Documenti di Didattica
Documenti di Professioni
Documenti di Cultura
Desde el momento que decidimos servir a Cristo, se inició una gran batalla, la cual
no admite respiro alguno, no admite tregua. Al venir a los pies del Señor, la relación
que teníamos con el diablo se rompió, esa comunión que había se hizo pedazos,
pero ese enemigo no se va a dar por vencido tan fácilmente. Este enemigo lucha
constantemente para robarnos lo que Dios nos ha entregado, y lo que Dios nos ha
dado es tan grande que no podemos cambiarlo por nada del mundo.
Cuando llegó a nuestras vidas el Señor nos dio de su presencia; Satanás sabe lo
que nosotros tenemos ahora, él sabe que esa presencia es la que nos da confianza,
es la que nos hace fuertes, que nos hace levantar cuando estamos en el piso; por
eso perder la presencia, perder la gloria de Dios en nuestra vida es perderlo todo,
es morir en vida, es mejor que el Señor nos lleve pero no perder su gloria, no perder
su presencia.
Dios a través de su Palabra nos ha dado una información detallada de las formas
de ataque de nuestro enemigo, nos ha dado a conocer la labor de Satanás.
Debemos saber que los poderes del maligno ya han sido derrotados. Esa derrota
sucedió en la cruz del calvario, y no fue una derrota parcial, el Señor lo despojó de
todo, lo derrotó totalmente. Dios le ha permitido muchas cosas, pero la autoridad
suprema y soberana siempre la ha tenido nuestro Señor.
Esta batalla que enfrentamos es espiritual, la cual no solamente debe ser defensiva,
sino ofensiva; hemos sido llamados por Dios para forzar al enemigo a retroceder;
nosotros estamos bajo el dominio, bajo el mando del invicto capitán, del que no
conoce derrota, del que no sabe qué es tener miedo, del que no sabe qué es dar un
paso atrás, Él va adelante. Es por eso que el Señor ha llevado esta obra a tantos
países, porque Dios y su ejército entran en el terreno del enemigo, lo doblega y lo
conquista.
A través de su Palabra, Dios nos ha dado las tácticas, nos ha dado armas
espirituales. No estamos indefensos, son incontables los recursos que Dios nos ha
entregado para obtener la victoria, veamos algunas de esas armas poderosas en
Dios: 1) El poder de la oración, 2) el poder del nombre de Jesús, 3) el poder de la
alabanza, 4) el poder de la Palabra de Dios y 5) el poder de la autoridad.
1. EL PODER DE LA ORACIÓN
No hay sistema de comunicación en la tierra que supere al que Dios nos ha dotado.
La oración nunca ha fallado, nunca ha quedado obsoleta. Es el medio por el cual
nosotros nos acercamos a Dios, allí le podemos contar nuestras necesidades, allí
le dejamos nuestras cargas. No hay ocupación más importante que la oración, es
más importante que otras actividades, ya sea predicar, cantar, hablar en lenguas,
tener dones espirituales, Dios ha prometido bendiciones ilimitadas a través de la
oración.
Esta obra va adelante a través de la oración, a través del clamor de muchos que
avanzan de rodillas. Nos hemos encontrado con altares que se han ido secando, ya
no hay quien gima en los altares, porque nos hemos preocupado más en correr de
un lado para otro, por eso hay que sacar tiempo para la oración, en 1
Tesalonicenses 5:17 dice: “Orad sin cesar”, y en Mateo 26:41 nos dice: “Velad y
orad, para que no entréis en tentación; el espíritu a la verdad está dispuesto, pero
la carne es débil”.
El Señor Jesús nos dio ejemplo, en Marcos 1:35, “levantándose muy de mañana,
siendo aún muy oscuro, salió y se fue a un lugar desierto y allí oraba”. La oración
es la llave que nos abrirá todas las cerraduras. Hablándonos de Moisés, nos dice
que estaba aferrado a la oración, intercediendo por el pueblo de Israel el cual iba a
ser destruido por el Señor, pero “Jehová se arrepintió del mal que dijo que había de
hacer a su pueblo” (Éxodo 32:7-14).
Hombres de Dios que no tenían buen parecido, algunos eran iletrados, pero eran
hombres de oración. Juan Knox le dijo al Señor por noches enteras: “Dame a
Escocia o me muero aquí en este altar” y Dios se lo entregó; Martín Lutero oraba
tres veces al día, por largas horas; o David Brainerd, en medio del hielo (frío), oraba
por los Pieles Rojas. El Señor nos dice: “Por tanto, os digo que todo lo que pidiereis
orando, creed que lo recibiréis, y os vendrá” (Marcos 11:24).
2. EL NOMBRE DE JESÚS
En Filipenses 2:9-11, nos dice la Palabra que “Dios también le exaltó hasta lo sumo,
y le dio un nombre que es sobre todo nombre, para que en el nombre de Jesús se
doble toda rodilla de los que están en los cielos, y en la tierra, y debajo de la tierra;
y toda lengua confiese que Jesucristo es el Señor, para gloria de Dios Padre”. El
nombre de Jesucristo es el nombre más glorioso, más poderoso jamás pronunciado
por la voz humana.
En ese nombre está representada la autoridad, la potestad de Dios; ese nombre
representa su naturaleza, su carácter, sus atributos, sus virtudes. En ese nombre,
en Jesucristo, hay salvación para el perdido, hay perdón para el pecador, hay
salvación para el que vive lejos de Dios sin paz y sin esperanza. La Biblia nos dice:
“Y en ningún otro hay salvación; porque no hay otro nombre bajo el cielo, dado a los
hombres, en que podamos ser salvos” (Hechos 4:12).
Ese nombre equivale a tener poder, a tener autoridad. En cierta ocasión Pedro y
Juan subían juntos al templo, y se encontraron con un hombre cojo de nacimiento
que les pidió limosna, “Pedro dijo: No tengo plata ni oro, pero lo que tengo te doy;
en el nombre de Jesucristo de Nazaret, levántate y anda. Y tomándole por la mano
derecha le levantó; y al momento se le afirmaron los pies y los tobillos; y saltando,
se puso en pie y anduvo” (Hechos 3:6-8).
Contar con el nombre de Jesús es contar con el respaldo del Padre. En Marcos
16:17 nos dice: “Y estas señales seguirán a los que creen: En mi nombre echarán
fuera demonios; hablarán nuevas lenguas; tomarán en las manos serpientes, y si
bebieren cosa mortífera, no les hará daño, sobre los enfermos pondrán sus manos,
y sanarán”.
Ese nombre es como ungüento derramado. En Cantar de los cantares 1:3 nos dice:
“A más del olor de tus suaves ungüentos, tu nombre es como ungüento derramado”.
Cuando aquel ungüento fue quebrado en la cruz del calvario, esa fragancia fue
percibida y dijeron: “Verdaderamente este era el Hijo de Dios”. Cuando es esparcido
ese perfume, todo rincón se llena del olor; cuando el Señor se hace presente en
algún lugar, esa fragancia, esa gloria de Dios está en todas las áreas del lugar.
3. LA ALABANZA: Para este propósito hemos sido creados. “Este pueblo he creado
para mí; mis alabanzas publicará” (Isaías 43:21); la alabanza es la más alta función
del creyente, la labor más sublime. Cuando alabamos a Dios estamos confesando
las excelencias de Dios, alabar a Dios es reconocer su misericordia, es reconocer
su amor.
La palabra alabar en hebreo nos habla de extender las manos y el corazón; cuando
levantamos nuestras manos al Señor soltamos todo lo que hay en nosotros,
nuestras preocupaciones y cargas, al elevar nuestra voz es decirle quién es Él. La
alabanza proviene de un corazón rendido, de un corazón humillado, el salmista se
expresó de esta manera: “Cada día te bendeciré, y alabaré tu nombre eternamente
y para siempre. Grande es Jehová, y digno de suprema alabanza, y su grandeza es
inescrutable” (Salmo 145:2-3).
David le dice a Dios: “Siete veces al día te alabo” (Salmo 119:164). En medio del
fragor de la batalla debemos alabar a Dios; en medio de la soledad debemos alabar
al Señor; nos puede faltar dinero o faltar la salud, pero que no nos falte la alabanza
para el Rey. La alabanza a Dios cambia las cosas, cambia la tristeza en alegría, se
va la enfermedad; la alabanza hace que las cadenas se hagan pedazos.
Antes que Cristóbal Colón descubriese que la tierra era redonda, ya en Isaías 40:22
nos dijo el Señor: “Él está sentado sobre el círculo de la tierra”; la Biblia nos habla
que la tierra estaba en el espacio, leemos: “Él extiende el norte sobre vacío, cuelga
la tierra sobre nada” (Job 26:7); en el libro de Levítico nos dice que la vida del
hombre estaba en la sangre, “la vida de la carne en la sangre está” (Levítico 17:11);
Dios profetizó que “los carros se precipitarán a las plazas, con estruendo rodarán
por las calles” (Nahum 2:4).
“Porque como desciende de los cielos la lluvia y la nieve, y no vuelve allá, sino que
riega la tierra, y la hace germinar y producir, y da semilla al que siembra, y pan al
que come, así será mi Palabra que sale de mi boca; no volverá a mí vacía, sino que
hará lo que yo quiero, y será prosperada en aquello para que la envié” (Isaías 55:10-
11); la Palabra de Dios que es predicada no será dada en vano, en su tiempo dará
frutos.
Esta Palabra ha sobrevivido ante todos los enemigos que han intentado destruirla.
Diocleciano ordenó quemar todas las copias del Nuevo Testamento; Antíoco
Epífanes destruyó ejemplares que encontró del Antiguo Testamento, el emperador
romano en el año 303 en la era de Cristo decretó quemar todos los libros escritos
de la Biblia. Y en diferentes tiempos intentaron acabarla, pero a pesar de todos los
ataques, Dios ha preservado su Palabra.