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CALDO DE POLLO PARA EL ALMA

Una 2ª Ración

78 relatos para abrir el corazón y reavivar el espíritu

Jack Canfield y Mark Victor Hansen

CONTENIDO

Introducción

1. SOBRE EL AMOR
El circo, Dan Clark
Chase, Bruce Carmichael
Rescate en el mar, Dan Clark
El abrazo doscientos, Dr. Harold H. Bloomfield
¡Una malteada de fresa y tres apretones, por favor!, Larry James
La pequeña desportilladura, Bettie B. Youngs
Se necesita valor, Bill Sanders
Sea usted mismo, Erik Oleson, Pam Finger
Los niños no me desesperan en la actualidad, Dr. Hanoch McCarty,
La flor, Pastor John R. Ramsey
Practique al azar la bondad y las bellas acciones insensatas, Adair Lara
El corazón, Raymond L. Aaron
¡Hágalo ahora!, Dennis E. Mannering
El martirio de Andy, Ben Burton
El cielo y el infierno: la diferencia real, Ann Landers
El regalo del rabino, M. Scott Peck
El regalo de la abuela, D. Trinidad Hunt
Los ángeles no necesitan piernas para volar, Stan Dale
Recibimos lo que damos, Les Brown
El billete de dos dólares, Floyd L. Shilanski
El sacrificio último, Jack Canfield y Mark Victor Hansen
2. SOBRE EL HECHO DE SER PADRES
Querido mundo, Avril Johannes
Si pudiera educar de nuevo a mi hijo, Diane Loomans
Recuerde, ¡criamos niños, no flores!, Jack Canfield
Es sólo un niño pequeño, Capellán Bob Fox
Pero no fue así, Stan Gebhardt
Graduación, herencia y otras lecciones, Bettie B. Youngs
Mi padre, cuando yo tenía..., Ann Landers
El espíritu de Santa no usa un traje rojo, Patty Hansen
La damita que cambió mi vida, Tony Luna
Fila décima, al centro, Jim Rohn
Las cartas anuales, Raymond L. Aaron
La camisa amarilla holgada, Patricia Lorenz
El regalo, John Catenacci
Ella recordó, Lisa Boyd
3. SOBRE LA MUERTE Y MORIR
Entra en la luz, Donna Loesch
Suki... la mejor amiga por todos los motivos, Patty Hansen
La historia de un héroe, Frederick E. Pulse III
Recordando a la señora Murphy, Beverly Fíne
Una pequeña vive aún, autor desconocido
Un último adiós, Mark Victor Hansen
¡Hágalo hoy!, Robert Reasoner
Un acto de bondad para un corazón destrozado, Meladee McCarty
Te veré por la mañana, John Wayne Schlatter
El amor nunca te abandona, Stanley D. Moulson
El ángel más hermoso, Ralph Archbold
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4. UNA CUESTIÓN DE ACTITUD


¿Desalentado?, Jack Canfield
El vestido rojo de la madre de Millie, Carol Lynn Pearson
Actitud: una de las opciones de la vida, Bob Harris
5. SOBRE EL APRENDIZAJE Y LA ENSEÑANZA
Las piedrecillas mágicas, John Wayne Schlatter
Somos los retrasados, Janice Anderson Connolly
¿Qué le sucede a la juventud actual?, Marlon Smith
Una nulidad en la nieve, Jean Todd Hunter
Una simple caricia, Nancy Moorman Adam, Patty Merritt
La señorita Hardy, H. Stephen Glenn
Tres cartas de Teddy, Elizabeth Silance Ballard
Lo que sembró un hombre, Mike Buetelle
6. VIVA SU SUEÑO
Un niño pequeño, John Magliola
El sueño de una pequeña, Jann Mitchell
La primera venta de un vendedor, Rob, Ton¡ y Nick Harris
Caminemos de nuevo por el jardín, Raymond L. Aaron
La historia del vaquero, Larry Winget
¿Por qué esperar... ? ¡Sólo hágalo!, Glenn McIntyre
7. CÓMO VENCER LOS OBSTÁCULOS
Considere esto, Jack Canfield
Treinta y nueve años, demasiado poco, demasiado
tiempo, lo suficiente, Willa Perrier
Sólo problemas, Ken Blanchard
Los ángeles nunca dicen "¡hola!", Dottie Walters ¿Por qué tienen que suceder estas cosas?, Lilly
Walters
El acero más fino es enviado al horno más caliente, John Wayne Schlatter
La carrera, D.H. Groberg
Después de un tiempo, Veronica A. Shoffstall Summit America, Lisa Manley
Una obra de arte no descubierta, Charles A. Coonradt.
Si yo pude hacerlo, ¡usted también!, Art Linkletter
8. SABIDURÍA ECLÉCTICA
Napoleón y el peletero, Steve Andreas
A través de los ojos de un niño, Dee Dee Robinson
Sé que Él va a la guerra, Dr. Barry L. McAlpine
¿Más caldo de pollo?
Comedor de beneficencia para el alma
¿Quién es Jack Canfield?
¿Quién es Mark Victor Hansen? Colaboradores
Otros agradecimientos
Introducción

El universo está hecho de historias, no de átomos.

Muriel Ruckeyser

Nos complace ofrecerle con el corazón Una segunda ración de caldo de pollo para el alma. Este libro
contiene 101 relatos que creemos lo inspirarán y lo motivarán para que ame más
incondicionalmente, para que viva con más pasión y para que trate de realizar con más convicción
sus sueños anhelados. Lo apoyará en los momentos de frustración y de fracaso y lo consolará en
tiempos de dolor y de pérdida. Se convertirá en un compañero de por vida que le ofrecerá apoyo y
sabiduría cuando los necesite.

Está a punto de iniciar un recorrido maravilloso. Este libro es diferente de otros que ha leído. En
algunas ocasiones, lo conmoverá hasta lo más profundo de su ser. En otras, lo transportará a
nuevos planos de amor y de alegría. Nuestro primer libro, Caldo de pollo para el alma, resultó tan
eficaz, que las personas no aficionadas a la lectura reportaron que lo leyeron en su totalidad. Nos
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preguntamos cómo pudo ser posible esto. Nos explicaron que la energía del amor, la inspiración,
las lágrimas y los vítores para su alma los cautivaron y motivaron para continuar la lectura.

Tengo apenas diez años y me encanta este libro. Es sorprendente que me fascine. No acostumbraba
leer, pero ahora leo, leo y leo.

Ryan O., 4º grado

Cómo leer este libro

Este libro podría leerse en su totalidad en una sentada; sin embargo, no recomendamos eso.
Sugerimos que lea despacio, que se tome su tiempo, que lo saboree como hace con un buen vino,
dando un trago a la vez. Cada trago pequeño le proporcionará una sensación de calidez, un
espíritu alegre y una serenidad radiante. Descubrirá que cada relato nutrirá su corazón, su mente
y su alma de manera diferente. Lo invitamos a rendirse ante el proceso y a permitirse el tiempo
suficiente para digerir cada historia. Si las lee con rapidez, podrían escapársele los significados
más profundos que yacen bajo la superficie. Cada historia contiene en abundancia sabiduría y
experiencia sobre la vida.

Después de haber recibido miles de cartas de los lectores, en las que describen cómo el libro
afectó sus vidas, estamos más convencidos que nunca de que los relatos son una de las
herramientas más eficaces que podemos utilizar para transformar nuestras vidas, pues se dirigen
directamente a nuestro subconsciente. Establecen las bases para vivir una vida mejor. Ofrecen
soluciones prácticas a nuestros problemas cotidianos y moldean un comportamiento creativo que
da resultado. Curan nuestras heridas y nos hacen recordar los mejores aspectos de nuestra
naturaleza. Nos llevan más allá de nuestras vidas cotidianas y nos muestran posibilidades
infinitas. Nos inspiran para hacer y ser más de lo que originalmente creímos posible.

Comparta estos relatos con otras personas

Podrás tener una riqueza tangible incalculable, estuches de joyas y cofres de oro.

Sin embargo, más rico que yo nunca podrás ser; porque conozco a alguien que me contó historias.

Cynthía Pearl Maus

Algunos de los relatos lo conmoverán para que los comparta con un ser querido o con un amigo.
Cuando una historia lo conmueva en verdad hasta el fondo de su alma, cierre los ojos un
momento y pregúntese: "¿Quién necesita escuchar este relato en este momento?" Alguien que le
interese puede pasar por su mente. Tómese el tiempo para visitar o llamar a esa persona y
compartir con ella el relato. Obtendrá algo más profundo para usted al compartir la historia con
alguien que le interese. He aquí un fragmento de Martin Buber:

Una historia puede contarse de tal manera que proporcione ayuda. Mi abuelo estaba inválido. En una
ocasión, le pidieron que contara una historia sobre su maestro. Relató cómo su maestro solía saltar y
danzar mientras oraba. Mi abuelo se puso de pie mientras hablaba y, estaba tan embebido en su
relato que empezó a saltar y a danzar para mostrar cómo lo hacía el maestro. Desde ese momento
quedó curado de su invalidez. ¡Así se cuenta una historia!

Considere compartir estos relatos en el trabajo, en la iglesia, en la sinagoga o en el templo y en


casa con su familia. Después de participar la historia, discuta en qué modo lo afectó y por qué
deseó compartirla con ellos. Más importante aún, permita que estos relatos lo inspiren a compartir
sus propias historias.

Leer, contar y escuchar los relatos mutuos puede transformar mucho. Las historias son vehículos
poderosos que liberan nuestras energías inconscientes para curar, integrar, expresar y crecer.
Cientos de lectores nos explicaron cómo el primer libro de relatos de Caldo de pollo abrió una
compuerta de emociones humanas y facilitó el que la familia y el grupo compartieran de manera
significativa. Los miembros de la familia empezaron a recordar y a relatar experiencias importantes
en sus vidas, comenzaron a comentarlas en la mesa durante la cena, en la reunión familiar, en el
salón de clases, entre el grupo de apoyo, entre el grupo de la iglesia e incluso en el centro de
trabajo.

Algo de lo más valioso que podemos hacer para sanarnos mutuamente es escuchar los relatos de los
demás.
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Rebecca Falls

Una maestra en Pennsylvania pidió a sus alumnos del quinto grado que colaboraran para escribir
su propio libro de Caldo de pollo para el alma, con conmovedoras historias sobre sus propias vidas.
Una vez que escribieron y recopilaron el libro, lo duplicaron y lo hicieron circular. Tuvo una
profunda repercusión entre los estudiantes y sus padres.

Un gerente de la compañía Fortune 500 nos dijo que durante un año inició todas las reuniones del
personal con una historia de Caldo de pollo para el alma.

Los ministros, los rabinos, los psicólogos, los asesores, los entrenadores y los jefes de grupos de
apoyo han iniciado y finalizado sus sermones y sus sesiones con historias del libro. Lo animamos
para que también haga esto. Las personas están hambrientas de este alimento para el alma. Toma
muy poco tiempo y puede tener un efecto perdurable.

También lo alentamos para que empiece a contar sus historias a las personas a su alrededor. La
gente necesita escuchar su relato. Como lo indican varias historias en este libro, puede incluso
salvar la vida de alguien.

En ocasiones, nuestra luz se apaga, pero otro ser humano la enciende de nuevo. Cada uno de
nosotros debe un agradecimiento profundo a aquellos que encendieron de nuevo esta luz.

Albert Schweitzer

Muchas personas han encendido de nuevo nuestras luces a través de los años y les estamos
agradecidos. Esperamos que, de alguna manera, podamos tomar parte en encender nuevamente
su luz y lograr que su flama sea mayor. Si así es, habremos conseguido nuestro propósito.

Nos encantaría escuchar sobre su reacción a este libro. Escriba por favor para informarnos cómo
lo afectaron estos relatos. Lo invitamos también a que tome parte en nuestro "sistema de
edificación". Envíenos por favor cualquier historia o poema que crea debamos incluir en futuros
volúmenes de Caldo de pollo para el alma. En la página 255 aparece nuestra dirección. Esperamos
tener noticias suyas. Hasta entonces... que disfrute la lectura de Una segunda ración de caldo de
pollo para el alma, tanto como nosotros disfrutamos al recopilar, editar y escribir el libro.

Jack Canfield y Mark Victor Hansen


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1. SOBRE EL AMOR

La vida es una canción - cántela.

La vida es un juego - juéguelo.

La vida es un desafío - enfréntelo.

La vida es un sueño - hágalo realidad. La vida es un sacrificio - ofrézcalo.

La vida es amor - disfrútelo.

Sai Baba

EL CIRCO

Esa mejor parte de la vida de un buen hombre, sus pequeños actos desconocidos y no recordados de
bondad y de amor.

William Wordsworth

En una ocasión, cuando era adolescente, mi padre y yo nos encontrábamos en una fila para
comprar los boletos para el circo. Finalmente, sólo había una familia entre nosotros y la taquilla.
Esta familia me causó una gran impresión. Eran ocho niños, todos quizá de menos de 12 años. Se
notaba que no tenían mucho dinero. Su ropa no era costosa, pero estaba limpia. Los niños se
comportaban bien; todos se encontraban de pie formando una fila, de dos en dos, detrás de sus
padres, tomados de las manos. Parloteaban entusiasmados sobre los payasos, los elefantes y otros
actos que verían esa noche. Se notaba que nunca habían asistido al circo. Prometía ser un
acontecimiento importante en sus tiernas vidas.

El padre y la madre se encontraban al frente del grupo, sumamente orgullosos. La madre sostenía
la mano de su esposo y lo miraba como diciendo: "Eres mi caballero con armadura brillante". Él
sonreía orgulloso y la miraba como si respondiera: "Así es".

La encargada de la taquilla le preguntó al padre cuántos boletos quería. Él respondió con orgullo:
"Deme por favor ocho boletos infantiles y dos para adultos".

La encargada de la taquilla mencionó el precio.

La esposa del hombre le soltó la mano y bajó la cabeza; el labio del hombre empezó a temblar. El
padre se inclinó un poco más cerca y preguntó: "¿Cuánto dijo?"

La empleada repitió el precio.

El hombre no tenía suficiente dinero.

¿Cómo podría volverse y decir a sus ocho hijos que no tenía suficiente dinero para llevarlos al
circo?

Al ver lo que sucedía, mi papá metió la mano en el bolsillo, sacó un billete de $20 y lo dejó caer en
el suelo. (¡No éramos ricos en ningún sentido de la palabra!) Mi padre se agachó, recogió el billete,
tocó el hombro del señor y dijo: "Disculpe, señor, esto cayó de su bolsillo".

El hombre supo lo que sucedía. No pedía ayuda, pero en verdad la apreció en esa situación
desesperada, angustiosa y vergonzosa. Miró a mi papá directamente a los ojos, tomó su mano con
las suyas, la oprimió con fuerza sobre el billete de $20 y con el labio tembloroso y una lágrima
rodando por su mejilla, respondió: "Gracias, gracias, señor. Esto significa en verdad mucho para
mí y para mi familia".

Mi padre y yo regresamos a nuestro coche y nos dirigimos a casa. Esa noche no fuimos al circo,
pero no nos fuimos sin nada.

Dan Clark

CHASE
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El labio inferior de Chase temblaba mucho mientras seguía a su madre por la larga acera
descendiente, hacia el estacionamiento del consultorio del ortodoncista. Sería el peor verano que
había conocido el niño de once años de edad. El médico había sido amable y bondadoso con él; sin
embargo, había llegado el momento de enfrentar la realidad de que le pondrían frenos para
corregir un desalineamiento de los dientes. La corrección dolería, no podría comer alimentos duros
o chiclosos y pensaba que sus amigos se burlarían. La madre y el hijo no cruzaron palabra
durante el viaje de regreso a la pequeña casa campestre de sólo 7 hectáreas, pero tenía espacio
para un perro, dos gatos, un conejo y una multitud de ardillas y pájaros.

La decisión de que corrigieran los dientes de Chase fue difícil para su madre, Cindy. Estaba
divorciada desde hacía cinco años y era la única que mantenía a su joven hijo. Poco a poco, había
ahorrado los $1 500 necesarios para que le corrigieran la dentadura.

Entonces, una tarde soleada, la persona que más le importaba a ella, Chase, se enamoró. Chase y
su madre fueron a visitar a los Raker, antiguos amigos de la familia, en su granja a unos 80
kilómetros de distancia. El señor Raker los llevó al granero y allí estaba ella. Mantuvo la cabeza en
alto cuando el trío se acercó. Su crin clara y su cola se agitaron con la suave brisa. Su nombre era
Lady y estaba tan hermosa como debe ser una yegua. La tenían ensillada y Chase practicó la
equitación por primera vez. La atracción fue instantánea y parecía mutua.

"Está a la venta, si deseas comprarla", dijo el señor Raker a Cindy. "Por $1 500 tienes la yegua,
todos sus papeles y el remolque para transportarla." Era una decisión importante para Cindy. Los
$1 500 que había ahorrado servirían para arreglar la dentadura de Chase o para comprarle a Lady,
pero no para las dos cosas. Finalmente, resolvió que la mejor decisión a largo plazo para Chase era
que le colocaran el aparato ortopédico en los dientes. Fue una dura decisión para ambos. Sin
embargo, Cindy le prometió a Chase llevarlo a la granja Raker para que visitara a Lady y la
montara con la mayor frecuencia posible.

Chase inició de mala gana el doloroso y prolongado tratamiento. Con poco valor y tolerancia al
dolor, se sometió a que le hicieran los moldes, las pruebas y los ajustes sin fin de los
expandidores. Hizo arcadas, lloró y suplicó, pero el tratamiento ortodóncico continuó. Los únicos
momentos alegres en la vida de Chase ese verano fueron cuando su madre lo llevó para que
montara a Lady. Allí se sentía libre. El caballo y el jinete galopaban por los grandes pastizales,
hacia un mundo que no conocía el dolor ni el sufrimiento. Sólo se escuchaba el ritmo constante de
los cascos del caballo sobre la tierra herbosa y el viento en su rostro. Cuando montaba a Lady,
Chase podía ser John Wayne, "alto en la silla", o uno de los caballeros de antaño al rescate de la
rubia doncella en problemas o cualquier cosa que su imaginación le permitiera ser. Al final de sus
largas cabalgatas, Chase y el señor Raker almohazaban a Lady, limpiaban su casilla y la
alimentaban. Chase le daba siempre terrones de azúcar a su nueva amiga. Cindy y la señora Raker
pasaban juntas las tardes, horneando galletas, preparando limonada y observando a Chase
montar a su nueva y mejor amiga.

Las despedidas entre Chase y la yegua duraban hasta que Cindy lo permitía. Chase sostenía la
cabeza del animal entre las manos, le frotaba el lomo y deslizaba los dedos entre su crin. El noble
animal parecía comprender el afecto que le daban y permanecía erguida pacientemente,
mordisqueando de cuando en cuando la manga de su camisa. Siempre que se iban de la granja
Raker, Chase temía que fuera la última vez que veía a la yegua. Después de todo, Lady estaba a la
venta y el mercado era bueno para los caballos de montar de calidad.

El verano transcurrió mientras repetidamente tensaban los expandidores en la boca de Chase. Le


dijeron que toda la molestia valdría la pena, puesto que así quedaría espacio para los dientes que
todavía no descendían. Sin embargo, sufría una agonía porque las partículas de comida se
quedaban atrapadas en el aparato y debido al dolor casi constante que le producían los huesos
faciales al expandirse. Los $1 500 completos se utilizarían pronto en el trabajo dental y no
quedaría nada para comprar la yegua que tanto amaba. Chase hizo innumerables preguntas a su
mamá, esperando una respuesta que finalmente lo dejara satisfecho. ¿Podrían pedir prestado el
dinero para comprar la yegua? ¿Podría el abuelo ayudarlos a comprarla? ¿Podría él conseguir un
empleo y ahorrar el dinero para comprar el caballo? Su madre respondió las preguntas lo mejor
que pudo. Cuando todo lo demás no salía bien, ella se alejaba en silencio para ocultar sus propias
lágrimas, porque no podía proporcionar a su único hijo todo lo que deseaba.

Una fría mañana de septiembre se iniciaron las clases en la escuela y el gran camión amarillo
apareció en el final del sendero de la casa de Chase. Los colegiales se turnaron para contar lo que
habían hecho durante las vacaciones de verano. Cuando llegó el turno de Chase, habló sobre otros
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temas y nunca mencionó a la yegua dorada llamada Lady. El último capítulo de esa historia
todavía no se escribía y él temía el desenlace. Había ganado la batalla con el aparato dental y uno
menos molesto ocupó su lugar.

Con ansiosa anticipación, Chase esperaba el tercer domingo, cuando su madre lo llevaría a la
granja de los Raker para montar a Lady, según le prometiera. Chase se levantó temprano el día de
la cita. Alimentó a sus conejos, perros y gatos e incluso tuvo tiempo para barrer las hojas en el
patio trasero. Antes que Chase y su madre salieran de casa, él llenó el bolsillo de su chaqueta con
terrones de azúcar para la yegua con crin dorada, que sabía lo estaría esperando. A Chase le
pareció que transcurrió una eternidad, antes de que su madre condujera el coche por el camino
principal y el sendero hacia las granja Raker. Con ansiedad, Chase forzó la mirada para ver a la
yegua que tanto amaba. Cuando se acercaron más a la granja y a los graneros, él miró a su
alrededor, pero Lady no estaba a la vista. El pulso de Chase se aceleró y buscó expectante el
remolque de la yegua. No estaba allí. El remolque y la yegua habían desaparecido. Su peor
pesadilla se había convertido en realidad. Con seguridad, alguien había comprado a la yegua y ya
no volvería a verla.

Chase empezó a sentir un vacío en la boca del estómago, el cual nunca había sentido. Bajaron del
auto y corrieron hacia la puerta principal de la casa. Nadie respondió al timbre. Sólo la gran perra
collie, Daisy, estaba allí y movía la cola para saludarlos. Mientras su madre miraba con tristeza, él
corrió hacia el granero, donde guardaban a la yegua. Su casilla estaba vacía y la silla y la manta
tampoco estaban. Con las lágrimas rodando por sus mejillas, Chase regresó al coche y subió. "Ni
siquiera pude despedirme, mamá", se lamentó.

Durante el viaje de regreso a casa, Cindy y Chase permanecieron sentados en silencio, absortos en
sus pensamientos. La herida producida por la pérdida de su amiga sanaría con lentitud y Chase
sólo esperaba que la yegua encontrara un buen hogar con alguien que la amara y la cuidara.
Estaría en sus oraciones y nunca olvidaría el tiempo alegre que pasaron juntos. Tenía la cabeza
inclinada y los ojos cerrados, cuando Cindy se detuvo en el sendero de su casa. Chase no vio el
remolque para caballo, rojo y brillante, junto a su granero ni al señor Raker de pie junto a su
camioneta azul. Cuando al fin levantó la mirada, el coche se había detenido y el señor Raker abría
la puerta de Chase. ¿Cuánto dinero has ahorrado, Chase?", preguntó él.

Esto no podía ser real, Chase se frotó los ojos con incredulidad. "Diecisiete dólares", respondió con
voz vacilante.

"Eso es justamente lo que quería por esta yegua y el remolque", aseguró sonriente el señor Raker.
La transacción que siguió rivalizó con cualquiera en velocidad y brevedad. En sólo unos
momentos, el nuevo y orgulloso dueño montó en la silla colocada sobre su amada yegua. El animal
y el jinete se perdieron pronto de vista al otro lado del granero, con dirección a un pastizal abierto.

El señor Raker nunca dio los motivos de su acción y sólo dijo: "¡Nunca me había sentido mejor en
años!"

Bruce Carmichael

RESCATE EN EL MAR

Hace varios años, en una pequeña aldea de Holanda, un joven mostró al mundo las recompensas
del servicio no egoísta. Debido a que toda la aldea giraba alrededor de la industria pesquera, en
casos de emergencia era necesario un equipo de rescate de voluntarios. Una noche, el viento
soplaba fuerte, las nubes estaban cargadas y una fuerte tormenta hizo zozobrar a un bote
pesquero en el mar. Varada y en problemas, la tripulación envió una señal de auxilio. El capitán
del equipo de rescate hizo sonar la alarma y los aldeanos se reunieron en la plaza del pueblo que
daba hacia la bahía. Mientras el equipo echaba al agua el bote de remos y éste se abría paso entre
las fuertes olas, los aldeanos esperaban inquietos en la playa, sosteniendo las linternas para
iluminar el camino de regreso.

Una hora después, el bote de rescate reapareció entre la niebla y los regocijados aldeanos
corrieron a recibirlo. Los voluntarios cayeron exhaustos en la arena y reportaron que el bote de
rescate no pudo dar cabida a más pasajeros y tuvieron que dejar a un hombre. Un solo pasajero
más con seguridad hubiera hecho zozobrar el bote y todos se habrían ahogado.
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Con desesperación, el capitán pidió que otro equipo de voluntarios fuera en busca del
sobreviviente solitario. Hans, de 16 años, dio un paso hacia adelante. Su madre lo asió del brazo y
suplicó: "Por favor, no vayas. Tu padre murió en un naufragio hace 10 años y tu hermano mayor,
Paul, ha estado perdido en el mar durante tres semanas. Hans, eres todo lo que me queda".

Hans respondió: "Mamá, tengo que ir. ¿Qué sucedería si todos dijeran 'no puedo ir, que alguien
más vaya'? Mamá, en esta ocasión, tengo que cumplir con mi deber. Cuando el deber nos llama,
todos necesitamos actuar y hacer nuestra parte". Hans besó a su madre, se reunió con el equipo y
desapareció en la noche.

Transcurrió otra hora, la cual le pareció una eternidad a la madre de Hans. Finalmente, el bote de
rescate apareció entre la niebla y Hans se encontraba de pie en la proa. El capitán ahuecó las
manos y gritó: "¿Encontraron al hombre perdido?" Casi sin poder contenerse, Hans respondió con
entusiasmo: "Sí, lo encontramos. ¡Dígale a mi madre que es mi hermano mayor, Paul!"

Dan Clark

EL ABRAZO DOSCIENTOS

El amor cura a la gente, a quien lo da y a quien lo recibe.

Dr. Karl Menninger

La piel de mi padre estaba cetrina cuando yacía conectado a los aparatos y tubos intravenosos en
la unidad de cuidados intensivos del hospital. Normalmente un hombre de buena complexión,
había perdido más de 13 kilos.

La enfermedad de mi padre fue diagnosticada como cáncer del páncreas, una de las formas más
malignas de esa enfermedad. Los médicos hacían todo lo posible, pero nos informaron que sólo
tenía entre tres y seis meses de vida. El cáncer del páncreas no cede con la radioterapia ni con la
quimioterapia, por lo que nos dieron pocas esperanzas.

Unos días después, cuando mi padre se encontraba sentado en la cama, me acerqué a él y dije:
"Papá, lamento profundamente lo que te ha sucedido. Esto me ha ayudado a ver en qué manera he
mantenido la distancia y a comprender lo mucho que te amo". Me incliné para abrazarlo, pero sus
hombros y brazos se tensaron.

"Vamos, papá, en verdad deseo abrazarte".

Por un momento pareció impresionado. Mostrar afecto no era nuestra manera usual de
relacionarnos. Le pedí que se enderezara un poco más para poder rodearlo con mis brazos. Lo
intenté de nuevo. Sin embargo, en esta ocasión, él se puso más tenso. Pude sentir que el viejo
resentimiento empezaba a surgir y pensé: "No necesito esto. Si deseas morir y dejarme con la
misma frialdad que siempre, adelante".

Durante años, había utilizado cada ejemplo de la resistencia y rigidez de mi padre para culparlo,
para mostrar resentimiento y para decirme: "Vean, a él no le importa". No obstante, en esta
ocasión lo pensé de nuevo y comprendí que el abrazo era tanto para beneficio mío como de mi
padre. Deseaba expresar lo mucho que me importaba, sin tomar en cuenta lo difícil que fuera para
él permitir que me acercara. Mi padre siempre había sido muy germánico, orientado hacia el
deber; en su infancia, con seguridad sus padres le enseñaron a ocultar sus sentimientos para ser
un hombre.

Olvidé mi deseo reprimido de culparlo por nuestra distancia y anhelaba el desafío de darle más
amor. "Vamos, papá, abrázame", le pedí.

Me incliné cerca de él, en el borde de la cama, con sus brazos a mi alrededor. "Oprímeme. Eso es.
Una vez más, oprime. ¡Muy bien!"

En cierta forma, mostraba a mi padre cómo abrazar y cuando él oprimió, sucedió algo. Por un
instante, experimentamos una sensación de "te amo". Durante años, nuestro saludo había sido un
estrechón de manos frío y formal que decía: "Hola, ¿cómo estás?" Ahora, ambos esperábamos
sentir de nuevo esa cercanía momentánea. Sin embargo, en el momento en que él empezaba a
disfrutar los sentimientos de amor, algo se tensaba en su torso y nuestro abrazo se convertía en
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algo torpe y extraño. Pasaron meses antes de que desapareciera su rigidez y permitiera que sus
emociones interiores pasaran a través de sus brazos para rodearme.

Dependió de mí ser la fuente de muchos abrazos, antes de que mi padre me abrazara por iniciativa
propia. No lo culpaba, sino que lo apoyaba; después de todo, cambiaba los hábitos de toda una
vida, y eso toma tiempo. Sabía que teníamos éxito pues cada vez mostrábamos más interés y
afecto. Alrededor del abrazo número 200, él dijo en voz alta y con espontaneidad, por primera vez
desde que recuerdo: "Te amo".

Harold H. Bloomfield, doctor en medicina

¡Una malteada de fresa y tres apretones, por favor!

A mi madre le encantaban las leches malteadas de fresa. Siempre me entusiasmó llegar a visitarla
y sorprenderla con su bebida favorita.

Durante sus últimos años, mi mamá y mi papá vivieron en un centro de atención para jubilados.
Debido en parte a la tensión sufrida por la enfermedad de Alzheimer que padecía mi mamá, mi
padre enfermó y ya no pudo cuidarla. Vivían en habitaciones separadas, pero pasaban juntos la
mayor parte del tiempo. Se amaban mucho. Tomados de la mano, esos amantes con cabellos
plateados recorrían los corredores para visitar a sus amigos y entregar amor. Eran los "románticos"
del centro de retiro.

Cuando comprendí que la enfermedad de mi madre empeoraba, le escribí una carta de


agradecimiento. Le dije lo mucho que la amaba. Me disculpé por mi irritabilidad cuando era
adolescente. Le dije que era una buena madre y que me sentía orgulloso de ser su hijo. Le dije
todas las cosas que había deseado expresar durante mucho tiempo, pero que fui demasiado terco
para decirlas, hasta que comprendí que quizá ella no estaría en una posición de comprender el
amor que encerraban las palabras. Fue una carta detallada de amor y de consumación. Mi padre
me informó que ella pasaba con frecuencia horas leyendo una y otra vez esa carta.

Me entristeció saber que mi mamá ya no sabía que yo era su hijo. A menudo preguntaba: "¿Cómo
te llamas?" y yo respondía con orgullo que mi nombre era Larry y que era su hijo. Ella sonreía y
tomaba mi mano. Desearía volver a sentir ese contacto tan especial.

Durante una de mis visitas, me detuve en la tienda local y compré a cada uno de mis padres una
leche malteada de fresa. Me detuve primero en la habitación de ella, me presenté de nuevo, charlé
durante unos minutos y llevé la otra leche malteada a la habitación de mi padre.

Cuando regresé, ella casi había terminado la malteada. Se había recostado en la cama para
descansar. Estaba despierta. Ambos sonreímos cuando me vio entrar en la habitación.

Sin pronunciar palabra, acerqué una silla a la cama y me incliné para sostener su mano. Fue un
contacto divino. En silencio afirmé mi amor por ella. Sin palabras, pude sentir la magia de nuestro
amor incondicional, a pesar de que estaba consciente de que ella no sabía quién le sostenía la
mano. ¿O acaso era ella quien sostenía mi mano?

Después de aproximadamente 10 minutos, sentí que oprimía con suavidad mi mano... tres
apretones. Fueron breves y al instante supe lo que decía, sin tener que escuchar ninguna palabra.

El milagro del amor incondicional se nutre por el poder de lo Divino y por nuestra propia
imaginación.

¡No podía creerlo! A pesar de que ella ya no podía expresar sus pensamientos más íntimos, como
solía hacerlo, no eran necesarias las palabras. Fue como si ella regresara durante un breve
momento.

Hace muchos años, cuando mi padre y mi madre salían, ella había inventado esa forma especial
de decir a mi papá: "¡Te amo!" cuando estaban sentados en la iglesia. Él le oprimía dos veces la
mano con suavidad para decir: "¡Yo también!"

Le oprimí la mano dos veces con suavidad. Volvió la cabeza y me sonrió de una manera
encantadora. Nunca lo olvidaré. Su semblante irradiaba amor.
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Recordé sus expresiones de amor incondicional hacia mi padre, nuestra familia y sus
innumerables amigos. Su amor continúa influyendo de una manera profunda mi vida.

Transcurrieron ocho o diez minutos. No pronunciamos palabra.

De pronto, ella se volvió hacia mí y con suavidad pronunció estas palabras: "Es importante tener a
alguien que nos ame".

Lloré. Eran lágrimas de alegría. La abracé con afecto y ternura, le dije lo mucho que la amaba y me
fui.

Mi madre murió poco tiempo después.

Ese día pronunciamos muy pocas palabras; las que ella articuló fueron palabras de oro. Siempre
atesoraré esos momentos tan especiales.

Larry James

LA PEQUEÑA DESPORTILLADURA

Con bastante frecuencia, mi madre me pedía que pusiera la mesa familiar con la "vajilla fina".
Debido a que esto ocurría a menudo, nunca cuestioné estas ocasiones. Asumía que era un deseo
de mi madre, un capricho momentáneo, y hacía lo que me pedía.

Una noche, ponía la mesa cuando Marge, una vecina, llegó inesperadamente. Llamó a la puerta, y
mi madre -ocupada en la estufa-, le pidió que entrara. Marge entró en la cocina grande.

--Oh, veo que esperan compañía -comentó Marge, al observar la mesa bellamente puesta-.
Regresaré en otra ocasión. Debí haber llamado primero.

-No, no, está bien -respondió mi madre-. No esperamos compañía.

-Entonces -dijo Marge con expresión perpleja-, ¿por qué sacaron la vajilla fina? Yo sólo la utilizo
dos veces al año.

-Porque preparé el platillo favorito de mi familia -explicó mi madre y esbozó una sonrisa-. Si pones
la mesa de la mejor manera posible para los invitados especiales y los extraños, ¿por qué no
hacerlo para tu familia? Son tan especiales como cualquiera.

-Sí, pero tu hermosa vajilla se romperá -respondió Marge, sin comprender aún la importancia del
valor que mi madre daba al hecho de apreciar a su familia de esa manera.

-Oh, bueno -dijo mi madre con tono casual-, unas cuantas desportilladuras en la vajilla significa
pagar un precio bajo por lo que siempre sentimos cuando nos reunimos como una familia en la
mesa, utilizando estos platos hermosos. Además -añadió con un destello juvenil en los ojos-, todas
estas desportilladuras tienen una historia que contar, ¿no es así? -miró a Marge como si esa mujer
con dos hijos mayores debiera saber eso.

Mamá se acercó al aparador y sacó un plato. Lo sostuvo y comentó:

-¿Ves esta desportilladura? Tenía 17 años cuando sucedió. Nunca olvidaré ese día -la voz de mi
madre se suavizó, parecía que recordaba otra época-. Un día de otoño, mis hermanos necesitaban
ayuda para recoger el último heno de la temporada y contrataron a un joven fuerte y apuesto para
que colaborara con ellos. Mi madre me pidió que fuera al granero a recoger huevos frescos. Fue
entonces cuando noté por primera vez la presencia del nuevo ayudante. Me detuve y observé
durante un momento cómo colocaba los pesados fardos de heno fresco y verde sobre sus hombros
y los arrojaba sin esfuerzo en el henal. Puedo decirte que era un hombre guapo: esbelto, brazos
fuertes y brillante cabello grueso. Con seguridad sintió mi presencia, porque con un fardo en el
aire, se detuvo, se volvió y me miró, sonriendo. Era increíblemente guapo -dijo ella con lentitud y
deslizó los dedos por el plato, acariciándolo con suavidad.

-Supongo que mis hermanos lo apreciaban -añadió mi madre-, porque lo invitaron a cenar con
nosotros. Cuando mi hermano mayor le indicó que se sentara junto a mí en la mesa, estuve a
punto de morir. Podrás imaginar lo avergonzada que me sentí, porque me había visto de pie allí,
11

observándolo. En ese momento, me encontraba sentada junto a él. Su presencia me aturdió tanto,
que quedé muda y fijé la mirada en la mesa.

De pronto, al recordar que contaba una historia frente a su joven hija y la vecina, mamá se sonrojó
y concluyó el relato con rapidez.

-Él me entregó su plato y me pidió que le sirviera la comida. Estaba tan nerviosa, que las manos
me temblaban y las palmas me sudaban. Cuando tomé su plato, éste se deslizó y golpeó el platón,
desportillándose.

-Diría que eso parece un recuerdo que yo trataría de olvidar ---comentó Marge, sin conmoverse por
el relato de mi madre.

-Por el contrario -respondió mi madre-. Un año después, me casé con ese hombre maravilloso.
Hasta ahora, cuando veo ese plato, recuerdo con afecto el día cuando lo conocí -colocó con
cuidado el plato en el aparador, detrás de los otros, en un sitio propio. Al ver que la observaba, me
guiñó el ojo.

Consciente de que Marge no consideró conmovedor el apasionado relato que acababa de contar,
mamá se apresuró a tomar otro plato, esta vez uno roto que había sido pegado con cuidado; las
pequeñas gotas de pegamento podían verse en las uniones serpenteantes.

-Este plato se rompió el día que trajimos a casa a nuestro hijo Mark, recién nacido en el hospital
--explicó mamá-. ¡Era un día frío y soplaba un fuerte viento! Mi hija de seis años de edad, que
trataba de ayudar, dejó caer el plato cuando lo llevaba al fregadero. Al principio me enfadé, pero
me dije: "es sólo un plato roto y no permitiré que esto cambie la felicidad que sentimos al dar la
bienvenida a la familia a este nuevo bebé". ¡Recuerdo que todos nos divertimos mucho durante los
varios intentos que hicimos para pegar ese plato!

Estaba segura de que mamá tenía otras historias que contar sobre esa vajilla.

Transcurrieron varios días y no podía olvidar ese plato. Se había vuelto especial, si no por otro
motivo, sólo porque mamá lo guardaba cuidadosamente detrás de los otros. Había algo respecto a
ese plato que me intrigaba y los pensamientos respecto a él permanecían en el fondo de mi mente.

Unos días después, mi madre fue a la ciudad a comprar comestibles. Como era costumbre cuando
ella salía, yo quedé a cargo de cuidar a los demás niños. Cuando el coche salió del sendero, hice lo
que siempre hacía durante los primeros diez minutos cuando ella se iba a la ciudad. Corrí hacia la
habitación de mis padres (¡lo cual tenía prohibido hacer!), acerqué una silla, abrí el cajón superior
de la cómoda y busqué en su interior, como lo había hecho en muchas ocasiones anteriores. En el
fondo del cajón, debajo de prendas de vestir grandes, suaves y con un aroma maravilloso, se
encontraba un pequeño joyero cuadrado de madera. Lo saqué y lo abrí. En su interior estaban los
artículos habituales: el anillo con un rubí rojo, que heredara a mi madre su tía favorita, Hilda; un
par de delicados aretes de perla, que le diera a mi abuela su marido el día de su boda, y la fina
sortija de boda de mi madre, que con frecuencia se quitaba cuando ayudaba a su esposo en las
tareas al aire libre.

Una vez más, encantada con estos recuerdos preciosos, hice lo que cualquier niña pequeña: me
probé todo, llené mi mente con las imágenes gloriosas al pensar lo que sería ser una persona
adulta, una hermosa mujer como mi madre y tener cosas tan exquisitas. ¡No podía esperar para
crecer, tener un cajón propio y poder decir a los demás que no podían abrirlo!

Ese día no medité mucho esos pensamientos. Retiré la pieza de fino fieltro rojo que cubría la tapa
del pequeño alhajero de madera y que separaba las joyas de un pedazo de cristal blanco con
apariencia común y que hasta ese momento no había tenido ningún significado para mí. Saqué el
pedazo de cristal de la caja y lo sostuve cerca de la luz, para examinarlo con mayor cuidado.
Siguiendo un instinto, corrí hacia el aparador de la cocina, acerqué una silla y me trepé para bajar
el plato. Como lo había imaginado, el pedazo de cristal, tan cuidadosamente guardado debajo de
las únicas tres joyas que poseía mi madre, pertenecía al plato que ella había roto el primer día que
posó la mirada en mi padre.

Más sabia y con mayor respeto, coloqué de nuevo el pedazo de cristal sagrado en su lugar, debajo
de las joyas, con un pedazo de tela que lo protegía. Ahora sabía con seguridad que esa vajilla
contenía para mi madre varias historias de amor de su familia, aunque ninguna tan memorable
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como el legado que había dado a ese plato. Con ese pedazo de cristal se inició una gran historia de
amor que en la actualidad llega al capítulo 53, ¡puesto que mis padres han estado casados
durante 53 años!

Una de mis hermanas preguntó a mi madre si algún día sería suyo el antiguo anillo de rubí y mi
otra hermana pidió los aretes de perla de la abuela. Deseo que mis hermanas tengan esas
hermosas joyas de la familia. A mí me gustaría el recuerdo que representa el inicio de la
extraordinaria vida amorosa de una excelente mujer. Me gustaría tener ese pedazo de cristal.

Bettie B. Youngs

SE NECESITA VALOR

Se obtiene fuerza, experiencia y confianza con cada vivencia, cuando en verdad nos detenemos a
mirar a la cara al temor... Debemos hacer lo que no podemos hacer.

Eleanor Roosevelt

Su nombre es Nikki. Vive calle abajo de mi casa. Esta joven mujer me ha inspirado durante varios
años. Su historia conmovió mi corazón y en los momentos difíciles, reflexiono respecto a su valor.

Todo se inició con el reporte del médico, cuando ella estaba en el séptimo grado. Lo que su familia
temía era verdad. El diagnóstico: leucemia. Los meses siguientes incluyeron visitas regulares al
hospital. La picaron, la pincharon y le hicieron pruebas cientos de miles de veces. Después fue la
quimioterapia y, con esto, una posibilidad de quizá salvar su vida, pero perdió el cabello. Perder el
cabello cuando se es alumna del séptimo grado es algo devastador. El cabello no volvió a crecerle.
La familia empezó a preocuparse.

Ese verano, antes de iniciarse el octavo grado, compró una peluca. Resultaba incómoda y le
causaba comezón, pero la usó. Era muy popular y amada por muchos estudiantes. Era porrista y
siempre estaba rodeada de amigos; pero las cosas cambiaron. Tenía una apariencia extraña y
sabemos cómo son los jóvenes. Supongo que son como el resto de nosotros. En ocasiones,
buscamos reírnos y decimos incluso lo que causa un gran dolor a alguien más. Durante las
primeras dos semanas del octavo grado, le quitaron la peluca media docena de veces. Ella se
detenía, se agachaba, dominaba el temor y la vergüenza, se la ponía de nuevo, secaba las lágrimas
y caminaba hacia el salón, preguntándose siempre por qué nadie la defendía.

Esto duró dos agonizantes y horribles semanas. Dijo a sus padres que ya no podía soportarlo más.
Ellos respondieron: "Puedes permanecer en casa, si lo deseas". Si la hija está muriendo en el
octavo grado, no importa si cursará el noveno. Lo único que importa es que sea feliz y darle una
oportunidad de tener paz. Nikki me dijo que perder el cabello no fue nada. Comentó: "Eso puedo
manejarlo". Dijo incluso que perder la vida le preocupaba poco. "También puedo manejar eso",
aseguró, "pero, ¿sabes lo que es perder a tus amigos? ¿Sabes lo que es caminar por el corredor y
que todos se separen como el Mar Rojo, porque yo me acerco, que entren en la cafetería el día que
hay pizza, nuestra mejor comida, y que se vayan sin haber terminado de comer? Dicen que no
tienen hambre, pero sé que se van porque estoy sentada allí. ¿Sabes lo que es que nadie quiera
sentarse junto a mí en la clase de matemáticas y que los niños que ocupan los casilleros a la
izquierda y a la derecha del mío los hayan desocupado? Guardan sus libros en el casillero de
alguien más, sólo porque tienen que estar de pie junto a la chica que usa peluca, la que padece la
enfermedad extraña. Ni siquiera es contagiosa. No pueden contagiarse de mí. ¿Acaso no saben que
más que nada necesito a mis amigos? Oh, sí, perder la vida no es nada, cuando sé dónde pasaré la
eternidad, porque creo en Dios. Perder el cabello tampoco significa nada, pero perder a los amigos
es algo devastador".

Ella había planeado no ir a la escuela y permanecer en casa, pero algo sucedió ese fin de semana.
Escuchó relatos acerca de dos niños, uno del sexto grado y otro del séptimo, y sus historias le
dieron el valor para continuar. El chico del séptimo grado era de Arkansas y, a pesar de que no era
popular, llevaba a la escuela su Nuevo Testamento en la bolsa de la camisa. Según cuentan, tres
niños se le acercaron le quitaron la Biblia y dijeron: "Eres un afeminado. La religión es para los
afeminados. La oración es para los afeminados. No vuelvas a traer esta Biblia a la escuela". Él
devolvió la Biblia al chico más grande de los tres y comentó: "Toma, veamos si tienes suficiente
valor para llevarla en la escuela durante un día". Dicen que ganó tres amigos.
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La siguiente historia que inspiró a Nikki fue la de un chico del sexto grado, originario de Ohio y
llamado Jimmy Masterdino. Estaba celoso de California, porque el estado tenía el lema:
"¡Eureka!"y Ohio no tenía ninguno. Encontró cinco palabras que cambian la vida. Obtuvo las
firmas necesarias y con la petición llena, la llevó a la Legislatura del Estado. En la actualidad,
debido a ese valeroso joven del sexto grado, el lema oficial del estado de Ohio es " Todo es posible
con Dios".

Con el nuevo valor y la inspiración que encontró Nikki, se puso la peluca el lunes siguiente por la
mañana. Se vistió lo más bonita y elegante que pudo. Dijo a sus padres: "Hoy regresaré a la
escuela. Hay algo que tengo qué hacer. Hay algo que tengo qué averiguar". No sabían a lo que se
refería y se preocuparon, pues temían lo peor; sin embargo, la llevaron a la escuela. Todos los días
durante las últimas semanas, Nikki ha abrazado y besado a sus padres en el coche, antes de
bajar. A pesar de ser poco popular y de que muchos niños se reían y se burlaban de ella, nunca
permitió que eso la detuviera. Ese día sería diferente. Los abrazó y los besó y al bajar del coche, se
volvió con tranquilidad y dijo: "Mamá y papá, ¿no adivinan lo que voy a hacer hoy?" Sus ojos se
llenaron de lágrimas, pero eran lágrimas de alegría y de fuerza. Oh, sí, sentía temor ante lo
desconocido, pero tenía una causa. Ellos respondieron: "¿Qué, cariño?" "Hoy voy a averiguar quién
es mi mejor amigo. Hoy averiguaré quiénes son mis verdaderos amigos". Después de eso, se quitó
la peluca y la colocó en el asiento a su lado. "Me aceptarán como soy, papá, o no me aceptarán. No
me queda mucho tiempo. Hoy tengo que averiguar quiénes son". Empezó a caminar, dio dos pasos,
se volvió y añadió: "Recen por mí". "Lo haremos, pequeña", respondieron. Al caminar en dirección
a 600 chicos, escuchó que su papá decía: "Esa es mi hija".

Ese día sucedió un milagro. Caminó por el patio de juego, entró en la escuela y nadie fanfarroneó
ni la amedrentó, nadie se burló de la pequeña que tenía mucho valor.

Nikki enseñó a miles de personas a que sean ellas mismas, a que utilicen el talento que les dio
Dios y que defiendan lo que es correcto, pues incluso en medio de la inseguridad, el dolor, el
temor y la persecución, es la única manera de vivir.

Nikki se graduó de la escuela secundaria. El matrimonio que se suponía nunca se llevaría a cabo,
tuvo lugar unos años después. Ahora, Nikki es la orgullosa madre de una pequeña a quien le puso
el nombre de mi pequeña hija, Emily. Cada vez que enfrento algo que parece imposible, pienso en
Nikki y recupero la fuerza.

Bill Sanders

SEA USTED MISMO

En el mundo futuro no me preguntarán: "¿Por qué no fuiste Moisés?" Me preguntarán: "¿Por qué no
fuiste Zusya?

Rabbi Zusya

Desde que era un niño pequeño, no deseaba ser yo. Deseaba ser como Billy Widdledon, a quien ni
siquiera le agradaba. Caminaba como él; hablaba como él y me inscribí en la escuela secundaria
que él eligió.

Por este motivo cambió Billy Widdledon. Empezó a estar cerca de Herby Vandeman; caminaba
como Herby Vandeman; hablaba como Herby Vandeman. ¡Eso me confundió! Empecé a caminar y
a hablar como Billy Widdledon, quien a su vez caminaba y hablaba como Herby Vandeman.

Entonces noté que Herby Vandeman caminaba y hablaba como Joey Haverlin. Joey Haverlin
caminaba y hablaba como Corky Sabinson.

Aquí me tienen, caminando y hablando como Billy Widdledon imita la versión que Herby
Vanderman hace de Joey Haverlin, quien trata de caminar y hablar como Corky Sabinson. ¿A
quién creen que imita al caminar y al hablar Corky Sabinson? Entre toda la gente, a Dopey
Wellington ¡y ese pequeño pelmazo camina y habla como yo!

Autor desconocido, presentado por Scott Shuman

El presidente Calvin Coolidge invitó en una ocasión a sus amigos de su ciudad natal a cenar en la
Casa Blanca. Preocupados por sus modales en la mesa, los invitados decidieron imitar todo lo que
hacía Coolidge. Esta estrategia tuvo éxito, hasta que sirvieron el café. El presidente sirvió su café
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en el platito. Los invitados hicieron lo mismo. Coolidge añadió azúcar y crema. Sus invitados
hicieron también esto. Entonces, Coolidge se inclinó y colocó el platito en el suelo, para el gato.

Erik Oleson

No tiene que ser como su madre, a no ser que ella sea quien usted desea ser. No tiene que ser
como su abuela o como su bisabuela maternas o incluso como su bisabuela paterna. Puede
heredar sus barbillas o sus caderas o sus ojos, pero no está destinada a ser como las mujeres que
la precedieron. No está destinada a vivir sus vidas. Por lo tanto, si hereda algo, herede su fuerza,
su flexibilidad. La única persona que está destinada a ser es la persona que decida ser.

Pam Finger

Cuando gane ese campeonato, me pondré mis estropeados pantalones de mezclilla, un sombrero
viejo, me dejaré crecer la barba y caminaré por un antiguo camino campestre, donde nadie me
conozca, hasta que encuentre a una hermosa zorra pequeña, que no sepa mi nombre, que me quiera
por lo que soy. La llevaré a mi casa de $250 000, con vista hacia mis edificios de un millón de
dólares y le mostraré todos mis Cadillacs, la piscina interior en caso de que llueva y le diré: ¡Esto es
tuyo, cariño, porque me amas por lo que soy!

Muhammed Alí

LOS NIÑOS NO ME DESESPERAN EN LA ACTUALIDAD

En ocasiones, cuando viajo en avión para ir de un compromiso de oratoria a otro, me encuentro


sentado junto a alguien que habla bastante. Esto resulta con frecuencia una experiencia
agradable, porque soy un empedernido observador de la gente. Aprendo mucho observando y
escuchando a las personas que conozco y que veo todos los días. He escuchado relatos tristes y
otros alegres, de temor y alegría; otros que rivalizan con los de "Cristina".

Es triste decir que en ocasiones me encuentro sentado junto a alguien que sólo desea descargar la
bilis o imponer sus puntos de vista políticos a una audiencia cautiva durante 960 kilómetros. Fue
uno de esos días. Me acomodé con resignación, mientras mi compañero de asiento empezaba su
disertación sobre el terrible estado del mundo, con la trillada frase: "Usted sabe, los niños en la
actualidad son..." Continuó y continuó, compartiendo nociones vagas del terrible estado en que se
hallan los adolescentes y los adultos jóvenes, basándose en mirar el noticiero de las seis con
bastante selectividad.

Cuando afortunadamente bajé de ese avión y me dirigí al fin hacia mi hotel en Indianápolis,
compré el periódico local y fui a cenar en el restaurante del hotel. Allí, en una página interior,
estaba un artículo que, en mi opinión, debió haber ocupado el encabezado de la primera página.

En un pequeño pueblo de Indiana, había un joven de 15 años que tenía un tumor cerebral. Estaba
sometido a tratamiento mediante radiaciones y quimioterapia. Como resultado de dichos
tratamientos, había perdido todo el cabello.

No sé usted, pero recuerdo cómo me habría sentido a esa edad, ¡estaría mortificado!

Los compañeros de clase del joven lo ayudaron de manera espontánea: todos los alumnos de su
salón pidieron a sus madres que les afeitaran la cabeza, para que Brian no fuera el único joven sin
cabello en la escuela secundaria. Allí, en esa página, aparecía una fotografía de una madre
afeitando el cabello de su hijo con una expresión familiar de aprobación y al fondo, un grupo de
jóvenes igualmente calvos.

No, no me desesperan los jóvenes en la actualidad.

Hanoch McCarty, doctor en educación

LA FLOR

Tengo muchas flores ", dijo él, "pero los niños son las flores más hermosas de todas. "

Oscar Wilde
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Durante algún tiempo, una persona se encargó de proporcionarme una rosa para colocarla en la
solapa de mi traje el domingo. Debido a que siempre recibía una flor el domingo por la mañana, en
realidad no pensaba mucho en eso. Era un gesto grato que apreciaba, pero se convirtió en una
rutina. Sin embargo, un domingo, lo que consideraba habitual, se convirtió en algo muy especial.

Cuando salía del servicio dominical, un niño se me acercó. Caminó directamente hacia mí y dijo:

-Señor, ¿qué va a hacer con su flor?

Al principio, no comprendí a qué se refería, pero al fin entendí.

-¿Te refieres a ésta? -pregunté y señalé la rosa prendida en mi abrigo.

-Sí, señor -respondió-. Me gustaría tenerla, si la va a tirar.

En ese momento sonreía y gustoso le dije que podía tener mi flor. Le pregunté de pasada lo que
haría con ella. El niño, que quizá tenía menos de 10 años, me miró.

-Se la daré a mi abuela, señor -explicó-. Mis padres se divorciaron el año pasado. Yo vivía con mi
madre, pero cuando ella se casó de nuevo, quiso que viviera con mi padre. Viví con él durante un
tiempo, pero dijo que no podía quedarme y me envió a vivir con mi abuela. Ella es muy buena
conmigo. Cocina para mí y me atiende. Ha sido tan buena que deseo regalarle esa hermosa flor por
amarme.

Cuando el pequeño terminó, apenas si pude hablar. Mis ojos se llenaron de lágrimas y me
conmoví hasta el fondo del alma. Levanté la mano y desprendí la flor. Con ella en la mano, miré al
niño.

-Hijo, es lo más bonito que he escuchado, pero no puedes tener esta flor, porque no es suficiente.
Si buscas frente al púlpito, verás un gran ramo de flores. Diferentes familias las compran para la
iglesia cada semana. Por favor, lleva esas flores a tu abuela, porque merece lo mejor.

Como si no estuviera demasiado conmovido, él hizo un último comentario que siempre apreciaré.

-¡Qué día tan maravilloso! -exclamó él-. Pedí una flor y recibí un hermoso ramo.

Pastor John R. Ramsey

PRACTIQUE AL AZAR LA BONDAD Y LAS BELLAS ACCIONES INSENSATAS

Es un lema secreto que se extiende por todo el país.

Era un frío día de invierno en San Francisco. Una mujer en una Honda roja, con los regalos de
Navidad apilados en la parte posterior de la moto, conduce hasta la taquilla del Bay Bridge. "Pago
por mí y por los seis coches detrás de mí", dijo con una sonrisa y entregó siete boletos.

Uno tras otro, los seis conductores siguientes llegaron a la taquilla, con los dólares en la mano,
sólo para que les dijeran: "Una señora que pasó antes pagó su tarifa. Que tenga un buen día".

Resultó que la mujer que viajaba en la Honda había leído algo en una tarjeta pegada en el
refrigerador de una amiga: "Practique al azar la bondad y las bellas acciones insensatas". La frase
la atrajo y la copió.

Judy Foreman vio la misma frase pintada en la pared de una bodega, a 160 kilómetros de su casa.
Cuando esta frase permaneció en su mente durante días, cedió y regresó para copiarla. "Pensé que
era increíblemente hermosa", comentó y explicó por qué la escribía al final de todas sus cartas, "es
como un mensaje del cielo".

A su esposo, Frank, le gustó tanto la frase, que la colocó en la pared del salón de sus alumnos del
séptimo grado, entre los que estaba la hija de una columnista local. Esta última la imprimió en el
periódico y reconoció que, aunque le agradaba, no conocía su procedencia o lo que en realidad
significaba.

Dos días después, lo escuchó de boca de Anne Herbert. Alta, rubia y de 40 años, Herbert vive en
Marin, uno de los diez condados más ricos del país, donde cuida casas, acepta diferentes empleos
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y la va pasando. Herbert escribió la frase en un mantel individual de papel, después de tenerla en


la mente durante días.

-¡Es maravillosa! -exclamó un hombre que estaba sentado cerca y la copió en su propio mantel.

-Ésta es la idea -explicó Herbert-. Cualquier cosa que piensen que debe haber en mayor cantidad,
háganla al azar.

Sus propias fantasías incluyen: 1) entrar en escuelas con apariencia deprimente y pintar los
salones de clase; 2) dejar comidas calientes sobre las mesas de la cocina en las zonas pobres de la
ciudad; 3) colocar dinero en el bolso de una orgullosa anciana.

-La bondad puede crecer de sí misma, al igual que la violencia -dice Herbert.

En la actualidad, la frase se extiende, la vemos en etiquetas pegadas a las defensas, en las


paredes, al final de las cartas y en las tarjetas de presentación. A medida que se extiende, la
acompaña una visión de bondad de guerrilla.

En Portland, Oregon, un hombre puede colocar una moneda en el parquímetro de un extraño,


justamente a tiempo. En Patterson, Nueva Jersey, una docena de personas con cubetas y
trapeadores llegaron a una casa maltrecha y la limpiaron totalmente, mientras los débiles y
ancianos dueños observaban sorprendidos y sonrientes. En Chicago, un adolescente retira la
nieve de un sendero con una pala cuando siente el impulso de hacerlo. Piensa que nadie lo está
mirando y limpia también el sendero del vecino.

Es anarquía positiva, desorden, una dulce conmoción. Una mujer en Boston escribe "¡Feliz
Navidad!" a los cajeros en el reverso de sus cheques. Un hombre en St. Louis, cuyo coche acaba de
ser chocado por una joven mujer, la despide diciendo: "Es un raspón. No se preocupe".

Las bellas acciones insensatas se extienden: un hombre planta narcisos a lo largo del camino,
mientras la brisa que producen los coches al pasar abulta su camisa. En Seattle, un hombre se
nombró a sí mismo vigilante del servicio sanitario y recorre las colinas de concreto recogiendo la
basura en un carro de supermercado. En Atlanta, un hombre borra los letreros pintados en una
banca verde del parque.

Dicen que no podemos sonreír sin animarnos un poco y, de la misma manera, no podemos llevar a
cabo una bondad al azar sin sentir que los propios problemas disminuyeron, sólo porque el mundo
ha llegado a ser un lugar ligeramente mejor.

No se puede recibir una sacudida agradable sin sentir una fuerte impresión. Si fuera uno de esos
conductores que transitan durante las horas pico y encontrara que alguien había pagado su tarifa
en el puente, ¿quién sabe lo que se sentiría inspirado a hacer más adelante por alguien más?
¿Saludar a alguien en un cruce de caminos? ¿Sonreírle a un oficinista cansado? ¿O algo mejor y
mayor? Como todas las revoluciones, la guerrilla de bondad se inicia con lentitud, con un solo
acto. Permita que ese acto sea suyo.

Adair Lara

Es la acción, no el fruto de la acción, lo que importa. Tiene que hacer lo que es correcto. Tal vez no
esté en su poder que haya fruto; quizá no esté en su época. Sin embargo, eso no significa que deje de
hacer lo que es correcto. Es probable que nunca conozca los resultados de su acción, pero si no hace
nada, no habrá ningún resultado.

Gandhi

EL CORAZÓN

Las cosas más bellas y mejores en el mundo no pueden verse ni tocarse... pero se sienten en el
corazón.

Helen Keller

Mi esposa y yo nos separamos el pasado mes de diciembre y, como podrían esperar, tuve un mes
de enero muy difícil. Durante una sesión de terapia para ayudarme a manejar el torbellino
emocional desatado por la separación, pedí a mi terapeuta que me diera algo que me ayudara en
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mi nueva vida. No tenía idea de si ella estaría de acuerdo y, si lo estaba, no imaginaba lo que
podría ofrecer.

Me dio gusto que accediera de inmediato y, como esperaba, ¡me dio algo por completo inesperado!
Me entregó un corazón, un pequeño corazón Play-Doh hecho a mano, brillante y
encantadoramente pintado. Se lo había regalado el paciente anterior, que también se había
divorciado y quien, al igual que yo, tenía dificultad para comprender sus sentimientos. Añadió que
no era para que lo conservara, sino que sólo lo tuviera conmigo hasta que encontrara mi propio
corazón y que entonces se lo devolviera. Comprendí que me daba un corazón físico como un
objetivo visual o como una especie de representación material de mi propia búsqueda de una vida
emocional más rica. Lo acepté en espera de vínculos emocionales más profundos.

No comprendí plenamente la rapidez con que ese maravilloso regalo empezaría a dar resultado.

Después de la sesión, coloqué con cuidado el corazón sobre el tablero de mi coche y conduje
entusiasmado para recoger a mi hija, Juli-Ann, pues esa sería la primera noche que ella dormiría
en mi nueva casa. Cuando subió al coche, de inmediato la atrajo el corazón; lo tomó, lo examinó y
me preguntó lo que era. No estaba seguro si debería explicarle todos los antecedentes psicológicos
porque, después de todo, todavía era una niña. Sin embargo, decidí que se lo diría.

-Es un regalo de mi terapeuta para ayudarme en estos momentos difíciles y no es para que lo
conserve, sino para que lo tenga hasta que consiga mi propio corazón -le expliqué.

Juli-Ann no hizo comentarios. Me pregunté de nuevo si debí habérselo dicho. ¿Podría comprender
a los 11 años de edad? ¿Qué idea podría tener ella del enorme abismo que intentaba cruzar para
romper mis viejos patrones y desarrollar un vínculo más profundo y rico con la gente?

Semanas después, cuando mi hija estuvo de nuevo en mi casa, me entregó con anticipación un
regalo del Día de San Valentín: una pequeña caja que había pintado de rojo, atada delicadamente
con un listón dorado y con un chocolate encima, el cual compartimos ambos. Con expectación
abrí la pequeña caja. Para sorpresa mía, saqué un corazón PlayDoh que ella me había hecho y
pintado. La miré interrogante, preguntándome lo que significaba. ¿Por qué me daba una réplica de
lo que me había regalado mi terapeuta?

Con lentitud me entregó una tarjeta que ella había hecho. Estaba avergonzada por la tarjeta, pero
al fin me permitió abrirla y leerla. Era un poema que no iba de acuerdo con su edad. Había
comprendido plenamente el significado del regalo de mi terapeuta. Juli-Ann me había escrito el
poema más conmovedor y encantador que había leído. Las lágrimas cubrieron mis ojos y mi
corazón se abrió:

Para mi papá

Este es un corazón para que lo conserves por el gran salto que intentas dar.

Que te diviertas en tu viaje.

Quizá resulte confuso, pero cuando llegues allí, aprende a interesarte.

Feliz Día de San Valentín

con amor, tu hija, juli-Ann

Por encima de toda mi riqueza material, considero este poema como el tesoro más sagrado.

Raymond L. Aaron

¡HÁGALO AHORA!

Si descubriéramos que sólo nos quedan cinco minutos para decir todo lo que deseamos decir, todas
las casetas telefónicas estarían ocupadas por personas que llaman a otras para decirles que las
aman.

Christopher Morley
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En una clase que doy a personas adultas, recientemente hice lo "imperdonable". ¡Dejé tarea a los
alumnos! La tarea era “acercarse durante la siguiente semana a alguien a quien amen y decirle
que lo aman. Tiene que ser alguien a quien nunca le hayan dicho esas palabras con anterioridad
o, al menos, con quien no las hayan compartido desde hace mucho tiempo".

No parece una tarea muy difícil, hasta que nos detenemos a analizar que la mayoría de los
hombres en ese grupo tienen más de 35 años y fueron criados en la generación a la que le
enseñaron que expresar las emociones no es de “machos". El demostrar los sentimientos o llorar
(¡ni Dios lo quiera!) no se hacía. Por lo tanto, fue una tarea muy amenazante para algunos.

Al principio de nuestra siguiente clase, pregunté si alguien deseaba compartir lo sucedido cuando
confesaron a alguna persona que la amaban. Esperaba plenamente que una de las mujeres se
ofreciera como voluntaria, como casi siempre era el caso, pero esa noche, uno de los hombres
levantó la mano. Parecía bastante conmovido y un poco impresionado.

Cuando se puso de pie (su estatura es de 1.88 metros) empezó a decir: "Dennis, la semana pasada
me enfadé bastante contigo cuando nos dejaste esta tarea. No sentí que tuviera a alguien a quien
decir esas palabras; además, ¿quién eras tú para sugerirme que hiciera algo tan personal? Sin
embargo, cuando conducía hacia mi casa, mi conciencia empezó a hablarme. Me dijo que sabía
con exactitud a quien necesitaba decir 'te amo'. Hace cinco años, mi padre y yo tuvimos un
altercado y nunca lo solucionamos desde entonces. Evitamos vernos, a no ser que sea
absolutamente necesario, como en Navidad y en otras reuniones familiares. Incluso entonces,
apenas si nos hablamos. Por lo tanto, el martes pasado, cuando llegué a casa, me había
convencido a mí mismo que le diría a mi padre que lo amaba.

"Es extraño, pero el solo hecho de tomar esa decisión pareció quitarme un peso de encima.

"Cuando llegué a casa, me apresuré a entrar para comunicarle a mi esposa lo que iba a hacer. Ella
ya estaba en la cama, pero la desperté. Cuando se lo dije, no sólo se levantó, sino que lo hizo con
rapidez, me abrazó y, por primera vez en nuestra vida matrimonial, me vio llorar. Permanecimos
levantados hasta la medianoche, bebiendo café y charlando. ¡Fue maravilloso!

"A la mañana siguiente, me levanté temprano y alegre. Estaba tan entusiasmado que apenas si
pude dormir. Llegué temprano a la oficina y logré hacer más en dos horas que lo que hacía antes
en todo un día.

"A las 9:00, llamé a mi papá para ver si podía visitarlo después del trabajo. Cuando contestó el
teléfono, sólo dije: 'Papá, ¿puedo ir a visitarte esta noche después del trabajo? Tengo algo que
decirte'. Mi papá respondió malhumorado: ,¿Y ahora qué?' Le aseguré que no tomaría mucho
tiempo y finalmente aceptó.

"A las 5:30, estaba en la casa de mis padres y llamaba a la puerta, orando para que papá abriera la
puerta. Temía que si mamá la abría, yo me acobardara y se lo dijera a ella en vez de a él. Sin
embargo, por suerte papá abrió la puerta.

"No perdí tiempo. Di un paso y dije: 'Papá, sólo vine a decirte que te amo'.

"Fue como si mi papá se transformara. Ante mis ojos, su rostro se suavizó, las arrugas parecieron
desaparecer y empezó a llorar. Extendió los brazos, me abrazó y dijo:'También te amo, hijo, pero
nunca he podido decírtelo'.

"Era un momento tan precioso que no quería moverme. Mamá se acercó con lágrimas en los ojos.
Yo sólo moví la mano para saludarla y le di un beso. Papá y yo nos abrazamos durante un
momento más y después me fui. Hacía mucho tiempo que no me sentía tan maravillosamente.

"No obstante, ese no es mi punto. Dos días después de esa visita, mi papá, que tenía problemas
cardiacos, pero que no me lo había dicho, sufrió un ataque y terminó en el hospital, inconsciente.
No sé si logrará recuperarse.

"Por lo tanto, mi mensaje para todos ustedes en la clase es este: no esperen para hacer las cosas
que saben necesitan hacer. ¿Qué habría sucedido de haber esperado para decírselo a mi papá?
¡Tal vez no vuelva a tener la oportunidad! ¡Tomen tiempo para hacer lo que necesitan hacer y
háganlo ahora!

Dennis E. Mannering
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EL MARTIRIO DE ANDY

Andy era un joven dulce y divertido que todos apreciaban, pero a quien molestaban, sólo porque
ese era el modo como uno trataba a Andy Drake. Él aceptaba de buena manera las bromas.
Siempre sonreía con esos grandes ojos que parecían decir con cada parpadeo arrollador: "Gracias,
gracias, gracias".

Para nosotros, los alumnos del quinto grado, Andy era nuestro desfogue, nuestro chivo expiatorio.
Incluso parecía agradecido por pagar este precio especial por pertenecer a nuestro grupo.

Andy Drake no come pastel

Y su hermana no come pay.

Si no fuera por el donativo de la beneficencia, Todos los Drake morirían.

A Andy parecía gustarle esta parodia monótona de Jack Spratt. El resto de nosotros en verdad la
disfrutábamos, a pesar de no ser correcta gramaticalmente.

No sé por qué Andy tenía que soportar este tratamiento especial para merecer nuestra amistad y
ser miembro del grupo. Todo esto evolucionó de manera natural, sin votos ni discusión.

No recuerdo que se haya mencionado que el padre de Andy estaba en la prisión o que su madre
lavaba ropa y recibía hombres. Tampoco se comentaba que los tobillos, los codos y las uñas de
Andy siempre estaban sucias y que su viejo abrigo era demasiado grande. Eso dejó de divertirnos
pronto. Andy nunca se defendía.

Supongo que eran brotes de esnobismo entre los muy jóvenes. Ahora es evidente que la actitud
del grupo era que pensábamos que teníamos derecho de pertenecer a dicho grupo, pero que Andy
era miembro por indulgencia nuestra.

A pesar de eso, todos apreciábamos a Andy hasta ese día, hasta ese momento.

“¡Es diferente! No lo queremos, ¿no es así?"

¿Quién de nosotros lo dijo? Durante todos estos años he deseado culpar a Randolph, pero
sinceramente no puedo decir quién pronunció esas palabras que desencadenaron el salvajismo
latente, pero tan cerca de la superficie en todos nosotros. No importa quién, puesto que el fervor
con el que seguimos el llamado nos dio a conocer a todos.

"No quería hacer lo que hicimos".

Durante años traté de consolarme con eso. Entonces, un día, me topé con esas palabras no
agradables, pero irrefutables, que me condenaron para siempre:

Los rincones más calientes del infierno están reservados para aquellos que, durante un momento de
crisis, mantienen su neutralidad.

Se suponía que ese fin de semana sería como los otros que el grupo había disfrutado junto. El
viernes, después de la escuela, nos encontraríamos en la casa de uno de los miembros (en esa
ocasión, la mía), para un día de campo en el bosque cercano. Nuestras madres, que se encargaban
de la mayor parte de los preparativos para estos "safaris", prepararon un paquete extra para Andy,
que se reuniría con nosotros después de sus tareas.

Pronto levantamos un campamento y nos olvidamos del dominio de nuestras madres. Con el valor
individual aumentado por el grupo, en ese momento éramos "hombres" contra la selva.

¡Los demás me dijeron que, como era mi fiesta, debería ser yo quien diera la noticia a Andy!

¿Yo? Yo, ¿quien desde hacía tiempo creía que Andy secretamente tenía mejor opinión de mí que de
los demás, pues me miraba como un cachorrito? Yo, ¿quien con frecuencia sentía que me revelaba
su amor y su aprecio con esos enormes ojos muy abiertos?

Todavía puedo ver a Andy cuando se acercó hacia mí por el largo y oscuro túnel que formaban los
árboles, que filtraban sólo la suficiente luz vespertina para formar diseños cambiantes semejantes
a un calidoscopio, sobre la vieja y sucia sudadera. Andy montaba su bicicleta oxidada, un modelo
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femenino, con secciones de manguera de jardín atadas con alambre a las ruedas como llantas.
Este niño frágil que había sido un adulto toda su vida, parecía entusiasmado y más feliz de lo que
jamás lo había visto. Sabía que saboreaba la aceptación del grupo, esa primera oportunidad de
pertenecer, de "divertirse como niño", de hacer "cosas de niño".

Andy movió la mano en señal de saludo mientras yo lo esperaba de pie en el claro donde estaba el
campamento. Ignoré su saludo feliz. Bajó de la vieja y graciosa bicicleta y corrió hacia mí, alegre y
con deseos de charlar. Los demás, ocultos dentro de la tienda de campaña, guardaban silencio,
pero sentí su apoyo.

¿Por qué no se pone serio? ¿No se da cuenta de que no comparto su alegría? ¿No se da cuenta que
sus palabras no llegan a mí?

¡De pronto comprendió! Su expresión inocente fue incluso más franca, dejándolo por completo
vulnerable. Toda su expresión parecía decir: "Va a ser muy malo, ¿no es así, Ben? Dilo de una
vez". Sin duda, con mucha práctica para enfrentar la desilusión, ni siquiera intentó parar el golpe.
Andy nunca se defendió.

De manera increíble, me escuché decir: "Andy, no te queremos".

Recuerdo de modo siniestramente vívido la sorprendente rapidez con la que dos enormes lágrimas
aparecieron en los ojos de Andy y permanecieron allí. Vívido porque he revivido esa escena en mi
mente un millón de enloquecedoras veces. La manera cómo me miró Andy, inmóvil durante un
momento eterno. ¿Qué fue? Odio no. ¿Una fuerte impresión? ¿Incredulidad? ¿Acaso fue lástima
por mí?

¿O fue perdón?

Finalmente, un ligero estremecimiento recorrió los labios de Andy, se volvió sin hablar, sin
siquiera preguntar, para emprender en la oscuridad el largo y solitario viaje a casa.

Cuando entré en la tienda de campaña, alguien, el último de nosotros en sentir todo el peso del
momento, empezó a cantar el viejo verso burlesco:

Andy Drake no come pastel,

Y su hermana no...

¡Entonces fue unánime! No votamos, no pronunciamos palabra, pero todos lo supimos: habíamos
hecho algo horrible, cruelmente malo. Nos dominó el efecto retrasado de docenas de lecciones y
sermones. Escuchamos por primera vez: "En cuanto lo hagas hasta el último de estos..."

En ese momento pesado y callado comprendimos algo nuevo para nosotros, que quedó fijo
indeleblemente en nuestras mentes: habíamos destruido a un individuo hecho a imagen de Dios,
con la única arma para la que no tenía defensa y no tuvimos excusa: el rechazo.

La falta de asistencia casi continua de Andy a la escuela dificultó que supiéramos cuándo se retiró
en realidad, pero un día comprendí que se había ido para siempre. Había pasado demasiados días
luchando conmigo mismo para encontrar y pulir una manera adecuada de decir a Andy que estaba
profunda y sumamente avergonzado y que lo lamentaba y lo lamento mucho. Ahora sé que si
hubiera abrazado a Andy y llorado con él e incluso, si me hubiera reunido con él en un largo
silencio, habría sido suficiente. Eso hubiera sanado a ambos.

No volví a ver a Andy Drake. No tengo idea de a dónde fue o dónde está, si es que está.

Aunque no es por completo preciso decir que no he visto a Andy. En las décadas transcurridas
desde aquel día de otoño en el bosque de Arkansas, he encontrado a miles de Andies Drake. Mi
conciencia coloca la máscara de Andy sobre el rostro de toda persona de condición económica baja
con la que estoy en contacto. Cada una de ellas me mira con la misma expresión espectral y
expectante que quedó fija en mi mente ese día, hace mucho tiempo.

Querido Andy Drake:

La probabilidad de que leas estas palabras es muy remota, pero debo intentarlo. Es demasiado tarde
para que esta confesión purgue de culpa a mi conciencia. No lo espero ni lo deseo.
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Por lo que rezo, mi querido amigo de hace tanto tiempo, es por que de alguna manera conozcas y te
anime la fuerza continua de tu sacrificio. Lo que padeciste en mis manos ese día y el valor amoroso
que mostraste, Dios lo ha modificado, cambiado y moldeado en una bendición. Este conocimiento
podría animar el recuerdo de ese terrible día para ti.

No he sido un santo, Andy, ni he hecho todas las cosas que pude y debí haber hecho con mi vida. Sin
embargo, lo que deseo que sepas es que nunca más he traicionado a sabiendas a un Andy Drake.
Rezo para que no lo haga jamás.

Ben Burton

EL CIELO Y EL INFIERNO.

LA DIFERENCIA REAL

Un hombre habló con el Señor acerca del cielo y el infierno. El Señor le dijo a ese hombre: "Ven, te
mostraré el infierno". Entraron en una habitación en donde un grupo de personas se encontraba
sentado alrededor de una enorme olla de estofado. Todos estaban hambrientos, desesperados y
muertos de hambre. Cada persona sostenía una cuchara que tocaba la olla, pero cada cuchara
tenía un mango mucho más largo que su propio brazo, de tal manera que no podía utilizarse para
llevar el estofado a sus bocas. El sufrimiento era terrible.

"Ven, ahora te mostraré el cielo", dijo el Señor, después de un tiempo. Entraron en otra
habitación, idéntica a la primera (la olla de estofado, el grupo de personas, las mismas cucharas
con mango largo). Sin embargo, allí todos estaban felices y bien alimentados.

"No comprendo", dijo el hombre. "¿Por qué están felices aquí, si en la otra habitación se sienten
miserables y todo es igual?"

El Señor sonrió. "Ah, es sencillo", respondió. "Aquí aprendieron a alimentarse mutuamente".

Ann Landers

EL REGALO DEL RABINO

Voy a contar una historia, tal vez un mito y, como es típico en los relatos míticos, tiene muchas
versiones. También es típico que la fuente de la versión que voy a contar sea oscura. No recuerdo
si la escuché o la leí ni cuándo ni dónde. Más aún, ni siquiera sé si yo mismo la modifiqué. Lo
único que sé con seguridad es que esta versión llegó a mí con un título. Se llama "El regalo del
rabino".

El relato está relacionado con un monasterio que pasaba por una época difícil. Alguna vez fue una
gran hermandad, pero como resultado de la persecución antimonástica de los siglos XVII y XVIII
perdió todos sus anexos y quedó diezmada hasta el punto en que sólo quedaron cinco monjes en
el deteriorado monasterio principal: el abad y cuatro monjes, todos de más de 70 años de edad.
Evidentemente era una orden que se extinguía.

En el denso bosque que rodeaba el monasterio había una pequeña cabaña que ocasionalmente
utilizaba como ermita un rabino de una ciudad cercana. Debido a sus muchos años de oración y
contemplación, los viejos monjes eran un poco psíquicos y siempre podían presentir cuando el
rabino estaba en su ermita. "El rabino está en el bosque, el rabino está en el bosque de nuevo",
murmuraban entre sí. Preocupado por la inminente desaparición de su orden, al abad se le
ocurrió en esa ocasión visitar la ermita y preguntar al rabino si por casualidad podía ofrecer un
consejo que salvara al monasterio.

El rabino recibió con agrado al abad en su cabaña. Sin embargo, cuando este último le explicó el
propósito de su visita, el rabino sólo pudo mostrar compasión.

-Sé cómo es -comentó el rabino-. La gente ha perdido el ánimo. Lo mismo sucede en mi ciudad.
Casi nadie visita la sinagoga.

El viejo abad y el anciano rabino lloraron juntos. Después, leyeron partes de la Tora y charlaron en
voz baja sobre temas profundos. Llegó el momento en que el abad tenía que partir. Se abrazaron.
22

-Ha sido maravilloso que nos conociéramos después de todos estos años -dijo el abad-, pero
fracasé en mi propósito de venir aquí. ¿No hay algo que pueda decirme, algún consejo que pueda
darme que me ayude a salvar a mi orden moribunda? -preguntó el abad.

-No, lo lamento -respondió el rabino-. No puedo proporcionar ningún consejo. Lo único que puedo
decirle es que el Mesías es uno de ustedes.

Cuando el abad regresó al monasterio, los monjes se reunieron a su alrededor.

-¿Qué dijo el rabino? -le preguntaron.

-No pudo ayudar -respondió el abad-. Sólo lloramos y leímos juntos la Tora. Lo único que comentó
cuando me iba me pareció enigmático. Dijo que uno de nosotros es el Mesías. No sé lo que quiso
decir.

Durante los días, las semanas y los meses que siguieron, los ancianos monjes meditaron y se
preguntaron si las palabras del rabino tenían algún significado. ¿El Mesías es uno de nosotros?
¿Se refirió a uno de los monjes de este monasterio? Si es así, ¿a quién? ¿Se refirió al abad? Sí, si
se refería a alguien, probablemente fue al abad. Él ha sido nuestro dirigente durante más de una
generación. Por otra parte, quizá se refirió al hermano Thomas. Ciertamente, el hermano Thomas
es un hombre santo. Todos saben que Thomas es un hombre iluminado. ¡Por supuesto, no pudo
haberse referido al hermano Elred! Elred es caprichoso en ocasiones. No obstante, pensándolo
bien, aunque resulta molesto, si reflexionamos, casi siempre tiene la razón. Con frecuencia tiene
mucha razón. Tal vez el rabino se refería al hermano Elred. Con seguridad no se refería al hermano
Phillip, pues es demasiado pasivo, un don nadie. Sin embargo, casi misteriosamente, tiene el don
de estar presente cuando lo necesitan. Aparece en forma mágica a nuestro lado. Quizá Phillip es el
Mesías. Por supuesto, el rabino no se refería a mí. No pudo referirse a mí. Soy una persona
común. ¿Y si se hubiera referido a mí? ¿Y si yo soy el Mesías? ¡Oh, Dios, yo no! Yo no podría ser
tanto para Ti.

Mientras meditaban de esta manera, los ancianos monjes empezaron a tratarse con gran respeto,
por si acaso estaba entre ellos el Mesías. Debido a que podría existir la posibilidad de que cada
monje fuera el Mesías, empezaron a tratarse con un respeto extraordinario.

Como el bosque en el que estaba situado el monasterio era hermoso, la gente lo visitaba de
cuando en cuando para pasar un día de campo en su pequeño prado, para recorrer algunos de sus
senderos e incluso para entrar de vez en vez en la ruinosa capilla para meditar. Durante las
visitas, sin estar consciente de ello, la gente notó esa aura de respeto extraordinario que empezaba
a rodear a los cinco monjes ancianos y que parecía irradiar de ellos y permear la atmósfera del
lugar. Había en esto algo extrañamente atractivo, incluso sobrecogedor. Sin saber por qué, la
gente empezó a regresar al monasterio con mayor frecuencia para hacer un día de campo, jugar y
orar. Empezó a llevar a sus amigos para mostrarles ese sitio especial y esos amigos llevaron
también a los suyos.

Sucedió que algunos de los jóvenes que visitaban el monasterio empezaron a charlar cada vez más
con los ancianos monjes. Después de un tiempo, uno de ellos preguntó si podía entrar en la
orden. Después otro y otro más. Así, en unos años el monasterio se convirtió de nuevo en una
orden entusiasta y, gracias al regalo del rabino, en un centro vibrante de luz y espiritualidad en el
reino.

M. Scott Peck

EL REGALO DE LA ABUELA

Desde que recuerdo, he llamado "Gag¡" a mi abuela. "Gaga" fue la primera palabra que salió de mi
boca cuando era un bebé, y mi orgullosa abuela estaba segura de que yo trataba de pronunciar su
nombre. Desde entonces ha sido mi Gag¡.

Cuando murió mi abuelo, a los 90 años de edad, mis abuelos habían estado casados durante más
de 50 años. Gag¡ sintió profundamente la pérdida. Le habían quitado el punto central a su vida, se
retiró del mundo y entró en un prolongado periodo de luto. Su pena duró casi cinco años, y
durante ese tiempo hice el hábito consciente de visitarla cada semana o cada 15 días.

Un día fui a visitar a Gag¡ esperando encontrarla en su estado habitual de reposo, que conocía tan
bien desde la muerte de mi abuelo. En cambio, la encontré sentada en su silla de ruedas,
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sonriente. Puesto que no comenté de inmediato sobre el cambio obvio en su comportamiento, ella
preguntó:

-¿No deseas saber por qué estoy tan feliz? ¿No sientes curiosidad?

-Por supuesto, Gag¡ -me disculpé-. Perdóname por no reaccionar pronto. Dime, ¿por qué estás tan
feliz? ¿A qué se debe este nuevo estado de ánimo?

-Anoche tuve al fin la respuesta -comentó ella-. Al fin supe por qué Dios se llevó a tu abuelo y me
dejó para que viviera sin él.

Gag¡ siempre estaba llena de sorpresas, pero tengo que reconocer que sus palabras me
sorprendieron.

-¿Por qué, Gag¡? -logré preguntar.

Entonces, como si me comunicara el mayor secreto del mundo, se inclinó hacia adelante en su
silla de ruedas y me confió en voz baja.

-Tu abuelo sabía que el secreto de la vida es el amor y lo vivió cada día. Él se había convertido en
un amor incondicional en acción. Conozco el amor incondicional, pero no lo he vivido plenamente.
Por eso él se fue primero y yo tuve que quedarme.

Hizo una pausa, como si considerara lo que estaba a punto de decir.

-Pensé que me castigaban por algo -continuó-, pero anoche supe que me quedé por un regalo de
Dios. Él me permitió quedarme para que también pudiera convertir mi vida en amor -señaló el
cielo con un dedo-. Anoche me mostraron que no se puede aprender la lección allí. El amor tiene
que vivirse en la tierra. Cuando nos vamos, ya es demasiado tarde. Por lo tanto, me dieron el
regalo de la vida para que pueda aprender a vivir el amor aquí y ahora.

Desde ese día, cada visita fue una nueva aventura, pues Gag¡ compartía sus historias relacionadas
con su objetivo. En una ocasión, cuando la visité, golpeó el brazo de su silla de ruedas y dijo con
entusiasmo:

-¡Nunca adivinarás lo que hice esta mañana!

Cuando respondí que no podía adivinar, ella añadió con entusiasmo:

-Esta mañana, tu tío estaba molesto y enfadado conmigo por algo que yo había hecho. ¡Ni siquiera
respingué! Recibí su ira, la envolví con amor y la devolví con alegría -sus ojos brillaron al añadir-:
incluso resultó divertido y su ira desapareció.

A pesar de que el tiempo continuó su curso inexorable, su vida se renovó vigorosamente. Las
visitas continuaron a través de los años, mientras Gag¡ practicaba sus lecciones de amor. Tenía un
propósito por el cual vivir, una razón para continuar durante esos últimos 12 años.

En los últimas días de la vida de Gag¡, la visité con frecuencia en el hospital. Un día, cuando
caminaba hacia su habitación, la enfermera que estaba de guardia me miró a los ojos y dijo:

-Su abuela es una dama muy especial... ella es una luz.

Sí, el propósito iluminó su vida y se convirtió en una luz para los demás, hasta el final.

D. Trinidad Hunt

LOS ÁNGELES NO NECESITAN PIERNAS PARA VOLAR

Hay un mundo de los vivos y un mundo de los muertos, y el puente es el amor...

Thornton Wilder

Durante uno de mis recientes viajes a Varsovia, Polonia, el guía de nuestro grupo de 30
diplomáticos de The Human Awareness Institute, de San Mateo, California, quedó anonadado
cuando le dije que deseábamos visitar a la gente.
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-No más catedrales y museos -sugerí-. ¡Deseamos conocer a la gente!

-Me están tomando el pelo -dijo el guía, cuyo nombre era Roberto-. Con seguridad no son
norteamericanos. Tal vez son canadienses. Norteamericanos no, pues ellos no desean charlar con
la gente. Vemos Dinastía y otros programas norteamericanos en la televisión. Ellos no se interesan
en la gente. Por lo tanto, díganme la verdad. ¿Son canadienses o quizás ingleses?

Es triste decir que él no bromeaba, sino que hablaba muy en serio. ¡Sin embargo, nosotros
también! Después de una larga discusión sobre Dinastía y otros programas y películas que
transmiten por la televisión y luego de reconocer que hay muchos norteamericanos que son así,
pero que hay muchos más que no lo son, pudimos convencer a Robert para que nos llevara a
charlar con la gente.

Nos llevó a una clínica de reposo para ancianas. La mujer de mayor edad tenía más de cien años y,
según dijeron, había sido una princesa rusa. Nos recitó poesía en muchos idiomas. A pesar de que
en ocasiones no era muy coherente, su gracia, su encanto y su belleza eran evidentes y no quería
que nos fuéramos. Sin embargo, tuvimos que irnos. Acompañados por las enfermeras, los médicos,
los asistentes y el administrador del hospital, reímos, estrechamos y abrazamos a casi todas las 85
mujeres de ese hospital. Algunas me llamaban "Poppa" y querían que las abrazara. Lo hice y lloré
mucho al ver la belleza de sus almas en sus cuerpos marchitos.

No obstante, la impresión mayor durante nuestro recorrido la produjo la última paciente que
visitamos. Era la mujer más joven en la clínica. Olga tenía 58 años, y durante los últimos ocho
había permanecido sentada sola en su habitación, negándose a levantarse de la cama. Debido a
que su amado esposo había muerto, ella ya no deseaba vivir. Esta mujer, que alguna vez fue
doctora en medicina, había intentado suicidarse ocho años antes, arrojándose debajo de un tren.
Había perdido las dos piernas.

Al observar a esta mujer mutilada, que había vivido un infierno por causa de su pérdida, sentí
tanta pena y compasión que caí de rodillas y empecé a acariciarle y besarle los muñones de sus
piernas. Era como si una fuerza mucho mayor que la mía me arrastrara. La besaba y la acariciaba
y le hablaba en inglés. Después me enteré que ella en verdad me entendió. Sin embargo, eso no
tuvo importancia porque apenas si recuerdo lo que dije. Fue algo acerca de sentir su dolor y su
pérdida y la animé para que utilizara su experiencia en ayudar a sus pacientes en el futuro con
una compasión y una empatía más grandes que nunca. Le dije que en este momento de gran
transición, su país la necesitaba como nunca antes. Ella debía volver a la vida, de la misma
manera como lo hacía su país, devastado y diezmado.

Le dije que me recordaba a un ángel herido, y que la palabra griega para "ángel", angelos, significa
"mensajero de amor, siervo de Dios". También le recordé que los ángeles no necesitan piernas para
volar. Después de aproximadamente 15 minutos, todos en la habitación empezaron a sollozar.
Cuando levanté la mirada, Olga estaba radiante y pidió una silla de ruedas; enseguida, empezó a
levantarse de la cama por primera vez en ocho años.

Stan Dale

RECIBIMOS LO QUE DAMOS

Cuando trabajaba como animador de un programa de discos en Columbus, Ohio, solía visitar el
Hospital University o el Grant camino a casa. Recorría los pasillos y entraba en las habitaciones de
diferentes personas y les leía la Biblia o charlaba con ellas. Era una manera de olvidar mis
problemas y de agradecer a Dios mi salud. Esto cambiaba las vidas de las personas que visitaba y,
en una ocasión, materialmente me salvó la vida.

Era muy polémico por la radio. Había ofendido a alguien en un editorial que hice sobre un
promotor que llevaría a algunos artistas a la ciudad, quienes no eran los miembros originales de
un grupo particular. ¡La persona que expuse de hecho le puso precio a mi cabeza!

Una noche regresaba a casa alrededor de las dos de la mañana. Acababa de terminar de trabajar
en un centro nocturno donde era maestro de ceremonias. Cuando empecé a abrir la puerta, un
hombre salió de atrás del costado de mi casa.

-¿Es usted Les Brown? -me preguntó. -Así es -respondí.


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-Necesito hablar con usted. Me enviaron para matarlo. -¿A mí? ¿Por qué? -quise saber. -Hay un
promotor que está muy molesto por el dinero que le hizo perder cuando dijo que el grupo que
vendría a la ciudad no era el grupo verdadero.

-¿Va a hacerme algo? -pregunté.

-No -dijo. ¡No quise preguntarle el motivo, porque no deseaba que cambiara de opinión! ¡Me dio
gusto! Él añadió-: Mi madre estuvo en el Hospital Grant y me escribió para contarme que un día la
visitó, se sentó, habló con ella y le leyó la Biblia. Se impresionó mucho porque el animador que no
la conocía la visitó e hizo eso. Me escribió sobre usted cuando yo me encontraba en la
penitenciaría de Ohio. Me impresionó lo que hizo y siempre deseé conocerlo. Cuando escuché en
la calle que alguien deseaba matarlo, acepté el contrato y les dije que lo dejaran en paz.

Les Brown

EL BILLETE DE DOS DÓLARES

Al regresar de un viaje a Washington, D.C., llegué a Anchorage alrededor de las 2:00 a. m., un
lunes por la mañana a mediados de mayo. A las 9:00 a. m. tenía cita para hablar a los estudiantes
de una secundaria local, en un programa diseñado para mantener en la escuela a las adolescentes
embarazadas y a los chicos problema.

La escuela cuenta con mucha seguridad debido a que la mayoría de los jóvenes son alborotadores
que tienen problemas con la ley. Me resultó muy difícil dirigirme a este grupo multicultural y
hablar sobre temas que los motivaran para el futuro. No logré nada hasta que empecé a hablar
sobre lo que hago muy bien, que es ayudar a la gente con dinero.

Saqué un fajo de billetes de $2 y empecé a regalarlos. Los estudiantes comenzaron a acercarse y a


tomarlos. Los chicos se animaron porque era dinero gratis. Lo único que les pedí después que
aceptaron el dinero fue que no lo gastaran en ellos mismos. Les dije que tenían hijos que todavía
no nacían y, tal vez, si había algo en este mundo que pudiera ayudarlos a progresar era el hecho
de saber que alguien se interesaba lo suficiente como para hacer esto.

Algunos de los jóvenes pidieron mi autógrafo y otros no lo hicieron. Sinceramente pienso que
conmoví a algunos. Empecé a cambiar los dólares por un ejemplar del libro que había escrito. Esto
continuó durante cinco o seis minutos y terminé hablándoles sobre mi abuelo, quien me había
motivado para seguir adelante. Les dije que sin importar lo que sucediera, recordaran que ya fuera
un maestro o ellos mismos, alguien allá afuera en verdad se interesaba por ellos y deseaba que
tuvieran éxito.

Este no es el final de la historia. Antes de salir del salón de clases, les dije que me llamaran si
alguna vez tenían problemas o alguna dificultad. No podía prometer que les ayudaría, pero estaba
dispuesto a escuchar y a tratar de hacer lo que fuera. También les comuniqué que si deseaban un
ejemplar de mi libro, llamaran a mi oficina y que con gusto se los enviaría.

Tres días después, recibí por correo un pedazo de papel arrugado. Era de una joven que me había
escuchado hablar.

Querido Floyd:

Muchas gracias por tomarte tiempo para ir a hablar a mi grupo. Gracias por darme ese billete nuevo
de $2. Lo apreciaré por siempre y escribí el nombre de mi hija allí y sólo lo utilizaré para algo que ella
desee o necesite. El motivo por el que te escribo es porque el día que hablaste a nuestra clase, esa
mañana yo había tomado una decisión. Había limpiado mi escritorio, pagado mis deudas a la escuela
e iba a quitarme la vida y la vida de mi hija nonata porque creía que nadie se interesaba en mí.
Cuando contaste esa historia, mis ojos se llenaron de lágrimas, pues alguien me estaba diciendo que
mi vida no debería terminar aún. El hecho es que probablemente todavía esté por aquí durante un
tiempo, porque hay personas como tú que se interesan en gente como yo, a quien ni siquiera conocen.
Gracias por interesarse.

Floyd L. Shilanskí

EL SACRIFICIO ULTIMO
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Linda Birtish de hecho "se regaló". Linda era una excelente maestra que sentía que si tenía
tiempo, le gustaría crear arte y poesía. Sin embargo, cuando tenía 28 años, empezó a padecer
fuertes dolores de cabeza. Los médicos descubrieron que tenía un enorme tumor en el cerebro. Le
dijeron que las probabilidades de sobrevivir a una operación eran del dos por ciento. Por lo tanto,
en lugar de operarla de inmediato, decidieron esperar seis meses.

Ella sabía que tenía gran habilidad artística. Por este motivo, durante los seis meses escribió y
dibujó con fervor. Toda su poesía, excepto una obra, fue publicada en revistas. Todo su arte,
excepto una obra, se exhibió y se vendió en algunas de las principales galerías.

Al final de los seis meses, la operaron. La noche anterior a la operación, decidió regalarse de
hecho. Si moría, escribió un "testamento" en el que donaba todas las partes de su cuerpo a las
personas que las necesitaran más que ella.

Por desgracia, la operación de Linda fue fatal. Posteriormente, sus ojos fueron enviados a un
banco de ojos en Bethesda, Maryland y, de allí, a un paciente en Carolina del Sur. Un joven de 28
años pasó de la oscuridad a la luz. El joven se sentía tan profundamente agradecido que escribió
al banco de ojos para dar las gracias por su existencia. Fue el segundo agradecimiento que había
recibido el banco de ojos ¡después de donar 30 000!

Más aún, dijo que deseaba dar las gracias a los padres del donante. Con seguridad eran unas
personas magníficas, pues habían tenido un hijo que había donado sus ojos. Le dieron el nombre
de la familia Birtish y decidió volar hasta Staten Island para verlos. Llegó sin anunciarse y llamó a
la puerta. Después de escuchar la presentación, la señora Birtish extendió los brazos y lo abrazó.

-Joven, si no tiene donde hospedarse, a mi esposo y a mí nos encantaría que pasara el fin de
semana con nosotros -dijo ella.

Él se quedó y, cuando recorría la habitación de Linda, notó que ella había leído a Platón. Él lo
había leído en el sistema Braille. Ella había leído a Hegel y él también lo había hecho a su manera.

A la mañana siguiente, la señora Birtish lo miró y comentó: -Estoy segura de que lo he visto con
anterioridad, pero no sé dónde.

De pronto recordó; se apresuró a subir las escaleras y sacó el último retrato que había dibujado
Linda. Era el retrato de su hombre ideal.

El retrato era virtualmente idéntico a ese joven que había recibido los ojos de Linda.

La madre leyó el último poema que escribió Linda en su lecho de muerte. Decía así:

Dos corazones pasan en la noche se enamoran pero nunca pueden verse.

Jack Canfield y Mark Victor Hansen


27

2. SOBRE EL HECHO DE SER PADRES

Los niños no lo recordamos por las cosas materiales que les proporciona, sino por los sentimientos
que les haya prodigado.

Richard L. Evans

QUERIDO MUNDO

El director de la escuela de mi hijo Scott me llamó para informarme que tenía algo importante que
deseaba compartir conmigo y me preguntó si podía visitarme. Como sólo faltaban unas semanas
para la graduación de Scott, supuse que la visita del director tendría algo que ver con ese hecho,
aunque pasó por mi mente que el motivo podría ser alguna travesura de adolescentes. Esperé su
llegada y supuse que la noticia era buena.

Resultó muy buena en verdad: Scott sería el graduado que pronunciaría el discurso de despedida.
En honor al logro de mi hijo, el director me pidió que escribiera algo para la ocasión. Le aseguré
que lo haría con gusto. Me sentía muy orgullosa de Scott y de sus logros.

Me senté ante la máquina de escribir y medité sobre los sucesos en la vida de Scott. Comprendí el
verdadero significado de su graduación: él y sus compañeros entrarían en un mundo desconocido.
Ya no estaríamos allí diariamente para guiarlo, aconsejarlo y cuidarlo. Por lo tanto, escribí la
siguiente carta al mundo:

Querido mundo:

Nuestros hijos terminan hoy sus estudios. Todo será extraño para ellos durante un tiempo y deseo
que los trates con amabilidad.

Hasta hoy, ellos han sido los reyes de su hogar y sus padres siempre estuvieron cerca para curar
sus heridas y sanar sus sentimientos. En adelante, las cosas serán diferentes. Empiezan una
nueva aventura que puede incluir la guerra, la tragedia y el pesar. Para abrirse camino,
necesitarán mucha fe, amor, tolerancia y comprensión.

Por lo tanto, mundo, deseo que los cuides. Llévalos de la mano y enséñales lo que necesitan saber;
pero, por favor, mundo, hazlo con amabilidad, si puedes.

Es probable que aprendan que no todas las personas son justas, que no toda la gente es recta y
que no todos son sinceros. Sin embargo, también enséñales que por cada villano hay un héroe,
que por cada político corrupto hay un gran líder dedicado y que por cada enemigo hay un buen
amigo.

Esto tomará tiempo, mundo, pero enséñales que un centavo ganado tiene mucho más valor que
un dólar encontrado. Enséñales a perder con dignidad, para que disfruten mucho más el triunfo.

Aléjalos de la envidia, si puedes, y enséñales el secreto de la risa tranquila. Enséñales a estar en


paz con su Dios. Enséñales a ser fuertes interiormente, para que puedan soportar el dolor del
fracaso y conservar el deseo de intentarlo de nuevo hasta lograr el éxito. Enséñales a ser amables
con la gente atenta y a ser duros con la gente ruda.

Enséñales a seguir su juicio y no a la multitud. Enséñales a escuchar a todas las personas, pero
filtrando todo lo que oyen a través de un cedazo de verdad. Enséñales a reír cuando estén tristes,
pero también enséñales que no es una vergüenza llorar. Enséñales que puede haber gloria en el
fracaso y desesperación en el éxito.

Enséñales a no prestar atención a los cínicos y a desconfiar de la dulzura excesiva. Enséñales a


vender sus mentes y sus músculos al mejor postor, pero que nunca pongan precio a su corazón y
a su alma.

Enséñales, si puedes, a que no se comparen con otros, ya que siempre habrá personas mejores o
peores. Enséñales en cambio a mejorar sus propios logros.

Enséñales que hay un tiempo para jugar, pero que también hay un momento para pasar los dados.
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Trátalos con amabilidad, mundo, pero no los mimes; sólo la prueba de fuego hace el mejor acero.
Enséñales a tener una fe sublime en ellos mismos, pues esto les dará fe en la humanidad.

Esto es pedir demasiado, mundo, pero ve lo que puedes hacer. Nuestros hijos son jóvenes tan
buenos.

Avril Johannes

SI PUDIERA EDUCAR DE NUEVO A MI HIJO

Si pudiera educar de nuevo a mi hijo, pintaría más con los dedos y señalaría menos con el dedo.
Lo corregiría menos y me vincularía más.

Apartaría los ojos del reloj y observaría con mis ojos. Me importaría saber menos e interesarme
más. Pasearía más y volaría más cometas.

Dejaría de jugar serio y jugaría seriamente.

Correría por más campos y observaría más estrellas. Abrazaría más y molestaría menos.

Sería firme con menos frecuencia y afirmaría mucho más. Construiría primero la autoestima y
después la casa. Enseñaría menos sobre el amor al poder y más sobre el poder del amor.

Diane Loomans

RECUERDE, ¡CRIAMOS NIÑOS, NO FLORES!

David, mi vecino, tiene dos niños pequeños de cinco y siete años. Un día, enseñaba a su hijo de
siete años, Kelly, a empujar la podadora de gasolina alrededor del patio. Cuando lo enseñaba cómo
girar la podadora al final del prado, su esposa, Jan, lo llamó para hacerle una pregunta. Mientras
David se volvió para responderla, Kelly empujó la podadora justamente a través del macizo de
flores, al borde del prado, ¡y dejó marcado un sendero de más de medio metro de ancho!

Cuando David se volvió y vio lo que había sucedido, empezó a perder el control, pues había
dedicado mucho tiempo y esfuerzo para lograr que esos macizos de flores fueran la envidia del
vecindario. Cuando empezó a levantar la voz a su hijo, Jan se acercó de inmediato, colocó la mano
en su hombro y le dijo: "David, recuerda por favor..., ¡criamos niños, no flores!"

Jan me hizo recordar cuán importante es que, como padres, recordemos nuestras prioridades. Los
niños y su autoestima son más importantes que cualquier objeto que pudieran romper o destruir.
El cristal de la ventana que rompió una pelota de béisbol, la lámpara que derribó un niño
descuidado o el plato que cayó en la cocina ya están rotos. Las flores ya murieron. Debemos
recordar no aumentar la destrucción quebrantando el espíritu del niño y reprimiendo su energía y
vigor.

Hace unas semanas compraba un saco y Mark Michaels, el dueño de la tienda, y yo hablábamos
sobre la paternidad. Me dijo que cuando él, su esposa y su hija de siete años salieron a cenar, la
niña tiró su vaso con agua. Después que secaron el agua sin ningún comentario recriminatorio de
parte de los padres, la pequeña levantó la mirada y dijo: "En verdad quiero darles las gracias por
no ser como otros padres. La mayoría de los padres de mis amigos habrían gritado y les habrían
dado un sermón para que prestaran más atención. ¡Gracias por no hacer eso!"

En una ocasión, cuando cenaba con unos amigos, sucedió un incidente similar. Su hijo de cinco
años de edad derramó un vaso de leche sobre la mesa. Cuando de inmediato empezaron a
reprenderlo, intencionalmente derribé también mi vaso. Cuando empecé a explicar que todavía
derribaba las cosas a los 48 años de edad, el niño sonrió y los padres captaron el mensaje y se
contuvieron. Es muy fácil olvidar que todos estamos todavía aprendiendo.

Recientemente escuché un relato de Stephen Glenn sobre un famoso investigador científico que
había logrado varios descubrimientos médicos muy importantes. Lo entrevistaba un reportero,
quien le preguntó por qué pensaba que podía ser mucho más creativo que la persona común.
¿Qué lo diferenciaba de los demás?

Respondió que, en su opinión, todo tuvo su origen en una experiencia con su madre, cuando tenía
dos años de edad. Él intentaba sacar una botella de leche del refrigerador, pero la botella resbaló
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de sus manos y cayó, derramando todo el contenido sobre el piso de la cocina. ¡Un verdadero mar
de leche!

Cuando su madre entró en la cocina, en lugar de gritarle, de darle un sermón o de castigarlo, dijo:
"¡Robert, qué cochinero tan maravilloso hiciste! Rara vez he visto un charco tan enorme de leche.
El daño ya está hecho. ¿Quieres sentarte a jugar con la leche durante unos minutos, antes de que
la limpiemos?"

Él jugó en verdad. Después de unos minutos, su madre añadió: "Robert, cuando ensucies de esta
manera, tienes que limpiar y dejar todo como debe estar. Por lo tanto, ¿cómo harás eso?
Podríamos utilizar una esponja, una toalla o un trapeador. ¿Qué prefieres?" Él eligió la esponja y
juntos limpiaron la leche derramada.

Su madre añadió: "Lo que tenemos aquí es un experimento fallido sobre cómo transportar
eficazmente una botella grande de leche con dos manos pequeñas. Salgamos al patio trasero,
llenemos la botella con agua y veamos si podemos descubrir alguna manera para que la
transportes sin dejarla caer". El pequeño aprendió que si sostenía la botella por la parte superior,
cerca de la boca, con las dos manos, podía llevarla sin dejarla caer. ¡Qué lección tan maravillosa!

Este renombrado científico comentó que en ese momento supo que no debía temer a los errores.
En cambio, aprendió que los yerros son sólo oportunidades para aprender algo nuevo, lo que
después de todo son los experimentos científicos. Incluso si el experimento "no da resultado", por
lo general aprendemos algo de valor.

¿No sería maravilloso que todos los padres respondieran de la misma manera como lo hizo la
madre de Robert?

Hace varios años, Paul Harvey contó por la radio esta última historia que ilustra la aplicación de la
mencionada actitud en un contexto adulto. Una mujer joven conducía a casa desde el trabajo
cuando golpeó su guardafangos con la defensa de otro coche. Entre lágrimas, explicó que era un
automóvil nuevo que apenas tenía unos días de haber salido de la sala de exhibición. ¿Cómo le
explicaría a su marido el daño que había sufrido el auto?

El conductor del otro coche se mostró compasivo, pero le explicó que deberían anotar el número
de sus licencias y de sus placas. Cuando la joven mujer buscó en un sobre grande de papel
estraza para sacar los documentos, cayó un pedazo de papel que contenía estas palabras de su
esposo: "En caso de accidente... recuerda, cariño, que es a ti a quien amo, ¡no al coche!"

Recordemos que los espíritus de nuestros hijos son más importantes que las cosas materiales.
Cuando lo comprendemos, la autoestima y el amor florecen y se desarrollan con más belleza que
un macizo de flores.

Jack Canfield

ES SÓLO UN NIÑO PEQUEÑO

Se encuentra de pie en la base del bateador y el corazón le late aceleradamente. Las bases están
llenas la suerte ha sido echada.

Mamá y papá no pueden ayudarlo, se encuentra solo.

Un hit en ese momento enviaría al equipo a home.

La pelota llega a la base, él intenta conectarla y falla.

Se escucha un lamento de la multitud, acompañado por abucheos y algunos silbidos. Una voz
desconsiderada grita: "Ponchen a ese vago

Sus ojos se llenan de lágrimas, el juego ya no resulta divertido. Abre tu corazón y dale un respiro,
porque es en momentos como este cuando puedes volverte un hombre. Por favor, ten esto en
mente cuando escuches que alguien lo olvida.

Él es sólo un niño, no un hombre.

Capellán Bob Fox


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PERO NO FUE ASÍ

El otro día te miré y sonreí

Pensé que me verías, pero no fue así.

Dije "te amo" y esperé tu respuesta.

Pensé que me escucharías, pero no fue.

Así te pedí que salieras a jugar a la pelota conmigo pensé que me seguirías, pero no lo hiciste.

Hice un dibujo sólo para que lo vieras.

Pensé que lo guardarías, pero no fue así.

Construí un fuerte para nosotros en el bosque.

Pensé que acamparías conmigo, pero no lo hiciste.

Encontré algunos gusanos para que pescáramos si podíamos.

Pensé que querrías ir, pero no fue así.

Sólo te necesitaba para charlar, para compartir mis pensamientos.

Pensé que desearías hacerlo, pero no lo hiciste.

Te hablé sobre el partido, con la esperanza de que estuvieras presente.

Pensé que seguramente ¡rías, pero no fue así.

Te pedí que compartieras conmigo mi juventud.

Pensé que desearías hacerlo, pero no lo hiciste.

Mi país me llamó a la guerra, me pediste que regresara sano y salvo pero no fue así.

Stan Gebhardt

GRADUACIÓN, HERENCIA Y OTRAS LECCIONES

"Con gran placer presento a ustedes la clase graduada 1978 de la Universidad de Drake. Estos
estudiantes terminaron con éxito sus estudios universitarios: Michael M. Adams; felicidades,
Michael. Margaret L. Allen; felicidades, Margaret".

¡Era tan testarudo! ¿Cómo fue posible que no sintiera el tormento de mi urgencia de asistir a la
universidad? ¿Cómo pudo tener la idea de que "si va a ser importante, lo lograrás por tu cuenta"?
¡Necio!

"John C. Anderson. Felicidades, John. Betttie J..."

Algún día comprenderá que lo logré sola y sentirá remordimiento por no haber sido una parte de
esto; se arrepentirá y se disculpará por no haberme seguido en forma activa durante mi primero,
segundo, tercero y cuarto año... hasta mi graduación en la universidad.

"...Burres. Felicid..."

¡Lo logré! Lo logré a pesar de la vasta tierra de la ambigüedad y de las cargas burocráticas. ¡La
universidad... la prueba para medir la tolerancia al estrés! Cuatro arduos años y el preciado
diploma fue mío. El pergamino con mi nombre escrito lo confirmaba. ¡Muchas gracias, papá!
Anhelaba que me apoyaras; que te sintieras orgulloso de mí; que pensaras que yo era alguien
especial, en verdad especial. ¿Qué sucedió con todos esos sermones durante mi infancia, sobre
lograr lo que me propusiera? ¿Sobre los principios, las metas, la ética en el trabajo y la disciplina?
¿Dónde estuvieron las palmadas paternales en mi cabeza a lo largo del camino? ¿Qué fue tan
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importante que no pudiste apartarte para acompañarme el día de visita como lo hicieron todos los
demás padres?

Y ahora, no te presentas el día de mi graduación. ¿Cómo es posible que este día no sea de
trascendencia para ti? ¿Cómo es posible que no pudieras arreglar tus asuntos para acompañar a
tu hija en este acontecimiento tan importante de su vida?

"... cidades, Bettie".

Contra toda esperanza, busqué sus ojos entre el mar de miles de rostros en la audiencia. No
estaba en ninguna parte. Naturalmente. Mi entrada en la universidad coincidió con el nacimiento
del sexto hijo de mis padres y con otras rutinas de una familia rural grande. ¿Por qué este día iba
a ser para él algo especial?

"Escala cada montaña. Cruza cada arroyo." La canción que nuestro grupo de graduados eligió
como tema parecía muy apropiada y dolorosa.

"Sigue cada arco iris... hasta que encuentres tu sueño".

Ciento dos graduados pasaron por el escenario ese día. Estaba segura de que cada uno de ellos
tenía dos padres entre la gran audiencia. Después de que cada graduado recibió su diploma,
nuestra clase se puso de pie e inició la prolongada marcha por el pasillo del auditorio, todos listos
para quitarnos las sudadas togas y las insignias, para asistir a las cenas y a las fiestas de
graduación familiares. Me sentía tan sola, triste y enfadada. Le había enviado a papá no una, sino
dos invitaciones para la graduación. No era tanto que deseara que estuviera allí, sino que lo
necesitaba. Necesitaba que atestiguara la terminación de algo muy especial, el resultado de todos
esos sueños, ambiciones y metas que él había infundido en mí. ¿Acaso no sabía lo mucho que
significaba para mí su aprobación? ¿Hablabas en serio, papá, o sólo fueron palabras?

-Papá, ¿vas a ir, no es así?, ¿cuántas veces se gradúa una en la universidad? -le había suplicado.

-Nuestra asistencia dependerá de si estaremos o no en los campos -respondió él-. Si es un buen


día para sembrar, no podemos darnos el lujo de perderlo, pues llegarán las lluvias. Ya perdimos
muchos días esta primavera. El tiempo para sembrar es crítico ahora. Si llueve, trataremos de ir.
Sin embargo, no te hagas muchas ilusiones. Sabes que es un viaje de dos horas.

Sí me hice muchas ilusiones, pues era todo lo que me importaba.

"Escala cada montaña. Cruza cada..." Los padres, los abuelos y los parientes sonreían, se
esforzaban por ver a su nuevo graduado y con cortesía apartaban a los demás del camino para
tomar la fotografía tan apreciada, orgullosos de ser la madre, el padre, el abuelo, el hermano, la
hermana, la tía, el tío del graduado. Sus lágrimas eran de felicidad; las lágrimas que yo intentaba
controlar eran de desilusión absoluta y de rechazo. No era únicamente que me sintiera sola:
estaba sola.

"Sigue cada arco iris..."

Había dado 27 pasos desde el sitio donde estreché la mano del director de la universidad al
aceptar mi diploma, mi boleto al mundo en mi futuro. "Bettie", llamó con urgencia una voz suave,
sacándome de mi sofocado rechazo inventado. El suave sonido de la voz de mi padre se filtró a
través del estrenduoso aplauso de una enorme y ruidosa audiencia. Nunca olvidaré la visión que
tuve ante mí. Allí, en el último asiento de una larga fila reservada para los graduados se
encontraba sentado mi padre. Parecía más pequeño y callado que el hombre osado y altisonante
junto a quien había crecido. Sus ojos estaban rojos y unas lágrimas gigantes rodaban por sus
mejillas, manchando la camisa azul que obviamente era nueva. Tenía la cabeza ligeramente
inclinada y su rostro expresaba muchas palabras. Parecí muy humilde, demasiado lleno de orgullo
paternal. Sólo 1 había visto llorar una que otra vez y, en ese momento, é apenas si podía contener
esas enormes lágrimas silenciosas. Al ver llorar a ese hombre viril y orgulloso, mi padre, s rompió
el dique que había logrado contener.

En un instante, se puso de pie. Controlando mis emociones, hice lo que me pareció adecuado en
ese ferviente y apasionado momento: coloqué mi diploma en su mano.

-Toma, es para ti -dije con voz mezclada con amor, arrogancia, venganza, necesidad,
agradecimiento y orgullo.
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-Esto es para ti -dijo él con voz llena de amabilidad y amor. Metió con rapidez la mano en el
bolsillo de su abrigo y sacó un sobre. Con gesto torpe extendió su enorme mano curtida por la
intemperie y me lo entregó. Con la otra mano, secó el caudal de lágrimas que rodaban por sus
mejillas. Fueron los diez segundos más largos, intensos y emotivos que he vivido.

El desfile continuó. Mi corazón se aceleró al tratar de unir los acontecimientos del día: ¡sus
pensamientos mientras condujo durante dos horas, su tranquilidad o frustración al llegar a la
universidad, abrirse paso entre los graduados y encontrar un asiento diez hileras frente a aquellos
reservados para los padres!

¡Mi papá había ido! Era uno de los días más hermosos que la primavera podía ofrecer, perfecto
para sembrar. ¡Y ese traje nuevo! Recordé que había comprado uno para el funeral del tío Ben.
Una década después, compró otro para la boda de mi hermana. Consideraba frívolo un traje, por
su trabajo; ¡además, al contar con uno ya no tenía excusa para no asistir a donde no deseaba ir!
La compra de un traje exigía en definitiva que fuera una ocasión muy importante. El estaba allí;
papá con su traje nuevo.

"... hasta que encuentres tu sueño".

Miré el sobre que estrujaba entre las manos. Como nunca había recibido una tarjeta ni una nota
de papá anteriormente, en verdad no sabía qué pensar. Mi imaginación se desbocó pensando en
las posibilidades. ¿Sería una tarjeta... con su firma? E. H. Burres sólo firmaba su nombre cuando
se trataba de un trato especial cargado de integridad. Todos sabían que un estrechón de manos de
este hombre era mejor que la firma de cualquier otra persona. Cuando E.H. Burres daba su
palabra, era un trato hecho. Ningún banquero había rechazado a este hombre, que después de
servir dos veces durante la Segunda Guerra Mundial, había empezado su vida con sólo una buena
ética de trabajo, un sentido sólido de carácter y una hermosa y leal mujer a su lado; este hombre
con todos esos hijos y esos sueños audaces de poseer toda esa tierra. Tal vez se trataba
únicamente de una copia extra del programa de graduación. Quizá el intercambio resultó para él
tan confuso como lo fue para mí y sólo me entregó algo, cualquier cosa. ¿Podría ser una invitación
a la reunión del clan Burres, que se celebraría ese día? Temerosa de sentirme desilusionada y
como deseaba saborear todas las posibilidades, decidí abrir el sobre hasta llegar a los vestidores.
Me quité la toga y el birrete sin soltar ese preciado pedazo de papel.

-Miren lo que me regalaron mis padres por la graduación -exclamó Martha, mientras levantaba la
mano y mostraba una brillante sortija de perla para que todos la vieran.

-Mi padre me dio un coche -gritó Todd, desde el otro extremo del salón.

-Debe ser bonito. Yo no recibí nada, como es costumbre -dijo una voz.

-¡Sí, yo tampoco! -gritó otra.

-¿Qué te regalaron tus padres, Bettie? -gritó mi compañera de habitación en la universidad, desde
el otro extremo.

No me pareció apropiado responder: "Otra lección increíble, demasiado preciosa para compartirla,
de parte de uno de los hombres más admirables del mundo", por lo que me volví y fingí no haber
escuchado. Doblé con cuidado mi toga y la guardé en una bolsa, donde todavía se encuentra hasta
hoy en día: un símbolo que tuvo vida debido a las palabras y las acciones de mi padre.

Mis ojos e humedecieron al recordar las lágrimas de mi padre. Él había sido, después de todo. Yo
era importante para él. ¡Era eso o mamá había ganado la pelea! Abrí con lentitud y cuidado el
sobre, no deseaba rasgar ese precioso recuerdo de mi padre:

Querida Bettie:

Sé que recuerdas que cuando yo era niño, mi familia perdió la granja familiar. Mi madre crió casi sola
a seis hijos. Fue un tiempo difícil para todos. El día que nos quitaron la granja, juré que algún día
poseería tierra y que todos mis hijos tendrían un legado en esa tierra. Siempre estarían seguros. Sin
importar en qué parte de mundo vivieran ni cuál fuera su destino, siempre habría un hogar Burres al
cual regresar. Mis hijos siempre tendrían una casa. La carta adjunta es tu título de propiedad de la
tierra de la granja. Los impuestos ya están pagados por siempre. Es tuya.
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Cuando te vi partir hacia la universidad, no puedes imaginar el orgullo que sentí, y tenía mucha
esperanza de que algún día terminaras tus estudios. No puedes saber lo impotente que me sentí al no
poder estirar el dinero familiar para incluir tu universidad. En ese tiempo, no supe cómo expresar eso
sin destruir tu fe en mí. Sin embargo, no fue porque no valorara lo que hacías ni por falta de
reconocimiento de tu gran esfuerzo para convertir tu sueño en realidad. Aunque no te he seguido tan
de cerca como hubieras deseado, debes saber que nunca estuviste fuera de mis pensamientos.
Siempre te miré, aunque fuera desde lejos. Tal vez pensaste que no me importaban tus esfuerzos
para lograrlo sola, mas no fue así. Yo enfrentaba mis propias luchas al tener una familia que crecía y
volvía realidad un sueño que me negué a dejar escapar, porque era demasiado importante para mí,
era mi legado para mis hijos.

Siempre oré por ti. Debes saber, querida hija, que tu fuerza y tu habilidad para salir adelante, cuando
todo parecía en tu contra, fue con frecuencia lo que mantuvo vivos mis propios sueños y renovó mi
fuerza para continuar adelante con mis propios esfuerzos y tribulaciones, haciendo que valieran la
pena. Fuiste tú quien fue mi héroe, un modelo de fuerza, valor y audacia.

Hubo ocasiones cuando estuviste en casa durante las vacaciones, que mientras recorríamos la granja
y charlábamos sobre muchas cosas, deseé decírtelo para que no perdieras lafe en mí. Necesitaba que
creyeras en mí. Sin embargo, al observar la energía sin límites de tu juventud, la arrogancia y el
orgullo, y al escuchar tu determinación para cumplir tu misión, supe que estarías bien. Sabía que no
sólo podías lograrlo, sino que lo lograrías. Por lo tanto, hoy ambos tenemos un pedazo de papel que
simboliza la realización de los sueños, hechos realidad porque aplicamos el trabajo arduo a objetivos
nobles. Bettie, hoy me siento muy orgulloso de ti.

Nota de la autora: (¡Su firma actual!)

Betty B. Youngs

MI PADRE CUANDO YO TENÍA...

4 años: Mi papá puede hacer cualquier cosa.

5 años: Mi papá sabe mucho.

6 años: Mi papá es más inteligente que el tuyo.

8 años: Mi papá no sabe todo con exactitud.

10 años: En los viejos tiempos, cuando mi papá era chico, con seguridad las cosas eran diferentes.

12 años: Naturalmente, papá no sabe nada sobre eso. Es demasiado viejo para recordar su niñez.

14 años: No prestes atención a mi padre. ¡Es demasiado anticuado!

21 años: ¿Él? Es irremediablemente anticuado.

25 años: Papá sabe un poco sobre eso, pero es natural, porque ha vivido mucho tiempo.

30 años: Tal vez deberíamos preguntarle a papá lo que opina. Después de todo, tiene mucha
experiencia.

35 años: No haré nada hasta haber hablado con papá.

40 años: Me pregunto qué hubiera hecho papá en este caso. Era tan sensato y tenía muchísima
experiencia.

50 años: Daría cualquier cosa por que papá estuviera ahora aquí, para poder discutir esto con él.
Es una lástima que no haya apreciado lo inteligente que era. Pude haber aprendido mucho de él.

Ann Landers

EL ESPÍRITU DE SANTA NO USA UN TRAJE ROJO

Me repantigué en el asiento del pasajero de nuestro viejo Pontiac, porque era la manera de hacerlo
cuando uno cursa el cuarto grado. Mi papá conducía hacia el centro de la ciudad, para hacer
algunas compras, y yo lo acompañaba para dar un paseo. Al menos, eso es lo que le había dicho,
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porque en realidad tenía que hacerle una pregunta importante que había estado en mi mente
durante un par de semanas y era la primera vez que había logrado estar con él sin que fuera
demasiado obvio.

-Papá... -empecé a decir y callé. ¿Sí? -preguntó él.

-Unos niños en la escuela dicen que algo que yo sé no es verdad -sentí cómo temblaba mi labio
inferior, debido al esfuerzo al tratar de controlar las lágrimas, que sentía amenazaban con brotar
desde el extremo interior de mi ojo derecho, que era siempre el que quería llorar primero.

-¿Qué es, Pumkin? -sabía que estaba de buen humor cuando utilizaba ese nombre cariñoso.

-Los chicos dicen que no existe Santa Claus -se me escapó una lágrima-. Dicen que soy tonta
porque creo todavía en Santa Claus... que eso sólo es para los niños pequeños -una lágrima
apareció en mi ojo izquierdo-. Sin embargo, yo creo lo que tú me dijiste, que Santa es real. ¿No es
así, papá?

En ese momento recorríamos Newell Avenue, que en aquellos días era una calle de dos carriles
bordeada con robles. Al escuchar mi pregunta, papá observó mi rostro y la posición de mi cuerpo.
Se dirigió hacia la orilla de la calle y detuvo el coche. Apagó el motor y se acercó más a mí, a su
pequeña niña acurrucada en el rincón.

-Los niños de la escuela están en un error, Patty. Santa Claus es real.

-¡Lo sabía! -dejé escapar un suspiro de alivio.

-Sin embargo, hay algo más que necesito decirte sobre Santa. Creo que tienes la edad suficiente
para comprender lo que voy a compartir contigo. ¿Estás lista? -los ojos de mi papá brillaron con
afecto y su rostro tenía una expresión cordial. Sabía que me diría algo importante y estaba
preparada, porque confiaba totalmente en él. Papá nunca me mentiría.

-Hace mucho tiempo había un hombre real que viajaba por el mundo y regalaba presentes a los
niños que los merecían, en todos los sitios que visitaba. Lo encontrarás en muchas tierras con
nombres diferentes, pero lo que tenía en el corazón era lo mismo en todos los idiomas. En los
Estados Unidos lo llamamos Santa Claus. Él es el espíritu del amor incondicional y del deseo de
compartir ese amor regalando con el corazón. Cuando llegas a cierta edad, comprendes que el
verdadero Santa Claus no es el señor que baja por la chimenea en la Nochebuena. La vida y el
espíritu reales de este duende mágico viven por siempre en tu corazón, en el mío, en el de mamá y
en los corazones y en las mentes de todas las personas que creen en la alegría que proporciona el
dar a los demás. El verdadero espíritu de Santa es lo que puedes dar y no lo que recibes. Una vez
que comprendes esto y se convierte en parte de ti, la Navidad es más emocionante y mágica,
porque comprendes que la magia proviene de ti, cuando Santa vive en tu corazón. ¿Comprendes lo
que trato de decirte?

Observaba con toda la concentración posible un árbol que estaba frente a nosotros. Temía mirar a
papá, la persona que durante toda mi vida me había dicho que Santa era un ser real. Deseaba
creer, como había creído el año anterior, que Santa era un duende grande y gordo con traje rojo.
No deseaba tragarme esa píldora de los adultos y ver las cosas de diferente manera.

-Patty, mírame -pidió mi papá y esperó. Volví la cabeza y lo miré.

Papá tenía también lágrimas en los ojos, eran lágrimas de alegría. Su rostro brilló con la luz de mil
galaxias y vi en sus ojos los ojos de Santa Claus, del verdadero Santa Claus, del que dedicaba
tiempo a elegir las cosas especiales que yo había deseado para todas las Navidades pasadas, desde
que llegué a vivir en este planeta. El Santa que comía mis galletas decoradas cuidadosamente y
que bebía la leche tibia. El Santa que probablemente se comió la zanahoria que dejé para Rodolfo.
El Santa que, a pesar de carecer de habilidad mecánica, armaba bicicletas, carritos y otros
juguetes durante las madrugadas de los días de Navidad.

Comprendí, capté la alegría, el hecho de compartir, el amor. Mi papá me atrajo y me abrazó con
afecto, durante lo que me pareció una eternidad. Ambos lloramos.

-Ahora perteneces a un grupo especial de personas -continuó papá-. Compartirás la alegría de la


Navidad de ahora en adelante, cada día del año, no sólo un día especial. Desde ahora, Santa vive
en tu corazón, como vive en el mío. Es tu responsabilidad satisfacer el espíritu de dar, como tu
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parte del Santa que vive en tu interior. Esto es algo de lo más importante que puede sucederte
durante toda tu vida, porque ahora sabes que Santa Claus no puede existir sin personas como tú
y como yo que lo mantengan vivo. ¿Crees poder lograrlo?

Mi corazón se hinchó de orgullo y estoy segura de que mis ojos brillaron con entusiasmo.

-Por supuesto, papá. Deseo que esté en mi corazón, como está en el tuyo. Te amo, papá. Eres el
mejor Santa que ha habido en todo el mundo.

Cuando llegue el momento en mi vida de explicar la realidad de Santa Claus a mis hijos, oro al
espíritu de la Navidad para que sea tan elocuente y amorosa como lo fue mi papá el día que
aprendí que el espíritu de Santa Claus no usa un traje rojo. Espero que ellos sean tan receptivos
como lo fui yo ese día. Confío totalmente en ellos y pienso que así serán.

Patty Hansen

LA DAMITA QUE CAMBIÓ MI VIDA

Ella tenía cuatro años de edad cuando la conocí. Llevaba un tazón de sopa. Su cabello era muy,
muy delgado y dorado y lucía un pequeño chal de color de rosa sobre los hombros. Yo tenía 29
años entonces y estaba enfermo de gripe. No comprendí en ese momento que esa damita
cambiaría mi vida.

Su mamá y yo habíamos sido amigos durante muchos años. Finalmente, esa amistad se convirtió
en interés y del interés pasó al amor y al matrimonio; este último nos reunió a los tres como a una
familia. Al principio, me sentía torpe, porque en el fondo de mi mente pensaba que me pondrían la
temida etiqueta de "padrastro". Los padrastros, en el sentido mítico y en el real, eran considerados
ogros y un impedimento emocional para la relación especial entre el niño y el padre biológico.

Al principio me esforcé mucho por lograr que fuera natural la transición de la soltería a la
paternidad. Un año y medio antes de que nos casáramos, alquilé un departamento a unas
manzanas de su casa. Cuando fue evidente que nos casaríamos, intenté dedicar tiempo para
permitir que el cambio de la amistad a la figura paterna fuera apacible. Traté de no interponerme
entre mi futura hija y su padre natural. Sin embargo, anhelaba ser algo especial en su vida.

Con el transcurso de los años, mi aprecio hacia ella creció. Su honestidad, su sinceridad y su
franqueza tenían una madurez más allá de su edad. Sabía que dentro de esa niña vivía un adulto
muy generoso y compasivo. Sin embargo, vivía con el temor de que algún día, cuando yo tuviera
que intervenir e imponer la disciplina, me echara en cara que no era su "verdadero" padre. ¿Si no
era su verdadero padre, por qué tenía que escucharme? Controlé mis acciones y probablemente
fui más indulgente de lo que deseaba ser. Actué de esa manera para agradarle, y durante todo el
tiempo viví un papel que sentí tenía que vivir, pensando que no era lo suficientemente bueno o
valioso en mis propios términos.

Durante los turbulentos años de la adolescencia, nos apartamos emocionalmente. Parecía que
había perdido el control o, al menos, la ilusión paternal de control. Ella buscaba su identidad al
igual que yo. Cada vez me resultó más difícil comunicarme con ella. Experimenté una sensación
de pérdida y tristeza porque me apartaba de la sensación de unidad que con tanta facilidad
compartimos al principio.

Debido a que ella asistía a una escuela parroquias, hubo un retiro anual para todos los
estudiantes del último año. Era obvio que los estudiantes pensaron que ir de retiro era como una
semana en el Club Med. Abordaron el autobús con sus guitarras y su equipo de racquetbali. No
comprendieron que sería un encuentro emocional que podría dejar una impresión perdurable en
ellos. Como padres de los participantes, nos pidieron que escribiéramos individualmente una carta
a nuestros hijos, que fuéramos francos y honestos y que sólo habláramos de lo positivo en nuestra
relación. Escribí una carta sobre la pequeña con cabello dorado que me había llevado un tazón de
sopa cuando necesité atención. Durante el curso de la semana, los estudiantes ahondaron más en
sus verdaderos seres. Tuvieron la oportunidad de leer las cartas que los padres les habíamos
preparado.

Los padres nos reunimos también una noche durante esa semana, para meditar y enviar buenos
pensamientos a nuestros hijos. Mientras estuvo ausente, noté que de mí brotaba algo que sabía
había estado allí todo el tiempo, pero que no había enfrentado: para que me apreciara plenamente,
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tenía que ser simplemente yo. No tenía que actuar como nadie más. No sería pasado por alto si era
franco conmigo mismo. Sólo tenía que ser lo mejor que pudiera ser. Tal vez esto no pareciera
demasiado para otras personas, pero fue una de las revelaciones más grandes de mi vida.

Llegó la noche cuando regresarían a casa después de su experiencia durante el retiro. A los padres
y a los amigos que fueron a recogerlos les pidieron que llegaran temprano y los invitaron a pasar a
un salón grande con iluminación tenue. Sólo brillaban las luces que se encontraban en el frente
del salón.

Los estudiantes entraron alegres, con los rostros sucios, como si acabaran de regresar de un
campamento de verano. Tomados de los brazos, cantaron una canción que eligieron como el tema
para la semana. Por medio de sus rostros sucios irradiaban una nueva sensación de pertenencia,
de amor y de confianza en sí mismos.

Cuando encendieron todas las luces, los chicos comprendieron que sus padres y sus amigos, que
habían llegado a recogerlos y a compartir su alegría, también se encontraban en el salón. A los
estudiantes les permitieron hacer algunos comentarios sobre sus percepciones de la semana
anterior. Al principio, se pusieron de pie sin mucho entusiasmo y expresaron lo siguiente: "Hizo
frío" y "una semana imponente", pero después de un momento se podía notar una vitalidad real en
sus ojos. Empezaron a hacer revelaciones que acentuaban la importancia de este rito de pasaje.
Pronto se esforzaron por tener el micrófono. Noté que mi hija estaba ansiosa por decir algo y yo me
sentía igualmente ansioso por escuchar lo que tenía que decir.

Noté que mi hija se acercaba al micrófono con determinación. Al fin llegó al frente de la fila. Dijo
algo como esto: "Me divertí mucho y aprendí también mucho sobre mí". Continuó: "Deseo decir
que hay personas y cosas que en ocasiones damos por seguras y que no debería ser así, y lo que
quiero decir es... te amo, Tony".

En ese momento sentí las rodillas débiles. No esperaba ni anticipaba que ella dijera algo tan
sincero. De inmediato, las personas que se encontraban a mi alrededor empezaron a abrazarme y
a darme palmadas en la espalda como si también comprendieran la profundidad de ese
extraordinario comentario. Para que una joven adolescente dijera frente a una sala repleta de
gente, "Te amo", era necesario tener mucho valor. Si había algo superior a sentirse abrumado yo lo
experimenté.

Desde entonces, la magnitud de nuestra relación ha aumentado. Comprendí y valoré que no


necesitaba sentir temor por ser padrastro. Sólo tenía que preocuparme por ser la persona real que
puede intercambiar el amor sincero con la misma pequeña que conocí muchos años antes, quien
me llevó un tazón lleno de lo que resultó ser bondad.

Tony Luna

FILA DÉCIMA, AL CENTRO

Un hombre se acercó y se presentó conmigo después de uno de mis seminarios en Detroit,


Michigan.

-Señor Rohn, esta noche me convenció -me dijo él-. He decidido cambiar toda mi vida.

-¡Fabuloso! -exclamé.

-Algún día tendrá noticias mías. -No lo dudo -respondí.

Unos meses después regresé a Detroit para dar otra conferencia y el mismo hombre se acercó a
mí.

-Señor Rohn, ¿me recuerda? -preguntó.

-Sí. Es la persona que dijo que iba a cambiar su vida -le dije.

-Ese soy yo -aseguró-. Tengo que contarle una historia. Después del último seminario, medité
sobre algunas formas para empezar a cambiar mi vida y decidí empezar con mi familia. Tengo dos
hijas encantadoras, las mejores chicas que cualquiera podría desear. Nunca me dan problemas.
Sin embargo, yo siempre les dificulto las cosas, en especial como adolescentes. Algo que les
encanta hacer es asistir a los conciertos de rock and roll para ver a sus artistas favoritos. Siempre
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les causaba problemas en relación con este asunto. Me pedían permiso para ir y siempre les decía:
"No, la música es demasiado fuerte, arruinarán sus oídos y esa no es la gente adecuada para que
estén allí".

-Ellas suplicaban: "Por favor, papá, queremos ir. No te damos problemas. Somos buenas chicas.
Por favor, déjanos ir".

-Después de que suplicaban bastante, de mala gana les daba el dinero y decía: "Muy bien, si tanto
desean ir". Fue entonces cuando decidí hacer algunos cambios en mi vida.

Esto es lo que hice. No hace mucho tiempo, vi el anuncio de que uno de sus artistas favoritos
llegaría a la ciudad. ¿Sabe lo que hice? Me dirigí a la sala de conciertos y yo mismo compré los
boletos. Más tarde ese día, cuando vi a mis hijas, les entregué el sobre y les dije: "Hijas mías, tal
vez no crean esto, pero en el interior de este sobre se encuentran sus boletos para el concierto que
habrá en la ciudad". No podían creerlo. Les dije algo más: "Sus días de suplicar terminaron". Mis
hijas no podían creerlo. Finalmente, les hice prometer que no abrirían el sobre hasta que llegaran
a la sala de conciertos y estuvieron de acuerdo. Llegó el día señalado. Cuando las chicas llegaron,
abrieron el sobre y entregaron los boletos al acomodador, quien les dijo "Síganme". Mientras las
guiaba hacia el frente, mis hijas dijeron: "Espere un minuto. Algo debe de estar mal". El
acomodador miró los boletos y respondió: "No hay ningún error. Síganme". Finalmente, llegaron al
centro de la décima fila. Las chicas estaban sorprendidas. Yo me fui a la cama un poco tarde esa
noche y alrededor de las 12, mis hijas entraron animadas por la puerta principal. Una de ellas se
sentó sobre mis piernas y la otra me abrazó por el cuello. Ambas dijeron: ¡Papá, eres uno de los
mejores padres del mundo!"

Un gran ejemplo de cómo es posible, con sólo un cambio de actitud y un poco de meditación, vivir
la buena vida.

Jim Rohn

LAS CARTAS ANUALES

Poco después de que mi hija Juli-Ann nació, inicié una amorosa tradición, que sé que otras
personas (con quienes posteriormente compartí este plan especial) también han empezado. Les
comunico la idea aquí para abrir su corazón con el afecto de mi historia y para asentarlos a que
inicien esta tradición en su propia familia.

Cada año, en su cumpleaños, escribo una Carta Anual a mi hija. La lleno con anécdotas graciosas
que le sucedieron ese año, con penas o alegrías, con asuntos importantes en mi vida o en la de
ella, con acontecimientos mundiales, con mis predicciones para el futuro, con pensamientos
varios, etcétera. Adjunto a la carta fotografías, regalos, boletas de calificaciones y muchos otros
recuerdos que con seguridad hubieran desaparecido con el paso de los años.

Conservo un expediente en el cajón de mi escritorio, en el cual, durante todo el año, coloco


aquello que deseo incluir en el sobre que llevará su siguiente Carta Anual. Cada semana, hago
anotaciones de lo que pienso sobre lo sucedido en la semana que deseo recordar más adelante en
el año, para escribir su Carta Anual. Cuando se aproxima su cumpleaños, saco ese expediente y lo
encuentro rebosante de ideas, pensamientos, poemas, tarjetas, tesoros, anécdotas, incidentes y
recuerdos de todo tipo, muchos de los cuales ya había olvidado y que entonces transcribo
afanosamente en la Carta Anual de ese año.

Una vez que la carta está escrita y todos los tesoros guardados en el sobre, lo sello. Entonces se
convierte en la Carta Anual de ese año. En el sobre siempre escribo: "Carta Anual para Juli-Ann,
de su papá, en su cumpleaños para que la abra cuando cumpla 21 años".

Es una cápsula de tiempo de amor de cada año de su vida, para ella cuando sea una persona
adulta. Es un regalo de recuerdos amorosos de una generación a la siguiente. Es un registro
permanente de su vida, escrito cuando ella lo vivía.

Nuestra tradición es que le muestro el sobre sellado, con la indicación escrita de que podrá leerlo
cuando tenga 21 años. Enseguida, la llevo al banco, abro la caja de seguridad y con ternura coloco
la Carta Anual de ese año sobre la pila creciente de sus predecesoras. En ocasiones, ella saca
todos los sobres para mirarlos y sentirlos. A veces me pregunta acerca de su contenido y siempre
me niego a informarle lo que hay en su interior.
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En años recientes, Juli-Ann me ha entregado algunos tesoros especiales de su niñez, para los que
ya es demasiado grande, pero que no desea perderlos. Me pide que los incluya en su Carta Anual,
para conservarlos siempre.

Esa tradición de escribir sus Cartas Anuales es en la actualidad una de mis obligaciones más
sagradas como papá. A medida que Juli-Ann crece, puedo ver que esto es también una parte
especial de su vida que madura.

Un día, charlábamos con unos amigos sobre lo que haríamos en el futuro. No recuerdo con
exactitud las palabras pronunciadas, pero fue algo como esto: en broma le dije a Juli-Ann que
cuando cumpliera 61 años estaría jugando con sus nietos. Caprichosamente inventé que cuando
cumpliera 31 años llevaría a sus propios hijos a practicar el hockey. Aficionándome a este
divertido juego y alentado porque evidentemente Juli-Ann disfrutaba mis fantasías, continué.
"Cuando cumplas 21 años, te graduarás en la universidad". "No", interrumpió ella, "¡estaré
demasiado ocupada leyendo!"

Uno de mis deseos más profundos es estar vivo y presente para disfrutar ese momento maravilloso
en el futuro, cuando ella abra las cápsulas de tiempo y las montañas de amor acumuladas broten
del pasado hacia la vida adulta de mi hija.

Raymond L. Aaron

LA CAMISA AMARILLA HOLGADA

La camisa amarilla holgada tenía mangas largas, cuatro bolsillos extragrandes cosidos con hilo
negro y broches de presión al frente. No era muy atractiva, pero sí útil, sin lugar a duda. La
encontré en diciembre de 1963, durante mi primer año en la universidad, cuando estuve en casa
durante las vacaciones de Navidad.

Parte de la diversión de pasar las vacaciones en casa era la oportunidad de revisar la multitud de
artículos de mamá destinados para los menos afortunados. Con regularidad buscaba en la casa
prendas de vestir, ropa de cama y artículos domésticos para regalarlos y la colección la guardaba
siempre en bolsas de papel, que colocaba en el piso del armario del vestíbulo principal.

Un día, al revisar la colección de mamá, encontré esta camisa amarilla de gran tamaño, un poco
desteñida debido a los años de uso, pero todavía en buen estado.

-¡Justamente lo que puedo usar sobre mi ropa durante la clase de arte! -dije para mí.

-¿Acaso vas a usar esa ropa vieja? -preguntó mamá, cuando me vio guardarla-. ¡La usé cuando
estaba encinta de tu hermano en 1954!

-Es perfecta para la clase de arte, mamá. ¡Gracias! -y la guardé en mi maleta, antes que ella
pudiera objetar.

La camisa amarilla se convirtió en una parte de mi guardarropa universitario. La amaba. Durante


toda mi estancia en la universidad, permaneció conmigo y siempre resultaba cómodo ponérmela
sobre mi ropa durante los proyectos en los que iba a ensuciarme. Las costuras que quedaban bajo
el brazo tuvieron que ser reforzadas antes de que me graduara, pero esa vieja prenda todavía podía
usarse durante mucho tiempo.

Después de la graduación, viví en Denver y usé la camisa el día que me mudé a mi apartamento.
Después la usé los sábados por la mañana, para hacer la limpieza. Esos cuatro bolsillos grandes al
frente, dos sobre los senos y dos al nivel de la cadera, eran un sitio perfecto para transportar los
sacudidores, la cera y el pulidor.

Al año siguiente me casé. Cuando estuve embarazada encontré la camisa amarilla guardada en un
cajón y la usé durante esos días que tuve un vientre grande. Aunque extrañé no poder compartir
mi primer embarazo con mamá, papá y el resto de la familia, puesto que estábamos en Colorado y
ellos vivían en Illinois, esa camisa me ayudó a recordar su afecto y su protección. Sonreía y
abrazaba la camisa cuando recordaba que mamá la había usado cuando estaba encinta.

En 1969, después de que nació mi hija, la camisa tenía al menos 15 años. Esa Navidad, parché un
codo, la lavé y la planché, la envolví en papel para regalo y se la envié a mamá. Sonriendo, metí
una nota en uno de los bolsillos, la cual decía: "Espero que te quede. ¡Estoy segura de que se verá
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muy bien en ti!" Cuando mamá escribió para darme las gracias por sus regalos "de verdad", dijo
que la camisa amarilla era encantadora. No volvió a mencionarla.

Al año siguiente, mi esposo, mi hija y yo nos mudamos de Denver a St. Louis y visitamos la casa
de mamá y de papá en Rock Falls, Illinois, para recoger algunos muebles. Días después, cuando
desempacamos la mesa de la cocina, noté que algo amarillo estaba pegado con cinta en la parte
inferior. ¡La camisa! Así se estableció la rutina.

Durante nuestra siguiente visita a casa, en secreto coloqué la camisa entre el colchón y la base de
la cama de mamá y papá. No sé cuánto tiempo tardó en encontrarla, pero transcurrieron casi dos
años, antes de tenerla de nuevo conmigo.

Para entonces nuestra familia había crecido.

En esta ocasión, mamá se desquitó conmigo. La colocó debajo de la base de nuestra lámpara de la
sala, pues sabía que como era madre de tres pequeños, la limpieza de la casa y mover las lámparas
no eran actividades cotidianas.

Cuando finalmente tuve la camisa, la usé con frecuencia para restaurar los muebles que compré
en algunas ventas de garaje. Las manchas de color nogal en la camisa simplemente añadieron más
carácter a toda su historia.

Por desgracia, nuestras vidas también estaban llenas de manchas.

Mi matrimonio había fracasado casi desde el principio. Después de varios intentos con consejeros
matrimoniales, mi esposo y yo nos divorciamos en 1975. Los tres niños y yo nos dispusimos a
regresar a Illinois, para estar más cerca del apoyo emocional de la familia y los amigos.

Mientras empacaba, sentí una gran depresión. Me pregunté si podría lograrlo sola y criar a tres
niños pequeños. Me pregunté si encontraría un empleo. A pesar de que no había leído la Biblia
con demasiada frecuencia desde mis días en la escuela católica, la hojeé en busca de consuelo. En
Efesios leí: "Utiliza cada parte de la armadura de Dios para resistir al enemigo siempre que ataque
y cuando todo haya terminado, estarás de pie".

Intenté imaginarme usando la armadura de Dios, pero lo único que vi puesto en mí fue la camisa
amarilla manchada. ¡Por supuesto! ¿Acaso el amor de mi madre no era una parte de la armadura
de Dios? Sonreí y recordé la diversión y los sentimientos de afecto que la camisa amarilla había
llevado a mi vida con el transcurso de los años. Renové mi valor y de alguna manera, el futuro no
me pareció tan alarmante.

Cuando desempaqué en nuestra nueva casa y me sentí mucho mejor, supe que tenía que devolver
la camisa a mamá. La siguiente vez que la visité, con cuidado la guardé en el último cajón de su
cómoda, pues sabía que la temporada para usar suéter estaba a meses de distancia.

Mientras tanto, mi vida se desarrolló espléndidamente. Encontré un buen trabajo en una estación
de radio y los niños estaban felices en su nuevo ambiente.

Un año después, cuando lavaba las ventanas, encontré la camisa amarilla arrugada oculta en una
bolsa para trapos en mi armario de limpieza. Le habían añadido algo nuevo. Sobre la parte
superior del bolsillo del seno estaban recién bordadas en color verde brillante las palabras: "l
BELONG TO PAT” (PERTENEZCO A PAT). Para no quedarme atrás, saqué mis materiales para
bordar y añadí un apóstrofo y siete letras más. La camisa decía con orgullo: "I BELONG TO PAT'S
MOTHER" (PERTENEZCO A LA MAMÁ DE PAT).

Una vez más, cosí en zigzag todas las costuras desgastadas. Enseguida, pedí ayuda a un querido
amigo, Harold, para que me ayudara a devolvérsela a mamá. Él hizo los arreglos para que un
amigo enviara por correo la camisa a mamá desde Arlington, Virginia. Anexamos una carta que
anunciaba que ella era ganadora de un premio por sus buenas obras. La carta premio, en papel
con apariencia oficial, impreso en la escuela secundaria donde Harold era subdirector, era de "The
Institute for the Destitute" (Instituto para los Indigentes).

Ése fue mi mejor momento. Hubiera dado cualquier cosa por ver la cara de mamá cuando abrió la
caja del "premio" y vio en su interior la camisa. Por supuesto, ella nunca lo mencionó.
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El domingo de Pascua del año siguiente, mamá logró dar un golpe de gracia. Entró en nuestra casa
con porte real y llevaba puesta la vieja camisa sobre su ropa de Pascua, como si fuera una parte
integral de su guardarropa.

Estoy segura de que abrí la boca, mas no dije nada. Durante la comida de Pascua, una gran
carcajada ahogaba mi garganta. Sin embargo, estaba decidida a no romper el hechizo que la
camisa había llevado a nuestras vidas. Estaba segura de que mamá se quitaría la camisa y trataría
de ocultarla en mi casa, pero cuando ella y papá se fueron, salió por la puerta llevando puesta,
"PERTENEZCO A LA MAMÁ DE PAT", como si fuera un escudo de armas.

Un año después, en junio de 1978, Harold y yo nos casamos. El día de nuestra boda, ocultamos
nuestro auto en la cochera de un amigo, para evitar las bromas acostumbradas. Después de la
boda, mientras mi marido conducía hacia nuestra suite de la luna de miel, en Wisconsin, busqué
una almohada en el coche, para poder apoyar la cabeza. Sentí la almohada llena de bultos. Abrí el
cierre de la funda y descubrí un regalo, envuelto en papel de boda.

Pensé que podría ser un regalo sorpresa de Harold, pero él parecía tan sorprendido como yo. En el
interior de la caja estaba la camisa amarilla, recién planchada.

Mamá sabía que yo necesitaba la camisa para recordar que el sentido del humor, sazonado con
amor, es uno de los ingredientes más importantes en un matrimonio feliz. En un bolsillo estaba
una nota: "Lee Juan 14:27-29. Los amo. Mamá".

Esa noche hojeé la Biblia que encontré en la habitación del hotel y leí los versículos: "La paz os
dejo, mi paz os doy; yo no os la doy como el mundo la da. No se turbe vuestro corazón, ni tenga
miedo. Habéis oído que yo os he dicho: Voy, y vengo a vosotros. Si me amarais, os habríais
regocijado, porque he dicho que voy al Padre; porque el Padre mayor es que yo. Y ahora os lo he
dicho antes que suceda; para que cuando suceda, creáis".

La camisa fue el último regalo de mamá.

Durante tres meses antes de mi boda, ella sabía que tenía una enfermedad terminal, esclerosis
amiotrópica lateral (la enfermedad de Lou Gehrig). Mamá murió 13 meses después, a la edad de 57
años. Debo reconocer que me sentí tentada a enviar la camisa amarilla junto con ella a su tumba.
Sin embargo, me da gusto no haberío hecho, porque es un recordatorio vivo del juego lleno de
amor que ella y yo jugamos durante 16 años.

Además, mi hija mayor asiste a la universidad en la actualidad, estudia arte... ¡y todo estudiante
de arte necesita una camisa amarilla holgada, con bolsillos grandes, para la clase de arte!

Patricia Lorenz

EL REGALO

"Abuelo, ven, por favor", dije, sabiendo que no vendría. Bajo la pálida luz que se filtraba a través de
la polvosa ventana de la cocina, él estaba sentado muy rígido en la silla acojinada de vinil. Tenía
los gruesos brazos apoyados sobre la mesa de formica y la mirada fija en la pared. Era un italiano
ceñudo y brusco, con una gran memoria para las heridas pasadas, reales e imaginadas. Cuando se
sentía malhumorado, respondía con un gruñido. Me respondió con uno que significaba no.

-Vamos, abuelo -suplicó mi hermana de seis años de edad, Carrie-. Quiero que vengas -veintiún
años más joven que yo, había sido una adición sorprendentemente tardía a nuestra familia-. Voy a
preparar tus galletas favoritas, sólo para ti. Mamá dijo que me enseñaría.

-Es por el día de acción de gracias, por amor de Dios -dije-. No te has reunido a cenar con nosotros
desde hace cuatro años. ¿No crees que ya es tiempo que olvidemos el pasado?

Me miró, y sus ojos azules brillaron con la misma intensidad fiera que había intimidado a toda la
familia durante todos esos años, excepto a mí. De alguna manera, yo lo conocía. Tal vez compartía
más su soledad de lo que quería reconocer y la misma falta de habilidad para demostrar las
emociones. Cualquiera que fuera el motivo, yo sabía lo que había en su interior. Los pecados de
los padres los pagarán sus hijos, estaba escrito y así sería. Cuánto sufrimiento ocurre debido a este
desafortunado "regalo" que cada hombre recibe antes de tener la suficiente edad para decidir si lo
desea, esa idea insensata de hombría. Terminamos duros en el exterior, impotentes interiormente
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y los pocos centímetros que me separaban de mi abuelo muy bien podrían haberse medido en
años luz.

Carrie insistía, trataba de convencerlo. No tenía idea de lo inútil que era.

Me puse de pie y caminé hacia la ventana que daba hacia su patio de atrás. Con la luz invernal, el
descuidado jardín tenía un delicado color gris, con la maleza crecida y enmarañada y las
enredaderas abandonadas. El abuelo solía hacer milagros allí, un sustituto quizá de su falta de
habilidad para organizar su propia naturaleza. Después de que la abuela murió, descuidó el jardín
y se encerró todavía más en sí mismo.

Me volví de la ventana y lo estudié en la penumbra que aumentaba. Desde su barbilla prominente


hasta sus manos gruesas y ásperas, todo en él reflejaba la disciplina severa que había sido su
vida: trabajó desde los 13 años; la humillación del desempleo durante la Depresión; décadas de
trabajo manual arduo en Trenton Stone Quarry. No fue una vida fácil.

Le besé la mejilla.

-Tenemos que irnos ahora, abuelo. Te recogeré si decides ir.

Continuó sentado inmóvil, con la mirada fija al frente, fumando su vieja pipa.

Unos días después, Carrie me pidió la dirección del abuelo.

-¿Para qué? -le pregunté.

Ella doblaba con cuidado una hoja de papel para que entrara en un sobre azul.

--Quiero enviarle un regalo. Yo misma lo elaboré.

Le di la dirección e hice una pausa después de cada línea, para que pudiera anotar todo. Escribió
despacio, concentrándose para escribir cada letra y número bien y redondos. Cuando terminó,
dejó el lápiz.

-Deseo ponerla en el correo yo misma -dijo con firmeza-. ¿Me llevas al buzón?

-Lo haremos después, ¿de acuerdo?

-Necesito hacerlo ahora. ¿Por favor? -insistió.

Lo hicimos.

El día de acción de gracias, desperté tarde con el delicioso aroma de la salsa de la pasta. Mamá
preparaba sus ravioles especiales, el pavo, el brócoli, los camotes y la salsa de arándanos, una
maravillosa amalgama de tradiciones italianas y norteamericanas.

-Sólo necesitamos cuatro lugares, Carrie -decía mi madre, cuando entré en la cocina.

Carrie negó con la cabeza.

-No, mamá, necesitamos cinco. El abuelo va a venir. --Oh, cariño -dijo mamá.

-Él vendrá -aseguró mi hermana-. Sé que vendrá.

--Carrie, por favor. Él no vendrá y lo sabes -comenté. No quería que su día se arruinara debido a
una gran desilusión.

-John, déjala ser -mamá miró a Carrie-. Pon un lugar extra.

Papá llegó desde la sala. Permaneció de pie en la puerta, con las manos en los bolsillos, mirando a
Carrie mientras ponía la mesa.

Finalmente nos sentamos a cenar. Guardamos silencio durante un momento.

--Creo que será mejor que demos gracias ahora -dijo mamá y miró a Carrie-. ¿Carrie?
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Mi hermana miró hacia la puerta. Encajó la barbilla, inclinó la cabeza y murmuró:

Por favor bendícenos, oh, Señor, y la comida que vamos a comer. Bendice al abuelo... y ayúdalo a
apresurarse. Gracias, Dios.

Nos miramos, sentados en silencio, nadie deseaba tomar como un hecho la ausencia del abuelo y
desilusionar a Carrie al empezar a comer. El reloj hacía tictac en el vestíbulo.

De pronto llamaron suavemente a la puerta. Carrie se puso de pie de un salto y corrió por el
vestíbulo. Abrió la puerta.

-¡Abuelo!

Estaba de pie, erguido, con su brillante traje negro, el único que tenía, oprimía un sombrero de
fieltro negro contra el pecho con una mano y con la otra sostenía una bolsa de papel estraza.

-Traje calabaza -dijo, y levantó la bolsa.

Varios meses después, el abuelo murió tranquilamente mientras dormía. Cuando limpiaba su
cómoda, encontré un sobre azul, con un pedazo de papel doblado en el interior. Era un dibujo
infantil de nuestra mesa de la cocina, con cinco sillas alrededor. Una de las sillas estaba vacía, las
otras las ocupaban unas figuras formadas con líneas que decían “mamá", papá', "Johny" y "Carrie".
Los cuatro teníamos dibujados corazones y cada uno de ellos estaba dividido en el centro por una
línea quebrada.

John Catenacci

ELLA RECORDÓ

Mi madre es la persona más dulce y amable que pueda desear conocer. Siempre fue muy brillante
y expresiva y hacía cualquier cosa por cualquiera. Siempre tuvimos una relación cercana y
especial. Es también una persona cuyo cerebro está siendo afectado y cuya identidad está siendo
robada lentamente por la enfermedad de Alzheimer. Desde hace diez años se ha apartado de
nosotros. Para mí es una muerte constante, una separación lenta y un proceso continuo de pesar.
Aunque había perdido casi toda la habilidad para interesarse por sí misma, al menos reconocía
todavía a su familia inmediata. Yo sabía que llegaría el día cuando eso también cambiaría y,
finalmente, hace dos años y medio llegó.

Mis padres nos visitaban casi todos los días y pasábamos unos momentos agradables; pero de
pronto algo empezó a fallar. Mi madre ya no me reconocía como su hija. Decía a mi padre: "Oh,
diles que son unas personas muy agradables". No cambiaba nada si le decía que yo era su hija. En
la actualidad soy una "vecina agradable". Cuando la abrazaba para despedirme, cerraba los ojos e
imaginaba que era mi madre de años antes. Saboreaba cada sensación familiar que había conocido
durante 36 años: su cálido cuerpo confortante, el apretón de sus brazos y el aroma dulce y suave
que sólo le pertenecía a ella.

Me resultó difícil aceptar esta parte de la enfermedad. Pasaba por un momento difícil en mi vida y
en particular sentía la necesidad de tener a mi madre. Oré por nosotras y por lo mucho que la
necesitaba.

Una tarde, ya avanzado el verano, cuando preparaba la cena, mis plegarias fueron escuchadas y
quedé sorprendida.

Mis padres y mi esposo se encontraban afuera, en el patio, cuando de pronto mi madre saltó como
si le hubiera caído un relámpago. Se apresuró a entrar en la cocina, me asió con suavidad desde
atrás y me volteó. Con un conocimiento profundo en sus ojos, que parecía trascender el tiempo y
el espacio, me preguntó llorosa y con gran emoción si era verdad que yo era su bebé. Dominada
por la emoción, grité que sí, que eso era verdad. Nos abrazamos y lloramos; ninguna de las dos
quería que terminara ese momento mágico. Yo sabía que podría desaparecer con la misma rapidez
con la que había llegado. Ella dijo que se sentía cerca de mí y que yo era una buena persona, pero
que de pronto comprendió que yo era su hija. Sintió alivio y alegría. Acepté este regalo de Dios y lo
saboreé, aunque sólo durara ese momento o una hora o un día. Esa horrible enfermedad nos dio
un descanso momentáneo y entablamos de nuevo un vínculo especial. Sus ojos tenían de nuevo
ese brillo que había desaparecido durante mucho tiempo.
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Pese a que el estado de salud de mi madre se ha deteriorado, recuerda quién soy yo y ya ha


transcurrido un año desde esa dulce tarde de verano. Me mira y me sonríe de una manera especial
que parece decir: "Tenemos un secreto que nadie más conoce". Hace unos meses, cuando estuvo
aquí y tuvimos otra visita, empezó a acariciar mi cabello y dijo con orgullo: "¿Sabían que ella es mi
bebé?"

Lisa Boyd
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3. SOBRE LA MUERTE Y MORIR

La muerte es un desafío. Nos dice que no perdamos el tiempo...

Nos dice que nos digamos mutuamente, en este momento, que nos amamos.

Leo F. Buscaglia

ENTRA EN LA LUZ

Hasta hace aproximadamente seis años, el producto más original en Gilroy, California, era el ajo; y
entonces nació un angelito: Shannon Brace, un bebé milagro que le nació a su madre, Laurie, a
quien años antes le habían dicho que no podría tener hijos. Estaba encinta de gemelos desde
hacía tres meses y medio, cuando uno de ellos murió. La pequeña Shannon mostró entonces sus
primeras señales de valentía, de no darse por vencida nunca y aferrarse a la vida. A Shannon le
diagnosticaron cáncer a los dos años y medio. Los médicos dijeron que no viviría mucho tiempo;
sin embargo, con amor y con determinación, vivió un par de años más.

En cierto momento, los médicos necesitaron tomar médula ósea de su pelvis. Shannon tenía un
tumor endodérmico del seno o cáncer de las células germinales. Únicamente a 75 de los 7 500
niños que cada año padecen esta enfermedad se les diagnostica este tipo de cáncer.

Shannon experimentó dos años de quimioterapia antes de que le hicieran un trasplante de


médula ósea. Es una operación que pone en riesgo la vida, con resultado incierto. Un trasplante
de médula ósea, junto con una dosis casi letal de quimioterapia la mantuvieron tambaleante entre
la vida y la muerte.

Le dijeron que nunca caminaría después de la quimioterapia y que quedaría paralítica. Caminó,
pese a que sólo pesaba doce kilos. Laurie dijo: "La voluntad que tienen estos niños es increíble".
Su valor fue sorprendente hasta el final, con un compromiso ardiente de no darse por vencida
nunca. Shannon recibió un trofeo en un espectáculo público en Santa Clara, en premio al valor.

El padre de Shannon, Larry, estaba incapacitado debido a un accidente en motocicleta que le


rompió la espalda, el cuello y las dos piernas, casi al mismo tiempo en que descubrieron la
enfermedad de Shannon. Larry, quien permanecía en casa durante el día con Shannon, dice: "Ella
tenía la voluntad más fortalecida para vivir. Deseaba demostrar que la gente estaba equivocada".

Laurie explica que su familia vive esperanzada. Al mirar a Shannon, uno no se imaginaba que
estaba muriendo. Siempre estaba llena de entusiasmo, amor y una preocupación muy grande por
las personas que la rodeaban. Durante la estancia de Shannon en el Centro Médico Stanford,
perdió más de sus mejores amigos en unos cuantos años, debido a la muerte, que la mayoría de
las personas mayores en toda una vida.

Durante uno de los momentos más sobrios de Shannon, despertó por la noche, se incorporó,
abrazó con fuerza a sus padres y pidió a su madre que no le permitiera ir al cielo. Laurie respondió
con la voz entrecortada: "Dios, cómo desearía poder prometértelo".

En ocasiones ella era incluso demasiado franca. Un día que acompañó a su madre a hacer las
compras, un amistoso individuo decidió jugarle una broma y le dijo:

-¡Con seguridad la afeitó al ras! --comentó el hombre. Sin intención de ofender, Shannon
respondió: -Sabe usted, señor, soy una niña pequeña, tengo cáncer y podría morir.

Una mañana Shannon tosió en forma excesiva y su madre dijo:

-Tendremos que ir de nuevo a Stanford. -No, estoy bien -aseguró Shannon -Creo que necesitamos
ir, Shannon. -No, sólo tengo un resfriado. -¡Shannon, debemos ir! -De acuerdo; pero sólo por tres
días o regresaré a casa pidiendo aventón.

La perseverancia y el optimismo de Shannon proporcionaron una vida plena para aquellos que
tuvieron la bendición de estar cerca de ella.

La vida de Shannon estaba concentrada fuera de sí misma y de sus necesidades. En ocasiones,


cuando estaba acostada en la cama de un hospital, muy enferma, a menudo se levantaba para
asistir a un compañero de habitación al percatarse de que necesitaba ayuda.
45

Otro día, al ver que un extraño pasaba por su casa y parecía muy triste, corrió hacia afuera, le
entregó una flor y le deseó un feliz día.

En otra ocasión, cuando Shannon se encontraba en el Hospital Infantil de Stanford, un viernes


por la tarde, de sus labios escapaban algunos gemidos mientras sostenía su frazada favorita y
desgastada. Al salir de la anestesia alternaba el hipo y los sollozos. Una vez más, dejó a un lado
sus necesidades y preguntó por el bienestar de los que la rodeaban.

Una de sus primeras preguntas la dirigió a su madre, cuando apenas abrió los párpados.

-¿Cómo estás? -preguntó a su madre.

-Estoy bien, Shannie -respondió su mamá-. ¿Cómo estás tú?

Tan pronto como el hipo y los sollozos pasaron, respondió:

-Estoy bien.

-Shannon participó activamente en la recaudación local de fondos, ya que el seguro de su familia


no cubría su tratamiento. Entró en la fábrica de conservas Gilroy, se dirigió a la primera persona
que vio e inició una charla. Estaba llena de luz y de amor hacia todos. Nunca notó las diferencias
entre las personas.

-Tengo cáncer y podría morir -dijo finalmente. Más adelante, cuando al mismo hombre le
preguntaron si podía donar latas de conservas para la causa de Shannon, él respondió:

-Denle lo que desee, incluyendo una tarjeta de presentación.

La madre de Shannon, Laurie, describe a Shannon y a otros niños con enfermedades terminales
de la siguiente manera: "Toman cada porción de vida y la utilizan hasta el final. Ellos ya no son
importantes; es el mundo que los rodea lo que es importante".

A los cuatro años de edad, cuando el angelito Shannon luchaba entre la vida y la muerte, su
familia supo que era el momento de partir. Reunidos alrededor de su cama, le dieron valor para
caminar hacia el túnel de luz.

"Es demasiado brillante", respondió Shannon. Cuando la alentaron para que caminara hacia los
ángeles, respondió: "Cantan demasiado fuerte".

Si visita la tumba de Shannon en el cementerio Gilroy, leerá lo que escribió ahí su familia: "Que
siempre camines de la mano con los otros ángeles. No hay nada en este mundo que cambie
nuestro amor".

El 10 de octubre de 1991, el Dispatch, el periódico local, publicó esta carta que escribió Damien
Codara, de 12 años de edad, a su amiga Shannon antes de que ella muriera:

Ve hacia la luz, Shannon, donde esperan aquellos que han partido antes que tú, con anticipación de
sentir tu presencia. Te recibirán con los brazos abiertos, llenos de amor, risa y sentimientos que son
los más felices que cualquiera podría sentir en la tierra o en el cielo. Shannon, allí no hay dolor ni
sufrimiento. La tristeza es una imposibilidad absoluta. Cuando entres en la luz podrás jugar con
todos tus amigos que desaparecieron misteriosamente mientras tú luchabas con tanto valor contra la
plaga maligna del cáncer y esquivabas con inteligencia la mano enfadada de la oscuridad de la
muerte.

Aquellos que aún se encuentran en la Tierra con seguridad te extrañarán mucho y también tu
carácter único, pero vivirás en nuestros corazones y espíritus. Tú eres el motivo por el que todas las
personas que te conocieron de alguna manera se acercaron más unas a otras.

Lo verdaderamente sorprendente es la manera como, sin importar los problemas u obstáculos


complicados que tenías que enfrentar, en forma consistente superaste y venciste cada uno de ellos.
Sin embargo, tristemente, la confrontación final te venció. En lugar de pensar que te diste por
vencida, admiramos tu valentía y tu valor. De alguna manera nos sentimos aliviados porque
finalmente sentirás la libertad de ser una pequeña niña común y sabemos que probablemente
lograste más que lo que logrará la mayoría de nosotros.
46

Los corazones que conmoviste nunca perderán la sensación del amor. Por lo tanto, Shannon, cuando
de pronto te encuentres sola en un túnel oscuro y veas un punto de luz, recuérdanos, Shannie, y
encuentra el valor que se necesita para entrar en la luz.

Donna Loesch

SUKI... LA MEJOR AMIGA POR TODOS LOS MOTIVOS

Cuando era un niño pequeño, no podía comprender por qué sólo debería orar por los seres humanos.
Cuando mi madre me daba un beso de buenas noches, yo solía añadir una plegaria silenciosa que
había compuesto para todas las criaturas vivientes.

Albert Schweitzer

La primera vez que la vi estaba sentada en medio de varios perros que saltaban, ladraban y
trataban de atraer mi atención. Con dignidad silenciosa, ella me miró con sus enormes ojos de
color café, suaves y líquidos, con un conocimiento que transportó a ambos más allá del refugio de
los animales. Su ojos eran su rasgo más peculiar. El resto de ella parecía haber sido combinado
por alguien que tenía un gran sentido del humor y acceso a muchas clases diferentes de perros.
La cabeza de un perro salchicha, las manchas de un terrier, las patas le quedarían mejor a un
perrito galés y la cola pertenecía quizá... a un doberman. En conjunto era un aspecto
sorprendente... el perro más feo que había visto.

La llamé Suki Sue Shaw. Cuando nos conocimos, ella tenía quizá tres o cuatro meses de edad; sin
embargo, representaba 14 ó 15 años. A los seis meses, la gente decía: "¿Qué edad tiene ese perro?
¡Parece que ha estado por aquí mucho tiempo!" Cuando yo respondía que tenía seis meses,
inevitablemente seguía un silencio largo y, en ocasiones, el final de la conversación. Nunca fue la
clase de perro que estimula el inicio de una charla en la playa con los amigos que esperaba
conocer, sólo con las damas mayores que sentían que tenían un espíritu afín en ella.

No obstante, era dulce, amorosa y muy inteligente; exactamente lo que yo necesitaba como
compañera para que me ayudara a borrar los recuerdos amargos de una aventura amorosa fallida.
Le gustaba dormir sobre mis pies... no, no a los pies de la cama, sino justamente sobre mis pies.
Sentía la solidez de su pequeño cuerpo redondo cada vez que trataba de volverme en la noche.
Sentía como si mis piernas estuvieran debajo de un yunque. Finalmente hacíamos las paces: ella
dormía sobre mis pies y yo aprendí a no volverme con frecuencia en la cama.

Suki estaba conmigo cuando conocí a mi primer marido.

A él le agradó que yo tuviera un perro, puesto que él también tenía uno. En su casa, sus
compañeros de habitación no querían a su perro, porque ya no había ningún mueble para
sentarse, ya que el perro se los había comido todos. Mi amigo sintió mucha alegría, porque pensó
que si dejaba a su perro con el mío, tendría algo que hacer todo el día, además de comerse los
muebles. Sí hizo algo más, pues dejó preñada a mi perra.

Acababa de regresar a casa, después de dar un paseo por la playa con Suki y aunque su
apariencia no había mejorado para mis ojos, ella era una tentación para cada perro en un radio de
cinco kilómetros. Levantaba la cola y la cabeza como si fuera la princesa de la exhibición de
perros. Los perros salían del enmaderado y nos seguían por la playa, aullando y gimiendo como si
fueran a morir. Pronto supuse lo que sucedía... con seguridad estaba en celo. El perro de mi amigo
era sólo un bebé de ocho meses y, en mi ignorancia, me sentí segura para dejarlos juntos mientras
llamaba al hospital de animales para hacer una cita para que "arreglaran" a Suki.

¡Cuando me volví, Suki y el perro de mi amigo estaban juntos en mi sala! ¡Oh, qué horror! ¿Qué
podía hacer, aparte de sentarme allí sorprendida y esperar que algo sucediera? Todos aguardamos.
Empezaron a jadear. Suki parecía aburrida. Su perro parecía cansado. Llamé a mi amigo por
teléfono y le dije que se llevara a su perro maniático sexual. Esperamos más tiempo. No podía
soportarlo y salí para trabajar en el jardín. Cuando después del trabajo mi amigo fue a buscar a su
perro, los dos perros estaban echados sobre la alfombra de la sala, durmiendo. Parecían tan
inocentes que supuse que quizá no había sucedido nada y yo había imaginado todo.

Suki preñada era un espectáculo para contemplar. Su cuerpo ya redondo parecía un pequeño
dirigible cuando ella se oprimía con cuidado para entrar y salir por la puerta del perro. Ya no podía
caminar ni trotar, sino que adaptó una especie de rodamiento, caminando como pato para
47

transportar su cuerpo hinchado de habitación en habitación. Por fortuna, por el momento dejó de
dormir sobre mis pies. No podía subirse a la cama, por lo que le construí un nido debajo de ésta.
Decidí que necesitaba hacer ejercicio diariamente para mantenerse en forma, por lo que continué
con nuestros paseos vespertinos por la playa. Tan pronto como llegábamos a la arena, adaptaba su
antiguo pavoneo y vaivén, levantaba la cola y la cabeza y caminaba con pasitos cortos por la playa.
Los cachorros en su interior iban de un lado al otro y probablemente sentían náuseas durante el
recorrido.

Nunca había asistido un parto antes de ayudar en el de Suki. Ella me alertó en la madrugada,
tirando de las sábanas y tratando de empujarías hacia su cama con el hocico. Alerta y lista para
asistirla en cada una de sus necesidades, me senté junto a su nido mientras ella expulsaba su
primer bebé, que parecía estar pegado en el interior de una bolsa sellada de alguna especie. Suki
procedió a comerse la bolsa. Yo esperaba que supiera lo que hacía, puesto que yo no. ¡He aquí!...
en realidad era un cachorro, baboso y repulsivo. Suki lamió al cachorro, lo limpió y se echó de
nuevo a dormir. Yo regresé a la cama.

Veinte minutos después, desperté y me encontré destapada de nuevo. Otro cachorro. En esta
ocasión, esperé a su lado y le hablé hasta que llegó el siguiente cachorro. Hablamos sobre temas
que nunca había tratado con un perro. Le abrí mi corazón, le hablé sobre el amor que había
perdido y el vacío que tuve en mi interior hasta que ella llegó. Nunca se quejó... de mi charla o por
los estremecimientos que experimentaba. Permanecimos despiertas toda la noche, Suk¡ y yo...
hablando, dando a luz y lamiendo los cachorros... Yo atendí al primero; ella, al último. Nunca lloró
ni se quejó, sólo amó a esos pequeños bebés desde el momento en que llegaron. Fue una de las
experiencias más plenas de mi vida.

Ninguno de los cachorros se parecía a ella ni al perro de mi amigo. De los seis cachorros, tres
parecían pequeños labradores negros y tres, perros salchicha con una franja negra en el lomo.
Todos eran hermosos. Nuestros amigos se quedaron con todos los cachorros de Suki y nunca tuve
que esperar frente a la tienda de comestibles con una caja.

Mi amigo y yo nos casamos y nos cambiamos de casa. Nos llevamos a Suki y regalamos a su perro.
No estoy segura de que él me haya perdonado por eso. Nos fuimos a vivir a una zona que tenía
campos abiertos y Suki aprovechó mucho eso. Corría a gran velocidad por los campos y
desaparecía, excepto durante intervalos, cuando podía ver su cabeza y sus orejas moviéndose con
la brisa. Regresaba feliz y jadeando. No estoy segura de que alguna vez haya atrapado a un conejo,
pero sé que se esforzó al máximo.

Suki comía cualquier cosa y todo. Una tarde horneé 250 galletas con chispas de chocolate para
una reunión de la iglesia a la que tenía que asistir esa noche. De alguna manera, Suki abrió las
bolsas de galletas y no se comía algunas, ni casi todas, sino cada una de las galletas: las 250.
Cuando regresé a casa me pregunté cómo había quedado preñada de una hora a la siguiente. Sólo
que en esta ocasión gemía, jadeaba y en definitiva estaba sin aliento. Sin saber lo que había
hecho, la llevé de inmediato al hospital de animales. El veterinario preguntó lo que había comido y
respondí que todavía no la alimentaba. Mostró un rostro de enorme asombro. Aseguró que ella
había comido y mucho.

La dejé allí durante la noche y regresé a casa para buscar mi contribución para la cena de la
iglesia. ¿Dónde estaban las 250 galletas? Busqué arriba y abajo. Estaba segura de que las había
guardado en la alacena antes de salir de casa. Me dirigí al patio trasero y allí, muy bien
acomodadas, estaban las nueve bolsas de plástico que antes contenían las galletas. No estaban
rasgadas ni rotas, sólo vacías. Llamé al veterinario y le expliqué que faltaban 250 galletas de
chocolate y de avena. Él dijo que eso era imposible, que ningún animal podía comer 250 galletas
de chocolate y de avena y seguir vivo. La observaría con detenimiento durante la noche. No volví a
ver las galletas y Suki regresó a casa al día siguiente. Desde entonces, ya no le gustaron las
galletas, pero las comía si alguien insistía.

Llegó el momento cuando la apariencia de Suki y su edad iban de acuerdo. Tenía 16 años y se le
dificultaba moverse. Le resultaba muy difícil subir las escaleras y sus riñones le causaban
trastornos. Había sido mi amiga, en ocasiones, mi única amiga fiel. Las amistades con mis
compañeros humanos variaban y se desvanecían, pero mi amistad con Suki permaneció firme y
leal todo el tiempo. Me había divorciado, me casé de nuevo y finalmente sentía que mi vida
funcionaba. No podía soportar ver que sufría tanto y decidí hacer lo que era humano y dormirla
por última vez.
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Hice una cita y la llevé en mis brazos hasta el coche. Se arrimó junto a mí lo más que pudo, a
pesar del dolor que yo sabía que sentía. Nunca quiso que me preocupara por ella; lo único que
deseaba de mí era mi amor. En toda su vida, nunca se quejó ni lloró. Hice bastante por las dos.
Durante nuestro último recorrido juntas, le dije lo mucho que la amaba y que me sentía muy
orgullosa de ella. Su verdadera belleza siempre brilló y desde hacía mucho tiempo había olvidado
que alguna vez pensé que era fea. Le dije lo mucho que apreciaba que nunca suplicara mi
atención y mi amor y que lo aceptara con la gracia de alguien que sabe que lo merece. Si alguna
vez había nacido un animal leal, ése era ella, porque tenía la habilidad de disfrutar la vida con la
dignidad de una reina.

La llevé al consultorio del veterinario y me preguntó si quería estar con ella durante sus últimos
momentos. Estuve a su lado. La abracé mientras yacía sobre la mesa fría y estéril y traté de darle
calor cuando el veterinario fue a buscar la inyección que terminaría con su vida. Intentó
levantarse, pero sus piernas ya no la obedecían. Nos miramos a los ojos durante mucho tiempo...,
los ojos de color café, suaves y confiados, miraban a los ojos azules llenos de lágrimas, como
ahora. "¿Está lista?", preguntó el veterinario. "Lo estoy", respondí y mentí. Nunca en mi vida
estaría lista para renunciar al amor que tenía a Suki y no quería perderla tampoco. Sabía que
tenía que hacerlo. No deseaba romper mi vínculo con mi Suki y sabía que ella tampoco lo deseaba.
Hasta el último segundo, me miró a los ojos y vi que la muerte se apoderaba de su mirada y supe
que mi mejor amiga se había ido.

Con frecuencia pienso que si los seres humanos pudieran duplicar las cualidades que nuestros
animales nos muestran, viviríamos en un mundo mejor. Suki me demostró lealtad, amor,
comprensión y compasión de una manera fácil que siempre fue elegante e indulgente. Si pudiera
mostrar a mis hijos el mismo amor incondicional que me dio Suk¡, de la misma manera
consistente, estoy segura de que ellos crecerían para ser las personas más felices y seguras sobre
la faz de la tierra. Ella me dio un buen ejemplo y trataré de que se sienta orgullosa de mí.

La gente dice que cuando morimos, en el otro lado nos recibe alguien que conocemos y amamos.
Sé quién me estará esperando: una perrita blanca, negra y redonda, con una cara de vieja y una
cola corta que nunca deja de moverse con alegría al ver de nuevo a su mejor amiga.

Patty Hansen

LA HISTORIA DE UN HÉROE

El Comando de Asistencia Militar, Vietnam (CAMV), me llevó sin novedad de Saigón a la Base de la
Fuerza Aérea Clark en las Filipinas, de Clark a Guam y de Guam a Hawai. Allí empecé a recordar
por qué fui a pelear en la guerra: jóvenes, mujeres, hermosas criaturas que me hacían sonreír sólo
al mirarlas. ¿Sexista y chovinista? Culpable. Recuerden que era el inicio de la década de los años
setenta. Los hombres todavía tenían derecho a mirar maliciosamente y a quedarse boquiabiertos...
y Hawai era el lugar para ello.

Permanecí en Hawai durante la noche y volé de Honolulú a Los Ángeles y a Dallas. Me dirigí a un
motel y dormí todo un día y una noche y todavía me sentí agotado. Había viajado más de 14 000
kilómetros y aún estaba a la hora de Saigón. Creo que también me resistía ante lo inevitable.
Temía enfrentar a Cindy Caldwell, temía decirle que su esposo había muerto y que yo estaba vivo.
Me sentía culpable... y todavía me siento así.

Tomé un autobús en el aeropuerto de Dallas e inicié el recorrido de 402 kilómetros hasta


Beaumont. Texas estaba fría, al igual que yo.

Me detuve en el pórtico, sin poder tocar el timbre. ¿Cómo iba a decir a esa mujer y a sus hijos que
el hombre de sus vidas nunca regresaría a casa? Me sentí destrozado, dividido entre el deseo
intenso de huir y la promesa que había hecho a un hombre que en realidad no conocía, pero que
hizo que mi vida fuera diferente. Permanecí de pie allí, deseando que algo sucediera, algo que me
ayudara a extender la mano y tocar el timbre.

Empezó a llover. Continué de pie allí, en el pórtico, paralizado por el temor y la culpa. Vi una vez
más, por centésima vez, el cuerpo destrozado de Caldwell, escuché su voz suave, miré sus ojos de
color café oscuro, sentí su dolor y lloré. Lloré por él, por su esposa, por los niños y por mí. Tenía
que moverme hacia adelante. Tenía que vivir con el conocimiento de que yo me había salvado y
que muchos otros habían muerto en una guerra trágica y absurda, que no demostró nada y que
logró mucho menos.
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El sonido de las llantas que rechinaron en la calle de concreto me sacaron de mi dilema. Un viejo y
arruinado taxi rojo y blanco, Plymouth, se detuvo en el sendero y una mujer negra de mediana
edad descendió de él. El conductor, un negro viejo, con un estropeado sombrero de Sherlock
Holmes, también bajó. Me miraron, mudos e inmóviles, preguntándose lo que yo, un blanco, hacía
en ese vecindario predominantemente negro.

Permanecí de pie allí, observando, mientras ellos hablaban y, de pronto, una mirada de horror
cubrió el rostro de la mujer. Gritó, dejó caer el paquete y corrió hacia mí, dejando que el conductor
terminara su frase a sus espaldas. Subió los escalones de dos en dos y asió mi abrigo con las dos
manos.

-Dígame qué sucede -dijo ella-. ¿Quién es usted y que le sucedió a mi hijo?

"Me encontré con la madre de Caldwell", pensé.

Tomé sus manos y dije con la mayor suavidad posible: -Mi nombre es Fred Pulse y vine a ver a
Cindy Caldwell. ¿Es ésta su casa?

La mujer me miró, escuchando, pero sin oír, tratando de comprender lo que había dicho. Después
de un momento prolongado, empezó a temblar. Su cuerpo se estremecía con violencia, y si no
hubiera tenido sus manos en las mías, se habría caído fuera del pórtico. La así con más fuerza y
caímos contra la puerta, con un fuerte golpe.

El taxista se acercó para ayudarme a sostener a la mujer y la puerta principal se abrió. Cindy
Caldwell observó la escena: un blanco extraño sostenía a una mujer negra que ella conocía, de pie
en su pórtico. Actuó de inmediato.

Momentáneamente medio cerró la puerta y reapareció con una escopeta calibre 12. Sostenía con
comodidad la escopeta en sus manos.

-Retire las manos de mi madre y salga de mi pórtico -dijo con los dientes apretados.

La miré a través del cristal empañado, con la esperanza de no morir allí debido a un malentendido.

-Si la suelto -respondí-, caerá fuera del pórtico.

Vio al taxista y su comportamiento cambió de inmediato. -¿Qué está sucediendo aquí, Maynard?
-preguntó ella al taxista.

-No estoy seguro, cariño --dijo él-. Este hombre blanco estaba de pie en el pórtico cuando llegamos
y tu mamá saltó sobre él gritando y preguntando lo que le había sucedido a tu hermano, Kenneth.

Ella me miró interrogante.

-Mi nombre es Fred Pulse y si usted es Cindy Caldwell, necesito hablar con usted -expliqué.

Dejó de oprimir con fuerza la escopeta.

-Sí, soy Cindy Caldwell. Estoy un poco confundida, pero puede entrar. ¿Puede ayudar a mamá?

Con la mayor suavidad posible, crucé el pórtico con la madre de Cindy y entramos por la puerta
abierta. El taxista nos siguió hacia el interior de la casa y colocó los paquetes olvidados en las
escaleras que conducían hacia los pisos superiores. Permaneció de pie allí, confundido, sin saber
si debería irse o quedarse, sin saber quién era yo o lo que tenía en mente.

Ayudé a la madre de Cindy a sentarse en una silla acojinada y me aparté para esperar. El silencio
se hizo insoportable, aclaré la garganta y empecé a hablar al mismo tiempo que Cindy.

-Discúlpeme, continúe por favor -pedí.

-Lo lamento -dijo ella-. Por lo general no recibo a mis invitados con una escopeta, pero escuché el
golpe y me asusté. Cuando lo vi de pie en el pórtico, agarrando a mamá, naturalmente...

-Por favor, no se disculpe -la interrumpí-. No sé cómo habría reaccionado en la misma situación;
pero no pasó nada.
50

-¿Desea tomar café? -preguntó-. ¿No quiere quitarse ese abrigo húmedo? Se va a morir.

-Sí a ambas cosas -dije-. Me gustaría tomar un poco de café y con gusto me quitaré el abrigo -al
quitármelo tuve algo que hacer mientras reunía el valor.

Con ese intercambio de palabras, la madre de Cindy y el taxista parecieron relajarse. Ambos me
miraron con detenimiento.

En apariencia pasé la prueba, porque la mujer extendió la mano.

-Soy Ida May Clemons y él es mi hombre, Maynard. Por favor siéntese y póngase cómodo -dijo la
mujer. Señaló un sillón de piel muy relleno y me indicó que me sentara.

Supe que era el sillón de Mark Caldwell e iba a sentarme allí cuando mis noticias destruyeran a su
familia; casi perdí el valor en ese momento. Me senté despacio y me esforcé mucho por
controlarme, pero caminaba sobre hielo muy delgado. Respiré profundo y dejé escapar el aire con
lentitud.

-Ida May, lamento haberla asustado antes, pero no conozco a su hijo Kenneth. ¿Dónde está él?

Se enderezó en la silla.

-Mi hijo Kenneth es marino y está estacionado en la embajada de los Estados Unidos en Saigón,
Vietnam del Sur. Vendrá a casa en dos semanas.

-Me da gusto saber que está a salvo y que vendrá a casa -comenté-. El trabajo en la embajada es
bueno y seguro. En verdad me da gusto que venga a casa pronto.

Observó mi cabello corto y mi ropa fuera de moda. -¿Está en servicio? -me preguntó-. ¿También
estuvo en Vietnam?

-Sí -respondí-. Acabo de regresar ayer, o tal vez fue el día anterior. Estoy un poco confundido por
el cambio de horario y si es hoy o ayer o mañana --ella y Maynard me miraron y rieron.

Cuando terminé, Cindy entró en la habitación con una bandeja con tazas, galletas, crema, azúcar
y café. Olía maravilloso y se me antojó mucho una taza. Cualquier cosa para mantener ligera la
atmósfera y evitar que mis manos temblaran. Charlamos un poco.

-Bueno, Fred --dijo Cindy-, es un placer conocerlo y hablar con usted, pero siento curiosidad:
¿qué lo trajo a mi casa?

En ese mismo instante, la puerta principal se abrió y dos niñas pequeñas hicieron una entrada
digna de Loretta Young. Cada una de ellas dio dos pasos hacia el interior de la habitación y giró de
una manera exagerada para presumir su ropa nueva. Detrás de ellas estaba una mujer de
mediana edad que cargaba a un bebé.

Mi presencia y mi misión quedaron en el olvido. Todos alabamos a las niñas y a su ropa nueva: les
dijimos lo hermosas que eran y cuán afortunadas al tener una ropa nueva tan preciosa. Cuando el
entusiasmo se apagó, acomodaron a las niñas en el comedor, ante una mesa de juego.

-Fred, ella es mi suegra, Florence Caldwell -dijo Cindy cuando regresó-. Florence, él es Fred... ah...

-Pulse -completé.

-Él iba a decirnos por qué está aquí -añadió ella.

Respiré profundo, metí la mano en el bolsillo.

-No sé con exactitud cómo empezar -dije. Hace varias semanas escapé de un campo de prisioneros
de guerra en Vietnam del Norte -me volví y miré a Cindy directamente a los ojos-. Cuando estaba
prisionero, llevaron a su esposo Mark a mi celda, más muerto que vivo. Le habían disparado
durante una misión en Vietnam del Norte, lo capturaron y lo llevaron a mi campo. Hice lo más que
pude, pero estaba muy mal herido y ambos sabíamos que moriría.

Cindy se llevó la mano a la boca, lanzó un agudo quejido y clavó sus ojos en mí. Ida May y
Florence tomaron aire. -¡Santo Dios! ~-exclamó Maynard.
51

-Mark dijo que si yo le hacía una promesa, me ayudaría a escapar del campo de prisioneros. Para
ser sincero, pensé que deliraba, pero prometí hacer lo que me pedía.

En este momento todos llorábamos, y tuve que hacer una pausa para controlarme. La miré y noté
que veía algo muy lejos en la distancia. Tenía los ojos nublados y, en su llanto, se llevó las manos
al rostro. Cuando pude, continué.

-Él dijo: "Prométeme que irás a Texas y le dirás a mi esposa, Cindy, que todavía es mi chica
atractiva y que pensaba en ella y en las niñas cuando morí. ¡Me prometes eso?" "Sí, Mark, lo
prometo. Iré a Texas", respondí. Me entregó esta fotografía y su anillo de boda, para que supiera
que decía la verdad -entregué el anillo y la fotografía a Cindy y sostuve sus manos por un
momento.

Me incliné hacia adelante y saqué mi cuchillo del bolsillo interior de mi abrigo.

-Me dio este cuchillo y yo dije: "Gracias, Mark. Prometo que iré a Texas. ¿Hay algo más?" le
pregunté.

-Él respondió: "Sí. ¿Podrías abrazarme? Sólo abrázame, no quiero morir a solas". Lo abracé y lo
mecí mucho, mucho tiempo. Durante ese lapso no dejó de repetir: "Adiós, Cindy, te amo y lamento
no estar allí para ver crecer a las niñas". Después de un momento, murió en paz en mis brazos.

--Quiero que sepa --dije-, necesito que comprenda, Cindy, que hice todo lo que pude; pero el daño
era muy grande. No sabía cómo detener el sangrado. No tenía medicamentos, yo... -en ese
momento callé por completo.

Todos pasamos algún tiempo llorando, y eso hizo que las niñas entraran en la habitación.
Deseaban saber por qué todos estábamos tristes y por qué llorábamos. Miré a Cindy y ambos
supimos que yo no podría pasar por todo eso de nuevo, por lo que ella respondió que yo había
llevado una mala noticia, pero que todo estaría bien pronto.

Esto pareció tranquilizarlas y regresaron al comedor; sin embargo, un poco más cerca en esta
ocasión, y empezaron a jugar.

Necesitaba explicar el gesto valiente que había tenido Mark, por lo que empecé de nuevo.

-El cuchillo que me dio Mark me permitió vencer a los guardias y liberar a otros 12
norteamericanos que estaban en el campo. Su marido es un héroe. Por él, 12 norteamericanos
están libres y yo estoy sentado aquí, en su silla, hablando sobre su muerte. Lo lamento. Lamento
terriblemente tener que decirles esto.

Empecé a llorar de nuevo y Cindy se levantó de su silla y se acercó para consolarme. Ella, con su
gran pérdida, me consolaba. Me sentí humilde y honrado. Tomó mi rostro entre sus manos y me
miró.

-Aquí hay dos héroes -dijo Cindy-: mi marido Mark y usted, Fred. Usted también es un héroe.
Gracias, gracias por venir hasta aquí y decírmelo en persona. Sé que fue un gran esfuerzo para
usted venir aquí, enfrentarme y decirme que in¡ marido está muerto, pero es usted un hombre
honorable. Hizo una promesa y la cumplió. No muchos hombres lo habrían hecho. Gracias.

Permanecí sentado allí, sorprendido. No me sentía como un héroe; pero allí estaba, escuchando a
esa mujer en medio de su dolor y pena, diciéndome que era un héroe, que era un hombre
honorable. Lo único que pude sentir fue culpa e ira; culpa porque había sobrevivido y su marido,
el padre de sus hijas, estaba muerto; ira, una ira intensa por la estupidez e insensibilidad de la
guerra. El desperdicio, la pérdida. No podía perdonar a mi país ni a mí mismo; sin embargo, allí
estaba una mujer que había sufrido una pérdida increíble, la pérdida de su marido,
perdonándome, dándome las gracias. No podía escucharlo.

Sentí una ira increíble hacia el gobierno también. ¿Por qué no habían informado a esa mujer sobre
la muerte de su esposo? ¿Dónde estaba el cadáver de Mark Caldwell? ¿Por qué no estaba allí?
¿Por qué no había tenido un entierro y un tiempo de luto? ¿Por qué? ¿Por qué?

-Llevé el cuerpo de Mark a Vietnam del Sur -dije después de un momento-, y estoy seguro de que
la armada se pondrá en contacto con usted respecto a su entierro. Lamento que no estaré aquí;
pero, or favor, sepa que estaré pensando en usted. Siempre la recordaré.
52

Permanecimos sentados durante un tiempo y después le pregunté a Maynard si podría llevarme a


la estación de autobuses, para poder tomar un autobús para Dallas. Tenía permiso y deseaba
emborracharme mucho y permanecer así durante mucho, mucho tiempo.

Frederick E. Pulse III

RECORDANDO A LA SEÑORA MURPHY

Aburridos con la velocidad y barullo al conducir por la autopista, ese verano mi esposo y yo
decidimos tomar "la carretera menos transitada" hacia la playa.

Un alto en un pequeño pueblo indescriptible en Eastern Shore, Maryland, condujo a un incidente


que permanecerá siempre en nuestra memoria.

Empezó sencillamente. Se encendió la luz roja del semáforo y, mientras esperábamos que
cambiara la luz, miré un asilo para ancianos, con ladrillos desteñidos.

En el pórtico estaba una anciana, sentada en una silla de mimbre blanca. Sus ojos, fijos en los
míos, parecían suplicar, casi implorar que me acercara a ella.

Se encendió la luz verde del semáforo. De pronto, exclamé: -Jim, estaciona el coche a la vuelta de
la esquina.

Tomé la mano de Jim y me dirigí hacia el asilo.

-Espera un minuto -Jim se detuvo-, no conocemos a nadie aquí.

Lo persuadí de que mi propósito valía la pena.

La dama, cuya mirada magnética me había atraído hacia ella, se levantó de su silla, se apoyó en
un bastón y caminó despacio hacia nosotros.

-Me da mucho gusto que se hayan detenido -sonrió agradecida-. Oré para que lo hicieran. ¿Tienen
unos minutos para sentarse a charlar?

La seguimos hacia un sitio apartado y sombreado, a un costado del pórtico.

Me impresionó la belleza natural de nuestra anfitriona. Era esbelta, pero no flaca. Con excepción
de las arrugas en los extremos de sus ojos de color avellana, su tez de marfil no tenía líneas
marcadas y era casi translúcida. Su cabello plateado y sedoso estaba peinado hacia atrás en un
chongo.

-Muchas personas pasan por aquí --empezó a decir-, en especial durante el verano. Miran desde
las ventanas de sus coches y no ven nada más que un viejo edificio que alberga a ancianos. Sin
embargo, usted me vio, vio a Margaret Murphy y se dio tiempo para detenerse -Margaret añadió
pensativa-. Algunas personas creen que todos los ancianos son seniles; la verdad es que estamos
muy solos. Sin embargo, los ancianos hablamos hasta por los codos, ¿no es así? -dijo con tono
burlón.

Jugueteando con un hermoso camafeo oval con marco de diamantes, que lucía sobre el cuello de
encaje de su vestido de algodón con estampado floral, Margaret preguntó nuestros nombres y de
dónde éramos.

-Baltimore -dije, y su rostro se iluminó. Sus ojos brillaron.

-Mi hermana, bendita sea su alma, vivió toda su vida en Gorusch Avenue, Baltimore.

-Cuando era niña, viví a unas manzanas de distancia en Homestead Street --expliqué con
entusiasmo-. ¿Cómo se llamaba su hermana? --de inmediato recordé a Marie Gibbons. Había sido
compañera de clase y mi mejor amiga. Durante más de una hora, Margaret y yo compartimos
reminiscencias de nuestra juventud.

Charlábamos animadas cuando apareció una enfermera con un vaso de agua y dos tabletas
pequeñas de color de rosa.
53

-Lamento interrumpir -dijo con cortesía-, pero es hora de su medicina y de su siesta vespertina,
señorita Margaret. Tenemos que mantener latiendo ese corazón -sonrió y entregó a Margaret la
medicina. Jim y yo intercambiamos miradas.

Sin protestar, Margaret tomó las píldoras.

-¿Puedo permanecer unos minutos más con mis amigos, señorita Baxter? -preguntó Margaret.
Con amabilidad, pero con firmeza, la enfermera se negó.

La señorita Baxter extendió su brazo y ayudó a Margaret a levantarse de la silla. Le aseguramos


que nos detendríamos a visitarla la semana siguiente, cuando regresáramos de la playa. Su
expresión triste se alegró.

-Eso sería maravilloso -aseguró Margaret.

Después de una soleada semana, el día que Jim y yo partimos hacia nuestra casa, estaba nublado
y húmedo. El asilo parecía especialmente triste bajo las nubes oscuras.

Después de esperar unos minutos, la señorita Baxter apareció. Nos entregó una pequeña caja con
una carta adjunta. Sostuvo mi mano mientras Jim leía la carta:

Queridos:

Estos últimos días han sido los más felices de mi vida desde que Henry, mi amado esposo, murió
hace dos años. Una vez más, tengo una familia que amo y que se interesa por mí.

Anoche, el médico parecía preocupado por mi problema cardiaco. Sin embargo, me siento
maravillosamente. Mientras me encuentro en tal estado de ánimo feliz, deseo darles las gracias por la
alegría que trajeron a mi vida.

Querida, este regalo es para ti, es el camafeo que usé el día que nos conocimos. Mi esposo me lo dio
el día de nuestra boda, el 30 de junio de 1939. Perteneció a su madre. Disfruta usándolo y espero
que algún día pertenezca a tus hijas y a sus hijas. Junto con el camafeo va mí amor eterno.

Margaret

Tres días después de nuestra visita, Margaret murió en paz mientras dormía. Las lágrimas
corrieron por mis mejillas al sostener el camafeo en las manos. Con ternura, lo volví y leí la
inscripción grabada en el canto de plata sterling del prendedor: "El amor es eterno".

También lo son los recuerdos, querida Margaret, también son eternos.

Beverly Fine

UNA PEQUEÑA VIVE AUN

El siguiente poema fue escrito por una mujer que murió en el pabellón para ancianos del Hospital
Ashludie, cerca de Dundee, Escocia. Lo encontraron entre sus posesiones y el personal se
impresionó tanto, que distribuyó copias por todo el hospital y fuera de éste.

¿Qué ve, enfermera, qué ve?

¿Cuando me mira piensa que soy una anciana huraña, no muy sensata, insegura, con mirada
distante?

Que deja caer la comida y no responde cuando usted dice en voz alta: "¡Desearía que lo intentara! "

Quien parece no notar los que usted hace, ¿y que siempre pierde una media o un zapato?

¿Quién, resistiéndose o no, le permite hacer su voluntad cuando la baña y la alimenta, para llenar el
largo día? ¿Es eso lo que piensa, es eso lo que ve?

Entonces, abra los ojos, enfermera, me está mirando. Le diré quién soy mientras permanezco sentada
muy quieta.

Cuando me muevo a su antojo, cuando como según su voluntad...


54

Soy una niñita de diez años con un padre y una madre, hermanos y hermanas que se aman
mutuamente; una joven de 16 años con alas en los pies, soñando que pronto encontrará el amor; una
novia a los 20 y mí corazón da un vuelco recordando los votos que prometí cumplir; a los 25 tengo
hijos propios que me necesitan para formar un hogar seguro y feliz; una mujer de 30, mis hijos
crecen con rapidez, unidos con vínculos que perdurarán; a los 40, mis hijos crecieron y se fueron,
pero mi hombre está a mi lado para ver que yo no sufra; a los 50, una vez más, los bebés juegan
alrededor de mi rodilla, una vez más, mis seres queridos y yo tenemos niños.

Días oscuros caen sobre mí; mi esposo murió, miro el futuro y me estremezco con temor.

Mis hijos están educando a sus propios hijos, y pienso en los años y en el amor que he conocido.

Soy una anciana ahora y la naturaleza es cruel; es su mofa hacer que los ancianos parezcan tontos.

El cuerpo se arruga, la gracia y el vigor desaparecen; hay una piedra donde antes tenía un corazón.
Sin embargo, dentro de este viejo esqueleto todavía habita una joven, y ahora, una vez más, mi
corazón amargado se hincha.

Recuerdo las alegrías; recuerdo el dolor, y amo y vivo la vida de nuevo, pienso en los años,
demasiado pocos, que se fueron con mucha rapidez, y acepto el hecho absoluto de que nada puede
durar.

Por lo tanto, abra sus ojos, enfermera, ábralos y vea no a una anciana huraña, mire más de cerca,
¡véame!

Autor desconocido

Proporcionado por Ronald Dahlsten

UN ÚLTIMO ADIÓS

"Hijo, me voy a mi tierra, Dinamarca, y sólo quería decirte que te amo."

Durante la última llamada telefónica que me hizo mi padre, repitió esas palabras siete veces en
media hora. Yo no escuchaba en el nivel correcto. Escuché las palabras, mas no el mensaje y,
ciertamente, no su intención profunda. Pensé que mi papá viviría hasta cumplir los 100 años, ya
que mi tío abuelo vivió 107 años. No sentí su compunción por la muerte de mamá, ni comprendí
su intensa soledad en un "nido vacío", ni entendí que la mayoría de sus amigos se habían ido
desde hacía mucho tiempo de este planeta. Sin cesar pedía a mis hermanos y a mí que le diéramos
nietos, para que pudiera ser un abuelo devoto. Yo estaba demasiado ocupado "trabajando" para
escuchar en realidad.

"Papá está muerto", se lamentó mi hermano Brian el 4 de julio de 1982.

Mi hermano menor es un ingenioso abogado y tiene una mente humorística y ágil. Pensé que me
preparaba para una broma y esperé la culminación ingeniosa, pero no hubo ninguna. "Papá murió
en la cama en la que nació, en Rozkeldj", continuó Brian. "Los encargados del funeral lo están
colocando en un ataúd y mañana nos enviarán a papá y a sus pertenencias. Necesitamos
prepararnos para el funeral."

Quedé mudo. Ésta no es la manera como se supone debe ocurrir. De haber sabido que serían los
últimos días de papá, le habría pedido que me permitiera ir con él a Dinamarca. Creo en aquella
sentencia que dice: "Nadie debe morir solo". Un ser amado debe sostener nuestra mano y
consolarnos mientras pasamos de un plano de realidad al otro.

Le habría ofrecido consuelo durante su hora final, si en verdad hubiera escuchado, pensado y
estado a tono con el infinito. Papá anunció su partida lo mejor que pudo y yo no lo comprendí.
Sentí pena, dolor y remordimiento. ¿Por qué no estuve allí para él? Él siempre estuvo allí para mí.

Por las mañanas, cuando yo tenía nueve años de edad, él llegaba a casa después de trabajar 18
horas en su pastelería y me despertaba a las 5:00 a.m. rascando mi espalda con sus manos fuertes
y poderosas y murmurando: "Es hora de levantarte, hijo". Cuando estaba vestido y listo, él ya tenía
mis periódicos doblados, atados y colocados en el cesto de mi bicicleta. Al recordar su
generosidad, mis ojos se llenan de lágrimas.
55

Cuando yo competía en carreras ciclistas, él conducía 80 kilómetros de ¡da y regreso a Kenosha,


Wisconsin, cada martes por la noche, para que yo pudiera competir y él pudiera verme. Estaba allí
para abrazarme si perdía y para compartir la euforia cuando ganaba.

Más adelante me acompañó a todas mis pláticas locales en Chicago, cuando hablé para Century
21, Mary Kay, Equitable y varias iglesias. Siempre sonreía, escuchaba y con orgullo decía a quien
estaba sentado a su lado: "¡Ése es mi hijo!"

Después del hecho, mi corazón sufrió porque papá estuvo allí para mí y yo no lo estuve para él. Mi
consejo humilde es compartir siempre, siempre, su amor con sus seres queridos y pedir que lo
inviten a ese periodo de transición sagrado, cuando la vida física se transforma en vida espiritual.
Experimentar el proceso de la muerte con alguien que ama lo llevará a una dimensión del ser más
grande y expansivo.

Mark Victor Hansen

¡HÁGALO HOY!

Si fuera a morir pronto y sólo pudiera hacer una llamada telefónica, ¿a quién llamaría y qué diría? ¿Y
por qué está esperando?

Stephen Levine

Cuando era superintendente de escuelas en Palo Alto, California, Polly Tyner, el presidente de
nuestra junta directiva, escribió una carta que publicaron en el Palo Alto Times. El hijo de Polly,
Jim, tenía muchos problemas en la escuela. Estaba clasificado como "incapacitado"
educativamente y requería de mucha paciencia de parte de sus padres y maestros. Sin embargo,
Jim era un niño feliz, con una gran sonrisa que iluminaba la habitación. Sus padres reconocieron
sus dificultades académicas, pero siempre trataron de ayudarlo para que considerara su potencial,
para que pudiera caminar con orgullo. Poco después de que Jim terminó la escuela secundaria,
murió en un accidente en motocicleta. Después de su muerte, su madre entregó esta carta al
periódico.-

Hoy enterramos a nuestro hijo de 20 años de edad. Murió instantáneamente en un accidente en


motocicleta el viernes por la noche. Cómo desearía haber sabido cuando hablé con él la última vez,
que ésa sería la última vez. De haberío sabido, le habría dicho: "Jim, te amo y estoy muy orgullosa de
ti".

Hubiera tomado el tiempo para decirle que trajo muchas bendiciones a las vidas de todos los que lo
amaron. Hubiera tomado tiempo para apreciar su hermosa sonrisa, el sonido de su risa, su amor
genuino hacia la gente.

Cuando ponemos todos los buenos atributos en la báscula y tratamos de equilibrar todos los rasgos
irritantes, como la radio que siempre sonaba demasiado fuerte, el corte de cabello que no nos
agradaba, los calcetines sucios debajo de la cama, etc., las irritaciones no serían demasiadas.

No tendré otra oportunidad para decir a mi hijo todo lo que habría deseado que escuchara; pero otros
padres sí tienen la oportunidad. Digan a sus jóvenes lo que desearían que escucharan, si supieran
que sería su última conversación. La última vez que hablé con Jim fue el día que murió. Me llamó
para decir: "¡Hola, mamá! Sólo llamé para decirte que te amo. Tengo que ir a trabajar. Adiós ". Me dio
algo que atesoraré por siempre.

Si la muerte de Jim tiene algún propósito, tal vez éste sea hacer que los demás aprecien más la vida
y que la gente, en especial las familias, tomen tiempo para permitir que cada uno sepa lo mucho que
nos interesa.

Tal vez nunca tenga otra oportunidad. ¡Hágalo hoy!

Robert Reasoner

UN ACTO DE BONDAD PARA UN CORAZÓN DESTROZADO

Sólo soy uno. Sin embargo, aún soy uno. No puedo hacer todo, pero sí puedo hacer algo. Debido a
que no puedo hacer todo, no me negaré a hacer ese algo que puedo hacer.
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Edward Everett Hale

Mi esposo, Hanoch, y yo escribimos un libro, Acts of Kindness: How to Create a Kindness


Revolution [Actos de bondad: cómo crear una revolución de la bondad], que generó mucho interés
en todo Estados Unidos. El siguiente relato fue compartido a nosotros por una persona anónima
que nos llamó durante un programa de charla por la radio, en Chicago.

-Hola, mamá, ¿qué estás haciendo? -preguntó Susie. -Estoy preparando un guisado para la señora
Smith, nuestra vecina -respondió su madre.

-¿Por qué? -quiso saber Susie, quien apenas tenía seis años de edad.

-Porque la señora Smith está muy triste; perdió a su hija y tiene el corazón destrozado.
Necesitamos cuidarla durante un tiempo.

-¿Por qué, mamá?

-Verás, Susie, cuando alguien está muy, muy triste, se le dificulta hacer lo más elemental, como
preparar la cena u otras tareas. Debido a que somos parte de una comunidad y la señora Smith es
nuestra vecina, necesitamos hacer algo para ayudarla. La señora Smith ya no podrá hablar con su
hija ni abrazarla ni hacer todas esas cosas maravillosas que hacen juntas las mamás y las hijas.
Eres una niña muy inteligente, Susie; tal vez se te ocurra alguna manera para ayudar a cuidar a la
señora Smith.

Susie meditó seriamente sobre este desafío y sobre cómo podría ayudar a la señora Smith. Unos
minutos después, Susie llamó a su puerta. Después de un momento, la señora Smith abrió.

-Hola, Susie.

Susie notó que la señora Smith no tenía esa calidad musical en su voz que era familiar cuando
saludaba a alguien.

También parecía que había estado llorando, porque sus ojos estaban húmedos e hinchados.

-¿Qué puedo hacer por ti, Susie? -preguntó la señora Smith.

-Mi mamá dice que usted perdió a su hija, que está MUY, muy triste y que tiene el corazón
destrozado -Susie extendió su mano con timidez. En ella tenía una vendita adhesiva-. Esto es para
su corazón destrozado -la señora Smith quedó sin aliento y controló las lágrimas. Se arrodilló y
abrazó a Susie.

--Gracias, querida, esto ayudará mucho -dijo la señora Smith entre lágrimas.

La señora Smith aceptó el acto de bondad de Susie y lo llevó un paso más adelante. Compró un
pequeño llavero con un marco para fotografía de plexiglás, de esos diseñados para llevar las llaves
y al mismo tiempo mostrar con orgullo un retrato familiar. La señora Smith colocó la venda
adhesiva de Susie en el marco para recordar que debe sanar, cada vez que la vea. Sabiamente,
sabe que la curación toma tiempo y necesita apoyo. Esto se convirtió en su símbolo de curación y
al mismo tiempo no olvida la alegría y el amor que experimentó con su hija.

Meladee McCarty

TE VERÉ POR LA MAÑANA

Gracias a mi madre y a su sabiduría, no le temo a la muerte. Ella fue mi mejor amiga y maestra.
Cada vez que nos separábamos, ya fuera para retirarnos durante la noche o antes de que alguna
de nosotras saliera de viaje, ella decía: "Te veré por la mañana". Era una promesa que siempre
cumplió.

Mi abuelo era ministro, y en aquellos días, a principios de siglo, siempre que un miembro de la
congregación fallecía, el cuerpo se velaba en la sala del ministro. Para una niña de ocho años, esto
puede ser una experiencia muy atemorizante.

Un día, mi abuelo cargó a mi madre, la llevó a la sala y le pidió que tocara la pared.
57

-¿Cómo la sientes, Bobbie? -le preguntó. -Está dura y fría -respondió ella.

Enseguida, la llevó junto al ataúd.

-Bobbie, voy a solicitar que hagas lo más difícil que te he pedido. Sin embargo, si lo haces, nunca
volverás a temerle a la muerte. Quiero que coloques la mano sobre el rostro del señor Smith.

Debido a que ella lo amaba y confiaba tanto en él, pudo cumplir con lo que le pidió.

-¿Y bien? -preguntó mi abuelo.

-Papá -respondió ella-, se siente como una pared.

-Así es -confirmó mi abuelo-. Esta es su antigua casa y nuestro amigo, el señor Smith, se mudó y,
Bobbie, no hay motivo para temerle a una vieja casa.

La lección se arraigó y floreció durante el resto de su vida. Ella no le temía a la muerte. Ocho
horas antes de que nos dejara, hizo la petición menos común. Mientras nos encontrábamos
alrededor de su cama controlando las lágrimas, ella dijo:

-No lleven flores a mi tumba, porque no estaré allí. Cuando me libre de este cuerpo, volaré hacia
Europa. Tu padre nunca me llevó -todos en la habitación rieron y ya no hubo más lágrimas el
resto de la noche.

Cuando la besamos y le dimos las buenas noches, sonrió. -Los veré por la mañana -dijo.

Sin embargo, a las 6:15 a. m. del día siguiente recibí una llamada del doctor para informarme que
ella había iniciado su vuelo hacia Europa.

Dos días después, nos encontrábamos en el apartamento de mis padres, revisando las
pertenencias de mi madre, cuando encontramos un archivo enorme con sus escritos. Al abrir el
paquete, un pedazo de papel cayó al suelo.

Era el siguiente poema. No sé si ella lo escribió o si es el trabajo de otra persona y ella lo guardó
con amor. Lo único que sé es que fue el único papel que se cayó y lo leí:

El legado

Cuando muera, da lo que quede de mía los niños.

Si necesitas llorar, llora por tus hermanos que caminan a tu lado.

Abraza a cualquiera y dale lo que necesitas darme. Deseo dejarte algo, algo mejor que las palabras o
los sonidos.

Búscame entre la gente que conocí y amé. Si no puedes vivir sin mí, entonces, permíteme vivir en tus
ojos, tu mente y tus actos de bondad. Puedes amarme más permitiendo que las manos toquen las
manos y dando libertad a los niños que necesitan ser libres.

El amor no muere; las personas sí.

Por lo tanto, cuando lo único que quede de mí sea el amor...

Regálame...

Mi papá y yo sonreímos uno al otro al sentir su presencia... y fue de mañana una vez más.

John Wayne Schlatter

EL AMOR NUNCA TE ABANDONA

Crecí en una familia muy normal, con dos hermanos y dos hermanas. Aunque no teníamos mucho
dinero en esos días, recuerdo que mi madre y mi padre siempre nos llevaban a días de campo los
fines de semana o al zoológico.
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Mi madre era una persona muy amorosa y atenta. Siempre estaba dispuesta para ayudar a alguien
y a menudo llevaba a casa animales extraviados o heridos. A pesar de que tenía cinco hijos que
atender, siempre encontraba tiempo para ayudar a los demás.

Recuerdo mi primera infancia y veo a mis padres no como marido y mujer con cinco hijos, sino
como una pareja de recién casados muy enamorada. El día lo pasaban con nosotros, los niños,
pero la noche era su tiempo para estar juntos.

Recuerdo que una noche estaba acostado en la cama. Era el domingo 27 de mayo de 1973.
Desperté al escuchar que mis padres llegaban a casa después de pasar la noche fuera con algunos
amigos. Reían y jugaban, y cuando oí que se iban a la cama, me volví y me dormí de nuevo, pero
toda esa noche mi sueño se turbó con pesadillas.

El lunes por la mañana, 28 de mayo de 1973, descubrí al levantarme que era un día nublado. Mi
madre todavía no se levantaba, por lo que nos arreglamos y nos fuimos a la escuela. Durante todo
ese día, experimenté una sensación de vacío interior. Llegué a casa después de la escuela y entré.
"Hola, mamá, ya llegué". No recibí respuesta. La casa parecía muy fría y vacía. Sentí temor.
Tembloroso, subí las escaleras y me dirigí a la habitación de mis padres. La puerta estaba
entreabierta y no podía ver todo el interior. "¿Mamá?" Empujé la puerta y la abrí por completo,
para poder ver toda la habitación. Allí estaba mi madre recostada en el piso, junto a la cama. Traté
de despertarla, pero no despertó. Supe que estaba muerta. Me volví, salí de la habitación y bajé.
Me senté en el sillón en silencio durante mucho tiempo, hasta que llegó a casa mi hermana mayor.
Me vio sentado allí y subió corriendo las escaleras.

Me senté en la sala y observé cómo mi padre hablaba con un policía. Vi cómo los operarios de la
ambulancia sacaban la camilla con mi madre sobre ella. Lo único que pude hacer fue permanecer
sentado y observar. Ni siquiera pude llorar. Nunca había pensado que mi padre fuera un hombre
viejo, pero cuando lo vi ese día, nunca pareció más avejentado.

Martes 29 de mayo de 1973. Mi undécimo cumpleaños. No hubo cantos ni fiesta ni pastel; sólo
silencio cuando nos sentamos alrededor de la mesa del comedor con la mirada fija en nuestra
comida. Era culpa mía. Si hubiera llegado a casa antes, ella estaría viva. Si hubiera sido mayor,
ella estaría viva. Si...

Durante muchos años cargué con la culpa de la muerte de mi madre. Pensé en todas las cosas
que debí haber hecho. Todas las cosas desagradables que le había dicho. En verdad creía que
debido a que yo era un niño problema, Dios me castigaba llevándose a mi madre. Lo que más me
preocupaba era el hecho de que nunca tuve la oportunidad de despedirme. Nunca volvería a sentir
su abrazo cálido ni olería el dulce aroma de su perfume ni sentiría sus besos amables cuando me
arropaba en la cama por la noche. Todas esas cosas que me habían quitado eran mi castigo.

El 29 de mayo de 1989, mi cumpleaños número 27, me sentía muy solo y vacío. Nunca me había
recuperado de los efectos de la muerte de mi madre. Era una ruina emocional. Mi ira hacia Dios
había llegado al máximo. Lloraba y le gritaba. ¿"Por qué me la quitaste? Ni siquiera me diste la
oportunidad de despedirme. Yo la amaba y tú me la quitaste. Sólo quería abrazarla una vez más.
¡Te odio!" Me senté en la sala y sollocé. Me sentía vacío, cuando de pronto, me embargó una
sensación cálida. Físicamente pude sentir dos brazos que me rodeaban. Pude oler una fragancia
familiar, aunque olvidada desde hacía mucho tiempo, en la habitación. Era ella. Pude sentir su
presencia. Sentí su caricia y olí su fragancia. El Dios que había odiado me concedió mi deseo. Mi
madre se acercaba a mí cuando la necesitaba.

Hoy sé que mi madre siempre está conmigo. Todavía la amo con todo mi corazón y sé que siempre
estará allí para mí. Cuando me había dado por vencido y resignado al hecho de que ella se había
ido para siempre, me permitió saber que su amor nunca me abandonaría.

Stanley D. Moulson

EL ÁNGEL MÁS HERMOSO

El corazón de un tonto está en su boca; pero la boca de un hombre sabio está en su corazón.

Benjamín Franklin

Durante los últimos 20 años he hablado ante toda clase de audiencias en el papel de Benjamín
Franklin. Aunque la mayoría de mis compromisos es ante audiencias corporativas y convenciones,
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todavía me gusta hablar a grupos escolares. Cuando trabajo para clientes corporativos fuera de la
zona de Filadelfia, les pido que patrocinen presentaciones en dos escuelas, como un servicio para
su comunidad.

He descubierto que incluso los niños muy pequeños se relacionan bien con el mensaje que
presento por medio del personaje de Benjamín Franklin. Siempre los aliento para que hagan las
preguntas que deseen, por lo que casi siempre me hacen algunas interesantes. El personaje de
Benjamín Franklin a menudo es tan real para los estudiantes que con gusto dejan a un lado la
incredulidad y quedan atrapados en un diálogo conmigo, como si yo fuera en realidad Ben
Franklin.

Un día particular, después de una asamblea para una escuela elemental, visité un salón del
quinto grado para responder preguntas a los alumnos que estudiaban la historia de Estados
Unidos. Un estudiante levantó la mano.

-Pensé que había muerto -dijo él. No era una observación común.

-Bueno, morí el 17 de abril de 1790 -respondí-, cuando tenía 84 años, pero no me gustó y no
volveré a hacerlo nunca.

De inmediato pedí más preguntas y elegí a un niño que estaba al fondo del salón, quien levantó la
mano.

-¿Cuándo estaba en el cielo, vio a mi madre allí? -me preguntó.

Mi corazón se detuvo. Deseé que el piso se abriera y me tragara. Mi único pensamiento fue: "¡No
arruines esto!" Comprendí que para que un niño de 11 años hiciera esa pregunta frente a todos
sus compañeros de clase, tenía que ser un hecho muy reciente o que le preocupara mucho.
También supe que tenía que decir algo.

-No estoy seguro si es la que creo que era -me escuché decir-, pero si es, era el ángel más hermoso
allí.

La sonrisa en su rostro me dijo que fue la respuesta correcta. No estoy seguro de dónde provino,
pero creo que tal vez recibí un poco de ayuda del ángel más hermoso allá.

Ralph Archbold
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4. UNA CUESTIÓN DE ACTITUD

El mayor descubrimiento de mi generación es que los seres humanos pueden alterar sus vidas
alterando la actitud de su mente.

William james

¿DESALENTADO?

Un día, cuando conducía a casa desde el trabajo, me detuve para mirar un juego de béisbol de la
Pequeña Liga local, que se jugaba en un parque cerca de mi casa. Cuando me senté detrás de la
banca en la línea de la primera base, pregunté a uno de los niños cuál era el marcador.

-Estamos perdiendo 14 a cero -respondió con una sonrisa.

-¿En verdad? Tengo que decir que no pareces muy desalentado --comenté.

-¿Desalentado? -preguntó el niño, con expresión enigmática-. ¿Por qué debería estar desalentado?
Todavía no hemos bateado.

Jack Canfield

EL VESTIDO ROJO DE LA MADRE DE MILLIE

Estaba colgado allí en el armario mientras ella moría, el vestido rojo de mamá, como una mancha
en la hilera de ropa vieja y oscura en la que había vestido su vida.

Me llamaron a casa y supe cuando la vi que no duraría.

Cuando vi el vestido, dije:

"¡Qué hermoso, madre! Nunca te lo he visto puesto." "Nunca lo he usado", dijo despacio.

"Siéntate, Millie, me gustaría darte una o dos lecciones antes de irme, si puedo."

Me senté junto a su cama y ella suspiró y aspiró profundo, más aire del que pensé podría
contener. "Ahora que pronto me iré, puedo ver algunas cosas. Te enseñé bien, pero te enseñé
equivocadamente."

“¿Qué quieres decir, madre?"

"Bueno, siempre pensé que una buena mujer nunca toma su turno, que está sólo para trabajar
por alguien más. Haz aquí, haz allá, siempre cumple con los deseos de todos y asegúrate de que
los tuyos estén al pie de la pila.

"Tal vez algún día los alcances. Pero por supuesto que nunca lo harás. Mi vida fue así, haciendo
cosas para tu papá, haciendo cosas para los muchachos, para tus hermanas, para ti."

"Hiciste... todo lo que podía hacer una madre."

"Oh, Millie, Millie, no fue bueno para ti... para él. ¿No comprendes? Cometí con ustedes el peor
error. ¡No pedí nada para mí!

"Tu padre en la otra habitación, muy contrariado y con la mirada fija en las paredes cuando el
médico se lo dijo, lo tomó mal... se acercó a mi cama no quería que perdiera la vida. 'No puedes
morir, ¿me oyes? ¿Qué será de mí?' "'¿Qué será de mí?' Será difícil, lo sé, cuando me vaya. Ni
siquiera puede encontrar la sartén.

"Y ustedes, mis hijos... yo era un alma buena para todos y en todas partes. Era la primera en
levantarme y la última en acostarme siete días a la semana. Siempre me comía el pan quemado. Y
el pedazo más chico de pastel.

"Ahora veo cómo algunos de tus hermanos tratan a sus esposas y me siento enferma, porque fui
yo quien los enseñó. Y ellos aprendieron. Aprendieron que una mujer no existe, excepto para dar.
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Cualquier centavo que podía ahorrar lo destinaba a su ropa o a sus libros, incluso cuando no era
necesario.

Ni siquiera puedo recordar una vez en que haya ido al centro de la ciudad para comprar algo
hermoso para mí. "Excepto el año pasado, cuando compré ese vestido rojo. Descubrí que tenía 20
dólares que no estaban reservados. Iba en camino a hacer un pago extra de la lavadora. Pero de
alguna manera, regresé a casa con esa caja grande.

Tu padre me lo dio a entender entonces. '¿Cuándo usarás algo como eso? ¿Irás a la ópera o algo?'
Y supongo que él tenía razón. Nunca, excepto en la tienda, me he puesto ese vestido.

"Oh, Millie, siempre pensé que si no tomaba nada para mí en este mundo de alguna manera
tendría todo en el otro. Ya no creo eso. Creo que el Señor desea que tengamos algo aquí... y ahora.
"Te lo digo, Millie, si algún milagro me levanta de esta cama, verás a una madre diferente, porque
lo seré. Oh, hace mucho tiempo que pasó mi turno apenas si sabré cómo tomarlo. Pero aprenderé,
Millie. ¡Aprenderé!

Permaneció colgado allí, en el armario mientras ella moría, el vestido rojo de mi madre, como una
mancha en la hilera de ropa vieja y oscura en la que había vestido su vida.

Sus últimas palabras para mí fueron estas: "Hazme el honor, Millie, de no seguir mis pasos.
Prométeme eso".

Lo prometí. Ella contuvo el aliento entonces, mi madre tomó su turno en la muerte.

Carol Lynn Pearson

ACTITUD: UNA DE LAS OPCIONES DE LA VIDA

Una persona feliz no es una persona en cierto tipo de circunstancias, sino más bien una persona con
cierto tipo de actitudes.

Hugh Downs

Mi esposa, Tere, y yo compramos un coche nuevo en diciembre. A pesar de que teníamos boletos
para volar de California a Houston, para visitar a su familia durante la Navidad, decidimos
conducir hasta Texas para estrenar el auto nuevo. Empacamos en el coche y partimos para pasar
una semana maravillosa con la abuela.

Pasamos un tiempo maravilloso y nos quedamos hasta el último minuto posible de visita a la
abuela. Durante el viaje de regreso necesitábamos llegar a casa pronto, por lo que viajamos
constantemente: mientras una persona conducía, la otra dormía. Después de conducir bajo una
fuerte lluvia durante varias horas, llegamos a casa ya avanzada la noche. Estábamos cansados y
listos para tomar una ducha caliente y acostarnos en la cama suave. Tenía la sensación de que sin
importar lo cansados que estuviéramos, sacaríamos todo del coche esa noche, pero lo único que
deseaba Tere era una ducha caliente y la cama suave, por lo que decidimos esperar y sacar la
carga del coche por la mañana.

A las siete de la mañana, nos levantamos descansados y listos para sacar las cosas del auto.
Cuando abrimos la puerta principal, ¡no había ningún coche en el sendero! Tere y yo nos miramos,
miramos de nuevo el sendero, nos miramos mutuamente, miramos otra vez el sendero y nos
volvimos a mirar. Entonces, Tere hizo esta maravillosa pregunta: "¿Dónde estacionaste el coche?"

Riendo, respondí: "justamente en el sendero". Sabíamos dónde habíamos estacionado el coche; sin
embargo, salimos, con la esperanza de que quizás el coche milagrosamente había retrocedido por
el sendero y se había estacionado solo junto a la acera; pero no era así.

Sorprendidos, llamamos a la policía y llenamos un reporte que supuestamente activaba nuestro


sistema de rastreo de alta tecnología. Para tranquilizarme, llamé también a la compañía del
sistema de rastreo. Me aseguraron que tenían un porcentaje 98 para recuperarlo en dos horas.
Transcurridas las dos horas, los llamé de nuevo y pregunté: "¿Dónde está mi coche?"

"Todavía no lo encontramos, señor Harris, pero tenemos un porcentaje de 94 por ciento para
recuperarlo en cuatro horas".
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Transcurrieron otras dos horas. Llamé de nuevo y pregunté: "¿Dónde está mí coche?"

De nuevo respondieron: "Todavía no lo encontramos, pero tenemos un porcentaje de 90 por ciento


de encontrarlo dentro de ocho horas".

En ese momento les dije: "Su porcentaje no significa nada para mí cuando me encuentro en el
porcentaje pequeño, por lo tanto, llámenme cuando lo encuentren".

Más tarde ese día, en un comercial en la televisión, de un fabricante de autos, preguntaron: "¿No
le gustaría tener este coche en su sendero?"

Respondí: "Seguro, me gustaría! Tenía uno ayer".

A medida que transcurrió el día, Tere se enfadó cada vez más al recordar lo que estaba en el coche:
nuestro álbum de boda, fotos familiares irremplazables de generaciones anteriores, ropa, todo
nuestro equipo de fotografía, mi billetera y nuestras chequeras, sólo por nombrar algunas cosas.
Éstos eran artículos de poca importancia para nuestra sobrevivencia; sin embargo, en ese
momento nos parecían muy importantes.

Ansiosa y frustrada, Tere me preguntó: "¿Cómo puedes bromear cuando faltan todas esas cosas y
nuestro coche nuevo?"

La miré y respondí: "Cariño, podemos tener un coche robado y estar enfadados o tener un coche
robado y estar felices. De cualquier manera, nos robaron el coche. En verdad creo que nuestra
actitud y estado de ánimo son elección nuestra, y en este momento elijo ser feliz".

Cinco días después nos devolvieron el auto, sin ninguna de nuestras pertenencias y con un daño
con valor de más de $3 000. Lo llevé a reparar y me dio gusto escuchar que nos lo devolverían en
una semana.

Al final de esa semana, entregué el coche rentado y recogí el nuestro. Estaba entusiasmado y
aliviado al tener de nuevo nuestro auto. Por desgracia, estos sentimientos fueron de corta
duración. Camino a casa, choqué con otro coche justamente en nuestra salida de la autopista. El
otro coche no sufrió daño, pero el nuestro sí... otros $3 000 de daño y otra reclamación de seguro.
Logré conducir el coche hasta nuestro sendero, pero cuando bajé para inspeccionar el daño, la
llanta izquierda delantera estaba baja.

Mientras me encontraba de pie en el sendero, observando el coche y reprendiéndome por haber


golpeado al otro auto, Tere llegó a casa. Se acercó a mí, miró el coche y después a mí. Al ver que
estaba compungido, me abrazó y dijo: "Cariño, podemos tener un coche arruinado y estar
enfadados, o podemos tener un coche arruinado y estar felices. De cualquier manera, tenemos un
coche arruinado, por lo tanto, elijamos ser felices".

Me rendí con una carcajada y decidimos pasar juntos una noche maravillosa.

Bob Harris
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5. SOBRE EL APRENDIZAJE Y LA ENSEÑANZA

Dentro de 50 años no importará el tipo de coche que condujo, la clase de casa en la que vivió, cuánto
tenía en su cuenta bancaria ni la apariencia de su ropa. Sin embargo, el mundo puede ser un poco
mejor porque usted fue importante en la vida de un niño.

Anónimo

LAS PIEDRECILLAS MÁGICAS

Es el pensamiento habitual el que se enmarca en nuestra vida. Nos afecta incluso más que nuestras
relaciones sociales íntimas. Nuestros mejores amigos no intervienen tanto para moldear nuestras
vidas como los pensamientos que albergamos.

J. W. Teal

¿Por qué tenemos que aprender todas estas tonterías?" Entre todas las quejas y preguntas que he
escuchado de mis estudiantes durante mis años en el salón de clases, ésta fue la que hicieron con
mayor frecuencia. Respondía contando la siguiente leyenda.

Una noche, un grupo de nómadas se preparaba para retirarse durante la noche cuando, de pronto,
fueron rodeados por una gran luz. Sabían que estaban en presencia de un ser celestial. Con gran
anticipación, esperaron un mensaje celestial de gran importancia, que sabían debería ser
especialmente para ellos.

Finalmente, la voz habló. "Recojan todas las piedrecillas que puedan. Colóquenlas en sus alforjas.
Viajen durante el día y mañana por la noche estarán contentos y también tristes. "

Después de partir, los nómadas compartieron su desilusión y su ira entre sí. Habían esperado la
revelación de una gran verdad universal que les permitiera crear riqueza, salud y propósito para el
mundo. En cambio, les dieron una tarea humilde que no tenía ningún sentido para ellos. Sin
embargo, el recuerdo del brillo de su visitante hizo que cada uno recogiera algunas piedrecillas y las
depositara en su alforja, mientras gruñían su descontento.

Viajaron durante el día y, esa noche, al acampar, buscaron en sus alforjas y descubrieron que cada
piedrecilla que habían recolectado se había convertido en un diamante. Estaban contentos porque
tenían diamantes, pero también estaban tristes porque no habían recolectado más piedrecillas.

Fue una experiencia que tuve con un estudiante a quien llamaré Alan, al principio de mi carrera
como maestra, que ilustró para mí la verdad de esa leyenda.

Cuando Alan estaba en el octavo grado, se especializó en los "problemas", con una asignatura baja
en "suspensiones". Había estudiado cómo ser un pendenciero y se doctoraba en el "robo".

Todos los días pedía a mis estudiantes que memorizaran una cita de un gran pensador. Cuando
pasaba lista, empezaba una cita y, para poner asistencia al estudiante, tenía que terminar el
pensamiento.

-Alice Adams. "No hay fracaso salvo..."

-“Cuando no se intenta más". Presente, señor Schlatter.

Así, al final del año, mis jóvenes alumnos habían memorizado 150 grandes pensamientos.

"Si piensas que puedes, si piensas que no puedes... ¡de cualquier manera estás en lo correcto!"

"Si puedes ver los obstáculos, apartaste los ojos del objetivo."

"Un cínico es alguien que conoce el precio de todo y el valor de nada."

Y, por supuesto, la frase de Napoleon Hill: "Si puedes concebirlo y creer en ello, puedes lograrlo".

Nadie se quejó de esta rutina cotidiana, con excepción de Alan, hasta el día en que fue expulsado
y perdí contacto con él durante cinco años. Entonces, un día llamó. Tomaba parte de un programa
especial en una de las universidades vecinas y acababa de terminar su libertad condicional.
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Me dijo que después de haberío enviado a un reclusorio juvenil y finalmente al California Youth
Authority (Autoridad Juvenil de California) por sus fecharías, se sintió tan enfadado consigo
mismo, que tomó una hoja para rasurar y se cortó las muñecas.

Dijo: "Sabe usted, señor Schlatter, cuando yacía allí y la vida se iba de mi cuerpo, de pronto
recordé esa tonta cita que me hizo escribir 20 veces un día. 'No hay fracaso salvo cuando no se
intenta más'. De pronto tuvo sentido para mí: mientras estuviera vivo, yo no era un fracaso; pero si
me dejaba morir, ciertamente moría siendo un fracaso. Por lo tanto, con la fuerza que me quedaba,
pedí ayuda e inicié una nueva vida."

Cuando él había escuchado esa cita, fue como una piedrecilla; pero cuando necesitó guía en un
momento de crisis, se convirtió en un diamante. Así les digo a ustedes: reúnan todas las
piedrecillas que puedan y podrán contar con un futuro lleno de diamantes.

John Wayne Schlatter

SOMOS LOS RETRASADOS

Durante mi primer día como maestra, todas mis clases resultaban bien. Decidí que ser una
maestra sería algo fácil. Entonces llegó el periodo siete, la última clase de día.

Cuando caminaba hacia el salón de clases, escuché que se rompía el mobiliario. Al dar vuelta a la
esquina, vi que uno de los niños sostenía a otro contra el piso.

-¡Escucha, retrasado! -gritó el que estaba abajo-. ¡Me importa un bledo tu hermana!

-Mantente alejado de ella, ¿me escuchas? -amenazó el que estaba encima.

Acerqué mi pequeño cuerpo y les pedí que dejaran de pelear. De pronto, 14 pares de ojos estaban
fijos en mi rostro. Sabía que no parecía muy convincente. Los dos chicos se miraron y después a
mí; despacio tomaron sus asientos. En ese momento, el maestro que estaba al otro lado del pasillo
asomó la cabeza por la puerta y gritó a mis estudiantes que se sentaran, se callaran e hicieran lo
que yo decía. Me sentí impotente.

Traté de enseñar la lección que había preparado, pero fui recibida por un mar de rostros
precavidos. Cuando el grupo salía, detuve al chico que había iniciado la pelea. Lo llamaré Mark.

-Señora, no pierda su tiempo -me dijo-. Somos los retrasados -Mark salió del salón.

Atónita, me dejé caer en mi silla y me pregunté si debería haber sido maestra. ¿Irse era la única
solución para problemas como ése? Me dije que sufriría un año y que después de casarme el
siguiente verano, haría algo que me recompensara más.

-Te impresionaron, ¿no es así? --era mi colega, que anteriormente había llegado a mi clase. Asentí.

-No te preocupes -dijo él-. Enseñé a muchos de ellos durante la escuela de verano. Sólo son 14 y
la mayoría no se graduará. No pierdas tu tiempo con esos chicos.

-¿Qué quieres decir?

-Viven en chozas en los campos. Son los hijos de los recolectores migratorios. Vienen a la escuela
sólo cuando se les antoja. El chico que estaba en el piso había molestado a la hermana de Mark
cuando recolectaban frijoles juntos. Hoy, durante el almuerzo, tuve que decirle que se callara.
Sólo mantenlos ocupados y callados. Si causan algún problema, envíamelos.

Mientras recogía mis cosas para irme a casa, no pude olvidar la expresión de¡ rostro de Mark
cuando dijo: "Somos los retrasados". Retrasados. Esa palabra martilleaba en mi cerebro. Sabía que
tenía que hacer algo drástico.

La tarde siguiente, pedí a mi colega que no entrara de nuevo en mi clase. Necesitaba manejar a los
chicos a mi manera. Regresé a mi salón de clases e hice contacto visual con cada uno de los
estudiantes. Después me dirigí al pizarrón y escribí ECINAJ.

-Ése es mi nombre de pila -les dije-. ¿Pueden decirme qué es?


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Dijeron que mi nombre era "raro" y que nunca antes lo habían visto. Me dirigí de nuevo al pizarrón
y en esta ocasión escribí JANICE. Varios de ellos pronunciaron de pronto la palabra y me
dirigieron una mirada divertida.

-Tienen razón, mi nombre es Janice -comenté-. Tengo problemas de aprendizaje, algo que llaman
"dislexia". Cuando inicié la escuela, no podía escribir correctamente mi propio nombre. No podía
deletrear las palabras y los números nadaban en mi cabeza. Me etiquetaron como "retrasada".
Efectivamente: yo era una "retrasada". Todavía puedo escuchar esas horribles voces y sentir la
vergüenza.

-¿Cómo se convirtió en maestra? -preguntó alguien.

-Porque odio las etiquetas, no soy estúpida y me gusta aprender. De eso tratará esta clase. Si les
gusta la etiqueta "retrasado", entonces, este lugar no es para ustedes. Cámbiense de clase. En este
salón no hay personas retrasadas.

-No seré condescendiente con ustedes - continué-. Vamos a trabajar y trabajar, hasta que estén al
corriente. Se graduarán y espero que algunos de ustedes asistan a la universidad. No es broma, es
una promesa. Ni siquiera deseo escuchar de nuevo la palabra "retrasado" en este salón.
¿Entienden?

Se sentaron un poco más erguidos.

Trabajamos arduamente, y pronto capté miradas prometedoras. Mark, especialmente, era muy
brillante. Lo escuché decir a un chico en el pasillo:

-Este libro es realmente bueno. Allí no leemos libros para bebés -tenía en la mano un ejemplar de
Para matar un ruiseñor.

Transcurrieron los meses y la mejoría fue maravillosa.

-La gente todavía piensa que somos estúpidos, porque no hablamos bien -dijo Mark un día-. Era el
momento que yo había estado esperando. Ahora podríamos iniciar un estudio intensivo de la
gramática, porque ellos lo deseaban.

Me preocupaba ver que se aproximaba el mes de junio; ellos deseaban aprender mucho. Todos mis
estudiantes sabían que yo me iba a casar y que me iría a vivir fuera del estado. Durante mi última
clase del periodo, los estudiantes se mostraban visiblemente agitados siempre que yo lo
mencionaba. Me agradaba que me apreciaran, pero, ¿qué sucedía? ¿Estaban enfadados porque yo
dejaba la escuela?

En mi último día de clases, el director me saludó al entrar en el edificio.

-¿Quiere venir conmigo, por favor? -me dijo-. Hay un problema con su clase -miró fijamente hacia
el frente, mientras me conducía por el pasillo. ¿Ahora qué? me pregunté.

¡Era sorprendente! Había ramos de flores en cada esquina, sobre los escritorios de los estudiantes
y en los armarios. Un enorme tapete de flores cubría mi escritorio. ¿Cómo pudieron hacer esto? me
pregunté. La mayoría era demasiado pobre y dependía del programa de asistencia de la escuela
para obtener ropa abrigadora y comidas decentes.

Empecé a llorar, y ellos también.

Más tarde supe cómo lo lograron. Mark, quien trabajaba en la florería local los fines de semana,
había visto pedidos de varias de mis otras clases. Lo mencionó a sus compañeros. Demasiado
orgulloso para usar de nuevo una etiqueta insultante de "pobre", Mark pidió al florista todas las
flores "descartadas" en la tienda. Enseguida, llamó a las salas funerarias y explicó que su clase
necesitaba flores para una maestra que partía. Aceptaron darle los ramos que quedaban después
de cada funeral.

Ése no fue el único tributo que me hicieron. Dos años después, los 14 estudiantes se graduaron y
seis de ellos ganaron becas universitarias.

Veintiocho años después, doy clases en una escuela académicamente sólida, no demasiado lejos
de donde inicié mi carrera. Me enteré de que Mark se casó con su novia universitaria y es un
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exitoso hombre de negocios. Como coincidencia, hace tres años, el hijo de Mark estuvo en mi clase
de inglés del segundo grado.

En ocasiones río cuando recuerdo el final de mi primer día como maestra. ¡Creo que consideré
renunciar para hacer algo provechoso!

Janice Anderson Connolly

¿QUÉ LE SUCEDE A LA JUVENTUD ACTUAL?

Sí trata a una persona... como si fuera lo que debe ser y puede ser, se convertirá en lo que debe ser y
puede ser.

Goethe

Nuestros jóvenes están creciendo con mucha mayor rapidez en la actualidad. Necesitan nuestra
ayuda.

Pero, ¿qué puedo hacer?

Mi voz interior me cuestionó por qué yo no era un modelo para la generación actual de jóvenes.
No, yo no podía hacer eso. No era psicólogo y no tenía el tipo de influencia para crear un cambio
masivo como un político.

Soy ingeniero. Obtuve mi diploma en ingeniería eléctrica en la Universidad de Virginia. En la


actualidad trabajo para Hewlett-Packard.

Sin embargo, ese pensamiento no me abandonaba.

Por lo tanto, finalmente decidí hacer algo. Esa mañana llamé a la escuela secundaria del
vecindario. Hablé con el director y le compartí mi deseo de ayudar. Él se entusiasmó y me invitó a
que lo visitara durante el almuerzo. Acepté.

Al mediodía, conduje hasta la escuela. Muchos pensamientos bombardeaban mi mente: "¿Puedo


relacionarme con ellos? ¿Desean los estudiantes hablar con un extraño?"

No había estado en las instalaciones de una escuela secundaria desde hacia varios años. Cuando
caminé por el pasillo, los estudiantes charlaban con entusiasmo. Estaba repleto. Los estudiantes
me parecían de más edad. Muchos de ellos usaban ropa holgada.

Finalmente, llegué al salón de clases, el Salón 103, donde compartiría algunos puntos de vista con
los estudiantes. Respiré profundo y abrí la puerta. Allí encontré a 32 estudiantes charlando.
Cuando entré, todo se detuvo. Todos los ojos quedaron fijos en mí.

-Hola, soy Marlon.

-Hola, Marlon, pasa -uff, sentí alivio por un momento. Me aceptaron.

Durante esa sesión de una hora, nos divertimos hablando sobre la fijación de objetivos, la
importancia de la escuela y la resolución de conflictos sin violencia. Cuando sonó la campana,
indicando la hora para la siguiente clase, yo no deseaba que terminara. El tiempo voló y antes de
darme cuenta, era hora de que yo regresara al trabajo. No podía creer lo mucho que me había
divertido. Regresé al trabajo inflado.

Esto continuó durante meses. Cultivé muchas relaciones en la escuela. La mayoría de los
estudiantes congenió conmigo. Sin embargo, no a todos les entusiasmaba el hecho de que yo fuera
allí.

En realidad, era Paul.

Nunca olvidaré a Paul. Era un joven con apariencia tosca, con una estatura de 1.80 m y un peso
de 99 kilos. Acababa de ser transferido a esa escuela. Corrían rumores de que había estado en
varios centros de corrección juvenil. En realidad, los maestros le temían. ¿Y por qué no? Dos años
antes había sido sentenciado por apuñalar en el pecho a su maestro de inglés durante una
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discusión. Todos le permitían hacer lo que deseaba. Llegaba tarde a clase, nunca llevaba un libro
en la mano porque era demasiado indiferente en la escuela.

De cuando en cuando, asistía a mis sesiones durante el almuerzo, pero nunca decía nada. Creo
que el único motivo por el que asistía era para "mirar a las muchachas".

Siempre que trataba que participara, sólo me taladraba con los ojos. Me intimidaba. Era como una
bomba en espera para explotar. Sin embargo, yo no iba a darme por vencido. Cada vez que él
llegaba, yo trataba de que tomara parte en la discusión, mas no se interesaba.

Un día, tuve suficiente y la bomba explotó.

Durante esta sesión particular, desarrollábamos nuestro "collage de objetivos". Los estudiantes
recortaban imágenes de sus objetivos de las revistas y las pegaban en un cartel. Teníamos ya 20
minutos en la sesión cuando Paul llegó.

Pedí un voluntario para que compartiera su collage de objetivos con el resto de la clase. Julie, una
joven pequeña, se puso de pie y empezó a compartir sus sueños. Me dio gusto ver que Julie se
ponía de pie, porque cuando la conocí, era demasiado tímida.

-Asistiré a la escuela de medicina para llegar a ser médico.

De pronto, se escuchó una carcajada en la parte posterior del salón.

-Por favor. ¿Tú, un médico? Sé realista. No vas a ser nadie.

Todas las cabezas se volvieron hacia la parte posterior del salón. Paul reía por sus palabras.

Quedé impresionado. No podía creer lo que acababa de suceder. Hubo un silencio total. ¿Qué
debería hacer? Mi adrenalina fluía con fuerza.

-Paul, eso no es correcto. ¿Quién eres tú para hacer menos a alguien?

-¿Se dirige a mí, maestro? ¿Me está faltando al respeto? ¿Sabe quién soy? Mire, señor, soy un
G.O., un Gángster Original. No se meta conmigo, pues resultará lastimado.

Empezó a caminar hacia la puerta.

-No, Paul, eso no debe ser. No tienes derecho para hacer menos a alguien. Ya es suficiente. No
tienes que estar aquí. 0 formas parte del grupo o no. Aquí tenemos un equipo que se apoya
mutuamente. Paul, tienes mucho potencial. Deseamos contar con tu participación. Tienes mucho
que ofrecer al grupo. Me interesas tú y todo este grupo. Por eso estoy aquí. ¿Serás un jugador de
equipo?

Paul miró por encima de su hombro y me dirigió una mirada de terror. Abrió la puerta, salió y dio
un portazo.

La clase se impresionó con este drama, al igual que yo.

Después de la clase, guardé mis materiales y me dirigí al estacionamiento. Cuando me acercaba a


mi coche, alguien me llamó.

Me volví y, para mi sorpresa, era Paul. Caminaba con rapidez hacia mí. Me dominó el temor. Parte
de mí deseaba conseguir ayuda, pero todo sucedió con tanta rapidez, que no pude moverme.

-Señor Smith, ¿recuerda lo que me dijo? -Sí, Paul.

-¿Habló en serio cuando dijo que se interesaba en mí y que deseaba que formara parte de equipo?

-Sí, por supuesto, Paul.

-Nadie, en toda mi vida, me había dicho que se interesaba en mí. Usted es la primera persona que
me dice eso. Deseo ser parte del equipo. Gracias por interesarse lo suficiente como para hacerme
frente. Mañana me disculparé con Julie, ante toda la clase.

No podía creer lo que escuchaba. Estaba muy impresionado. Apenas si podía hablar.
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Cuando se alejó, las lágrimas de alegría humedecieron mis ojos y empezaron a rodar por mi rostro.
En verdad me había conmovido. Ese día decidí dedicar mi vida a ayudar a nuestros jóvenes a
conocer su verdadero potencial.

Marlon Smith

UNA NULIDAD EN LA NIEVE

Empezó con una tragedia una mañana muy fría de febrero. Conducía detrás del autobús de
Milford Corners, como lo hacía casi todas las mañanas que nevaba, camino a la escuela. Se desvió
y se detuvo frente al hotel, lo cual no tenía por qué hacer. Me enfadé, puesto que tuve que
detenerme inesperadamente. Un chico bajó del autobús, se tambaleó, tropezó y se desplomó sobre
el banco de nieve en la acera. El chofer del autobús y yo llegamos a su lado al mismo tiempo. Su
rostro delgado y hundido estaba blanco, incluso junto a la nieve.

-Está muerto -murmuró el chofer.

No capté durante un minuto. Miré con rapidez los rostros asustados que nos observaban desde el
autobús escolar.

-¡Un médico! ¡Rápido! Telefonearé desde el hotel.

-No tiene caso. Le digo que está muerto -el chofer observó el cuerpo quieto del joven-. Ni siquiera
dijo que se sentía mal -murmuró-, sólo me tocó en el hombro y dijo con voz baja: 'Lo lamento,
tengo que bajarme en el hotel' Eso es todo. Habló con cortesía y disculpándose.

En la escuela, las risas y el ruido de la mañana se acallaron cuando la noticia corrió por los
pasillos. Pasé junto a un grupo de niñas.

-¿Quién fue? ¿Quién se cayó muerto camino a la escuela? --escuché que medio murmuraba una
de ellas.

-No conozco su nombre; un chico de Milford Corners -fue la respuesta.

En el salón de los profesores y en la oficina del director sucedió algo similar.

-Apreciaría que fuera a avisar a los padres -me dijo el director-. No tienen teléfono y alguien de la
escuela debe ir allí en persona. Yo cubriré sus clases.

-¿Por qué yo? -pregunté-. ¿No sería mejor si usted lo hiciera?

-Yo no conocía al chico -admitió el director-, y en la columna de personalidades del segundo


grado, el año pasado, noté que usted estaba anotado como su maestro favorito.

Conduje a través de la nieve y el frío por el camino del cañón, hacia la casa de los Evans y pensé
en el chico, Cliff Evans. ¡Su maestro favorito! ¿Por qué? ¡No me había dirigido dos palabras en dos
años! Podía verlo con la mente, sentado en el último asiento en mi clase vespertina de literatura.
Llegaba al salón solo y se iba solo. "Cliff Evans", murmuré para mí, "un joven que nunca sonrió.
Nunca lo vi sonreír ni una sola vez".

La gran cocina del rancho estaba limpia y cálida. Di la noticia de alguna manera. La señora Evans
buscó a ciegas una silla.

-Él nunca dijo que estuviera enfermo.

-Él no decía nada sobre nada, desde que vine a vivir aquí ---comentó su padrastro.

La señora Evans se puso de pie, empujó una cacerola hacia la parte posterior de la estufa y
empezó a desatar su delantal.

-Espera -dijo su marido-. Tengo que desayunar antes de ir a la ciudad. De cualquier manera, no
podemos hacer nada ahora. Si Cliff no hubiera sido tan tonto, nos habría dicho que no se sentía
bien.

Cuando terminaron las clases, me senté en la oficina y miré desolado los expedientes extendidos
ante mí. Iba a cerrar el expediente del chico y escribir su obituario para el periódico de la escuela.
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Las hojas casi en blanco eran como una burla para el esfuerzo. "Cliff Evans, blanco, su padrastro
nunca lo adoptó legalmente, cinco medios hermanos y hermanas." Esta poca información y la lista
de calificaciones D era todo lo que el expediente tenía para ofrecer.

Cliff Evans había cruzado silenciosamente la puerta de la escuela por las mañanas y salido por esa
puerta por las tardes y eso era todo. Nunca perteneció a ningún club. Nunca jugó en un equipo.
Nunca tuvo un cargo. Hasta donde sé, nunca hizo algo infantil feliz y ruidoso. Nunca fue nadie.

¿Cómo es que convertimos a un chico en un cero? Las calificaciones escolares me mostraron gran
parte de la respuesta. Las anotaciones de los maestros del primero y segundo grados eran "un
niño dulce y tímido; tímido, pero entusiasta". La nota del tercer grado inició el ataque. Algún
maestro había escrito con mano firme: "Cliff no habla. No coopera. Aprende con lentitud". Los
otros maestros anotaron "torpe" "lento y estúpido", "IQ bajo". Tenían razón. El IQ del chico en el
noveno grado era 83. Sin embargo, su IQ en el tercer grado había sido 106. El número no bajó del
100 hasta el séptimo grado. Incluso los niños tímidos y dulces tienen adaptabilidad. Toma tiempo
llegar a ellos.

Me detuve ante la máquina de escribir y redacté un reporte agresivo, indicando lo que la


educación le había hecho a Cliff Evans. Dejé una copia sobre el escritorio del director y otra en el
triste archivo; lo cerré, al igual que la puerta de la oficina, antes de irme a casa. Sin embargo, no
me sentí mucho mejor. Un niño continuaba caminando detrás de mí, con un rostro demacrado y
un cuerpo muy delgado, con pantalones de mezclilla desteñidos y unos ojos grandes que habían
buscado durante mucho tiempo y después se apagaron.

Pude adivinar cuántas veces fue elegido al último para estar en un equipo, cuántas veces las
conversaciones murmuradas de los niños lo excluyeron. Podía ver los rostros y escuchar las voces
que decían una y otra vez: "Eres tonto. Eres tonto. No eres nada, Cliff Evans".

Un niño es una criatura creyente. Sin lugar a duda, Cliff les creyó. De pronto, todo me pareció
claro: cuando finalmente no quedó nada para Cliff Evans, se desplomó sobre un banco de nieve y
murió. El médico quizás anotaría "paro cardiaco" como la causa de la muerte, pero eso no
cambiaría mi modo de pensar.

Jean Todd Hunter

UNA SIMPLE CARICIA

Mi amigo Charlie entró y dio un portazo con la puerta trasera. Se dirigió a mi refrigerador, sacó
una cerveza y se sentó en una silla de la cocina. Lo observé con interés.

Tenía esa expresión alterada y perpleja de alguien que acaba de ver a un fantasma o que quizás
enfrentó su propia mortalidad. Tenía ojeras y no dejaba de mover la cabeza de un lado al otro,
como si sostuviera una charla interior. Finalmente, dio un trago grande de cerveza e hizo contacto
visual.

Le dije que se veía muy mal. Él lo aceptó y añadió que se sentía incluso peor: sacudido. Me contó
su historia impresionante.

Charlie es maestro de arte en la secundaria local. Ha estado allí durante muchos años y disfruta la
envidiada reputación de alguien que es respetado por sus colegas y buscado por los estudiantes.
Parece que este día particular lo visitó una ex estudiante que regresó después de cuatro o cinco
años para mostrar su anillo de boda, su nuevo bebé y su carrera floreciente.

Charlie dejó de hablar el tiempo suficiente para saborear su cerveza. Eso era, pensé. Había
enfrentado su propia mortalidad. Los años vuelan para un maestro y siempre resulta
desconcertante parpadear y encontrar una mujer donde apenas ayer había una niña.

-No, no fue así precisamente -me informó Charlie-. No fue una lección de mortalidad, ni un
fantasma --explicó que había sido una lección de humildad.

La visitante, Ángela, había sido una estudiante de arte bastante seria, cinco años antes. Charlie la
recordaba como una joven callada y sencilla, casi inhibida, pero que recibía con sonrisas los
acercamientos amistosos.
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Ahora era una joven mujer segura, madre, que iniciaba conversaciones en lugar de responder a
éstas. Había llegado para visitar a su ex maestro de arte y tenía una agenda. Empezó después de
sólo algunas amenidades preliminares.

--Cuando estaba en la escuela secundaria -explicó ella-, mi padrastro abusaba de mí. Me golpeaba
y se metía en mi cama por la noche. Fue horrible. Yo estaba profundamente avergonzada. No se lo
dije a nadie. Nadie lo supo.

-Finalmente, en mi primer año en la escuela, mis padres se fueron durante el fin de semana y me
dejaron sola en casa por primera vez. Planeé escaparme.

-Ellos se fueron el jueves por la noche, por lo que pasé toda la noche preparándome. Hice mi
tarea, escribí una larga carta a mi madre y organicé mis pertenencias. Compré un rollo de cinta
plástica ancha y pasé una hora sellando todas las puertas y ventanas exteriores del garaje, desde
el interior. Coloqué las llaves en el encendido del coche de mi madre, coloqué a mi osito de
peluche en el asiento del pasajero y me fui a la cama.

-Planeaba ir a la escuela el viernes, como siempre, y regresar a casa en el autobús, como era
costumbre. Esperaría en casa hasta que mis padres llamaran, hablaría con ellos, enseguida iría al
garaje y encendería el motor. Supuse que nadie me encontraría hasta el domingo por la tarde,
cuando ellos regresaran. Estaría muerta. Estaría libre.

Ángela siguió su plan hasta la clase de arte del octavo periodo, cuando Charlie, su maestro de
arte, se sentó en el taburete junto a ella, examinó su trabajo y colocó un brazo sobre su hombro.
Él charló un poco, escuchó la respuesta, la estrechó ligeramente y continuó su recorrido.

Ese viernes por la tarde, Ángela regresó a casa y escribió una segunda carta de despedida
diferente a su madre. Quitó la cinta del garaje y empacó su osito de peluche con el resto de sus
pertenencias. Después, llamó a su ministro, quien de inmediato fue por ella. Dejó la casa de sus
padres y nunca regresó. Floreció y dio el crédito a Charlie.

Cuando la historia llegaba a su fin, Charlie y yo compartimos una charla tranquila sobre las
escuelas que advierten a los maestros que no toquen a los estudiantes, sobre la filosofía de que el
tiempo social en las escuelas es tiempo perdido, acerca de cómo algunos estudiantes evitan este
tipo de encuentro. ¿Nos preguntamos cuántas veces nos hemos relacionado impertinentemente
con los estudiantes en necesidad? Nos sentamos en silencio, captando la intensidad y las
¡aplicaciones de esa historia. Tal tipo de encuentro debe de ocurrir todos los días miles de veces
en las escuelas, las iglesias y los centros comerciales. No fue nada especial. Los adultos como
Charlie lo hacen naturalmente, sin pensar.

Charlie dio su interpretación. Ángela había decidido en ese momento, en la clase de arte, que si
un maestro casualmente amistoso se interesaba lo suficiente en ella como para detenerse, hacer
contacto, mirarla y escucharla, entonces con seguridad había otras personas que se interesaban
también en ella. Ella podía encontrarlas.

Charlie hundió la cabeza en sus manos, mientras yo frotaba la carne de gallina en mis brazos. Me
miró, armado con su nueva lección de humildad.

-¡Nancy -dijo en voz muy baja y enfáticamente-, lo que más me abate es que ni siquiera recuerdo
el incidente!

Y después de todos esos años, ella regresó para decirle que le daba el crédito de haberle salvado la
vida.

Nancy Moorman

ADAM

Cuando se recuperaba de su segunda operación de corazón abierto, en el Hospital Infantil de


Ontario Occidental, mi hija de seis años de edad, Kelley, fue transportada de la unidad de
cuidados intensivos al piso junto con los otros niños. Debido a que una sección de ese piso estaba
cerrada, colocaron a Kelley en un ala reservada para los pacientes con cáncer.

En la habitación adjunta, un niño de seis años de edad, llamado Adam, luchaba una batalla
contra la leucemia. Adam permanecía en el hospital una parte de cada mes, mientras recibía los
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tratamientos de quimioterapia. Todos los días Adam entraba en la habitación de Kelley para
visitarla, empujando el aparato que sostenía su bolsa de quimioterapia. A pesar de la incomodidad
de los tratamientos, Adam siempre estaba sonriente y animado. Nos entretenía durante horas con
sus múltiples historias. Adam tenía una manera para encontrar lo positivo y lo humorístico de
cualquier situación, aunque ésta fuera difícil.

Un día particular, me sentía cansada y ansiosa porque Kelley saliera del hospital. El día gris y
triste afuera sólo ahondaba mi estado de ánimo melancólico. Cuando estaba de pie junto a la
ventana, mirando el cielo lluvioso, Adam entró para su visita diaria. Le comenté que era un día
deprimente. Con su eterna sonrisa, Adam se volvió hacia mí y respondió animado: "Para mí, todos
los días son hermosos".

Desde ese día nunca he tenido un día triste. Incluso los días más grises me proporcionan una
sensación de alegría, al recordar con gratitud las palabras de sabiduría que pronunció un niño de
seis años muy valiente, llamado Adam.

Patty Merritt

LA SEÑORITA HARDY

En la vida llega el momento de ese encuentro misterioso cuando alguien reconoce quíénes somos y lo
que podemos ser, encendiendo los circuitos de nuestro potencial máximo.

Rusty Berkus

Inicié la vida como niño con problemas de aprendizaje. Tenía una distorsión de la visión llamada
dislexia. Los niños disléxicos a menudo aprenden con rapidez las palabras, pero no saben que no
las ven igual que la mayoría de la gente. Yo percibía mi mundo como un lugar maravilloso, lleno
con estas formas llamadas "palabras" y desarrollé un vocabulario visual bastante extenso que hizo
que mis padres se sintieran optimistas respecto de mi habilidad para aprender. Para horror mío,
descubrí en el primer grado que las letras eran más importantes que las palabras. Los niños
disléxicos las escriben al revés y hacia atrás y ni siquiera las acomodan en el mismo orden que los
demás. Por lo tanto, mi maestra de primer grado me calificó con "problemas de aprendizaje".

Anotó sus observaciones y las pasó a mi maestra de segundo grado durante el verano, para que
ella pudiera desarrollar un prejuicio apropiado en contra mía, antes de que yo llegara. Entré al
segundo grado con capacidad para obtener las respuestas de los problemas de matemáticas, pero
sin tener idea del complicado trabajo para llegar a éstas, y descubrí que el trabajo complicado era
más importante que la respuesta. Me sentí completamente intimidado por el proceso de
aprendizaje, por lo que empecé a tartamudear. Al no poder hablar adecuadamente, al ser incapaz
de llevar a cabo las funciones normales matemáticas y al acomodar las letras inadecuadamente,
me convertí en un completo desastre. Desarrollé la estrategia de sentarme en la parte posterior de
cada clase, de permanecer fuera de la vista y, cuando me atrapaban y me llamaban, murmuraba o
balbuceaba: "Nn-no lo ss-sé". Eso selló mi destino.

Mi maestra de tercer grado sabía, antes que yo llegara, que no podía hablar, escribir, leer o hacer
operaciones matemáticas, por lo que no sentía un optimismo real al tratar conmigo. Descubrí que
simular estar enfermo era una herramienta básica para sobrellevar la escuela. Esto me permitía
pasar más tiempo con la enfermera de la escuela que con la maestra o encontrar motivos vagos
para quedarme en casa o para que me enviaran de regreso a ella. Ésa fue mi estrategia en el tercer
y cuarto grados.

Cuando estaba a punto de morir intelectualmente, entré en el quinto grado y Dios me colocó bajo
la tutela de la imponente señorita Hardy, conocida en el oeste de los Estados Unidos como una de
las maestras de escuela primaria más formidables que recorriera las Montañas Rocallosas. Esta
increíble mujer, con una estatura de 1.80 m colocó sus brazos a mi alrededor y dijo:

-No tiene problemas de aprendizaje, es excéntrico.

La gente ve el potencial de un niño excéntrico con mayor optimismo que a un niño común con
problemas de aprendizaje. Sin embargo, ella no dejó así las cosas.

-Hablé con tu madre -añadió-, y ella dice que cuando te lee algo, lo recuerdas casi
fotográficamente. Sólo no lo haces bien cuando se te pide que juntes todas las palabras y frases.
Parece que la lectura en voz alta es un problema, por lo tanto, cuando vaya a pedirte que leas en
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mi clase, te lo diré con anticipación, para que en casa puedas memorizarlo la noche anterior,
entonces, fingiremos frente a los otros niños. Tu mamá me dijo también que cuando observas algo,
puedes hablar sobre eso con gran comprensión, pero que cuando te pide que lo leas palabra por
palabra y que escribas algo sobre eso, parece que te confundes con las letras y pierdes el
significado. Por lo tanto, cuando pida a los otros niños que lean y escriban esas hojas de trabajo
que les doy, tú podrás ir a casa y, con menos presión, a tu propio paso, hacerlas y traérmelas al
día siguiente.

-Noto -comentó-, que pareces dudoso y temeroso de expresar tus pensamientos, y creo que
cualquier idea que tenga una persona vale la pena considerarla. He estudiado esto y no estoy
segura de que dará resultado, pero ayudó a un hombre llamado Demóstenes. ¿Puedes pronunciar
Demóstenes?

-D-d-d-d...

-Bueno, podrás hacerlo. Él no podía controlar la lengua y colocó piedras en su boca y practicó,
hasta que pudo controlarla. Tengo un par de canicas, demasiado grandes para que te las tragues,
las cuales lavé. Desde ahora, cuando te llame, quiero que las coloques en tu boca, te pongas de
pie y hables hasta que pueda oírte y entenderte.

Por supuesto, apoyado por su fe manifiesta y su comprensión hacia mí, me arriesgué, controlé mi
lengua y pude hablar.

Al año siguiente pasé al sexto grado y, para deleite mío, también pasó la señorita Hardy. Por lo
tanto, tuve la oportunidad de pasar dos años completos bajo su tutela.

A través de los años me mantuve en contacto con la señorita Hardy y hace unos años, supe que
estaba terminalmente enferma de cáncer. Supe que se sentiría muy sola si su único estudiante
especial se encontraba a kilómetros de distancia. Ingenuamente, compré un boleto de avión y viajé
toda esa distancia para formar una fila (al menos figurativamente) detrás de varios cientos de otros
estudiantes especiales que tuvo, personas que también se habían mantenido en contacto con ella
y habían viajado para renovar su asociación y compartir su afecto hacia ella en el último periodo
de su vida. El grupo estaba formado por una mezcla muy interesante de personas: tres senadores
de los Estados Unidos, 12 legisladores de estado y varios ejecutivos principales de corporaciones y
negocios.

Lo interesante, al comparar notas, es que tres cuartas partes de nosotros llegamos al quinto grado
bastante intimidados por el proceso educativo, creyendo que éramos incapaces, insignificantes y
que estábamos a merced del destino o de la suerte. De nuestro contacto con la señorita Hardy,
salimos creyendo que éramos personas capaces, importantes e influyentes, con la capacidad para
lograr una diferencia en la vida, si lo intentábamos.

H. Stephen Glenn

TRES CARTAS DE TEDDY

Teddy Stallard ciertamente calificaba como "uno de los peores": desinteresado en la escuela;
apático, ropa arrugada; cabello despeinado siempre; uno de esos niños en la escuela con un rostro
impasible y una mirada sin expresión, no enfocada y sin brillo. Cuando la señorita Thompson se
dirigía a Teddy, siempre respondía con monosílabos. No atractivo, sin motivación y distante,
resultaba difícil que fuera agradable.

A pesar de que su maestra decía que amaba igual a todos en su clase, en el fondo no decía
completamente la verdad. Siempre que calificaba los papeles de Teddy, sentía cierto placer
perverso al poner X junto a las respuestas equivocadas y, cuando ponía la F en la parte superior
de la hoja, siempre lo hacía con estilo. Debió saber más, puesto que tenía el expediente de Teddy y
sabía más de él de lo que deseaba admitir. El expediente decía:

1er. grado: Teddy es prometedor en relación con su trabajo y actitud, pero la situación en su casa es
mala.

2º grado: Teddy puede hacerlo mejor. Su madre está gravemente enferma. Recibe poca ayuda en
casa.
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3er. Grado: Teddy es un buen chico, pero demasiado serio. Aprende con lentitud. Su madre murió
este año.

4º grado: Teddy es muy lento, pero se comporta bien. Su padre no demuestra interés.

Llegó la Navidad y los niños y las niñas de la clase de la señorita Thompson le llevaron regalos de
Navidad. Apilaron sus regalos sobre el escritorio y se amontonaron alrededor para observar cómo
los abría. Entre los regalos había uno de Teddy Stallard. A ella le sorprendió que le hubiera
comprado un regalo, pero así fue. El regalo de Teddy estaba envuelto en papel estraza, pegado con
cinta adhesiva. Sobre el papel estaban escritas las palabras: "Para la señorita Thompson, de
Teddy". Cuando ella abrió el regalo de Teddy, encontró un llamativo brazalete de cuentas de vidrio,
al cual le faltaban la mitad de las piedras, y un frasco de perfume barato.

Los otros niños y niñas empezaron a reír y a burlarse de los regalos de Teddy, pero la señorita
Thompson al menos tuvo suficiente sentido común para callarlos al ponerse de inmediato el
brazalete y verter un poco de perfume en su muñeca. Levantó la muñeca para que los otros niños
la olieran.

-¿No huele encantador? -preguntó ella.

Los niños comprendieron a su maestra y de inmediato expresaron su acuerdo con "oohs" y "aahs".

Al final del día, cuando terminaron las clases y los otros niños se habían ido, Teddy se quedó
atrás. Se acercó despacio al escritorio de la maestra.

-Señorita Thompson..., señorita Thompson, huele como a mi mamá... y su brazalete se ve muy


bonito en usted. Me alegra que le hayan gustado mis regalos.

Cuando Teddy se fue, la señorita Thompson se arrodilló y le pidió a Dios que la perdonara.

Al día siguiente, cuando los niños llegaron a la escuela, fueron bienvenidos por una nueva
maestra. La señorita Thompson era una persona diferente. Ya no era sólo una maestra; se había
convertido en un agente de Dios. Ahora era una persona dedicada a amar a sus niños y a realizar
acciones por ellos que le sobrevivirían. Ayudó a todos los niños, pero en especial a los lentos, y
sobre todo a Teddy Stallard. Cuando terminó ese año escolar, Teddy mostró una gran mejoría.
Estaba al nivel de la mayoría de los estudiantes e incluso más adelantado que algunos.

Ella no tuvo noticias de Teddy durante mucho tiempo. Un día, recibió una nota que decía:

Querida señorita Thompson:

Quise que fuera la primera en saberlo. Me graduaré segundo en mi clase.

Con amor, Teddy Stallard

Cuatro años después, llegó otra nota:

Querida señorita Thompson:

Acaban de decirme que me graduaré el primero en mi clase. Quise que fuera la primera en saberlo.
La universidad no ha sido fácil, pero me gustó.

Con amor, Teddy Stallard

Y cuatro años después:

Querida señorita Thompson:

Desde hoy soy el doctor Theodore Stallard. ¿Qué le parece? Quise que fuera la primera en saber que
voy a casarme el próximo mes, para ser exactos, el día 27. Deseo que venga y ocupe el lugar que
ocuparía mi madre si viviera. Usted es la única familia que tengo ahora; papá murió el año pasado.

Con amor, Teddy Stallard

La señorita Thompson asistió a esa boda y se sentó donde se habría sentado la madre de Teddy.
Merecía sentarse allí; había hecho algo por Teddy, lo cual él nunca olvidaría.
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Elizabeth Silance Ballard

LO QUE SEMBRÓ UN HOMBRE

Cuando estaba empezando el bachillerato, un pendenciero del octavo grado me golpeó en el


estómago. No sólo me lastimó y me enfadó, sino que la vergüenza y la humillación fueron casi
intolerables. ¡Deseaba con desesperación vengarme! Planeé encontrarlo en el estacionamiento de
bicicletas al día siguiente y golpearlo.

Por algún motivo, le conté mi plan a Nana, mi abuela, lo cual fue un gran error. Me dio uno de sus
sermones de una hora (esa mujer en verdad podía hablar). El sermón fue una verdadera lata pero,
entre otras cosas, recuerdo vagamente que me dijo que no necesitaba preocuparme por él. Ella me
aseguró: "Las buenas obras engendran buenos resultados y las malas obras engendran malos
resultados". Le dije, de buena manera, por supuesto, que pensaba que estaba en un error. Le dije
que yo siempre me portaba bien y lo único que recibía a cambio era "¡tontería!" (No usé esa
palabra.) Ella se aferró a lo que decía. "Cada obra buena regresará a ti de alguna manera y cada
acto malo que hagas, también regresará a ti", aseguró.

Tardé 30 años en comprender la sabiduría de sus palabras. Nana vivía en un albergue en Laguna
Hills, California. Cada martes, iba a visitarla y la llevaba a cenar. Siempre la encontraba muy bien
vestida, sentada en una silla junto a la puerta principal. Recuerdo vívidamente nuestra última
cena juntos, antes de que se internara en un hospital. Fuimos en coche hasta un pequeño
restaurante cercano propiedad de una familia. Ordené un trozo de carne de res para Nana y una
hamburguesa para mí. Llegó la comida y, mientras comía, noté que Nana no lo hacía. Sólo miraba
la comida en su plato. Aparté mi plato, tomé el de Nana y lo coloqué frente a mí: corté su carne en
pedazos pequeños.

Coloqué nuevamente el plato frente a ella. Con debilidad y gran dificultad, llevó la comida a su
boca. Por mi mente pasó un recuerdo que hizo que mis ojos se llenaran inmediatamente de
lágrimas. Cuarenta años antes, cuando era un niño pequeño y me sentaba a la mesa, Nana
siempre cortaba la comida de mi plato en pedazos pequeños, para que pudiera comerla.

Había tardado 40 años, pero la buena obra había sido recompensada. Nana tenía razón.
Cosechamos exactamente lo que sembramos. "Cada buena obra que hacemos, algún día regresará
a nosotros."

¿Qué sucedió con el pendenciero del octavo grado?

Se topó con el pendenciero del noveno grado.

Mike Buetelle
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6. VIVA SU SUEÑO

El futuro pertenece a aquellos que creen en la belleza de sus sueños.

Eleanor Rooseveit

UN NIÑO PEQUEÑO

Un niño pequeño miró una estrella y empezó a llorar.

Y la estrella dijo: "Niño, ¿por qué lloras?"

Y el niño respondió: "Estás muy lejos, nunca podré tocarte".

Y la estrella respondió:

"Niño, si no estuviera ya en tu corazón no podrías verme".

John Magliola

EL SUEÑO DE UNA PEQUEÑA

La promesa era a largo plazo. Sin embargo, el sueño también lo era.

A principios de la década de los años cincuenta, en una pequeña ciudad del sur de California, una
pequeña colocó otra carga de libros sobre el pequeño mostrador de la biblioteca.

La niña era una lectora. Sus padres tenían libros por toda su casa, pero no siempre los que ella
deseaba. Por lo tanto, semanalmente hacía su recorrido hasta la biblioteca amarilla decorada con
color café, la construcción tenía sólo una sala, donde la biblioteca infantil era en realidad un
rincón. Con frecuencia, se aventuraba fuera de ese rincón, en busca de otros libros.

Cuando la bibliotecaria con cabello blanco selló las fechas de entrega en los libros que eligiera la
niña de diez años de edad, la pequeña miró con anhelo "El nuevo libro" exhibido prominentemente
sobre el mostrador. Se admiró de nuevo ante la maravilla de escribir un libro y que lo honraran de
esa manera, justamente allí, para que el mundo lo viera.

Ese día en particular, confesó su objetivo.

-Cuando crezca -dijo la niña-, seré escritora. Escribiré libros.

La bibliotecaria levantó la mirada de los sellos que ponía y sonrió, no con la condescendencia que
reciben muchos niños, sino con aliento.

-Cuando escribas ese libro -respondió la mujer-, tráelo a nuestra biblioteca y lo exhibiremos,
justamente allí, sobre el mostrador.

La pequeña prometió que lo haría.

Al crecer, también creció su sueño. Obtuvo su primer empleo cuando cursaba noveno grado,
escribiendo perfiles de personalidad breves y el periódico local le pagaba $1.50 por cada uno. El
dinero no tenía importancia en comparación con la magia de ver sus palabras en el periódico.

Un libro se encontraba todavía muy lejos.

Editó el periódico de su escuela secundaria, se casó y empezó a formar una familia; pero la
ansiedad de escribir la consumía. Obtuvo un trabajo de medio tiempo cubriendo las noticias de la
escuela en un periódico semanal. Eso mantuvo ocupada su mente mientras atendía a los bebés.

Sin embargo, todavía no escribía un libro.

Trabajó tiempo completo para un diario importante e incluso escribió también en revistas.

Todavía no escribía un libro.


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Finalmente, pensó que tenía algo que decir y empezó a escribir un libro. Lo envió a dos editores y
fue rechazado. Lo guardó con tristeza. Varios años después, el viejo sueño fue más insistente.
Consiguió un agente y escribió otro libro. Sacó el que escribió primero y pronto vendió ambos.

No obstante, el mundo de la editorial de libros se mueve con más lentitud que los periódicos
cotidianos y esperó dos largos años. El día que llegó a su puerta la caja con los ejemplares
gratuitos para el autor, la abrió. Entonces lloró. Había esperado mucho tiempo para tener en sus
manos su sueño.

Recordó la invitación de la bibliotecaria y su promesa.

Por supuesto, esa bibliotecaria en particular había muerto hacía mucho tiempo y la pequeña
biblioteca la habían derruido para edificar una más grande.

Llamó y obtuvo el nombre de la bibliotecaria principal. Le escribió una carta y le comentó lo


mucho que significaron para ella las palabras de su predecesora. Le comentó que estaría en la
ciudad para la trigésima reunión de la escuela secundaria y preguntó si podría entregar sus dos
libros en la biblioteca. Eso significaría mucho para aquella niña de diez años de edad y le parecía
una manera de honrar a todos los bibliotecarios que alguna vez exhortaron a un niño.

La bibliotecaria la llamó para decirle que fuera y así lo hizo, acompañada por un ejemplar de cada
libro.

Encontró la nueva biblioteca grande justamente al otro lado de la calle de su antigua escuela
secundaria; frente al salón donde se esforzara con el álgebra, lamentándose por la necesidad de
una materia que con seguridad los escritores nunca utilizarían. La biblioteca también estaba muy
cerca de donde antes se encontraba su antigua casa. Habían demolido el vecindario para construir
un centro cívico y esa importante biblioteca.

En el interior, la bibliotecaria le dio la bienvenida con afecto. Le presentó a un reportero del


periódico local, un descendiente del periódico al que ella suplicara una oportunidad para escribir,
hacía mucho tiempo.

Presentó sus libros a la bibliotecaria, quien los colocó sobre el mostrador, junto con un letrero
explicativo. Las lágrimas rodaron por las mejillas de la mujer.

Abrazó a la bibliotecaria y se fue. Se detuvo para tomar una fotografía en el exterior, que
demostraba que los sueños pueden convertirse en realidad y que las promesas pueden cumplirse,
aunque esto tarde 38 años.

La niña de diez años y la escritora en que se había convertido posaron junto al letrero de la
biblioteca y a la pizarra que decía:

BIENVENIDA,

JANN MITCHELL

Jann Mitchell

LA PRIMERA VENTA DE UN VENDEDOR

Manténte alejado de las personas que tratan de menospreciar tus ambiciones. La gente pequeña
siempre hace eso; pero la que en verdad es grande, te hace sentir que tú también puedes llegar a ser
grande.

Mark Twain

Me apresuré a llegar a casa un sábado por la tarde, en el otoño de 1993, para tratar de trabajar un
poco en el patio, puesto que era muy necesario. Mientras barría las hojas, mi hijo de cinco años,
Nick, se acercó y tiró de la pierna de mis pantalones.

-Papá, necesito que me hagas un letrero -dijo.

-Ahora no, Nick, en verdad estoy ocupado -fue mi respuesta.

-Pero necesito un letrero -insistió.


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-¿Para qué, Nick? -pregunté.

-Voy a vender algunas de mis piedras -fue su respuesta.

A Nick siempre le habían fascinado las rocas y las piedras. Las coleccionaba de todas partes y la
gente se las llevaba. En la cochera hay un cesto lleno de rocas, que periódicamente limpia,
acomoda y guarda. Son sus tesoros.

-No tengo tiempo en este momento, Nick. Tengo que barrer estas hojas -dije-. Pídele a tu madre
que te ayude.

Un poco después, Nick regresó con una hoja de papel. Sobre la hoja, con su escritura de un niño
de cinco años, estaban las palabras: "A LA VENTA HOY: $1.00". Su madre le había ayudado a
hacer su letrero y empezaba su negocio. Tomó su letrero, un pequeño cesto, cuatro de sus mejores
piedras y caminó hacia el final de nuestro sendero. Allí acomodó las piedras en una hilera, colocó
un cesto detrás de ellas y se sentó. Lo observé desde lejos, divertido por su determinación.

Después de media hora aproximadamente, ninguna persona había pasado por allí. Caminé por el
sendero para ver cómo estaba.

-¿Cómo va la venta, Nick? -pregunté. -Bien -respondió.

-¿Para qué es el cesto? -quise saber.

-Para poner allí el dinero -fue su respuesta. -¿Cuánto pides por tus piedras? -Un dólar por cada
una -dijo Nick.

-Nick, nadie te pagará un dólar por una piedra. -¡Sí lo pagarán!

-Nick, no hay suficiente tránsito en nuestra calle para que la gente vea tus piedras. ¿Por qué no
recoges esto y te vas a jugar?

-Sí la hay, papá -insistió-. La gente camina y anda en bicicleta en nuestra calle para hacer
ejercicio y algunas personas conducen sus autos para mirar las casas. Hay suficiente gente.

Al no poder convencer a Nick de lo inútil que eran sus esfuerzos, regresé a trabajar en el patio. Él
permaneció pacientemente en su puesto. Poco tiempo después, una pequeña camioneta pasó por
nuestra calle. Observé que Nick se enderezaba, sostenía su letrero y lo apuntaba hacia la
camioneta. Cuando pasó la camioneta despacio, vi que una joven pareja estiraba sus cuellos para
leer el letrero. Continuaron hasta el final de la calle cerrada y, cuando se acercaron de nuevo a
Nick, la dama bajó el vidrio de la ventana. ¡No pude escuchar la conversación, pero ella se volvió
hacia el hombre que conducía y pude ver que él buscaba su billetera! Le entregó un dólar a la
mujer, quien bajó de la camioneta y se acercó a Nick. Después de examinar las piedras, escogió
una, le dio el dólar a Nick y se fueron.

Me senté en el patio, sorprendido, mientras Nick corría hacia mí. Moviendo la mano con el dólar,
gritó:

-Te dije que podía vender una piedra por un dólar. ¡Si crees en ti mismo, puedes hacer cualquier
cosa! Fui a buscar mi cámara y tomé una fotografía de Nick y su letrero. El pequeño se aferró a su
creencia y disfrutó mostrando lo que podía hacer. Fue una gran lección sobre cómo no educar a
los niños, pero todos aprendimos de ella y la comentamos hasta el día de hoy.

Más tarde, ese mismo día, mi esposa, Ton¡, Nick y yo salimos a cenar. En el camino, Nick nos
preguntó si podía tener un estipendio. Su mamá le explicó que debería ganarlo y que tendría que
determinar cuáles serían sus responsabilidades.

-Está bien -dijo Nick-. ¿Cuánto recibiré?

-A los cinco años, ¿qué tal un dólar a la semana? -dijo Ton¡.

-Un dólar a la semana. ¡Puedo ganar eso vendiendo una piedra! -se escuchó desde el asiento
trasero.

Rob, Ton¡ y Nick Harris


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-Te dije que podía vender una piedra por un dólar. ¡Si crees en ti mismo, puedes hacer cualquier
cosa! Fui a buscar mi cámara y tomé una fotografía de Nick y su letrero. El pequeño se aferró a su
creencia y disfrutó mostrando lo que podía hacer. Fue una gran lección sobre cómo no educar a
los niños' pero todos aprendimos de ella y la comentamos hasta el día de hoy.

Más tarde, ese mismo día, mi esposa, Ton¡, Nick y yo salimos a cenar. En el camino, Nick nos
preguntó si podía tener un estipendio. Su mamá le explicó que debería ganarlo y que tendría que
determinar cuáles serían sus responsabilidades.

-Está bien -dijo Nick-. ¿Cuánto recibiré?

-A los cinco años, ¿qué tal un dólar a la semana? -dijo Ton¡.

-Un dólar a la semana. ¡Puedo ganar eso vendiendo una piedra! -se escuchó desde el asiento
trasero.

Rob, Ton¡ y Nick Harris

CAMINEMOS DE NUEVO POR EL JARDÍN

Es una de las compensaciones más hermosas de esta vida que ningún hombre puede intentar
sinceramente ayudar a otro sin ayudarse a sí mismo.

Ralph Waldo Emerson

Soy orador público y enseño a mis compañeros canadienses maneras innovadoras de comprar
bienes raíces. Uno de mis primeros graduados, un policía llamado Roy, utilizó mis ideas de modo
muy conmovedor.

La historia empieza años antes de que Roy asistiera a mi curso. En sus recorridos regulares, tenía
el hábito de visitar a un anciano que vivía en una impresionante mansión de 464 metros
cuadrados, con vista hacia un barranco. El anciano había vivido allí la mayor parte de su vida y
apreciaba la vista, los muchos árboles maduros y el arroyo.

Cuando Roy podía visitarlo, una o dos veces a la semana, el anciano le ofrecía té, se sentaban a
charlar o caminaban unos minutos por el jardín. Una de esas visitas fue triste. El anciano
reconoció lloroso que su riqueza disminuía, que tenía que vender su hermosa casa e irse a vivir a
un asilo.

Para entonces, Roy ya había tomado mi curso y tuvo la idea loca de que podría usar la creatividad
de mi curso para encontrar la manera de comprar esa mansión.

El hombre quería $300 000 por su casa, la cual no estaba hipotecada. Roy sólo tenía $3 000
ahorrados y pagaba $500 de renta en ese tiempo y tenía un salario razonable como policía. Parecía
imposible hacer un plan para entablar un trato entre el hombre y el esperanzado policía...
imposible, hasta tomar en cuenta la fuerza del amor.

Roy recordó las palabras de mi curso (averiguar lo que desea en verdad el vendedor y dárselo).
Después de meditar lo más profundo posible, Roy encontró finalmente la clave. Lo que el hombre
más extrañaría sería caminar por su jardín.

-Si me permite comprar su casa -le dijo Roy, le prometo ir a buscarlo uno o dos domingos al mes,
traerlo a su jardín y permitirle que se siente aquí y pasee conmigo, como en los viejos tiempos.

El anciano sonrió con maravilla y amor. Le dijo a Roy que anotara la oferta que le pareciera justa y
que él la firmaría. Roy ofreció todo lo que estaba a su alcance. El precio de compra era $300 000.
El pago fue de $3 000. El vendedor hizo una primera hipoteca por $297 000 con un interés de
$500 al mes. El anciano estaba tan feliz que, como un regalo, le dio a Roy todos los muebles
antiguos de la casa, entre ellos un piano de media cola.

Aunque Roy estaba muy sorprendido por su increíble victoria financiera, el verdadero ganador fue
el anciano feliz y la relación que los dos compartían.

Raymond L. Aaron
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La historia de¡ vaquero

Cuando inicié mi compañía de telecomunicaciones, supe que necesitaría vendedores que me


ayudaran a ampliar el negocio. Corrí la voz de que buscaba vendedores calificados y empecé el
proceso de las entrevistas. El vendedor que yo tenía en mente era una persona con experiencia en
la industria de la venta de aparatos telefónicos, que conociera el mercado local, con experiencia en
los diferentes tipos de sistemas disponibles, que tuviera una conducta profesional y mucha
iniciativa. Tenía muy poco tiempo para entrenar a una persona, por lo que era importante que el
vendedor que contratara pudiera "adaptarse de inmediato".

Durante el cansado proceso de las entrevistas de los vendedores en perspectiva, llegó a mi oficina
un vaquero. Supe que era vaquero por la manera como vestía. Tenía pantalones de pana y una
chaqueta del mismo material, que no hacía juego con los pantalones; una camisa de manga corta
con botones de presión; una corbata que le llegaba a mitad del pecho, con un nudo más grande
que mi puño; botas vaqueras y una gorra de béisbol. Ya podrá imaginar lo que pensé: "No es lo que
tengo en mente para mi nueva compañía". Se sentó frente a mi escritorio y se quitó la gorra.

-Señor --dijo-, apreciaría una oportunidad para tener éxito en el "nigocio" telefónico -y así
pronunció: "nigocio".

Buscaba la manera de decirle a ese hombre, sin ser demasiado brusco, que no era lo que yo tenía
en mente. Le pregunté sobre sus antecedentes. Dijo que tenía un diploma en agricultura, de la
Universidad Estatal de Oklahoma y que había trabajado en un rancho en Bartlesville, Oklahoma,
durante los últimos años, en el verano. Anunció que eso era todo hasta el momento, que estaba
preparado para ser un éxito en los "nigocios" y que "apreciaría una oportunidad".

Continuó hablando. Estaba tan enfocado en el éxito y en cómo "apreciaría una oportunidad", que
decidí dársela. Le dije que le dedicaría dos días. En ese tiempo, le enseñaría todo lo que creía
necesitaba saber para vender un tipo de sistema telefónico muy pequeño. Al final de esos dos días,
él estaría por su cuenta. Me preguntó cuánto dinero pensaba yo que podría ganar.

--Con su apariencia y sus conocimientos, lo más que podrá ganar son $1 000 al mes -respondí. Le
expliqué que la comisión promedio sobre los sistemas telefónicos pequeños que vendería era
aproximadamente de $250 por sistema. Le dije que si veía 100 prospectos al mes, vendería a
cuatro de esos prospectos un sistema telefónico. Si vendía cuatro, obtendría $1 000. Lo contraté a
comisión, sin salario base.

Opinó que eso le parecía maravilloso, porque lo más que había ganado eran $400 al mes, como
ayudante en el rancho, y que estaba listo para ganar dinero. A la mañana siguiente, lo senté para
explicarle lo más posible sobre el "nigocio" telefónico a un vaquero de 22 años, sin experiencia con
los teléfonos y sin experiencia en ventas. Parecía cualquier cosa, menos un vendedor profesional
en el negocio de las telecomunicaciones. En realidad, no tenía ninguna de las cualidades que yo
buscaba en un empleado, excepto una: estaba increíblemente enfocado en tener éxito.

Al final de los dos días de entrenamiento, Cowboy (así lo llamaba entonces y todavía lo hago) entró
en su cubículo. Sacó una hoja de papel y escribió cuatro frases:

1. Seré un éxito en el negocio.

2. Visitaré a 100 personas al mes.

3. Venderé cuatro sistemas telefónicos por mes.

4. Ganaré $1 000 al mes.

Colocó la hoja de papel en la pared del cubículo, frente a él, y empezó a trabajar.

Al final del primer mes, no había vendido cuatro sistemas telefónicos; al final de sus primeros diez
días, había vendido siete.

Al final de su primer año, Cowboy no había ganado $12 000 por comisiones, había ganado más de
$60 000.

Era en verdad sorprendente. Un día, entró en mi oficina con un contrato y el pago de un sistema
telefónico. Le pregunté cómo había vendido éste.
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-Sólo le dije -respondió-, "señora, aun cuando no haga nada, además de sonar y usted contestar,
es mucho más bonito que el que usted tiene". Lo compró.

La mujer le giró un cheque por el precio total del sistema telefónico, pero Cowboy no estaba
seguro de si yo aceptaría un cheque, por lo que la llevó al banco para que cobrara el cheque y
pagara en efectivo el sistema. Él llevó a mi oficina billetes de mil dólares.

-¿Lo hice bien, Larry? -me preguntó. ¡Le aseguré que lo había hecho bien!

Después de tres años, era dueño de la mitad de mi compañía. Al final del siguiente año, de otras
tres compañías. En ese tiempo nos separamos como socios de negocios. Conducía una camioneta
negra de $32 000. Usaba trajes de vaquero con valor de $600, botas vaqueras de $500 y un anillo
de diamantes de 3 quilates con forma de herradura. Se había convertido en un éxito en el
"nigocio".

¿Qué hizo que Cowboy triunfara? ¿Se debió a que era un trabajador perseverante? Eso ayudó.
¿Fue porque era más inteligente que los demás? No. No sabía nada sobre el negocio telefónico
cuando empezó. Entonces, ¿qué fue? Creo que se debió a que conocía la llave del éxito:

Estaba enfocado en el éxito. Sabía que eso era lo que quería y fue en su busca.

Se responsabilizó. Se responsabilizó de dónde estaba, de quién era y de lo que era (un ayudante
de rancho). Entonces, actuó para lograr un cambio.

Tomó la decisión de dejar el rancho en Bartlesville, Oklahoma, y de buscar oportunidades para


convertirse en un éxito.

Cambió. De ninguna manera podía continuar haciendo lo mismo que había estado haciendo y
obtener resultados diferentes. Deseaba hacer lo que fuera necesario para tener éxito.

Tenía visión y metas. Se vio a sí mismo como un éxito. Se fijó metas específicas. Escribió cuatro
frases que tenía la intención de lograr y las colocó en la pared, frente a él. Todos los días veía esas
metas y se enfocaba en su logro.

Puso acción a sus metas y no se dio por vencido, ni siquiera cuando fue difícil. No fue fácil
para él. Tuvo tropiezos, como todos. Le cerraron más puertas en la cara y le colgaron más teléfonos
en el oído que a cualquier otro vendedor que conozco. Sin embargo, nunca permitió que esto lo
detuviera y continuó adelante.

Preguntó. ¡Vaya si preguntó! Primero, me preguntó si podía tener una oportunidad. Después,
preguntó casi a todas las personas que encontraba, si querían comprar un sistema telefónico. Y
sus preguntas tuvieron resultado. Como él lo expresa: "Hasta un cerdo ciego encuentra una
bellota de cuando en cuando". Eso significa simplemente que si uno pregunta lo suficiente,
finalmente alguien dice que sí.

Se interesó. Se interesó en mí y en sus clientes. Descubrió que cuando mostraba más interés por
sus clientes que por él mismo, no transcurría mucho tiempo antes de que no tuviera que
preocuparse por sí mismo.

Principalmente, ¡Cowboy inició cada día como un ganador! Llegaba a la puerta principal
esperando que sucediera algo bueno. Creía que las cosas seguirían su camino, sin importar lo que
sucediera. No tenía expectativas de fracaso, sólo una expectativa de éxito. He descubierto que
cuando esperamos el éxito y actuamos sobre esa expectativa, casi siempre lo conseguimos.

Cowboy ha ganado millones de dólares. También lo ha perdido todo, sólo para recuperarlo de
nuevo. En su vida, como en la mía, así ha sido: una vez que conocemos y practicamos los
principios del éxito, éstos trabajan para uno, una y otra vez.

Él también puede ser una inspiración para usted. Es una prueba de que no es el entorno ni la
educación ni la habilidad técnica ni la aptitud lo que nos convierte en un éxito. Él ha demostrado
que se necesita más: son necesarios los principios que tan a menudo descuidamos o tomamos
como un hecho. Estos son los principios de la llave del éxito.

Larry Winget
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¿POR QUÉ ESPERAR... ? ¡SÓLO HÁGALO!

La gran pregunta es si podrá decir "sí" con el corazón a su aventura.

Joseph Campbell

Mi padre me dijo que Dios con seguridad tiene un motivo para que yo sea como soy en la
actualidad. Empiezo a creerlo.

Era la clase de chico al que las cosas siempre le salen bien. Crecí en Laguna Beach, California, y
me encantaba el surf y los deportes. Sin embargo, en la época en que la mayoría de los chicos de
mi edad pensaban sólo en la televisión y en la playa, yo empecé a pensar de qué manera podría
ser más independiente, conocer el país y planear mi futuro.

Empecé a trabajar a la edad de 10 años. Cuando llegué a los 15, tenía entre uno y tres trabajos
después de la escuela. Gané suficiente dinero para comprar una motocicleta nueva. Ni siquiera
sabía cómo conducirla. Sin embargo, después de pagarla en efectivo y de pagar un año de seguro,
me dirigí a los estacionamientos y aprendí a conducirla. Luego de 15 minutos de hacer ochos,
conduje a casa. Tenía 15 años y seis meses, acababa de recibir mi permiso para conducir y había
comprado una motocicleta nueva. Esto cambió mi vida.

No era uno de esos motociclistas que sólo conducen por diversión los fines de semana, sino que
me encantaba andar en moto. Cada minuto libre de cada día, cada oportunidad que tenía, lo
dedicaba a recorrer un promedio de 160 kilómetros al día sobre esa motocicleta. Las puestas y las
salidas del sol parecían más hermosas cuando las disfrutaba desde una serpenteante carretera de
montaña. Incluso ahora, puedo cerrar los ojos y todavía siento la motocicleta debajo de mí, con
tanta naturalidad, que era una sensación más familiar que caminar. Cuando la conducía, el viento
frío me daba una sensación de relajación total. Cuando exploraba el camino abierto, en mi interior
soñaba en cómo quería que fuera mi vida.

Dos años y cinco motocicletas nuevas después, recorrí los caminos de California. Todas las noches
leía las revistas de motocicletas y una noche, un anuncio de una motocicleta BMW atrajo mi
atención. Mostraba una motocicleta lodosa, con un morral en la parte posterior, estacionada al
lado de un camino terroso, frente a un gran letrero que decía "Bienvenido a Alaska". Una año
después, tomé una fotografía de una motocicleta incluso más lodosa, frente al mismo letrero
exactamente. ¡Sí, era yo! A los 17 años me fui solo a Alaska, con mi motocicleta, conquistando más
de 160 mil kilómetros de autopista.

Antes de partir a mi aventura de siete semanas y 27 000 kilómetros, mis amigos dijeron que
estaba loco. Mis padres opinaron que debería esperar. ¿Loco? ¿Esperar? ¿Para qué? Desde que era
niño, soñaba con recorrer Estados Unidos con una motocicleta. Algo poderoso en mi interior me
decía que si no emprendía ese viaje en ese momento, nunca lo haría. Además, ¿cuándo tendría
tiempo? Muy pronto empezaría la universidad con una beca; después una carrera, quizás incluso
una familia algún día. No sabía si sólo era para satisfacción propia o si en mi mente sentía que de
alguna manera eso me transformaría de niño en hombre. Lo que sí sabía era que ese verano
llevaría a cabo la aventura de mi vida.

Dejé todos mis trabajos y, como sólo tenía 17 años, le pedí a mi madre que escribiera una carta
diciendo que tenía su permiso de hacer ese viaje. Con $1 400 en el bolsillo, dos morrales, una caja
de zapatos llena de mapas, todo esto atado a la parte posterior de mi motocicleta, así como con
una pluma linterna para protección y mucho entusiasmo, partí para Alaska y la costa Este.

Conocí a mucha gente, disfruté la belleza y el estilo de vida agrestes, comí en una fogata y di
gracias a Dios todos los días por darme esa oportunidad. En ocasiones no veía ni oía a nadie en
dos o tres días y sólo conducía mi motocicleta en el silencio sin fin, con sólo el viento soplando
alrededor de mi casco. No me corté el cabello, tomé duchas frías en campamentos, cuando podía, e
incluso tuve varias confrontaciones no programadas con osos durante ese viaje. ¡Fue la mayor
aventura!

Aunque hice otros viajes, ninguno puede compararse con el de ese verano. Siempre ha tenido un
lugar especial en mi vida. No puedo regresar y explorar los caminos, las montañas los bosques y
las aguas glaciales de la misma manera como lo hice en ese viaje, solo con mi motocicleta. No
podré volver a hacer el mismo viaje en el mismo tiempo, porque a la edad de 23 años sufrí un
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accidente con la motocicleta en una calle en Laguna Beach, donde me chocó un comerciante de
medicamentos borracho y me dejó paralítico de las costillas hacia abajo.

En el momento de mi accidente, estaba en gran forma, física y mentalmente. Era oficial de policía
de tiempo completo y todavía conducía mi motocicleta durante mis días libres. Estaba casado y
financieramente seguro. Lo había logrado. Sin embargo, en el espacio de menos de un segundo,
toda mi vida cambió. Pasé ocho meses en el hospital, me divorcié, comprendí que no podía
regresar al trabajo como antes y, junto con el aprendizaje para tratar el dolor crónico y la silla de
ruedas, me di cuenta de que todos los sueños que tenía para mi futuro quedaban fuera de mi
alcance. Por suerte, la ayuda y el apoyo me permitieron desarrollar nuevos sueños y a cumplirlos.

Cuando pienso en todos esos viajes que hice, en todos esos caminos que recorrí, considero que
tuve suerte en poder hacerlo. Cada vez que viajaba en la motocicleta me decía: "Hazlo ahora.
Disfruta lo que te rodea, aunque estés en una intersección en una ciudad con smog; disfruta la
vida, porque no puedes depender de una segunda oportunidad para estar en el mismo lugar o
hacer lo mismo".

Después de mi accidente, mi padre dijo que Dios tenía un motivo para que yo estuviera
parapléjico. Así lo creo. Esto me hizo ser una persona más fuerte. Volví al trabajo como oficial tras
un escritorio, compré una casa y me casé de nuevo. Tengo también mi propio negocio de asesoría
y soy orador profesional. A veces, cuando las cosas se ponen difíciles, recuerdo todos los objetivos
que logré, todo lo que todavía tengo que lograr y las palabras de mi padre.

Sí, él tenía razón. Seguramente, Dios tuvo un motivo. Más importante aún: recuerdo que debo
disfrutar cada momento de cada día. Si usted puede hacer algo, hágalo. ¡Hágalo ahora!

Glenn McIntyre
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7. COMO VENCER LOS OBSTÁCULOS

La riqueza maravillosa de la experiencia humana perdería parte de su alegría recompensante si no


hubiera limitaciones qué superar. La hora del triunfo no sería tan maravillosa si no hubiera valles
oscuros por cruzar.

Hellen Keller

CONSIDERE ESTO

El esfuerzo sólo proporciona plenamente su recompensa después de que una persona se niega a
darse por vencida.

Napoleon Hill

La historia ha demostrado que los triunfadores más notables por lo general encontraron obstáculos
angustiosos antes de triunfar. Ganaron porque se negaron a que sus derrotas los desalentaran.

B. C. Forbes

CONSIDERE LO SIGUIENTE:

 Woody Allen (escritor, productor y director ganador del premio de la Academia) fracasó en la
producción de películas cinematográficas en la Universidad de Nueva York y en City College de
Nueva York. También reprobó inglés en la Universidad de Nueva York.

 Leon Uris, autor del libro de éxito Éxodo, reprobó tres veces inglés en la escuela secundaria.

 Cuando Lucille Ball empezó a estudiar para ser actriz, en 1927, el instructor principal de la
escuela de actuación John Murray Anderson le dijo: "Busca cualquier otra profesión.
Cualquier otra".

 En 1959, un ejecutivo de Universal Pictures rechazó a Clint Eastwood y a Burt Reynolds en la


misma audición, con las siguientes frases. A Burt Reynolds le dijo: "No tiene talento". A Clint
Eastwood: "Tiene una desportilladura en el diente, su manzana de Adán sobresale demasiado y
habla muy despacio". Como sin duda saben, Burt Reynolds y Clint Eastwood llegaron a ser
grandes estrellas en la industria cinematográfica.

 En 1944, Emmeline Snively, director de la agencia de modelaje Blue Book, dijo a la


esperanzada modelo Norma jean Baker (Marilyn Monroe): "Será mejor que aprenda el trabajo
secretarial o que se case".

 Liv Ullman, nominada dos veces para el Premio de la Academia como la mejor actriz, fracasó en
una audición para la escuela de teatro del estado en Noruega. Los jueces le dijeron que no
tenía talento.

 Malcolm Forbes, el ex editor en jefe de la revista Forbes, una de las publicaciones de negocios
más exitosas en el mundo, no pudo formar parte del personal del periódico de la escuela, antes
de graduarse en la Universidad de Princeton.

 En 1962, cuatro jóvenes y nerviosos músicos tocaron en su primera audición grabada para los
ejecutivos de Decca Recording Company. Los ejecutivos no se impresionaron. Al rechazar a
este grupo de rock inglés, llamado Los Beatles, un ejecutivo dijo: "No nos gusta su sonido. Los
grupos de guitarras ya no están de moda".

 Paul Cohen, el "hombre encargado de los artistas y el repertorio" en Nashville, para Decca
Records, cuando despidió a Buddy Holly de la firma Decca en 1956 lo llamó "el hombre con
menos talento con quien he trabajado". Veinte años después, la revista Rolling Stone llamó a
Holly, junto con Chuck Berry, "la influencia principal en la música rock de los años sesenta".

 En 1954, Jimmy Denny, gerente de Grand Ole Opry, despidió a Elvis Presley, después de una
actuación. Le dijo: "No llegarás a ninguna parte... hijo. Debes volver a conducir un camión".
Elvis Presley se convirtió en el cantante más popular de Estados Unidos.
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 Cuando Alexander Graham Bell inventó el teléfono en 1876, no recibió llamadas de


financiadores potenciales. Después de hacer una llamada de demostración, el presidente
Rutherford Hayes dijo: "Es un invento sorprendente, pero, ¿quién deseará usar uno de esos
aparatos?" Thomas Edison fue probablemente el mejor inventor en la historia norteamericana.
Cuando asistió a la escuela en Port Huron, Michigan, sus maestros se quejaron de que era
"demasiado lento" y difícil de manejar. Como resultado, la madre de Edison decidió sacar a su
hijo de la escuela y enseñarle en casa. Al joven Edison le fascinaba la ciencia. A la edad de 10
años ya había establecido su primer laboratorio de química. La energía y el genio incansables
de Edison (que él definía como "1% de inspiración y 99% de transpiración") finalmente
produjeron en su vida más de 1 300 inventos.

 Cuando Thomas Edison inventó el foco, hizo más de 2 000 experimentos antes de lograr el
éxito. Un joven reportero le preguntó qué sentía al fracasar tantas veces. Edison respondió: "No
fracasé ni una vez. Inventé el foco. Sólo fue un proceso de 2 000 pasos".

 En la década de los años cuarenta, otro joven inventor llamado Chester Carlson llevó su idea a
20 corporaciones, entre ellas algunas de las más grandes del país. Todas lo rechazaron. En
1947, ¡después de siete largos años de rechazos! finalmente logró que una pequeña compañía
en Rochester, Nueva York, The Haloid Company, comprara los derechos de su proceso de la
copiadora electrostática de papel. Haloid se convirtió en Xerox Corporation y la empresa y
Carlson llegaron a ser muy ricos.

 John Milton quedó ciego a la edad de 44 años. Dieciséis años después, escribió la obra
clásica El paraíso perdido.

 Cuando Pablo Casals llegó a los 95 años, un joven reportero le hizo la siguiente pregunta:
"Señor Casals, tiene 95 años y es el mejor chelista que ha existido. ¿Por qué practica todavía
seis horas al día?" Casals respondió: "Porque creo que estoy progresando".

 Después de perder gradualmente el oído, a la edad de 46 años, el compositor alemán, Ludwig


van Beethoven quedó totalmente sordo. Sin embargo, escribió su mejor música, incluyendo
cinco sinfonías, durante sus últimos años.

 Después de perder las dos piernas en un accidente aéreo, el piloto de guerra inglés, Douglas
Bader, se unió de nuevo a la Real Fuerza Aérea Británica, con dos piernas artificiales. Durante
la Segunda Guerra Mundial, fue capturado por los alemanes en tres ocasiones y en las tres
escapó.

 Después de que le amputaron una pierna debido al cáncer, el joven canadiense Terry Fox juró
correr con una pierna de costa a costa toda la extensión de Canadá, para recolectar $1 millón
para la investigación del cáncer. Forzado a abandonar su tarea a mitad del camino, cuando el
cáncer invadió sus pulmones, él y la fundación que inició habían recolectado más de $20
millones para la investigación de esta enfermedad.

 Wilma Rudolph fue la hija número 20 de 22 hermanos. Nació prematuramente y dudaban que
sobreviviera. Cuando tenía 4 años de edad, tuvo doble neumonía y escarlatina, lo que le dejó
paralizada la pierna izquierda. A la edad de 9 años, se quitó el aparato de metal de la pierna,
del que dependía, y empezó a caminar sin éste. A los 13 años, caminaba rítmicamente y los
médicos dijeron que eso era un milagro. Ese mismo año decidió ser corredora. Tomó parte en
una carrera y quedó en último lugar. Durante los siguientes años, quedó en último lugar en
todas las carreras en las que participó. Todos le dijeron que se diera por vencida, pero ella
siguió corriendo. Un día, ganó una carrera y después otra. Desde entonces, ganó todas las
carreras en las que compitió. Finalmente, esta niñita, a quien le dijeron que nunca volvería a
caminar, ganó tres medallas de oro olímpicas.

Mi madre me enseñó desde muy pequeña a creer que podía lograr cualquier cosa que quisiera. Lo
primero fue caminar sin aparato.

Wilma Rudolph

 Franklin D. Roosevelt quedó paralítico debido a la polio a la edad de 39 años y, a pesar de esto,
se convirtió en uno de los líderes norteamericanos más amados e influyentes. Fue elegido
presidente de Estados Unidos cuatro veces.
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 A Sarah Bernhardt, a quien muchos consideran la mejor actriz que ha existido, le amputaron
la pierna como resultado de una lesión, cuando tenía 70 años de edad, pero continuó
actuando durante los siguientes ocho años.

 Louis L'Amour, autor exitoso de más de 100 novelas del oeste, con más de 200 millones de
ejemplares impresos, recibió 350 rechazos antes de lograr su primera venta. Después se
convirtió en el primer novelista norteamericano que recibió una medalla de oro especial del
Congreso, en reconocimiento a su distinguida carrera como autor y contribuyente de la nación
a través de sus obras basadas en la historia.

 En 1953, Julia Child y sus dos colaboradores firmaron un contrato de publicación para
producir un libro tentativamente titulado French Cooking for the American Kitchen [Cocina
francesa para la cocina estadounidense]. Julia y sus colegas trabajaron en el libro durante
cinco años. El editor rechazó el manuscrito de 850 páginas. Child y sus socios trabajaron otro
año revisando completamente el manuscrito. Una vez más, el editor lo rechazó. Sin embargo,
Julia Child no se dio por vencida. Ella y sus colaboradores trabajaron de nuevo, encontraron
un nuevo editor y en 1961 (ocho años después del comienzo), publicaron Mastering the Art of
French Cooking [Dominando el arte de la cocina francesa], del cual se han vendido más de un
millón de ejemplares. En 1966, la revista Time presentó a Julia Child en su portada. Julia
Child es todavía la mejor en su campo después de casi 30 años.

 El general Douglas MacArthur tal vez nunca hubiera obtenido el poder y la fama sin la
perseverancia. Cuando solicitó ser admitido en West Point, lo rechazaron; no una vez, sino dos.
Sin embargo, lo intentó una tercera vez, fue aceptado y quedó registrado en los libros de
historia. Abraham Lincoln entró en la Guerra Blackhawk como capitán. Al final de la guerra,
fue degradado al rango de soldado.

 En 1952, Edmund Hillary intentó escalar el Monte Everest, la montaña más alta entonces
conocida por los seres humanos (8 848 metros). Unas cuantas semanas después de fracasar
en su intento, le pidieron dirigirse a un grupo en Inglaterra. Hillary caminó hasta el borde del
escenario, cerró el puño y señaló la fotografía de la montaña. Dijo en voz alta: "Monte Everest,
me derrotaste la primera vez, pero yo te derrotaré la próxima porque ya creciste todo lo que vas
a crecer... ¡pero yo todavía estoy creciendo! El 29 de mayo, sólo un año después, Edmund
Hillary triunfó y fue el primer hombre en escalar el Monte Everest.

Jack Canfield

TREINTA Y NUEVE AÑOS, DEMASIADO POCO, DEMASIADO TIEMPO, LO SUFICIENTE

Oh, la peor de todas las tragedias no es morir joven, sino vivir hasta tener 75 años y no haber vivido
realmente.

Martin Luther King Jr.

De 1929 a 1968 son sólo 39 cortos años.

Demasiado cortos para recolectar los frutos de nuestro trabajo

demasiado cortos para consolar a tus padres cuando tu hermano se ahoga

demasiado cortos para consolar a tu padre cuando tu madre muere

demasiado cortos para ver a tus hijos terminar la escuela

demasiado cortos para disfrutar a los nietos

demasiado cortos para conocer la jubilación

treinta nueve años son demasiado cortos.

De 1929 a 1968 son sólo 39 cortos años; sin embargo

es demasiado tiempo para estar lisiado por las restricciones de la segregación y las cadenas de la
discriminación,
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es demasiado tiempo para soportar las arenas movedizas de las injusticias raciales,

es demasiado tiempo para recibir llamadas telefónicas amenazantes, con frecuencia a un promedio
de 40 por día,

es demasiado tiempo para vivir bajo el calor bochornoso de la presión continua,

es demasiado tiempo, 39 años es demasiado tiempo.

De 1929 a 1968 son sólo 39 cortos años; sin embargo, es tiempo suficiente.

Es tiempo suficiente para viajar hasta la India y aprender con el gran maestro cómo caminar entre
multitudes enfadadas y mantenerse ecuánime.

Es tiempo suficiente para ser perseguido por los perros de la policía y azotado por el agua que sale
de las mangueras de los bomberos, porque hacemos una representación del hecho de que la
justicia tiene una manera de eludirnos a mí y a mi hermano. Es tiempo suficiente. Es tiempo
suficiente para pasar muchos días en la cárcel mientras protestamos el compromiso solemne de
otros.

Es tiempo suficiente para que arrojen una bomba en nuestra casa.

Es tiempo suficiente para enseñar a los hombres violentos y enfadados que se calmen, mientras
oramos por los bombarderos.

Es tiempo suficiente.

Es tiempo suficiente para dirigir a muchos hombres hacia el cristianismo.

Es tiempo suficiente para saber que es mejor ir a la guerra por la justicia que vivir en paz con
injusticias.

Es tiempo suficiente para saber que más consternante que el fanatismo y el odio son aquellos que
permanecen quietos y observan cada día en silencio las injusticias.

Es tiempo suficiente para comprender que las injusticias no discriminan a nadie y que la gente de
todas las razas y credos experimenta su cruel cautiverio más tarde o más temprano.

Es tiempo suficiente.

Es tiempo suficiente para saber que cuando recurrimos a la desobediencia civil en defensa de
nuestros derechos civiles, no quebrantamos las leyes de la Constitución de Estados Unidos de
América, sino que buscamos mantener los principios de que todos los hombres fueron creados
iguales; buscamos derribar los reglamentos locales que ya han quebrantado las leyes de la
Constitución de Estados Unidos.

Es tiempo suficiente.

Es tiempo suficiente para aceptar invitaciones para hablar a los líderes de la nación.

Es tiempo suficiente para dirigirse a miles de personas en cientos de ocasiones diferentes.

Es tiempo suficiente para dirigir a 200 000 personas hasta la capital del país para hacer la
representación de que todos los norteamericanos son herederos de la propiedad de los derechos a
vivir, a ser libres y a buscar la felicidad.

Es tiempo suficiente para entrar en la universidad a la edad de 15 años.

Es tiempo suficiente para terminar y obtener varios diplomas.

Es tiempo suficiente para ganar cientos de premios. Es tiempo suficiente para casarse y tener
cuatro hijos. Es tiempo suficiente para convertirse en un tambor mayor de la paz.

Es tiempo suficiente para ganar el Premio Nobel de la Paz. Es tiempo suficiente para dar el premio
de $54 000 a la causa de la justicia.
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Es tiempo suficiente para visitar la cima de la montaña. Ciertamente es tiempo suficiente para
tener un sueño.

Cuando notamos lo mucho que Martin Luther King logró en 39 cortos años, sabemos que es
tiempo suficiente para que cualquier hombre ame a su país y a sus compatriotas tanto que la vida
en sí no tiene valor, a no ser que todos los hombres puedan sentarse a la mesa de la hermandad
como hermanos. Treinta y nueve años es tiempo suficiente para que cualquier hombre a
sabiendas enfrente la muerte cada día de su vida, porque evitarse las aflicciones y las penas
significa retroceder dos pasos para su hermano mañana.

Martin vivió durante varios siglos, todos resumidos en 39 cortos años. Su recuerdo vivirá por
siempre. Qué maravilloso sería si todos pudiéramos vivir así.

Martin, como todos los demás, hubiera dado la bienvenida a la longevidad; sin embargo, cuando
sopesó los hechos, dijo: "No es cuánto tiempo vive un hombre, sino cuán bien utiliza el tiempo
concedido".

Por lo tanto, saludamos y honramos el recuerdo de un hombre que vivió en la confusión de la


injusticia durante sus demasiado cortos, demasiado largos y suficientes 39 años.

"Él es libre al fin".

Willa Perrier

SÓLO PROBLEMAS

El hombre que no tiene problemas está fuera del juego.

Elbert Hubbard

La Nochebuena de 1993, Norman Vincent Peale, el autor del libro de éxito de todos los tiempos,
The Power of Positive Thinking [El poder del pensamiento positivo], murió a la edad de 95 años. Se
encontraba en casa, rodeado de amor, paz y cuidado tierno. Norman Vincent Peale no merecía
menos. Su ministerio de pensamiento positivo llevó paz y confianza renovada a generaciones de
personas que comprendieron a partir de sus sermones, discursos, programas de radio y libros, que
todos somos responsables de la condición en la que estamos. Desde que sintió que Dios no hacía
chatarra, Norman nos recordó que tenemos dos opciones cada mañana cuando nos despertamos:
podemos elegir sentirnos bien respecto de nosotros mismos o elegir sentimos mal. Todavía puedo
escuchar a Norman gritando con claridad: "¿Por qué elegir lo último?"

Conocí a Norman en julio de 1968. Larry Hughes, que era presidente de mi compañía editorial,
William Morrow & Co., sugirió que pensáramos escribir juntos un libro de ética. Decidimos hacerlo
y durante los siguientes dos años trabajamos con Norman en The Power of Ethical Management [El
poder de la administración ética], lo cual fue uno de los mayores deleites que he tenido en mi vida.

Desde ese primer encuentro, Norman causó un gran efecto en mi vida. Siempre insistía en que los
pensadores positivos obtienen resultados positivos, porque no temen a los problemas. En realidad,
en lugar de pensar en un problema como algo negativo y que debe retirarse lo más pronto posible,
Norman sentía que los problemas eran una señal de vida. Para ilustrar ese punto, he aquí una de
sus historias favoritas, la cual he utilizado con frecuencia en mis presentaciones:

Un día caminaba por la calle cuando vi que se acercaba mi amigo George. Era evidente por su
apariencia oprimida que no estaba rebosante del éxtasis y la exuberancia de la existencia humana,
que es una manera elevada de decir que George estaba deprimido.

Naturalmente le pregunté: "¿Cómo estás, George?"Aunque mi intención era hacer una pregunta de
rutina, George me tomó muy en serio, y durante 15 minutos me informó sobre lo mal que se sentía.
Cuanto más hablaba él, peor me sentía yo.

Finalmente le dije: "Bueno, George, lamento verte en un estado tan deprimido. ¿Cómo fue que estás
así?" Eso lo impresionó en verdad.

"Son mis problemas ", explicó. "Problemas, nada más que problemas. Estoy lleno de problemas. Si
pudieras librarme de todos mis problemas contribuiría con $5 000 para tu caridad favorita".
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No soy alguien que ponga oídos sordos a tal oferta, por lo que medité, pensé y reflexioné sobre la
proposición y encontré una respuesta que pensé era bastante buena.

Dije: "Ayer fui a un lugar donde residen miles de personas. Hasta donde pude determinar, ninguna
de ellas tiene problemas. ¿Te gustaría ir allá? "

"¿Cuándo podemos partir? Ése parece ser el lugar apropiado para mí", respondió George.

"Si ese es el caso, George ", dije, "con gusto te llevaré mañana al Cementerio Woodlawn porque las
únicas personas que conozco que no tienen ningún problema están muertas. "

Me encanta esa historia. En verdad pone en perspectiva la vida. Escuché a Norman decir muchas
veces: "Si no tienen problemas, les advierto, están en gran peligro, ¡están en el camino de salida y
no lo saben! Si creen no tener ningún problema, les sugiero que huyan inmediatamente de donde
están, suban a su coche y conduzcan a casa con la mayor velocidad posible (con precaución),
entren aprisa a su casa, diríjanse a su habitación y cierren la puerta. Enseguida, arrodíllense y
oren: '¿Qué sucede, Señor? ¿Ya no confías en mí? Dame algunos problemas"'.

Ken Blanchard

LOS ÁNGELES NUNCA DICEN "¡HOLA!"

Mi abuela me habló sobre los ángeles. Dijo que llaman a la puerta de nuestros corazones, tratando
de entregarnos un mensaje. Los vi con la mente, con un gran costal de correspondencia colgando
entre sus alas y una gorra de cartero colocada con gallardía sobre su cabeza. Me pregunté si los
timbres de sus cartas decían "Entrega inmediata del Cielo".

"No tiene objeto esperar que el ángel abra tu puerta", explicó mi abuela. "Sólo hay un picaporte en
la puerta de tu corazón. Sólo una cerradura. Ellos están en el interior; de tu lado. ¡Debes escuchar
al ángel, abrir la cerradura y abrir esa puerta!"

Me encantó la historia y le pedí una y otra vez que me dijera: "¿Qué hace el ángel entonces?"

"El ángel nunca dice 'hola'. Tú extiendes la mano y tomas el mensaje y el ángel te da las
instrucciones: '¡Levántate y continúa!' Entonces, el ángel se va volando. Es tu responsabilidad
actuar".

Cuando me entrevistan los medios informativos, a menudo me preguntan cómo he establecido


varios negocios internacionales sin tener educación universitaria, habiendo iniciado mis negocios
a pie, empujando a mis dos hijos delante de mí en una carriola en mal estado, con una rueda que
continuamente se salía.

Primero les digo a los entrevistadores que leo al menos seis libros por semana y que lo he hecho
desde que pude leer. Escucho las voces de todos los grandes triunfadores en sus libros.

Enseguida explico que cada vez que escucho que un ángel llama a la puerta, la abro de inmediato.
Los mensajes del ángel son sobre ideas de nuevos negocios, libros qué escribir y soluciones
maravillosas a los problemas en mi carrera y en mi vida personal. Llegan con mucha frecuencia,
en un río que siempre fluye con ideas.

Sin embargo, hubo una ocasión cuando dejaron de llamar a la puerta. Sucedió cuando mi hija,
Lilly, resultó mal herida en un accidente. Ella viajaba en la parte posterior de un elevador de carga
que su padre rentó para mover el heno para nuestros caballos. Lilly y dos niños vecinos le
suplicaron que les permitiera viajar en el elevador de carga cuando lo llevaba de regreso al sitio
donde lo rentaron.

Al bajar por una pequeña colina, el volante se rompió. Los brazos de su padre estuvieron a punto
de zafarse de las coyunturas al tratar de mantener la máquina en el camino, antes de que se
volcara. La vecinita se rompió el brazo. El padre de Lilly quedó inconsciente. Lilly quedó atrapada
abajo, con el enorme peso del aparato sobre su mano izquierda. La gasolina se derramó sobre su
muslo. La gasolina arde aunque no la enciendan. El niño vecino no se lastimó ni perdió el sentido.
Corrió y detuvo el tránsito.
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Rápidamente llevamos a Lilly al Hospital Ortopédico, donde iniciaron una larga serie de
operaciones, cada vez amputando más de su mano. Me dijeron que cuando se corta un miembro
humano, en ocasiones pueden coserlo y pegarlo, pero no si está aplastado y destrozado.

Lilly acaba de iniciar sus lecciones de piano. Como soy escritora, anhelaba con gran anticipación
que iniciara sus lecciones de mecanografía el año siguiente.

Durante este tiempo, con frecuencia me encerré para llorar, pues no deseaba que nadie me viera.
No podía detenerme. Descubrí que no tenía concentración para leer nada. Ningún ángel llamó a la
puerta. Hubo un gran silencio en mi corazón. No dejé de pensar en todas las cosas que Lilly no
podría hacer jamás debido a ese terrible accidente.

Cuando la llevamos de nuevo al hospital para la octava amputación, mi espíritu estaba muy
desanimado. No dejaba de pensar: "¡Nunca podrá escribir a máquina! Nunca escribirá a máquina.
Nunca escribirá a máquina".

Dejamos su bolsa en la habitación del hospital y, de pronto, nos volvimos, porque una joven
adolescente que se encontraba en la cama vecina nos dijo con voz de mando:

-¡Los he estado esperando! ¡Vayan pasillo abajo hasta la tercera habitación a la izquierda! Allí está
un niño que resultó herido en un accidente de motocicleta. ¡Vayan allí y anímenlo, en este
momento!

Tenía la voz de un mariscal de campo. De inmediato la obedecimos. Hablamos con el chico y lo


animamos, después regresamos a la habitación de Lilly en el hospital.

Por primera vez, noté que esa joven poco común estaba inclinada.

-¿Quién eres? -le pregunté.

-Mi nombre es Tony Daniels -sonrió--. Asisto a la escuela secundaria para incapacitados. ¡En esta
ocasión, los médicos van a lograr que sea dos centímetros y medio más alta! Tuve polio, me han
operado muchas veces.

Tenía el carisma y la fortaleza de un general Schwartzkopf. No pude controlar las palabras que
salieron de mi boca.

-¡No estás incapacitada!

--Oh, sí, tiene razón -respondió ella y me miró de reojo-. En nuestra escuela nos enseñan que
nunca estaremos incapacitados mientras podamos ayudar a alguien más. Si conociera a mi
compañera que da la clase de mecanografía, pensaría que está incapacitada, porque nació sin
brazos y sin piernas. Sin embargo, ella nos ayuda a todos enseñándonos a escribir a máquina con
una vara entre los dientes.

¡Vaya! ¡De pronto escuché el sonido de golpes, patadas y gritos en la puerta de mi corazón!

Salí corriendo de la habitación y recorrí el corredor hasta encontrar un teléfono de paga. Llamé a
IBM y pedí hablar con el gerente de la oficina. Le dije que mi pequeña había perdido casi toda la
mano izquierda y le pregunté si tenían diagramas para escribir a máquina con una mano.

-¡Sí, los tenemos! -respondió él-. Tenemos diagramas para la mano derecha, la mano izquierda,
diagramas que muestran cómo usar los pies con pedales e, incluso, cómo escribir a máquina con
una varita entre los dientes. Los diagramas son gratuitos. ¿A dónde desea que se los envíe?

Cuando finalmente pudimos llevar de nuevo a Lilly a la escuela, llevé conmigo los diagramas para
escribir a máquina con una mano. Su mano y su brazo todavía estaban enyesados. Le pregunté al
director de la escuela si Lilly podía tomar clases de mecanografía, a pesar de que todavía era muy
pequeña, en lugar de gimnasia. Me dijo que nunca lo había hecho con anterioridad y que tal vez el
maestro de mecanografía no querría tener una molestia más, pero que yo podía preguntarle, si lo
deseaba.

Cuando entré en la clase de mecanografía, noté de inmediato que alrededor de todo el salón había
letreros con citas de Florence Nightingale, Ben Franklin, Ralph Waldo Emerson y Winston
Churchill. Respiré profundo, al comprender que me encontraba en el lugar indicado. El maestro
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dijo que nunca había enseñado mecanografía con una mano,, pero que trabajaría con Lilly durante
la hora del almuerzo.

-Aprenderemos juntos a escribir a máquina con una mano -dijo él.

Pronto, Lilly mecanografiaba toda su tarea para la clase de inglés. Su maestro de inglés ese año
era una víctima de la polio. Su brazo derecho colgaba inútil por su costado.

-Tu madre te está consintiendo, Lilly -le dijo él-. Tienes una mano derecha sana. Haz tu propia
tarea.

--Oh, no, señor -Lilly le sonrió-. Escribo hasta 50 palabras por minuto con una mano. ¡Tengo los
diagramas de IBM para una mano!

El maestro de inglés se sentó de pronto.

-Siempre ha sido mi sueño poder escribir a máquina --dijo él despacio.

-Venga durante mi hora del almuerzo. La parte posterior de mis diagramas son para la otra mano.
¡Yo le enseñaré! -le aseguró Lilly.

Después de la primera lección a la hora del almuerzo, Lilly llegó a casa y dijo:

-Mamá, Tony Daniels tenía razón. Ya no estoy incapacitada porque estoy ayudando a alguien más
a convertir su sueño en realidad.

En la actualidad, Lilly es autora de dos libros aclamados intemacionalmente. Ha enseñado a todo


nuestro personal de oficina a usar nuestras computadoras Apple con el cojín para el ratón del lado
izquierdo, porque allí es donde ella lo hace moverse con rapidez con el dedo que le queda y el
muñón del pulgar.

¡Escuchen! ¿Oyen el toquido? ¡Deslicen el cerrojo! ¡Abran la puerta! Por favor, piensen en mí y
recuerden: los ángeles nunca dicen "hola". Su saludo siempre es "¡Levántate y sigue adelante!"

Dottie Walters

¿POR QUÉ TIENEN QUE SUCEDER ESTAS COSAS?

Todos somos lápices en la mano de Dios.

Madre Teresa

Una de mis alegrías y pasiones es mi voz. Me gusta mucho cantar en los teatros de nuestra
comunidad. Mi garganta se irritó bastante durante un programa particularmente agotador. Era la
primera vez que cantaba una pieza de ópera y me aterraba pensar que había dañado mis cuerdas
vocales. Tenía uno de los papeles principales y estábamos a punto de presentarnos. Por lo tanto,
hice una cita con mi médico familiar, donde esperé durante una hora. Al fin partí enfadada,
regresé al trabajo, busqué mi libreta telefónica y encontré cerca un especialista en la garganta.
Una vez más, hice una cita y me presenté.

La enfermera me hizo pasar y me senté para esperar al médico. Me sentía muy descontenta. Rara
vez me enfermo y ahora me enfermaba cuando necesitaba estar sana. Además, tuve que tomar
tiempo libre de mi trabajo para visitar a dos médicos diferentes y ambos me hacían esperar. Era
muy frustrante. ¿Por qué tenían que suceder esas cosas? Un momento después, regresó la
enfermera.

-¿Puedo preguntarle algo personal? -me dijo.

Me pareció extraño, pues ¿qué otra cosa nos preguntan en el consultorio de un médico si no son
preguntas personales? -Sí, por supuesto -miré a la enfermera y respondí.

-Noté su mano -comentó un poco dudosa.

-Perdí la mitad de mi mano izquierda en un accidente en un elevador de carga, cuando tenía 1 1


años. Creo que es uno de los motivos por los que no intenté realizar mi sueño de actuar en el
teatro, aunque todos dicen: "¡Nunca lo noté! Eres muy natural". En el fondo de mi mente pienso
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que sólo desean a personas perfectas en el escenario. Nadie desearía verme. Además, soy
demasiado alta, con peso excesivo y en realidad no tengo talento... no, no desean verme. Sin
embargo, me encantan las comedias musicales y tengo buena voz. Un día hice la prueba en
nuestro teatro local. ¡Fui la primera que eligieron! Eso fue hace tres años. Desde entonces, me han
elegido en casi todo lo que he solicitado.

-Lo que necesito saber es cómo ha afectado eso su vida -dijo la enfermera.

Nunca, en los 25 años transcurridos desde que sucedió el accidente, alguien me había hecho esa
pregunta. Tal vez me preguntaron: "¿Eso le molesta?" Sin embargo, nunca algo tan arrollador
como: "¿Cómo ha afectado eso su vida?"

-Acabo de tener una bebé -añadió después de una pausa-, y su mano es como la suya. Necesito
saber cómo ha afectado esto su vida.

-¿Cómo ha afectado mi vida? -medité un poco para poder encontrar las palabras indicadas. Al fin
dije-: Ha afectado mi vida, pero no de una mala manera. Hago muchas cosas que a la gente con
dos manos normales le resultan difíciles. Escribo a máquina 75 palabras por minuto, toco la
guitarra, he montado y exhibido caballos durante años, incluso, tengo un diploma en equitación.
Tomo parte en el teatro musical y soy oradora profesional, por lo que constantemente estoy frente
a una multitud. Aparezco en programas de televisión cuatro o cinco veces al año. Creo que nunca
fue "difícil", debido al amor y ánimo de mi familia. Siempre hablaron sobre toda la notoriedad que
lograría, porque aprendería a hacer cosas con una mano, que a la mayoría de la gente se le
dificulta hacer con dos. A todos nos entusiasmó mucho. Ése fue el enfoque principal, no la
incapacidad.

-Su hija no tiene un problema -añadí-. Ella es normal. Usted es quien la enseñará a pensar que no
lo es. Ella llegará a saber que es "diferente", pero usted le enseñará que esa diferencia es
maravillosa. Normal significa que uno es común. ¿Qué diversión hay en eso?

Guardó silencio durante un momento.

--Gracias -dijo simplemente y se fue.

Me quedé sentada allí, pensando: "¿Por qué tienen que suceder estas cosas?" Todo sucede por un
motivo, incluso que ese elevador de carga cayera sobre mi mano. Todas las circunstancias que
hicieron que yo estuviera en el consultorio de ese médico y ese momento en el tiempo sucedió por
un motivo.

Llegó el médico, examinó mi garganta y dijo que quería anestesiarme y colocar una sonda para
examinarla. Bueno, los cantantes somos muy paranoicos cuando quieren colocar instrumentos
médicos en nuestras gargantas, ¡en especial, si son tan toscos que es necesario utilizar la
anestesia!

-No, gracias -respondí y me fui.

Al día siguiente, mi garganta estaba mejor.

¿Por qué tienen que suceder estas cosas?

Lilly Walters

EL ACERO MAS FINO ES ENVIADO AL HORNO MÁS CALIENTE

El carácter no puede desarrollarse en calma y con tranquilidad. Sólo por medio de las experiencias de
prueba y sufrimiento puede el alma fortalecerse, aclararse la visión, inspirarse la ambición y lograrse
el éxito.

Helen Keller

Nunca olvidaré la noche en 1946 cuando el desastre y el desafío visitaron nuestro hogar.

Mi hermano George llegó a casa después de la práctica de fútbol y se desplomó con una
temperatura de 39 grados. Después de examinarlo, el médico nos informó que era polio. Esto
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sucedió antes de la época del doctor Salk; la polio era bien conocida en Webster, Missouri, pues
había matado y dejado inválidos a muchos niños y adolescentes.

Después que pasó la crisis, el médico sintió que era su deber informar a George sobre la horrible
verdad.

-Tengo que decirte esto, hijo -declaró el médico-, la polio ha avanzado tanto que es probable que
no vuelvas a caminar sin cojear y tu brazo izquierdo quedará inútil.

George siempre se había imaginado como un luchador de campeonato en su último año en la


escuela, después de haberse perdido el campeonato la temporada anterior.

-Doctor... -murmuró George, apenas si podía hablar. -Sí -dijo el médico y se inclinó sobre la
cama-, ¿qué quieres, hijo?

-Váyase al diablo --exclamó George, con una voz llena de determinación.

Al día siguiente, la enfermera entró en su habitación y lo encontró acostado sobre el rostro, en el


piso.

-¿Qué sucede? -preguntó impresionada la enfermera. -Estoy caminando -respondió con calma
George Se negó a utilizar algún aparato o unas muletas. En ocasiones, tardaba 20 minutos en
levantarse de la silla, pero se negó a aceptar cualquier ofrecimiento de ayuda.

Recuerdo haberío visto levantar una pelota de tenis con tanto esfuerzo como con el que un
hombre sano levantaría una barra con pesas de 45 kilos.

También recuerdo haberlo visto subir al ring como capitán del equipo de lucha.

Sin embargo, la historia no termina allí. Al año siguiente, después de haber sido nombrado para
jugar con el Colegio de Missouri Valley en uno de los primeros juegos de fútbol televisados
localmente, padeció mononucleosis.

Fue mi hermano Bob quien ayudó a reforzar la actitud ya poderosa de George de nunca darse por
vencido.

La familia se encontraba en su habitación del hospital, cuando el mariscal de campo de Valley


completó un pase de 12 yardas y el locutor dijo: "Y George Schlatter hace la primera atrapada del
juego".

Impresionados, todos miramos hacia la cama, para asegurarnos de que George todavía estaba allí.
Entonces comprendimos lo que había sucedido. Bob, quien también estaba en la alineación, usó el
número de George, para que éste pudiera pasar la tarde escuchando cómo él mismo atrapaba seis
pases y hacía innumerables tacleadas.

Cuando venció a la mononucleosis, hizo lo que la lección de Bob le enseñó ese día, ¡pues siempre
hay una manera!

George estaba destinado a pasar los siguientes tres otoños en el hospital. En 1948, fue después
que pisó un clavo oxidado. En 1949, fue la amigdalitis, justamente cuando iba a cantar en una
audición para Phil Harris. En 1950, fueron quemaduras de tercer grado en 40 por ciento de su
cuerpo y los pulmones afectados. Su vida había sido salvada por mi hermano Alan, quien, después
de que una explosión prendió fuego al cuerpo de George, apagó las flamas arrojándose sobre él.
Alan también tuvo quemaduras graves.

No obstante, después de cada desafío, George volvía más fuerte y más seguro de su propia
habilidad para vencer cualquier obstáculo. Había leído que si uno fija la mirada en los obstáculos
en el camino, no está mirando la meta.

Armado con estos dones del espíritu y la risa del alma, entró en el mundo del espectáculo y
revolucionó la televisión al crear y producir programas tan innovadores como "Laugh In" y
"American Comedy Awards" y ganó un Emmy por su especial sobre Sammy Davis Jr.

Literalmente ha estado en el horno y ha salido de éste con un alma tan fuerte como el acero, y la
utilizó para fortalecer y entretener a un país.
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John Wayne Schlatter

LA CARRERA

¡Sal! ¡Renuncia! ¡Estás derrotado!"

Me gritan y suplican.

"Hay demasiado en tu contra ahora; ¡en esta ocasión no puedes tener éxito!"

Y cuando empiezo a bajar la cabeza frente al rostro del fracaso, mi caída es detenida por el
recuerdo de una carrera.

Y la esperanza fortalece mi voluntad debilitada al recordar esa escena; porque el solo pensamiento
de esa corta carrera rejuvenece mi ser.

Una carrera de niños (niños pequeños, hombres jóvenes) lo recuerdo bien.

¡Entusiasmo, seguro! Pero también temor; no fue difícil de contar.

Todos se alinearon llenos de esperanza cada uno pensaba ganar esa carrera. 0 empatar en primer
lugar, o si no eso, al menos obtener el segundo lugar.

Y los padres observaban a los lados cada uno animando a su hijo.

Y cada niño esperaba demostrar a su papá que él sería el ganador.

¡Sonó el silbato y partieron!

Los corazones jóvenes y las esperanzas ardientes.

Ganar y ser el héroe allí era el deseo de cada muchacho.

Y un joven en particular cuyo papá se encontraba entre la multitud corría cerca del que iba en
primer lugar y pensó:

"¡Mi papá se sentirá muy orgulloso!"

Pero cuando corrió a gran velocidad campo abajo a lo largo de una hondonada poco profunda, el
muchacho que pensó ganar perdió el paso y resbaló.

Esforzándose mucho por recuperar el equilibrio extendió las manos para apoyarse, y entre la risa
de la multitud

Cayó sobre su rostro.

Cayó muy bajo y con él la esperanza -ya no podría ganar- avergonzado y triste, sólo deseó
desaparecer de alguna manera.

Pero cuando cayó, su papá se puso de pie y mostró su rostro ansioso, el cual con tanta claridad
decía al joven:

"¡Levántate y gana la carrera!"

Él se levantó de inmediato, sin haber resultado herido -detrás un poco, eso fue todoy corrió con
toda su mente y fuerza para recuperarse de la caída.

Tan ansioso por recuperarse -por alcanzar y ganar- su mente fue más rápida que sus piernas;
¡resbaló y cayó de nuevo!

Entonces deseó haberse retirado antes con sólo una desgracia.

"No tengo esperanza como corredor ahora; no debí intentar correr".

Pero entre la multitud burlona buscó y encontró el rostro de su padre; esa mirada firme que decía
de nuevo: 4 1 ¡Levántate y gana la carrera!"
94

Así que se levantó de un salto y lo intentó de nuevo -nueve metros detrás del último- “si quiero
recuperar esos metros", pensó, "tengo que moverme muy aprisa".

Esforzándose lo más posible recuperó siete o nueve, pero al esforzarse tanto por alcanzar al primer
lugar ¡resbaló y cayó de nuevo!

¡Derrota! Permaneció caído allí en silencio -una lágrima rodó de su ojo- “ya no tiene objeto correr
más: ¡tres caídas; ¡estoy fuera! ¿Para qué intentarlo?"

El deseo de levantarse había desaparecido; toda esperanza se había ido; tan atrás, con tantas
faltas: un perdedor todo el camino.

"Perdí, ¿cuál es el objeto?" pensó "viviré con mi desgracia".

Pero pensó en su papá quien pronto tendría que enfrentar.

"Levántate", sonó bajo un eco.

"Levántate y toma tu lugar; no deberías fracasar aquí.

Levántate y gana la carrera".

"Reúne valor para levantarte", dijo el eco, “no has perdido.

Porque ganar no es más que esto: levantarse cada vez que caes".

Se levantó y corrió una vez más, y con un nuevo cometido decidió que ganara o perdiera al menos
no se daría por vencido.

Muy atrás de los demás ahora, -lo más que había estado- dio todo lo que tenía y corrió como para
ganar.

Tres veces había caído, tropezando; tres veces se levantó de nuevo: demasiado atrás para esperar
ganar sin embargo corrió hasta el final.

Vitorearon al corredor ganador cuando cruzó la línea en primer lugar.

Con la cabeza en alto, orgulloso y feliz; sin caer, sin desgracia.

Pero cuando el pequeño caído cruzó la línea en último lugar, la multitud lo vitoreó más, por
terminar la carrera.

Y aunque llegó en último lugar con la cabeza inclinada, sin orgullo, uno pensaría que había
ganado la carrera al escuchar a la multitud.

A su papá le dijo con tristeza, “no lo hice muy bien".

"Para mí, ganaste", le dijo su padre.

Te levantaste cada vez que caíste".

Y cuando las cosas parecen oscuras, embrolladas y difíciles de enfrentar, el recuerdo de ese
pequeño me ayuda en mi carrera.

Porque todo en la vida es como esa carrera.

Con altas, bajas y todo.

Y lo único que hay que hacer para ganar es levantarnos cada vez que caemos.

¡Sal! ¡Renuncia, estás derrotado!"

Todavía gritan en mi cara.

Pero otra voz interior me dice: “¡LEVÁNTATE Y GANA LA CARRERA!"


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D. H. Groberg

DESPUÉS DE UN TIEMPO

Después de un tiempo aprendemos la sutil diferencia entre sostener una mano y encadenar un
alma, y aprendemos que el amor no significa apoyo y que la compañía no significa seguridad, y
empezamos a aprender que los besos no son contratos y que los regalos no son promesas, y
empezamos a aceptar las derrotas con la cabeza en alto y los ojos abiertos, con la gracia de un
adulto, no con el pesar de un niño, y aprendemos a construir todos nuestros caminos en el hoy
porque el terreno del mañana es demasiado inseguro para los planes.

Después de un tiempo aprendemos que incluso la luz del sol quema, si la recibimos en demasiada
cantidad. Por lo tanto, plantemos nuestro propio jardín y decoremos nuestra propia alma, en lugar
de desear que alguien nos traiga flores.

Y aprenderemos que en verdad podemos soportar... Que en realidad somos fuertes, y que en
verdad valemos.

Veronica A. Shoffstall

SUMMIT AMERICA

“¿Por qué yo?" gritó Todd cuando su papá sacó su cuerpo ensangrentado del lago lóbrego y lo
colocó en el bote. Todd permaneció consciente mientras su padre, sus dos hermanos y tres amigos
se apresuraban a llegar a la orilla para conseguir ayuda.

Todo parecía demasiado irreal. Habían pasado un día muy divertido esquiando en un lago en
Oklahoma, donde vivían sus abuelos. Todd decidió bucear después de que todos terminaron de
esquiar. Cuando desenredaba las cuerdas del esquí, la palanca de velocidades quedó en reversa y
sus piernas quedaron atrapadas entre las hélices, todo esto en un segundo. ¡Nadie lo escuchó
gritar hasta que fue demasiado tarde! Ahora se encuentra en el hospital, aferrándose a la vida.

Las dos piernas resultaron gravemente dañadas. El nervio ciático de su pierna derecha se dañó e
hizo que su pierna quedara permanentemente paralizada desde la rodilla hasta los dedos de los
pies. Los médicos dijeron que cabía la probabilidad de que no pudiera volver a caminar. Todd se
recuperó lentamente de las heridas, pero finalmente, presentó una enfermedad en los huesos del
pie derecho. Durante los siguientes siete años, luchó física y emocionalmente para conservar su
pierna. Sin embargo, al fin llegó el momento de enfrentar el mayor temor.

Un triste día de abril de 1981, Todd se encontraba consciente recostado sobre la mesa de
operaciones en el Hospital General de Massachusetts, en espera de que se iniciara el proceso.
Habló con calma al personal del hospital sobre la pizza que deseaba comer después de la cirugía.
"Quiero tocino canadiense y piña", bromeó. Cuando se acercó el temido momento, una oleada de
calma lo envolvió. La paz invadió su corazón, mientras pensaba en un versículo de la Biblia que
leyera en su niñez: "La rectitud va ante él y prepara el camino para sus pasos".

Todd sabía con gran convicción que su siguiente paso era la amputación. La duda se evaporó y
prevaleció el valor para enfrentar lo inevitable. Para obtener el estilo de vida que deseaba, tenía
que perder su pierna. En unos minutos, la pierna desapareció, pero todo su futuro se abrió.

Estudió psicología por sugerencia de los amigos y la familia. Se graduó magna cum laude, y aceptó
un trabajo como director clínico del Centro de Recursos para Amputados, en California del Sur.
Con sus antecedentes en psicología y su experiencia personal debido a la amputación, empezó a
notar que podía inspirar mediante su trabajo a otras personas que habían sufrido amputaciones.

"Los pasos que debo tomar en mi vida están ordenados", recordó. "Supongo que estoy en el camino
correcto, pero, ¿cuál es mi siguiente paso?" se preguntó.

Hasta que sucedió el accidente, había llevado una vida normal. Escalaba, acampaba, practicaba
deportes, coqueteaba con las chicas y salía con sus amigos. Después de la lesión, continuó
socializando con sus amigos, pero tuvo problemas para hacer deporte. La pierna artificial que
recibió después de la amputación le permitió caminar de nuevo, pero no mucho más.

Hubo noches en que Todd soñó que corría a través de campos cubiertos de hierba, sólo para
despertar ante la dura realidad de su situación. Con desesperación deseaba correr de nuevo.
96

En 1993, consiguió su deseo. Se desarrolló un nuevo tipo de prótesis, llamada Flex-Foot. Adquirió
una por conducto de su especialista en prótesis.

Al principio, se esforzó para correr, pero se tropezaba con sus pies y quedaba sin aliento. No
obstante, con perseverancia, pronto pudo correr 16 kilómetros al día.

A medida que desarrolló sus habilidades, un amigo leyó un artículo en una revista y pensó que a
Todd le interesaría. Una organización buscaba a una persona que hubiera sufrido una
amputación, para que escalara la montaña más alta en cada uno de los 50 estados. Habría otros
escaladores incapacitados e intentarían romper un récord escalando las 50 montañas más altas en
100 días o menos.

La idea entusiasmó a Todd. "¿Por qué no intentarlo?" pensó. "Me encantaba escalar, y ahora tengo
la oportunidad de explorar mis límites". Solicitó el puesto y lo aceptaron de inmediato.

La expedición estaba programada para iniciarse en abril de 1994. Todd tenía casi un año para
prepararse. Empezó a entrenarse para escalar trabajando todos los días, cambiando su dieta y
practicando los fines de semana escalando rocas. Todos estuvieron de acuerdo en que era una
buena idea, pero algunos pensaron que tal vez no era la elección más responsable.

Todd no permitió que las personas con pensamientos negativos lo detuvieran. Sabía que era lo
correcto que debía hacer. Cuando oró para pedir orientación, supo con claridad que ése debería
ser el siguiente paso en su vida.

Todo funcionó a la perfección, hasta febrero de 1994, cuando recibió una noticia desalentadora.
Los fondos para la expedición fueron retirados. El coordinador del proyecto dijo que lo lamentaba,
pero que no podía hacer nada más que retirar el proyecto.

"¡No me daré por vencido!", exclamó Todd. "He dedicado demasiado tiempo y trabajo a esto para
dejarlo ahora. Aquí hay un mensaje que debe ser escuchado ¡y si Dios lo desea, encontraré la
manera para llevar a cabo esta expedición!"

Sin permitir que la noticia lo afectara, Todd se dedicó a poner en marcha el plan. Durante las
siguientes seis semanas, reunió suficiente apoyo financiero para programar una nueva expedición.
Obtuvo el apoyo de algunos amigos para que lo ayudaran con la logística de la escalada. Whit
Rambach sería su compañero al escalar, y yo, Lisa Manley, atendería los asuntos desde la casa.
Con todo en orden, partió como estaba programado, con su nueva expedición llamada Summít
America.

Cuando Todd se preparaba para la expedición, se enteró de que sólo 31 personas habían
alcanzado la cima de todas las 50 montañas más altas. En cambio, muchas personas han escalado
con éxito el Monte Everest, la montaña más alta del mundo.

Todd y Whit empezaron el récord de escalar las 50 cimas más altas a las 5:10 p.m. del 1' de junio
de 1994, en la montaña McKinley, en Alaska. El poseedor del récord previo, Adrian Crane, y un
sargento militar, Mike Vining, los asistieron al escalar el Denali, nombre indio de la montaña
McKinley.

"Las condiciones en la montaña eran sumamente impredecibles", comentó Todd. "Las tormentas
podían soplar en unas horas. Es como el juego del gato y el ratón tratando de llegar a la cima.

"El clima descendió a –34ºC en ocasiones", dijo. "Nos tomó 12 días luchar contra el clima, el mal
de montaña y la realidad del peligro. Sabía que la montaña podía ser peligrosa, pero no comprendí
lo peligrosa que era hasta que sacaron dos cuerpos congelados de la montaña frente a mí.

"Era un paso a la vez. Los últimos mil pies fueron los más difíciles. Respiraba tres veces por cada
paso. No dejaba de decirme que mi mensaje sólo se escucharía si lograba llegar a la cima. El
comprender esto me llevó a la cúspide."

El resto de la expedición fue rápido y excitante. Hooked on Phonics fue al rescate de Summit
America al financiar lo que restaba de la escalada. La gente se interesó en Todd, en su
determinación por romper el récord y en su historia. Su mensaje se publicó en los periódicos, en
la televisión y en la radio, mientras él viajaba por todo el país.
97

Todo estaba bien, hasta que llegó el momento de escalar la cima número 47, la montaña Hood, en
Oregon. Una semana antes, dos personas habían perdido la vida en esa montaña. Todos
aconsejaron a Todd y a Whit que no escalaran y opinaron que no convenía arriesgarse.

Con mucha inseguridad y temor, Todd se puso en contacto con su viejo amigo de la escuela
secundaria, experto en montañismo, Fred Zalokar. Cuando Fred se enteró de su predicamento, le
dijo: "Todd, has llegado demasiado lejos para retroceder ahora. Llévame a esa ciudad y yo te
conduciré a la cima de esa montaña, a salvo".

Después de muchas discusiones con las autoridades en montañismo y de horas de planeación


cuidadosa, Todd, Whit y Fred llegaron con éxito a la cima de la montaña Hood. Ahora, sólo tres
cimas más separaban a Todd del récord.

El 7 de agosto de 1994, a las 11:57 a. m., Todd se erguía victorioso en la cima del Mauna Kea en
Hawai. Había escalado las 50 cimas más altas en sólo 66 días, 21 horas y 47 minutos, ¡superando
el antiguo récord de escalado por 35 días!

Aún más notable fue el hecho de que Todd había sufrido una amputación y superó el récord que
había establecido un hombre con dos piernas sanas.

Todd estaba muy entusiasmado, no sólo porque había establecido un nuevo récord mundial de
montañismo, sino porque ahora conocía la respuesta a la pregunta "¿Por qué yo?" que tanto lo
inquietó desde su accidente en el lago.

A la edad de 33 años, comprendió que el triunfo sobre su tragedia podía utilizarse para animar a la
gente en todas partes, para que creyera que podía lograr sus desafíos personales.

Durante la ascensión a la montaña y hasta el presente, Todd Huston trasmite su mensaje a la


gente en todo el mundo. Con una seguridad calmada dice: "Con fe en Dios y una creencia en las
habilidades que Dios nos da, podemos vencer cualquier desafío que enfrentemos en la vida".

Lisa Manley

UNA OBRA DE ARTE NO DESCUBIERTA

Nada en el mundo puede tomar el lugar de la perseverancia. El talento no lo hará; nada es más
común que los hombres talentosos sin éxito. El genio no lo hará; el genio no recompensado es casi un
proverbio. La persistencia y la determinación son todopoderosas.

Calvin Coolidge

Hace unos años, mi amiga Sue tuvo algunos problemas de salud bastante graves. Estuvo inválida
cuando era niña y todavía padecía por un defecto congénito que le había dejado un hoyo en uno
de los ventrículos del corazón. Los nacimientos de sus cinco hijos, empezando con una cesárea,
también la afectaron. Había sufrido cirugía tras cirugía; también había aumentado de peso
durante varios años y las dietas no le servían. Padeció casi constantemente un dolor no
diagnosticado. Su esposo, Dennis, aprendió a aceptar sus limitaciones. Él esperaba
constantemente que la salud de ella mejorara, aunque en realidad no creía que esto sucediera.

Un día se sentó toda la familia e hicieron una "lista de deseos" de las cosas que más querían en la
vida. Una de las ilusiones de Sue era correr en un maratón. Dada su historia y sus limitaciones
físicas, Dennis pensó que su objetivo estaba totalmente fuera de la realidad, pero Sue se entregó a
éste.

Empezó a correr muy despacio en el suburbio donde vivían. Todos los días corría sólo un poco más
que el día anterior, sólo un sendero más. "¿Cuándo podré correr una milla?" preguntó un día Sue.
Pronto corrió tres y después cinco. Dejaré que Dennis cuente el resto de la historia con sus
propias palabras:

"Recuerdo que Sue me dijo algo que había aprendido: 'El subconsciente y el sistema nervioso no
conocen la diferencia entre las situaciones reales y las imaginadas con mucha claridad'. Podemos
mejorar y obligarnos subconscientemente a perseguir nuestros más preciosos deseos con un éxito
casi total si cristalizamos las imágenes con bastante claridad en nuestras mentes. Sabía que Sue
lo creía, pues había decidido correr en el Maratón St. George en el sur de Utah.
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“¿Puede la mente creer en una imagen que nos conducirá a la autodestrucción?", me pregunté
mientras conducía por la carretera montañosa de Cedar City a St. George, Utah. Estacioné nuestra
camioneta cerca de la línea de la meta y esperé a que llegara Sue. La lluvia era constante y el
viento estaba frío. El maratón se había iniciado cinco horas antes. Habían transportado junto a mí
a varios corredores lesionados y con frío y empecé a sentir pánico. La imagen de Sue sola y con
frío, allá en el camino, en algún sitio, me enfermaba de preocupación. Los competidores más
veloces y fuertes habían terminado mucho tiempo antes y cada vez llegaban menos corredores. No
podía ver en ninguna dirección.

"Casi todos los coches a lo largo de la ruta del maratón ya habían partido y empezaba el tránsito
normal. Pude conducir directamente por la ruta de la carrera. Después de conducir durante dos
millas, todavía no había ningún corredor a la vista. Al tomar una curva del camino vi a un
pequeño grupo que corría. Al acercarme, pude ver a Sue en compañía de otros tres corredores.
Sonreían y charlaban mientras corrían. Se encontraban al otro lado del camino cuando me detuve
y grité entre el tránsito continuo: '¿Te encuentras bien?'

“¡Oh, sí!' respondió Sue jadeando un poco. Sus nuevos amigos me sonrieron. '¿Cuán lejos está la
meta?', preguntó uno de ellos. 'A sólo un par de millas', respondí.

“¿Un par de millas? pensé. ¿Estoy loco? Noté que dos corredores cojeaban. Pude oír el golpeteo de
sus pies con los zapatos tenis mojados. Deseé decirles que habían corrido una buena carrera y
ofrecer llevarlos, pero noté la resolución en sus ojos. Di la vuelta con la camioneta y los seguí a
cierta distancia, esperando que uno o todos ellos cayeran. ¡Habían estado corriendo durante más
de cinco horas y media! Pasé junto a ellos y recorrí la milla que faltaba para llegar a la meta y
esperé.

"Cuando vi de nuevo a Sue, noté que empezaba a esforzarse. Su paso fue más lento e hizo una
mueca. Miró con horror sus piernas, como si ya no quisieran trabajar más. De alguna manera,
continuó moviéndose, casi tambaleándose.

"El pequeño grupo se dispersaba más. Sólo una mujer de unos 20 años se encontraba cerca de
Sue. Era obvio que se habían hecho amigas durante la carrera. Quedé atrapado en la escena y
empecé a correr junto a ellas. Después de unas cien yardas aproximadamente, traté de hablar,
para ofrecer algunas palabras de sabiduría y motivación, pero las palabras y mi aliento fallaron.

"La meta estaba a la vista. Agradecí que no la hubieran desmantelado por completo, porque sentía
que los verdaderos triunfadores llegaban en ese momento. Uno de los corredores, un adolescente
delgado, dejó de correr, se sentó y empezó a llorar. Observé que algunas personas, tal vez sus
familiares, se acercaban y lo llevaban a su auto. También pude ver que Sue estaba en agonía, pero
ella había soñado en ese día durante dos años y no se daría por vencida. Sabía que terminaría y
esta convicción le permitió mantener su paso con seguridad e incluso felicidad, durante las
últimas cien yardas hasta la meta.

"Quedaban pocas personas para felicitar a mi esposa y extraordinaria corredora del maratón.
Había corrido con inteligencia, deteniéndose para estirarse con regularidad, para beber suficiente
agua en los sitios donde la servían y había mantenido un buen paso. Había sido el líder de un
pequeño grupo de corredores menos experimentados. Había inspirado y alentado a la mayoría de
ellos con sus palabras de confianza y seguridad. La elogiaron y abrazaron abiertamente, mientras
festejaban en el parque.

"'Ella nos hizo creer que podíamos lograrlo', comentó su nueva amiga. 'Describió con tanta claridad
cómo sería llegar a la meta, que supe que podría lograrlo', comentó otro.

La lluvia había cesado, por lo que caminamos y charlamos en el parque. Miré a Sue. Caminaba en
forma diferente, con la cabeza más erecta. Sus hombros estaban levantados y, a pesar de que
cojeaba, caminaba con una nueva seguridad. Su voz tenía una dignidad nueva y tranquila. No era
como si se hubiera convertido en otra persona; era más bien como si hubiera descubierto a su
verdadero yo, al que no conociera antes. La pintura todavía no se secaba, pero supe que ella era
una obra de arte no descubierta todavía, con un millón de temas por aprender sobre sí misma. En
verdad le gustaba el nuevo yo que había descubierto y también a mí.

Charles A. Coonradt

SI YO PUDE HACERLO, ¡USTED TAMBIÉN!


99

Inicié la vida de hecho con nada. Regalado cuando era bebé por mi madre biológica, una joven
soltera del pequeño pueblo de Moose Jaw, en Saskatchewan, Canadá, fui adoptado por una pareja
pobre, de mediana edad, John y Mary Linkletter.

Mi padre adoptivo fue uno de los hombres más cálidos que he conocido, pero no tenía ninguna
habilidad como hombre de negocios. Era predicador evangélico parte del tiempo y trataba de
vender seguros, dirigir una pequeña tienda general y de fabricar zapatos, todo sin éxito.
Finalmente, vivimos en una casa de caridad dirigida por una iglesia local en San Diego. Entonces,
papá Linkletter sintió que Dios lo llamaba para que fuera predicador de tiempo completo y tuvimos
incluso menos dinero. Lo que teníamos, por lo general lo compartíamos con cualquier persona del
vecindario que buscara comida.

Me gradué de la escuela secundaria pronto y me puse en marcha como trabajador errante a la


tierna edad de 16 años, con la idea de encontrar mi fortuna. Algo de lo primero que descubrí fue el
lado equivocado de una pistola: mi compañero de viaje y yo fuimos asaltados por un par de
rufianes que nos encontraron durmiendo en un vagón de carga.

-¡Levanten las manos y permanezcan acostados! -ordenó uno de los hombres-. Si este cerillo se
apaga y escucho algo más, dispararé -mientras registraron nuestros bolsillos y rodearon nuestras
cinturas, me pregunté si el dinero era lo único que deseaban. Sentí temor, porque había
escuchado historias de rufianes mayores que atacaban sexualmente a jóvenes. En ese momento
se apagó el cerillo... y encendieron otro con rapidez. ¡No nos movimos! Los ladrones me
encontraron $1.30, pero no vieron los $10.00 que había cosido en el forro de mi abrigo. También le
quitaron $2.00 a mi amigo, Denver Fox.

El cerillo se apagó de nuevo y por su duda supe que estaban indecisos respecto de algo. Mientras
Denver y yo nos encontrábamos acostados allí, a unos centímetros de distancia uno del otro, en la
oscuridad, escuché el ruido del gatillo de la pistola y un escalofrío helado recorrió mi espalda.
Supe que consideraban matarnos. Para ellos había poco riesgo. El golpeteo de la lluvia sobre la
parte exterior del vagón amortiguaría cualquier ruido. Inmóvil por el terror, pensé en mi padre y
en cómo oraría por mí si lo supiera. De pronto ya no sentí temor y volvieron la paz y la calma.
Como en respuesta a mi seguridad en mí mismo recuperada, se acercaron a nosotros. Sentí que
uno de los hombres empujaba algo contra mi brazo.

-Aquí están tus 30 centavos -dijo él-. El dinero para el desayuno.

En la actualidad, tengo 45 años como estrella de dos de los programas con mayor duración en la
historia de la transmisión; puedo reflexionar sobre el éxito que he logrado como hombre de
negocios, autor y conferencista; puedo sentirme orgulloso de mi maravillosa vida familiar (58 años
con la misma esposa, cinco hijos, siete nietos y ocho bisnietos). Menciono esto no para presumir,
sino para alentar a otras personas que se encuentran en el peldaño más bajo de la escalera
económica. Tengan en mente dónde empecé yo y recuerden, si yo pude hacerlo, ¡ustedes también!
¡Sí, ustedes pueden!

Art Linkletter
100

8. SABIDURÍA ECLÉCTICA

La vida es una sucesión de lecciones que debemos vivir para comprenderlas.

Hellen Keller

NAPOLEÓN Y EL PELETERO

No mires hacia atrás con ira, ni hacia adelante con temor, sino a tu alrededor con conocimiento.

james Thurber

Durante la invasión de Napoleón a Rusia, sus tropas luchaban en el centro de otro pequeño
pueblo, en esa tierra con invierno sin fin, cuando él se separó accidentalmente de sus hombres.
Un grupo del cosacos rusos lo vio y empezaron a perseguirlo por las calles serpenteantes.
Napoleón corrió por su vida y se ocultó en la pequeña tienda de un peletero, en un callejón.
Cuando Napoleón entró en la tienda, sin aliento, vio al peletero.

-¡Sálvame, sálvame! ¿Dónde puedo ocultarme? -gritó lastimosamente.

-De prisa, debajo de esta gran pila de pieles, en el rincón -dijo el peletero y cubrió a Napoleón con
muchas pieles.

Apenas se escondió cuando los cosacos rusos entraron. -¿Dónde está? -preguntaron-. Lo vimos
entrar.

A pesar de las protestas del peletero, destruyeron su tienda, tratando de encontrar a Napoleón.
Picaron la pila de pieles con sus espadas, pero no lo encontraron. Pronto, se dieron por vencidos y
se fueron.

Después de un tiempo, Napoleón salió de debajo de las pieles, ileso, cuando sus guardias
personales entraron. El peletero se volvió hacia Napoleón.

-Discúlpeme por hacer esta pregunta a un hombre tan importante -dijo con timidez el peletero-,
pero, ¿qué sintió al estar debajo de esas pieles, sabiendo que el momento siguiente con seguridad
sería el último?

Napoleón se enderezó completamente.

-¡Cómo me puede hacer tal pregunta! --dijo Napoleón con indignación-. ¡A mí, el emperador
Napoleón! Guardias, llévense a este hombre atrevido, véndenle los ojos y ejecútenlo. ¡Yo mismo
daré la orden para que disparen!

Los guardias apresaron al pobre peletero, lo arrastraron hacia el exterior, lo colocaron contra una
pared y le vendaron los ojos. El peletero no podía ver nada, pero podía escuchar el movimiento de
los guardias cuando formaron con lentitud una línea y prepararon sus rifles. Escuchó el ruido que
producía su ropa debido al viento frío. Pudo sentir cómo el viento movía su ropa y helaba sus
mejillas, así como el temblor incontrolable de sus piernas. Escuchó que Napoleón aclaraba su
garganta y ordenaba despacio: "Preparen..., apunten..." En ese momento, sabiendo que no volvería
a sentir incluso esas pequeñas sensaciones, lo embargó un sentimiento que no pudo describir y
las lágrimas rodaron por sus mejillas.

Después de un prolongado momento de silencio, el peletero escuchó unos pasos que se acercaban
a él y le quitaron la venda de los ojos. Parcialmente cegado por la luz del sol repentina, notó que
Napoleón tenía los ojos fijos en los de él; eran unos ojos que parecían ver en cada rincón de su
ser.

-Ahora lo sabes -dijo Napoleón con voz suave.

Steve Andreas

A TRAVÉS DE LOS OJOS DE UN NIÑO

Un anciano se encontraba sentado en su mecedora día tras día.


101

Siempre en su sillón, prometió no levantarse de allí hasta que viera a Dios.

Una bonita tarde de primavera, el anciano que se mecía en su silla, en su constante búsqueda
visual de Dios, vio a una niña pequeña que jugaba al otro lado de la calle. La pelota de la niña
rodó hasta el patio del anciano. Ella corrió para recogerla y cuando se inclinó para alcanzar la
pelota, miró al anciano.

-Señor Anciano -dijo la niña-, todos los días lo veo meciéndose en su sillón, con la vista perdida.
¿Qué es lo que busca?

--Oh, mi querida niña, eres demasiado pequeña para comprender -respondió el anciano.

-Tal vez -dijo la niña-, pero mi mamá siempre me dice que si tengo algo en la cabeza, debo
comentarlo. Ella dice que así me comprenderán mejor. Mi mamá siempre me dice: "Señorita Lizzy,
comparte tus pensamientos". Comparte, comparte, comparte, dice siempre mi mamá.

--Oh, bueno, señorita Lizzy, no creo que puedas ayudarme -aseguró el anciano.

-Posiblemente no, señor Anciano, pero quizá pueda ayudar con sólo escuchar.

-Muy bien, señorita Lizzy, busco a Dios.

-Con todo el debido respeto, señor Anciano, ¿se mece en ese sillón día tras día, en busca de Dios?
-preguntó perpleja la señorita Lizzy.

Sí. Necesito creer, antes de morir, que hay un Dios. Necesito una señal y todavía no he visto
ninguna -comentó el anciano.

-¿Una señal, señor? ¿Una señal? -preguntó la señorita Lizzy, bastante confundida por las palabras
del anciano-. Señor Anciano, Dios le da una señal cuando respira; cuando huele las flores frescas;
cuando escucha cantar a los pájaros; cuando nacen todos los bebés. Señor, Dios le da una señal
cuando ríe y cuando llora, cuando siente las lágrimas rodar desde sus ojos. Es una señal en su
corazón abrazar y amar. Dios le da una señal en el viento, en el arco iris y en el cambio de las
estaciones. Todas las señales están allí, pero ¿usted no cree en ellas? Señor Anciano, Dios está en
usted y Dios está en mí. No es necesaria la búsqueda, porque él, ella o quienquiera que sea, está
aquí todo el tiempo.

Con una mano en la cintura y la otra moviéndola en el aire, la señorita Lizzy continuó:

-Mamá dice: "Señorita Lizzy, si buscas algo monumental has cerrado los ojos, porque ver a Dios es
ver las cosas simples, ver a Dios es ver la vida en todas las cosas". Eso es lo que dice mamá.

-Señorita Lizzy, es muy perspicaz en su conocimiento de Dios, pero lo que dice no es suficiente.

Lizzy se acercó al anciano, colocó sus manos infantiles sobre su corazón y le dijo con suavidad al
oído:

-Señor, viene de aquí, no de allá -señaló el cielo-. Encuéntrelo en su corazón, en su propio espejo.
Entonces, señor Anciano, verá las señales.

La señorita Lizzy cruzó de nuevo la calle, se volvió hacia el anciano y sonrió. Se inclinó para oler
las flores y gritó:

-Mamá siempre dice: "Señorita Lizzy, si buscas algo monumental, has cerrado los ojos".

Dee Dee Robinson

SÉ QUE ÉL VA A LA GUERRA

Nopuedodecirte que haya encontrado a Dios en la iglesia y no recuerdo sentir que Él estaba cerca
de mí cuando iba allí.

Recuerdo haber visto muchos rostros amistosos sonrientes y personas vestidas con su mejor ropa.
De alguna manera, siempre me sentí inquieto (demasiadas personas, demasiado cerca).
102

No, no recuerdo haber visto a Dios en la iglesia pero allí escucho Su nombre constantemente.
Algunos preguntan: "¿Naciste de nuevo?

Si fue así, ¿cuándo?" ¡Y yo no comprendo!

Sentí a Dios en Vietnam casi todos los días.

Lo sentí cuando, después de toda una noche de combate,

Él envió el sol para que alejara la lluvia; y la lluvia regresaba majestuosamente al día siguiente.

Él estuvo allí cuando recogí las partes del cuerpo del sargento Moore, para colocarlas en una bolsa
especial.

Él estuvo allí cuando escribí una carta a su viuda Él explicando cómo murió su marido.

Él estuvo detrás de mí cuando escuché el último aliento del moribundo sargento Sink. Él me
ayudó a llevar al sargento Swanson colina abajo, en el valle An Loe.

Vi a Dios cuando sentí el calor del napalm en nuestra propia posición, el 27 de mayo de 1967.

Lo sentí a mi alrededor cuando el capellán llevó a cabo los servicios para nuestros muertos.

Vi Su reflejo en los rostros de mis hombres cuando les dije que guardaran una bala para ellos,
cuando estábamos a punto de ser aplastados un cálido y vaporoso día en un 'Nam distante.

Él me dirigió en la Plegaria del Señor en cada ataque aéreo mientras resistíamos los aviones que
se acercaban al nivel de los árboles.

Cuando llevábamos a cabo nuestras emboscadas nocturnas y no podía ver mis propias manos
debido a la oscuridad, sentía Sus manos.

Él envió la soledad para garantizar los recuerdos afectuosos que siempre aparecen más adelante
en la vida.

Siempre recordaré la fuerza que Dios dio a los huérfanos, los hijos de la guerra.

Los hizo fuertes, pero ellos no comprendieron. Después de 25 años, sé que dormimos bajo la
misma estrella.

Él envió niños a la guerra y regresaron hombres jóvenes; sus vidas cambiaron por siempre,
orgullosos de proteger la tierra de los libres.

No sé si Dios va a la iglesia, pero sé que Él va a la guerra.

Dr. Barry L. McAlpine

Primer Escuadrón

Noveno de Caballería de Estados Unidos

¿MÁS CALDO DE POLLO?

Muchas de las historias y poemas que acaba de leer fueron presentadas por lectores como usted,
después de que leyeron el primer volumen de Caldo de pollo para el alma. Por lo tanto, lo invitamos
también a que comparta una historia, un poema o un artículo que sienta que pertenece a un
futuro volumen de Caldo de pollo para el alma. Puede ser una historia que recorte del periódico
local, de una revista o del boletín de una iglesia o compañía. Puede ser algo que reciba por medio
de la red de fax, esa cita favorita que tiene en la puerta del refrigerador, un poema que haya
escrito o una experiencia personal que lo haya conmovido profundamente.

Tenemos planeado publicar cada año un nuevo volumen de Caldo de pollo para el alma. También
planeamos colecciones especiales de Caldo de pollo para el alma para los maestros, los padres, los
vendedores, la Navidad, los adolescentes, los atletas y los hombres de negocios, así como un
volumen especial de relatos humorísticos titulado Caldo de pollo para el sentido del humor.
103

Envíenos una copia de sus relatos favoritos a:

Jack Canfield y Mark Victor Hansen The Canfield Training Group 6035 Bristol Parkway, Culver
City, CA 90230 FAX: 310-337-7465

Nos aseguraremos que usted y el autor reciban crédito por su presentación. Gracias por su
contribución.

Conferencias, seminarios y talleres: también puede ponerse en contacto con nosotros en la


dirección antes indicada para pláticas o para información sobre nuestros boletines, libros,
audiocintas, talleres y programas de entrenamiento.

COMEDOR DE BENEFICENCIA PARA EL ALMA

Uno de los resultados más emocionantes del libro Caldo de pollo para el alma fue el efecto que
causó a los lectores que estaban en casas de beneficencia, sin hogar o encarcelados. Esta es una
parte de una carta que recibimos de un prisionero en la Casa de Correcciones Billerica, en
Massachusetts:

Recibí un ejemplar de Caldo de pollo cuando asistía un curso de diez semanas sobre las opciones a
la violencia. Desde que leí este libro, toda mi perspectiva como interno que trata con otros internos
cambió drásticamente. Ya no siento violencia ni odio hacia los demás. Mi alma fue bendecida con
estos relatos maravillosos. Simplemente, no puedo agradecérselo lo suficiente.

Sinceramente,

Phil S.

Una adolescente escribe:

Acabo de terminar de leer su libro, Caldo de pollo para el alma. Después de leerlo, siento que tengo
el poder de hacer cualquier cosa.

Había abandonado gran parte de mis sueños, como viajar alrededor del mundo, asistir a la
universidad, casarme y tener hijos, pero después de leer este libro, siento que tengo el poder para
hacer todo y cualquier cosa. ¡gracias!

Erica Lynn P. (14 años)

Como resultado, hemos establecido el Proyecto Comedores de Beneficencia para el Alma.


Donaremos miles de ejemplares de Caldo de pollo para el alma y de Una segunda ración de caldo de
pollo para el alma a hombres y mujeres que están en las prisiones, en posadas a mitad del camino,
en albergues para la gente sin hogar, en albergues para mujeres golpeadas, a programas de
alfabetización, a escuelas de las zonas urbanas deprimidas y a otros programas para adultos de
alto riesgo y adolescentes.

Le damos la bienvenida y lo invitamos a participar en este proyecto de las siguientes maneras: por
cada $12.95 que contribuya, enviaremos un ejemplar de los dos libros de Caldo de pollo a una
prisión, cárcel del condado, albergue u otra agencia no lucrativa. También lo invitamos a presentar
los nombres de programas dignos, que usted piense que deben recibir ejemplares de los libros.

El programa lo administrará la Foundation for Self-Esteem, en Culver City, California. Por favor,
gire su cheque pagadero a The Foundation for Self-Esteem y envíelo a:

Soup Kitchens for the Soul

The Foundation for Self-Esteem

6035 Bristol Parkway

Culver City, CA 90230

Acusaremos recibo de su contribución y le informaremos a dónde serán enviados los libros que
pagó.

¿QUIÉN ES JACK CANFIELD?


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Es uno de los principales expertos de Estados Unidos en el desarrollo del potencial humano y la
efectividad personal. Es un orador dinámico y jovial, así como un entrenador muy solicitado, con
una habilidad maravillosa para informar e inspirar a las audiencias hacia niveles más altos de
autoestima y desempeño máximo.

Es autor y narrador de varios programas muy vendidos en cintas de audio y video, entre ellos Self-
Esteem and Peak Performance, How to Build High Self-Esteem y Self-Esteem in the Classroom. Se
presenta con regularidad en programas de televisión tales como "Good Morning America", "20/20"
y "NBC Nightly News". Ha publicado ocho libros, entre ellos Caldo de pollo para el alma, 100 Ways
to Build Self-Concept in the Classroom (con Harold C. Wells) y Dare to Win (con Mark Victor
Hansen).

Jack se dirige a más de 100 grupos cada año. Sus clientes incluyen asociaciones profesionales,
distritos escolares, agencias gubernamentales, iglesias, organizaciones de ventas y corporaciones.
Entre sus clientes corporativos se encuentran: American Management Association, AT&T,
Campbell Soup, Clairol, Domino's Pizza, G. E., ITTHartford Insurance,johnson &johnson, NCR,
New England Telephone, Re/Max, Seott Paper, Sunkist, Supercuts, TRW y Virgin Records. jack
forma también parte del cuerpo docente de dos escuelas para empresarios: Income Builders
International y la Street Smart Business School.

Jack dirige un programa anual de ocho días llamado Training of Trainers Program, en los campos
de autoestima y desempeño máximo. Atrae a educadores, asesores, entrenadores de padres,
entrenadores corporativos, oradores profesionales, ministros y otras personas interesadas en
desarrollar sus habilidades para hablar en público y dirigir seminarios.

Para ponerse en contacto con Jack, para mayor información sobre sus libros, cintas y
entrenamientos o para contratarlo para una presentación, escriba por favor a:

The Canfield Training Group

6035 Bristol Parkway

Culver City, CA 90230

Llame sin costo al 1-800-237-8336 o envíe fax al 310-337-7465.

¿QUIÉN ES MARK VICTOR HANSEN?

Mark Victor Hansen ha sido llamado "activador humano", un hombre que activa a las personas
para que identifiquen su potencial pleno. Durante sus 20 años como orador profesional, ha
compartido su experiencia en excelencia en ventas, estrategias, poder y desarrollo personal, con
más de un millón de personas en 32 países. En más de 4 000 presentaciones, ha inspirado a
cientos de miles de personas a crear un futuro más poderoso y con propósito para sí mismas,
mientras estimulan la venta de artículos y servicios con un valor de millones de dólares.

Autor de éxito del New York Times, Mark ha escrito varios libros, entre ellos se cuentan: Future
Diary, How to Achieve Total Prosperity y The Miracle of Tithing. Con su mejor amigo, Jack Canfield,
Mark escribió Caldo depollopara elalma, Una segunda ración de caldo de pollo para el alma y Dare to
Win.

Mark cree plenamente en el poder de enseñanza de las cintas de audio y video. Ha producido una
biblioteca completa de programas que han permitido que los miembros de su audiencia utilicen
sus habilidades innatas dentro de sus negocios y de sus vidas personales. Su mensaje lo ha
convertido en una personalidad popular en la radio y en la televisión y dirigió su propio especial
PBS titulado "Build a Better You".

Mark presenta un retiro anual hawaiano, "Wake Up Hawaii", diseñado para los líderes, los
empresarios y los triunfadores que desean traspasar los bloqueos espirituales, mentales, físicos y
financieros y encontrar su potencial máximo. Debido a que Mark cree plenamente en los valores
familiares, este retiro incluye un programa infantil paralelo al programa para adultos.

Mark ha dedicado su vida a lograr una diferencia profunda y positiva en las vidas de las personas.
Es un gran hombre con un corazón y un espíritu enormes: es una inspiración para todos aquellos
que buscan mejorar.
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Para mayor información sobre los seminarios de Mark Victor Hansen, sus libros y cintas o para
contratarlo para una presentación en su compañía u organización, diríjase a:

M. V. Hansen and Associates, Inc.

P.O. Box 7665, Newport Beach, California 92658-7665

1-800-433-2314 o en California 1-714-759-9304

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