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Cursa el último semestre de la carrera de Instrumentista (Percusiones) en la

Facultad de Música de la UNAM. Baterista y compositor autodidacta. Ha estrenado


sus obras en la Sala Carlos Chávez, en Casa del Lago, entre otros. Fue baterista y
percusionista de la Banda Sinfónica de la FaM-UNAM bajo la dirección de Luis
Manuel Sánchez durante 2015-2019. Es cofundador del ensamble de percusiones
Bronce dedicado a difundir el repertorio de dicho conjunto de forma didáctica. Se
ha presentado con dicha agrupación en el Seminario de música contemporánea
de la FaM-UNAM y en el Festival Internacional Divertimento, entre otros.
Es además pasante de la licenciatura en Filosofía por la Facultad de filosofía y
letras de la UNAM. Es lector de la filosofía de Platón, de Marx y de Nietzsche. Ha
trabajado como corrector de estilo en la revista de filosofía Reflexiones
Marginales. En 2019 ganó una mención en la categoría de Ensayo creativo en el
concurso 50 de la revista Punto de Partida.

La percusión como retorno al origen en sentido ontológico: una aproximación


nitzscheana a las primeras obras para conjunto de percusión desde el concepto de
espacialidad

Dentro de la llamada Música de concierto, en 1930 Amadeo Roldán compuso las


primeras obras para conjunto de percusión (Rítmicas V y VI) utilizando los
instrumentos típicos del país cubano y bajo una estética que se puede denominar
como nacionalista. Un año después, en Francia, Edgard Varèse compuso
Ionización para 13 percusionistas desde una concepción “espacial” del sonido y en
general, de la música.
El filólogo y amigo de Friedrich Nietzsche, Erwin Rohde, en su obra Psique
rastreó el origen del antiguo culto griego a Dionisio ubicándolo en los ritos
dancísticos, extáticos y orgiásticos de medio Oriente (entonces Tracia). Tambores
y platillos eran los instrumentos que hacían retumbar el tímpano, las almas y los
cuerpos de los iniciados en este culto. Así, Nietzsche en El Origen de la Tragedia,
ve en estos rituales –y en concreto, en la experiencia dionisíaca– el origen
ontológico mismo: el sentido del Ser y la existencia mismas. La música es vista
por este pensador como el ser originario, potenciador además de llevar las almas
hacia lo que es su propio origen divino. La música dionisíaca lleva a la unión con
el dios, las almas vuelven a su origen, retornan a su ser más original, a la esencia
misma de su ser. La música les devuelve a su ser más íntimo, pues es ella misma
la potencia divina misma que da sentido a la fatalidad de la vida.
Muy al contrario por ejemplo Kant, quien en su Crítica de la facultad de
juzgar, mira a la música sólo como un ordenamiento de sonidos en el tiempo, el
cual tiene como función agradar al alma desde el oído, sin ningún fin más elevado
que el de llevar a un estado de complacencia sensorial. Para Kant, cuando la
música no cumple con este fin sensitivo, es una molestia. Para este pensador, la
música es un pasa-tiempo, una temporalidad autocomplaciente. El espacio es una
mera condición física que tiene que adornarse con sonidos ordenados en el
tiempo, y si los sonidos no cumplen con esta complacencia temporal, el espacio se
ve interrumpido, quebrado, y la individualidad es llevada más allá de su estado de
confort. ¿No es esto precisamente lo que querían algunos compositores de la
primera mitad del siglo XX; no es quizá esto lo que motivó –estéticamente
hablando– a que se compusieran las primeras obras para conjunto de percusión?
De esta manera, viéndolo en un sentido muy dionisíaco/Nietzscheano,
Roldán y Varèse conciben en sus pioneras obras para percusión la irrupción del
espacio mediante los sonidos. El sonido mismo es el empoderamiento del ser
musical mismo, no ya la mera ordenación de alturas en el tiempo. Para Roldán, el
ritual sonoro tiene que evocar las músicas primitivas y sobre todo, las de su tierra
originaria. Más radical aún, Varèse concibe el sonido como un acontecer espacial
de distintas masas que irrumpen la individualidad, y que hacen a esta olvidarse de
sí para prepararse hacia un regreso a las vibraciones originarias, a las vibraciones
más íntimas del alma humana.

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