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1. Introducción
El auge de la protesta social y popular en Colombia es hoy una realidad. En el mes de mayo
el Centro de Investigaciones y Educación Popular, CINEP (2014), publicó un informe de
luchas sociales en el país durante el 2013, año de importante agitación social, en el cual la
voz de los inconformes colmó plazas y avenidas, exponiendo múltiples exigencias y
propuestas. De acuerdo con este centro de investigaciones, el año anterior se registraron
1.027 eventos de protesta, el nivel más elevado para el periodo 1975-2013, y si bien existen
múltiples críticas que se pueden plantear a un indicador como este para evaluar la
trayectoria de las luchas sociales en el país, indudablemente configura uno de los referentes
obligados y más importantes en los análisis para este campo.
El informe permite corroborar que los paros fueron, en el repertorio de protesta, la forma de
mayor impacto a nivel nacional, así como reiterar que las principales temáticas se centraron
en la defensa del territorio y sus recursos, en los derechos de pequeños mineros, por
mejores condiciones laborales para trabajadores de diversos sectores, en defensa de la
salud, la educación y los derechos humanos desde una perspectiva integral. En términos de
las conclusiones, el equipo investigador del CINEP afirma que los ejes articuladores de la
conflictividad social se encuentran en “la disputa por el modelo económico, el rechazo al
manejo estatal de los conflictos sociales y los aspectos culturales y políticos implícitos en
ellos”, argumentando a renglón seguido que si bien pareciera que tales condiciones
mostraran el “retorno a una cruda lucha de clases”, esto sería apenas una apariencia, ya que
no se trata de exigencias meramente materiales, sino que éstas sería solamente una forma
de presentar luchas culturales y políticas. A partir de este tipo de conflictos se estaría en el
proceso de conformación de una nueva ciudadanía, forjada en la dinámica de las luchas
sociales.
Llama la atención que el análisis planteado por el CINEP concluya desde lo teórico con la
negación de una posible interpretación del ascenso de la lucha social desde la teoría crítica
y los marcos interpretativos que puede brindar el marxismo, vinculándose esta lectura con
aquellas que han declarado la incapacidad analítica de este importante referente. En aras de
generar un aporte en el debate interpretativo sobre el crecimiento constante en la
inconformidad de los hombres y mujeres del común, esta ponencia propone algunos
elementos desde los cuales analizar la protesta en Colombia, apelando a la teoría crítica.
1
Ponencia presentada al IX Seminario Internacional Marx Vive, Proceso constituyente y contrarrevolución en
Nuestra América, realizado del 14 al 16 de mayo de 2014. Universidad Nacional de Colombia.
2
Economista y Magíster en Estudios Políticos de la Universidad Nacional de Colombia. Docente e
investigadora del programa de Trabajo Social de la Universidad de La Salle.
explosión de la protesta, observado en el 2013, solo puede comprenderse como parte de un
conjunto complejo de momentos, articulados en una dinámica observable a lo largo del
tiempo. De esta manera, no es posible hablar de lo que ha venido ocurriendo en los últimos
cuatro años, sin hacer referencia a la reconstrucción organizativa vivida en diferentes
sectores del movimiento popular, lo que exige comprender lo ocurrido al menos desde los
años noventa.
Aunque no se cuenta con espacio suficiente para desarrollarla de manera extensa, resulta
importante señalar que la premisa de la recomposición de los movimientos sociales se
ampara en cuatro elementos a saber: 1) incremento constante en el número de protestas, al
menos desde 1885, tal y como se constata en el informe del CINEP; 2) capacidad para
sostener las protestas a lo largo del tiempo, evidente por la realización de paros sectoriales
de más de un mes, siendo los ejemplos más prominentes los del movimiento estudiantil en
el año 2011 y en el 2013 con el movimiento agrario e indígena; 3) generación de espacios
de articulación intrasectoriales, como la Mesa Amplia Nacional Estudiantil y la Cumbre
Agraria, Étnica y Popular, así como la construcción de organizaciones de orden nacional
que mostrarían el interés por tener una perspectiva y capacidad de acción en lo nacional; y,
4) el carácter de las elaboraciones reivindicativas y programáticas, algunas de las cuales
muestran un tránsito desde la exigencia al Estado para que cumpla con sus
responsabilidades en materia de derechos sociales y políticos, a la formulación de
propuestas para la resolución de los problemas evidenciados por el movimiento, que han
cristalizado en leyes alternativas, tal y como se encuentra en la Ley Agraria Alternativa o la
Nueva Ley de Educación Superior para un país con Soberanía, democracia y Paz.
De manera complementaria, se afirma que se trata de una recomposición desigual, dado que
no todos los sectores del movimiento popular han participado de igual manera, e
incompleta, en tanto que presenta un final abierto para el cual no hay certeza sobre el
resultado y los impactos de tan alta conflictividad en la dinámica política y social del país.
Bajo la anterior premisa, la ponencia expone de manera sintética algunas pistas sobre cómo
abordar el estudio de los movimientos sociales en Colombia apelando a tres elementos
centrales. Por un lado, el concepto de rebelión, desde la perspectiva de Claudio Katz, como
referente susceptible de ser incorporado para caracterizar el momento de ascenso en la
lucha social, a la par que se proponen algunos referentes para aproximarse a las
denominadas condiciones objetivas y subjetivas de los procesos de protesta en el ámbito
nacional.
La primera pregunta que cabe es ¿qué estudia el marxismo de los movimientos sociales
(M.S)? Una respuesta inicial debe reconocer que los M.S. no aparecen en la tradición
crítica como objeto de estudio particular, sin que esto signifique la inexistencia de
referencias al respecto. La historia de las teorías de los movimientos sociales suele
presentarse como inaugurada por Neil Smelser y su teoría de la conducta colectiva, en las
inmediaciones del siglo XX (Archila, 2005, p.38). A partir de este momento se comienzan a
configurar los M.S. como objeto de estudio con características propias, en un proceso de
maduración hasta los años setenta y ochenta que serán los más prolíficos en la generación
de marcos conceptuales.
Es claro que en los textos fundacionales del marxismo no aparecen análisis sobre los M.S,
pero resulta importante señalar que fue justamente esta corriente teórica la primera en
reconocer que la protesta social -por lo menos la de los obreros- no es una anomalía de la
sociedad, sino un resultado de su dinámica, para proponer de paso que es la protesta y la
organización la forma fundamental para realizar las transformaciones del mundo. Afirman
Marx y Engels en el Manifiesto, a propósito de su visión sobre los diferentes momentos de
la lucha de los trabajadores, “los obreros comienzan a formar coaliciones contra los
burgueses, se unen para asegurar su salario. Hasta llegan a formar asociaciones
permanentes, para asegurarse los medios para estas ocasionales sublevaciones. En diversos
puntos estalla la lucha mediantes insurrecciones” (Marx y Engels, 2003, p.27). Lo anterior
evidencia la ubicación del fenómeno de la protesta como uno propio de la dinámica de
lucha de clases y por ello mismo, integrante de la sociedad, tomando ventaja de más de un
siglo frente a los teóricos del funcionalismo norteamericano.
Teniendo en cuenta lo anterior, desde la teoría crítica no se trata de analizar a los M.S. en sí
mismos, como entidades particularísimas en un complejo contexto, o como agentes
individuales que interactúan con otros en la realización de las esferas económica, política,
social o cultural. El estudio de los M.S. se hace reconociéndolos como parte del proceso
social de cambio, ubicando su papel en el desarrollo de la rebelión. Esto no quiere decir que
se considere la existencia de una esencia transformadora en los M.S., como si tal elemento
estuviera presente per sé, previa conformación de sujetos colectivos que expresan su
inconformidad. Por el contrario, se trata de comprender que al ser parte del complejo
proceso de cambio, en el marco de amplios enfrentamientos sociales, los M.S. se
construyen como parte en dicho proceso y se convierten en campo de disputas entre las
diferentes fuerzas que luchan, bien por mantener la hegemonía, bien por construir una
contrahegemonía que derive en un nuevo orden social.
Analizar los M.S. con relación a los procesos de rebelión no significa que ésta sea el
objetivo de todos los movimientos. Sin embargo, desde la teoría crítica, el horizonte de
sentido está dado por la perspectiva de transformación a favor de los intereses de los
sectores subalternos, por lo que interesa discutir cómo participan los diversos movimientos
y organizaciones cuando emerge la rebelión, cuando se estanca o sencillamente no se
desarrolla, preguntándose si se marginan, mantienen una posición conservadora o se
convierte en protagonistas de primera línea.
El periodo 2010-2014 es uno de los más ricos en términos de movilización social y popular
en Colombia en los últimos veinte años, al tener lugar algunas de las protestas más
importantes, tales como la movilización de la Mesa Amplia Nacional Estudiantil, MANE,
de 2011 y los recientes Paro Nacionales Agrarios de agosto de 2013 y mayo de 2014. Estos
tres procesos de protesta evidencian un claro escalamiento de conflictos sectoriales,
gestados a lo largo de dos y tres décadas, que paulatinamente fueron ganando amplia
legitimidad ante la sociedad, tanto en sus reivindicaciones como en sus formas de acción.
Piezas clave en el desarrollo del actual ciclo de movilización social son tanto el
neoliberalismo, como sus consecuencias para el conjunto de la sociedad, particularmente
complejas ya que la economía colombiana ha mostrado relativa estabilidad en la dinámica
de crecimiento del PIB en el contexto de crisis internacional, sin que esto haya significado
resolución efectiva de profundos problemas de igualdad, equidad y distribución. Las
reivindicaciones planteadas desde el movimiento estudiantil, consignadas en el programa
mínimo de la MANE y las que se encuentran en los pliegos presentados por los diferentes
sectores del movimiento agrario a lo largo de 2013 y en 2014, hacen énfasis en las
consecuencias que ha tenido el neoliberalismo en cada uno de los sectores.
El primer punto del “Programa Mínimo del Movimiento Estudiantil Universitario” -que de
paso habría que decir no es un programa en el sentido de propuesta sobre qué hacer, sino un
conjunto elaborado de exigencias-, hace énfasis en la necesidad de financiación para las
Universidades Públicas, el congelamiento de matrículas también para las privadas y la
eliminación de exenciones tributarias para las empresas multinacionales extranjeras. Lo
anterior configura un escenario en el que el Estado ha actuado a favor de sectores
específicos de la dinámica económica y política del país –las multinacionales-, en contravía
de los intereses de otros, como estudiantes y población en general. En este mismo sentido,
el pliego de la Cumbre Agraria Campesina, Étnica y Popular, o el de Dignidad Cafetera, se
pronuncian frente al descuido del Estado de cara a la cuestión social y a los impactos
negativos del modelo económico en el sector, particularmente de los tratados de libre
comercio, apuntan al encuadre de la situación sectorial en un proceso nacional.
La categoría rebelión resulta útil para explicar el periodo de movilización reciente, no sólo
por el cuestionamiento al orden vigente, sino porque las dinámicas de solidaridad y apoyo
han ido creando espacios importantes para la vinculación de otros sectores sociales y
populares más allá de los directamente implicados en la movilización. Las solidaridades se
han presentado de manera diferenciada, y no exentas de flujos y reflujos.
En el caso del Paro Agrario de 2013, las solidaridades gestadas evidenciaron surgimiento
de dinámicas de movilización más allá de las convocadas por el propio movimiento agrario,
tal y como ocurriera con los llamados “cacerolazos”, el más importante de los cuales
ocurriera el 26 de agosto en las principales ciudades del país presentándose, así como un
rasgo distintivo de la protesta en este caso.
De la mano con lo anterior, vale la pena mencionar algunos aspectos que caracterizan la
relación entre lo social y lo político en las dinámicas recientes de la movilización popular
en Colombia, con el propósito de identificar otro rasgo trascedente de la misma, a saber, la
configuración de un poder de tipo social, el cual contribuye a potenciar la comprensión de
los M.S. desde el punto de vista de la rebelión.
Para tal efecto se retoman los elementos planteados por Atilio Borón (2003) a propósito de
los debates sobre el poder y la centralidad o no del mismo. Para este autor, el problema de
la relación entre lo social y lo político puede abordarse desde el concepto y la práctica del
“poder social”, según la cual,
El poder no es una cosa, o un instrumento que puede empuñarse con la mano derecha o con la izquierda, sino
una construcción social que, en ciertas ocasiones, se cristaliza en lo que Gramsci llamaba “las
superestructuras complejas” de la sociedad capitalista. Una de tales cristalizaciones institucionales es el
estado y su gobierno, pero la cristalización remite, como la punta de un iceberg, a una construcción
subyacente que la sostiene y le otorga un sentido. Es ésta quien, en una coyuntura determinada, establece una
nueva correlación de fuerzas que luego se expresa en el plano del estado (Borón, 2003, p.10).
Bajo esta concepción, el poder se construye desde los procesos organizativos de base,
convergiendo para expresarse en las instituciones de gobierno y Estado; el poder no existe
sólo en la formalidad institucional; no es un instrumente ubicado en un único lugar, sino
que se edifica desde lo social. En ese sentido, la política no se restringe a lo institucional
estatal y lo social es fuente y ejercicio de poder y por tanto de lo político, a la vez que la
acción política presentan múltiples formas, entre las cuales lo electoral sería una de ellas.
Desde una perspectiva similar, el filósofo francés Daniel Bensaïd (2007) coincide con
Borón en que el problema de la política más que la adquisición de un objeto, implica la
transformación de las relaciones de poder, apuntando claramente a las relaciones de
propiedad. Dirá el autor: “tomar el poder es cambiar el poder y para cambiar el poder es
necesario cambiar radicalmente las relaciones de propiedad e invertir la tendencia actual a
la privatización del mundo”.
Con tal marco de referencia, se puede proponer que lo político de la movilización social y
popular implicaría entre otras cosas, lo siguiente:
Su carácter político no se ha configurado per sé, con antelación a los conflictos que
dan origen al descontento popular. Por el contrario, es la configuración y desarrollo
del neoliberalismo, sus rasgos y consecuencias para la vida social y el planeta en su
conjunto, son los principales determinantes del carácter político de la movilización
popular. En palabras de Isabel Rauber (2006), el momento actual del capitalismo se
sintetiza en la contradicción vida-muerte, debido a la exacerbación de inequidades y
el arrasamiento del ambiente que coloca en peligro la vida en el planeta. Como
ejemplo de tales condiciones a nivel mundial se encuentra que la participación del
1% de la población más rica en la riqueza no ha parado de crecer, pasando de
acaparar aproximadamente el 44% en 2008, a poseer el 48% en 2015, de acuerdo
con los datos de Oxfam (2015). En el caso colombiano, un coeficiente de Gini por
ingresos de 53,9 y la existencia de más de dieciséis millones de personas pobres en
el país en 2014, confirma la tendencia global.
Bajo tales circunstancias, las exigencias que hoy plantea buena parte de lo M.S. solo
podrán ser resueltas de manera satisfactoria con transformaciones de fondo, ya que
los problemas emergen de las bases mismas del neoliberalismo. En este sentido, lo
político se comprendería justamente con ese cuestionamiento a las estructuras de
organización social, económica, política y cultural vigentes, así como el
planteamiento de respuestas frente al mismo.
No existe una negación de lo político en los sectores movilizados más dinámicos en
la protesta, ya que se expresa lo político como transformación de estructuras con
amplia participación social. Aunque muchas de las organizaciones sociales no
declaren de manera explícita una visión política, la comprensión de los problemas
que quieren enfrentar, así como los caminos que han propuesto para resolverlos,
denota claramente un cariz político, tal y como ha ocurrido con el proceso de la
Cumbre Agraria.
No se reduce lo político a la participación mediante protesta que busque expandir
derechos y democratizar la propia sociedad. En tal sentido, lo político en los M.S.
no se encuentra únicamente en la posibilidad de opinar. Claramente pasa por allí,
pero se extiende hacia la necesidad de cambios de fondo en diversos campos, así
como la construcción de soluciones que apelan a nuevos marcos de referencia,
encuadrados más allá de la visión neoliberal, individualizante y mercantilizante. Así
ha sido propuesto por el movimiento estudiantil, el campesino, de indígenas y
afrodescedientes, o por el movimiento de diversidades sexuales y el de mujeres, en
los cuales se desbrozan referentes como bien común, buen vivir, antipatriarcalismo,
posdesarrollo, posneoliberalismo, o poscapitalismo, abriendo el debate por
referentes alternos, entre los cuales se retoma el debate por el socialismo.
La construcción de lo político exige que se deje de pensar la exigencia como un
asunto de particular y de exclusivo interés de los sectores inicialmente movilizados,
sino que sea integrado a un cuestionamiento global, incluyente frente a las
contradicciones sociales transversales y sustanciales del momento actual.
Para tal efecto, resulta importante ubicar cómo se comprende el proceso constituyente.
Siguiendo las reflexiones del profesor Sergio De Zubiría (2014), desde la teoría crítica, el
debate sobre poder constituyente debe ir más allá de la visión liberal moderna, lo que
implica necesariamente tener en cuenta tres elementos. En primer lugar, que no se limita al
constitucionalismo, es decir al orden normativo vigente y a la producción de leyes desde el
Estado, las cuales desconocen lo dinámico del poder constituyente y se convierten en una
suerte de “jaula” para el mismo. Segundo, la visión crítica implica una articulación
dinámica y orgánica entre lo social y lo político, por lo tanto, y esta sería la tercera
consideración, el poder constituyente se forja en la actualidad, en la acción política de los
procesos sociales y populares que se movilizan.
Una segunda implicación resalta que, más allá de comprenderse como estructuras,
organizaciones o instituciones específicas, poder constituyente y poder constituido
configuran funciones del proceso político en una sociedad. Lo anterior diría que el poder
constituyente abriga al conjunto de elementos que articulan el movimiento transformador y
de reconfiguración en las formas de organización, distribución y disputa del poder, gestado
en la acción social. Análogamente, el poder constituido hace, referencia a los procesos,
mecanismos y movimientos que buscan asegurar, reforzar y mantener el poder de clase
dominante.
Como tercera implicación se encuentra que el poder constituyente más que un momento se
entiende como proceso, ya que cuestiona e interpela de manear permanente al poder
constituido. Existen periodos en los que dicho cuestionamiento se registra de manera más
evidente que en otros, como en los picos de protesta, tal y como se ubica bajo la dinámica
de rebelión caracterizada previamente para el caso colombiano. No obstante, cuando las
dinámicas de movilización popular se muestran más bien en declive, no implica que la
función del poder constituyente desaparezca por completo. Puede verse menguada por los
efectos de la represión- como ocurriera en Colombia desde los años ochenta y en los
noventa-, o a causa de la cooptación desde el poder constituido, pero se mantiene germinal
en diversas formas de cuestionamiento al status quo.
De acuerdo con el politólogo y sociólogo argentino, el tema del poder resulta clave para la
izquierda en momentos de crisis neoliberal. Siendo un debate fundante para el marxismo,
perdió fuerza con los cuestionamientos que a escala planetaria devinieron del proceso de
derrumbe del bloque socialista a finales de los años ochenta del siglo XX. Tal y como lo
evidencia Borón en su discusión con Antonio Negri y Michael Hard, no es este un tópico
marginal o “trasnochado” que haya perdido vigencia frente a las dinámicas del mundo
globalizado, puntualizando además que en el centro del mismo se ubica la pregunta por el
poder del Estado.
Desde esta perspectiva, existen tres dimensiones cruciales asumidas por el Estado y que
resultan claves para discutir las posibilidades de realización efectiva del poder
constituyente en tanto que movimiento transformador, gestado desde la acción política de
los movimientos sociales. En primer lugar, el Estado es “la condensación de las relaciones
de fuerza existentes en determinado momento del desarrollo social y político” (Borón,
2006, p.25), clarificando con ello que no se trata de un objeto, sino de un campo en disputa
que no obstante, evidencia la situación del balance de fuerzas en contienda a la luz de las
grandes contradicciones sociales. Si bien el centro mismo de las contradicciones no se
encuentra en el Estado y sus lógicas, si es evidente que éste puede generar un balance de
fuerzas positivo hacia los intereses de los sectores sociales y populares, es decir hacia la
efectiva realización de sus demandas.
En segundo lugar, Atilio Borón recuerda que el Estado es en efecto “el aparato
administrativo, político que concentra el ejercicio de la violencia”, y esto a su vez quiere
decir de la represión, forma central y tradicionalmente implementada por el statu quo para
impedir que la rebelión básica trascienda a la radical; para que el poder constituyente se
realice en su capacidad transformadora.
Bajo estas tres premisas, se devela la trascendencia que para el debate del poder
constituyente y la acción política de los movimientos sociales, la referencia al poder del
Estado. Tal y como se plantea en las consideraciones sobre el poder social, la toma y
construcción de poder es un elemento central para que el movimiento transformador de lo
social -que define al poder constituyente- se realicen de manera efectiva.
Frente a tal necesidad, válido es el segundo criterio sobre el problema de la toma del poder
plantado por Atilio Borón, quien afirma que el cambio en la correlación de fuerzas debe
verse reflejado en el funcionamiento y la administración del Estado, ya que “solo de ese
modo está construcción de fuerzas sociales puede crear los reaseguros institucionales,
legales, administrativos y represivos que se necesitan para cristalizar la nueva situación y
garantizar la relativa irreversibilidad” (Ibíd. p.31).
En las actuales condiciones y para el caso colombiano, tal impacto sobre lo estatal-formal
puede efectivamente configurarse con el desarrollo de una Asamblea Nacional
Constituyente –ANC-, que a su vez puede cumplir la función de meta colectiva intermedia
en un proceso de transformación social. Vale la pena recalcar que el proceso constituyente,
tal y como se plantea aquí, no se limita a la realización de una ANC. Más bien de lo que se
trataría es de comprender la Asamblea como un momento del proceso con vocación para
condensar dos tendencias, por un lado la de carácter destituyente del orden prevaleciente, al
menos en una fase inicial que afecte y sustraiga fuerza al marco normativo que sustenta la
dinámica del capitalismo en fase neoliberal. Lo anterior debido a la posibilidad de afectar
las agencias, aparatos e instituciones que preservan el statu quo.
La segunda tendencia que podría condensarse en el momento de una ANC gestada desde la
dinámica de rebelión, es la efectiva realización del poder constituyente, nuevamente
relacionada con la capacidad de generar legalidad para un momento de desestructuración de
la lógica neoliberal. Se recalca que allí no quedaría limitada la potencialidad
transformadora del poder constituyente, sino que por el contrario la posibilidad de generar
un nuevo marco normativo sería la puerta de entrada a la activación de la creatividad
colectiva para la reinvención del orden social, como un rasgo permanente y no como lo
excepcional en el proceso político.
4. Bibliografía
Oxfam. (2015). Riqueza: tenerlo todo y querer más. Informe temático de Oxfam.
Recuperado de http://www.oxfam.org/sites/www.oxfam.org/files/file_attachments/ib-
wealth-having-all-wanting-more-190115-es.pdf