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UNIVERSIDAD NACIONAL AUTÓNOMA DE MÉXICO

FACULTAD DE FILOSOFÍA Y LETRAS

LIC. EN LENGUA Y LITERATURAS HISPÁNICAS


Introducción a la Filosofía II

Lo trágico: bajo la historia de Juana la Loca en «La


Corona Partida»

Por Aylín Sofía Rodríguez Juárez


Mtra. Rita Guidarelli Mattioli Gutiérrez
La estética en la Filosofía y sus categorías.

Cuando se escucha el término estética o se hace referencia a que algo es estético,

inmediatamente se le es relacionado con que cumple los cánones tradicionales que la

sociedad ha aceptado para ser bellos, convirtiéndose la belleza en sinónimo de lo estético

(socialmente así es concebido.) Es por ello que cuando algo tiene un parecer feo, no se dice

que sea estético, sino todo lo contrario. Pero esto llevado a la teoría filosófica no es así, pues

en realidad la Estética dentro de la filosofía se trata de cómo las distintas formas de arte son

concebidas y percibidas, y cómo su manifestación se relaciona con los sentidos humanos por

medio de la experiencia estética. Así es como las percepciones del arte en contacto humano

se convierten en categorías estéticas, y cada manifestación artística puede clasificarse dentro

de alguna categoría dependiendo de cómo se relacionó con su perceptor. Entonces, la estética

no solo hace referencia a lo bello, sino también a lo sublime, lo cómico, lo grotesco, lo feo,

lo siniestro, lo abyecto, lo obsceno, lo erótico, lo fantástico, o lo trágico, que es la categoría

estética de la cual nos ocuparemos a tratar en el presente ensayo.

La experiencia estética.

Es importante comenzar a definir qué es la experiencia. Una experiencia es nuestro constante

modus vivendi. Todo el tiempo estamos teniendo constantes experiencias, pues siempre

estamos teniendo contacto con el mundo exterior y generando relaciones en el entorno. De

este modo concebimos realidades y generan sentimientos en nosotros, así las podemos ir

clasificando según lo que sintamos.

En toda experiencia, sea estética o no, encontraremos dos factores importantes partícipes de

ella: el factor objetivo, que hace referencia al objeto o a lo que estamos percibiendo, la
realidad. Y el factor subjetivo, que se refiere a cómo experimentamos el factor objetivo, la

percepción que tenemos de él y como creamos relaciones entre éste y nuestros sentimientos.

La experiencia estética está basada por completo en la sensibilidad, llega a nosotros por

medio del arte, y los sentimientos que puede mover en nosotros, la percepción que creamos

a partir de él. Llega cuando hacemos el reconocimiento de las sensaciones generadas a través

de la contemplación.

Lo trágico como categoría estética.

Según el Diccionario Filosófico de 1965, lo trágico se define como la «Categoría de la

estética que expresa las contradicciones entre el desarrollo social, la persona y la sociedad,

la lucha entre lo bello y lo feo. En lo trágico se revelan las contradicciones, insolubles en

una etapa dada, entre una exigencia históricamente necesaria y la imposibilidad práctica de

satisfacerla. Las contradicciones trágicas conducen a graves vivencias y sufrimientos del

héroe, y, a menudo, a su muerte. (…) Lo trágico en la vida y en el arte no sólo engendra

dolor en los corazones de las personas, sino, además, goce estético (catarsis), dado que

ejerce un influjo purificador sobre los sentimientos y la conciencia del hombre, educa en él

el odio hacia los fenómenos viles, forja la voluntad y la hombría de carácter.»

Y en el Diccionario Filosófico de 1985 encontramos otra definición: «categoría de la

estética, que expresa la dialéctica de la libertad y necesidad, de las contradicciones del

desarrollo social, del individuo y la sociedad, la lucha entre lo bello y lo feo. En lo trágico

se manifiestan las contradicciones –insuperables en la etapa dada– entre la demanda

históricamente necesaria y la imposibilidad práctica de satisfacerla.»


También podemos encontrar que dentro de la filosofía Marxista lo trágico se concebía en

cómo la sociedad, a través de la historia va perdiendo fuerza o sentido por la naturaleza

cambiante de las leyes humanas, inevitables.

¿Por qué relacionar a Juana la loca con lo trágico? Una introducción

Personalmente nunca me ha gustado ni parecido lo más sensato usar el adjetivo ‘’la loca’’

para una mujer tan sublime que aportó tanto para la historia de España. (Una disculpa por el

juicio de valor.) Sin embargo, es así como es conocida dentro de la cultura popular y a nivel

general es ubicada por este apodo que adoptó a lo largo del tiempo. Entonces con fines de

conocimiento, la llamaré así durante este escrito, aunque no sea lo correcto, a mi parecer.

Juana de Aragón y Castilla, más tarde Juana I de Castilla nació el 6 de noviembre de 1479 en

la ciudad de Toledo. Hija de dos de los reyes más poderosos de su tiempo, Fernando II e

Isabel I creció con la educación común de cualquier princesa europea. Desde niña mostró

dotes de inteligencia que la resaltaron entre sus hermanos y no porque ellos fuesen

intelectualmente menos que ella, pero su hermana mayor y primogénita de los Católicos,

Isabel de Aragón vivió duelo por mucho tiempo a causa del fallecimiento de su primer

esposo, el príncipe Alfonso de Portugal, lo cual la inhabilitó emocionalmente para centrarse

en desarrollar su papel como infanta. Y su hermano mayor, Juan de Aragón, quien estaba

destinado a gobernar tierras castellanas y aragonesas pero siempre temió por no creerse

suficiente para el rango que le esperaba, lo cual hizo que se le percibiera como un príncipe

débil que llegada la hora no sería apto para lo que se esperaba de él. Estos dos conflictos

ocasionaron la popularidad de Juana, aunque por supuesto, jamás al punto que se le imaginara

como la próxima gobernante póstuma a sus padres. A pesar de la debilidad del príncipe Juan,
era muy querido por el pueblo y la corte, es por esto también las altas expectativas que se

tenían de él.

A pesar de las evidentes habilidades que Juana adquirió, incluso para reinar y gobernar, ella

siempre manifestó que tal no era su deseo, por lo que no recibió educación para ejercer el

cargo de gobernante, y también porque no se esperaba que los planes de la sucesión

cambiaran. Si esto hubiese sido de manera distinta la historia completa habría sido diferente.

Se puede decir que Juana, con el gran ejemplo que tenía de sus padres y con el amor latente

entre ella y sus cuatro hermanos, creció feliz. Ella era feliz y el mundo le abría los brazos a

joven tan excelente.

A la edad de 16 años, fue prometida a Felipe de Habsburgo hijo del emperador Maximiliano,

como parte de una estrategia política de Fernando para aislar el territorio francés. En los

matrimonios nacidos de razones políticas de la época no se esperaba que la pareja fuera feliz

y mucho menos que se amaran, pera era muy común que al final surgieran acuerdos de cariño

y respeto mutuo por la gran responsabilidad que había detrás.

Sin embargo, con Juana y Felipe esto fue por completo distinto. Cuentan crónicas de la época

que el archiduque enviaba cartas de amor constantemente a la infanta antes de por fin

conocerse. Llegó el tiempo en el Juana por fin partiría de los puertos de Castilla para dirigirse

hacia Flandes, donde se encontraría con su prometido. Pero, a pesar de las circunstancias, no

eran los mejores tiempos para lanzarse al mar en travesía, lo que provocó que una tormenta

acabara con la mayor parte de la flota y el séquito español, llevándola a ella incluso al borde

la muerte. Esto acontecimiento resonó en los oídos de Europa, y pronto se empezaría a hablar
sobre que lo sucedido no era más que un muy mal augurio para el matrimonio y sobre todo,

para los reinos hispánicos.

Juana llegaría por fin a la corte de Flandes pero no como se esperaba: con su flota y séquito

mermados y la cabeza llena de malos pensamientos, tendría que empezar su nueva vida. Esto

ya torna la vida de Juana al principio de sus tragedias, pues a partir de aquí, sola, en un reino

extraño y con un esposo que no la recibió y tampoco quiso reponer lo perdido (pues como

príncipe era una obligación moral que tenía) todo se volvería más difícil y sus días no

seríanlos mismos. Todo lo que había imaginado la futura emperatriz no correría el curso con

el que había soñado tantos años en sus lejanas tierras natales.

Se cuenta que Felipe no conocería a Juana hasta unos días después en la Ceremonia de la

Rosa, ritual típico que consistía en esconder una flor en el vestido o cuerpo de la novia

extranjera, Dicha flor el novio tendría que buscar y encontrar, para ‘’perfumar el

matrimonio.’’

El rumor de que los dos príncipes europeos quedaron flechados desde que se vieron prosperó

mucho tiempo en la cultura popular europea. El amor nació inmediatamente que cruzaron

miradas, había pasión entre los dos jóvenes y tanto la corte flamenca como la castellana

hablaban de ello. Nadie podía negar que el matrimonio sería todo un éxito y daría como fruto

al viejo continente nuevos herederos y futuros reyes.

Lo trágico rodeó la vida de Juana desde su matrimonio, pero también atacó por su familia de

seno. La guerra no daba tregua a sus padres, pero específicamente, su madre Isabel, vería

cómo rápidamente lo que tantos años y esfuerzo le había costado trabajo construir junto a

Fernando, comenzaría a destruirse. Juan, hermano de Juana, contrajo nupcias con Margarita
de Austria (hermana de Felipe) y antes de que pudiera nacer el fruto de dicha unión, Juan

enfermaría terriblemente de viruela, que poco tiempo después acabaría con su vida.

Comúnmente se esperaría que Felipe diera apoyo a su esposa por la pronta muerte de su

hermano, pero el archiduque no movió un dedo por ella: tan pronto como supo frágil al

príncipe heredero de Hispania comenzaría a tramar en contra de su esposa y su familia,

haciendo evidentes sus pretensiones a la corona castellana.

Juana comenzaría a entrar en una etapa de depresión por lo sola que se sentía, y comenzaría

a mostrar señales de una personalidad muy diferente pero preocupante. Se desvivía por su

esposo y nada fuera de él la hacía feliz; él abarcaba todas las necesidades de Juana hasta que

comenzó a mostrar desinterés por todas las cosas que no tuvieran relación con su cónyuge.

Generó una terrible dependencia que la iría destruyendo poco a poco, a pesar del maltrato

psicológico y físico que él comenzó a ejercer sobre su indefensa y solitaria mujer. Por la

ambición, toda Europa comenzaría a manifestar el evidente desorden mental de la infata.

Aragón y Castilla perdían a su heredero, y la reina Isabel comenzaría la etapa final de su vida

llena de turbios caminos. La reina que siempre sería conocida por su ferviente Fe daría

muestras de dudar de ella, ¿cómo el dios al que le había dedicado cada logro de su vida iba a

permitir que la desgracia comenzara a marcar su reinado?

Isabel de Aragón, primogénita de los Católicos, era la siguiente en la línea de sucesión.

Tiempo atrás había sido obligada a contraer segundas nupcias con Manuel I de Portugal,

lugar del que ya era reina. Fue convocada a jurar las cortes de su antiguo reino como princesa

de Asturias, título nobiliario otorgado a los herederos universales de la corona de Castilla.

No pudo ser de igual forma con el reino de su padre, Aragón, pues la Ley Sálica impedía a

las mujeres poder ejercer el gobierno absoluto. Esto representaría más adelante uno de los
pilares en la desgracia con la que Juana cargaría por el resto de sus vidas, pues su padre no

logró derogar la ley antes de que Felipe consiguiera hacerse con los territorios que

pertenecieron por derecho a su esposa durante todos sus días.

Desafortunadamente, Isabel de Aragón murió dando a luz a su primogénito el príncipe

Miguel de la Paz, quien debía ser el heredero de las coronas españolas. Los planes de los

reyes católicos se torcieron tan solo dos años después, luego de que el pequeño muriera. Esto

representó algo totalmente fuera todo lo que se había pensado para el futuro de España. La

vida de Isabel había sido difícil, pero se tornaba aún más trágica cuando vio a sus hijos y su

nieto morir, y a los pilares de su reinado, derrumbarse. Todo el esfuerzo que la reina cimentó

a lo largo de su vida, decaía súbitamente sin poder solucionar nada. A esto, hay que sumarle

que la salud de la monarca empeoraba cada vez más, y para un cáncer de útero en el

prerrenacimiento no había cura.

Isabel empeoró, y contra todo lo bueno para Castilla, Juana y Felipe fueron convocados a

jurar cortes. A pesar de que los padres de Juana trataron de separarla de su esposo para hacerla

recapacitar acerca de la situación que se vivía. Juana, quien a pesar de los maltratos que

recibía por su esposo, no quiso separarse él, llegando al punto de arrastrarse por el suelo y

exponiéndose a la intemperie de un invierno español en un castillo rogando su pronto regreso

a Flandes para reunirse con el hombre que poco la iría consumiendo hasta las cenizas, quien

gritaría al mundo la enajenación de su propia esposa.

No pasó mucho tiempo para que finalmente España se vistiera de luto. La reina ha muerto.

El 6 de noviembre de 1504 Isabel partía de la tierra y el mundo que observó durante 53 años

a la mujer cambiaría por completo la historia monárquica de Europa.


Es aquí donde comienza el capítulo en la vida de Juana que nos interesa totalmente, la vida

después de su madre. Juana ahora estaba sola, fuera de las manos de quienes la protegían,

con una corona en su cabeza que le costaría 55 años de su vida apartada del mundo,

traicionada y con una fama que nunca se podía quitar, aún en la eternidad.

Lo trágico en la vida de Juana I de Castilla, por Martín Maurel en La Corona Partida.

A partir de aquí, entramos en un terreno más novelesco. Es importante mencionar que a pesar

de que Martín Maurel respeta la historia oficial de España, sí que hay broches de oro puestos

alrededor de la historia con fines de entretenimiento y ficción histórica. Sin embargo, puesto

en perspectiva, personalmente no me esperaría algo tan parecido a la posible realidad que

vivió la ahora ya reina, Juana I.

Fernando escribiría: «Su muerte es para mí el mayor trabajo que en esta vida me pudiera

venir, y el dolor por lo que en perderla perdí yo y perdieron todos estos reinos me atraviesa

las entrañas» en las cartas que enviaría a sus hijas Juana, María y Catalina en sus respectivos

reinos. El rey trató de ocultar por algún tiempo la muerte de su esposa, pues no quería que su

reinado y la situación actual de este se convirtieran en ojo de depredadores políticos que

encontraran en el desgobierno el punto débil para atacar Castilla. Maurel nos da una visión

muy completa sobre cómo Fernando luchando contra todo lo pactado quiso hacerse durante

varios años con la Corona que un día le perteneció a su esposa, porfiando a toda costa por no

dejar que Felipe pudiera coronarse. Esto provocó que Juana quedara fuera del juego, como

solo una pieza más que ahora era inservible para todo. Confabuló Fernando con el cardenal

Cisneros, quien había servido durante años a la difunta reina. Se sumergieron en una guerra

política que tiempo después acabaría con cansar al aragonés y declarar su derrota. Pero en

este tiempo la situación de Juana ya se encontraba mermada al punto de que la reina vivía
encerrada en palacio, sus hijos le habían sido apartados y las condiciones en las que estaba

no eran más que de subsistencia. Era tratada como la peor escoria humana, la obligaban a

comer, a asearse, a realizar actos de fe, cosa que nunca tuvo o había perdido mucho tiempo

atrás. El brillo en los ojos de Juana había desaparecido y ahora lucían opacos y llenos de

tristeza, nostalgia, dolor, enojo, rabia e impotencia. Pero también se veían perdidos, con

añoranza, como si no estuviera presente.

Juana recordaba constantemente las palabras que su madre le repitió el día que por fin

aprobaron su regreso a Flandes:

«’’No prolongaré más vuestra desdicha – le decía su madre con voz serena, acariciando el
rastro de las lágrimas derramadas, besándola la frente y las mejillas --, este es vuestro reino,
mas no vuestro sitio. Partid.’’ Y con la irrupción de un súbito e imposible amanecer
primaveral, Juana despertaba extrañamente liberada, para tomar conciencia instantes
después de que lo había hecho en la casi siempre fría madrugada bruselense» (La Corona
Partida, 2017)
La archiduquesa se sabía perdida de todo lo que tenía en su reino natal, con su familia y con

las personas que la profesaron amor tan verdadero. Esos días no volverían, pero ella sabía

que ahora, por cariño a su madre, no podía dejar perder lo que le había entregado, así que con

la fuerza de la nostalgia había algunos días en los que Juana lograba formarse un brillo triste,

pero especial que le daba fuerza para afrontar la desgracia que atravesaba, con la esperanza

de un día poder recuperar todo aquello que por derecho era suyo.

«Juana solía recostarse en el lecho hasta recobrar la calma, con ese propósito, por respeto
a la reina y a su recuerdo, se esmeraba en soslayar el anhelo amoroso que motivaba su fuga
de la Medina imaginaria, tan distinto de la triste realidad en que vivía» (La Corona Partida,
2017)
Felipe necesitaba poder coronarse rey, pero para esto necesitaba a su esposa, sana y cuerda,

pero ella en lo absoluto no era así, gracias a que el flamenco se había esmerado tantos años
en destruir su salud y paz mental. Durante mucho tiempo él trató de recobrar la confianza de

Juana, pero ya era muy tarde, ella había tomado conciencia y sabía que no podía ponerse más

en el camino de su compañero, pues la conduciría a la desgracia una vez logrado su cometido.

«Locura fue confiar en mi esposo y no en mis padres, que vieron en vos al traidor que sois»
(La corona partida, 2017)
Juana se convirtió poco a poco en instrumento de su esposo y su padre, pues los dos la

necesitaban para poder llamarse reyes de Castilla por la cláusula en el testamento dejado por

Isabel que tantos problemas traería, aunque en el tiempo en el que fue escrita se creyó que

sería la solución, terminantemente dictando que Fernando únicamente podría gobernar si

Juana no pudiere o no quisiere. Por lo tanto, éste buscaba a su hija para convencerla de que

dejara el gobierno en sus manos y se apartara por siempre de los derechos que eran solo

suyos, mientras que su esposo la incitaba a mejorar su relación y su aspecto emocional y

físico para que pudieran reclamar legítimamente la corona. Maurel nos expone un panorama

evidentemente más extenso de esta situación, narrando a detalle la lucha que vivió la reina

por verse obligada por una parte a desistir, y por otra, a luchar, aunque ella no quisiera

ninguna de las dos cosas. La vida de Juana se convirtió en un juego de dos, despojándola de

ella misma.

El autor nos cuenta cómo el emperador Maximiliano, padre de Felipe, queriendo intervenir

a favor de su hijo (y por solicitud expresa de Margarita, hermana de Felipe, para ayudar a

Juana) llegó a la corte de Flandes para sorpresa del archiduque. Inmediatamente hizo entrar

en cintura a su hijo reprendiéndolo por la mala actitud que había tenido con su esposa. Existe

una escena durante la obra donde el emperador descubre que Juana está encerrada en una

mazmorra y baja para su sorpresa a ver la vida que su primogénito le había otorgado a la

soberana de Castilla. Si bien no tiene bases históricas, esta parte tan única del texto representa
bien el martirio que sufrió la archiduquesa durante tantos años de su vida, tanto físico como

emocional. Maximiliano llega con Juana y ella lo recibe un abrazo consolador, como si viese

en él la figura paterna que había perdido tiempo atrás.

El gobernante la reprendió por dejarse hacer tales malicias, y por no querer hacer algo por

recuperar sus reinos. Le habló sobre recuperar el respeto en su relación con Felipe aunque el

amor no hubiese vuelto a nacer entre los dos, y por recuperarse a ella misma.

«-- En verdad no es el amor lo que une a las gentes de nuestro rango, pero su ausencia no
ha de permitir que se instale el odio. (…) Dios os ha impuesto una misión que debéis cumplir
juntos. (…) No podéis darle la espalda a Dios…y tampoco a vuestra madre.
Maximiliano la abrazó con más fuerza al mencionar a Isabel.
--Pensad en ella. Pensad en lo que siempre quiso para vos. Para sus reinos. (…) Adecentad
vuestro aspecto. Si no queréis hacerlo por vos, ¡hacedlo por la memoria de vuestra madre,
bendita sea! (…) Demostrad al mundo quién sois, y el mundo os demostrará cuánta falta le
hacéis…¡Y cuánto os ha echado de menos!» (La Corona Partida, 2017)
Personalmente pienso que no se necesita más cita para describir perfectamente lo que Martín

Maurel quiso transmitir en su obra. Y tampoco hay mejor escena en la ficción histórica que

pueda describir mejor en su totalidad el martirio que vivió la reina de Castilla durante los

años más difíciles de su vida. Y no hay mejor texto que nos puede contar mejor la vida de la

mujer que quedó en la Historia para siempre con un profundo enigma a su alrededor.

Al final, Felipe murió antes de que pudiera ser rey absoluto de Castilla, por lo que Juana

guida por la nostalgia y el dolor en la pérdida de su marido, le terminó cediendo el poder total

(a base de la débil fuerza emocional que ya la había consumido) a su padre Fernando, quien

prometiéndole una nueva vida y libertad, terminaría por encerrarla Tordesillas durante 55

años, hasta su muerte el 12 de abril de 1555, sin ninguna compañía mas que su última hija,

Catalina.

Juana, qué buena reina hubierais sido, si alguna vez hubierais querido serlo.
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