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“Lej lejá; Sal de Tu tierra.

La Migración como signo de Bendición”

La palabra “salir” proviene del latín salire el cual significa saltar, con la idea de “saltar
hacia fuera”. Partiendo de este principio etimológico, se puede apreciar como desde el inicio,
la vida del hombre se ha desarrollado por estar en salida, en un primer momento del “no ser
al ser” y posteriormente de lo conocido hacia lo desconocido, es decir, ha estado
permanentemente en movimiento. El ser humano siempre ha experimentado el deseo
intrínseco de alcanzar un estado de vida en plenitud de acuerdo a su dignidad como persona,
como creatura e hijo de Dios; el cual, no es más que ese anhelo profundo de lo eterno y que
reconociendo que no se posee, se pone en camino para alcanzarlo.

En este sentido, aparece la migración como ese fenómeno que ha impreso un sello en
la historia de todos los pueblos de la tierra que se fueron gestando por los proyectos de
algunos que pusieron en movimiento a muchos, en pro de construir o conquistar un futuro
para sí y para las generaciones posteriores, como se puede observar en los procesos de
formación de las naciones.

En la actualidad, pese a los grandes avances en el conocimiento y el desarrollo


científico y tecnológico de los pueblos, que suponen la mejoría constante y progresiva de la
calidad de vida de todas las personas, y no solo de algunos grupos, se puede apreciar con
profunda tristeza que el detrimento de la dignidad humana se ha acrecentado
desproporcionadamente en las últimas décadas, generando como consecuencia grandes
movimientos migratorios, como lo son el caso de países latinoamericanos, de medio oriente,
y del resto de mundo.

La historia del Pueblo de Dios, Israel, que posteriormente será denominada, historia
de Salvación, ha estado marcada por El Dios Creador, Salvador y Consolador que se revela
como Aquel que acompaña y hace camino en el andar que recorre el hombre a lo largo de su
existencia, en donde toma la iniciativa de invitar a salir, es decir, a dar un salto de fe para
dirigirlo a una patria nueva y desconocida, una patria donde “mana leche y miel”.

"«Sal de tu tierra, y de tu patria, y de la casa de tu padre, a la tierra que yo te mostraré.


De ti haré una nación grande y te bendeciré. Engrandeceré tu nombre; y sé tú una bendición.
Bendeciré a quienes te bendigan y maldeciré a quienes te maldigan. Por ti se bendecirán todos
los linajes de la tierra.»” Gn 12, 1-3

Es amplio el mensaje teológico contenido en estos versos del texto


veterotestamentario, y es que Abraham, llamado ivrí, “el hebreo”, que significa “uno que
viene de más allá”, es el personaje descrito en la Sagrada Escritura, como aquel extranjero
que, movido por el deseo de atender el llamado Divino, saltó hacia fuera de su patria,
cortando con todos los lazos económicos, sociales, políticos y sentimentales, saltó hacia fuera
de su familia y de la casa de su padre, dejando atrás todo proyecto en su contexto familiar y
tribal, para llevar sobre sí, la bendición divina a todas las naciones de todos los tiempos, por
medio de la fe.

Es de suma importancia considerar que, “todo cuanto fue escrito en el pasado, se


escribió para enseñanza nuestra, para que con la paciencia y el consuelo que dan las escrituras
mantengamos la esperanza.” Rom 15, 4

Partiendo de esta enseñanza paulina se puede propiciar una palabra “viva y eficaz”
Hb 4, 12 que conceda consuelo a tantos que, habiendo sido protagonistas del desarraigo
alejándose de sus raíces familiares, sociales y culturales, han experimentado una profunda
nostalgia que ha afectado su identidad, y por ende les ha llenado de desesperanza, tristezas,
amarguras, etc.

Es por esto que al contemplar la figura del Patriarca se levanta la voz del Consolador,
mostrando en un testimonio histórico, su Presencia y acción amorosa, paternal y sabia que
conduce, no solo a algunos, sino a todo aquel que, con corazón sincero y humilde está
dispuesto a escuchar Su Voz y dejarse guiar. El Dios de Abraham, de Isaac y de Jacob, El
Señor de la Historia, el cual, “es el mismo ayer, hoy y siempre” Hb 13, 8 y que quiere “que
todos los hombres se salven” 1 Tm 2, 4 es decir, experimenten la vida fecunda que trae Cristo
Jesús en los signos del Reino, continúa hoy día vivo y presente en la historia, invitando a
muchos a saltar hacia fuera, “a vivir su vida”, haciendo eco de la expresión hebrea dirigida a
Abraham “lej lejá”, a ponerse en marcha hacia una tierra (vida) nueva, que sí, se da como
regalo, como Don, pero que debe ser conquistada con valentía, esfuerzo, paciencia y
perseverancia, a ejemplo de Israel, pero con la convicción de que La Gracia, es decir el favor
de Dios, le acompañará todos los días de su vida, y que ese salto de fe, será de bendición para
muchos de las generaciones venideras.

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