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Mateo 22:1–14

Bosquejo del banquete de bodas

Este relato de la invitación a las bodas del hijo del rey forma parte de un trío de parábolas que
tienen que ver con el tema de la autoridad de Dios, cómo los hombres responden a ella y las
consecuencias de esa respuesta. MH

La parábola que se relata en estos versículos tiene un significado muy amplio. El primer
nivel de su alcance se refiere indiscutiblemente a los judíos. Pero no debemos pensar que se
refiera exclusivamente a ellos. Contiene lecciones muy profundas para todos aquellos entre
quienes se predica el Evangelio; es un ejemplo gráfico espiritual que nos habla aun en este día, si
tenemos oídos para oír. La observación de cierto teólogo muy erudito es sabia y cierta: “Las
parábolas son como piedras preciosas con muchas facetas, talladas de tal forma que desprenden
su brillo en más de una dirección”. Ryle

I. Dios nos invita al gran banquete preparado para nosotros. V. 4. El personaje céntrico es el rey,
y éste representa a Dios. MH

A. ¿Qué significado tiene este banquete?

1. Según la parábola, las personas aludidas menospreciaron la fiesta de bodas que


un rey había preparado, con todo tipo de manjares exquisitos, a la que habían sido
convidados generosamente, y a la que no asistieron intencionadamente.

2. La felicidad del reino mesiánico en su fase final, es decir, el gozo que se


experimentará en el cielo nuevo y en la tierra nueva donde el reinado de Dios en
Cristo será plenamente reconocido por todos sus participantes, con frecuencia se
describe bajo el simbolismo de los invitados que se reclinan en sofás ante una
mesa colmada de manjares, en comunión unos con otros y con el anfitrión en un
espacioso salón inundado de luz. Hendriksen

a. Es fácil descubrir el significado espiritual de esto. Los pecadores que


menosprecian a Cristo, expresan su desprecio por un glorioso banquete
que Dios ha provisto con motivo de la boda de Su Hijo. El lugar en que nos
encontramos tierra solemne es. ¡Oh, imploramos las enseñanzas del
Espíritu Santo! Spurgeon

b. Fijémonos, en primer lugar, en que la salvación proclamada por el


Evangelio se compara con una fiesta de bodas. El Señor Jesús nos dice que
“un rey hizo fiesta de bodas a su hijo”.

B. Dios envía sus predicadores para que inviten a la gente. 3-5

1. unos de los siervos (doúloi 1401) representan a los profetas del AT (vv. 3, 4) y
otros a Juan el Bautista, a Jesús y quizá a los apóstoles (vv. 8, 10). MH
2. Las costumbres de aquel entonces eran muy distintas a las nuestras. Según la
costumbre de las fiestas de bodas, la primera invitación salía con semanas, o
meses, de anticipación, sin especificar el tiempo exacto. Luego, al llegar la fecha
para la fiesta, los siervos salían otra vez para decir a los convidados que habían
aceptado la invitación que todo estaba ya listo para comenzar los festejos. De
modo pues que los convidados, además de ser los súbditos del rey, con el deber de
obedecerle en todas las cosas, ya se habían comprometido a asistir. A diferencia
de las fiestas contemporáneas, las de aquel entonces duraban varios días, o hasta
terminar la comida. MH

3. Aquí se ve la maravillosa paciencia del “rey”, en la presente parábola, se revela


en el hecho de que

a. él primeramente hace un “llamado” o invitación general;

b. luego envía sus siervos llamando sinceramente a los invitados a que


vengan; y

c. cuando éstos muestran que no quieren venir, envía otros siervos,


dándoles orden de presentar un llamado aún más urgente y conmovedor:
ahora todas las cosas están listas, y la comida no será escasa: ¡los toros ya
han sido matados al igual que el ganado engordado! Hendriksen

4. No era algo extraordinario entre los judíos enviar primero una invitación general
y después invitar a los llamados, como se ve claramente no sólo en Est. 5:8; 6:14,
sino también por “la jactancia de los hombres de Jerusalén de que ninguno de
ellos iba a un banquete a menos que fuera invitado dos veces”.

1. Sin embargo, en esta parábola hubo nada menos que tres invitaciones.
Hendriksen

3. Ese pensamiento principal, es la paciencia de Dios, simbolizada por el


rey. Es Dios quien llama primero, y luego invita a los que habían sido
llamados previamente. Es Dios quien, cuando ellos rehusan, ni siquiera
derrama inmediatamente su ira sobre los obstinados que le rechazan, sino
que les hace aún otro llamado urgente. Hendriksen

C. A Dios no le falta nada que sea necesario para la salvación de las almas de los
pecadores: nadie podrá decir jamás que al final no fue salvo por culpa de Dios. El Padre
está preparado para amar y recibir; el Hijo está preparado para perdonar y limpiar la
culpa; el Espíritu está preparado para santificar y renovar; los ángeles están preparados
para regocijarse por el pecador arrepentido; la gracia está preparada para ayudarle; la
Biblia está preparada para instruirle; el Cielo está preparado para ser su hogar
eternamente. Solo una cosa es necesaria, y es que el pecador también ha de estar
preparado y dispuesto. No olvidemos esto tampoco. No seamos quisquillosos con esta
cuestión, ni tratemos de buscarle tres pies al gato. Dios será hallado inocente de la sangre
de todas las almas condenadas. El Evangelio siempre describe a los pecadores como seres
responsables y que tienen que rendir cuentas; el Evangelio le presenta a toda la
Humanidad una puerta abierta: nadie está excluido de ninguno de sus ofrecimientos.
Aunque esos ofrecimientos solo son eficaces para los creyentes, son suficientes para todo
el mundo; aunque pocos entran por la puerta estrecha, todos son invitados a entrar. Ryle

Aplicación

En el Evangelio hay una gran provisión para todas las necesidades del alma del
hombre: puede proporcionarnos todo lo necesario para aliviar el hambre y la sed
espirituales. El perdón, la paz con Dios, una esperanza viva en este mundo y gloria
en el que ha de venir: todas estas cosas se nos ofrecen en gran abundancia. Es un
“banquete de manjares suculentos”. Y toda esta provisión se debe al amor del Hijo
de Dios, Jesucristo nuestro Señor, el cual nos ofrece la posibilidad de una unión
con Él, volver a acogernos en la familia de Dios como hijos amados, vestirnos con
su justicia, darnos un lugar en su Reino y presentarnos sin mancha delante del
trono de su Padre en el día final. El Evangelio, en resumen, es un ofrecimiento de
alimento para el hambriento, de gozo para el afligido, de un hogar para el
desamparado, de un amigo lleno de amor para el que está perdido. Es “buenas
noticias”. Dios ofrece, por medio de su Hijo amado, que el hombre pecador pueda
acercarse a Él. No olvidemos esto. “En esto consiste el amor: no en que nosotros
hayamos amado a Dios, sino en que él nos amó a nosotros, y envió a su Hijo en
propiciación por nuestros pecados” (1 Juan 4:10). Ryle

II. Nosotros rechazamos esa invitación. V. 5-6.

A. La reacción de los invitados ante lo que podría llamarse la tercera y más insistente
invitación se relata en los vv. 5, 6. Pero ellos no prestaron atención y se fueron, uno a su
campo, otro a su negocio. Los demás tomaron a los siervos, los trataron en forma
vergonzosa y los mataron. Aquí se indican dos actitudes:

a. indiferencia, esto es, mucho más interés en las cosas terrenales que en las
celestiales, en lo material que en lo espiritual, en la agricultura y en los negocios
que en la invitación a aceptar la salvación plena y gratuita para cuerpo y alma por
toda la eternidad (para un pensamiento paralelo, véase Lc. 14:18–20; 17:26–28); y

Fijémonos, en tercer lugar, en que la salvación del Evangelio es rechazada


por muchos que reciben el ofrecimiento. El Señor Jesús nos dice que
aquellos a quienes los siervos del rey invitaron a la boda, “sin hacer caso,
se fueron”.

Hay miles de personas que oyen el Evangelio y no sacan de él ningún


beneficio en absoluto. Lo escuchan domingo tras domingo, y año tras año,
y no creen para salvación de su alma. No sienten una especial necesidad
de él; no ven ninguna hermosura especial en él; puede que no lo odien, ni
se opongan a él ni se burlen de él, pero el hecho es que no lo reciben en
sus corazones.

b. hostilidad activa: tomando a los siervos, tratándolos vergonzosamente, y aun


asesinando a algunos de ellos. Cf. Mt. 21:35, 36. Hendriksen

B. Los primeros convidados representan a los judíos (vv. 1–7); y los otros, a los pecadores
y gentiles (vv. 8–10). Quizá el hijo del rey representaría proféticamente a Jesús en sus
bodas (Apoc. 19:7 ss.) con su novia (Apoc. 21:9), que es la iglesia. Bruce sugiere que la
fiesta podría representar el momento de la entrega del reino al Hijo, de parte de Dios.
MH
C. ¿Qué rechazamos?

1. ¡Oh, pecador, cuando tú menosprecias la gran salvación, sería bueno que


recordaras qué es lo que desprecias; cuando menosprecias el Evangelio de Dios,
menosprecias la justificación por fe, menosprecias ser lavado en la sangre de
Jesús, menosprecias al Espíritu Santo, menosprecias el camino al cielo, y luego
menosprecias a la fe, a la esperanza y al amor; menosprecias todas las promesas
del pacto eterno, todas las cosas gloriosas que Dios ha reservado para quienes le
aman, y menosprecias todo aquello que Él ha revelado en Su Palabra como el don
que promete a quienes vienen a Él. Desdeñar el Evangelio es algo grave, pues en
esa Palabra, ―las buenas nuevas inspiradas por Dios― está resumido todo lo que
la naturaleza humana pudiera requerir, y todo lo que incluso los santos que están
en la bienaventuranza reciben. ¡Oh, es una locura despreciar el Evangelio del Dios
bendito! ¡Es peor que una insensatez! Spurgeon

2. Y, además, estas personas menospreciaron al Hijo del Rey. Se trataba de Su


matrimonio, y en tanto que no asistieron, deshonraron a ese Ser glorioso en cuyo
honor fue preparada la cena. Desdeñaron a Aquel a quien Su Padre amaba. ¡Ah,
pecador!, cuando desdeñas el Evangelio, desdeñas a Cristo, a ese Cristo delante de
quien los gloriosos querubines se inclinan, a ese Cristo a cuyos pies el excelso
arcángel considera una felicidad arrojar su corona; desdeñas a Aquel con cuya
alabanza resuena la bóveda del cielo; desdeñas a Aquel a quien Dios tiene en muy
alta consideración, pues le ha llamado: “Dios sobre todas las cosas, bendito por los
siglos.”

3. Y, además, estas personas menospreciaron también al Rey que había preparado


el banquete. ¡Ah!, poco sabes, oh pecador, que cuando tomas a la ligera el
Evangelio, insultas a Dios. He oído que algunas personas dicen: “señor, yo no creo
en Cristo, pero aun así estoy seguro de que procuro reverenciar a Dios; a mí no me
importa el Evangelio, yo no deseo ser lavado en la sangre de Jesús, ni ser salvado
por la gracia inmerecida; pero yo no desprecio a Dios; ¡yo soy un religioso
natural!” No, señor, tú, en verdad, insultas al Todopoderoso, en la medida que
niegas a Su Hijo. Si desprecias al vástago de un hombre, insultas al propio hombre;
si rechazas al unigénito Hijo de Dios, rechazas al propio Ser eterno. No hay tal cosa
como la verdadera religión natural aparte de Cristo; es una mentira y una falsedad;
es el refugio de un hombre que no es lo suficientemente valiente para decir que
odia a Dios, pero es un refugio de mentiras, pues quien niega a Cristo, en ese acto
ofende a Dios, y se cierra las puertas del cielo contra sí mismo.

D. ¿Por qué razón la rechazamos?

1. Uno a su campo, otro a su negocio” Esto es similar a Lucas 14:18-20. Sus


acciones no eran malas, sino indiferentes al llamado del Dios en Cristo, lo cual es
un serio error. Hendriksen

Hay otras cosas que les atraen más. Su dinero, sus tierras, su negocio o sus
placeres son para ellos cuestiones mucho más interesantes que sus almas.
Es el suyo un estado mental terrible, pero también terriblemente común.
Examinemos nuestros corazones y asegurémonos de que no es el nuestro.
El pecar abiertamente puede que mate a “sus miles”, pero la indiferencia y
el rechazo del Evangelio matan a “sus diez miles”. Multitudes darán con
sus huesos en el Infierno no tanto por haber quebrantado abiertamente
los Diez Mandamientos como por no haber hecho caso a la Verdad. Cristo
murió por ellos en la Cruz, pero ellos le rechazaron. Ryle

2. Porque no estaban listos para este elevado gozo. No eran leales a su rey.
Estaban envueltos en sus propios intereses.

3. Los impíos, por un desayuno muy ligero de este mundo, pierden la magnífica
cena de la gloria (Apoc. 19:9).

4. Muchos no aceptan esta invitación porque se creen muy buenos, no aceptan


que están perdidos, no se creen tan malos.

¡Cómo! ¿Qué tú busques misericordia? Eso es un insulto para ti. “Anda, y


díselo al borracho” ―comentas― “anda y trae a la ramera; yo soy un
hombre respetable; yo voy siempre a la iglesia o a la capilla; yo soy un
buen individuo; puedo jaranear de vez en cuando, pero lo compenso algún
otro día; algunas veces soy un poco negligente, pero, entonces, le pongo
las riendas a los caballos, y cubro la distancia después; y me atrevería a
decir que voy a ir al cielo tan fácilmente como los demás. Yo soy un tipo
muy bueno.”

b. El amor debe reinar, la misericordia ha de ser gloriosa. Cristo debería revelar su


gracia; de otro modo no habría gozo por su unión con la Humanidad.
E. ¿Cómo rechazamos esta invitación? Ninguna persona de las que están aquí diría que
menosprecia a Cristo.

1. Cuando le apreciamos un poco.

a. ¡Oh, hombre que me escuchas, tú menosprecias a Cristo, si lo colocas en


cualquier lugar, salvo en el centro de tu corazón! Aquel que da a Cristo un
poco de sus afectos, menosprecia a Cristo, pues Cristo quiere recibir el
corazón entero o no quiere recibir nada. Aquel que da a Cristo una
porción, y al mundo otra porción, desprecia a Cristo, pues cree que Cristo
no merece recibir la totalidad. Y, en tanto que dice eso, o piensa eso, tiene
pensamientos rastreros y malvados acerca de Cristo.

b. ¡Oh, hombre carnal, tú eres medio religioso y medio profano; tú eres


algunas veces serio, pero con frecuencia eres frívolo; algunas veces eres
aparentemente piadoso, pero con frecuencia eres perverso, pues tú
menosprecias a Cristo!

c. Y, ustedes, que lloran el día domingo y luego regresan a sus pecados el


día lunes; ustedes, que ponen al mundo y sus placeres por encima de
Cristo, tienen menor estima por Él de la que merece; y, ¿qué es eso sino
desdeñarlo? ¡Oh!, te exhorto, amigo que me escuchas esta noche, a que te
preguntes si no eres ese hombre. ¿No menosprecias tú mismo a Cristo? El
hombre con justicia propia, que se coloca a sí mismo como socio de Cristo
en el asunto de la salvación, no obstante sus buenas obras de hojarasca, es
tal cabecilla entre los despreciadores, que yo quisiera ponerlo en la picota
en el propio centro de ellos, y pedirles a todos los que son como él que
tiemblen, para que no sean encontrados ellos también menospreciadores
de Jesús.

2. Además, menosprecia a Cristo quien hace una profesión de religión, y, sin


embargo, no vive de acuerdo con ella. ¡Ah, miembros de la iglesia, ustedes
necesitan una buena zarandeada!; tenemos ahora una inmensa cantidad de cizaña
mezclada con el trigo; y algunas veces pienso que tenemos algo peor que eso.
Tenemos algunas personas en nuestra iglesia que no son tan buenas como la
cizaña, pues no parecieran haber estado cerca del trigo del todo; no son nada
mejor que el tamo. Han entrado a nuestras iglesias, justo igual que si hubieran
entrado a una asociación comercial, porque piensan que su negocio mejorará.
Tomar el sacramento proporciona respetabilidad a su nombre; haber sido
bautizados o ser miembros de una iglesia cristiana los vuelve estimables; y así,
entran en grandes cantidades en pos de los panes y de los peces, pero no en pos
de Jesucristo.

III. Las consecuencias de rechazar esa invitación.


A. Hay un límite a la paciencia de Dios (Gn. 6:3; Pr. 29:1; Dn. 5:22–31; Mt. 21:40–44; Lc.
13:9; Ap. 2:21, 22). Hendriksen

B. En cuanto al cumplimiento, Jerusalén fue tomado por Tito, hijo del emperador
Vespasiano (69–79 d.C.) El templo fue destruido. Se cree que más de un millón de judíos,
que se habían amontonado en la ciudad, murieron. Israel dejó de existir como una unidad
política. Como una nación especialmente favorecida por Dios había llegado al término de
su camino mucho antes que el comienzo de la Guerra Judía. Hendriksen

C. ¡Menosprecia a Cristo, pecador! Permíteme decirte que tú lamentarás el día cuando


estés en tu lecho mortuorio. Será duro para ti cuando el monstruo huesudo te aferre, y
cuando te esté llevando al río, para hundirte en el lago de muerte. Será duro para ti,
cuando los tendones de tus ojos se rompan, y cuando el sudor mortal bañe tu frente.
Recuerda la última vez que tuviste fiebre; ¡ah!, cómo temblabas. Recuerda, anoche, cómo
te estremecías en la cama durante la tormenta, cuando los rayos atravesaban tu ventana;
y cómo temblabas cuando el trueno profundo hablaba la voz de Dios. ¡Ah!, pecador, tú
temblarás más entonces, cuando veas que la muerte viene por ti, cuando el jinete
huesudo sobre su caballo blanco, tome su dardo y lo hunda en tus entrañas. Será duro
para ti entonces, si no tienes a Cristo como refugio, ni cuentas con la sangre para lavar tu
alma.

IV. Si nosotros rechazamos el banquete otros serán invitados.

A. V, 8-10. El plan del rey de tener una buena boda para su hijo no podía fracasar. Su
voluntad no podía ser frustrada. En vista del hecho de que los primeros invitados habían
demostrado ser indignos—probablemente una litote para decir “muy malvados”—no
mereciendo el honor que se les había conferido, que vengan otros. Entonces que los
siervos salgan al campo, a los lugares donde las principales calles que salen de la ciudad
terminan y se dividen en caminos laterales.748 Desde todos estos cruces o salidas, que los
siervos tomen cuantas personas puedan encontrar, sin importar si los nuevos invitados
tienen una posición tan buena como sus conciudadanos o no. Los siervos cumplen la orden
recibida. Hendriksen

B. El sentido es claro. Cuando los judíos que habían sido invitados se niegan a recibir a
Cristo, son conducidos a él otros pueblos en gran número. Estos otros proceden en su
mayoría de los gentiles (cf. 8:11, 12; 21:41), aunque ello no significa que los judíos queden
excluidos. El hecho de que buenos y malos son traídos al reino o a la iglesia visible ha sido
explicado en relación con la parábola de la red; véase sobre 13:47–50

V. Si queremos entrar a este banquete tenemos estar vestidos adecuadamente. V. 11-14.

A. Hay solamente una solución, hasta donde puedo verlo, que nos sacará de esta
dificultad. Es muy antigua. Debe permanecer hasta que alguien nos ofrezca algo mejor. Es
que, por orden del rey y de sus abundantes recursos, a cada invitado se había ofrecido un
vestido de boda en la entrada misma del salón de bodas. Todos menos esta única persona
habían aceptado el vestido. Sin embargo, este hombre había mirado su propio vestido,
quizás lo haya sacudido un poco con su mano, y había dicho al asistente: “Mi vestido está
suficientemente bueno. No necesito el que me estás ofreciendo”. Entonces, con una
actitud de autosatisfacción y de desafío, se había marchado hasta la mesa, donde ahora
estaba reclinado; o de donde, al igual que todos los invitados, se había levantado cuando
el rey entró. Hendriksen

B. Este personaje parece representar a quienes se identifican externamente con el reino,


profesan ser cristianos, pertenecen a la iglesia de manera visible, pero desprecia el vestido
de rectitud que Cristo ofrece (cp. Is. 61:10), buscando una rectitud que venga de si mismos
(cp. Ro. 10:3; Fl. 3:8-9). Se avergüenzan de admitir su propia pobreza espiritual, rehúsan
recibir el vestido generosamente ofrecido por el Rey, el cual es mejor, y por esto son
culpables de pecar terriblemente en contra de su bondad.

C. Y ¿qué puede ser el significado de esto sino lo que entendemos por la expresión: “de
Cristo estáis vestidos” (Gálatas 3:27), y “JEHOVA JUSTICIA NUESTRA” (Jeremías 23:6)?
Tampoco sería extraño semejante lenguaje a aquellos en cuyos oídos habían resonado las
palabras de gozo profético: “En gran manera me gozaré en Jehová, mi alma se alegrará en
mi Dios; porque me vistió de vestidos de salud, rodeóme de manto de justicia, como a
novio me atavió, y como a novia compuesta de sus joyas” (Isaías 61:10). Exegético

1. En suma, por la gracia de Dios el pecador debe “vestirse de Cristo” (Gá. 3:27).
Debe haber una vuelta completa, una renovación o “conversión” completa,
exactamente como Jesús mismo había enseñado (Mt. 4:17), y como los apóstoles
después de él iban a enseñar. Hendriksen

2. Entonces el pensamiento único de la parábola es éste: “Acepta la invitación de


la gracia de Dios, a menos que mientras otros entran en la gloria tú te pierdas.
Pero recuerda que ser miembro en la iglesia visible no garantiza la salvación. Lo
necesario es la completa renovación (incluyendo la justificación y la santificación),
el vestirse de Cristo”. Hendriksen

D. Se pone gran énfasis en la responsabilidad y culpa del hombre. ¿Significa esto ahora
que los demás—los que sí aceptaron la vestidura y sí la están usando—tienen que
agradecerse a sí mismos por su acción de obediencia? De ningún modo: 14. Porque
muchos son llamados, pero pocos escogidos. El llamado del evangelio sale
ampliamente por todas partes. Llega a muchísimos. La mayoría son como el hombre
de la parábola: oyen, pero no lo hacen caso. En comparación con los muchos que se
pierden, son pocos los que se salvan, esto es, pocos son elegidos desde la eternidad
para heredar la vida eterna. De ahí, en último análisis la salvación no es un logro
humano sino un don de la gracia soberana de Dios. Cf. Lc. 12:32; Jn. 6:39, 44; Ef. 1:4.
Hendriksen
Fijémonos, por último, en que todos los que falsamente profesan tener fe, en el día final
serán descubiertos, desenmascarados y condenados para la eternidad. El Señor Jesús nos
dice que cuando por fin la fiesta de bodas estuvo llena de invitados, el rey entró para verlos
y “vio allí a un hombre que no estaba vestido de boda”. Le preguntó cómo había entrado
allí sin estarlo, y no obtuvo respuesta; entonces ordenó a sus siervos que “lo ataran de pies
y manos, y lo echaran”. Ryle
Siempre habrá falsos creyentes en la Iglesia de Cristo mientras dure este mundo. “En
esta parábola —dijo alguien, con mucha razón— un solo réprobo representa a todos los
demás”. Es imposible leer los corazones de los hombres: nunca se eliminará por completo
la presencia de engañadores e hipócritas entre las filas de quienes se hacen llamar
“cristianos”. Mientras un hombre que profesa sumisión al Evangelio viva de forma correcta
de cara al exterior, no podemos atrevernos a afirmar que no esté revestido de la justicia de
Cristo. Pero en el día final no habrá engaño posible: el infalible ojo de Dios distinguirá
quiénes forman parte de su pueblo y quiénes no. Solo la fe auténtica se librará del fuego de
su Juicio; todo cristianismo falso será pesado en la balanza y hallado falto (cf. Daniel 5:27);
solo los verdaderos creyentes se sentarán a la mesa en la cena de las bodas del Cordero. De
nada le servirá al hipócrita haber sido un gran conversador en materia de religión, ni haber
tenido fama de ser un cristiano eminente entre los hombres. Su triunfo será momentáneo:
se le quitará su plumaje prestado y estará en pie, desnudo y temblando, ante el tribunal de
Dios, sin habla, habiéndose condenado a sí mismo, sin esperanza, indefenso. Se le echará a
las tinieblas de afuera, para su vergüenza, y así segará lo que sembró. Bien puede decir
nuestro Señor que “allí será el lloro y el crujir de dientes”. Ryle
Aprendamos sabiduría a partir de las solemnes imágenes que nos muestra esta
parábola, y procuremos hacer firme nuestra vocación y elección. Nosotros también somos
parte de aquellos a quienes se les dice: “Todo está dispuesto; venid a las bodas”.
Asegurémonos de “no desechar al que habla”; no durmamos como los demás, sino velemos
y seamos sobrios. El tiempo se acerca. Muy pronto, el Rey entrará para ver a los invitados;
¿estamos vestidos de boda, o no? ¿Nos hemos revestido de Cristo? Esa es la gran pregunta
que se desprende de esta parábola. ¡Ojalá no descansemos jamás, hasta poder dar una
respuesta afirmativa! ¡Ojalá resuenen esas penetrantes palabras cada día en nuestros
oídos: “Muchos son llamados, y pocos escogidos”! Ryle

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