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NOTA BIOGRÁFICA Y BIBLIOGRÁFICA

LUIS LLORENTE nació en Segovia en 1984. Estudió Filología Hispánica en la universidad de


Salamanca.

Ha publicado, hasta la fecha, tres libros de poesía: La rutina de la nieve (Huerga & Fierro, 2010);
El vuelo y la mirada (Siltolá, 2015), y Del fruto que arde (La Garúa, 2017).

Ha sido incluido en algunas antologías, como Poetas de Castilla y León (Punto de Partida, UNAM,
México, 2010); La deriva alucinada: poesía en Salamanca (Revista Abril, Luxemburgo, 2013); El
Salón Barney (Playa de Ákaba, 2014) y Nacer en otro tiempo: antología de la joven poesía
española (Renacimiento, 2016).

Ha participado en el libro colectivo Tribu versus Trilce: homenaje a César Vallejo (Karima editora,
2017), y en O sol é secreto (homenaje a Eugénio de Andrade, Portugal, 2019).

Poemas suyos han aparecido, también, en revistas como Suroeste, Estación Poesía, Quimera,
Oculta Lit y Estigia.

Ha sido finalista del premio Adonais en 2016 y en 2017. Reside en su ciudad natal.

El poema que nos ofrece es del libro inédito Demarcación de la ceguera.


PENITENTE SOLILOQUIO

Protect his house,


His anxious house where days are counted
From thunderbolt protect
W. H. AUDEN

Ni lentitud ni inacción:
sabéis de sobra que el futuro es vuestro
si aceptáis que la gloria es una rama
de silencio entre la nieve, de donde se nutre
despacio la borrasca,
para ofrecer después sus frutos más recónditos
y los modelos clásicos del juego
—sin importancia, mas con íntima importancia—
tan pronto como el búho del verano,
tan tarde como el cuarzo cuando brilla.

Como el granjero bondadoso


que gasta su saliva en despedirse
para luego ver sin recompensa
el atardecer sobre el río,
o la gestación de un alma en la cara oculta del crepúsculo.
Como el blues de los lagartos miserables
mientras el águila,
ufano de su lenta aristocracia,
conoce todas las respuestas, y las esconde
por miedo a ser vencido.

Las palabras del proscrito son aquellas


que se liberan del dogma siendo fuente
de la virtud universal; las del esclavo, aquellas
condenadas a la destrucción sistemática
bajo los dardos de la mentira.

Da igual incluso
la ciudad donde vives: lo único que puede ayudarte
es la inconsciente permanencia
de ese valor —hermosamente estable—
donde muere el círculo del cosmos. Tiene algo
de frágil verdad, de residuo en lo soñado,
de naciente esperanza: solo en su exigua apariencia
es donde laten, o pueden latir, las distintas
formas del abandono. De otro modo
no podría verme; solo es así
como se debe invocar a la insolencia
y a sus partículas inmunes
sobre la gris sustancia del cerebro,
cenagosa y opaca, mientras al fondo
los solares con hierbajos
sirven para los días sin luz, y dan sentido.

De todas formas el magenta


no es un color estable,
ni un indicio del que poder fiarse:
hay praderas más hermosas
y sin embargo no me piden nada, no pretenden
el recuento como una imprecación
sino como una nueva disciplina
—terreste y alfombrada—
donde los fantasmas no se envidian; directamente
se odian y luchan a destajo
como quien oye la lluvia sobre la muerte
y resulta que uno de ellos es la muerte,
y está solo,
mas es tan feliz cuando lo sabe que únicamente
querría afianzarlo un poco más
en una especie de testamento dolorido
donde lo único presente son los pájaros.

Lo simultáneo, si no sirve
a la justicia de su realidad,
a la presunta huella deslizada,
se convierte en una forma
legítima de negación.
O el ojo del que mira
buscando solo oscuridad de ruta.
O el palo ante la rueda
reflejando propiedad, porque quiere
morir tan solo un poco más despacio.

Así soy yo.


A veces, inefablemente a veces.

Y no como el que llega nuevo


y quiere ser ya el condestable
(la ambición es necesaria, pero no la avaricia de la urgencia
ni la lengua febril del regocijo).

Si fuese por venganza o por justicia,


yo mismo habría destruido
todas las ciudades del mundo.

Luis Llorente
Demarcación de la ceguera (inédito)

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