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La palabra “salir” proviene del latín salire el cual significa saltar, con la idea de “saltar
hacia fuera”. Partiendo de este principio etimológico, se puede apreciar como desde el inicio,
la vida del hombre se ha desarrollado por estar en salida, en un primer momento del “no ser
al ser” y posteriormente de lo conocido hacia lo desconocido, es decir, ha estado
permanentemente en movimiento. El ser humano siempre ha experimentado el deseo
intrínseco de alcanzar un estado de vida en plenitud de acuerdo a su dignidad como persona,
como creatura e hijo de Dios; el cual, no es más que ese anhelo profundo de lo eterno y que
reconociendo que no se posee, se pone en camino para alcanzarlo.
En este sentido, aparece la migración como ese fenómeno que ha impreso un sello en
la historia de todos los pueblos de la tierra que se fueron gestando por los proyectos de
algunos que pusieron en movimiento a muchos, en pro de construir o conquistar un futuro
para sí y para las generaciones posteriores, como se puede observar en los procesos de
formación de las naciones.
La historia del Pueblo de Dios, Israel, que posteriormente será denominada, historia
de Salvación, ha estado marcada por El Dios Creador, Salvador y Consolador que se revela
como Aquel que acompaña y hace camino en el andar que recorre el hombre a lo largo de su
existencia, en donde toma la iniciativa de invitar a salir, es decir, a dar un salto de fe para
dirigirlo a una patria nueva y desconocida, una patria donde “mana leche y miel”.
Partiendo de esta enseñanza paulina se puede propiciar una palabra “viva y eficaz”
Hb 4, 12 que conceda consuelo a tantos que, habiendo sido protagonistas del desarraigo
alejándose de sus raíces familiares, sociales y culturales, han experimentado una profunda
nostalgia que ha afectado su identidad, y por ende les ha llenado de desesperanza, tristezas,
amarguras, etc.
Es por esto que al contemplar la figura del Patriarca se levanta la voz del Consolador,
mostrando en un testimonio histórico, su Presencia y acción amorosa, paternal y sabia que
conduce, no solo a algunos, sino a todo aquel que, con corazón sincero y humilde está
dispuesto a escuchar Su Voz y dejarse guiar. El Dios de Abraham, de Isaac y de Jacob, El
Señor de la Historia, el cual, “es el mismo ayer, hoy y siempre” Hb 13, 8 y que quiere “que
todos los hombres se salven” 1 Tm 2, 4 es decir, experimenten la vida fecunda que trae Cristo
Jesús en los signos del Reino, continúa hoy día vivo y presente en la historia, invitando a
muchos a saltar hacia fuera, “a vivir su vida”, haciendo eco de la expresión hebrea dirigida a
Abraham “lej lejá”, a ponerse en marcha hacia una tierra (vida) nueva, que sí, se da como
regalo, como Don, pero que debe ser conquistada con valentía, esfuerzo, paciencia y
perseverancia, a ejemplo de Israel, pero con la convicción de que La Gracia, es decir el favor
de Dios, le acompañará todos los días de su vida, y que ese salto de fe, será de bendición para
muchos de las generaciones venideras.