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4 COLECCIÓN

RELOJ DE ARENA

LA SOMBRA DE ROSAS
# Rosas LA SOMBRA DE ROSAS
José María Brindisi
Un hombre terrible y fascinante domina la escena
argentina en la primera mitad del siglo XIX. Todos cono-

LA SOMBRA DE ROSAS
cen su nombre, Juan Manuel de Rosas, pero muy
pocos comprenden los motivos de sus decisiones.
José María Brindisi ha creado el personaje de Julián, su
secretario, para acompañarlo como una sombra y
recordar mucho tiempo después, y a la distancia, esos
OTROS TÍTULOS años turbulentos. Su mirada no busca la verdad históri-
DE ESTA COLECCIÓN:
ca, sino aquella que se lee en los gestos y en los silen- José María Brindisi
(Buenos Aires, 1969)
cios. Cómplice y confidente, Julián entiende al hombre es escritor y periodista.
# Marco_Polo de carne y hueso que no figura en los libros de historia. Publicó el libro de
cuentos Permanece oro
CRUCE DE

ATLANTIDA LIBROS - ZONA DOCENTE


(1996) y las novelas

CAMINOS
Berlín (2001), Frenesí
(2006) y Placebo (2010).
Angélica Gorodischer Sus cuentos han apareci-
do en numerosas antolo-

José María Brindisi


gías. Recibió premios del
# Cleopatra Fondo Nacional de las
MIRAR LA HISTORIA CON LOS OJOS DE Artes y de Casa del
LA REINA DEL NILO
Patricia Suárez
LA FICCIÓN Y CONTARLA CON LAS HERRAMIEN- Escritor. Además, enseña
escritura creativa y
TAS DE LA LITERATURA ES LA PROPUESTA DE ESTA escribe artículos de
COLECCIÓN. PERSONAJES Y EPISODIOS HISTÓ- periodismo cultural para
# Malvinas RICOS CLAVE REVIVEN EN EL RELATO DE ES- diversos medios, como
CRITORES DE RECONOCIDA TRAYECTORIA. los diarios La Nación y
NUNCA ESTUVE COLECCIÓN
Perfil, la revista Los

EN LA GUERRA RELOJ DE ARENA Inrockuptibles y la


revista-blog Escritores
Franco Vaccarini del Mundo.

CÓDIGO 7404
sobre la colección
reloj de arena

Mirar la historia con los ojos de la


ficción y contarla con las herramientas de
la literatura es la propuesta de esta colec-
ción. Personajes y episodios históricos cla-
ve reviven en el relato de escritores de re-
conocida trayectoria. Ellos nos narran,
desde la perspectiva de los protagonistas o
de personajes cercanos, cómo fueron esos
ATLANTIDA LIBROS - ZONA DOCENTE

hechos y esas personas, qué papel cum-


plieron en la historia, por qué los admira-
mos o aborrecemos, qué tienen para ense-
ñarnos y cómo habitaron el mundo que
les tocó vivir. Nos permiten entender por
qué fueron tan importantes y por qué to-
davía los recordamos y nos hacen vibrar.
Se trata, en suma, de una colección que
nos ofrece una porción de pasado, servi-
da con los condimentos de la mejor lite-
ratura actual.

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un poco de historia

por Jorgelina Núñez

La historia argentina ha estado atravesada


por dos figuras dominantes e igualmente polémi-
cas, una perteneció al siglo XIX, la otra, al siglo
XX: Juan Manuel de Rosas y Juan Domingo Pe-
ATLANTIDA LIBROS - ZONA DOCENTE

rón. Ambos suscitaron adhesiones incondicionales


y odios encendidos, y su ejercicio del poder marcó
y dividió a la sociedad argentina. Fueron líderes
carismáticos, fuertes y contradictorios, tanto que
la historia no les tiene reservado un juicio unáni-
me. Por lo tanto, la aproximación a su figura que
aquí intentaremos es apenas un esbozo parcial e
incompleto.
Juan Manuel de Rosas nació el 30 de marzo
de 1793 en Buenos Aires. Hijo de León Ortiz de
Rozas y Agustina López de Osornio, pertenecía a

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La sombra de Rosas

una familia destacada, dueña de grandes extensio-


nes de tierra. Se crió en la pampa, donde dominaba
a la perfección las tareas rurales –fue un gaucho
entre los gauchos−, y ya de adolescente se hizo car-
go de la administración de los campos de sus pa-
dres, pero pronto entró en conflicto con su madre
y decidió independizarse para labrarse su propia
fortuna como ganadero y exportador de carne. Fue
entonces cuando modificó su apellido. A los veinte
años, se casó con Encarnación Ezcurra, su compa-
ñera en la vida y la política, con quien tuvo tres
hijos: Juan, María (muerta de niña) y Manuela. No
sería la única mujer en su vida. Ya viudo, mantuvo
ATLANTIDA LIBROS - ZONA DOCENTE

por años una relación clandestina con María Eu-


genia Castro, que le dio siete hijos a los que nunca
reconoció y que no lo acompañaron en el exilio.
Estanciero de vocación, recién en 1820 empe-
zó a participar activamente en la política apoyan-
do a Martín Rodríguez en la candidatura a gober-
nador de la provincia de Buenos Aires. Eran años
turbios y sangrientos, cuando todavía la nación no
encontraba la manera de organizarse y los distin-
tos caudillos provinciales, con ejércitos propios (el
de Rosas llevaba por nombre Los Colorados del

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José María Brindisi

Monte y se caracterizaba por su gran disciplina),


se disputaban el poder mediante las armas. En un
escenario donde las leyes no siempre se cumplían,
el asesinato resultaba una herramienta rápida y
contundente para lograr objetivos políticos. Las
alianzas eran frecuentes y, también, las traiciones.
Rosas fue influyente en la firma del Tratado de Be-
negas, que estableció la paz entre Buenos Aires y
Santa Fe y se dice que contribuyó a la recupera-
ción de esta última cediendo 30.000 cabezas de
ganado de su propiedad. Mientras tanto, su rique-
za aumentaba con la compra de más tierras y los
beneficios de la Aduana porteña, que Buenos Aires
ATLANTIDA LIBROS - ZONA DOCENTE

usaba exclusivamente para provecho de la ciudad


y la provincia.
El manejo de las rentas públicas y de los im-
portantes recursos que ingresaban a través de la
Aduana fue una de las principales causas por las
que la vida política y económica de las provincias
empezó a regirse según los lineamientos unitarios
o los federales. Los primeros ponían el énfasis en
un gobierno centralizado en Buenos Aires, con
poca injerencia de las provincias, y con una eco-
nomía basada en el libre comercio y navegación

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La sombra de Rosas

de los ríos interiores. Los federales, en cambio, es-


taban a favor de las autonomías provinciales y de
delegar algunas cuestiones en un gobierno nacio-
nal con poderes limitados. Desde el punto de vista
económico, reclamaban el proteccionismo para
los productos nacionales.
Rosas se proclamaba federal de una manera
un tanto peculiar: defendiendo los intereses de su
provincia que era la más fuerte y la que solía im-
poner su criterio al resto.

La construcción del poder


ATLANTIDA LIBROS - ZONA DOCENTE

Usurpadas sus tierras por los conquistado-


res, durante décadas los malones indígenas cons-
tituyeron una seria amenaza para los estancieros
bonaerenses. Martín Rodríguez ordenó tres cam-
pañas al desierto para extender y fortalecer la
frontera, de las cuales Rosas formó parte y en las
que implementaba una curiosa estrategia de diá-
logo y represión a los indios. Algunos eran incor-
porados a los territorios a cambio de protección
(se les entregaba ganado, caballos, alimentos y

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José María Brindisi

aguardiente), otros se mantenían como aliados y


los más rebeldes seguían siendo enemigos. Uno de
ellos, Paguitruz o Panguitruz Gnerr, hijo de Painé,
fue capturado y llevado a los dominios de Rosas,
quien lo hizo bautizar con el nombre Mariano y
le dio su apellido. Mientras Rosas se ausentaba en
esas campañas, su mujer Encarnación manejaba
con astucia las intrigas políticas en la provincia a
través de la Sociedad Popular Restauradora.
El fusilamiento de Manuel Dorrego a manos
del unitario Juan Lavalle desató una profunda cri-
sis y un nuevo período de anarquía que conclu-
yó con la designación de Rosas como gobernador
ATLANTIDA LIBROS - ZONA DOCENTE

de Buenos Aires el 6 de diciembre de 1829. Se lo


honraba, además, con el título de Restaurador de
las Leyes e Instituciones de la Provincia de Buenos
Aires y se le otorgaban facultades extraordinarias.
Para el nuevo gobernador, la prioridad era poner
orden y administrar bien, algo que consiguió con
bastante éxito.
En 1832, la legislatura lo reeligió, pero Ro-
sas rechazó este segundo nombramiento. Algunos
dicen que fue porque no le extendieron las facul-
tades extraordinarias para gobernar; otros, que

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La sombra de Rosas

esperaba contar con un apoyo absoluto. Al no


conseguirlo, marchó en una nueva expedición a la
frontera de la que regresó fortalecido y aclamado
no sólo por los terratenientes, sino también por
el ejército y la gente de campo. Su popularidad
crecía, y su poder también. Juan Ramón Balcarce,
Juan José Viamonte y Manuel Maza lo sucedieron
en el cargo. Este último le solicitó al caudillo rio-
jano Facundo Quiroga que se ocupara de un con-
flicto desatado en Salta. A su regreso, Quiroga fue
asesinado. El riojano veía necesario convocar a un
congreso constituyente que dictara la ley máxima
que permitiría organizar el país. Rosas se opuso
ATLANTIDA LIBROS - ZONA DOCENTE

fuertemente a esta idea argumentando que antes


había que lograr la pacificación de las provincias.
Pero la razón económica era más fuerte que la po-
lítica, pues de ese modo se negaba a compartir con
ellas los ingresos de la Aduana. Más allá de estas
diferencias, no parece haber pruebas de la respon-
sabilidad de Rosas en este crimen.
Tras el asesinato de Quiroga, Maza se vio
obligado a renunciar, y la legislatura de Buenos
Aires volvió a ofrecerle la gobernación a Rosas,
quien aceptó luego de un plesbicito que confirmó

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José María Brindisi

el apoyo popular, y a cambio del otorgamiento de


la “suma del poder público”, es decir de los tres po-
deres del Estado, sin obligación de rendirle cuen-
tas a nadie. Este segundo mandato se extendió de
1835 a 1840 y se caracterizó por la intolerancia,
la persecución y, en algunos casos, la muerte de
los adversarios a manos del grupo armado cono-
cido como La Mazorca. Esteban Echeverría y Do-
mingo Faustino Sarmiento testimoniaron con su
obra y desde el exilio el clima de esa época. Rosas
impuso también el lema “Federación o muerte” y
más tarde “¡Mueran los salvajes unitarios!” para
los documentos públicos y las insignias color rojo
ATLANTIDA LIBROS - ZONA DOCENTE

punzó.
En esos años, también empezó a construir una
enorme casona −San Benito de Palermo− en los
terrenos del Parque 3 de Febrero, bautizado más
tarde así en conmemoración de la Batalla de Ca-
seros que puso fin a su gobierno. Las tertulias or-
ganizadas allí por Manuelita se convirtieron en el
centro de la vida social porteña.

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La sombra de Rosas

Luchando en dos frentes

Con el mismo rigor con el que impartía ór-


denes, el gobernador manejaba los asuntos de la
administración pública. Entre sus logros, se cuen-
tan la fundación del Banco de la Provincia de Bue-
nos Aires y la Ley de Aduanas, que regulaba la
importación de productos, al tiempo que incen-
tivaba el mercado interno y la producción en las
provincias, lo que les daba a éstas un respiro sin
afectar lo esencial: los fondos ingresados seguían
en manos porteñas.
Un aspecto destacado del gobierno de Rosas
ATLANTIDA LIBROS - ZONA DOCENTE

fueron los conflictos en la política exterior. Enemis-


tado desde siempre con el Imperio del Brasil, sofo-
có al Paraguay bloqueando los ríos, en un intento
por incorporarlo a la Confederación Argentina.
Por el contrario, éste proclamó su independencia.
Pero los mayores trastornos provinieron de parte
de Francia que anhelaba alcanzar con Rosas un
acuerdo comercial tan ventajoso como el que había
obtenido Gran Bretaña con Rivadavia y que, como
ocurría con los británicos, se eximiera a los ciuda-
danos franceses de hacer el servicio militar. Ante

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José María Brindisi

la negativa, en 1838, Francia bloqueó el puerto de


Buenos Aires y los de las provincias litorales, para
debilitar la alianza de Rosas con ellas. A su vez,
tentándolas a romper con él como condición para
levantar el bloqueo que se extendió por dos años,
hizo imposible las exportaciones, lo que en conse-
cuencia significó un duro revés económico. Duran-
te este período, también se reanudó la guerra civil
alentada por Francia, que promovió movimientos
revolucionarios en las provincias (Lavalle invadió
Entre Ríos y Santa Fe pero fracasó en su intento de
tomar Buenos Aires) y el Uruguay para derrocar al
Restaurador. Los intentos se multiplicaban al ritmo
ATLANTIDA LIBROS - ZONA DOCENTE

de la creciente oposición. Uno de ellos, el de los


Libres del Sur, fue liderado por el hijo de Manuel
Maza, viejo amigo de Rosas. Padre e hijo termina-
ron asesinados. El año 1840 es recordado como
una época de terror, en la que las detenciones y las
ejecuciones sucedían en las calles.
Concluido el conflicto con Francia, Rosas li-
mitó la navegación de los ríos Paraná y Uruguay,
bloqueó el puerto de Montevideo y ayudó a Oribe
a invadir el Uruguay y sitiar la capital en 1843. Con
esta medida, no sólo los intereses de Francia y los

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La sombra de Rosas

de los comerciantes extranjeros se vieron afecta-


dos, también los de los estancieros del Litoral que
debían comerciar sus productos a través del Río
de la Plata. Como represalia, en 1845, el puerto
de Buenos Aires fue bloqueado nuevamente, esta
vez por una flota anglofrancesa. De ese conflicto,
se recuerda la heroica batalla naval de Vuelta de
Obligado en la que la Confederación Argentina,
al mando de Lucio N. Mansilla y luchando con
escasos medios, puso en jaque al enemigo. A pe-
sar de la derrota, obligó a los invasores a aceptar
la soberanía argentina sobre los ríos interiores. A
Rosas le valió el reconocimiento de Chile y Brasil,
ATLANTIDA LIBROS - ZONA DOCENTE

y las felicitaciones de José de San Martín, quien le


legó su histórico sable.

El fin se aproxima

Antiguo aliado de Rosas, el caudillo entre-


rriano Justo José de Urquiza se distanció de él de-
fendiendo los intereses económicos de su provin-
cia, afectados por la Aduana porteña y los sucesi-
vos bloqueos. Así fue concertando alianzas con los

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José María Brindisi

unitarios, la provincia de Corrientes y Brasil, que


aportó importantes sumas para que enfrentara al
dictador. En 1851, Urquiza lanzó su Pronuncia-
miento, por el que reasumió la conducción de las
relaciones exteriores de su provincia, que hasta ese
momento era ejercida por Rosas, a pesar de que
cada año renunciaba a ella.
Finalmente, Urquiza lo derrotó en la batalla
de Caseros, el 3 de febrero de 1852. Rosas se re-
fugió en el consulado británico y luego se trasladó
en un buque de esa bandera hacia Inglaterra, don-
de trabajó como granjero en una finca obsequiada
por el gobierno de ese país. Su enorme riqueza y
ATLANTIDA LIBROS - ZONA DOCENTE

sus pertenencias habían quedado en Buenos Aires,


a merced de sus enemigos.
Murió el 14 de marzo de 1877, en la finca de
Southampton de la que nunca salió, acompañado
por Manuelita.

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ATLANTIDA LIBROS - ZONA DOCENTE

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Sobre “La sombra de Rosas”

¿Cómo dar cuenta de este personaje fasci-


nante y a la vez temible? José María Brindisi elige
hacerlo adoptando la máscara de Julián, un narra-
dor ficticio que participa de la intimidad del Res-
taurador, para poder hablar desde ese lugar subor-
dinado y muy próximo, de las múltiples facetas
de este hombre controvertido. Julián lo acompa-
ña como una sombra, y recuerda mucho tiempo
después y a la distancia, esos años turbulentos. Su
mirada, por lo tanto, no busca una verdad histó-
rica, sino aquella que se lee en los gestos y en las
ATLANTIDA LIBROS - ZONA DOCENTE

palabras que se pronunciaron tanto como en las


que se mantuvieron en silencio. Cómplice y confi-
dente, admirador y compañero incondicional, Ju-
lián es por sobre todo el amigo que no juzga, que
comprende y acepta, incluso aquello que escapa a
su entendimiento.

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SOBRE LA COLECCIÓN
RELOJ DE ARENA

Mirar la historia con los ojos de la


ficción y contarla con las herramientas de
la literatura es la propuesta de esta colec-
ción. Personajes y episodios históricos cla-
ve reviven en el relato de escritores de re-
conocida trayectoria. Ellos nos narran,
desde la perspectiva de los protagonistas o
de personajes cercanos, cómo fueron esos
ATLANTIDA LIBROS - ZONA DOCENTE

hechos y esas personas, qué papel cum-


plieron en la historia, por qué los admira-
mos o aborrecemos, qué tienen para ense-
ñarnos y cómo habitaron el mundo que
les tocó vivir. Nos permiten entender por
qué fueron tan importantes y por qué to-
davía los recordamos y nos hacen vibrar.
Se trata, en suma, de una colección que
nos ofrece una porción de pasado, servi-
da con los condimentos de la mejor lite-
ratura actual.

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UN POCO DE HISTORIA

por Jorgelina Núñez

La historia argentina ha estado atravesada


por dos figuras dominantes e igualmente polémi-
cas, una perteneció al siglo XIX, la otra, al siglo
XX: Juan Manuel de Rosas y Juan Domingo Pe-
ATLANTIDA LIBROS - ZONA DOCENTE

rón. Ambos suscitaron adhesiones incondicionales


y odios encendidos, y su ejercicio del poder marcó
y dividió a la sociedad argentina. Fueron líderes
carismáticos, fuertes y contradictorios, tanto que
la historia no les tiene reservado un juicio unáni-
me. Por lo tanto, la aproximación a su figura que
aquí intentaremos es apenas un esbozo parcial e
incompleto.
Juan Manuel de Rosas nació el 30 de marzo
de 1793 en Buenos Aires. Hijo de León Ortiz de
Rozas y Agustina López de Osornio, pertenecía a

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La sombra de Rosas

una familia destacada, dueña de grandes extensio-


nes de tierra. Se crió en la pampa, donde dominaba
a la perfección las tareas rurales –fue un gaucho
entre los gauchos−, y ya de adolescente se hizo car-
go de la administración de los campos de sus pa-
dres, pero pronto entró en conflicto con su madre
y decidió independizarse para labrarse su propia
fortuna como ganadero y exportador de carne. Fue
entonces cuando modificó su apellido. A los veinte
años, se casó con Encarnación Ezcurra, su compa-
ñera en la vida y la política, con quien tuvo tres
hijos: Juan, María (muerta de niña) y Manuela. No
sería la única mujer en su vida. Ya viudo, mantuvo
ATLANTIDA LIBROS - ZONA DOCENTE

por años una relación clandestina con María Eu-


genia Castro, que le dio siete hijos a los que nunca
reconoció y que no lo acompañaron en el exilio.
Estanciero de vocación, recién en 1820 empe-
zó a participar activamente en la política apoyan-
do a Martín Rodríguez en la candidatura a gober-
nador de la provincia de Buenos Aires. Eran años
turbios y sangrientos, cuando todavía la nación no
encontraba la manera de organizarse y los distin-
tos caudillos provinciales, con ejércitos propios (el
de Rosas llevaba por nombre Los Colorados del

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José María Brindisi

Monte y se caracterizaba por su gran disciplina),


se disputaban el poder mediante las armas. En un
escenario donde las leyes no siempre se cumplían,
el asesinato resultaba una herramienta rápida y
contundente para lograr objetivos políticos. Las
alianzas eran frecuentes y, también, las traiciones.
Rosas fue influyente en la firma del Tratado de Be-
negas, que estableció la paz entre Buenos Aires y
Santa Fe y se dice que contribuyó a la recupera-
ción de esta última cediendo 30.000 cabezas de
ganado de su propiedad. Mientras tanto, su rique-
za aumentaba con la compra de más tierras y los
beneficios de la Aduana porteña, que Buenos Aires
ATLANTIDA LIBROS - ZONA DOCENTE

usaba exclusivamente para provecho de la ciudad


y la provincia.
El manejo de las rentas públicas y de los im-
portantes recursos que ingresaban a través de la
Aduana fue una de las principales causas por las
que la vida política y económica de las provincias
empezó a regirse según los lineamientos unitarios
o los federales. Los primeros ponían el énfasis en
un gobierno centralizado en Buenos Aires, con
poca injerencia de las provincias, y con una eco-
nomía basada en el libre comercio y navegación

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La sombra de Rosas

de los ríos interiores. Los federales, en cambio, es-


taban a favor de las autonomías provinciales y de
delegar algunas cuestiones en un gobierno nacio-
nal con poderes limitados. Desde el punto de vista
económico, reclamaban el proteccionismo para
los productos nacionales.
Rosas se proclamaba federal de una manera
un tanto peculiar: defendiendo los intereses de su
provincia que era la más fuerte y la que solía im-
poner su criterio al resto.

LA CONSTRUCCIÓN DEL PODER


ATLANTIDA LIBROS - ZONA DOCENTE

Usurpadas sus tierras por los conquistado-


res, durante décadas los malones indígenas cons-
tituyeron una seria amenaza para los estancieros
bonaerenses. Martín Rodríguez ordenó tres cam-
pañas al desierto para extender y fortalecer la
frontera, de las cuales Rosas formó parte y en las
que implementaba una curiosa estrategia de diá-
logo y represión a los indios. Algunos eran incor-
porados a los territorios a cambio de protección
(se les entregaba ganado, caballos, alimentos y

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José María Brindisi

aguardiente), otros se mantenían como aliados y


los más rebeldes seguían siendo enemigos. Uno de
ellos, Paguitruz o Panguitruz Gnerr, hijo de Painé,
fue capturado y llevado a los dominios de Rosas,
quien lo hizo bautizar con el nombre Mariano y
le dio su apellido. Mientras Rosas se ausentaba en
esas campañas, su mujer Encarnación manejaba
con astucia las intrigas políticas en la provincia a
través de la Sociedad Popular Restauradora.
El fusilamiento de Manuel Dorrego a manos
del unitario Juan Lavalle desató una profunda cri-
sis y un nuevo período de anarquía que conclu-
yó con la designación de Rosas como gobernador
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de Buenos Aires el 6 de diciembre de 1829. Se lo


honraba, además, con el título de Restaurador de
las Leyes e Instituciones de la Provincia de Buenos
Aires y se le otorgaban facultades extraordinarias.
Para el nuevo gobernador, la prioridad era poner
orden y administrar bien, algo que consiguió con
bastante éxito.
En 1832, la legislatura lo reeligió, pero Ro-
sas rechazó este segundo nombramiento. Algunos
dicen que fue porque no le extendieron las facul-
tades extraordinarias para gobernar; otros, que

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La sombra de Rosas

esperaba contar con un apoyo absoluto. Al no


conseguirlo, marchó en una nueva expedición a la
frontera de la que regresó fortalecido y aclamado
no sólo por los terratenientes, sino también por
el ejército y la gente de campo. Su popularidad
crecía, y su poder también. Juan Ramón Balcarce,
Juan José Viamonte y Manuel Maza lo sucedieron
en el cargo. Este último le solicitó al caudillo rio-
jano Facundo Quiroga que se ocupara de un con-
flicto desatado en Salta. A su regreso, Quiroga fue
asesinado. El riojano veía necesario convocar a un
congreso constituyente que dictara la ley máxima
que permitiría organizar el país. Rosas se opuso
ATLANTIDA LIBROS - ZONA DOCENTE

fuertemente a esta idea argumentando que antes


había que lograr la pacificación de las provincias.
Pero la razón económica era más fuerte que la po-
lítica, pues de ese modo se negaba a compartir con
ellas los ingresos de la Aduana. Más allá de estas
diferencias, no parece haber pruebas de la respon-
sabilidad de Rosas en este crimen.
Tras el asesinato de Quiroga, Maza se vio
obligado a renunciar, y la legislatura de Buenos
Aires volvió a ofrecerle la gobernación a Rosas,
quien aceptó luego de un plesbicito que confirmó

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José María Brindisi

el apoyo popular, y a cambio del otorgamiento de


la “suma del poder público”, es decir de los tres po-
deres del Estado, sin obligación de rendirle cuen-
tas a nadie. Este segundo mandato se extendió de
1835 a 1840 y se caracterizó por la intolerancia,
la persecución y, en algunos casos, la muerte de
los adversarios a manos del grupo armado cono-
cido como La Mazorca. Esteban Echeverría y Do-
mingo Faustino Sarmiento testimoniaron con su
obra y desde el exilio el clima de esa época. Rosas
impuso también el lema “Federación o muerte” y
más tarde “¡Mueran los salvajes unitarios!” para
los documentos públicos y las insignias color rojo
ATLANTIDA LIBROS - ZONA DOCENTE

punzó.
En esos años, también empezó a construir una
enorme casona −San Benito de Palermo− en los
terrenos del Parque 3 de Febrero, bautizado más
tarde así en conmemoración de la Batalla de Ca-
seros que puso fin a su gobierno. Las tertulias or-
ganizadas allí por Manuelita se convirtieron en el
centro de la vida social porteña.

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La sombra de Rosas

LUCHANDO EN DOS FRENTES

Con el mismo rigor con el que impartía ór-


denes, el gobernador manejaba los asuntos de la
administración pública. Entre sus logros, se cuen-
tan la fundación del Banco de la Provincia de Bue-
nos Aires y la Ley de Aduanas, que regulaba la
importación de productos, al tiempo que incen-
tivaba el mercado interno y la producción en las
provincias, lo que les daba a éstas un respiro sin
afectar lo esencial: los fondos ingresados seguían
en manos porteñas.
Un aspecto destacado del gobierno de Rosas
ATLANTIDA LIBROS - ZONA DOCENTE

fueron los conflictos en la política exterior. Enemis-


tado desde siempre con el Imperio del Brasil, sofo-
có al Paraguay bloqueando los ríos, en un intento
por incorporarlo a la Confederación Argentina.
Por el contrario, éste proclamó su independencia.
Pero los mayores trastornos provinieron de parte
de Francia que anhelaba alcanzar con Rosas un
acuerdo comercial tan ventajoso como el que había
obtenido Gran Bretaña con Rivadavia y que, como
ocurría con los británicos, se eximiera a los ciuda-
danos franceses de hacer el servicio militar. Ante

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José María Brindisi

la negativa, en 1838, Francia bloqueó el puerto de


Buenos Aires y los de las provincias litorales, para
debilitar la alianza de Rosas con ellas. A su vez,
tentándolas a romper con él como condición para
levantar el bloqueo que se extendió por dos años,
hizo imposible las exportaciones, lo que en conse-
cuencia significó un duro revés económico. Duran-
te este período, también se reanudó la guerra civil
alentada por Francia, que promovió movimientos
revolucionarios en las provincias (Lavalle invadió
Entre Ríos y Santa Fe pero fracasó en su intento de
tomar Buenos Aires) y el Uruguay para derrocar al
Restaurador. Los intentos se multiplicaban al ritmo
ATLANTIDA LIBROS - ZONA DOCENTE

de la creciente oposición. Uno de ellos, el de los


Libres del Sur, fue liderado por el hijo de Manuel
Maza, viejo amigo de Rosas. Padre e hijo termina-
ron asesinados. El año 1840 es recordado como
una época de terror, en la que las detenciones y las
ejecuciones sucedían en las calles.
Concluido el conflicto con Francia, Rosas li-
mitó la navegación de los ríos Paraná y Uruguay,
bloqueó el puerto de Montevideo y ayudó a Oribe
a invadir el Uruguay y sitiar la capital en 1843. Con
esta medida, no sólo los intereses de Francia y los

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La sombra de Rosas

de los comerciantes extranjeros se vieron afecta-


dos, también los de los estancieros del Litoral que
debían comerciar sus productos a través del Río
de la Plata. Como represalia, en 1845, el puerto
de Buenos Aires fue bloqueado nuevamente, esta
vez por una flota anglofrancesa. De ese conflicto,
se recuerda la heroica batalla naval de Vuelta de
Obligado en la que la Confederación Argentina,
al mando de Lucio N. Mansilla y luchando con
escasos medios, puso en jaque al enemigo. A pe-
sar de la derrota, obligó a los invasores a aceptar
la soberanía argentina sobre los ríos interiores. A
Rosas le valió el reconocimiento de Chile y Brasil,
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y las felicitaciones de José de San Martín, quien le


legó su histórico sable.

EL FIN SE APROXIMA

Antiguo aliado de Rosas, el caudillo entre-


rriano Justo José de Urquiza se distanció de él de-
fendiendo los intereses económicos de su provin-
cia, afectados por la Aduana porteña y los sucesi-
vos bloqueos. Así fue concertando alianzas con los

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José María Brindisi

unitarios, la provincia de Corrientes y Brasil, que


aportó importantes sumas para que enfrentara al
dictador. En 1851, Urquiza lanzó su Pronuncia-
miento, por el que reasumió la conducción de las
relaciones exteriores de su provincia, que hasta ese
momento era ejercida por Rosas, a pesar de que
cada año renunciaba a ella.
Finalmente, Urquiza lo derrotó en la batalla
de Caseros, el 3 de febrero de 1852. Rosas se re-
fugió en el consulado británico y luego se trasladó
en un buque de esa bandera hacia Inglaterra, don-
de trabajó como granjero en una finca obsequiada
por el gobierno de ese país. Su enorme riqueza y
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sus pertenencias habían quedado en Buenos Aires,


a merced de sus enemigos.
Murió el 14 de marzo de 1877, en la finca de
Southampton de la que nunca salió, acompañado
por Manuelita.

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SOBRE “LA SOMBRA DE ROSAS”

¿Cómo dar cuenta de este personaje fasci-


nante y a la vez temible? José María Brindisi elige
hacerlo adoptando la máscara de Julián, un narra-
dor ficticio que participa de la intimidad del Res-
taurador, para poder hablar desde ese lugar subor-
dinado y muy próximo, de las múltiples facetas
de este hombre controvertido. Julián lo acompa-
ña como una sombra, y recuerda mucho tiempo
después y a la distancia, esos años turbulentos. Su
mirada, por lo tanto, no busca una verdad histó-
rica, sino aquella que se lee en los gestos y en las
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palabras que se pronunciaron tanto como en las


que se mantuvieron en silencio. Cómplice y confi-
dente, admirador y compañero incondicional, Ju-
lián es por sobre todo el amigo que no juzga, que
comprende y acepta, incluso aquello que escapa a
su entendimiento.

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