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SABIDURÍA
Written by Enrique Martínez Lozano
Mt 5, 1-12a
el misionero (9,36-11,1),
el parabólico (13),
el comunitario o eclesial (18)
y el escatológico (24-25).
Este primero ocupa tres capítulos (5-7), constituye la "perla" del evangelio de Mateo y
se abre con la proclamación de las bienaventuranzas.
Quien se expresa aquí es un hombre sabio, alguien que "ha visto" y, por eso mismo,
puede ayudarnos a "ver". Leídas en esta clave, nos será fácil percibir la verdad de su
contenido y la vida que ofrecen.
Es sabido que, a diferencia de Lucas –que habla de situaciones: los que son pobres, los
que sufren, los que lloran...-, Mateo se refiere a actitudes, es decir a modos de situarse
ante la realidad. En el primer caso, se subraya que Jesús se pone del lado de quienes
sufren, ofreciéndoles la cercanía de Dios y una promesa de salida de su situación
dolorosa.
Por eso, no sólo no es casual que la propuesta empiece hablando de los "pobres de
espíritu", sino que ahí se encierra la clave para comprender todo el conjunto. Sólo quien
se percibe y vive de ese modo puede comprender y vivir todo lo que sigue. Más aún: el
resto de las bienaventuranzas no son sino una descripción de quien es "pobre de
espíritu". ¿Qué se está indicando, pues, con esa expresión?
En la Biblia, los "pobres según el Espíritu" son los anawim, las personas que viven una
actitud hecha a la vez de humildad, paciencia y mansedumbre: de hecho, aquel término
bíblico designa tanto a los "pobres" como a los "mansos". Son aquéllos que se dejan
hacer por el Espíritu; tienen cosas, pero no las poseen, no las agarran como suyas, no se
las apropian. Eso es lo que les permite tener el corazón "des-ocupado", y eso es lo que
hace posible que Dios pueda "reinar" en ellos.
Al tratarse de una actitud, se está indicando que es una opción: "pobres de espíritu" son
–en la acertada traducción de Juan Mateos- "los que eligen ser pobres".
De modo que la bienaventuranza podría quedar formulada así: "Felices los que eligen
ser pobres, porque sobre ellos Dios puede ejercer su reinado". Es decir, dejan que Dios
actúe en ellos, convirtiéndose así en "cauce" a través del cual Dios, el Misterio de Vida
y de Amor, se manifiesta y fluye.
Pero esa forma de vida no puede nacer del voluntarismo, sino de la comprensión
adecuada de quienes somos. Y es ahí justamente adonde apunta esta bienaventurzanza
básica. Elegimos ser pobres cuando conocemos nuestra identidad. Veámoslo más
despacio.
"Pobre de espíritu" es aquél que no se identifica con ninguna "forma", sea material o
mental. No se identifica, por tanto, con su yo (una forma más). Por el contrario, vive la
desapropiación, porque ha comprendido que su verdadera identidad está "más allá de
cualquier forma".
Ve las formas como lo que en realidad son: objetos. Los pensamientos, sentimientos y
emociones los percibe también como formas pasajeras,que aparecen y desaparecen en el
campo de la conciencia. El propio "yo" es otra forma más, con la misma volatilidad e
impermanencia que las anteriores.
La bienaventuranza viene a decirnos que quien vive identificado con esas formas no
podrá experimentar lo que es el "reino de los cielos". Y eso no por un castigo divino,
sino porque el "reino del yo" y el de "los cielos" se excluyen entre sí.
Leído en clave religiosa, los "pobres de espíritu" han vivido "pegados" a Dios, en quien
han encontrado el Descanso que se ha traducido en una vida siempre confiada. Su
experiencia de unidad con Dios es la que les permitió desidentificarse de su yo.
Leído hoy en una clave más ampliamente espiritual, los "pobres de espíritu" son quienes
se saben, se comprenden y se viven constituidos por el Misterio inefable que las
religiones han llamado "Dios". Anclados en esa Identidad compartida –somos diferentes
pero somos Lo mismo-, se experimentan como la Presencia atemporal e ilimitada,
ecuánime y amorosa; han caído en la cuenta de que no tienen una vida a la que aferrarse
o defender, sino que son la Vida que se expresa en una forma concreta; se descubren así
viviendo ya en el "reino de los cielos", como el propio Jesús.
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