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El integrismo martirológico de Anacleto González Flores

Héctor Villarreal

Los altares de la contrarrevolución

El 22 de junio de 2004 se firmó en la Santa Sede del catolicismo el decreto que reconoce el

martirio de 12 mexicanos y un español entre 1927 y 1931 durante la Guerra Cristera.[1] Una

vez que se ha reconocido a un mártir, se le beatifica en una fecha posterior próxima. Se

esperaba que el Papa Juan Pablo II lo hiciera así durante el Congreso Eucarístico

Internacional celebrado en Guadalajara, Jalisco, del 10 al 17 de octubre de 2004. Sin

embargo, al no haber asistido, se pospuso esta ceremonia que habrá de realizarse en Roma

en una fecha pendiente por definir.

Entre estos mártires hay uno que destaca porque su caso es especial en las relaciones

Iglesia católica-Estado mexicano: Anacleto González Flores, fundador, organizador y líder

de la Unión Popular, red que llegó a agrupar a cien mil católicos en la provincia de Jalisco y

sus alrededores, muchos de ellos dispuestos a votar con su sangre contra el gobierno

revolucionario. Encabezar un movimiento de cien mil efectivos en un país que entonces tenía

menos de 17 millones de habitantes, dispersos en un inmenso territorio con una orografía

sumamente accidentada y muy escasa infraestructura en comunicaciones y transportes, es

una hazaña monumental.

La Unión Popular llegó a ser una delegación de la Liga Nacional de la Defensa de la

Libertad Religiosa (LNDLR) que actuó en la clandestinidad durante la Guerra. Por guardar

secreto sobre ella, Anacleto dio su vida en martirio, como tanto anhelaba. Anacleto es


Publicado en Replicante, Vol. III, Núm. 9, octubre de 2006.
también un caso especial al seno de la Iglesia, debido a que es un ícono de facciones

ultraconservadoras, incluso entre algunas que no reconocen la autoridad del pontífice

romano.

Un líder cabal de la reacción

Anacleto González Flores fue el principal ideólogo y líder político de los cristeros

jaliscienses. Aunque la jerarquía católica detonó el movimiento armado popular por haber

suspendido el culto y cerrado los templos, los obispos no encabezaron la guerrilla en cuanto

a su organización militar y las redes sociales de su apoyo. Tampoco motivaron a la plebe

para derrocar al gobierno. Mientras el episcopado mexicano pretendía solamente que el

gobierno diera marcha atrás en lo más restrictivo de la legislación en su perjuicio, Anacleto

y otros cristeros pretendían no sólo la derogación de las leyes que consideraban

antirreligiosas sino llegar derrocar al gobierno revolucionario y sus instituciones, abolir la

Constitución e instaurar un orden político distinto al demócrata-republicano.

Nacido en Tepatitlán de Morelos, Jalisco, abogado y profesor, Anacleto es un

pensador equiparable a Charles Maurras de la Acción Francesa y a Ramiro de Maeztu de la

Acción Española, contemporáneos suyos. Pero, a diferencia de éstos, el “maistro Cleto” fue

un promotor del activismo y él mismo un activista, tan fanático que era un magnicida en

potencia, como en acto lo fue José León Toral del general Álvaro Obregón en 1928.[2]

Orador notable y prolífico escritor, Anacleto es autor de Tú serás rey, una guía moral para

que los jóvenes católicos formaran su personalidad; La cuestión religiosa en Jalisco, un breve

estudio histórico y filosófico sobre la persecución de los católicos en su estado; Discursos,

que reúne los textos de varias conferencias que pronuncio frente a asociaciones católicas; y

póstumamente fue publicado por la Asociación Católica de la Juventud Mexicana (ACJM) El


plebiscito de los mártires, en 1930, una compilación de sus artículos publicados en 1925 y

1926, y otros sin fecha, varios de los cuales fueron dados a conocer en la revista Gladium,

que editó durante la Guerra Cristera hasta su muerte, y de la que se llegaron a entregar cien

mil ejemplares de puerta en puerta.[3] Anteriormente había editado el semanario La palabra.

La resistencia contra el secularismo

La secularización es un proceso que vino con la modernidad, por el cual la organización

social de la política, la economía, el arte, etcétera, dejó de tener fundamentos o referentes

religiosos, debido a que las explicaciones ultraterrenas de la realidad perdieron su hegemonía

por los descubrimientos científicos y los metarrelatos de la razón ilustrada. En tanto,

el secularismo fue un exceso de los caudillos revolucionarios por tratar de borrar todo rastro

de creencias religiosas en la sociedad, que se expresó en prohibiciones de culto, el asesinato

de ministros religiosos, la imposición de ministros oficiales, el hostigamiento a los fieles, la

destrucción de templos, el “fusilamiento” de imágenes y todo aquello que ahora

consideramos como violatorio al derecho a la libertad religiosa. Estas expresiones que

también se efectuaron en México radicalizaron posiciones contrarias, como la que encabezó

Anacleto, quien repudió con todas sus fuerzas y en todos sus actos al gobierno revolucionario,

como puede reconocerse en todos sus textos.

El laicismo instituido por la Constitución de 1917, que limitó el culto religioso al

ámbito privado y lo excluyó de los planteles educativos escolares, así como los excesos

cometidos por fanáticos antirreligiosos, agraviaron profundamente a quienes deseaban que

la Iglesia católica se mantuviese como el epicentro de la sociedad. “Una inmensa cárcel —

dice Anacleto— es todo el país desde que se promulgó la Constitución del 17. Y en esta

cárcel inmensa ha quedado y está encerrada la Iglesia católica y con ella catorce millones de
mexicanos que piensan como ella”.[4] Como si la revolución fuese un ente pensante y con

voluntad, Anacleto culpa a los constituyentes de tener “un propósito dominante y exclusivo

de arrancarle todo su poder espiritual y moral” a la Iglesia católica, por estar “enraizada en

la médula de nuestra vida individual y colectiva y totalmente consagrada, ungida por el

sentimiento popular”, y la revolución “tiene el propósito de disputarle esa popularidad”.[5]

La secularización fue vista entonces por Anacleto no como un proceso histórico

inevitable y necesario, sino como la acción deliberada y perversa del misterio de iniquidad:

“Porque allí —en la calle, en la plaza, en la tribuna pública, en la escuela, en el libro, en el

periódico— se siente el vaho de Satanás; se siente el resoplido del infierno… Y esto

precisamente porque no hemos rezado en la tribuna pública, en la calle, en la plaza, en el

parlamento. Y eso porque nos hemos empeñado en arrinconar a Cristo por miedo al aire, por

miedo a los verdugos”.[6] Así como el revolucionario del sureste de México, Tomás Garrido

Canabal se presentaba así mismo como “enemigo personal de Dios”, González Flores hubiera

podido hacerlo como enemigo personal de la revolución.

Contra la modernidad política

El integrismo en la política se refiere a Estados confesionales en los cuales hay una religión

oficial. De un modo más amplio también puede entenderse como la subordinación o servicio

del poder político a las autoridades religiosas, como fue el caso del gobierno de los talibanes

en Afganistán o es el de los Ayatollah en Irán.

La concepción de la política de Anacleto es o está muy cerca del integrismo debido a

su idea religiosa del hombre: “El hombre ha sido puesto en el mundo para que ame a Dios

sobre todas las cosas y al prójimo como a sí mismo”.[7] Sus textos dicen muy poco sobre lo

que quiere, pero son muy claros sobre lo que no quiere: el liberalismo como doctrina atea, la
democracia como procedimiento de toma de decisiones, la República como forma de

gobierno y la Constitución como ley ilegítima.

Las visiones totalitarias del integrismo siempre implican una concepción maniquea

de la realidad y el delirio mesiánico de la proclamación de sí mismo como la encarnación del

bien y ejecutante de una misión salvadora. Y en el polo opuesto las fuerzas malignas

personificadas por enemigos concretos visiblemente identificables. Por eso Anacleto —

alarmado por una “conspiración contra la verdad”, denunciante de la “disgregación de los

espíritus” causante de que “la vida de los pueblos se desborda por senderos extraviados y la

época presente se halla bajo el peso enorme del error trascendental”—,clasifica a los hombre

en tres clases: los que están “al servicio del mal y el error; el de los que han amado hasta el

sacrificio la verdad y el bien, y el de los tibios e indiferentes”. Por supuesto que Anacleto se

considera a sí mismo y a los de la LNDLR como los que se sacrifican por “la verdad y el

bien”; y cualquiera que piense distinto a ellos como quienes están “al servicio del mal y el

error”,[8] entre los cuales habría luego de señalar a los presidentes Venustiano Carranza,

Álvaro Obregón, Plutarco Elías Calles e inclusive a los alcaldes de la región de Los Altos de

Jalisco.

Acorde con su integrismo, para Anacleto González Flores la democracia

representativa y los procedimientos electorales —máxima realización de la modernidad

política—son aberraciones, por estar basadas en un principio de igualdad que considera falaz

y por perjudicar al pueblo que se dice representar. “En la democracia y en los comicios —

considera— donde se vota todos los días con papeles numerosos, cabrá la tergiversación. El

fraude y el soborno y la mentira podrán conjurarse para engañar y arrojar cómputos falsos y

para encumbrar nulidades salidas de los estercoleros. Y la democracia vendrá a ser lo que es,

lo que ha sido entre nosotros: un infame escamoteo de números y de violencia donde se carga
de escupitajos y de ignominia al pueblo… La democracia que tanto ruido ha levantado para

glorificar al pueblo, hasta ahora no ha sido más que un largo y sangriento via crucis”.[9]

El voluntarismo y el culto a la acción

Tú serás rey, lejos de ser una obra religiosa, como en primera instancia pudiera suponerse,

es un texto de doctrina política repleto de referencias históricas que tienen por propósito

orientar la formación de la voluntad de los jóvenes católicos, para motivarlos al activismo,

cuya inspiración fascista queda manifiesta en pasajes como el siguiente: “Benito Mussolini

suscribió la doctrina del sacrificio como piedra angular donde descansan las personalidades

recias y avasalladoras, desde que escribió en uno de sus libros: ‘Mi vida es una página abierta

donde se pueden leer estas palabras: estudio, miseria, batalla’”.[10]

La prosa erudita y retórica encendida de Anacleto está cargada de simbolismos y

metáforas, pero con frecuencia se confunde lo figurado con lo explícito: “Benito Mussolini…

llegó como todos tienen que llegar, como todos han llegado: con las manos todavía olorosas

a pólvora y desolladas por el esfuerzo para subir. Y apenas ha tocado con sus plantas las

alturas, ya se ha dejado sentir debajo de sus pies un desesperado trabajo de derrocamiento.

La guerra ha aparecido al día siguiente de su encumbramiento… Allí está todavía después de

mucho tiempo de luchar. Y si en estos momentos alguien se acerca a este dictador que

recuerda a los viejos romanos que levantaron las primeras murallas de la república, llegará a

oír el penetrante rumor de una guerra sin tregua. Y verá que con esa guerra es con lo que

Mussolini conserva su posición de valor humano que ha venido a ser árbitro de la suerte de

Italia”.[11]

¿Se refería a la guerra en sentido figurado? Me parece que no, puesto que su

promoción por el activismo demandaba la entrega en cuerpo y alma de todos los fieles
católicos. Su vocación por el martirio y su fanatismo motivado por la convicción de dar la

vida por un bien superior y trascendente, confirman que sus llamados a tomar las armas se

referían no solamente a las armas intelectuales y morales sino también a las armas para

combatir materialmente: “urge que nuestros valores se compenetren íntimamente de sus

responsabilidades y que de una vez por todas, se convenzan de que no hay ni puede haber

verdaderos valores humanos si no se acepta la verdad indiscutible de que la guerra es

necesaria, de que deberá de haber batallas sangrientas para ponerse en marcha y llegar, y que

no se puede ganar una posición desde donde se pese, se valga y se haga inclinar la balanza

de los destinos, más que con las manos ensangrentadas y con los pies

desagarrados”.[12] Anacleto y muchos cristeros se sentían tan agraviados por la secularización

promovida por el gobierno revolucionario, que en 1926 un centenar de delegaciones foráneas

de la Unión Popular juraron en el Santuario de Zapopan “defender con la vida: la escuela, la

prensa y la doctrina”.[13]

La vocación por el martirio

Leemos en Reflexiones sobre la violencia de George Sorel: “los hombres que participan en

los grandes movimientos sociales imaginan su más inmediata actuación bajo la forma de

imágenes de batallas que aseguran el triunfo de su causa”. A esas concepciones Sorel las

llama mithes (mitos) y actúan en los hombres como un sistema de imágenes, cuyo valor no

tiene que ver con su verdad o falsedad sino como “fuerzas históricas”.[14]

Exactamente así es como la imagen del mito actúa en la retórica de Anacleto, quien

ansiaba su martirio y el de otros más como camino a la santidad y a la victoria terrenal sobre

su enemigo revolucionario: “El precio de la victoria ha sido siempre de sacrificio, de martirio

y de sangre”.[15] Esta imagen la repite una y otra vez. El plebiscito de los mártires quiere
decir que llama a todos los fieles católicos, soldados cristeros, a regar con su sangre todo el

suelo del país. Cada mártir habría de ser un “voto” imperenne contra el gobierno

revolucionario, “porque lo que se escribe con sangre, según la frase de Nietzsche, queda

escrito para siempre… Hoy no votaremos con hojas de papel marcadas con el sello de una

oficina municipal… hoy votaremos con vidas… La democracia ha tenido y tiene que echar

sobre sus hombros la clámide ensangrentada de los mártires”.[16]

Persecución religiosa y guerra sucia

El crimen de Estado de Anacleto y todos los guerrilleros cristeros que fueron secuestrados,

torturados y asesinados, antes y después de los arreglos entre la jerarquía católica y el

gobierno mexicano, es legal y moralmente tan grave como el de la llamada guerra

sucia contra los guerrilleros de izquierda durante los años sesentas y setentas. Sin embargo,

mientras que los promotores de justicia por la guerra sucia han intentado llevar a los

tribunales a los funcionarios y servidores públicos responsables de cometer crímenes,

incluyendo a los militares, los herederos ideológicos de las víctimas de la persecución

religiosa han actuado con mucha discreción, y lejos de buscar la reivindicación histórica o

legal han preferido el beneficio de las cuotas de poder y la catarsis religiosa. Para los

promotores de la causa de Anacleto, su beatificación es un triunfo tan grande que equivale a

que la luchadora social Rosario Ibarra encontrara con vida y salud a su hijo y que el ex

presidente Luis Echeverría fuera condenado a cadena perpetua.

A partir de 1940 las posiciones polarizadas entre el gobierno mexicano y la Iglesia

católica fueron moderándose hasta que los extremismos fueron reducidos a mínimas

expresiones, pero no por completo extinguidos. Rescatado de catacumbas parroquiales, el

nombre de Anacleto ahora se pronuncia en público sin miedo a transgredir la simulación que
guarda o guardaba la relación Iglesia-Estado a partir de los arreglos de 1929. Monseñor

Ramiro Valdés Sánchez, vicario general del Arzobispado de Guadalajara y promotor de la

causa de Anacleto, se refiere a él como “el mejor cristiano laico de todo el siglo XX. De eso

no hay duda”.[17]

La Universidad Autónoma de Guadalajara tiene un Centro de Estudios Cristeros que

lleva el nombre de “Anacleto González Flores”. Sobre la vida y obra de él se imparten

conferencias magistrales, se publican ensayos y se le rinde culto más como héroe que como

santo.[18] En los Altos de Jalisco, su nombre sigue conmoviendo.

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Notas

[1] Lo que se ha llamado como Guerra Cristera duró desde la primera acción armada el 15

de agosto de 1926 en Valparaíso Zacatecas, con el asalto y toma del Palacio Municipal,

hasta el 21 de julio de 1929, cuando se establecieron los acuerdos entre el Gobierno

federal y el Episcopado mexicano, con los cuales el dejaron de aplicarse las leyes que

establecían controles sobre los sacerdotes en cuanto a su número, obligaciones de

registro y la autorización para su ejercicio como ministros religiosos. No sólo en libros

de autores católicos conservadores sino también en la Enciclopedia de México se

reconoce que “la amnistía no tuvo efecto en muchos casos, pues la guerra había dejado

profundos resentimientos y numerosos cabecillas fueron muertos después de ordenada

la paz”, tomo 6, tercera edición, México, 1978, p. 146. Esto explica que haya habido

torturados y ejecutados (mártires) con posterioridad a los acuerdos.

[2] El 17 de julio de 1928, el general revolucionario Álvaro Obregón, recién reelecto

presidente de México, fue asesinado por José León Toral, católico fanático que

participaba en una conspiración que pretendía efectuar una guerra sintética asesinando
a los principales caudillos revolucionarios aun a costa de sus propias vidas. Por eso

León Toral, el padre Miguel Agustín Pro y su hermano Humberto fueron fusilados.

[3] Vicente Ismael Flores Villanueva, “150 Aniversario del Nacimiento del Licenciado

Anacleto González Flores”, Item Cristero, No. 2, junio de 2004,

en http://www.uag.mx/item/item.htm

[4] Anacleto González Flores, El plebiscito de los mártires, impresos FIT, Morelia, 1977, p.

113

[5] Ibidem, pp. 107-108.

[6] Ibidem, p. 244.

[7] Ibidem, 10-11.

[8] Anacleto González Flores, “El verdadero sentido de la vida”, en Discursos, Tradición,

México, 1967, p. 9.

[9] Anacleto González Flores, El plebiscito de los mártires, op. cit., p.19

10 Anacleto González Flores, Tú serás rey, Comité Diocesano de la ACJM de Guadalajara,

Jalisco, Guadalajara, 1989, p.51

[11] Ibidem, pp. 78-79

[12] Ibidem, p. 83.

[13] Flores Villanueva, op. cit. En contraste, la campaña para la promoción de su causa por

parte de la Arquidiócesis de Guadalajara habla de Anacleto como “el Gandhi

mexicano”. Y Anacleto González Flores. El Hombre que quiso ser el Gandhi

Mexicano es el título de un libro compilado por Jean Meyer (2002).

[14] George Sorel, Reflexiones sobre la violencia, La Pléyade, Buenos Aires s/f, pp. 29 y 30.

[15] Anacleto González Flores, El plebiscito de los mártires, op. cit., p. 222.

[16] Ibidem, p. 18-23. Es sumamente paradójico que el autor de El Anticristo sea referido por
Anacleto para hacer una proclama del martirio.

[17] “A los altares por la vía armada” en Por esto!, 5 de septiembre de 2004.

[18] Véase http://www.uag.mx/cristeros/defalut.htm

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