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Cuando murió Jonás, los ninivitas le erigieron un monumento
funerario vistoso que se convirtió en otra singularidad con
gran afluencia de visitantes. Y así durante otra generación.
Hasta que la envidiosa Babilonia se alió con los medos para
destruir la insensata Nínive. Y tras laborioso asedio, desviaron
los sitiadores el río, y entraron por el cauce seco. La
destrucción de Nínive duró un mes y no quedó piedra sobre
piedra. En la extensísima ruina solo quedaron dos montículos
en los lugares donde estuvieron el palacio de Asurbanipal y la
tumba de Jonás. En este ambiente…….
El dedo de Dios señaló el camino hacia el este.
Inmediatamente Jonás se levantó y corrió exactamente en
el sentido contrario, escapó hacia el oeste. Compró un
billete de ida y se metió en el primer barco que encontró
para irse tan lejos como pudiera. Su destino era Tarsis…(cuyo
nombre hace referencia a la Tarsis, del reino de Tartessos, es el
nombre de un pequeño pueblo minero de la provincia de Huelva, a 50
km al norte de la capital de provincia. ) el fin del mundo conocido
hasta ese momento. ¿Cómo pudo hacer tal cosa? Sobre todo
si tomamos en cuenta que estaba a las puertas de vivir una
“promoción” sobrenatural de su ministerio. En pocos días,
miles y miles de personas acudirían al Reino de Dios como
consecuencia de su prédica. Todo lo que un siervo de Dios
sueña alcanzar algún día. Todo estaba a la vuelta de la
esquina para Jonás.
¿Por qué hay ocasiones en que el ser humano hace
exactamente lo último que debía hacer? ¿Por qué algunos
ministerios terminan justo a las puertas de la cúspide de su
llamado? ¿Cuál será la razón para que enfrentemos la prueba
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más determinante cuando más cerca estamos de nuestro
sueño? Esto se debe a que antes de poder ver lugares más
altos en nuestra experiencia espiritual debemos atravesar el
estrecho puente de la confrontación.
2. “Empujones de gracia”
Jonás 1:4
4Pero el Señor hizo que soplara un viento muy fuerte, y se
levantó en alta mar una tempestad tan violenta que parecía
que el barco iba a hacerse pedazos.
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El ser humano necesita la confrontación para descubrir lo
que hay en su corazón. Una vez descubierto su secreto tiene
la opción de endurecerse o quebrarse, si escoge lo segundo
encontrará la liberación del alma.
El profeta se ofrece a Dios nuevamente y en su oración de
consagración afirma: “Pagaré lo que prometí”.
¿Qué promete un profeta? Promete decir lo que Dios le diga,
hacer lo que Él le indique e IR ADÓNDE QUIERA QUE LE
ENVÍEN.
Es allí, en ese lugar de consagración, que el hombre encuentra
a Dios y halla su paz. Cuando el capítulo dos del libro de Jonás
comienza, la historia se repite como si el primer capítulo no
hubiese existido. Con la salvedad de que en esta ocasión Jonás
corre en la dirección correcta… sigue el dedo de Dios.