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EL MUSICO, LA LITURGIA Y EL CULTO EN LA IGLESIA

Compilación y adaptación
Daniela Araya de Recuenco
Licenciada en Educación Musical
Pianista

La obra está llegando a su final. En el clímax del último movimiento las armonías se
extienden y el tiempo se diluye. Parece no tener fin. El crescendo suspende todavía más la
resolución. La platea no respira. Los músicos, llevados por la fuerte emoción, se envuelven en
la coda final con tanto empeño que llegan al máximo de sus energías. Y todos, músicos y
platea, son controlados por una simple batuta. Todos, espectadores y ejecutantes, son
llevados y envueltos por la voluntad y sentimientos de aquel que une todo y a todos debajo
de sus manos: el director. La obra termina con un largo y brillante acorde. La ovación y
aplausos de la platea son una mezcla de evasión de energía, el reconocimiento de la belleza
de la obra y también de un profundo respeto y la admiración al director y a su orquesta o
coro. De una forma calurosa, todos en auditorio reconocen la grandeza y el valor de un grupo
de personas comandadas por el director. La admiración de la platea coloca a los músicos en
una posición de respeto y reverencia.
Escenas como estas son comunes para todos nosotros. De una forma y otra nosotros, los
músicos, ya estuvimos en ambos lados de la situación. Ya nos sentamos en ambas sillas.
Conocemos los sentimientos con mucha intimidad. Sabemos por experiencia cuán bueno es
cantar, tocar y ejecutar. Nos agrada mucho la música; finalmente, somos músicos.
En nuestra labor cotidiana experimentamos mucho esos sentimientos, aunque estemos
envueltos en otra forma de manifestación musical. Nuestra experiencia está mucho más
relacionada con el ambiente de la iglesia, con sus características propias, sus ventajas y
limitaciones. Somos miembros de una orquesta diferente. Nuestro llamado nos trae mucho
más que la satisfacción de la ejecución; nos da la alegría de la salvación.
Como músicos en la iglesia, debemos recordar siempre la misión y el propósito de nuestra
existencia, o sea, debemos tener siempre delante de nosotros la seguridad de que estamos
haciendo un trabajo que por encima de todo tiene el objetivo de engrandecer el nombre de
Dios y traer personas a sus pies. Lamentablemente muchos de nosotros dejamos de lado tal
visión nos concentramos en nosotros mismos. Como músicos es fácil recibir elogios y palabras
de cariño como reconocimiento del trabajo realizado. Sin embargo, debemos recordar que
nuestro trabajo es llevar personas a Cristo, manteniendo nuestro yo en sintonía con el cielo.
Lo que para nosotros es un don simple y normal, para otras personas es un tesoro que a ellas
les gustaría tener. Y muchas veces somos abordados como siendo superiores o mejores que
otros. Nuestro talento musical no debe ser usado por nosotros como una herramienta de
engrandecimiento propio. Como músicos tenemos una obra que realizar; como individuos, un
mensaje que dar. Nuestra iglesia necesita talentos que sean usados para la gloria de Dios, no
en el aspecto exterior, sino en la raíz de las intenciones.
Mucho se debate hoy acerca de cuáles son los estilos y las tendencias apropiadas para la
iglesia. Pocos enfocan la necesidad de la sinceridad del músico, sea cantor, compositor,
instrumentista, director, investigador o profesor. La participación en las actividades del culto a
Dios nos transforma en conductos a través de los cuales el Cielo se comunica con la tierra y
viceversa. Nuestras intenciones valen mucho más ante Dios que la forma con que expresamos
nuestra alabanza.
De nada sirve tener en nuestro culto la música más refinada, más sacra, más noble, si el
corazón de los que participan en ella está vuelto hacia sí, para la grandeza propia, para la
competición, para llamar la atención por su talento. No existe nada más ofensivo a Dios que
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un corazón no consagrado tomando parte de su alabanza. El loor que Dios acepta es aquel
que nace de un corazón sincero y consagrado a Él. De nada sirve la técnica, la musicalidad, el
virtuosismo, la maestría y la belleza de nuestro arte, si no fuere el resultado de nuestra
relación con Dios.
Este es un punto muy delicado y al mismo tiempo difícil de ser evaluado. Solamente Dios
conoce nuestro corazón. Podemos ser reconocidos músicos, pero Dios puede estar cansado
de nuestra música y de nuestra “alabanza”. Nuestras intenciones no son las que deben ser
evaluadas sino que deben ser colocadas bajo la batuta de Dios, para ser transformados por la
gracia de Cristo. Sólo así podremos trabajar en una verdadera adoración, para que la gracia
de Dios fluya a través de nosotros y puedan ser partícipes de ella todos los asistentes al culto.
Como cristianos, nos corresponde la gran tarea de presentar a Jesús al mundo. Las
emociones del cielo están en nuestras manos para que podamos usarlas en beneficio del
evangelio. Es en este punto donde nace la interrogante sobre la forma de llevar estas
emociones en adoración con el mensaje del evangelio, de manera colectiva y ordenada. Es a
través de estos conceptos que se podría desprender el concepto de liturgia.
Hasta ahora hemos observado el concepto de adoración a través del músico, del director de
la adoración, pero si lo llevamos a un evento colectivo, podemos definirlo como “actividad de
todo el cuerpo de creyentes que se reúne sábado a sábado para conducir sus “liturgias”, o las
formas de adoración que expresan simbólicamente de y alabanza. Por lo tanto, las palabras
adoración y liturgia, con frecuencia, se usan en forma intercambiable.” El término “liturgia”
también puede ser la respuesta total del creyente a la gracia y el amor de Dios revelada en el
Calvario y en el ministerio intercesor de Cristo. “Liturgia” aquí se usa, sin embargo, en una
forma más específica para referirse al orden del servicio, ya sea que se realice el sábado de
mañana o en otras ocasiones, tales como bautismos, las dedicaciones, los funerales y las
bodas.
El término “liturgia” es una traducción del griego del NT, liturgeo (en su forma verbal) y
leitourgia (en su forma sustantiva), que significa la realización del servicio. En el NT estos
términos usualmente estaban ligados con la expresión laos (gente, pueblo) en relación con
los servicios que se rendían a las personas en un contexto social. Esta connotación dio lugar a
la referencia orden del servicio en el culto cristiano. Su uso se refleja en Hechos 13:2, donde
el término es traducido “adorando”, hace a Dios el recipiente del servicio realizado.
La Septuaginta se refiere al ministerio sacerdotal en el servicio sacrificial como leitourgia,
pero el NT nunca usa estos términos en referencia a los servicios de los apóstoles, maestros,
profetas, presbíteros, obispos o pastores. Para los creyentes del NT el culto sacerdotal había
llegado a su fin con el sacrificio y la ascensión de Cristo, y ellos proclamaron que la leitourgia
se había realizado en la cruz del calvario. La nueva comunidad, la iglesia, está conformada por
sacerdotes que tienen acceso a Dios por la fe en Cristo, y por un Sumo sacerdote, quien está
realizando leitourgia (servicio ministerial) delante de Dios a favor de su pueblo. En el libro de
Hebreos 8:1, 2 y 6 leemos que Cristo es mediador y ministro (sumo sacerdote) de un mejor
pacto, establecido sobre mejores promesas. De acuerdo a Hebreos 9: 21-28, la obra de Cristo
en el cielo es de carácter litúrgico. La palabra traducida por “ministerio” (worship, en inglés)
es leitourgias (servicio), y consiste en purificación y limpieza. Esta obra litúrgica, o ministerio
sumo sacerdotal de Cristo, se revela como llevándose a cabo justo antes de su segunda
venida y del juicio final.
El error teológico-litúrgico de la iglesia cristiana fue la transferencia del concepto del
sacerdote en el AT al clérigo cristiano en el lugar de Aquel que realiza el papel de Sumo
Sacerdote delante del trono de Dios, donde ministra y sirve. La iglesia comenzó a moverse en
la dirección teológica y litúrgica errada cuando fracasó en reconocer el ministerio de Cristo en
el Santuario celestial. Ésta es la verdad esencial, que distingue el verdadero movimiento
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ecuménico del falso. El reconocer y proclamar a Cristo y sus deseos en la iglesia y el mundo,
es mantener nuestra visión litúrgica única y nuestra responsabilidad como adventistas del
séptimo día.
Nuestra misión litúrgica es entonces, proclamar el ministerio celestial de Cristo y su promesa
de retorno, mediante todo lo que decimos y hacemos cuando adoramos.
Sin embargo, siendo que lo que hacemos en la adoración en el cielo es muy importante en
términos de proclamación y comunicación, debemos siempre mantener una relación
balanceada entre lo que está sucediendo en el cielo y lo que sucede el sábado por la mañana
en nuestras iglesias. Una adoración litúrgica altamente ornamentada y llena transporta el
enfoque del adorador del cielo a la tierra, de Cristo, mientras sirve delante de Dios, al pastor-
liturgista mientras sirve a la gente. La misión de la iglesia según Paquier es rendirle a Dios el
honor más elevado, ejercitando el sacerdocio de una alabanza continua. “Es en este sentido
elevado que nosotros debemos escuchar la palabra liturgia y no en el estrecho concepto de
un orden de servicio”. Un adventista del séptimo día debería entenderlo mejor que cualquier
otro cristiano. Un ritual apropiadamente equilibrado siempre desvía la atención de sí mismo
hacia la verdad que proclama y repite.
La adoración consiste en lo que la iglesia dice y hace cuando está delante de Dios el sábado
por la mañana. La combinación, o la unidad de lo que se dice y hace, es lo que forma el ritual,
la liturgia del servicio de adoración. Basados en nuestro entendimiento de los términos del
NT que se consideraron anteriormente, podemos definir la “liturgia” como las acciones de
una congregación que responde en adoración al ministerio perfecto de Cristo, y las palabras
que ella habla, tal como ilustra y define el contenido de su comparecencia ante Dios.
“Liturgia” será una palabra usada en este libro con relación tanto el contenido, como a la
acción de cualquier servicio de adoración. Dado su significado bíblico, el término “liturgia”
puede ser usado legítimamente y con libertad por los pastores y los laicos. De hecho, éste
debe entenderse y emplearse debido a su relación vital con el ministerio de Cristo en el
santuario celestial.

Los adventistas del séptimo día conocen a Dios a través de una grata apreciación, no solo por
el sacrificio de Cristo en la cruz, sino también por su ministerio en el cielo. Reconocemos
nuestra responsabilidad de comunicar este conocimiento mediante nuestros servicios de
adoración. Esta comunicación, mediante el llamado de adoración de Dios, es nuestra “misión
litúrgica”. La forma como implementamos la misión litúrgica – la forma como conducimos
nuestro servicio de adoración- debe ser determinada por nuestro entendimiento total del
mensaje evangélico. Lo que hacemos debe ser el resultado de lo que creemos y enseñamos.
Siendo que esto es parte de la comunicación del evangelio, lo que sucede en la adoración no
debe ser un asunto indiferente. Éste requiere de mucha oración y una cuidados planeación
para poder crear un servicio profundamente significativo. Esto también requiere educar
celosamente a la congregación acerca del significado simbólico de las ceremonias.
Pareciera, entonces, que nuestro mandato bíblico requiere que la adoración adventista sea
distintiva. Mientras que compartimos muchas tradiciones litúrgicas con otras
denominaciones, nuestra adoración no debería ser idéntica a la de ellos. La misión, de la IASD
debe ser audible y visible en un servicio de adoración, y de esa manera reflejar las doctrinas
distintivas que mantenemos como esenciales y vitales.
Normal F. Pease lo pone de esta manera: “Es imposible conducir un servicio sin liturgia…
Nuestra preocupación es la de evitar una liturgia excesiva e impropia. Por impropia queremos
decir aquello que no es una expresión exacta de nuestra teología”. Cada congregación
adventista en el día sábado está comprometida a desarrollar una adoración litúrgica, sea ésta
una variedad formal o informal. En la mayoría de los casos, a menos que el sermón trate de
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las doctrinas adventistas, el servicio fácilmente se parecerá al de la Iglesia Presbiteriana,
Metodista o Bautista. Por lo tanto, una liturgia adventista apropiada es la que refleja las
creencias adventistas.
Hay tres doctrinas distintivas que deberían ilustrarse en los servicios de adoración de cada
sábado: el cuarto mandamiento, el ministerio sacerdotal de Cristo, y la segunda venida de
Jesús. La forma como se debería hacer esto deja suficiente espacio para la creatividad y la
innovación de parte de los pastores y líderes laicos.
Se anima a las congregaciones adventistas a establecer ciertas reglas (características
distintivas) concernientes a sus servicios y actividades de adoración. EGW escribió: “Debería
haber reglas con relación al tiempo, el lugar, y la manera de adorar”. ¿Quién debe establecer
las reglas? No estarían en armonía con nuestras tradiciones si ellas fueran impuestas a las
congregaciones. Ni los pastores solos deben establecer las reglas. Los ministros tienen la
responsabilidad de enseñar a las congregaciones la relación entre la teología y la
adoración, entre las creencias y los rituales y prepararlos para apreciar lo mejor. Para
cumplir con esta responsabilidad, los líderes de la adoración deben recibir preparación
adecuada en armonía con la teología adventista. Sin embargo, cada congregación debe
elegir un comité de adoración encargado del desarrollo del orden de los servicios que
reflejen adecuadamente lo que cree y aprecia la congregación en la adoración.
Más aún, la vida litúrgica de la congregación debe pasar por una revisión periódica y por un
reestudio de parte de este comité. La adoración adventista debería ser digna de nuestras
grandes tradiciones teológicas. La responsabilidad de dignificarla descansa en la congregación
y el pastor.
Lo que decimos y hacemos cuando adoramos corporativamente define e ilustra la adoración
adventista, como un gusto anticipado de la reunión final en el monte de Sion, y también
demuestra la verdad de la naturaleza de la unidad ecuménica del adventismo. Mientras que
las otras iglesias se van moviendo en la dirección de una liturgia similar, lo que ilustra las
creencias que tienen en común, nosotros debemos responder en forma integral al mensaje
del primer ángel de Apocalipsis 14, y debemos movernos en la dirección de una liturgia
distintiva. En esta forma, el contraste entre el adventismo y las otras iglesias será más
evidente, y nuestra adoración contribuirá a lo incisivo del evangelio eterno que estamos
llamados a predicar.

Órdenes de Servicio Sugerentes

Si aquellos que adoran en las iglesias adventistas del séptimo día han de ser refinados,
ennoblecidos, y santificados por medio de su adoración, entonces el contenido de ese culto
debe hacer posible tales resultados. La planeación de los servicios de adoración no puede ser
dejados al antojo y capricho, por que la “casa de Dios en la tierra es la puerta del cielo. El
canto de alabanza, la oración, las palabras habladas por los representantes de Cristo, son las
agencias escogidas por Dios para preparar un pueblo para la iglesia de arriba, para esa
adoración elevada en la cual no pude entrar nada que la pueda manchar”. Es la enunciación
de un principio de adoración elevada entre los adventistas del séptimo día. Esto significa, en
la práctica, que solo debería incluirse la mejor calidad del orden, de la música, la predicación,
y de enseñanza que la iglesia pueda producir. La reverencia, la dignidad, y la solemnidad son
esenciales para la atmósfera de una adoración más exaltada, que lleva a un sentido de
santidad y admiración en la presencia de Dios. Se requieren elevados criterios e ideas para la
planeación y el orden de la adoración adventista, especialmente cuando la iglesia remanente
se acerca más, en un tiempo, a la adoración celestial descrita tan gráficamente en Apocalipsis
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4 y 5. Algo de esa adoración en esplendor celestial debería ser experimentada cada sábado
por la congregación de la IASD.
Hay dos enfoques teológicos básicos en el concepto de adoración de EGW. El primero es la
trascendencia y la soberanía de Dios, como se describe en Testimonies, vol., pp. 491-505.
Reconocer la trascendencia de Dios: un comportamiento caracterizado por lo sagrado,
solemne, lo digno, la quietud, y un espíritu de devoción. El énfasis es en los aspectos
formales de la adoración. El segundo es la inmanencia de Dios, expresado en el Camino a
Cristo, pp. 101-104. Conocer acerca de la inmanencia de Dios anima un comportamiento en
la adoración, que se caracteriza por el compañerismo con él y con otros creyentes,
estimulación mutua, naturalidad, regocijo, y un profundo reconocimiento de amor y cuidado
de Dios. El énfasis es en los aspectos informales de la adoración.
En la planeación de la adoración ASD debe mantenerse estos dos enfoques en balance, y
debe proveer lugares para ambos.
Por lo tanto, hablando en forma práctica, la primera parte del servicio debería ser más formal
en su naturaleza. Lo sagrado del santuario y del servicio en sí mismo debería ser evidente por
una actitud de solemnidad y devoción por parte de los adoradores y los líderes de la
adoración. Nada extraño debería permitirse que interrumpa el reconocimiento de la
congregación de la trascendencia de Dios, quien es santo, todopoderoso, amante y Juez de la
humanidad. Los anuncios y los negocios de la iglesia no deberían interferir con el culto,
deberían tratarse en un periodo previo al momento cuando los líderes de la adoración toman
sus lugares e inician el culto de adoración. El llamado a la adoración, la invocación, el
introito, y el himno de apertura deberían proveer el énfasis formal y trascendente de ese gran
momento.
La lectura de la Biblia, la oración pastoral, el sermón, y la música especial son los elementos
que mueven a la congregación que adora a un conocimiento de la inmanencia de Dios, de su
presencia por medio de su Espíritu entre su pueblo, para bendecirlos por medio de la Palabra
y el sacramento. Aquí cambia el énfasis de la congregación, seguido de la respuesta gozosa
del pueblo en cánticos, alabanza, gratitud, dadivosidad sacrificada, y el recibimiento de sus
dones ofrecidos en la Palabra y el sacramento. De este modo, los aspectos informales de la
adoración también están presentes.

Órdenes de servicio sugerentes:

Servicio 1: ORDEN DE LA ADORACIÓN


(Nombre de la iglesia)
(Fecha)

Inicia la adoración del sábado


** El preludio
El llamado a la adoración
* El introito
La invocación
Himno de apertura

Cristo habla del cielo


** La Palabra escrita
^ La oración pastoral
El responso
** Las ofrendas
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* La doxología
** La música especial o himno
La Palabra predicada

Termina la adoración: se inicia el servicio


* Himno final
La bendición
El responso
** El posludio

Significado

** La congregación sentada
* La congregación de pie
^ La congregación de rodillas.

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