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LAS BIENAVENTURANZAS EN CLAVE DE

SABIDURÍA
Written by Enrique Martínez Lozano

Mt 5, 1-12a

El llamado "Sermón de la Montaña" es el primero de los cinco grandes discursos de


Jesús que encontramos en este evangelio. Mateo, fiel a su intención de presentar a Jesús
como el "nuevo Moisés", recopila la enseñanza del Maestro de Nazaret en cinco
bloques, como si de un nuevo Pentateuco –los cinco libros de la Torá atribuidos a
Moisés- se tratara.

Los otros cuatro discursos son los siguientes:

el misionero (9,36-11,1),
el parabólico (13),
el comunitario o eclesial (18)
y el escatológico (24-25).

Este primero ocupa tres capítulos (5-7), constituye la "perla" del evangelio de Mateo y
se abre con la proclamación de las bienaventuranzas.

Siempre de acuerdo con su proyecto, el autor presentará un escenario lleno de


reminiscencias importantes para el pueblo judío, pues evoca la proclamación de la Ley
de la alianza por parte de Moisés, tal como se narra en el Libro del Éxodo (19-24). Y
eso ya desde el mismo inicio. Palabras tales como "gentío", "montaña", "maestro
sentado que enseña", "discípulos"... están haciendo referencia, en la intención de Mateo,
a la constitución del "nuevo Israel", sobre la base de la palabra de Jesús.

En ese sentido, podemos recibir las "Bienaventuranzas" como las actitudes


características de esa novedad; la propuesta de un nuevo estilo, alternativo a la cultura
dominante, que nace de una comprensión profunda de lo que somos. Por eso, no deben
entenderse en clave "moral" –como si constituyeran una serie de mandamientos o
exigencias-, sino en clave de "sabiduría", como llamada a despertar y a crecer en aquella
misma comprensión de la que hablaba.

Quien se expresa aquí es un hombre sabio, alguien que "ha visto" y, por eso mismo,
puede ayudarnos a "ver". Leídas en esta clave, nos será fácil percibir la verdad de su
contenido y la vida que ofrecen.

Es sabido que, a diferencia de Lucas –que habla de situaciones: los que son pobres, los
que sufren, los que lloran...-, Mateo se refiere a actitudes, es decir a modos de situarse
ante la realidad. En el primer caso, se subraya que Jesús se pone del lado de quienes
sufren, ofreciéndoles la cercanía de Dios y una promesa de salida de su situación
dolorosa.

En este segundo, se muestra un "modo de ver y de vivir" coherente con nuestra


identidad más profunda, que constituye, por eso mismo, el camino de la dicha o
bienaventuranza. No hay que olvidar que, en la mentalidad semita, las bienaventuranzas
no son promesas de salvación para el futuro, sino proclamación de felicidad ya para el
presente... Una felicidad a la que accedemos en la medida en que nos reconocemos en
quienes realmente somos, saliendo de los engaños en los que nuestra mente (el ego) –
debido a su visión estrecha- nos introduce con tanta facilidad.

Por eso, no sólo no es casual que la propuesta empiece hablando de los "pobres de
espíritu", sino que ahí se encierra la clave para comprender todo el conjunto. Sólo quien
se percibe y vive de ese modo puede comprender y vivir todo lo que sigue. Más aún: el
resto de las bienaventuranzas no son sino una descripción de quien es "pobre de
espíritu". ¿Qué se está indicando, pues, con esa expresión?

En la Biblia, los "pobres según el Espíritu" son los anawim, las personas que viven una
actitud hecha a la vez de humildad, paciencia y mansedumbre: de hecho, aquel término
bíblico designa tanto a los "pobres" como a los "mansos". Son aquéllos que se dejan
hacer por el Espíritu; tienen cosas, pero no las poseen, no las agarran como suyas, no se
las apropian. Eso es lo que les permite tener el corazón "des-ocupado", y eso es lo que
hace posible que Dios pueda "reinar" en ellos.

Al tratarse de una actitud, se está indicando que es una opción: "pobres de espíritu" son
–en la acertada traducción de Juan Mateos- "los que eligen ser pobres".

De modo que la bienaventuranza podría quedar formulada así: "Felices los que eligen
ser pobres, porque sobre ellos Dios puede ejercer su reinado". Es decir, dejan que Dios
actúe en ellos, convirtiéndose así en "cauce" a través del cual Dios, el Misterio de Vida
y de Amor, se manifiesta y fluye.

Pero esa forma de vida no puede nacer del voluntarismo, sino de la comprensión
adecuada de quienes somos. Y es ahí justamente adonde apunta esta bienaventurzanza
básica. Elegimos ser pobres cuando conocemos nuestra identidad. Veámoslo más
despacio.

"Pobre de espíritu" es aquél que no se identifica con ninguna "forma", sea material o
mental. No se identifica, por tanto, con su yo (una forma más). Por el contrario, vive la
desapropiación, porque ha comprendido que su verdadera identidad está "más allá de
cualquier forma".

Es precisamente esa comprensión la que le hace vivirse desapropiado, libre y pleno. No


se identifica con el yo ni con sus vaivenes, no está a merced de lo que pueda o no
ocurrir, no se afana en la persecución de "formas" en las que creería encontrar la
felicidad, no gira en torno a sí mismo de un modo egocentrado...

Ve las formas como lo que en realidad son: objetos. Los pensamientos, sentimientos y
emociones los percibe también como formas pasajeras,que aparecen y desaparecen en el
campo de la conciencia. El propio "yo" es otra forma más, con la misma volatilidad e
impermanencia que las anteriores.

La bienaventuranza viene a decirnos que quien vive identificado con esas formas no
podrá experimentar lo que es el "reino de los cielos". Y eso no por un castigo divino,
sino porque el "reino del yo" y el de "los cielos" se excluyen entre sí.

¿Qué es el "reino de los cielos"? En el contexto en el que venimos hablando, bien


podríamos traducir esa expresión –central en el mensaje de Jesús, y dotada de múltiples
significados convergentes, según las perspectivas que adoptemos: individual, social,
espiritual...- por Plenitud. Una plenitud que incluye Vida, Alegría, Amor, Paz, Unidad...
y que se experimenta únicamente en el presente; o mejor aún, cuando descubrimos que
somos Presencia.

Esa es la plenitud que vive el "pobre de espíritu". Porque, desidentificado de su yo,


viviendo en el presente, se percibe a sí mismo como Presencia. Del mismo modo que el
presente no es un tiempo más, entre los imaginarios pasado y futuro, sino el Espacio en
el que todo ocurre, la Presencia no es algo que pueda ser pensado o delimitado, sino la
Conciencia que es –y somos, como nuestra identidad más honda.

Leído en clave religiosa, los "pobres de espíritu" han vivido "pegados" a Dios, en quien
han encontrado el Descanso que se ha traducido en una vida siempre confiada. Su
experiencia de unidad con Dios es la que les permitió desidentificarse de su yo.

Leído hoy en una clave más ampliamente espiritual, los "pobres de espíritu" son quienes
se saben, se comprenden y se viven constituidos por el Misterio inefable que las
religiones han llamado "Dios". Anclados en esa Identidad compartida –somos diferentes
pero somos Lo mismo-, se experimentan como la Presencia atemporal e ilimitada,
ecuánime y amorosa; han caído en la cuenta de que no tienen una vida a la que aferrarse
o defender, sino que son la Vida que se expresa en una forma concreta; se descubren así
viviendo ya en el "reino de los cielos", como el propio Jesús.

Enrique Martínez Lozano

www.enriquemartinezlozano.com

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