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a) El avisado: significa una persona que recibe un aviso de peligro y presta atención. El
país de Israel era, en tiempos de los profetas, una tierra infectada de leones y otras
fieras, como puede comprobarse en Jue. 14, vv. 5 y 6; Sal. 91:13, y Lm. 3:10. Se
comprende que los ciudadanos se dieran avisos sobre tales peligros, pero quien más
necesita recibir aviso y prestar atención a los peligros espirituales es el pecador (Ez.
18:30; Mr. 8:36).
b) Los simples: Son los descuidados, los que no quieren molestarse para nada. Hay
miles así en este mundo. Ejemplos son los oyentes del Areópago (Hch. 17:32) y Félix,
(Hch. 24:25). Unos por ignorancia, otros por exceso de sabiduría humana (l Co. 1:27).
Son legión, en el presente siglo, los que han sido confundidos de tal modo por filosofías
humanas que creen que la verdad es imposible de conocer.
Entiende, por los avisos de la Palabra de Dios y por los ejemplos de la historia, que el
pecado trae mal. Ve que este mundo está precipitándose hacia su ruina total y que la
humanidad está abocada a la muerte, pero dicen: «¡No podemos evitarlo! Las cosas son
3. Dos resultados:
a) «Escóndase» (véase Is. 32:1, 2): hay sólo un escondedero provisto por Dios en
contra de la catástrofe final, el juicio del pecado. Jesús dijo: «Venid a Mí todos los que
estáis trabajados y cargados y os haré descansar» (Mt. 11:28). No hay mejor refugio ni
lugar de protección que el aceptar las promesas de Jesucristo.
b) «Reciben el daño»: ¡Qué terrible es esa frase! ¿Quién puede describir todo su
significado? ¿Quién puede entender lo terrible que es el daño que recibirá en la
eternidad el alma no salvada? En la Palabra de Dios hay grandes amonestaciones
acerca del más allá y de las consecuencias del pecado (véase Mt. 5 29, 30; 2 Ts. 1:6–
10). Jesús dijo de Judas: «Bueno le hubiera sido al tal hombre no haber nacido». Sin
duda, habrá muchos miles a quienes se pueda aplicar esta exclamación de Cristo:
grandes tiranos y grandes déspotas de la historia. Sabemos que Dios será justo y
castigará a cada uno según sus obras; no será un castigo igual para todos, pero
cualquiera que sea el castigo que tenga que sufrir un pecador, será una pérdida muy
lamentable ante los privilegios de aquellos de quienes el apóstol Pablo dice en Ef. 1:
«En el cual asimismo tuvimos suerte».