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LOS

INSTINTOS EN EL ENEAGRAMA1

Versión Aumentada y corregida
I.- Introducción

Es claro para todos los estudiosos del Eneagrama que sus orígenes se pierden en el
tiempo, pues son desconocidos (se les supone en Babilonia o Medio Oriente, 2500 a.
C.).“El primero en referirse a él fue el Sexto Imam. Fue el primero en popularizarlo: no lo
inventó” (Ichazo, O. en Kudura, K., 1979). Luego, el rastro sigue en Órdenes Sufíes
(Sarmoun, por ejemplo: siglo XIV o XV d.C.). Sin embargo, si exploramos un poco más,
llegaremos a saber que el término “sufi” no es un nombre con el que esas
agrupaciones se identificaran a sí mismas, sino un nombre con el que los occidentales
nos referimos muy en general a los místicos musulmanes. Es así que atribuír su origen
a los Sufis no nos aclara nada. Sin embargo, la precisión y exactitud de sus enseñanzas
me hace –al menos a mí- suponer que fueron fruto de una revelación obtenida en un
estado muy alto de consciencia, como una herramienta que los humanos podemos
utilizar para trascender el sufrimiento de la separación con el Todo. Visto así, es claro
que esta herramienta es absolutamente Transpersonal.

Y de hecho, en el 2017 oí a Gonzalo Pérez, quien estuvo vinculado al Arica casi desde
sus orígenes, afirmar que Oscar Ichazo había “lamentado toda su vida el error de haber
atribuido su origen a los Sufis” –por inseguridad-, siendo que la verdad es que había
canalizado esa enseñanza, tal como yo creí desde el principio.

A menos que me equivoque, en Occidente nos encontramos con la característica figura
de nueve puntas del Eneagrama recién en los escritos de P.D. Ouspensky2, discípulo de
G. Gurdieff, místico ruso de principios del siglo XX; sin embargo, éstos en nada se
refieren a la tipología de nueve caracteres, que es la aplicación más popular de este
conocimiento. Los nueve tipos aparecen recién en las enseñanzas del maestro
boliviano Oscar Ichazo, quien presentó por primera vez el Eneagrama en el Instituto
de Psicología Aplicada3, calle Bellavista 185, Santiago, en una serie de conferencias en
diciembre de 1969, a un grupo de profesionales afines invitados por Héctor Fernández
Provoste4; entre ellos, Lola Hoffmann, Claudio Naranjo, Ada Contreras y unas ocho
personas más. Naranjo fue convencido de asistir por el internacionalmente famoso
fotógrafo Sergio Larraín, quien había conocido previamente a Ichazo.


II.- ¿Quién es Oscar Ichazo?


1
Originalmente publicado en “Los Mundos del Eneagrama”, págs. 7 a 34, IEA Ediciones, Santiago, 2015.
2 Fragmentos de una Enseñanza Desconocida (1949).
3 Fundación Fernández-Lorenzen, dedicada principalmente al desarrollo y fomento de la psicoterapia no
psicoanalítica.
4 Abogado y Psicólogo, primer Presidente del Colegio de Psicólogos de Chile. De él oí por primera vez el

término “Transpersonal”, a fines de los años 70.


Nace en Bolivia en 1931, y actualmente (2017) vive en Hawaii. A la edad de seis años
comenzó a tener serios y periódicos ataques de catalepsia, para los que nadie tuvo
explicación y menos una cura. A los 13 años acudió a los curanderos indígenas,
quienes le administraron ayahuasca. A través de esas experiencias, Ichazo
experimentó de modo directo que el Universo entero es una sola cosa (De
Christopher, D., 1981). En los años 50 y a la edad de 19, un hombre mayor le invita a
Buenos Aires, donde participa de las reuniones de un grupo de místicos –todos
europeos o del Medio Oriente-, a quienes les sirve café. Entre 1956 y 1960 viaja a
Santiago, donde inicia grupos de trabajo y viaja también al Oriente -Cachemira, el sur
de Irán, el Pamir, Hong Kong-. En 1964 regresa al hogar de su padre en Bolivia, donde
se aísla por un año. “Tuve una experiencia entonces” –dice Ichazo- “que surgió sin
esfuerzo y que realmente me sorprendió. Sentí que esta experiencia era LA experiencia,
que no necesitaba aprender nada más. Había alcanzado la totalidad”. “¿Describirías esa
experiencia como la iluminación?”. “Sí, definitivamente. Pero la iluminación es algo que
tiene grados internos también” (De Christopher, D., 1981).

Como vimos, comienza a enseñar en Santiago en los años 50. A fines de 1968 se instala
en la ciudad de Arica, Chile, con un reducido grupo de quince personas5 con quienes
trabaja intensamente. Más o menos en la misma época dicta la ya mencionada serie de
conferencias en Santiago. Un impresionado Claudio Naranjo vuelve a EEUU y regresa a
mediados de 1970 con alrededor de medio centenar de exploradores de la
consciencia6 provenientes del Instituto Esalen de California, quienes se incorporan al
grupo y ese 1º de Julio inician un intenso trabajo de diez meses en Arica. Al cabo de los
diez meses, los norteamericanos invitan a Ichazo a establecerse en EEUU, donde viaja
en 1971 a quedarse hasta ahora. En Nueva York, el grupo funda la “Escuela Arica” o
Arica Institute, cuyo nombre obviamente se debió a su permanencia en esa ciudad del
norte de Chile.


III.- El Instituto Arica en Chile

Personalmente, nunca conocí a Oscar Ichazo, pero las anécdotas que relatan quienes sí
le conocieron me impresionaron, y participé en actividades del Arica desde fines de
1975 hasta mediados de 1981. Las enseñanzas llegaban de Nueva York en forma de
entrenamientos: material impreso estrictamente pautado y calendarizado de


5 Que conformaban Jenny Pereda –con quien posteriormente Oscar formó pareja-, Marcos Llona, Iris
Sangüeza, Rafael Urzúa, Juan Carlos Villegas, Margarita Reifschneider, Ricardo Salas, Oscar de la Fuente,
Rosa Maria Fehrenberg, Domingo Urzúa, el ya mencionado fotógrafo Sergio Larraín, Sergio Huneeus,
Carmen Balmaceda y Pepa (oriunda de Arica). Al final de ese entrenamiento se incorpora Carolina Ichazo. En
ese tiempo, Héctor Fernández y María Cristina Lorenzen viajan un par de veces a Arica y al final de este
trabajo organizan las charlas en el Instituto de Psicología Aplicada. Luego de las charlas, se reinicia –ya en
1970- el entrenamiento en Arica, con la incorporación de Paz Huneeus, Horacio Leng, Pedro Salas, Verónica
Figueroa, Adolfo Elosúa, Vilma Lomboy, Martín Urrutia y Hernán Ichazo. Agradezco a Gonzalo Pérez y a
Sergio Huneeus el aporte de muchos de estos datos.
6 Entre ellos, John Lilly y John Bleibtreu, quienes escribieron en sus respectivos libros respecto a esta

experiencia.
actividades individuales y grupales que tenían una duración determinada –meses,
semanas o días, en que se mantenía una dieta y rutina estrictas-. Participé en todo lo
que llegó hasta 19817, junto a los “antiguos” del Arica, porque era primera vez que el
trabajo era estructurado de esa manera. Fui testigo del énfasis de Ichazo en evitar
entregar material explicativo escrito –salvo lo esencial- y también en impedir
transcripciones de las enseñanzas, con el fin de evitar que éstas se desvirtuaran o
deformaran. Sin embargo, este esfuerzo no tuvo éxito, y pronto comenzaron a
aparecer cantidad de publicaciones referidas al Eneagrama, en general basadas en
información muy incompleta. Y es casi natural que sean incompletas, porque el
sistema incluye una enorme cantidad de datos e información que se entrelaza. Baste
señalar que en la literatura al respecto prácticamente nunca se mencionaron siquiera
los Nueve Principios Divinos fuera del Instituto Arica, hasta que A.H. Almaas escribió
su libro Facetas de la Unidad (1998), con un Prefacio de Oscar Ichazo. Los Principios
Divinos son un elemento fundamental de este sistema, pues son las características de
la Divinidad, del Uno; y caemos a la trampa de un Eneatipo específico cuando, merced
al condicionamiento, dejamos de percibir uno de ellos.

Claudio Naranjo se distanció de Ichazo al cabo de los diez meses de entrenamiento con
el grupo norteamericano en Arica. Creó entonces el grupo S.A.T.8, donde enseñó acerca
del Eneagrama, difundiendo además el sistema en libros y otras instancias. Es mucho
lo que Naranjo ha aportado a la difusión y al desarrollo del Eneagrama, pero es claro
que la información que recogió de éste fue incompleta, dada su breve estadía con el
grupo en Arica. De hecho, Oscar Ichazo persiguió legalmente a quienes difundieron el
Eneagrama, pero la era de la información ya había llegado y el tiempo en que las
enseñanzas sagradas se ocultaban y restringían sólo a un grupo de iniciados había
llegado a su término. El resultado es lo que contemplamos hoy en este ámbito: el
materialismo espiritual, la promesa de la iluminación en tres pasos de un fin de
semana, charlatanes de todo tipo dándose aires de gurúes o chamanes y, en general,
una gran confusión entre lo que es real y lo que es basura en el mundo espiritual.

En el grupo original del S.A.T. participaron Sandra Maitri y Hameed Ali Almaas,
autores de algunos de los más meritorios textos sobre este tema. Según Maitri (2005),
en este grupo inicial Naranjo reconocía el poder del Eneagrama como una
herramienta psicoespiritual, así como su potencial y lugar en un trabajo espiritual
serio, de modo que hizo prometer a sus estudiantes no enseñar el Eneagrama sin su
permiso. Sin embargo, dada su potencia, era quizás inevitable que el Eneagrama se
comenzara a filtrar (Maitri, 2005), repitiéndose el fenómeno que ya se había dado con
Oscar Ichazo.


7 Los Nueve Sistemas Hipergnósticos o 40 días, la Psicocalistenia, Tres días para Kensho (Three days to
Kensho), El Chu’a K’a del rostro, Protoanálisis, Los Nueve Dominios, Las Nueve Formas del Zhikr, la
Psicoalquimia, Pneumorritmia, Kinerritmia, La Pareja para la Evolución, Trabajo en Equipo, The Alpha
Heat, la Apertura del Ojo del Acoiris (Opening the Rainbow Eye), El Corte de la Pirámide de Diamante (The
Cutting of the Adamantine Pyramid).
8 Seekers after Truth, Buscadores de la Verdad.
Por mi parte, aprendí del Eneagrama trabajando con colegas psicólogos que habían
ingresado tempranamente a la Escuela Arica -Ana María Noé, Gonzalo Pérez, Ada
Contreras y Leonor Bernales- y que habían formado un Centro Terapéutico en la zona
oriente de Santiago, el Centro Psicológico El Trovador. Estos colegas me acogieron
generosamente en igualdad de condiciones, a pesar de ser menor y con mucha menos
experiencia de vida que ellos. Participé en ese Centro entre 1975 y 1980, y entre otras
cosas aprendí muchísimo del Eneagrama trabajando junto a ellos en los grupos
terapéuticos que organizábamos. De hecho, en la Escuela Arica –en la que todos
participábamos paralelamente- aprendí mucho más del contexto, del Sistema, que del
Eneagrama mismo.


IV.- Los Tres Instintos

A riesgo de entregar información también incompleta, quisiera exponer a
continuación un tema que es central en el conocimiento del Eneagrama: los tres
Instintos. Oscar Ichazo (1982a) introduce el tema de este modo, desde los tipos de
raciocinio con los cuales funcionamos: “Vivimos en diferentes planos: tenemos un
cuerpo físico. Tenemos un cuerpo de emociones o una vida emocional. Esto es innegable.
Tenemos una vida intelectual, lo que es también innegable. Y tenemos una vida
espiritual9: eso también es innegable. Cada uno de estos círculos de la vida ( ) es
completamente independiente y también interdependiente con los otros. Lo que podemos
decir es que cada plano tiene su propia forma de aprehender la realidad”.

“¿Cuál de nuestros tipos de raciocinio se halla conectado al cuerpo? El raciocinio
empático, que es el primero en aparecer. Cuando somos niños, no hacemos analogías,
porque no sabemos con qué comparar las cosas. A medida que el infante crece, aparecen
las emociones ( ) a través de las sensaciones de “gusto” y “disgusto”. Con esto crea la base
de su mente analógica. Pero los “gustos” y “disgustos” serán, por supuesto, modelados
por los juicios del padre, porque serán la base de “lo bueno” y “lo malo” en la analogía
social. ( ) Los valores del niño, su axiología, se originan en este momento”.

“Sólo cuando llega a la adolescencia se estructura y desarrolla su raciocinio analítico ( )
y entonces pondrá a prueba su nueva forma de raciocinio cuestionando todo lo que se le
ha enseñado. Desde ese momento, las otras dos formas de raciocinio serán como niñitos
gritando en nuestro interior por la vida entera. ¿Cómo aparecerán? Aparecerán en
nuestra vida adulta como ansiedades totalmente inexplicables. Los temores y fobias
aparecerán porque el raciocinio empático aún no se ha desarrollado”.

“Lo mismo ocurre con el raciocinio analógico. Todos tenemos un niño en nuestro interior
que aún no satisface sus deseos; y, como resultado, sus valores, su axiología, es
completamente inmadura y destructiva. Lo que ocurre a continuación es que incluso el
raciocinio analítico será a su vez sobrepasado por lo que llamamos “el juicio social”.

9 Al
hablar de “vida espiritual”, Oscar Ichazo no se refiere a la práctica de alguna religión, sino a la
“búsqueda del sentido de vida”, tema que es universal entre los seres humanos.

“¿Qué es lo que originan estos tres tipos de raciocinio? Tres instintos: Conservación,
Relación y Sintonía. Un instinto es una pregunta viva, una pregunta que existe
permanentemente en nuestro interior. Por ejemplo: ¿cómo estoy? –la pregunta del
Instinto de Conservación. Esta pregunta está siempre. Si algo duele, tenemos una
reacción inmediata, y nos preguntamos, “¿Cómo Estoy?” La pregunta aparece cuando el
instinto es amenazado. Si no es amenazado, la pregunta permanece latente. El Instinto
de Relación responde la pregunta, ”¿Con quién estoy?”. Esto es fundamental porque
vivimos en interacción con los demás, y debemos ser capaces de distinguir afines con no
afines, amenaza de cercanía, atracción de rechazo. El Instinto de Sintonía nos conecta
con el mundo que nos rodea, y responde la pregunta, “¿Dónde Estoy?”. Si por ejemplo, las
luces se apagan súbitamente y no sabemos dónde estamos, entraremos en pánico”.


IV. 1. El Instinto de Conservación:

Es el que primero se activa, y esto ocurre a través de la madre. La madre tiene un
contacto muchísimo más primario, visceral e instintivo con el niño(a) que cualquier
otro adulto, y esto es, por supuesto, recíproco. Para el niño, la madre es su tabla de
supervivencia: alimento, abrigo, limpieza, sueño, cariño. La madre es la primera fuente
de afecto y aceptación del niño, desde el mismo período intrauterino, en que se
establece este contacto tan simbiótico y estrecho –físico, emocional e intuitivo- que
supera toda explicación racional. El Instinto de Conservación está representado, a
nivel físico, por el sistema digestivo.

El instinto de Conservación es el que nos permite atender a nuestras necesidades: no
sólo físicas, sino de todo tipo, es la tendencia a preservar tu integridad tanto
psicológica, biológica y de tu entorno inmediato, tiende a protegerte a todo nivel,
como ser completo. Nos advierte tanto de la temperatura del cuerpo y de la necesidad
de cubrirnos más o no, como así también de los límites a los que estamos dispuestos a
llegar sin resentirnos, en cuanto a cooperar con otras personas. Nos permite vernos y
saber lo que necesitamos. ¿Alimento? ¿Descanso? ¿Cariño? ¿Protección? Es el instinto
que nos permite establecer nuestros límites, más allá de los cuales nos descuidamos o
nos desgastamos en la vida cotidiana, ya sea en nuestro quehacer o en las relaciones
con los demás.


IV. 2. El Instinto de Relación:

Éste se ve potenciado por el contacto con el padre, que es habitualmente el otro adulto
cercano que se halla presente en los alrededores. Es claro que tanto el padre como la
madre pueden ser reemplazados por un sustituto que cumple esa función; los tiempos
han cambiado y la imagen de la familia nuclear tipo Walt Disney que muchos
asimilamos no puede ser considerada como única alternativa. Padres separados, niños
criados por sus abuelos o tíos, parejas homosexuales… lo importante es identificar
quién cumplió esa función de referente en cada caso.

La conexión con el padre no es desde las entrañas –como con la madre-. El padre es un
adulto que, si bien a veces cumple algunas de las funciones de la madre, ofrece otras
posibilidades: cariño, juego, exploración y, como vimos anteriormente, la transmisión
de valores. Si este contacto es sano y el padre es medianamente normal, el niño
aprende a contactar con otro, a expresarse: aprende el complejo juego de la
comunicación, que incluye no sólo un idioma, sino todo un entramado de claves no
verbales surgidas del grupo familiar y cultural más amplio. Considérese, por ejemplo,
lo que el medio nos enseña respecto a “la forma en que se hacen las cosas” en el
trabajo, las demostraciones de afecto, el coqueteo, etcétera. Lo que es aceptado o
valorado en una cultura determinada puede resultar ofensivo y rechazado en otra.

El instinto de Relación es el instinto natural que nos lleva a asociarnos a una
comunidad con otros seres humanos -como un principio básico de supervivencia- y
está representado, a nivel físico, por el sistema circulatorio.


IV. 3. El Instinto de Sintonía:

Guarda relación con sensibilizarnos: con nosotros mismos, con los demás y con
nuestro entorno. Se desarrolla en tercer lugar, cuando habitualmente entramos en la
etapa escolar o pre-escolar (ésta se está iniciando, sin embargo, cada vez más
temprano), con el entorno social más amplio que los padres: hermanos, primos,
familia extendida, amigos y compañeros de colegio. El instinto de Sintonía (también
llamado por Ichazo “de Adaptación”), tiene su correlato físico en el Sistema Nervioso
Central.

La sensibilidad tiene que ver con captar señales sutiles, adentro y afuera: nuestras
sensaciones subjetivas, nuestras intuiciones, nuestras señales que no entran en el
ámbito racional -las que son, de hecho, mucho más amplias de lo que comúnmente se
cree-. Aquí están todas esas habilidades mal llamadas “paranormales” –que lo son sólo
porque nuestra educación no las favorece-, como la intuición, la clarividencia, la
anticipación del futuro, la lectura del pensamiento, etc. Ni siquiera se consideran estas
cosas en la enseñanza de la psicología, salvo como fenómenos extraños e
inexplicables, y aún se cree que su existencia requiere comprobación a través de
pruebas científicas.

Afuera, todas las claves que nos dan el entorno y las demás personas, las que nos
permiten captar “qué está pasando allá afuera”. Gestos, lenguaje corporal y vibración
que emiten los otros, todo lo cual no requiere de un manual para captarse y
entenderse; claves sociales y culturales, las que muchas veces no se explican
verbalmente –pero pueden intuirse-, y una multiplicidad de “señales” de difícil
comprensión racional, pero que sin duda existen y nos permiten percibir situaciones.
Esto se ve fácilmente si recordamos nuestra infancia pre-verbal, en que captábamos
situaciones globales de nuestros padres o de otros con una sola mirada o percepción.

Según A.M. Noé (2013) el instinto de Sintonía dice dónde te ubicas, es la inteligencia
de entender dónde se está, sitúa a la persona en un contexto, le permite saber qué la
rodea, sin necesidad de hacer un esfuerzo consciente. Por ejemplo, si hay peligro, éste
se percibe de inmediato, pudiendo ser que en una primera instancia no se sepa dónde
está con precisión, pero se siente. A.M. Noé (2013) define esta inteligencia como un
radar de la situación, y por eso la pregunta es, ¿dónde estoy?


V.- La falla Instintiva.-

“Cada uno de los tres raciocinios (empático, analógico y analítico) evoluciona a lo que
llamamos una “entidad egótica”, de las que tendremos tres. El Ego Histórico es el que
deriva del raciocinio empático, y está todo el tiempo explicando su vida a través de su
historia personal. El Ego Imagen –el raciocinio de nuestras emociones, de nuestros
gustos y disgustos- es el que deriva del raciocinio analógico, y se halla
permanentemente preocupado de su imagen pública. Y el raciocinio analítico
evoluciona a lo que llamamos el Ego Práctico, que realmente desea hacer cosas. En la
vida cotidiana, los tres egos están en una continua batalla” (Ichazo, 1982a).

En su Tesina de término de Postítulo, Piola y Rodríguez (2014), sintetizando las
enseñanzas recibidas en el Instituto así como las entrevistas realizadas, explican del
siguiente modo cómo se define el instinto que finalmente falle (Conservación, Relación
o Sintonía): “Depende de distintos factores; sin embargo, se podría decir que subyacente
a cualquiera de estas fallas la alteración de la confianza básica es el factor fundamental.
Como explica Almaas (1998), la confianza básica se relaciona con el estar en contacto
con lo que realmente pensamos o sentimos (contacto directo con la realidad y así con las
Ideas Divinas), sin cuestionarlo con nuestra mente. Nos permite simplemente ser, por lo
que cuando dicho estado está presente se da un desplazamiento hacia el Ser y, cuando
está relativamente ausente, hay un desplazamiento hacia el funcionamiento desde el
Ego. Durante la infancia, lo que contribuye a la sensación de confianza básica es lo que
se conoce en la literatura psicológica como "el entorno de apoyo" (concepto
desarrollado por D.W. Winnicott).

“Así también, en palabras de Almaas:
“Si el entorno proporciona una buena sensación de apoyo, experimentaremos la
confianza básica. Cuando no se producen trastornos grandes y no hay frustraciones o no
existen problemas intensos sin resolver, no se genera inseguridad y conseguimos una
sensación de bienestar fundamental. Experimentamos nuestro mundo como algo seguro,
protegido y continuo, del que podemos depender de un modo amoroso, de forma que
evolucionamos en el marco de una confianza fundamental en la realidad.”(1998, p. 27).

La sensación de confianza básica se ve influida inicialmente por la relación con la
madre, luego el entorno de apoyo se amplía, incorporando a la figura del padre y otras
relaciones significativas (hermanos, pares). Influye también el clima emocional
familiar así como otras cualidades del entorno, las experiencias y la sensibilidad
propia. El entorno de apoyo incluye lo psicológico, lo físico, lo emocional y lo
espiritual. El entorno de apoyo y el consecuente desarrollo de la confianza básica son
importantes para la continuidad del Ser del niño y el desarrollo de su mismidad.
Almaas (1998) plantea que cuando la evolución se despliega a partir de la continuidad
del Ser, la consciencia permanece centrada en la naturaleza esencial, por lo que el
desarrollo del niño será la maduración y expresión de dicha naturaleza. En caso
contrario, cuando el niño no cuenta con un entorno de apoyo sustentador, reacciona
tratando de reestablecerlo, por lo que intenta manejar la situación y hacer que las
cosas funcionen de modo que se sienta sostenido, tratando de conseguir aquello que
necesita para sobrevivir y desarrollarse. De este modo, el niño despliega mecanismos
para manejar un entorno poco fiable y éstos forman la base del Ego. Este desarrollo de
la consciencia del niño se basa, entonces, en la desconfianza y el miedo. Es así
entonces que dejan de operar los instintos como tales, en el sentido de ser respuestas
básicas, naturales e inmediatas del organismo en contacto directo con el Ser.

Se mencionan distintos factores en interacción que inciden en la determinación de la
falla instintiva fundamental que se puede encontrar en una persona, dentro de los
cuales se encuentran: el momento en que ocurren las frustraciones más significativas,
según el periodo de desarrollo y la predominancia de alguno de los instintos; las
características de la relación con las figuras materna, paterna, fraternas, con los pares
y los otros en general; la sensibilidad original, y la presencia de eventos que pueden
resultar traumáticos.

Todos estos eventos generan el “Olvido de Sí Mismo” del que hablan las tradiciones
espirituales. Dejamos de percibir el Todo, surge la desconfianza y se desencadenan las
Pasiones que menciona el mismo Eneagrama: la Indolencia, la Ira, el Orgullo, la
Mentira, la Envidia, la Avaricia, el Miedo, la Gula y la Lujuria. Todas estas -llamémosles
"perspectivas"- para ver la realidad son, a mi juicio, más que "pecados" desde el punto
de vista tradicional, más que algo de lo cual sentirse culpable, formas en las que
olvidamos a nuestro ser interior. Como dijo Jesús, "El que esté libre de pecado, que
lance la primera piedra". Claramente, los cristianos olvidaron muy pronto esta lección,
porque en su fanatismo se han sentido no sólo con derecho, sino con la misión -
recuérdese la evangelización de los indígenas americanos- de rescatarnos a todos de
las tentaciones del demonio. Ante la bajeza de las pasiones, ante las aberraciones que
llenan las primeras páginas de la prensa, la reacción de nuestra sociedad occidental ha
sido la denuncia, el ceño fruncido, el dedo acusatorio, el sentirse "moralmente
superior" al resto de los mortales.

Éste es un error trágico que ha cometido la iglesia católica prácticamente desde sus
inicios, una vez desaparecido el inspirador ejemplo directo de Jesús. El asunto sería
tragicómico y la ridiculez extrema de todo el asunto, digna de contemplar desde un
palco, si no fuera por las devastadoras consecuencias de esta actitud. Entre éstas, la
Inquisición -por nombrar el ejemplo más grave- y, por supuesto, la simple generación
de culpa y vergüenza por no estar "a la altura" de esos estándares morales, algo que
hemos heredado todos de nuestro condicionamiento social católico. Y quizás lo peor
es que esa actitud simplemente no funciona.

¿Por qué no funciona? Porque simplemente, cada uno de nosotros es, potencialmente,
capaz de las peores bajezas -y también de las mayores grandezas- porque todos
formamos parte de la misma Humanidad. Entonces, cuando nos erigimos en jueces y
nos declaramos moralmente superiores a los demás, nos vemos obligados a reprimir
cualquier posibilidad de "caer" en lo mismo que ellos. Examinemos las noticias: las
peores atrocidades las cometen quienes se han dado el lujo de juzgar a sus semejantes
y de auto-nombrarse como garantes de la libertad y la bondad humanas -considérese
el ejemplo de los EEUU y lo ocurrido con Wikileaks, Julian Assange, Bradley Manning,
Edward Snowden y denunciantes similares-, o quienes nos juzgan a todos por pensar
en el divorcio o por tener hábitos que no dañan a nadie pero que son juzgados por
estas supuestas autoridades como reprobables.

Al reprimir, al imponerse a sí mismo en forma rígida no sentir o actuar de
determinadas formas, el efecto es el opuesto al deseado: nos retorcemos
internamente, y lo que deseamos eliminar se ve reforzado. La consecuencia obvia es la
culpa y la represión, intentar negar que somos seres humanos de carne y hueso, que
experimentamos pasiones y que olvidaremos no una, sino un millón de veces nuestra
naturaleza más íntima. Quizás la peor y más retorcida inmoralidad en que puede caer
un ser humano es la pedofilia, el abuso sexual -a veces con violencia- de niños.
¿Quiénes han sido acusados de esos actos en el último tiempo? Aquellos que posan
como ciudadanos modelos: sacerdotes y personas en extremo conservadoras y
moralistas. No es el libertinaje el que produce las peores patologías, sino,
paradójicamente, la represión y el moralismo.

Entonces, es importante considerar las Pasiones no como un pecado del cual
arrepentirse, sino como una forma en que se expresa el Olvido de nuestra Esencia. Y el
remedio siempre ha sido el Auto-recuerdo. Por otra parte, según Rajneesh, B.S. (1984)
el uso de la palabra “arrepentirse” en el cristianismo proviene de una mala traducción:
“Cuando dicen "¡Arrepentíos!", quieren decir, arrepiéntete de toda la forma en que has
vivido hasta ahora, de tu forma de ser. No es cuestión de pedirle perdón a alguien -no, en
absoluto-. Es sólo un retorno. La palabra "arrepentirse" significó, originalmente,
"retornar". En Arameo -el idioma que utilizaban Jesús y Juan- "arrepentirse" significa
"retorna, retorna a tu fuente; regresa a tu ser original". O, dicho de otro modo, “recuerda
quién eres”.


V. 1. Falla del Instinto de Conservación.-

Cuando este instinto falla –como es el caso de los Eneatipos 8, 9 y 1- no tenemos
consciencia de nuestras necesidades, y las pasamos por alto hasta que las señales de
alarma se desencadenan en forma más contundente, por agotamiento o síntomas
psicosomáticos. La señal sana del cuerpo es reemplazada por creencias intelectuales
acerca de sí mismo. Los sensores están dirigidos hacia las necesidades de los demás,
no a las propias.

La Indolencia -como se la entiende aquí- suele ser confundida con pereza, con simple
flojera, pero los Indolentes -los que caracterológicamente son los 9 del Eneagrama, así
como los Mentirosos o Vanidosos son los 3 y los Miedosos los 6- no son
necesariamente flojos, sino que pueden ser muy activos. El tema es otro: tiene que ver
con no movilizarse por el propio desarrollo, la propia consciencia y el propio y
auténtico bienestar, característica que comparten los tres eneatipos a quienes falla
este instinto.

Desde mi perspectiva, lo que aquí hay es un profundo escepticismo y desesperanza,
una sensación de que nada vale la pena, y mucho, muchísimo menos aún, buscar la
propia felicidad y plenitud, estados que se perciben como imposibles e inalcanzables.
Entonces, ¿para qué moverse? ¿qué sentido tiene? Y entonces, el Indolente -y todos
compartimos en alguna medida esta actitud- cae en el desgano, en la desidia, la apatía
y un cierto grado de depresión. Y entonces, lo único que vale la pena es la satisfacción
inmediata, y todo el resto puede irse al demonio: los buenos propósitos, la salud, los
principios, porque todo da lo mismo, importa un carajo. Que se venga el mundo abajo,
"Total, ¡qué importa, qué más da!".

El Indolente -y, repito, en alguna medida todos nosotros- no se siente incluido en el
Universo, se siente ajeno, "dejado de la mano de Dios" -suponiendo que crea en algo
así-, no merecedor de cualquiera de las bendiciones que reciben los demás. Y si esa
sensación es la que subyace a su actitud de desidia, ¿podemos acaso culparlo?
Entonces, no se trata de un "pecado", sino de que hay algo que no está viendo, algo
que ha olvidado. No hay que culparle, hay que ayudarle a recuperar el respeto por sí
mismo, a recuperar la fe en sí mismo, en la vida y en que es posible para él o ella lograr
la plenitud: que no es la última de las ovejas descarriadas.

Según A.M. Noé (2013) cuando falla el instinto de Conservación, lo que está
obscurecido es el sí mismo, pero en un sentido de saber de sí mismo. La última
pregunta que se hace es ¿cómo me siento?, ¿estoy cansado(a)?, ¿estoy acalorado(a)?,
¿tengo sed? Lo esencial es el abandono, dejar de sentir la necesidad. Por lo tanto, es
común que en las personas en las que falla este instinto se produzca estrés. Para Celis
y Thomas (2011), para el diagnóstico serían importantes la presencia de percepción o
recuerdos de rechazo y de falta de afecto por parte de la madre; percepción o
recuerdos de situaciones de postergarse a sí mismo asumiendo las necesidades de
otros; tendencia a la mimetización con el otro, por lo que cuesta la diferenciación;
dificultad para cuidar de sí mismo, traspasando los propios límites, -por ejemplo en el
trabajo, hasta que tenemos que parar forzosamente por una enfermedad-; tendencia a
olvidar una necesidad básica (como comer, ir al baño, etc.).

Alice Thomas realiza una importante distinción: señala que en la falla de Conservación
esta autopostergación es absolutamente automática e inconsciente. ¿Por qué es
importante esto? Porque todos nos hemos postergado alguna vez por otros –por
temor, timidez, comodidad, seducción, por obtener aprecio, por ejemplo-, pero esto ha
sido en algún grado consciente: estoy conciente de estar optando por la necesidad del
otro. En el caso de la falla de la Conservación, no hay consciencia de estar optando,
todo ocurre en forma automática.

En el caso de los niños, se puede empezar a notar el abandono de sí mismo quizás con
el hermano o con los padres (como aquél niño que está preocupado de toda la familia
excepto de sí mismo, tratando de componer situaciones, de no causar problemas o
incluso en algunos casos, cuidando a la mamá más que al revés). En general, de
aspecto se ven desgastados, cansados: no se verían como niños felices, cuidados,
rosaditos, gorditos, sanos, sino que se ven descuidados de aspecto. Respecto a los
motivos de consulta en el caso de los adultos, se puede acudir a terapia por
sensaciones de “estar reventado” de “no dar más” y también por la sensación de estar
viviendo una vida ajena –dado que se mimetizan con las necesidades de sus cercanos-;
y, en el caso de los niños, por síntomas psicosomáticos. Según A.M. Noé (2013), las
personas con falla en el instinto de Conservación serían las que menos consultan, ya
que tienden a ser sobreadaptadas. El detonante central de la falla de este instinto es
un conflicto contundente con la mamá, ya sea con ella como persona o con la
percepción de ella.


V.2.- Falla del Instinto de Relación.-

Cuando la Relación falla –como es el caso de los Eneatipos 2, 3 y 4-, se desarrolla un
Ego-Imagen. Es decir, la persona desarrolla un personaje o imagen a través del cual
cree que conseguirá el afecto y atención de los demás: el intelectual, el exitoso, el
eficiente, la sexy, la agradable/amable/servicial, el filósofo profundo, el alternativo, la
artista, el chistoso, el alma de la fiesta, etc. Se observan más visibles, más coloridas,
histriónicas y artificiales. Sobre todo se ve una persecución de la imagen, lo que se
evidencia en el intento de mostrarse y verse bien frente a los ojos de los demás.
Algunos actúan continuamente como si los estuvieran televisando; es decir, sus
gestos, posturas, movimientos y expresiones están –consciente o inconscientemente-
destinados a producir un determinado efecto en un supuesto público espectador. Una
herramienta como Facebook revela también lo mismo: una intención activa de
mostrarse –de nuevo, a un supuesto “público” imaginario o real- en actividades que
den una imagen positiva de sí mismos –viajes, actividades, reflexiones-.

La imagen, que es el tema fundamental, puede estar centrada en distintos aspectos: en
los modales, en la adecuación, en la preocupación hacia lo correcto, en el estatus
profesional, en la ropa, el aspecto físico. La ansiedad que pueden presentar estas
personas se asocia a la preocupación respecto a la imagen que tienen de ellos los
demás, respecto a qué ven los otros, cómo los interpretan y los evalúan. Según A.M.
Noé (2013), cuando falla el instinto de Relación, lo que le pasa a la persona es que con
quien menos está es consigo misma; cuando se pregunta ¿con quién estoy? está
siempre referido a alguien de afuera, nunca se refiere a sí misma: lo que busca al
relacionarse es que alguien externo le dé afecto. Según Celis y Thomas (2011), en las
personas en que falla este instinto, se encuentra: percepción o recuerdos de rechazo,
distancia o falta de afecto por parte del padre; priorización por la imagen de sí mismo
ante los otros, por cómo nos evalúan y nos ven los demás; tendencia a recurrir a la
seducción o al halago para conseguir lo que se desea; tendencia a envidiar a los demás
y a apreciar que lo de los otros es mejor que lo propio; tendencia a avergonzarse por
lo que se siente.

Para A.M. Noé (2013), en el caso de los sujetos con problemas en el instinto de
Relación, los motivos de consulta que aprecia como más frecuentes en adultos son en
torno a problemas afectivos y a la sensación de abandono o soledad. Y, en el caso de
niños con dificultades en el instinto de Relación se puede observar, por un lado, que
cuando salen a recreo buscan atraer (con su propia imagen, liderazgo o “encantos”) o,
por otro lado, pueden mostrar timidez y no relacionarse mucho, porque tienen miedo
de no ser aceptados o no gustar, y se quedan cerca de los adultos.

Generalmente, siente un gran temor a mostrarse tal cual es, porque su experiencia le
enseñó que eso le traerá rechazo e incomprensión. Esta imagen es algo intencionado
desde la infancia, y es frecuente que el individuo pierda contacto con su verdadero
sentir y preferencias, por una historia completa en que ha priorizado cómo lo ven los
demás. El individuo regido por el ego-imagen tiene una serie de expectativas e ideas
respecto a la forma en que deben comportarse los demás con él, pero no las expresa
porque supone que eso no debiera ser necesario. Esto conduce a continuas
frustraciones.

Tal como hablamos del “olvido de sí mismo” como el común denominador para
quienes comparten la falla del instinto de Conservación, hablamos aquí de la “mentira”
en quienes comparten la falla del instinto de Relación. Es necesario aclarar, sin
embargo, el uso de este término, y lo haré con un ejemplo: años atrás, Ava Lowe -una
mujer bastante excepcional– me preguntó si yo me consideraba veraz. Extrañado por
la pregunta, respondí que sí. Entonces me preguntó si yo expresaba todo lo que sentía
o pensaba, a lo que respondí que no. Para mi sorpresa, me dijo entonces que no era
enteramente veraz, porque no era totalmente transparente. Acostumbrado a
considerar como “mentira” sólo a la flagrante tergiversación de los hechos, me
sorprendió su perspectiva; sin embargo, con el tiempo comprendí que tenía toda la
razón y que se refería a un nivel mucho más sutil de mentira en nuestro interior.

“La verdad les hará libres”, dicen Jesús y, al parecer, otras fuentes bíblicas. Ésa es una
verdad profunda que tiene muchos niveles; sin embargo, no conozco casi a ningún
cristiano que se tome esto de veras en serio –y mientras más rasgan vestiduras,
menos son de fiar-. Vivimos en un mundo donde existe un total doble estándar entre
declarar un incondicional amor por la verdad y vivir ese precepto en la vida real, de lo
cual existen cantidad de ejemplos en figuras públicas actuales –Presidentes, políticos,
sacerdotes, empresarios, militares, periodistas, etc-. Es obvio que muchísimos
hombres y mujeres han tenido encuentros extramaritales, han fumado marihuana o
alterado en alguna ocasión su declaración de impuestos: sin embargo, en EEUU
cualquiera de esos hechos parece ser mucho más grave que exterminar poblaciones
enteras, y basta para descalificar a un candidato a la Casa Blanca.
En esta seccion trozo de Osho de los espejos (The search)u

Examinemos los tipos de mentiras: todos conocemos la mentira flagrante. Hay
verdaderos profesionales en esa área, y consiste básicamente en pasar gato por liebre,
asegurar algo que sabemos que no es verdad. Esta es la más obvia y descarada, lo que
no impide que se la practique a todo nivel. Los motivos que Bush o Blair esgrimieron
para convencer a sus respectivos Congresos de permitirles invadir y arrasar Irak
entran en esta categoría, pero eso no les trajo grandes dificultades, lo que es un
pésimo síntoma: significa que la mentira tiene un sitial aceptado en nuestro
funcionamiento social. En base a las descaradas mentiras de Bush, los americanos aún
creen que Irak tuvo algo que ver con el ataque a las Torres Gemelas –y que por tanto
se justificaba invadirlo- pero esa posibilidad no ha tenido el más mínimo respaldo
probatorio. En el plano de las relaciones humanas, no son poco comunes las calumnias
puras y simples: achacarle a alguien cosas que son falsas para perjudicarle, desde una
actitud envidiosa o mezquina. Ejemplos extremos de esto existen en las delaciones –
con acusaciones ficticias- durante la Inquisición o la dictadura chilena.

La mentira blanca es muy popular en Chile: en este caso tergiversamos la verdad, pero
por supuestos “buenos motivos”. Entre los motivos citados, el más popular es “para no
producir daño”, con lo cual nuestros interlocutores permanecen en estado infantil,
creyendo en fantasías. Enarbolando estas buenas intenciones, mentimos acerca de
nuestros sentimientos –a veces por supuesta “lástima” por el otro- o acerca de hechos
puros y simples.

La mentira por omisión es, supuestamente, inocente: implica “sólo” la poda selectiva
de algunos detalles de los hechos o bien simplemente omitir comunicarlos. Aquí no se
tergiversan los hechos, sino que simplemente no se les menciona. No es tan grave
como las anteriores, pero también genera equívocos y señales confusas en las
relaciones humanas.

La mentira inconsciente surge por el simple desconocimiento que la persona tiene de
sí misma: nos asegura algo de sí misma que resulta ser falso. Puede que crea a pies
juntillas en la realidad de lo que afirma –por ejemplo, algo respecto a sus sentimientos
o intenciones- pero no parece darse cuenta de que, bajo la superficie, simplemente la
realidad es otra. Por ejemplo, el matrimonio “para toda la vida” es una bonita idea,
cargada de idealismo y romanticismo, pero la simple realidad es que esas mismas
personas que se lo juran mutuamente experimentarán cambios inevitables a lo largo
de sus vidas, y puede que esos cambios les separen internamente. Y entonces, sus
buenas intenciones quedarán en nada. E insistir en lo contrario es la simple
obcecación de negar la realidad.

Las consecuencias de la mentira son a veces imperceptibles para el ojo no entrenado.
Las consecuencias más obvias son, claro, señales contradictorias y difusas entre las
personas, lo que mina la confianza entre ellas y, por tanto, las relaciones más
profundas de corazón a corazón. Nos duele profundamente descubrir que nos han
mentido, sin importar los motivos. Entonces, más allá de las consecuencias más
obvias, el efecto más serio es que las relaciones se vuelven superficiales: no hay
intimidad con el otro y ni siquiera consigo mismo. Al no expresar mi verdad, me
distancio de los otros e incluso de mí mismo, de mi sinceridad y espontaneidad.

¿Por qué mentimos? Creo que, en general, la respuesta es sólo una: por temor a perder
el aprecio de los demás. Desde pequeños aprendimos a reemplazar nuestra integridad
y nuestra propia fuerza y solidez interiores por el frágil cebo del afecto y apoyo de las
otras personas. El negocio es muy malo, sin embargo, porque ese apoyo es volátil y
muy condicional: lo tendremos sólo si nos atenemos a las condiciones de los demás,
que cambian según la persona y la situación.

Las mentiras más burdas no son, sin embargo, las más graves en términos más
trascendentes. A fuerza de mostrar una imagen que no corresponde a nuestra realidad
más íntima, terminamos por mentirnos a nosotros mismos. Comenzamos realmente a
creer nuestras propias historias, a racionalizar y a convencernos a nosotros mismos
de las mentiras que hemos transmitido a los demás.

Imaginemos, por un instante, que el sentido de nuestra existencia en la Tierra es
realizar el potencial que traemos: ese potencial muchas veces se aleja o incluso se
contradice enteramente con lo que la sociedad nos sugiere. Por ejemplo, deseamos
dedicarnos al comercio o al arte y nuestros padres desean que estudiemos ingeniería;
deseamos no casarnos, no tener hijos o tener sólo uno: la presión –especialmente en
Sudamérica- por ajustarse a la norma puede ser bastante considerable. Si nuestra
prioridad es el aprecio y la aprobación de los demás, dejaremos de lado nuestras
preferencias internas y haremos lo que supuestamente es “lo correcto”; pero de ese
modo no desarrollaremos nuestro potencial y nos estancaremos. Puede que tengamos
éxito social, pero eso muchas veces no guarda ninguna relación con los designios de
nuestro ser interno (“¿De qué sirve obtener el mundo entero si al hacerlo pierdes tu
alma?”).

Y a esto me refiero: no ser fieles a nosotros mismos es, a mi juicio, la mentira más
grave, porque daña nuestro ser, y es la “mentira” en la que caen los Eneatipos 2, 3 y 4.
No respetar nuestra propia voz interna nos convertirá en seres inevitablemente
frustrados, en comparación con la belleza serena y profunda del potencial único que
cada uno de nosotros posee. ¿Qué hubiese sido de Jesús si se hubiese salvado de la
cruz a punta de mentiras? Quizás ni siquiera habríamos oído de él. Sin embargo, le
habría sido muy fácil; ante el Sanhedrín, en lugar de expresar esa frase gloriosa, “Mi
Padre y yo somos uno” –una verdad en la que las religiones orientales coinciden-
podría haberse hecho el loco o pedido disculpas por el malentendido o cualquiera de
las muchas salidas que tuvo. No lo hizo, sin embargo, y en su irrestricto respeto a su
Verdad reside gran parte de su grandeza. Un Maestro Sufi, Al Hillaj Mansoor, también
fue muerto por los ignorantes cuando afirmó esta misma verdad.

Y creo que aquellos seres que, como Jesús, llamamos "iluminados” o “despiertos” se
caracterizan más que nada por una característica: una continua apertura a la Verdad
que se nos presenta en cada instante del Eterno Presente.


V.3. Falla del Instinto de Sintonía.-

Cuando la Sintonía falla –como es el caso de los Eneatipos 5, 6 y 7-, todo el complejo
sistema de percepción ya descrito es reemplazado por una racionalidad
descontrolada. El resultado es la desconexión, tanto interna como externa, de la
sensibilidad y de las señales sutiles. La racionalidad reemplaza la percepción directa
por la imaginación, la que fácilmente conduce al miedo imaginario. Todo el bagaje de
sensaciones sutiles que permiten guiar y orientar la propia existencia es reemplazado
por una estructura de decisión eminentemente racional, dejando al individuo
esencialmente desconectado de su propio sentir más profundo, pero sin saberlo.

Respecto a la falla del instinto de Sintonía, Piola y Rodríguez (2014) refieren que en la
biografía de la persona se pueden hallar situaciones en que hay todo un setting en que
era importante saber qué estaba sucediendo y nadie da explicaciones, una situación
en que no se entiende qué sucede y nadie da una pauta ni contención. Lo que sucede
internamente con este tipo de experiencias es que la persona se desconecta de su
emoción o bien es más probable que sienta temor o miedo indefinido. Estas
situaciones pueden darse en diversos contextos (familia, colegio) o en las distintas
relaciones (con la madre, el padre o los hermanos).

Para Celis y Thomas (2011) en las personas en que falla del instinto de Sintonía se
aprecia: percepción o recuerdos de haber tenido dificultades al ingresar a la
preescolaridad o escolaridad o de haber sufrido matonaje; percepción o recuerdos de
“meter la pata” con facilidad; percepción o recuerdos de tener dificultad para captar lo
que sucede con los otros; percepción o recuerdos de sentirse ajeno a un grupo;
tendencia a sentirse autorizado a faltar con los deberes; tendencia al miedo; tendencia
a sentir que no se soporta a la gente; tendencia a evitar las crisis y el sufrimiento.
El Ego Práctico es el que se desarrolla cuando este instinto no funciona bien, y
consiste en que la persona mantiene una actividad incesante –de cualquier tipo- que le
permite sostener su desconexión interna. El otro recurso es el humor, que puede ser
utilizado para evitar el dolor y cualquier asomo de sensibilidad, a través de la
ridiculización, la ironía y el sarcasmo.

Según A.M. Noé (2013), en el niño que tiene dificultades con el instinto de Sintonía, lo
usual es que no vea cuánto vale, cuáles son sus capacidades, por lo que es frecuente
observar angustia frente al rendimiento escolar. Así también, es común la ansiedad
como motivo de consulta, la que tiene que ver con el rendimiento y con su necesidad
de ser reconocido.

No puedo asegurar que dolencias como la que llamamos "ataque de pánico" no
existiera en décadas anteriores, pero lo dudo. Creo que éste es un producto de este
tiempo, de un hombre enajenado, que vive en el temor: el temor a sí mismo y a los
demás. Naturalmente, la educación complica las cosas, enseñando a competir y a
desconfiar unos de otros. Y el sistema de salvaje capitalismo en que vivimos confirma
los temores: hay que competir si deseamos sobrevivir. Nos contraemos: el otro es un
rival, no un igual. El amor, que es una vivencia espontánea, es reprimido y se nos
enseña a vivirlo sólo al interior de un núcleo muy restringido: la familia. ¿Hay alguien
que vive en la calle? ¿Hay gente que no tiene agua potable en su casa? ¿Hay quienes no
tienen qué comer? Pobres... cambiemos el canal y no tendremos que ver eso.

En los pueblos pequeños, donde esta mentalidad aún no prima, la gente se saluda, se
conoce, confía unos en otros. Se tratan con interés, se importan unos a otros. No está
presente esa desconfianza básica y competencia de la gran ciudad, en que los intereses
del otro generalmente no nos importan.


¿Qué es el temor?

La pasión central es aquí el miedo, representado sobre todo por el Eneatipo 6, el
Cobarde; sin embargo, tal como en los casos de la Conservación y la Relación, los otros
Eneatipos que comparten la falla de la Sintonía –el 5 y el 7- también están teñidos por
esta Pasión. El miedo puede llegar a constituir un estado crónico, en el que el mundo
completo -e incluso mi propio mundo interno- se transforman en un lugar
amenazante y peligroso, y todos sus habitantes en potenciales agresores. Es un estado
de profunda hipnosis, en el que la imaginación reemplaza enteramente a la realidad,
generando incontables posibilidades de sufrir daño. El elemento clave es la
desconexión de la realidad: la imaginación reemplaza los sentidos, y la persona deja
de ver, palpar y –en suma- conectarse sensorialmente con el mundo físico y las demás
personas y se encierra en una mente llena de paranoia que la asusta más y más.

Antiguamente, existían peligros muy reales y la reacción de temor nos preparaba para
luchar o huir: tribus rivales, fieras, tempestades o fuego que cotidianamente
amenazaban nuestras vidas. En la actualidad, el peligro se presenta de modo ocasional
e inmediato: un auto se nos viene encima en la calle, por ejemplo. Un poco de
adrenalina y lo esquivamos. La reacción de temor no tendría sentido más allá de ese
instante: no sería necesario vivir en el temor a los automóviles. ¿Vivimos en un barrio
donde roban con frecuencia? Tomemos precauciones, acordemos estrategias con los
demás habitantes de la casa; más allá, ¿qué sentido o utilidad tiene vivir en el temor a
los robos? En la actualidad, salvo casos excepcionales, los peligros físicos son
predominantemente imaginarios: hay temor a otros, temor a situaciones, reacciones
de ataque que prácticamente no tienen relación con nada real.

Son las ideas en la mente las que producen temor en el cuerpo: la imaginación
delirante, el peligro imaginario, las fantasías con posibles catástrofes son las que nos
llenan de tensión y ansiedad, las que nos producen insomnio, stress, baja de defensas
y todo el conglomerado de dolencias que llamamos "psicosomáticas". Desgaste que es,
por lo demás, inútil: con toda esa preocupación y tensión no evitamos nada de nada; lo
que debe suceder, sucede igual.

La ansiedad continua dificulta la posibilidad de verdadera escucha, en parte por la
distracción continua que genera la mente y también debido a que, si la persona recibe
cualquier señal que percibe como amenazante –una crítica o descalificación, sea real o
imaginaria- todas las alarmas van a rojo y las defensas se activan a tope. Se tensará, se
defenderá, buscará contraatacar… será muy difícil que reciba un feedback que percibe
como amenazante.

En el documental Bowling for Columbine (2002), el cineasta Michael Moore se
pregunta, ¿por qué los norteamericanos se matan continuamente a tiros y
bombardean a casi todo el planeta? Es claro que desde que tenemos memoria que los
norteamericanos siempre están bombardeando a alguien, invadiendo o interviniendo
en algún país. A esta altura, el asunto ya parece casi natural, pero por supuesto que no
lo es. Todos nos sorprenderíamos si los pacíficos Canadá o Brasil -por citar ejemplos-
se ponen a bombardear o a invadir países vecinos el día de mañana, pero de los
norteamericanos nos parece natural. En todo caso, el realizador concluye que los
norteamericanos tienen miedo, y que es por eso que andan matando gente. La cultura
norteamericana no es predominantemente carente de Sintonía, sino más bien se halla
teñida de la falla del instinto de Relación; y sin embargo, la idea es absolutamente
valedera, tanto más que en la película se examinan y descartan otras hipótesis
posibles: por ejemplo, los canadienses tienen tantas armas como sus vecinos... sólo
que no las usan para matarse entre ellos. Los alemanes -por ejemplo- tienen una
historia muchísimo más violenta que los norteamericanos, pero no discuten sus
diferencias a balazos. La hipótesis es que es una tradición del Gobierno y los medios
en Norteamérica fomentar el temor: y si examinamos la idea... la verdad es que toma
fuerza.

Piense en la "Guerra contra el Terror" desatada con posterioridad a la caída de las
Torres Gemelas, que, de hecho, más bien sembró el terror en Afganistán e Irak. Piense
usted en lo que estamos viendo desde ese 11 de Septiembre, en que prácticamente se
estableció un estado de sitio en EEUU, en que las libertades individuales se han visto
seriamente limitadas (Poitras, L., 2014). Éste no es el único ejemplo: en los años de la
posguerra se desata en ellos la paranoia del comunismo y de sus agentes y McCarthy
tiene su instante de dudosa gloria persiguiendo a gente del mundo del cine,
acusándolos de cosas absurdas que ahora darían risa de no ser tan siniestras y de no
haber causado tanto dolor. Se estimuló abiertamente el soplonaje y la delación, lo que
obviamente amplificó la paranoia a límites pocas veces visto. Instituciones como el
FBI y su patético Director Hoover no se dedican sólo al crimen real, sino a prevenir
todo tipo de complots y planes siniestros que sólo existían en la mente afiebrada de
ese sujeto, quien reúne cientos de archivos producto de un espionaje sistemático a
figuras públicas. La CIA ha hecho lo mismo jugando a Dios con todo país extranjero
que tuviese la desgracia de interesarle -como sabemos, Chile tuvo esa mala suerte en
los años 70-.

Un de las reaccciones posibles a la vivencia del temor es aparentar precisamente lo
contrario: el miedo se vuelve más soportable si soy agresivo con el otro. Como decía al
principio, el temor no nos permite contactarnos de verdad con lo que está ocurriendo
"allá afuera". No vemos de verdad al otro, sino que imaginamos cosas respecto a lo
que siente y piensa: atribuímos intenciones, a veces en forma abiertamente delirante.
El mundo se divide entre aliados y enemigos: no hay más opciones. Y, como el mundo
se halla lleno de peligros, me parapeto detrás de cerrojos, candados, rejas, alarmas,
porteros humanos y electrónicos, y por sobre todo no me expongo a ser herido por los
demás -para lo cual nunca, nunca jamás, dejaré que otro ser humano sepa todo lo que
siento o pienso-. Lo peor de todo es que la paranoia suele actuar como profecía auto-
cumplida: mi temor empieza a generar peligros que empiezan a confirmarme que yo
tenía razón al temer. La paranoia y consecuentes bombardeos de los norteamericanos
van a seguir generando miles de nuevos terroristas.

Sin verdadera intimidad, no hay armonía interna ni con los demás; la verdadera
armonía se logra sólo en la confianza y la transparencia mutuas. De Oscar Ichazo oí
una frase hace muchos años: "Quien tiene miedo no es confiable". En ese momento me
pareció exagerado -quizás porque yo mismo estaba demasiado asustado- pero con el
tiempo le he hallado toda la razón. Quien tiene miedo, se oculta; quien tiene miedo,
miente; quien tiene miedo, no muestra sus cartas. Y todo eso, desde su perspectiva de
temor, es enteramente justificado. Pero por supuesto, una persona así no resulta
confiable: lo que nos muestra, lo que nos dice, cómo nos ve... todo esto está teñido de
su paranoia, de su imaginación. No nos está viendo, en realidad; se está relacionando
con una fantasía, no con nosotros.


VI.- La Sanación

A mi juicio, lo más hermoso del Eneagrama es que no sólo describe nuestro ego
retorcido y predecible, sino que también describe la puerta de salida de ese ego. En
ese sentido, es auténticamente trans-personal: nos guía a trascender nuestro ego o
personalidad. Sin embargo, si bien esto es cierto, es esencial tomárselo con cautela,
pues la vida transcurre momento a momento, y cada instante representa un desafío:
¿estaremos presentes y alertas o caeremos en viejos patrones? Que yo sepa, en el
camino interno no existen “etapas superadas”: siempre podemos caer en las trampas
de antes. Me veo a mí mismo y a conocidos con tanto o más trabajo interno cayendo, al
menos de vez en cuando, en los mismos puntos ciegos de antes…

Me gusta considerar a los supuestos pecados como simples olvidos, un olvido de
nuestro Origen, de la simple gloria y magnificencia de nuestro verdadero Ser. ¿En qué
sentido un "olvido"? Estamos en esta Tierra. No estamos entre ángeles,
desencarnados, tocando el arpa, libres de los sentidos, la mente y las pasiones. Si
alguna vez nos encontramos en esa situación, es obvio que probablemente no haya
mucho en qué distraerse. En la Tierra, la situación es diferente: "La vida es un
carnaval", canta Celia Cruz. Comparto esa idea. No estamos aquí para negar al cuerpo,
negar el sexo, negar las pasiones, negar los sentidos, sino para disfrutar de todo eso.
Nada de lo que vemos, olemos o palpamos es ajeno al Origen común de todo lo que
existe...

Pensemos en lo que ocurre cuando nos obsesionamos con el consumismo, con la
comida y la bebida, con el sexo. ¿En ese momento, recordamos acaso nuestra conexión
con el Todo, con nuestro ser interior, con la trascendencia? Claramente, no. Y pienso
que eso no es un error ni un “pecado”.

La mayoría de las Escuelas mística por las que he tenido algún respeto –el Arica, Osho
Rajneesh, el Tantra, el Taoísmo, el Sufismo, entre otras- proponen que la liberación -el
"recordarse a sí mismo" de que hablan los Sufis- se alcanza estando en el mundo, sin
negar nada de lo que hay en él ni en nosotros. Si simplemente aceptamos todo aquello,
no habrá terreno para el cultivo de patologías, porque no negaremos ningún aspecto
de nuestro Ser. Tarde o temprano sentiremos la sed del Infinito, aquello que nos indica
que hay algo más que la sensorialidad... y entonces lo buscaremos. Y, eventualmente,
recordaremos quiénes somos, pero no a través de la negación ni la represión.

Y después, el asunto ocurre -como absolutamente la vida entera- minuto a minuto. Es
cierto, a veces se pierde la fe; es cierto, las cosas se mezclan: de la pereza nos vamos al
miedo y de allí a la mentira o viceversa. El punto es, ¿cuán intenso es nuestro deseo de
liberarnos de la trampa y del círculo vicioso de nuestro ego? ¿Cuán intenso es nuestro
deseo de liberarnos? Si ésta es nuestra primera prioridad, nada podrá detenernos; por
supuesto, a veces las pasiones serán la figura y nos dejaremos enceguecer por ellas.
Pero lo hermoso de la vida es que recomienza minuto a minuto: no importa nuestro
pasado o el grado de ceguera de que hemos hecho gala antes. Todo comienza de nuevo
ahora. El pasado ya quedó atrás y en el aquí-ahora nuevamente podemos ser
conscientes de nuestras opciones más importantes y esenciales.

En cada instante tenemos las opciones abiertas: podemos escoger dejarnos llevar por
alguna pasión... y luego pagar el precio, o no hacerlo. Si disfrutamos de un almuerzo
descomunal, es obvio que eso tendrá consecuencias en el cuerpo, pero podemos
asumir eso responsablemente: no es necesario sentirse culpable ni pecador. Y lo
mismo con las otras pasiones, a pesar de que socialmente algunas tienen peores
connotaciones que otras. Y cuando las prioridades se enturbian y la comodidad física
prevalece, ¿qué hacer? Si logramos sobreponernos a la comodidad, levantarnos de esa
cómoda poltrona y actuar, bien está; y si no, no. El asunto es: asumamos que tenemos
un cuerpo, que muchas veces nos hará olvidar nuestra verdadera naturaleza. Y el
juego consiste en jugar en la Tierra -para lo cual el cuerpo es indispensable- y, entre
un olvido y otro, recordar quiénes somos, hasta que ya no lo olvidemos más. Y aún
entonces seguiremos disfrutando de los sentidos, pues lo que vemos no es ajeno a
nuestra naturaleza más íntima.

Más específicamente, en la Conservación, el camino de recuperación es, obviamente,
volver a sintonizar con las señales del cuerpo y sus necesidades, así como con las
emociones más intensas. También es necesario re-examinar las creencias respecto a sí
mismo y los propios merecimientos. Una vez recuperada la fe en que sí es posible que
yo -sí, yo, y no sólo los otros- podemos, de verdad, tener un espacio, validar nuestra
existencia, nuestras preferencias, nuestras emociones, nuestro espacio en el mundo,
casi todo el camino está hecho. Para algunos, el camino sigue expresando lo que de
verdad sienten; para otros, elegir esas opciones de vida -trabajo o pareja, por ejemplo-
que estén más de acuerdo con lo que nos permitirá crecer y desarrollarnos; para otros
más, esforzarse por ser más conscientes minuto a minuto para lograr sobreponerse a
un hábito destructivo –como la continua postergación de sí mismo-, etcétera. El
principal obstáculo que veo no es saber qué necesitamos hacer ni tampoco lo es
sobreponerse a la desidia, sino verle algún sentido a la posibilidad de moverse.

En el ámbito de la Relación, y habiendo probablemente acumulado ya una buena
cantidad de frustraciones en el plano de las relaciones interpersonales y
sentimentales, es oportuno que la persona se pregunte si hay algo que está haciendo
mal –y dejar de atribuir las dificultades a los otros o a la mala suerte-. El camino de
sanación de la Relación empieza cuando en su interior el individuo comienza a
rescatar, valorar y aceptar su verdadero sentir, desconectándose de la prioridad que
le ha atribuido a la valoración de los demás. Es importante que en esta etapa entienda
que no es que alguna vez le será indiferente la valoración ajena: vivimos en
comunidad y ésta siempre será importante, pero que lo saludable es que él o ella
misma sea su principal autoridad. Es claro que no basta con tomar esta decisión una
sola vez para zanjar el problema, sino que la persona deberá estar atenta para revertir
el condicionamiento que le ha desviado de su verdadero camino durante toda su vida.

Una forma posible es estar continuamente preguntándose –en contacto con las
señales de su cuerpo-, “¿Estoy haciendo o actuando de este modo porque yo deseo
hacerlo o porque pienso que me van a valorar más si lo hago?”.

La Sintonía comienza a sanarse cuando la persona toma la decisión de sensibilizarse,
tanto a las señales internas como externas. Para esto, generalmente debe lentificarse y
poner atención en cada momento, especialmente cuando alguien nos habla: aquellos
con falla de Sintonía son pésimos auditores, simplemente porque están sumergidos en
su mente, incluso cuando alguien les habla directamente. Se van a desconcentrar una y
otra vez en el curso de una conversación.

Si desean dar pasos para superar el miedo, pueden comenzar por correr riesgos
comunicándole sus pensamientos y sentimientos a las personas con quienes deseen
tener relaciones más cercanas, decirles las cosas que nunca se ha atrevido a decirles.
Luego, comenzar a hacer cosas que desean de veras hacer pero que nunca se han
atrevido. Y no deben esperar a no tener miedo: todos esos riesgos se corren con miedo
incluido. Ninguno de nosotros hubiera aprendido jamás a nadar o a andar en bicicleta,
o se hubiera iniciado alguna vez en el sexo si hubiera esperado que se le pasara el
susto antes. La sanación se logra atreviéndose a hacerlo a pesar del miedo que
siente, aunque tartamudee o le tiemblen las rodillas. Pero con cada riesgo que corra,
se sentirá literalmente más "grande" y más seguro en este mundo.

Respecto al muy extendido temor a mostrarse frente a un grupo de personas, Fritz
Perls, creador de la Terapia Guestáltica, diseñó una sencilla técnica, que consistía en
mirar y contactarse con atención con el auditorio –en lugar de imaginar lo que
podrían estar pensando respecto a uno-. Si la persona logra realmente hacer eso, sus
fantasmas y fantasías se esfuman.

En general –y esto vale para todos los eneatipos-, buena parte de nuestras trabas
internas se desactivan en la medida que nos atrevamos a enfrentar nuestros
fantasmas y a correr los riesgos que no nos hemos atrevido a correr antes. Éste es uno
de los grandes aportes de Perls: más que hablar “acerca de” los problemas, solía
pedirle a los participantes de sus grupos que los actuaran. De ese modo –y si
persevera- un buen día a la persona le parecerá incomprensible que otras personas no
se atrevan a hacer lo que desean hacer. Sentirá una libertad exquisita; y, quizás por
primera vez, se sentirá a sus anchas en este mundo, porque ya no tendrá miedo.




Referencias

Almaas, A.H. (1998) Facets of Unity. The Enneagram of Holy Ideas. Diamond Books,
Berkeley.

Celis, Alejandro (2003) Derrotar al Miedo. Revista Uno Mismo Nº166, Santiago.

Celis, Alejandro (2003) La Mentira y sus Variantes. Revista Uno Mismo Nº168,
Santiago.

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10 Esta película obtuvo el Oscar 2003 al mejor documental largo, el César 2003 a la mejor película
extranjera y otros tres premios.
11 Esta película obtuvo el Oscar 2015 al mejor documental, el mismo premio en Inglaterra (BAFTA) y una

serie de otros premios –un total de 41 premios y 16 nominaciones-.

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