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A propósito del mes del niño, y en el contexto de una sociedad cada vez más preocupada
por promover una cultura de protección del menor, es necesario subrayar la importancia de
las figuras paterna y materna en su desarrollo, como lo explica el Mtro. Carlos Becerra
Rebelo, psicólogo infantil: “la presencia de ambas figuras (masculina y femenina) influye de
manera determinante en la personalidad de los niños y, por el contrario, la ausencia de
alguna, contribuye a la adopción de roles – a veces no tan adecuados – a manera de
compensación”.
Algunos estudios han revelado que la presencia del padre en el niño es de vital importancia
para su desarrollo mental y emocional, debido a que la identidad masculina se construye a
través de la relación con otros hombres, específicamente con el padre y la constante
interacción del binomio padre-hijo.
“La ausencia del padre dificulta la normalidad del desarrollo, pues aunque la primera y
fundamental relación de la vida es la relación con la madre, la figura paterna es básica en la
constitución del aparato psíquico, provocando con su falta, una considerable ansiedad”
señala el Mtro. Becerra.
En el caso de la figura materna, el vínculo que se establece con el hijo, desde la gestación,
no sólo repercute en el tipo de convivencia familiar sino en la manera en cómo se llevarán a
cabo las relaciones sociales del niño a lo largo de su vida: “el concepto primario entre madre
e hijo, no sólo determina la calidad de los vínculos sociales futuros, sino que también la falta
de estimulación temprana afecta el buen desarrollo de relaciones emocionales, sociales y
cognitivas”.
Si bien la existencia de familias monoparentales es una situación cada vez más frecuente,
es indispensable señalar los efectos de la falta de alguna de las figuras en tanto que, cada
una de ellas, aporta elementos únicos e indispensables para estabilidad emocional de los
menores. “Todo niño tiene derecho a una madre y a un padre. La aportación que ambas
figuras le brindan es una combinación de ventajas en lo particular y en conjunto; sin duda, la
ausencia de alguna, repercutirá en el estado psíquico del menor”, puntualiza el experto en
psicología conductual.
http://www.cronica.com.mx/notas/2012/656192.html
Porque si hay algo que está científicamente probado es que un bebé necesita tanto el calor
humano como la energía que le aportan la leche y las primeras papillas. Es básico que el
niño, en sus primeros años de vida, pueda gozar de un marco ambiental que facilite los
primeros vínculos de apego y en el que se sienta protegido, cuidado y a salvo de los
peligros del mundo.
¿Quién es John Bowlby?
Antes de continuar es importante conocer una de las figuras básicas en la psicología infantil
del siglo XX. John Bowlby dedicó gran parte de su vida a trabajar con niños que habían sido
privados de la figura materna, desarrollando su actividad en diversas instituciones.
Para conocer bien la teoría del apego de John Bowlby vamos a descubrir primero qué
entiende este psicólogo por apego. En este caso, apego se refiere a un vínculo emocional
desarrollado entre el bebé y sus tutores, ya sean padres biológicos, padres adoptivos u
otros cuidadores.
-Ramón Sénder-
El vínculo emocional del apego crea en el niño una sensación emocional que Bowlby
considera indispensable para el desarrollo de la personalidad. En este sentido, el psicólogo
fundamentó tres tipos de apego diferenciados según la situación del pequeño y el acceso y
conducta del adulto (figura del afecto).
1. Apego seguro
Se produce cuando el bebé está seguro de las muestras de protección, cariño y
disponibilidad que recibe de la figura de su afecto. Desarrolla en el niño un concepto
positivo y confiado de sí mismo. Se crean relaciones más estables, satisfactorias e
integradoras.
2. Apego ansioso
En este caso, la figura del afecto del bebé solo ofrece apego y disponibilidad física y
emocional de forma intermitente. Es decir, que no está siempre disponible.
Esta situación crea temor y ansiedad. Las habilidades emocionales del pequeño se
desarrollan de forma inconsistente. Se forma un gran deseo de intimidad, pero va
acompañado de inseguridad.
3. Apego desorientado
En este caso el cuidador ofrece respuestas desproporcionadas a las necesidades del niño.
En su desesperación, puede entrar en procesos disociativos. La conducta del adulto es muy
desorientadora para el bebé, generando también una gran ansiedad e inseguridad.
Madre besando a su hijo con apego
Para los postulados de la teoría del apego que promulgó John Bowlby, se basó en diversos
científicos y sus estudios. Algunas de sus bases se postularon a través del trabajo de
Konrad Lorenz, quien había evidenciado el fuerte apego que se produce en diferentes
especies animales, caso de aves como patos y gansos.
Otro de los estudiosos que fue clave en las teorías de Bowlby fue Harry Harlow. Este
científico postuló una necesidad universal de contacto según sus estudios con primates.
“Un niño que sabe que su figura de apego es accesible y sensible a sus demandas
les da un fuerte y penetrante sentimiento de seguridad, y la alimenta a valorar y continuar la
relación”
-John Bowlby-
El bebé y el apego
Así pues, Bowlby estipuló que el bebé nace con una serie de conductas cuya finalidad es
lograr respuestas paternas. De este modo, las sonrisas reflejas, la succión, el llanto, el
balbuceo o la necesidad de ser acunado responden a su forma de vincularse con sus
cuidadores o padres.
Todo el repertorio conductual del niño está encaminado a mantener la proximidad con el
cuidador, el padre o la madre, es decir, la figura de apego. De ahí que se resista a la
separación y se puedan observar situaciones de ansiedad y falta de seguridad si se
produce.
Unos años más tarde, aprovechando la teoría de Bowlby, la científico Mary Ainsworth
encontró una serie de diferencias cualitativas en las interacciones madre e hijo. Según ella,
la formación del apego se podía identificar entre los patrones de interacción entre niño y
figura de apego:
https://lamenteesmaravillosa.com/ninos-la-teoria-del-apego-john-bowlby/
El desarrollo integral de un niño está compuesto por diferentes aspectos, que van desde las
necesidades físicas a las emocionales. La relación con su madre o su padre es un requisito
para que el niño se desarrolle adecuadamente a nivel psíquico y emocional.
Por diferentes razones propias del devenir de la vida o quizás por circunstancias trágicas.
No todos los niños tienen la fortuna de contar con su madre durante su crecimiento. En
cambio, otros sí la tienen, pero no comparten mucho tiempo con ella por motivos laborales,
una separación en la pareja u otras razones de fuerza mayor.
Lo primero que surge al pensar en este asunto es la palabra protección. Y es así, en casi
todos los planos de la vida. En primer lugar, es nuestra madre quien nos concibe, nos trae
al mundo y nos alimenta desde pequeños. Queda claro, entonces, que esta unión es
indispensable para la existencia de toda persona.
Por otro lado, a medida que crecemos, es la madre quien esta ahí para restaurar cualquier
estado de ánimo negativo. Ella está para aliviar, calmar, sosegar, ahuyentar lo malo.
Cuando está nervioso, asustado, enojado o dolorido, ella es quien acude en su auxilio
incondicionalmente.
La ausencia de la madre puede ocasionar una gran inseguridad en los niños. Especialmente
si no se trata adecuadamente. En caso de que se presente la situación, es importante
contar con el apoyo de un profesional.
Consecuencias de la ausencia de la madre
En aquellos casos donde la ausencia de la madre es parcial (por motivos laborales, por
ejemplo), la salida puede resultar más sencilla. Diversos estudios han concluido que es más
importante la calidad que la duración del tiempo compartido.
No es necesario forzar esto, puedes optar por jugar, pasear o ayudarle a hacer tareas. Así
se sentirá valorado, apoyado y verá que su madre se interesa por él, lo ama y lo apoya. En
otras palabras, el niño debe poder contar con una presencia real a diario.
La comunicación emocional en la niñez
Expresar nuestros sentimientos e imprimirle cierta carga emotiva a los mensajes que
emitimos son acciones importantes para un intercambio eficaz. Por eso, la comunicación
emocional en la niñez debe ser trabajada correctamente. Leer más »
Entre los años 2014 y 2016 trabajó en “Jugada preparada”, medio de comunicación
deportivo digital, dedicado a la actividad deportiva de General Ramírez, provincia de Entre
Ríos, Argentina. Además, se desempeñó como redactor de entrevistas para portales y
semanarios en papel. Fue redactor de entrevistas radiales y artículos periodísticos en la
Agencia Federal de Noticias DERF. Como traductor, trabajó de manera independiente hasta
el día de hoy.
https://eresmama.com/la-ausencia-de-la-madre-en-ninos/
La mirada de una madre y la función maternal: “soy mirado, luego existo”
De
psicologiaymente.com
La función materna en los bebés se entiende como el deseo de brindarles alimento físico y
emocional a los infantes.
No solo es necesario realizar los cuidados relacionados con el bienestar físico (comida,
abrigo, aseo, limpieza, descanso…) sino que tamién involucra los estímulos afectivos
benignos o positivos. Los niños que son desprovistos de estos estímulos afectivos fallecen
con frecuencia bajo la afección llamada hospitalismo.
Los estímulos afectivos positivos
Los estímulos afectivos benignos o positivos son aquellos que nacen innatamente del deseo
de amar a esa nueva criatura. Tienen que ver con el tono de voz dulce y suave, las
sonrisas, caricias y abrazos, y la mirada constante a los ojos del otro.
Muchas veces las madres que contemplan a sus hijos “se pierden en la mirada de su ser
amado, y su ser amado se encuentra en la mirada de su madre”. Es importante mencionar
que por razones biológicas las madres suelen tenerlo más fácil a la hora de lograr una
mayor vinculación emocional con sus hijos. Por ende, cumplen con la función materna de
forma más espontánea.
No obstante, la función materna puede ser asumida por cualquier persona que tenga la
disposición y competencias afectivas necesarias para demostrar afecto.
La necesidad de contacto afectivo
Un bebé es ese ser humano totalmente dependiente de los cuidados de los otros. Es una
criatura con tendencias innatas al crecimiento y al desarrollo, pero en este momento es
parte del vínculo con esa figura materna, quien le permitirá continuar con su propio
desarrollo.
Cuando las madres amamantan a sus hijos inician un vínculo cálido (madre-hijo) sostenido
por las miradas, caricias, gestos, tono de voz, los cuidados… En este vínculo se genera una
especie de complicidad entre ambos; de esa manera la madre aprende a conocer las
necesidades de su pequeño en las mínimas llamadas de atención que este realice. Es decir,
fácilmente logra distinguir un llanto de hambre a un llanto por sueño, así como saber con
una simple mirada de su hijo si está enfermo.
Es una condición psicológica especial que desarrollan las madres durante las semanas
posteriores al nacimiento. Emocionalmente, su bebé todavía es parte de ella, y por ende,
ella muestra una gran sensibilidad ante lo que expresa el bebé.
Los bebés aprenden a reconocer el rostro de su madre en los momentos más placenteros
que experimentan al inicio de sus vidas: la lactancia. Alimentarse y mirar el rostro de la
madre les permite crear esa relación de unidad en donde la madre le refleja lo que él le
significa.
El espejo de la mirada
La mirada que tiene lugar como parte de la función materna es el primer espejo en donde el
niño empieza a diferenciarse y a reaccionar ante el otro, pues se percata de la respuesta
que genera su presencia en el otro; de ahí la importancia de retribuir los constantes gestos,
movimientos y sonidos que emite el pequeño, pues es el momento que se empieza a
descubrir como persona.
En este momento el niño depende de “la mirada”, de la presencia, de los cuidados de esa
figura materna. Son los primeros pasos hacia la construcción sana del autoconcepto,
autoestima y seguridad, y si hay anomalías en esta fase, pueden aparecer problemas de
desarrollo y conducta. Algunos trastornos que se presentan en la vida adulta pueden tener
sus raíces en este tipo de vinculaciones defectuosas realizadas durante los primeros seis
meses de vida.
La lactancia en el contexto actual
Lamentablemente, hoy en día las madres tienen sumamente limitadas las posibilidades de
brindar este tipo de vinculación con sus bebés, o bien son desconocedoras de la
importancia de “mirarlo” y trasmitirle seguridad y tranquilidad. Asumen la lactancia
garantizándose sólo el alimento. Por ejemplo, mientras se da el pecho se suele conversar
por teléfono, revisar Facebook, leer el periódico… Su atención está en otras cosas.
Avanza con seguridad hacia una mejor dependencia. El niño está atento a su entorno,
receptivo y dispuesto a captar sonidos, movimientos, texturas, etc. Por ende, empieza a
desprenderse de la mirada de la madre. Este proceso trascurso de los seis meses a los tres
años.
El juguete favorito
En esta etapa, es usual que los niños adquieran un objeto, llámese cobija, almohada,
chupón, o simplemente juguete. Los pequeños necesitan este objeto para aliviar la angustia
de separación con los familiares y poder empezar a explorar el mundo.
Se trata de la primera pertenencia que adquieren, es “casi sagrada” para ellos y los
acompaña a todas partes, independientemente de su estado. Puede oler mal, estar sucio,
dañado, desagarrado, descolorido, pero ese objeto contiene todo lo necesario para
desligarse de su madre y sentirse seguro en nuevos espacios.
Es en este momento tanto el bebé como la madre deben estar preparados para asumir esta
primera separación con seguridad y tranquilidad; sin presiones o limitaciones. La madre
debe facilitarle a su hijo nuevas relaciones y posibilidades de comprender su entorno. En
adelante el niño estará preparado para iniciar la faceta del juego, donde finalmente no
necesita la “mirada de su madre”, se concentra por espacios extensos jugando en su propio
mundo e incorporando la participación de otros niños en su diario vivir. Está preparado para
continuar y desarrollarse como un ser independiente y estable emocionalmente.
https://psicologiaymente.com/desarrollo/mirada-madre-funcion-maternal
EN LAS SECCIONES previas (de este informe) se señaló en repetidas ocasiones que la
función del jardín de infantes no consiste en substituir a una madre ausente, sino en
complementar y ampliar el papel que sólo la madre puede desempeñar en los primeros
años de la vida del niño. En otras palabras, quizás lo más correcto sea considerar el jardín
de infantes como una extensión "ascendente" de la familia, en lugar de una extensión
"descendente" de la escuela primaria. Parece conveniente, por lo tanto, y antes de
considerar en detalle el papel del jardín de infantes, y de la maestra en particular, que esta
comunicación intente presentar un resumen de lo que el bebé necesita de la madre, y la
naturaleza del papel que la madre desempeña como promotora de un desarrollo psicológico
sano en los primeros años de la vida del niño. Sólo a la luz del papel de la madre y las
necesidades del niño se llegará a una comprensión real de la forma en que el jardín de
infantes puede continuar la tarea de la madre.
Toda descripción que aspire a ser breve, de una necesidad en los primeros años de la vida
de un niño, resultará inevitablemente inadecuada. No obstante, y aunque en la etapa actual
de nuestro conocimiento no cabe esperar una definición detallada y generalmente aceptada,
los miembros del grupo de expertos particularmente interesados en el estudio` clínico del
desarrollo psicológico en la infancia concuerdan con que el esquema general que sigue
sería aceptado por los otros investigadores de este campo.
Considero necesarias unas pocas observaciones preliminares sobre los papeles respectivos
de la madre, la maestra jardinera y la maestra de niños de mayor edad.
Una joven maestra jardinera no está biológicamente orientada hacia ningún niño, excepto
en forma indirecta, a través de la identificación con una figura materna. Por lo tanto, es
necesario que ella vaya comprendiendo gradualmente que existe una compleja psicología
del crecimiento y la adaptación infantiles que requiere condiciones ambientales particulares.
El estudio de los niños a su cuidado le permitirá reconocer la naturaleza dinámica del
crecimiento emocional normal.
Una maestra de niños mayores debe estar mas capacitada de apreciar intelectualmente la
naturaleza de este problema relativo al crecimiento y la adaptación. Por fortuna, no necesita
saberlo todo, debe contar con un temperamento que le permita aceptar la naturaleza
dinámica de los procesos del crecimiento y la complejidad del tema, y con el deseo de
aumentar su conocimiento de los detalles mediante observaciones y estudios planeados. La
oportunidad de analizar la teoría con psicólogos, psiquiatras y psicoanalistas y, desde luego,
la lectura, constituirán una gran ayuda.
Los años del jardín de infantes son significativos debido a que, en ese tiempo, el niño
atraviesa por un período de transición entre una etapa y otra. Si bien en algunas formas
importantes y en algunos momentos el niño alcanza entre los dos y los cinco años una
madurez que se asemeja a la del adolescente, en otros sentidos y en otros momentos esa
misma criatura es también (normalmente) inmadura e infantil. Sólo cuando los tempranos
cuidados maternos han sido eficaces y cuando, además, los padres siguen proporcionando
los elementos ambientales esenciales, las maestras jardineras pueden poner su función
maternal en segundo lugar con respecto a la educación preescolar propiamente dicha.
En el período entre los dos y los cinco o siete años, todo niño normal experimenta los
intensísimos conflictos que se originan en las poderosas tendencias instintivas que
enriquecen los sentimientos y las relaciones personales. La cualidad del instinto ya no es
tan idéntica a la de la primera infancia (principalmente alimentaria) y se asemeja más a la
que surge más tarde, en la pubertad, como fundamento de la vida sexual de los adultos. La
fantasía consciente e inconsciente del niño adquiere una nueva cualidad que permite
identificaciones con madres y padres, esposas y esposos, y los concomitantes corporales
de esas fantasías involucran ahora excitaciones parecidas a las de los adultos normales.
La consecuencia de estos procesos es la de que las ideas sobre el amor se ven seguidas
por ideas de odio, por los celos y el conflicto emocional doloroso, y por el sufrimiento
personal, y cuando el conflicto es demasiado severo, hay una pérdida de la capacidad
plena, inhibiciones, "represión" (1), etc., que traen aparejada la formación de síntomas. La
expresión de los sentimientos es en parte directa pero, a medida que avanza el desarrollo
de un niño, sé torna cada vez más posible obtener alivio mediante al autoexpresión a través
del juego y del lenguaje.
En todas estas cuestiones, el jardín de infantes ejerce funciones de obvia importancia. Una
de ellas consiste en proporcionar durante unas cuantas horas del día una atmósfera
emocional que no está tan cargada como la del hogar. Ello permite al niño un intervalo de
cierta libertad para el desarrollo personal. Asimismo, pueden establecerse y expresarse
entre los niños mismos nuevas relaciones triangulares menos cargadas que los familiares.
La escuela, que representa al hogar pero que no constituye una alternativa del hogar, puede
proporcionar oportunidades para una profunda relación personal con otras personas aparte
de los progenitores, a través de los miembros del personal y de otros niños, y de un marco
tolerante pero estable, en el que es posible vivir a fondo las experiencias.
Con todo, es fundamental recordar que, si bien existen estas pruebas de progreso en el
proceso de la maduración, en otros aspectos persiste la inmadurez. Por ejemplo, la
capacidad para la percepción exacta aún no se ha desarrollado plenamente, de modo que
cabe esperar de un niño pequeño una concepción subjetiva antes que objetiva del mundo,
especialmente en momentos como el de irse a dormir y el de despertar. Ante la amenaza de
la ansiedad, el niño retorna fácilmente a la posición infantil de dependencia, a menudo con
el resultado de que reaparece la incontinencia así como la intolerancia infantil ante la
frustración. Debido a esa inmadurez, la escuela debe estar en condiciones de asumir la
función de la madre que dio al niño confianza en los primeros momentos.
No cabe suponer que el niño en la etapa del jardín de infantes tenga una capacidad
plenamente establecida para mantener amor y odio hacia la misma persona. La forma más
primitiva de resolver el conflicto consiste en separar lo bueno de lo malo. La madre del niño,
que inevitablemente estimuló en él amor y rabia, ha seguido existiendo y siendo ella misma,
y así ha permitido que el niño comience a unir lo que parece bueno y lo que parece malo en
ella, de modo que ha empezado a tener sentimientos de culpa y a preocuparse por la
agresión dirigida ahora contra la madre por amor a ella y por sus insuficiencias.
Con el término "destete" puede describirse una tarea muy importante ya cumplida por la
madre. El destete implica que la madre ha dado algo bueno, que ha esperado hasta percibir
los signos indicadores de que el niño estaba en condiciones de ser destetado, y que ha
llevado a cabo la tarea, a pesar de que ésta provocó respuestas de rabia. Cuando el niño
pasa del cuidado hogareño al cuidado escolar; esa experiencia se reproduce en cierta
medida, de modo que el estudio de las circunstancias del destete de un niño constituye para
la maestra, una importante ayuda para comprender las dificultades iniciales que pueden
surgir en la escuela. Cuando u niño se adapta fácilmente a la escuela la maestra toma esa
actitud como una consecuencia del éxito de la madre en su tarea del destete.
Existen otras formas en que la madre, sin saberlo, realiza tareas esenciales para el
establecimiento de una sólida base para la futura salud mental del niño. Por ejemplo, sin su
cuidadosa presentación de la realidad externa, el niño carece de medios para establecer
una relación satisfactoria con el mundo.
En el jardín de infantes se tiene muy en cuenta la zona intermedia entre el sueño y lo real;
en particular, el juego se respeta de modo positivo y se utilizan cuentos, dibujos y música.
Es sobre todo en este campo donde el jardín de infantes puede enriquecer y ayudar al niño
a encontrar una relación operativa entre las ideas, que son libres, y la conducta, que
necesariamente debe depender del grupo.
El cuidado físico del niño desde el nacimiento (o antes) en adelante constituye un proceso
psicológico desde el punto de vista del niño. La técnica materna en cuanto a sostenerlo,
bañarlo, alimentarlo, todo lo que hizo con el bebé, se fue sumando a la primera idea que el
niño tuvo de la madre, y a todo esto se fue agregando gradualmente su aspecto, sus otros
atributos físicos y sus sentimientos.
La capacidad del niño para sentir que el cuerpo es el lugar donde vive la psiquis no podría
haberse desarrollado sin una técnica congruente de manejo, y cuando el jardín de infantes
continúa proporcionando un ambiente físico y el cuidado corporal de los niños, cumple una
tarea esencial de higiene mental. La alimentación nunca constituye una simple cuestión de
conseguir que los chicos traguen la comida; es sencillamente otra de las formas en que la
maestra continúa con la tarea de la madre. La escuela, como la madre, demuestra amor al
alimentar al niño y, al igual que la madre, da por sentado el rechazo (odio, desconfianza) así
como la aceptación (confianza). En el jardín de infantes no hay lugar para lo impersonal y lo
mecánico porque, para el niño, ello implica hostilidad o, lo que es peor aún, indiferencia.
La descripción del papel de la madre y las necesidades del niño ofrecida en esta sección
pone en evidencia que la maestra jardinera, él mismo quien desea participar debe
mantenerse en contacto con las funciones maternas, lo cual es congruente con el hecho de
que su principal tarea tiene que ver con las funciones educativas de la escuela primaria.
Hay escasez de profesores de psicología, pero existe una fuente de información que la
maestra jardinera puede utilizar en todas partes: la observación del cuidado infantil tal como
lo realizan madres y padres en el marco familiar.
El ingreso en un jardín de infantes constituye una experiencia social fuera del marco
familiar. Plantea al niño un problema psicológico y proporciona a la maestra jardinera una
oportunidad para realizar su primera contribución a la higiene mental.
Estos problemas planteados por el ingreso del niño al jardín de infantes ilustran el hecho de
que, durante todo este período, la maestra tiene una doble responsabilidad y también una
doble oportunidad. Tiene la oportunidad de ayudar a la madre a descubrir sus propias
potencialidades maternales, y de ayudar al niño a elaborar los inevitables problemas
psicológicos que enfrentan al ser humano en desarrollo.
La lealtad para con el hogar y el respeto por la familia son fundamentales para el
mantenimiento de relaciones firmes entre el niño, la maestra, y la familia.
La maestra asume el papel de una amiga comprensiva y afectuosa, que no sólo será el
principal sostén de la vida de los niños fuera del hogar, sino también una persona resuelta y
estable en su conducta hacia ellos, que comprende sus alegrías y penas personales, tolera
sus incongruencias y puede ayudarlos en los casos de especial necesidad. Sus
oportunidades radican en su relación personal con el niño, con la madre, y con todos los
chicos como grupo. En contraste con la madre, posee un conocimiento técnico derivado de
su formación y una actitud objetiva hacia los niños bajo su cuidado.
Aparte de la maestra y su relación con niños individualmente, sus madres, y los niños como
grupo, el marco del jardín de infantes en conjunto hace importantes contribuciones al
desarrollo psicológico del niño. Proporciona un marco físico más adecuado al nivel de las
capacidades del niño que el hogar, en el cual los muebles están construidos teniendo en
cuenta el tamaño gigantesco de los adultos, donde el espacio queda reducido, debido a los
modernos tipos de construcción, y donde quienes rodean al niño están inevitablemente más
preocupados por la tarea de hacer que el hogar marche bien que por el intento de crear una
situación en la que el niño pueda desarrollar nuevas capacidades a través del juego, que es
una actividad creadora esencial para el desarrollo de todo niño.
En los primeros años de su vida, los niños realizan simultáneamente tres tareas
psicológicas. En primer lugar, establecen una concepción de sí mismos como un yo con una
relación con la realidad, a medida que comienzan a concebirla. Segundo, desarrollan una
capacidad para la relación con una persona, la madre. Ésta ha capacitado al niño para
desarrollarse en estos dos aspectos en un grado considerable antes de asistir al jardín de
infantes y, al principio, el ingreso a la escuela constituye un golpe para la relación personal
con la madre. El niño lo enfrenta desarrollando otra capacidad, la de establecer una relación
personal con otra persona aparte de la madre. Y precisamente porque la maestra jardinera
es el objeto de esta relación personal ajena a la madre, aquélla debe comprender que no es
una persona "común" para el niño y no puede comportarse en una forma "común". Por
ejemplo, debe aceptar la idea de que el niño sólo gradualmente puede llegar a compartirla
sin sentirse trastornado.
A medida que continúa el proceso del desarrollo, trae aparejados problemas "normales" que
se manifiestan con frecuencia en la conducta del niño en el jardín de infantes. Aunque la
aparición de tales problemas es normal y frecuente, el niño necesita ayuda para resolverlos,
pues un fracaso en este momento puede dejar una marca indeleble en su personalidad.
Teniendo en cuenta que los niños de edad preescolar tienden a ser víctimas .de sus propias
emociones intensas y su agresividad, la maestra debe protegerlos a veces de sí mismos y
ejercer el control y la guía necesarios en la situación inmediata y, además, asegurar la
provisión adecuada de actividades satisfactorias en el juego, para ayudar a los niños a
encauzar su propia agresividad por canales constructivos y a adquirir actitudes eficaces.
Durante todo este período, hay un proceso bilateral entre el hogar y la escuela, tensiones
que se originan en uno de esos ámbitos v se manifiestan como trastornos de la conducta en
el otro. Cuando la conducta del niño en el hogar es perturbada, la maestra a menudo puede
ayudar a la madre a comprender lo que ocurre, gracias a su propia experiencia relativa a los
problemas de ese niño en la escuela.
Su conocimiento de las fases normales del crecimiento, la prepara también para cambios
dramáticos y súbitos de la conducta, y le permite aprender a tolerar los sentimientos de
celos originados en perturbaciones en el marco familiar. Las fallas en la higiene, las
dificultades en la alimentación y el dormir, el retardo en el hablar, la actividad motora
defectuosa, y muchos otros síntomas similares pueden presentarse como problemas
normales del crecimiento o bien, en una forma exagerada, como desviaciones de lo normal.
En los años preescolares, el juego constituye el principal medio infantil de resolver los
problemas emocionales inherentes al desarrollo. El juego es, asimismo, uno de los métodos
de expresión del niño, una manera de decir y preguntar. Es necesario que la maestra
comprenda esto intuitivamente, si aspira a ayudar al niño en los penosos problemas que
inevitablemente surgen, y que los adultos pasan tan a menudo por alto; también debe
contar con una formación que le permita desarrollar y usar esa comprensión del papel del
juego para el niño en edad preescolar.
La educación en el jardín de infantes exige que la maestra esté dispuesta a fijar límites y
controles sobre aquellos impulsos y deseos instintivos, comunes a todos los niños, que
resultan inaceptables en sus propias comunidades, y proporcionar al mismo tiempo las
herramientas y oportunidades para el desarrollo intelectual y creador pleno de los niños
pequeños, y los medios de expresión para su fantasía y su dramatización.
Notas: