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Acepto, pues, el veredicto de Dios: por mí mismo no soy más que una criatura empedernidamente
rebelde a su Creador, incapaz de obedecerle, extraviado en mis propios caminos, separado de Él y,
por tanto, condenado al fracaso y a la muerte (pues la muerte no es otra cosa que perder la
comunión con Dios). En mí mismo, pues, no tengo autoridad ninguna para hablar de renovación de
la Iglesia.
Pero Dios, que es rico en misericordia, por su gran amor con que nos amó, aún estando yo muerto
en pecados, me dio vida juntamente con Cristo. ¡Por pura gracia me ha salvado! Yo no he hecho
nada para merecerlo. El me amó primero.
Él hizo llegar a mis oídos las Buenas Noticias de la Salvación: yo merecía la muerte al vivir
independiente de Dios (que es LA VIDA), pero Dios ME PUSO EN CRISTO, CARGÓ SOBRE ÉL
TODOS MIS PECADOS Y EXTRAVÍOS, y asumiendo mi propio destino de muerte subió a la cruz
para morir en mi lugar, derramando su preciosa sangre para limpiar todas mis basuras y rebeliones.
¡¡ALABADO SEA POR ESO!. ¡Y EL PADRE LE RESUCITÓ LEVANTÁNDOLO DE LOS
MUERTOS, y a mí me resucitó con él, dándome la posibilidad de andar en una vida nueva!.
Cuando esta Buena Noticia entró por mis oídos despertó en mi la fe, y creí todo lo que Dios dice en
su Palabra que ha hecho por mí (y por todos): creí que Jesús murió por mí, que borró todos mis
pecados, que me salvó de una vida malograda lejos de Dios. Creí que el viejo Plácido murió con
Cristo en la cruz, y que ahora en Cristo soy una nueva criatura. Creí lo que dice la Palabra de Dios:
el que cree en Cristo y su obra recibe gratuitamente la salvación: ¡la Vida eterna, la misma Vida de
Dios, su mismo Espíritu habitando en su interior!.
Al comprender las dimensiones de la obra y el amor de Cristo me doy cuenta de que ya no puedo
sino vivir para él. Él es ahora mi Señor, el dueño de mi vida. Yo ya no me pertenezco, a él cedo
todos mis derechos, pues me ha comprado para Dios al precio de su propia vida, de su propia
sangre.
Por la Palabra de Dios he conocido EL SECRETO DE ESTA NUEVA VIDA: ahora ya no soy yo el
que vive, sino que es Cristo quien vive en mí. Esto es un hecho, histórico y espiritual, aunque
todavía tiene que hacerse experiencia cabal en mí. Todavía a veces no le dejo a Él vivir en mí, y
entonces se manifiesta todavía mi hombre viejo, lleno de maldad. El Camino cristiano es pues que
cada vez yo mengue más para que Él crezca más en mí. ¡Para mí vivir es Cristo! Y en él está puesta
toda mi esperanza. Sé que Dios me está despojando de mi vieja naturaleza rebelde y me está
transformando más y más a imagen de su Hijo, hasta que un día, el día de la resurrección, incluso
mi cuerpo participe de la gloria de Cristo, junto con toda la Creación.
Esta comunión espiritual universal tiene su expresión visible y concreta en las iglesias locales: la
comunión de todos los creyentes que viven en una misma localidad. En cada localidad ellos/as son
la representación de todo el Cuerpo de Cristo, el testimonio visible de Cristo. En Novelda, como en
todo el mundo, este testimonio está ahora roto. Los cristianos estamos divididos, dispersos cada
uno, cada grupo, por nuestros propios caminos; y en muchas cosas no somos fieles a la voluntad del
Señor para su Iglesia. Pero es en esta iglesia local de Novelda en ruinas donde somos miembros de
la Iglesia universal y donde hemos de vivir la realidad del Cuerpo de Cristo (ver artículo en este
blog: 'Cristiano, a secas').
Aquí y ahora, en Novelda, es donde el Señor nos está llamando a seguirle ahora, como discípulos
suyos, sirviendo a Sus intereses y objetivos, en medio de la situación actual de la Cristiandad y del
mundo.
Así pues, el que escribe en este blog no es más que un discípulo, aprendiendo 'del' Maestro día a
día, aprendiendo 'al' Maestro día a día; deseando hacerlo con todos sus hermanos/as, empezando por
Novelda. Y mientras tanto compartiendo, con quien quiera escuchar, lo que estamos recibiendo.
Te pido, pues, mi hermano/a, que no aceptes sin más lo que aquí se comparte, pero que tampoco lo
rechaces sin más. Busquemos juntos la voluntad de nuestro Señor (ver artículo en este blog: 'El
principio Berea'.
P.F. Obed