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Serie: Orientaciones Técnicas

RIESGO VITAL EN EL TRABAJO


CON ADOLESCENTES
DIRECCIÓN TÉCNICA
-SEPTIEMBRE 2017-

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Fundación Tierra de Esperanza
Exeter 540 D, Concepción - Chile.

RESPONSABLES DEL DOCUMENTO:


Elaboración:
Loreto Burgos Burgos. Dirección Técnica
Jaime Muñoz Vidal., Dirección de Investigación, Desarrollo e Innovación

Revisores:
Karina Zuchel Pérez. Directora Técnica Nacional
DIRIGIDO A:
Profesionales y técnicos, profesionales de Fundación Tierra de Esperanza.

*Documento elaborado para uso interno de la Dirección Técnica de Fundación Tierra de


Esperanza.

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Presentación
El presente documento tiene el propósito de entregar información ordenada en torno a las
principales situaciones que ponen en riesgo la vida de adolescentes en general y más
específicamente aquellos que participan en proyectos de Fundación Tierra de Esperanza.
Nuestra Misión nos convoca a estar atentos a distintas circunstancias que afectan a niños, niñas y
adolescentes y sin duda deben tener un especial foco de atención aquellas que ponen en riesgo su
vida
Datos de población general y otros que hemos recogido internamente, sitúan a la adolescencia como
período del desarrollo donde se agudizan ciertas condiciones, algunas de ellas tienen un desenlace
fatal, por tanto invitamos a todos quienes trabajamos en FTdE a revisar con especial atención la
información entregada en este documento y recoger aquello que aplica a la población con la cual
trabajamos

Objetivo
Entregar información relacionada con el riesgo vital en adolescentes, para que quienes trabajan en
Fundación Tierra de Esperanza estén alertas y generen acciones de prevención y manejo de los
riesgos que observamos en los distintos contextos, a fin de minimizar aquellos que puedan alterar el
curso de la vida de quienes nos movilizan diariamente y fortalecer todo factor protector que
promueva su bienestar.

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Índice

INTRODUCCIÓN 6

CONDUCTAS DE RIESGO EN LA ADOLESCENCIA 7

MORTALIDAD ADOLESCENTE EN CHILE 13

INDICADORES DE RIESGO EN LA POBLACIÓN ADOLESCENTE. GRUPOS CON 18


MAYOR VULNERABILIDAD EN LOS PROYECTOS DE FUNDACION TIERRA DE
ESPERANZA

a) Adolescentes infractores de ley 18

b) Adolescentes con consumo problemático de sustancias psicoactivas 21

REFERENCIAS 27

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Introducción.
La adolescencia, como etapa del desarrollo del ser humano abarca por lo general el periodo
comprendido entre el término de la pubertad y el comienzo de la adultez. En esta fase, el sujeto
alcanza la madurez biológica y sexual en el plano fisiológico, y efectúa una serie de cambios en el
plano psicológico y social que progresivamente le permiten alcanzar madurez emocional y social
(Papalia et. al., 2009). Este proceso de desarrollo es complejo e incluye modificaciones profundas en
los diferentes planos de funcionamiento del sujeto. El desarrollo en esta etapa implica llevar a cabo
la tarea evolutiva de definición de la identidad, vinculada al proceso de individuación de la familia de
origen, lo cual se asocia al desarrollo de diversas conductas de riesgo, generalmente relacionadas
con la pertenencia a un grupo de pares, y que son funcionales a la etapa del desarrollo en tanto le
permiten al joven vivenciar diversas experiencias enriquecedoras que favorecen la definición del
conjunto de características personales que configurarán su identidad, lo preparan para el mundo
adulto y lo posicionan desde una comprensión más profunda de su medio circundante.

A partir del nivel de ejecución de las tareas evolutivas propias de los periodos anteriores de
la trayectoria de desarrollo del o la adolescente, y de la conjunción de factores de riesgo y
protectores presentes en el sujeto tanto a nivel individual como contextual, esta etapa del desarrollo
se vivirá con mayor o menor complejidad, pudiendo no presentar dificultades de cuidado o bien,
asociada a la presencia de situaciones de mayor vulnerabilidad en confluencia con la presencia de
factores de riesgo. La etapa puede vivenciarse con un alto nivel de conflictos y dificultades, siendo
necesario contar con ayuda profesional para facilitar su abordaje.

En general, los y las adolescentes que presentan mayores niveles de dificultades


psicosociales, presentan a su vez mayor presencia de factores de riesgo, y pueden llegar a
desarrollar conductas en las que ponen en riesgo su vida.

Tal como se profundizará más adelante, las cifras de mortalidad adolescente asociadas a
causas externas en Chile son elevadas, y alcanzan a un 41% para el tramo comprendido entre los
10 a 14 años de edad en los años 2014 y 2015, y un 62% y 60% en los mismos periodos para el
tramo 15 a 19 años de edad. Esto, respecto a otras causas de mortalidad durante esta etapa del
desarrollo más que en otras etapas de la vida, lo que da cuenta de que este grupo tiende a verse
involucrado en situaciones de riesgo que pueden derivar en defunción, riesgos que son relevantes
de pesquisar de forma temprana para ejecutar estrategias de abordaje preventivo que logren evitar
situaciones graves en las que la vida de los y las adolescentes esté en peligro (INE, 2014-2015).

El presente documento busca entregar lineamientos de detección temprana y de abordaje


para casos de adolescentes que pudiesen estar en riesgo vital dada sus circunstancias de vida y la
realización de conductas de riesgo, con miras a generar contextos mas protectores y de actuación
preventiva con las y los adolescentes, en colaboración con los demás servicios e instituciones
encargadas de velar por su adecuado desarrollo y bienestar.

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El documento presenta una revisión del concepto de adolescencia y los parámetros de
desarrollo esperables para esta etapa de vida desde una perspectiva evolutiva, revisando también
los principales riesgos a los cuales los y las adolescentes se ven expuestos como parte del
funcionamiento psicológico y social propio de la etapa, y que dadas ciertas circunstancias
específicas de mayor vulnerabilidad y otros elementos de riesgo del contexto, posicionan a los y las
jóvenes en un mayor nivel de riesgo, que puede llegar a comprometer incluso su vida.

Se revisa también el concepto de mortalidad en adolescentes como marco comprensivo que


permite situar el fenómeno desde una mirada pragmática, con algunas cifras nacionales respecto de
la temática en cuestión que buscan dar cuenta de las principales causales de fallecimiento que
tienen lugar en esta etapa del desarrollo pero diferenciándola del Suicidio, ya que ésta última por las
características propias del fenómeno y su prevalencia, la sitúan como un problema de salud pública
en aumento a nivel mundial, y en Chile con tasas que la ubican en el XIII lugar entre los países que
integran la OCDE (FTDE, 2017) criterios que definen técnicamente la pertinencia de un abordaje
específico para el trabajo que desarrollan los equipos de Fundación Tierra de Esperanza con
población adolescente.

Conductas de riesgo en la adolescencia.


La adolescencia es el periodo evolutivo de transición entre la infancia y la etapa adulta, en la
que se encuentran comprometidos cambios biológicos, cognitivos y socioemocionales, que se inician
en la mayoría de las culturas entre los 10 y los 13 años para finalizar entre los 18 y 22 años
(Santrock, 2004). En esta tarea evolutiva, prima la continuidad por sobre la ruptura con el mundo de
la etapa anterior (Corral, Delgado, Díaz, Giménez, Gómez, Oliva, Sánchez, 2009).

Una de las tareas más importantes de la etapa adolescente, es la definición de la identidad


(Erikson, 1972), pero durante la construcción y logro de la misma, el o la adolescente se ve expuesto
a diversos contextos de riesgo u oportunidades en su experiencia vital, resultando en un proceso
que acentúa las diferencias individuales y con ello, genera diferentes trayectorias de desarrollo
adolescente.

Todo este complejo proceso de desarrollo, observado a partir de cambios evidentes a nivel
físico ocurre en paralelo a múltiples avances en las diferentes áreas de funcionamiento del sujeto.
En el área cognitiva, el desarrollo del pensamiento formal tiene importantes implicancias en las
formas de comprensión del mundo, de los otros y del sí mismo del o la adolescente; y por
tanto genera en el o la joven un conjunto de nuevas posibilidades de relacionamiento consigo mismo
y con su entorno. El pensamiento abstracto, como habilidad, le permite cuestionarse la realidad,
proponerse mundos posibles a través del idealismo, que incluso le puede llevar a rebelarse contra
las normas y la autoridad. Todo este potencial, lo conduce a experimentar nuevas sensaciones que
en ocasiones lo harán sentirse incomprendido, observado y juzgado por quienes le rodean. El
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egocentrismo, es un rasgo propio del pensamiento adolescente, que aumenta su percepción de
estar al centro de la atención, generando el fenómeno denominado audiencia imaginaria, frente a la
que deben actuar en base a sus propias autoevaluaciones (positivas o negativas) y preocupaciones;
por lo tanto, sus elecciones a nivel de apariencia y conducta, buscan responder/satisfacer o ser
admirados por esta audiencia. Este egocentrismo también se puede manifestar a través de la
llamada fabula personal, creencia a través de la cual los y las adolescentes se sienten seres
únicos, que viven experiencias que nadie más conoce, y que refuerzan la percepción de
incomprensión. Este mismo sentimiento, también los conduce a adoptar conductas de riesgo,
muchas veces no porque desconozcan las consecuencias, sino porque existe un
convencimiento de ser invulnerable frente a las consecuencias de algunas conductas, por
ejemplo el hecho de tener relaciones sexuales sin protección debido a pensar que él o ella no puede
ser víctima de una infección de transmisión sexual, de un embarazo o de un accidente.

El desarrollo socio-emocional esperable, se produce a partir de la interacción constante


con su entorno social. En esta área del desarrollo cobran relevancia el auto-concepto y la
identidad como procesos relacionados; éste último, un complejo fenómeno de naturaleza
psicosocial que posiciona al o la joven de una determinada manera frente a sí mismo y frente a los
otros, constituyendo una estructura de conjunto para su personalidad que lo define y diferencia de
los demás, pero que al mismo tiempo supone un conjunto de pertenencias sociales, definiendo
formas y mecanismos relacionales con el medio. Por su parte, el auto-concepto es una
construcción y elaboración del sí mismo que se ve afectado por los cambios cognitivos. A partir
de esta afirmación, entonces es necesario reconsiderar las posibilidades que entrega la adquisición
de la habilidad de abstracción con el desarrollo del pensamiento formal, en cuyas primeras etapas al
adolescente no le permite detectar las incoherencias entre sus distintas facetas, pero
progresivamente debiera ocurrir una mayor integración que se logra a partir de la experiencia de
actuación en contextos diversos, cuyas demandas de comportamientos y valores le permitirán al
adolescente en desarrollo diversificar su auto-concepto, integrando diferentes roles y produciendo, a
partir de ello, mayores niveles de satisfacción a partir del manejo de las incongruencias propias del
funcionamiento social. Asociado a ello, la autoestima, como componente valorativo del auto-
concepto y uno de los principales predictores del bienestar personal, también se irá diversificando e
integrando como consecuencia de las experiencias y competencias que el adolescente va
desarrollando, generando mayores y progresivos niveles de estabilidad en el funcionamiento del
sujeto (Corral et.al., 2009).

Desde un enfoque cultural, así como la niñez, el desarrollo de los y las adolescentes, y la
adultez emergente son periodos de la vida construidos culturalmente a través de la
socialización, a partir de la cual se traspasan las ideas culturales que son abstractas y que
corresponden al conjunto de normas y criterios morales comunes acerca de lo correcto e incorrecto,
y que definen expectativas para la conducta. Por lo tanto, incluyen papeles de género apropiados
para las personas, ideas acerca del trabajo, apariencia, y otros aspectos que diferencian hombres de
mujeres; papeles relacionados a la edad, al estatus, clase social. Durante la adolescencia, los y

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las jóvenes adquieren más conciencia de las ideas de su cultura y de los papeles que en ella
se definen por que han desarrollado más capacidad cognoscitiva para el pensamiento
abstracto y la introspección. De acuerdo a Arnett (2008) para que éste proceso se produzca, son
básicos tres aspectos: el primero; la autorregulación, entendida como la capacidad de ejercer el
control de sí mismo para contener los impulsos y ajustarse a las normas sociales, que incluye el
desarrollo de una conciencia que actúa como monitor interno para evaluar si se está cumpliendo o
no la norma social, y cuando ese monitoreo indica que no es así, se experimenta culpa. Segundo, la
preparación para los papeles, el que incluye papeles profesionales, laborales, de género, y de
instituciones como el matrimonio y la paternidad. Tercero, fuentes de significado que indican lo que
es importante, lo que debe valorarse y para qué debe vivirse; proporcionan fuentes de esperanza,
orientación a las personas que se plantean preguntas existenciales. Estos tres resultados de la
socialización, son compartidos por todas las culturas para sobrevivir y traspasarse de una
generación a otra, que se realiza de manera explícita o implícita a través de las prácticas y las
conductas que se enseñan a los jóvenes. Las fuentes de socialización abarcan muchos aspectos de
una cultura, incluyen a la familia (no sólo padres, a los hermanos, familia extensa), pares, amigos,
escuela, comunidad, trabajo, medios de comunicación, sistema legal y sistema de ideas culturales.

Las ideas culturales proporcionan la base para la socialización, donde los papeles o roles de
género que deben desempeñar mujeres y hombres durante la vida se ven impactados. Por lo que
cuando se habla de género, se debe tener presente que se trata de una construcción social,
cultural y simbólica de la diferencia sexual (FTDE, 2016). Su uso implica que las características
de los hombres y las mujeres responden a ideas, influencias, y percepciones culturales y sociales. El
rol de género, corresponde al conjunto de expectativas que describen como deberían pensar,
actuar, y sentir los hombres y mujeres (Santrock, 2003). El concepto de género como construcción
histórica y social, debe considerar su amplia variabilidad y versatilidad entre las culturas y a través
del tiempo, además de la multiplicidad de dimensiones que presenta la vivencia social del género,
entre ellas la pertenencia étnica, la religión, la clase social (Pérez-Luco, R., Alarcón, P.,Zambrano,
A., Alarcón, M., Lagos, L.,Wenger, L.,et al, 2014). La socialización diferencial por género comienza
desde la niñez en la mayoría de las culturas, un ejemplo de ello es, cuando los padres visten a los
niños y a las niñas de manera diferente, le dan juguetes distintos y decoran sus cuartos de manera
diferente; durante la niñez media, las reglas de género se vuelven temporalmente más flexibles, pero
durante la adolescencia, con la llegada de la pubertad los y las adolescentes experimentan una
intensificación de las expectativas relacionadas con el género (Arnett, 2008). La hipótesis de la
intensificación del rol de género desarrollada por Hill y Lynch (citado en Santrock, 2003) plantea
que las diferencias psicológicas y conductuales entre los y las adolescentes se exacerban en el
primer periodo de la etapa por la intensificación de las presiones de socialización para conformarse a
los roles masculino y femenino, en el que deben comenzar a funcionar del modo más similar a los
estereotipos adultos.

La teoría del desarrollo cognitivo del género de Kohlberg (citado en Arnett, 2008), plantea
que la identidad de género es entendida por los y las niños alrededor de los 3 años, entienden que

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son un hombre o una mujer, lo que les permite organizar la información del mundo que los rodea,
por ejemplo, los juguetes que los clasifican para niños o para niñas. A partir de este tipo de
ordenamiento van regulando su conducta al insistir en hacer cosas que son para niños y evitar las
que hacen las niñas, y viceversa; este proceso es denominado autosocialización, que se flexibiliza
entre los 6 y los 10 años, y vuelve a rigidizarse en la adolescencia temprana, explicado a través del
desarrollo cognoscitivo que se alcanza en la etapa, que incluye el desarrollo de la reflexión y de la
idealización, lo que conlleva a preguntarse qué significa ser hombre o mujer y a realizar juicios
acerca de si se está a la altura de las expectativas culturales sobre lo que es propio o no para cada
género. En complemento, la teoría de los esquemas de género afirma que la atención y el
comportamiento de un individuo están guiados por una motivación interna a identificarse con los
modelos socioculturales basados en los roles de género, enfatizando en la construcción activa de
éste, pero aceptando que la sociedad determina qué esquemas son importantes (Santrock, 2003).
Los esquemas de género influyen en la forma de interpretar la conducta de los demás y en lo que se
espera de ellos.

En la década de los setenta, comienzan a emerger cuestionamientos a los roles


tradicionales asociados a lo masculino y femenino, que tienen su raíz en el movimiento feminista de
los años sesenta a través del cual se buscaba igualdad de derechos y oportunidades para las
mujeres. De acuerdo a Arnett (2008) este movimiento hizo que mucha gente en occidente
reconsidere las ideas sobre lo masculino y femenino, y el resultado de esto fue que podría ser más
conveniente trascender la oposición tradicional de estos rasgos, y promover el desarrollo de lo mejor
de cada uno. Según esta visión, no hay razones por las que un hombre no pudiera ser independiente
(masculino) y cálido (femenino), o por lo que una mujer no pudiera ser compasiva (femenina) y
ambiciosa (masculina). Se desarrollan investigaciones en este sentido que permiten la construcción
de un nuevo concepto, la androginia, la que propone la presencia de un nivel elevado de rasgos
deseables tanto femeninos como masculinos en la misma persona.

Arnett (2008) plantea que la globalización tiene un efecto importante en los temas de
identidad, en especial para los y las adolescentes y los y las adultos emergentes. Sostiene que
muchos jóvenes de todo el mundo adoptan una identidad bicultural, una parte arraigada en su
cultura local, mientras que la otra proviene de la conciencia de su relación con la cultura global. La
globalización modifica muchas culturas con la introducción de medios de comunicación mundial,
economías de libre mercado, instituciones democráticas, mayor duración de la escolaridad formal, y
la postergación del matrimonio y la paternidad. Tales cambios alteran prácticas y creencias
culturales tradicionales y pueden conducir no a una identidad bicultural, sino hibrida, que integra la
cultura local con elementos de la cultural global. Agrega además que para algunos jóvenes, es
más difícil adaptarse a los rápidos cambios en su cultura, donde las imágenes, valores y
oportunidades que perciben como parte de la cultura global debilitan las creencias en los
valores de las prácticas culturales locales; al mismo tiempo que los estilos de la cultura global
parecen fuera de su alcance, lo que genera sentimientos de exclusión y marginación de su propia

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cultura, como de la cultura global. Esta de identidad, se manifiesta en problemas como
depresión, suicidio, y consumo de drogas.

De acuerdo a Corral et.al (2009) plantean que a pesar de las evidentes consecuencias
negativas de las conductas de riesgo, existirían ventajas evolutivas al asumir durante la
adolescencia conductas de riesgo, lo que fundamentan a partir de la conceptualización usada por
Erikson, de la adolescencia como una etapa de moratoria psicosocial, donde la experimentación
de ideas y conductas, dentro de algunos límites, sería un pre-requisito para el logro de identidad y de
autonomía personal. Proponen la idea de riesgos como una oportunidad para el desarrollo y
crecimiento personal, donde algunas conductas temerarias pueden funcionar como indicadores de
una transición a un estado más maduro. Estas ideas las respaldan a partir de estudios
longitudinales, donde encuentran que conductas de riesgo como el consumo moderado de
ciertas drogas durante la adolescencia, están relacionadas con un mejor ajuste psicológico en la
adultez temprana. Oliva, Parra, y Sánchez-Queija (2008) a través de un estudio descriptivo
longitudinal realizado para identificar diferencias en las trayectorias de consumo de sustancias a lo
largo de la adolescencia y analizar las consecuencias que ese consumo tenía durante el desarrollo
temprano de la etapa, y durante el periodo medio de ella para el ajuste emocional y comportamental
al final de la adolescencia, en una muestra total de 101 adolescentes escolarizados (63 hombres, y
38 mujeres) en España. El estudio considero una primera fase transversal, sobre una muestra inicial
de 513 adolescentes entre 13 y 19 años de edad, seleccionados en 9 centros educativos de la
Provincia de Sevilla. En la segunda fase de investigación, se realizó seguimiento longitudinal a los
jóvenes de la muestra inicial que tenían 13 años y que fueron evaluados en 2 nuevas ocasiones, a
los 15 y a los 18 años. Los resultados encontraron 3 grupos de adolescentes en base a las
trayectorias seguidas por el consumo de sustancias; el primero, consumo bajo; el segundo, consumo
ascendente; y el tercero, de experimentación precoz. La comparación de los 3 grupos, identifico un
mejor ajuste psicológico en la adolescencia tardía para el grupo de varones y mujeres del
grupo de experimentadores. Mientras que los problemas de conducta fueron más frecuente
para el grupo de consumidores ascendentes. Además, con los análisis de regresión encontraron
que el consumo moderado de sustancias en la adolescencia temprana estaba relacionado con
una autoestima más alta y con menos problemas emocionales al final de la adolescencia, pero
no con más problemas externos. El estudio identifico diferencias de género referidas a la mayor
importancia que tiene el consumo precoz en los varones para el incremento de la autoestima, lo que
podría ser explicado por la mayor valoración social que tiene la implicación de los hombres en
conductas de riesgo que son más restringidas para las mujeres. Cuando el consumo de sustancias
se presenta en la adolescencia media o tardía está asociado a problemas de conducta,
probablemente porque es un consumo más intenso y con motivaciones diferentes al de la
experimentación. Es posible que una actitud adolescente conservadora y de evitación de riesgos
esté asociada a una menor incidencia de algunos problemas comportamentales y de salud, sin
embargo, también es bastante probable que esa actitud tan precavida conlleve un desarrollo
deficitario en algunas áreas, como el logro de la identidad personal, la creatividad, la iniciativa
personal, la tolerancia ante el estrés o las estrategias de afrontamiento (Oliva, 2004).

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La identidad consiste en la continuidad del sí mismo a lo largo del tiempo, pero permite
diferenciar al adolescente de la familia, de su contexto. Permite anticipar conductas individuales en
distintos contextos y circunstancias; al mismo tiempo que permite acercar al adolescente a su
familia, sus pares, espacios o grupos sociales, colegas profesionales, laborales, grupo etario,
momento histórico. El final de la adolescencia es un cierre de cambios, y exploraciones pero
lleva a uno de compromiso personal y laboral. Este proceso debe permitir lograr una identidad
coherente que no cambia significativamente de un lugar a otro, establecer una intimidad adecuada
en término de relaciones maduras, sexuales y emocionales; un sentido de integridad que le permita
evaluar lo bueno y malo, con desarrollo de sentimientos socialmente responsables; independencia
psicológica que permite tomar decisiones, asumir funciones, responsabilidades; e independencia
física con capacidad de ganarse el propio sustento sin apoyo familiar (Florenzano, 1997).

La adolescencia es un periodo vulnerable, donde las conductas de riesgo cobran una


particular relevancia por lo que han sido especialmente estudiadas mediante evidencia comparada.
En Chile, desde la perspectiva del riesgo psicosocial, Hein, Blanco y Mertz (2004) refieren que los
factores de riesgo son situaciones contextuales, o personales que al estar presentes
incrementan la probabilidad de desarrollar problemas emocionales, conductuales o de salud.
Este tipo de problemas promueven la ocurrencia de desajustes adaptativos que dificultan el logro del
desarrollo esperado para él o la joven. Estos investigadores proponen analizar las características del
entorno inmediato con las características personales; o sea, como se produce la interacción entre
variables como la influencia de los pares, las características familiares, la comunidad, la cultura con
las vulnerabilidades individuales como las características cognitivas, temperamentales. Corral et.al
(2009) refieren que desde lo cognitivo se encuentra la tendencia del adolescente a considerarse
invulnerable, lo que les limita las posibilidades de valorar el peligro derivado de ciertas
conductas a largo plazo, aspecto que se ve reforzado por pares que tienen estilos cognitivos
similares, por lo que la presión grupal juega un rol importante al momento asumir conductas
de riesgo.

El espectro de problemas adolescente puede ser muy amplio, y varían en gravedad como
en función del sexo y del nivel socioeconómico. Santrock (2004) sostiene que algunos problemas
aparecen en algunos niveles evolutivos, pero los más consultados desde la salud mental son los
sentimientos de tristeza, desánimo o depresión, bajo rendimiento académicos. También refiere que
se ha constatado que factores como la pobreza, una educación paterna inadecuada y los
trastornos mentales de los padres predicen los problemas adolescentes. En Chile, desde el
ámbito de la salud, Florenzano (2005) identifica como los principales factores de riesgo en la
adolescencia a la farmacodependencia, la conducta sexual temprana, la delincuencia y conductas
violentas y la deserción escolar. En este mismo sentido, Corral et.al.(2009) refieren que en la
psicología actual no puede sostenerse la imagen de la adolescencia como un periodo de
conflictos y dificultades generalizadas, pues existe suficiente evidencia empírica que apunta a un
aumento durante la adolescencia de la conflictividad familiar, la inestabilidad emocional y los
comportamientos de riesgo. Plantean como paradójico que mientras aumenta la fuerza muscular, la

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resistencia física, la fortaleza del sistema inmunológico y las habilidades para razonar, la morbilidad
y la mortalidad aumenten en un 200% y un 300% con el paso de la infancia a la adolescencia;
cuyo incremento estaría vinculado a problemas relacionados con el control de emociones y la
conducta, tales como accidente de tráfico, suicidios, homicidios, depresión, consumo de sustancias,
y trastornos de la conducta alimentaria.

En Corral et.al (2009) se proponen 5 principios generales de base sistémica o ecológica del
desarrollo para conceptualizar y caracterizar las conductas problemas de los y las adolescentes: (1)
los problemas de los y las adolescentes suelen estar causados por múltiples factores individuales y
contextuales; (2) los mismos factores no afectan de la misma forma a todos los sujetos, por ejemplo
un o una adolescente puede desarrollar síntomas depresivos como resultado de una combinación de
influencias estresantes, otro puede salir más o menos indemne de esa situación. Determinados
factores biológicos presentes en el primer caso y ausentes en el segundo pueden marcar los
diferentes resultados sobre el ajuste emocional del o la adolescente. (3) Las influencias pueden
interactuar e influirse mutuamente; por ejemplo, si en el origen de la conducta agresiva están
involucrados factores biológicos y familiares, es muy probable que en algún momento estos factores
se hayan influido mutuamente. Si un niño de temperamento difícil y con un alto nivel de actividad
puede generar en sus padres mucho estrés, quienes podrán responder con un estilo coercitivo y
autoritario con el uso del castigos físicos, lo que podría influir en el surgimiento de comportamientos
agresivos del niño(a) hacia sus pares. (4) Muchas conductas problemas pueden darse de manera
conjunta, esta co-morbilidad se puede producir porque los factores de riesgos implicados en el
surgimiento de la conducta problema, como el consumo abusivo de sustancias, pueden aportar en el
desarrollo de otros desajustes comportamentales, como las conductas sexuales de riesgo, las
conductas suicidas, las conductas delictivas. Además, un problema puede ser factor de riesgo para
otro como el trastorno depresivo sobre el consumo de sustancias o sobre la tentativa de suicidado.
(5) Las conductas problemáticas suelen presentarse en un continuo, lo que supone que en muchos
casos habrá que decidir a partir de qué grado un determinado comportamiento puede ser
considerado problemático.

Mortalidad adolescente en Chile.


Para abordar el tema de la mortalidad adolescente por causas externas es necesario tener
claro que se han definido diversas causas de defunción, las que desde el área de salud, deben ser
registradas en el certificado médico de defunción y que están tipificadas en la Clasificación
Estadística Internacional de Enfermedades y Problemas relacionados con la Salud en su décima
Revisión CIE-10, (1995). Éstas corresponden a todas aquellas enfermedades, estados
morbosos o lesiones que causaron la muerte o que contribuyeron a ella, y las circunstancias
del accidente o de la violencia que produjeron dichas lesiones. A su vez, la causa básica de
defunción corresponderá a la enfermedad o lesión que inició la cadena de acontecimientos

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patológicos que condujeron directamente a la muerte, o las circunstancias del accidente o violencia
que produjeron la lesión fatal.

En este marco existe un conjunto de causas posibles de muerte en las personas, dentro de
las cuales se han definido las causas externas de mortalidad, que corresponden a una
clasificación de acontecimientos ambientales y circunstancias como la causa de
traumatismos, envenamientos y otros efectos adversos que pueden causar la muerte.

Se incluyen dentro de esta clasificación los accidentes (de transporte, caídas, ahogamiento y
sumersión accidentales, exposición a humo, fuego y llamas, envenamientos accidentales por, y
exposición a sustancias nocivas), lesiones autoinflingidas intencionalmente, agresiones y
contratiempos durante, reacciones anormales y complicaciones ulteriores relacionadas con la
atención médica.

En la población general, según datos del 2014 y 2015, las causas externas de mortalidad
son responsables del 7,6% de las defunciones generales por grandes grupos de causas. Mientras
que la población adolescente entre los 10 y 14 años, los fallecimientos se deben en un 41% a
causas externas de mortalidad en los mismos periodos, equivalentes a un total de 82, y 85
defunciones para cada año respectivo. En estos porcentajes se identifican además diferencias de
género, ya que en el caso de los hombres un 43% de las defunciones son por causas externas en el
año 2014, porcentaje que aumenta a un 53% para el año 2015, mientras que en las mujeres el
porcentaje llega a un 37% en el primer periodo, y aumenta a un 47% en el segundo. En el caso del
tramo de edad entre los 15 y los 19 años, el porcentaje de defunciones asociadas a causas
externas aumenta al 62% correspondiendo a un total de 359 defunciones en el primer periodo;
manteniéndose las diferencias de género, ya que los varones de este tramo etario que fallecen
por causas externas, alcanzan un 69% en el año 2014, porcentaje que aumenta a un 79% en el
año 2015; mientras que las mujeres, alcanzan un 56% en el primer periodo, y para el segundo, la
cifra disminuye a un 21% de defunciones por estas causas (Instituto Nacional de Estadísticas, 2014-
2015).

Según datos de mortalidad de los años 2014-2015, al desagregar las causas externas en
tres grupos según su carácter de accidentes en general, lesiones autoinfligidas intencionalmente y
agresiones en general, es posible apreciar que, tal como se observa el en gráfico 1, en el tramo de
edad entre los 10 y los 14 años, la mayor prevalencia se asocia a muertes por accidentes, con
un 66% y 69% del total de fallecimientos por causas externas en este tramo etario en cada uno de
los periodos. Las defunciones en esta categoría están mayormente asociadas a accidentes de
vehículo de motor o sin motor, tipo de vehículo no especificado; peatón lesionado en otros
accidentes de transporte, y en los no especificados; ahogamiento y sumersión no especificados; y
exposición a fuego no controlado en edificio o en otra construcción. Otro 26% y 25% en los mismos
periodos de las defunciones para este tramo etario se producen por lesiones autoinfligidas
intencionalmente, donde la causal específica mayormente presente corresponde a lesión
autoinfligida intencionalmente por ahorcamiento, estrangulamiento o sofocación. Finalmente un
13
8% y 6% respectivamente para cada año, los fallecimientos por causas externas para este rango
etario son consecuencia de agresiones provocadas mayormente, por disparo de rifles, escopetas,
armas largas, otras armas de fuego, otras no especificadas, agresión con objeto cortante
(INE, 2014-2015).

A partir del mismo gráfico, si se efectúa el mismo procedimiento de desagregación para el


tramo de edad entre los 15 y los 19 años, se constata que un 46% en el año 2014, porcentaje que
aumenta a un 48% en el 2015 para el total de las defunciones por causas externas producidas
por accidentes, donde los que aparecen como más prevalentes en orden de importancia son los
accidentes de vehículo de motor o sin motor, tipo de vehículo no especificado; peatón lesionado en
otros accidentes de transporte, y en los no especificados; ahogamiento y sumersión no
especificados; exposición a factores no especificados; otras caídas de un nivel a otro; exposición a
corriente eléctrica no especificada; motociclista lesionado en otros accidentes de transporte, y en los
no especificados. En un segundo lugar se evidencia la presencia de un 31% de fallecimientos
asociados a lesiones autoinfligidas intencionalmente en el año 2014, que disminuyen a un 29%
en el 2015 en este grupo etario. Para esta categoría de causal de muerte se identifica la mayor
prevalencia de ahorcamiento, estrangulamiento o sofocación, seguida por la lesión autoinflingida
intencionalmente por disparo de otras armas de fuego, y de las no especificadas. La tercera causa
externa de defunción en este tramo etario corresponde a las agresiones, con un 23% del total de
fallecimientos en el año 2014 y 22% para el año 2015. Cabe destacar que las dos causales
específicas mas prevalentes en esta área corresponden a agresión con disparo de otras armas de
fuego, y de las no especificadas y agresión con objeto cortante, ambas con el mismo nivel de
presencia (INE, 2014-2015).

Gráfico 1. Causas de mortalidad externa diferenciadas por tipo y tramo de edad comparada en 2 periodos.
(Elaboración propia a partir de datos de mortalidad del año 2014, 2015 del INE)
14
Las diferencias por sexo al desagregar las causas externas de mortalidad en accidentes,
lesiones autoinfligidas intencionalmente y agresiones, para cada tramo de edad se pueden
observar en el gráfico 2, que además compara cifras para los años 2014 y 2015. En éste es
claramente visible la preponderancia de fallecimientos por causas externas en hombres, en
todos sus tipos, en ambos tramos de edad y en ambos periodos de tiempo. En el caso del tramo de
edad entre los 15 y los 19 años, esta diferencia se hace más marcada, evidenciándose que el
grupo de los hombres está en mayor riesgo de fallecer por causas externas de mortalidad en
cualquiera de sus tipos.

Gráfico 2. Recuento de muertes por causas externas por rango de edad, sexo, tipo de causa
(Elaboración propia a partir de datos de mortalidad del año 2014-2015 del INE)

A partir de la lista oficial de los 210 NNA fallecidos en los últimos 11 años en los centros de
la red Sename, publicada por el Diario El Mercurio el 16 de octubre de 2016, es posible identificar
en el gráfico 3 que el 54,8% de los fallecidos correspondió a NNA en situación de discapacidad, el
23.8% fallecieron por paro cardiorespiratorio y afines, el 30,5% por insuficiencias respiratorias, el
4,3% por muertes súbita, encefálica y otras, 17,1% por Shock séptico y multiorgánico, un 5,2% a
causas indeterminadas y un 19% a causas externas de mortalidad, equivalente a 40 casos. De
este total de fallecimientos por causas externas, un 60% correspondió a hombres y un 40% a
mujeres. Un 67,5% correspondió a accidentes, un 7,5% a agresiones y un 25% a lesiones
autoinflingidas intencionalmente. Cabe destacar que un 62,5% de los fallecimientos asociados a
causas externas se asoció a NNA entre los 10 y los 18 años y solo un 37,5% correspondió a niños
15
menores de 9 años, los cuales, en la totalidad de los casos sufrieron muertes asociadas a
accidentes.

Grafico 3.Listado fallecimientos de NNA de la RED SENAME por causa, y los fallecidos por causas
externas. (Elaboración propia a partir de listado publicado por diario el Mercurio, octubre 2016)

En el caso de la población atendida por Fundación Tierra de Esperanza, según registros


generados entre el año 2010 al 2016, se han presentado un total de 51 fallecimientos. Según se
puede identificar en el gráfico 4, estás defunciones corresponden a usuarios de las líneas de
tratamiento del consumo problemático de drogas (41,2%), justicia juvenil (33,3%), protección de
derechos (23,5%), y educación (2%). De los 51 fallecidos, solo 39 casos registran datos de edad al
momento del fallecimiento, quienes presentan una media de 18 años. Del total de fallecimientos, un
90,2% se puede atribuir a causas externas de mortalidad, un 7,8% a otras causas y un 2% no
cuenta con información de la causal que provoca la defunción, y tampoco es posible precisar la
proporción de usuarios fallecidos de acuerdo a género. Cabe destacar que, de los 46 fallecimientos
por causas externas, es decir, sólo el 90,2% de fallecidos por causas externas, el 26,1%
corresponde a accidentes, 30,4% a agresiones y un 43,5% a lesiones autoinflingidas
intencionalmente.

Las cifras de fallecimiento en la población atendida por Fundación Tierra de Esperanza,


permiten concluir que la población más vulnerable o de mayor riesgo de fallecimiento por causas
externas, corresponde a los y las adolescentes infractores de ley atendidos en equipos de
tratamiento, justicia juvenil, educación; luego los y las atendidos en programas de protección de
derechos.

16
Grafico 4. Fallecimientos de población atendida en FTDE entre 2010 al 2016 por línea y
causales.(Elaboración propia)

Indicadores de riesgo en la población adolescente. Grupos con mayor vulnerabilidad en los


proyectos de Fundación Tierra de Esperanza.

a) Adolescentes infractores de ley.

Cuando se hace referencia a conductas de riesgo asociadas al comportamiento delictivo,


también es necesario realizar distinciones. Cómo se ha podido ver, durante la adolescencia es
esperable que se explore, se pongan a prueba límites. La evidencia al respecto así lo comprueba.
Retomando los análisis realizados por Hein, Blanco y Mertz (2004) acerca de los factores de riesgos
y la delincuencia juvenil, proponen distinguir entre las conductas de riesgos que se producen durante
la adolescencia y que son de carácter experimental, propias de la etapa y que cesan con la misma,
de aquellas que persisten y pueden convertirse en problemáticas.

Existe abundante revisión de experiencias internacionales acerca de la identificación de


factores de riesgos, prevención, e intervención con adolescentes infractores de ley (Araya y Sierra,
2002; Vanderschueren y Lunecke, 2004; Hein, Blanco, y Mertz, 2004; Munizaga, 2009;
Droppelmann, 2010), las que coinciden en concluir que la delincuencia cometida por adolescentes
debe ser observada como un proceso en el que intervienen una multiplicidad de factores de orden
individual, familiar, contextual y social.

En consistencia con lo planteado por Hein (2004), Laporte (2008) distingue la actividad
delictiva propia de procesos adolescentes como delincuencia común, y a la que tiende a
estabilizarse durante la adolescencia para constituir una trayectoria delictiva consolidada en la
adultez como delincuencia persistente. La delincuencia común es descrita por Frechette y Leblanc
(1998) como una conducta pasajera, caracterizada por presentarse en la mayoría de los
17
adolescentes de sexo masculino (entre un 90-95% de acuerdo a estudios de autorreporte en los
últimos 12 meses) sin diferencia de clase social. Se identifica como una actividad ocasional durante
un periodo relativamente breve, basado en la irresponsabilidad, correspondiendo a una forma de
desobediencia social, relacionándose con el proceso de integración de la norma social.

En cambio la delincuencia persistente se asocia a la presencia de múltiples factores de


riesgo, caracterizada por ser cometida por un número reducido de jóvenes quienes serían
además los responsables de la mayor cantidad de hechos delictuales; corresponde a un subgrupo
que va entre 5 a 10% de la población masculina que delinque y presentan suficientes problemas
como para que su desarrollo psicosocial se vea amenazado o comprometido. Se caracterizan
por presentar una conducta criminal abundante, con delitos heterogéneos, de mayor gravedad y una
larga duración o persistencia. La disfuncionalidad se apoya sobre factores estables (de
comportamiento, sociales y psicológicos), existiendo una muy baja o nula capacidad para responder
a las intervenciones. En la evidencia internacional, para este tipo de delincuencia se identifican
cuatro formas de expresión, que se diferencian por la presencia de déficits específicos en la
personalidad de los sujetos. Estos déficits pueden variar en calidad y cualidad según cada tipo
(Piché, Fréchette, Burns, Charland, Demers, y Goyette, 2006).

Desde la criminología evolutiva, un aporte concreto para centrar la evaluación y la


intervención con adolescentes que desarrollan conductas delictivas, son los realizados por Andrews,
Bonta y Hoge, a través del modelo de Riesgo-Necesidad-Responsividad, en adelante RNR. Modelo
desarrollado desde los años 80, pero dado a conocer en los 90, proponen la presencia de factores
de riesgos que predicen mejor la probabilidad de que una conducta delictiva se mantenga o
aumente. Esta agrupación de factores de riesgos entonces, serán entendidos como factores de
riesgos criminógenos, los que corresponden a 8 de acuerdo a la evidencia encontrada a partir de
estudios de metaánalsis desarrollados por estos investigadores. Andrews y Bonta (2006) concluyen
que de estos factores, cuatro de ellos son mejores predictores y corresponden a los siguientes:
(1) la historia de conducta antisocial, cuyo riesgo más específico es medida en base a la
identificación de la edad de inicio en la conducta delictiva, la participación constante en un número y
variedad de actos antisociales en diferentes contextos; (2) los patrones de personalidad antisocial,
correspondiendo éstos a la presencia de impulsividad, búsqueda de emociones intensas e
irresponsables, bajo autocontrol, y alta agresividad; (4) la cognición antisocial, correspondiendo a
actitudes, valores, creencias, racionalizaciones que justifican la conducta criminal; estados cognitivos
emocionales de ira, resentimiento, y desafío; conflicto entre una identidad delictiva y una anti
delictiva;(4) los pares con conducta antisocial, vale decir, el contacto permanente con sujetos con
compromiso delictivo y el asilamiento con los que no tienen. Los siguientes cuatro, presentan
mediano peso predictivo: (5) la familia y pareja; (6) abuso de sustancias; (7) escolaridad y trabajo;
(8) recreación y uso del tiempo libre.

El modelo plantea desarrollar un análisis entre factores de riesgos estáticos y


dinámicos, donde los estáticos corresponden a toda la agrupación de riesgos que se configuran
desde el momento de la evaluación y que no se pueden revertir, sino sólo pueden aumentar en
18
gravedad de no intervenirse. Los factores de riesgos estáticos serán entonces, la precocidad
delictiva, volumen de delitos en su totalidad (suma total entre autorreporte no judicializado y
judicializado) impulsividad, historia y edad de inicio de consumo de sustancias. Mientras que los
factores de riesgos dinámicos corresponden a los que si se pueden intervenir y se encuentran
vinculados con el comportamiento criminal, como las actitudes pro-transgresoras, pares con
compromiso delictivo, insatisfacción escolar, supervisión familiar inadecuada o pobre vinculación,
abuso de drogas, patrones de personalidad antisocial. Este modelo sostiene, que a través del
análisis de estos riesgos es posible diferenciar trayectorias delictivas, distinguir entre delincuencia
común y delincuencia persistente. Por lo tanto, con el principio de riesgo se establece que el
comportamiento criminal es predecible, y que las intervenciones de especialistas deben estar
centradas en los delincuentes de alto riesgo, quienes presentan mayor volumen de riesgos estáticos.
El principio de necesidad propone que la intervención debe estar centrada en los riesgos dinámicos
porque son los que se encuentran directamente vinculados con la actividad delictiva, por lo tanto
deben constituir los auténticos objetivos de intervención. El principio de responsividad sostiene la
relevancia de desarrollar intervenciones que se ajusten a las características del individuo; esto es,
factores personales, factores socio biológico de la personalidad del infractor, sexo, edad entre otros.
La base de este principio es que el tratamiento o la intervención va mejorar en la medida que se
preste atención a los factores personales que pueden facilitar el aprendizaje, pues tienen la
potencialidad de facilitar u obstaculizar la intervención.

En la evidencia nacional, con los aportes encontrados a partir del estudio del Modelo
Multidimensional de Intervención con Adolescentes infractores de Ley MMIDA (Pérez-Luco,R., et al,
2014), el que se construye a partir de una metodología de Investigación- Acción- Participante, se
concluye primero que para la población adolescente infractora Chilena; también es posible
discriminar en base al análisis de los factores de riesgos criminógenos y el momento de desarrollo
en que se encuentra la actividad delictiva de un adolescente. Para ello, a través de la etapa de
diferenciación con el uso de instrumentos de autorreporte, instrumentos actuariales que
corresponden a los que combinan criterios del autorreporte, fuentes formales de información y el
jucio profesional; más instrumentos exclusivos de juicio profesional estructurado, es posible hacer la
distinción del tipo de delicuencia para adolescentes de sexo masculino, proponiendose para ellos 3
categorías: (1) Delincuencia Transitoria, en ella se encuentran considerados adolescentes que
cometen actos delictivos como consecuencia de las necesidades de desarrollo propias de la etapa,
donde la exploración de los límites personales, el proceso de individuación o la necesidad de
validarse con los pares los expone a este tipo de actividad como una respuesta de desobediencia
social y de interacción de las normas sociales. Por estas características, se trata de una conducta
pasajera presente en casi todos los adolescentes varones y de la mayoría de las mujeres, sin
distinción de origen étnico, social, económico y nivel educativo.

(2) Delincuencia Persistente, cometida por un número limitado de adolescentes donde las
dificultades de su desarrollo psicosocial son lo suficientemente graves como para alterar el
cumplimiento de las tareas de la etapa. Entre las principales características se encuentran, el inicio

19
precoz en conductas delictivas, antes de los 13 años; conducta delictiva abundante,
heterogénea, de creciente gravedad y larga duración. Dada la presencia de variados factores de
riesgo criminógenos y su interacción con variables familiares y del contexto sociocultural, se
concluye que el mayor peso predictivo de los riesgos criminógenos en la población de
adolescentes Chilenos, a diferencia de lo encontrado por Andrews y Bonta (2006) serían (a)
desengache escolar; (b) baja supervisión parental; (c) alto consumo de drogas y alcohol.
Estos factores pueden estar presentes en cualquier orden, y no excluye los otros 5 riesgos
criminógenos del RNR.

(3) Delincuencia compleja, en esta clasificación se encuentran los comportamientos


delictivos que se encuentran determinados fuertemente por trastornos de salud mental,
alteraciones en la personalidad o conflictos psicológicos de carácter traumático, condiciones
que aumentan el riesgo o gravedad del delito; y que generan o mantienen el actuar delictivo. El
patrón desorganizado de comportamiento invade todos los ámbitos de la actividad del joven,
exponiéndolo a comportamientos de riesgos y rechazos sociales. En este grupo se encuentran
adolescentes que cometen delitos sexuales o desarrollan prácticas abusivas sexuales sin presentar
otro tipo de delito asociado en su historia de vida. También los jóvenes que presentan co-morbilidad
entre una actuación delictiva polimórfica, que además puede ser abundante junto a trastornos de
salud mental que dificultan la adecuada adaptación social.

A partir de lo anterior, el MMIDA recomienda intensidades de intervención para cada tipo de


delincuencia; pero es en la etapa de profundización, con el apoyo de otros instrumentos de
autorreporte, actuariales, y de juicio profesional, con los que se puede determinar la “trayectoria
delictiva”, la que en base a la configuración que presentan los riesgos criminógenos en la población
adolescente infractora Chilena, se pueden identificar 5 formas diferencias de comportamiento
delictivo. El MMIDA sugiere el uso conceptual de “trayectorias delictivas” y no de tipologías
delictivas, pues se sitúa desde una perspectiva evolutiva, donde el cambio o interrupción de una
“carrera delictiva” es posible en la medida que se realice una adecuada evaluación de riesgos
criminógenos, por lo tanto se trata de una identidad hacia lo delictivo que puede ser intervenida.

b) Adolescentes con consumo problemático de sustancias psicoactivas

El último estudio Nacional de Drogas en Población General de Chile 2014, identifica una
tendencia de aumento sistemático en el consumo de marihuana en el país a partir del año 2010. La
prevalencia de consumo alguna vez en la vida pasa de un 23% en el 2012 a un 31,5% en el 2014, y
la prevalencia de consumo del último mes, llega a un 6,8% correspondiendo ambas cifras a las más
elevadas de las reportadas durante los diez estudios previos. Al desagregar las cifras por rango
etario, se encuentra que la prevalencia de consumo en adolescentes de 12 a 18 años presenta un
aumento significativo respecto de la medición del año 2012, variando de 6,7% para ese año a 13,5%
en el 2014. El estudio también pesquiso en los consumidores del último año, el tipo de marihuana
consumida en mayor frecuencia durante los últimos 12 meses, detectándose para el grupo de
adolescentes que el consumo preferente es por la marihuana verde en un 54,4%; sin
20
embargo, el consumo de marihuana paraguaya o prensada, alcanza a un 30,9% para este
mismo rango de edad, concentrado en el NSE bajo; y un 4,4% de marihuana de alta potencia o
skunk (Observatorio Chileno de Drogas, 2015).

Respecto al consumo de cocaína en la población adolescente, presenta un aumento de


1,6% en el año 2014, correspondiendo a una diferencia de 1,3 puntos porcentuales respecto al año
2012; sin embargo esa diferencia no es estadísticamente significativa. Frente al consumo de pasta
base, el estudio identifica una estabilidad de la cifras tanto en la población general, como para el
grupo de adolescentes comparada con la medición del año 2012, de 0,3%; no obstante, el consumo
de esta droga, es preferentemente consumida en el NSE bajo en la población general. El
consumo de alcohol por su parte, también presenta un aumento en los 3 tipos de mediciones
realizados en el último estudio; esto es prevalencia de consumo para alguna vez en la vida, en el
último año, y en el último mes en los tres niveles socioeconómicos, y en todos los rangos de edad.
Para el grupo de adolescentes llega a un 22,9% en el 2014, implicando un aumento de 4,8
puntos porcentuales respecto de la medición del año 2012 (Observatorio Chileno de Drogas,
2015).

A partir del informe de evaluación técnica del año 2016 del convenio SENDA-MINSAL-
SENAME-GEMCHI, el total de población atendida en los programas de tratamiento durante el año
2016 fue de 5904 de las modalidades Plan Residencial (PR), Plan Ambulatorio Intensivo en el Medio
Libre y Privativo de Libertad (PAI ML, PAI MP), Hospitalización de Corta Estadía en el Medio Libre
(UHCE ML) y 3 Programas Ambulatorios Intensivos que funcionan al interior de las Secciones
Juveniles (PAI SJ) en las regiones de Valparaíso, Metropolitana y Araucanía. Del total mencionado,
el 37% ingreso a tratamiento antes del 2016, y el 26% realizó más de un tratamiento durante el
2016. El 86% se atendió través de centros privados en convenio, y el 14% lo hizo a través de
establecimientos públicos.

El 59% de los atendidos fue en programas de tratamiento ambulatorios en el medio libre, el


31,3% en PAI medio privativo de libertad, el 5% en programas residenciales, y un 4,1% en
programas de corta estadía. Del total de esta población, un 89,7% corresponde a hombres, y el
10,3% a mujeres. Además, el 68% de los y las atendidos es menor de edad, un 47,4% no finalizo
la enseñanza básica al momento del ingreso al programa, otro 23% no finalizo enseñanza media. Al
momento del ingreso al programa, el 58% de los y las atendidos se encontraba fuera del sistema
escolar, un 68% se encontraba sin actividad al momento de ingresar a tratamiento, un 18,6%
estudiando sin trabajar, y 6,6% trabajando.

De acuerdo al tipo de delito, de los y las atendidos en equipos de tratamiento durante el año
2016 el 77% recibió una medida o sanción por delitos contra la propiedad. Un 7,3% ingreso a
tratamiento por sanción accesoria aplicada principalmente en la región de Magallanes, con un
19,01%. De acuerdo a las cifras del informe de evaluación técnica 2016, la sanción accesoria del
artículo 7 de la ley 20.084 presenta un 0,7% menos de aplicación respecto al año 2015.

21
El mencionado informe identifica como las principales sustancias de consumo al ingreso de
la población atendida, las siguientes: (1) estimulantes cocaína, en todas sus formas con el 39,7%
(pasta base en 29,1%, cocaína en 10,6%); (2) alcohol en un 10,4%; (3) marihuana en un 33,8%;(4)
sedantes en un 14,4%; (5) estimulantes tipo anfetamínico en un 0,5%; opiáceos en un 0,2%; (6)
inhalables en un 0,7%; y (7) otros en un 0,3%. Refiere una disminución en el consumo
problemático de las tres primeras, como drogas principales respecto al año 2015, pero un aumento
de un 4,4% en el consumo problemático de sedantes, y se enfatiza la preocupación por el
significativo incremento del uso problemático de sedantes en adolescentes de un 8,4% entre los
años 2014 al 2016.

Las cifras de consumo problemático en la población atendida diferenciada por sexo


muestran que las mujeres presentan un consumo más elevado de sedantes, que a alcanza a un
22,4%, y los hombres un 13,4%; también un mayor consumo de cocaína con un 13,1%, y de
10,3% en los hombres. Respecto al consumo de pasta base, este es más elevado en los
hombres, con un 29,9% y de un 22% en las mujeres. El consumo de marihuana también es más
elevado en los hombres, y corresponde a un 34,6%, y en las mujeres a un 27,3%.

Al observar el tipo de sustancia principal de consumo al ingreso de acuerdo a tramo etario,


los/las adolescentes entre 14 y 15 años presentan principalmente consumo problemático de
marihuana en un 35,6%, luego pasta base en un 24,6%; sedantes en un 20,1%; cocaína en un
11,6%; y el alcohol en un 6,8%. En el tramo de 16 a 17 años; la principal sustancia de consumo
problemático, también se repite con marihuana, pero en un 35,1%, luego el de pasta base, pero
más elevado que en el tramo anterior, con un 26,9%; luego el de sedantes en un 15 %; cocaína
en un 11,6%, y alcohol, en un 9,5%. Para el tramo 18 a 20 años, la sustancia principal de
consumo problemático es de pasta base, en un 33,1%; luego de marihuana en un 32,5%; alcohol
en un 13,8%; sedantes en un 10,4%; y cocaína en un 8,8%. Para el tramo de 21 y más años, la
principal sustancia de consumo problemático es la pasta base en un 46%, luego marihuana en un
21,6%, de alcohol en un 14,6% y en un mismos porcentaje de 7,3% cocaína y sedantes. El
promedio de edad de inicio en las principales sustancias de consumo problemáticos de marihuana
y cocaína es de 12 y 13 años respectivamente, en los sedantes a los 14 años. Respecto a la
sustancia de inicio de consumo, es la marihuana a los 11 años, y en el caso de sedantes, pasta
base, cocaína y alcohol a los 12 años.

Al considerar la principal sustancia de consumo problemática al momento del ingreso


distribuida territorialmente en el país, se identifican diferencias importantes. La marihuana,
presenta los mayores niveles de consumo en Arica (40,5%), Antofagasta (42,6%), Coquimbo
(59,6%), Metropolitana (32%), O´Higgins (40,2%), Maule (46,9%), Araucanía (67,5%) Los Ríos
(36,7%) y Los Lagos (43,7%). El uso de la pasta base predomina en las regiones de Atacama
(46,9%), Valparaíso (46,5%), y Biobío (58,7%); sin embargo también es elevado en Arica (31%),
Antofagasta (22,7%), Coquimbo (20,5%), Metropolitana (26,6%), O´Higgins (36,7%), Maule (28,5%),
y Los Ríos (25,6%). El consumo de alcohol como droga principal predomina en las regiones de
Aysén (83,5%), y Magallanes (63,7%), aunque más bajo, pero sigue siendo una cifra elevada en Los
22
Lagos (34,3%), y Los Ríos (31,4%). La cocaína como sustancia principal de consumo problemático
en la región de Tarapacá (37,7%); y el consumo de sedantes como principal droga de consumo
problemático en aumento en Arica (17,5%), Antofagasta (19,9%), Atacama (20,3%), Valparaíso
(16,9%) y Metropolitana (23,1%).

El 93% de los y las ingresados en equipos de tratamientos tienen una frecuencia de


consumo que oscila entre diario, y de 2 a 3 veces por día; pero el 52% presenta consumo diario. De
los y las atendidos que cuentan con diagnóstico, el 51% presenta diagnóstico perjudicial;
diferenciado por sexo, un 51,6% en los hombres y un 44,5% en las mujeres. Además, el 69% de los
y las ingresados a tratamiento durante el 2016 presenta un problema psiquiátrico; el que es
más elevado en el caso de las mujeres, con un 74% y en los hombres un 69%. Los trastornos
más prevalentes son, los del comportamiento y de las emociones en un 49,1%; luego, los de la
personalidad y del comportamiento en un 17,6%; los trastornos del humor (afectivos) en un
12,6%, pero éstos últimos más frecuentes en mujeres (25%) que en hombres (11%). De los menos
frecuentes, retraso mental en un 2,1% y sólo en hombres; trastornos de los hábitos y del control en
un 9,7% de los hombres y un 2,9% en mujeres; trastornos mentales orgánicos en un 1,3% en los
hombres y 2,9% en las mujeres; trastornos del desarrollo psicológico en un 1,2% en hombres y
mujeres; esquizofrenia o trastorno esquizotípico en un 1,3% en hombres y 1,2% en mujeres;
trastorno del comportamiento asociado en un 1,7% en hombres y un 0,6% en mujeres; y el trastorno
de la conducta alimentaria en un 0,2%, pero sólo en hombres.

El 56% de los y las atendidos durante el año 2016, recibieron algún tratamiento anterior, y el
47% ellos lo recibieron en los últimos 6 meses. Del total de los y las ingresadas a tratamiento el
34,9% fue derivado por un delegado de un programa colaborador de SENAME; en un 25% la
derivación se produce desde otro centro tratamiento en convenio; un 19,4% por el CIP de SENAME;
un 8,5% desde un CRC de SENAME; un 4,7% desde una dupla evaluadora de Fiscalía, un22%
desde un tribunal.

El grado de compromiso biopsicosocial entendido como la apreciación de la magnitud de


los efectos o consecuencias negativos del consumo de sustancias en las distintas áreas de la vida
de las personas que consumen y su entorno (SENDA, 2017), al momento del ingreso a tratamiento
de los y las atendidos durante el 2016 fue de moderado en un 55%, luego, severo en un 39%, y un
6% de leve. Diferenciados por sexo, las mujeres alcanzan un 47% de un diagnóstico de severo, y
los hombres 39%.

El total de egresados durante el año 2016 fue de 3.818 atendidos, que representan el 65%
del total de población atendida. De ellos, el 39% egresó al ser derivado a otro equipo de tratamiento;
un 24% fue por abandono de tratamiento, y un 14% por alta administrativa, un 16% por alta
terapéutica y un 7% de derivación a un centro sin convenio. El mayor porcentaje de altas
terapéuticas fue en mujeres (21%) que en hombres (15%). Los hombres fueron egresados
principalmente por ser derivados a otros centros en convenios (39,1%) a diferencia de las mujeres
(33,5%); los hombres realizaron mayor abandono de tratamiento (24,5%) que las mujeres (21,4%),
23
los hombres fueron egresados en mayor cantidad por alta administrativa (14,5%) que las mujeres
(11,3%); y las mujeres fueron egresadas y derivadas a un centro sin convenio (12,6%) que los
hombres (6,8%).

Al revisar las cifras de egreso de acuerdo a tramo etario se identifica que los egresos por
alta terapéutica se presentan más en el tramo de 18 a 20 años (27,3%); luego en el tramo 21 años y
más (24,2%), en tercer lugar en el tramo 16 a 17 años (11,2%) y en el tramo 14 a 15 años serían los
menos egresados por esta condición (5,1%). La derivación a otro centro en convenio se concentra
en los tramos 14 a 15 años (55,2%) y 16 a 17 años (44,8%).

El informe técnico del convenio SENDA-MINSAL-SENAME-GEMCHI (2017) refiere que en


las Unidades de Hospitalización de Corta Estadía no deben producirse egresos por alta terapéutica,
ya que uno de sus objetivos más importantes es la de entregar una respuesta oportuna y resolutiva
en la estabilización y compensación psiquiátrica en los casos de riesgo vital, por lo que una de las
principales causas de egresos debe ser para continuar con tratamientos en dispositivos ambulatorios
o residenciales. De acuerdo a ello, la principal causa de egreso de estas unidades es la derivación a
un centro en convenio (78,2%), luego la derivación a centro sin convenio (11,4%), y la alta
administrativa (2,2%). Sin embargo, también se identifica cifras de egreso por abandono, la que
alcanza a un 8,3% de sus egresos.

En cuanto a los egresos producidos durante el año 2016 sólo por alta terapéutica el informe
indica que el 50% alcanzo logros mínimos, un 31% logros intermedios, y un 19% de logros altos. Las
cifras diferenciadas por sexo muestran que un 17,9% de los hombres alcanzan logros altos, mientras
que las mujeres un 26,8%.Los hombres alcanzan un 31,6% de logros intermedios, y las mujeres un
27,3%; y que los hombres presentan un 50,5% de logros mínimos mientras que las mujeres un
45,9%. Para quienes egresan por abandono, también se les realiza una evaluación de logro
terapéutico, donde el 23% alcanza logros intermedios, el 76% logros mínimos, y 1% logros altos.

En la evaluación de logro terapéutico se valoran 7 áreas o dimensiones de cambio en las


que los y las atendidos deben presentar cambios desde el ingreso al egreso: (1) patrón de consumo;
aquí se observa el tipo de sustancia, dosis, frecuencia y tiempo de consumo, contexto de consumo
como forma de acceso a la sustancia, consumo en compañía o en solitario, entre otros. (2)Situación
familiar, como la calidad de las relaciones y la actitud de la familia o cercanos frente respecto al
consumo; (3) relaciones interpersonales, la calidad de las relaciones entre sus pares en el contexto,
y asociado al problema de consumo; (4) Situación ocupacional, de la experiencia laboral , de
estudios, del tiempo libre u ocio; (5)Trasgresión a la norma social, actitudes y conductas personales
que violan principios, normas y expectativas sociales que incluyen la comisión de faltas o delitos; (6)
Estado de salud mental, existencia de algún problema de salud mental diagnosticado por el DSM-4 o
CIE-10, y (7) estado de salud física (SENDA, 2017).

En base a lo anterior, los egresos del año 2016 en cuatro dimensiones superan el 50% de
logros de cambios favorables; a saber, salud física, patrón de consumo, salud mental y relaciones
24
interpersonales; mientras que las de situación familiar, y situación ocupacional presentan menores
logros (alrededor de 47%). Los y las egresados por alta terapéutica, permanecen en tratamiento un
promedio 17,5 meses, mientras que quienes egresan por abandono o alta administrativa
permanecen un promedio de 6,7 meses, dato que sugiere la importancia de continuar
trabajando la motivación y adherencia en forma permanente hasta el séptimo mes inclusive.

En Fundación Tierra de Esperanza durante el año 2016, la línea de tratamiento estuvo


integrada por 3 tipos de modalidades distintas de intervención: (1) Programas ambulatorios
intensivos para adolescentes infractores de ley (PAI), (2) programa ambulatorio intensivo infanto-
adolescentes (PAI IA) y (3) programas de tratamientos de drogas complementarios (PDC). Entre las
modalidades, se atendieron un total mensual de 1172 niños, niñas y adolescentes, y se logran
caracterizar un total de 910 ingresos. De ellos, el 80% es atendido en PAI, el 11% en PAI IA, y
9% en PDC, con una media de edad de 17 años. El 90% son hombres; un 98% presenta
nacionalidad Chilena, 1,1% con nacionalidad Colombiana, 0,5% Peruanos, 0,1% boliviano, y 0,1%
de ecuatorianos; y otro 0,1% de otras nacionalidades no identificadas. La mayoría de los y las
atendidos en estos equipos no adscribe a alguna etnia (93%), pero quienes lo hacen es con el
pueblo Mapuche (5,8%), Coya (4%) Aymara (3%), y Diaguita (1%). Además, el 29,9% vive con su
madre y hermanos, un 17,6% vive con ambos padres y hermanos, y un 12,8% sólo con la madre. En
este mismo sentido, los adultos responsables que se identifican con mayor frecuencia son la madre
(63%), el padre (10,6%), la abuela (8,8%).

Respecto a la participación de los y las atendidos por equipos de tratamientos en redes


comunitarias formales e informales, se encuentra que el 66,6% no participa y solo el 28%
participa. Un 31,4% de los y las usuarios finalizo 8° año básico, un 79.1% ha desertado del sistema
escolar, de ellos un 39% continúa fuera del sistema al momento de ingresar al programa y el resto
encuentra otras formas de cumplir con las etapas escolares como las ofertadas por los sistemas en
los centros cerrados (21%), la validación de estudios (13%), y la escolarización para adultos (4%).
También se ha identificado que el 39% no tiene proyecciones educativas y quienes la tienen, es la
de finalizar la educación media a partir de la nivelación escolar (21,4%) y finalizar la educación
básica (4,6%).

Acerca de la presencia de vulneración, la gran mayoría ha vivido experiencias que marcan


sus trayectorias vitales saludables alcanzando al 92% de los y las atendidos; entre ellas se identifica
en un25% el abandono, 44% de negligencia, un 12% como observador de VIF. Vivencias que han
sido provocadas principalmente por la madre y padre en un 47%, únicamente por el padre en un
20%, y sólo la madre en un 19%. El 71% mantiene una alta socialización de calle.

Los tipos de drogas que principalmente consumen los y las atendidos en equipos de
tratamientos, que favorecen el diagnóstico de consumo problemático son: en un 26,5% marihuana
prensada; en un 24,8% pasta base; en un 18,1% sedantes/hipnóticos; luego en un 12% cocaína; un
6,2% alcohol; un 4,3% sedantes; y un 3,4% marihuana cultivada.

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Respecto a la población atendida en Fundación Tierra de Esperanza en los equipos de
protección de derechos, y se comparan con la población atendida en equipos de tratamientos, no se
encuentran cifras tan diferentes de vulneración de derechos. Así se tiene que que, el 97,0% ha
sufrido algún tipo de vulneración evidenciada, donde destaca la negligencia (28,6%), abuso sexual
(27,4%), maltrato físico (14,4%) y observador de VIF (12,2%). Situaciones de vulneración donde el
principal vulnerador de derechos, son predominantemente los padres biológicos, quienes figuran
como principales vulneradores para el 57,7% de los NNA. Respecto a estos casos, en el 42,2% la
principal figura vulneradora es la madre, en el 34,0% el padre y en el 23,6% ambos progenitores.

Con todo, los antecedentes, estadísticas y distintos elementos que hasta aquí se han
relevado, tienen por propósito sostener la elevada responsabilidad que cada equipo, profesional,
miembro de esta Institución tiene con la población atendida, en particular con los y las adolescentes
y jóvenes que presentan mayores niveles de dificultades psicosociales, ya que presentan a
su vez mayor presencia de factores de riesgo, y pueden llegar a desarrollar conductas en las
que ponen en riesgo su vida.

Hasta aquí se cuenta con suficiente descripción actualizada que debiera aportar a observar
elementos que deben tener un tratamiento diferenciado. Esto sólo se puede concretar, si se eleva la
responsabilidad en las evaluaciones, diagnósticos integrales que incorporen acciones concretas en
los planes de intervención. No se debe olvidar, que cada modalidad de proyecto cuenta con flujos de
proceso de atención que deben ser cumplidos, y que los plazos no son antojadizos, sino que más
bien se ajustan a normativas que tienen un sentido en la práctica y en la diligencia temporal de la
adecuada gestión del caso, siempre ajustada a garantías que deben ser resguardadas y a las que
Institucionalmente existe una adherencia declarada desde la misión.

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