la década de 1880, la mayor parte del capital privado invertido en el primer auge ferroviario vino de los Estados
Unidos. En la década de 1890 las compañías europeas se unieron a ese auge. El gobierno mexicano proporcionó subsidios que cubrieron

 La versión oráginal fue publicada en el Journal of Economic History, 39:4 (1979),págs. 939-96O.
1 FogeI, Railroads;American Railroads. Melzer, "Some Economic Aspects of Railroad Development in Tzarist Rusia" (tesis de doctorado, Universidad de
Chicago, 1972). Ahorros un tanto mas altos han sido reportadas por John Hurd III, "The Economic Impact of Railways in India, 1853-1947" (trabajo
presentado en el Taller de Historia Económica dc la Universidad de Chicago, febrero dc 1976), pág. 4. La existencia de un transporte por agua barato anterior
a la construcción de los ferrocarriles obviamcnte no impide que los ahorros sc incrementen drásticamente en aquellos lugares en que los ferrocarriles son
construidos en vez de canales o donde sc dejó dc dragar ríos potencialmente navegables Este fue el punto central de la disputa entre Fogel y Fishlow para el
caso de los Estados Unidos. Jeffrey Williamson ha argumentado que ambos autores no han medido en toda su dimersión el impacto de los ferrocarriles en la
economía de algunos patses, al no considerar algunos efectos indirectos (como el impacto en los términos regionales de intercambio y la distribución espacial
de la actividad económica) y al omitir la consideración de posibles es lalbonamientos dinámicos entrc los ferrocarriles y variables como la tasa de formación
de capital. Véase Jeffrcy Williamson, Late Nineteenh-Century American Devolopment…(Cambridge, Cambridge University Press, 1974), cap 9. Colin M White ha
presentado una excelente revisión dcl debate al que añadió referencias de su propio trabajo sobre los ferrocarriles rusos dcl siglo XIX en "The Concept of
Social Savings…en Economic History Review, 2a. serie, 29(1976). Págs. 87-100
 Para el concepto de eslabonamientos (linkages), véase la nota 20 del cap, III (supra).
aproximadamente de un tercio hasta la mitad de los costos de construcción. De 893 kilómetros de vía construidos hacia finales de 1879, el
sistema ferroviario mexicano se expandió a 19205 kilómetros para 1910. 2
En 1910 grandes porciones del país habían quedado fuera del alcance de esta red ferroviaria. En Baja California y la costa sur del
Pacífico nunca se construyeron ferrocarriles, y el sistema ferroviario de la península de Yucatán no se había unido al resto del sistema
nacional. A través del istmo de Tehuantepec, únicamente una línea aislada unió directamente la costa atlántica y la del Pacífico. Por otro
lado, los ferrocarriles en México cubrían un área muchísimo más grande de la que otras redes ferroviarias cubrían en la mayor parte de las
regiones atrasadas del mundo. Aquí no se limitaban, como en el caso de la mayor parte de los países de Centro y Sudamérica, a unir minas
y plantaciones con puerros. Los recursos mineros y agrícolas de México estaban dispersos, por lo que aquí nunca se formó un enclave
exportador físicamente aislado.3
Las compañías privadas, generalmente extranjeras, propietarias de la mayor parte de los ferrocarriles mexicanos, no reportaban altas
ganancias. A diferencia de otras naciones latinoamericanas, el gobierno mexicano se rehusó a garantizar a las compañías privadas
márgenes de ganancia o a contribuir a los costos de operación. Sin embargo, hacia 1902, el gobierno temió una ola de quiebras ferroviarias
que habría revertido la imagen de un país amistoso para las inversiones extranjeras. Al solicitar autorización al Congreso para comprar las
acciones de varias de las líneas mis importantes, el ministro de Hacienda, José Yves Limantour, advirtió sobre este peligro y sobre la
posibilidad de que las Compañías en quiebra pudieran caer en manos de financieros extranjeros de pocos escrúpulos. Para 1908, el
gobierno controlaba o era propietario de alrededor de dos tercios del sistema ferroviario nacional, y había formado una nueva corporación,
los Ferrocarriles Nacionales de México, para unificar el manejo y la operación del sistema. 4
El desarrollo ferroviario mexicano alcanzó su punto máximo en 1910. La caída de la dictadura de Díaz en 1911 y la revuelta
revolucionaria que le siguió pusieron fin a la construcción de ferrocarriles y causaron considerable daño a las vías, puentes y maquinaria en
general. Para el momento en que la economía empezó a recuperarse en la década de 1920, el sistema ferroviario había caído en el descuido
y enfrentaba la competencia de los camiones de carga y de pasajeros.
Para medir el impacto de los ferrocarriles en la economía mexicana este capítulo comienza por estimar los ahorros sociales que
produjeron. En las siguientes dos secciones se presenta una estimación del límite superior de los ahorros sociales en el transporte de
pasajeros y Una estimación del límite inferior en el ahorro social en los fletes para 1910. Las secciones tercera y cuarta consideran un
conjunto de efectos económicos no reflejados en las estimaciones de ahorro social. La quinta sección considera algunas consecuencias
institucionales. Finalmente, una discusión conclusiva plantea algunos problemas que se presentan al estimar el impacto neto agregado de
los ferrocarriles.
Ahorros sociales en el transpone le pasajeros
Consideremos, en primer lugar, los ahorros en el tráfico de pasajeros. En aquellos casos en que se han construido estimaciones sobre el
costo del transporte de pasajeros (los Estados Unidos, Inglaterra y Gales), se ha encontrado que los ahorros fueron relativamente grandes,
llegando a representar entre 31.1 y 65.7% del ahorro equivalente en el transporte de carga.5 Los ferrocarriles ahorraban tiempo, y, entre los
anglosajones, el tiempo era dinero. Sin embargo, en regiones de salarios bajos el tiempo era menos valioso y, por lo tanto, los ahorros en el
transporte de pasajeros en el siglo XIX en México fueron pocos en relación con los beneficios que se obtuvieron del transporte de carga y en
el ingreso nacional.
Antes de la construcción de los ferrocarriles en México, los viajeros podían escoger entre varias opciones. Muy pocos viajaban en
diligencia; este servicio podía usarse sólo en caminos custodiados y mantenidos por las autoridades federales. En 1877 se reportó una
porción de un camino federal como muy peligrosa incluso para el tránsito de mulas. 6 Algunos otros viajaban en litera acarreada por mulas
o por personas, principalmente en los trópicos o al final del camino que va de la ciudad le México al puerto de Veracruz. Las literas eran
más lentas y más caras que la diligencia, pero podían pasar por lugares inundados y obstruidos más fácilmente, y muchos pensaban que
eran menos susceptibles de ser asaltadas que las diligencias. Entre el lujo y la pobreza se viajaba en burros, mulas y caballos. La mayor parte
de la gente, por cierto, caminaba.7
Informes del director de Caminos de la Secretaría de Fomento rendidos entre 1877 y 1882 muestran quede un total de más de seis
millones de viajeros, contados en 37 puntos localizados en 14 caminos federales, 6.5% viajaba en diligencias, 25.1% montaba y 68.4%
caminaba.8 Treinta años después, en 1910, el porcentaje de pasajeros de primera clase que viajó en los ferrocarriles mexicanos (29.0) se
aproximaba al número de viajeros en diligencia y a caballo en el periodo anterior (31.6), mientras que los pasajeros de segunda clase se

2 Chapman La construcción… en Cossío Villegas (comp.) Historia Moderna de México: El Porfiriato. La Vida Econ{omica. (2 Vols., México Editorial Hermes, 1965
3 Sergio Ortiz Hernán Lozano, Los ferrocarriles de México: Una visión social y económica. México, Secretaría de Comunicaciones y Transportes, 1970), caps. 2 y
3…
4 Secretaría de Hacienda, Informe presentado al Presidente de la República por el Secretario de Hacienda y Crédito Público sobre los asuntos y gestiones de
la Secretaría a su cargo en asuntos de ferrocarriles, México, 1903.
5 Fisblow, American Railroads, págs. 90 a 93.
6 Secretaría de Fomento, Memoria presentada al Congreso de la Unión por el Secretario de Estado y del Despacho de Fomento, Colonización, Industria y
Comercio de la República Mexicana, General Carlos Pacheco, corresponde a los años transcurridos de diciembre de 1877 a diciembre de 1882 (4vols. México,
1885) vol. 2, pág. 605.
7 En Fomento, Memoria, 1877-1882, vol. 2, se encuentran informes de todos los directores de caminos federales sobre las condiciones en que se encontraban
los caminos, asi como del tráfico, los costos de transporte y otros asuntos.
8 Calculados de Ibid., en Coatsworth, Crecimiento, págs. 48-53.
aproximaban al porcentaje de viajeros andantes.9 Los datos revelan una fuerte correlación inversa entre el número de viajeros que
montaban y los que caminaban, pero no se observa una relación significativa entre los pasajeros en diligencia y cualquiera de los otros
grupos. La alternativa significativa estaba, por lo tanto, entre viajar en burro o caminando. Los burros no se movían más rápido, y a veces,
incluso más lentamente que los caminantes; requerían de algún mantenimiento, pero también podían llevar carga. En vez de caminar, los
viajeros ganaban en comodidad y confort utilizando los burros a un costo apenas más alto o sin costo adicional. Por lo tanto, para estimar
los ahorros directos en los servicios a los pasajeros, se supone que, sin ferrocarriles, todos los pasajeros de primera clase habrían usado
diligencias y todos los de segunda clase habrían caminado. 10
Se estiman dos diferenciales de costo para los pasajeros de primera clase: la diferencia en el precio de los pasajes y la diferencia en el
costo del tiempo. Los pasajes en diligencia antes de la construcción de los ferrocarriles promediaban aproximadamente 0.05 pesos por
pasajero─kilómetro, en pesos corrientes de 1876.11 El costo del tiempo consumido en viajar es más difícil de estimar. A riesgo de incurrir en
un anacronismo, se pueden utilizar estudios del valor del tiempo que utiliza un empresario contemporáneo en sus viajes por avión. Estos
estudios encontraron que un hombre de negocios contemporáneo valúa este tiempo en aproximadamente el doble del salario por hora
promedio que se paga en la industria.12 Dado que México era en 1910 un país predominantemente agrario, usar esta proporción para
estimar el costo del valor del tiempo consumido en viajar sesgaría hacia arriba la estimación de los ahorros.13
Tres supuestos más son necesarios: 1) la velocidad de la diligencia se estima en 15 kilómetros por hora y la de los trenes en 40;14 2) se
asume que la mitad de los pasajeros no son productivos (niños, desempleados y viejos) y no se incluyen en las estimaciones, 15 y 3) se asume
que las diligencias eran capaces de igualar las operaciones nocturnas de los trenes (aproximadamente 20%), y se excluye el viaje nocturno
de las estimaciones de costos en tiempo. Los supuestos 2 y 3 implican que la estimación de los ahorros está basada en el 40% de los
pasajeros por kilómetro movidos por los ferrocarriles en 1910.
Los resultados de los cálculos de los ahorros sociales directos para los viajeros de primera clase se presentan en el cuadro VIII.1 El total
de los ahorros suma un máximo de 12.5 millones de pesos o 1.05% del producto interno bruto de México en 1910. 16 De este total, sólo el
6.6% o 0.8 millones de pesos constituye el valor del tiempo ahorrado por viajar en ferrocarril. Los restantes 11.6 millones de pesos, 93.4% de
la estimación, representan la diferencia entre los precios del pasaje en diligencia y primera clase en ferrocarril.
[…]
La estimación de los ahorros en los servicios de transporte de pasajeros de segunda clase no supone una diferencia en los precios del
pasaje. El único costo relevante de caminar es el valor del tiempo que toma el llegar. Se asume que el costo de oportunidad del tiempo
consumido viajando era igual al salario promedio por hora pagado en la industria. También se asume que aquellas personas que pensaran
que tenían un costo de oportunidad positivo habrían caminado a 30 kilómetros por día si se hubieran visto forzadas a caminar. Como en
las estimaciones anteriores, supusimos que los trenes movían pasajeros a 40 kilómetros por hora y que la mitad de ellos eran
improductivos. Los resultados se presentan en el cuadro VIII.2. Los ahorros directos totales en los servicios de transporte de pasajeros de
segunda clase llegan a unos 3.9 millones de pesos o a 0.33% del PIB de 1910.
Por exageradas que parezcan estas estimaciones, es difícil evitar la conclusión de que la economía mexicana no se habría visto muy
afectada, directamente, si después de construidos los ferrocarriles los ricos hubieran vuelto a utilizar las diligencias y los pobres hubieran
continuado caminando. Esta conclusión se fortalece si pensamos en las elasticidades implícitas. La demanda de transporte de pasajeros,
especialmente cuando hay un componente sustancial de "lujo", es notablemente elástica. Los ahorros sociales «reales» fueron sin duda
mucho más pequeños de lo que indican estas estimaciones, no sólo porque algunas de las variables fueron deliberadamente sesgadas para
producir una estimación máxima, sino también porque, a un costo mayor, mucho menos gente habría viajado. Los mexicanos viajaron
mucho menos que los pasajeros de los Estados Unidos o de la Gran Bretaña de fines del siglo XIX, pero viajaron distancias cerca de dos
veces mayores de las que recorrieron los estadounidenses y más de cuatro veces la distancia promedio recorrida por los pasajeros
ingleses.17 Incluyendo el costo en tiempo y las tarifas de segunda clase, el viaje promedio (67 kilómetros) costaba el equivalente a 6.3
salarios diarios, calculados sobre la base de un salario mínimo agrícola de 0.26 pesos por día en 1910. Incluso para grupos relativamente

9 Calculado con base en informes anuales de todas las compañías ferrocarrileras mexicanas cuyos archivos se encuentran en el Archivo Histórico de la
Secretaría de Comunicaciones y Transportes de la ciudad de México. (En adelante citado AHSCT, seguido deja localización de los expedientes.)
10 En México el precio del pasaje de tren, aun para viajes de segunda clase, era bastante alto en relación con los salarios (véase más adelante). Probablemente
los viajes de larga distancia en transportes comerciales se incrementaron más rápidamente entre los asalariados de ingresos altos que entre los pobres. Parece
probable que algunos pasajeros de
11 Las tarifas para diligencia en las 14 rutas principales en 1876 son reportadas por Calderón, La República Restaurada, págs. 606-606. El costo por
kilómetro─pasajero para cada ruta fue calculado en distancias que aparecen en Fomento, Memoria, 1877-1882, vol. 2, passim.
12 Pasajeros que viajan en avión por negocios valuaron su tiempo en aproximadamente dos veces el salario por hora en los Estados Unidos en el sector
manufacturero, según informa Reuben Gronau, The value of Time inPassenger Transportación. (Nueva York, National Burean of Economic Research,
documento num. 109, 1970).
13 Las series de datos históricos disponibles a la fecha reportan únicamente os "salacios mínimos diarios promedio", que no sirven para nuestros propósitos.
Las estimaciones realizadas en este trabajo utilizan el salario promedio pagado a los trabajadores ferrocarrileros, tomado de datos reportados por los
Ferrocarriles Nacionales de México la empresa gubernamental que empleaba a más de la mitad de los ferrocarrileros que había en el pais en 1910.
14 CaIderón, La República restaurada, pág 603.
15 Boyd y Walton, "The Social Savings”, págs. 248 y 254.
16 Las estimaciones del PIB en pesos constantes se encuentran en Solis "La evolución económica", pág 12. Las estimaciones de Solis fueron deflacionadas con
el Índice de precios al mayoreo de la ciudad de Mexico.
17 Falta nota
bien pagados como los mineros y los burócratas, la jornada promedio por ferrocarril costaba más de dos días de salario.18 Para la mayor
parte de los mexicanos, maximizando únicamente sus ingresos monetarios, hubiera sido mucho más barato caminar.
Ahorros sociales en los fletes
Antes de los ferrocarriles, México dependía casi exclusivamente del transporte terrestre. A diferencia de los Estados Unidos y Gran
Bretaña, o incluso de la Rusia zarista y de Colombia, México no tenía un sistema de ríos utilizable para la transportación. Con excepción de
algún transporte local en tres grandes lagos situados en las tierras altas y de pequeños tramos de algunos ríos del Golfo que llegaban hasta
la base de las montañas, el transporte interno por agua era desconocido. Dado que la mayor parte de la población y de la actividad
económica siempre ha estado en mesetas y valles montañosos, lejos de las dos costas, el transporte de cabotaje nunca jugó en México el
papel relevante que jugó en Europa y los Estados Unidos. Por lo tanto, los ahorros por unidad en los fletes fueron muy grandes.
En la era anterior al ferrocarril la carga se transportaba en carretas o en las espaldas de los animales o personas. Alguna carga antes
transportada por hombres pasó a carretas de pasajeros. El equipaje de los viajeros de segunda clase que se permitía transportar sin cargo se
fijaba usualmente en 25 kilogramos, y se permitía que animales pequeños viajaran también sin paga. Sin embargo, los ferrocarriles no
reemplazaron a los transportistas no comerciales; por lo tanto, los ahorros estimados están basados en la carga que pudo volver a
transportarse en carretas comerciales o en trenes de mulas y que se movió por largas distancias. Las carretas eran menos costosas y más
rápidas que las mulas, pero sólo se podían utilizar en caminos que estaban en buenas condiciones. 19
A diferencia de lo que se hizo con las estimaciones para los servicios de pasajeros, las estimaciones de los ahorros directos en los fletes
han sido sesgadas hacia abajo, dado que la hipótesis es que fueron muy grandes. El primer paso es excluir de los cálculos de los ahorros
todos los costos ocultos del transporte anterior a los ferrocarriles (costos de aseguramiento más altos, cargos por el estibaje y costos
estacionales de inventario). En las estimaciones de Fogel para los Estados Unidos, estos costos ocultos eran mayores que las tarifas
explícitas de flete. El segundo paso es asumir una ampliación sin costo del sistema de caminos utilizable por los carruajes, de menos de 5
mil kilómetros en 1877 a, aproximadamente, 250 mil kilómetros en 1910.20 El tercero es seleccionar una temporada baja y seca y una tarifa
de fletes anterior al ferrocarril de aproximadamente 0.10 pesos por tonelada ─ kilómetro en pesos corrientes de 1877.21
La estimación de los ahorros habría sido muy sencilla si no fuera por las dificultades causadas por el índice general de precios
disponible. El índice de precios utilizado para deflacionar la estimación del costo del servicio de pasajeros es un índice de precios al
consumidor en la ciudad de México. Utilizar este índice probablemente exageraría el aumento hipotético del costo del transporte por
carretera entre 1877 y 1900. Podría también exagerar el aumento en el costo del transporte por ferrocarril entre 1900 y 1910. El resultado es
una estimación, en pesos de 1900, que sobre deflaciona los costos del ferrocarril y sobreinfla los cargos por carretera, resultando así una
estimación de ahorro exagerada. Por ello se presentan dos estimaciones de ahorro. La estimación “A” utiliza el índice de precios al
consumidor en la ciudad de México; la estimación "B" utiliza un índice del salario real, para inflar los costos por carreta y para obtener un
índice de los ingresos del ferrocarril por tonelada kilómetro que deflacione las tarifas de carga por ferrocarril. La estimación "B” puede
tomarse como un límite inferior, porque asume que los costos de otros insumos del transporte por carretera habrían aumentado tan
lentamente como los salarios reales, aun si se hubiera tenido que igualar la cantidad de servicios de transporte producido por los
ferrocarriles. Dado que el negocio de transportar carga por carretera era altamente competitivo, no había barreras para entrar en la
industria y los trenes de mulas ofrecían un sustituto cercano. No había, pues, rentas monopólicas que proveyeran un colchón en contra del
aumento en el costo de los animales, su alimento y el equipo. 22 El índice de precios al consumidor de la ciudad de México y los dos índices
utilizados para las estimaciones “B" se presentan en el cuadro VIII.3. El Índice de los ingresos de los ferrocarriles por kilómetro tonelada
casi no indica tendencia alguna entre 1890 y 1910, lo que sugiere que el costo marginal permaneció más o menos estable o incluso cayó un
poco en este periodo.23 Tanto la estimación "A” como la estimación "B" de los ahorros sociales directos en los servicios de transporte de
carga por ferrocarril se presentan en el cuadro VIII.4.
La estimación "A” indica un total de 455.4 millones de pesos o, en relación con el PIB de México en 1910, un impresionante 38.5%. La
estimación mínima "B" es de 291.3 millones de pesos o 24.6% del PIB. Esta estimación de límite inferior para México en 1910 puede ser
comparada con las estimaciones de límite superior que realizó Fogel para los Estados Unidos en 1890, porque ambas consideran la
posibilidad de que, en ausencia de los ferrocarriles, habría ocurrido un eficiente ajuste tecnológico (5000 millas de canales adicionales en el
caso estimado por Fogel y 245, 000 kilómetros de caminos adicionales en México). Si se hubieran utilizado las alternativas existentes como
base de la estimación, los cálculos habrían sido aún más altos.
Un axioma bien conocido por los historiadores de la economía que utilizan la teoría económica neoclásica, sostiene que nada puede
producir un ahorro equivalente a un cuarto del PIB de ningún país, menos aún de cerca del 40%. La estimación del límite inferior que

18 En 1910 el salario mínimo promedio en la agricultura era de 0,26 pesos según se informa en El Colegio de México, Estadísticas: Fuerza de trabajo, pág. 148.
19 Para mayores detalles sobre el transporte de carga antes del ferrocarril, véase Coatsworth, Crecimiento, cap. 4.
20 Esta estimación está basada en los datos proporcionados por Fishlow que indican una capacidad máxima "viable” de poco menos de 20 mil toneladas de carga por milla
en los Estados Unidos en los años 1850; Fisbtow, Railroads, pág. 93. Utilizando esta estimación para los datos mexicanos, obtenemos un mínimo requerido de 167 mil
millas, o aproximadamente 250 mil kilómetros de caminos para mover los 3 500 millones de toneladas kilómetros de carga transportada por tren en 1910.
21 Los informes de los directores de caminos que se encuentran en Fomento, Mernona, 1877-1882, vol 2 ,passim, indican que los fletes en estaciones secas variaban entre
O.058 y 0.221 pesos por tonelada kilómetro.
22 Calderón La República Restaurada, págs. 596-601.
23 Se puede ver, además, que la industria de los ferrocarriles era altamente competitiva. La mayoría de las líneas que iban del Centro del país a la frontera norte y las líneas
paralelas que iban de otros puntos del interior a puertos importantes competían entre si. Esta competencia, junto con una mayor intervención del gobierno en la industria,
pueden haber colocado a los fletes un poco por debajo de los costos marginales en la primera década del siglo XX. Esta posibilidad es otra fuente para suponer un sesgo
hacia abajo en las estimaciones de los ahorros sociales.
supone una elasticidad precio de la demanda igual a cero (como la presente) no es de ningún modo un límite inferior. Es, para usar el
término acuñado por Fogel, el mínimo de los límites superiores.24
CUADRO VIII.3 ÍNDICE DE COSTOS DE LA CARRETA Y EL
FERROCARRIL 1877-1910 (1900=100)
Índice de
Índice de precios
Índice de salarios utilidades de
Año al mayoreo de la
reales los FFCC por
Cd. De México.
toneladas
1877 68.7 95.7 709.9
1878 717.7
1879 753.4
188<> 710.5
1881 709.4
1882 426.1
1883 256.3
1884 222.4
1885 85.6 164.8
1886 77.9 93.1 203.8
1887 68.8 94.3 179.7
1888 81.0 88.5 152.1
1889 87.5 96.5 132.3
1891) 85.3 94.5 120.2
1891 84.8 84.8 104.2
1892 97.7 82.5 91.4
1893 105.7 97.6 104.5
1894 93.2 101.1 113.3
1895 93.1 102.4 104.8
1896 102.2 100.4 98.2
1897 102.8 107.9 105.3
1898 88.5 114.9 1098
1899 815 110.1 106.8
1900 100.0 100.0 100.0
1901 122.8 101.1 99.7
1902 120.8 99.1 87.4
1903 125.7 114.1 94.9
1904 106.8 109.9 95,3
1905 121.3 102.9 96.0
1901 135.9 99.2 95.8
1907 133.9 101.8 96.4
1908 131.9 97.5 95.4
1909 143.6 94.0 106.8
1910 165.7 84.7 113.9
FUENTE: El Colegio de México, Estadísticas. Fuerza de trabajo, págs. 156-172 y
Coatsworth, Crecimiento, cuadro IV.9, p. 85.

Un verdadero límite inferior tendría que corregir por una elasticidad precio positiva de la demanda de transpone. Un límite inferior
verdaderamente convincente tendría que utilizar una estimación del límite superior de esta elasticidad.
Se ha construido una estimación relativamente aproximada del límite superior de la elasticidad precio de la demanda en el México
porfirista, utilizando Una regresión múltiple de la siguiente forma:

R  a  b1k  b2 F  b3Y  b4 P
en donde:
R = Kilómetros/tonelada de carga transportada anualmente,
k = Número de kilómetros en operación,
P = Utilidades por tonelada/kilómetro de carga transportada,

24 Fogel utiliza este concepto en una discusión en la que resume los resultados de su libro y del amplio debate sobre la naturaleza de sus estimaciones. Véase Fogel
“Rairoads and American Economic Growth", en Fogel y Stanley L. Engerman (comps.) The Reinterpretation of American Economc History (Nueva Cork Harper y Row,
1971), nota 196.
Y = Ingreso nacional,
P = Población.
Los resultados de la regresión múltiple, calculados en los logaritmos de las variables, se presentan en el cuadro VIII.5. La primera
ecuación utiliza un indicador del ingreso nacional, las exportaciones anuales (YA) y utiliza datos de todo el periodo entre 1878 y 1908. La
segunda ecuación utiliza estimaciones del PIB construidas por Leopoldo Solís (Y B) y cubre únicamente el periodo para el cual estas
estimaciones están disponibles (1895-1910). La elasticidad precio de la demanda se estima por el coeficiente de regresión b 2, que es 0.558 en
la primera ecuación y 0.428 en la segunda. Experimentos repetidos con la misma forma de la ecuación produjeron resultados casi idénticos,
con una elasticidad siempre por debajo de 0.75.25 Tomando estas cifras como una estimación máxima de a elasticidad precio de la
demanda, se obtiene una estimación mínima de los ahorros sociales de entre 127.6 y 135.8 millones de pesos o 10.8-11.5% del PlB de México
en 1910.
CUADRO VIII.6. AHORROS SOCIALES DIRECTOS EN LOS SERVICIOS DE
TRANSPORTE DE CARGA. DADOS VARIOS VALORES ALTERNATIVOS DE LA
ELASTICIDAD PRECIO DE LA DEMANDA DE TRANSPORTES

Estimación “A" de los ahorros Estimación “B” de los


sociales ahorros sociales
Elasticidad Mills. de % del PIB Mills. de % del PIB
pesos de en 1920 pesos de en 1920
1900 1900
-----_ $ 455.4 38.5 $ 294.5 24.9
0.5 196.9 16.6 176.9 14,9
0.75 135.8 11.5 127.6 10.8
1.0 95.6 8.1 12.2 9.5
1.5 53.2 4.5 75.9 6.4
El cuadro VIII.6 ilustra la sensibilidad de las estimaciones de ahorro social según distintos supuestos sobre la elasticidad precio de la
demanda de transporte Los ahorros sociales caen rápidamente a medida que la elasticidad aumenta. Tomando 0.75 como una estimación
de límite superior (en lugar de 0.5 que está más cerca de los resultados reales), los ahorros sociales en ambos casos se reducen en una
cantidad igual al 5% del producto interno bruto. Comparaciones con trabajos contemporáneos sobre los países desarrollados sugieren que
es razonable rechazar las cifras de elasticidad de la demanda mayores que 0.75. La mayor parle de los estudios empíricos de elasticidad de
la demanda ha producido estimaciones por debajo de la unidad.26
Además, se supone que la demanda es aun más inelástica en las regiones menos desarrolladas.27 Lo más probable es que la demanda
de servicios de transporte de carga en México hace más de medio siglo fuese menos elástica que en tos Estados Unidos o en la Gran Bretaña
hoy en día.
Para apreciar el significado de estas estimaciones de límite inferior, se les puede comparar con los incrementos en el PIB obtenidos en
el Porfiriato. Entre 1895 y 1910 el PIB de México creció de 746.5 a 1 184.1 millones de pesos; un incremento total de 437.6 millones de pesos.
Los ahorros sociales en los servicios de transporte de carga en 1910, considerando un mínimo de 127.6 millones de pesos, significan un
29.1% del incremento en el PIB. Sin embargo, en términos per copita, el PIB creció en una cantidad menor, 350.1 millones de pesos, por lo
que los ahorros sociales son equivalentes al 36.4% de esta ganancia en productividad en la economía mexicana, a lo largo del periodo.
Tomando en cuenta que las estimaciones de ahorro social constituyen un mínimo inferior extremo, es probable que los ferrocarriles
contribuyeran hasta la mitad del crecimiento de la economía porfirista.28
Beneficios no medidos
El método de estimar los ahorros sociales no consigue medir algunos beneficios indirectos que trajo el desarrollo de los ferrocarriles.
Pequeños ahorros para los pasajeros ocultan la contribución de los ferrocarriles a la movilidad y la redistribución geográfica de la fuerza de
trabajo. Los ferrocarriles transportaron 15.8 millones de pasajeros, un total de más de mil millones de pasajeros/kilómetros en 1910. Aun
cuando estos pasajeros pudieron haber caminado o viajado en diligencia sin un costo adicional en dinero, escogieron el tren porque era más
confortable, menos traumático y más seguro. Las viejas y lujosas diligencias no podían competir con la comodidad de un tren de segunda
clase, menos aún de un viaje en primera. Antes de los ferrocarriles, el costo de viajar para los mexicanos pobres incluía la angustia de la
permanente separación de su casa y sus lazos familiares, y las incertidumbres que acarreaba la obsolecencia de las noticias. La velocidad de
los ferrocarriles no ahorraba mucho en dinero a los pasajeros, pero les permitía alejarse cientos de millas de sus casas y volver en cuestión
de horas, en vez de semanas. En una sociedad todavía dependiente de la comunicación oral, los ferrocarriles transportaban a quienes
difundían noticias sobre salarios más altos y mejores condiciones de vida en otros lados. Además, había menos riesgos. Obviamente los

25 Mientras que la prueba de Durban-Watson resultó negativa al nivel del 95% de confianza (lo que indica un nivel bajo o de ausencia de correlación entre las series), se
hicieron repetidas manipulaciones en la forma de la ecuación (eliminando la variable población, añadiendo una tendencia temporal, fijando parámetros), para comprobar la
posibilidad de multicolinclidad. Los coeficientes de la regresión se mantuvieron muy estables en cada caso, con una estimación de la elasticidad por debajo de 0.75 en todos
los casos.
26 George W. Wilson, "Notes On the Elasticítv of Demand for freíght transportation”, en Transportation Journal, 17:3 (1978) p.11.
27 Véase P.E. Stonham, "'The Dctnand for Overseas Shipping in the Australian Export Trade, en Journal of Transport Economics and Policy, 3(1969), págs. 333-349.
28 Para las estimaciones del PIB véase Solis, "La evolución", pág. 12. Para los datos de población, véase El Colegio de México, Estadísticas: Fuerza de Trabajo pág. 25.
robos de trenes eran muchísimo menos frecuentes que los de las diligencias y los asaltos en los caminos. La comodidad, la velocidad y la
seguridad relativa de los ferrocarriles hicieron de la decisión de abandonar el hogar un asunto menos serio de lo que había sido antes.
Sería absurdo intentar una estimación de la proporción de los beneficios derivados de la redistribución de la fuerza de trabajo durante
el Porfiriato que deba atribuirse exclusivamente a los ferrocarriles. Una gran cantidad de cifras serían muy inciertas, y existen dificultades
insolubles para separar consideraciones de oferta y de demanda. Es posible que los beneficios fueran muy amplios si asumimos que el
diferencial de salarios reflejaba diferencias en la productividad de las regiones.29 La región que experimentó el crecimiento más rápido
durante el Porfiriato fue precisamente la escasamente poblada región de los estados del norte, en donde los inmigrantes formaban una
parte importante de la fuerza de trabajo en 1910.30
La estimación de los ahorros sociales derivados del transporte de carga por ferrocarril tampoco capta otros beneficios indirectos. Los
más significativos de estos beneficios no medidos fueron los que resultaron del papel pionero que jugaron los ferrocarriles en estimular el
interés extranjero por los recursos mexicanos. La construcción de los ferrocarriles constituyó la primera inversión extranjera a gran escala
en México como en otros países. Ningún otro tipo de inversión extranjera directa combinó de la misma manera las expectativas de
beneficios altos con las garantías ofrecidas por las autoridades que minimizaban el riesgo, así como los subsidios ofrecidos a los
empresarios ferroviarios. El producto de las empresas extranjeras y locales estimuladas por costos de transporte más baratos está reflejado
en las estimaciones de ahorro social Pero ahí no se incluyen los recursos atraídos por el efecto de los ferrocarriles en la percepción de los
extranjeros sobre los riesgos involucrados en los proyectos mexicanos. Tampoco se incluyen ni la contribución de los ferrocarriles a la
integración de mercados, el estimulo a la exploración y el descubrimiento de nuevos depósitos minerales, ni el impacto en la legislación
que respondió a las necesidades específicas de los inversionistas extranjeros de nuevas y más precisas definiciones legales y de protección
de los derechos de propiedad. Estos beneficios ocultos y no medidos del auge ferrocarrilero en México fortalecen aún más el argumento de
lo indispensable que fueron los ferrocarriles para el crecimiento económico de México entre 1880 y 1910.
Costos ocultos: fugas y eslabonamientos
La dificultad de medir los beneficios "ocultos" del auge ferrocarrilero en México también involucra el problema de especificar y estimar
los costos ocultos. Los costos "visibles" de construcción para las compañías privadas y el gobierno se encuentran fácilmente disponibles;
usando como denominador el limite inferior de los cálculos explícitos de los ahorros sociales, cierta aproximación de la tasa de rendimiento
social en la línea privada más larga, el Central Mexicano, aparece como superior al 50% por año hacia 1900.31 Los costos ocultos, sin
embargo, no pueden medirse con los métodos convencionales de costo-beneficio. El impacto de los Ferrocarriles en la estructura de la
producción y en el desarrollo institucional fue distinto en México que en las economías industriales avanzadas del Atlántico norte. Aquí,
los costos de los ferrocarriles pueden haber incluso sobrepasado los beneficios.
Los ferrocarriles promovieron el crecimiento de la economía mexicana, en gran molida mediante el refuerzo de la ventaja comparativa
del país en la producción de minerales (y en menor medida fibras) para la exportación. Como muchas regiones atrasadas del mundo en el
siglo XIX, la economía de México creció más rápidamente en aquellos sectores orientados hacia la producción de materias primas como
respuesta a una demanda externa. Las limitaciones de la información disponible sobre los hechos hacen imposible aislar la sola
contribución de los ferrocarriles a este proceso, porque otras variables (desarrollo tecnológico traducido en inversión extranjera directa,
términos de intercambio cambiantes y otras) también produjeron el mismo resultado. Sin embargo, no puede dudarse que los ferrocarriles
contribuyeron poderosamente a este proceso.
A lo largo del periodo porfirista existió una fuerte discriminación en las tarifas de transpone de carga en los ferrocarriles mexicanos,
que favoreció a los productos de exportación. No sólo se les cobraba a estos productos cuotas más bajas, sino que a los productos vendidos
en grandes cantidades en el mercado local se les cobraba menos cuando eran transportados a puertos o a puntos de enlace en la frontera
para ser exportados. Esta discriminación explícita ocurrió porque tanto las compañías ferroviarias como el gobierno mexicano así lo
deseaban ─las compañías, para estimular la empresa del transporte de productos a través de las montañas deshabitadas por las que
pasaban sus líneas, y el gobierno, para enriquecer su erario mediante la aplicación de impuestos a la exportación─. Esta política fue muy
exitosa.32
En el Ferrocarril Central Mexicano, el más largo del país, las fibras y los minerales significaban únicamente el 16.3% de la carga total
que se movía en 1885, esto es, un año después de que se completara la línea principal de la compañía desde la ciudad de México hasta la
frontera con los Estados Unidos.33 En el año fiscal 1908, este porcentaje se habla incrementado al 58.2%. 34 En realidad, el cambio hacia la
carga de exportación fue más grande de lo que estas cifras indican, porque en 1885 la sal significaba cerca del 40% de todo el tonelaje de
minerales transportados, mientras que en 1908 menos del 2%. Entre 1885 y 1908 los minerales y las fibras para exportación transportadas
por el Central Mexicano se incrementaron 75 veces, mientras que otras cargas aumentaron un poco menos de 10 veces. Más aún, en los

29 Véase El Colegio de México, Estadísticas: Fuerza de Trabajo págs. 147-154.


30 Si bien una importante migración hacia el norte se dio en el Forfiriato, los ferrocarriles también desempeñaron un papel importante moviendo fuerza de trabajo a las
plantaciones de henequén de Yucatán. Al parecer, la fuerza de trabajo aquí, como en Campeche, Chiapas y Oaxaca, estaba sujeta a una considerable coerción; trabajadores
forzados eran traídos desde el centro y el norte, sobre todo de Sonora, en donde se capturaron grandes cantidades de indios yaquis durante un largo periodo de
enfrentamientos. Los ferrocarriles estimularon la producción de henequén (y la demanda de mano de obra) en Yucatán, del mismo modo que lo hicieron para la producción
de otros cultivos de plantación en otras partes del sureste. Sin embargo, la migración no fue tan grande por la ausencia de vínculos directos por ferrocarril (que si había hacia
el norte) y por la fama de insalubres que tenían estas áreas.
31 Una discusión sobre el método empleado para calcular la tasa social de ganancia neta se encuentra en Lloyd Mercer, “Rates of Return for Land Grand Railroads: The
Central Pacific System”, en Journal of Economic History, 30 (197()), págs. 602-626.
32 Coatsgworth, Crecimiento, cap. 5.
33 Ferrocarril Central Mexicano, S.A., "Informe Anual" (en manuscrito), AHSCT, 10/3175-1.
34 Ferrocarril Central Mexicano, S.A., Annual Report, 1907-1908, pág 21.
últimos años, cantidades importantes de productos no fácilmente distinguibles de la carga doméstica (y no incluidos en estas cifras) fueron
transportados a puertos o hacia la frontera del norte para su exportación. Estos incluían grandes cantidades de café, habas, chicle, hule y
ganado Si fuera posible estimar la carga de importación o la carga doméstica destinada a un uso en el sector exportador, este desbalance
seria aún mayor. Una composición similar en el transporte de carga se encuentra en la otra grande línea troncal del país, el Ferrocarril
Nacional Mexicano.35 Tomada como una medida del beneficio recibido por el sector exportador, la distribución del tonelaje de carga está
sesgada hacia abajo aún mas, dado que no toma en consideración las cuotas discriminatorias que hacían de los ferrocarriles un transporte
más barato para los exportadores que para cualquier otro usuario. Es probable que, hacia 1910, el sector exportador haya desviado a su
favor por lo menos tres cuartas partes de los beneficios disponibles para el total de las industrias consumidoras de transporte ferroviario en
México.
Eslabonamientos hacia atrás, especialmente aquellos con un pequeño sesgo hacia la industria, tuvieron muy poco efecto en el
desarrollo de la industria mexicana. Los ferrocarriles fueron construidos y puestos en funcionamiento con rieles, locomotoras, material
rodante, refacciones, puentes de acero y personal de supervisión e ingeniería importado. En algunas ocasiones, incluso el combustible
(carbón y madera), y el trabajo no especializado fueron también importados. Dado que las compañías ferroviarias pagaban en oro la mayor
parte de estos insumos importados, al tiempo que obtenían sus beneficios en moneda de plata en proceso de depreciación hasta la reforma
de 1906, adoptaron todas las medidas concebibles para reducir su consumo de productos importados.36 No obstante, como indica el cuadro
VIII.7, ni siquiera las compañías más grandes lograron reducir su dependencia en el abasto externo. En los quince años y medio durante los
cuales el Central registró sus compras extranjeras, 38% de sus costos de operación se destinaron a la importación de insumos.
CUADRO VIII.7 INSUMOS IMPORTADOS, FERROCARRIL CENTRAL MEXICANO,
1891-906
Año En miles Tasa de cambio En miles de Insumos importados
de pesos promedio Dls. de EEUU como un porcentaje del
total de los costos de
operación
1891 1997 128.83 1550 42.67
1892 1984 143.13 1386 39.67
1893 1942 160.04 1213 37.80
1894 2099 192.69 1089 38.45
1895 1757 18894 930 31.38
1896 1 978 188.65 1 048 29.33
1897 3031 209.39 1448 34.33
1898 3323 214.41 1550 36.27
1899 4458 206.57 2 158 42.85
1900 5686 204.18 2785 47.99
1901 5650 208.64 2708 45.17
1902 7 096 239.95 2957 46.77
1903 7664 236.80 3237 40.46
1904 3340 220.82 1 512 33.36
1905 4421 207.31 2133 25.12
1906 6401 199.83 3203 32.31
Los ferrocarriles mexicanos por si solos no podrían haber añadido mucho estímulo a las ya industrializadas economías de los Estados
Unidos, Gran Bretaña, Francia y Alemania, a través de la demanda de estos insumos. Es relevante, sin embargo, que prácticamente no
proporcionaron ningún estímulo a la industria mexicana a través del desarrollo de eslabonamientos hacia atrás. Por el contrario, reforzaron
la desventaja ya existente de México con respecto a las economías avanzadas del Atlántico norte. Justamente debido a que Gran Bretaña y
los otros constructores de ferrocarriles ya habían logrado un desarrollo industrial considerable antes de que llegara el caballo de acero,
fueron capaces de capturar los beneficios indirectos de los eslabonamientos hacia atrás derivados de sus propios auges ferrocarrileros, y se
convirtieron en abastecedores de tecnología Ferroviaria y equipo para el resto del mundo. Quizás Fogel acierta al subrayar el efecto de la
"continua corriente de avances tecnológicos" en la economía en desarrollo del siglo XIX en los Estados Unidos. En México, donde no había
tal corriente tecnológica, los ferrocarriles contribuyeron más que en los Estados Unidos al crecimiento económico, pero lo hicieron
precisamente hipotecando el futuro del país a una creciente dependencia de las economías del Atlántico norte.37
En 1910 los ferrocarriles mexicanos ganaron ingresos brutos de 103.5 millones en pesos corrientes.38 Según un cálculo conservador, 58.4
millones de pesos, o 56.5% de los ingresos brutos, se consumían fuera del país. Los componentes de esta fuga se resumen en el cuadro
VIII.8. El primer componente, insumos importados, se estima aplicando la tasa del Central Mexicano (37.64% de los costos de operación) a
todo el sistema en 1910, lo que produce 21.4 millones de pesos o 20.7% del total de los ingresos ferrocarrileros brutos. Los gastos de

35 Ferrocarril CentraI Mcxicano, S.A, Annual Report, 1887-1908.


36 Se ha hecho un constante esfuerzo para reducir, tanto como sea posible, las compras de materiales en los Estados Unidos y Europa y, siempre que sea práctico, hacer
dichas compras en México", el presidente del Central Mexicano a sus accionistas (Ferrocarril Central Mexicano, S.A, Annual Report, 1894, pág 10)
37 Loseslabnnamientos hacia atrás que se dieron para el desarrollo industrial en Estados Unidos, Inglaterra y Alemania contrastan notablemente con el caso mexicano;
Rainer Fremdling. “Railroads and German Economic Growth; A Leading Sector Analysis with a Comparison with The United States and Great Britain", en Journal of
Econornic History, 37(1977), págs 583-604.
38 Calculado con base en los informes anuales de todas las compañías ferroviarias mexicanas que tenían concesiones federales, en AHSCT.
importación del personal extranjero se estiman en 5 millones de pesos, según los datos obtenidos de los archivos de los Ferrocarriles
Nacionales de México, bajo el supuesto de que el personal tenía en promedio una propensión a consumir productos importados de 0.5. 39 La
remisión de utilidades y el pago de dividendos se estiman bajo el supuesto de que, aparte de la proporción de las acciones en propiedad
del gobierno de los Ferrocarriles Nacionales, 95% do los pagos se hacían a accionistas extranjeros.40 En el cuadro se ha añadido un
componente adicional. Aparte de los pagos que se hacían directamente por las utilidades de los ferrocarriles, el gobierno mexicano pagaba
intereses sobre la parte de su deuda contratada originalmente para subsidiar la construcción de ferrocarriles. Estos pagos de servicio no
eran menores a 4.5 millones de pesos en 1910.41 Tenemos entonces que, visto globalmente, los ferrocarriles mexicanos generaban una salida
de divisas extranjeras igual a, por lo menos, 62.9 millones de pesos o 3.8% del PIB en 1910, y 23.7% del valor de las exportaciones de ese
año.42
CUADRO VIII. 8. ESTIMACIÓN DE LA SALIDA AL EXTERIOR DE LOS BENEFICIOS
PRODUCIDOS POR LOS FERROCARRILES, 1910
(en millones de pesos corrientes
1. Compra de insumos importados $ 21.4
2. Importaciones consumidas por personal extranjero 2.5
3, Remisión de utilidades y pago de intereses 34.5
4. Salida total de ingresos ferrocarrileros $ 58.4
5 Intereses en la porción de la deuda pública externa destinada al pago de 4.5
subsidios a los ferrocarriles
Salida Total: $62.9
Fuente: Véase Texto

Desarrollo institucional
En las naciones industrializadas se ha atribuido a los ferrocarriles una serie de electos positivos en las instituciones, que van desde el
mejoramiento de la administración corporativa a innovaciones que incrementaron la eficacia de los mercados de capital.43 La contribución
de los ferrocarriles a este desarrollo ha sido cuestionada por los historiadores, que argumentan que los efectos institucionales que se les
atribuyen habrían ocurrido sin ellos, dado el nivel de desarrollo a que ya habían llegado las naciones industrializadas. Sin ese desarrollo
previo, la contribución de las empresas ferroviarias al desarrollo institucional podría haber sido más amplia. En el caso de México, dos
factores impidieron que las cosas sucedieran de esa manera. En primer lugar, el desarrollo previo de las naciones avanzadas les dio una
ventaja institucional que se extendió, desde el dominio de los mercados de capital de largo plazo a la organización corporativa. En parte,
este desarrollo previo explica la capacidad de las empresas extranjeras para responder rápidamente a las oportunidades creadas por la
construcción de ferrocarriles. El predominio del capital extranjero en la reactivación de la minería mexicana es el mejor ejemplo.
En segundo lugar, lo que puede ser llamado el síndrome de Gerschenkron fue de particular importancia. La construcción de
ferrocarriles creó grandes presiones para la modernización del sector público mexicano, en vez de estimular en las instituciones del sector
privado innovaciones imitativas iguales a las que se dieron en los países desarrollados. En este caso, como en otros países latinoamericanos,
el símbolo apropiado de este efecto es la nacionalización del transporte, esto es la creación de empresas estatales destinadas en gran
medida a socializar las pérdidas en que tenían que incurrir los ferrocarriles para seguir apoyando las exportaciones. México un receptor
tardío de tecnología ferroviaria, reguló los ferrocarriles privados antes que la mayor parte de las naciones desarrolladas. Los principales
efectos institucionales de los ferrocarriles fueron canalizados de diferente manera en México que en las economías avanzadas: no a través
de la experiencia de empresarios privados, sino a través del desarrollo burocrático de agencias oficiales. Esta contribución a lo que algunos
politólogos llaman “desarrollo político", fue de mayor importancia que el impacto en la organización de los negocios en el sector privado.
Promovió el desarrollo de un sector público con mayor autonomía, así como el surgimiento de empresas modernas en un ambiente
sustancialmente más politizado.44
Los ferrocarriles tuvieron un impacto directo en el balance de las fuerzas sociales de la sociedad mexicana y, simultáneamente, en la
distribución de la riqueza. Su impacto inicial fue hacer de la tierra algo rentable en amplias áreas del país en las que la hacienda mexicana
tradicional había perdido terreno desde la época colonial, en favor de instituciones agrarias competitivas, principalmente las comunidades
de indios y los pequeños ranchos La construcción de los ferrocarriles precipitó la toma de tierras en una escala no conocida desde la
Conquista española. Además de la usurpación de tierras de indios (cuya dimensión puede ser que nunca se conozca completamente) a todo
lo largo de la meseta central, decenas de millones de hectáreas de tierras públicas de los escasamente poblados estados del norte del país y

39 En 1910 el 4.1% de los empleados de los Ferrocarriles Nacionales eran extranjeros, dos tercios de los cuales estaban entre el 5% de los de salarios más altos. Los 1 074
extranjeros ganaban el 14.7% del total de salarios que pagaba la compañía. Su salario promedio era de 6.49 pesos diarios, mientras que el de los empleados mexicanos era de
1.58 pesos. Los datos sobre salarios se encuentran en cl "Informe anual, 1909-19l0", en AHSCT, 10/239-1.
40 En 1910, las seis grandes compañías que obtenían el 85% del total de las ganancias ferrocarrileras gastaron exactamente un tercio de sus ingresos netos en el pago del
servicio de su deuda yen el pago de dividendos a accionistas (estas compañías eran el Interoceánico,, el Mexicano, los Ferrocarriles Nacionales de México, el de Sonora, el
Nacional de Tehuantepec y el Unido de Yucatán).
41 Coatsworth, Crecimiento, cap. 5.
42 Los datos sobre las exportaciones se encuentran en E1 Colegio de México, Estadísticas: Comercio exterior, passim. En el año fiscal 1909-1910 las exportaciones totales
fueron valuadas en 267,727,730 pesos.
43 Leland U. Jenks, “Railroads as an Economic Force in American Devclopment”, en Journal of Economic History, 4 (1944), págs. 1-20: Alfred D. Chandlcr, Jr. The visible
hand: The Managerial Revolution in America Business, Carnbridge, Harvard IJnívcrsity Press, 1977, caps. 3-6.
44 Véase Robert J. Shafer. Maxican Bus¡ness Organizations and Analisis, (Nueva Cork) Syracuse Universíty Press, 1973), cap. 2.
en la península de Yucatán fueron vendidas por decreto, a precios anteriores a la introducción de los ferrocarriles, o simplemente regaladas
a cambio de deslindes".45
Esta expropiación tuvo consecuencias de gran alcance. En primer lugar, deprimió la demanda doméstica en el momento preciso en que
los ferrocarriles abrían el acceso a los mercados internacionales. La exportación de bienes agrícolas se incrementó varias veces durante el
Porfiriato más rápidamente que el consumo doméstico de alimentos.46 En segundo lugar, la ocupación de tierras de indios proporcionó
mano de obra barata para la construcción de ferrocarriles y para las crecientes industrias de exportación. La formación de un proletariado
agrario e industrial, junto con el notable incremento en la concentración de la riqueza y del ingreso, hicieron una contribución crítica al
desarrollo del capitalismo mexicano al igual que la expansión de las empresas extranjeras en México. En tercer lugar, la rápida
"comercialización" de la agricultura bajo las condiciones sociales en que se encontraba el México porfirista parece haber tenido
consecuencias de largo plazo en el sistema político.47 Aparte de todo lo que la Revolución de 1910 logró, el legado del gobierno autoritario
aun persistió.
Conclusiones
Toda conclusión depende de las condiciones hipotéticas que uno escoja como las apropiadas, y éstas dependen en gran medida del
horizonte temporal y del nivel de abstracción apropiado para las preguntas que uno quiere responder. Si la cuestión es "¿cuál fue la
contribución específica de la tecnología ferrocarrilera al crecimiento económico de México hasta 1910?", la respuesta puede expresarse en
términos comparativos estáticos como la diferencia en el PIB de la economía real y el de la economía hipotética sin ferrocarriles. Para 1910
esta diferencia era muy grande. Si los estímulos a la industrialización a través de eslabonamientos hacia atrás fueron pequeños y los costos
de las divisas necesarias para el financiamiento externo y la compra de los insumos fueron altos, podemos concluir que hay muy poco que
añadir a los beneficios ya indicados en las estimaciones de los ahorros sociales. Sin embargo, aun sin estos beneficios adicionales, los
ferrocarriles tuvieron un efecto muchísimo más grande en el crecimiento de la economía mexicana del que tuvieron en el crecimiento
económico de países que estaban pasando por revoluciones industriales.
El análisis del impacto de los ferrocarriles en el corto plazo puede modificarse para tomar en cuenta algunos aspectos más amplios.
Uno puede pedir, además de una medida que compare a la economía con ferrocarril con una economía hipotética sin ferrocarriles, una
medida de la diferencia entre la economía ya con ferrocarril en 1910 y una economía mexicana en 1910 (hipotética) con ferrocarriles
financiados internamente y cuya compra de insumos fuese limitada, quizás por ley, a productos de la industria doméstica. Si la economía
hubiera estado sujeta a tales limitaciones en contra del uso de capital e insumos externos, los abruptos y masivamente regresivos efectos en
la tenencia de la tierra que trajo la construcción de los ferrocarriles, podrían haber sido mucho más pequeños o aun eliminados, y la
naturaleza del desarrollo institucional muy distinto. Pero en este caso es muy probable que el PIB de México en 1910 hubiera sido menor.
En el largo plazo histórico, sin embargo, los costos a corto plazo de un desarrollo industrial más lento pudieron haber producido grandes
dividendos. El crecimiento dirigido por las exportaciones, que los ferrocarriles iniciaron y sostuvieron, revitalizó viejas barreras e incluso
creó nuevos obstáculos al desarrollo: bajos niveles de inversión en recursos humanos; utilización excesiva de recursos para la importación
de equipo y para el desarrollo de infraestructura destinada al sector exportador; agencias públicas y actividades privadas sumamente
especializadas en la canalización de capital externo, más que en la captura de ahorro doméstico; sistemas de información y de
comunicación estructurados para facilitar las transacciones internacionales, más que la actividad del mercado local; una concentración
extrema de la riqueza (incluyendo la tierra) y del ingreso, y un gobierno autoritario.
Si se plantean los asuntos más amplios del desarrollo mexicano desde el punto de vista actual, se pueden plantear diferentes
preguntas: "¿cuáles fueron los costos y los beneficios, en el largo plazo histórico, de la estrategia de crecimiento en la cual México se
embarcó en la década de 1870?" Esta pregunta subordina la consideración del impacto de los ferrocarriles a asuntos más generales. El
hipotético apropiado en este caso sería una economía mexicana contemporánea que mostrara los efectos acumulados de una trayectoria
institucional y estructural distinta. Sin duda, la contribución específica de los ferrocarriles para llevar a la economía por el camino quede
hecho tomó, estuvo relacionada con la magnitud de los ahorros sociales que produjeron. Si la economía hipotética hubiera logrado
eventualmente mayor crecimiento y mayores grados de bienestar por una trayectoria distinta, la contribución de los ferrocarriles habría
sido negativa en el mismo grado. Precisamente porque los ahorros fueron grandes en el primer periodo, los ferrocarriles cancelaron otras
posibilidades, lo que tuvo grandes efectos en el largo plazo.
No es posible, dado el estado actual de la teoría y de los métodos, seleccionar, especificar y medir una trayectoria hipotética apropiada
contra la cual comparar el atraso real de la economía mexicana después de 1880. Si bien las comparaciones con otros países pueden
proporcionar datos empíricos que limiten las conjeturas históricas, los temas mayores quedan en la frontera entre el discurso científico y la
lucha ideológica.
Aunque la contribución en el corto plazo de los ferrocarriles al crecimiento económico fue muy importante, una evaluación del
impacto en el largo plazo de esta innovación tendría que tomar en cuenta sus efectos indirectos en una larga lista de variables que se
combinaron para crear el país subdesarrollado que México ha pasado a ser.

45 John H. Coatsworth, "Railroads, Agrarian Protes”, ,passim.


46 Las estimaciones sobre esta diferencia han sido exageradas. Mi investigación indica que la producción interna de alimentos aumentó aproximadamente a la misma tasa
que la población, mientras que las exportaciones reales crecieron a un 5.8% entre 1910’y 1911. Véase cap IX (infra).
47 Por ejemplo, Moore, The social origins of Dictatorship and Democracy. Una aplicación al caso mexicano se encuentra en cl cap. IX (infra)
3. D. LUDLOW, Leonor y MARICHAL Carlos
(Eds.)
Banca y poder en México (1800-1925)
Edit. Grijalbo, México, 1986,
Págs. 267-297.

Trayectoria de la banca en México hasta 1910


José Antonio Batiz V.
El surgimiento en México de la banca propiamente dicha fue resultado de un largo proceso iniciado oficialmente en 1830 y que llegó a
su culminación durante el porfirismo. Tiene sus raíces en la banca europea principalmente, pero se adaptó al país cuando éste nacía a la
vida independiente y adquirió características y funcionamiento sui generis.
Como antecedente bancario en nuestro país, cuando aún era colonia española, surgió el Banco de Avío de Minas bajo el reinado del
ilustrado monarca Borbón, Carlos III.1 Esta institución novo hispana fue creada para refaccionar a los mineros de recursos medios y escasos
pero tuvo un corto lapso de funciones. Fue creado en 1784 y existió legalmente hasta los primeros años del siglo XIX, aunque sin cumplir
sus objetivos, ya que a escasos dos años de fundada se vio en la necesidad de cesar el otorgamiento de sus préstamos, situación agravada
por la constante intervención de la Corona española, que para solventar apuros financieros le exigió préstamos y donativos. Como es fácil
comprender su utilidad fue muy limitada.
Durante buena parte del siglo XIX aún se observó la subsistencia -declinante- de prácticas crediticias arcaicas heredadas de la colonia.
Sin duda la más importante fue el papel de la Iglesia como institución de crédito. No obstante, como es bien sabido, en las primeras
décadas se marcó el debilitamiento del poder corporativo de la Iglesia, tanto político como económico.2 Este tuvo una crisis definitiva con
las guerras de Reforma y las leyes de desamortización y la nacionalización de sus bienes viéndose mermado en forma considerable su
papel de prestamista, que le había permitido acumular gran riqueza, sobre todo en fincas rústicas y urbanas.
Lo anterior permitió o favoreció la incorporación de una clase emergente, compuesta por comerciantes, unos de nuevo cuño y otros
tradicionales, que se dedicaron a la especulación y al agio. 3 El capital original, fue acumulado en el comercio, y acrecentado grandemente
con las prácticas crediticias y especulativas lo que les permitió participar como empresarios en la industria, la agricultura, la minería,
controlar el comercio con el extranjero, detentar algunos monopolios, incursionar en la política y más adelante en el crédito
institucionalizado. A pesar del predominio del capital comercial en la esfera del crédito, es menester hacer la precursora intervención del
gobierno en este ramo.
En la tercera década del siglo XIX, surgieron dos instituciones oficiales de crédito, para fines específicos: aviar a la industria,
preferentemente a la textil y amortizar la abundante y depreciada moneda de cobre.
El Banco de Avío
El gobierno, encarnado en la persona de don Lucas Alamán, hombre visionario, preocupado de las cuestiones y los problemas
económicos que aquejaban al país, se propuso la creación de un Banco de Avío 4 destinado a refaccionar a la industria y a los industriales,
preferentemente a los relacionados con lo textil, (tejidos de algodón y lana), pero también a otras industrias e inclusive a criadores de
gusanos de seda, a campesinos y ganaderos.
El 16 de octubre de 1830, por decreto del presidente Bustamante nació el Banco de Avio, "para fomento de la industria nacional", como
rezaba el complemento de su nombre, con capital de un millón de pesos, que no llegó a completarse durante los doce años que duró, de
1830 a 1842. Por la persistente carencia de recursos, el Banco de Avío obligado a otorgar un crédito escaso y caro. De 1830 a 1840 se
aprobaron solo 37 préstamos por 1, 295, 520 pesos, de los que se entregaron en efectivo o en especie, 1, 018, 966 pesos a 27 empresas. Se
refaccionó a algunas industrias con 50 y hasta 60 mil pesos, mientras que al resto se les dio una ayuda modesta.

 Este trabajo se basa, de manera primordial, en la investigación y conclusiones de la obra Orígenes de la Banca en México, l821-191I, presentada por el autor como tesis
para obtener el grado de licenciado en Historia. (México. 1982, p 263) y en los capítulos sobre “Aspectos financieros y monetarios'' que escribió en el libro México en el
siglo XIX. Historia económica y de la estructura social, coordinado por el Dr. Ciro Cardoso. México, Nueva Imagen, 1980 pp. 525.
1 Sobre el Banco de Avio de Minas conviene consultar: Representación que a nombre de la minería de esta Nueva España hacen al Rey Nuestro Señor los apoderados de
ella, don Juan Lucas de Lossaga. Regidor de esta nobilísima ciudad, y juez contador de menores y albaceazgos: y don Joaquín Velázquez de León, abogado de esta Real
Audiencia. y Catedrático que ha sido de matemáticas en esta Real Universidad, (Introducción por Roberto Moreno). México, sociedad de Ex-alumnos de la Facultad de
Ingeniera, 1979, pp. 5l-98. (Facsímile de la edición original, México, Francisco de Zúñiga y Ontiveros, 1774, pp. 98-l0; Pedro Pérez Herrero, "El consulado de comerciantes
de la Ciudad de México y las reformas borbónicas. El control de los medios de pago durante la segunda mitad del siglo XVIII, (tesis de doctorado en Historia) México, El
Colegio de México, 1981, (2 vol.), 570 pp., y Roberto Moreno de los Arcos, "Las instituciones mineras novohispanas" en La Minería en México, México, UNAM, 1978.
2 Al respecto han escrito: Enrique Florescano el La economía mexicana en la época de Juárez. Mexico, SEP 1976, 190 p. (SEP-Setentas Núm. 236). Hace referencia a que
durante la Colonia la Iglesia operaba a través del Juzgado de Capellanías y Obras Pías ''como único banco de crédito para financiar la agricultura, la minería y el comercio",
lo que la había convertido en la institución económica más poderosa, ya que en sus manos estaban las haciendas más prósperas, el mayor número de propiedades urbanas y
la más alta suma de capital liquido del virreinato, (p. 67); Michael P. Costeloe, Church Wealth in Mexico. A study of the “Juzgodo de Capellanías'' in the arch-bishoprie of
Mexico 1809-1865, Cambridge University Press, 1967, 139 pp. y Jan Bazant. Las bienes de la Iglesia en México, (1856-1875): aspectos económicos y sociales de la
revolución liberal, México, El Colegio de México, 2a. Ed. 1977.
3 Véase preferentemente: Formación y desarrollo de la burguesía en México. Siglo XIX (Introducción de Ciro Cardoso), México, Siglo XXI Editores, 1978, 286 pp.; y
Brígida von Metz, es al, Los pioneros del imperialismo alemán en México, México, Ediciones de la Casa Chata, 1982, 522 pp.
4 Las principales fuentes para el estudio del Banco de Avio son: Robert A. Potash, El Banco de Avio de México. El fomento de la industria, 1821-1846, México, Fondo de
Cultura Econórnica, 1959, 281 pp., El Banco de Avío y el fomento de la industria nacional, Introducción de Luis Chávez Orozco, México, Banco Nacional de Comercio
Exterior, 1966, 343 pp.
De las gestiones realizadas por el Banco del Avio destacan el haber emprendido investigaciones respecto a problemas y necesidades de
la industria y el haber convocado a la formación de compañías industriales, algunas de las cuales, con el paso del tiempo, llegaron a
adquirir importancia. También se dieron instrucciones y dinero a los cónsules mexicanos en Estados Unidos, Inglaterra, Francia y algún
otro lugar, para que adquirieran equipo, instrumental de trabajo, contrataran técnicos, adiestraran personal, compraran animales y plantas
exóticas y otras cosas poco prácticas que nunca llegaron a funcionar.
Las causas antes señaladas, unidas a la crisis del algodón y consecuentemente de la industria textil mexicana, la pobreza del Estado y
de los industriales particulares, hicieron que el Banco sucumbiera, habiendo sido extinguido, por decreto del Presidente Santa Anna, del 23
de septiembre de 1842, alegando que "ya no podía seguir cumpliendo con el objeto que se le había asignado" por falta de capital y que por
otro lado "el espíritu de empresa se extendió y ya no necesita su protección."
Según Potash, "desde un punto de vista financiero, las operaciones del Banco de Avio no fueron tan pequeñas como se ha asegurado".
El Banco pasó por varias etapas: de 1830 a 1832 fue la de surgimiento, de 1832 a 1835 se estancó, entre 1835 y 1837 resurge, y sufre intentos
de reformas entre 1838 y 1840, para entrar a una "vida letárgica" de 1840 a 1842. En realidad, la acción del Banco perduró "no porque haya
refaccionado a la industria, sino por el espíritu industrial que supo crear.”
El Banco Nacional de Amortización
El otro banco que funcionó por esos años fue el Banco Nacional de Amortización de la moneda de cobre, que en su nombre detalla su
objetivo central: amortizar esa moneda débil que circulaba en exceso; mucha era falsificada, y había sido mal recibida por la población.5 Se
estableció por la ley el 17 de enero de 1837, que además prohibía la acuñación de monedas que no fueran de oro y plata. Debía ser
reemplazada la del cobre con otras monedas más sanas, cuidando de no perjudicar a los poseedores de la antigua, que eran el grueso de la
población, las masas pobres que recibían jornales de entre 25 y 30 centavos.
La mencionada ley adjudicaba al banco para fondos de amortización todos los bienes raíces de propiedad nacional; todos los créditos
activos del Erario, vencidos hasta junio de 1836; los productos de la renta del tabaco; los rendimientos de las contribuciones rural, urbana y
de patente, correspondientes a ese año, en Puebla, Guanajuato, Michoacán, Jalisco y el Departamento de México, exceptuando la capital; la
parte tocante al Gobierno en la negociación de minas de Fresnillo; la nueva moneda que se acuñase para subrogar la actual; el monto de las
multas cobradas a los monederos falsos y los capitales que tomase a premio, y la comisión que se estableciera para el cambio directo de la
moneda antigua, por plata o por la nueva. Se autorizó al Banco para negociar, sobre sus fondos, un empréstito extranjero hasta por cuatro
millones de pesos, para que se hiciera de recursos de inmediato.
Sin embargo, la actividad principal del Banco, se circunscribió a procurar recursos al Gobierno para financiar la guerra de Texas, la
guerra contra Francia, y otros menesteres. El 27 de enero de 1838 contrató un crédito por seis millones de pesos; dos en 1839, el primero por
500 mil pesos el 18 de febrero, y el otro por 800 mil pesos el 21 de octubre. Como se ve, desde su establecimiento fue utilizado “para
satisfacer las necesidades especiales de la Administración Pública".
A dos meses de expedida la citada ley, el Gobierno rebajó el valor nominal de la moneda de cobre, contradiciendo la prescripción de su
propio articulo 90 y perjudicando gravemente a los tenedores de esa especie de moneda.
A pesar de que el Banco, como menciona Lobato6 nació con el objeto transitorio y bien concreto de resolver un problema monetario,
pero con el propósito indudable de atraer el capital privado al que ofrecía réditos subidos de 18% anual (articulo 5° de Ley) y con la
pretensión visible de crecer y estabilizarse como una sólida institución de crédito", como menciona Lobato se alejó sustancialmente de su
cometido, convirtiéndose “en un puro auxiliar de la Administración y en una socorrida agencia de préstamos". La vida del Banco fue breve,
menos de cinco años, y su importancia dentro de la economía del país muy reducida, habiéndolo liquidado el presidente Santa Anna
mediante decreto de 6 de diciembre de 1841.
En resumidas cuentas, fueron ambas instituciones de corta duración y de logros muy limitados, debido a la situación económica y
política del país, que no les permitió progresar. Don Luis G. Labastida dijo respecto a ellas;

5 Véase: “Proyecto para crear el Banco de Amortización de la Moneda de Cobre'', Decreto expedido por la Secretaria de Hacienda el 17 de enero de 1837, doc. 10, vol.
3284, Moneda de Cobre, Archivo del Antiguo Ayuntamiento, México, 1837; "Contestación de la junta directiva del Banco Nacional de Amortización al dictamen de la
comisión de Hacienda del Segundo, sobre amortización de la moneda de cobre, administración de la renta del tabaco y auxilios para la guerra de Tejas", México, Impreso
por 1. Cumplido, 1841, 42 pp. María del Carmen Reyna, Historia de la Cosa de Moneda. Tres motines en contra de la moneda débil en la Ciudad de México, Siglo XIX,
México. Departamento de Investigaciones Históricas, INAH. 1979, 53 p. (Cuadernos dc Trabajo núm. 25) cita el periódico la Lima de Vulcano del 9 de julio de 1836 donde
se describe: "Moneda. De pocos días a esta fecha, se ha formado en el comercio una revolución molestísima por la multitud de cuartillas falsas que con escándalo se ha
permitido circular aun en las oficina recaudadoras y pagadoras de la Nación, admira como el Gobierno no dio con tiempo una providencia enérgica para que se amortizara
esta moneda falsa, al paso que fueran castigados con la brevedad posible tantos monederos falsos…”; José Manuel Sobrino, La moneda mexicana. Su historia, México,
Banco de México, 1972; Ernesto Lobato López, El crédito en México, esbozo histórico hasta 1925, México, Fondo de Cultura Económica, 1945, 316 pp.; Memoria de
Hacienda y Crédito Público, correspondiente al cuadragésimo quinto año económico presentada por el secretario de Hacienda (Matías Romero) al Congreso de la Unión
el 16 de septiembre de 1870. México, Imprenta del Gobierno, 1870; "Poder Ejecutivo, Comunicaciones sobre amortización de la moneda de cobre, que se publican de orden
del Supremo Gobierno para ilustración de la materia", México, impreso por J. M. Lara, 1841, 44 pp. (El Banco resumió la administración del estanco del tabaco, y quedó
encargado de amortizar la moneda de cobre en 18 meses, así como proporcionar recursos inmediatos para la campaña de Texas), vol. 926, Colección Lafragua, citado en
Lucina Moreno Valle. Catalogo de la Colección Lafragua 1821-1853, México, Instituto de Investigaciones Bibliográficas UNAM, 1975, pp. 253. Poder Ejecutivo. [Decreto
del presidente interino de 6 de diciembre de 1841 que extingue el Banco Nacional de Amortización y crea dentro de la tesorería general una sección "de créditos activos de
la hacienda pública,
6 Lobato, op. Cit., p. 45-146.
Los Bancos de avio y amortización del cobre, surgieron en los primeros días de nuestra vida independiente, corno productos
extemporáneos, sin aliento y sin viabilidad, de los esfuerzos de una administración raquítica y endeble. 7
Proyectos de creación de bancos
Durante esa época el comercio bancario no constituyó una especialidad no obstante la existencia de varias casas fuertes dedicadas
preferentemente a giros mercantiles pero que por necesidad o por conveniencia practicaban funciones bancarias, tanto en la capital como
en las principales localidades de provincia. Entre estas casas comerciales, destacan las de Manning y Mackintosh; Drusina y compañía;
Antonio Alonso de Terán; Jecker, Torre y Cia.; Iturbe; Gregorio Mier y Terán; Agnero González; Rosas Hnos.; José Miguel Pacheco;
Goribar; Escandón; Barron, Forbes y Cia.; Béistegui; Bringas; Cortina Cháves, Loperena y otras.8
Por esos años funcionaron también "voraces montepíos particulares" donde los intereses llegaban al 10 por ciento mensual, además de
que cometían otros abusos con los deudores. Todo esto que clamaba por la existencia de instituciones bancarias, condujo a la formulación
de una serie de incipientes proyectos bancarios.
Se conocen más de 30 proyectos esparcidos a lo largo de casi seis décadas. Solamente algunos tuvieron vigencia, aunque no como
bancos propiamente, sino como sociedades mutualistas de avio, de socorro o como simples casas de empeño. Otros no pasaron de ser
escritos pintorescos y utópicos.9
El 25 de octubre de 1842, por ejemplo, se le concedió al general Francisco de Garay el permiso para establecer un banco emisor, con
capital inicial de un millón de pesos en efectivo y facultades para emitir dos millones en billetes y cuatro en "notas de banco" pagaderas a la
vista y al portador con un interés de seis por ciento anual. A pesar de que se le otorgó una concesión por quince años no existen noticias de
que haya funcionado.10
Once años más tarde, el 20 de abril de 1853, don Manuel Escandón presentó al Gobierno de Santa Anua un proyecto para establecer un
Banco Nacional, con vigencia de veinte años prorrogables, con el objeto de Administrar las rentas federales.11 El capital del banco estaría
compuesto de ocho millones de pesos, seis en efectivo y dos en billetes, y se comprometía a abrir al Gobierno un crédito de nueve millones
de pesos al año, que se entregaría, una parte mensualmente para las atenciones generales de la administración: para las viudas, jubilados y
pensionados, etc., y el resto por semestres para cubrir los réditos de las deudas externas e internas y los créditos de las convenciones
diplomáticas. El banco se encargaría de administrar las rentas de las aduanas marítimas, los derechos de consumo, las contribuciones
directas en el distrito, y los derechos de la plata, el tabaco y el papel sellado. Pero las autoridades no estuvieron de acuerdo en confiar el
cobro de todas las rentas a un banco particular, ya que pensaron que seria poner a disposición del banco el manejo total de los caudales
públicos.12
En julio de 1857 el francés, Liger de Libessart, y algunos socios obtuvieron la concesión de explotar por diez años un banco de emisión
que se llamaría Banco de México,13 y contaría con capital inicial de cinco millones de pesos. Esta institución tendría el respaldo del gobierno
y estaría exenta de contribuciones. No obstante ser extranjeros los concesionarios, se aclaró en una cláusula, que posteriormente formaría
parte de la Constitución del país, que el banco se reputaría como mexicano y se regiría por leyes mexicanas, por lo que denegaban la
intervención de las potencias extranjeras en cualquier conflicto que se suscitase.14 Este proyecto tampoco prosperó, debido a las constantes
causas de inseguridad económica e inestabilidad política que prevalecían en México.
Otro grupo de extranjeros encabezados por Hottinger y Cía., obtuvieron el 2 de enero de 1864, una concesión por treinta años, para
operar un Banco de México.15 Su capital sería de diez millones de pesos y podría descontar documentos comerciales, negociar letras de
cambio y metales preciosos, recibir depósitos y consignaciones, además de que tendría el privilegio exclusivo de emitir billetes pagaderos a

7 Luis G Labastida, EstudioHistórico y filosófico sobre la legislación de los bancos y proyectos de la ley, que presenta… por disposición de la SHCP, México, Imprenta del
Gobierno, 1889, pp. 529.
8 Para comprender con claridad los mecanismos y funciones crediticias y financieras de estos comerciantes, es necesario remitirse a la obra conjunta, formación y desarrollo
de la burguesía en México. op cit.
9 Un proyecto de 1822, de autor desconocido, pretendía crear el Gran Banco del Imperio Mexicano, que tendría facultades para emitir papel moneda con el nombre de "Hará
buenos'', palabras con las que empezaba la leyenda de las cédulas. Estas serían endosables y cobrarían un interés de seis por ciento en liquidaciones semestrales. El banco no
pasó de ser un proyecto, pero las cédulas, con algunas variantes, se llegaron a emitir durante el Primer Imperio. Más información sobre éstos primeros proyectos se puede
consultar en: Manuel Cervantes, La moneda en México, autor, 1954, 101 pp., pp. 24-29. “Proyecto sobre el establecimiento de papel moneda”, citado por Salvador Novo en
Memorias de la Academia de Estudios Numismáticos, México, enero-marzo 1971, tomo I, núm. 3, pp. 25-42. Francisco Severo Maldonado, “Esfuerzos de un patriota para
conjurar la tempestad horrible, que va a descargar sobre los habitantes del Imperio Mexicano un empréstito de 25 a 30 millones, para cuya solicitación entre los extranjeros
acaba de autorizar al gobierno del Supremo Congreso Nacional”, en “El final del Imperio Mexicano, o miscelánea política, extraída y reducida de las mejores fuentes” por
el autor del “Pacto Social, para inteligencia de esta obra, es decir, de la única forma de gobierno digna de los seres inteligentes y libres”, México, 1822, núm., 7, 8 y 9, pp.
284-436. (Establecimiento de un banco nacional y plan hacienda), vol. 46 Colección Lafragua, citado en Lucina Moreno Valle, op.cit., p. 82 y en Francisco Severo
Maldonado. Sus ideas sobre crédito, México, Banco
10 Delgado, op. cit., pp. 83-84: Lobato, op. cit., p. 157.
11 Memoria de Hacienda y Crédito Público, correspondiente al cuadragésimo quinto año económico presentada por el secretario de Hacienda (Matías Romero) al Congreso
de la Unión el /6 de septiembre de /870. México, Imprenta del Gobierno, 1870, pp. 395 y 406-408, citado en Margarita Urias Hermosillo. op. cit. p, 46.
12 Tres años más tarde, el 30 de abril de 1856, siendo secretario de Hacienda don Manuel Payno, el presidente sustituto Ignacio Comonfort autorizó a la Junta de Crédito
Público a formar un Banco de Circulación y Descuento con un capital de veinte millones de pesos que no llegó a concretarse, según “Informe presentado al Escmo. Sr.
Presidente de la República, por el nistro de Hacienda, sobre los puntos de que en él se trata'', Mexico. Impr. de Ignacio Cumplido 1853, 30[5] p. citado en Lucina Moreno
Valle. op. cit., p. 858, (vol. 735); vid. Memoria de Hacienda 1870, op.cit., pp. 406-408.
13 Delgado, op, cit,. pp. 85-108.
14 Nota: Esta cláusula se repitió en muchos de los contratos particulares de la época y de fechas posteriores hasta convertirse en Ley.
15 Delgado, op. cit. P. l 13-136, Cien años de banca de México, Banco de Londres y Mético (México, Juventud 1964, 145 pp.) p. 2, citando el Boletín de las Leyes del
Imperio Mexicano.
la vista y al portador. No se tienen noticias de que haya funcionado éste, que fue el último proyecto panicular presentado antes de la
fundación del primer banco comercial en México, el Banco de Londres, México y Sudamérica.
En noviembre de 1868, el diputado Peña y Ramírez pretendió la creación de un Banco Nacional de Emisión e Hipotecario, 16 además de
que presentó un proyecto de leyes bancarias. Es interesante este proyecto porque enfatiza la necesidad de un banco oficial, que fuera sostén
y regulador del crédito privado y lazo de unión del sistema bancario. Proponía la propiedad raíz como garantía real y positiva de los
billetes que se emitieran y reiteraba la necesidad de que sus operaciones estuvieran reglamentadas, ya que afectarían al tesoro nacional y a
la seguridad de todo el sistema bancario. Este fue un proyecto visionario, pero tampoco prosperó.
Entre 1869 y 1873, bajo los gobiernos de Juárez y Lerdo de Tejada se pretendió establecer varios bancos en diversas ciudades del país.
Alguno llegó a realizarse, pero únicamente como caja de ahorros o sociedad mutualista. La razón de estos fracasos la dio a su manera,
Pablo Macedo, notable jurista y financiero mexicano: “por más que nuestras leyes se registren no pocas mandando establecer un Banco
Nacional, no pudieron nacer entre nosotros mientras la anarquía política fue crónicamente nuestra principal dolencia; porque el crédito no
se decreta ni se impone, sino que es fruto espontáneo de un estado social cuyas condiciones primordiales se cifran en la seguridad pública,
en las vías rápidas de comunicación y en la existencia de una masa de capital disponible que, como el agua, fecunda y vivifica el terreno
sobre el que cae.''17
Por otra parte, en el país se padecía una persistente escasez de circulante monetario, situación paradójica en una nación como México
con una tradición trisecular de gran productor de plata acuñada. La escasez se agudizaba en algunas regiones y en épocas determinadas,
coincidiendo estos ciclos con fuertes operaciones mercantiles con el extranjero, independientemente de la fuga sistemática de capitales, por
diversos motivos, entre los que sobresale la caótica situación política del país.
Esa escasez de circulante monetario, aunada a la inexistencia primero e insuficiencia después, de instituciones de crédito, propiciaron
la proliferación de medios de pago de lo más diverso: se utilizaron con frecuencia para las transacciones, pagarés con varios endosos; bonos
del gobierno, de las deudas internas y externas; vales, moneda extranjera, mercancías; "fichas" de haciendas y pulperías, y en no pocas
ocasiones se liquidaron adeudos, pagando con propiedades inmuebles: Casas o terrenos.
La conjunción de los puntos antes señalados, con la pacificación del país, con la importación de capitales europeos y norteamericanos,
con el fortalecimiento del mercado interno, con el surgimiento de más vías de comunicación, etcétera, permitirían hasta la etapa porfirista
la formación de un sistema bancario integrado.
A pesar de les numeresos intentos ya mencionados para crear instituciones bancarias públicas o privadas, la verdad es que durante
dos tercios del siglo XIX hubo una virtual inexistencia de ellas. Las primeras que funcionaron antes del gobierno porfirista, tuvieron muy
limitada influencia en la economía nacional. Sin embargo, es importante su papel de pioneras, el que hayan introducido el uso de billete
bancario, y familiarizado al público con las prácticas bancarias.
Los bancos privados, 1864-1910
Diez instituciones de crédito precedieron a la primera legislación bancaria mexicana, contenida en el Código de Comercio de 1884. Seis
de ellas funcionaron en la capital de la república y cuatro en el estado de Chihuahua. Como no estaban sujetas a vigilancia oficial, ni daban
a conocer sus balances, estados financieros u otra información, su trayectoria y funciones durante sus primeros años son poco conocidas.
El primer banco privado que funcionó en el país fue el Banco de Londres y México, el cual abrió sus puertas al público el primero de
agosto de 1864, durante el Imperio de Maximiliano de Habsburgo. Empezó sus actividades como sucursal de un banco inglés denominado
"The London Bank of Mexico and South America Ltd.", contando con un capital de dos y medio millones de pesos o sea medio millón de
libras esterlinas. Este establecimiento tiene el innegable mérito de haber introducido en México los billetes de banco. 18
Practicaba, además de la emisión fiduciaria, operaciones de compra y cambio de monedas, giros, cobranzas, descuentos mercantiles,
depósitos a plazo fijo y a la vista, créditos a la industria y al comercio, préstamos sobre prenda y sobre consignación y, en un principio,
préstamos hipotecarios, pero pronto se retiró de ese mercado, ya que la ley no garantizaba al acreedor.
En el estado de Chihuahua, entre 1875 y 1883 la legislatura estatal autorizó la creación de cuatro bancos: Santa Eulalia, 19 el Mexicano,20
(con capital de Luis Terrazas), minero chihuahuense,21 y Banco de Chihuahua,22 todos con la facultad de emitir billetes. Es un caso
realmente excepcional el de estas instituciones de crédito, porque Chihuahua fue el único estado que autorizó el funcionamiento de
instituciones de crédito. Las que se crearían en fecha posterior fueron autorizadas por el Gobierno Federal, lo mismo que sus
contemporáneas establecidas en la Ciudad de México.

16 Francisco Calderón, "Bancos y Proyectos'' en Daniel Cosio Villegas ed. Historia moderna de México, La República restaurada. Vida Económica, op. cit., pp- 213-217;
Pantaleón Tovar, ''Historia parlamentaria del Cuarto Congreso Constitucional'', tomo 14, p. 582, citado en Cíen años de banca en México, op. cit., p. 37.
17 Pablo Macedo, “Las instituciones de crédito'' en Justo Sierra et al., México, su evolución social, Máxico, J Ballescá y Compañía, 1901, 2 tomos en 3 vols., p, 225.
18 Cien años de banca en México, op. cit.
19 Labastida, op. cit., p. 303 (Incluye anexos los decretos de la legislatura del estado de Chihuahua, de fechas 25 de noviembre de 1875, 28 de Julio de 1878 y 31 de julio de
1882, pp. 391-395).
20 Ibid. p. 104 (Incluye decretos de la legislatura del estado dc Chihuahua de fechas 8 de marzo de 1878 y 4 de julio de 1883 en pp. 414-416).
21 Ibid., pp. 104-105 (Incluye decretos de la legislatura del estado de Chihuahua de fechas 31 de julio de 1882, 5 de diciembre de 1882 y 5 de diciembre de 1883, en pp.
407-408).
22 Ibid., p. 400, 401. Decreto de la legislatura del estado de Chihuahua de fecha 19 de noviembre de 1883. Respecto a este banco, el licenciado Jacinto Pallares en su obra
Derecho mercantil mexicano, México, Tipografa y Litografía de Joaquín Guerra y Valle, 1891, (1,118 p.) menciona en la página 346 que ''Existía o existe además en
Chihuahua otro banco llamado de Hidalgo, pero según la Memoria de Hacienda de 1884 a 1885 y las posteriores, el Gobierno General no tiene noticia oficial del origen y
funciones de dicho banco de lo que deducimos su poca importancia.
Otra institución crediticia bastante singular fue el Monte de Piedad, el cual originalmente era una institución de beneficencia que se
dedicaba a otorgar préstamos con garantía de prenda. En 1849 aumentó servicios, estableciendo un departamento de ahorros, donde se
pagaba a los depositantes el cinco por ciento sobre las sumas guardadas. Se encargó también de recibir depósitos judiciales y confidenciales
y hacer situaciones de dinero al extranjero.23
En 1879 el Monte de Piedad recibió autorización para emitir certificados impresos, los cuales deberían ser reembolsables a la vista y al
portador y que de hecho no eran otra cosa que billetes. En 1881 se le otorgó ya la categoría de banco de circulación y de descuento con
garantía de sus propios fondos y se le facultó para emitir billetes hasta por nueve millones de pesos. Pero a pesar de los augurios de éxito
que se le hacían, en 1884 se enfrentó a una tremenda crisis que lo obligó a abandonar su calidad de emisor y continuar únicamente con sus
primeras operaciones.
Otra institución que tuvo un influjo decisivo en la estructuración de nuestro sistema bancario fue el Banco Nacional Mexicano 24
establecido mediante contrato aprobado por el Congreso de la Unión, promulgado el 16 de noviembre de 1881 como ley de la República
por el Presidente Manuel González. Emitió billetes de uno hasta mil pesos que con excepción de los del Monte de Piedad fueron los únicos
recibidos en las Oficinas de gobierno.
A efecto de infundir y fomentar la confianza en el banco, se estipuló que seria una entidad privada, por completo ajena al gobierno y
por lo tanto a los vaivenes políticos, y que no podrían imponerle contribuciones extraordinarias, ni seria sujeto de embargo, aun en caso de
guerra. Se estipuló que estaría siempre sujeto a los tribunales de la República y que las concesiones otorgadas no podrían nunca ser
traspasadas o enajenadas a ningún gobierno extranjero.
El Banco Mercantil Mexicano,25 fundado escasamente un mes después de que lo hiciera el Nacional Mexicano, abrió sus puertas el 27
de marzo de 1882 iniciando sus negociaciones con el público. A pesar de no contar con concesión oficial, esta nueva empresa gozó en todo
momento de la confianza y estimación de su clientela, inspirada seguramente en la solvencia moral y económica de sus socios fundadores,
quienes, en su mayoría, eran empresarios comerciantes ampliamente conocidos. La circunstancia de no concesión del Gobierno la eximía
igualmente de tener que otorgarle servicios especiales y destinarle, en calidad de préstamo, importantes sumas de dinero.
Entre su Consejo de Administración y Accionistas se contaba a: Porfirio Díaz, Rafael Dondé, José Maria Roa Bárcena, Indalecio
Sánchez Gavito, Antonio Escandón y Nicolás de Teresa.
Estuvo funcionando en constante competencia con el Nacional Mexicano, hasta que con motivo de la crisis en 1884 y a instancias del
gobierno, decidieron fusionarse en una nueva institución: el Banco Nacional de México, en el que unieron no sólo sus capitales (por partes
iguales), sino también su experiencia, recursos humanos, créditos y obligaciones y lo mejor de cada banco, en especial la confianza de la
clientela y la autorización del gobierno.26
Por ultimo, hay que citar dos instituciones bancarias que se establecieron en el Distrito Federal en este período. El primero fue el Banco
de Empleados formado en 1883 en buena parte con suscripciones de los empleados públicos.27 Su objeto principal era hacer préstamos a
funcionarios, empleados y pensionistas del Erario Federal, bajo la garantía de sus sueldos, así como otorgarles fianzas, adelantos, compra
de crédito, emisión de billetes, etcétera. Por lo limitado de sus operaciones se asemejaba a una caja de ahorros o sociedad mutualista, y poca
relevancia tendría si no hubiera traspasado su concesión en 1889 a los señores Tomás Braniff, Juan Llamedo e Ignacio de la Torre y Mier,
representantes del Banco de Londres de México, con lo que esta institución pudo regularizar su situación conforme a la Ley. El segundo fue
el Banco Internacional e Hipotecario que se fundó en 1882, siendo el precursor de los de su tipo y, por cerca de veinte años, fue el único
dedicado a los préstamos sobre bienes raíces.28
Legislación bancaria
Como en la mayoría de las cuestiones humanas, el hecho precede al derecho. Empezaron a existir instituciones bancarias -como hemos
visto- años antes de que se legislara al respecto, en algún caso veinte años antes. Esta situación propició contratos y concesiones dispares.
De hecho fue esta el año de 1884 cuando por primera vez se menciona la legislación bancaria de manera especifica, en el Titulo XIII del
nuevo Código de Comercio. Sin embargo, existen algunos antecedentes. En primer lugar hay que remarcar la vigencia de al menos algunos
leyes de la época colonial, en particular las Ordenanzas de Burgos, Sevilla y Bilbao, que regulaban el oficio de banquero o cambista, y que
siguieron siendo válidas en México, durante buena parte del siglo XIX. Esto explica el porqué durante más de ocho décadas, los bancos
decimonónicos existentes crearon sus propias reglas, a la espera y como antecedentes de la formulación de la primera legislación adecuada.
En los primeros años del México independiente se emitieron varias leyes y decretos que pretendían regular y controlar el crédito. En
1839 y 1842 se promulgaron dos ordenamientos que declaraban nulos los intereses mayores al doce por ciento en las operaciones de

23 Antonio Manero, La revolución bancaria en México, México. Talleres Gráficos de la Nación, 1957, 354 pp., pp. 6-7. vid. Pablo Macedo, op. cit. p. 227.
24 Enrique Martínez Sobral. Estudios elementales de legislación bancaria, México, Tipografía de la Oficina Impresora de Estampillas de Palacio Nacional, 1911, 387 pp., p.
29 vid. ''Banco Nacional Mexicano, Contrato de Concesión. Ley que lo aprobó y estatutos, México", Impr. Francisco Díaz de León, 1881, 54 pp.
25 Antonio Macedo, op. cit., p, 228, título l°, articulo 2, Estatutos del Banco Mercantil Mexicano, México, Francisco Díaz de León, 1881, p, 24, pp. 3 y 24.
26 “En resumen, por nuestra parte fuertes gastos generales, circulación restringida y tipos de interés elevados; y por parte del Banco Mercantil completa incertidumbre del
porvenir, tales eran los obstáculos que ambos establecimientos encontraban en su camino, y que, a pesar de su prosperidad actual, indicaban una sensible inestabilidad
respecto de su desarrollo ulterior.'' Explicación de la Fusión en Banco Nacional Mexicano, S.A., Informes del Consejo de Administración y de los Comisarios Encargadas
del examen de las cuentas. Resoluciones de la Junta General, México, Francisco Paz de León, 1884, 26 pp. (Junta General Extraordinaria de 19 de mayo de 1884). p. 2.
27 Banco de Empleados, S.A., establecido en México con un capital de $500.000.00 en virtud del contrato de concesión de 12 de junio y de la ley de 15 del mismo de 1883,
Contrato de Concesión, y Ley de Aprobación y Estatutos, México, Ireneo Paz, 1883, 64 pp.
28 Labastida, op cit., p. 166, incluye copia del contrato, p. 185-295 vid Jacinto Pallares. Derecho Mercantil Mexicano, México, Tipografía y Litografía de Joaquín Guerra y
Valle, 1891, pp. 425-433.
préstamos.29 Sin embargo, estos intentos fueron vanos porque se burlaba la ley mediante el subterfugio de aplicar el interés legal a la
operación y el resto cobrarlo como gastos de comisión u otros. En 1854 aparece el primer Código de Comercio de México, 30 que aunque no
incluye apartado especial sobre banca, tuvo su importancia porque a él se atuvo la implantación de los primeros bancos en México. En 1875
Manuel Dublán elaboró uno de los primeros proyectos de ley31 para el funcionamiento de las instituciones de crédito en la República. Fue
sometido a la aprobación de la Octava legislatura de la Unión y representa uno de los antecedentes más antiguos de nuestra legislación
bancaria.
Pero en realidad no fue sino el contrato concesión del Banco Nacional Mexicano el que marcó en 1882 el principio de la política
crediticia con intervención del gobierno. Entre las estipulaciones de su concesión, que pueden considerarse como antecedentes de las leyes
bancarias, encontramos la exigencia de contar con el cincuenta por ciento de su capital en efectivo al momento de iniciar sus operaciones, y
la obligación de publicar su balance mensual en el Diario Oficial.
Por fin, el 20 de abril de 1884 se decretó el nuevo Código de Comercio, que por primera vez incluía preceptos relativos a la función
bancaria.32 Entre los principales estaba el hecho de que se requería autorización expresa del Gobierno para el establecimiento de cualquier
clase de bancos en el país, y que éstos deberían constituirse como sociedades anónimas, con un mínimo de cinco socios, ostentando cada
uno en propiedades un minino de cinco por ciento del capital social.
Asimismo los nuevos deberían exhibir el 50 por ciento de su capital al momento de iniciar operaciones, y quedaban obligados a dar a
conocer públicamente sus balances, mensualmente, en el Diario Oficial y en algún otro periódico. Se prohibía que establecieran su domicilio
o colocaran su capital fuera del territorio nacional, as como que personas o bancos extranjeros tuvieron en México sucursales o agencias
que emitieron billetes. Por último, se exigía para las emisiones de billetes, un 66 por ciento de garantía en metálico 33 por ciento en las arcas
del propio banco y 33 por ciento depositado en la Tesorería de la Nación. Las emisiones de billetes no deberían exceder el importe del
capital exhibido, y se gravarían con un impuesto del cinco por ciento.
Esta legislación muestra claramente que se otorgaban seguridades y ventajas a la clientela, no así a los bancos de emisión, que se veían
obligados a conservar inmóvil e improductivo el 66 por ciento de sus recursos. Además, simultáneamente se firmó el contrato-concesión
del Banco Nacional de México el cual sirvió como modelo, en muchos de sus apartados, para lo que seria la futura Ley General de
Instituciones de Crédito.33 En resumidas cuentas el Código de Comercio de 1884, no obstante su corta vida (cinco años), pudo fijar las bases
de lo que seria el sistema bancario mexicano.
A partir de la promulgación del Código de 1884, la situación se mostraba difícil para la creación de nuevos bancos y también para los
ya establecidos que debían recabar autorización del Congreso de la Unión. El más perjudicado fue el Banco de Londres y México, por ser
sucursal de un banco inglés. Su situación pudo arreglarse mediante el subterfugio antes mencionado, que consistió en comprar la concesión
del Banco de Empleados, sin por eso dejar impugnar la retroactividad en la aplicación del Código de Comercio sobre una institución que
tenía veinte años atrás.
Una de las razones que pueden explicar los obstáculos a la creación de nuevos bancos en estos años fue precisamente el gran poder del
Banco Nacional de México desde 1884, y de su antecesor el Nacional Mexicano de 1882 a 1884, que ejercieron algunas funciones de banca
Central o del gobierno. Efectuaron el manejo de la deuda pública, sobre todo la externa; se encargaron del cobro de algunos impuestos,
funcionaron como tesorería del gobierno, al cual le abrieron una cuenta corriente a bajo interés y emitieron billetes de curso legal. Esto
último, sin embargo, fue Común a la generalidad de los bancos.
En 1888 se facultó al Presidente ''para contratar establecimiento de instituciones de crédito que sean convenientes", facultad que minó
lo establecido en el Código de Comercio de 1884 respecto a la creación de bancos. 34 Esta situación trató de aclararse con la promulgación,
en 1889, de un nuevo Código de Comercio que desechó los privilegios del Banco Nacional de México, no obstante los términos de su
concesión. En este nuevo código se prohibió la creación de bancos sin la autorización de la Secretaria de Hacienda y sin que el Congreso de
la Unión aprobara los respectivos contratos.35

29 Lobato, op. cit., pp. 154-155.


30 Código de Comercio de México (Teodosio Lares). México, Imprenta de José Mariano Lara, 1854.282 pp.
31 Diario de los debates de la Cámara de Diputadas, VII Legislatura Constitucional de la Unión, tomo I, p 216, México, 1875.
32 Código de Comercio de los Estados Unidos Mexicanos, México, Tipografía de Gonzalo A, Esteva, 1884, 421 pp. En su artículo 954 dice: “No podrán establecerse en la
república bancos de emisión, circulación, descuento, depósitos, hipotecarios, agrícolas, de minería o en cualquier otro objeto de comercio, sino con autorización de la
Secretaria de Hacienda, a juicio del Ejecutivo Federal, y llenando los requisitos y condiciones establecidas en este código.”
33 Banco Nacional de México, Contrato celebrado entre el C. General Miguel de la Peña, secretario de Estado y del Despacho de Hacienda y Crédito Público, en
representación del Ejecutivo Federal, y el Sr. D. Eduardo Noetzlin, apoderado y representante del Consejo de Administración del Banco Nacional Mexicano, reformando los
contratos de 16 de agosto de 1881, aprobados por la ley de 16 de noviembre del mismo año, sobre el establecimiento del Banco referido, México, 5 de mayo de 1884
Reproducido en Luis G. Labastida, op. cit., pp. 341, 354.
34 Luis G. Labastida, op.cit. p. 123 Decreto de 4 de junio de 887. “ArticuIo Único. Se autoriza al Ejecutivo de la Unión para reformar total o parcialmente el Código de
comercio vigente, dando cuenta al Congreso del uso que hubiere hecho de esta autorización.'' Ibid., p. 123 Decreto de l° de junio de 1888 ''Artículo 2° Se faculta igualmente
(al Ejecutivo) para contratar el establecimiento de instituciones de crédito que sean convenientes, para fomentar el comercio, la agricultura y la minería. Estas facultades
durarán dos años, contados desde la fecha de este decreto, debiendo el Ejecutivo dar cuenta del uso quede ellas hubiere hecho''.
35 Código de Comercio de 15 de septiembre de 1889, México, Tipografía El Gran Libro de F. Parres y Comp. Sucs., 1889, 296 pp. p. 102. ''Articulo 640. Las instituciones
de crédito se regirán por una ley especial y mientras ésta se expide, ninguna de dichas instituciones podrá establecerse en la República sin previa autorización de la
Secretaria de Hacienda, y sin el contrato respectivo, aprobado en cada caso por el Congreso de la Unión''. vid. Martínez Sobral, op. cit, p 42, cita el articulo anterior y añade
que el Nuevo Código dc Comercio ''echó por tierra el privilegio del Banco Nacional de México no obstante los expresos términos de su concesión.'' Por su parte, Pablo
Macelo (op.cit., p. 233) dijo al respecto: ''El Código de Comercio de 1889 que derogó al de 1884, erigió en sistema la más completa anarquía en materia tan delicada como
lo es la circulación fiduciaria de una nación".
Durante los ocho años que median entre la expedición de este código y la promulgación de la Ley General de Instituciones de Crédito
(1897) se otorgaron concesiones para fundar once bancos.36 Los que efectivamente llegaron a operar, lo hicieron sin sujetarse a ninguna
legislación especial, actuando de acuerdo tan solo a sus respectivos contratos, sin reglas uniformes ni en cuanto al capital inicial necesario,
ni a las garantías, ni al plazo de emisión, ni siquiera a las denominaciones de los billetes a emitir. Dichas circunstancias comenzaron a
generar un verdadero caos bancario que manifestó la urgente necesidad de reordenar el funcionamiento del conjunto del sistema crediticio
nacional.
La nueva ley fijó, a partir de 1897, bases generales y uniformes para el establecimiento de bancos. Consideró únicamente tres tipo de
instituciones de crédito: bancos de emisión, bancos refaccionarios y bancos hipotecarios, semejantes en su papel de intermediarios
financieros y diferentes por los títulos que cada una ponía en circulación y que, en esencia, correspondían a los plazos corto, mediano y
largo, respectivamente. Se sujetó a los bancos a la vigilancia permanente de las autoridades de la Secretaria de Hacienda y se controló el
crédito a los propios directivos y consejeros.
CUADRO 1
La Banca en México 1821-1912
Razón Social Fecha de Capital Ubicación cambios y fusiones
Banco… Concesión social al
fundarse
Bancos Estatales
De Avio 1830 1,000,000 Distrito Federal
De Amortización de la 1837 Distrito Federal
moneda de cobre
Bancos Hipotecarios
Hipotecario Mexicano 1882 5,000,000 Distrito Federal
(En 1888 cambió a Internacional e Hipotecario de Mé-
xico.
Agrícola e Hipotecario 1900 2,000,000 Distrito Federal
de México
Hipotecario Agrícola del 1910 2,000,000 Distrito Federal
Pacífico
Bancos Refaccionarios
Central Mexicano 1898 6,000,000 Distrito Federal
De Campeche 1900 2,000,000 Sinaloa
De Michoacán 1900 500,000 Michoacán (De emisión de 1902 a 1908)
Comercial Refaccionario 1902 200,000 Chihuahua
de Chihuahua
Mexicano de Comercio e 1906 10,000,000 Distrito Federal
Industria
de la Laguna 1907 6,000,000 (n.d.)
Español Refaccionario 1911 2,000,000 Puebla
Bancos de Emisión
de Londres y México 1864 2,500,000 Distrito Federal
de Santa Eulalia 1875 (n.d.) Chihuahua (En 1889 se convirtió en Comercial de
Chihuahua.
Mexicano de Chihuahua 1878 750,000 Chihuahua (Se unió en 1888 al Minero de Chihuahua)

Nacional Mexicano 1881 8,000,000 Distrito Federal


Mercantil Mexicano 1882 4,000,000 (Se fusionaron en el Nacional de México).
Minero de Chihuahua 1882 600,000 Chihuahua (Se unió en 1888 al Mexicano de
Chihuahua)
de Empleados 1883 500,000 Distrito Federal (Cedió en 1889 su concesión al de
Londres).
de Chihuahua 1883 (n.d.) Chihuahua

36 Ley General de Instituciones de Crédito, México, Secretaria de Estado y del Despacho de Hacienda y Crédito Público, 19 de marzo de 1897, (firmado Limantour) 29 pp.
En el Informe del secretario de Hacienda al congreso de la Unión sobre el uso de las autorizaciones que concedió al Ejecutivo en materia de bancos la ley de 3 de junio de
1896, (México, Tipografía de la Oficina Impresora del Timbre, 1897) comenta don José Ives Limantour respecto a la ''diversidad caprichosa de legislación'' que "... no había
dos [bancos] que tuvieran concesiones idénticas, sino que se diferenciaban todas en varios puntos, más o menos sustanciales. Así, por ejemplo, una concesión terminaba en
1904, y las otras en una fecha más lejana, concluyendo las últimas hasta 1939, la emisión se regulaba, para unos bancos, por el monto del capital social, y para otros por el
triple de dicho capital; la circulación se garantizaba, exigiéndose a unos bancos, fianzas; a otros depósitos; y a otros ni fianza ni depósito, sino una garantía de diverso
género. Los fondos de reserva se constituyeron en muy distintas proporciones, según los establecimientos: el derecho de establecer sucursales era ilimitado para estos
bancos, y para otros estaba sujeto a restricciones diversas: el valor de los billetes que podían emitirse era, en algunas concesiones, el de veinticinco centavos como minimum,
mientras que en otras los billetes de menor valor tenían que ser de un peso; había un banco que podía hacer préstamos hasta por doce meses prorrogables, mientras que las
operaciones de los demás no debían exceder de seis. Iguales diferencias se notaban en las garantías para los préstamos y descuentos, lo mismo que en las franquicias y
extensiones de impuestos y en los demás requisitos fundamentales de las concesiones.” (pp. 39-40).
Nacional de México 1884 500,000 Distrito Federal
Comercial de Chihuahua 1889 600,000 Chihuahua
Mercantil de Yucatán 1889 500,000 Yucatán
Yucateco 1889 500,000 (Se fusionaron en 1908 en el Peninsular Yucateco
De Durango 1890 500,000 Durango
De Nuevo León 1891 600,000 Nuevo León
De Zacatecas 1891 600,000 Zacatecas
De San Luis Fotos 1897 1,100,000 San Luis Fotos
De Coahuila 1897 500,000 Coahuila
De Estado de México 1897 1,500,000 Estado de México
Occidental de México 1897 600,000 Sinaloa
De Sonora 1897 500,000 Sonora
Mercantil de Veracruz 1897 2,000,000 Veracruz
de Jalisco 1898 500,000 Jalisco
Mercantil de Monterrey 1899 2,500,000 Nuevo León
Oriental de México 1899 3,000,000 Puebla
de Guanajuato 1900 500,000 Guanajuato
de Tabasco 1900 1,000,000 Tabasco
de Chiapas 1900 500,000 Chiapas
de Oaxaca 1902 500,000 Oaxaca (Se fusionaron en 1909 al Oriental de México.
de Tamaulipas 1902 500,000 Tamaulipas
de Hidalgo 1902 500,000 Hidalgo
de Aguascalientes 1902 500,000 Aguascalientes
de Morelos 1902 1,000,000 Morelos
de Michoacán 1902 500,000 Michoacán
de Campeche 1903 600,000 Campeche
(Empezaron en 1900 como Re faccionarios y ahí
volvieron en 1908)
de Guerrero 1903 600,000 Guerrero
de Querétaro 1903 800,000 Querétaro
Peninsular Mexicano 1908 16,500,000 Yucatán
Fuente: Enrique Martínez Sobral, Estudios elementales de legislación bancaria, México, Tipografia de la Oficina impresora
de Estampillas. 1911, 387 pp. José Antonio Batiz Vázquez. “Aspectos financieros y monetarios" pp.408-409, en
México en el siglo XIX (1821-1910). Historia económica y de la estructura social, México, Nueva Imagen, 1980, 525 pp.
Ciro Cardoso, Coordinador).

Al amparo de esta ley comenzaron a proliferar los bancos, preferentemente los de emisión, que se establecieron en casi todas las
entidades federativas.
La Ley General de Instituciones de Crédito de 1897, estableció ─como ya dijimos─ tres tipos de bancos: de emisión, refaccionarios e
hipotecarios, a los que correspondían operaciones activas y pasivas especificas, correlativas ─dentro de cada tipo de institución─ en sus
plazos: Los bancos de emisión, prestaban a corto plazo, principalmente al comercio y emitían billetes. Los refaccionarios, otorgaban crédito
a mediano plazo, sobre todo a la industria, y contaban con los bonos de caja que colocaban entre su clientela. Y los hipotecarios se
encargaban del crédito a largo plazo, garantizado con bienes inmuebles y con sus recursos que captaban a través de los bonos hipotecarios.
Don Joaquín D. Casasús, banquero y conocido estudioso de la banca porfirista, se refirió en uno de sus escritos a esta ley de 1897,
diciendo que "ha sido considerada, por propios y extraños, como una de las leyes más importantes que existen sobre la materia", ya que,
reconocía, "ninguna otra nación ha reunido como México, hasta ahora, en una sola ley, todas las disposiciones relativas a las instituciones
de crédito para formar con ellas un verdadero cuerpo de doctrina". 37
Sin embargo, esta ley, en la que se invirtió bastante tiempo y amplios estudios de los más ameritados especialistas, quienes consultaron
experiencias europeas y norteamericanas, no dio el resultado que de ella se esperaba, porque todavía respetó muchos privilegios y agrego
otros, y además porque en la práctica no fue generalmente respetada.
Años más tarde, en 1904, se creó dentro de la Secretaría de Hacienda la llamada "Inspección General de Instituciones de Crédito y
Compañías de Seguros", con la finalidad de que se ocupara de la vigilancia de esos establecimientos, del manejo y control del cuerpo de
interventores y del trámite de asuntos relacionados. Al frente quedó don Luis Manero y Escobedo, como Director investido de amplias
facultades, "inclusive estar presente en los cortes de caja ordinarios y de considerarlo necesario ordenar otros extraordinarios, comprobar
los balances y visitar sucursales y agencias".39
Las facultades de los interventores ─ especie de auditores del gobierno ─ fueron ampliadas en 1905. Originalmente vigilaban
únicamente el cumplimiento de la citada Ley General de Instituciones de Crédito, los términos de las concesiones y el apego de los

37 Joaquín D. Casasús, Las reformas a la Ley de Instituciones de Crédito, artículos publicados en El Tiempo, Diario dc México, Tipografía deis Oficina Impresora
de Estampillas en Palacio Nacional, 1908, 342 pp., p. 265.
39 Fernando Rosenzweig, op. cit., p. 854.
estatutos de los respectivos bancos. Con la nueva disposición pasaron a ocuparse también de vigilar el cumplimiento de la legislación y
disposiciones mercantiles, con lo que llegó a equiparárseles con los Comisarios de las sociedades mercantiles. 39
Las consecuencias de la situación arriba mencionada, las deficiencias en el sistema bancario, sobre todo la falta de liquidez de la
mayoría de los bancos, se hicieron patentes al sobrevenir la crisis nacional y mundial de 1907. Vicios ancestrales en el otorgamiento de
créditos a grandes terratenientes, a comerciantes y especuladores, sin la suficiente garantía; violaciones a los mínimos que se debían
mantener en el capital y en la reserva metálica y otros defectos, se intentaron corregir con la promulgación, en 1908, de diversos
ordenamientos que concedieron un año de plazo a las instituciones, para que procuraran una mayor recuperación de sus carteras vencidas
y se desprendieran de activos inmovilizados.40
Las reformas efectuadas en 1908 a la Ley General de Instituciones de Crédito de 1897 perseguían dos objetivos básicos. El primero
consistía en apartar a los bancos de emisión de la equivocada y riesgosa política crediticia, por virtud de la cual inmovilizaban
indefinidamente los capitales provenientes de la emisión de billetes, y el segundo objeto estaba encaminado a modificar la naturaleza de las
operaciones refaccionarias, diferenciándolas claramente de las hipotecarias y poniéndolas en condición de prestar a la agricultura más
útiles servicios.
Otro objetivo que se persiguió, fue suprimir paulatinamente la multiplicidad de instituciones emisoras, para lo cual se les autorizó su
transformación a bancos refaccionarios (Articulo 2o.). Se aumentó el mínimo del capital social de los Bancos a un millón de pesos y se
limitó y reguló más estrictamente el préstamo a sus propios Consejeros y Directores (Articulo 1o.) y se pidió mayor claridad en los
balances.
No fue posible ver los alcances de las reformas y adiciones a la Ley de Instituciones de Crédito por el inicio de la Revolución Mexicana.
Fue insuficiente el tiempo para juzgar y aquilatar sus ventajas y en algunos casos hasta para llevar a la práctica, en toda la extensión de la
palabra, lo reglamentado.
Además de las leyes mencionadas, es conveniente anotar que en diversas fechas se emitieron decretos y circulares que aclaraban o
regulaban aspectos específicos relacionados con la práctica bancaria. 41 Entre los más importantes están el decreto del 28 de mayo de 1903
que reglamentaba el uso de la palabra "Banco", limitándolo a los tres tipos definidos en la Ley General de Instituciones de Crédito de 1897 y
que gozaran de concesión, y no a los "libres" de depósito o ahorro que conllevan mayores riesgos que los emisores y para los que existe
"completa libertad para fundarlos y manejarlos" ya sea que no estaban sujetos a la Ley General de Instituciones de Crédito, sino únicamente
al Código de Comercio vigente, y que en su nombre no podían incluir las palabras Banco, Bancario o Banking.
Otra ley importante, fue la promulgada el 13 de mayo de 1905; aclarando la Ley General de Instituciones de Crédito en lo relacionado a
la inclusión de los Depósitos a la vista junto con la emisión de billetes para efectos de la garantía metálica que los bancos conservaban en
caja en razón de su eventual inmediata disponibilidad. Asimismo, se dieron a conocer algunas otras disposiciones sobre Almacenes
Generales de Depósito, sobre emisión de certificados de oro, sobre los cortes de caja y balances y sobre las existencias metálicas de los
bancos, que por su escasa trascendencia no vamos a detallar.
Unas palabras de Fernando Rosenzweig sintetizan este apartado dedicado a la legislación bancaria: "la actividad de los bancos, regida
en un principio por normas que ellos se fijaban a si mismos como cualquier establecimiento comercial, acabó por quedar sujeta a la
reglamentación y vigilancia del Estado para hacerla concordar con la prudencia financiera, la complejidad de las funciones que ahora
tenían y la posible repercusión de sus actos sobre la marcha de la economía general del país.'' 42
Conclusiones
Durante todo el profirismo los bancos de emisión predominaron sobre los otros, gracias a las facilidades que el Estado les proporcionó
para su fundación, y a que la emisión de billetes (creación de dinero) les permitía contar con recursos muy superiores a los de los otros
bancos, ya que no dependían exclusivamente de sus propios recursos, ni de los depósitos de un público que todavía no estaba habituado a
ahorrar. Pero además de dicha ventaja, había que mencionar algunos otros aspectos críticos que contribuyeron al alto nivel de
concentración bancaria en el país durante este periodo, el cual había de generar profundas contradicciones económicas y políticas.
En primer lugar, debe tenerse en cuenta que el capital de los grandes bancos del país fue, en su mayor parte, proveniente del
extranjero. Lo anterior se debió al interés de algunas naciones ─ europeas predominantemente ─ por exportar recursos e incrementar sus
inversiones foráneas, que se conjunto con la necesidad de capitales en México, con el mejoramiento de la situación política del país y con la
buena disponibilidad gubernamental para aceptar capital extranjero. De ahí que las primeras iniciativas ─ que prosperaron ─ para la
fundación de bancos fueran: inglesa (Banco de Londres), francesa (Banco Nacional Mexicano), de españoles radicados en México (Banco
Mercantil Mexicano) y norteamericana (Banco de Chihuahua).
Por otra parte, existió una sonada polémica entre los partidarios del "libre cambio" en la emisión de billetes, y los que estaban a favor
del monopolio. Prácticamente estuvo representada por los Bancos de Londres y México y Nacional de México, respectivamente. Aunque la
legislación favorecía al segundo, después de varios años de discusiones, se optó por la pluralidad de los bancos de emisión. También

39 Ibid. p. 855.
40 Iniciativa de reformas y adiciones a la Ley General de Instituciones de Crédito de 19 de marzo de 1897 y exposición de motivos de la misma, México,
Tipografía de la Oficina Impresora de Estampillas, 1908, firmada: J.Y, Limantour.
41 Secretaría de Estado y del Despacho de Hacienda y Crédito Público, Instituciones de Crédito. Leyes y circulares relativas, 3a. ed,, México, Tipografía de la
Oficina Impresora de Estampillas, 1909.
42 Fernando Rosenzweig, op. cit., p.- 789.
surgieron por esos años diferencias entre los bancos de provincia y los de la capital, por las ventajas que estos últimos obtenían de la
fortalecida y, ya para entonces, tradicional centralización política y económica del país.
Una situación positiva provocada a raíz del surgimiento y proliferación de instituciones bancarias fue que el tipo de interés en las
operaciones de crédito, disminuyera del doce por ciento o más que se cobraba normalmente, a entre ocho y diez por ciento, y
eventualmente a siete y hasta seis por ciento al año. Esta situación benefició a los deudores, principalmente al mayor, el gobierno, que era
quien más padecía los efectos del agio, y quien se vio privilegiado con tasas de interés preferenciales.
A principios del siglo actual, se dio una inflación del crédito provocada por la expansión del sistema bancario y par la falta de
cumplimiento de algunas de sus reglas básicas. Fue una inflación de la circulación fiduciaria, pero no tanto de billetes como de otros signos
monetarios, sobre todo papeles de crédito. Para contrarrestarla se dio una contracción del crédito en 1907-1908, que entre otras
consecuencias, sacó a relucir los conflictos dentro de la oligarquía mexicana. Estos conflictos internos tenían como causa, entre otras, la
fuerte concentración del poder financiero, en unas cuantas manos, y geográficamente, en el Distrito Federal. Se acusó a ciertos financieros
de haber usado irracionalmente el poder económico concentrado en sus manos.
En resumen, la banca y el crédito tuvieron un enorme desarrollo ─ durante el porfirismo ─ aprovechando la progresiva
comercialización de la vida económica. La legislación particular de los bancos, sentó las bases de las leyes que hasta la actualidad regulan
nuestro moderno sistema bancario. Se generalizó el empleo del billete, el cheque y de otros valores mobiliarios; se favoreció la
concentración de capitales dispersos y no productivos; se internacionalizó el crédito oficial y privado, as como la importación y exportación
de capitales. Se redujo, asimismo, el precio del dinero, al disminuir y regular las tasas de interés.
Se dio una simbiosis entre los capitales de la banca, la industria y el comercio que facilitó sus relaciones y desarrollo, aunque con sus
riesgos inherentes. En este sentido la banca porfirista se constituyó en impulsora de la economía nacional y tuvo una marcada influencia en
los sectores económicos, productivos y distributivos.

GUIAS DE AUTOEVALUACIÓN
Preguntas abiertas
Responda a los siguientes cuestionamientos
1. ¿Qué factores influyeron para que la Independencia y la formación del nuevo Estados mexicano, no impulsaran por si mismos el
desarrollo económico?

2. Enumere cinco cambios económico-sociales, que generaron la Independencia en México.

3. Describa brevemente, cuál era el papel de la Iglesia a mediados del siglo XIX, como dueña de grandes extensiones de tierras y
prestamista.

4. ¿Cuáles son los tres elementos que se considera, estuvieron mal planteados por el proyecto liberal de fines del siglo XIX?

Preguntas opción múltiple


Subraya la respuesta correcta
5. Los sectores económicos afectados en México, por el cambio de relaciones comerciales de España, hacia las potencias del Atlántico, a
mediados del siglo XIX, fueron:
a) La agricultura.
b) La industria lanera y textiles de algodón.
c) La minería.
d) Productos de plata y oro.
6. Indique porqué las haciendas se considera que tenían más del sistema capitalista, que del feudalismo.
a) Utilización del transporte.
b) La división de clases.
c) Alta tecnología y acceso al crédito.
d) La lucha de clases.
7. Porqué se dice que la Iglesia funcionaba como un banco moderno a mediados del siglo XIX.
a) Imponer un diezmo.
b) Tener altas reservas de dinero.
c) Apoyo en el ahorro de peones.
d) Otorgar créditos preferenciales a tasas de interés bajas.
Preguntas Falso-Verdadero
Responda en la línea si la afirmación es FALSA o VERDADERA según sea el caso
8. Entre los años de 1812 y 1822, la producción de oro y plata en México, creció de forma sorprendente: __________
9. La consigna positivista de “orden y progreso” en el porfiriato, implicaba terminar con las diferencias ancestrales y pugnar por el
desarrollo industrial del país: ___________
10. Con la Ley de Colonización de 1875 y su ampliación hasta 1883, se logró la distribución equitativa de la tierra cultivable entre los
campesinos mexicanos: ___________
BIBLIOGRAFÍA COMPLEMENTARIA
 RESENZWEIG, Fernando. “El desarrollo económico de México de 1877 a 1911”. En el Trimestre Económico. Vol. 32. No. 5. México.
1965. Fondo de Cultura Económica, Pags. 405-453.
 PANI, Érika y GÓMEZ Galvarriato, Aurora. “Para Construir un Estado 1867-1910”. En: FLORESCANO, Enrique. (compilador)
“Arma la historia”. Edit. Grijalbo, México. 2010. Págs. 95-123.

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