Escritores muy apreciados suelen ser escritores menores, al alcance

Método fácil y rápido para ser poeta (primera parte) de la mayoría. En esos escritores encontramos con frecuencia el gusto
por la buena literatura, y una compañía amable y grata. La
Jaime Jaramillo Escobar proximidad de los grandes, así en la vida como en la literatura y las
Ediciones de la Casa de la Poesía J.A. Pérez Bonalde artes, resulta pesada. Por eso dejamos a veces al sombrío Fernando
Pessoa para regocijarnos en la ternura de Aquiles Nazoa, o aplazamos
Muy complacido.
el encuentro con un semidiós para escuchar voces cercanas y
De encontrarme con ustedes en esta bella ciudad, y los invito a que
reconfortantes.
examinemos conjuntamente algunos temas relacionados con la
Aunque los grandes escritores son la excepción, al gran escritor en
poesía, en la que al parecer todos creemos de algún modo, y por cuya
ciernes le conviene el taller porque el aislamiento desorienta, y nadie
causa nos hemos reunido en este lugar.
más que el escritor necesita comunicarse con los demás, de quienes
Cuando el poeta Santos López, director de la Casa de la Poesía Pérez
tiene todo por aprender porque son la materia de su obra. No todo
Bonalde, me invitó a participar en este taller, me negué en principio
está en los libros. Es necesario para el que comienza a confrontarse
por no conocer la actualidad literaria de Caracas, ni a sus jóvenes
con otros.
escritores o poetas. Pero como Santos López, además de buen poeta
Un taller literario debe ser fundamentalmente lectura y discusión.
es también un brujo muy calificado, fue a Medellín, me invitó a
Para aprender a leer y para aprender a pensar y a discutir. Pero
almorzar, y me aseguró que bastaba con que les hablara de mi
también hay muchas otras clases de talleres, entre ellas éste, que
experiencia como lector y redactor de poemas, así como del taller de
será didáctico y expositivo, dado el número de sus participantes y el
Poesía de la Biblioteca Pública Piloto, que funciona desde hace ocho
breve tiempo de que dispone.
años. En algún punto de la conversación no sé qué hechizo me haría,
No creo que en la actualidad haya algo nuevo qué decir acerca de la
pero lo cierto es que de pronto me encontré diciéndole que sí, que
poesía y los poetas, puesto que desde hace cincuenta años estamos
bueno, que muchas gracias.
leyendo y escuchando siempre lo mismo en toda clase de ensayos y
Sinceramente, creo que no ser el más indicado para acompañarlo en
conferencias. En realidad, todo podría resumirse en dos o tres
esta ocasión, y por eso le sugerí a Santos López que hiciera una mejor
observaciones bastantes simples, pero si así lo hiciere, ustedes se
escogencia, ya que abundan los profesores que saben muchísimo de
sentirían defraudados y me tildarían de reduccionista, suponiendo
poesía, pero me replicó que no se trataba de un taller académico,
que eso sea un descrédito. Y es que nadie quiere la verdad,
sino precisamente de algo informal, basado en la experiencia, no en
empezando por aquellos que se dicen defensores de la verdad, pues
la teoría; y como ni él ni yo creemos en las teorías literarias, porque
hay mucha gente dispuesta a defender lo que no existe. En
todas son falsas, así fue como nos pusimos de acuerdo. Ustedes me
consecuencia, emplearemos las seis horas programadas en la
perdonan que lo expliqué de modo tan sencillo, pero es que yo
exposición de 299 temas que resumen el único método conocido,
también creo que todo es más sencillo y más fácil de lo que parece, y
fácil y rápido para ser poeta, sin que les cueste mucho y sin que
que cuando los teóricos complican las cosas es porque tienen
tengan que matarse demasiado.
segundas y hasta terceras intenciones, buenas sin duda para ellos,
Pero antes de empezar, para romper el hielo y propiciar la necesaria
pero tal vez no tan buenas para los demás.
camaradería, dediquemos algunos minutos, si ustedes están de
La dificultad de escribir no es un axioma, sino que depende de cada
acuerdo, a una conversación en la que puedan formular las preguntas
escritor, y los mejores escriben siempre con relativa facilidad. No
que sin duda tienen, proponer sus planteamientos y exponer sus
todos los escritores tienen que aspirar a ser grandes escritores.
puntos de vista sobre lo que hemos esbozado. Adicionalmente,
también deseo hacer algunas preguntas para orientar mejor estas
charlas y conocer muchas cosas locales sobre las que ustedes pueden
ilustrarme, pues eso fue lo que me dijo Santos López: que no me
preocupara tanto de enseñar como de aprender.
En seis horas nadie aprende a ser poeta, así que no se preocupen. Ni
tampoco se pueden estudiar 299 temas, de modo que no se
preocupen por eso. La única manera de ser poeta fácil y rápido es ser
mal poeta. Pero como todos nosotros queremos ser buenos poetas,
dejemos la prisa a un lado, sepamos de una vez que se necesita una
vida de paciente trabajo, y que sin embargo no hay que desanimarse,
pues ya se sabe que el título de poeta solo se adquiere con la muerte,
como lo anota Robert Graves.
Aún los poetas que obtuvieron fama de aventureros y
despreocupados, de malditos y de bohemios. Cuando de sus versos se
trataba eran sumamente rigurosos, porque para el artista el arte es la
principal razón de su vida, no importa si la obra llega a muchos o a
pocos, como por lo general sucede a los pintores. Además, hay obras
para muchos y obras para pocos, y es preferible encontrar pocos
lectores atentos que muchos malos lectores, porque los malos
lectores desfiguran el texto.
Blaise Cendrars, permanente viajero, inicia su poema “Prosa del
Transiberiano y de la pequeña Juana de Francia” en 1913 y lo
concluye en 1957. Otro viajero, Porfirio Barba Jacob, nos dice que
empleó su tiempo para bruñir sus obra y cultivar sus vicios. Si quieren
otro ejemplo, podemos citar al parnasiano Baudelaire. Suele haber en
la poesía contemporánea un aparente descuido que es deliberado,
estudiado por lo tanto, y en consecuencia tan difícil como cualquiera
otra clase de perfección, pero los maestros lo ejecutan con propiedad
y soltura, como se observa en la poesía conversacional, de origen
brasileño.
Los grandes poetas forman en la historia una lista reducida porque los
historiadores y críticos se basan unos en otros, y porque la poesía
permanece restringida entre límites de lenguas y de pueblos. El poeta
que aspire a ser universal difícilmente lo conseguirá, pero un buen
poeta local puede hacerse universal como intérprete de un pueblo,
exponente de una lengua, una raza, una civilización. Leopoldo Sedar
Senghor resume un continente, León de Greiff manifiesta el
esplendor de la lengua española, César Vallejo es el poeta del llamado
Tercer Mundo; ejemplo hay para todo.
Contra esa lista reducida, los futurólogos prevén hacia los próximos
siglos que infinidad de personas, hombres y mujeres, dispondrán de
tiempo suficiente para cultivar la poesía, no como novedad de los
felices tiempos por venir, en una sociedad perfeccionada con ocio
disponible para las artes, sino como regreso a los lentos y felices
tiempos pasados, cuando también muchas gentes tuvieron en alta
estima la facultad de componer poesías. En el prólogo a los poemas
de Li Tai Po, también llamado Li Po o Li Bai, cuenta Chen Goujian que
en la “Recolección de la poesía de la Dinastía Tang”, publicada en el
siglo XVII bajo los auspicios del Emperador Qian Long de la Dinastía
Qing (1644-1911) se incluyen más de 48.000 poemas de 2.300
autores, entre ellos monarcas, ministros y hasta bailarinas y
cortesanas.
Lo importante, pues, es disfrutar la poesía que existe, y el que pueda
hacerlo agregará unos cuantos textos que sólo sobrevivirán por algún
tiempo en la medida en que los acompañen originalidad, ingenio,
audacia y belleza. Es de preverse pues, que los talleres de poesía se
multiplicarán notoriamente, lo que tampoco constituirá una
originalidad de los felices tiempos por venir, puesto que hace miles de
años existían escuelas de poesía, por cierto bastante rígidas n sus
normas, como que la poesía tenía entonces un vínculo con lo sagrado,
que aún conserva hasta en su parte más profana. Los chamanes
brujos del Lamaísmo en Mongolia eran a la vez los poetas de la tribu y
mantenedores de la poesía popular, al modo que existieron los
encargados de mantener el fuego, aunque Jean Cocteau haya dejado
escrito que esa comparación es infinitamente cursi y ridícula.
Algunos autores, entre ellos Álvaro Mutis, han dado públicamente las
razones que tienen para no creer en los talleres literarios, y sin
embargo su iniciador es nadie menos que Juan José Arreola, quien los
creó, según dijo, con el propósito de estudiar a los dos grandes poetas
griegos ”Teleo” y “Melés”. Posteriormente los talleres se
diversificaron para atender a diferentes propósitos, y hoy día han
llegado a ser muy comunes, aunque se les cuestione, y tal vez por eso
mismo.
En realidad el escritor en su casa no hace otra cosa que un
permanente taller, leyendo a sus autores y discutiendo con ellos,
reconsiderando sus textos preferidos, ensayando a escribir cada vez
mejor, y autocriticándose hasta el sacrificio de páginas que le
costaron días y noches de trabajo. Que se comparta con otros esa
experiencia en un colectivo sólo puede ser criticable por el egoísmo
de quienes pretenden cerrarle el paso a los demás.
En resumen, creo que puede hacerse un balance positivo de los
talleres, aunque no tenga la misma utilidad para todos los asistentes,
pues siempre habrá quienes sepan aprovechar las oportunidades.
Se tratan en los talleres cuestiones elementales porque con
frecuencia el escritor que empieza abriga dudas y perplejidades sobre
asuntos que en último término resultan ser muy sencillos, pero a cuya
compresión no se llega sino después de cierto análisis en el que
intervienen consideraciones de índole estrictamente personal, como
la consabida pregunta de ser o no ser poeta. La semana pasada,
hablando con el hijo de un amigo mío, niño de trece años que tiene
reputación de inteligente, le pregunté si había escrito versos, y
tomándose la cabeza entre las manos con un gesto de desesperación,
el respondió exclamando: -!Dios me libre!-. Infortunadamente, no
todos tienen la misma claridad sobre su futuro, y son muchos los que
pasan por un período de tanteos e incertidumbres. Por lo tanto,
aquellos que en el taller se disuaden de una improbable vocación de
escritores, en esa respuesta encuentran también algo que les ayuda a
orientarse mejor.
No deja de ser curioso que después de más de treinta años de
práctica de los talleres literarios, todavía se discuta su utilidad, sobre
todo teniendo en cuenta que existen talleres de toda índole, hasta
talleres de oración. Como consecuencia de esa práctica, la teoría
sobre talleres se ofrece abundante, diversa y contradictoria. Los
talleres han sido utilizados políticamente, se han empleado como caja
de resonancia al servicio de escritores locales en trance publicitario,
han obedecido a esquemas rígidos e impositivos, pero aun así se
presentan en conjunto como una etapa de indudable superación con
respecto a las antiguas tertulias y grupos generacionales, sobre todo
por adoptar un método, y por la seriedad y responsabilidad que
muestran como característica común.
No siempre es posible aplicar un sistema de selección en los talleres,
y eso ocasiona que se formen grupos heterogéneos. De ese modo se
crean dificultades adicionales y algunos se ven en la necesidad de
realizar un esfuerzo suplementario. Para equilibrar diferencias y
trabajar con claridad, el taller debe definir unos objetivos y establecer
una metodología y un programa acodados desde el comienzo. Tales
objetivos, programa y metodologías dependen de la clase de taller y
del grupo que se conforme.
La amplitud del tema explica la existencia de los talleres de poesía
aparte de los talleres de los escritores, o talleres literarios que se
dedican principalmente a la narrativa, aunque no hay otra razón
verdadera para separar poetas y escritores, puesto que los poetas
también son prosistas y muchos narradores son poetas.
Dar ejemplos de eso resulta superfluo, pero recordemos de paso a
Robert Graves, quien siempre se consideró ante todo como poeta.
Esta charla se refiere específicamente al taller de poesía como taller
integral, puesto que los demás géneros no son ajenos a la mayor
parte de los poetas.
Si un novelista publica un libro de poemas se le reconoce como
multifacético, se agrega a sus títulos el de poeta, y se le admira más
todavía; pero a los poetas se les exige que se concreten al verso, y si
publican una novela se dice que ascendieron a novelistas.
La novela es el género predominante en la actualidad porque puede
producir fama y dinero, sobre todo si se lleva a la televisión para
entretener a viejas desocupadas.
La novela contemporánea se vende cuando aparece en el mercado
impulsada por una gran campaña publicitaria, pero eso o quiere decir
que se lea. Todos tenemos estanterías llenas de novelas sin leer,
porque la novela requiere un tiempo del que nunca se dispone, y por
lo tanto se convierte fácilmente en archivo muerto, como las cintas
grabadas.
Si la novela no se lee; mucho menos se relee: En cambio, siempre
tenemos unos minutos para volver sobre nuestros poetas preferidos,
y para descubrir otros nuevos e incorporarlos a nuestra experiencia
de la poesía.
Un autor de novelas se pone muy contento cuando ve desfigurada su
obra en la televisión, porque le pagan por eso, porque el estilo ya no
se usa puesto que o hay quién lo aprecie, y porque es el modo actual
de acceder a ese público general que apropiadamente llaman
biomasa.
El texto poético, menos susceptible de alteración y más ligero, en un
bolsillito se queda, en un cuadernillo, en una mochila, vuela más,
viaja más, se puede memorizar, se puede cantar, pasa por las aduanas
sin que los aduaneros lo noten, vuelve fácilmente al recuerdo y se
incorpora a nuestras vidas. Los versos que se aprenden los repetimos
como propios y quieren un ejemplo, tomemos éste de León de Greiff:
“Juego mi vida, cambio mi vida, de todos modos la llevo perdida”
No existe un método de taller que resulte igualmente satisfactorio
para todos sus integrantes, porque cada quién tiene necesidades y
aspiraciones diferentes, y por ello el coordinador debe personalizar la
atención a los talleristas tanto como sea posible.
Todos los que comienzan escriben generalmente sobre temas que se
reducen a pocas experiencias, y esos primeros textos son casi siempre
de índole subjetiva. Pero así es como se empieza. A nadie se le puede
exigir que escriba sobre lo que no conoce, ni los temas de poesía se
pueden imponer, i es posible pretender que jóvenes y adultos tengan
una misma mirada sobre su época.
Un escritor profesional debe ser capaz de escribir sobre cualquier
tema, pero los temas en el taller deben ser libres porque escribir
sobre pedido es una gran tortura para un escritor. Buena parte de la
independencia de un escritor consiste en poder escribir únicamente
sobre lo que él desea. Existen los escritores mercenarios, es cierto,
pero esa es otra profesión.
En la teoría de taller publicada en Nueva York por el cubano Rafael
Catalá, autor de un bello poema a su abuelita, se propone como
ejercicio in situ “escribir un poema en diez minutos sobre un objeto,
tema o idea, sin previo aviso del mismo”. Nada más equivocado, pues
redactar y escribir son dos cosas distintas. Escribir requiere
inspiración, y sin inspiración no hay obra de arte. El poema sólo
puede tomar forma mediante la inspiración. Si no hay inspiración el
resultado es prosaico. Desde luego, la buena prosa literaria también
requiere inspiración, y por eso existe el poema en prosa, pero es que
la inspiración no sólo se requiere para escribir poemas: el que tiene
capacidad para hacer algo sobresaliente necesita estar inspiración: se
dice de Bolívar que tuvo la inspiración del genio, y lo mismo
afirmamos de muchos otros, de modo que la inspiración no es
patrimonio exclusivo del poeta. Vista así, como condición de la
creatividad, la controversia sobre la inspiración termina, y los poetas
quedan libres de una discusión bizantina en la que han querido
enredarlos durante muchos años sus enemigos, o quienes desearían
ser poetas sin conocer la inspiración.
Todo tiene enemigos, y la poesía también, pues el género humano es
un género de amigos y enemigos. En un parque tuve la sorpresa de
ver una mujer maldiciendo a los pájaros. En casa de un melómano
tuve la sorpresa de ver a su mujer odiando la música. En un jardín
tuve la sorpresa de ver a otra mujer aborreciendo las flores. No lo
estoy imaginando; lo he visto así. Y también, por supuesto, están los
que odian la literatura y especialmente la poesía, y entre los que
odian a la poesía están principalmente los poetas. Todos los textos
que existen contra la poesía fueron escritos por poetas, desde Platón
hasta Jotamario Arbeláez, presente en este festival. “Mi adorada
enemiga” se dice por igual a la mujer y a la poesía, y así es como este
mundo funciona, mis queridos amigos.
Muchos asistentes a talleres desean ser poetas sin que ello les
implique ningún esfuerzo, y mucho les gustaría que existieran unas
pastillas, algún jarabe, o aunque fuera una inyección, que los
convirtiera en poetas. Mientras se inventa esa píldora milagrosa, o
algún jabón especial parecido al cariaquito morado, a los poetas no
les queda más alterativa que aplicarse al conocimiento de todas las
cosas, porque la sola inspiración no basta, la inspiración no se da en el
vacío, es el poeta el que se inspira a sí mismo si tiene de dónde y con
qué inspirarse.
La denominación de poeta no debiera corresponder sólo a los que
escriben poemas, sino que debiera entenderse también a ciertos
escritores en prosa esencialmente sensibles y delicados, como
Virginia Woolf o Gabriel García Márquez, y en general a quienes
aplican en la vida la facultad de percepción poética, entre ellos finos
lectores de poesía, sutiles pintores, compositores inspirados,
místicos, ermitaños, y también, por qué no, hombres de acción para
quienes la vida es aventura y creación. Si esto nos lleva a concluir que
todos los hombres son más o menos poetas, pues mucho mejor que
todos lo sean, porque así los poetas dejarían de ser esos seres raros y
marginados a quienes se les mira como a minusválidos, con cierta
condescendencia. Sacralizar el nombre de poeta me parece
decididamente inconveniente. Declaremos que todos los hombres
son poetas y con ese reconocimiento haremos feliz a la humanidad.
Eso ya lo intentó el comunismo, pero no lo supo hacer porque faltó
un decreto. Con un decreto no hubiera quedado ninguna duda. Claro
está que desde el momento en que se decrete que todos los hombres
son poetas, el título perderá el atractivo y a nadie interesará. Como
sucede con el título de Don, que desde que se le concedió a todos
perdió su significado y se volvió despectivo: el tendero pasó a ser
“don Fulano”, el hombre de la calle, un “don nadie”. Pero en el Mío
Cid el Señor era Don Jesucristo, Don Salvador. De todos modos, el
título dado a sí mismo no significa nada, es cosa de Napoleones.
Como el Ayatola, constituye un reconocimiento público y no un rótulo
autoimpuesto. Álvaro Mutis ha dicho que no se atreve a usurpar el
título de poeta, que corresponde a la mitología, y que él es solamente
una sombra extraviada en la oscuridad.
Anteriormente se nacía para fines más nobles, pero hoy nacemos
para comprar cosas, y entre esas cosas compramos, de pronto, un
libro de poemas. Entonces todo cambia, como cuando se pulsa una
nota en un salón desierto. Nuestro ámbito se llena con esa
resonancia, algo vibra en nosotros, y por un instante entramos en
contacto con el misterio del sonido. Así el poema nos descubre algo
que antes no habíamos escuchado. Algo que no sabíamos, un mundo
nuevo.
Si los escritores -como se afirma- escriben para escritores, y los
poetas para otros poetas, simplemente se sigue en esto la ley de las
afinidades que agrupa
a los hombres por actividades y aficiones. He procurado averiguar
cómo entienden la poesía los que no son escritores, pero esa
pregunta no tiene respuesta porque está mal planteada. Con
demasiada frecuencia vemos críticos profesionales que no entienden
nada, y personas ignorantes con admirable nivel de sensibilidad y
comprensión, muy por encima de lo que su modestia deja entrever.
Por eso dice Aloysius Bertrand, en su presentación de “Gaspar de la
noche”; “He ahí mi libro, tal como lo escribí y tal como debe leerse,
antes de que los críticos lo oscurezcan con sus interpretaciones”. Y
por cierto que esta advertencia se ha suprimido en las ediciones
posteriores, confiadas a la revisión de la crítica.
No toda la experiencia de taller que un coordinador adquiere con
unos grupos se puede aplicar a otros con el propósito de no
desperdiciar tiempo y energías sin resultados, sino que con cada
nuevo grupo hay que estar dispuesto a repetir errores, porque los
asistentes reclaman la equivocación como un derecho, por ser un
método elemental de aprendizaje. Es suficientemente sabido que
decirle a alguien lo que debe o no debe hacer es cosa que no sirve de
nada, mucho menos con escritores. Cada uno quiere experimentar
por sí mismo, ensayar sus iniciativas, proponer sus ideas, probar
resultados. Y desgraciadamente, volver a descubrir y presentar como
novedades las cosas que ya eran muy viejas cuando él tuvo la idea de
venir a darse una pasadita por este mundo. Desde ese punto de vista,
todos los talleres son escuelas y son experimentales.
Existe la tendencia, que debería evitarse, de convertir los talleres en
grupos literarios, con el rasero de la mediocridad propio de tales
cenáculos, en los que el coordinador aparece como un líder. La
formación de un escritor es compleja, y requiere el concurso de
muchas personas durante muchos años. Por lo tanto no debe crearse
en los interesados falsas expectativas con respecto a la eficacia del
taller. El taller es una experiencia y una ayuda, contribuye a acortar el
tiempo y disminuir el trabajo de formación del escritor, pero no
puede esperarse todo del taller, ya de por sí limitado en el tiempo.
Parece una declaración demasiado sencilla y obvia, pero es verdad
que los asistentes a talleres suelen descargar en ellos lo que debiera
corresponder a su esfuerzo personal. La labor de formarse es
responsabilidad individual, y la tarea de escribir es solitaria. El taller
es sólo un punto de encuentro, un estímulo, un lugar de orientación ,
un centro de información, pero puede aportar también un impulso y
un estímulo, puede mostrar, poner puntos brillantes a la vista de
todos, puede despertar vocaciones, pero todo ello requiere de una
predisposición, de una actitud previa. Ni siquiera Jesús podía enseñar
ciertas cosas, las cosas del espíritu. Tuvo que limitarse a decir.- “el
que tenga ojos que vea, el que tenga oídos, que oiga”-. Más
prosaicamente Manuel Mejía Vallejo repite en el taller de escritores
que dirige en Medellín, que no se le puede enseñar al que no quiere o
no puede aprender. Frase dura pero inobjetable, como la realidad.
Con ser útiles los talleres, el mejor taller es el que cada uno realiza en
la privacidad de su estudio, taller permanente favorecido por la
concentración del trabajo individual. Pero el mejor taller de poesía es
el tiempo: escriban un poema. Guárdenlo unos años. Sólo entonces
podrán apreciarlo debidamente, porque el poema es como un tesoro,
y si los billetes son nuevos es tesoro de Banco, asunto de contabilidad
sin ningún misterio.
Recordemos de nuevo lo que decía Bolívar a Olmedo, porque Bolívar
también nos dejó las mejore selecciones de poesía, a la cual tenía
buenos títulos, si consideramos que en Londres se vendían grabados
que lo representaban en atuendo de poeta. Escribía Bolívar a
Olmedo: La precipitud es un gran delito en un poeta. Racine gastaba
dos años en hacer menos versos que usted, y por eso es el más puro
versificador de los tiempos modernos”.
Si me permiten un breve paréntesis, creo que será grato leer un
párrafo de la introducción con que Eduardo Mendoza Varela presenta
las cartas de Bolívar a Olmedo, en la revista “Mosaico” del Instituto
de Cultura Hispánica de Bogotá. Dice Mendoza Valera:
“Bolívar fue entre nosotros y aún más allá, prototipo del caballero
romántico. Desde su misma figura. Su cabellera -Una densa maraña a
lo Byron, hasta 1823- , su pasión por el baile, sus cartas y sus escritos
con tanta frecuencia ampulosos, su amor por encima de todas las
consideraciones sociales y políticas, sus inverosímiles travesías por las
llanuras y el espinazo de los Andes, su escepticismo y su ateísmo,
hacen de él un hombre leal consigo mismo, refinado y realmente
subyugante. Sólo él, y algunos soldados de la legión británica,
supieron llevar con naturalidad insospechable aquellas levitas de alto
cuello azul celeste lanzadas a la moda por Brummell, y aquellos
exquisitos chalecos de Cambrai, impecables siempre. En el senado
norteamericano, mientras Bolívar ganaba otra batalla imposible en
los Andes peruanos, Henry Clay lo coloca en la galaxia de una nueva
Ilíada. En París, las mujeres llevan sombrero “a lo Bolívar”, En
Londres, las grandes tiendas de Conduit Street hacen estupendos
negocios con los grabados del Libertador en atuendo de general, o de
poeta. En Italia su nombre parece más popular que cualquiera otro. Y
de allí mismo, Lord Byron, aburrido de las mujeres y de la poesía,
bautizó su velero con el nombre de “Bolívar” antes de zarpar en busca
de la muerte que lo había citado en el Mar Jónico.
Un verdadero y exigente taller de poesía, si tal cosa fuera posible, no
debiera tener por objeto fomentar la poesía, sino disuadir de ella. Si a
pesar de esa discusión algunos perseveraran, esos serían los elegidos.
Pero la época no se presta para esa clase de exigencias, y hoy
cualquiera exige ser reconocido como poeta por cuatro versitos
tontos para despedirse de una mujer que se fue a pasar mejor con
otro.
Los que creen poder engañar a la posteridad con versitos insulsos, así
mismos se engañan. La posteridad es insobornable. Toda la teoría de
talleres se ocupa de aspectos relacionados con su funcionamiento,
más que de una reflexión sobre los mismos, pero dada la diversidad
de talleres posibles resulta igualmente diversa su mecánica, lo que
invalida o reduce al mínimo una teoría general. Además existe
suficiente experiencia acumulada, una buena parte de ella en
publicaciones y otros documentos, y ustedes tienes en esa ciudad una
excelente trayectoria que nos exime de tratar el asunto
sistemáticamente, aunque, desde luego, podremos ampliar con todo
gusto cualquier tema que ustedes deseen. Para un escritor que
empieza, debe ser fácil escribir. Si le es difícil, mala señal. Señal de
que debe pensar en otra cosa. Para un escritor profesional debe ser
muy difícil escribir. Si le resulta fácil, mala señal. Señal de que se está
descuidando. Cierto es que en esta época no se aprecia el estilo. Pero
no se escribe para la época. Se escribe para el futuro. Escribe para la
actualidad el periodista, el gacetillero, el arribista, el simulador, pero
el verdadero escritor tiene vocación de permanencia, y piensa más
allá de las narices de sus contemporáneos.
El personaje más importante de una obra es el lector. Hay que escribir
para un lector. Por eso el género epistolar resulta tan vivo y tan
interesante, porque está dirigido. Aseguran los teóricos que no se
debe pensar en un lector concreto. No, mientras se escribe el
borrador . En ese momento sólo se piensa en el tema, pero sí cuando
se da la forma definitiva. Siempre que concluyo un texto me pregunto
cómo lo tomarán personas a quienes conozco, y eso me ayuda
grandemente a evitar el ridículo. Pienso, concretamente, por
ejemplo: ¿Si lo leyera Álvaro Mutis? Entonces vuelvo a leerlo como si
fuera Álvaro Mutis, y así le doy forma definitiva. Esto siempre me da
buen resultado, y nunca dejo de hacerlo. Al escribir para Álvaro Mutis
(es un ejemplo), me planteo un nivel de exigencia que me obliga a dar
lo mejor de mí mismo. Y eso me evita escollos, pues el destinatario se
convierte en faro. Uno de los libros que estoy preparando lo escribo
como si fuera específicamente para un amigo a quien aprecio y
respeto, lo que me demanda la obligación de mantener a lo largo del
texto una altura digna de ese amigo, y por lo tanto de cualquier lector
exigente .Personalizar a ese lector en un paradigma no solo resulta
estimulante, sino que aumenta la responsabilidad y es un recurso que
convierte en gratas las dificultades, puesto que tienen destinatario en
alguien por cuya consideración estamos dispuestos a hacer el
esfuerzo de escribir bien. Cuando se escribe para uno mismo se cae
en toda clase de concesiones y descuidos, y cuando se escribe para
nadie en particular, puesto que no hay a quien respetar no importa lo
superficial y desmañado, ya que leerá ese cualquiera para el que
estamos escribiendo, indeterminado, fantasmal, con quien no
tenemos ningún compromiso. Los malos textos que leemos son
porque fueron escritos para ninguno de los grandes, sino para
cualquiera de nosotros.
Ahora bien: todo texto supone un lector, de hecho lo estamos
suponiendo, ¿pero existe realmente ese lector, o habrá alguna
manera de pescarlo? Y si conseguimos obligar a alguien a que nos lea,
con una pistola, o menos directamente con algún truco ingenioso,
¿será ése verdaderamente un buen lector?
Sólo la ingenuidad, la simplicidad y la vanidad pueden hacernos
suponer que seremos leídos, y que seguramente nos apreciarán,
como no puede menos de ser. Un amigo mío publicó un libro, y al día
siguiente salió a la calle a ver si lo saludaban, y como nadie lo saludó
se sintió defraudado, porque él creía que la literatura era algo mucho
más importante.
Sin embargo, hay una sola manera de pescar a ese lector perdido en
el océano, y no es con una caja de chocolates, sino por el método
sencillo de escribir algo interesante y bien redactado. Así como
también hay una sola manera de pescarlo y perderlo, y es si el
segundo texto desmerece del primero. El reto para el escritor es pues
escribir cada vez mejor, cosa difícil, pero algunos consiguen al menos
mantener su vuelo. Con el agravante de que si suben demasiado alto
por encima de sus contemporáneos, deberán esperar pacientemente
nuevas generaciones. Pero ese no es el problema. El problema es que
hoy se escribe para ganar fama y dinero y por lo tanto no sirve de
nada estudiar el arte de escribir. Lo que hay que estudiar es
publicidad y relaciones públicas. Y el libro lo podemos mandar a
escribir.
En reciente ocasión, el presidente de los carteles psicoanalíticos de
Medellín me pidió una conferencia para sus afiliados. Me excusé
cortésmente, pues no me creía capacitado para hablar con confianza,
pues nadie espera de ningún conferencista más de dos o tres ideas, y
eso no muy originales.
Hoy ante ustedes la situación es peor, puesto que hablar sobre
talleres literarios y el arte de escribir es, como se dice, llover sobre
mojado.
Afortunadamente los escritores no hacen más que hablar de su
oficio, y eso es lo que nos permite repetir las cosas hasta el
cansancio, sin cansarnos. Es como si no creyéramos en lo que nos
dicen, o como si pensáramos que debe haber alguna otra cosa, y que
alguien, alguna vez, nos revelará, por fin, el secreto. Pues sí, yo se los
voy a decir, pónganse la mano en la oreja, escuchen bien, un secreto
en voz alta, pero no se lo vayan a contar a nadie. Además me parece
que ustedes tienen un excelente sentido del humor, pues si acudieron
a este taller atraídos por el título de las charlas, eso quiere decir que
no vinieron en serio, sino a que nos divirtiéramos un poco
considerando lo trascendental que para los poetas resulta el arte de
escribir bufonadas.
Cuando mi padre se enteró por casualidad de que yo escribía poemas,
me miró con unos ojos que no he podido olvidar, como si hubiera
sorprendido in fraganti masturbándome.
Quería decir qué es eso, hijo mío, me he enterado de que escribes
poemas, tienes que dejar eso, me oyes, no te da vergüenza, oveja
negra, ovachón, sorombático, muchacho descarriado, eres un
tarambana, ¡ te voy a poner a trabajar! Y así fu, me pusieron a
trabajar, trabajé toda la vida, y toda la vida escribí poemas, y ése es el
secreto que les quería decir: hay que trabajar.
Las tres palabras en que se puede resumir la actividad de un artista
son talento, trabajo y promoción. El esfuerzo sin talento de poco
sirve; el talento se anula sin el constante ejercicio; sin promoción los
resultados permanecen desconocidos, sin publicidad nada existe en
este mundo: la publicidad es el segundo invento de la humanidad: el
primero fue la punta labrada y su difusión por medio de la publicidad:
- “Mira esto; haz algo así”- Como cuando se dijo mucho después: “Es
un cepillo para dientes; úsalo”
Hay muchas maneras de hacer las cosas, pero la manera de escribir
un poema la describe Geraldino Brasil con gran exactitud en el poema
titulado Oficio:
La dificultad del último verso
consiste en que por él se puede echar a perder todo el poema.
La dificultad del primer verso
es evidentemente porque quien comienza mal no termina bien, e
indispone contra el poema que más adelante podría mejorar.
La dificultad con el segundo verso
es que tendrá que ser mejor que el primero, si éste no agradó por sí
sólo,
y recuperar al lector que estaba a punto de cerrar el libro.
La dificultad del penúltimo verso
está en que tiene que preparar para el último
y no puede ser ni más fuerte ni mejor que él.
La dificultad del antepenúltimo verso
reside en que no hay que hacerlo crecer en relación con los anteriores
sin que resalte sobre el siguiente ni deba superarlo al último.
El tercer verso se dificulta
porque en él todavía el lector indeciso o soñoliento puede resistir
y por lo tanto es el verso más peligroso, el que exige mayor
responsabilidad.
Puede compararse con la esquina que promete otra vista,
o con el vino que despierta y estimula.
El tercer verso es el argumento decisivo que el vendedor hace estallar
frente al transeúnte apresurado.
Lo más difícil de los versos que siguen hasta el precedente del
antepenúltimo
es que no serán leídos si los tres primeros no conducen a ellos.
O sólo serán leídos por quien llegó a la esquina con curiosidad,
fue despertado y estimulado por el vino,
y se detuvo a escuchar al hombre que con grandes ademanes ofrecía
adivinarle a cada uno el origen de su enorme dolor.
Las astucias de uno no sirven a los otros: cada quien tiene que
inventar sus propias astucias para que sean originales y naturales, es
decir, no parezcan copia. Imitación, retórica, o plagio.
Lo mismo sucede con todos los recursos de la preceptiva: las figuras
literarias hay que inventarlas de nuevo cada vez para que no parezcan
acartonadas, rígidas, vaciadas sobre un molde. Eso, el molde, es lo
que hace del soneto una artesanía y no un poema, algo artificioso,
medido a escuadra, obra de carpintería.
La gran poesía de este siglo en el continente no está en español, sino
en inglés y portugués. Por eso quienes empiezan a escribir poesía
deben leer a los autores brasileños y norteamericanos. En ellos se
encuentran las lecciones que necesitamos de libertad, audacia,
ingenio, inteligencia, agilidad, gracia, humor, transparencia,
naturalidad, inspiración, medida, originalidad, invención, etcétera,
etcétera, todo lo que el poema necesita para ser poema y no ladrillo.
¿De dónde brota la poesía? De la Meditación. Por tanto, del espíritu.
El poeta es contemplativo, en el sentido místico. ¿De qué se compone
la poesía? De experiencias. Ciertamente hay algo que llamamos
espíritu. Sin eso no hay poesía. Todos ven la rosa, y parece que les
gusta verla. Pero no todos escriben algo acerca de la rosa, sino sólo
los inspirados, aunque sea como Blanca Varela, presente en este
festival, el día que le dio la rabiera contra la rosa y escribió un
antipoema memorable, encabezado sarcásticamente con el verso de
Gertrudis Stein: Una rosa es una rosa.
Inmóvil devora luz
se abre obscenamente roja
es la detestable perfección
de lo efímero
infesta la poesía
con su arcaico perfume.
Esa estrofa es de lo mejor que se ha escrito contra la rosa para
elogiarla, de ella la rosa incinerada sale rediviva, como de las manos
de Paracelso en el admirable cuento ya clásico de Borges.
Se devora la luz
es la detestable perfección de lo efímero,
infesta la poesía con su arcaico perfume.
Esos versos sobrepasan la diatriba y el humor, van de lo ridículo a lo
sublime directamente, el recurso de elogiar insultando, de destacar
por contraste, es llevado en un arranque de ira santa hasta sus
máximas consecuencias. Al escribir esa estancia, Blanca Varela estuvo
a punto de perecer como poeta, pero en el último momento la salvó
la intuición, y ese gnomo de los jardines que le dictó palabra por
palabra, y después se fue a reírse debajo de un rosal, y todavía se está
riendo, interminablemente se ríe de su jugarreta, de Blanca Varela, de
la rosa y de nosotros, pobres lectores obligados a aprendernos ese
poema para eterna memoria.
Considerando toda la literatura, hay más poesía en prosa que en
verso. La poesía en verso es relativamente escasa, aparte de que toda
la poesía en verso libre se debe considerar como prosa.
Sólo se llama verso el que está sujeto a medida, y los demás es prosa.
Para los poetas actuales no es fácil aceptar eso, pero la importancia
del verso nos ha llegado exagerada por la costumbre. La belleza de la
prosa tiene una indiscutible calidad poética, y a fin de cuentas lo
importante de un texto es su contenido de fondo y de forma, sin
importar su construcción en párrafos o versos de cualquier índole,
todo lo cual es secundario. Desde el momento en que preferimos la
buena prosa a la mala poesía, estamos dando un fallo en contra de los
poetas, y son éstos los que quedan obligados a demostrar sus méritos
en igualdad de condiciones con los prosistas, sin privilegios y sin la
falsa protección de la musas. Poeta no es el que versifica. La mayor
parte de los buenos poetas están en prosa.
Predomina en español una idea formalista muy anticuada de la
poesía. La poesía es como la luz de las estrellas: nos llega mucho
tiempo después. En Colombia, en cuanto a poesía, el siglo XX apenas
comienza. La prueba es que la vanguardia está llegando como gran
novedad al surrealismo, o sea a los años veinte. Es decir: los jóvenes
poetas colombianos actuales son del tiempo de la primera guerra
mundial. Los más avanzados intelectuales revolucionarios de
izquierda se quedaron en Julio Flórez, el popular poeta seudo-
romántico que murió en el 23, o sea que tenemos exactamente
setenta años de atraso en poesía. No digo más porque no me parece
de buen tono, pero con eso les he dado noticia de la poesía
colombiana actual.
La comprensión de la poesía es algo tan subjetivo que no se puede
transmitir. El científico puede explicar y ser comprendido, pero la
poesía se comprende o no se comprende, y por eso el lector de
poesía necesita estar inspirado. Lo dice bellamente Platón: “La Musa
inspira a los poetas, éstos comunican a otros su entusiasmo, y se
forman una cadena de inspirados”. Claro que Platón lo decía en son
de burla, pobre Platón; nosotros lo tomamos en serio.
Si para escribir un poema resulta en ocasiones necesario efectuar una
investigación previa, a veces larga, que incluye viajes, entrevistas con
muchas personas y consulta de archivos, la misma exigencia se
plantea para el lector de poesía, como lo ejemplifica Robert Graves en
ese libro maestro que es “La diosa blanca”.
La mayor parte de las personas se contenta con una lectura
superficial, pero el poeta debe leer en profundidad, y si no qué
lectores tendría la poesía. Poemas aparentemente sencillos requieren
muchas lecturas para revelar su significado. En ellos hay un contenido
que vale la pena buscar, porque los tesoros no se ofrecen fácilmente
al primer advenedizo. Otra cosa muy distinta ocurre cuando el poema
supuestamente hermético tiene una pretendida oscuridad, pero en
realidad ningún contenido que se preste a ser descifrado. Es la falsa
poesía, la poesía hueca, mera apariencia en que se escudan los que
no tienen nada qué decir.
Según Javier Arango Ferrer, sólo existen dos clases de poesía: la
buena y la mala, y esta última no es más que abuso de confianza, es
decir, no es poesía.
Hay un poema de Gonzalo Arango sobre el tesoro, que deberíamos
recordar en este momento:
Si buscas el tesoro y lo encuentras facilito, es un pobre tesoro.
Si renuncias a encontrarlo porque está muy profundo, no mereces el
tesoro.
Si lo buscas con amor y sacrificio, tu esfuerzo es oro, aunque no
encuentres el tesoro.
No estamos diciendo nada nuevo, todo lo que estamos diciendo
ustedes lo saben mejor que yo, pero al reunirlo en un cuerpo
adquiere coherencia, se vuelve discurso, y nos permite establecer una
panorámica sobre el tema que nos hemos propuesto considerar en
estas reuniones.
Entre los múltiples aspectos curiosos de la poesía contemporánea hay
otro que no debemos pasar por alto, ya que nos referimos a la
claridad y comprensión del texto poético, y que se observa a menudo:
cuando el autor escribe prosa, o cuando realmente tiene algo
importante qué decir, escribe siempre con la mayor claridad. Pero
cuando ese mismo autor quiere escribir, por falta de otra cosa qué
hacer, para llenar su ocio, puesto que no tiene nada que decir se
convierte en embolismático y pergeña galimatías. Y sin embargo, es
tan fácil escribir con claridad: basta tener algo que decir y eso se dice
solo, fluye naturalmente, pues para eso tenemos nuestro raciocinio y
la lengua más hermosa del mundo. Quiero poner un ejemplo de texto
moderno, bello y claro, porque en ese momento su autor sabía bien
lo que quería decir. Es una página del último libro de nuestro amigo,
el poeta brujo Santos López, que la leyó en el taller de poesía en
Medellín y después todos los que la oyeron pidieron la copia. Cuenta
cómo el misterio busca lo más sencillo para esconderse, porque si
ustedes quieren esconder algo lo mejor es ponerlo en cualquier parte,
a la vista de todos, y nadie se percatará. Y esta es la página de Santos
López:
“Cuando yo era niño, vivía todo el tiempo jugando en el Monte.
Me desaparecía de la casa horas y horas. Un día mi abuela me
reprendió
y me dijo que no iba a jugar nunca más en el pajonal…
Aquella palabra destelló en mis oídos. Jamás la había escuchado.
Pajonal, pajo nal, pa-jo-nal… me repetía con asombro y maravilla.
No sabía, hasta ese momento, que aquello acogedor que me divertía,
me hacía soñar, ser un niño, tenía nombre: era un pajonal.
Emocionado, salí corriendo hacia el monte, repitiendo
incansablemente
aquella palabra; eran tales la felicidad y la prisa, que tropecé y me
golpeé la cabeza.
Cuando desperté, no me acordaba de nada, tampoco de aquella
palabra
Busqué incansablemente entre el arenal y no la conseguí.
Registré entre el pasto seco y la chamiza, y por ningún lado la vi.
Y los pájaros y lagartos ningún augurio me dieron de ella.
Un extraño que pasaba a un lado del camino me observó desesperado
y me preguntó:
-”Muchacho, ¿qué se te perdió en ese pajonal?”-
Todo hombre percibe que existe un misterio, del cual derivan los
dioses, la pena por la muerte, el amor, la alegría, el asombro. En un
primer nivel de esa percepción nace lo mágico, pues el hombre como
parte de la Naturaleza se siente también él capaz de participar en el
milagro de la creación. Esto lo lleva a lo religioso, porque los poderes
que intuye lo embargan de admiración, veneración y respeto. De lo
sagrado a la poesía no hay sino un paso, pues ya se dijo que “todas las
cosas tienen su misterio, y la poesía es el misterio que tiene todas las
cosas”.
En el mundo actual, en el que ya nada hay sagrado, excepto el
Universo, la alta poesía permanece como forma de conocimiento
intuitivo que descifra lo que escapa al dominio de la ciencia. En ese
papel de expresar lo inefable la poesía se considera aún en esta época
asociada con el concepto de lo divino. Según la filosofía y la ciencia
Dios no existe, pero la poesía siempre ha dicho que sí.
Pese a la desacralización generalizada, pues el hombre actual está en
la Tierra para darle patadas, un halo de misterio se manifiesta
alrededor de la poesía, y si no por qué estamos aquí, y por qué en
todo el mundo hay un respeto tal por los grandes poetas que nadie se
atreve a leerlos.
En las asociaciones imprevistas de la poesía y en sus imprevistas
revelaciones se manifiesta un poder más allá de toda definición y
compresión. La poesía es el canto. La sabiduría es el desencanto. Pero
la poesía es también iluminación, y en ese sentido nos ayuda a vivir
porque nos ayuda a ver y ver es sentir lo que se comprende, a
diferencia de la ciencia cuya función es comprobar lo incomprensible.
Desde el principio del mundo existen palabras mágicas, y una de ellas
es la palabra poesía. La poesía es el último misterio que nos queda,
nuestra última carta de parentesco con la divinidad, nuestro vinculo
sensorial con el pasado, y es por la continuidad de la poesía que
aspiramos al futuro, pues en último término poesía es
descubrimiento, invención y mundos nuevos. No la vieja y cansada
canción que se repite, sino la que conserva poder de creación. En el
poder de creación se reconoce la alta poesía, no en el mal llamado
“poder de sugerencia”, pues una sugerencia cualquiera la puede
hacer. “La poesía es creación o no es nada”, según la contundente
sentencia de Andrés Holguín.
Los teóricos, como siempre, han procurado enredar las cosas, pero
nosotros sabemos que en el vasto espacio de la poesía se mueven
infinidad de tendencias y categorías, las unas a favor de las otras,
todas bajo el prestigio de una palabra que ofrece gratificantes
promesas, cargadas de expectativa.
El poeta es chamán porque cura las enfermedades del espíritu.
Después de turbulentos años de iniciación todos los verdaderos
poetas concluyen que poesía es brujería. Estaban estudiando para
brujos sin saberlo, o presintiéndolo oscuramente, y tal vez por eso se
rebelaban contra su destino. Ustedes lo comprenden muy bien, pues
he visto que el Taller de Poesía de la Casa de Pérez Bonalde no se
llama de Inducción, sino de iniciación, y en esa diferencia de palabras
está el sentido de la más antigua y alta concepción de la poesía,
ponerse está el sentido de la más antigua y alta concepción de la
poesía, presente en América desde los Poetas precolombinos hasta
los novísimos conjuros de Santos López, o la poesía sagrada de Rafael
José Muñoz, el gran poeta de Venezuela que Juan Liscano dio a
conocer al continente, poeta entre los poetas, al lado de los más
grandes, de los más sabios, de los más desgarradores,
deslumbramiento puro, llama pura, en la que toda la poesía del
mundo ardió y resucitó. Por noticias que tengo sospecho que en
Venezuela no se conoce muy bien la magnitud Rafael José Muñoz,
piensan que no se entiende, que tal vez estaba loco, pero estaba loco
cómo Bolívar y como todos los genios que tardamos en comprender.
Juan Liscano cumplió una gran hazaña al publicar “XXXxXXX XXX
XXXXX “ , por lo cual mayor admiración y agradecimiento. Ningún
poeta ha llevado la poesía hasta donde la llevó Rafael José Muñoz,
sobrepasando a todos en profundidad y lucidez hasta convertirla en el
grito que ahoga la expresión, porque llega un momento en que si la
lengua, si el alma alcanzan para todas y queda el alarido puro que ya
no es humano sino divino e xxx similar de un dios que se expresa por
la garganta de un hombre, como ha sucedido en muy pocos poetas,
uno de ellos tan grande que se llamó Fernando Pessoa en su inmensa
“Oda marítima” y otro, Rafael José Muñoz, a quien Caracas
desconoce. La poesía de Rafael José Muñoz no es poesía pura sino
pura poesía. Es la poesía.
Hay un poeta venezolano muy conocido y muy querido en Colombia,
que no podría dejar de mencionar: es el popular Aquiles Nazoa, cuya
voz se escucha en grabaciones que van de mano en mano, y cuyos
textos se copian y se llevan en los bolsillos para leerlos una y otra vez.
Se sabe más de Venezuela y del alma venezolana por Aquiles Nazoa
que por los libros de historia y geografía, o las heladas publicaciones
oficiales de política y comercio. Aquiles Nazoa y Rafael José Muñoz
fueron políticamente perseguidos, pero son ellos la verdadera voz de
Venezuela en el continente. Cuando alguna vez un amigo me dijo que
un buen poema hacía más por un país que un ferrocarril, no podía
creerle y pensé que exageraba, pero es verdad que un país se conoce
por sus poetas y sus escritores y artistas antes que por cualquiera otra
cosa. En Colombia los ferrocarriles hace mucho tiempo que se
acabaron, pero el “Nocturno” de José Asunción Silva sobrevive a
todos los desastres. No sé mucho de algunos países, pero me han
alcanzado los libros de sus poetas antes que las guías turísticas, y es
en esta facultad de largo alcance de la poesía en la que conocemos su
extraordinaria capacidad de comunicación.
La poesía no tiene límites y en ella los países se prolongan, pues
ninguna otra cosa nos puede decir mejor que un poema cómo son en
esencia los habitantes de un país. Por algo los reyes antiguos pidieron
a la poesía que preservara al menos sus nombres en la mudable
historia de los siglos.
Hubo una época en que la poesía era del pueblo. Hoy es de los
profesores de literatura, y los poetas escriben para esos profesores
conforme a teorías y caprichosas exigencias académicas, no para el
pueblo. Hasta que nos vuelva a ser del pueblo, la poesía no volverá a
ser la poesía.
“En nuestros días -ha escrito Octavio Paz- la misión del poeta consiste
en convocar los viejos poderes, revivir la liturgia verbal, decir la
palabra de vida” Esa es la palabra y ése el mensaje que este taller se
propone llevar a todos cuanto en él participan, confirmando con su
entusiasmo la persistencia de la poesía como salvavidas en un mundo
del cual, según dicen, no tenemos muy buena opinión.
No digo que la poesía sea sagrada. No digo que los poetas sean
sagrados. Digo que el universo es sagrado.
De lo que hemos venido hablando se desprenden conclusiones
generales que podemos empezar a puntualizar con respecto a los
talleres de poesía, a fin de ir dejando las cosas en claro.
El taller de poesía es útil porque:
1 Relaciona nuevos escritores entre sí y con otros escritores de la
ciudad y del país, así como con intelectuales y artistas.
2. Acorta el tiempo de formación del escritor, intensificando su
trabajo como tal durante un periodo básico.
3 Ayuda a definir y reafirmar la vocación por la literatura en los
géneros preferidos.
4 Ayuda a la formación del estilo por medio de la crítica y el
conocimiento de nuevos autores.
5 Ayuda a la formación de la autocrítica por medio del análisis y
predispone a recibir la crítica con honradez y lúcidamente. Enseñan
que el escritor se forma a base de rectificaciones.
6 Ayuda a la formación del criterio literario por medio de los
ejercicios de apreciación poética y la lectura de autores en
profundidad.
7 Ayuda a obtener seguridad conceptual por medio de constante
ejercicio intelectual, y firmeza estilística por el ejercicio constante de
la escritura.
8 Proporciona oportunidades de que los nuevos escritores confronten
su obra con el público por medio de publicaciones y de la
presentación personal en auditorios.
9 La relación de amistad con los compañeros y el coordinador facilita
respuestas y conceptos prontos sobre textos e inquietudes en
relación con el tema central del taller y cualquieras otros relacionados
o no con la poesía.
10 La compañía y solidaridad que se obtiene en el grupo fomenta la
vocación y es útil para mantener la disposición de ánimo hacia un
género tan sometido a cuestionamientos como es la poesía, en la que
siempre es necesario reafirmarse contra la incomprensión y la duda.
11 Facilita a los nuevos poetas la publicación de sus trabajos iniciales,
garantizando en ellos un mínimo de calidad.
12 Asesora en la revisión de originales de libros que vayan a ser
publicados, o presentados a concursos.
Las anteriores serían razones más que suficientes para la justificación
del taller de poesía. Pero hay otras, también importantes, como
veremos en el curso de estas charlas.
Pensarán ustedes con razón que de dónde se sacan conclusiones, si ni
siquiera habíamos planteado unos objetivos. Está bien: definamos los
objetivos.
Se dijo al comienzo que los objetivos se formulan para cada taller,
atendiendo a sus particulares intereses. Pero se pueden considerar,
cómo no, algunas ideas que sirvan de base para establecer en cada
caso unos objetivos acordes con los propósitos de un grupo dado.
Tales objetivos principales y los medios para obtenerlos,
correspondientes a un taller estándar, sea experimental o integral, se
pueden sintetizar en los siguientes puntos:
Objetivos principales y medios para obtenerlos:
1 Contribuir a la formación de escritores que expresen a su país.
2 Proporcionar a los asistentes la oportunidad de confrontar sus
textos ante un grupo, y obtener comentarios y crítica formativos.
3 Proporcionar a los asistentes la oportunidad de relacionarse con
otros escritores que también comienzan, y fomentar entre ellos la
amistad por medio del intercambio de ideas y experiencias.
4 Proporcionar a los asistentes la oportunidad de conocer y
relacionarse con escritores, artista y pensadores de la ciudad y del
país por medio de sus obras y en ocasiones personalmente.
5 Ayudar a definir vocaciones individuales como apoyo para que cada
quien encuentre su destino, de acuerdo con sus preferencias y
posibilidades.
6 Incentivar las vocaciones individuales como apoyo para que cada
quien encuentre su destino, de acuerdo con sus preferencias y
posibilidades.
7 Estimular el gusto por la literatura. Las artes, la ciencia, la filosofía,
la historia y las disciplinas humanísticas en su conjunto, a fin de que l
mundo sea visto como un todo, por lo cual puede considerarse el
taller como núcleo civilizador.
8 Ayudar a la formación del estilo por medio del conocimiento de
diversos autores, de la teoría literaria comparada y de la práctica del
ejercicio literario.
9 Ayudar a la formación del juicio crítico mediante el estudio de la
literatura comparada y la lectura de estudios y ensayos que
presenten análisis y formulen juicios de valor sobre diversas
literaturas o autores en particular.
10 Inducir en los nuevos escritores la noción de responsabilidad social
con su comunidad y con el país, pues no se es escritor para nada. La
humanidad considera a las artes con su mejor patrimonio, y el
hombre inteligente tiene para con la humanidad el deber de aportar
una síntesis de sus hallazgos experiencias, conocimientos e
intuiciones, expresando tanto sus preguntas como las respuestas y
convicciones a que le haya sido dado acceder.
11 Conocer la poesía del país en la obra de sus principales
exponentes, determinando épocas, escuelas, tendencias,
características regionales, estilos y particularidades de los autores así
como alguna información bio-bibliográfica.
12 Conocer a los autores más destacados de la época y la región que
se haya escogido para su estudio.
13 Llegar a un conocimiento somero de las principales teorías
literarias, como ilustración y base para definir tendencias o proponer
nuevas formulaciones.
14 Cimentar la confianza en sí mismos de los nuevos escritores,
mediante un trabajo serio y fundamentado en el estudio y la
reflexión.
15 Fomentar el hábito de la lectura reflexiva, y de la lectura como
estudio y parte del trabajo del escritor, a fin de formar el gusto,
refinar la sensibilidad, expandir la conciencia, agudizar la inteligencia.
16 Relacionar a los escritores con la actualidad literaria y artística del
país y del mundo en general.
17 Fomentar el hábito de discusión de los temas con fines positivos,
mediante una dialéctica fundada en la buena fe, en el razonamiento
ilustrado y en el propósito honrado, con ánimo desprevenido y
respeto por las ideas contrarias y por la persona del interlocutor.
18 Fomentar la práctica de las relaciones entre escritores y artistas
como intercambio y colaboración, con generosidad, desinterés,
sinceridad, intención constructiva y ánimo de mejoramiento y
progreso. Combatir el egoísmo, el individualismo y la mala fe, con la
convicción de que si se trabaja en este sentido algo se alcanzará.
19 Fomentar el trabajo en equipo para la práctica de la investigación y
el análisis, así como en la redacción de textos expositivos.
20 Desarrollar la práctica de la lectura en público, y de la discusión
pública de temas con propiedad y desenvoltura.
21 Para los no escritores proporcionarles referencias sobre temas y
autores que desconozcan, mejorar sus métodos de lectura,
comprender los procesos creativos, disfrutar la literatura como parte
de la vida, comentar sus lecturas e inquietudes y responder sus
interrogantes.
Muchos otros temas son objeto de estudio y propósito del taller. Los
enumerados pueden considerarse como básicos.
Obviamente, si hablamos en términos de objetivos y conclusiones,
tendremos que considerar también un programa y una metodología.
Ya dijimos que cada taller adopta sus propios programas y métodos,
pero una guía general puede ser útil como orientación, pues
suministra una base adaptativa.
Pensarán ustedes con razón que para qué complicarse con
programas, objetivos y métodos, si los talleristas no están sujetos a
ningún esquema coercitivo de tipo académico, dado que los talleres
son parte del sistema mundial de educación experimental, no formal.
Es verdad eso, pero si bien se mira, todo es exactamente lo mismo
que hace el escritor individualmente, y que hace todo hombre que
tiene una profesión: se propone a si mismo métodos de trabajo,
define objetivos para su carrera, periódicamente efectúa sus balances
y saca sus conclusiones.
Existen, claro está, quienes viven a la deriva, los hombres corcho que
flotan en la corriente; pero todo el que desea aprovechar su vida
necesita reprogramarse, definir sus aspiraciones, calcular sus
ambiciones, posicionarse en la sociedad y aplicar metódicamente al
fin propuesto. No soy ejemplo de eso, lamentablemente, pero así es
como proceden todos los que ponen una meta. Sin una meta el
individuo no se realiza: rueda por ahí, se extravía, corre los peores
riesgos, se pierde, no llega a parte alguna; finalmente todo en el s
frustra, un don nadie que algún día tuvo la aspiración de ser escritor y
poeta, pero le falta la voluntad, el ánimo, la decisión. Como ejemplo
de propósito y perseverancia, todos lo conocen, podemos citar a
García Márquez. Aunque el taller sea para adultos, el énfasis en la
persistencia es necesaria. En todas las épocas de su vida el individuo
está sujeto a depresión, desánimo, derrota. Basta considerar a los
suicidas, los drogadictos, los que se marginan, conductas que acechan
a los artistas más que a cualquier otra clase de personas, dado su
carácter con frecuencia neurótico y su predisposición a la aventura, lo
imprevisto, a correr albures que pueden desembocar en el fracaso.
Claro está que a la descripción anterior se contrapone cierto tipo de
artista bohemio, desordenado, de cuya vida desgraciada extrae
materiales para su obra. Pero ese artista es la excepción, no el
modelo, y aunque resulta naturalmente atractivo para muchos
jóvenes, el poeta maldito fue producto de una época pasada, que se
identifica con el romanticismo. Pocos quieren hoy en día ser malditos,
porque ya no está de moda. Ser rebelde es otra cosa, y la rebeldía no
dura mucho. Disfrutarla mientras dura es divertido; bien pronto se
convertirá en recuerdo.
Hecha esta digresión, no del todo inoportuna, hagamos alguna
consideración de los temas en que se puede fundamentar el
programa de un taller de poesía, con una duración determinada y un
grupo que asegura un promedio estable de asistencia.
PROGRAMACIÓN.
1. Inducir al conocimiento del lenguaje culto y popular, y de otros
lenguajes de etnias y minorías, en forma práctica y por la lectura de
obras en los que esos lenguajes están específicamente tipificados.
2. Inducir al conocimiento de las diversas culturas y formas de vida
coexistentes, las cuales en ocasiones tienden al sincretismo y en otros
casos a la diferenciación y el fundamentalismo en poblaciones
aisladas.
3. Inducir al conocimiento de las artes y las ciencias, la historia, las
literaturas, la filosofía, y en general al desarrollo cultural y científico
de la humanidad. El escritor y el poeta de nuestro tiempo requiere ser
un hombre culto. Sin ese bagaje no pasará de ser un aficionado, un
escritorzuelo, un poetastro, menos que un diletante, porque el
diletante se aproxima al profesional.
4. Inducir al conocimiento de la poesía de todas las épocas y los
pueblos, especialmente a la de este siglo en el continente americano.
5. Incluir en el taller seminarios sobre determinados autores u obras
cuya importancia amerita un conocimiento más completo.
6. Proponer ejercicios de redacción para ser hechos e casa como
práctica de escritura y adiestramiento intelectual.
7. Proponer autores específicos para lectura y estudio individual.
8. Si fuere posible, incluir un curso de lectura en voz alta, o por lo
menos mejorarla, atendiendo al control de la respiración y a la
vocalización y entonación.
9. Inducir al conocimiento y estudio del propio país en todos sus
aspectos.
10. Incluir teoría y práctica de otros géneros literarios puesto que los
poetas también escriben en prosa.
11. Inducir al estudio de las teorías literarias como parte de la
información integral que necesita el escritor para apreciar mejor las
literaturas del pasado.
12. Aproximación teórica y práctica en cuanto sea posible a las artes
gráficas, puesto que los escritores suelen ser aficionados a realizar sus
propias publicaciones y revistas.
13. Ayudar a los talleristas en cuanto sea posible para la publicación
de sus primeros textos o libros.
14. Suministrar información sobre la actualidad literaria.
15. Promover la exposición de temas por parte de los talleristas que
deseen ofrecer al grupo el estudio de un autor o una obra.
16. Promover el acercamiento a la crítica como medio de evaluación
de la literatura, con las salvedades necesarias e indispensable lucidez
a fin de que se constituya en positiva orientación.
17. Promover el acercamiento a la ensayística como método de
conocimiento crítico y analítico.
18. Inducir a los talleristas a participar con sus ideas y propuestas.
19. Los demás proyectos que surjan durante el desarrollo del taller,
así como actividades ocasionales con motivo de eventos,
conmemoraciones y otros sucesos.
Nota: Para no alargarla demasiado se excluyen de esta lista
actividades obvias de la esencia del taller, cómo la métrica española,
la estilística, las escuelas literarias y otros temas que el escritor
moderno necesita conocer.
Después de la lectura de esta lista me preguntarán ustedes:
-¿Y cómo se puede hacer todo eso en un taller? Buena pregunta.
Resulta imposible, ciertamente, pues todo ello corresponde a u taller,
pero con su sola enumeración el tallerista comprende la magnitud del
trabajo que le espera en su vida si es que realmente se empeña en
llegar a ser un escritor de nuestro tiempo y no un simple juglar. Por
cierto que la poesía popular también hace parte del taller, con el
folclor y las literaturas marginales y de costumbres, pero la tendencia
es hacia el escritor y el poeta con un cierto dominio de la cultura, que
le permita acceder en buenas condiciones al mundo editorial.
Después de las conclusiones, los objetivos y el programa, debemos
decir algo acerca de la metodología, a fin de completar un esquema
general del taller. Definir un método resulta esencial para que todos
sepan de antemano cómo se harán las cosas, y debe incluirse como
parte de la Introducción al taller que se preparó este año para los
grupos de poesía de la Biblioteca Pública Piloto de Medellín.
INTRODUCCIÓN AL TALLER
1 El taller no exige nada, puesto que sus integrantes son adultos.
Cada quien se exigirá a sí mismo según su voluntad.
2 El taller no funciona como grupo literario. Cada quien mantiene su
individualidad e independencia.
3 El taller se define como integral y por lo tanto se ocupará de todas
las materias que contribuyen a la formación de un escritor y poeta en
el estado actual de la cultura universal.
4 El taller estudia las teorías literarias como información, pero no
propone ninguna porque todas son parciales, falsas o desuetas.
5 El taller entiende la poesía como un ejercicio desinteresado de la
inteligencia, completamente aparte del negocio editorial y de las
escalas sociales.
6 El taller se ocupará de la prosa porque los poetas también escriben
en prosa.
7 El principal objetivo del taller es procurar que sus integrantes
adquieran la autocrítica necesaria para juzgar por sí mismos sobre sus
propias producciones, lo cual logra a través del conocimiento de la
poesía y la literatura universales, así como de una cultura integral.
8 Es conveniente el intercambio de textos propios entre los talleristas
y su lectura en el grupo porque las producciones de sus integrantes
constituyen la principal materia prima del taller.
9 El taller no es académico, y por lo tanto no constituye un curso de
poesía. El taller son sus integrantes en la medida en que su
participación resulte activa. Por lo tanto se incita a todos proponer
temas, plantear discusiones, formular preguntas, exponer sus
inquietudes, intervenir con sus iniciativas y en fin, participar
activamente en las reuniones.
10 La poesía en verso libre no tiene preceptivas porque el verso libre
surge precisamente en contra de las preceptivas; ni técnicas ni
recetas, ni secretos específicos que se puedan transmitir en dos o tres
meses. Todo arte requiere una paciente dedicación.
11 El taller se orienta por las necesidades que expresen sus
integrantes, y por un esquema general pre-establecido. No se siguen
órdenes cronológicos, ni alfabéticos ni regionales, porque toda
clasificación es tan arbitraria e ilógica como cualquiera otra, y porque
la vida real no consulta los cronogramas académicos. A partir de
cierto momento en su vida, el estudioso recibe la información de
diversas formas, y él mismo la procesa según sus requerimientos.
12 El tiempo trae los acontecimientos en oleadas, y no se ciñe para
nada al orden que desearían imponer quienes pretenden que el
mundo está muy caótico e intentan ordenarlo a su tamaño así sea a
posteriori.
Los que sólo pueden aprender en orden cronológico son incapaces de
armar el rompecabezas que la historia propone. Armar el
rompecabezas no significa colocar todas las piezas en el orden
previsto por el inventor del rompecabezas que la historia propone.
Armar el rompecabezas no significa colocar todas las piezas en el
orden previsto por el inventor del rompecabezas. El que sólo puede
formar con el rompecabezas la figura prevista está condenado a
repetir lo que otros hacen, a cumplir órdenes y a permanecer en la
mediocre condición de subalterno.
Los rompecabezas no tienen por objeto estimular la imaginación. Los
rompecabezas son “educativos” porque están programados para
dominar: enseñan que cada pieza debe someterse a un orden estricto
y no salirse nunca de su lugar. No hay que aceptar el rompecabezas.
El rompecabezas es un juego que induce a los niños hacia la
mecánica, porque el mundo necesita mecánicos. La poesía no
necesita poetas mecánicos, porque el tornillo que le falta se perdió
definitivamente en los anillos de Saturno.
A la pregunta ” ¿qué espera usted del taller de poesía?”, planteada a
más de trescientos interesados durante varios años, las respuestas
más comunes fueron cinco, en el siguiente orden:
1 Adquirir técnicas expresivas
2 Contar con un grupo de amigos con quienes intercambiar los
propios poemas.
3 Ampliar el conocimiento de la poesía.
4 Compartir experiencias.
5 Adquirir nuevos conocimientos en general sobre temas
relacionados con la literatura y el arte de escribir.
Ninguno dijo: tener acceso a publicaciones, ganar concursos, ser
famoso. Lo que todos desean es aprender a escribir mejor, definir el
estilo, saber encontrar sus temas, ampliar su visión de la poesía y
escribir con pasión y con arte.
Parece por lo tanto que esos cinco puntos se pueden resumir las
expectativas de los asistentes a un taller de poesía.
Una pregunta clave del taller es para qué sirve la poesía. Se dan toda
clase de respuestas, pero la pregunta está deficientemente
formulada, pues debería relacionarse con otras. Ninguna cosa tiene
utilidad en sí misma, sino con respecto a un uso.
A pesar del cuestionamiento a que se le somete, la poesía conserva su
mito y el poeta, para los demás, presenta algo así como una
deformación que a unos les admira y a otros causa recelo.
Se sabe, por lo menos, que la poesía es ante-diluviana. Si es tan
antigua, dicen unos, parece tonto preguntarse para qué sirve. Si es
tan antigua, dicen otros, puede ser que haya perdido utilidad.
La poesía mejora la comprensión y el gusto del mundo. Nos gustan
instintivamente las cosas bellas. Nos gusta la poesía. Para que sea
bella y capte nuestro interés necesita reunir lo que le es propio como
arte: emoción, intelección, cualidades expresivas y un contenido
inspirado. La inspiración no es un milagro, o mejor dicho, si es un
milagro. La poesía redactada -no inspirada- es siempre mala, pobre y
fría.
Según la eminente historiadora inglesa Jacquetta Hawkes, “el arte
debe tener un uso, es decir, ser de utilidad para la sociedad y no estar
limitado a la satisfacción que procura a sus creadores. Dar expresión
al espíritu de su pueblo, con la mayor profundidad posible, ése ha
sido siempre el reto para el artista y el poeta” Esas dos afirmaciones
definen puntos básicos del asunto que nos hemos planteado.
También este otro pasaje de la misma autora: “El mejor entre los más
antiguos himnos conocidos, un texto en cuneiforme, es una protesta
de los pobres del mundo. Fue escrito en Babilonia, en tiempos que
pueden considerarse los comienzos de la humanidad. Y esa protesta
todavía se escucha: “El caído, el débil, el atormentado, el pobre, a Ti
acuden en canto de infortunio y súplica”. Es lo que he llamado
“poesía útil”, y responde perfectamente, desde el fondo de los
tiempos, a nuestra pregunta inicial: para qué sirve la poesía.
Por todo lo anterior creo que los talleres no deben ser sólo para
poetas, sino también para lectores de poesía. Aprender a leer poesía
es importantísimo. El que disfruta el poema es el que lo lee. El que lo
hace, simplemente tuvo un trabajo.
Uno no puede ponerse a leer un poema de un momento a otro sin
una preparación anticipada, porque entonces no capta su esencia.
Para leer un poema trato de lograr una concentración previa.
Después empiezo lentamente, voy iniciándome con atención y
cuidado en su misterio, hasta lograr penetrar en el reino del poema y
vivir allí su atmósfera y su esplendor. Naturalmente, me refiero a un
poema que tenga esas condiciones.
Una vez publicado el poema hay que olvidarlo, no preocuparse más
por él. En algún pueblo, en algún rincón, ese poema puede llegar a un
poeta escondido, un verdadero poeta que tal vez nunca brillará. Los
poetas de salón, los que más brillan, suelen no ser los mejores poetas.
El brillo puede ser falso, puede ser prestado. Ezra Pound en una jaula
de alambre de púas. No brillaba. Muy opaco. Ezra Pound.
Muchas cosas se aprenden en el taller. El que quiere aprender lo hace
por sí mismo. De cualquier cosa aprende. Hasta de un gusanito que
pasa.
Visto desde fuera parece poca cosa, pero ya nos estamos dando
cuenta de la importancia que tiene el taller para la poesía. Sin
embargo, la poesía no vale nada si no se le anteponen valores
humanos. Aprendamos primero a vivir la poesía. Después, si queda
tiempo, la escribiremos.
Algunos utilizan seudónimos para indicar que nada importa el
nombre del autor, puesto que el poema también es de su lector. Tuve
muchos años conmigo un poema, sacado de un periódico. Un buen
día tuve la dicha de encontrarme con su autor y se lo dije. Con
sorpresa, supe que él había olvidado por completo aquel poema. Por
consiguiente, durante todos esos años había sido mi poema, no el
suyo.
Los talleres de poesía pueden ser muy diversos. Enumeremos
algunos, sin detenernos en ellos:
1 El taller de poesía popular incluye folclor, tradiciones, fábulas,
métrica española, declamación, composición, teatro, cuento, todas
las manifestaciones populares relacionadas con la poesía.
2 El taller de poesía infantil es también de lenguaje y creación literaria
al margen de la escuela, y su coordinador debe conocer la psicología
infantil. Su principal labor consiste en fomentar el hábito de lectura y
despertar la sensibilidad. Propende el taller a que el niño consiga:
hablar con propiedad y soltura, en forma medianamente culta.
Escribir con claridad y alguna propiedad. Construir diálogos, relatos,
cuentos, poesías, aventuras, de acuerdo con su gusto y capacidad.
Leer con propiedad, entender y saber explicar relatos folclóricos
infantiles. Usar libremente su fantasía y ayudarlo a que elabore sus
propias vivencias por escrito. En fin, que el niño aprenda a
expresarse.
3 El taller de poesía juvenil, para asistentes entre quince y veinte
años, induce a la lectura y a la escritura, informa, estimula y propicia
las primeras publicaciones.
4 El taller de poesía para la tercera edad (sesenta años en adelante),
no sólo estimula la creatividad, sino que proporciona a los asistentes
el gusto por la poesía de una época que se revive en cada sesión, lo
que crea entre ellos vínculos de amistad necesarios y útiles. Además
les informa sobre nuevas tendencias, con lo cual satisface la
curiosidad y los relaciona con la actualidad literaria.
5 El taller de poesía para hombres y mujeres recluidos en casas de
ancianos les proporciona alegría, consuelo, los reanima, les ayuda a
vivir. Se les estimula a recordar, narrar episodios de sus vidas,
componer poesías, leer y comentar esas lecturas.
Las experiencias han sido positivas, aunque la falta de continuidad no
ha permitido una mejor evaluación de resultados.
6 El taller de lectura de poesía da a conocer autores, los estudia,
propone diversas lecturas de un texto, induce ejercicios de
apreciación poética y , en general, enseña a leer poesía.
7 El taller universitario de poesía tiene lugar en concordancia con
estudios académicos, proporciona puntajes a los estudiantes, y el
coordinador suele ser un profesor. Sobre este tema específico existen
varias teorías. Podemos citar “El poeta en el mundo”, de Denise
Levertov, publicado por Monte Ávila hace algunos años.
8 Los talleres especializados de poesía suelen tener carácter ocasional
y una duración limitada. Se realizan para estudiar una obra o un
autor, están dirigidos a un público determinado, como profesores,
escritores y otros que se convocan especialmente.
9 Por último está también el taller de poesía para poetas, que puede
ser experimental o integral y obedece a muy diversas modalidades.
Algunos talleres se ocupan de una obra o de un autor, de una época o
de una escuela, de una región o de una lengua, de lo antiguo o de lo
moderno, de un siglo, de las teorías, del vanguardismo, del llamado
verso libre o de la poesía en prosa. Quienes encuentran novedosos o
raros los talleres de poesía deberían recordar que desde la remota
antigüedad existieron las escuelas de poesía, y más modernamente
las tertulias y los grupos literarios que son los antecedentes de los
actuales talleres.
Hace nueve años tuvo lugar en Bogotá el primero y hasta ahora único
encuentro nacional de talleres literarios. Los asistentes a ese
encuentro escucharon algunas ponencias, pero no se sacaron
conclusiones, pues ya no queremos discutir nada, sino dejar que cada
quien diga lo que le parezca. De todos modos no se le tomará en
cuenta.
De las ponencias de dicho encuentro salió una teoría de talleres que
todavía se aplica, basados en la cual existen talleres de doce
miembros, de los cuales seis tienen posiciones directivas durante seis
meses, y los otros seis las tienen en el siguiente semestre, porque,
según explican, ése es el sistema democrático importado de no sé
dónde. Y las posiciones que los dichosos miembros de esos talleres se
turnan pacíficamente son las de presidente, vicepresidente, director,
secretario, tesorero y fiscal. La función del fiscal, según lo vi en la
ciudad de Pereira, consiste en que a los talleristas que no lleven
poemas a las reuniones se les aplica una multa. Los dineros de esas
multas se recaudan, y al fin del año todo el grupo se va de paseo.
Por más extravagantes u originales que algunos talleres puedan ser, o
por muy exigentes o muy libres, de todos modos lo verdaderamente
importante es que los escritores y poetas no se queden solos, sino
que vengan con quienes confrontarse y de quienes aprender. Todo
requiere ser aprendido, y la poesía también. Si estas charlas quieren
decir algo, es precisamente eso: no se aíslen. Conserven amigos
(escogidos, claro está). Encuéntrense con sus maestros. El maestro no
tiene que dar lecciones, sino que se aprende de él. El escritor y el
poeta necesitan relacionarse con toda clase de personas, porque su
tema principal es el hombre, y el mundo visto a través de ojos de
hombre. Jamás sabremos cómo ve el mundo un animal, y lo que
piensa de él. Por qué nos interesa tanto saber lo que piensan otros
hombres.
Por qué decidirse a ser escritor o poeta, en lugar de dedicarse a otra
cosa mejor, esa es la primera pregunta que debe ser resuelta por
quienes, al menos en principio, creen tener dones para ello. He
conocido a muchos en quienes la vocación por las letras se
manifestaba promisoria, pero que tuvieron la inteligencia de desertar
a tiempo, y hoy son individuos prósperos y satisfechos. Y por el
contrario hay otros que, sin poseer mayor aptitud, insisten
tercamente en cultivar una vocación sin porvenir. No por la
circunstancia de poseer sensibilidad poética natural es preciso
entregarse a un destino ineludible. Rectificar el rumbo en el
momento preciso es una decisión importante, en la que se
manifiestan el carácter y la voluntad. La literatura no debe ser un
vicio, ni la poesía la elección del fracaso. Quien decide ser escritor no
sólo adquiere un compromiso con los demás, sino también y ante
todo consigo mismo: el compromiso de no fracasar.
Los que entran a la literatura con el mero fin de participar en el
mercado de las vanidades, y usar la poesía como trampolín social, si
bien están en su derecho, de antemano saben lo que buscan y no se
llaman a engaño. Constituyen un submundo en el vasto reino de la
mediocridad, con su clientela y sus adláteres, y de ellos puede
decirse, como en el poema de la rosa, que infestan la poesía. El
verdadero poeta conoce el camino instintivamente, y se aparta de
esos juegos malsanos y peligrosos. El valor real permanece
elegantemente en una discreta modestia. El método fingido, cuanto
menor sustancia posee con mayor descaro se exhibe, con más ruido
se anuncia, con más impudicia se abre paso a codazos, porque es
propio del ridículo situarse en primer plano, para encontrar allí la
merecida sanción.
Individuos en busca de figuración para resolver problemas de
identidad aparecen con frecuencia en los talleres de poesía, exigiendo
con ingenuidad conmovedora que en seis u ocho semanas se les
capacite para lanzarse a la fama. A las ocho semanas se retiran
desilusionados, cuando se enteran de que el taller no dispensa títulos
ni diploma de poeta.
La función del escritor no es la misma en un país desarrollado que con
un país del tercer mundo. El primero puede darse el lujo de jugar a la
literatura. El segundo tiene una obligación social educativa y sólo en
la medida en que responda a esa necesidad merecerá el recuerdo de
un pueblo. Existe, desde luego, la literatura ociosa, cómo existen
tantas cosas innobles e intrascendentes, pero no es de esa bagatela,
repito, de lo que nos estamos ocupando.
Hay varias clases de literatura: una de ellas es el bestsellers, escrito
bajo fórmulas que atienden al gusto del público, promovido
publicitariamente por las editoriales y los autores. La mayor parte de
los talleres enseñan a escribir así, para el éxito inmediato, en una
época de negociantes y estafadores. Pero no es de esa fruslería,
repito, de lo que nos estamos ocupando. El buen poeta sólo tiene que
escribir; pero el mal poeta tiene doble trabajo: escribir y promocionar
su baratija.
Se escribe para decir algo que pueda interesar a probables lectores,
desde el punto de vista del contenido, de la forma, o de ambos.
Generalmente forma y contenido son inseparables y muchas veces la
forma resulta ser la parte más interesante de un texto literario. Esto
quiere decir que en muchos casos la forma es el contenido, pues el
autor ha querido mostrar precisamente la importancia de la forma.
Se puede empezar a leer sin estar inspirado, y el buen texto se
encarga de inspirar al lector. La inspiración es el estado en que el
artista presiente la obra antes de escribirla. Cada quien se inspira así
mismo predisponiéndose al encuentro con el tema. Cuando el poeta
es bueno, ayuda al lector; cuando el poeta es malo, pide ayuda al
lector.
El escritor es ante todo un lector que escribe. Por eso el escritor debe
guardar una serena humildad frente a la gran literatura de todos los
tiempos. ¿Cómo estar orgulloso frente a Shakespeare, de quien se
dice que, después de Dios, es el que más ha creado? ¿O ante Proust,
o Cervantes? Los grandes escritores ingleses se nos presentan por lo
general con una modestia encantadora. Los norteamericanos y
brasileños también. Empezar con orgullo vano conduce a un fracaso
seguro.
El valor de un texto no depende del estilo cuidado o descuidado, sino
de su originalidad y genialidad. También depende de lo que en cada
época se entienda por pulido o artístico. Se puede escribir lo que a
uno le dé la gana, con la única condición de que el resultado sea
genial. Escriban un sólo poema inmortal, y después hagan lo que
quieran.
Cuando los poetas abandonan el verso encuentran su libertad y
seguridad expresiva en la prosa poemática, prosa que se presenta
fragmentada en forma versicular o en semi verso, y a la que nos
hemos puesto de acuerdo en denominar “verso libre”. El verso libre,
sin norma obligada, carece de una preceptiva, obedece sólo al arbitrio
del poeta, y su composición amétrica es la forma generalizada de la
poesía contemporánea por su ductilidad y su libertad sin límites. De
hecho es más difícil que los moldes antiguos, puesto que hay que
inventarlo en cada ocasión, pero ha sido la gran revolución de la
poesía en el presente siglo. Ese verso que todavía tarda en ser
asimilado, y que sin duda constituye una conquista de la cual los
poetas se enorgullecen, bien mirado de cerca deja de ser verso y
debemos reconocerlo como prosa. Basta escuchar la lectura de
cualquier poema en verso libre para comprobar que nos están
leyendo prosa.
El verso, a pesar del prestigio que deriva de su vinculación con la
poesía, no es más que una forma de escritura cómo el párrafo, un
poco más compleja, aplicable indistintamente a la poesía o a la prosa.
La prueba es que muchos textos no poéticos están escritos en verso,
así como muchos poemas prefieren los amplios periodos de la prosa.
Esa frontera desdibujada entre el verso y la prosa coincide con el
mismo fenómeno entre los géneros y es una característica del
eclecticismo de nuestra época, que si bien en unos aspectos se
muestra intolerable, en general constituye un período de asimilación,
intercambio y unificación.
Un buen número de poetas, principalmente jóvenes, considerando la
dificultad del poema extenso y los pocos lectores con que cuenta,
según se cree, optan por un silencio de estilo oriental plasmado en
pocos versos breves con una mínima idea, supuestamente espiritual y
delicada. La idea del silencio, tomada de las bulliciosas ciudades
orientales, no deja de ser una idea extraña, aun referida a sectores
religiosos. Hace pocos años asistí a un retiro de cinco días en un lugar
campestre denominado “Montaña del silencio”, en el que Su Divina
gracia Swami Hozkarhananda iba a iniciar a un grupo de adeptos en la
única vía sagrada de la meditación y el silencio. Después del metódico
desayuno de café y pan, Su Divina Gracia habló sin parar desde las
ocho de la mañana hasta las seis de la tarde, y después otro poco
cada noche, y luego hablaba dormido, según supimos por su
venerable asistente, lo que me hizo recordar a mi antigua maestra de
naturismo y vegetarismo, a quien encontré casualmente una noche,
en un pequeño y exclusivo restaurante, atragantándose con un
enorme churrasco argentino.
De todo lo cual se deduce que esos poemitas breves son una farsa del
que no tiene nada qué decir, y trata de simular sabiduría poética,
cómo esos falsos santos que a veces encontramos y que consiguen
engañarnos durante cierto tiempo hasta que descubrimos sus
verdaderas intenciones. Un escritor es todo lo contrario de un
hombre dedicado al silencio, como lo estoy demostrando. Y por eso el
novelista es el paradigma del escritor, mayor escritor cuanto más
páginas escribe.
La novela florece en la medida en que pueda ser negocio, como la
pintura y la música. La poesía no es negocio y por eso no florece, sino
que solamente echa hojas, como las plantas de entrecasa.
La novela es un género burgués, por definición: los pobres no pueden
escribir para los ricos porque no conocen su mundo. Los ricos sí
pueden escribir para los pobres, porque los pobres quieren saber
cómo ven el mundo los ricos, y porque los ricos necesitan educar a los
pobres para que obedezcan.
Y esto nos lleva al problema del escritor pobre, que suele ser también
un pobre escritor. Especialmente los poetas pobres son muy
admirados por los otros pobres, pero no por los ricos. Sólo a un pobre
se le puede ocurrir la idea fantástica y alucinada de que va a ser leído
por un rico. Y escribir para los pobres no produce nada, porque los
pobres leen libros prestados.
Los talleres literarios son parte de la idea general de democratización
de la cultura, cuyo objetivo es incrementar la venta de bienes y
servicios culturales. “Si Dios me socorre no he de ser culto”, como
decía Quevedo, y por eso miro los talleres como la posibilidad de
meter contrabando en la sociedad que los prohíja algunas ideas
contrarias a sus credos económicos, políticos, sociales y religiosos.
Claro está que esas ideas no triunfarán, ni harán mella contra los
poderes establecidos, pero en todo tiempo debe existir un puñado de
hombres conscientes de ciertas verdades esenciales a fin de que el
predominio de la mentira no sea total y absoluto. La misión del
escritor es introducir en la sociedad el gusano de la duda, fomentar la
rebeldía, hacer que finalmente adquiera algún sentido el pedante
título de homo sapiens sapiens con que nos hemos autodistinguido,
poniendo nuestras pobres razones y nuestros mezquinos intereses
por encima del justo equilibrio universal.
El taller fomenta la crítica y la autocrítica no sólo sobre los trabajos
literarios sino sobre los comportamientos sociales, porque civilización
es ante todo convivencia, y de nada sirve la poesía en una sociedad
enferma y convulsionada en la que el poeta no pasa de ser un bufón.
Con las últimas palabras del tema anterior llegamos a un capítulo muy
interesante, que es el de la poesía en relación con el sueño, y que no
debe estar ausente de estas charlas, así sea sumariamente, pues
existe la teoría de que todos los poemas son producto de un estado
de ensoñación.
La relación entre la poesía y el sueño es algo que debiera ser mejor
estudiado por los poetas. Algunos dicen que nunca estamos
plenamente despiertos; otros aseguran que nunca estamos
totalmente dormidos y que, en ambos estados, se dan diferentes
grados o niveles, de modo que no se sabe si el poeta es el que está
más despierto, o es el que está más dormido. Por otra parte, los
sueños hipnagónicos parecen pertenecer más al reino de la poesía
que al adormecimiento de la conciencia.
De hecho, muchos poemas son transcripciones de sueños, o
incorporan fragmentos de sueños, no solo a partir del surrealismo,
sino desde siempre. La teoría que vincula a la poesía con los estados
de ensoñación no parece del todo desacertada, pues los mejores
momentos de un poema se originan en el inconsciente y resultan
misteriosos para su propio autor.
Si es verdad que, como expresa Hebbel, “en los poetas sueña la
humanidad”, el cargo de soñador no debiera ser despectivo, sino
honroso. Todas las realizaciones de la humanidad empezaron siendo
sueños.
Aparte lo anterior, en el plano poético-literario quedan a cargo de la
ensoñación las relaciones insólitas, las figuras inéditas, las imágenes
novedosas, el toque de audacia que en el arte es garantía de
originalidad, lo hace verdaderamente interesante y lo libra de ser
copia, imitación, producto de escuela.
Un joven bisoño del taller de poesía me preguntaba recientemente si
era posible escribir poemas que no fueran sueños, y en ese caso,
como se haría para contraponer a la técnica del sueño una técnica
del sueño una técnica de la vigilia que fuera al inconsciente y sacara
de allí lo que una persona despierta (suponiendo que exista tal
persona), necesita para comunicarse con el ángel del sueño sin
quedar hechizado, y si en ese momento no debería decirse que tal
persona entraba en estado de ensoñación. Este joven estaba
exponiendo sencillamente en dos palabras toda la teoría del libro de
Gastón Bachelard, sin necesidad de haberlo leído.
Todas las personas van del sueño a la vigilia, pero para el poeta y el
artista existe un tercer estado de supraconciencia que es también el
de los profetas y videntes. No se induce con drogas, sino que se llega
a él por una vía compleja, que cada quien prepara cuando quiere
según su personal manera, pero que en general es la vía de la
contemplación, entendida en sentido místico, o sé que va más allá del
pensamiento reflexivo, y entendida la mística con relación al
universo, teniendo sabido que le universo es Dios. No importa a qué
se refiera el poema, si se trata de alta poesía siempre tiene que ser
así, y hago la distinción porque en poesía estamos acostumbrados a
tomar gato por liebre.
Nunca me permito alteraciones del estado normal de la conciencia,
pero sé bien que los poemas no se escriben en estado normal. Si así
fuera, el poeta podría escribir profesionalmente todos los días a la
misma hora, como el novelista, y todas las personas normales podrían
escribir poemas sin necesidad de estar inspiradas.
Ningún artista puede trabajar sin estar inspirado, y lo mismo vale para
un buen artesano, con el agravante de que el estado de inspiración es
esquivo e irregular en cuanto a su frecuencia. Aron Copland lo ha
definido del modo más sencillo. Dice: Si estoy como para componer,
compongo; y si no, salgo a dar un paseo por el campo. García
Márquez y Álvaro Mutis, más vehementes, lo expresan diciendo, el
primero, que la inspiración es el estado de gracia irresistible y
deslumbrante que sólo niegan quienes no han tenido la gloria de
vivirlo; y el segundo existe la inspiración, para decirlo de una vez, a
pesar de tanta necedad que esa palabra ha tenido que arrastrar en
manos de los sandios.
Ahora bien: nos preguntan si la inspiración del poeta es posible en el
sueño. De hecho, muchos poetas convierten sueños en poemas, por
el simple expediente de relatar el sueño, o mediante alguna
elaboración, o simplemente transcribiendo el poema tal como en el
sueño les fue revelado.
El estado normal de lucidez en la vigilia sirve para todo, menos para
escribir un poema. El poeta tiene que estar más que despierto, o
estar dormido, pero el simple estar despierto sólo le servirá para
escribir ensayos, o informes o novelas. Se puede ver a pintores pintar,
y a escritores escribir, pero no al poeta o compositor en el instante de
su creación, porque la creación poética es un acto secreto, como el de
los magos, los alquimistas y los dioses. Existen testigos de la cosa
creada, no de la creación en sí. Los biógrafos de Neruda nos cuentan
que él escribía delante de la gente, pero es que Neruda era un
desvergonzado.
La poesía lírica, cuya íntima esencia se halla tan próxima al sueño,
según lo certifica Otto Rank, procede pues a partir del libre comercio
entre el inconsciente, donde se fraguan las imágenes, y la conciencia
que le presta discernimiento para seleccionar y ordenar. Si el hombre
es la suma de los dos, la poesía será la summa del hombre.
A las personas a las que les gusta hacer el ridículo en público, es
evidente que la poesía nos sirve de maravilla para un recital. Tengo la
lista de todas las cosas para las cuales es útil la poesía, pero no
alargaré esta charla con esa lista. La poesía sirve para casi todo. Baste
con eso. Los que afirman que no sirve para nada es porque ellos no
les ha servido, o no han sabido utilizarla. Es un honor para la poesía
que un médico, un ingeniero, un sacerdote, aspiren al título de
poetas. Razón no les falta. La poesía también cura, construye y salva.
Es como poetas y escritores que hoy conocemos nombres que sin ella
se hubieran perdido en el ejercicio de una profesión más noble
cuanto más anónima.
Entre las sorpresas de la vida, no es la menor la poesía. Expresa Saint-
John Perse que la poesía es un modo de vida, y de vida integral; y que
toda creación del espíritu es, ante todo, poética, en el sentido propio
del término. Agrega: “El poeta existía en el hombre de las cavernas y
existirá en el hombre de las edades atómicas, porque es parte
irreductible del hombre”. En efecto, Hermann Khan y su equipo, al
orientar sus telescopios futuristas hacia el tercer milenio, encuentran
que podrá desaparecer cosas como los zapatos, pero no desaparecerá
la poesía. Porque la poesía –explica pacientemente Rafael Maya-
responde a necesidades esenciales del espíritu humano.
El concepto genérico de poesía es tan amplio como se quiera, y se
refiere a la percepción, no a la escritura. Por lo tanto no es arte, a no
ser un arte de vivir. He visitado a santos y a sabios en sus lugares.
Ellos viven inmersos en el espíritu de la poesía, ven a poca gente, y en
su reino son como dioses que dominan sobre sí mismos y una matica
de lechuga. Los admiro porque escapan a la dominación de los
poderes. Entiendo que son los únicos nombres libres que existen.
En esta ocasión nos referimos a la poesía que se expresa por medio
de un texto escrito, y en consecuencia requiere habilidades artísticas.
Convertida en poema, la poesía puede ser muchas cosas, desde
metafísica hasta patafísica, pero siempre su propósito es el mismo del
científico. Cada poeta nos enseña lo que consigue aprehender en lo
cognoscible. Nunca vemos el Todo, ni el todo nos ve a nosotros
individualmente. Para el Todo sólo existe el Todo. Y las lunas son la
uñas de los dedos de Dios.
La mejor lectura de un poema suele ser la primera, porque está
acompañada por el asombro y el deslumbramiento. Las siguientes
lecturas son de apreciación y análisis: una pavada. En la primera y
temprana lectura consciente del Nocturno de Silva nos embarga el
sentimiento indefinible de la poesía, la admiración, el entusiasmo, el
éxtasis. Tiempo después, consideramos la perfección retórica y la
importancia literaria. Entonces, traemos a cuento el ferrocarril y
comienza el traqueteo.
Si unos cuantos poemas, como el Nocturno de Silva llenan toda
nuestra vida, definen toda una literatura y dan nombre a toda una
época, es porque la poesía tiene sin duda el poder de producir
subyugantes fenómenos individuales y colectivos. Por eso muchos
estudiosos como ustedes se preocupan por averiguar qué cosa es la
poesía. Y me lo preguntan a mí. Yo no puedo decirlo.
Cada quién aporta una definición para la poesía, y mientras más
definiciones se acumulan más difícil resulta definirla, de modo que la
poesía es una de las pocas cosas que se conocen sin llegar a saber lo
que son, y en esto se parece a Dios, lo que no es raro en modo
alguno, pues justamente es la poesía la que nos ha revelado la idea de
Dios. Por la poesía se conoce a Dios directamente. Por la teología se
le conoce teóricamente. Mientras el teólogo elabora sus intrincadas
abstracciones, Dios y el poeta están sentados en un rincón del
parque, riéndose a carcajadas de los teólogos. Cualquier santica de
convento conoce mejor a Dios que el Papa, porque el Papa le quiere
montar la competencia a Él, mientras que la monjita está muy
humilde en su celda, plenamente ocupada en ser una con Dios, que es
la única manera de conocerle. El Papa, en cambio, le dice: -“Señor:
Usted es Dios; Yo soy el Papa” Y el Señor le responde: “Muy bien, Allá
Usted”.
Se nos previene enfáticamente en contra de las supersticiones y
supercherías, en esta sociedad tan llena de supercherías que ya no
cabe ni una más: superestructuras, superfortalezas,
superproducciones y supermercados. El otro día entré a una
superchería a comprar algo, y me encontré con Supermán. Se estaba
comiendo un super-sandwiche con una Coca-Cola litro. A su lado
estaba Supermancito, devorando un superperrito. Un supervisor pasó
por allí, acompañado por un supernumerario. Esa desmesurada
ambición lexicográfica, en la que no hay superlativo suficientemente
grande, contrasta enormemente con las mini-viviendas que se
fabrican para toda esa gente, a la cual se le promete la gran vida en
cuartos de 2x2, que pagarán por cuotas eternamente, congestionados
de cosas pequeñas con nombres ampulosos, pues en el gran
supermercado sólo venden mini-cosas para seres disminuidos por la
super-civilización. Al consultorio de un psicoanalista llega un paciente
super-paranoico. Coge el vaso para agua y lo mastica en un dos por
tres; el médico saca un billete de cincuenta, se lo da, y le pide que
vuelva al día siguiente, a la misma hora. Se ha dicho que antes de
Freud ellos no sabían que eran paranoicos, pero ahora lo saben y eso
los hace más tristes.
Jacques Prévert, cuando estaba desesperado, dijo: -“He pensado
poner fin a mis días, pero no sé por cuál de ellos empezar”.
Es común la idea de que el artista, y especialmente el poeta, padecen
algún desarreglo más o menos grave, y se le anima piadosamente con
el ejemplo de la ostra, que tiene su perla como el poeta su parapatía,
aunque no todas las ostras desarrollan perlas, pero los que hacen
comparaciones ejemplares no se paran en pelillos.
Robert Grave, afectado por la neurosis de la Gran guerra, dejó
respecto de eso una respuesta contundente: “Pensé –escribe- que a
lo mejor le debía a Nancy el ir a un psiquiatra para que me curará,
más sin embargo no estaba seguro. Presentía que el poder de escribir
poesía, que era para mí mucho más importante que todo lo demás,
desaparecería si me dejara curar. Mi hechizo se terminaría, y yo me
convertiría en un escritor fácil y aburrido. Era menos importante estar
bien que ser un buen poeta”.
El señor Mauricio Wacquez, en un prólogo a Cocteau, quien se
sometió a una cura de desintoxicación, formula así sus apreciaciones:
“Siempre me ha parecido desaconsejable el psicoanálisis para los
poetas. Es una de las formas más banales del despilfarro. Porque la
obra del artista es una psicosíntesis, y no un psicoanálisis”
En las creencias de antiguos pueblos civilizados sabemos que la locura
se consideraba sagrada, y Don Carlos Lohlé, en su hermoso libro
Presencias y experiencias, nos dice que “Hay santos y locos que
tienen antenas que nosotros no podemos sintonizar”
“Si hay gente que vuela –dice Ionesco en “El paseante del aire”- no
pueden ser más que los locos, los que hayan perdido del todo la
cabeza, los incurables, los irrecuperables”. San Francisco, quien
predicaba la nueva locura sobre la tierra, dijo que “La locura es la sal
que impide que se pudra la sensatez”. Le dijo también al hermano
León: -“Más vale que nos tomen por locos y no por santos”.
“El filósofo cree en la razón y el poeta en la locura”, escribe León
Felipe, y en un orden de pensamiento más reposado, margarita
Yourcenar advierte cómo, “casi siempre, es necesario un toque de
locura para edificar un destino”. Marcel Proust, como si viviera en
nuestro tiempo, afirma que “Todos necesitamos alimentar en
nosotros alguna vena de loco para que la realidad se nos haga
soportable”.
JAIME JARAMILLO ESCOBAR
NACIÓ EN PUEBLORRICO, COLOMBIA, EN 1932, ES CONSIDERADO
UNO DE LOS POETAS MÁS IMPORTANTES DEL MOVIMIENTO
POÉTICO-ESTÉTICO NADAÍSTA, DEL CUAL FUE FUNDADOR EN CALÍ. SU
CREACIÓN POÉTICA ES DE LO MÁS AUTÉNTICO Y FRESCO QUE SE HA
ESCRITO EN COLOMBIA Y EN LATINOAMÉRICA. RECIBIÓ EN 1966 EL
PREMIO CASSIUS CLAY DE POESÍA Y AL AÑO SIGUIENTE PUBLICÓ
POEMAS DE LA OFENSA. CONSIDERADA POR LA CRÍTICA LITERARIA
UNA OBRA MAESTRA. EL NADAÍSMO ENTONCES SE TRASLADO CON
GONZALO ARANGO A BOGOTÁ, DONDE SE FUNDÓ LA REVISTA
NADAÍSMO 1970, EN LA CUAL JARAMILLO ESCOBAR ASUME LA
GERENCIA Y DIRECCIÓN EDITORIAL. EN 1983 PUBLICA DOS LIBROS
QUE LE HACEN MERECEDOR DE DOS IMPORTANTES
RECONOCIMIENTOS LITERARIOS: PREMIO NACIONAL DE POESÍA
EDUARDO COTE LAMUS, EN CÚCUTA, CON SOMBRERO DE AHOGADO
Y EL PREMIO NACIONAL DE LA UNIVERSIDAD DE ANTIOQUIA CON
POEMAS DE TIERRA CALIENTE.
MÉTODO FÁCIL Y RÁPIDO PARA SER POETA (PARTE I)
FUE EL MATERIAL TEÓRICO DEL TALLER DE POESÍA DICTADO POR EL
POETA JARAMILLO ESCOBAR, ENLA PROGRAMA DE LA ii SEMANA
INTERNACIONAL DE LA POESÍA EN CARACS, DEL 22 AL 28 DE AGOSTO
DE 1993, EN EL AUDITORIO DEL CENTRO CULTURAL CONSOLIDADO.
ESTE ENCUENTRO FUE ORGANIZADO POR LA CASA DE LA POESÍA
PÉREZ BONALDE, CON EL PATROCINIO DEL CENTRO CULTURAL
CONSOLIDADO Y EL AUSPICIO DEL CONSEJO NACIONAL DE LA
CULTURA CONAC.
ESTE PRIMER TÍTULO DE PAPELES DE LA CASA SE TERMINÓ DE
INPRIMIR EN CARACAS A MEDIADOS DE UN ILUMINDAO MAYO DE
1995, EN LUNA LLENA.
SU PUBLICACIÓN FUE POSIBLE GRACIAS AL GENEROSOS APORTE DEL
PINTOR Y MAESTRO VENEZOLANO JACOBO BORGES.