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ENVEJECER, UN PROYECTO DE VIDA

Autora: Mg. Silvia de la Cruz1


Colaboradora: Lic. Cora Klement2
Institución: UNSL
Contacto: 02652-15631893, delacruzsm@hotmail.com; 02652-15407406,
cokva100@yahoo.com.ar
Resumen
En la presente ponencia se pretende tratar, muy sucintamente, cómo en la
actualidad el tema del envejecimiento se ha convertido en una importante
problemática social que debe ser abordada de manera interdisciplinaria debido a la
complejidad que implica el hecho de que un alto porcentaje de personas, de
diferentes niveles socio-económico-cultural, logran vivir gran cantidad de años, luego
de ser considerados personas mayores.
Partimos de la idea de que la vejez es un proceso natural y gradual del ser humano,
donde tienen lugar cambios biológicos, psicológicos y sociales, que se dan a través
del tiempo. El hecho de que el envejecer está determinado por factores psicológicos
y culturales y, sólo un pequeña parte está determinado por factores biológicos, nos
lleva a pensar que, no todas las personas envejecen de la misma manera. Los dos
primeros factores nos remiten al concepto de género como una construcción social
que, en un determinado momento histórico, la sociedad y la cultura le asignan a la
vejez, atribuyéndole características, valores y representaciones que varían según el
momento y la cultura a la que se pertenezca.
Pensamos que alentar la reflexión en la sociedad sobre esta temática puede
afianzar el encuentro con mejores herramientas para disfrutar la vejez.
El reconocimiento de las limitaciones y de las posibilidades permite tempranamente
trabajar sobre ellas en pos de mejorar la calidad de vida conforme vamos creciendo.
Palabras claves: Vejez, Género

El envejecer como proceso


El envejecimiento es un proceso gradual y natural del ser humano, de cambios
biológicos, psicológicos y sociales, que ocurren a través del tiempo (Viguera, V.).

1
Docente - Investigadora de la UNSL. Argentina. Cel. 02652-15631893, E-mail: delacruzsm@hotmail.com
2
Docente – Investigadora de la UNSL. Argentina. Cel. 02652-15407406, E-mail: cokva100@yahoo.com.ar
En la actualidad, el tema del envejecimiento se ha convertido en uno de los
fenómenos sociales de mayor impacto, lo que obedece fundamentalmente a dos
situaciones, por un lado han disminuido los nacimientos y por otro lado existe una
mayor esperanza de vida. Las mujeres tienen menos hijos que hace 20 años y la
vida se ha extendido en más de 20 años lo que propició una nueva etapa, como lo
es la de adultos mayores, los que si bien cuentan con más recursos a nivel salud
que en otras épocas, estos están distribuidos de manera desigual según el estrato
social al que pertenezcan.
Las diferentes circunstancias que conforman la vida de las mujeres y los hombres en
la vejez, son el resultado de las oportunidades, desafíos, limitaciones y acceso a los
recursos, que se presentan en cada etapa de la vida; es en la vejez donde las
diferencias entre los hombres y las mujeres son más acentuadas.
“El sentido que los seres humanos atribuyen a su vida y su total sistema de valores
son los que definen el significado y el valor de la vejez. En contraposición, es la
manera como una sociedad se comporta hacia los ancianos como se descubre la
verdad desnuda y muy frecuentemente oculta de sus principios y aspiraciones”.
Simone de Beauvoir, 1990.
Cuando hablamos de adulto/a mayor, adulto/a en plenitud, tercera edad, personas
de edad, ancianos/as o viejos/as, nos estamos refiriendo a lo mismo. Lo que cambia
es el momento histórico en el se emplea cada palabra.
El envejecimiento es un proceso natural que consiste en un deterioro progresivo del
individuo que comienza antes del nacimiento y que continúa durante toda la vida.
Se suele definir los 60/65 años como edad cronológica para marcar el inicio de la
vejez, hecho que coincide con el momento de la jubilación; sin embargo una persona
de 65 ó 70 años puede sentirse adulta mayor o vieja y disfrutarlo.
Todo dependerá de la cultura en que vive, de su autoestima, de los proyectos que
tenga a mediano o largo plazo, de la valoración que la sociedad le otorga y le
transmite. Por lo dicho anteriormente, el envejecer está determinado por factores
psicológicos y culturales y, sólo un pequeña parte está determinado por factores
biológicos, por lo tanto no todas las personas envejecen de la misma manera.
Los factores biológicos hacen referencia al proceso natural del funcionamiento del
organismo humano, a los cambios que ocurren a través del desarrollo de la vida.
Los factores psicológicos y culturales hacen referencia a una construcción social
que, en un determinado momento histórico, la sociedad y la cultura le asignen a la
vejez, atribuyéndole características, valores y representaciones varían según el
momento y la cultura a la que se pertenezca.
Muchos de los cambios relacionados con la edad pueden ser atribuidos al
envejecimiento social y son producto de nuestras creencias, prejuicios y conceptos
erróneos sobre la vejez, por lo cual los factores psicológicos y culturales pueden
acelerar este proceso o pueden retardar o prolongar el período adulto o extender la
senescencia, si predominan los factores favorables a la salud y al bienestar personal
y social.
De este modo, pueden observarse diferentes edades biológicas en personas con la
misma edad cronológica, lo cual ocurre porque el proceso de envejecimiento es
personal y cada sujeto puede presentar involuciones a diferentes niveles y en
diversos grados al declinar ciertas funciones y capacidades más rápidamente que
otras.
Con esto podemos decir que el envejecimiento es un proceso individual y a la vez
colectivo, en el sentido de que si bien se produce en el individuo, está condicionado
por la sociedad, la calidad y por los modos de vivirla.

La impronta socio-cultural en la concepción de la vejez

“Estoy haciendo cosas que nunca hice, siento que me he ganado el reconocimiento
de mis de mis compañeras y me siento a gusto porque estoy haciendo una actividad
que me gusta y que estoy sirviendo para algo, me siento útil…. yo encontré aquí
mucha comprensión,…. siempre me gustó bailar, cosa que nunca pude hacer
porque a mi marido no le gustaba,….. y aparte, estudiar baile, en mi época no era
bien visto”
Son notables las diferencias en el trato por parte de quienes nos rodean según
seamos hombres o mujeres desde que nacemos y a lo largo de nuestras vidas y sus
efectos pueden visualizarse incluso cuando somos adultas/os mayores.
A los niños se les compran juegos que les estimulen la acción física, mental y la
agresividad, pues se espera de los hombres que sean agresivos, fuertes, hábiles
para la conquista y la defensa; a las niñas se les compran juegos de té, muñecas y
cocinitas, fomentando la abnegación, la dulzura y la pasividad bajo el argumento de
que las mujeres “son así” y que si dejan de serlo perderán su feminidad. Asumiendo
que las actividades del hogar, el cuidado de los hijos/as y la entrega a los demás,
deben ser sus aspiraciones adultas sin que en ello se filtren sus deseos personales.
Sabemos que a partir de la diferencia de sexo, se nos educa para comportarnos de
determinada manera, sin que esto se relacione con las capacidades de cada
persona, se trate de un hombre o de una mujer. Las formas de pensar y sentir que
nos son impuestas desde afuera por tener un determinado sexo, constituyen el
Género.
Cabe recordar como se definen cada uno de estos términos:
Sexo: es el conjunto de características físicas, biológicas y corporales con las que
nacemos, son naturales y de alguna manera inmodificable.
En tanto Género es definido como: el conjunto de características psicológicas,
sociales y culturales asignadas a las personas. Es la identidad social que se confiere
a un cuerpo sexuado. En esta construcción de identidades intervienen las diferentes
instituciones sociales: la familia, la escuela, la Iglesia, los medios de comunicación y
la cultura en general. (de la Cruz, 2007)
Dichas características son históricas y se van transformando con y en el tiempo.
Esta construcción social nos adjudica: Roles diferentes para cada sexo; Espacios
diferentes para cada sexo y Atributos diferentes para cada sexo:
En el caso de la mujer, el Rol es reproductivo, el Espacio es el doméstico (privado) y
los Atributos son dulzura, abnegación, comprensión, emotividad, sensibilidad, etc.
En el hombre, el Rol es productivo, el Espacio es el público y los Atributos son
fortaleza, competencia, etc.
Las relaciones entre hombres y mujeres, son relaciones sociales de género las
cuales están orientados por normas y valores, aprobados por diferentes
mecanismos: la socialización y la presión social.
El género como categoría de análisis, permite ver dos de las dimensiones de la
desigualdad social: la condición y la posición de las personas; particularmente las
desventajas en relación a estas dimensiones recaen en nuestra sociedad sobre las
mujeres. Desventaja que se agudiza en la población adulta mayor y que se vuelve
notoria fundamentalmente en los últimos tiempos, a partir de los cambios y
transformaciones tanto en la composición como en la estructura por género y edad
que presenta la población. Lo que se evidencia es un proceso gradual de
envejecimiento (de la Cruz, 2007).
Surge la pregunta: ¿envejecen igual las mujeres y los hombres? La mayoría del los
escritos plantean que tanto hombres como mujeres envejecen de igual manera.
Generalmente se habla de la vejez en masculino, ejemplificando las patologías en
femenino. El hombre, históricamente ha sido representado como lo completo, lo
normal, lo sano, mientras la mujer quedó asociada a lo débil, lo incompleto, lo
patológico; en este sentido, lo patológico estaría ligado a su aparato genital: “está
en esos días”, “ está menospausica”, “ tiene problema con las hormonas, “es una
histérica”,etc..
La realidad, a diario nos muestra que, no todos/as envejecen igual ya que, en dicho
proceso intervienen diversos factores, a saber: de clase social, género, etnias,
historias personales, lo que llevaría a que cada proceso de envejecimiento sea un
proceso único.
El plantear la igualdad en la forma de envejecer, nos lleva a invisibilizar la
naturalización de relaciones de poder en la construcción teórica y en el imaginario
colectivo que universaliza los modelos de comportamientos masculinos como
representativos de la especie humana, situación que traería aparejada la
valorización de la mujer en tanto mantenga su rol tradicional lo que implicaría
continuar cuidando, dando, estando para los demás, etc.
Al decir de Silvia Hauser, “el hombre, al ser visto como lo completo, lo fuerte, lo
sano, se lo inviste de mayor poder, a la vez que se lo expone y debilita,
agrediéndolos al no permitirles sentimientos de malestar o disconformidad con el
ideal de “varón”. “Cuando el hombre se vivencia como débil, se siente feminizado. Si
su papel de estar siempre listo sexualmente, o el de proveedor económico se
reciente, se siente fracasado, incompleto”.
Según Freixas (1997) “las personas al hacerse mayores sufren una discriminación
evidente, que afecta a los dos sexos y supone una percepción negativa por parte de
los jóvenes….” “Percepción que incluye ideas como pérdida, enfermedad, deterioro,
etc., y que la mayoría de las veces no corresponde con la realidad de la mayoría de
las/os adultos mayores que viven con autonomía, independencia, salud y energía
hasta edades muy avanzadas”.
Las sociedades modernas han ido haciendo, de la vejez, una suerte de desecho,
basadas en valores centrados en la fuerza, éxitos y conquista de bienes materiales,
esto sucede en virtud de que el símbolo paradigmático de este siglo es la juventud,
teniendo un significado cultural diferente para mujeres y hombres, ya que: “mientras
los hombres maduran, las mujeres envejecen”, lo que implicaría una mayor
tolerancia social hacia los hombres mayores. Esta situación nos indicaría que para
las mujeres, envejecer, supone una reducción de sus posibilidades de situarse
libremente en el mundo, de ser consideradas atractivas y sexualmente elegibles,
mientras que para los hombres, el modelo patriarcal incluye mayor tolerancia con
respecto a la edad, belleza, posibilidad de encontrar pareja afectiva y sexual. Este
hecho pondría en evidencia que existiría una clara diferencia de género en el
proceso de envejecimiento. Al decir de Gómez, Adriana (2003), los hombres pueden
ser evaluados por sus éxitos, sus logros laborales, sus conquistas, aspectos que no
estarían relacionados con la edad. Mientras que a las mujeres se las evalúa por la
capacidad de seducción, hecho que parece ser privativo de la juventud.
Las mujeres mayores que ya no tienen el atributo de la belleza juvenil, han dejado
de ser mujeres. La mirada masculina circula, sin ver el cuerpo de las viejas, han
dejado de existir para ellos. Su atractivo y valor, se ha perdido, no existe, a cambio la
juventud entronizada se vuelve una meta para muchos hombres mayores, que
desean ser envidiados por estar en compañía de mujeres más jóvenes. Aunque tal
empresa se acompaña de una amenaza temida: la posibilidad de ser impotentes.
Dado que las jóvenes despiertan más su deseo, muchas mujeres mayores sufren,
en esta etapa de la vida, el abandono masculino.
La adulta mayor, al haber perdido su capacidad reproductora, ha perdido aquel valor
que otrora daba sentido a la vida acordado para las mujeres. Se convierte en objeto
de desvalorización en tanto a la pérdida de la vida reproductiva se le supone
erróneamente una supuesta disminución de la respuesta erótica femenina. Esto
refuerza la lucha de las mujeres por intentar conservar la eterna juventud, o la
semblanza de juventud por mayor tiempo, lo que a poco de andar se convierte en
una quimera.
En cuanto a su actividad, se considera que ha llegado el momento de recluirse en
los espacios reservados a la vejez, que en el caso de la mujer, se limita al espacio
del hogar.
Para determinados grupos sociales aún no existiría un ideal de valor para la
madurez de las mujeres y si la habría para la madurez y la vejez de los hombres. La
mirada para con ellos es más benévola. Ellos pueden ser "feos, fuertes y formales",
incluso en la vejez y conservar su valor. Son considerados sexualmente vigentes por
mucho más tiempo. Si son viudos o separados, pueden volver a establecer
relaciones de pareja y a menudo lo hacen con mujeres mucho más jóvenes, e
incluso pueden llegar a ser padres a edades muy avanzadas (mayores de 60 años) y
no serían objeto de críticas, muy por el contrario, suelen ser admirados ya que, el
haber fecundado a una mujer, los convierte en símbolo de virilidad; en cambio, en el
caso de las mujeres que se “liberan” sexualmente reanudando su vida sentimental
con un hombre más joven, son consideradas como transgresoras y, en la mayoría de
los casos, son los propios hijos/as los que reprochan esa decisión.
Como hemos comentado, las mujeres pierden muy pronto la lozanía de la belleza
juvenil; también se modifica el valor de la maternidad basada en la entrega y la
preocupación por los/as hijos/as particularmente cuando se ha enfrentado el
síndrome del "nido vacío".
Sin embargo debemos tener presente que cada vejez es el resultado de una vida
vivida, que alberga en sí misma las huellas de su derrotero. Si el cúmulo de
vivencias, ha podido resignificarse positivamente hará la vejez más rica y
productiva, contrariando la visión de la vieja marginada por su familia, comodín de la
misma en pos de revalorizar la imagen de la mujer mayor que trabaja para sí y para
el mejoramiento social. Esta es una manera diferente de afectar activamente la vida
de los demás pudiendo elegir estar sola, pero no aislada.
A modo de síntesis, podemos concluir que si al hablar de que cada vejez es el
resultado de lo que se ha vivido en las etapas anteriores, es cierto lo que
comúnmente se afirma: “se envejece como se vivió”, más aún podríamos agregar
que se envejece como cada uno significa lo que vivió. El envejecimiento de mujeres
y hombres es diferente, ya que también han sido diferentes sus procesos de
subjetivación y los condicionamientos sociales.
En este sentido coincido con Silvia Hauser (sf) cuando plantea: “es el
reconocimiento de esta diferencia uno de los ejes que debe guiar la acción para
proponer y desarrollar políticas de salud y educación que promuevan una
modificación en los estereotipos de género que permitan un envejecimiento más
sano junto a una mirada más enriquecida de la sociedad en general y de los
profesionales de la salud en particular”
Pensamos que esta etapa de la vida es el momento de la plenitud de la sabiduría, el
desarrollo de una preparación para integrarse, re-ligarse con el todo, de acuerdo con
el clima de creencias que cada uno haya alimentado en su existencia. No hay razón
para truncar los procesos de afianzamiento y crecimiento intelectual, artístico,
científico y cultural, por el contrario, resulta una etapa propicia para retomar
asignaturas pendientes, iniciarse en nuevos desafíos e incluso descubrir aspectos
personales que en el pasado no pudieron aflorar.
El valor de la vejez es la soledad humana ilustrada por la sabiduría.
Quizá la forma de prepararse efectivamente para la adultez mayor sea que las
mujeres y los hombres construyan una vida propia, es decir, una vida que los
implique responsablemente en pos de su presente y también de su futuro. Una vida
en la que cada quien, en la medida de lo posible, configure proyectos personales
que conciban a la vejez como una etapa a la que todos llegaremos y que no debiera
vivirse como un resto.
Alentar la reflexión en la sociedad sobre esta temática puede afianzar el encuentro
con mejores herramientas para disfrutar la vejez. El reconocimiento de las
limitaciones y de las posibilidades permite tempranamente trabajar sobre ellas en
pos de mejorar la calidad de vida conforme vamos creciendo.
Una actitud positiva frente a la vida puede sostenerse proyectando actividades, que
van más allá de un trabajo remunerado. Las distintas acciones, los intercambios de
aprendizajes, la transmisión de saberes, el uso del tiempo libre a favor de si y de los
otros, cobra un valor exquisito cuando se aceptan las limitaciones propias de esta
edad y no son vivenciadas por el adulto mayor o por el entorno como carencias.
La noción de que algo les falta a los viejos es un contrasentido puesto que no hay
sujeto completo; cualquiera sea la edad, siempre algo faltará y eso orientará
nuestras búsquedas a lo largo de la vida.
Parafraseando al poeta diremos que todos hacemos camino al andar, solo que
nuestros ritmos son diferentes.

BIBLIOGRAFÍA
De Beauvoir, S. (1990) La vejez. México: Hermes.4ºed.
De la Cruz, S.. (2007) La socialización basada en un orden jerárquico: las relaciones
de género. Revista electrónica de Psicología Política, Año 5 Nº 15.UNSL.
www.psicopol.unsl.edu.ar
Freixas, A.: (1997). Envejecimiento y género. Barcelona, España. Anuario de
Psicología.
Gómez, A. (2003) Red de Salud en mujeres de América Latina y el Caribe
Hauser, S.: (sf) Envejecer hoy. www.psi.uba.ar/fichas
Viguera, V. en Curso Virtual para el envejecimiento www.psiconet.com

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