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LAS SECTAS

FRENTE A LA BIBLIA
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Icoo

LAS SECTAS FRENTE A LA BIBLIA


CÉSAR VIDAL MANZANARES

LAS SECTAS FRENTE


A LA BIBLIA

EDICIONES PAULINAS
FE DE ERRATAS
de «Las sectas frente a la Biblia»

Donde dice Debe decir Página Línea


Protiktos Prototiktos 18 20
hyh ’hyn 39 11

Madrid 1S90 Madrid 1991 48 31

Juan 15, 26 Juan 15, 26-27 57 1

Rom 7, 14 Rom 8, 14 58 2
Zohar Zohar (a Deut 6, 4) 71 23
4, 15-.16 4, 14-16 74 25
works works, 637-8 87 34
IPed 2, 20 2Ped 2, 20 92 10
2Re 2, 10 2Re 2, 11 98 30
Gál 3, 26 Gál. 3, 24 125 22
He 9-1 la He 4, 9-1 la 145 17
four mayor four major 159 11

por el Vaticano por la FIU (Federación Contraportada 4


Internacional de Universi-
dades)

sectarias. sectarias, utilizado por di- Contraportada 7


versas instituciones privadas
y públicas entre las que
destacan muy especialmente
la Santa Sede y las cáte-
dras universitarias de estu-
dio de las sectas.

® Ediciones Paulinas 1991 (Protasio Gómez, 11-15. 28027 Madrid)


Te!- (91) 742 51 13 Fax (91) 742 57 23
-

® César Vidal Manzanares 1991

Fotocomposición: Marasán, S. A. San Enrique, 4. 28020 Madrid


Impreso en Artes Gráficas Gar.Vi. 28960 Humanes (Madrid)
ISBN: 84-285-1410-0
Depósito legal: M. 16.430-1991
Impreso en España. Printed in Spain
A mis padres, que en todo momento me
ayudaron a través de todos los avatares y
me enseñaron desde pequeño a leer la Bi-
blia y a orar. Este libro, aunque sea indi-
rectamente, también es fruto suyo. Con
mucho amor.
INTRODUCCIÓN

C UANDO
mencé
hace más de una década y media co-
a interesarme por el fenómeno de las
sectas, éste no presentaba características especial-
mente alarmantes. Los Adventistas del Séptimo Día
y los Testigos de Jehová eran las únicas que conta-
ban con cierto eco en la sociedad española, y en la
latinoamericana sólo había que añadir a las mismas el
caso de los mormones. En apenas unos años, sin
embargo, el fenómeno comenzó a revestir manifesta-
ciones escalofriantes. A las tres sectas mencionadas
arriba comenzaron a añadirse otras de reciente crea-
ción; y en muy poco tiempo consiguieron, muy a
pesar suyo, atraer la atención de gobiernos, Iglesias
y organizaciones privadas, angustiados ante el daño
que presuntamente causaban a la sociedad con sus
actividades. Desde las organizaciones antisecta hasta
el Parlamento europeo, pasando por la misma Santa
Sede y las conferencias episcopales, ha ido cundien-
do un sentimiento de preocupación y alarma en rela-
ción con el fenómeno sectario.
Durante los últimos años colaboré con diversos
organismos públicos y privados en relación con el
tema, y con el paso del tiempo llegué a comprender,
primero, que sin un apoyo social considerable el pro-
blema siempre seguiría existiendo y, segundo, que
las raíces del fenómeno eran lo suficientemente com-
plejas como para que no pudieran ceñirse a reducirlo

7
a la simple obra de unos desalmados ansiosos de
poder y lucro.
Fue esa convicción, fundamentada en la experien-
cia directa de docenas de casos en España y en di-
versos países, lo que me motivó a escribir dos obras
anteriores a ésta, en que se abordaban los aspectos
histórico-sociológicos y psicológico-pastorales del pro-
blema h No obstante, antes y después, desde distin-
tos ángulos y bien diversos, me habían llegado suge-
rencias para que abordara el tema desde una pers-
pectiva apologética en un estilo que podríamos
denominar clásico del término. El material lo había
ido reuniendo pacientemente, año tras año, y lo había
compartido a mi vez con comunidades, grupos e Igle-
sias de España y del continente americano.

A todo lo anterior se han unido en los últimos años


una de circunstancias que aconsejaban tal enfo-
serie
que, como
eran la práctica escasez de obras adecua-
das sobre el tema (dado fundamentalmente lo difícil
de entender la mentalidad interpretativa de las sectas
para el no-especialista en el tema) y la apertura de
nuevos espacios a la invasión de las sectas, espacios
geográficos cuya población no contaba generalmente
con instrumentos apologéticos adecuados para abor-
dar la problemática 2 .

El mundo de empero, resulta tan multi-


las sectas,
forme que, prima facie, no parecía que se pudiera
elaborar una obra que sirviera de instrumento de
trabajo en relación con diversas sectas a la vez. Tras
reflexionar a fondo sobre el tema, decidí fijar una

1
El infierno de las sectas, Mensajero, Bilbao 1989, y Psicología de
las sectas, Paulinas, Madrid 1990.
2
Nos estamos refiriendo muy especialmente al tercer mundo y, más
recientemente, a los países de la Europa del Este.

8
serie de patrones metodológicos, de cuya conjunción
ha nacido esta obra. Se trata de los siguientes:
a) La obra está dirigida a responder al mayor
número de personas: esto me ha llevado a centrar la
mayoría de los capítulos en Adventistas del Séptimo
Día, Testigos de Jehová y mormones. Fundamental-
mente esto se debe a una razón numérica (más del
90 por 100 de los adeptos mundiales a sectas perte-
necen a una de estas tres, que, en conjunto, contabi-
lizan cerca de diez millones de personas) y a otra
práctica (las sectas que tienen mayor arraigo social y
mayor capacidad potencial de crecimiento en Espa-
ña, América Latina, Europa del Este y tercer mundo
son estas mismas). Ciertamente, buen número de las
cuestiones presentadas en este libro afectan a otras
sectas, pero originalmente la obra no les otorga más
que un valor marginal en razón de su número.
b) La obra se centra en cuestiones esenciales de
la fe cristiana: en este libro sólo de manera excepcio-
nal se hace referencia a lo que separa a las distintas
Iglesias cristianas (católica, orientales, anglicana y re-
formadas); por el contrario, todos los instrumentos
apologéticos que aparecen en él sirven de ayuda al

conjunto de lasmismas. Ciertamente el protestantis-


mo difiere de la Iglesia católica y de las orientales en
la cuestión del purgatorio; pero todas ellas aceptan la

existencia de un cielo y un infierno en oposición al


aniquilacionismo de adventistas y Testigos de Jeho-
vá; todas ellas creen también en la Trinidad, al con-
trario de lo enseñado por Testigos de Jehová, moo-
níes o Niños de Dios; todas ellas creen en una reve-
lación dada ya una vez y para siempre, al contrario
de lo defendido por adventistas, mooníes, mormones
o Niños de Dios, etc.
Esta obra pretende mostrar la base de unos dog-

9
mas aceptados de manera universal por todos los
en todo tiempo y lugar, y negados preci-
cristianos
samente por movimientos pseudocristianos y sec-
tarios.
c) La obra está construida sobre una base común
de diálogo con las sectas: la lectura de este libro
permite ver que, aunque se hacen referencias expre-
sas al rabinismo y a la patrística, la base fundamental
de sus argumentos se halla en la Biblia. La razón es
fundamental: todas las sectas a que hacemos refe-
rencia la aceptan como base de diálogo. Es cierto
que los adventistas consideran tan inspirados como
la Biblia los escritos de la señora White; es cierto que

los mormones ven en el Libro de Mormón una reve-


mismo valor que la Biblia; es cierto que los
lación del
mooníes consideran que El Principio Divino es un
libro divinamente inspirado...; pero todos sin excep-
ción admiten el carácter divino de la Biblia. En base

a ello, a mi juicio, no existe mejor terreno sobre el


que edificar la discusión que éste. Resulta indispen-
sable tener un ejemplar de la Biblia al lado 3 para
utilizar con provecho esta obra y más teniendo en
cuenta que en muchos casos no se reproduce el tex-
to citado.

3
A lo largo de la obra he utilizado con preferencia mi propia traduc-
ción directa del griego para el Nuevo Testamento, y del hebreo y
arameo para el Antiguo. En el primer caso me he valido del Greek-
English New Testament, de Nestlé y Aland, Editio XXVI, Stuttgart
1981, y en el segundo de la Biblia Hebraica Stuttgartensia, Editio
Minor, Stuttgart 1984. Cito también de las versiones prestigiosas de la
Biblia comunes en el mundo de habla hispana y de las propias ediciones
de las sectas. Las siglas siguientes son las utilizadas en relación con las
diversas traducciones de la Biblia: VNM: Versión del Nuevo Mundo o
Biblia de de Jehová; EP: La Santa Biblia de Ediciones
los Testigos
Paulinas; BJ: Biblia de Jerusalén; NC: Nácar Colunga; VP: Versión
Popular; VM: Versión Moderna; NBE: Nueva Biblia Española; RV:
Reina-Valera. Cuando no se indica referencia, la traducción es mía.

10
d) La hermenéutica utilizada en la obra está (o al
menos lo intenta) alalcance del laico sencillo. Hace
un tiempo fui invitado a dar unas conferencias sobre
sectas en el marco de un ciclo dedicado al tema.
Acudí con un amigo especialista en la cuestión y asis-
timos a las conferencias de otros ponentes. Una de
ellas estudiaba el empleo de la Biblia en las sectas. La
conferencia, rigurosa y bien fundamentada, era un
ejemplo de estudio cuidadoso del tema. Mostraba lo
absurdo de la exégesis de las sectas; pero, a nuestro
juicio, tenía dos defectos que la invalidaban desde
una perspectiva práctica. El primero es que su enfo-
que presuponía una especialización en el área de la
interpretación bíblica que raramente está al alcance
de la aplastante mayoría del pueblo de Dios; el se-
gundo es que no contaba con la menor vía de apro-
ximación al adepto de una secta. Su trabajo era mag-
nífico, pero la mayoría de los laicos no lo enten-
derían, y la totalidad de los adeptos se sentirían con-
fusos, mas no tocados por el mismo.
He querido evitar tal peligro en esta obra. Las re-
ferencias en muchos casos son a las lenguas origina-
les en que se escribió la Biblia, hay notas y se buscan
paralelos en el pensamiento judío y paleocristiano;
pero, sobre todo, ésta es una obra de hermenéutica
sencilla, para que todo el pueblo de Dios la entienda

y la utilice. No es superficial, pero sí comprensible,


extremos que muchas veces pueden ir unidos, aun-
que no siempre consigamos su fusión.
e) La obra es un manual introductorio sólido y
no exhaustivo: en este libro he rehuido la posibilidad
de que los árboles acaben por no dejar ver el bosque.
Creo que en él se recogen suficientes argumentos
bíblicos para mostrar lo que los primeros cristianos
creían realmente de Jesús o de la vida tras la muerte;

11
pero no son, ni con mucho, todos los argumentos
que se pueden aducir al respecto. La necesidad de
cubrir infinidad de áreas obliga al ministro religioso a
diversificarse en multitud de tareas y a ver, no pocas
veces con algo de desesperación, que el tiempo se le
escurre como el agua de entre los dedos. Creo que
uno de los remedios a este problema es involucrar al
laico en tareas como ésta: la labor relativa a las sec-
tas. Por eso he intentado que el laico sencillo pueda
asimilar datos con facilidad, a fin de poder utilizarlos,
y no he aceptado la posibilidad de que éstos puedan
ser tantos que lo aplasten por su número y comple-
jidad.

f) La obra intenta tener un armazón práctico: por


último, me parecía indispensable que la estructura de
la obra fuera de fácil manejo y aún más fácil consulta.
He agrupado por ello las cuestiones en capítulos que
se encabezan con una interrogación para ayudar a la
labor de memorización y consulta, así como al estu-
dio por grupos. Creo también que en toda doctrina
cristiana subyace no un dogma frío, sino un mensaje
de amor, gozo y esperanza, que provocaría en nues-
tro corazón la gratitud y el amor si fuéramos cons-
cientes del mismo. Desgraciadamente, la torcida teo-
logía de las sectas borra tal posibilidad de la vida de
cualquier ser humano. He procurado al final de cada
capítulo hacer referencia, aunque somera, a este as-
pecto. Pienso que su peso emocional no es pequeño.
Por último, deseo señalar que esta obra nace no
de un vacuum, sino de repetidas experiencias y pre-
guntas planteadas, en su inmensa mayoría, por cre-
yentes humildes y sencillos, pero conscientes de su
obligación de apostolado en un mundo que lo nece-
sita vitalmente. He expuesto parte de este material
en los últimos diez años a comunidades, Iglesias y

12
grupos de España y del continente americano en un
amplio arco que va de Madrid a Bogotá, pasando,
entre otros lugares, por Oviedo, Manresa, Miami,
San Salvador y Managua. De ellos aprendí a ver las
cosas con nuevas perspectivas y recogí valiosos da-
tos para este trabajo. A ellos, muchos y, por amor a
la brevedad, anónimos, vaya mi gratitud desde estas
páginas, consciente de que, aunque quizá pequeños
desde un punto de vista humano, muchos serán
“grandes en el reino de los cielos”.

César Vidal Manzanares

Zaragoza, 6 de mayo de 1991

13
1

¿ENSEÑA LA BIBLIA
QUE CRISTO ES DIOS?

A CUESTIÓN de la divinidad de Cristo ha sido


continuo caballo de batalla en la historia del cris-
tianismo. En las Escrituras aparecen ya los primeros
intentos de negarla durante el período neotestamen-
tario, y raro ha sido el siglo desde entonces en que
no haya surgido un movimiento que, de una u otra
manera, no haya cuestionado la plena divinidad de
Cristo. Desde los ebionitas a los Testigos de Jehová
pasando por los arríanos o los socinianos, los gru-
púsculos sostenedores de esta tesis se cuentan por
docenas.
Aunque algunas sectas, como los mormones o los
adventistas, se adhieren formalmente a la doctrina
de la divinidad de Cristo x lo cierto es que la mayoría
,

de ellas la niega de una manera u otra. Tal es el caso


de los mooníes, los Testigos de Jehová o los Ni-
ños de Dios. En este capítulo trataremos de examinar
las objeciones tomadas de la Biblia que presentan

1
Que esta adhesión es sólo formal queda de manifiesto cuando
descubrimos que los adventistas afirman que Cristo era el arcángel
Miguel (Questions of doctrine, pp. 71-83), y que los mormones sostie-
nen que los hombres salvados se convierten en dioses (Doctrinas y
convenios, 132:37), y que Jesús fue el hijo de Adán, el único Dios con
el que tenemos que tratar los habitantes de este planeta (Diary of
Hosea Stout, 9 de abril de 1852, vol. 2, p. 435)

15
contra esta doctrina, la enseñanza bíblica al respecto,
algunos ejemplos del pensamiento rabínico sobre la
divinidad del mesías y la opinión de los primeros cris-
tianos.

1. Las objeciones contra la divinidad


de Cristo

Históricamente la pobreza de los argumentos adu-


cidos contra la divinidad de Cristo es tan conside-
rable, que podemos decir que los consignados a con-
tinuación constituyen la práctica totalidad. Como
tendremos ocasión de ninguna de las citas ma-
ver,
nejadas por las sectas vulnera en absoluto la ense-
ñanza bíblica de la Trinidad y, en su mayor parte,
arrancan de una falta de conocimiento preciso acerca
del contenido de ese dogma. Pasemos ahora a los
textos:

a) Marcos 13,32, o Mateo 24,36. La interpreta-


ción de los antitrinitarios pretende que en este pasaje
se demuestra tajantemente que Cristo no era Dios,
puesto que no era omnisciente. Se incurre con esto
en un error que veremos repetido en varias ocasio-
nes: la incapacidad de distinguir entre la naturaleza
humana y la naturaleza divina de Jesús. Es obvio que
la primera era, como humana, limitada: Jesús se can-

saba, tenía sed, padecía el dolor, su conocimiento


era limitado, etc. Ahora bien, como Dios, era omnis-
ciente. Veamos algunos ejemplos de la Escritura:
“Ahora sabemos que sabes todas las cosas y no ne-
cesitas que nadie te interrogue. En esto creemos que
salimos de Dios” (Jn 16,30) (VNM). “De modo que le
dijo: Señor, tú sabes todas las cosas” (Jn 21,17)

16
(VNM). “...Cristo. Cuidadosamente ocultados en él
están todos los tesoros de la sabiduría y del conoci-
miento” (Col 2,3).
Ni para Juan ni para el autor de la carta a los
Colosenses, Jesús era un personaje privado de om-
nisciencia.Todo lo contrario: sabía todo y en él esta-
ban, sin excepción, todos los tesoros de la sabiduría
y del conocimiento.

b) Juan La interpretación sectaria de este


14,28.
pasaje adolece también de un desconocimiento de
fondo del dogma trinitario. Insistimos una vez más en
que la persona del Hijo, la segunda de la Trinidad,
tiene una naturaleza humana y otra divina. La huma-
na, lógicamente, es inferior a la divina del Padre; pero
ambas personas divinas, la del Padre y la del Hijo,
son Es precisamente por eso por lo que el
iguales.
evangelio de Juan recoge la información de que los
judíos del tiempo de Jesús deseaban matarle, porque
se hacía igual a Dios: “A causa de esto realmente los
judíos procuraban con más empeño matarlo, porque
no sólo quebrantaba el sábado, sino que también
llamaba a Dios su propio Padre, haciéndose igual a
Dios” (Jn 5,18-19) (VNM).

c) Apocalipsis 3,14. La interpretación antitrinita-


riade este pasaje (uno de los más utilizados por los
arríanos en su día) pretende que aquí Cristo es pre-
sentado como el “primer ser creado”. Lo cierto es
que tal afirmación sólo demuestra una ignorancia ab-
soluta del sentido del término arjé (traducido aquí
como “principio”). En calidad de título, como aparece
aquí, la palabra arjé tiene en multitud de ocasiones el
significado de “príncipe” o “principado”. En tal senti-
do aparece, por ejemplo, en Rom 8,38; Ef 1,21; 3,10;
17
6,12; Col 1,16; 2,10; Tit 3,1, etc). Ahora bien, en el
libro de Apocalipsis, arjé es un título que se aplica
única y exclusivamente a Dios; v.gr., Ap 21,6, en su
calidad de fuente (principio) de todo. Por tanto, el
pasaje no dice que Cristo fue el primer ser creado,
sino que fue la fuente, el origen, el principio de que
emanó la creación divina; es decir, que es el mismo
creador, como tendremos ocasión de ver en el apar-
tado que sobre ese tema hay en este capítulo.

1.
d) Colosenses 1,15. De nuevo nos hallamos ante
una interpretación errónea de un texto en base a la
ignorancia terminológica de las sectas. Éstas inter-
pretan la palabra “primogénito” en el sentido de “pri-
2.
mer creado”; Cristo, pues, sería una simple criatura.
Ahora bien este análisis del pasaje es erróneo por las
siguientes razones:
a
Primogénito (protótokos en griego) no es lo
mismo que primer creado (protiktos en griego). Si
realmente Pablo hub’era deseado expresar que Cris-
to era un ser creado, hubiera empleado el verbo
“crear” lo que no hizo.
a
El término “primogénito” no equivale en len-
gua hebrea tanto al primero en nacer como al que
posee ciertos derechos de gobierno, herencia o rea-
leza. Así la Biblia contiene diversos ejemplos de “pri-
mogénitos” que no fueron los primeros. Así, en Sal
89,27 (VNM) se anuncia que David sería nombrado
“primogénito”. David no lo era familiarmente (de he-
cho sabemos que era el menor de su familia), ni tam-
poco fue el primer rey de Israel (que fue Saúl), pero
sí iba a contar con una supremacía, con una “primo-

genitura”.
Otro ejemplo de la palabra “primogénito” utilizada
en ese sentido se halla en Jer 31,9, donde se denomi-

18
na a Efraín como “primogénito”. Ahora bien, si lee-
mos el relatode Gen 48,13-14, vemos que realmente
Efraín era el menor y Manasés era el primogénito.
Unejemplo más de este empleo de la palabra “pri-
mogénito” lo hallamos en Éx 4,22, donde se aplica tal
título a Israel. Lógicamente, no se pretende señalar
aquí que Israel fue la primera nación creada (lo que
no sería verdad), sino que Israel gozaba de una pri-
macía a los ojos de Dios.
Por lo tanto, Pablo no está aquí diciendo que Cris-
to es un ser creado, sino que tiene la total supremacía
sobre la creación; en otras palabras, que es el mismo
creador.
a
3. El contexto indica que Pablo considera a Cris-
tono un ser creado, sino el mismo creador:
De hecho esto es tan claro, que la VNM ha falsea-
do el original griego, incluyendo palabras entre cor-
chetes para ocultar esta revelación. Dice así, por citar
un ejemplo, La Santa Biblia, de Ediciones Paulinas:
“Porque por él mismo (Cristo) fueron creadas todas
las cosas, las de los cielos y las de la tierra, lo invisible

y lo visible, tanto los tronos como las dominaciones,


los principados como las potestades; absolutamente
todo fue creado por él y para él; y él mismo existe
antes que todas las cosas y todas subsisten en él”
(Col 1,16-17).
Este fragmento del himno cristológico del capítulo
primero de Colosenses no puede estar más claro:
Cristo es no un ser creado, como pretenden las sec-
tas, sino el creador de todo.' Por eso existe antes de
todo lo creado, ya que si él hubiera sido una creación
no hubiera podido tener vida antes de toda la crea-
ción, sino sólo de la parte posterior a él mismo.
Como era de esperar, la VNM falsifica este texto
para amoldarlo a su torcida teología y traduce (?) así:

19
“Porque por medio de él todas las (otras) cosas fue-

ron creadas... Todas las (otras) cosas han sido crea-


das mediante él y para él. También él es antes de
todas las (otras) cosas y por medio de él se hizo que
todas las (otras) cosas existieran”.
No puede ser mayor la diferencia entre el texto
griego original y la VNM: Cristo ya no es el creador
(“por él mismo”), sino un instrumento de la creación
(“por medio de él”). Tampoco es ya el creador ante-
rior a todo lo creado, sino un ser creado anterior a
“todas las otras cosas creadas”. El hecho de añadir
palabras en el texto para cambiar radicalmente el
significado que quiso darle el autor de la carta a los
Colosenses es algo que no parece haber pesado en la
conciencia de la Wachtower y que la mayoría de sus
adeptos ignoran. Pero ¿qué amor puede tener la
WachLuwer a la Biblia cuando no sólo no busca ho-
nestamente su enseñanza, sino que además tergiver-
sa una traducción para dar base a sus doctrinas?

e) Proverbios 8,22. Dice así la VNM: “Jehová


mismo me produjo como el principio de su camino, el
más temprano de sus logros de mucho tiempo atrás”.

Según la especialísima exégesis de la Wachtower,


que, quizá sin saberlo, es sólo un eco de la de Arrio,
el texto de Proverbios estaría hablando aquí de Cris-

to, simbolizado bajo la imagen de la sabiduría, y en-


señaría que fue creado (“producido”). No obstante,
tal exégesis es por muchas razones descabellada:
a
1. El pasaje no dice en ningún momento que
esté hablando del mesías; se trata de un hermoso
poema en el que se prosopopeya, es decir,
utiliza la
la personificación de una cualidad para crear un efec-

to literario. En este caso se personifica a la sabiduría,

20
2. no se menciona en ningún pasaje que ésta sea
pero
el mesías.
a
contexto niega que se pueda referir a Jesús:
El
las profecías mesiánicas (como Is 52,13ss.) contienen
siempre referencias que podemos reconocer en la
vida de Jesús. Ahora bien, aquí se nos dice que la
sabiduría edificó una casa (Prov 9,1a), que ha labrado
3.
siete columnas (Prov 9,1b), que dispuso la mesa mez-
clando el vino y degollando carne (Prov 9,2), etc.
Está claro que nada de esto tiene relación con la
persona de Jesús; pero sí tiene sentido si se interpre-
ta como una personificación poética de la sabiduría.
a
La traducción “me produjo” no es correcta;
pero, por si fuera poco, el pasaje, como es habitual
cada vez que la Wachtower se ocupa de traducir,
está penosamente traducido. La palabra hebrea que
se vierte por “produjo” es qnh, que significa “poseyó”
o “poseía”, como han traducido la versión Reina Va-
lera (RV) o la Nácar Colunga (NC). En algún caso
este verbo puede tener un significado secundario de
“engendrar”, y así han vertido el pasaje la Versión
Popular (VP) y la Versión Moderna (VM), pero no
parece que en este contexto sea la traducción más
adecuada.
Intentar, pues, desprender del pasaje de Prov 8,22
que Cristo fue creado no deja de ser un dislate exe-
gético.

f) Juan 1,18.de la Wachtower es que,


La tesis
puesto que a Dios no ha visto nadie y a Cristo lo
lo
vieron, este último no puede ser Dios. Ahora bien,
este pasaje no está hablando de una visión física de
Dios, sino espiritual. De hecho, el Antiguo Testa-
mento registra varios casos de visión física de Dios,
como el recogido en Is 6,lss. o el de Am 9,1, que
21
pueden comprobarse en la misma VNM. Lo que aquí
se nos dice es que a Dios nadie lo ha visto como para
poder explicarlo de manera cabal, pero Cristo sí lo
ha explicado.
Por otro lado, aunque el pasaje implicara una visión
física de Dios, tampoco estaría indicando que Cristo
no era Dios, ya que lo que vieron sus discípulos fue
su envoltura humana, y no su naturaleza divina. En
ese sentido podría decirse que a Dios, con toda la
grandeza de su gloria, no lo ha visto nadie, porque
cuando se encarnó en Cristo la humanidad servía de
velo a aquélla.

g)Jesús es Miguel, el arcángel. Esta doctrina de


los Testigos no pertenece originalmente a ellos. Se
origina en una doctrina idéntica sostenida por los
Adventistas del Séptimo Día (Questions on Doctrine,
pp 71-83). La razón es que inicialmente buena parte
de los autores adventistas sostenían una visión de
Cristo de corte arrianizante. Cuando, con el paso del
tiempo, este enfoque varió, optando por un recono-
cimiento formal de la Trinidad, quedaron resquicios
de arrianismo en la teología de las secta capitaneada
por Ellen White, de donde los ha tomado la Wachto-
wer.
En realidad, esta objeción carece de la más mínima
base. Sencillamente: no hay un solo pasaje en la Biblia
donde se diga que el arcángel san Miguel es Cristo.

h) Jesús habla con el Padre. La tesis de la Wach-


tower pretende que Cristo no puede ser Dios, puesto
que se ve claramente cómo se dirige a Dios. Tal
afirmación sólo revela un desconocimiento profundo
de la doctrina de la Trinidad. Ésta no enseña que el
Hijo, el Padre y el Espíritu Santo son la misma perso-

22
na, sino que son tres personas distintas y un solo
Dios verdadero. El diálogo entre el Padre y el Hijo,
por lo tanto, no contradice la doctrina de la Trinidad,
sino que la confirma.

i) Jesús es el Hijo de Dios, y no Dios. A este


respecto recomendamos repasar lo señalado arriba
en relación con el texto de Jn 5,18.

j) Salmo 2,7. Según la teología de la Wachtower,


este pasaje indicaría que hubo una época en que el
Hijo no existió y posteriormente sí; luego se trata de
un ser creado. Además, el término “engendrar” debe
entenderse como “crear”.
Lo cierto es que la fórmula que se recoge en este
salmo parece ser que se utilizaba en la coronación de
los reyes de Israel. Con ella se pretendía indicar que
el monarca pasaba a ser “hijo de Yavé” de una mane-

ra muy especial.
Ahora bien, en el caso de este salmo, el Nuevo
Testamento nos ha conservado la interpretación que
del mismo hacía la Iglesia primitiva. Veamos: “Pero
Dios levantó de entre los muertos, y por muchos
lo
días se hizo visible a losque habían subido con él de
Galilea a Jerusalén, los cuales son ahora testigos de
él al pueblo. De modo que nosotros estamos decla-
rándoles las buenas nuevas acerca de la promesa
hecha a los antepasados, que Dios la ha cumplido
enteramente para con nosotros los hijos de ellos al
haber resucitado a Jesús, así como está escrito en el
Salmo segundo: Tú eres mi hijo, este día he llegado a
ser tu Padre” (He 13,30-33).
Para Pablo, el salmo 2 no enseñaba que Cristo
fuera un ser creado, sino que contenía la afirmación
de que resucitaría un día. Naturalmente somos muy

23
libres de preferir la interpretación de la Wachtower a
la del apóstol de los gentiles.
Digamos, finalmente, que el término “engendrar”
ni significa“crear” ni es contrario a la enseñanza de
la Trinidad. De hecho, el credo trinitario de Nicea
afirma que la persona del Hijo fue “engendrada y no
creada, de la misma naturaleza que el Padre”. Los
que creemos en la Trinidad creemos asimismo que
Cristo fue engendrado desde la eternidad de la misma
naturaleza que el Padre, pero que no fue creado.
Este texto apoyaría precisamente esa tesis, puesto
que en él no se dice que el Hijo fuera creado, sino
engendrado.
Hasta aquí hemos podido ver el nulo fundamento
que tiene afirmar que la Biblia niega la divinidad de
Cristo. Ahora bien, el que no haya argumentos en
contra no significa necesariamente que los haya a
favor. ¿Existen pruebas en el Nuevo Testamento de
que los primeros cristianos creyeran que Cristo era
Dios? A examinar esa cuestión dedicaremos las pró-
ximas páginas.

2. Según la Biblia, Cristo es Dios, y no un dios

Contra lo que piensan la mayoría de las personas


(y es error muy
repetido en diversas publicaciones),
los Testigos de Jehová no niegan la divinidad de Cris-
to, sino su plena divinidad. Es decir, para ellos Cristo
es un dios (o el arcángel san Miguel), pero no es
Dios. Nosotros intentaremos mostrar en las siguien-
tes páginas cómo la Biblia indica específicamente lo
contrario: Cristo es Dios, y no un dios. Las razones,
entre otras muchas, son las siguientes:

24
2.1. Cristo tiene títulos en el NT
que sólo son aplicables a Dios

Dios. La teología de
los Testigos, en realidad, es
Parte de la base de que existe un gran Dios
politeísta.
increado (Jehová), seguido por un dios inferior y crea-
do (Cristo) y por multitud de dioses de una categoría
aún más ínfima, como el diablo y los ángeles. La
enseñanza de la Biblia, por otra parte, es natural-
mente monoteísta: sólo hay un Dios, no ha habido
ninguno antes ni lo habrá después.
“Ustedes son mis testigos —
es la expresión de
Jehová —
aun mi siervo, a quien he escogido, para
que sepan y tengan fe en mí, y para que entiendan
que yo soy el mismo. Antes de mí no fue formado
Dios alguno y después de mí continuó sin que lo
hubiera” (Is 43,10) (VNM).
Este pasaje, conocido de memoria por todos los
adeptos de la Wachtower, ya que de él derivan su
nombre, contiene en su segunda parte una afirma-
ción que contradice tajantemente las enseñanzas de
aquélla. No enseña que hay un gran Dios (Jehová),
otro inferior y creado (el mesías) y una pléyade de
dioses a continuación, sino que sólo hay uno y ningu-
no más.
“Esto es que ha dicho Jehová, el Rey de Israel y
lo
elRecomprador de él, Jehová de los ejércitos: Yo
soy el primero y yo soy el último, y fuera de mí no
hay Dios” (Is 44,6) (VNM).
La afirmación es clara y contundente; pero choca
frontalmente con la teología de la Wachtower, que
enseña la existencia de varios dioses.
“Yo soy Jehová, y no hay ningún otro. Con la
excepción de mí no hay Dios..., no hay ningún otro;
no hay otro Dios” (Is 45,5,14) (VNM).
25
Naturalmente, los primeros cristianos creían lo mis-
mo que enseñó Isaías, y no la teología de la Wachto-
wer, que establece que hay varios dioses. Y no sólo
es que creían en un monoteísmo estricto (un solo
Dios y ningún otro más), sino que además afirmaron
que Cristo era ese Dios. Como esto resulta tan claro
y equivale a reconocer que la teología jehovista es
una farsa, los dirigentes de la Wachtower no han
tenido el más mínimo inconveniente en alterar la tra-
ducción de la mayoría de los pasajes donde se dice
que Cristo es Dios. A analizar algunos de éstos va-
mos a dedicarnos ahora.
a) Romanos 9,5. Dice
versión del texto griego:
la
“El Cristo según la cual es Dios bendito”.
carne, el
Pablo afirma tan claramente que Cristo es Dios ben-
dito, que la VNM
no ha tenido el menor reparo en
introducir una palabra entre corchetes en el texto
para desvirtuar tal afirmación. Dice así: el Cristo se-
gún la carne: Dios, que está sobre todos, (sea) ben-
dito para siempre.

Basta quitar de la VNM


el sea entre corchetes
para tener una afirmación clarísima de la divinidad de
Cristo.

b) Filipenses 2,5ss. “... Cristo Jesús, el cual exis-


tiendo en forma de Dios no se aferró a ser igual a
Dios”.
Pablo expresa con claridad: Cristo era igual (no
lo
inferior) a Dios,pero no se aferró a ello, sino que se
vació (ése es el significado literal del término griego
kenosis) para hacerse hombre y redimirnos en la
cruz. Pues bien, veamos cómo esta afirmación clarí-
sima ha sido desvirtuada en la versión del Nuevo
Mundo añadiendo de nuevo palabras que no están
en el original: "... Cristo Jesús, quien aunque existía

26
en la forma de Dios, no dio consideración a una usur-
pación, a saber: que debiera ser igual a Dios”.
Basta comparar la VNM
con otras traducciones
para comprobar lo viciado y lleno de prejuicios que
ha sido su método de trabajo, método que sólo bus-
caba defender a la secta, y no a la enseñanza de la
Biblia.
c) Colosenses 2,9. “Porque en él habita la pleni-

tud de la divinidad corporalmente”.


Contra lo que enseña la Wachtower, Pablo afirma
aquí que Cristo no es un dios o un mini-dios, sino que
en él habita corporalmente la plenitud de la divinidad.
Veamos cómo la VNM
ha intentado velar esta glorio-
sa verdad: “Porque en él mora corporalmente toda la
plenitud de la cualidad divina”
. Ahora bien, esta subversión del texto, a fin de cuen-
tas, sólo a medias consigue su objetivo, porque sólo
Dios puede tener cualidad divina; y hemos visto en
Isaías que sólo hay un Dios. Si en Cristo mora toda
la plenitud de la cualidad divina, es que es Dios, y no

un dios, como pretende la Wachtower.


d) Tito 2,13. “Esperando la feliz esperanza y ma-
nifestación de la gloria del gran Dios y salvador nues-
tro Jesucristo”.
es diáfano como el cristal. Pablo habla de
El texto
la maravillosa esperanza del creyente cristiano que

aguarda la venida de nuestro gran Dios y salvador


Jesucristo. De nuevo la VNM
ha introducido pala-
bras en el texto para privar a Cristo de su plena
divinidad: “Mientras aguardamos la feliz esperanza y
lagloriosa manifestación del gran Dios y del salvador
nuestro, Cristo Jesús”.
Con un descaro inexcusable, la Wachtower ha in-
troducido una palabra que no está en el texto griego,
para dejar a un lado a Dios y a otro al salvador Jesu-

27
cristo,cuando lo cierto es que el original prodiga los
dos atributos (Dios y salvador) a Cristo.
e)Hebreos 1,8. “Con respecto al Hijo: El trono
tuyo, oh Dios, por el tiempo del tiempo”
Este texto reviste una especial relevancia porque
en él es el propio Padre el que se dirige a la persona
del Hijo; y no lo hace para denominarlo Miguel (como
los testigos o los adventistas) ni un dios, sino Dios de
manera plena. Como imaginará el lector, también en
esta ocasión la VNM altera el texto añadiendo pala-
bras:“Pero respecto al Hijo: Dios es tu trono para
siempre jamás”
En fondo, sin embargo, esta burda falsificación
el
dice lo contrario de lo que pretende; porque, ¿quién
es mayor, el trono o el que se sienta en él? Pues bien,
si Dios es el trono del Hijo, éste debe ser, al menos,

tan grande como Dios.


f) 2Pedro 1,1. “...En justicia del Dios nuestro y
salvador Jesucristo”.
Como en Tit 2,13, de nuevo nos hallamos ante una
afirmación de que Cristo es Dios. Veamos cómo vier-
te el pasaje la VNM: “Por la justicia de nuestro Dios

y del salvador Jesucristo”.


Una vez más, añadiendo una palabra que no está
en el original, se altera todo el sentido de la frase,
privando a Cristo de la atribución que Pedro le hace
de su divinidad plena.Sin embargo, es curioso que en
el versículo 11 de este mismo capítulo de la primera

epístola de Pedro aparezca la misma construcción


gramatical; pero esta vez la Wachtower la ha tradu-
cido bien (“de nuestro Señor y salvador Jesucristo”),
porque no une a Cristo con el título de Dios. Resulta
vergonzoso el contemplar cómo puede haber perso-
nas con tan pocos escrúpulos morales como para

28
alterar el texto sagrado a de defender con más
fin
facilidad sus doctrinas.
9) Juan 1,1. Sin duda, es ésta la falsificación más
conocida de todas las que pueblan las páginas de la
VNM. Dice así: “En (el) principio la Palabra era, y la
Palabra estaba con Dios y la Palabra era un dios”.
Basta ir al texto griego original para comprender
que se trata de una burda artimaña, consistente en
intercalar una palabra que no está en el evangelio de
Juan a fin de negar la divinidad de Cristo.
“En principio existía la Palabra, y la Palabra estaba
con el Dios y Dios era la Palabra”.
Naturalmente, el pasaje en griego es tan claro que
la Wachtower se ha visto obligada a recurrir al poco

airoso método de inventarse una regla gramatical


para justificar la barbaridad lingüística y teológica que
implica su traducción. Según la Wachtower, en griego
no existe palabra para indicar la idea de “uno”, y, por
lo tanto, cuando una palabra no lleva el artículo de-
terminado (jo, je, to, en griego; el, la, lo, en castellano)
debe colocarse delante la palabra “un, una”. Esta
regla es falsa; pero lo peor es que ni siquiera la Wach-
tower (pese a ser su inventora) la sigue:
a’) En griego sí hay palabras para expresar la
idea de “uno, una” sin que tenga que suplirlas el
traductor. Una de ellas es eis, mía, en (uno, una,
uno), que Juan utiliza repetidas veces; v.gr.: Jn 1,40;
6,8.22; 70,71; 7,21.50; 9,25; 10,16.30; 11,49-50.52;
12,2.4; 13,21.23; 17,11.21.22.23; 18,14. 22.26.39; 19,34,
etcétera; la otra es (uno-a-o o alguno-a-o), que
tis, ti

también es utilizada repetidas veces en el Nuevo Tes-


tamento. Si Juan hubiera deseado decir que la Pala-
bra (Cristo) era un dios, hubiera recurrido con toda
seguridad al empleo de eis o de tis.
b’) La ausencia de artículo determinado ni siquie-

29
ra es suplida por “un” en la misma Wachtower. Fijé-
monos a título de ejemplo en el mismo capítulo 1 del
evangelio de Juan. En el versículo 6 se nos dice que
un hombre (Juan el Bautista) fue enviado por Dios, y
esta palabra va sin artículo determinado; no obstante
la Wachtower no ha traducido “representante de un
dios”, sino “representante de Dios”. En el versículo
12 se nos habla de cómo llegar a ser hijos de Dios.
Ahora bien, la palabra Dios va sin artículo determina-
do; pero la Wachtower no ha traducido “hijos de un
dios”, sino “hijos de Dios”. En el versículo 13, una
vez más, la palabra “Dios” va desprovista de artículo
determinado; pero la Wachtower no traduce “volun-
tad de un dios”, sino “de Dios”. Podríamos aducir
más ejemplos; pero sinceramente éstos nos parecen
suficientes para mostrar que la “regla” citada por la
Wachtower no sólo no existe, sino que incluso no es
aplicada por ella misma para no caer en el ridículo
más absoluto.
c’) La construcción poética de Jn 1,1 no permite
traducir “un dios”. Los dieciocho primeros versículos
del evangelio de Juan formaron en su conjunto un
canto (muy posiblemente antifonal) que se utilizaba
en las reuniones de la Iglesia primitiva. Tenía por ello
una estructura (muy clara en los tres primeros ver-
sículos) de especial belleza, puesto que cada frase
terminaba con la misma palabra con que empezaba
la siguiente: “En principio era la Palabra, y la Palabra
era con el Dios, y Dios era la Palabra”.
Esta construcción además hacía girar su encanto
(y su impresionante vigor) en torno al hecho de que
lapalabra con que concluía una frase y comenzaba la
siguiente tenía el mismo valor, contenido y significa-
do. Por esto el “Dios” del final del versículo 1 nunca
podía ser “un dios”, sino la palabra “Dios”, con su

30
mismo contenido y fuerza con que concluía la frase
anterior.
Examinadotexto de Jn 1,1, en la
el se des- VNM
cubre, por lo tanto, no sólo una falta de conocimiento
mínimo de la lengua en que se redactó el Nuevo
Testamento, sino también una carencia de honesti-
dad por la que no ha tenido reparo, una vez más, en
alterar la Escritura para hacerla encajar en sus posi-
ciones doctrinales preconcebidas.
Vamos a concluir con lo referente a este texto.
Antes, no obstante, desearía hacer una breve refe-
rencia al origen de esta traducción penosa del glorio-
so pasaje de Jn 1,1. Cuando los testigos intentan
mostrar que no son los únicos en haber traducido el
pasaje de Jn 1,1 de esta manera sólo pueden (y es
normal) citar un Nuevo Testamento no editado por
ellos que contenga una versión similar 2 Me estoy .

refiriendo al Nuevo Testamento de Greber.


¿Quién era Johannes Greber? La Wachtower lo
ha presentado a sus adeptos como un sacerdote ca-
tólico, pero esto es sólo una verdad a medias. Greber
fue efectivamente un sacerdote católico; pero aban-
donó la Iglesia católica para entrar en círculos espiri-
tistas. Su propio Nuevo Testamento está cortado so-
bre la base de la teología espiritista y, según dice la
introducción del mismo, fueron los espíritus los que
le dijeron cómo traducir. Cito de la misma: “Muchas

contradicciones entre lo que aparece en los rollos


antiguos y el Nuevo Testamento surgieron y fueron
tema de sus (de Greber) oraciones constantes pidien-
do guía, oraciones que fueron contestadas y las dis-

2
Este Nuevo Testamento de Johannes Greber aparece citado por
la Wachtower para apoyar su traducción, por citar algún ejemplo, en
el libro Asegúrense de todas las cosas, Brooklyn 1965, 489, y en el
folleto La Palabra ¿quién es él?, Brooklyn 1962, 5.

31
crepancias clarificadas por el Espíritu mundial de
Dios... Su esposa (la de Greber), una médium del
Espíritu mundial de Dios, fue a menudo el instrumen-
to para dar las respuestas correctas de los Mensaje-
ros de Dios al pastor Greber” 3 .

No deja de ser curioso que el único autor que


tradujo Jn 1,1 como la Wachtower fuera un ex-
sacerdote que colgó la sotana para casarse con una
médium y que dejó una versión del Nuevo Testamen-
to que no se basaba precisamente en el estudio de
los textos, sino en las instrucciones que recibía en
sesiones de espiritismo.
¿Sabe esto la Wachtower? La respuesta es afirma-
tiva. En la Atalaya del 15 de febrero de 1956, páginas
110-111, se afirma en el párrafo 11: “Está muy claro
que los espíritus en los que el ex sacerdote Greber
cree lo ayudaron en su traducción”. Una afirmación
similar se contiene asimismo en la Atalaya del 1 de
abril de 1983, página 31 4 .

Cabría preguntarse qué clase de dirigentes tiene la


secta de Brooklyn. No sólo porque están dispuestos
a tergiversar el texto sagrado añadiéndole palabras
que no aparecen en el mismo, sino porque también

3 De
hecho, yo sostengo la tesis de que la VNM no es sino una copia
descarada de la traducción espiritista de Greber, como puede verse
con facilidad comparando ambas versiones. La de Greber puede obte-
nerse solicitándola a la Johannes Greber Memorial Foundation, 139
Hillside Avenue, Teaneck, NJ, 07666. USA.
4
Existe un argumento de tipo histórico teológico adicional en favor
de que Juan quería señalar la plena divinidad de Cristo al escribir el
primer versículo de su evangelio. Me estoy refiriendo a la utilización del
término “Palabra” para definir al Cristo preexistente. Este mismo tér-
mino era utilizado en los targumim (comentarios interpretativos del
Antiguo Testamento) en arameo para referirse a Yavé. De manera que
para decir que Yavé creó los cielos y la tierra se indica que Memra (la
Palabra) creó los cielos y la tierra, etc. Ese mismo Yavé, según Juan,
era el que se había hecho carne para salvarnos.

32
se atreven a inventar reglas gramaticales que no exis-
ten y que ellos mismos no respetan, buscando como
único apoyo una versión del Nuevo Testamento ca-
rente de base científica y que, según confiesan en sus
publicaciones, es obra de espíritus. Todo esto, no lo
olvidemos, para negar la grandiosa verdad de la en-
carnación de Dios en la persona de Cristo a fin de
redimirnos. ¿Realmente se puede confiar en una or-
ganización así?
Podríamos presentar ahora más textos falseados;
pero vamos a citar sólo dos más en los que la Wach-
tower, sin darse cuenta, ha permitido que en la VNM
los apóstoles llamaran Dios a Jesús. Nos referimos a
Jn 20,28 y lJn 5,20. “Dijo entonces a Tomás: Pon tu
dedo aquí y ve mis manos, y toma tu mano y métela
en mi costado, y deja de ser incrédulo y hazte cre-
yente. En contestación Tomás le dijo: Mi Señor y mi
Dios” (Jn 20,27-28) (VNM). “...Jesucristo. Este es el
Dios verdadero y vida eterna” (lJn 5,20) (VNM).
La experiencia de la resurrección corporal de Je-
sús (que también niegan los testigos) significó un
auténtico impulso espiritual para sus desolados discí-
pulos. Tomás, el que había dudado, supo desde ese
momento que el galileo con el que había compartido
los años anteriores era Dios y Señor. Lo mismo afir-
maba el apóstol Juan años después.
Ahora bien, todos los apóstoles eran judíos. Cono-
cían las Escrituras y las palabras de Isaías en el sen-
tido de que sólo había un Dios. O bien se equivoca-
ban al afirmar que Jesús era Dios y le denominaban
así cuando sólo era un dios (y en ese caso la Wach-
tower tendría razón doctrinalmente hablando) o bien
tenían razón al identificar a Cristo con el Dios del
que habló Isaías: el único Dios, antes del cual no
hubo ninguno y después del cual tampoco habría
33
otro. Si los apóstoles tenían razón, lo cierto es que la
Wachtower está equivocada trágicamente. El autor
de estas líneas no se avergüenza en decir que cree en
los apóstoles, aunque eso signifique considerar a la
Wachtower y sus doctrinas una farsa total.

Jehová. Precisamente como los primeros cristia-


nos vieron en Jesús al Dios del Antiguo Testamento
encarnado, no dudaron en referir al mismo multitud
de textos cuyo protagonista en el Antiguo Testamen-
to era Jehová 5 Como en otros casos del libro, un
.

análisis en profundidad del tema requeriría una ex-


tensa monografía; pero vamos a intentar al menos
mencionar alguno de los pasajes a título de ejemplo.
a) Cristo es Jehová vendido por treinta monedas
de plata: “Entonces les dije: Si es bueno a sus ojos,
den(me) mi salario; pero si no, absténganse. Y pro-
cedieron a pagar mi salario, treinta piezas de pla-
ta. Ante aquello, Jehová me dijo: Tíralo al tesoro...
el valor majestuoso con el cual he sido evaluado”

(Zac 11,12-13).
Sabido es que el Nuevo Testamento aplica este
pasaje a Cristo como una profecía cumplida en él.
¿Se equivocaban los primeros cristianos al decir que
Cristo era el Jehová de Zacarías evaluado en treinta
monedas de plata, o yerran los testigos de hoy al
negarlo?
b) Cristo es Jehová precedido por Juan el Bau-

5
Como seguramente sabrá el lector, la vocalización “Jehová” es
totalmente incorrecta. El tetragramaton (o cuatro letras: YHVH) de
uno de los nombres de Dios en el Antiguo Testamento (no el único,
como pretenden los testigos); posiblemente se debiera vocalizar con
“a” y “e”, dando como resultado la forma “Yahveh”. Lo que sí es
seguro es que no se pronunciaba Jehová. Aquí hemos respetado esta
errónea vocalización para conservar la fuerza de los argumentos en
relación con los adeptos de la secta de la Wachtower.

34
“Escuchen. Alguien está clamando en el desier-
tista:
to: Despejen el camino de Jehová. Hagan recta la
calzada para nuestro Dios a través de la llanura de-
sértica” (Is 40,3) (VNM).
La profecía de Isaías era clara: una voz aparecería
en el desierto para ser precursora de la venida de
Jehová Dios. Los evangelistas vieron en el texto del
profeta judío una profecía que se cumplió cuando
Juan el Bautista precedió a Jesús. Si Juan fue la voz
en el desierto, Jesús debía ser Jehová Dios. ¿Se equi-
vocó Isaías al profetizar la venida de Jehová, cuando
en realidad vino solamente un dios? ¿Se equivocaron
los apóstoles al considerar que la profecía se había
cumplido, cuando en realidad no era así, porque en
vez de Jehová vino un dios, o se equivoca la Wach-
tower porque no se equivocó Isaías ni los primeros
cristianos, y, efectivamente, quien vino fue Jehová
Dios precedido por Juan el Bautista?
c) Cristo es Jehová traspasado: Zac 12,10 cons-
tituye uno de los pasajes más enigmáticos de todo el
Antiguo Testamento. Yavé (o Jehová) se está diri-
giendo al profeta y de pronto le anuncia algo que
suena realmente extraño: le traspasarían y en tal si-
tuación le contemplarían los hijos de Israel; Jehová
traspasado: “Y mirarán a mí, a quien traspasaron”.
Es sabido que los primeros cristianos vieron en
este pasaje una referencia a Cristo alanceado en la
cruz. Ahora bien, ¿se equivocaban al considerar que
el Jehová traspasado era Cristo o lo hace la Wachto-
wer al negarlo? Mucho nos tememos que si alguien
se ha equivocado no fueron los apóstoles; y es que
en la mente de ellos seguramente sonaba la pro-
fecía gloriosa de Is 35,4: “Dios mismo vendrá y os
salvará”.
Lástima que verdad tan gloriosa haya sido sustitui-

35
da en la teología de la Wachtower por el espectáculo
de un arcángel que se hace hombre para salvar a la
humanidad.

Salvador. Y es que de aceptar que Cristo no es


Dios nos encontraríamos con el problema de que
tenemos dos salvadores: Jehová y Cristo. Nada más
lejano al pensamiento bíblico. Precisamente la Escri-
tura nos dice: “Yo... yo soy Jehová, y fuera de mí no
hay salvador” (Is 43,11).
Pues bien, los autores del Nuevo Testamento dicen
que nuestro salvador es Cristo (2Tim 1,10). Para los
que creemos que Cristo es Dios no hay contradic-
ción; pero para la Wachtower es cuestión de explicar
si Isaías se equivocó o si lo hicieron los primeros

cristianos..., a menos que reconozcan que son ellos


los errados.

El primero y el último. Otro título de Jehová que


los autores del Nuevo Testamento no tuvieron nin-
gún problema en aplicar a Jesús fue el de “el primero
y el último”, que en el Antiguo se dirigía a Jehová
(Is 44,6). Así se nos dice: “Yo soy el Alfa y la Omega,

el primero y el último, el principio y el fin. Felices son

los que lavan sus ropas largas, para que sea suya la
autoridad (de ir) a los árboles de la vida, y para que
consigan entrada en la ciudad por sus puertas. Afuera
están los perros y los que practican espiritismo y los
fornicadores y los asesinos y los idólatras y todo
aquel a quien le gusta la mentira y se ocupa de ella.
Yo, Jesús, envié a mi ángel para darles a ustedes
testimonio de estas cosas para las congregaciones”
(Ap 22,13-16).
¿Mentía y se equivocaba (y además blasfemaba) el
autor de Apocalipsis al atribuirle a Jesús un título de

36
Jehová, puesto que Cristo es solo un dios, o es la
teología de la Wachtower la equivocada al respecto?

El creador. Desde luego, si los primeros cristianos


se equivocaban en su evaluación de quién fue Jesús,
su error llegó a alcanzar cotas de delirio, porque lo
identificaroncon el único creador del universo; y eso
cuando Antiguo Testamento señala que Dios, sin
el
ningún tipo de colaboración, creó todo. Veamos:
“Esto es lo que ha dicho Jehová, tu Recomprador
y el Formador de ti desde el vientre: Yo, Jehová,
estoy haciendo todo, extendiendo los cielos, yo solo,
tendiendo la tierra. ¿Quién estuvo conmigo?”
(Is44,24) (VNM).
“Yo mismo he hecho la tierra y he creado aun al
hombre sobre ella. Yo..., mis propias manos han ex-
tendido los cielos” (Is 45,12).
Los apóstoles eran judíos, conocían estos pasajes,
sabían que Dios no había utilizado ayudantes, instru-
mentos o intermediarios en su obra de creación. Si
Cristo no era Dios, ¿por qué afirmaron que había
creado todo?
“En el principio existía aquel que es la Palabra, y
aquel que es la Palabra estaba con Dios y era Dios.
Él estaba en el principio con Dios. Todo fue hecho
por él, y sin él nada se hizo... Y aquel que es la
Palabra se hizo carne y habitó entre nosotros”
(Jn 1,1-3. 14a) (EP).
“Porque por él mismo fueron creadas todas las
cosas, las de los cielos y las de la tierra, lo invisible y
lo visible, tanto los tronos como las dominaciones,
los principados como las potestades; absoluntamente
todo fue creado por él y para él; y él mismo existe
antes que todas las cosas y todas subsisten en él”
(Col 1,16-17) (EP).

37
¿Disparataban Pablo y Juan al afirmar que Cristo
era el único creador del universo, el Jehová creador,
delque escribió Isaías, o más bien disparata la Wach-
tower al negarlo?

El “Yo Soy”. De hecho, esta consciencia que tenían


los primeros cristianos de que Cristo era el Dios re-
velado en el Antiguo Testamento al pueblo de Israel
no arrancó de su especulación personal, sino del re-
cuerdo de las propias enseñanzas de Jesús. Quizá
una de las afirmaciones más categóricas de éste al
respecto fue la de apropiarse la denominación con la
que Yavé se presentó ante Moisés cuando le enco-
mendó su misión de liberar a Israel de la esclavitud
de Egipto. Examinemos el texto directamente:
“Moisés dijo a Dios: Bien, yo me presentaré a los
israelitas y les diré: El Dios de nuestros padres me ha
enviado a vosotros. Pero si ellos me preguntan: ¿cuál
es su nombre?, ¿qué les responderé? Dios dijo a Moi-
sés: Yo soy el que soy. Así responderás a los israeli-
tas: Yo soy me ha enviado a vosotros” (Éx 3,13-14)
(EP).
aparece claro en cuanto a la descripción
El texto
del episodio. Moisés interroga a Yavé sobre el nom-
bre con que debe presentarle a los hijos de Israel, y
Dios le responde que ese nombre es “Yo soy”.
Pues bien, Jesús se aplicó ese mismo apelativo:
“Ya os he dicho que moriréis en vuestros pecados,
porque si no creéis que yo soy, moriréis en vuestros
pecados” (Jn 8,24) (BJ) (Tanto la traducción de Edi-
ciones Paulinas como la Nueva Biblia Española han
vertido: “que yo soy el que soy” lo que recoge a la
perfección el sentido del texto original desde mi pun-
to de vista).
La afirmación de Jesús era impresionante: si no

38
creían que él era el mismo Dios que se apareció a
Moisés anunciándole la liberación, morirían en sus
pecados. No es de extrañar que aquella pretensión
dividiera a sus oyentes de manera radical, unos cre-
yeron (Jn 8,30), otros intentaron matarlo (Jn 8,59).
Naturalmente, los pasajes mantienen entre sí una
relación tan evidente que la Wachtower sólo podía
alterarlos en la VNM. Así el “Yo Soy” de Éx 3,14 es
vertido: “Yo resultaré ser”, aunque el hebreo dice
hyh, es decir, Yo soy. De la misma manera, en la
VNM, Jn 8,24 es vertido como “yo soy ése”, aunque
el griego dice ego eimi, es decir, “Yo Soy”.

¿Puede alguien dudar de que no nos encontramos


ante la casualidad, sino ante una política seguida me-
tódicamente para extirpar de la VNM todas las seña-
les de que Cristo es Dios?

El Señor. Otro de Yavé en la


los títulos ligados a
tradición de Israel fue de “el Señor”. Tan estrecha-
el
mente estaba en la mente de los judíos que sólo había
un Señor y que era Yavé, que en la traducción del
Antiguo Testamento al griego conocida como la Bi-
blia de los Setenta o Septuaginta Yavé es sustituido
siempre por la palabra griega kyrios (Señor); y lo
mismo sucedía en el servicio sinagogal en hebreo,
donde en vez de Yavé se denominaba a Dios Adonai
(Señor). Con este trasfondo es fácil adivinar cómo
entenderían los judíos contemporáneos de Jesús la
afirmación de que éste era el Señor.
Tan claro también ha quedado para la Wachtower
el alcance de esta afirmación por parte de los autores
del Nuevo Testamento, que ha cometido el impensa-
ble despropósito de sustituir la palabra original kyrios
(Señor) por la de Jehová en docenas de textos. Que
con esto se ha perseguido privar a Cristo de la gloria

39
que merece su plena divinidad quedará de manifiesto
con el texto de la VNM que, a título de ejemplo,
reproduzco a continuación. Dice así: “El que observa
el día, lo observa para Jehová (en el original, la pala-

bra es kyríos = Señor). También, el que come, come


para Jehová (en el original kyrios = Señor), pues da
gracias a Dios; y el que no come, no come para
Jehová (en el original kyrios = Señor), y sin embargo
da gracias a Dios. Ninguno de nosotros, de hecho,
vive con respecto a sí mismo únicamente, y ninguno
muere con respecto a sí mismo únicamente; pues
tanto si vivimos, vivimos para Jehová (en el original
kyrios = Señor), como si morimos, morimos para Je-
hová (en el original kyrios — Señor). Por consiguiente,
tanto si vivimos como si morimos, pertenecemos a
Jehová (en el original kyrios = Señor). Porque con
este fin murió Cristo y volvió a vivir otra vez para
ser.... (aquí esperaríamos que dijera “Jehová”, cam-

biando la palabra kyrios del original, como ha hecho


en los versículos anteriores; pero dice:...) Señor tanto
sobre los muertos como sobre los vivos” (Rom 14,
6-9) (VNM).
No es, pues cierto, como pretende la Wachtower,
que al sustituir “Señor” por “Jehová” en el Nuevo
Testamento realiza un intento de restaurar la pureza
del texto original. No lo es porque ni un solo manus-
crito del Nuevo Testamento contiene la palabra Je-
hová. No lo es porque no se ha hecho siempre y de
manera consecuente (en el caso citado arriba diría,
por ejemplo, que Cristo es Jehová, y una afirmación
así conmovería hasta sus cimientos la teología de la
Wachtower). No lo es, porque lo que se persigue
realmente es ocultar el efecto impresionante que tie-
ne en el Nuevo Testamento denominar a Jesús con
el título de kyrios (Señor), el mismo que en su época

40
se daba a Yavé. Por lo tanto, la Wachtower no ha
buscado que entendieran los lectores de la VNM el
mensaje del Nuevo Testamento de manera clara, sino
ocultarles de forma consciente y metódica la maravi-
llosa buena nueva de que el Dios de la historia se ha
encarnado en Cristo para salvarnos.

El nombre salvador. ¿Qué tiene, pues, de extraño


que, contra lo que pretenden los adeptos de la Wach-
tower, los primeros cristianos fueran conocidos no
como “jehovistas” o “Testigos de Jehová”, sino por
el nombre del que ellos creían que era Dios encarna-
do: Cristo?
Tampoco resulta extraño el hecho de que conside-
raran que el nombre salvador era el de Cristo (y, no
obstante, no mencionaran nunca el de Jehová, como
pretende la Wachtower). El mismo Pedro, el primero
de los apóstoles, lo dejó bien claro cuando se vio
conducido ante las autoridades religiosas de Israel:
“Jesucristo el Nazareno... Ésta es la piedra que fue
tratada por ustedes los edificadores como de ningún
valor, que ha llegado a ser cabeza de ángulo. Ade-
más, no hay salvación en ningún otro, porque no hay
otro nombre debajo del cielo que se haya dado entre
los hombres mediante el cual tengamos que ser sal-
vos” (He 4,10-12) (VNM).
Quizá Pedro se equivocaba, quizá no era cierto
que el nombre de Jesús es el único por medio del
cual podemos salvarnos, quizá no es cierto que no
hay salvación en otro salvo en Cristo, quizá...; pero
para el autor de estas líneas la autoridad doctrinal de
Pedro es incomparablemente superior a la de los di-
rigentes de laWachtower.
Podríamos continuar todavía con otros títulos y
atributos de Jehová que los primeros cristianos apli-

41
carón a Cristo, pero creo que con lo ya expuesto
queda suficientemente probada la tesis que deseába-
mos demostrar.

2.2. En la Biblia Cristo es adorado


no como un dios, sino como Dios

Por todo lo que hemos visto en el apartado b), no


es de extrañar que reverencia, adoración y gloria
la

que los primeros cristianos dirigían a Jesús fueran las


del mismo Dios, y no las de un dios. Veámoslo.

Es adorado. En el pensamiento del Antiguo Testa-


mento la idea de adorar a un ser que no fuera Dios
mandato divi-
resultaba sencillamente abominable. El
no establecía que sólo se podía adorar a Yavé
(Dt 6,13; 10,20), y así se lo repitió Jesús al diablo
cuando éste le pidió que le adorara (Le 4,8). La pala-

bra utilizada en este texto para indicar adoración es


el verbo griego proskyneo. Como era de esperar, la
Wachtower ha traducido proskyneo por adorar cuan-
do se refiere al Padre, v.gr.: Le 4,8; pero cuando iba
referido a Cristo lo ha vertido “rendir homenaje” para
ocultar el hecho de que éste fue adorado por los
primeros cristianos. Así, Mt 28,17 dice: “Y viéndole
le adoraron (proskynesan)”.

Y Le 24,52 señala: “Y ellos, adorándole (proskyné-


santes), volvieron a Jerusalén”.
Otros ejemplos de ese empleo del término “adorar”
(proskyneo) en relación a Jesús los tenemos, por
ejemplo, en Mt 2,2.8 y 11, o Jn 9,38. En todos los
casos, la Wachtower ha vertido por “rendir homena-
je”, ocultando la adoración de Jesús.
Hemos tenido ocasión de ver antes cómo las pro-
42
pias artimañas de la Wachtower no siempre son per-
fectas y que se les había pasado por alto un par de
textos (Jn 20,28 y lJn 5,20), en que se dice que Cris-
to es Dios. Lo mismo sucedió en el pasado con una
cita en la que se habla de adorar a Jesús. Me estoy
refiriendo a Heb 1,6. La VNM traducía así: “Pero
cuando introduce de nuevo a su primogénito en la
tierra habitada, dice: Y que todos los ángeles de Dios
le adoren”.
Tan claramente dejaba de manifiesto el texto que
los mismos ángeles adoraban a Jesús, que en la edi-
ción de la VNM de 1987 el texto se cambió. Ahora
dice: “le rindan homenaje”.
Conductas como éstas dejan bien de manifiesto
que no hay error de buena fe o simple ignorancia en
la actuación de los dirigentes de la Wachtower. Existe
un propósito firme y premeditado de negar la plena
divinidad de Cristo, aunque para ello se tenga que
recurrir a la mentira, al fraude de traducción o al
Nuevo Testamento de un espiritista. Una conducta
así,desprovista de toda ética, no puede pretender
sinceramente que procede de gente sincera y cristia-
na que ama la Biblia y que se somete a las enseñanzas
de la misma.

Es honrado como el Padre. No se puede aducir


(como han pretendido algunos autores) que la honra
y adoración que se prodigaba a Jesús era algo que
arrancaba de mentes calenturientas que no le habían
comprendido bien. El evangelista Juan señala que tal
conducta partía de las mismas palabras de Jesús.
Leemos en Jn 5,23: “Porque el Padre no juzga a na-
die, sino que ha encargado todo el juicio al Hijo, para
que todos honren al Hijo así como honran al Padre.
El que no honra al Hijo no honra al Padre” (VNM).

43
La expresión griega que la VNM traduce por “así
como” es kazós, que equivale a “de la misma mane-
ra”, “exactamente igual”. Pero ¿cómo sería posible
esto si Cristo es sólo un dios, y el Padre es Dios?
¿Acaso no será porque precisamente no es así, por-
que precisamente el Padre y el Hijo son Dios? Cree-
mos que eso es lo que se desprende no sólo del
texto, sino del contexto del Nuevo Testamento.

Ante él se dobla la rodilla. Por ello no debería


extrañarnos que se doble la rodilla en el Nuevo Tes-
tamento no sólo ante el Padre (Ef 3,14) sino también
ante el Hijo: “... para que en el nombre de Jesús se
doble toda rodilla de los (que están) en el cielo y de
los (que están) sobre la tierra y de los (que están)
debajo del suelo” (Flp 2,9) (VNM).

Recibe gloría. En el fondo de toda esta visión de


profunda adoración de Cristo que caracteriza al cris-
tianismo neotestamentario lo que subyace, pues, es
la consciencia de que Cristo es el mismo Yavé, y por
ello es digno de recibir ia gloria que sólo se puede
tributar a aquél. Que esta gloria no podía tributarse
a nadie más se desprendía con claridad del Antiguo
Testamento: “Yo soy Jehová. Ese es mi nombre, y a
ningún otro daré yo mi propia gloria, ni mi alabanza
a imágenes esculpidas” (Is 42,8) (VNM) “... a ningún
otro daré mi propia gloria” (Is 48,11) (VNM).
Lo cierto, sin embargo, es que Juan afirma que la
gloria de Jesús es la misma que la de Jehová. Veá-
moslo: “...Jesús habló estas cosas y se fue y se es-
condió de ellos. Pero aunque había ejecutado tantas
señales delante de ellos, no ponían fe en él, de modo
que se cumplió la palabra de Isaías el profeta, que él
dijo: Jehová, ¿quién ha puesto fe en la cosa oída por

44
nosotros? Y en cuanto al brazo de Jehová, ¿a quién
ha sido revelado? La razón por la cual no podían
creer es que otra vez dijo Isaías: Él les ha cegado los
ojos y ha hecho duro su corazón, para que no vean
con los ojos y se vuelvan y yo los sane. Isaías dijo
estas cosas porque vio su gloria y habló de él. Con
todo, hasta de los gobernantes muchos realmente
pusieron fe en él, pero a causa de los fariseos no lo
confesaban, para no ser expulsados de la sinagoga”
(Jn 12,36b-42) (VNM).
El evangelio de Juan intenta en este pasaje explicar
por qué muchos de los judíos no llegaron a creer en
Jesús. Su tesis es que tal hecho ya estaba profetizado
por Isaías, que, cuando vio la gloria de Jesús, anunció
que los corazones de los judíos se cegarían y su co-
razón se endurecería. Ahora bien, el pasaje a que
hace referencia Juan es el de Is 6,1-10, en el que
Isaías vio... al propio Jehová. Caben dos posibilida-
des: o bien Juan se equivocaba al decir que la gloria
de Cristo era la de Jehová y además cometía un
error blasfemo porque le atribuía algo que no le co-
rrespondía (en cuyo caso la Wachtower tendría ra-
zón), o bien Juan era consciente de lo que estaba
escribiendo, ya que identificaba a Cristo con Jehová
y no veía dificultad en atribuirle la misma gloria. En
tal caso, empero, la Wachtower estaría equivocada.
El autor de estas líneas cree, en su modesto entender,
que Juan el evangelista es mucho más digno de con-
fianza que la Wachtower.
En buena medida, la experiencia de Juan fue como
la de Tomás. Él había visto morir a Jesús de cerca,
muy de cerca, porque fue el único de los doce que no
se ocultó y que permaneció al pie de la cruz con
María y otras mujeres. Pero también asistió luego a
su resurrección, y pudo comprobar que las afirma-

45
dones de Jesús en el sentido de que él mismo se

resucitaría se cumplían fielmente: Jesús les dijo:


Derriben este templo y en tres días lo levantaré...
pero él hablaba del templo de su cuerpo. Sin embar-
go, cuando fue levantado de entre los muertos, sus
discípulos recordaron que él solía decir esto; y creye-
ron la Escritura y el dicho que Jesús dijo” (Jn 2,19-
22) (VNM).
¿Quién podría morir como hombre para luego le-
vantar ese propio cuerpo de entre los muertos? ¿Aca-
so un dios creado, un arcángel, un mini-dios, o sólo
el propio Dios creador de la vida?

Citemos, finalmente, un pasaje más en el que la


Wachtower ha pretendido privar a Cristo de su glo-
ria. Se trata de 2Cor 4,4: “En los cuales el dios del

mundo este cegó las mentes de los incrédulos para


que no brille la luz del evangelio de la gloria del Cristo,
que es imagen de Dios”.
El pasaje reviste una especial importancia por va-
rios aspectos. En primer lugar hay que señalar que
Pablo indica un plan diabólico, que consiste en que
Satanás, al que el mundo en realidad ha convertido
en su dios, ha cegado la mente de los incrédulos para
que no vean la luz que proporciona el evangelio. Este
evangelio trata acerca de la gloria de Cristo. Pues
bien, la traducción del NM quita a Cristo
la gloria
para dársela a las buenas nuevas: “Entre quienes el
dios de este sistema de cosas ha cegado las mentes
de los incrédulos, para que no pase (a ellos) la ilumi-
nación de las gloriosas buenas nuevas acerca del Cris-
to” (VNM).
Decididamente, la Wachtower no sabe cómo alte-
rarel texto sagrado para privar a Cristo de su divini-

dad y gloria, tarea que Pablo en este pasaje atribuye


al mismo Satanás.
46
En segundo lugar, este pasaje reviste relevancia
porque es utilizado por la Wachtower para probar
que Cristo es un dios..., al igual que lo es también el
diablo. Ahora bien, este texto no pretende que el
diablo sea un dios, sino que este mundo lo ha conver-
tido, consciente o inconscientemente, en tal. De la
misma manera, Pablo dice en Flp 3,19 que muchos
tienen a su vientre como Dios; pero eso no indica
que el vientre sea un dios, sino que algunos lo han
convertido en tal con su conducta. Por lo tanto, in-
tentar utilizar este pasaje como base sobre la que
apoyar la existencia de muchos dioses es una impo-
sibilidad exegética.
Por último, el pasaje hace referencia a Cristo como
imagen de Dios, algo que la Wachtower, siempre
ansiosa de llevar el agua de la Biblia al molino de sus
prejuicios, interpreta en el sentido de que Cristo es
una imagen, pero no el mismo Dios. Lo cierto, sin
embargo, es que en el griego koiné, en que se escribió
este pasaje, el término eikon indica no representación
plástica, sino “manifestación autorizada”. Es decir, lo
que el apóstol pretende enseñarnos es que Cristo es
la única manifestación autorizada y legítima de Dios

que conocemos. Precisamente eso mismo creemos


los que confesamos el dogma de la Trinidad: que
Cristo no es un dios, sino la manifestación real de
Dios.

3. El mesías-Dios en el judaismo

El cristianismo significó un choque emocional y


espiritual de magnitudes incalculables para el pueblo
de Israel. Jesús, su familia, sus primeros discípulos,
fueron judíos. Él pretendía ser mesías, pero de una

47
manera que cuestionaba hasta su misma raíz la exis-
tencia del status religioso judío, porque Jesús tam-
bién decía que “Dios era su padre, haciéndose así
igual a Dios” (Jn 5,18).
Apenas muerto Jesús, los conflictos entre cristia-
nismo y judaismo comenzaron a recrudecerse de nue-
vo. Unas décadas después, los judíos que eran cris-
tianos eran expulsados, de forma generalizada esta
vez, de las sinagogas, y la propia teología judía expe-
rimentó una profunda revisión precisamente para pri-
var de argumentos al cristianismo. De esta manera,
eljudaismo arrojó por la borda multitud de corrientes
e interpretaciones que había en su seno (la de que el
mesías sufriría, la de que el mesías sería Dios, etc.),
y el cristianismo, como reacción, empezó a delimitar
su oposición judaismo 6 No obstante lo anterior,
al .

se han conservado algunos vestigios que indican cómo


la idea de que el mesías sería Dios era algo corriente

en la época en que surgió el cristianismo, y que,


además, aunque apagadamente, tal idea se conservó
en algunos círculos poscristianos. Veamos algún ejem-
plo: “Dios le llamó (al mesías) con seis nombres que
él dice en relación consigo mismo: Porque un niño

nos ha nacido, se nos ha dado un hijo; y el gobierno


estará sobre su hombro; y su nombre será maravillo-
so, consejero, Dios, fuerte, padre eterno, príncipe de
paz (se está citando aquí Is 9,5-6). De manera que lo
llamó Dios de una manera distintiva” (Iggereth Te-

6 He
delimitado este conflicto en mi artículo, escrito en colaboración
con Fernández Uriel, titulado “Anavim, apocalípticos y helenis-
Pilar
tas”, en homenaje a José María Blázquez, Madrid 1990. Un estudio
más a fondo del tema en J. Jocz, The jewish people and Jesús Christ,
Grand Rapids, 1979, donde queda de manifiesto cómo el judaismo
—tal como se forjó en la época de la redacción del Talmud — fue
principalmente un intento de los judíos de oponerse sólidamente al
cristianismo.

48
man; rabí Moisés ben Maimón escribiendo a Jacob
Alfajumi).
“¿Cuál es el nombre del rey mesías? A esto res-
pondió el rabí Abba bar Kahana: Yahveh es su nom-
bre” (Midrash Echa 1,51)
“Dios llamó también al rey mesías con su propio
nombre (el de Dios)” (Midrash Thillim 21,2).
No deja de ser paradójico que estos textos rabíni-
cos, escritos por personas que negaban que Jesús
fuera el mesías, contuvieran una concepción más co-
rrecta en relación con el mesías que la que propaga
la Wachtower, que se pretende cristiana.

4. El mesías-Dios entre
los cristianos primitivos

No hace falta decir que también el cristianismo


primitivo tuvo la absoluta certeza de que Cristo era
Dios; y no sólo no se abstuvo en proclamarlo, sino
que insistió en ello. Resulta imposible mencionar to-
das las citas del primer siglo e inicios del segundo, no
bíblicas al respecto, pero vamos a dejar constancia
de algunos ejemplos:
a) Ignacio de Antioquía (muerto entre
el 98 y el

117): “Un médico


hay, en la carne hecho Dios, hijo
de María e hijo de Dios, Jesucristo nuestro Señor”
(Ef 7,2).

b) Segunda epístola de Clemente (entre 100 y


150 d.C): “Debemos sentir de Jesucristo, que es
Dios, que es juez de vivos y muertos” (1,1)

c) Justino mártir (s. II): “Cristo preexiste como


Dios antes de los siglos” (Diálogo con el judío Trifón
48,1) (en realidad los capítulos 48 a 108 están dedica-

49
dos a mostrar con el Antiguo Testamento que el
mesías es Dios y debe ser adorado).
d) Atenágoras de Atenas (segunda mitad del
s. II): “Admitimos a un solo Dios... Dios Padre y Dios

Hijo y Dios Espíritu Santo que muestran su potencia


en la unidad y su distinción en el orden” (Súplica en
favor de los cristianos 10). ,

5. Conclusión

Como tendrá ocasión de comprobar el lector que


se adentre en el resto del libro, este capítulo es con
mucho el más extenso del mismo, y es que hay razo-
nes para ello. La confesión de que Cristo es Dios
constituye la piedra fundamental sobre la que se asien-
ta el cristianismo. A diferencia de otras religiones,
como el islam o el budismo, el cristianismo pretende
que su fundador fue el mismo Dios. El ataque a esta
clave de la fe ha sido una constante en la historia de
la Iglesia. Lo hicieron los ebionitas en el s. I, los gnós-

ticos en los ss. II y III, los arríanos en el IV, y desde


entonces, los cátaros, los socinianos, los unitarios,
los primeros adventistas, los Testigos de Jehová, los
Niños de Dios, los mooníes y un largo etcétera.
Pese a todo, la fe de la Iglesia se ha mantenido
inquebrantable. El Dios que creó el mundo, que ins-
piró las Escrituras, que liberó al pueblo de Israel del
yugo de Egipto y que guió a los profetas, se encarnó
en una humilde virgen judía para morir en una cruz y
con su sangre preciosa redimirnos. A esa cruz de la
que colgó nuestro Dios encarnado en un carpintero
galileo miramos conmovidos por su amor, que no
retrocedió ante nada para obtener nuestra salvación.
Han pasado casi dos milenios desde entonces y no
50
deja de seguir siendo un gran misterio que el Señor
de que adoraron los ángeles y los apósto-
la gloria, al

les, se humillara como un esclavo para padecer en


favor nuestro. Quizá es que el amor siempre tiene
algo de misterioso e inexplicable; y el de Dios no es
una excepción a ese principio, sino una confirma-
ción.
Cristo, según nos enseñan las Escrituras, no fue
un dios o arcángel Miguel enviado por Jehová a la
el
tierra a cargar con el peso de la obra de la redención;
tampoco fue el mesías fracasado, cuyos errores tiene
que corregir el reverendo Sun Myung Moon. No; en
aquel cuerpo lacerado latía Dios y latía su amor por
nosotros. A nosotros sólo nos queda adorarlo humil-
demente y rendirle la gloria de que las sectas intentan
desposeerlo.

51
2

¿ENSEÑA LA BIBLIA
QUE EL ESPÍRITU SANTO NO ES DIOS
NI ES UNA PERSONA?

LAS OBJECIONES que históricamente se han


formulado contra la doctrina de la Trinidad se
han dirigido mayoritariamente en contra de la plena
divinidad de la persona del Hijo. Sin embargo, da la
impresión de que, supuestamente, negada ésta, los
antitrinitarios no tuvieran mucho interés en refutar la
divinidad del Espíritu Santo. Es como si resultara
ocioso continuar una disputa sobre la Trinidad cuan-
do ya ha quedado de manifiesto que una de las tres
personas no es Dios, sino un dios o un mero hombre.
Quizá esto explique por qué los argumentos contra
el Espíritu Santo son tan poco elaborados en las sec-

tas, llegando en muchos casos a no existir siquiera.


Los mismos Testigos de Jehová, que definen al Espí-
ritu Santo como la “fuerza activa de Dios” y la com-
paran con formas de energía como la electricidad
que impulsa el funcionamiento de los electrodomés-
ticos, ponen de manifiesto una pobreza extrema en
la negación de la personalidad y la divinidad del Espí-

ritu Santo. Pero ¿enseña realmente la Biblia que el


Espíritu Santo carece de personalidad y que no es
Dios?

53
1. Objeciones de las sectas

Tres son fundamentalmente las objeciones que he


recogido en conversaciones con testigos y estudios
de sus publicaciones en relación con la personalidad
y divinidad del Espíritu Santo. La primera es la con-
sistente en afirmar que la Biblia no enseña en ningún
sitio ni que el Espíritu Santo sea una persona ni que
sea Dios. A contestar esta objeción dedicaremos los
dos apartados siguientes de este capítulo.
La segunda es señalar que el Espíritu Santo es una
fuerza impersonal, como el agua lo es, ya que se nos
dice en la Biblia que se es bautizado con el Espíritu
Santo y también que se es bautizado en agua. Resulta
obvio, alegan los jehovistas, que si el Espíritu Santo
fuera una persona no podría estar sobre tantas per-
sonas a la vez.
No hace falta señalar que tal objeción, en el fondo,
es ridicula, y, en realidad, proporciona un argumento
a favor de la divinidad del Espíritu Santo. Si realmente
el Espíritu Santo puede estar en tantas partes (como
los testigos reconocen que lo señala la Escritura),
sólo puede explicarse porque es Dios. Como Dios
precisamente, goza del don de la ubicuidad, es decir,
de poder estar en diversos lugares a la vez. Pablo
mismo señala que “en él (Dios) vivimos, nos move-
mos y existimos” (He 17,28) (BJ); y de esta ubicuidad
no se desprende que Dios no sea Dios porque, por —
ejemplo, también nos movemos en medio del aire, y
éste no tiene personalidad —
sino que concluye que
,

Dios es omnipotente y que nos va a juzgar a todos.


Como puede verse, pues, esta objeción no tiene nin-
guna validez para negar la personalidad y divinidad
del Espíritu Santo *.

1
Una variante de esta objeción es afirmar que el Espíritu Santo

54
La tercera objeción es similar a la segunda. Viene
a decir que el Espíritu Santo ni es Dios ni tiene per-
sonalidad, porque de él se afirma en la Biblia que se
bebe (ICor 12,14). Ahora bien, puesto que lo que se
bebe siempre son sustancias sin personalidad (agua,
vino, etc), el Espíritu Santo no es Dios y tampoco
tiene personalidad.
Lo cierto es que Pablo, sólo unas líneas antes, ha
señalado que los israelitas también bebieron de Cris-
to, que es un ser personal y también Dios: “Y todos
bebieron la misma bebida espiritual, pues bebían de
la roca espiritual que les seguía; y la roca era Cristo”

(ICor 10,4) (BJ). Tan claramente desmiente el pasaje


la objeción de los testigos, que éstos no han tenido el
más mínimo reparo en cambiarlo en su Versión del
Nuevo Mundo, donde se dice: “y aquella masa rocosa
significaba Cristo”; burda falsificación por otra parte,
ya que la palabra griega que aparece en el original es
en, es decir “era”, y no “significaba”. Pero, como ya
ha tenido ocasión de comprobar el lector en el capí-
tulo anterior, cambiar versículos de la Biblia para
amoldarlos a sus doctrinas es algo habitual en las
tácticas de la Wachtower.
Poca, si es que alguna, consistencia presentan es-
tas dos objeciones de los testigos. Pasemos ahora a
examinar si efectivamente la Biblia enseña o no la
personalidad del Espíritu Santo.

carece de personalidad, puesto que entra en las personas. El argumen-


to, una vez más, es muy pobre. Los demonios entran en el interior de
las personas en los casos de posesión, y no por ello pierden su perso-
nalidad; ¿por qué le iba a suceder eso, sin embargo, al Espíritu Santo?
¿Pretenden afirmar los testigos que el espíritu de Satanás goza de más
cualidades que el de Dios?

55
2. El Espíritu Santo es un ser personal

Definir si un ente goza o no de personalidad no


plantea ninguna dificultad especial. Es obvio que una
fuerza impersonal, como la electricidad, el agua, la
energía nuclear, etc., no puede desarrollar activida-
des propias de los seres dotados de personalidad, ya
sean humanos o espirituales. Ahora bien, si la electri-

cidad pudiera revelar, enseñar, guiar, ordenar, inter-


ceder, enviar, hablar, etc., ya no nos hallaríamos ante
una fuerza impersonal, sino ante un ente perso-
nal. Ahora bien, en la Biblia, ¿el Espíritu Santo apare-
ce como una fuerza impersonal, al estilo de la electri-
cidad, según afirman los testigos, o, por el contrario,
está ligado indisolublemente a cualidades personales?
Pensamos que el propio lector puede sacar sus pro-
pias conclusiones a partir de los textos que citamos
a continuación a título de ejemplo, razón ésta por la
que limitaremos los comentarios sobre los mismos a
un mínimo indispensable:

El Espíritu Santo enseña y recuerda. “Mas el ayu-


dante, el que el Padre enviará en mi
espíritu santo,
nombre, ése enseñará todas las cosas y les hará
les
recordar todas cosas que les he dicho” (Jn 14,26)
las
(VNM). ¿Cómo puede enseñar —
la palabra griega
didásei utilizada aquí contiene la idea de enseñar
como maestro —
y recordar todo un ente que no
tiene ni personalidad?

El Espíritu Santo da testimonio. “Cuando llegue el


ayudante que yo enviaré a ustedes del Padre, el espí-
ritu de la verdad, que procede del Padre, ése dará
testimonio acerca de mí, y ustedes, a su vez, han de
dar testimonio, porque han estado conmigo desde

56
que principié” (Jn 15,26) (VNM). Tanto el Espíritu
Santo como los discípulos de Jesús dan testimonio.
¿Cómo es posible que el primero carezca de perso-
nalidad y los segundos no? ¿Cómo es posible que un
ente carente de personalidad sea el encargado de
instruir a seres que sí la tienen?
“El espíritu mismo da testimonio con nuestro espí-
ritu de que somos hijos de Dios” (Rom 8,16) (VNM).

El Espíritu Santo guía averdad. “Sin embargo,


la
cuando de la verdad, él los
llegue aquél, el espíritu
guiará a toda la verdad, porque no les hablará por su
propio impulso, sino que hablará las cosas que oye,
y les declarará las cosas que vienen” (Jn 16,13)
(VNM).
Las palabras de Jesús transmitidas por el autor del
cuarto evangelio no pueden resultar más claras: el
Espíritu guiará a toda la verdad; hablará no según su
propio impulso, sino lo que oiga, y anunciará el futu-
ro. ¿Puede una fuerza impersonal —
como la electri-
cidad —hacer esto?

El Espíritu Santo glorifica. “Aquél (el Espíritu San-


to) me porque recibirá de lo que es mío y
glorificará,
se lo dará a ustedes” (Jn 16,14) (VNM).

El Espíritu Santo dirige la evangelización. “Además


atravesaron Frigia y el país de Galacia, porque el
espíritu santo les había prohibido hablar la palabra en
el (distrito de) Asia” (He 16,6) (VNM).

¿Es siquiera verosímil que una fuerza impersonal


pudiera formular prohibiciones y órdenes en relación
con un tema como la evangelización?

El Espíritu Santo conduce. “Porque todos los que

57
son conducidos por el espíritu de Dios, éstos son los
hijos de Dios” (Rom 7,14) (VNM).
¿Cómo es posible que una fuerza carente de per-
sonalidad — como la electricidad — conduzca a per-
sonas que sí tal manera que
tienen personalidad, de
si someten a su guía pongan de manifiesto
éstas se
que son hijos de Dios?

Santo intercede. “De igual manera el


El Espíritu
espíritu también acude con ayuda para nuestra debi-
lidad; porque el (problema de) lo que debemos pedir
en oración cómo necesitamos hacerlo no lo sabemos,
pero el espíritu mismo aboga por nosotros con gemi-
dos no expresados. Sin embargo, el que escudriña
los corazones sabe cuál es la intención del espíritu,
porque éste aboga en conformidad con Dios por los
santos” (Rom 8,26-27) (VNM).
¿Cabe en cabeza humana que un ente sin ninguna
personalidad sepa más que seres humanos que sí la
tienen? ¿Es lógico pensar que un ente que no tiene
personalidad se preocupe hasta el punto de abogar
por seres humanos con gemidos que no pueden na-
rrarse? ¿Es siquiera asimilable que un ente sin perso-
nalidad abogue además en plena conformidad con lo
que Dios desea?

El Espíritu Santo envía. “Por consiguiente, estos


hombres, enviados por el Espíritu Santo, bajaron a
Seleucia, y de allí se embarcaron para Chipre” (He
13,4).
¿Cómoes posible que un ente sin personalidad
pueda enviar a seres que sí la tienen, marcándoles
además su itinerario concreto?

El Espíritu Santo toma decisiones en el seno de la

58
Iglesia.“Porque al espíritu santo y a nosotros mismos
nos ha parecido bien no añadirles ninguna otra carga
salvo estas cosas necesarias” (He 15,28) (VNM).
¿Desde cuándo una fuerza impersonal —como la
electricidad— puede tomar decisiones junto a seres
humanos?
“Presten atención a sí mismos y a todo el rebaño,
entre el cual el espíritu santo los ha nombrado su-
perintendentes, para pastorear la congregación de
(He 20,28) (VNM).
Dios...”
Pero ¿cómo puede una fuerza sin personalidad
nombrar a los obispos para que pastoreen la Iglesia?

El Espíritu Santo provoca la profecía. “Ahora bien,


en estos días unos profetas bajaron de Jerusalén a
Antioquía. Uno de ellos, por nombre Agabo, se le-
vantó, y por el espíritu procedió a indicar que una gran
hambre estaba por venir sobre toda la tierra habita-
da; la cual de hecho tuvo lugar en el tiempo de Clau-
dio” (He 11,27-28) (VNM).
“Y viniendo a nosotros y tomando el cinturón de
Pablo, se ató los pies y las manos y dijo: Así dice el
Espíritu Santo: Al varón a quien pertenece este cin-
turón los judíos lo atarán de esta manera en Jerusalén
y lo entregarán en manos de gente de las naciones”
(He 21,11) (VNM).
En estos pasajes asistimos a dos ocasiones en que
el Espíritu Santo movió a un profeta a predecir el

futuro incluso señalando las palabras concretas que


debía pronunciar. Las profecías, al contrario de las
dadas por testigos, adventistas, mormones o Niños
de Dios, se cumplieron. ¿Puede realmente una fuerza
impersonal impulsar la profecía hasta el punto de
hacer articular las palabras concretas y determinar
su cumplimiento?

59
Santo ordena. “De modo que el espíritu
El Espíritu
me dijo que fuera con ellos sin dudar nada” (He
11,12) (VNM).
“Mientras ellos estaban ministrando públicamente
a Jehová y ayunando, el espíritu santo dijo: “De todas
las personas apártenme a Bernabé y a Saulo para la
obra a que los he llamado” (He 13,2) (VNM).
¿Cómo es posible que una fuerza impersonal como
la electricidad pueda dar órdenes a Pedro, el príncipe
de los apóstoles, y a la Iglesia, pronunciando incluso
frases completas?

Santo da dones. “Pero la manifestación


El Espíritu
del espíritu seda a cada uno con un propósito prove-
choso. Por ejemplo, a uno se le da mediante el espí-
ritu habla de sabiduría, a otro habla de conocimiento
según el mismo espíritu, a otro fe por el mismo espí-
ritu, a otro dones de curaciones por ese único espí-
ritu, a otro operaciones de obras poderosas, a otro
el profetizar, a otro discernimiento de expresiones
inspiradas, a otro lenguas diferentes, y a otro inter-
pretación de lenguas. Pero todas estas operaciones
las ejecuta el uno y mismo espíritu. Distribuyendo a
cada uno respectivamente así como dispone” (lCor
12,7-11).
Ahora bien, nosotros nos preguntamos ¿cómo es
posible que una fuerza sin personalidad y que, por lo
tanto, carece de discernimiento, de sabiduría, de fe,

de conocimiento — todas cualidades persona-


ellas
les — puede dotar de esos dones a seres humanos?
¿No será precisamente porque sí tiene personalidad
y porque además dispone de todas estas cualidades?

El Espíritu Santo revela. “Además, se le había re-


velado divinamente por el espíritu santo que no vería

60
la muerte antes de que hubiera visto al Cristo de
Jehová” (Le 2,26) (VNM).
Pero ¿cómo puede revelar el futuro a una persona
un ente que no tiene personalidad?

El Espíritu Santo habla frases enteras. Hemos vis-


to ya algunos ejemplos en los apartados anteriores,
pero vamos a citar alguno más:
“De modo que el espíritu dijo a Felipe: Acércate y
únete a ese carro” (He 8,29) (VNM).
¿Cómo puede una fuerza impersonal pronunciar
frases coherentes y articuladas que tienen un propó-
sito y que incluso vaticinan el futuro?

El Espíritu Santo puede ser resistido. “Hombres


obstinados e incircuncisos de corazón y de oídos,
siempre están ustedes resistiendo al espíritu santo;
como hicieron sus antepasados antes de ustedes”
(He 7,51) (VNM).
Creemos que los textos reproducidos arriba, esca-
sos botones de muestra por otra parte, establecen
de manera indiscutible el concepto que los primeros
cristianos tenían acerca del Espíritu Santo. Para ellos
no era una fuerza activa e impersonal, comparable a
la electricidad, como pretende la Wachtower. Por el

contrario, el Espíritu Santo no sólo tenía personali-


dad, sino que además contaba con un papel en la
vida de la Iglesia y de los creyentes (papel ya anuncia-
do por el propio Jesús) que dejaba entrever su valor
sobrehumano y, como examinaremos con más clari-
dad en el siguiente apartado, divino. Sinceramente
no pensamos que se pueda pretender bajo ningún
concepto que, a la luz del Nuevo Testamento, el
Espíritu Santo es una energía carente de personali-
dad.

61
3. El Espíritu Santo es Dios

Ahora bien, ¿muestra con la misma certeza la Es-


crituraque el Espíritu Santo es Dios? Una vez más
vamos a dejar hablar a la Biblia, limitando nuestros
comentarios a su mínima expresión.

Mentir al Espíritu Santo es mentir a Dios. “Pero


Pedro dijo: Ananías, ¿por qué te ha envalentonado
Satanás a tratar con engaño al espíritu santo y a
retener secretamente parte del precio del campo?
Mientras permanecía contigo, ¿no permanecía tuyo?,
y después que fue vendido, ¿no continuaba bajo tu
control? ¿Por qué te propusiste un hecho de esta
índole en tu corazón? No has tratado con engaño a
los hombres, sino a Dios” (He 5,3-4) (VNM).

El Espíritu Santo es el mismo Jehouá que habló en


el Antiguo Testamento. “Así, porque estaban en des-
acuerdo unos con otros, empezaron a irse, mientras
Pablo hacía este único comentario: Aptamente habló
el espíritu santo por Isaías el profeta a los antepasa-

dos de ustedes diciendo: Ve a este pueblo y di: Oyen-


do oirán, pero de ningún modo entenderán; y miran-
do mirarán, pero de ningún modo verán” (He 28,25-
26) (VNM).
Ahora bien, lo cierto es que Pablo cita de Is 6,8-9;
y allí no se dice que hablara el Espíritu Santo, sino el
mismo Jehová: “Y empecé a oír la voz de Jehová,
que decía: ¿A quién enviaré y quién irá por nosotros?
Y yo procedía a decir: Aquí estoy yo. Envíame a mí.
Y él pasó a decir: Ve, y tienes que decir a este pueblo:
Oigan vez tras vez, pero no entiendan; y vean vez
tras vez, pero no consigan conocimiento” (Is 6,8-9).
¿Se equivocaba el apóstol Pablo al identificar a

62
Jehová con el Espíritu Santo, o se equivocan los tes-
tigos al decir que el Santo no es Dios?
Espíritu
“Por esta razón, así como dice el espíritu santo:
Hoy, si ustedes escuchan la propia voz de él, no
endurezcan sus corazones como en la ocasión de
causar amarga cólera, como en el día de hacer la
prueba en el desierto, en el cual sus antepasados me
probaron con una prueba, y con todo habían visto
mis obras durante cuarenta años. Por esta razón
quedé asqueado de esta generación y dije: Siempre
se descarrían en su corazón y ellos mismos no han
llegado a conocer mis caminos. De modo que juré en
mi cólera: No entrarán en mi descanso” (Heb 3,7-11)
(VNM).
El autor de la carta a los Hebreos reproduce aquí
una extensa cita del Sal 95,7-11; atribuyéndola al Es-
píritu Santo. Basta ir al Antiguo Testamento para
comprobar que el que habla en el mismo es Jehová.
Ahora bien, ¿se equivocaba el autor de la carta a los
Hebreos identificando al Espíritu Santo con el Jehová
del Antiguo Testamento, o se equivoca la Wachtower
al decir que el Espíritu Santo ni es Dios ni tiene per-

sonalidad?

Santo es Jehová. Por todo lo anterior


El Espíritu
es de comprender que el Nuevo Testamento
fácil

identifique al Espíritu Santo de manera clara con el


Señor del Antiguo: “Ahora bien, Jehová es el espíritu;
y donde está el espíritu de Jehová hay libertad” (2Cor
3,17)(VNM).
La misma Biblia de la Wachtower lo expresa con
una claridad tan meridiana que creemos que sobran
los comentarios.

Sólo el Espíritu Santo abarca las cosas de Dios.

63
Por todo ello no es de extrañar que en la mente de
los autores delNuevo Testamento, que, como hemos
visto,no creían que el Espíritu Santo no fuera Dios ni
tampoco pensaban que era una fuerza impersonal,
anidara la certeza de que toda la inmensidad de Dios
sólo podía ser penetrada por el Espíritu Santo, algo
imposible si éste hubiera sido una simple fuerza activa
carente de personalidad:
“Porque, ¿quién entre los hombres conoce las co-
sas del hombre salvo el espíritu del hombre que está
en él? Así también, nadie ha llegado a conocer las
cosas de Dios salvo el espíritu de Dios” (ICor 2,11)
(VNM).

Porque Santo es Dios, se puede blasfe-


el Espíritu
mar contra “Sin embargo, cualquiera que blasfe-
él.

mare contra el espíritu santo no tiene perdón jamás,


sino que es culpable de pecado eterno” (Me 3,29)
(VNM) 2 .

4. Conclusión

En opinión que escribe estas líneas, la doctrina


del
del Espíritu Santo es una de las realidades más her-
mosas y conmovedoras de las que nos hablan las
Escrituras. Activo de manera menos manifiesta en el
Antiguo Testamento, es a partir de Pentecostés cuan-
do irrumpe con toda su grandeza y poder en la histo-
ria de la humanidad.

2 La
blasfemia contra el Espíritu Santo es la resistencia frente al
mismo. Mientras otros pecados permiten su perdón al no entrañar
necesariamente la dureza de corazón, el que se cierra al Espíritu Santo
impide que el arrepentimiento entre en su alma y con él la misericordia
de Dios.

64
Cuando el creyente está solo, es el Espíritu Santo

el que intercede por él con unos gemidos que no


pueden expresarse en términos humanos; cuando
siente la duda, clama al unísono con nuestras almas,
recordándonos que tenemos un Padre en el cielo;
cuando la Iglesia se zarandea en el mar de la historia,
él se presta a guiarla y reparte, sin miedo al derroche,

sus carismas (en los que la Wachtower no cree) para


edificación del cuerpo de Cristo. Ese espíritu abrió la
puerta de la Iglesia a los judíos del Pentecostés llega-
dos de los lugares más remotos de la tierra; se derra-
mó sobre Cornelio, el primer gentil cristiano, y abrió
las rutas del evangelio en medio de una sociedad
que, como la nuestra de hoy en día, lo necesitaba
ardientemente. Ese espíritu enseña y recuerda la pa-
labra y la obra de Jesús, da testimonio y revela. Sin
él no seríamos nada, porque él empolló la vida que

había en el fondo de las aguas antes de la creación


(Gén 1,2). En su nombre somos bautizados, y él nos
sostiene en nuestra vida para que, como hijos de
Dios, un día podamos estar con Cristo para siempre.
No es de extrañar, pues, que los primeros cristianos
lo citaran con profusión en sus oraciones y que an-
siaran cada vez más su cercanía; y tampoco es raro
que el himno cristiano más hermoso quizá de todos
los tiempos, el Vertí Creator Spíritus esté dedicado y
dirigido a él.

La jactancia de
la Wachtower, empero, lo califica
simplemente como una fuerza sin personalidad, que
se asemeja a la electricidad, que no es Dios, que ya
no derrama sus dones sobre el pueblo de Dios. Si en
ocasiones la falsedad puede ser externamente her-
mosa, no es en este caso, porque a la grandeza subli-
me e inenarrable de las Escrituras sólo ha sustituido
una paupérrima caricatura sectaria.

65
3

¿ENSEÑA LA BIBLIA LA DOCTRINA


DE LA TRINIDAD?

L LECTOR que haya seguido pacientemente los


E dos capítulos anteriores seguramente habrá lle-
gado a la conclusión de que la Trinidad es una ense-
ñanza plenamente bíblica, además de capital para la
comprensión del cristianismo. Católicos, protestan-
tes y ortodoxos, aun separados por cuestiones teoló-
gicas de no escaso relieve, coinciden en la aceptación
de la misma como verdad revelada y esencial de la fe
cristiana, lo que resulta lógico.
Desearía, no obstante, y aunque sea brevemente,
hacer algunas referencias a esta doctrina, no ya en
los aspectos parciales de la divinidad plena del Hijo y
del Espíritu Santo, sino en los de la vinculación de las
tres personas en el texto bíblico. A esta cuestión,
aunque sea someramente, dedicaremos las páginas
siguientes.

1. La prefiguración de la doctrina
de la Trinidad en el AT

Resulta evidente que la manifestación plena de la


doctrina de la Trinidad se encuentra en el Nuevo
Testamento. No obstante, el Antiguo parece conte-

67
ner algunas prefiguraciones de la pluralidad de perso-
nas dentro de la divinidad que fueron señaladas por
los primeros cristianos y que constituyeron un autén-
tico quebradero de cabeza para sus oponentes ju-
díos. Veamos alguno de estos textos: “Y Dios pasó a
decir: Hagamos al hombre a nuestra imagen, según
nuestra semejanza... Y Dios procedió a crear al hom-
bre a su imagen, a la imagen de Dios lo creó”
(Gén 1,26-27) (VNM). “Y Jehová Dios pasó a decir:
Mira que el hombre ha llegado a ser como uno de
nosotros al conocer lo bueno y lo malo” (Gén 3,22).
“Y Jehová procedió a bajar para ver la ciudad y la i

torre que los hijos de los hombres habían edificado.


A continuación dijo Jehová: Mira, son un solo pueblo
y hay un solo lenguaje para todos ellos, y esto es lo
que comienzan a hacer. Pues ahora no hay nada que
tengan pensado hacer que no les sea posible lograr.
Vamos. Bajemos y confundamos allí su lenguaje para
que no escuche el uno el lenguaje del otro. Por con-
siguiente, Jehová los esparció desde allí sobre toda la
superficie de la tierra, y poco a poco dejaron de edi-
ficar la ciudad” (Gén 11,5-9) (VNM). “Y empecé a oír
la voz de Jehová que decía: ¿A quién enviaremos y
quién irá por nosotros? Y yo procedí a decir: Aquí
estoy yo. Envíame a mí” (Is 6,8) (VNM).
Todos estos pasajes fueron interpretados por los
primeros cristianos como prueba irrefutable de que
el Antiguo Testamento ya hacía referencia a la plura-

lidad de personas que hay en Dios. Prueba de que


fue así es que el Talmud y otros escritos teológicos
judíos registran la manera en que los rabinos judíos
intentaron desvirtuar su contenido para así negar la
posibilidad de que Dios fuera una Trinidad. Así, por
ejemplo, leemos en Gen. R., VIH, 9: “R. Simlai dijo:
En todo lugar donde encontréis un texto que es uti- ¡

68
tizado por los minim
en apoyo de sus opiniones,
1

encontrareis la refutación al lado. Volvieron y le pre-


guntaron: ¿Qué pasa con lo que está escrito: Haga-
mos al hombre a nuestra imagen, según nuestra se-
mejanza? Él contestó: Leed lo que sigue; no se dice:
Y dioses creó al hombre a su imagen, sino Dios creó
al hombre a su propia imagen. Cuando se hubieron

marchado, sus discípulos le dijeron: Te los has quita-


do de encima con una tontería; ¿qué respuesta nos
darás a nosotros? Él les dijo: En el pasado Adán fue
creado del polvo de la tierra, y Eva fue creada de
Adán. Por eso es a nuestra imagen, según nuestra
semejanza; queriendo dar a entender que el hombre
no puede llegar a existir sin la mujer, ni la mujer sin
el hombre, ni ninguno de ellos sin la Shejinah”.

El texto es sumamente revelador por varias razo-


nes. La primera, porque se alude al hecho de que los
primeros cristianos (y al tratarse aquí de cristianos
judíos debe ser una época muy temprana) creían en
la Trinidad y trataban de demostrársela a los judíos

apelando a textos del Antiguo Testamento como los


que yo he señalado arriba. La segunda, porque queda
claro que el mismo judaismo rabínico no sabía muy
bien cómo refutar a los cristianos primitivos y tenía
que recurrir para ello a respuestas alambicadas. La
tercera, porque pone de manifiesto que la única ma-
nera de negar la Trinidad consiste en forjar una cari-
catura de ella que la equipare con el politeísmo (lo
que no es), exponiéndola al ridículo. Tal ha sido hasta
ahora la táctica del rabinismo talmúdico, del raciona-

Uno de los nombres despectivos con que se califica a los cristianos


1

(y otros herejes) en la literatura judía. El decreto contra los minim,


anterior, en nuestra opinión, al año 70 d.C., implicó la excomunión
generalizada de todos los judeo- cristianos que aún seguían conectados
con el judaismo.

69
lismo y del islamismo. En ninguno de los tres casos
parece, sin embargo, que llegue a entenderse lo que
implica este dogma.
Otra muestra de hasta qué grado debió impresio-
nar al judaismo rabínico la creencia trinitaria de los
primeros cristianos la tenemos en la afirmación, con-
tenida en los Principios de Fe del judaismo, de que
Dios es una unidad (clara contraposición a Trinidad).
Debe notarse, sin embargo, que la palabra que se
usa en los Principios de Fe en hebreo para decir
“unidad” es pajid. Esto implica un cambio sustancial
sobre el término hebreo que se utiliza al decir que
Dios es uno en, por ejemplo, Dt 6,4. Allí el término
empleado es ejad. ¿A qué se debe este cambio? A
nuestro juicio, la idea es clara: ejad aparece en el
Antiguo Testamento en multitud de ocasiones como
“uno”; pero no “uno simple”, sino “uno formado por
varios”. Citemos algunos ejemplos: “Por eso el hom-
bre dejará a su padre y a su madre, y tiene que
adherirse a su esposa, y tienen que llegar a ser una
sola carne” (Gén 2,24) (VNM). “Ahora bien, toda la
tierra continuaba siendo de un solo lenguaje y de un
solo conjunto de palabras” (Gén 11,1) (VNM). “Son
un solo pueblo y hay un solo lenguaje para todos
ellos” (Gén 11,6) (VNM).
“Y haz que el uno al otro hasta formar
se acerque
un solo palo para ti, y realmente llegarán a ser uno
solo en tu mano” (Ez 37,17).
En todos los casos precedentes la palabra hebrea
que aparece es ejad, pero conserva la idea de “uno
formado por varios” un matrimonio formado por un
:

hombre y una mujer, una lengua que hablan varios,


un solo pueblo formado por todos los hombres, etc.
El judaismo poscristiano no podía negar que había
referencias en el Antiguo Testamento susceptibles

70
de servir de argumento en favor de la Trinidad (igual
que de apoyar la idea de que el mesías sería un siervo
sufriente) y fue reinterpretando los pasajes para evi-
tar su utilización apologética por los cristianos primi-
tivos.No obstante, como vimos arriba, esa reinter-
pretación distó mucho de ser sólida. Así, por citar
sólo un ejemplo, el mismo término “Dios” en hebreo
es Elohim, que significa literalmente “dioses”; y, aun-
que generalmente lleva el verbo en singular, en repe-
tidas ocasiones éste va también en plural; v.gr.:
Gén 20,13; 35,7, etc. No sólo eso; también en repeti-
das ocasiones el adjetivo calificativo que acompaña a
Elohim, aunque se traduzca como singular, es plural;
v.gr.: Dt 4,7, Jos 24,19, etc.
No es de extrañar por ello que brotes seculares de
esta consciencia hayan aparecido, acá y allá, en la
literatura judía de todos los tiempos como vestigios
de la época en que, no habiendo aún aparecido el
cristianismo, no había por qué oponerse ferozmente
a la idea de la divinidad del mesías o del Dios plural.
Quisiera concluir este apartado con una cita al res-
pecto tomada del Zohar, uno de los clásicos de la
literatura de espiritualidad judía:
“Escucha, oh Israel: Yahveh nuestro Dios, Yahveh
es uno. ¿Por qué hay necesidad de mencionar el nom-
bre de Dios en este versículo? El primer Jehová es el
Padre de arriba. El segundo es la descendencia de
Jesé, el mesías que vendrá de la familia de Jesé pa-
sando por David. Y el tercero es el Camino que está
debajo (es decir, el Espíritu Santo, que nos muestra
el camino), y estos tres son uno”.

Difícilmente un autor trinitario lo hubiera podido


expresar mejor.

71
2. Las referencias trinitarias en el NT
Por todo lo que hemos visto en las páginas prece-
dentes no debería resultarnos chocante que el Nuevo
Testamento una de manera repetida al Padre, al Hijo
y al Espíritu Santo.Tal conducta sería ilógica de no
creer sus autores en la Trinidad, porque, ¿cuál sería
la razón para justificar la presentación conjunta del
Dios omnipotente, un mini-dios y una fuerza sin per-
sonalidad? No vamos a tratar este tema de manera
exhaustiva, pero sí podemos ver algunos ejemplos
antes de concluir este capítulo:

Los primeros cristianos utilizaban fórmulas trini-


tarias.“La bondad inmerecida del Señor Jesucristo y
el amor de Dios y la participación en el Espíritu Santo

estén con todos ustedes” (2Cor 13,13) (en la VNM


aparece numerado por razones desconocidas como
versículo 14).
“Pero ustedes han sido lavados, pero ustedes han
sido santificados, pero ustedes han sido declarados
justos en el nombre de nuestro Señor Jesucristo y
con el espíritu de nuestro Dios” (lCor 6,11) (VNM).
“Un cuerpo hay y un espíritu, así como ustedes
fueron llamados en una sola esperanza a la cual fue-
ron llamados; un Señor, una fe, un bautismo, un Dios
y Padre de todos, que es sobre todos y por todos y
en todos” (Ef 4,4-6) (VNM).
Aquellos primeros cristianos no se sentían aver-
gonzados de concluir sus cartas, como la Segunda a
los Corintios, con una triple invocación en la que se
unían el Padre, el Hijo y el Espíritu; tampoco les aver-
gonzaba recordar que toda la labor de salvación en
su vida era fruto del Padre, del Hijo y del Espíritu, y
sentían un especial orgullo al poder decir que en su

72
vida estaba presente un solo Señor, un solo Espíritu
y un solo Padre. Ésa era su experiencia vital y su fe,
y jamás se les hubiera podido pasar por la cabeza
que el Espíritu que movía a la Iglesia era una simple
fuerza activa sin personalidad, y que el Hijo no era
sino un dios, un arcángel encarnado.

Los primeros cristianos creían que los carismas


entregados a la Iglesia procedían de la Trinidad. No
era sólo el testimonio de los apóstoles lo que movía
a los primeros cristianos a confirmarse en aquella fe
trinitaria, sino también la propia experiencia cotidia-
na de vida eclesial. Existía en ellos la absoluta convic-
ción de que su vida de fe edificada por los carismas
divinos era alimentada por las tres personas de la
Trinidad: “Ahora bien, hay variedades de dones, pero
hay el mismo Espíritu, y hay variedades de ministe-
rios, y sin embargo hay el mismo Señor, y hay varie-
dades de operaciones, y sin embargo es el mismo
Dios quien ejecuta todas las operaciones en todos”
(lCor 12,4-6).

El bautismo en el nombre de la Trinidad. A fin de


cuentas, todo lo que hemos visto con anterioridad no
tenía nada de extraño para los primeros cristianos.
En enseñanza de los apóstoles se había transmitido
la
la orden dada por el propio Jesús en el sentido de

que el sacramento de entrada en la comunión de los


creyentes, el bautismo, se celebrara en el nombre
común del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo: “Va-
yan, por lo tanto, y hagan discípulos de gente de
todaslas naciones, bautizándolos en el nombre del
Padre y del Hijo y del espíritu santo” (Mt 28,19)
(VNM).
Fíjese bien el lector que Jesús no atribuyó nombres

73
distintos a cada una de las tres personas de la Trini-
dad, sino que enseñó la existencia de un nombre
común a los tres. Pero ¿es siquiera verosímil que
Dios iba a tener un nombre común con un arcángel
y una fuerza que ni siquiera tiene personalidad? Re-
sulta patente que no; como también le resultará se-
guramente claro al lector, tras la lectura de las evi-
dencias bíblicas indicadas en las páginas anteriores,
que la Biblia sí enseña la doctrina de la Trinidad.

3. Conclusión

Al autor de estas líneas, y no dice esto con petu-


lancia, leparece que el concepto de la divinidad que
aparece en el Nuevo Testamento es con mucho el
más grandioso que podría captar la atención del ser
humano. Frente a la grosería de los politeísmos o la
frialdad del panteísmo, surge la grandeza moral del
monoteísmo. Pero no se trata de un monoteísmo
como el islámico (y, en buena medida, el del judais-
mo), en el que Dios es un ser lejano e inaccesible a
nosotros. El Nuevo Testamento enseña que ese Dios
se hizo carne y habitó entre nosotros, que creció
como un ser humano, que conoce hasta la fibra más
íntima de nuestro ser y que, por hace posible
ello,
que nos acerquemos a él con toda confianza
(Heb 2,17-18; 4,15-16). Este mismo Dios, lleno de
amor y compasión, no retrocedió ante nada en favor
nuestro, hasta el punto de verse injustamente juzga-
do, escarnecido, escupido, torturado, condenado y,
finalmente, muerto en uno de los suplicios más terri-
bles que ha ideado el ser humano: la cruz.
Pero la muerte no podía contener al autor de la
vida (He 3,15) y, vuelto de entre los muertos, provo-

74
có entre sus discípulos una convicción más firme aún
de que era su Señor y su Dios (Jn 20,28).
Aquello no era el final, sino casi el principio. El
Espíritu Santo enviado por el Padre ha guiado desde
entonces a la Iglesia redimida por la sangre del Hijo.
La ha impulsado, le ha dado dones y carismas, ha
intercedido por ella. La misma vida eclesial sería in-
concebible sin su presencia continua.
Frente a estas realidades gloriosas, las sectas ofre-
cen un panorama que, en realidad, arranca de con-
cepciones paganas: Jesús fue sólo un hombre o,
como mucho, un arcángel, un dios. Su obra fue de
mucho menos valor del que señalan las Escrituras, e
incluso necesita ser enmendada por las revelaciones
de los profetaso mesías de turno.
El Espíritu Santo es una mera fuerza, como la elec-
tricidad. Un impulso desprovisto de razón o persona-
lidad que, en la mayoría de las teologías de las sectas,
ya no actúa en medio del pueblo de Dios.
Puede que a alguien le resulte consoladora una
visión tan patética, tan capitidisminuida, tan tergiver-
sada del Dios de la Biblia. Al que escribe estas líneas,
sin embargo, le atrae más la gloriosa realidad que
sólo hemos podido ver a vuelo de pájaro en las pági-
nas anteriores. Le convence más el Dios de amor
encarnado que el arcángel enviado en sustitución de
Dios a salvarnos. Le conmueve más el Dios-Espíritu
Santo que intercede por él con gemidos indecibles
(Rom 8,26-27) que esa fuerza activa impersonal que,
a semejanza de la electricidad, ni siente ni padece y
se mueve ciega y sin saber adonde la llevan. A ese
Dios, Padre, Hijo y Espíritu Santo, sea la gloria por
los siglos de los siglos.

75
4

¿EXISTE VIDA DESPUÉS


DE LA MUERTE?

NO HACE MUCHO asistí a la proyección de una


película altamente sugestiva, que se titulaba Je-
sús de Montreal. La cinta, discutible, pero sin duda
de lo más genial que se produjo en los años ochenta,
narraba la historia de un pequeño grupo de actores
que escriben un “vía crucis” (un tanto heterodoxo,
dicho sea de paso) y lo representan en el recinto de
un santuario católico. Progresivamente irán viendo
cómo el contacto con la persona de Jesús cambia
sus vidas. Ahora bien, en medio de las inquietudes de
aquellos hombres y mujeres surge el interrogante de
la muerte como algo innato al ser humano; y, frente
a él, la esperanza que proporciona Jesús de que con
la muerte no concluye todo.
En buen número de casos, esa intuición grabada
en el interior del hombre (que lleva en su corazón el
anhelo de eternidad según el autor de Qo 3,11) apa- 1

rece vinculada a la certeza de que no sólo nuestra


vida prosigue tras la muerte física, sino que además
existe una remuneración para el bien y el mal, conse-
cuencia de un juicio divino. Quizá uno de los ejemplos

“Anhelo de infinito” ha traducido, muy acertadamente a nuestro


1

de Ediciones Paulinas. La expresión hebrea olam (eter-


juicio, la Biblia
nidad) ha sido, sin embargo, traducida en la versión del Nuevo Mundo
por “tiempo indefinido”.

77
paradigmáticos de cómo llegar a esta conclusión se
halleen la filosofía de Kant, que, en su Crítica de la
razón práctica formulaba la necesidad imperativa de
que el alma fuera inmortal y de que se produjera un
juicio retributivo tras esta vida.
Pues bien, este cúmulo de anhelos y certidumbres
milenarios que aparecen, nos atrevemos a decir, en
el propio inconsciente colectivo de los pueblos, es
negado obstinadamente por las sectas. En ellas existe
una testarudez absoluta en negar la posibilidad de un
castigo del mal, bien porque se afirma que el tal no
existe (Adventistas del Séptimo Día y Testigos de Je-
hová), bien porque se difiere eternamente (caso de
las sectas que enseñan la reencarnación). En el caso
de adventistas y testigos se rechaza además la idea
de un juicio de los inicuos 2 .

Intentaremos, pues, mostrar primero qué enseñan


las sectas citadas sobre la vida después de la muerte,

y posteriormente lo que la Biblia indica realmente al


respecto.

1. Los argumentos de las sectas para negar


la supervivencia tras la muerte, así como
la existencia del infierno

Las sectas dicen: “La Biblia enseña que con la


muerte acaba todo, puesto que el alma es mortal”; la

2 Como
ya he señalado anteriormente, los Testigos de Jehová (mal
que pese) no son nada originales en sus planteamientos, pues se
les
limitan a copiar de manera directa la teología de los adventistas sobre
el tema (cf César Vidal Manzanares, El infierno de las sectas ,

pp. 65ss; J. El caos de las sectas , p. 239, y E. C. Gruss,


van Baalen,
Apostles of denial, p. 55). Otro tanto podría señalarse de la Iglesia del
Dios universal, creación del “profeta” recientemente fallecido Herbert
Armstrong.

78
enseñanza de adventistas y testigos insiste en que el
alma es mortal y que no se produce consciencia tras
la muerte. Examinemos, pues, los supuestos argu-
mentos al respecto.
• Ezequiel 18,4: “Miren. Todas las almas... a mí me

pertenecen. Como el alma del padre, así igualmente


el alma del hijo... a mí me pertenecen. El alma que

peca..., ella misma morirá” (VNM).


De este texto (dotado, por cierto, de una sintaxis
horripilante en la versión de los testigos) deducen las
sectas que elalma es mortal y, por lo tanto, que todo
concluye con la muerte física. Tal tesis se basa en
una ignorancia bíblica de considerable calibre.
Los sectarios no han sabido distinguir (como lo
hace la Biblia) entre muerte espiritual y muerte cor-
poral. La muerte implica en la Biblia fundamental-
mente la idea de separación. La muerte corporal no
es sino la separación entre el cuerpo y el alma. Repe-
tidos pasajes de la Biblia hacen referencia a una con-
cepción que indica que la muerte está marcada por la
salida del alma del interior del cuerpo (cf Gen 35,18).
La idea de la muerte espiritual o muerte del alma
arranca del mismo concepto de separación. Cuando
se habla de un alma muerta, se hace referencia en la
Biblia a la separación que opera el pecado entre ésta
y Dios, pero no se implica en absoluto que el alma
sea mortal o que en el momento de la muerte el ser
humano como tal deje de existir. Es cierto que el
pecado significa la muerte del alma; pero éste es un
término simbólico que no indica ni inconsciencia ni
mortalidad real. Un ejemplo claro de que esto es así
lo hallamos por ejemplo en Ef 2,1, donde leemos:
“Además, a ustedes (Dios los vivificó), aunque esta-
ban muertos en sus ofensas y pecados” (TNM).
Cualquier adventista o testigo sabe que Pablo ha-

79
bla en este pasaje de muerte en sentido espiritual y,
por lo tanto, simbólico. No está diciendo que aquella
gente pecadora estuviera literal y físicamente muerta,
sin sentir ni padecer. No. Lo que Pablo dice es que
sus pecados les habían producido una muerte espiri-
tual, una separación de Dios, una alienación del crea-
dor, si bien, no cabe la menor duda, habían seguido
vivos y sintiendo en medio de esa muerte espiritual,
puesto que posteriormente escucharon la predica-
ción del apóstol y la aceptaron como mensaje de
salvación.
En el mismo sentido dice Sant 5,20 (otro de los
textos preferidos por estas sectas) que el que hace
que un pecador se arrepienta salva su alma de la
muerte. La exégesis es sencilla: aquel que hace que
un pecador se vuelva de su estado pecaminoso, está
logrando que se salve de un estado de muerte del
alma; no porque no se sienta ni se sufra, sino porque
hasta entonces ha habido una separación absoluta
entre él y Dios.
El sentido de en que se habla de “muerte
los textos
del alma” es tan palpable que estamos seguros de
que si no fuera por las anteojeras que coloca la secta
a sus adeptos, éstos lo verían con toda su claridad. Y
es que la Biblia lo enseña con transparencia meridia-
na. Vayamos, por ejemplo, a Apocalipsis (Revelación
en la denominación groseramente anglosajona de los
testigos) 6,9-11: “Y cuando abrió el quinto sello, vi
debajo del altar las almas de los que habían sido
degollados a causa de la palabra de Dios y a causa de
la obra de testimonio que solían tener. Y clamaban
con voz fuerte, y decían: ¿Hasta cuándo, Señor so-
berano santo y verdadero, te abstienes de juzgar y
de vengar nuestra sangre en los que moran en la
tierra? Y a cada uno de ellos se dio una larga ropa

80
blanca; y se les dijo que descansaran por un poco de
tiempo más, hasta que se completara también el nú-
mero de sus coesclavos y de sus hermanos, que es-
taban a punto de ser muertos como ellos también lo
habían sido”.
No parece que el texto ofrezca la menor duda
acerca de lo que sucede con las almas de los muertos
(justos en este caso). No sólo no han muerto y han
dejado de sentir, sino que además claman ante Dios,
pueden esperar (¿nos imaginamos esperando a algo
o alguien que carezca de vida?) y pronuncian frases
completas. Para estar muertas, estas almas parecen
muy poco coherentes..., a menos que las doctrinas
de testigos y adventistas al respecto sean erróneas.
• Qohélet 9,5: Dice así en la Versión del Nuevo

Mundo: “Porque los vivos tienen conciencia de que


morirán; pero en cuanto a los muertos, ellos no tie-
nen conciencia de nada en absoluto, ni tienen ya más
salario, porque el recuerdo de ellos se ha olvidado”.
De acuerdo con la muy peculiar exégesis de ad-
ventistas y testigos, aquí se nos enseña que los muer-
tos están inconscientes, de lo que se desprende que
no hay vida tras la muerte. Antes de pasar a contes-
tar a esa objeción desearía hacer algunas puntualiza-
ciones. En primer lugar hay que tener en cuenta el
contexto que proporciona el libro de Qohélet. En
éste, hasta llegar al capítulo 12, el autor reproduce lo
que el hombre carnal ve “debajo del sol”; de tejas
para abajo, que diríamos nosotros. No pretende sino
hacerse eco de lo que pensaría uno que no contara
con lo que hay “arriba del sol”. Teniendo esto en
cuenta, se explica el tono de cierto epicureismo des-
preocupado y de una innegable amargura que rezu-
man algunas de sus expresiones. Por ello, intentar
basar una doctrina en frases aisladas del Qohélet es

81
mala teología y peor exégesis. No obstante lo ante-
rior, hay que señalar que el pasaje de Qo 9,5 no
enseña que los muertos estén inconscientes, sino que
ignoran algunas circunstancias. La expresión hebrea
que la VNM traduce por “no tienen conciencia de
nada en absoluto” es “’ynm yodtsym m’umh”, literal-
mente traducido: “no saben nada”. Ahora bien, el
no saber, el ignorar, no es lo mismo (como preten-
den adventistas y testigos) que estar inconscien-
tes, sin sentir ni padecer. Millones de personas en
este planeta ignoran o no saben, pero viven, sufren y
sienten.
A los muertos se les olvida generalmente con el
tiempo y ya no reciben nada de los vivos, y además
ignoran en términos generales qué sucede “debajo
del sol”; pero de eso no se desprende que no sientan.
Pretender dar ese contenido al texto implica un pre-
juicio interpretativo injustificable en un lector impar-
cial y honesto del texto sagrado. Esta cuestión la
examinaremos más atentamente en el apartado si-
guiente de este capítulo.
• Salmo 146,4: Dice así en la VNM: “Sale su espí-

ritu, él vuelve a su suelo; en ese día de veras perecen


sus pensamientos”.
La exégesis de testigos y adventistas interpreta el
pasaje como una clara referencia a que tras la muerte
el ser humano deja de pensar y, por lo tanto, queda
inconsciente, aniquilado. Pero el texto no está ha-
blando para nada de actividad mental o psicológica.
La palabra hebrea que se traduce aquí por “pensa-
mientos” es ’stnio, es decir, “sus proyectos” 3 Lo .

3 Así, por citar sólo unos ejemplos, la versión latinoamericana tradu-

ce “proyectos”, la versión de Ediciones Paulinas vierte “proyectos” y la


Biblia de Jerusalén “proyectos”.

82
que el salmista está diciendo no es que el hombre
queda deshecho con la muerte (como la doctrina de
adventistas y testigos enseña), sino que no confiemos
en los hombres poderosos (v. 3); y esto por una ra-
zón muy simple: se mueren, y todos los proyectos
que tenían desaparecen con ellos (v. 4) Nuestra es-
peranza, por el contrario, debe descansar en Dios
(v. 5ss). Mucho nos tememos que adventistas y tes-

tigos, que han puesto su confianza en seres humanos


poderosos que les enseñaban que no había nada tras
la muerte, pueden llevarse una sorpresa; y no es para

menos si consideramos que su punto de vista se basa


en un desconocimiento de lo que significa la muerte
del alma en la Biblia y en un par de pasajes descon-
textuados.
Como hemos tenido ocasión de ver, y seguiremos
contemplando en las siguientes páginas, la Biblia en-
seña que el ser humano sigue viviendo tras la muerte
y que afronta un juicio por aquello que haya sido su
vida.

Las sectas dicen: “La Biblia enseña que el infierno


es un lugar de inconsciencia y destrucción”.
El siguiente punto que pretende demostrar la teo-
logía de testigos y adventistas es que el infierno no es
una enseñanza bíblica. La palabra española “infierno”
(según pretenden ellos) traduce el hebreo sheol en el
Antiguo Testamento y su equivalente hades del Nue-
vo Testamento, así como la expresión gehenna. Se-
gún ambas sectas, ninguno de estos términos signifi-
ca ni un lugar en que se tenga consciencia tras la
muerte, ni mucho menos un sitio donde se reciba un
castigo. Sheol y hades equivaldrían entonces a “se-
pulcro”, y gehenna a un quemadero o basurero asen-
tado a las afueras de Jerusalén, que simbolizaría, por

83
tanto, la destrucción eterna de los inicuos, pero no
un lugar de castigo o tormento. Dado el encono con
que los adeptos de ambas sectas defienden tales in-
terpretaciones, presuntamente basadas en el hebreo
y el griego, el profano en la materia puede llegar a
pensar que algo de razón tendrán. Lo más triste es
que sólo están repitiendo los disparates que les han
enseñado sus dirigentes y que ellos han tragado sin el
menor juicio crítico.
En primer lugar, hay que dejar bien sentado que ni
sheol nihades significan sepulcro o tumba, como
pretenden estas sectas. El hebreo tiene una palabra
específica para sepulcro, que es qbr, y como tal es
utilizada en el Antiguo Testamento; v.g.: Gen 23,4.
En cuanto al griego, también cuenta con una expre-
sión muy concreta para decir sepulcro, que es mne-
meion; v.g., Le 24,2. De esta manera una de las pri-
meras presuposiciones de ambas sectas se revela
falsa de arriba abajo.
En segundo lugar hay que señalar que la Biblia no
indica que tanto en el sheol (como en su equivalente
el hades) haya ausencia de consciencia. En el Antiguo

Testamento, por el contrario, hay diversos ejemplos


de que los seres que lo pueblan actúan, comprenden
y hablan. Citemos algunos de estos casos, que serán
más elocuentes que mis explicaciones:
“Aun el seol debajo se ha agitado a causa de ti a fin
de venir a tu llegada. A causa de ti ha despertado a
los que están impotentes en la muerte, a todos los
caudillos de la tierra semejantes a cabras. Ha hecho
que todos los reyes de las naciones se levanten de
sus tronos. Todos ellos se expresan y dicen: ¿A ti
mismo también se te ha hecho débil como nosotros?
¿A nosotros se te ha hecho comparable?” (Is 14,9-
10) (VNM).

84
no puede ser más evidente. El rey de
El pasaje
Babilonia desciende al sheol (que, como puede verse,
no es el sepulcro); y aquello provoca una viva reac-
ción entre las gentes, especialmente los dirigentes,
que habían llegado al mismo con anterioridad. Y no
sólo eso, sino que además gritan y preguntan al rey
de Babilonia. Desde luego, no deja de ser una con-
ducta curiosa para sujetos que, de aceptar la tesis de
adventistas y testigos, no tienen consciencia, ni su-
fren ni padecen. El profeta Isaías, como podemos ver
en su libro, sustenta una tesis diametralmente opues-
ta a la de estas sectas.
Veamos un ejemplo más: “Los hombres de nota
de los poderosos hablarán aún a él, con sus ayudan-
tes, de en medio del seol” (Ez 32,21).
El pasaje (traducido del inglés a un castellano pé-
simo) una vez más expresa una tesis similar a la de
Isaías. En este caso se anuncia el descenso al sheol
del faraón de Egipto. Pues bien, el profeta indica sin
lugar a dudas que cuando descienda al mismo el mo-
narca egipcio, de en medio del sheol se alzarán voces
que le hablen a él y a sus ayudantes. Pero ¿cómo va
a hablar nadie si ni sienten ni padecen, según las
doctrinas jehovistas y adventistas? Y ¿cómo hablan
si las almas del faraón y de sus ayudantes, de ser

cierta la teología jehovista y adventista, no podrían


oír, porque son mortales y no están conscientes? El
texto no deja lugar a dudas: una vez más un profeta
de Dios sostiene una doctrina contraria a los “profe-
tas”, Ellen White y Russell. Los muertos están cons-
cientes en un lugar y desde su interior se dirigen
unos a otros.
Y es que ambas sectas desconocen lo que significa
el sheol en el Antiguo Testamento. Aquél no es,
como hemos tenido ocasión de ver, un lugar en que
85
se está inconsciente, ni tampoco es el sepulcro, sino
una manera de designar el estado posterior a la muer-
te física, pero sin implicar en absoluto inconsciencia.
Por eso no es de extrañar que Jacob o Job en
momentos de tremenda desesperación ansiaran ir al
sheol o, dicho en lenguaje vulgar, quisieran morirse y
salir de de este mundo. No esperaban dejar
la tristeza
de (poco consuelo era ése), sino pasar a un
existir
plano diferente en el que ya no padecerían los sufri-
mientos de este mundo, pero en el que tampoco
todo sería inconsciencia.
Pasemos ahora al significado del término gehenna.
Argumentan testigos y adventistas que el mismo sólo
es un símbolo de destrucción, que arrancó de un
basurero situado a las afueras de Jerusalén. ¿Es esto
cierto? Es cierto que el nombre gehenna o gehinnon
deriva del valle del Hinnon, que era un basurero ya
mucho antes de la época de Jesús, pero no lo es que
simbolizara un lugar de aniquilación. Todo lo contra-
rio. El significado que le han dado siempre los judíos

ha sido el de un lugar de castigo consciente para los


malvados 4 .

La idea del gehenna (denominado gehinnon o valle


del Hinnon en algunas de las fuentes judías) como
lugar de tormento consciente viene en buena parte
de los rabinos judíos anteriores y contemporáneos a
Jesús, del estudio del texto de Dan 12,2, donde se
dice: “Y habrá muchos de los que están dormidos en
el suelo de polvo que despertarán, éstos a vida de
duración indefinida y aquéllos a oprobios (y) a abo-

4
Para un estudio más amplio del pensamiento del rabinismo judío
sobre el gehenna y su significado de castigo consciente de los malvados
después de esta vida, cf A. Cohén, Everyman’s Talmud New York
,

1975, pp. 376ss; A. Edersheim, The lije and times of Jesús the Messiah,
vol. II, Grand Rapids 1976, 791ss.

86
rrecimiento de duración indefinida” (VNM). El desti-
no de la humanidad queda claro: para unos es vida
eterna y para otros oprobio eterno.
Así en Eccles. R. III, 9 enseñaban los rabinos: “En
el más allá los inicuos serán sentenciados a la gehen-
na y murmurarán contra el Santo, bendito sea, di-
ciendo: ‘Buscamos tu salvación y nos ha caído esta
desgracia’. Pero él les contesta ‘¿Cuando estabais en
la tierra no luchabais y peleabais y cometíais toda

clase de mal?’
El texto rabínico es elocuente: los malos son des-
tinados al gehenrta o gehinnon y éste es un lugar de
;

castigo consciente, y no un lugar de aniquilación to-


tal, como pretenden jehovistas y adventistas.
No es menos clara una obra atribuida al historiador
judío Flavio Josefo, casi contemporáneo de los após-
toles, titulada elDiscurso a los griegos acerca del
hades. En ella Josefo intenta explicar a los no-judíos
lo que el pueblo de Israel entendía por hades y por
geherma, y dice así:
“El hades es un lugar donde están retenidas las
almas de los justos y los injustos... En esta región hay
un cierto lugar aparte, como un lago de fuego inex-
tinguible... Los injustos y aquellos que han sido des-
obedientes a Dios y han honrado a los ídolos, como
lo han sido las vanas invenciones de los hombres,
serán enviados por el juicio de Dios a este castigo
eterno” 5 .

Desde luego queda patente que cuando Josefo


mostró a los no-judíos lo que pensaban sus correli-
gionarios acerca del hades y la existencia de ultra-
tumba, ni lejanamente hizo referencia a algo que se

5 Hemos traducido del texto griego publicado en Josephus, Com-


plete Works, Grand Rapids 1978.

87
pareciera a las doctrinas de adventistas o testigos.
Lo primero que uno debe hacer cuando estudia
una cultura es aprender lo que significan los distintos
términos en la lengua hablada por la misma. Si los
“profetas” jehovistas y adventistas hubieran sido más
honestos y prudentes, habrían consultado las fuentes
qué enten-
judías, bíblicas y extrabíblicas para saber
dían éstas por términos como sheol y gehenna. Así
se hubieran ahorrado la formulación de despropósi-
tos como los de enseñar que el sheol es el sepulcro,
que gehenna es la destrucción y que no hay cons-
el
ciencia (mucho menos un castigo consciente) tras la
muerte. Y se lo hubieran ahorrado, porque las fuen-
tes de que disponemos son claras al respecto.
Pero es que, por si esto fuera poco, el Nuevo Tes-
tamento enseña claramente la doctrina de un castigo
eterno. Podrá gustar o no gustar, podrá resultar más
o menos atrayente; pero lo que no se puede negar es
que la enseñaron Jesús y los apóstoles. Brevemente
vamos a acercarnos a la misma.

Jesús enseñó acerca de un castigo para los ma-


los, en el que habría tinieblas, llanto y crujir de dien-
tes. Veamos algún ejemplo: “Los hijos del reino se-
rán echados a la oscuridad de afuera. Allí es donde
será su llanto y el crujir de (sus) dientes” (Mt 8,12)
(VNM). “Y los arrojarán en el horno de fuego. Allí es
donde será (su) llanto y el crujir de (sus) dientes”
(Mt 13,42) (VNM). “Y lo castigará con la mayor seve-
ridad y le asignará su parte con los hipócritas. Allí es
donde será (su) llanto y el crujir de (sus) dientes”
(Mt 24,51) (VNM). Otros textos similares: Mt 25,30
y Le 13,28.
Contra lo que puedan pensar testigos y adventis-
tas, el castigo no es un estado de inconsciencia. Es

88
llanto y crujir de dientes. Mucho nos tememos que,
salvo que esas acciones pueda desarrollarlas un ser
insensible e inconsciente, la doctrina de estas sectas

no es la misma que la que enseñó Jesús.

Jesús simbolizó este castigo de los injustos por


medio del fuego: “Mejor es entrar en la vida manco y
cojo, que con dos manos o dos pies ser echado al
fuego eterno” (Mt 18,8) (VNM). “Mejor te es entrar
con un solo ojo en el reino de Dios que con dos ojos
ser arrojado al gehena, donde su cresa no muere y el
fuego no se apaga” (Me 9,47-48) (VNM).“...el rico
murió y fue sepultado. Y en el hades alzó los ojos,
mientras existía en tormentos, y vio de lejos a Abra-
hán y a Lázaro en (la posición del) seno con él. De
modo que llamó y dijo: Padre Abrahán, ten miseri-
cordia de mí y envía a Lázaro para que moje la punta
de su dedo en agua y refresque mi lengua, porque
estoy en angustia en este fuego llameante” (Le 16,
21b-24) (VNM). Otros textos similares en Mt 3,12;
5,29-30, y Me 9,43.
Desearía detenerme un poco más en este último
pasaje. Aunque admitamos que puede existir en el
mismo un cierto colorismo hiperbólico propio del en-
torno semita de Jesús, lo cierto es que enseña que
tras la muerte los seres humanos son separados en
salvados y condenados, y mientras los primeros reci-
ben un premio, los segundos ven recaer sobre ellos
su justo castigo. Adventistas y Testigos de Jehová
aducen que el pasaje es una parábola, y por tanto lo
que dice no puede tomarse como muestra del pensa-
miento de Jesús sobre el tema. Tal afirmación, aparte
de ser totalmente gratuita, sólo denota un descono-
cimiento absoluto de lo que es una parábola. Ésta,
que en hebreo recibe el nombre de mashal, es un

89
relato absolutamente verosímil y tomado de la vida
cotidiana, con un significado didáctico adicional. Así,
en la parábola del sembrador no se nos dice que el
sembrador arrojaba simiente de trigo y crecían melo-
nes, sino que se nos narra un hecho real: hay simien-
te que se pierde y otra que da fruto. En la parábola
de la red tampoco se nos dice que recogían del mar
dragones, sino peces, que luego se separaban de ma-
nera lógica. No hay una sola parábola de Jesús que
no relate hechos lógicos, naturales y verosímilmente
reales; y cuesta creer que la del hombre rico y Lázaro
fuera a ser una excepción simplemente porque así
les complace a adventistas y testigos.
En esta parábola (que, por supuesto, tiene también
un significado más profundo) se narra algo que, como
hemos visto, todo judío contemporáneo de Jesús sa-
bía: que Dios juzga tras la muerte; que mientras unos
son salvos, otros se ven condenados, y que esa con-
dena implica tormento y angustia.
Pero es que, además, la parábola resultaba tan
clara en su enseñanza (en contra del enrevesamiento
de adventistas y testigos), que los discípulos de Jesús
no tuvieron que preguntarle por su significado, como
sucedió en otros casos. ¿No lo hubieran hecho de
ver que Jesús no sólo les daba una enseñanza extra-
ña sino que además lo hacía contradiciendo las ideas
bíblicas acerca del infierno y la supervivencia tras la
muerte, como pretenden adventistas y testigos? In-
dudablemente que sí; sólo que para los discípulos,
como para los que lo oían, lo que hubiera resultado
antibíblico no era la enseñanza de Jesús sobre el
castigo de ultratumba, sino una semejante a la de
jehovistas y adventistas.

Jesús enseñó que el castigo de los malvados era

90
eterno.Ya ha quedado esto apuntado en algunos de
hemos visto, pero vamos a observarlo
los textos que
en uno más. Se trata de Mt 25,46: “E irán éstos al
castigo eterno y los justos a la vida eterna”.
El texto no puede ser más claro: en el juicio en el
que todo ser humano se enfrentará ante Dios habrá
dos clases de personas: los justos, que tendrán vida
eterna, y los injustos, que tendrán un castigo también
eterno. El texto es tan revelador que los dirigentes de
la Wachtower no han tenido el menor reparo en fal-

searlo de la siguiente manera: “Y éstos partirán al


cortamiento eterno” (VNM).
Ahora bien, la palabra que se traduce por “castigo”
o “tormento” en todas las versiones es el término
griego kólasis, que sólo vuelve a aparecer en el Nue-
vo Testamento en lJn 4,18, y que no puede traducir-
se por “cortamiento” bajo ningún concepto (como,
de hecho, no lo hacen los testigos en este último
caso). Su forma verbal (koladso) aparece en He 4,21
y 2Pe 2,9. Curiosamente, en el primer caso la Wach-
tower traduce correctamente por “castigar” (traducir
que los sumos sacerdotes amenazaron a los apósto-
les con “cortarlos” hubiera sido excesivo hasta para
la Wachtower), pero en el segundo vuelve a repetir el

despropósito de “cortar”. La idea, sin embargo, que-


da clara en el idioma griego del original, como se
revela en He 4,21. La palabra significa “castigo”, y el
“castigo eterno” ya hemos visto que va unido a ideas
como las de fuego, angustia, llanto, crujir de dientes,
etc.

Jesús enseñó que había diversos grados en el cas-


de adventistas y testigos fuera cierta,
tigo. Si la tesis
no cabría esperar que nadie recibiera un castigo ma-
yor que otro. A fin de cuentas, todos los injustos re-

91

Á
cibirían una destrucción similar Pero como la Biblia
no enseña tal doctrina y además Dios es justo, lo que
Jesús dejó bien claro en multitud de ocasiones es
que el castigo varía en intensidad de unos a otros.
Veamos algún ejemplo: “Les será más soportable en
el día del juicio a Tiro y a Sidón que a ustedes” (Mt

11,22) (VNM). “Ellos son los que devoran las casas


de las viudas y por pretexto hacen largas oraciones;
éstos recibirán juicio más pesado” (Me 12,40) (VNM).
Ver en el mismo sentido Le 20,47 y IPed 2,20.
Lo cierto es que el sentido común hace que uno
espere que el ladrón irredento reciba menos castigo,
por ejemplo, que el asesino voluntario y no arrepen-
tido de millones de personas. Así mismo parece evi-
dente que no se puede juzgar igual el pecado del que
recibió luz (como algunos fariseos de la época de
Jesús) y, además, so capa de religión quebrantó la
ley de Dios, que el de la persona que no recibió el
mismo grado de luz. Tan evidente es esto que no nos
extraña que así lo enseñara Jesús. Pues bien, la se-
ñora White y los testigos no lo consideraron así. No
sólo se permitieron negar el castigo consciente de los
condenados, sino que además igualaron las suertes
de los seres humanos sin contar con que hasta entre
los injustos hay diferencias no despreciables.
Guste o no a los adventistas o testigos, sus tesis
carecen de la más mínima base histórica, lingüística y
exegética; y, lo que es peor, incurren en ocultar al
hombre su estado de perdición y las consecuencias
terribles del mismo. Sobre este aspecto volveremos
más adelante.

Las sectas dicen: “La enseña que sólo resu-


Biblia
citarán los justos”. Como colofón de las tesis
triste
adventistas y jehovistas sobre el estado de los muer-

92
tos aparece la afirmación de que sólo resucitarán los
justos. En
cierta medida, y visto desde su óptica, es
lógico: ¿qué finalidad tiene resucitar a unos seres
inconscientes para volverlos a deshacer eternamen-
te? Mejor que se queden como están, sin sentir ni
padecer.
El problema es que esta enseñanza colisiona fron-
talmente con la enseñanza de la Biblia. Ya hemos
visto antes cómo Dan 12,2 indica que al final de los
tiempos resucitará la humanidad o para recibir vida
eterna o para ver cómo recae encima de ella el cas-
tigo del oprobio eterno.
En armonía con esta enseñanza del Antiguo Testa-
mento, tanto Jesús como los apóstoles enseñaron
que habría resurrección de justos e injustos, de bue-
nos y malos, y no sólo de los primeros. Veámoslo:
“No se maravillen de esto, porque viene la hora en
que todos los que están en las tumbas conmemora-
tivas oirán su voz, y saldrán los que hicieron cosas
buenas a una resurrección de vida; los que practica-
ron cosas viles, a una resurrección de juicio” (Jn 5,28-
29) (VNM). “Tengo esperanza en cuanto a Dios, es-
peranza que estos mismos también abrigan, de que
va a haber resurrección, así de justos como de injus-
tos” (He 24,15) (VNM). “Y el mar entregó a los muer-
tos que había en él y la muerte y el hades entregaron
los muertos que había en ellos, y fueron juzgados
individualmente según sus hechos” (Ap 20,13).
Precisamente esta negación de la doctrina bíblica
de una resurrección universal hace que adventistas y
jehovistas puedan negar con una aparente seguridad
la doctrina también escritural de un castigo eterno.
Un ejemplo de ello se encuentra en su exégesis vicia-
da de Ap 20. En este capítulo se nos dice en primer
lugar lo siguiente: “El diablo que los estaba extravian-

93
do fue arrojado al lago de fuego y azufre, donde (ya
estaban) tanto la bestia salvaje como el falso profeta,
y serán atormentados día y noche para siempre ja-
más” (Ap 20,10) (VNM).
A
cualquiera que sepa leer pasaje le resulta evi-
el
dente: el diablo fue arrojado lago de fuego y de
al
azufre, que, como ya hemos visto en el judío Josefo,
es el nombre que se le daba al lugar de castigo de los
injustos, y en él será atormentado eternamente junto
al anticristo y el falso profeta.
Sólo unos versículos más abajo se señala que éste
es el destino que espera también a la humanidad no
redimida: “Y la muerte y el hades fueron arrojados al
lago de fuego. Esto significa la muerte segunda: el
lago de fuego” (Ap 20,14).
La idea es clara: la muerte (los cuerpos de los
muertos injustos) y el hades (los espíritus de los muer-
tos injustos) fueron arrojados a la muerte segunda 6 .

Ahora bien, puede preguntarse el lector: ¿Qué es la


muerte segunda? La respuesta es fulminante: el lago
de fuego, es decir, el lugar en que, según el versícu-
lo 14 de este mismo capítulo, serán atormentados
eternamente los réprobos.
Los adeptos adventistas y jehovistas se sienten
muy orgullosos de lo que entienden como una com-
prensión correcta sobre el estado del hombre tras la
muerte y su destino eterno. Resulta patético ver has-

6
Es evidente que nos hallamos aquí ante una figura literaria, consis-
tente en expresar el continente por el contenido. Así nosotros habla-
mos de bebemos un vaso, cuando en realidad lo que bebemos es el
vino que hay dentro. De la misma manera decimos que Gran Bretaña
declaró la guerra a Francia, cuando en realidad son los habitantes de
Gran Bretaña (y no sus ríos o sus montañas) los que entran en guerra
con los de Francia. Esta misma figura es la empleada aquí por el autor
de Apocalipsis: la muerte (los cuerpos) y el hades (los espíritus) fueron
arrojados al tormento eterno.

94
ta qué punto tales ilusiones no se corresponden en
absoluto con lo que enseña la Biblia.

2. La esperanza del creyente en la Biblia

Puede que algún lector sienta un cierto regusto


amargo tras leer las páginas precedentes. Es com-
prensible. Conceptos como los de pecado, responsa-
bilidad personal, juicio final e infierno no resultan agra-
dables para los oídos del hombre moderno; pero si
creemos lo que cuenta Lucas en los Hechos de los
Apóstoles en relación con el romano Félix (He 24,25),
ése no ha sido nunca tema grato para oídos poco
dispuestos al arrepentimiento.
La enseñanza de la Biblia es clara y contundente:
el hombre se ha separado de Dios por su propio
pecado y nada puede hacer por sí mismo para repa-
rar esa situación. El amor de Dios se ha manifestado
precisamente en el hecho de enviar a su Hijo a morir
en nuestro lugar en la cruz para darnos vida eterna
(Jn 3,16). No es de poco de lo que nos salva el amor
de Dios, sino de un castigo de dimensiones posible-
mente inconcebibles para nosotros; y ser conscientes
de ello resulta indispensable para comprender, aun-
que sea en mínima parte, el amor de Dios.
La esperanza del creyente es precisamente el estar
unido, de una manera que no podemos imaginar si-
quiera, con el Dios de amor que se encarnó para
morir por nosotros. Veamos lo que enseña a este
respecto el Nuevo Testamento:

El creyente tiene suesperanza en el cielo. Quizá


uno de los aspectos más peregrinos de la teología de
los testigos sea el de afirmar que sólo 144.000 perso-

95
ñas irán mientras que la inmensa mayoría de
al cielo,
denominada “gran muchedumbre”, que-
los salvos, la
dará en un paraíso en la tierra. He de señalar que tal
doctrina es relativamente reciente en el jehovismo,
que inicialmente sostenía la enseñanza bíblica al res-
pecto 7 . No
obstante, es defendida de una manera
tan fervorosa por los jehovistas y resulta a la vez tan
fácil de refutar, que, antes de entrar en el tema pro-
piamente dicho, merece la pena que nos refiramos a
esto.
Para vamos a ir al texto de Ap 7,9ss, donde se
ello
habla de “gran muchedumbre”, y veremos si se
la
dice que está en un paraíso “made in Wachtower”.
“Después de estas cosas vi, y miren, una gran mu-
chedumbre, que ningún hombre podía contar, de to-
das las naciones y tribus y pueblos y lenguas, de pie
delante del trono y delante del cordero” (Ap 7,9)
(VNM).
Mal que les pese a los testigos, este texto no dice
que la “gran muchedumbre” esté en un paraíso en la
tierra, sino que está en el cielo, delante del trono de
Dios. Que esto es así queda aún más evidentemente
expuesto unos versículos más abajo, cuando se ex-
plica quién es esta gran muchedumbre: “Éstos son
los que salen de la gran tribulación y han lavado sus
ropas largas y las han emblanquecido en la sangre
del cordero. Por eso están delante del trono de Dios;
y le están rindiendo servicio sagrado día y noche en
su templo; y el que está sentado en el trono extende-
rá su tienda sobre ellos” (Ap 7,14b-15) (VNM).
Si los jehovistas leyeran con un poco de atención
la Biblia, en lugar de permitir que sus dirigentes los

7 Ver al respecto César Vidal Manzanares, El infierno de las sec-


tas, Bilbao 1989, 65ss.

96
teledirijan con las publicaciones de la Wachtower,
verían lo que es evidente en este texto: premio de
el
los creyentes que han lavado sus pecados en la san-
gre de Cristo es estar ante el trono de Dios sirviéndo-
lo en el cielo.
Que el Apocalipsis señale eso no tiene, por otro
lado, nada de particular, porque ésa es la enseñanza
evidente del Nuevo Testamento.
“Regocíjense y salten de gozo, puesto que grande
es su galardón en los cielos” (Mt 5,12) (VNM). “Por-
que sabemos que si nuestra casa terrestre, esta tien-
da, fuera disuelta, hemos de tener un edificio proce-
dente de Dios, una casa no hecha de manos, eterna,
en los cielos. “(2Cor 5,1) (VNM). “A causa de la es-
peranza que está reservada para ustedes en los cie-
los” (Col 1,5) (VNM). Otros textos similares: Mt 6,19-
20; 19,21; Le 12,33; Ef 1,3.
Generalmente, los jehovistas suelen argumentar
que estos pasajes se refieren no a la “gran muche-
dumbre”, sino a los 144.000. Tal división de la Escri-
tura en dos clases de fieles, de manera que el 90 por
100 de lo escrito en ella no tenga virtualidad para la
inmensa mayoría, es algo que repugna no sólo al
sentido común, sino al mismo espíritu cristiano; pero
es que, además, como hemos visto, la “gran muche-
dumbre” tiene un destino en el cielo, ante el trono de
Dios, y no en el paraíso hechura de la Wachtower.
La Biblia es mucho más coherente en esto que la
teología de cualquier secta.

El creyente espera estar con Cristo. Quizá uno de


losaspectos que resultan más chocantes en la con-
versación con estos adeptos es la tremenda ansia
que manifiestan de recibir una parcela en el paraíso y
lo poco que les importa la presencia de Cristo. Re-

97
cuerdo hace años que mi padre acompañó a una
conocida a hablar con unos Testigos de Jehová.
Cuando en el curso de la conversación nuestra amiga
preguntó por el interés que pudieran sentir los jeho-
vistas por estar con Cristo, la respuesta que recibió
fue contundente: “Yo lo que deseo es estar en un
paraíso, y lo demás es secundario”. Por increíble y
deságradable que pueda resultar esto para un espíritu
medianamente sensible, lo cierto es que yo he tenido
ocasión de atravesar por experiencias similares en
multitud de ocasiones. Ahora bien, ésa no era la es-
peranza anhelada por los primeros cristianos. Vea-
mos lo que al respecto señala el Nuevo Testamento:
“Padre, en cuanto a los que me has dado, deseo que,
donde yo esté, ellos estén también” (Jn 17,24)
(VNM). Desgraciadamente, si creemos a las doctri-
nas de los testigos, el Padre no ha escuchado la ora-
ción de Jesús...
“Porque si nuestra fe es que Jesús murió y volvió
a levantarse, así, también, a los que se han dormido
(en la muerte) mediante Jesús, Dios los traerá con
él... Después nosotros los vivientes que sobreviva-

mos seremos arrebatados, juntamente con ellos, en


nubes al encuentro del Señor en el aire, y así siempre
estaremos con (el) Señor” (ITes 4,14-17) (VNM).
En buena medida, esta ansia de estar con Dios es
algo que tiene sus precedentes en el Antiguo Testa-
mento. En él se nos habla de cómo Dios se llevó a
Henoc (Gén 5,22-24), a Elias (2Re 2,10), y que esta
esperanza era esperada por muchos creyentes (Sal
49,16, v. 15 en la versión del Nuevo Mundo). Aunque
testigos y adventistas han insistido en que ni el arre-
batamiento de Elias ni el de Henoc significa que mu-
rieran, lo cierto es que el término hebreo Ich, que se
usa en estos pasajes que he citado, no deja lugar a

98
dudas. Se trata de un “arrebatamiento” que Dios
hace recaer sobre una persona para tenerlo con él.
No hay nada disparatado en esto. Para aquel que
haya sentido, aunque sólo sea por unos instantes, la
cercanía de Dios, queda claro que no se puede de-
sear nada mejor que ésta, y que la posesión del mejor
“paraíso” no tiene punto de comparación con ella.
Ser creyente implica un idilio continuado con Dios.
Es un idilio en el que nuestra flaqueza humana provo-
ca que se produzcan altibajos; pero también es un
idilio que no puede ser canjeado por ningún paraíso

de los pregonados por las sectas por muy maravilloso


que pueda parecer.

El creyente espera estar con Cristo desde el mo-


mento de su muerte. Por eso la afirmación de que
ese estar con Cristo comienza desde el momento de
la muerte sólo puede provocar gratitud en el alma del

creyente. Los testimonios del Nuevo Testamento son


al respecto terminantes: “Porque en mi caso el vivir

es Cristo y el morir ganancia...; pero lo que sí deseo


es la liberación y el estar con Cristo” (Flp 1,21-23)
(VNM). Las palabras del apóstol son claras. Tras su
muerte no esperaba una inconsciencia de siglos. Te-
nía la certeza de que si moría, inmediatamente estaría
con Cristo.
“Y siguieron arrojándole piedras a Esteban, mien-
tras él hacía petición y decía: Señor Jesús, recibe mi
espíritu” (He 7,59) (VNM). La esperanza de Esteban
en el momento de su martirio no era la de pasar a la
inconsciencia por siglos. No; era la que ha animado a
tantos mártires de la fe a lo largo de siglos de historia
del cristianismo: que su espíritu consciente fuera re-
cibido en el momento de la muerte por Jesús. La idea

99
de cambiar esto por una parcela de terreno no puede
sino parecemos penosa 8 .

De hecho tal esperanza arranca de palabras como


las que Jesús dijo al ladrón arrepentido en el momen-
to de su muerte: “Y le contestó: Te aseguro que hoy
estarás conmigo en el paraíso” (Le 23,43).
Vamos a detenernos en este texto con algo más de
atención. El ladrón, que comenzó injuriando a Jesús,
lo ha venido observando durante horas y ha descu-
bierto que es el mesías. Arrepentido, le suplica a
Jesús que se acuerde de él. Entonces Jesús le declara
solemnemente que ese mismo día estará con él en el
paraíso. La afirmación es tan clara que en su grandio-
sa sencillez contiene todo un compendio de teología
del más allá. Con la muerte el creyente no entra en
un estado de inconsciencia, sino que pasa a la pre-
sencia de Dios. Tan evidente es esto, que adventistas
y testigos han insistido en que la frase está mal pun-
tuada en las traducciones de la Biblia, y los últimos
han tenido el descaro de pervertir el pasaje en su
biblia de la siguiente manera: “Y él le dijo: Verdade-
ramente te digo hoy: Estarás conmigo en el paraíso”
(VNM).
No hace falta decir que no hay un solo manuscrito
griego del Nuevo Testamento que puntúe de esa ma-
nera pasaje; y la razón es obvia: una frase de ese
el
tipo es un puro disparate gramatical; resulta impen-
sable en griego. Éste dice: “En verdad te digo, hoy
estarás conmigo en el paraíso”.
Una vez más, como es costumbre en adventistas y

8 Es posible que el lector se pregunte si el “paraíso” a que hace

referencia Jesús es del tipo terrenal preconizado por los testigos. La


respuesta es negativa. El mismo apóstol Pablo nos dice que fue arreba-
tado místicamente a ese paraíso... que es el tercer cielo, y no el conjun-
to de parcelas que pretende la Wachtower (2Cor 12,1-4).

100
testigos, a la mala teología y peor exégesis se ha
unido el desconocimiento de las lenguas bíblicas 9 .

3. Conclusión

Hace unos quince años me encontraba visitando a


unos conocidos en un pueblo de Cataluña. En el
curso de la conversación alguien mencionó a los Tes-
tigos de Jehová; y uno de los presentes (no especial-
mente piadoso, todo hay que decirlo) comentó que le
gustaría que las doctrinas de aquéllos fueran verdad,
porque podría permitirse hacer lo que quisiera en
esta vida sin temor a ningún juicio posterior en el que
tuviera que rendir cuenta a Dios de sus actos. Tal
conclusión está, desde nuestro punto de vista, pre-
ñada de lógica.
La enseñanza de adventistas y testigos de Jehová
sobre el más allá priva al que la cree de una perspec-
tiva real sobre cuál es la situación del hombre ante
Dios; pero es que, además, tampoco le indica el costo
de la maravillosa esperanza del cre-
salvación ni la
yente. Todo eso lo sustituye por una oferta de parce-
las en una especie de urbanización colosal. De no ser
tan dramático, casi se podría decir que es cómico.
Y lo peor es que tal enseñanza no libera al hombre
de ningún temor. Por el contrario, debo decir que no
he conocido a ningún católico ni protestante tan an-
gustiado por su situación futura como a los adventis-
tas o a los testigos. Ese pánico irracional que experi-
mentan los adeptos de estas sectas a ser destruidos

9 A semejanza de los Testigos de Jehová, la versión Valera del 90 ha


falseado tambiénel texto de Le 23,43. Existen más que fundadas razo-
nes para pensar que esta revisión de la Biblia obedece a intereses de
la secta adventista.

101
si las abandonan no admite prácticamente parangón

con ninguna otra clase de miedo cerval. Y es que, en


el fondo, es una manifestación patética del miedo
propio de los esclavos. En ellos no existe esa confian-
za de Esteban en el momento de su muerte; ni la
esperanza gozosa de Pablo, que sabe que el morir es
una ganancia; ni la tranquilidad del ladrón arrepenti-
do, que descansaba en la promesa de Jesús de que
estaría con él en el paraíso ese mismo día. No; lo que
hay es la horrorosa expectativa de la nada si abando-
nan el yugo de sus dirigentes, o la grosera ansia diri-
gida hacia un paraíso que, desde luego, si va a ser
como el interior de estas sectas hoy en día, se nos
antoja, más que tentador, repelente. Demos gracias
a Dios de que afortunadamente no existe el más mí-
nimo parecido entre lo que enseña la Biblia y lo que
predican estas sectas.

102
5

¿ENSEÑA LA BIBLIA QUE HABRÍA


OTRAS REVELACIONES GENERALES
DESPUÉS DE CRISTO?

HUBIERA que buscar un elemento claramente


S I

un grupo que se denomine cris-


definitorio entre
tiano y lo sea y otro que también se denomine así y
constituya una secta, quizá una de las posibilidades
más claras de hallarlo estaría en buscar si se dan en
el mismo nuevas revelaciones generales.

Las Iglesias cristianas parten de la base de que la


revelación general de Dios quedó cerrada con la ve-
nida de Jesús de Nazaret como mesías prometido e
Hijo de Dios h Con esto sólo están repitiendo lo que
era la confianza de la primera generación de cristia-
nos, que estaba segura de que ya, por fin, Dios había
hablado de una forma plena en la persona del Hijo:
“Dios, después de haber hablado muchas veces y en
diversas formas a nuestros padres por medio de los

1
Existe una diferencia de importancia — que, no obstante, no inva-
lida loseñalado arriba — entre las Iglesias católica y orientales, por un
lado, y las protestantes, por otro. Las primeras confiesan la existencia
de una revelación general que no se limita a la Biblia, sino que además
incluye la tradición. Las segundas, por el contrario, se aferran a la tesis
de que sólo la Biblia es fuente de revelación general. Para un estudio
sobre el tema desde la perspectiva del cristianismo primitivo, cf César
Vidal Manzanares, ¿Tradición versus Biblia? Una aproximación his-
tórica al papel de la Tradición en la Iglesia de los cuatro primeros
siglos, Pastoral Ecuménica, Madrid 1990.

103
profetas, en estos días que son los últimos nos ha
hablado por el (Heb l,l-2a) (EP).
Hijo”
El sentido del verbo en este pasaje muestra además
una acción terminada: Dios ha hablado y no va a
decir ya nada que no se haya dicho en Cristo.
Esta misma generación de primeros cristianos tam-
bién tuvo que enfrentarse con el problema de los
falsos profetas. Así, por ejemplo, cuando Judas escri-
be a cristianos del s. les dice: “Queridísimos, tenía
i

un gran deseo de escribiros acerca de nuestra común


salvación, y me he visto obligado a hacerlo para ex-
hortaros a luchar por la fe, que de una vez para
siempre ha sido transmitida a los creyentes. Porque
se han infiltrado entre vosotros algunos hombres,
destinados desde antiguo a caer en la condenación,
gente malvada que han convertido en libertinaje la
gracia de nuestro Dios y niegan a nuestro único due-
ño y Señor, Jesucristo” (Jds 3 y 4) (EP).
La idea estaba clara: la fe ya había sido transmitida,
y nadie podía añadir o quitar nada con la pretensión
de que se trataba de una nueva revelación profética.
Por supuesto, se admite la posibilidad de que cre-
yentes concretos puedan recibir revelaciones parti-
culares (que, por otro lado, son examinadas cuidado-
samente por las distintas Iglesias); pero éstas ni pue-
den contradecir lo revelado con anterioridad ni tam-
poco son portadoras de un poder vinculante para
todos los creyentes. Así, por ejemplo, una persona
podría recibir una revelación; pero si ésta enseñara,
por ejemplo, que Jesús fue sólo hombre y no Dios, o
que no resucitó o que su muerte no tiene ningún
valor redentor, la mencionada revelación sería falsa.
El apóstol Pablo deja establecida esta regla de juicio
en su carta a los Gálatas: “Me maravillo de que aban-
donando al que os llamó por la gracia de Cristo os

104
paséis tan pronto a otro evangelio; no que haya otro,
sino que hay algunos que os perturban y quieren
transformar el evangelio de Cristo. Pero aun cuando
nosotros mismos o un ángel del cielo os anunciara un
evangelio distinto del que os hemos anunciado, sea
anatema. Como lo tenemos dicho, también ahora lo
repito: Si alguno os anuncia un evangelio distinto del
que habéis recibido, sea anatema” (Gál 1,6-9) (BJ).
Pudiera ser también que la revelación particular no
mostrara nada contrario a la fe, sino tratara de impul-
sar a una devoción concreta, v.gr., a leer la Biblia
todos los fines de semana de manera sistemática. En
ese caso podría ser tal revelación genuina; pero no
sería de recibo la posibilidad de que se impusiera
sobre todos los creyentes como una nueva revelación
general.
Por el contrario, en las sectas la nueva revelación
es la base esencial de la fe, hasta tal grado que sin ella
el movimiento como tal no existiría. Y no sólo eso,
sino que la nueva revelación general sirve de patrón
con el que interpretar la Biblia puesto que, al fin y a
la postre, tiene más valor que aquélla. A un análisis

somero de este aspecto dedicaremos las siguientes


páginas.

1. Los mormones

La de Utah constituye el primer


“religión sintética”
ejemplo contemporáneo de cierto relieve de un nuevo
profeta que pretende añadir una revelación al cristia-
nismo. Nos estamos refiriendo a José Smith, nacido
el 23 de diciembre de 1805. Según el propio testimo-
nio de Smith, desde fecha muy temprana fue sujeto
de visiones que le llevaron presuntamente a la con-

105
clusión de que ninguna religión era lo suficientemente
buena y verdadera para los norteamericanos (poste-
riormente sería para todo el mundo). Este descubri-
miento se vio supuestamente confirmado por la apa-
rición de un ángel, llamado Moroni, que le mostró un
lugar en el que se hallaban ocultas unas planchas de
oro. En las mismas estaba escrita una nueva revela-
ción, que había esperado al nacimiento de Smith para
salir a la luz.
Puesto que Smith no conocía el lenguaje en que
estaba escrita la revelación, el ángel le entregó unas
gafas, con la ayuda de las cuales pudo entender todo
y traducirlo al inglés.
Hasta aquí la historia oficial, porque la realidad
parece ser que Smith se hizo con una novela histórica
titulada The manuscript found, y cuyo autor era un
tal Solomon Spaulding, y la plagió de manera desca-

rada, presentándola luego como el Libro de Mormón.


De hecho, eso explicaría, entre otras cosas, por qué
el Libro de Mormón, que presuntamente se escribió

el 420 a.C., cita de la Biblia del rey Jaime, que se


editó... en 1611.
Pero, se crea o no, había surgido un profeta, y con
él una nueva revelación, superior a todas las anterio-

res. Cuando Smith se puso en marcha en 1831 hacia


Missouri porque Dios le había revelado que ésa sería
la Nueva Sión, sus adeptos le siguieron sin dudarlo;

y tampoco titubearon en creer que el fin del mundo


sería en 1890, como había anunciado Smith. Pero ni
Missouri fue la tierra de los mormones (que después
se asentarían en Utah) ni en 1890 vino el fin del mun-
do. Se habían echado, no obstante, las bases para
una de las sectas más poderosas de la tierra.

106
2. Los adventistas

El segundo ejemplo contemporáneo de nuevas re-


velaciones ligadas a un presunto profeta (“profetisa”
en este caso) lo proporcionan los adventistas, de los
que los denominados del Séptimo Día constituyen el
grupo mayoritario.
Su precursor, William Miller, había llegado a la con-
clusión de que el libro de Daniel, capítulo 8 y versícu-

lo 14, anunciaba el fin del mundo e incluso fijaba una


fecha concreta para este suceso. No hace falta decir
que ni Daniel se refiere en ese pasaje al fin del mundo
ni mucho menos da una fecha al respecto; pero el
lector ya irá viendo que una cosa es lo que dice la
Biblia y otra lo que de ella extraen las sectas.
Lo cierto es que Miller fijó la fecha de la venida de
Cristo para 1843, y cuando ésta no se produjo (como
era de esperar), fue fijando nuevas fechas para el
evento: 21 de marzo de 1844, 18 de abril de 1844 y 22
de octubre de 1844. Por más que los adeptos espera-
ron ataviados con túnicas blancas el regreso de Cris-
to, éste no se produjo. Lo lógico hubiera sido que el
movimiento se disolviera tras cuatro fracasos en tan
poco tiempo, pero una cosa es lo lógico y otra lo que
brota de la especial psicología del adepto a una secta.
El 23 de octubre de 1844 sucedió el “milagro”. Hi-
ram Edson tuvo una visión en la que veía a Cristo
llegando al pie de un altar en el cielo. El movimiento
estaba salvado, porque, según Edson, aquello indica-
ba que Miller no se había equivocado. Cristo había
llegado; sólo que no a la tierra, sino a otro lugar en el
cielo 2 .

2 Para terminar de complicar las cosas, la teología adventista consi-

dera que esa fecha de 23 de octubre de 1844 reviste una importancia


suprema porque en ella se consumó una etapa más del sacrificio de

107

J
Entusiasmado sin duda por esta “revelación” que
echaba tierra sobre los errores de antaño, un amigo
de Miller, llamado Charles Fitch, señaló sin lugar a
equívocos que las otras religiones, pero muy espe-
cialmente la Iglesia católica y, en segundo lugar, las
protestantes, no eran sino la gran prostituta del Apo-
calipsis. Con todo parece que los adventistas no es-
carmentaron, porque volvieron a señalar 1854 y 1873 3

como fechas para el fin del mundo.


Por esas fechas surgiría el personaje central en la
historia del adventismo: su profetisa Ellen White. La
señora White, calificada por los adventistas de “Se-
gundo Juan el Bautista”, precursor de la segunda
venida de Cristo, es uno de los personajes más su-
gestivos dentro de la historia de las sectas contempo-
ráneas. Aunque presunta víctima de un desequilibrio
psíquico causado por un accidente de la infancia, lo
cierto es que contó con la energía suficiente como
para dar una nueva estructura doctrinal a la secta .

Sus visiones fueron las que precipitaron a la secta a


guardar el sábado, a seguir una dieta pseudo-levítica,

Cristo en la cruz. Cabe preguntarse cuál es la razón lógica de que la


obra de Cristo en la cruz haya esperado mil ochocientos años para
pasar a su segunda fase, cuando tanto católicos como protestantes u
ortodoxos han creído durante siglos que cuando Jesús dijo al morir:
“Todo está cumplido” (EP) o “Consumado es” (RV) (Jn 19,30), quería
decir precisamente eso, que su obra estaba cumplida y no que aún
deberían pasar siglos para llegar al siguiente paso de la misma.
3
Debe notarse, en honor a la verdad, que otros estudiosos del
personaje pretenden que fue en el fondo una marioneta bajo cuyo
nombre se publicaron las obras de otros para dotarlas del carisma de
la profecía. En ese sentido, W. Rea, La mentira White Zaragoza 1988.
,

Se ha pretendido asimismo que Ellen White no era ni una farsante ni


una enferma mental, sino un juguete de espíritus que le entregaban
revelaciones al estilo de lo que sucede con las médium espiritistas. Sea
lo que fuere, sí está demostrado que buen número de las obras de
la profetisa adventista fueron un plagio claro de escritos de otros au-
tores.

108
a negar la inmortalidad del alma y la existencia del
infierno, etc. No existe parangón en la historia de las
sectas de cambios tan radicales realizados en un pla-
zo de tiempo tan breve, con la excepción, discutible
no obstante, de los Testigos de Jehová.
El esposo de la señora White señaló que durante la
primera parte del ministerio de su esposa (unos vein-
titrés años) tuvo de cien a doscientas “visiones abier-
tas”. Éstas disminuyeron a medida que pasaban los
años, y posteriormente las “revelaciones” se pro-
dujeron sólo en momentos de insomnio o durante
sueños.
No obstante lo poco fiable que resulta toda la his-
toria de Ellen White, la actitud de los Adventistas del
Séptimo Día sigue siendo clara al respecto: “Dios dio
a este movimiento, en armonía con el precedente de
la profecía, una manifestación del don profético en la
persona y escritos de la señora E. G. White” (F. Ni-
chol-Ellen G. White and her critics, Washington 1951,
22), y por ello no es de extrañar que el artículo 19 de
las “Creencias fundamentales de los Adventistas del
Séptimo Día” declare “que el don del Espíritu de pro-
fecía es una de las marcas identificativas de la Iglesia
remanente... Ellos (los Adventistas del Séptimo Día)
reconocen que este don se manifestó en la vida y
ministerio de Ellen G. White”.
Por eso no es de extrañar que el libro de enseñan-
za adventista Principios de vida de la palabra de
Dios, redactado en forma de preguntas y respuestas
conciba siempre las segundas como una cita de la
Biblia acompañada de un comentario de la señora
White, y muy a menudo como una cita de la señora
White solamente.
En el mismo libro se reconoce el valor de White
para los adventistas: “La mayor parte de las eviden-

109
cias citadas proceden de la Biblia o del espíritu de
profecía, nuestras dos fuentes principales de sabidu-
ría divina”.
A diferencia de las confesiones cristianas, los ad-
ventistas no tienen fuentes de la revelación ya entre-
gadas hace siglos, sino una más que se ha incorpora-
do a través de Ellen White. El testimonio número 33
(p. 189), de Ellen White muestra incluso que preten-
día no sólo añadir y acompañar, sino sustituir lo que
Dios había revelado. En él se dice: “En tiempos anti-
guos Dios habló a los hombres por boca de los pro-
fetas y apóstoles. En estos días les habla por los
Testimonios (escritos de Ellen White) de su espíritu”.
Como podrá observar el lector, esta afirmación en
realidad copia casi textualmente la cita mencionada
arriba del capítulo primero de la carta a los Hebreos,
sólo que se ha sustituido en ella al Hijo de Dios por
las obras de la señora White. Creemos que una con-
ducta así no necesita comentarios adicionales.
Por ello no es de extrañar que las publicaciones de
esta secta nos hablen de los “autos de fe” contra
aquellos adeptos que niegan no la inspiración de to-
das las obras de la señora White, sino sólo la de al-
gunas 4 .

Como tendrá ocasión de comprobar el lector en


los próximos capítulos, las enseñanzas de los adven-
tistas no han arrancado ni por aproximación de lo
que aparece en los textos de la Biblia, sino de las
“profecías” de Ellen White, que tenía la costumbre
de legitimar cada nuevo hallazgo doctrinal con su-
puestas visiones y revelaciones divinas.

4
Cf “Revista adventista”, edición España (marzo 1979) 18.

110
3. Los Testigos de Jehová

Comparados con mormones y adventistas, los tes-


tigos de hoy en día parecerían estar más alejados de
la definición de secta. Para ser sinceros, esta secta

no pretende disfrutar de una nueva revelación entre-


gada a un profeta (como mormones y adventistas), y,
al menos en parte, ha reconocido haber sostenido en

el pasado proposiciones doctrinales erróneas (cosa

impensable en mormones y adventistas). Aparente-


mente su visión de la revelación sería protestante,
aunque sus doctrinas disten mucho de serlo, ya que
el protestantismo (con todas sus diferencias internas)
nunca ha negado doctrinas esenciales del cristianis-
mo, como la de la divinidad completa de Cristo. Creo
que sólo examinando, aunque sea por encima, los
orígenes de esta secta puede comprenderse esta apa-
rente contradicción.
El origen de los Testigos de Jehová se halla en los
adventistas. De ellos han tomado toda su antropolo-
gía, que niega la inmortalidad del alma; de ellos han
tomado la negativa encarnizada a creer en el infierno;
de ellos han tomado la insistencia en anunciar (y
equivocarse al fijar fechas) que el fin del mundo está
cerca, e incluso de ellos han tomado el arrianismo en
relación con la doctrina de la Trinidad, arrianismo del
que los adventistas se desdijeron con el paso del
tiempo, aunque conservaron la creencia en que san
Miguel era el hijo de Dios antes de su encarnación.
La razón de estos préstamos doctrinales se halla en
que uno de los padres, repudiado por otra parte, de
los testigos fue Nelson Barbour, un ex adventista.
También lo fue Charles Taze Russell, que en 1876 se
unió al anterior. A éste se suele presentar en las
diversas historias como el fundador del movimiento,

111
olvidando a menudo el papel del primero, que fue lo
suficientemente importante como para idear la fecha
central en la teología de los testigos: 1914 como fin
de los tiempos de los Fue también Barbour
gentiles.
quien señaló que el 9 de marzo de 1878 todos los
fieles serían convertidos en seres espirituales y lleva-
dos Siguiendo el ejemplo de los adventistas,
al cielo.

que leshabían precedido, se vistieron de túnicas blan-


cas y fueron a esperar a Cristo en el puente de Pitts-
burg. El resultado, como puede uno figurarse, fue tan
desastroso como en el caso de los adventistas; pero,
como había sucedido con éstos, la secta no se disol-
vió. Lo que sí terminó sucediendo es que Russell y
Barbour se separaron, emergiendo entonces Russell
como “auténtico” profeta.
Las publicaciones de los testigos han intentado re-
editar en el pasado la historia de Russell, hasta que
hace unas tres décadas debieron llegar sus dirigentes
a la conclusión de que era mejor archivar su existen-
cia en el olvido, salvo para hacer alguna referencia
aislada. No es para menos.
Russell no creía que la Biblia fuera la única fuente
de revelación (como hoy dicen los testigos), sino que
utilizaba también las presuntas profecías de la Gran
Pirámide para apoyar sus cálculos sobre el tiempo
del fin. Pero es que, además, Russell tampoco pensa-
ba que se pudiera leer la Biblia sin él. Como indicó en
el primer volumen de sus estudios de las Escrituras,
si alguien leía la Biblia solamente se perdería, pero si

leía sólo los estudios de Russell encontraría la luz.


Este enfoque de la situación sí que convertía a los
testigos (que entonces se denominaban Estudiantes
de en una secta.
la Biblia)
Como secta, en 1881 Russell anunció que para
tal
octubre del mismo año sería arrebatado con sus co-

112
laboradores al cielo. Ciertamente, en muy poco tiem-

po no le quedó un solo colaborador, pero fue porque


lo abandonaron. El fin del mundo quedó fijado enton-
ces para 1914.
Cuando terminó el año 1914 sin que se produjera
la batalla de Armagedón y el fin de los reinos de esta
tierra y de las iglesias (que era lo que verdaderamente
había anunciado Russell), el profeta de Brooklyn no
se desanimó. Se fijó una nueva fecha para 1915, y
otra para 1918. Russell moriría el 31 de octubre de
1916. Por aquel entonces las ventas de la secta habían
caído en un 52,4 por 100.
A diferencia de lo sucedido con Smith o con White,
la muerte de Russell ni podía leerse en clave de mar-
tirio ni tampoco acontecía en una época de apogeo

económico. Su sucesor, Joseph Rutherford, elegido


presidente de la Wachtower el 6 de enero de 1917
mediante el no muy espiritual método de pagar 10
dólares por voto, lo comprendió y, en lugar de con-
servar el legado del profeta muerto (como adventistas
y mormones), se autonombró nuevo profeta, cam-
biando todo lo posible las doctrinas de Russell, con
una sola excepción: conservó el prurito de fijar fechas
relativas al fin del mundo.
En Reconciliación (hoy retirado de circula-
el libro
ción), Rutherford afirmó taxativamente que el trono
de Dios se asentaba en una estrella de las Pléyades.
Al quitar Dios de la tierra el Espíritu Santo en 1914,
se había visto privado de un transmisor con el que
comunicar sus revelaciones a la Wachtower, si bien
pronto tal situación quedó subsanada, puesto que le
fueron enviados a Rutherford espíritus que le comu-
nicaban la luz que procedía de Dios.
Bajo tal impulso, Rutherford lanzó una serie de
doctrinas que, hoy por hoy, siguen definiendo a los

113
Testigos de Jehová: sólo 144.000 irían al cielo (una
antigua doctrina adventista, dicho sea de paso), la
ilicitud de recibir transfusiones de sangre (1927), la
prohibición de celebrar la navidad (1928), la prohibi-
ción de utilizar la cruz (1928), la prohibición de cele-
brar cumpleaños y el día de la madre, el nombre de
Testigos de Jehová y la utilización delirante de esta
errónea transliteración del tetragramaton (1931), la
prohibición de vacunas (1935), la afirmación de que
la cruz es un signo pagano (1936), etc. De todas
estas revelaciones los testigos sólo arrojarían por la
borda una, y eso porque creemos que no les quedaba
más remedio: la de que en 1925 resucitarían los gran-
des hombres de la antigüedad, como Moisés, Abra-
hán y David.
A la muerte de Rutherford, la Wachtower pudo
prescindir tranquilamente de su presunta aportación
profética.
Se pasó entonces a una táctica que, en parte, ha
sido utilizada también por los adventistas: ocultar el
origen de la revelación doctrinal, afirmar que la base
era la Biblia y que el medio por el que se había des-
cubierto era el estudio de la misma. El resultado,
como hemos visto en las páginas anteriores y vere-
mos más adelante, es una penosa exégesis socorrida
por textos que no dicen lo que pretenden los adeptos
y por una tergiversación de las lenguas en que se
redactó la Biblia.
Pero no cabe engañarse. La teología de los Testi-
gos de Jehová no procede de las Escrituras, sino de
un núcleo sectario, como son los adventistas, y de
laspretensiones sectarias de sus dos primeros presi-
dentes, Russell y Rutherford.

114
4. La Iglesia de Unificación

Si hasta ahora las sectas habían pretendido tomar


su arranque de un profeta, superior a todos los ante-
riores, pero profeta a fin de cuentas, la Iglesia de
Unificación (mooníes) pretende que su fundador es
el mesías, un mesías además que reparará los fallos

de Jesús.
Moon, su fundador, nació en 1920 y se crió en el
seno de una familia que abrazó el protestantismo
cuando dos de los hermanos de Moon, enfermos
mentales, fueron sanados por un pastor presbiteria-
no. Ya a los dieciséis años, según la versión oficial,
Moon tuvo una visión de Jesús, en la que éste le
mostraba cómo salvar físicamente a la humanidad.
Moon, presuntamente, se negó a aceptar la misión
en un principio, pero por fin cedió ante la insistencia
de su interlocutor.
Así supo Moon que Jesús,
nacido de la descenden-
cia bastarda de María y Zacarías, había fracasado al
no recibir la ayuda de Juan el Bautista (“la cruz es el
símbolo de la derrota del cristianismo”). Para salvar
a la humanidad era necesario que viniera el tercer
Adán: Moon.
Tuviera o no Moon tal visión a los dieciséis años, lo
cierto es que hasta 1944, fecha en que se casó, no
comenzó a predicar la nueva revelación. De hecho,
durante esos años formó parte de una secta cuyo
dirigente era un tal Park Monn Kim. La Iglesia de
Unificación no nacería oficialmente hasta 1954. En
1957 se publicaba El Principio divino, nueva Biblia del
movimiento, y se enviaban los primeros misioneros a
Japón.
No vamos a hacer referencia aquí a la apasionante

115
(ytambién repelente) evolución posterior de la secta.
Sí deseamos insistir, no obstante, en que en él se
cumplen los elementos claros de la secta: nueva re-
velación a través (esta vez) de un nuevo mesías y
socavación de los principios elementales del cristia-
nismo

5. Los Niños de Dios

Un caso similar (y no podía ser menos) es el de los


Niños de Dios. He percibido a lo largo de los años un
especial resquemor en los dirigentes de sectas cuan-
do se menciona a los Niños de Dios. Los excesos
sexuales de estos últimos son tan bien conocidos,
que se teme que su publicidad los salpique a ellos
también. Parece como si el escándalo financiero que
ha caracterizado en un momento u otro a todas las
sectas, el tráfico de armas o la intervención en políti-
cas poco claras de algunas o los poco claros negocios
de la mayoría no resultaran tan graves ante la opinión
pública como la prostitución de las docenas de adep-
tas de Moisés David. Puede que sea así; pero yo,
personalmente, por mucha repulsión que me inspire
el dirigente de los Niños de Dios, no termino de verlo

como esencialmente distinto de los otros fundadores


de sectas. Aún más, insistiría en que los puntos de
contacto son enormes. Pasemos a verlos.
Como Russell, White, Smith y Moon, David Berg,
al que luego se denominaría Moisés David, nació en
el seno de una familia cristiana practicante; más con-
cretamente, perteneciente a la Alianza Misionera.
Hasta los años sesenta, su vida fue un modelo, al
menos aparente, de devoción protestante clásica; in-
116
cluso estuvo asociado con el tele-evangelista Fred
Jordán. Al llegar la “Revolución de Jesús”, entró a
formar parte de “Desafío juvenil”, una organización
evangélica de corte paraeclesial que trabajaba en la
rehabilitación de toxicómanos. Hasta ahí David Berg
era mucho más ortodoxo que cualquiera de los otros
fundadores de sectas.
Entonces se produjo un cambio. Con una cincuen-
tena de seguidores se dirigió a Arizona, a imitación
de la trayectoria por el desierto de Moisés y el pueblo
de Israel. Berg tomó su nombre nuevo de Moisés; el
grupo fue dividido en doce secciones, como las tribus
de Israel, y los nombres de los adeptos comenzaron
a ser cambiados al entrar a formar parte del mismo.
Esto, unido a dos profecías fallidas de Berg en rela-
ción con el fin del mundo, configuraban al colectivo
como otra secta más. Igual que en el caso de adven-
tistas y testigos, el fallo de las profecías no disolvió la
secta. Todo lo contrario. En esa fecha Fred Jordán
les ofreció establecerse en su Texas Soul Clinic Mis-
sionary Ranch.
Desde entonces (y el lector comprenderá que nos
ahorremos la desagradable historia de la secta) David
Berg, alias Moisés David, ha estado recibiendo de
forma continua revelaciones de espíritus, que en oca-
siones son ángeles y en otras entes como el alma de
un rey gitano de nombre Abrahim, que supuesta-
mente murió hace más de mil años.

6. Conclusión

Haciendo un balance final podemos decir que los


movimientos sectarios que se pretenden cristianos
tienen una serie de características comunes:

117
1. Un profeta (profetisa, mesías).
2. Que recibe una revelación o revelaciones nue-
nuevas interpretaciones de
vas, ligadas a la Biblia en
contraste con las doctrinas esenciales de la misma.
3. Generalmente sus profecías son erróneas (es-
pecialmente en lo referente a fijar fechas del fin del
mundo) y, lógicamente, los sucesores del profeta tien-
den a reescribir la historia ocultando los aspectos
más escandalosos.
4. En la totalidad de las nuevas revelaciones in-
terviene un elemento presuntamente sobrenatural.
Nos parece difícil establecer si se trata de una enfer-
medad mental del profeta (como se ha sugerido en
relación con Ellen White), de puro oportunismo o de
contacto con espíritus del mal (como se ha apuntado
en relación con Joseph Smith, Rutherford, Moon y
Moisés David). En cualquiera de los casos, ese ele-
mento es inevitable en la parafernalia de las sectas.
¿Cuentan estos profetas con alguna legitimidad mo-
ral (no digamos ya bíblica) que avale sus poco mo-
destas pretensiones? Creemos que la historia desnu-
da de todas las alharacas y oropeles que les cuelgan
sus adeptos es una suficiente respuesta; pero yo de-
searía concluir este capítulo con la cita de la Biblia en
la que Dios entregó a Moisés una regla con la que
guiarse frente a la aparición de presuntos profetas de
Dios. Dice así: “Y en caso de que digas en tu cora-
zón: ¿Cómo conoceremos la palabra que Jehová no
ha hablado? Cuando hable el profeta en nombre de
Jehová y la palabra no suceda ni se realice, ésa es la
palabra que Jehová no ha hablado. Con presunción
la habló el profeta. No debes atemorizarte de él”
(Dt 18,21-22).
Creo sinceramente que si los adeptos de las sectas

118
citadas, que teóricamente aman tanto la Biblia y de-
sean someterse a sus enseñanzas, fueran consecuen-
tes con este pasaje y lo obedecieran, asistiríamos al
final de las organizaciones de los mormones, de los
adventistas, de los testigos de Jehová, de los mooníes
y de los Niños de Dios.

119
6

¿ENSEÑA LA BIBLIA
QUE ESTÁN PROHIBIDAS
LAS TRANSFUSIONES DE SANGRE?

UIZÁ UNA de las características más dramáti-


cas de la trayectoria histórica de las sectas sea
¡ esprecio por la existencia de sus adeptos. El
miembro de la secta es sólo una cosa, un ser suscep-
tible de verse explotado o aprovechado en beneficio
de la secta, carente de derechos y de la tutela de
alguien que busque su bien espiritual, material y psi-
cológico. Por esto no debería extrañarnos que la in-
mensa mayoría de las sectas pretenda contar con
conocimientos de medicina geniales y magníficos, que
se contradicen totalmente, por otra parte, con los
más elementales de la medicina moderna.
Uno de estos ejemplos (por desgracia, no el único)
lo constituye la actitud de los Testigos de Jehová
hacia las transfusiones de sangre. Estamos acostum-
brados a escuchar en los medios de comunicación
las noticias de Testigos de Jehová que han dejado
morir a hijos u otros familiares por su empecinamien-
to en guardar una de las doctrinas características
de la secta: la prohibición de las transfusiones de
sangre.
Pero ¿qué base aducen los Testigos de Jehová
para sustentar esta prohibición? Sustancialmente,
como veremos en el capítulo siguiente, su argumento
121
arranca de la torcida teología de los adventistas, pero
llevado hasta sus últimas consecuencias. Se puede
resumir en los siguientes aspectos: 1. La prohibición
de tomar sangre es universal, puesto que se dictó a
los propios descendientes de Noé después del diluvio.
Muestra de que sigue vigente es el hecho de que
todavía sale el arco iris (Gen 9,4ss). 2. Esta prohibi-
ción (que es universal) aparece recogida luego expre-
samente en la ley del pueblo de Israel (Dt 12,23ss,
etcétera). 3. Al concluir el dominio de la ley de Moisés
sobre los cristianos, sin embargo, el mandato sigue
vigente, comose desprende de la orden apostólica
del concilio de Jerusalén (He 15,28-29).
Pasemos, pues, ahora a examinar una tras otra las
razones aducidas por los Testigos de Jehová para
permitir la muerte de seres inocentes.

1. El pacto de Noé no prohíbe tomar sangre


Los judíos de todos los tiempos han tenido siempre
claro (algo que no les sucede ni a adventistas ni a
Testigos de Jehová) que el pacto concluido entre
Dios y Noé y sus descendientes no implicaba ni el
sometimiento a la ley de Moisés (que es posterior) ni
tampoco un conjunto de reglas complicadas L Este
pacto está formado por un mínimo de preceptos de
no difícil cumplimiento, a los que de manera natural
se hallan sometidos los no-judíos hasta la llegada del
mesías. Para los cristianos, pues, carecen de apli-
cación ya como principio moral. Pero, no obstan-
te, ¿prohibió el pacto de Noé las transfusiones de
sangre?

1
Para un examen del tema desde una perspectiva judía, cf A. Co
hen, Everyman’s Talmud, N. York 1975, 61, 65 y 237.

122
La respuesta es un no radical. El versículo 4 en el
que se señala que “la carne no ha de ser comida con
su alma, con su sangre”, no fue ni es interpretado
por los mismos israelitas como una referencia a una
prohibición de comer sangre para los no-judíos. Lo
que ahí se prohíbe es una conducta brutal con los
animales: comerlos vivos cuando en su interior está
su alma todavía. Así era entendido por los judíos de
la época de Jesús (y muy anteriormente a él), puesto

que el Talmud señala 2 que el mandato de Gén 9,4 se


refiere a “devorar un miembro arrancado a un animal
vivo”.
Es muy posible que el adepto que escuche este
razonamiento (provisto del rigor de siglos de historia,
y no fruto, como el de su secta, de varias décadas de
desvarío exegético) se niegue a aceptarlo; sin embar-
go, si conociera la Biblia, bien sabría que la ley de
Moisés no ponía ningún reparo a que un no-judío
tomara sangre, ya que aquél no se hallaba sujeto más
que a los mandatos del pacto con Noé.
Un ejemplo claro de esto lo constituye lo que la ley
de Moisés establecía al respecto. En ésta se señalaba
que todo animal debía ser desangrado en medio del
pueblo de Israel. Por ello, un animal que hubiera muer-
no podía ser comido
to sin ser sacrificado ritualmente
por un no había sido desangrado, y le estaba
israelita:
vedado su consumo. Pero ¿qué sucedía con el no-
judío, que podía comer tranquilamente cualquier ani-
mal con sangre? Veamos lo que dice la Biblia: “No
comeréis ninguna bestia muerta. Se la darás al foras-
tero que habita en tu ciudad para que él la coma, o
bien véndesela a un extranjero” (Dt 14,21).
La ley de Moisés resultaba así consecuente con el

2
Sanh, 56a.

123
pacto de Noé: un no-judío podía comer un animal
con sangre. Para aceptar que los Testigos de Jehová
tienen razón en su interpretación del pasaje de Gén 9
tendríamos que aceptar que la Biblia se contradice
con él en Dt 14,21; pero lo cierto es que al autor de
estas líneas (y supongo que al lector) le parece más
verosímil aceptar el hecho de que la interpretación
de los Testigos de Jehová es errónea que la posibili-
dad de que la Biblia se contradiga.
Por último, digamos en relación con este pasaje,
tan maltratado por la exégesis absurda de la Wachto-
wer, que el arco iris no es una señal de la universali-
dad de la prohibición de sangre. El mismo texto del
Génesis lo establece: “Establezco mi pacto con voso-
tros y nunca más volverá a ser aniquilada toda carne
por las aguas del diluvio, ni existirá otro diluvio que
aniquile la tierra” (Gén 9,11).
Lo que Dios señala es que el arco iris es un recor-
datorio de que no habrá otro diluvio provocado por
él contra la humanidad; pero para nada se habla de

una prohibición universal de comer sangre, y no di-


gamos ya de hacer transfusiones de ella.

2. La ley de Moisés no es de aplicación


para los cristianos

Es cierto que de Moisés prohibía el consumo


la ley
de sangre para de Israel, pero no para los
los hijos
no-judíos, como hemos tenido ocasión de ver. En
todo caso, lo cierto es que el Nuevo Testamento es
terminante en su enseñanza de que no estamos bajo
la ley de Moisés 3 .

3 Un punto de vista opuesto a éste es el mantenido por los Adven-


tistas del Séptimo Día, que desde el surgimiento de la “autonombrada”

124
Quizá el libro donde más claramente se desarrolla
esta enseñanza sea la de san Pablo a los
epístola
Gálatas. El apóstol se veía enfrentado a un grupo
ultralegalista (muy similar, por cierto, a los actuales
adventistas), que, valiéndose de malas artes, estaba
enseñando a los cristianos no-judíos que debían so-
meterse a toda la ley de Moisés si deseaban ser cris-
tianos. En suma, iban más allá de lo señalado en el
pacto de Noé y de lo enseñado por la Iglesia apostó-
lica.

Pablo reacciona de manera tajante y manifiesta


que la ley de Moisés deja de cumplir una misión tras
la venida del mesías; que los cristianos, por lo tanto,
no se hallan sometidos a la misma. Dejémosle hablar
a él: “Cristo nos rescató de la maldición de la ley
haciéndose maldición por nosotros” (Gál 3,13). “En-
tonces ¿cuál era la finalidad de la ley? Fue añadida a
causa de las transgresiones hasta que llegase la des-
cendencia (Cristo) a quien estaba destinada la pro-
mesa” (Gál 3,19). “La ley ha sido nuestro pedagogo
hasta que llegó Cristo, para ser justificados por la fe”
(Gál 3,26).
Pablo es claro y contundente: el cristiano no se
halla sujeto a la ley de Moisés, sino que obtiene su
salvación al depositar su fe en Cristo. Ahora bien,
esto resulta tan claro que los mismos Testigos de
Jehová lo reconocen: un cristiano no está bajo la ley
de Moisés, y por tanto no tiene obligación de some-
terse a ella. No podemos, pues, justificar la prohi-

profetisa EllenWhite insisten en que los cristianos se hallan bajo la


obligación de cumplir con la ley de Moisés. Como veremos en este
apartado, tal obligación no existe; pero es que, además, lo que los
adventistas interpretan como cumplimiento de la ley de Moisés se
asemeja sólo lejanamente a ello y resultaría inaceptable para cualquier
israelita medianamente cumplidor de la misma.

125
bición de las transfusiones de sangre en la ley de
Moisés.

3. La Iglesia apostólica no enseñó


una prohibición universal
de tomar sangre

Naturalmente, todo lo anterior no tiene una espe-


cial importancia para los Testigos de Jehová, porque
ellos están convencidos de que es el mismo Nuevo
Testamento con toda su autoridad apostólica el que
señala de manera tajante la prohibición de dar o re-
cibir sangre en transfusión. El texto que se aduce al
respecto es el de He 15,28-29: “Nos ha parecido bien
al Espíritu Santo y a nosotros no imponeros más
cargas que estas mínimas: que os abstengáis de lo
sacrificado a los ídolos, de la sangre, de los animales
estrangulados y de la impureza”.
Olvidan los Testigos de Jehová al mencionar este
pasaje el conocido adagio de que “un texto sin con-
texto es sólo un pretexto”; y es que en él no se da
una prohibición universal para todos los creyentes, y
menos de aceptar transfusiones de sangre. Veamos,
pues, contexto de la controversia dirimida por el
el
concilio de Jerusalén, y así sabremos lo que los após-
toles decidieron y si esto es lo mismo que lo que

enseña la Sociedad Wachtower.


San Lucas señala que el problema de fondo era la
existencia de algunos ultralegalistas que pretendían
que los cristianos no-judíos debían circuncidarse y
guardar toda la ley de Moisés (He 15,1).
Tal punto de vista provocó un enfrentamiento con
Pablo y Bernabé, quienes, como hemos visto, ense-
ñaban que el cristiano no estaba sujeto a la ley de
126
Moisés (He Finalmente se optó por enviar a
15,2a).
representantes de ambas posturas a Jerusalén para
que las expusieran ante los apóstoles y éstos tomaran
una decisión (He 15,2b).
Parece ser que inicialmente el relato de los logros
misioneros de Pablo inclinó la balanza en favor de
éste y que dio la impresión de que todo se soluciona-
ría con facilidad (He 15,4). Pero en ese momento
intervinieron algunos de la secta de los fariseos y
exigieron el cumplimiento de toda la ley por parte de
los recién convertidos al cristianismo (He 15,5). El
recurso a un concilio resultó así inevitable (He 15,6).
San Lucas ha recogido fundamentalmente dos de
las intervenciones en aquel debate: la de Pedro y la
de Santiago. El primero (He 15,7-11) apoyó resuelta-
mente la enseñanza de Pablo en el sentido de que la
salvación no se obtenía por el cumplimiento de la ley,
sino por la fe en Cristo; y debió de causar una impre-
sión tan buena en el auditorio, que Pablo se animó a
narrar cómo Dios había bendecido su misión entre
los no-judíos (He 15,12).
Al concluir Pablo, hizo su intervención Santiago
(He 15,13-21). Éste aceptaba lo expuesto por Pedro
y Pablo, e incluso citó algunos pasajes del Antiguo
Testamento que apoyaban tal tesis; pero insistió en
que había un problema, no doctrinal, sino pastoral,
que estaba en el origen de aquella reunión y que
debía ser solventado: ¿qué se hacía con los cristianos
no-judíos de Antioquía, Siria y Cilicia?
En teoría cabían tres posibilidades. La primera hu-
biera sido obligarles a cumplir la ley totalmente. Tal
posibilidad resultaba inaceptable porque contradecía
todo testimonio apostólico. La segunda era no obli-
el
garles a cumplir en absoluto la ley de Moisés. En
teoría, tal salida era coherente con lo señalado por

127
los apóstoles, pero hubiera producido un escándalo
innecesario a los judíos (especialmente fariseos) que
iban aceptando a Jesús como mesías. Por ello se
optó por una tercera posibilidad para ese caso con-
creto: aceptar algunos aspectos de la ley mosaica
— los mismos que se exigían a los prosélitos a fin — ,

de evitar el escándalo de los ultralegalistas. Los cre-


yentes no-judíos de Antioquía, Siria y Cilicia (He 13,
23) deberían abstenerse de algunos principios ele-
mentales: comer de lo sacrificado a los ídolos, comer
alimentos no desangrados, comer sangre y contraer
matrimonios consanguíneos, de acuerdo con la ley
de Moisés 4 .

Ahora bien, no nos encontramos aquí con una en-


señanza universal aplicable a todos los creyentes,
sino con una aplicación del principio de causar es-
cándalo al hermano; por lo tanto, el cristiano no está
obligado a abstenerse de tomar sangre. Tal afirma-
ción se desprende, a nuestro juicio, de las siguientes
razones:
a) La prohibición de tomar sangre está limitada a
los cristianos no-judíosde Antioquía, Siria y Cilicia;
así se establece taxativamente en el versículo 23 del
capítulo 15, que la Wachtower se guarda muy bien
de citar. No hay referencia a que sea un mandato
universal y, desde luego, no volvió a repetirse en
otras ocasiones.
b) La Iglesia primitiva, para evitar escándalo, es-
tuvo dispuesta a aceptar preceptos que no le incum-
bían: así vemos en He 16,1-3 que Pablo circuncidó a

4
Es obvio que ése es el significado que tiene aquí el término porneia,
que hemos traducido, como la Biblia de Jerusalén, por “impureza”, y
no por “fornicación”. La razón fundamental para adoptar esta inter-
pretación es de tipo histórico: el concilio prohibía de acuerdo con las
normas básicas para los prosélitos del judaismo.

128
Timoteo para evitar escándalo a los judíos. Demasia-
do sabía el apóstol que un cristiano no está obligado
a circuncidarse (Gál 5,1-6), pero aceptó someterse
a tal precepto para no invalidar el testimonio evan-
gélico.
Otro ejemplo de este tipo se halla en He 21,20-26.
En este pasaje se nos narra cómo Pablo al regresar a
Jerusalén se encontró con una oposición considera-
ble de sus compatriotas. Santiago le aconsejó enton-
ces que pagara el voto judío de unos jóvenes, para no
causar escándalo y no dañar el testimonio evangélico.
Pablo lo aceptó, guiado por el principio de no causar
escándalo, aunque era bien consciente de que no
existía obligación preceptual de hacerlo.
En todas estas conductas, pues, asistimos a un
principio claro, expresado por Pablo como nadie en
el conocido pasaje de ICor 9,19-23, que merece la
pena citar en su totalidad: “Lo cierto es que, siendo
libre, me he convertido en un esclavo de todos para
ganar al mayor número de personas. De cara a los
judíos, me he hecho judío para ganar a los judíos; de
cara a los que están bajo la ley, como si estuviera

bajo la ley —
aunque no lo estoy a fin de ganar a los
que se encuentran bajo la misma. De cara a los que
están sin ley, como si estuviera sin ley para ganar a
los que están sin ley, aunque yo no estoy sin ley de
Dios, sino bajo la ley de Cristo. Me he convertido en
débil de cara a los débiles. Me he convertido en todo
de cara a todos para salvar como sea a algunos. Y
todo esto lo hago por el evangelio, para participar de
él”.
El principio no puede resultar más claro: lo impor-
tante es que la gente pueda conocer a Jesús y salvar-
se. Si esto exigía pequeñas renuncias puntuales para
evitar el escándalo y así evitar que la gente no oyera

129
el evangelio, bienvenidas. Quizá en algunas Iglesias
(como Antioquía, Siria y Cilicia para los no-judíos)
hubiera que aceptar abstenerse de sangre para no
causar escándalo; en otros casos algún hermano ten-
dría que aceptar la circuncisión (como pasó con Ti-
moteo) o bien consentir en ciertos ritos judíos (como
Pablo en Jerusalén) para no crear obstáculo al evan-
gelio; pero de ello no se desprendía que hubiera una
obligación universal de seguir tal precepto. La única
obligación era no poner obstáculos por cuestiones
secundarias en el camino de aquellos a los que Cristo
era anunciado.
Los misioneros entre judíos, entre musulmanes o
entre paganos saben hasta qué punto esta táctica
misionera era correcta. Un musulmán ante el que se
comiera cerdo o un judío ante el que se consumiera
marisco no recibirían semejante actitud como un
anuncio de libertad, sino como un desprecio de su fe.
Por lo tanto, el cristiano ante ellos debería abstenerse
de comer tales alimentos; y esto no por estar obligado
a ello, sino por amor al ser humano que quizá aún no
oyó hablar de Cristo
El autor de estas líneas ha tenido oportunidad de
comer en varias ocasiones con adventistas y Testigos
de Jehová. Jamás ha utilizado tales oportunidades
para mostrarles su convicción de que no existe obli-
gación de seguir la dieta pseudo-levítica de los prime-
ros o aceptar la prohibición de sangre de los segun-
dos. Ha ceñido gustosamente su manera de saciar el
apetito a lo que pudiera ser aceptable para ellos,
precisamente en la esperanza de que lleguen a cono-
cer a Jesús profundamente.
c) Las prohibiciones contenidas en He 15,28-29
no fueron aplicadas a otras Iglesias, y por lo tanto ni
tienen valor universal ni se nos aplican a nosotros.

130
Que la tesisque hemos sostenido en las páginas an-
teriores es correcta viene determinado de manera
irrefutable por la enseñanza apostólica del primer
siglo.
En He 15,28-29 se nos dice que los cristianos no-
judíos de Antioquía, Siria y Cilicia no debían comer lo
sacrificado a los ídolos. Era un caso puntual, porque
Pablo después enseñó claramente que se podía co-
mer de lo sacrificado a los ídolos (ICor 8), pero te-
niendo buen cuidado (una vez más) de no escandali-
zar a nadie.
También en He 15,28-29 se nos habla de la prohi-
bición de comer lo estrangulado y la sangre. Ahora
bien, la enseñanza del apóstol con posterioridad es
que se puede comer de todo sin excepción, salvo la
sangre, a condición de no causar escándalo: “Que
nadie procure su propio interés, sino el de los otros.
Comed todo lo que se vende en el mercado sin plan-
tearos cuestiones de conciencia” (ICor 10,24-25).
Personalmente, yo me siento más seguro siguiendo
la enseñanza del apóstol que la de la Wachtower.

4. Conclusión

A largo de las páginas precedentes hemos asis-


lo
tido auno de los ejemplos más lamentables de exége-
sis que podrían aducirse en relación con las sectas.
Arrancando de un texto que no enseña lo que pre-
tende la Wachtower (Gén 9), de otros que la misma
Wachtower reconoce que no tienen aplicación para
los cristianos (los referentes a la ley de Moisés) y de
uno absolutamente descontextuado y privado de su
trasfondo global en el Nuevo Testamento (He 15),
las autoridades de esta secta se han hecho responsa-

131
bles de la muerte inocente de docenas de seres hu-

manos. Quizá eso sea una prueba más de que la


teología nunca es neutral en sus consecuencias, y
también de que las primeras víctimas de las sectas
son sus propios adeptos. Y ¿acaso aquel que haya
perdido un cónyuge, un padre, un hijo, un ser queri-
do, por obedecer irreflexivamente a la teología de la
secta y por no examinar con seriedad lo que enseña
la Biblia lo recuperará de manos de la Wachtower?
Inútil es decir que no. Sólo lo habrá sacrificado a los
apetitos de poder y dominación de una multinacional
de la religión carente de escrúpulos.

132
7

¿ENSEÑA LA BIBLIA
QUE HAY ALIMENTOS IMPUROS
PARA LOS CRISTIANOS?

L A PROHIBICIÓN
sectas.
de consumir ciertos alimentos
es algo habitual en
Como
la inmensa mayoría de las

he señalado en una obra anterior la


dieta de las sectas no viene provocada por razones
higiénicas o culturales, como es el caso del judaismo
o del islam, sino que es consecuencia directa de una
política de sus dirigentes, encaminada a conseguir
que el adepto adquiera una identidad claramente di-
ferenciada. A ello se debe que haya prescripciones
dietéticas en los mormones, los adventistas, los Tes-
tigos de Jehová y la práctica totalidad de las sectas
orientalistas. Pocas cosas sirven mejor para marcar
distancias que la diferencia en la dieta o en la manera
de vestir.
Vamos a centrarnos en este caso concreto en las
dos sectas más numerosas de la actualidad: mormo-
nes y adventistas del Séptimo Día. Ambas nacieron
en Estados Unidos, ambas enseñan que determina-
dos alimentos están prohibidos para los creyentes
cristianos, ambas aceptan la Biblia como palabra de
Dios y ambas pretenden poseer una revelación pos-
terior a la Biblia (el Libro de Mormón y otras obras

1
Psicología de las sectas, Paulinas, Madrid 1990, 53ss.

133
en el caso de los mormones, las profecías de la seño-
ra White en el de los adventistas), que, al fin y a la
postre, tiene un peso mucho más decisivo y que, en
la práctica, excluye la enseñanza de las Escrituras.
Pese a estas semejanzas, nada despreciables por otra
parte, llegan (como es natural de profetas
al partir
diferentes) a conclusiones distintas en cuanto a lo
que no puede ingerir un cristiano. En el caso de los
adventistas, la prohibición se extiende a una dieta
que pretende ser la levítica; y en el de los mormones,
al alcohol y bebidas excitantes, como el café. Pero

¿prohíbe la Biblia tales cosas?

1. El AT no prohíbe a los no-judíos


ningún alimento

Como hemos tenido ocasión de señalar en el capí-


tulo anterior, el Antiguo Testamento establece una
diferenciación evidente entre los hijos de Israel y el
resto de la humanidad. Ciertamente, los primeros se
hallan sometidos (a partir de Moisés) a una dieta, que
se ha denominado convencionalmente levítica, en la
que no sólo entra en juego la prohibición de ciertos
alimentos, sino también de ciertas formas de sacrifi-
carlos y cocinarlos. De ahí que la pretensión de los
adventistas de seguir la normativa mosaica resulte
ridicula; pues si bien las prohibiciones dietéticas se
aproximan, no sucede así en absoluto con los pre-
ceptos relativos al sacrificio de animales y a la manera
de cocinarlos 2 .

2 Para un acercamiento a la normativa alimenticia judía, suficiente-

mente revelador de la distancia que media entre ésta y la de los adven-


tistas, consultar, por ejemplo, rabí Hayim Halevy Donin, El ser judío,
Jerusalén 1978, 104ss.

134
Ahora bien, para los no-judíos no existía ninguna
obligatoriedad de guardar esas normas dietéticas. Ya
hemos visto en Dt 14,21 cómo incluso podían tomar
animales que no habían sido sacrificados ritualmente,
y que, por tanto, resultaban impuros por estar sin
desangrar. También hemos tenido ocasión de con-
templar cómo en el pacto de Dios con Noé no apare-
ce la más mínima mención de que deban los no-
judíos hacer distinción, a la hora de comer, entre
alimentos puros e impuros. Por el contrario, hay una
mención explícita a que todo, sin excepción, es en-
tregado al ser humano para que lo coma: “Infundiréis
temor y pavor a todos los animales de la tierra, y a
todas las aves del cielo, y a todo lo que repta por el
suelo, y a todos los peces del mar; vuestros son.
Todo lo que se mueve y tiene vida os servirá de
alimento: todo os lo doy, lo mismo que os di la hierba
verde” (Gén 9,2-3).
Naturalmente, el Antiguo Testamento aceptaba la
posibilidad de que un no-judío se circuncidara, entra-
ra a formar parte de Israel y luego siguiera las leyes
dietéticas en su totalidad. Pero lo que resultaba in-
concebible es que un no-judío (como es el caso de los
adventistas) no se circuncidara, no entrara en el pue-
blo de Israel y luego guardara a medias las leyes
dietéticas. Semejante absurdo y despropósito era
algo inimaginable en el pensamiento del Antiguo Tes-
tamento.

2. Jesús declaró puros todos los alimentos

Naturalmente, los adventistas pueden alegar, como


hacen los Testigos de Jehová al defender su prohibi-
ción de transfusiones de sangre, que el Antiguo Tes-

135
tamento no es la base de su doctrina, porque son
cristianos, y que fundamentalmente se apoyan en la
revelación del Nuevo Testamento. Como poder ale-
garlo, pueden hacerlo. Cuestión aparte es que tenga
los visos más mínimos de verosimilitud.
Pablo nos ha transmitido la clara convicción de la
Iglesia primitiva de que Cristo había nacido bajo la
ley y la había cumplido para rescatarnos de la misma:
“Al llegar la plenitud de los tiempos, Dios envió a su
Hijo, nacido de mujer, nacido bajo la ley, para resca-
tar a los que se hallaban bajo la ley y para que reci-
biéramos la filiación adoptiva” (Gál 4,4-5).
Por lo tanto, el que Jesús cumpliera con las leyes
dietéticas de la ley de Moisés (que no son las de los
adventistas, por otra parte) está fuera de discusión;
como también lo está el que ciertamente fue circun-
cidado y el que celebró las fiestas judías (circunstan-
cias ambas no seguidas por los adventistas). Ahora
bien, lo que sí es evidente es que Jesús se preocupó
de marcar los senderos por los que discurriría con
posterioridad la Iglesia apostólica; y entre ellos se
hallaba el de la emancipación de la ley de Moisés, que
no tenía sentido teológico tras su venida. Que esto
incluía abolir las distinciones entre alimentos puros e
impuros se desprende de los mismos evangelios:
“Luego llamó de nuevo a la gente y les dijo: Escu-
chadme bien todos y entended. Nada hay fuera del
hombre que, cuando entra en él, pueda convertirlo
en impuro. Lo que sale del hombre es lo que hace
impuro al hombre. El que tenga oídos para oír que
oiga. Y luego, tras retirarse de la gente, cuando entró
en casa, le preguntaron sus discípulos sobre la pará-
¿Tampoco vosotros lo entendéis?
bola. Él les dijo:
¿No comprendéis que todo lo que entra en el hombre
desde fuera no puede hacerle impuro, porque no

136
penetra en su corazón, sino en el vientre y va a dar
en el retrete? Así declaraba puros todos los alimen-

tos. Y añadía: Lo que sale del hombre es lo que hace


impuro al hombre” (Me 7,14-20).
La enseñanza de Jesús no puede quedar más clara.
No hay nada en los alimentos que tenga un contenido
espiritual impuro. Es precisamente lo que sale del
interior del hombre lo que puede resultar malo. Aque-
lla declaración, que por otro lado aparece preñada

de declaraba puros todos los alimentos... Cues-


lógica,
tión aparte es que la “profetisa” White se sintiera con
arrestos suficientes como para enmedarle la plana al
propio Jesús de Nazaret.

3. Los apóstoles enseñaron que los cristianos


podían tomar todos los alimentos

Lo grave de la tesis sustentada por los adventistas


es que además contradice frontalmente la enseñanza
clarísima de los apóstoles. Ya hemos visto en el capí-
tulo anteriorcómo ni siquiera en el concilio de Jeru-
salén se pensó, para evitar escándalo, en prohibir
alimentos determinados a los cristianos. Da la impre-
sión de que los apóstoles estaban dispuestos a evitar
situaciones de tropiezo en evangelización a los
la

judíos prohibiendo la sí; prohibiendo lo es-


sangre,
trangulado, sí; prohibiendo lo sacrificado a los ídolos,
sí; pero jamás imponiendo la dieta mosaica, que ni

siquiera había cargado sobre los no-judíos.


la ley
Que no cayeran en tales excesos es lógico, dada la
propia experiencia de Pedro al respecto. Lucas nos
narra en los Hechos de los Apóstoles una visión que
los adventistas no parecen conocer. Merece la pena
citar in extenso el episodio: “Al día siguiente, mien-

137
tras iban de camino y se acercaban a la ciudad, Pedro
subió a terraza para hacer oración. Le dio hambre
la

y sintió deseos de comer algo. Mientras se lo prepa-


raban le sobrevino un éxtasis y vio los cielos abiertos
y una cosa que se asemejaba a un gran lienzo que
descendía hasta la tierra, atada por sus cuatro extre-
mos. En su interior había todo tipo de animales de
cuatro patas, reptiles de la tierra y aves del cielo. Y
una voz le dijo: Levántate, Pedro, mata y come.
Pedro respondió: De ninguna manera, Señor; jamás
he comido nada profano e impuro. La voz le dijo por
segunda vez: Lo que Dios ha purificado no lo lla-
mes profano. Aquello se repitió por tres veces e in-
mediatamente la cosa fue elevada hacia el cielo”
(He 10,9-16).
Parece difícil que la enseñanza de purificación de
todos los animales pudiera haber sido enseñada a
Pedro de una manera más clara, y no es de extrañar
que además la visión sirviera para abrir camino a los
no-judíos (que comían todo tipo de alimentos) en la
Iglesia cristiana.
No es de admirar que tal enseñanza de libertad no
quedara limitada a las palabras de Jesús o de Pedro.
Pablo, posiblemente, es el autor del Nuevo Testa-
mento que más hincapié hace en lo absurdo de man-
tener una dieta que no proporciona mayor espiritua-
lidad a los cristianos y que a la vez puede ser plata-
forma de un orgullo pseudoascético, defecto éste tan
aprovechado por las sectas en las personas de sus
adeptos.
Ya hemos mencionado antes la tajante afirmación
de Pablo de que el cristiano puede comer sin reparos
de conciencia de todo lo que se vende en la carnicería
(lCor 10,25-26). Citaremos además ahora algunas re-
ferencias suyas al respecto. La primera es una clara

138
advertencia a todos los cristianos para no dejarse
engatusar por aquellos que intentaban parecer más
santos por cuestiones de comida o bebida: “Por tan-
to, que nadie os critique por cuestiones de comida o
de bebida, en relación con fiestas, con novilunios o
sábados. Todo eso es una sombra de lo que ha de
venir; pero la realidad es el cuerpo de Cristo”
(Col 2,16-17).
La enseñanza del apóstol no puede estar más cla-
ra. Quizá hubo un tiempo en que todo aquello (sába-
dos, novilunios, reglas dietéticas, etc) tuvo un senti-
do; pero ahora, con Cristo, no deja de ser un triste
anacronismo, y ningún cristiano debería prestar oído
a tales enseñanzas. Hacerlo implicaría olvidar la obra
de Cristo y sujetarse a conductas mundanas impro-
pias de un creyente en Jesús: “Una vez que habéis
muerto con Cristo a los elementos del mundo, ¿por
qué sujetaros, como si siguierais viviendo en el mun-
do, a preceptos del tipo de ‘no tomes’, ‘no gustes’,
‘no toques’, cosas todas destinadas a perecer con el
uso y debidas a preceptos y doctrinas puramente
humanos? Esas cosas poseen una apariencia externa
de sabiduría, dada la piedad afectada que poseen,
sus mortificaciones y su aspereza con el cuerpo; pero
carecen de todo valor y en realidad satisfacen los
apetitos de la carne” (Col 2,20-23).
Creemos que difícilmente se podría haber expre-
sado mejor lo que subyace bajo las dietas de las sec-
tas (y muy especialmente los adventistas): una serie
de preceptos meramente humanos (en este caso sur-
gidos de la mente calenturienta de Ellen White) que
pueden dar una apariencia de piedad, pero que sólo
cubren orgullo y que carecen de valor frente a las
verdaderas tentaciones. Si alguien piensa que las tác-
ticas de los sectarios con sus adeptos pertenecen al

139
siglo pasado y al presente de manera exclusiva, de-
bería descubrir a la luz de pasajes como éste cómo
su antigüedad es mucho mayor.
Pablo era consciente a la vez de que en la Iglesia
podían surgir personas que se vieran afectadas por
este tipo de enseñanzas, y recomendó el respeto a
las mismas en la esperanza de que su situación de
“débiles en la fe” fuera cambiando con el tiempo
(Rom 14); pero incluso en ocasiones como ésa dejó
bien establecido que “el reino de Dios no es comida
ni bebida, sino justicia y paz y alegría en el Espíritu
Santo” (Rom 14,17). Claro que no hace falta insistir
en que Pablo era un apóstol de Dios, mientras que
Joseph Smith y Ellen White distaron mucho de ser
siquiera simples cristianos, aunque nadie les puede
negar el dudoso privilegio de haber puesto en pie el
primero y reformado la segunda las dos sectas más
numerosas del mundo.

4. Conclusión

Una de más claras de las sectas


las características
es su insistencia en impureza de ciertos alimentos.
la
Posiblemente los casos más claros sean los de Ad-
ventistas del Séptimo Día y mormones. Tal actitud,
como hemos visto, carece de base bíblica. De hecho,
podemos decir que el pretender adquirir una apa-
riencia de santidad en base a privarse de ciertas co-
midas o bebidas, por ejemplo el café 3 sin duda revis- ,

te una utilidad psicológica para los dirigentes de las

4
No hace falta decir que la prohibición de café no aparece ni lejana-
mente en la Biblia. Se trata una vez más del prurito diferenciador que
tanto entusiasma a dirigentes y adeptos de las sectas.

140
sectas, que colman así inconscientes anhelos de sus
adeptos, pudiendo retenerlos con más facilidad; pero
ni lejanamente tiene la más mínima base en el cristia-
nismo bíblico. En realidad es más bien marca de los
falsos profetas: “El Espíritu dice claramente que en
los últimos tiempos algunos apostatarán de la fe en-
tregándose a espíritus de mentira y a doctrinas dia-
bólicas por la hipocresía de engatusadores cuya pro-
pia conciencia está cauterizada. Éstos prohíben el
matrimonio y el uso de alimentos que Dios creó para
que fueran comidos con acción de gracias por los
fieles que han conocido la verdad. Porque todo lo
que Dios ha creado es bueno y no debe ser rechaza-
do ningún alimento que se consuma con acción de
gracias, pues ya queda santificado por la palabra de
Dios y la oración” (ITim 4,1-5).
Creemos que estas palabras son, sin lugar a dudas,
la mejor conclusión a este capítulo, pues compendian
a la perfección la materia de que están formadas las
sectas y la enseñanza cristiana sobre los alimentos.
Esta última aparece preñada de la alegría que implica
el saber que todo lo que Dios creó es bueno y que
nuestro creador se ha complacido en dárselo a la
humanidad para un disfrute que es incluso santo si
llega a reconocer que todo, absolutamente todo, se
lo debemos a él. Difícil es que ese sentido sano y
alegre de gratitud que corre a lo largo de la Biblia en
relación con el disfrute de la creación se encarne en
los que siguen el poco humano y menos cristiano
pseudoascetismo de las sectas.

141
8

¿ENSEÑA LA BIBLIA
QUE EL CRISTIANO DEBE GUARDAR
EL SÁBADO?

U NA DE LAS CARACTERÍSTICAS más


mente diferenciadoras de los adventistas del
clara-

Séptimo Día está en su insistencia (de la que deriva


su propio nombre) en que el cristiano debe guardar
el sábado. Aparentemente, la cuestión es puramente
secundaria y no merecería ni siquiera unas líneas de
nuestra atención. No obstante, la forma en que tal
doctrina fue encajada dentro de su teología y la pre-
sunta base bíblica de la misma es un ejemplo tan
claro de la torcida utilización que las sectas hacen de
la Biblia, que merece la pena que toquemos el tema.

1. Historia de una “revelación”

Originalmente, y por increíble que pueda parecer,


los adventistasno incluyeron en su panoplia doctrinal
ninguna referencia a la obligatoriedad de guardar el
sábado. Un capitán de marina retirado, de nombre
John Bates, llegó a la convicción, a través de la lec-
tura de un artículo en un periódico, de que el día de
descanso semanal que debía guardar el cristiano era
el séptimo, es decir, nuestro sábado. Poco después
el capitán jubilado entraría en contacto con un grupo

143
de adventistas situado en New Hampshire, que gira-
ba en torno a la influencia de una mujer llamada
Rachel Oakes. La citada dama también se mostraba
favorable a guardar el séptimo día, de manera que
Bates se sintió confirmado en sus conclusiones e in-
cluso se animó a escribir un par de folletos en los que
presentaba una visión del tema ya bastante cercana
a la de los adventistas de hoy en día.
Ahora bien, el factor decisivo no iban a ser estos
dos laicos, sino (¡cómo no!) una visión de la profetisa
de la secta, Ellen White. En 1847, justo entre la publi-
cación del primero y el segundo folleto de Bates, la
señora White fue supuestamente arrebatada al santí-
simo en el santuario celestial, y allí vio los diez man-
damientos, con un halo de especial resplandor que
rodeaba al mandato del sábado.
Puede que los adventistas crean, pues, que su pe-
culiar punto de vista arranca de la Biblia, pero lo
cierto es que la historia desmiente esa conclusión de
manera inapelable. No fue la Biblia el motor que con-
dujo a la secta a adoptar esta doctrina particular,
sino una “revelación” de su profetisa. Huelga decir
que, una vez que se produjo la visión, nadie se atrevió
a contradecir a la señora White.

2. Argumentos de los adventistas

Dado lo grosero de la prehistoria de la doctrina, no


deja de resultar lógico que se buscara algún tipo de
apoyatura bíblica a la misma. Es un procedimiento
que caracteriza también a los Testigos de Jehová, a
los Niños de Dios y a los mooníes.
No estará, pues, de más que examinemos los argu-
mentos al respecto:

144
a) El sábado es un memorial de la creación. Se-
gún su manual doctrinal ( Questions on Doc-
“infalible”
trine, p. 158), el sábado es primeramente un evento
con valor de conmemoración en relación con el día
de descanso que tuvo Dios después de completar su
obra creativa l .

Desde el enfoque exegético que proporciona el


Nuevo Testamento, tal tesis es insostenible. Así, para
la carta a los Hebreos, auténtico midrash cristiano,

en relación con el ritualismo de la fe judía, el descanso


del sábado ha quedado sustituido por un descanso
mejor. Así, en el capítulo 4, versículo 9 y siguientes
dice: “Existe, pues, un reposo reservado para el pue-
blo de Dios; pues aquel que entre en el reposo de
Dios descansará también él de sus obras como Dios
de las suyas. Esforcémosnos, pues, por entrar en ese
reposo” (He 9-lla) (EP).
Parece claro que la preocupación del autor de He-
breos, como se desprende de todo el capítulo, no es
guardar un memorial de un evento pasado, sino, más
bien, proyectarse hacia un reposo futuro, al que el
séptimo día sirvió en el pasado de arquetipo. De he-
cho, como veremos más adelante, el mismo Nuevo
Testamento, al cambiar
séptimo día por el primero,
el

deja bien claro que no había nada perpetuo en la


celebración del sábado.

b) Apocalipsis 14 ordena guardar el séptimo día.


En Questions on Doctrine (p. 153), señalan con plena

1
No hace falta decir a cualquiera que conozca el proceso de redac-
ción del Pentateuco que este acercamiento al texto del Génesis es un
absoluto dislate, que sólo deja de manifiesto una ignorancia supina en
materia de crítica bíblica. No obstante, seguiremos la línea de razona-
miento planteada por los adventistas para hacer más asequible su
refutación.

145
convicción los dirigentes de la secta adventista: “Cree-
mos que la restauración del Sabbath es indicada en
la profecía bíblica de Ap 14,9-12”. Más adelante, en la
página 181 de la misma obra, insisten en que las
profecías referentes a la bestia del Apocalipsis tienen
un claro cumplimiento en el papado: “De manera
que los heraldos adventistas de la reforma del Sab-
bath llegaron a una conclusión lógica en relación con
la marca de la bestia, —
manteniendo que era, esen-
cialmente, el intento de cambiar el Sabbath del cuarto
mandamiento del decálogo llevado a cabo por el pa-
pado, su empeño en imponer este cambio a la cris-
tiandad y la aceptación del sustituto del papado por
los individuos”.
Ahí es nada. El papa es la bestia, y su marca es la
sustitución del séptimo día por el primero, domingo 2 .

Veamos ahora si el pasaje de Ap 14,9-12 dice algo de


esto: “Los siguió un tercer ángel, gritando con voz
potente: Si alguno adora a la bestia o a su estatua y
recibe su marca en la frente o en la mano, beberá el
vino de de Dios, que ha sido vertido sin mezcla
la ira
en de su cólera, y será atormentado en el
el cáliz

fuego y en el azufre en presencia de los cuatro ánge-


les y del cordero. El humo de su suplicio sube por los
siglos de los siglos, y no tienen reposo ni de día ni de
noche los que adoran a la bestia y a su estatua y a los

2 No deja de ser curioso que esa agresividad adventista que convier-


te al papado en la bestia, a la Iglesia católica en la gran ramera del
Apocalipsis y a las Iglesias protestantes en las hijas de la ramera, se
oculte cuando hay por medio intereses económicos. A nuestro cono-
cimiento han llegado informes de cómo los adventistas de manera
dudosamente ética han logrado presuntamente, mediante una oculta-
ción de su naturaleza real, la obtención de cartas de presentación de
ministros de diversas confesiones. Su especial camaleonismo a la hora
de presentarse ha contribuido, sin duda, a ese éxito. Para más informa-
ción y bibliografía sobre el tema, cf César Vidal Manzanares, El infier-
no de las sectas, Bilbao 1989, 50ss.

146
que reciben la marca de su nombre. Aquí la paciencia
de los santos, los que guardan los mandamientos de
Dios y la fe de Jesús” (EP).
Y ahora yo me permito preguntar al lector sensato
e imparcial: ¿dónde habla este texto del papado?,
¿dónde dice que sustituye el sábado por el domingo?,
¿dónde se dice que esa sustitución es la marca de la
bestia? Lo que sí dice este texto, mal que les pese a
los adventistas, porque choca con sus doctrinas, es
que existe un castigo eterno totalmente consciente.
Este ejemplo de dislate interpretativo lo que pone
además de manifiesto es que, siguiendo las “ilumina-
ciones” de cualquier profeta, se puede sacar de la
Biblia la doctrina que se le antoje a la secta de turno.

c) El Nuevo Testamento enseña que hay que


guardar el sábado. Los adventistas insisten en que
tanto Jesús como Pablo ( Questions on Doctrine,
pp. 151, 161 y 181) guardaron el sábado, y así dieron
ejemplo a los cristianos que vendrían posteriormente.
Este argumento es sumamente fácil de refutar. Con
relación a Jesús, podemos señalar que hasta su resu-
rrección cumplió celosamente con la ley. Ahora bien,
como ya hemos tenido ocasión de ver en relación
con los alimentos impuros y otras cuestiones, ya no
estamos bajo esa ley. También Jesús fue circuncida-
do como judío y, no obstante, los adventistas no
sostienen que ésa sea una obligación que ataña a los
cristianos. Por tanto, es cierto que Jesús, como judío,
guardó el séptimo día y se sometió a preceptos de la
ley de Moisés, ya que hasta él llegaban la ley y los
profetas (Mt 11,13); pero los cristianos ya no estamos
bajo la ley.
En cuanto a Pablo, visitó sinagogas en sábado en
su afán de evangelizar a los judíos; pero de ahí no se

147
desprende que se considerara bajó la ley del sábado.
Como ha señalado muy atinadamente A. A. Hoeke-
ma, si seguimos ese argumento tendríamos que creer
que los adventistas guardan el domingo porque mu-
chas veces acuden a las iglesias de otras confesiones
en ese día con la finalidad de hacer proselitismo para
su secta 3 .

El apóstol Pablo, como hemos visto en capítulos


anteriores, estuvo dispuesto a someterse a la ley, no
porque se considerara bajo la misma, sino para pre-
dicar a los judíos bajo la ley sin causarles escándalo
(ICor 9,19-23). Ahora bien, él mismo señaló que ya
no estábamos bajo los preceptos judíos referentes a
las festividades, ni siquiera sometidos a ninguno de
los sábados 4 entre los que no exceptúa el séptimo
,

día: “Por tanto, que nadie os critique por cuestiones


de comida o bebida o a propósito de fiestas, novilu-
nios o sábados. Todo esto es sombra de lo venidero;
pero la realidad es el cuerpo de Cristo” (Col 2,16)
(BJ).
No de más que en lugar de girar en torno a
estaría
los escritos de su profetisa y de encontrar lo que no
hay en pasajes como el de Ap 14, los adeptos de esta
secta se tomaran la molestia de leer la Biblia sin pre-
juicios.

3. Los cristianos de la era apostólica


guardaron el domingo y no el sábado

Hay bastantes informaciones contenidas en el Nue-


vo Testamento que nos indican que el domingo había

3
A. A. Hoekema, Seventh Day Adventism, Grand Rapids 1979, 93.
4
La de Moisés conocía diversos sábados o descansos, aparte
ley
del séptimo día. Es obvio que Pablo considera abolida la obligación de
guardarlos todos sin excepción.

148
sustituido al sábado (séptimo día) como día sagra-
do. Señalemos a título de ejemplo algunos: a) Jesús
resucitó en domingo o primer día de la semana ju-
día (Jn 20,1), marcando de manera especial este día;
b) Jesús se apareció por primera vez a todos sus
discípulos en domingo (Jn 20,19ss) 5 ;
c) la segunda
aparición de Jesús a todos sus discípulos fue en
domingo también (Jn 20,26ss); d) la recepción del
Espíritu Santo en Pentecostés fue en domingo
(He 2,lss) 6 e) también fue en domingo cuando Pe-
;

dro, el primero de los apóstoles, predicó su primer


sermón de evangelización y entraron los primeros
conversos en la Iglesia (He 2,14ss y 2,41);/) la Iglesia
no-judía se reunía el primer día de la semana, o sea el
domingo, y sabemos que en ese día predicó Pablo en
medio de una celebración eucarística (“nos reunimos
para partir el pan”) (He 20,6-7); g) la Iglesia hacía sus
colectas de caridad el primer día de la semana
(lCor 16,2).
Examinado cuidadosamente, resulta impresionante
el material neotestamentario relacionado con el do-

5 Como ha
señalado muy acertadamente el teólogo protestante Os-
car Cullmann, el hecho de que Jesús se apareciera en domingo a sus
discípulos generó en la Iglesia primitiva la expectativa de que Cristo
volvería a recogerla en el curso de una reunión eucarística en domingo
precisamente. Una prueba más de que los primeros cristianos guarda-
ban el domingo y no
el sábado.
6 Es determinar que Pentecostés cayó en domingo. La palabra
fácil
misma significa “cincuenta”, y servía para designar la fiesta judía de la
que se nos habla en Lev 23,15-16. En este pasaje se nos especifica
precisamente que la fiesta debía celebrarse contando a partir del día
después del sábado. De hecho, el partido saduceo contemporáneo de
Jesús interpretaba el día después del sábado como el primero de la
semana, o sea el domingo. Como ha señalado el profesor F. F. Bruce
(Commentaiy on the Book of the Acts, Grand Rapids 1955, 53), resulta
indudable que Pentecostés cayó en domingo, puesto que siempre cayó
en el primer día de la semana, por lo menos, hasta la destrucción del
templo de Jerusalén en el año 70 d.C.

149
mingo, así como el elevado valor simbólico que le
dieron los primeros cristianos. La primera reunión (y
la segunda) de todo el colegio apostólico con Jesús
fue en domingo. En domingo también se anunció la
piedra angular de la fe cristiana: Ha resucitado. Fue
en domingo cuando la Iglesia recibió el Espíritu Santo,
y Pedro, como portavoz de los apóstoles, hizo los
primeros conversos, los primeros “cristianos”, po-
dríamos casi decir. En domingo se reunían las Iglesias
paulinas para celebrar la eucaristía, y en domingo se
recogía lo que voluntariamente daban los primeros
cristianos para que fuera dedicado a los pobres. La
resurrección de Jesús, la recepción del Espíritu San-
to, la predicación del evangelio, las primeras conver-
siones, la celebración de los sacramentos (bautismo
y eucaristía), la comunión de los unos para con los
otros y el amor fraternal aparecen en el Nuevo Tes-
tamento bajo el signo del domingo, y no del sábado.
¿Cómo puede, pues, pretenderse que el domingo es
la marca de la bestia del Apocalipsis, que, a su vez,
es el papado?

4. Los cristianos de la era posapostólica


guardaron el domingo, y no el sábado

En su libro Questions on Doctrine (p. 166) los ad-


ventistas sostienen lo siguiente: “El primer ejemplo
auténtico, en los escritos de la Iglesia primitiva, de
que el primer día de la semana sea llamado el día del
Señor se encuentra en Clemente de Alejandría, cerca
del final del siglo segundo”.
Como el lector a estas alturas ya conocerá un poco
a la secta de la señora White, se podrá imaginar (y
acertará) que tal afirmación es falsa. Podríamos adu-

150
cirdocenas de textos donde los cristianos primitivos
no sólo hablan de la celebración del domingo, sino
que también atacan contundentemente la del sép-
timo día; pero nos limitaremos a algunos ejemplos de
muestra.
a) La Epístola de Bernabé (escrita entre el 70 y el
120 d.C.): “Por lo tanto, nosotros guardamos el octa-
vo día para celebrarlo. En ese día Jesús resucitó de
entre los muertos, y tras manifestarse, ascendió a los
cielos” (XV) 7
. (Obsérvese cómo, en armonía con el
Nuevo Testamento, el domingo adquiere una espe-
cial relevancia por haberse producido en él la resu-
rrección).
b) Didajé (entre el 70 y el 110 d.C.): “Reunidos
cada día del Señor, partid el pan y dad gracias, des-
pués de haber confesado vuestros pecados, a fin de
que vuestro sacrificio sea puro” (c. XIV).
c) Ignacio (hacia el 80-90 d.C.): “Ahora bien, los
que se criaron en el antiguo orden de cosas vinieron
a la novedad de esperanza, no guardando ya el sába-
do, sino viviendo según el domingo, día en que tam-
bién nuestra vida amaneció” (Epístola a los magne-
sios IX).
Justino Mártir (hacia el 150 d.C.): “Pero el
d)
domingo es el primer día, en el que todos celebramos
nuestra asamblea común, porque es el primer día en
el que Dios, habiendo realizado un cambio en la os-

curidad y la materia, hizo el mundo; y Jesucristo,


nuestro salvador, fue en ese mismo día cuando resu-
citó de entre los muertos” I Apología, c. 67) 8 .

7
Este y los pasajes siguientes han sido traducidos por el autor a
publicado por la BAC.
partir del texto original
8 Recomendamos como obra especialmente representativa de la

apologética cristiana enfrentada con los riesgos de los judaizantes el


Diálogo con el judío Trifón, de san Justino. En castellano existe una

151
Resulta evidente que los cristianos de finales del
s. e inicios del s. n habían tomado sus patrones de
i

conducta en relación al domingo del Nuevo Testa-


mento: el sábado (como realidad pasada) ya no se
guardaba, y en domingo (el día de la resurrección de
Jesús) la Iglesia se reunía a celebrar la eucaristía y a
tener comunión los unos con los otros.

5. Conclusión

Como habrá podido observar el lector en las pági-


nas precedentes, la cuestión del sábado, tal y como
le anunciamos, es un auténtico ejemplo de la exégesis

practicada por las sectas. Iniciada la bola de nieve


con una revelación del profeta de turno (Ellen White),
se fuerzan textos que nada tienen que ver con el
tema para hacerlos encajar en un esquema precon-
cebido (el papa es la bestia, el domingo es su marca)
y se desprecia la enseñanza clara de la Biblia y el
ejemplo de la historia de la Iglesia. Puede que el sis-
tema resulte efectivo de cara a los adeptos, pero es
dudoso que se lo pueda calificar de honesto, sólido y
bíblico.

buena versión en Padres apologetas griegos, BAC, Madrid 1979. Por


paradójico que pueda parecer, la obra contiene una auténtica fuente
de argumentos contra la mayoría de las doctrinas de los adventistas.

152
CONCLUSIÓN

S TUVIERA
I

logía de
que definir en cuatro palabras
las sectas, éstas serían
la teo-
“ausencia de
historia legítima”, “miedo”, “orgullo” y “esclavitud”.
Creo que ésas son las líneas definitorias básicas que
marcan a todas las sectas.
En primer lugar, la secta se sustenta sobre la nega-
ción de la historia. Con la muerte del último apóstol
se quiebra para todas ellas la actuación de Dios en la
tierra... hasta la aparición de su profeta (Smith, Whi-
te, Russell). Dios no ha actuado, como enseña la
Biblia, de una manera continua, sino que parece ha-
ber decidido estar inactivo casi veinte siglos, hasta
que, olvidando la Iglesia que fundó Cristo, decidió
alzar a un profeta que creara la secta verdadera.
Como en un gigantesco paréntesis, la teología de las
sectas encierra los tesoros de la patrística, de la Edad
Media, del renacimiento y la reforma, como si nada
hubieran significado, y nos hace aparecer en el s. xix
o xx. Los padres de la Iglesia, los evangelistas y los
santos apóstoles, los místicos, el monacato, son bo-
rrados de un plumazo como si nunca hubieran exis-
tido, como si nada hubieran aportado ni al pueblo de
Dios ni a la humanidad en general.
Pero, ojo, esta huida hacia el pasado cercano tam-
bién se da con matices: no se nos incrusta en la
verdadera historia de la secta, la de sus fraudes y
engaños, la de sus falsas profecías, la de sus escánda-
los económicos, sino en la creada con fines de capta-

153
ción. La secta borra así el pasado para manipular el
presente y apoderarse del futuro. Es una táctica co-
mún a todas las dictaduras, y no nos sorprende que
así sea también en el caso de estos totalitarismos de
corte teológico o filosófico.
En segundo lugar, todo el mensaje de la secta está
preñado de miedo. Es éste un hilo conductor cons-
tante que mantiene apiñados a sus adeptos con un
lazo invisible, pero no por ello menos efectivo. Existe
una expectativa horrorosa de verse excluidos del fu-
turo reparto de parcelas en la tierra (adventistas y
Testigos de Jehová) o se anuncia un futuro apocalíp-
tico y espantoso. No hay nada en las sectas que
recuerde la alegría, el gozo, la esperanza y la frescura
del mensaje del Nuevo Testamento. Tampoco hay
consuelo ni reposo. Sólo doctrinas que infunden un
pánico cerval al adepto, que le hacen pensar (incluso
años después de que abandone la secta) que quizá la
destrucción de este mundo vendrá y él se verá en-
vuelto en la misma.
En tercer lugar, las doctrinas de la secta crean (y
ahí yace uno de los secretos de su éxito) una sensa-
ción profunda de orgullo en los adeptos. Sólo ellos
saben que el sábado es la marca de la bestia, que el
fin está cerca, que Moon es el mesías. Sólo ellos
saben que la obra de Cristo no tuvo apenas valor (si
es que tuvo alguno) y que la salvación se consigue
suicidándose intelectualmente y sometiéndose de ma-
nera ciega a la secta. Sólo ellos saben que todos los
no pertenecientes a su grupúsculo experimentarán
un terrible juicio procedente de Dios. Sólo ellos...
¡Qué enorme diferencia con el Nuevo Testamento,
que nos enseña que no somos nada y que si lo somos
es porque Dios nos creó y, encarnándose, murió por
nosotros para arrancarnos de esa esterilidad de vida

154
que nos envuelve! ¡Qué distancia con la enseñanza
apostólica, que nos transmite la necesidad de plegar-
nos al Espíritu Santo para no echar a perder nuestra
vida en vanidades!
Por último, la secta se caracteriza por la esclavitud.
No hay nada en ella que nos deje ver la libertad de los
hijos de Dios de que habla el Nuevo Testamento.
Todo lo contrario; cada instante de la vida es la suje-
ción, no al impulso del Espíritu Santo, sino a normas
humanas que indican “no gustes”, “no tomes”, “no
palpes”. Normas que, como decía san Pablo, pueden
dar una apariencia falsa de piedad, pero carecen de
valor real en el terreno de lo espiritual.
Por eso, no resulta extraño que árboles de raíces
tan poco limpias proporcionen frutos de tan escaso
sabor y, a la vez, tan cargados de ponzoña. La humil-
dad y el arrojo de Pedro tras Pentecostés, la libertad
invulnerable de Francisco de Asís, el elevarse indes-
criptible de Juan de la Cruz, el valor comunitario de
Benito de Nursia, el empuje evangelístico de Pablo y
Bernabé, la profundidad de Agustín y un largo etcé-
tera de la historia del cristianismo, son frutos que
nunca podrán aparecer en una secta. Tras ellos no
está el látigo del jefe de los adeptos, sino el soplo
amoroso del Espíritu de Dios. Es ese Espíritu Santo
el que renueva la vida del pueblo de Dios cuando

éste se aparta, o cae o no responde, como sucedió


tantas veces en el Antiguo Testamento. Cierto que la
historia muestra que ese Espíritu no ha sido siempre
obedecido, que en ocasiones se le ha resistido de
manera más o menos consciente; pero cierto también
que esa misma historia pone de manifiesto su actua-
ción en medio de las mayores infidelidades y la pre-
servación continua de un foco de pureza como cum-
plimiento de la promesa hecha por Jesús a Pedro de

155
que “puertas del hades no prevalecerían sobre la
las
Iglesia” (Mt 16,18). Ese foco de verdad y de pureza,
tantas veces atacado pero nunca extinguido, es uno
de los más vigorosos argumentos en contra de la
afirmación de las sectas de que todo se eclipsó al
poco de morir Jesús y que no volvió a renacer hasta
la aparición de su profeta respectivo.
El que haya leído las páginas anteriores con aten-
ción habrá podido descubrir aquí y allí jirones del
amor de Dios, y también habrá podido vislumbrar
que éste no ha dejado de latir ni un segundo desde
antes de la creación. ¡Cuánto menos para olvidar la
promesa hecha a los apóstoles y tomarse un descan-
so de cerca de veinte siglos!
Quisiera ahora concluir haciendo referencia a la
manera de utilizar este libro de una forma práctica.
Como he señalado en introducción, ésta es una
la
obra sencilla y sin pretensiones. Sólo desea dotar de
un instrumento de trabajo a aquellas personas que
más de cerca se enfrentan con el problema de las
sectas: catequistas, párrocos, pastores, laicos com-
prometidos, etc. A todos aquellos que deseen abor-
dar este tema desde un enfoque psicológico y pasto-
ral les remito a mi libro sobre el tema L La finalidad
del presente no es otra que ese cuidado de almas, y
creo que eso exige algunas puntualizaciones meto-
dológicas:
1. Ore antes de poner manos a la obra. Muchas
veces me invade la sensación de que a los cristianos
nos ha ido dominando un sentimiento excesivamente
mundano y práctico de las cosas. Intentamos resolver
situaciones espirituales como si se tratara de proble-
mas meramente humanos. Creo que eso implica una

1
Psicología de las sectas, o.c., 151ss.

156
distorsión no pequeña de nuestra visión. Antes de
comunicarse con un adepto, antes de intentar ayudar
a un amigo para que descubra que lo que enseña su
secta no es bíblico, diríjase humildemente al Señor.
Esto no es un libro de recetas y fórmulas mágicas. Es
sólo un estudio introductorio para que usted, some-
tido al Espíritu Santo, se deje llevar por la voluntad
de Dios en el terreno de la apologética de sectas.
2. Tome el firme compromiso de leer la Biblia a
diario. Cabe la posibilidad de que la Biblia no sea un
libro fácil para todos. No seré yo el que lo pretenda;
pero en él hay toda una coherencia hermosa y llena
de luz, que no sólo sirve para saber quiénes somos,
sino también para mostrarnos cómo es Dios y lo que
desea de nosotros. Difícilmente podrá mostrar a un
adepto lo que la Biblia dice si no conoce mínimamen-
te el libro, si no lo ama, si no se ha familiarizado con
él de manera íntima y vivencial. La triste realidad es

que muchas personas han terminado siendo adeptos


de sectas porque creyeron de buena fe que allí se les
enseñaba la Biblia y que tal función no se cumplía en
la Iglesia donde nacieron.
3. Procure estudiar esta obra en grupo. Este libro
es fundamentalmente una obra para leer y estudiar
en grupos. Pretende fomentar la discusión, y, en ese
sentido, las conclusiones de los capítulos intentan
dar algunas líneas de conversación que pongan de
manifiesto que la fe no es una caja de dogmas (como
parecen dar a entender las sectas), sino una realidad
existencial apoyada en los hechos más sublimes de la
historia: la elección del pueblo de Israel, su liberación
de Egipto, el anuncio del mesías, la encarnación, la
vida, pasión, muerte y resurrección de Jesús, la veni-
da del Espíritu Santo, el crecimiento y expansión de
la Iglesia, etc.

157
Discutir sobre todo ello en grupo, sabiendo escu-
char a los demás, creo que puede convertirse en un
semillero de jugosas reflexiones personales y colec-
tivas.
En un paso ulterior, quizá estos grupitos podrían
coordinarse en el interior de la comunidad para cele-
brar charlas, dar cursillos, acoger pastoralmente a
los afectados por las sectas, etc. Una actividad así,
tal y como yo lo veo, no sólo conduciría a un frenazo

en la actividad de las sectas, sino también a una reno-


vación, aunque fuera por razones indirectas, de la
vida comunitaria.
4. No se desanime. Testificar a los adeptos de las
sectas no es fácil, y tampoco lo es intentar recuperar
a los mismos o tratar de evitar, Biblia en mano, que
un conocido acabe transformado en miembro de una
secta. Pero eso no es razón para desalentarse. Años
costó la conversión de san Agustín, que pertenecía a
una secta, la de los rnaniqueos, con muchos puntos
de contacto con las actuales. He conocido multitud
de casos (y he narrado algunos en libros anteriores)
en los que no hubiera podido imaginarse la recupera-
ción de un adepto; y, sin embargo, la esperanza no
resultó defraudada.
5. Confíe en la gracia de Dios. Recuerde, final-
mente, que esta obra, como cualquier otra, no es
nuestra, sino del Señor. Yo tengo la firme convicción
de que con su ayuda (inmerecida, y muchas veces
rechazada por nosotros) el fenómeno del crecimiento
de las sectas puede verse paliado considerablemente.
Pongámonos, pues, en sus manos..., y pongamos ma-
nos a la obra.
.

158
BIBLIOGRAFÍA

H E RECOGIDO una bibliografía bastante volumi-


nosa sobre sectas, tanto en mi obra El infierno
de las sectas como en Psicología de las sectas. A ella
remito a los lectores para cuestiones de tipo general
o concreto de una secta. Voy a reseñar aquí sólo
algunas obras que tienen interés por su valor apolo-
gético en relación precisamente con las sectas más
importantes numéricamente:

Obras generales
Hoekema A., The four mayor
cults Grand Rapids 1972.
,

Uno de en la literatura apologética anti-secta.


los clásicos
Contiene capítulos sobre adventistas, mormones, Testi-
gos de Jehová y Ciencia Cristiana.

Martin W., The Kingdom of cults Santa Ana 1980; The


,

new Santa Ana 1980. Ambos son clásicos de la


cults ,
literatura antisecta. Especialmente interesantes los capí-
tulos dedicados a mormones y Testigos de Jehová.

Van Baalen, El caos de las sectas Grand Rapids 1969.


,

Fundamentalmente es obra de carácter histórico, pero


contiene referencias a la doctrina de las sectas en rela-
ción con la Biblia. Especialmente interesante por su des-
enmascaramiento de los adventistas como secta peli-
grosa.

Vidal Manzanares C., Diccionario de sectas y ocultismo.


Estella 1991. Hasta la fecha el único diccionario de con-
sulta en castellano sobre ambos temas.

159
Adventistas
Para analizar el carácter fraudulento de las “profecías”
de la señora White, cf bibliografía en Psicología de las sec-
tas.

Freiwirth P. K., Why I left the Seventh-Day Adventists


Nueva York 1970. Testimonio de un ex adepto en que se
describe el interior de la secta, así como la diferencia
existente entre sus enseñanzas y las de la Biblia.

Hoekema A., Seventh Day Adventism, Grand Rapids 1972.


Una de las mejores monografías sobre la secta. Contiene
también una sección sobre su historia.

Rea W., La mentira White Zaragoza 1989. A nuestro jui-


cio, la obra definitiva sobre el carácter sectario de la
señora White y la secta. Puede conseguirse solicitándola
al apartado 6.011 de Zaragoza (España).

Testigos de Jehová
Carrera A., Los falsos manejos de los Testigos de Jehová
Bilbao; 70 ex testigos acusan a la secta, Bilbao; Sangre ;

El Fin del mundo; DDT. Todas son obras de un ex adep-


to; carecen de visión global del fenómeno, pero propor-
cionan acá y allá datos interesantes sobre la evolución
histórica de la secta y sus cambios doctrinales. DDT es
una colección de publicaciones del grupo especialmente
interesante, pero esencialmente inspirada en otras publi-
caciones anteriores realizadas en Estados Unidos.
Danyans E., Proceso a la Biblia de los Testigos de Jehová,
Terrassa. Este libro, escrito por un protestante catalán,
hasta la fecha sigue siendo el mejor análisis en castellano
sobre la VNM. No obstante, es muy flojo en la cuestión
de la supervivencia tras la muerte, dado que no capta en
profundidad la visión de los Testigos de Jehová. Aunque
su agresividad no lo hace especialmente recomendable
para los adeptos, sigue siendo una obra magnífica.
Hebert G., Los Testigos de Jehová, Madrid 1973. La mejor
monografía católica hasta el día de hoy sobre la secta de
Brooklyn. Sin embargo, existen puntos de la teología
jehovista que no ha conseguido comprender del todo, lo
que merma su valor apologético.

160
Monroy J. A., Apuntando a la Torre, Madrid. Obra apo-
logética escrita por un pastor protestante de Tánger. En
conjunto es floja, porque el fenómeno lo conoce sólo
superficialmente.
Vidal C., Por qué no soy Testigo de Jehouá, Madrid 1978;
Recuerdos de un Testigo de Jehouá, Miami 1987; Pai,
onde estao os teus filhos, Miami 1987. Diversos estudios
sobre la captación de adolescentes por la secta. Contie-
nen algunos capítulos útiles desde una perspectiva de
apologética bíblica.
A todo lo anterior, cabe unir la serie de trabajos sobre
Testigos de Jehová que está publicando la Asociación
antisecta Libertad, apartado 8.036 Madrid (España). En
su mayor parte traducidos del inglés, tienen una pers-
pectiva apologética muy clara.

161
ÍNDICE

Pg.q-

Introducción 7

1. ¿Enseña la Biblia que Cristo es Dios? 15


1. Las objeciones contra la divinidad de
Cristo 16
2. Según la Biblia, Cristo es Dios, y no un
dios 24
2.1. Cristo tiene títulos en el NT que
sólo son aplicables a Dios 25
2.2. En la Biblia Cristo es adorado no
como un dios, sino como Dios .... 42
3. El mesías-Dios en el judaismo 47
4. El mesías-Dios entre los cristianos pri-
mitivos 49
5. Conclusión 50

2. ¿Enseña la Biblia que el Espíritu Santo no


es Dios es una persona?
ni 53
1. Objeciones de las sectas 54
2. El Espíritu Santo es un ser personal 56
3. El Espíritu Santo es Dios 62
4. Conclusión 64

3. ¿Enseña la Biblia la doctrina de la Trinidad?. 67


1. La prefiguración de la doctrina de la
Trinidad en el AT 67
2. Las referencias trinitarias en el NT 72
3. Conclusión 74

163
Pag.

4. ¿Existe vida después de la muerte? 77


1. Los argumentos de las sectas para ne-
gar la supervivencia tras la muerte, así
como la existencia del infierno 78
2. La esperanza del creyente en la Biblia . 95
3. Conclusión 101

5. ¿Enseña la Biblia que habría otras revela-


ciones generales después de Cristo? 103
1. Los mormones 105
2. Los adventistas 107
3. Los Testigos de Jehová 111
4. La Iglesia de Unificación 115
5. Los Niños de Dios 116
6. Conclusión 117

6. ¿Enseña la Biblia que están prohibidas las


transfusiones de sangre? 121
1. El pacto de Noé no prohíbe tomar
sangre 122
2. La ley de Moisés no es de aplicación
para los cristianos 124
3. La Iglesia apostólica no enseñó una
prohibición universal de tomar sangre . 126
4. Conclusión 131

7. ¿Enseña la Biblia que hay alimentos impu-


ros para los cristianos? 133
1. El AT no prohíbe a los no-judíos ningún
alimento 134
2. Jesús declaró puros todos los alimen-
tos 135
3. Los apóstoles enseñaron que los cris-
tianos podían tomar todos los alimen-
tos 137

164
Pag.

4. Conclusión 140

8. ¿Enseña la Biblia que el cristiano debe guar-


dar el sábado? 143
1. Historia de una “revelación” 143
2. Argumentos de los adventistas 144
3. Los cristianos de la era apostólica guar-
daron el domingo, y no el sábado 148
4. Los cristianos de la era posapostólica
guardaron el domingo, y no el sábado . 150
5. Conclusión 152

Conclusión 153

Bibliografía 159

165
BIBLIOTECA
DE BOLSILLO EP

1. El Espíritu del Padre y del Hijo


Frangois-Xavier Durrwell

2. Psicología de las sectas. Una aproximación


al fenómeno sectario
César Vidal Manzanares

3. El valle de la esperanza. Retorno


al paraíso perdido
José Luis Santos Gómez

4. La misa. Su celebración explicada


Lucien Deiss

5. María, meditación ante el icono


Frangois-Xavier Durrwell

6. Las sectas y los cristianos


Atilano Alaiz

7. María, camino del hombre


Alejandro Martínez Sierra

8. La nueva evangelización. Un reto


a pastoral
la
Baldomero Rodríguez Carrasco

9. Las sectas frente a la Biblia


César Vidal Manzanares
César Vidal Manzanares (Madrid 1958), abogado, historiador
y escritor afincado en Zaragoza, es el único representante
español de un grupo internacional formado por 27 expertos
en sectas creado por el Vaticano, para intentar frenar el alar-
mante crecimiento que registran estos movimientos. Esta co-
misión de expertos ha recopilado el más completo banco de
datos del mundo sobre formaciones sectarias. Vidal Manzana-
res ha publicado cinco libros sobre la problemática de las
sectas. Las sectas frente a la Biblia tiene un armazón práctico.
Se ha agrupado toda la problemática actual en ocho capítulos
encabezados por un interrogante. De este modo se facilita la
labor de consulta, así como el trabajo y estudio por grupos. El
lector podrá encontrar en estas páginas suficientes argumen-
tos bíblicos para mostrar lo que los primeros cristianos creían
realmente de Jesús o de la vida tras la muerte, por ejemplo.

BIBLIOTECA DE BOLSILLO EP
ISBN 84-285-1410-0

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