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Gustavo Eduardo Castañeda Camacho

Maestro en Derecho por la UNAM


gustavo.castaneda@outlook.com

La universidad, epopeya racional

Como estudiante universitario debo admitir que gran parte de mis actividades
diarias, así como de mi desarrollo, no sólo académico, sino profesional y hasta
personal, ha tenido, tiene y (estoy seguro) tendrá lugar en la universidad. No me
es posible restarle valor a esta institución, a la cual asisto seis días a la semana,
desde que inicié mis estudios de licenciatura y ahora posgrado.

Pienso que la universidad es fundamental para explicar quien soy, por


ejemplo, cuando me preguntan: ¿qué haces de tu vida? y ¿a qué te quieres
dedicar? La respuesta común es, soy estudiante de maestría y quiero dedicarme a
la investigación científica y a la docencia, labor que preferentemente se tiene que
consagrar en una universidad.

Ya hemos dicho con vehemencia que la universidad nos es trascendental;


sin embargo, pocas veces nos preguntamos, ¿qué hace especial a una
universidad?; ¿qué la diferencia de otro centro de enseñanza? o ¿en dónde están
sus orígenes?

En atención a estas inquietudes, conviene señalar que la universidad es


obra del renacimiento del siglo XII, viéndose favorecida por distintos aspectos que
concurrieron en el momento y lugar preciso, tales circunstancias fueron las
Cruzadas; el impulso del comercio; el desarrollo de una incipiente tecnología; y la
introducción del Islam.

Como sabemos toda universidad requiere de intelectuales, de gente que


piense. Hoy en día a estos personajes los asociamos con los académicos,
científicos e investigadores; pero vaya que el intelectual de las primeras
universidades era algo distinto a nuestro prototipo actual (y no porque antes o
ahora estuvieran poco capacitados), sino por presupuestos de laicidad de las
universidades de nuestros tiempos. Así, dicho sea de paso, los eruditos en el
Medievo eran los clérigos, ellos fueron los verdaderos motores del conocimiento,
los hombres dedicados a la empresa de pensar, y que además no se quedaban en
ese mero acto reflexivo, ya que sus pensamientos los transmitieron por medio de
la enseñanza.

A pesar de que ser maestro y enseñar, no era un oficio inédito para el


Medievo (puesto que la relación de maestro-discípulo, es evidentemente más
antigua, pensemos por ejemplo en los casos de Sócrates y Platón o Jesucristo y
sus apóstoles), fue el aspecto gremial (característico de aquella época), lo que
precisamente hizo emerger a la universidad, siendo desde sus procedencia, una
corporación sui generis, que la hacía apartarse de cualquier otro tipo de centro de
enseñanza previo a ella, es decir, fue diferente a la Academia de Platón o al Liceo
de Aristóteles, a pesar de compartir tareas en común. Aunque, existieron tesis
ideológicas (apartadas de la realidad), como la traslatio studii, que suponía que las
universidades eran las herederas de las famosas escuelas griegas y romanas. De
igual manera, no olvidemos que otro rasgo que hizo distintiva a la universidad
medieval fue la separación que logró entre el studium y la universitas.

Deseo subrayar que esta peculiaridad gremial de las universidades, propició


que los sabios al estar agrupados, tuvieran una mayor fuerza y protección, al
permanecer inmersos en un ámbito de verdadera libertad reflexiva, que resulta
vital en una comunidad científica.

Ahora, si quisiéramos saber una fecha exacta de nacimiento de las


universidades, la respuesta sería quimérica, y por demás estéril. Básicamente
porque surgieron de forma paulatina, como una especie de “evolución natural” de
las antiguas escuelas a las nuevas universidades.
Aunque si se nos preguntase, por la primera universidad, ya con todas las
características propias de esta institución, diríamos que la primera fue la de
Bolonia. Y ¿Por qué decimos que Bolonia y no Salerno o Pavía? La razón es
porque Bolonia creó los renombrados gremios, llamados universitates. A Bolonia
le siguieron otras universidades, de las que destacan París; Oxford; y Salamanca.

Como se puede apreciar, la historia de la universidad es apasionante y abigarrada,


evidentemente, no obedece a una generación espontánea, pero por peliaguda o
pacífica que haya sido su surgimiento, lo cierto es que es una organización
extraordinaria, sin la cual no se podría explicar el desarrollo del mundo
(mínimamente de Occidente).

Sin duda la universidad mantuvo un lugar relevante en la agenda pública


del Medievo, dado que, por su nivel de profundidad y agudeza intelectual, alcanzó
una influencia notable. Algunas veces amiga y otras veces enemiga de la
hierocracia o de la monarquía, las universidades aportaron reflexiones para la
cimentación de sus teorías y justificaciones, v. gr., Salamanca y los primigenios
desarrollos del derecho internacional.

Aunque, es cierto que las universidades fueron significativas para la evolución


social y política de Occidente, no podemos sortear, que su mayor y verdadera
contribución está y debe estar en el campo intelectual y científico, puesto que son
por antonomasia el centro de la cultura. Sobre todo, porque es la universidad la
encargada de explicar y argumentar por medio de la razón, premisa esencial de la
Scienza Nuova.

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