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MOVIMIENTOS SOCIALES Y PROCESO CONSTITUYENTE EN COLOMBIA1

Sandra Carolina Bautista2

1. Introducción

El auge de la protesta social y popular en Colombia es hoy una realidad. En el mes de mayo
el Centro de Investigaciones y Educación Popular, CINEP (2014), publicó un informe de
luchas sociales en el país durante el 2013, año de importante agitación social, en el cual la
voz de los inconformes colmó plazas y avenidas, exponiendo múltiples exigencias y
propuestas. De acuerdo con este centro de investigaciones, el año anterior se registraron
1.027 eventos de protesta, el nivel más elevado para el periodo 1975-2013, y si bien existen
múltiples críticas que se pueden plantear a un indicador como este para evaluar la
trayectoria de las luchas sociales en el país, indudablemente configura uno de los referentes
obligados y más importantes en los análisis para este campo.

El informe permite corroborar que los paros fueron, en el repertorio de protesta, la forma de
mayor impacto a nivel nacional, así como reiterar que las principales temáticas se centraron
en la defensa del territorio y sus recursos, en los derechos de pequeños mineros, por
mejores condiciones laborales para trabajadores de diversos sectores, en defensa de la
salud, la educación y los derechos humanos desde una perspectiva integral. En términos de
las conclusiones, el equipo investigador del CINEP afirma que los ejes articuladores de la
conflictividad social se encuentran en “la disputa por el modelo económico, el rechazo al
manejo estatal de los conflictos sociales y los aspectos culturales y políticos implícitos en
ellos”, argumentando a renglón seguido que si bien pareciera que tales condiciones
mostraran el “retorno a una cruda lucha de clases”, esto sería apenas una apariencia, ya que
no se trata de exigencias meramente materiales, sino que éstas sería solamente una forma
de presentar luchas culturales y políticas. A partir de este tipo de conflictos se estaría en el
proceso de conformación de una nueva ciudadanía, forjada en la dinámica de las luchas
sociales.

Llama la atención que el análisis planteado por el CINEP concluya desde lo teórico con la
negación de una posible interpretación del ascenso de la lucha social desde la teoría crítica
y los marcos interpretativos que puede brindar el marxismo, vinculándose esta lectura con
aquellas que han declarado la incapacidad analítica de este importante referente. En aras de
generar un aporte en el debate interpretativo sobre el crecimiento constante en la
inconformidad de los hombres y mujeres del común, esta ponencia propone algunos
elementos desde los cuales analizar la protesta en Colombia, apelando a la teoría crítica.

El ejercicio de discusión propuesto parte de la siguiente premisa: el proceso por el que


atraviesa la lucha social y popular en Colombia se puede denominar como una
recomposición desigual e incompleta. Se habla de proceso en tanto el fenómeno de

1
Ponencia presentada al IX Seminario Internacional Marx Vive, Proceso constituyente y contrarrevolución en
Nuestra América, realizado del 14 al 16 de mayo de 2014. Universidad Nacional de Colombia.
2
Economista y Magíster en Estudios Políticos de la Universidad Nacional de Colombia. Docente e
investigadora del programa de Trabajo Social de la Universidad de La Salle.
explosión de la protesta, observado en el 2013, solo puede comprenderse como parte de un
conjunto complejo de momentos, articulados en una dinámica observable a lo largo del
tiempo. De esta manera, no es posible hablar de lo que ha venido ocurriendo en los últimos
cuatro años, sin hacer referencia a la reconstrucción organizativa vivida en diferentes
sectores del movimiento popular, lo que exige comprender lo ocurrido al menos desde los
años noventa.

Aunque no se cuenta con espacio suficiente para desarrollarla de manera extensa, resulta
importante señalar que la premisa de la recomposición de los movimientos sociales se
ampara en cuatro elementos a saber: 1) incremento constante en el número de protestas, al
menos desde 1885, tal y como se constata en el informe del CINEP; 2) capacidad para
sostener las protestas a lo largo del tiempo, evidente por la realización de paros sectoriales
de más de un mes, siendo los ejemplos más prominentes los del movimiento estudiantil en
el año 2011 y en el 2013 con el movimiento agrario e indígena; 3) generación de espacios
de articulación intrasectoriales, como la Mesa Amplia Nacional Estudiantil y la Cumbre
Agraria, Étnica y Popular, así como la construcción de organizaciones de orden nacional
que mostrarían el interés por tener una perspectiva y capacidad de acción en lo nacional; y,
4) el carácter de las elaboraciones reivindicativas y programáticas, algunas de las cuales
muestran un tránsito desde la exigencia al Estado para que cumpla con sus
responsabilidades en materia de derechos sociales y políticos, a la formulación de
propuestas para la resolución de los problemas evidenciados por el movimiento, que han
cristalizado en leyes alternativas, tal y como se encuentra en la Ley Agraria Alternativa o la
Nueva Ley de Educación Superior para un país con Soberanía, democracia y Paz.

De manera complementaria, se afirma que se trata de una recomposición desigual, dado que
no todos los sectores del movimiento popular han participado de igual manera, e
incompleta, en tanto que presenta un final abierto para el cual no hay certeza sobre el
resultado y los impactos de tan alta conflictividad en la dinámica política y social del país.

Bajo la anterior premisa, la ponencia expone de manera sintética algunas pistas sobre cómo
abordar el estudio de los movimientos sociales en Colombia apelando a tres elementos
centrales. Por un lado, el concepto de rebelión, desde la perspectiva de Claudio Katz, como
referente susceptible de ser incorporado para caracterizar el momento de ascenso en la
lucha social, a la par que se proponen algunos referentes para aproximarse a las
denominadas condiciones objetivas y subjetivas de los procesos de protesta en el ámbito
nacional.

2. Movimientos sociales y proceso de rebelión, una mirada desde la teoría crítica

La primera pregunta que cabe es ¿qué estudia el marxismo de los movimientos sociales
(M.S)? Una respuesta inicial debe reconocer que los M.S. no aparecen en la tradición
crítica como objeto de estudio particular, sin que esto signifique la inexistencia de
referencias al respecto. La historia de las teorías de los movimientos sociales suele
presentarse como inaugurada por Neil Smelser y su teoría de la conducta colectiva, en las
inmediaciones del siglo XX (Archila, 2005, p.38). A partir de este momento se comienzan a
configurar los M.S. como objeto de estudio con características propias, en un proceso de
maduración hasta los años setenta y ochenta que serán los más prolíficos en la generación
de marcos conceptuales.

Es claro que en los textos fundacionales del marxismo no aparecen análisis sobre los M.S,
pero resulta importante señalar que fue justamente esta corriente teórica la primera en
reconocer que la protesta social -por lo menos la de los obreros- no es una anomalía de la
sociedad, sino un resultado de su dinámica, para proponer de paso que es la protesta y la
organización la forma fundamental para realizar las transformaciones del mundo. Afirman
Marx y Engels en el Manifiesto, a propósito de su visión sobre los diferentes momentos de
la lucha de los trabajadores, “los obreros comienzan a formar coaliciones contra los
burgueses, se unen para asegurar su salario. Hasta llegan a formar asociaciones
permanentes, para asegurarse los medios para estas ocasionales sublevaciones. En diversos
puntos estalla la lucha mediantes insurrecciones” (Marx y Engels, 2003, p.27). Lo anterior
evidencia la ubicación del fenómeno de la protesta como uno propio de la dinámica de
lucha de clases y por ello mismo, integrante de la sociedad, tomando ventaja de más de un
siglo frente a los teóricos del funcionalismo norteamericano.

A riesgo de caer en algunas obviedades y reducciones, de manera sintética se puede afirmar


que el interés fundamental del materialismo histórico en los movimientos sociales radica en
la posibilidad de estudiar, analizar y sintetizar la experiencia del proceso de gestación,
organización y desarrollo de la rebelión, entendida como proceso de transformación
protagonizada por clases subalternas, siguiendo las proposiciones de la profesora Paula
Klachko (2013).

En su análisis sobre los debates y perspectivas de la izquierda en América Latina, Caludio


Katz define la rebelión como un conjunto de “acciones populares y masivas de rechazo al
orden vigente” (2008, p.30), comprendidos como movimientos desde abajo, caracterizadas
por la participación masiva de los oprimidos y explotados. Para este autor, a la luz de la
experiencia de Nuestra América, las rebeliones pueden ser de dos tipos: básica, en las que
la sublevación no deriva en la realización de proyectos políticos o formas de organización
propias de los sectores subalternos, o radical, aquella en la que no sólo existe rechazo al
orden vigente, sino “demandas propositivas” que han generado alternativas al
neoliberalismo, en busca de la democratización y en contravía con el imperialismo. Como
se concluye a simple vista, el centro del proceso de la rebelión está en la masiva
participación popular protagonizada por las organizaciones sociales, lo que a su vez ha
hecho evidente que las más recientes y significativas rebeliones en Latinoamérica se hayan
caracterizado por la existencia de múltiples protagonistas populares.

Teniendo en cuenta lo anterior, desde la teoría crítica no se trata de analizar a los M.S. en sí
mismos, como entidades particularísimas en un complejo contexto, o como agentes
individuales que interactúan con otros en la realización de las esferas económica, política,
social o cultural. El estudio de los M.S. se hace reconociéndolos como parte del proceso
social de cambio, ubicando su papel en el desarrollo de la rebelión. Esto no quiere decir que
se considere la existencia de una esencia transformadora en los M.S., como si tal elemento
estuviera presente per sé, previa conformación de sujetos colectivos que expresan su
inconformidad. Por el contrario, se trata de comprender que al ser parte del complejo
proceso de cambio, en el marco de amplios enfrentamientos sociales, los M.S. se
construyen como parte en dicho proceso y se convierten en campo de disputas entre las
diferentes fuerzas que luchan, bien por mantener la hegemonía, bien por construir una
contrahegemonía que derive en un nuevo orden social.

Analizar los M.S. con relación a los procesos de rebelión no significa que ésta sea el
objetivo de todos los movimientos. Sin embargo, desde la teoría crítica, el horizonte de
sentido está dado por la perspectiva de transformación a favor de los intereses de los
sectores subalternos, por lo que interesa discutir cómo participan los diversos movimientos
y organizaciones cuando emerge la rebelión, cuando se estanca o sencillamente no se
desarrolla, preguntándose si se marginan, mantienen una posición conservadora o se
convierte en protagonistas de primera línea.

En el caso colombiano, la recomposición de la movilización social y popular que se ha


producido en poco menos de dos décadas, muestra un momento reciente que claramente
puede clasificarse como rebelión. Los procesos de protesta que se han dado desde el año
2011 no son únicamente reacciones sectoriales frente a precarias condiciones, sino que a
través de las inconformidades particulares se ha ido configurando un rechazo al orden
vigente, propio de las dinámicas de rebelión

El periodo 2010-2014 es uno de los más ricos en términos de movilización social y popular
en Colombia en los últimos veinte años, al tener lugar algunas de las protestas más
importantes, tales como la movilización de la Mesa Amplia Nacional Estudiantil, MANE,
de 2011 y los recientes Paro Nacionales Agrarios de agosto de 2013 y mayo de 2014. Estos
tres procesos de protesta evidencian un claro escalamiento de conflictos sectoriales,
gestados a lo largo de dos y tres décadas, que paulatinamente fueron ganando amplia
legitimidad ante la sociedad, tanto en sus reivindicaciones como en sus formas de acción.

Piezas clave en el desarrollo del actual ciclo de movilización social son tanto el
neoliberalismo, como sus consecuencias para el conjunto de la sociedad, particularmente
complejas ya que la economía colombiana ha mostrado relativa estabilidad en la dinámica
de crecimiento del PIB en el contexto de crisis internacional, sin que esto haya significado
resolución efectiva de profundos problemas de igualdad, equidad y distribución. Las
reivindicaciones planteadas desde el movimiento estudiantil, consignadas en el programa
mínimo de la MANE y las que se encuentran en los pliegos presentados por los diferentes
sectores del movimiento agrario a lo largo de 2013 y en 2014, hacen énfasis en las
consecuencias que ha tenido el neoliberalismo en cada uno de los sectores.

La identificación de la realidad común de pauperización de pobladores urbanos y rurales ha


derivado en la construcción de un discurso que enmarca la movilización en el carácter
despojador del neoliberalismo, lo que ha permitido encuadrar las exigencias particulares y
sectoriales como parte de un proceso global, que se da en el conjunto de la sociedad.

El primer punto del “Programa Mínimo del Movimiento Estudiantil Universitario” -que de
paso habría que decir no es un programa en el sentido de propuesta sobre qué hacer, sino un
conjunto elaborado de exigencias-, hace énfasis en la necesidad de financiación para las
Universidades Públicas, el congelamiento de matrículas también para las privadas y la
eliminación de exenciones tributarias para las empresas multinacionales extranjeras. Lo
anterior configura un escenario en el que el Estado ha actuado a favor de sectores
específicos de la dinámica económica y política del país –las multinacionales-, en contravía
de los intereses de otros, como estudiantes y población en general. En este mismo sentido,
el pliego de la Cumbre Agraria Campesina, Étnica y Popular, o el de Dignidad Cafetera, se
pronuncian frente al descuido del Estado de cara a la cuestión social y a los impactos
negativos del modelo económico en el sector, particularmente de los tratados de libre
comercio, apuntan al encuadre de la situación sectorial en un proceso nacional.

La categoría rebelión resulta útil para explicar el periodo de movilización reciente, no sólo
por el cuestionamiento al orden vigente, sino porque las dinámicas de solidaridad y apoyo
han ido creando espacios importantes para la vinculación de otros sectores sociales y
populares más allá de los directamente implicados en la movilización. Las solidaridades se
han presentado de manera diferenciada, y no exentas de flujos y reflujos.

El apoyo logrado por la movilización de la MANE en 2011 se concentró fundamentalmente


en el respaldo explícito de sectores organizados y no organizados de la sociedad,
reconociendo las reivindicaciones, pero sin que ello generara una movilización propia
desde las solidaridades. Comunicados de apoyo de diferentes organizaciones, apoyo en
recursos para las diferentes jornadas y utilización masiva de imágenes creadas por el
movimiento a través de las redes sociales y en las ventanas de casas y negocios, fueron
algunas de las acciones más representativas de la solidaridad.

En el caso del Paro Agrario de 2013, las solidaridades gestadas evidenciaron surgimiento
de dinámicas de movilización más allá de las convocadas por el propio movimiento agrario,
tal y como ocurriera con los llamados “cacerolazos”, el más importante de los cuales
ocurriera el 26 de agosto en las principales ciudades del país presentándose, así como un
rasgo distintivo de la protesta en este caso.

La convergencia no estuvo únicamente marcada por la solidaridad con el movimiento


agrario, sino que diversos procesos lograron darle salida a sus propias exigencias y
reivindicaciones, en el contexto de una elevada confrontación social gestada a raíz del Paro.
Tal es el caso de sectores como salud, educación, de productores mineros o transportadores
de diferentes ciudades que, si bien no desarrollaron protestas de igual magnitud, se dieron a
la tarea de generar procesos de movilización propios, con reivindicaciones sectoriales,
dando lugar a la gestación de un repertorio modular de la movilización social y popular, tal
y como lo propone Sidney Tarrow (1997, p.89), cuya expresión más desarrollada fue la
marcha nacional del 29 de agosto. De acuerdo con este autor, los repertorios modulares son
una de las principales características de los movimientos sociales, conformadas por formas
flexibles, adaptables e indirectas de la de protesta, las cuales se convierten en rutinas
generalizadas y accesibles para el conjunto de sectores que proponen movilizarse.

De la mano con lo anterior, vale la pena mencionar algunos aspectos que caracterizan la
relación entre lo social y lo político en las dinámicas recientes de la movilización popular
en Colombia, con el propósito de identificar otro rasgo trascedente de la misma, a saber, la
configuración de un poder de tipo social, el cual contribuye a potenciar la comprensión de
los M.S. desde el punto de vista de la rebelión.
Para tal efecto se retoman los elementos planteados por Atilio Borón (2003) a propósito de
los debates sobre el poder y la centralidad o no del mismo. Para este autor, el problema de
la relación entre lo social y lo político puede abordarse desde el concepto y la práctica del
“poder social”, según la cual,

El poder no es una cosa, o un instrumento que puede empuñarse con la mano derecha o con la izquierda, sino
una construcción social que, en ciertas ocasiones, se cristaliza en lo que Gramsci llamaba “las
superestructuras complejas” de la sociedad capitalista. Una de tales cristalizaciones institucionales es el
estado y su gobierno, pero la cristalización remite, como la punta de un iceberg, a una construcción
subyacente que la sostiene y le otorga un sentido. Es ésta quien, en una coyuntura determinada, establece una
nueva correlación de fuerzas que luego se expresa en el plano del estado (Borón, 2003, p.10).

Bajo esta concepción, el poder se construye desde los procesos organizativos de base,
convergiendo para expresarse en las instituciones de gobierno y Estado; el poder no existe
sólo en la formalidad institucional; no es un instrumente ubicado en un único lugar, sino
que se edifica desde lo social. En ese sentido, la política no se restringe a lo institucional
estatal y lo social es fuente y ejercicio de poder y por tanto de lo político, a la vez que la
acción política presentan múltiples formas, entre las cuales lo electoral sería una de ellas.

Desde una perspectiva similar, el filósofo francés Daniel Bensaïd (2007) coincide con
Borón en que el problema de la política más que la adquisición de un objeto, implica la
transformación de las relaciones de poder, apuntando claramente a las relaciones de
propiedad. Dirá el autor: “tomar el poder es cambiar el poder y para cambiar el poder es
necesario cambiar radicalmente las relaciones de propiedad e invertir la tendencia actual a
la privatización del mundo”.

Bensaïd propone la “rehabilitación de la política” (2012), significando con ello la necesidad


de sacarla del estado de postración, desvalorización y mercantilización a la que ha estado
sometida. Pero tal rehabilitación ha de ocurrir en el conflicto social, que es de donde surge
la propia política. Se trata por tanto de restablecer las relaciones entre lo social y lo político,
dándole un lugar fundamental a los movimientos sociales, lo que implica a su vez, la
comprensión de la política como una reinvención cotidiana que se da tanto en la protesta
como los ejercicios electorales institucionales.

Partiendo de los elementos enunciados a propósito de la recomposición de la movilización


social y popular en Colombia, tales como la reconstrucción del tejido organizativo, la
intensificación de las protestas, el enmarcamiento de las mismas en visiones globales que
articulan luchas sectoriales con procesos generales, la configuración de propuestas que
apuntan a cambios estructurales con amplia participación de la sociedad y del constituyente
primario, puede afirmarse que la concepción de lo político como fundado en el conflicto
social resulta ser una categoría que permite leer de mejor manera esos rasgos trascendentes.

Con tal marco de referencia, se puede proponer que lo político de la movilización social y
popular implicaría entre otras cosas, lo siguiente:
 Su carácter político no se ha configurado per sé, con antelación a los conflictos que
dan origen al descontento popular. Por el contrario, es la configuración y desarrollo
del neoliberalismo, sus rasgos y consecuencias para la vida social y el planeta en su
conjunto, son los principales determinantes del carácter político de la movilización
popular. En palabras de Isabel Rauber (2006), el momento actual del capitalismo se
sintetiza en la contradicción vida-muerte, debido a la exacerbación de inequidades y
el arrasamiento del ambiente que coloca en peligro la vida en el planeta. Como
ejemplo de tales condiciones a nivel mundial se encuentra que la participación del
1% de la población más rica en la riqueza no ha parado de crecer, pasando de
acaparar aproximadamente el 44% en 2008, a poseer el 48% en 2015, de acuerdo
con los datos de Oxfam (2015). En el caso colombiano, un coeficiente de Gini por
ingresos de 53,9 y la existencia de más de dieciséis millones de personas pobres en
el país en 2014, confirma la tendencia global.
 Bajo tales circunstancias, las exigencias que hoy plantea buena parte de lo M.S. solo
podrán ser resueltas de manera satisfactoria con transformaciones de fondo, ya que
los problemas emergen de las bases mismas del neoliberalismo. En este sentido, lo
político se comprendería justamente con ese cuestionamiento a las estructuras de
organización social, económica, política y cultural vigentes, así como el
planteamiento de respuestas frente al mismo.
 No existe una negación de lo político en los sectores movilizados más dinámicos en
la protesta, ya que se expresa lo político como transformación de estructuras con
amplia participación social. Aunque muchas de las organizaciones sociales no
declaren de manera explícita una visión política, la comprensión de los problemas
que quieren enfrentar, así como los caminos que han propuesto para resolverlos,
denota claramente un cariz político, tal y como ha ocurrido con el proceso de la
Cumbre Agraria.
 No se reduce lo político a la participación mediante protesta que busque expandir
derechos y democratizar la propia sociedad. En tal sentido, lo político en los M.S.
no se encuentra únicamente en la posibilidad de opinar. Claramente pasa por allí,
pero se extiende hacia la necesidad de cambios de fondo en diversos campos, así
como la construcción de soluciones que apelan a nuevos marcos de referencia,
encuadrados más allá de la visión neoliberal, individualizante y mercantilizante. Así
ha sido propuesto por el movimiento estudiantil, el campesino, de indígenas y
afrodescedientes, o por el movimiento de diversidades sexuales y el de mujeres, en
los cuales se desbrozan referentes como bien común, buen vivir, antipatriarcalismo,
posdesarrollo, posneoliberalismo, o poscapitalismo, abriendo el debate por
referentes alternos, entre los cuales se retoma el debate por el socialismo.
 La construcción de lo político exige que se deje de pensar la exigencia como un
asunto de particular y de exclusivo interés de los sectores inicialmente movilizados,
sino que sea integrado a un cuestionamiento global, incluyente frente a las
contradicciones sociales transversales y sustanciales del momento actual.

De una manera u otra, es posible encontrar los elementos mencionados anteriormente en la


realidad de los M.S. en Colombia, aclarando que no se trata de un proceso homogéneo o
exento de contradicciones. El acercamiento a la realidad de las organizaciones sociales y
populares evidencia la multiplicidad de matices que la comprensión y el ejercicio de lo
político puede tener, aún más si se comprende que la dimensión de lo político también se
encuentra asociada a los flujos y reflujos propios de la movilización social. Lo anterior
implica que la configuración de lo político no es un proceso cerrado que vaya en “ascenso”
de manera permanente, es decir que se profundice el cuestionamiento a las estructuras
sociales y la capacidad de respuesta de manera lineal, como si fuese un proceso de
escalonamiento.

No obstante, con el panorama observado hasta el momento, efectivamente se puede decir


que los procesos de movilización social y popular en Colombia han transitado el camino de
la acción política, configurando un proceso de rebelión. Al apelar a dicha categoría no se
propone que exista en la actualidad un ineludible cambio en la correlación de fuerzas a
favor de los sectores populares, sino puntualizar algunos aspectos propios del momento de
auge de la protesta en Colombia, preguntando a su vez por las perspectivas. De acuerdo al
referente analítico que se está empleando, en el país nos encontramos en medio del proceso
de rebelión y la pregunta es sí es posible que se avance hacia el desarrollo de una rebelión
radical, en la cual se realicen “demandas propositivas”, es decir donde las exigencias y
propuestas del movimiento social y popular efectivamente se traduzcan en la
transformación del orden vigente, o si estaremos frente a un episodio más de rebelión
básica, fácilmente controlada y contenida por la clases dominantes, a través de diferentes
dispositivos y mecanismos.

3. Movimientos sociales en dinámica constituyente

Acorde con la argumentación presentada hasta el momento, se comprende la acción


desarrollada por los M.S. en Colombia en el periodo reciente como acción política, leída
desde la teoría crítica y a la luz del concepto rebelión. Las posibilidades de trascender de
una rebelión básica a otra de tipo radical, pueden abordarse tendiendo puentes con la
discusión sobre dinámica y poder constituyente, ya que mediando entre estos dos referentes
se encuentra el problema del poder social que construyen y ejercen sujetos colectivos
movilizados.

Para tal efecto, resulta importante ubicar cómo se comprende el proceso constituyente.
Siguiendo las reflexiones del profesor Sergio De Zubiría (2014), desde la teoría crítica, el
debate sobre poder constituyente debe ir más allá de la visión liberal moderna, lo que
implica necesariamente tener en cuenta tres elementos. En primer lugar, que no se limita al
constitucionalismo, es decir al orden normativo vigente y a la producción de leyes desde el
Estado, las cuales desconocen lo dinámico del poder constituyente y se convierten en una
suerte de “jaula” para el mismo. Segundo, la visión crítica implica una articulación
dinámica y orgánica entre lo social y lo político, por lo tanto, y esta sería la tercera
consideración, el poder constituyente se forja en la actualidad, en la acción política de los
procesos sociales y populares que se movilizan.

Derivado de lo anterior, se podría decir que el poder constituyente es la potencia y el poder


creativo colectivo desencadenado en el crisol de la crisis del poder constituido, para generar
y gestar la reflexión-reinvención permanente del orden social, político, económico, cultural
y ambiental. Tal perspectiva contiene varias implicaciones, la primera es que el poder
constituyente no existe en sí mismo, como entidad asilada, sino que es parte del complejo
de transformación de las relaciones y contradicciones sociales de cada tiempo y momento.
Al hacer referencia al poder constituido, se apela no solo al marco normativo vigente, sino
que se consideran las múltiples formas de dominación que permiten mantener el poder de
clase. Así, el dinamismo de las contradicciones sociales propone momentos en los que
emerge de manera más clara la posibilidad de un poder constituyente, pero en relación con
un profundo cuestionamiento al poder constituido.

Una segunda implicación resalta que, más allá de comprenderse como estructuras,
organizaciones o instituciones específicas, poder constituyente y poder constituido
configuran funciones del proceso político en una sociedad. Lo anterior diría que el poder
constituyente abriga al conjunto de elementos que articulan el movimiento transformador y
de reconfiguración en las formas de organización, distribución y disputa del poder, gestado
en la acción social. Análogamente, el poder constituido hace, referencia a los procesos,
mecanismos y movimientos que buscan asegurar, reforzar y mantener el poder de clase
dominante.

Como tercera implicación se encuentra que el poder constituyente más que un momento se
entiende como proceso, ya que cuestiona e interpela de manear permanente al poder
constituido. Existen periodos en los que dicho cuestionamiento se registra de manera más
evidente que en otros, como en los picos de protesta, tal y como se ubica bajo la dinámica
de rebelión caracterizada previamente para el caso colombiano. No obstante, cuando las
dinámicas de movilización popular se muestran más bien en declive, no implica que la
función del poder constituyente desaparezca por completo. Puede verse menguada por los
efectos de la represión- como ocurriera en Colombia desde los años ochenta y en los
noventa-, o a causa de la cooptación desde el poder constituido, pero se mantiene germinal
en diversas formas de cuestionamiento al status quo.

Ahora bien, hablar de proceso constituyente no es exactamente igual a movilización social


y popular. Existe convergencia entre ambos procesos, es decir que se puede comprender la
movilización social en dinámica constituyente cuando no solo cuestiona los fundamentos
del orden establecido, sino que desata la creatividad colectiva para anteponer modos
alternativos de organización de la sociedad. Como se argumentaba previamente al hablar
del poder social, no se trata del abandono del cariz social o sectorial de la lucha de los
movimientos sociales, sino el paso a la imaginación, desde la plataforma de las exigencias y
reivindicaciones propias, de formas distintas de realizar los procesos sociales, donde el
sujeto social sea protagonista y no delegue.

A partir de una relación de mutua determinación entre lo político y lo social, los


movimientos sociales en dinámica constituyente apelan a la construcción de poder social,
de poder popular, comprendido y ejercido desde la perspectiva colectiva en pro de una
“democracia directa de tipo maximalista”, capaz de llevar los campos de decisión a la
definición del modelo económico, el sistema de justicia y el control de la política, tal y
como lo propone el profesor De Zubiría (2012).

Articulando los referentes teóricos y analíticos mencionados, se encuentra que el momento


reciente de rebelión puede comprenderse a su vez como la emergencia de un poder
constituyente. No obstante, su realización efectiva, es decir la materialización del potencial
transformador del orden vigente, armoniza con la perspectiva de rebelión radical planteada
por Claudio Katz, debido a la coincidencia de rasgos, propósitos y características.
De esta manera, la pregunta por el tránsito de la rebelión básica a la radical, se asimila a la
que indaga por la forma en la que el poder constituyente deja de ser potencia y concreta
transformaciones de fondo. Como propuesta para el debate y hacia la construcción de una
respuesta, se recurre a los planteamientos de Atilio Borón (2006) sobre el sentido del poder
social, la toma y la construcción del poder.

De acuerdo con el politólogo y sociólogo argentino, el tema del poder resulta clave para la
izquierda en momentos de crisis neoliberal. Siendo un debate fundante para el marxismo,
perdió fuerza con los cuestionamientos que a escala planetaria devinieron del proceso de
derrumbe del bloque socialista a finales de los años ochenta del siglo XX. Tal y como lo
evidencia Borón en su discusión con Antonio Negri y Michael Hard, no es este un tópico
marginal o “trasnochado” que haya perdido vigencia frente a las dinámicas del mundo
globalizado, puntualizando además que en el centro del mismo se ubica la pregunta por el
poder del Estado.

Desde esta perspectiva, existen tres dimensiones cruciales asumidas por el Estado y que
resultan claves para discutir las posibilidades de realización efectiva del poder
constituyente en tanto que movimiento transformador, gestado desde la acción política de
los movimientos sociales. En primer lugar, el Estado es “la condensación de las relaciones
de fuerza existentes en determinado momento del desarrollo social y político” (Borón,
2006, p.25), clarificando con ello que no se trata de un objeto, sino de un campo en disputa
que no obstante, evidencia la situación del balance de fuerzas en contienda a la luz de las
grandes contradicciones sociales. Si bien el centro mismo de las contradicciones no se
encuentra en el Estado y sus lógicas, si es evidente que éste puede generar un balance de
fuerzas positivo hacia los intereses de los sectores sociales y populares, es decir hacia la
efectiva realización de sus demandas.

En segundo lugar, Atilio Borón recuerda que el Estado es en efecto “el aparato
administrativo, político que concentra el ejercicio de la violencia”, y esto a su vez quiere
decir de la represión, forma central y tradicionalmente implementada por el statu quo para
impedir que la rebelión básica trascienda a la radical; para que el poder constituyente se
realice en su capacidad transformadora.

Como tercera característica aparece la consideración del Estado como “escenario


privilegiado donde se dirimen los grandes enfrentamientos sociales”. Lejos de la premisa
posmoderna frente a la pérdida de centralidad del Estado como espacio para la resolución
de las contradicciones de la sociedad, lo que se encuentra a contra evidencia es que las
vastas transformaciones que han sido precisas para la materialización del orden neoliberal
han cruzado justamente por escenarios de lo estatal-institucional, su legalidad y formalidad.
No de otra manera se explica que en América Latina la aparición de nuevas cartas
constitucionales o sendas reformas a las previamente existentes fueran requisito e hito para
la neoliberalización.

Bajo estas tres premisas, se devela la trascendencia que para el debate del poder
constituyente y la acción política de los movimientos sociales, la referencia al poder del
Estado. Tal y como se plantea en las consideraciones sobre el poder social, la toma y
construcción de poder es un elemento central para que el movimiento transformador de lo
social -que define al poder constituyente- se realicen de manera efectiva.

Apelando nuevamente a los planteamientos de Atilio Borón, se infiere que la discusión


sobre la toma del poder es, a su vez, una reflexión sobre ser y construir poder constituyente,
que de acuerdo con el autor exige al menos tres consideraciones. En un primer momento se
encuentra la necesidad de “la constitución de una nueva relación de fuerzas”, que deriva en
dos elementos a su vez: a) la construcción de un amplio movimiento social y popular con
capacidad para interpretar y sintetizar la complejidad y diversidad de la acción colectiva de
protesta; y, b) siguiendo las proposiciones de Isabel Rauber, se requiere “construir desde
abajo la hegemonía política, ideológica y cultural acerca de la nueva sociedad” (2006,
p.34). Lo anterior quiere decir que para tomar-ser-construir poder es necesario tanto la
acción política organizada de la sociedad, como paradigmas de la vida en colectivo que
propendan por superar los cánones prevalecientes.

Articulando con las reflexiones previas sobre la caracterización de la movilización reciente


en Colombia como rebelión, es posible afirmar que existe allí la potencialidad para avanzar
hacia la configuración de esa nueva correlación de fuerzas. Pero para que se consolide
como tal, se requiere de mayor trasnversalización de las luchas y articulación de cada
disputa sectorial al cuestionamiento global, así como un referente de trabajo colectivo
compartido, hacia el cual converjan los múltiples esfuerzos.

Frente a tal necesidad, válido es el segundo criterio sobre el problema de la toma del poder
plantado por Atilio Borón, quien afirma que el cambio en la correlación de fuerzas debe
verse reflejado en el funcionamiento y la administración del Estado, ya que “solo de ese
modo está construcción de fuerzas sociales puede crear los reaseguros institucionales,
legales, administrativos y represivos que se necesitan para cristalizar la nueva situación y
garantizar la relativa irreversibilidad” (Ibíd. p.31).

En las actuales condiciones y para el caso colombiano, tal impacto sobre lo estatal-formal
puede efectivamente configurarse con el desarrollo de una Asamblea Nacional
Constituyente –ANC-, que a su vez puede cumplir la función de meta colectiva intermedia
en un proceso de transformación social. Vale la pena recalcar que el proceso constituyente,
tal y como se plantea aquí, no se limita a la realización de una ANC. Más bien de lo que se
trataría es de comprender la Asamblea como un momento del proceso con vocación para
condensar dos tendencias, por un lado la de carácter destituyente del orden prevaleciente, al
menos en una fase inicial que afecte y sustraiga fuerza al marco normativo que sustenta la
dinámica del capitalismo en fase neoliberal. Lo anterior debido a la posibilidad de afectar
las agencias, aparatos e instituciones que preservan el statu quo.

La segunda tendencia que podría condensarse en el momento de una ANC gestada desde la
dinámica de rebelión, es la efectiva realización del poder constituyente, nuevamente
relacionada con la capacidad de generar legalidad para un momento de desestructuración de
la lógica neoliberal. Se recalca que allí no quedaría limitada la potencialidad
transformadora del poder constituyente, sino que por el contrario la posibilidad de generar
un nuevo marco normativo sería la puerta de entrada a la activación de la creatividad
colectiva para la reinvención del orden social, como un rasgo permanente y no como lo
excepcional en el proceso político.

Por último, la discusión sobre tomar-ser-construir poder conduce necesariamente, desde la


teoría crítica, a la reflexión sobre las posibilidades de un nuevo orden social, el cual, como
es lógico, no deriva mecánicamente de un marco normativo que se diseñe al interior de una
ANC. Amparando la reflexión en la perspectiva de Atilio Borón, más allá de la afectación
sobre lo formal-estatal, construir poder social, ser poder social, o poder constituyente pasa
por la “prolongada y conflictiva instauración de un nuevo orden económico y social que
desarticule los fundamentos de la vieja sociedad capitalista mediantes la socialización de la
economía, la política y la cultura” (Ibíd. p.32).

A partir de lo anterior se reafirma como el poder constituyente no se diluye en la


formalidad de leyes construidas, sino que configura un horizonte de sentido en la
posibilidad de ser siempre fuente para reedificar la complejidad social. A través del lente de
la rebelión y el proceso constituyente, la acción política de los movimientos sociales
entraña un enorme potencial transformador, punto subrayado desde el origen mismo de la
teoría crítica. Más que de un destino manifiesto se habla siempre en el terreno de la
posibilidad, pero es justamente el mundo de los “quizás” el que tiende puentes entre las
utopías y las realidades complejas.

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