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Con menos altruismo y con la mirada puesta en el propio interés, en el campo privado, abundan las
coincidencias sobre opiniones como las de Haim Mendelson, catedrático que se especializa en la
evolución de los modelos de negocio y el impacto de las Tecnologías de la Innovación (TI), quien ha
explicado en diferentes ámbitos que el efecto combinado de las tecnologías móviles, los dispositivos
y sensores vestibles, la computación en la nube y las tecnologías de los Big Data, restructura el
diseño de los modelos de negocio. En pocas palabras, Mendelson demuestra que la tecnología no
ha cambiado la esencia del modelo capitalista, pero sí la manera en que las empresas crean y
producen valor para sus clientes y la recompensa que obtienen de ello.
En un principio los modelos de trabajo o modelos de negocio, según cuál sea el foco, estimulaban
una idea positiva desde el punto de vista colaborativo, sin embargo, al no conducir los nuevos
procesos desde los Estados, este modelo que prometía desterrar desigualdades e inequidades, se
convirtió en un gran negocio para pocos.
Los economistas del MIT Andrew McAfee y Erik Brynjolfsson, entre otros, han identificado la
segunda era de las máquinas con el ascenso de nuevas tecnologías de la automatización y la
inteligencia artificial. Mientras que algunos optimistas predicen que esas innovaciones darán paso
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a una era de abundancia sin precedentes, otros analistas imaginan todo lo contrario e incluso
aseguran que casi la mitad de todos los empleos ejercidos actualmente por seres humanos son
vulnerables ante la substitución por robots y medios informáticos cada vez más complejos.i
Mientras los Estados, Organismos y Organizaciones Civiles discuten qué y cómo hacer para que las
nuevas tecnologías mejoren la calidad de vida de los ciudadanos, las grandes corporaciones, con
presencia global y facturaciones billonarias, como así también las Startups con el potencial de
convertirse en gigantes tecnológicos, como Facebook, Google, Airbnb, Uber, etc., no dudan en
buscar y aplicar “soluciones tecnológicas integrales, estratégicamente enfocadas en agilizar los
procesos, optimizar costos y transformar los datos en información, y esta misma en conocimiento,
de forma que se pueda optimizar el proceso de toma de decisiones, con el fin insoslayable de
mejorar sus negocios, sin que le importe demasiado el beneficio o perjuicio social que ello implica”;
tal como fue aseverado por Adam Smith, casi 250 años atrás: “el empresario no pretende promover
el bienestar público ni sabe cuándo está promoviéndolo. Al dirigir su industria de tal manera que el
producto alcance su máximo valor, sólo busca su propio beneficio; pero le guía una mano invisible
para contribuir a un objetivo que no formaba parte de lo que perseguía”.
La tilde no sólo debe ponerse sobre la productividad y eliminación de costos, sino también sobre el
entorno. En el futuro próximo, debemos hablar de la productividad social, y dejar de lado la
productividad financiera, que atiende únicamente sobre la maximización de las ganancias. Nos
referimos aquí a establecer normas claras que permitan un real beneficio social colectivo. La
productividad debe ser reorientada a la reinversión, no sólo para mejorar cuantitativamente los
puestos de trabajo, sino para mejorarlos cualitativamente, a través de la innovación que permitirá
aportar nuevas tecnologías a los lugares de trabajo, poniendo en discusión la jornada laboral. Esta
premisa requiere la complementariedad de trabajadores y trabajadoras con capacidades y
conocimientos acumulados a lo largo del tiempo.
Al respecto Dani Rodrik, profesor de Economía en Harvard, resaltó que: “…el Estado-nación funcionó
muy bien en las décadas después de la Segunda Guerra Mundial, porque puso la base para el boom
económico. Los gobiernos mantenían su contrato social y el bienestar, con su política fiscal y
monetaria. Fue un éxito; se pensó que se podía dar un paso más, al abrir los mercados y limitando
la capacidad de decisión de los Estados. El problema es que las instituciones que deberían haber
aplicado las reglas internacionales no supieron imponerlas”.
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¿El debate sobre el futuro del trabajo no debería ir más allá de
predecir la cantidad de puestos que se perderán?
Según Irmgard Nübler, economista principal de la OIT, “Analicemos la historia económica a partir de
la Revolución industrial. La demanda de incrementar la productividad ha fomentado la innovación
de los procesos dirigidos a economizar mano de obra. La automatización y la fragmentación de los
procesos de producción han destruido puestos de trabajo – y seguirán haciéndolo – algunas veces
a gran escala. Sin embargo, por lo general han emergido nuevos empleos gracias a la expansión de
los mercados y, sobre todo, a la innovación de los productos, después de la fase destructiva. La
importante enseñanza que aporta la historia es que los procesos de creación de empleo se activan
por las consecuencias tanto intencionales como involuntarias de las innovaciones dirigidas a
economizar mano de obra. Este proceso endógeno puede explicar por qué el cambio tecnológico
llega en oleadas, y por qué las fases iniciales de la destrucción de empleos cada vez fueron seguidas
por un incremento de la creación de empleos.
Podría, sin embargo, ser más útil estudiar estos procesos de ajuste, las fuerzas que activan la
creación de empleos, y la forma de dirigir estos procesos a fin de crear más y mejores empleos, en
vez de realizar un número mayor de estudios que pronostiquen el posible impacto de los robots en
la pérdida de empleos”.
El físico y escritor británico Stephen Hawking, durante una entrevista en 2015 sobre el tema que
abordamos, aseguró que: “Todo el mundo puede disfrutar de una vida de ocio y lujo si se comparte
la riqueza producida por una máquina, o la mayoría de la gente podría acabar miserablemente pobre
si los propietarios de máquinas tuvieran éxito al ejercer presión en contra de la redistribución de la
riqueza. Hasta ahora, la tendencia parece ser hacia la segunda opción, con la tecnología dirigiéndose
hacia una creciente desigualdad”.ii
De acuerdo al informe “The changing nature work”, “la tecnología tiene el potencial de mejorar los
estándares de vida, pero sus efectos no se manifiestan por igual en todo el mundo. El proceso de
creación de empleos funciona en toda la sociedad, y no sólo para unos pocos, sólo cuando las reglas
del juego son justas”. iii
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producido en el resto del mundo ya que llevando los datos a escala mundial, la esperanza de vida
de los niños nacidos en 2015 era de 71,4 años (73,8 años para las niñas y 69,1 para los niños), pero
las perspectivas de cada niño en particular dependen del lugar de nacimiento.
En el informe de la OMS se indica que los recién nacidos de 29 países (todos ellos de ingresos altos)
tienen una esperanza media de vida igual o superior a 80 años, mientras que los recién nacidos de
otros 22 países (todos ellos en el África subsahariana) tienen una esperanza de vida inferior a 60
años.
Las proyecciones para la Argentina en el año 2030 anticipan que "habrá dos mayores de 60 por cada
joven menor de 20 años de edad", a esto podríamos agregar que un porcentaje muy importante de
ellos, podrían considerarse “analfabetos digitales”, al carecer de esa “capacidad que tiene una
persona para acceder, comprender y utilizar reflexivamente las tecnologías, para crear nuevos
contenidos y saber comunicarlos”.
Tanto para esos “nuevos abuelos” como para las nuevas generaciones que provengan de sectores
excluidos socialmente, el desafío (entre otras cuestiones) será el de implementar aceleradamente
un aprendizaje digital y la creación de nuevas habilidades productivas.
Así como en Argentina, durante los últimos 40 años, la desigualdad de los ingresos ha ido
aumentando en la mayoría de las economías, y la distribución de las rentas del trabajo y capital se
ha vuelto más desigual. Simultáneamente, el proceso de cambio tecnológico ha resultado casi
abrumador.
Seguramente que sí, pero no necesariamente con los mismos resultados, bastaría para confirmarlo
una comparación entre lo conseguido por nuestro país y los resultados de Noruega que se ha
mantenido desde 1980 como la Nación con el Índice de desarrollo humano (IDH) más alto del mundo
hasta la actualidad; o lo que puede demostrar Australia que de acuerdo a la Organización para la
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Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE), es el mejor país para vivir por su sistema de salud,
su bajo nivel de contaminación y por la cantidad de empleo que existe. Contando además, con uno
de los mejores sistemas educativos proporcionando un 71% de ciudadanos con estudios superiores
y con un promedio de calificaciones muy alto.
Más allá de las diferencias estructurales entre los países citados y el nuestro, la forma en la que las
nuevas tecnologías se traducen o no en incrementos reales de la productividad, depende, en gran
medida, de cómo las políticas gestionen estos impactos y procesos. La tecnología también afecta de
forma significativa a cómo se distribuyen los frutos del crecimiento, pero, una vez más, los impactos
distributivos finales dependen de cómo respondan los Gobiernos.
Sobre la base de un estudio intensivo de fuentes primarias, Thomas Piketty, autor de “El Capital en
el Siglo XXI” demuestra que la tasa de rendimiento ha sido generalmente más alta que la tasa de
crecimiento, lo que genera un aumento de la desigualdad, tal y como ocurrió en el siglo XIX y a partir
de la década de los setenta del siglo XX. Este hecho, según el autor, “no supone ningún problema
lógico, pero sí plantea la cuestión de si es aceptable en un contexto democrático la reproducción y
el reforzamiento de la desigualdad que crea dicha desproporción”. Dado que por sí solas las
instituciones de mercado no disminuyen la desigualdad, Piketty promueve un impuesto progresivo
al capital para controlar las dinámicas de concentración de la riqueza mundial.
Nuestra capacidad colectiva de alcanzar el bienestar social que incluya a todos los hombres y
todas las mujeres no podrá desarrollarse si no es en mesas de discusión y elaboración de políticas
integradoras que contemplen los intereses de todas las partes. Representantes de Empresas, de
trabajadores y trabajadoras, y el Estado.
“Con las tecnologías digitales, el desafío para los países en desarrollo se ha incrementado, pues
tienen más que ganar que los países de ingreso alto, pero también tienen más que perder. En
segundo lugar, si bien las tecnologías digitales no son un atajo para alcanzar el desarrollo, pueden
ser un elemento habilitante y tal vez un acelerador del desarrollo al elevar la calidad de los
complementos”.iv
El poder público debe estar a la cabeza del debate, como ya sabemos, lo que no regula el Estado, lo
regula el mercado, y este último es sólo una de las partes interesadas. También las instituciones
gremiales deben darse el debate en el seno de sus eslabones organizacionales. Si bien es abundante
la bibliografía sobre el avance de las tecnologías en el trabajo, en su mayor parte el lente se posa
sobre la innovación para garantizar una mayor productividad con disminución de costes, o bien, en
pronosticar cuántos trabajos se perderán y cuántos serán creados por la transformación digital.
Nuestra mirada parte de la firme convicción sobre la necesidad cierta de una comunidad integrada
por todas sus partes, que contenga todos los intereses, y donde el Estado continúe garantizando el
equilibrio en el interior de esa comunidad. La decisión política sobre cómo y sobre qué intereses
avanzará la revolución 4.0 es de las instituciones de la democracia en conjunto con la sociedad
civil.
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¿Las nuevas tecnologías controlan nuestras vidas?
“Hoy el oro son los datos, nosotros los otorgamos sin ningún obstáculo de conciencia, el valor de las
empresas se concentra en la acumulación de esos datos para diseñar nuevas estrategias de venta y
productos acorde a nuestros perfiles meticulosamente estudiados”. v
Los bancos, las tiendas departamentales, las universidades, los negocios, todos ellos también
recababan nuestra información y la utilizaban para acciones muy similares a las mencionadas por la
ya citada Natalia Zuazo que “propone cambiar la lógica monopólica de internet y adueñarnos de
nuestro propio modo de relacionarnos con la tecnología para vivir en un mundo más equitativo”. La
gran diferencia, al día de hoy, es que a través de Internet, este efecto se vuelve exponencial,
inmediato y con acceso a muchísima más información por segundo, lo que se conoce como el
fenómeno de Big Data.
En el mundo del trabajo los datos que entregan trabajadores y trabajadoras conllevan por lo menos
tres grandes cuestiones a debatir:
Tomemos un caso de una conductora que vivió una situación compleja en su vida privada,
la cual derivó en un escenario de depresión. La trabajadora tendrá malas calificaciones en
su historial, muchas veces simplemente por no generar una charla amena con el cliente o la
clienta. Dicha calificación redundará en una pérdida de viajes, ya que otros usuarios y
usuarias la descartarán, la pérdidas de viajes a su vez requerirá mayores jornadas laborales
para alcanzar el mismo nivel de ingresos, siempre y cuando el número de “drivers” no
aumente considerablemente, lo que empeoraría aún más las posibilidades de acumular
mayor cantidad de viajes para quienes no tienen las mejores calificaciones. Nos surge el
siguiente interrogante ¿es correcto someter a los trabajadores y las trabajadoras de las
plataformas digitales a la calificación espontánea de los usuarios?
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digitales, entre otros. Los nuevos modelos de negocio han dado lugar a nuevas formas de
trabajo que, si bien siguen patrones generales sobre las normas del trabajo, también
demandan nuevas visiones en el campo del Derecho del mundo laboral.
Son estas las principales controversias a resolver con la vista puesta en los derechos del trabajador
y la trabajadora.
La discusión sobre la soberanía de los datos se da en países que van desde China hasta Alemania,
pasando por India, Francia, España, Italia y otros tantos. Quizá es momento de darnos la discusión
en la Argentina. Sin embargo el escenario parece adverso, a la eliminación del Ministerio de Ciencia
y Técnica de la Nación, le sigue una inversión en Ciencia y Técnica durante el 2017 de 0.6% del PBI,
“lejos del 3% de los países desarrollados” en palabras de Facundo Manes, y el presupuesto 2019
contempla un ajuste en términos reales para todos los organismos que dependen de la actual
Secretaría de Ciencia y Técnica.
En muchos casos la supuesta libertad establecida por la modalidad de “yo manejo mis tiempos”, se
convierte en un mito real y tangible, ya que muchos trabajadores y muchas trabajadoras deben estar
pendientes de sus dispositivos digitales para continuar realizando actividades que son propias de
sus tareas laborales.
Esta modalidad de trabajo, como las diferentes variantes del “Trabajo a Domicilio”, está
despertando atención renovada en la última década, posiblemente debido a la constatación (a
menudo no más que hipotética) de que está ampliándose y renovándose en diversos contextos y
países (Rubery, 1992; de la Vega, 1995). De ahí también las acciones de organismos internacionales
para tomar medidas que brinden una mayor protección a quienes realizan actividades en su hogar.
Surge de inmediato, sin embargo, el hecho de que los rasgos atribuidos al trabajo a domicilio no son
más que indicios, ya que un obstáculo recurrentemente señalado por los investigadores es la
inexistencia de datos y herramientas metodológicas que permitan el estudio estadístico y el análisis
más profundo de sus peculiaridades. Desde una perspectiva metodológica, es imperiosa la
necesidad de elaborar tipologías de trabajo a domicilio y encontrar indicadores que apunten a
diferenciar grados de precariedad. La ausencia de información relevante en las estadísticas
regulares sobre empleo se transforma en un obstáculo muy significativo.
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Es necesario aquí hacer una precisión especial: si bien la preocupación por el trabajo a domicilio se
inserta en el campo más amplio de la precariedad y los procesos de precarización del empleo, queda
abierta la pregunta de si todo el trabajo a domicilio es precario. Nuestra hipótesis es que con la
ampliación de la aplicación de nuevas tecnologías de información y comunicación, la importancia
de la proximidad física en el trabajo disminuye, por lo cual pueden estar surgiendo nuevas formas
de trabajo a domicilio en sectores de punta. Y estas nuevas formas pueden o no estar asociadas con
precariedad y vulnerabilidad. Ambas realidades coexisten.
“…respecto del tiempo de trabajo existe una notable ambivalencia por parte de los propios
trabajadores. La autonomía en la gestión de su propio tiempo y desempeño es un valor para muchos
de ellos, sobre todo cuando están ocupándose de proyectos que pueden servirles para revalorizar
su propia carrera profesional sumado a su juventud (repárese en que la edad de los senior del sector
está en torno a 40 años).
Pero al lado del anterior aspecto positivo hemos encontrado síntomas de un trasfondo que no lo es
tanto. Confesiones de tensión o estrés por acumulación de trabajo y falta de descanso;
reivindicaciones de jornada continuada durante los meses de verano; reclamaciones de un mayor
tiempo de teletrabajo; reconocimiento de la necesidad de autocontrolarse los fines de semana para
no responder mensajes que llegan desde la empresa. Todo ello son indicios –y esta es nuestra
siguiente conclusión-, sino de malestar, sí de que la autonomía sobre la gestión del tiempo de
trabajo es más pretendida que real y de que, ante la falta de aplicación de los referentes normativos
en materia de jornada de trabajo, la consecuencia es que la excesiva prolongación del tiempo de
trabajo se convierte en una regla del trabajo en el sector”.vi
Desde una perspectiva que pone el énfasis en la relación laboral, el debate gira en torno a cuáles
son los elementos que permiten la diferenciación entre el trabajador a domicilio asalariado o
dependiente y el trabajador autónomo (artesano o cuenta propia). En los países que cuentan con
legislación sobre esta forma de empleo, el debate doctrinario se centra en el "carácter más o menos
atenuado" de la situación de subordinación.
El desfasaje entre la creciente flexibilidad de las relaciones laborales “reales” y las demoras y
conflictos en la implementación de la legislación laboral correspondiente tiene como consecuencia,
al menos en la Argentina, que patrones y empresas hacen todo lo posible para evitar establecer
relaciones laborales de dependencia. La contratación “por obra”, el pago de honorarios y no de
salarios, la exigencia de que los trabajadores estén inscriptos como autónomos, etc., son
modalidades que se extienden cada vez más. Aunque técnicamente autónomos, los trabajadores
muy a menudo tienen un alto grado de dependencia y un grado casi nulo de autonomía en la
definición de su tarea.
Además de generar un escenario difuso entre el hogar y el trabajo, podría traer aparejados
conflictos intrafamiliares que derivan en riesgos psicosociales en la vida del trabajador y la
trabajadora y su entorno más cercano, con su posterior consecuencia en la comunidad a la que
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pertenecen. En los países desarrollados el factor psicosocial se sitúa sólo por debajo de los
accidentes en el trabajo. No es casual que en Francia hayan adoptado el derecho a la desconexión,
Ley 2016-1088 que incluye el apartado 7 en el artículo L. 2242-8 del Código de Trabajo francés, o en
España apliquen la Ley orgánica de Protección de Datos y de Garantía de Derechos Digitales.
Otro causante de riesgo psicosocial es el aislamiento, la soledad, o dicho de otro modo, la falta de
socialización en el espacio de trabajo y la pérdida de una construcción de identidad con sus pares,
la pérdida de sentido de pertenencia, todos ellos los otorga el trabajo y son los requisitos para crear
el sentimiento de solidaridad, vital para una comunidad. La individualización del trabajo propone un
sistema basado en la competencia darwiniana entre pares, promoviendo a su vez la negociación
individual de condiciones laborales. Sin embargo diversos estudios alrededor del mundo plantean
una ambigüedad en cuanto a si la influencia es negativa o positiva de acuerdo a los individuos y la
generación a la que pertenezcan, si bien la individualización del trabajo afectará a quienes conocen
sólo otras modalidades, en los más jóvenes, puede acogerse de manera diferente, no son
aseveraciones concluyentes, pero sí son cuestiones a estudiar.
Algunos estudios advierten además, no sólo sobre las repercusiones legales, sino también sobre las
graves consecuencias para la salud de los trabajadores, lo que se conoce actualmente como
“tecnoestrés”. El temor de los trabajadores a la pérdida de su puesto de trabajo, en un momento
como el actual, tras una grave crisis que ha provocado un aumento de la precariedad del mercado
laboral, facilita a las empresas llevar a cabo abusos en el incumplimiento en materia de jornada
laboral y de descansos del trabajador, lo que unido al estrés del uso de las nuevas tecnologías y
pasando por el abuso de las mismas, puede llevar a graves problemas de ansiedad y depresión
insostenibles.
Las nuevas tecnologías aparejan nuevas situaciones riesgosas para la salud de quienes las
manipulan. Existe una vasta bibliografía sobre la toxicidad de los nano-materiales, sobre los riesgos
de acumular horas de trabajo con posiciones corporales que no son las adecuadas para el ser
humano, la ergonomía cumple aquí una función esencial. Asimismo encontramos guías protocolares
de prácticas seguras para muchos materiales que suponen una amenaza para las personas. En este
último punto, se destacan las mesas cuatripartitas de la OIT donde se han elaborado sugerencias
formales sobre los pasos a seguir para abordar diferentes tareas laborales sin poner en riesgo la vida
del trabajador y la trabajadora. En la provincia de Santa Fe, Argentina, los Comités Mixtos de Salud
y Seguridad en el Trabajo aprobados por Ley 12913-2008 son una clara herramienta a disposición
de trabajadores y empresarios que deriva en aumentos de la productividad y mejoras en las
condiciones laborales de los trabajadores y las trabajadoras.
Según la OIT, más de 7600 personas mueren cada día como resultado de lesiones y
enfermedades relacionadas con el trabajo, lo que supone un total de más de 2,7 millones de
muertes al año. Anualmente, ocurren cerca de 320 millones de accidentes en el trabajo, muchos
de los cuales comportan ausencias prolongadas del trabajador.
En este punto, la misma entidad destaca un aporte altamente positivo del avance tecnológico en los
lugares de trabajo, ya que muchas tareas riesgosas son asumidas por robots poniendo al trabajador
como un verificador de la tarea a realizar y asegurando, de este modo, las condiciones de salud y
seguridad en el trabajo. Una muestra clara de que los trabajadores y las trabajadoras deben
apropiarse de los beneficios de la revolución 4.0; como así también que las entidades gremiales que
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los y las representan, deberían aggiornarse, de lo contrario el proceso evolutivo en el trabajo pasará
sobre ellos.
Es innegable que la tecnología ayuda y mucho a la prevención de accidentes laborales, pero también
lo es que los actuales modelos, privilegian y estimulan el surgimiento de trabajos temporales e
individuales, y difícilmente las personas que formen parte de cualquiera de sus variantes, puedan
sindicalizarse, en unos casos por no reunir los requisitos legales para hacerlo y en otros simplemente
porque la entidad gremial del sector, desconoce la existencia física de aquellos o aquellas a las cuales
podría representar; porque son verdaderos “trabajadores invisibles”, que aunque muchas veces se
ocupen de tareas estratégicas, y asuman un gran compromiso y responsabilidad con el proyecto en
el que colaboren, sus actividades serán realizadas en un marco de “libertad” utilizando sus propios
tiempos, espacios y hasta recursos, lo que termina alejando a estos trabajadores de los beneficios
tecnológicos de impacto sobre la prevención de la salud laboral, y otros derechos laborales.
En este sentido nos resulta oportuno citar el concepto acuñado por la OIT sobre las negociaciones
colectivas, consagradas como herramienta igualadora y garante de mayor productividad para las
empresas. En su Informe Mundial sobre salarios 2016-2017, el mismo órgano supranacional advierte
que los países que han adoptado políticas incluyentes de negociaciones colectivas, son los menos
desiguales en materia salarial.
Educación y capacitación
Brynjolfsson y McAfee señalan en “Second Machine Age” que la primera gran ola de
transformaciones del mundo del trabajo se produjo en la revolución industrial, que impactó
fundamentalmente sobre los trabajos desarrollados con base en la fuerza física; hoy los avances
tecnológicos impactan fundamentalmente sobre los trabajos desarrollados con base en nuestra
capacidad intelectual.
Existen varios informes que pronostican destrucción de empleos, creación de nuevos empleos y
transformación de algunos ya existentes. El Banco Mundial estima que el 60% de los trabajos en la
Argentina pueden desaparecer. Creemos que nadie a ciencia cierta puede dar con el número de
trabajos que se perderán y con los que se crearán; pero sí sabemos por ejemplo, que en las últimas
décadas se ha producido un proceso de polarización de las ocupaciones que ha dictado el
crecimiento de unas y la caída del peso de otras. El empleo ha crecido en las ocupaciones más
cualificadas (los técnicos y profesionales), el personal de los servicios, en especial, el de atención al
público, y las que requieren de menos cualificación, como los peones y el personal de limpieza. Por
el contrario, se ha producido una disminución clara del empleo en las ocupaciones de cualificación
intermedia, en particular, los oficinistas, los artesanos y trabajadores cualificados de las
manufacturas y los operadores de maquinarias.
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Más allá del número exacto, sabemos que las nuevas tendencias afectarán particularmente a
nuestro país por los niveles de desempleo y acceso a la educación digital. Según cifras del INDEC a
Septiembre de 2018 en nuestro país existían más de 2.000.000 de desocupados, y la tasa de
subocupación asciende a poco más de 2.100.000 personas. En el año 2017 el 35% de los jóvenes
que no completaron el secundario no usaban computadora ni internet según la OIT en su informe
“Trayectorias hacia la formalización y el trabajo de los jóvenes en Argentina”. Y el 2018 nos
encuentra con casi 900 mil jóvenes entre 18 y 29 años que no terminaron el secundario. vii
La capacitación de los trabajadores y las trabajadoras de hoy es una cuestión central para garantizar
un futuro sostenible económica y socialmente. Sin embargo, no podemos eludir el hecho de que los
empleadores privados tienen la mayor responsabilidad por una sencilla razón, la mayor cantidad de
empleados corresponde al sector privado. Su puesta en marcha dependerá entonces de los
incentivos gubernamentales, de las condiciones que establezcan las políticas públicas para
garantizar que la capacitación a los trabajadores de hoy sea viable.
Resiliencia
Este término en boga en ámbitos donde las relaciones laborales se constituyen en objeto de estudio,
alude a la capacidad de las sociedades, de los Estados, de los trabajadores y las trabajadoras, de
adaptarse a cambios bruscos. Surge aquí una cuestión mayúscula, la desproporcionada capacidad
de las grandes empresas frente a las más pequeñas.
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tales inversiones, de lo contrario, sólo los países desarrollados afrontarán los costos del cambio, y
también los beneficios, con un aumento exponencial de la productividad, trabajadores capacitados,
y un oligopolio tecnológico de IA, robótica, nanotecnología, etc. Esto sin dudas deriva en una
profundización de las desigualdades e inequidades geográficas, nuevamente asistimos a la “suerte”
del lugar donde ha nacido cada individuo.
Fiscalización
Como mencionamos anteriormente, si bien no podemos afirmar la cantidad de puestos laborales
que se perderán y la cantidad de puestos que serán creados, como tampoco sabemos a ciencia cierta
qué nuevas tareas surgirán en el futuro del trabajo, sí sabemos que el mundo laboral tal cual lo
conocemos va camino a la desaparición. Las jornadas laborales actuales no podrán sostenerse en el
tiempo. Si las nuevas tecnologías generan ganancia en tiempo y en dinero, ese dinero y ese tiempo
deben ser redistribuidos por el Estado.
Los nuevos modelos de negocio que han adoptado los gigantes tecnológicos muchas veces
encuentran verdaderos grises en el Derecho Tributario de nuestro país y del mundo. Son realmente
enormes las cantidades de dinero que giran a paraísos fiscales para aportar sumas irrisorias en
concepto de impuestos. Algunos países se encuentran a la vanguardia en legislación tributaria sobre
los “gigantes digitales”. No es esta una cuestión que haya esquivado acaloradas discusiones, por el
contrario, los intereses son tan grandes como la valoración de estas empresas, el caso de Amazon
de 160 billones de dólares, o el de Uber que tuvo ventas por 7.5 billones en 2017 son contundentes.
En Francia a partir del 2019 se pondría en funcionamiento un impuesto sobre las grandes empresas
tecnológicas que, aseguran, recaudaría más de 500 millones de Euros, en España pretenden algo
similar, la recaudación en este caso se elevaría holgadamente sobre los 1000 millones de Euros, en
este último caso es propicio mencionar que quienes comenzaron el proceso de creación de este
impuesto, aún en elaboración, eran integrantes del anterior gobierno español encabezado por la
fuerza política del Partido Popular. Si bien en nuestro país a partir de este año las empresas que
prestan servicios tecnológicos deben pagar IVA, las sumas que erogan las grandes compañías, en su
mayoría trasladadas a los usuarios y usuarias, son insignificantes con respecto a sus ganancias.
Por otro lado el gran avance tecnológico y las nuevas relaciones de trabajo generadas por aquel,
fomentan la existencia de los ya mencionados trabajadores y trabajadoras invisibles, carentes en su
mayoría de cualquier cobertura médica. En nuestro país en particular, si bien el acceso a la salud es
público y gratuito, lo cierto es que la calidad de la atención en esta materia no es la misma en todo
el territorio nacional
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Los invisibles, obviamente, no realizan ningún aporte para su jubilación, lo cual profundiza aún más
el déficit en los sistemas previsionales nacional y de las provincias. Tampoco la seguridad social
percibe dinero alguno de los empleadores.
A esto debemos sumar el corrimiento de las inversiones. Los grandes capitales no reinvierten en
modelos de negocio que apuntalen la producción, sino por el contrario, lo hacen en la
financiarización. Este entramado de inversiones financieras tiene cuanto menos, dos graves
consecuencias.
La segunda consecuencia grave es que, sobre esa riqueza que se genera a través de la
inversión financiera, los impuestos que se evaden suman cantidades alarmantes de dinero,
y esto se da en connivencia con el Estado, ya que se paga sobre la actividad principal a la
que se dedica la entidad.
Conclusiones
La intensión de este trabajo no es imponer ideas ni verdades absolutas, por el contrario,
pretendemos sumar interrogantes a la discusión sobre el futuro del trabajo.
Los Estados nacionales en conjunto con la sociedad civil deben facilitar la transición de los
trabajadores hacia nuevas formas de empleo. Ningún país es inmune a la automatización. Las
economías avanzadas y en desarrollo enfrentan desafíos similares. Sin embargo las primeras
contarán con una transición menos tumultuosa que las segundas. La participación del empleo en la
industria manufacturera seguirá cayendo a nivel mundial y exigirá, fundamentalmente a los países
en desarrollo, que realicen cambios hacia formas de producción con mayores niveles de calificación
y amigables con el medioambiente.
Hacen falta políticas que ayuden a los trabajadores a relocalizarse en ciudades y regiones en
expansión, especialmente para favorecer el desplazamiento de trabajadores con menores niveles
de calificación, cuya tendencia a la relocalización es menor. Asimismo, debido a que los nuevos
puestos de trabajo tienden a concentrarse en aquellos lugares que cuentan con una mayor cantidad
de trabajadores calificados, las políticas que faciliten la inversión en educación y capacitación serán
esenciales para que las distintas regiones puedan sostener su potencial de creación de empleo.
Los trabajadores del siglo XXI necesitarán de una mayor dotación de habilidades cognitivas, técnicas
y socioemocionales para lograr una mejor inserción laboral. Asimismo, dada la mayor tasa de
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depreciación de las habilidades adquiridas, los procesos formativos requerirán cada vez más
continuidad, donde ganan relevancia las experiencias de formación continua.
En materia de gestionar la transición hacia las nuevas demandas del mercado laboral, los
trabajadores más afectados generalmente son aquellos de mediana edad cuyas habilidades se han
depreciado de forma importante. Este tipo de trabajadores, en caso de perder el trabajo, podrían
tener dificultades adicionales para conseguir una nueva inserción laboral. Esta situación genera un
importante desafío en materia de protección social y políticas laborales de oferta que eviten la
consolidación de un grupo poblacional excluido del mercado laboral y, por lo tanto, expuesto a
situaciones de vulnerabilidad económica.
Finalmente, cabe señalar que aunque se descarta que el equilibrio resultante de esta nueva
revolución tecnológica sea la existencia de un masivo desempleo tecnológico, podría darse la
posibilidad de un nuevo escenario con menor nivel de demanda laboral.
Sin embargo, hay que considerar que menor demanda de trabajo no necesariamente implica una
reducción en el número de trabajadores demandados, sino que podría obtenerse una solución de
equilibrio donde la cantidad de horas de trabajo por persona se reduzca.
Las empresas pueden impulsar su propio capital humano impartiendo formación en el lugar de
trabajo, táctica que ha demostrado su utilidad y sigue siendo poco común en Latinoamérica. A este
respecto ha habido algunos avances. Por ejemplo, la iniciativa de planes de capacitación del
organismo gubernamental Uruguay XXI ofrece subvenciones a las empresas orientadas a la
exportación para capacitar a su personal en materia de aptitudes concretas, como pueden ser el
aprendizaje del inglés, y la inclusión de las nuevas tecnologías.
Las empresas latinoamericanas pueden cambiar esa situación emulando a sus homólogas del Estado
brasileño de Sao Paulo, que tienen contratos de investigación con importantes universidades
públicas. Esos vínculos, comunes en toda Norteamérica, han contribuido a aumentar el gasto de Sao
Paulo en I + I en un 1,6 por ciento del PIB, mayor que el de España o Italia. Nuevamente debemos
mencionar la importancia del Estado como regulador de las condiciones adecuadas para que estas
acciones puedan llevarse adelante en la Argentina.
El enfoque para abordar lo nuevo debe ser también nuevo, haciendo un uso tolerante y amplio de
nuestra capacidad de diálogo, sin prejuicios. Sólo así primará el interés de toda la sociedad sobre
intereses aislados.
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Bibliografía
-Informe inicial para la Comisión Mundial sobre el Futuro del Trabajo. OIT. 2017
-World development report. The changing nature work. 2019. Banco Mundial
i
http://www.summit-americas.org/septimacumbre.htm
ii
Science AMA Series: Stephen Hawking AMA Answers –
(https://www.reddit.com/r/science/comments/3nyn5i/science_ama_series_stephen_hawking_ama_answer
s/)
iii
http://www.worldbank.org/en/publication/wdr2019
iv
http://www.worldbank.org/en/publication/wdr2019
v
Los dueños de internet. Debate.2018. Natalia Zuazo
vi
Cuadernos de Relaciones Laborales. El impacto de la economía 4.0 sobre las condiciones de trabajo y
empleo. Estudio de caso en dos empresas de base tecnológica. María Luz Rodríguez Fernández; Daniel Pérez
del Prado
vii
Indec. EPH Primer semestre de 2018
viii
La economía del bien común. Taurus. 2017. Jean Tirole
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