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PROVINCIA FRANCISCANA DE LA SANTA FE DE COLOMBIA

PARROQUIA SAN FRANCISCO DE ASÍS - BARRANQUILLA

PRIMERA MISA
R.P. FR. HÉCTOR RAFAEL DE LA CRUZ DOMINGUEZ, OFM

SOLEMNIDAD DE LA INMACULADA CONCEPCIÓN DE SANTA


MARÍA VIRGEN

Fr. Pierre Guillén Ramírez, OFM


8 de diciembre de 2019

¿Es verdad, Señor, que hay algo en nosotros que pueda


abarcarte? ¿Acaso te abarca el cielo y la tierra, que tú has creado,
y dentro de los cuales nos creaste también a nosotros? ¿O es tal
vez que, porque todo cuanto somos y tenemos lo hemos recibido
de ti, que decimos que tú estás en nosotros y habitas en nuestros
corazones? Sin lugar a dudas sucede así. Y de una forma más
admirable aún, con el Ministerio de tu sacerdocio salvador del
cual, ya hace 15 días, el Padre Héctor Rafael, comenzó a
participar, por la imposición de las manos y por las palabras de la
consagración del Obispo, recibiendo la gracia de tu Espíritu Santo
y quedando marcado para siempre con el carácter sagrado de tus
ministros ordenados, en la solemne celebración, que tuvo lugar
en el Templo de San Francisco de Asís, de la ciudad de Bogotá.
Aquel maravilloso y solemne día, luego de ser presentado por tu
Iglesia, representada toda ella en sus hermanos de comunidad,
sus familiares y amigos, Fray Héctor Rafael, quedó consagrado
como verdadero sacerdote de la Nueva Alianza, a imagen de tu
hijo Jesucristo, sumo y eterno Sacerdote, para anunciar el
Evangelio a los fieles, para dirigirlos y para celebrar el culto
divino. Así lo quisiste, oh Padre. Y sin haber nada en nosotros que
pueda abarcarte, los labios y las manos de tu nuevo ministro,
harán posible la presencia de tu Hijo en este mundo, santificarán
a tus hijos y nos anunciarán tus Palabras de vida. Angosta y
precaria es la casa en la que quisiste morar: solo por ti es
ensanchada y hecha digna. Ruinosa está: pero tú la reparas.

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Esta es, muy apreciados hermanos, la razón por la que estamos
este día acá: Estamos de fiesta, la felicidad inunda nuestros
corazones, nuestros labios cantan con gozo las maravillas del
Señor, nuestros ojos atestiguan su misericordia y su amor. Con
fiesta, felicidad, gozo y testimonio participamos de la primera
Eucaristía que celebra el Padre Héctor Rafael, primicias
maravillosas del ministerio del sagrado orden sacerdotal, que
recibió de Cristo para el servicio de su Iglesia. Hoy, esta
comunidad parroquial de San Francisco de Asís, esta casa
vibrante de espiritualidad franciscana, en la igualmente vibrante y
festiva ciudad de Barranquilla, se siente bendecida porque un hijo
de estas tierras del Atlántico, la visita y le trae tremendo regalo.
Hoy, el Padre Héctor Rafael, con sus manos ungidas del Crisma de
la salvación, uniendo la ofrenda de los fieles al sacrificio de su
Cabeza, nos trae a Cristo, que se ofrece al Padre de una vez para
siempre como hostia santa. Pero quien nos trae este regalo, es a
su vez para nosotros un regalo: Es la vida y la vocación del Padre
Héctor Rafael un maravilloso don y, ahora ungido como ministro
del altar, nos entrega el regalo del Padre, nos entrega a Cristo
mismo.

Y este acontecimiento maravilloso de la primera Eucaristía de


nuestro hermano, tiene lugar, como queriendo estar más
revestido aún de gracia y bendición, en la Solemnidad de la
Inmaculada Virgen María, don ella misma, y portadora también
del don de Cristo. Por ello, nuestra alegría, ya en sí misma grande
y sublime de celebrar el ministerio ordenado del Padre Héctor
Rafael, se ve revestida de la también grande y sublime alegría de
la fe de la Iglesia que declara que nuestra Madre, Santa María
Virgen, a quien llamamos, porque verdaderamente lo es,
Inmaculada y llena de Gracia, preservada inmune de toda
mancha de culpa original, en el primer instante de su concepción
por singular gracia y privilegio de Dios omnipotente, en atención
a los méritos de Jesucristo, salvador del género humano, como
reza el Dogma que declaró el 8 de diciembre de 1854 el Papa Pío
IX.

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Así, hoy celebramos a la Inmaculada Concepción, la Virgen
Madre, que es don para la Iglesia y por medio de la cual llegó al
mundo el Don del Padre, Jesucristo. Pero también celebramos el
ministerio del Padre Héctor Rafael, don él mismo para la Iglesia y
por medio del cual llega a nosotros el Don del Padre, Jesucristo,
en la mesa del altar y en los demás sacramentos que habrá de
celebrar.

Y como esta fiesta es doble, y lo que celebramos es realmente


grande, vale la pena considerar mejor lo que significa esto que
estamos meditando.

En la primera lectura tomada del libro del Génesis, escuchamos el


relato de la tragedia humana de la desobediencia a Dios, del
drama de la confianza perdida, la ruptura de la perfecta comunión
de Adán y Eva con el Creador, que desembocó en la declaración
de Dios: «establezco hostilidades entre ti y la mujer, entre tu
estirpe y la suya». Lo que nos cuenta el Génesis no es otra cosa
que la historía de una tragedia. Muy distinto es la otra historia, la
que escuchamos en los primeros capítulos del evangelio según
san Lucas. Allí la escena es totalmente diferente, porque se nos
cuenta un relato de alegría, de confianza, de comunión y de gozo.
En la primera historia hay temor y vergüenza, en la segunda,
confianza: El Ángel le dice a Virgen: «Alégrate… No temas, María,
porque has encontrado gracia ante Dios. Concebirás en tu vientre
y darás a luz un hijo, y le pondrás por nombre Jesús». Aunque a
decir verdad, aquí no estamos hablando de dos historias
separadas, sino más bien un solo relato en dos actos. Porque la
última palabra siempre la tiene Dios y la historia que comenzó
siendo un fracaso tiene un desenlace bueno. El miedo y la
vergüenza de Adán y Eva es sustituido por la esperanza y el gozo
que nos llega a través del «¡sí!» Que pronunció María.

El ministerio del Padre Héctor Rafael está enmarcado, por así


decirlo, en la realidad que nos presenta esta historia en dos
actos, toda vez que dijimos hace un momento que su ministerio
se inaugura en el contexto de una fiesta, la de la Inmaculada
Concepción, que supone que Dios nos nos ha dejado solos jamás

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y que le ha apostado a su Creación, pese a nuestras múltiples
resistencias.

Y así como la Inmaculada es ella don y portadora del Don de


Cristo, tu ministerio, Padre Héctor Rafael, tendrá que traernos a
nosotros, a la Iglesia, al mundo, todos los días, el don de la
alegría ante tantos miedos que nos amenazan por dentro y desde
fuera. Tu ministerio ordenado deberá mostrarnos cómo pensar,
sentir y actuar de manera positiva y esperanzadora, y cómo hacer
a un lado nuestra impotencia y nuestra cobardía para
enfrentarnos al mal. La primera palabra que pronunció el Ángel
al saludar a la Virgen María enmarca todo el talante del segundo
acto de esta historia: ¡Alégrate! Tu ministerio, Fray Héctor Rafael,
deberá ser un «Alégrate» para la Iglesia y para la sociedad.
«Alégrate». Es lo primero que María escucha de Dios y lo primero
que hemos de escuchar también nosotros de ti como presbítero.
«Alégrate»: ésa es la palabra de Dios que borra el drama de las
hostilidades de Adán y Eva. En medio de estos tiempos que a
nosotros nos parecen de incertidumbre y oscuridad, llenos de
problemas y dificultades, lo primero que sorprendentemente se
nos pide es no perder la alegría y tu compromiso como sacerdote
es contribuir a ello todos los días. Sin alegría la vida se hace más
difícil y dura. La alegría a que se nos invita no es un optimismo
forzado ni un autoengaño fácil. Es la alegría interior y la confianza
que nace en quien se enfrenta a la vida con la convicción de que
no está solo. Una alegría que nace de la fe. Dios nos acompaña,
nos defiende y quiere siempre nuestro bien. Podemos quejarnos
de muchas cosas, pero nunca podremos decir que estamos solos
porque no es verdad. Dentro de cada uno, en lo más hondo de
nuestro ser está Dios nuestro Salvador, el mismo que no olvidó a
la creación entera, sino que quiso reconciliarla, dignificarla,
infundirle esperanza y alegría, y lo hizo, primero en María,
abrazándola con lo mejor de sí, con su Gracia, y haciéndola
incluso Madre de Jesús.

La Inmaculada Concepción de María no es otra cosa que la prueba


de que a Dios, nosotros los seres humanos, sí le importamos, y le
importamos mucho. Lo mismo ocurre con el ministerio del Padre

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Héctor Rafael: es la prueba que Dios le apuesta a sus hijos y que
desea que el mal no tenga la última palabra en esta historia. La
fiesta de hoy no es un dogma abstracto, sino una historia divina
de amor y de libertad, que suscita y contagia libertad en el amor.
Es la historia de la alianza de Dios con los hombres. De modo
que, resulta muy apropiado leer el comienzo de tu ministerio,
Padre Héctor Rafael, en perspectiva de esta solemnidad, y al
hacerlo recordamos, por qué no, las palabras del Padre San
Francisco en la Segunda carta a todos los fieles: «Hermanos,
debemos ser madres, hermanos y esposos del Señor. [Y atención
a lo que sigue] Somos Madres cuando lo llevamos en nuestro
corazón y en nuestro cuerpo (cf. 1 Cor 6,20), por el amor y por
una conciencia pura y sincera; y lo damos a luz por medio de
obras santas, que deben iluminar a los otros como ejemplo (Mt
5,16)». De esta manera, tu ministerio sacerdotal tendrá pleno
significado solo a partir de «obras santas», como lo dice san
Francisco, y así podrás «dar a luz» el don del cual ya eres
portador, el don de Cristo, que recibiste por tu fe y ahora en
virtud de tu ordenación. Que tu ministerio se traduzca, entonces,
en «obras santas», la primera de ellas, insisto, será infundirnos la
alegría que le anunció el Ángel a María, esa alegría que disipa el
temor. «No temas»: Son muchos los miedos que se despiertan en
nosotros. Miedo al futuro, a la enfermedad, a la muerte. Nos da
miedo sufrir, sentimos solos, no ser amados. Podemos sentir
miedo a nuestras contradicciones e incoherencias. Incluso miedo
a no desempeñar bien el ministerio, en el caso de nosotros los
sacerdotes. El miedo es malo, hace daño. Miedo como el que
sintió Adán, luego de comer del Árbol, y tener luego que atender
el llamado de su Creador: «¿Dónde estás?». El miedo ahoga la
vida, paraliza las fuerzas, nos impide caminar. El miedo rompe la
comunión. Lo que necesitamos es confianza, seguridad, luz. Que
tu ministerio nos infunda esa confianza y seguridad.

Y de nuevo me dirijo a ti, Padre del cielo, reconociendo que por


obras como éstas eres grande, y muy digno de alabanza; grande
tu poder, y tu sabiduría no tiene medida. Y pretende alabarte el
hombre, pequeña parte de tu creación; precisamente el hombre,
que, revestido de su mortalidad, lleva consigo el testimonio de su

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pecado pero también el testimonio de que tú no lo dejas nunca a
la deriva. Con todo, queremos alabarte. Tú mismo, con estos
regalos maravillosos, nos estimulas a ello, haciendo que nos
deleitemos en alabarte, porque nos has hecho para ti y nos has
bendecido con las virtudes de la paciencia, la prudencia, la
fidelidad y la fe del Padre Héctor Rafael. Has enriquecido a tu
Iglesia, a la Orden y a la Provincia, primero con su consagración
religiosa como fraile menor y ahora con su ministerio ordenado
como presbítero. Continúa haciendo de él una persona
maravillosa y asístelo siempre con tu Espíritu Santo para ejercer
su apostolado donde quiera que se encuentre.

Y ahora quiero dirigirme a todos ustedes, que con tanto cariño,


están acompañando esta primera misa del Padre Héctor Rafael:

Quiero que repitan conmigo tres cosas:

- Te pedimos, Señor, la santidad de vida para el Padre Héctor


Rafael.
- Nos comprometemos a orar por la fidelidad de su vocación.
- Envíanos, Señor, muchos ministros, para guiar a tu Pueblo.

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