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LA PARTICIPACIÓN: SIGNIFICADO, ALCANCE Y LÍMITES

Maritza Montero

1. ¿Qué es participación?

Participación es una palabra común, de uso diario, que todos conocemos y


empleamos. Participamos en cursos, en fiestas, en reuniones. Participamos de las
alegrías y de las tristezas de otras personas. Participamos en concursos y solemos
participar a otras personas acontecimientos tales como nacimientos, bodas o duelos.
Participar entonces, debería ser una acción de significado transparente,
perfectamente comprensible para todos.

Sin embargo no es así. Pues una cosa dice el Diccionario, otra los textos
especializados y las personas, con insistente frecuencia tendemos a construir
nuestros propios significados según las circunstancias en que nos desenvolvemos.
De hecho, basta analizar los ejemplos con que iniciamos este artículo. En ello hay
por lo menos tres connotaciones para el verbo participar, que describiremos
sencillamente como:

1) Ejecutar o estar involucrado/a en algún acto o fenómeno de carácter social,


en el cual otras personas están presentes de la misma manera (cursos, fiestas,
reuniones, asambleas, p.e.).

2) Compartir con otras personas determinadas circunstancias y emociones.

3) Hacer partícipes a terceros de hechos o acontecimientos. Es decir,


informarles o de alguna manera introducirlos en alguna forma de conocimiento o
acción que emana de la fuente informadora.

A su vez, una consulta a la Enciclopedia del idioma (Alonso, 1958) nos dice que
participación es (como ya podemos imaginar):

1) la acción y efecto de participar;

2) “el aviso, parte o noticia que se da a uno”; y

3) “comunicación o trato”. Con lo cual no avanzamos mucho. Pero en


cambio, de participar dice que es “tener uno parte en una cosa o tocarle
algo de ella”. Y esto es ya más interesante, pues remite a la idea de que
mediante la participación, el hecho o fenómeno en el cual participamos

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pasa a ser parcialmente nuestro. Nos pertenece en parte y se genera
respecto de él, una relación con el sujeto participante.

Yendo más allá, podríamos decir que esa relación no es de mero contacto, o que se
agota en la sola posesión. Es también una relación de mutua transformación: el
participante construye y modifica al objeto o hecho en el cual participa, y por el
hecho de hacerlo, es también transformado. O como lo expresa Carmona (1988), la
participación es un derecho a través del cual se puede lograr la autorrealización; es
una condición para la libertad, pues permite decidir y es un cambio de relación,
refiriéndose al equilibrio de fuerzas sociales y al poder.

La relación es entonces mucho más compleja. Quienes hacen trabajo comunitario y


además escriben sobre el, concuerdan en señalar el carácter fundamental de la
participación, para que las acciones desarrolladas en un grupo o comunidad puedan
recibir el calificativo de “comunitarias” (cf. Martín González, 1988). Más aún, el
comportamiento participativo ha sido considerado como clave para la autogestión en
la solución de problemas y satisfacción de necesidades (Arango y Varela, 1988).

En efecto, en el contexto de la comunidad, la participación supone los siguientes


aspectos:

 es la actuación conjunta de un grupo que comparte los mismos objetivos e


intereses;

 es un proceso que reúne al mismo tiempo aprendizaje y enseñanza (Montero,


1993), pues todos los participantes tienen algo que aportar y algo que recibir en tal
sentido;

 es a la vez una acción concientizadora y socializante (Salas, 1984), pues


produce una movilización de la conciencia al respecto de las circunstancias de vida,
de sus causas y de sus efectos, a la vez que transmite patrones de comportamiento
y nuevas formas de aprehender esas circunstancias;

 esa actuación va acompañada de colaboración. Co – labor, es decir, trabajo


compartido en diferentes grados de intensidad e implicación;

 la co – relación (relación compartida) se refiere no sólo a acción física, sino


además a aportes de ideas, de recursos materiales y espirituales (p.e.: utensilios,
herramientas, dinero, en el primer caso y apoyo moral, palabras de felicitación, de
consuelo, de ánimo, en el segundo);

 organización, dirección, ejecución y toma de decisiones compartidas o


aceptadas por las personas que forman el grupo involucrado en la acción

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participativa, ya que as actividades destinadas a lograr las metas comunes son
desarrolladas a partir de esa organización (Montero, 1993);

 se generan formas de comunicación horizontal entre los participantes, que


estimulan el intercambio de conocimientos e información;

 capacidad y acción de examinar conjuntamente el trabajo ejecutado, las


decisiones tomadas, las necesidades sentidas, los papeles desempeñados por cada
uno de los miembros del grupo o comunidad, es decir, lo que se conoce como
reflexión, que algunos autores llaman “reflexividad” (Smith, 1994; Parker, 1994);

 solidaridad e intercambio de servicios, consejos, ayudas, entre los miembros


del grupo partícipe, definido tanto en sentido estricto (quienes dirigen, quienes más
actúan y tienen mayor compromiso), cuanto en sentido lato (toda la comunidad,
quienes circundan al grupo anterior);

 diversos grados de compromiso en relación con las modalidades de


participación;

 el surgimiento, instauración y aceptación de reglas que regirían esas formas


de co – laborar, de co – reflexionar;

 ser parte, tener parte, tomar parte (Hernández, 1994), es decir tres
condiciones que resumen la involucración, el compromiso y sentido de identidad a
ella relacionado, la co – gestión o colaboración y el beneficio tanto individual cuanto
colectivo; y

 debemos agregar el carácter a la vez centrípeto y centrífugo de la


participación, ya que a la vez que se «toma parte» en algo, obteniendo ventaja de
ello, sacando, se aporta también al cooperar, es decir, dando (Limbos, 1986:9).

2. Participación y democracia

Participar es una forma de ejercer nuestros derechos y de cumplir nuestros deberes


como ciudadanos. Es una forma de apropiarnos del espacio público, a la vez que
hacemos ese espacio. Es también “un tipo de rebeldía” (Carmona, 1988), en el
sentido que supone introducir cambios en situaciones de desigualdad y exclusión
vistas como el modo natural de ser las cosas. Al participar nos hacemos
responsables del presente que construimos con nuestra acción. Y en este sentido es
también una forma de subversión (Carmona, 1988), pero una subversión que no
conlleva necesariamente el dramatismo de las revoluciones, si bien sus efectos
pueden ser equivalentes. Es una subversión de todos los días. Una subversión de la
gota a gota. A veces homeopática y por tanto más profunda, más radical. Es la

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subversión semejante a la que se opera en nuestras células durante el proceso de
maduración; que todo lo transforma, pero cuyos cambios sólo percibimos cuando ya
están constituidos frente a nuestros ojos.

Ahora bien, no siempre se habla de participación, verdaderamente se da ese


proceso de cooperación, solidaridad, construcción y apropiación del objeto por los
actores sociales partícipes. Ese uso del concepto de manera indefinida, que lo
convierte en una especie de paraguas bajo el cual se cobijan múltiples formas de
coincidencia social, ha llevado a que se distingan diferentes grados de participación,
los cuales varían en función de la vinculación de su origen con grupos de base o con
organizaciones estatales o no gubernamentales, y en función del poder y control que
manejen los participantes.

Así, bajo la mención de participación pueden introducirse desde las más variadas
formas de manipulación, de consulta, de divulgación de información, hasta la
delegación de poder en grupos y el completo control comunitario. En muchos casos,
la participación se reduce a la actuación predeterminada por una organización
externa a la comunidad, que además elige a las personas que la ejecutarán según
los términos y límites establecidos con antelación. En tales condiciones, la
participación es meramente nominal y su carácter democrático se reduce al mínimo.

Lo anterior señala uno de los más complejos problemas ligados a la participación:


aquel que deriva de la limitación y frenos impuestos desde fuera como condición
para que ella se dé, que justamente por ser efectivos, conducen a la ausencia de
participación; lamentada luego por los mismos organismos cuya política la ha
inducido y que sirve para culpabilizar a los individuos de la pasividad a la que se les
ha reducido. Y si bien se les echa en cara la carencia de acción, al mismo tiempo
está resulta muy conveniente cuando se trata de desarrollar clientelismo político.
Como dice Salas (1984): “uno de los efectos más evidentes (de este tipo de relación)
es el estímulo a la dependencia de organismos ajenos a la comunidad”, lo cual
desvía del logro de los objetivos de la comunidad, en beneficio de aquellos de otros
grupos externos a ella.

Consideramos entonces que para que haya verdadera participación es necesario


que se dé un movimiento desde los grupos de base; o bien que haya encuentro de
voluntades entre los intereses de instituciones y agencias estatales o no
gubernamentales y los grupos de actores sociales necesitados de la acción
transformadora, los cuales deben tener el control sobre la situación de participación
y desarrollar sus recursos de poder.

3. La relación entre participación y compromiso

Antes se ha definido la participación y se ha mencionado, al pasar, el compromiso.


En efecto, no se puede considerar la participación sin hacer referencia explícita y
detallada del compromiso y analizar su peso y su papel en esa participación.

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La noción de compromiso ha variado en la literatura, pero no en la práctica. Esa
disparidad entre conceptualización y acción debe achacarse a los prismas
ideológicos a través de los cuales se la ha analizado. Así, se ha hablado de la
dedicación absoluta a la causa de un grupo social, motivada desde fuera por
razones políticas, muchas veces carentes de todo matiz; hasta su definición como
obligación consciente y explícitamente contraída por las personas, de libre acuerdo,
mediante la cual se identifican y responsabilizan por el logro de algo, que en el caso
del trabajo comunitario es la transformación social planteada por una comunidad o
grupo, en función de sus necesidades.
El compromiso pues, ha sido visto en el pasado sólo desde fuera a la comunidad. Ha
sido visto como algo fundamental para constituirse en agente externo facilitador/a
del cambio social, por lo cual se le consideraba como una actitud o disposición
benevolente de dichos agentes externos/as. De esta manera, sólo se hacía
referencia a él en función de ciertos grupos sociales y de ciertas transformaciones
sociales y esto ha sido fuente de confusiones y de dificultad para definir la identidad
y el rol de los agentes externos, ya que muchas veces bastaba asumir la defensa de
los intereses del proletariado o de los “pobres” (sin mayor precisión ni análisis de esa
categoría), para autoconsiderarse comprometida/o con “la causa de los
necesitados”, obviando aspectos metodológicos, teóricos y participativos, ya que una
vez declarada tal decisión, ella pasaba a cubrir cualquier acción y a influir cualquier
objetivo, entre los cuales aquellos que beneficiaban a grupos externos tales como
los partidos políticos, asociaciones religiosas, organizaciones económicas o
culturales, que nada tenían que ver con la comunidad sujeto y sujetada a sus
acciones.
Tales concepciones del compromiso han llevado a confundir psicología social
comunitaria, investigación comunitaria y trabajo comunitario en general, con
activismo e inmediatismo (Perdono, 1988), carente de reflexión y de fines claros; con
formas populistas de autoritarismo que asumen la excusa de la ayuda a los pobres
para satisfacer intereses ajenos al grupo o comunidad sobre el cual se actúa o a
efectuar lo que se puede llamar asistencialismo o trabajo en la comunidad, pero no
comunitario, no participativo.

En síntesis, podemos decir que la noción de compromiso ha discurrido a lo largo de


varios ejes:

GRÁFICO 1
EJES EN LOS CUALES SE HA UBICADO
ELCOMPROMISO
Definiciones individualistas

Presente sólo Necesario sólo en Actitud


respecto de agentes externos
personal
ciertos grupos

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Definiciones comunitarias
Respuesta Necesario en Presente respecto
Colectiva agentes externos de múltiples
e internos grupos
Eje 1 Eje 2 Eje 3

Eje 1: Origen y ubicación del compromiso.


Eje 2: Categorías de personas en las que debe darse el compromiso.
Eje 3: Ámbito del compromiso.

Un primer eje que va de la actitud personal, de la “bondad” individual a la


respuesta e interés colectivos. Un segundo eje que va de la consideración de que el
compromiso sólo se da respecto de ciertos grupos, al reconocimiento de que es un
fenómeno más general, que existe respecto de infinitos grupos y en función de muy
diversos intereses (esto explica ciertas inesperadas resistencias y oposiciones,
ciertas sorpresivas acciones y movimientos sociales). Un tercer eje que coloca al
compromiso entre el agente externo y el agente interno o miembro de la comunidad.
Y esta última consideración nos lleva a señalar que el compromiso no es únicamente
algo presente, deseable y necesario para quienes vienen de afuera a la comunidad,
sino que se da también dentro de la comunidad, en los agentes internos (Gonçalvez,
1995).

Pero otro aspecto que es necesario considerar es la relación directamente


proporcional entre participación y compromiso. La práctica comunitaria nos enseña
que ni la participación, ni el compromiso son fenómenos totales, unidimensionales,
monolíticos de “todo o nada”. Existen múltiples matices en una y otro, además varían
en el tiempo. El proceso de participación supone la presencia de algún grado de
compromiso y ese grado de compromiso supone la intensidad y cantidad de
participación.

Por eso hablamos de niveles de participación y de compromiso (Montero, en


prensa), los cuales hemos representado con un diagrama de círculos concéntricos
en el cual, de adentro hacia fuera se presentan esos diferentes grados según su
intensidad. Máximos participación y compromiso en el primer círculo (central).
Mínimo compromiso y participación en el último círculo (más externo). El número de
círculos puede variar según cada caso concreto y el ejemplo que presento en el
gráfico Nº 2 no debe considerarse como taxativo y fijo; refleja solamente mi propia
experiencia.

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En el diagrama podemos ver cómo se va desde un grupo relativamente
pequeño de dirigentes: la “punta de lanza” de la organización, participación y
compromiso, que incluye a los representantes de la comunidad, a los líderes,
quienes no sólo trabajan más, se exponen más, sino que además motivan y
energizan para la participación a otros miembros del grupo o comunidad. Luego
tenemos diversos grados de involucración participativa y comprometida, hasta llegar
a los simpatizantes y observadores curiosos, no obstaculizadores ni negativos.

Quienes hacemos trabajo comunitario sabemos que todos son necesarios.


Que la gama completa de posibilidades de participación y compromiso está presente
en casi todo trabajo comunitario y que lo fundamental es tratar que los tres círculos
centrales sean los más nutridos, así como lograr fluidez entre todos los círculos.

Esto significa que si bien es necesario que en el primer círculo haya un grupo
de personas sólido y bien constituido, no debe pretenderse ni es deseable que sean
siempre las mismas, pues como lo demuestra Hernández (1994), el liderazgo
comunitario exige tales niveles de participación y compromiso, que puede ser muy
fatigante y exigente, por lo cual pocas personas desean asumirlo, amén de
desgastar a quienes pertenecen en él mucho tiempo y generar otros efectos
negativos (Montero y Giuliani, 1995).

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GRÁFICO 2
NIVELES Y DINÁMICA DE PARTICIPACIÓN Y COMPROMISO
EN EL TRABAJO COMUNITARIO

1 2 3 4 5 6 7

1. Núcleo de máxima participación y compromiso.


2. Participación frecuente, alto compromiso.
3. Participación puntual, mediano compromiso (acciones específicas)
4. Participación puntual, bajo compromiso (acciones específicas y esporádicas)
(Gonçalves, 1995).
5. Participación esporádica e incipiente, bajo compromiso (donaciones, aportes
materiales).
6. Participación tangencial, meramente aprobatoria. Compromiso indefinido.
7. Curiosidad no obstaculizadora. No compromiso.

Dirección del movimiento entre niveles.

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4. El discreto des-encanto de la participación

Cuando la participación se refiere a organizaciones populares en comunidades tales


como las formadas en barrios donde viven personas de bajos ingresos, en áreas
rurales( aldeas, etc.), las imágenes que vienen a la mente de las personas aún no
familiarizadas con el trabajo comunitario (funcionarios, estudiantes universitarios que
se inician en este tipo de tarea, ciudadanos que leen u oyen al respecto) son las de
grandes o al menos nutridos movimientos sociales, en los cuales grandes masas
son movilizadas en pro de algún objetivo fervientemente deseado por todos.

Pero si bien hay algunos elementos correspondientes a la realidad de esas


situaciones, lo que ocurre suele ser bastante diferente, para regocijo, asombro,
desilusión y pesadumbre de esas personas, según la aproximación que tengan al
problema y según su consideración de la participación popular. Es decir, aquellos
que sospechan de los grupos populares y les temen, tienden a sentir satisfacción
ante la ausencia o rareza de tales despliegues. Aquellos que nutren ideas
románticas sobre la transformación social y la forma de lograrla, suelen asociar
participación a revolución y se sienten desilusionados ante la ausencia de masas
entusiastas y efervescentes.

En efecto, en las organizaciones populares participativas se dan movimientos


sociales. De hecho constituyen movimientos sociales. Además, a veces y según las
circunstancias, pueden haber grandes concentraciones de masa que se movilizan
para demandar una solución o una respuesta a sus problemas, o bien para ejecutar
alguna tarea crucial para su bienestar o para la defensa de sus intereses. Pero en la
vida cotidiana lo que encontramos suele ser menos dramático y espectacular, más
allá de que los resultados obtenidos a la larga muestren todo un despliegue de
efectos, muchas veces inimaginado. Como se ve en el diagrama Nº 2,la participación
tiene muchas formas de expresarse y en su forma más intensa y comprometida no
suele destacarse por lo nutrido del grupo, sino más bien por ser realizada por uno o
varios pequeños grupos que liderizan acciones destinadas a lograr objetivos que a
todos interesan, convienen y conciernen.

Pero esa “punta de lanza”, esos líderes visibles, muy poco pueden lograr si no
movilizan otras formas de participación y si no se comunican con el resto de la
comunidad, haciéndola partícipe de la información que poseen, de las decisiones
que las capas más participativas han tomado, de las acciones que se llevarán a
cabo con su ayuda (cualquiera que ellas pueda ser) y de la reflexión que todo esto
debe provocar. La separación entre grupos avanzados participativamente y la
retaguardia menos participativa o pasiva de la comunidad, llevará a la formación de
pequeños grupos de poder que pueden apartarse de los intereses de la comunidad
y, de hecho, separarse totalmente de ella. Por lo tanto, para que la participación sea
realmente popular, o para que alcance al mayor número de miembros de la
comunidad o grupo, es necesario un intenso trabajo de comunicación y motivación
por parte de las vanguardias del movimiento transformador de la comunidad (niveles
1 al 3 en el diagrama 2), con el resto de los miembros (niveles 4 al 7 y más allá). Y
por eso es que ningún nivel es despreciable. Todas las formas de participación son

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válidas y necesarias, pues aun las más tangenciales llevan dentro de sí el germen
del cambio a través de la acción social.

Las formas dramáticas de participación con grandes movimientos de masas también


forman parte de los movimientos de acción social participativa. Ellas suelen darse en
momentos de alta tensión producidos por situaciones o carencias límites, que un
determinado grupo, comunidad o población no puede aguantar más. En tales
momentos, aun aquellos que se ubican en el nivel 7 (los que miran, los que sonríen
desde lejos, los que comentan sin intervenir) y más allá: los indiferentes, los
alejados, los temerosos; participan, acuden a la protesta o a la celebración, hacen
sentir su voz, sus gritos o el impresionante rumor de su presencia y dejan ver el
imprecisable rostro de sus cientos de faces. Pero si bien este tipo de acción suele
producir rápidas respuestas, bien de atención a la solicitud del grupo, bien de
represión al grupo; sus efectos suelen ser puntuales y agotarse en una acción
inmediata, pero no siempre trascendente. Por ejemplo, después de un mes o más
sin agua, los habitantes de un barrio salen en manifestación, toman una vía pública
impidiendo el tránsito por ella, hacen pancartas, discursos y son registrados por los
medios de comunicación. Ese día o el siguiente, camiones cisternas llevan el líquido
tan deseado. Pero la causa de la necesidad no es atendida. Sólo se ha paliado la
carencia. Los ductos para el agua siguen iguales y es posible predecir que en la
próxima sequía, o dos semanas después, como tres mese antes, vuelva a faltar el
agua.

Ese tipo de participación, no obstante, tiene beneficios: aprender la capacidad de


presión que una movilización puede tener; y aprender que la participación de
muchos facilita la obtención de logros. Pero también tiene un costo para las
personas pues significa vencer sus temores, muchas veces enfrentando peligros,
casi siempre desatendiendo obligaciones de las cuales deriva la obtención del diario
sustento. Por razones como estas, la participación debe surgir de una planificación a
partir de las necesidades sentidas de una comunidad y en un proceso reflexivo que
incorpore el mayor numero posible de miembros de dicha comunidad. Y este
proceso de comunicación, consulta y reflexión no es una tarea fácil y sencilla.

La ” punta de lanza” de la participación organizada, constituye lo que puede definirse


como una “ minoría activa”, aquella que se opone o enfrenta a la voluntad de una
mayoría (no menos activa) de manera insistente, consistente, persistente, resistente
y además, muchas veces impertinente. Y cuya labor tenaz logra obtener cambios en
dicha mayoría que favorece a sus intereses y al logro de sus objetivos. Y en la
participación popular tales minorías necesitan, como antes se ha planteado, infiltrar
no sólo las decisiones y tendencias mayoritarias, sino además la voluntad de
quienes comparten su situación, de tal manera que la acción resistente o insistente,
sea llevada a cabo desde muchos frentes, por muchos actores, por variedad de
métodos, formas y en todo momento.

Y esto debe ser así, por cuanto también la influencia de la mayoría es continua e
igualmente contagiante, además de poseer medios de coacción y represión
sumamente convincentes. Sólo la participación, en todas sus múltiples
manifestaciones puede entonces generar la fuerza necesaria para enfrentarle. Y

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cuando disminuye la presión de una de las partes, la otra avanza a su costa. “El que
se resbala pierde”, dice un dicho y nunca más ilustrativo que en este caso.

Volviendo entonces al subtítulo que encabeza esta parte, el desencanto de no


encontrar en la participación la revolución en toda su gloria y apogeo, una vez que
se abandonan las ilusiones efectistas, es sustituido por el encanto más discreto de
los logros pequeños de cada día, que van construyendo esa subversión antes
mencionada y cuyo ritmo escapa a la planificación de agentes externos, des-
encantandola/o a veces, sorprendiéndola/o siempre con transformaciones y logros
que se producen en los momentos más inesperados, pero que no son producto de
azar ni de la desesperación “ aspecto este último que no debe ser menospreciado”,
sino de la reflexión, de la organización, de la decisión colectiva y de la participación
de cada día, en sus múltiples facetas.

La relación entre participación y logros es continua, pero no necesariamente esos


logros pequeños o los grandes logros de los cuales ellos son parte, se producen por
grandes movimientos de masa o de manera espectacular. Y si embargo, cuando se
ven los resultados de la participación o a través del tiempo, allí están las
transformaciones en el hábitat, en el vivir, en la gente. No cuando los agentes
externos los” planifican ”, sino cuando los actores sociales, a su propio ritmo y en
función de su trabajo participativo los producen.

Conclusiones inconclusas sobre la participación


¿Comunidad sin participación, participación sin comunidad?

¿Es posible la una sin la otra? Pareciera que para que se dice la participación
fuese necesaria la existencia de una consciencia de comunidad, de un sentido de
comunidad, de la identidad conducente a necesidades y objetivos compartidos por
un grupo social. Y a la vez, para que esa comunidad exista es preciso que entre sus
integrantes se haya dado o se dé un proceso de acciones compartidas, un vivir
compartido. Quizás la pregunta que suscita estas reflexiones no sea más que otra
de esos problemas rebuscados, para los cuales la respuesta está en la dinámica de
la vida. La comunidad se crea en la participación creada por la misma comunidad.

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