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A todos esos hombres y a todas esas mujeres, estén donde estén, en sus
momentos de exaltación o en sus crisis y derrotas, les hemos de hacer llegar
el anuncio solemne y tajante de San Pedro, durante los días que siguieron
a la Pentecostés: Jesús es la piedra angular, el Redentor, el todo de nuestra
vida, porque fuera de Él no se ha dado a los hombres otro nombre debajo
del cielo,por el cual podamos ser salvos.
Hemos de vivir de fe, de crecer en la fe, hasta que se pueda decir de cada
uno de nosotros, de cada cristiano, lo que escribía hace siglos uno de los
grandes Doctores de la Iglesia oriental: de la misma manera que los cuerpos
transparentes, nítidos, al recibir los rayos de luz, se vuelven
resplandecientes e irradian brillo, las almas que son llevadas e ilustradas
por el Espíritu Santo se vuelven también ellas espirituales y llevan a las
demás la luz de la gracia.
Si eso falta, habrá tal vez reflexión erudita, actividad más o menos intensa,
devociones y prácticas. Pero no habrá auténtica existencia cristiana, porque
faltará la compenetración con Cristo, la participación real y vivida en la obra
divina de la salvación.
Para concretar, aunque sea de una manera muy general, un estilo de vida
que nos impulse a tratar al Espíritu Santo —y, con Él, al Padre y al Hijo— y
a tener familiaridad con el Paráclito, podemos fijarnos en tres realidades
fundamentales: docilidad —repito, vida de oración, unión con la Cruz.
Los frutos del Espíritu son caridad, gozo, paz, paciencia, benignidad,
bondad, longanimidad, mansedumbre, fe, modestia, continencia, castidad:
y donde está el Espíritu del Señor, allí hay libertad.
Oración para finalizar
Ven Oh Santo Espíritu, llena los
corazones de tus fieles y enciende en
ellos el fuego de tu amor.
V. Envía tu espíritu y serán creados
R. Y renovarás la faz de la tierra.
Oh, Dios que has instruido los corazones de
los fieles con la luz del Espíritu Santo.
Concédenos según el mismo Espíritu,
conocer las cosas rectas y gozar siempre de
sus divinos consuelos. Por el mismo Cristo
nuestro Señor. Amén.