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CAPÍTULO I: LA(S) LENGUA(S) EN ESPACIOS LIMINARES

Aspectos teóricos y metodológicos

Para comenzar, en este capítulo reviso distintos enfoques que han pensado la problemática del
desplazamiento lingüístico para considerar sus limitaciones y aportes con el propósito de
describir la perspectiva seleccionada en la propia investigación. El capítulo contiene dos
partes diferenciadas: en la primera, luego de presentar el estado en el que se encuentra el
debate sobre “muerte-pérdida de lengua”, reviso los posicionamientos ideológico-políticos que
se han asentado en la práctica hegemónica de la lingüística de campo. Dichos
posicionamientos son (re)producidos y sostenidos por la adopción de una retórica particular.
En la segunda parte, presento conceptos alternativos que se vienen configurando en el trabajo
sobre minorías lingüísticas y que, junto con diferentes orientaciones metodológicas del trabajo
de campo, incorporo a mi investigación por considerarlos formas más apropiadas para
concebir y abordar los procesos de territorialización lingüística y discursiva en espacios
liminares. En tanto estas conceptualizaciones no pierden de vista la dimensión del conflicto y
del poder en el funcionamiento de los discursos a través (y no dentro) de los límites de la
diferenciación social, constituyen la base teórico-metodológica de la presente tesis.

1.1. El debate sobre “muerte-pérdida de lengua”. Revisión Crítica

En las últimas décadas, la situación de “riesgo” que afecta a cientos de lenguas en el


mundo y la amenaza de su desaparición se han constituido en preocupación creciente en
ámbitos especializados. La “campaña” -lo expresa Jane Hill (2002) señalando lo que sucede
desde los ’90- “viene siendo un éxito”. Se ha avanzado en el reclutamiento de investigadores
dedicados a la documentación y al análisis del desarrollo lingüístico, en la atracción de fondos,
en el apoyo logrado hacia los reclamos de las comunidades por mantener y desarrollar sus
lenguas tradicionales, e, incluso, en la presencia del tema en los medios de comunicación
masiva. La problemática sobre “muerte de lenguas” ha comenzado a formar parte de foros
académicos nacionales1 e internacionales2, se ha convertido en objeto de estudio focal de
reconocidos programas de investigación que se encuentran en curso en varios países del
mundo3 y es objeto de debate en numerosas páginas web.4 Por otro lado, esta problemática ha
motivado la revisión, en varios documentos directrices, de la práctica de trabajo de campo y de
la relación de las instituciones especializadas con las comunidades estudiadas.5

1
Por ejemplo, Jornadas de Lingüística Aborigen, UBA, 1997.
2
Por ejemplo, Endangered Languages of the XVth International Congress of Linguists. Université Laval,
Québec, Agosto de 1992; Congreso internacional de Lingüística, París, 1997.
3
Sobretodo de registro, documentación y, en algunos casos, de “revitalización” de lenguas “débiles”:
Universidad de Tokio y UNESCO (International Clearing House for Endangered Languages); Documentation of
Endangered Languages (Fundación VolksWagen); Max Planch Institute; MacArthur Foundation; SIL, Cornell
University, etc. La compilación de Fishman (2001) revisa varios proyectos y acciones de revitalización en
diferentes continentes. Instituciones especializadas en el tema son, por ejemplo: The [British] Foundation for
Endangered Languages, The Linguistic Society of America’s Committee on Endangered Languages and their
Protection [LSA/CELP], The European Bureau for Lesser Used Languages, PROEIB Andes, etc.
4
Website de LSA/CELP (www.ipola.org/endangered/index.html ); de Terralingua (www.terralingua.org) ; de
British Foundation for Endangered Languages (www.ognios.org) ; The European Bureau for Lesser Used
Languages (www.eblul.org) , SIL / Ethnologue (www.sil.org/ethnologue ), Resources for Endangered Languages
(www.ling.yale.edu-elf/resources), Language Preservation.net (www.languagepreservation.net).
5
The American Language Act (1990), The NEH code of Ethics for Research relating to Native Peoples, The LSA
Resolution in support of obslolescent and Threatened languages, etc.
De la misma forma, existe una vastísima bibliografía sobre los fenómenos relacionados
con lo que se conoce como “muerte/pérdida de lengua”.6 Desde 1990 se ha incrementado la
frecuencia con la que se publican trabajos de investigación en este área, tanto libros, artículos
en revistas, como series bibliográficas lingüísticas y sociolingüísticas de variada calidad.7

La compilación que realizan Grenoble y Whaley (1998), Endangered languages;


Language loss and community response, presenta en su prefacio la tan citada predicción de
Krauss (1992) que refiere, de manera alarmante, que casi 3000 de 6000 de lenguas habladas
hoy “cesarán” de ser habladas hacia el final de la próxima centuria:

“One particularly striking feature of this [global] transformation is the number


of languages which will simply cease to be spoken in the next fifty to hundred years.”

Esta forma de presentación es recurrente en la bibliografía y, en tanto construcción


discursiva, (re)produce gestos políticos en relación con las lenguas, las culturas y las
comunidades minorizadas que actualiza, una y otra vez, la presuposición y el adelantamiento
de un “hecho” que tiende a interpretarse como natural e incuestionablemente fatídico.

La mayor parte de la lingüística moderna de orientación descriptiva se fundamentó en


estudios sobre “lenguas moribundas”, en particular lenguas indígenas del Nuevo Mundo.
Payne, en Describing Morphosyntax (1997), avanza proponiendo al trabajo de la lingüística
descriptiva -perspectiva dominante en relación con las lenguas en retroceso- como parte
importante de una posible solución en tanto “la mera existencia de buenos diccionarios y
gramáticas le otorgan a las lenguas status mostrando que ‘tienen gramáticas’, que no son ‘sólo
dialectos’, en definitiva, que no ‘son primitivas’”.

Desde la perspectiva de la sociología del lenguaje, Fishman, quien desde los años ‘60
ha venido trabajando sobre el tópico de las lenguas minoritarias y sus situaciones de riesgo, es
responsable en el 2001 de una compilación de trabajos -descriptivos y preescriptivos desde el
punto de vista funcionalista- que adoptan la conceptualización de “competencia entre lenguas”
ampliando la perspectiva lingüística sobre el marco social. Su título es provocativo: Can
threatened languages be saved?

Existe, entonces, consenso en relación con el análisis de la situación. Sin embargo, a


pesar de ello, el concepto de “muerte de lengua” es usado para referir de forma abarcativa y
generalizante un abanico amplio de fenómenos que aunque guardan relaciones diversas entre
sí no son idénticos.

Si se analiza lo escrito y publicado en este campo de estudio nos encontramos con que
se han ido perfilando dos tendencias en las investigaciones, delimitadas según cómo se define
en cada caso el fenómeno en estudio. La primera, donde el análisis del desplazamiento
lingüístico se restringe sobre aspectos propiamente lingüísticos (e.g., Bavin 1992; Menn 1992;
Huffines 1992), y la segunda, donde el análisis es incorporado dentro del estudio de un marco
social y cultural amplio (e.g., Hill y Hill 1986; Romaine 1982; Dorian 1977, 1982; Hamel
1996; Woolard 1992; Gal 1992; Fishman 1982, 1991).

6
Algunos de ellos: Dorian (1973, 1977, 1980, 1992), Dressler (1988), Hill (1973, 1989), Hill y Hill (1977).
7
Nettle and Romaine (2000), Crystal (2000).
En la primera orientación, se toma como punto de partida la existencia de una relación
entre la persistencia de la forma lingüística y el uso, por lo que se analiza -y se predice en
algunos casos- cuáles son los tipos de cambios, dados o posibles, en las estructuras lingüísticas
que se producen (o se producirán) como consecuencia de que una lengua está reduciendo el
número de sus hablantes o de sus dominios de uso. Esta orientación propone un análisis más
restringido sobre lo propiamente “lingüístico”, concentrando su mirada sobre los efectos que
el proceso de desplazamiento tiene sobre la fonología, la morfología, la sintaxis, el léxico y, en
algunos casos, sobre los usos y registros de la lengua en estudio. Al poner en foco el sistema
formal de las lenguas, esta aproximación analiza generalmente los fenómenos de cambio en
tanto “pérdida”. Se habla de reducción estructural (language attrition), contracción lingüística
(language contraction), alude a procesos de simplificación de paradigmas gramaticales,
confusión o pérdida de oposiciones fonológicas, formulismo, relexificación, reducción en la
complejidad morfológica, reducción de productividad, préstamos, calcos, incremento de la
transparencia semántica, tendencia hacia las formas analíticas como opuestas a las sintéticas,
reducción de polisíntesis, sincretismo o convergencia/divergencia, proceso de desmarcación,
degramaticalización, etc.

Por otro lado, en el segundo acercamiento, las prácticas lingüísticas y comunicativas


son entendidas como formando parte y, al mismo tiempo, como conformadoras de procesos
socioculturales más amplios por lo que se tienen en cuenta y se analizan los procesos sociales,
políticos e ideológicos que afectan al mantenimiento, al desplazamiento y a la forma que
adopta(n) la(s) lengua(s) en interrelación dinámica con sus contextos. Esta perspectiva se
preocupa por estudiar cuáles son, cómo se combinan y cómo se interpretan y valoran los
factores que determinan este proceso, a la vez que, como cuestión teórica de relevancia, se
analiza la relación que se entabla entre forma y uso. Woolard (1992) formula esta última
cuestión de la siguiente manera: “What we are asking in this formulation is whether the social
conditions, processes, and activities that affect a language’s form are the same as the social
processes that encourage or discourage that language’s continued use.” Este acercamiento
introduce, junto al análisis formal y funcional (fonológico, gramatical, léxico y discursivo), el
marco macro-social y micro-interaccional de una teoría de la práctica (Bourdieu 1972;
Bateson 1972) además de la reflexión sobre la dimensión ideológica que las subyace
(Schieffelin, Woolard y Kroskrity 1998). Es decir, entiende las prácticas discursivas como
productos de una historia de relaciones sociales y como parcelas de la existencia donde la
lucha de acentos ideológicos permanece y se evidencia en la inscripción de textos
interaccionales (Voloshinov 1929; Silverstein 1993). Desde esta perspectiva -adoptada por la
antropología lingüística y en la que me alíneo en la presente tesis-, se elige para denominar al
objeto de estudio habitualmente terminologías como: desplazamiento lingüístico (language
shift), extinción de lengua (language extintion), lengua en peligro (endangered language),
obsolescencia de lengua (language obsolescense), apagamiento de lengua (language deaf),
lenguas frágiles (threatened languages), suicidio de lengua (language suicide). Uno de los
aspectos relevantes que se ha comenzado a estudiar está constituido por los procesos de
socialización lingüística en comunidades donde se presenta contracción, reducción o
desplazamiento lingüístico (e.g., Kulick 1992). Esta perspectiva al considerar el lenguaje
como práctica social e histórica concibe a los hablantes como agentes que actúan sobre las
lenguas re-significando las formas en función de contextos dinámicos, por lo que se aproxima
a los cambios en función su creatividad.

Además de estas diferentes miradas y recortes, el campo de trabajo sobre lenguas en


retroceso ha diseñado diferentes ejes de análisis posibles que complejamente se imbrincan.
Cada uno de ellos posee sus categorías pertinentes. Se pueden sistematizar los siguientes
lineamientos: 1. reflexiones sobre la naturaleza del proceso; 2. formulación de posibles niveles
o estadíos de vitalidad/muerte lingüística; 3. construcción de tipologías de hablantes; 4.
decisiones sobre lo que se considera y se acepta como performance y variabilidad (e.g.
“skewed performance”, “full performance” en Tsitsipis 1992); 5. requisitos, implicancias
éticas y consecuencias metodológicas del trabajo de campo; 6. relaciones entre marcos
teórico-metodológicos de áreas afines (adquisición de lengua, afasia, restricción y anulación
lingüística, creolización, pidgnización, etc.) (Romaine 1992; Andersen 1992).

Como vemos, en el “debate global” las voces expertas de investigadores y académicos


son prevalecientes. Sin embargo, a pesar de la proliferación de la polémica y frente a la
vigorosa defensa de las lenguas minorizadas, existe una falencia inquietante: no se ha
reflexionado con profundidad sobre los presupuestos y lugares socio-políticos que la retórica
discursiva pone en funcionamiento y (re)produce cuando se habla de “lenguas en proceso de
retracción, desplazamiento o pérdida”. Como lo señala J. Hill (2002), las estrategias retóricas
empleadas en las investigaciones muchas veces actúan incluso en contra de los mismos
objetivos buscados: “yet distress and alienate speakers and members of their communities and
amplify their distrust of linguist” (120). Intento, entonces, dar un paso en esta dirección. Para
ello reviso, en el próximo apartado, los posicionamientos ideológico-políticos conformados a
partir de posturas teóricas que se han asentado en la práctica hegemónica de la lingüística de
campo.

1.1.1. Posturas teóricas en la tradición antropológica y lingüística sobre


lenguas minorizadas

La tradición de la antropología americanista, al menos desde tiempos de Boas (1911),


se justificó y fundamentó en el presupuesto de que ciertas variedades lingüísticas y prácticas
culturales (especialmente, las propias de los pueblos indígenas norteamericanos) estarían “en
proceso de desaparición” o transformación radical y que, por lo tanto, sería de fundamental
interés y preocupación lingüístico-antropológica su urgente documentación, es decir, el
registro y archivo de su especificidad con el objetivo de su “preservación”.

Esta postura académica de pensar “pérdida de lengua” en términos de “pérdida de un


objeto de estudio para la ciencia” implica, al reforzar la fundación saussureana de langue,
considerar a las lenguas como sistemas simbólicos ideales, cerrados y estáticos, es decir, por
un lado, concebirlas como codificaciones que relacionan formas y significados de forma
invariante y, por otro lado, independizarlas de sus contextos sociales. Desde puntos de vista
empíricos, al ubicar sistemáticamente el modelo lingüístico en el pasado, crea un “presente
etnográfico” cuestionable (Courtis y Vidal 2002).

En la misma línea, en la década del ’60, la discusión sobre “lenguas en peligro” se


construyó claramente en el marco de los discursos ambientalistas o ecologistas tanto en la
literatura especializada como en los medios de comunicación masivos. La analogía se entabló
entre la “desaparición de lenguas”, y su consecuente “desaparición de culturas”, con la
“desaparición de especies”, ya sean animales o vegetales. En ambos casos, tanto lenguas como
especies, fueron posicionados como objetos de contemplación y fueron idealizados; lo que
ocurrió frecuentemente; en especial, a partir de una pronunciada descontextualización del
proceso.
En relación con los términos empleados, el de “obsolescencia” fue introducido por
Swadesh tempranamente en 1948 y fue aplicado a aquellas variedades lingüísticas que estaban
restringiendo su uso comunitario. Sin embargo, Swadesh, en su temprano artículo sobre
“sociología de lenguas moribundas”, fue pionero en insistir sobre la necesidad de analizar la
pérdida de lengua como un proceso social, más que simplemente lingüístico. Las
categorizaciones utilizadas desde los años ’70 de ciertas lenguas como “lenguas en extinción”
o “lenguas moribundas” tienden a ser reemplazadas, desde los ’90, por las de “lenguas en
peligro”, “lenguas en riesgo” o “lenguas amenazadas”. Estas últimas han tenido amplia
difusión y “éxito” en tanto atraen la atención del “público global” e impulsan trabajos
lingüísticos y culturales. Sin embargo, no pierden la connotación fatídica.

Por su parte, la antropología, desde sus comienzos, se ha caracterizado por adoptar una
actitud de rescate de “esencias culturales” frente a sus “inexorables e inminentes
desapariciones”, lo que fue puesto en evidencia por los estudios críticos de la etnografía, desde
la década del ’80 en adelante. Los estudios anclados en las nociones de peligro y muerte de
lengua vuelven a adoptar esta perspectiva. La orientación fundacional de Boas, si bien
cuestionada hoy en día, dejó legitimada una práctica representacional particular que se
apoyaba sobre la necesidad de inscribir en textos “culturas” -pensadas como constructos
teóricos o unidades diferenciales coherentes- que, de lo contrario, se esfumarían sin dejar
rastros (Courtis y Vidal 2002). En definitiva, la actividad etnográfica entendida como una
operación urgente de rescate estableció “una escena de juego” (Wittgenstein 1958) que
presupone la facticidad de una pérdida inminente e inevitable y que considera las culturas
como materias esenciales que con el cambio se desvanecen.

De esta forma, como refiere Rosaldo (1986), una alegoría de base se perpetúa, la del
reflejo evolucionista: “una estructura de retrospección que busca en el dato etnográfico
derivado de sociedades ‘simples’ y ‘tradicionales’ el esclarecimiento de los orígenes de los
patrones culturales contemporáneos” (Courtis y Vidal 2002). La alegoría del salvataje remite,
entonces, a una búsqueda académica y nostálgica de “rasgos humanos fundamentales y
deseables, de formas elementales del colectivismo humano”, de culturas perdidas pero
supuestamente prístinas, rurales, homogéneas y auténticas (Williams 1973). Esto se refleja en
las características discursivas recurrentes que re-presentan, siguiendo tradiciones literarias,
tiempos míticos y cíclicos donde se anula la posibilidad de futuro, espacios distantes,
exotismo, tonos edénicos, actitudes paternalistas, animismo, ambiente mágico-infantil,
vulnerabilidad.

La representación discursiva fijada por una tradición romántica que convencionalizó


académicamente una retórica de idealización de “la simplicidad social” y del mundo del “buen
salvaje” ha diseñado y sostenido posicionamientos políticos que favorecen la incomprensión y
(re)producen una desigualdad “congelada, visible y ofensiva” (Sandall 2001). Así han
quedado habilitados posicionamientos particulares: por un lado, lugares de autoridad científica
y moral, y, por el otro, “culturas primitivas y débiles”, cuyo “modelo” se encuentra en el
pasado y que necesitan de custodios (Clifford 1986).

Frente a esta conceptualización ideal de la lengua y de la cultura, la Antropología


Lingüística propone una perspectiva alternativa. La “amenaza de desaparición de lenguas
minoritarias” es también su tema fundante. Sin embargo, esta rama de investigación parte de
entender que las lenguas naturales sólo existen en contextos específicos, y los hablantes, a
partir de necesidades comunicativas y de la creatividad, introducen cotidianalmente nuevas
funciones que flexibilizan las fronteras entre formas y significados. Sin embargo, a pesar de
reconocer la variación y el cambio como “la regla” más que como “la excepción”, la posición
de la tradición boasiana no ha sido totalmente desechada. La metáfora de muerte persiste en
muchos de los trabajos, por ejemplo, en la focalización que realizan del cambio como
“pérdida” e “inadecuación” de los hablantes, interpretándolo como “corrupción” más que
como transformación o adaptación, o en la práctica etnográfica de la lingüística antropológica
donde es común y extendida la metodología que se sustenta sobre la búsqueda del “mejor
hablante”, aquel que se supone puede dar evidencia de formas menos “adulteradas” de la
lengua que las empleadas por personas activas en la vida social de la comunidad. En estos
casos, generalmente, se privilegia como “la legítima” el habla de ancianos o personas aisladas
de las interacciones sociales coetáneas para anunciar la pérdida de la lengua. Desde la práctica,
se continúa presuponiendo un estándar de la lengua que, en definitiva, no es más que un
constructo teórico que detiene el flujo de la lengua en un momento arbitrario y opaca sus
transformaciones y dinamismos. Este acercamiento oscurece la complejidad de las
interacciones en “zonas de contacto” (Pratt 1992) y los logros de los hablantes que luchan -
sobre un mar de contradicciones- por establecer significados dentro de un mercado simbólico
donde las formas lingüísticas emergen como recursos preciados y constituyentes de lo social.

En la literatura especializada, el reflejo evolucionista y su metáfora organicista se


hacen evidentes en el concepto “muerte de lengua” y diseñan tropos que, al referir cambio o
dinamismo, evalúan “desvíos”, “empobrecimientos” o “síntomas de enfermedad”. El campo
semántico se despliega en una serie de componentes que van desde “retracción” (retraction),
“reducción” (language contraction), “merma” (attrition), “apagamiento” (deaf),
“debilitamiento” (weakining), “proceso de olvido” (forgetting), “de-adquisición” (de-
acquisition), “riesgo” (danger) hasta “obsolescencia” (obsolescence), “pérdida” (loss),
“extinción” (extinction), “cambio gradual (shift), “cambio súbito” (tip) y hasta “suicidio”
(languages suicide).

Las representaciones se trasladan a las categorizaciones de sus hablantes: hablantes


competentes (fluent speakers), hablantes terminales (terminal speakers, e.g., Tsitsipis 1992),
semi-speakers (Dorian 1977, que refiere al que conoce las normas de la comunidad de habla),
fuzzy speakers, laggard speakers, less fluent speakers, bilingüe casi pasivo (es decir, aquel que
puede usar algunas fórmulas lingüísticas), bilingüe pasivo (aquel que comprende pero no
puede contestar en la lengua) (estas últimas categorías son de Dorian 1982), narrow user (Gal
1992), last speaker (el único hablante vivo -que alguna vez fue hablante fluido- de una lengua
nativa) (e.g., Elmendorf 1981), rememberers (capaces de transmitir un número limitado de
material léxico de una lengua que hayan escuchado pero nunca realmente aprendido) (Knab
1980), etc. Es decir, la cuestión “muerte de lengua” se traslada a la problemática de establecer
cuándo una persona es categorizada como “hablante parcialmente competente” de una lengua
nativa (Dorian 1981; etc.) y qué categorías se pueden establecer frente a la diversidad posible
de competencias.

La complejidad del campo de trabajo se manifiesta en otras cuestiones que también


salen al cruce: por ejemplo, la interrelación de pérdida de lengua con adquisición parcial (por
ejemplo, de hablantes llamados “semilinguas” -hablantes no fluidos ni de la lengua en
retroceso ni de la lengua dominante-); la interpretación de las prácticas de hablantes
multilingües de “mezclar” o cambiar de código en determinadas circunstancias (es decir, hasta
dónde este fenómeno se puede considerar “préstamo”, cuándo comienza a manifestarse como
“pérdida” o como “creación” o “riqueza”); la lectura que sostiene que a la disminución de
distinciones gramaticales, que alguna vez fueron funcionales, le sigue la reducción del
repertorio discursivo; la interpretación especular del fenómeno que ve en la simplificación
gradual de la gramática, desde los rasgos más complejos hacia los más simples, la contracara
de la adquisición; o el paralelo conjeturado del fenómeno con el retroceso de una lengua con
gramática (créole) hacia una lengua sin gramática (pidgin), etc. Están también aquellas líneas
de investigación que aprovechan el campo de las lenguas en proceso de retracción para probar
sus hipótesis: por ejemplo, aquellas que se dedican al estudio de los universales lingüísticos o
al análisis de las relaciones entre estructuras lingüísticas y funciones del lenguaje.

Frente a esta situación, en primer lugar, los mismos hablantes de lenguas en proceso de
desplazamiento rechazan el término “lenguas en proceso de muerte” porque –dicen- “anuncia”
su desaparición y acelera el proceso de adopción de la lengua mayoritaria al tener un efecto de
convencimiento sobre la realidad de la pérdida. Además rechazan la analogía biológica a la
que perciben como un gesto de poder que deshumaniza las lenguas y que coloca a las personas
en un nivel inferior al de los hablantes de lenguas dominantes, similar al de los insectos, las
plantas o los animales. Ambas percepciones las refiere, por ejemplo, England (2002) a partir
de su trabajo de campo realizado en Guatemala con hablantes mayas.

En segundo lugar, ninguno de los acercamientos presentados ha podido definir, en


términos lingüísticos, una noción coherente de “muerte de lengua”. La pregunta sigue vigente:
¿existe un punto donde el sistema ya no puede cambiar sin percudir su integridad estructural, y
a partir del cual lo que resulte no sea continuador del “mismo” sistema? (Romaine 1992). No
hay consenso sobre esto entre los investigadores. Menos lo hay entre los hablantes nativos y
los investigadores, en relación con lo que se considera una “adecuada sobrevivencia”.

En tercer lugar, los procesos de innovación documentados son raramente estudiados y,


en muchos casos, son considerados ajenos al proceso de desplazamiento lingüístico. Una
revisión de la extensa bibliografía sobre desplazamiento lingüístico y cultural nos enfrenta con
la recurrencia documentada de tendencias simultáneas y contradictorias tanto de pérdidas
como de innovaciones en las formas lingüísticas y sociales dentro de procesos históricos
particulares (Hill and Hill 1986 y Gumperz 1982 sobre discurso bilingüe). Sin embargo, estas
tendencias “aparentemente contradictorias” (Gal 1992; Woolard 1992) son opacadas y poco
estudiadas ante el interés que, prolongando la convención retórica tradicional y focalizando los
sistemas formales de las lenguas, pone el acento solamente en el “decaimiento” y en el
“desvío”.

Conceptualizar una lengua de una forma o de otra, y consecuentemente a sus


hablantes, no implica el uso de palabras sinónimas. La adopción de retóricas particulares
conlleva presuposiciones ideológicas que orientan focalizaciones e interpretaciones y
organizan, en definitiva, un tablero de juego político.

Anunciar la extinción de culturas y lenguas en el momento mismo en que son


descriptas por investigadores externos a las comunidades continúa una tradición retórica
propia de la lingüística de campo que (re)produce la consideración de las poblaciones
aborígenes como grupos aislados, estáticos, atrasados y “en vías de extinción natural”. Las
mismas posturas teóricas adoptadas “los fijan” en esa posición socio-política “frágil”. Al
mismo tiempo, ocultan la existencia de procesos de cambio y transformación en las lenguas
que se interrelacionan dentro de espacios liminares, en tanto signos creativos, de “vitalidad”,
en las prácticas lingüísticas y discursivas de las comunidades. Éste último aspecto constituye,
como anuncié previamente, el foco de mi tesis.
1.1.2. Retórica dominante en el debate sobre “muerte de lenguas”

Hemos visto cómo, en el debate sobre “muerte de lenguas” ciertos posicionamientos


teóricos diseñan un juego de oposiciones que se constituyen en estructurantes de las
explicaciones o descripciones sobre las lenguas y las comunidades minorizadas al tiempo que
traen a escena un conjunto de presupuestos pocas veces cuestionado. Algunas de estas
oposiciones presentes son: pasado vs. futuro, tradición (entendida como “sobrevivencia
heredada”) vs. cambio o “modernidad”, primitivismo vs. civilización, regional vs. universal,
ajeno vs. propio, tiempos cíclicos o detenidos vs. tiempos cronológicos y en progreso.8 En
ellas, las culturas aborígenes quedan siempre posicionadas dentro del primer término mientras
que los investigadores residen en el segundo. Este posicionamiento ideológico-político que
reproduce una mirada etnocéntrica es frecuentado tanto en tapas y contratapas de libros, en
publicidades, introducciones, conclusiones, en medios masivos como en eventos científicos.

Jane Hill (2002) señala tres estrategias retóricas (re)productoras de estos juegos
territoriales que dominan los discursos sobre defensa, estudio y protección de lenguas
minorizadas y en proceso de “muerte”. Es llamativo cómo estos mecanismos retóricos se
ausentan en aquellos trabajos que son impulsados desde dentro de las comunidades o con un
contacto fluido con ellas (Fishman 2001), trabajos que no tienen como punto de partida “la
necesidad de tener que convencer a una audiencia del valor de las lenguas ni de la tarea de
revitalización que emprenden”. A continuación me detendré en cada uno de estos mecanismos.

J. Hill (2002) señala:

1- la interpretación de las lenguas minorizadas como “propiedad o patrimonio universal”

Es constante en este debate la presencia de la proposición que refiere que las lenguas
amenazadas del mundo, de alguna forma, pertenecen a todos. Creo que esta proposición separa
de forma alienante las lenguas de los hablantes que las hablan, (re)produciendo una vez más la
enajenación en una población que se encuentra tan minorizada como lo está su lengua.
Ejemplos de este uso se encuentran, entre otros, en Whorf (1956), Nettle and Romaine (2000),
Crystal (2000). Por ejemplo, The European Charter for Regional or Minority Languages of
Europe (1995) expresa “everyone should be concerned, because it is everyone’s loss”.

Para la audiencia “global”, académica y occidental, de lingüistas y de no lingüistas, el


tema de la propiedad universal se arraiga en una lógica cultural ampliamente compartida,
aquella que sostiene que el conocimiento universal es un proyecto (intelectual) al cual
contribuye todo el mundo -haciendo caso omiso al hecho de que generalmente es “poseído”
por elites específicas-. Esta lógica se basa, por un lado, en la creencia de que existe una
“humanidad común” que comparte significados morales, es decir, sostiene la existencia de una
especie única en la que todo individuo posee derechos inalienables. Por otro lado, se basa
sobre una metáfora ecológica, de lógica ambientalista, en la que se interpreta al mundo como
un todo interconectado y en donde la desaparición o el daño de una pieza, por ejemplo, de una
lengua, afecta el resto. Finalmente, como señala J. Hill, se desprende de una lógica que
considera al comportamiento humano, en tanto dimensión de un mundo natural y cultural,
como “recurso” sobre el que se puede ejercer propiedad y gerenciamiento. Este último

8
El grupo dominante ha basado la estabilidad y normalización del orden social a través de la construcción de
“oposiciones binarias”.
postulado justificó muchos de los proyectos colonialistas y neocolonialistas de las últimas dos
centurias.

Desde la audiencia conformada por las poblaciones hablantes de las “lenguas


moribundas”, estas estrategias son leídas no como expresión de valores humanos
“universales”, sino como continuación de políticas históricas expropiatorias de los recursos
que les pertenecen. Es decir, son interpretadas en el marco del contexto pragmático actual
donde muchas comunidades están luchando contra la expropiación de tierras y de recursos
realizada también en nombre de la propiedad universal y nacional.

En la orilla contraria, los trabajos sobre defensa, protección o revitalización de lenguas


que son realizados desde las comunidades, o en fluido contacto con ellas, tienden a adoptar la
retórica de la posesión: “mi lengua” o “nuestra lengua”. El sentimiento generalizado es que a
través de la retórica dominante la comunidad pierde control sobre su lengua, que hacer
gramáticas y otras herramientas sobre su lengua se constituye en una especie de “robo” que
además posee “propiedad intelectual”. Todos conceptos que contrastan con la mirada de la
posesión universal.

2- la valorización exagerada

En los trabajos se repiten expresiones como “tesoros inapreciables”, “riquezas” y


categorizaciones similares. Esta estrategia metafórica convierte a las lenguas en objetos que se
presentan como más necesitados de preservación dentro de museos –otra vez controlados por
elites preparadas- que por el uso cotidiano e “imperfecto” de una población real.

Desde la biología, la ecología (Harmon 1995) y también desde la lingüística muchos


investigadores adoptan el discurso de la riqueza para, en primer lugar, conmover la conciencia
pública sobre el valor de ciertos recursos, como lo son las lenguas, y, en segundo lugar, porque
convencer a ciertos círculos de financiamiento les es dificultoso.

Esta estrategia retórica también exige una revisión. Por un lado, la valoración
hiperbólica se construye en polémica con la “ideología del desprecio”: aquel complejo
ideológico que Dorian (1998) analizó en detalle. Dorian señaló con certeza que las lenguas
que hoy están en peligro u obsolescencia son consideradas por el común de la población, e
incluso por muchos de sus mismos hablantes y sólo con la excepción de círculos de
especialistas, como lenguas “bárbaras” y “deficientes”. Lo que asocian es el status de la lengua
al “status” –que asignan trasladando presupuestos etnocéntricos evaluadores- a sus hablantes,
estigmatizados por pertenecer a una población subordinada. Además traslada ingenuamente
una concepción darwiniana sobre las lenguas, por la que las lenguas más extendidas poseerían
“verdadero valor lingüístico” ya que hablándolas las personas podrían acceder a mercados
circunstancialmente más valorados (Bourdieu 1991).

Frente a la desvalorización de la mirada ordinaria, la revalorización exagerada


promovida desde círculos de especialistas favorece la idea de que no sólo dichas lenguas
poseen un valor sino que dicho valor se diseña, etnocéntricametne, como fuera de lo común.
Segunda consecuencia negativa del uso de esta retórica.

Por otro lado, las metáforas elegidas provienen de una tradición extendida que habla
sobre las lenguas en términos económicos, es decir, que involucra concepciones
socioeconómicas para caracterizar las lenguas. Estas estrategias discursivas ubican las lenguas
minorizadas dentro de un particular mercado simbólico como un tipo especial de capital que se
intercambia dentro de una esfera donde sólo ciertas personas participan (Polanyi 1957). Es
decir, la retórica de la riqueza desplaza el valor de la diversidad de lenguas indígenas desde
una esfera de uso a una esfera selecta donde los “precios” son desbordantes para el común de
las personas. Las lenguas serían casi como “joyas preciosas”, lejanas al intercambio cotidiano,
y que sólo los expertos están capacitados para apreciar. Desde la retórica empleada, entonces,
se distancian las lenguas de las prácticas cotidianas de los hablantes, surgidas a partir de
necesidades concretas y donde el dinamismo y la transformación prevalecen.

Es cierto que en el discurso sobre las lenguas que realizan los propios hablantes
aparecen esporádicamente variantes de esta retórica de la riqueza. Sin embargo, Hill y Hill
(1986), a partir de su trabajo de campo entre hablantes de Mexicano (Nahualt) en México
Central, informan que los términos “herencia”, “recuerdo” (en el sentido de souvenir) y
“tesoro” aparecen escasamente en el discurso de la comunidad, y en general son expresiones
utilizadas por personas muy incorporadas (dice “alienadas”) al sistema dominante, alejadas de
las prácticas tradicionales. En todos los casos los términos se relacionan con un aura de secreto
y exclusividad (es una lengua usada por nobles, sólo pueden usarla los ancianos o personas de
particular dignidad) y tienden a aparecer en aquellas comunidades que se encuentran en los
últimos estadios de desplazamiento o pérdida de lengua, es decir, cuando la relación de los
hablantes con la lengua se ha distanciado de las prácticas cotidianas y el uso de la lengua
vernácula es marcado, es decir, empleado por expertos en situaciones excepcionales.

3- el uso de la enumeración

Es recurrente en los discursos sobre lenguas en peligro la utilización de estadísticas


que refieren tanto la cantidad de lenguas en retracción o el número de sus hablantes para
alarmar sobre un posible futuro próximo. Krauss (1992) es uno de los más citados. Su fin es
conmover a la audiencia que defiende las lenguas minorizadas y movilizar a la acción para
revertir la situación, pero, como las estrategias discursivas anteriormente citadas, ésta también
(re)produce marcaciones sociales peligrosas.

Esta estrategia de censo actualiza una forma de poder que incrementa la enajenación
de los hablantes reales sobre sus lenguas contradiciendo los objetivos de defender y valorizar
culturas oprimidas. Como lo señala Foucault (1973), los números han sido fundamentales en
todo régimen colonialista y, como las normas, hacen a la gobernabilidad. Los miembros de las
comunidades perciben las implicancias políticas del uso de estas estrategias y les temen con
razón.

Por otro lado, desde una perspectiva lingüística, enumerar las lenguas implica otra vez
la esencialización de las mismas, es decir, concebirlas en tanto unidades claramente
discernibles. No sólo esta mirada presupone un posicionamiento externo al habla de las
personas, sino que concibe las lenguas en un sentido occidental y nacionalista (“con armas y
naves”, según la expresión de Weinreich). Como en su materialidad las “lenguas” (y sus
variedades) se manifiestan más como continuums (o “cadenas dialectales”, según Mühlhäusler
1996) que como categorías claramente discernibles, no es posible científicamente determinar
el número de lenguas en el mundo ni favorecer una ideología que la autorice. Numerar lenguas
y hablantes construye posicionamientos políticos y refiere intereses académicos que son
peligrosos de sostener cuando se prioriza el trabajo en terreno o se trabaja al lado de las
comunidades.
Por último, la enumeración nos dice muy poco acerca de la vitalidad de las lenguas.
Como ejemplo tenemos la lengua que nos ocupa, el quechua, una lengua con miles de
hablantes, “la lengua indígena más extendida de Sud América” (Hornberger y King 2001). Sin
embargo, a pesar del número de sus hablantes, su condición es precaria: pocos niños la
aprenden. En las actuales circunstancias, su continuidad, si el criterio es la transmisión
generacional y el mantenimiento de la estructura gramatical de la lengua, estaría
interrumpiéndose.

1.2. Conceptos alternativos para concebir y pensar las “lenguas pequeñas”

Si consideramos que la situación de “riesgo lingüístico” se instala en sociedades con


bilingüismo inestable y sustractivo (sustitutivo), cuando la subordinación política y
socioeconómica promueve la transformación de ciertas pautas culturales y la estigmatización
social del grupo es extendida, no es posible evaluar el énfasis contemporáneo y la retórica
acerca de las lenguas consideradas “en peligro” (desde cualquier perspectiva que se presente)
sin ambivalencia.

Vimos en el apartado anterior cómo el uso de ciertas prácticas retóricas es efectivo


frente a la audiencia “global” pero es dañino y contraproducente frente a otras audiencias, por
ejemplo, la de las mismas comunidades implicadas. La misma Jane Hill (2002) propone
algunos pasos para superar el conflicto. Frente a la retórica de la riqueza confronta la retórica
de otro universalismo: el de los derechos humanos (como lo efectiviza Fishman, 1982, 1991).
Según ella, la retórica de los derechos humanos es la más “a mano” y la menos peligrosa ya
que introduce el tema del universalismo -útil en la defensa de las lenguas minorizadas- sin
modificar quiénes tienen el control sobre ellas. Al mismo tiempo, neutraliza el tema del valor
en términos de mercados y lo reintegra al ámbito de las propiedades prácticas del
comportamiento humano.

Hamel (1996) está de acuerdo en este cambio de marco para el estudio y defensa de
lenguas minorizadas pero alerta sobre el peligro de restringirlo al nivel de los derechos
individuales. Él expresa, por su lado, que el derecho cultural de usar una lengua particular
requiere la existencia de una comunidad, por lo que se debe partir de considerarlo un derecho
colectivo. Además alerta sobre la tendencia de que el derecho de “elección individual”
siempre favorece a las culturas y a las lenguas dominantes.

Otra ventaja señalada por Hill es que esta retórica se enfrenta a la opresión y a la
estigmatización al presentarse como una protección legal que favorece el multilingüismo, es
decir, adopta una posición donde la adquisición de una lengua valorada no implica el
desplazamiento de una minorizada que, en una nueva situación, podría estar adquiriendo valor
histórico e identitario.

J. Hill propone reemplazar “riquezas” (que focaliza los beneficios para la ciencia) por
“genios”, tomando el concepto de Chomsky, entendido como interpretaciones del mundo que
están embebidas en modos de vida particulares (de esta forma lo utiliza Woodbury 1993). Este
último concepto parece centrarse menos en las ganancias científicas y más en la valoración de
lo propio de la comunidad de habla. Finalmente, J. Hill (2002) sugiere mitigar la enumeración
(que, sin embargo, es necesaria frente a agencias internacionales que insisten en información
cuantitativa) resaltando en las investigaciones más que números aquellas especificidades que
poseen las comunidades con lenguas en peligro. El trabajo de Nettle y Romaine (2000) podría
ser ejemplo de este cambio de estrategia.

Como marco general de abordaje, la retórica de los derechos humanos se presenta


como “menos peligrosa” ya que tiene la ventaja de abolir la metáfora biológica y la de colocar
la discusión en el marco de la variación en las prácticas sociales, tanto individuales como
colectivas. Sin embargo, su retórica también merece un análisis detallado dado que sigue
tomando como centro de referencia social y como marco de perspectiva ideológico-valorativa
conceptualizaciones producidas desde los centros de poder contemporáneos. Es decir, esta
perspectiva vuelve a confirmar discursos que, realizados desde los lugares geo-políticos con
mayor poder de interpretación, describen y explican permanentemente las periferias.

Desde el trabajo de campo que realizo, considero que una alternativa deseable para
acercar la retórica académica y periodística a los intereses aborígenes la constituye la
selección y el uso de conceptos, términos y estrategias retóricas que emanen de las mismas
comunidades y del trabajo etnográfico. Es decir, que partan de concebir la situación de cambio
desde conceptualizaciones que cobran sentido dentro de las preocupaciones de las
comunidades -que son coherentes con la perspectiva de los participantes, con sus criterios de
relevancia y con sus contextos sociales “liminares”, en proceso de cambio y de interacción
cultural- y que, al mismo tiempo, no pierdan de vista los intereses de la sociedad “global” y el
marco de las políticas lingüísticas. Las categorizaciones nativas de los eventos de habla, de los
tipos de hablantes, de las funciones lingüísticas, de la relatividad de sus cambios nos
acercarían a verdaderas “etnografías del habla” (Hymes 1972) y, probablemente, pondrían en
jaque las relaciones de poder y las asimetrías entre los investigadores y los investigados.
Considero que el diálogo con teorías locales se presenta como una tarea fundamental por
hacer.

Otro punto que considero necesario reformular se constituye en relación con la mirada
que se sostiene sobre las transformaciones en las comunidades, en sus lenguas y en sus
culturas. Como vimos, aquí también la ideología de rescate se pone de manifiesto de diferentes
formas, en particular, cuando frente a la variedad de formas, los fenómenos de variación
dialectal o la innovación, se presentan explicaciones alineadas con el declive, el
desplazamiento o la reducción de una lengua que se interrelaciona con otra(s) -ideológica,
económica y políticamente- más poderosa(s). Es decir, explicaciones que no consideran la
dinámica y el valor vital de la transformación lingüística, ni la acción de los hablantes quienes,
de forma interesada y en función de intereses pragmáticos, explotan y re-analizan formas y
significados dentro de complejas y contradictorias “zonas de contacto” culturales.

Un paso para solucionarlo consiste en desarrollar la tarea de documentación y análisis


partiendo de concebir la lengua no como en proceso de desintegración sino de transformación,
es decir, donde el objeto de estudio es observado dinámicamente, en proceso de cambio, y no
como un objeto dado en situación de declive. Al abandonar la concepción de las lenguas como
idealmente puras, donde se planteaba como necesario proteger sus sistemas estáticos para que
mantuviesen su “integridad”, se involucra su capacidad de adaptación y cambio en favor de su
“vitalidad”. De paso, se deja de lado la connotación negativa (de “desvío”, “degeneración”)
que se le asignaba desde la academia trasladando supuestos morales, normativos y
evaluadores. Si bien dicha connotación se hace presente como presupuesto actualizado en
muchos hablantes nativos “asimilados”, que la incorporan (re)produciendo sobre sí y sobre su
gente un “desprecio simbólico naturalizado” como forma de “legitimizarse” en espacios
interétnicos, es, en general, ajena al juicio genuino de las comunidades. Como se observa, las
contradicciones socio-políticas del desplazamiento lingüístico afloran en numerosas
ambigüedades.

Para la investigación, considero que es socialmente más relevante la perspectiva que


considera el habla como parte integrante de una forma más general de adaptación material, es
decir, integrada a la “práctica” o acción interesada de agentes sociales. Desde esta
aproximación, los procesos de cambio/creación lingüístico-discursiva se integran a la
dinámica de una economía simbólica en que las comunidades polemizan entre ellas, con la
población dominante y con los proyectos de Estado. Es decir, sin perder de vista los
sentimientos ambiguos de los hablantes hacia su(s) lengua(s) y producciones lingüísticas -que
constituyen uno de los pilares privilegiados para la (re)producción lingüística-, sin dejar de
considerar casos específicos de desaparición de culturas y lenguas, y sin desvalorizar las tareas
de su registro, se incorpora al análisis la lucha económica de sus hablantes, el diálogo
bajtiniano de identidades e intereses que se produce intra- e inter- comunalmente y,
finalmente, los marcos sociales/dinámicos de pensamiento (de producción e interpretación
discursiva) que le dan sentido situado a las prácticas y que son imposibles de encontrar en los
libros. Sólo el trabajo etnográfico y el análisis de los “textos interaccionales” (Silverstein
1993) codificados históricamente nos pueden acercar su significación.

De acuerdo con esta perspectiva interdisciplinaria, es decir incorporando aportes de las


ciencias sociales y antropológicas como del análisis lingüístico y discursivo, se vienen
desarrollando nuevos conceptos en el estudio del uso lingüístico en espacios “fronterizos o
liminares”. Los considero especialmente fructíferos para analizar situaciones complejas de
contacto lingüístico/discursivo porque no pierden de vista la “otredad” históricamente
producida, en la cual identidades y diferencias emergen como efectos de poder. Los selecciono
con el objetivo de favorecer el análisis de particulares estrategias discursivas de
(dis)continuidad de prácticas comunicativas indígenas en el contexto urbano de Buenos Aires.
Las interrelaciones entre estos diferentes enfoques diseñan, en última instancia, el anclaje y el
sustento teórico-metodológico de la investigación que presento sobre el habla “mezclada”
(quechua/español) de los migrantes bolivianos que residen (o circulan) en Buenos Aires.

El primer concepto que, a mi entender, ilumina la problemática y que me interesa


señalar es el de “sincretismo lingüístico” propuesto por Jane Hill y Kenneth Hill (1977, 1986)
en Hablando mexicano; La dinámica de una lengua sincrética en el centro de México. Los
autores conciben el sincretismo lingüístico como una forma de referir a fenómenos de
“mezcla” sin arrastrar las connotaciones viciadas que la teoría degenerativa y purista le habían
impreso. El concepto designa “al fenómeno lingüístico que se nutre de una variedad de
materiales simbólicos de distintas lenguas” (Hill y Hill, 1999 [1986]:73) y se interpreta como
parte de un proyecto de manipulación de los materiales simbólicos (en los que se incluye a
la(s) lengua(s)) para crear nuevas formas transitorias de habla, es decir, de participación en la
interacción social relativas a contextos dinámicos. La conceptualización reconoce la
negociación activa de los hablantes y recupera “los aspectos positivos del sincretismo
lingüístico, en el sentido de concebir que éste tiene un efecto de preservación de la lengua,
particularmente cuando sus hablantes deben adaptarse a circunstancias que cambian
rápidamente. Los puentes construidos entre ambas lenguas por los hablantes no son
concebidos como un síntoma de degeneración, sino como un signo de la vitalidad y
adaptabilidad fundamental de sus tradiciones” (75).
Dentro de esta perspectiva, Hill y Hill analizan, por ejemplo, la relexificación de las
lenguas “en peligro” – es decir, el reemplazo de la terminología nativa por raíces o palabras de
la lengua hegemónica– como un ejemplo de convergencia lingüística dentro del “proyecto
sincrético”. Los autores proponen que, si bien este proceso suele mostrarse como una señal
incuestionable de pérdida ya que, desde la mirada centrada en el código formal, reflejaría el
debilitamiento de las lenguas ‘desde adentro’ (Hill 1992), el proyecto sincrético pone en
evidencia la retención, continuidad y productividad de dispositivos vernáculos o patrones de
uso que son re-creados por los hablantes estratégicamente para asegurar la supervivencia del
grupo. A través de re-significar oposiciones en diferentes niveles lingüísticos, estos
mecanismos conforman “estrategias defensivas y de solidaridad” frente a la sociedad mayor
que posibilitan controlar el acceso a recursos comunitarios en el marco de una “economía de
mercado” que condiciona los valores en juego (e.g., Hill 1973, 1992).

Desde esta mirada, Jane Hill (1992), por ejemplo, propone una explicación conjunta a
las diferentes frecuencias de uso de oraciones relativas; que, según numerosos estudios, es
menor, o está ausente, en lenguas pidgins, en la oralidad (frente a la escritura), en el habla de
clases obreras y en lenguas en proceso de retracción. La autora articula la teoría basada sobre
el poder de la solidaridad (se apoya, según refiere, en Brown y Gilman 1960) a través de la
cual se sugiere que existe una relación funcional y proporcional entre la densidad de
información que se presenta y el grado de descontextualización. En este sentido, las oraciones
relativas presentan mayor información y por lo tanto, (re)producen una mayor
descontextualización, generando mayor distancia entre interlocutores. La pérdida o reducción
en el uso de las construcciones subordinadas en las lenguas por ella estudiadas –cupeño y
nahuatl– tiene, según la autora, una función social: la distinción funcional entre los
campesinos que, aún no teniendo contacto fluido con la sociedad blanca, poseen un léxico más
hispanizado, y los operarios que, insertos en el mercado laboral nacional, se dicen puristas del
nahuatl o mexicano. Es decir, J. Hill propone que en los fenómenos mencionados opera un
código de solidaridad, que se presenta de dos formas: defensivo y cooperativo. El tipo
defensivo se emplea inter-comunalmente cuando una comunidad de habla sufre opresión
económica o su identidad es estigmatizada, situación frecuente en todo proceso de
desplazamiento lingüístico; mientras que el tipo cooperativo es utilizado intra-comunalmente
como forma de sostener una identidad compartida. Dentro de estos códigos, por ejemplo, los
recursos de relativización se convierten en estrategias comunalizantes (Brow 1990). De esta
manera, Jane Hill (1973, 1989, 1993) articula las repercusiones que los cambios en la
estructura de las lenguas (relexificación, pérdida de distinciones funcionales en el sistema
fonológico, modificación del sistema morfológico, etc.) acarrean para la gramática y
funcionalidad del código, con las que intervienen sobre las prácticas discursivas en relación
con el campo social.

Si bien esta conceptualización recupera la mirada sobre el proceso de reformulación


lingüístico/discursiva entre dos códigos donde “ambas partes de la ecuación resultan
modificadas”, es decir, donde emerge “una nueva realidad compuesta y compleja; una realidad
que no es una aglomeración mecánica de caracteres, ni siquiera un mosaico, sino un fenómeno
nuevo, original e independiente” (Malinowsky 1940) considero que requiere de ciertos
cuidados su apropiación. Por un lado, el concepto de “sincrético” traslada el presupuesto de
preexistencia ontológica y polarizada (esencialista) de códigos paralelos, autónomos,
contrastantes y simultáneos que entran en relación. Por otro lado, nos posiciona frente al
peligro de neutralizar, dentro de un marco interpretativo implícito de armonía, la dimensión
del poder –económico, político y social- y del conflicto por la hegemonía (Williams 1997;
Bourdieu 1993). Considero, sin embargo, que la conceptualización adquiere mayor ventaja,
por un lado, por su visión valorizante de las nuevas formas de habla y, por otro lado, porque
re-integra a través de la metodología etnográfica las prácticas discursivas con su naturaleza
histórica y social.

Por otro lado, en el marco del desplazamiento de lenguas, la variación que se produce
en el nivel lingüístico-discursivo desafía un número importante de nociones que son
fundamentales en algunas teorías lingüísticas. Algunas de ellas son “competencia”, “hablante
nativo” (fuente confiable de datos para la teoría chomskiana), “comunidad de habla”, “lengua
materna”. Es decir, en casos donde una lengua está siendo desplazada o en proceso de
restricción funcional, surgen dificultades en determinar cuestiones claves como a quién se
puede considerar “hablante de la lengua” o miembro de una comunidad que habla una lengua
particular. El concepto de semi-hablante que postula Nancy Dorian (1977) muestra las
implicaciones de esta categoría de hablante en tanto miembro con competencia no ideal de la
lengua. Según la autora, un semi-hablante es aquel “hablante terminal imperfecto” que
entiende más de lo que puede transmitir, es decir que sufre reducción de su repertorio
lingüístico y de dominios de uso. Sus habilidades receptivas son superiores a sus habilidades
productivas. De hecho, sus producciones son consideradas raras o defectuosas por los nativos
y por los investigadores ya que incurren en “desvíos” de las normas fonológicas y
gramaticales. Los semi-hablantes se asemejan a los bilingües casi-pasivos, pero su
conocimiento de las normas sociolingüísticas y de los patrones de interacción, su competencia
comunicativa (Gumperz 1991), nunca los dejan afuera de las conversaciones.
“[...] nunca eran rudos intencionalmente; sabían cuándo era apropiado hablar y cuándo no; cuándo
una pregunta mostraría interés y cuándo constituiría una interrupción; cuándo un ofrecimiento de comida o
bebida era una mera rutina verbal y debía ser rechazado y cuándo era un ofrecimiento serio y debía aceptarse;
cuánta reacción verbal era la apropiada para expresar simpatía en respuesta a una narrativa sobre enfermedad
o mala suerte y otros.” (Dorian 1982)

Es decir, ni la fluidez ni el control del sistema o de la norma gramatical son


determinantes para definir la adscripción de un individuo a una comunidad de habla. Lo
fundamental en su consideración es que en la irrupción del semi-hablante como categoría
empírica emerge un criterio innovador para la (auto)demarcación social que no solo considera
la (auto)percepción de los hablantes en relación con su pertenencia a la comunidad de habla
sino que también deja abierta la posibilidad de (re)aprendizaje (de la lengua por parte de los
miembros de la comunidad) que habilita la reversión factible del proceso. Si bien esta
categoría de hablante aparece en situaciones donde la transmisión de la lengua se está
interrumpiendo, redefinir los márgenes operativos de la comunidad de habla –en última
instancia, nunca homogénea ni unificada sino más bien conflictiva, heterogénea y
contradictoria (Pratt 1987)- constituye una perspectiva alternativa para el estudio de lenguas
minorizadas y justifica la necesidad de ampliar la mira del trabajo lingüístico hacia aspectos
sociales y culturales. De esta forma, Dorian deja formulada la cuestión de qué es lo que sucede
con una comunidad cuando su lengua “se pierde” o es desplazada por otra; pregunta gemela a
la que Hill y Hill (1986) dejaron planteada: ¿cómo se identifica la comunidad más allá del uso
de la lengua nativa?

Los trabajos de Hamel (1995, 1996, 1997) también son reveladores de una nueva
perspectiva de análisis sobre el fenómeno de desplazamiento y/o pérdida de lengua. Él
propone un marco teórico socio-lingüístico que amplía los límites del concepto de “lengua”
donde se incluye fundamentalmente el aspecto pragmático, metalingüístico y las relaciones
ideológicas. El modelo interrelaciona tres niveles en los que surgen (dis)continuidades,
combinaciones y “cruces de fronteras”, en el proceso de desplazamiento lingüístico: el nivel
de los modelos culturales, el de las estructuras discursivas (incluyendo los procedimientos de
contextualización y de inferencia) y el de las estructuras lingüísticas (propiamente, el nivel del
código lingüístico). Los tres niveles forman parte de un mismo sistema semiótico que se
concibe en proceso de cambio.

En oposición a lo que habitualmente realizan los estudios estructuralistas y los modelos


de análisis de desplazamiento lingüístico y/o planificación, que opacan las variables sociales y
discursivas en las situaciones de conflicto lingüístico, Hamel enfatiza el carácter de las lenguas
y de las prácticas discursivas no sólo como recursos de comunicación sino principalmente
como instrumentos de poder social relacionados con la identidad de las comunidades
lingüísticas particulares. Desde este punto de vista, el desplazamiento lingüístico no se reduce
a una oposición entre una lengua dominante y una subordinada sino que el fenómeno abarca
las prácticas discursivas interaccionales contextualizadas. Según Hamel, frente a la dinámica
dialéctica establecida entre dos tendencias fuertes: la expansión de una lengua dominante junto
a sus normas de comunicación hegemónicas y su mundo simbólico, y el desplazamiento
progresivo de una lengua minorizada, de sus usos y prácticas tradicionales, el autor sugiere
que se producen en la comunidad de habla “desarticulaciones discursivas y culturales” que,
por un lado, transforman las bases interpretativas del grupo (interfieren en sus modelos
culturales y fomentan las contradicciones) y, por el otro lado, impulsan nuevas tendencias re-
organizativas de las prácticas interaccionales modificando paulatinamente la relación entre
la(s) lengua(s) en uso y la experiencia acumulada a través del tiempo por el grupo (Hamel
1996). Desde aquí, Hamel propone dos modalidades de desplazamiento lingüístico, ambas son
desarrolladas en etapas y se presentan como dos polos opuestos entre los cuales se encuentra
todo el continuum de variación posible en los procesos de desplazamiento lingüístico: en uno
se atraviesa la fase donde, si bien se han cambiado las estructuras lingüísticas y discursivas, es
decir, se han adoptado patrones de la lengua dominante, se mantienen los modelos culturales
tradicionales; en el otro, por su parte, existe una fase intermedia en el proceso de
desplazamiento en la cual las estructuras lingüísticas se mantienen, es decir se utiliza la lengua
vernácula en la superficie, pero alterándose los modelos culturales y las estructuras discursivas
propias del grupo indígena. Un ejemplo de este último tipo lo constituiría la metodología
evangelizadora del SIL.

Según el autor, la “ruptura inicial” y la reorientación discursiva de los hablantes


constituye un potencial enriquecimiento del repertorio bilingüe colectivo y puede analizarse,
por ejemplo, en el proceso de incorporación de nuevos tipos de textos, de patrones de
interacción verbal, de marcos de referencia, de técnicas de argumentación, de incorporación de
neologismos y préstamos, en el nivel de la extensión semántica, en la modificación de las
restricciones semántico-pragmáticas, entre otros parámetros lingüísticos y discursivos. La
reorientación de los hablantes hacia nuevas prácticas discursivas en determinados contextos
señalaría, según Hamel, una transformación en los sistemas simbólicos y de valores, de los
status y de las identidades étnicas asociadas (Hamel 1996), a la vez que manifestaría
estrategias de re-territorialización (Grossberg 1992; Foucault 1985) y apropiación particulares
del nuevo espacio simbólico.9 Estos fenómenos, “muchas veces creativos”, se conciben en

9
Grossberg (1992) define y analiza “maquinarias de diferenciación” -la formación de regímenes de verdad-, y
“maquinarias de territorialización” -en relación con el control jurisdiccional del espacio social. Estas últimas me
interesan en particular pues emplazan las posibles movilidades de la vida cotidiana. Desarrollo la perspectiva en
el próximo capítulo.
tanto re-significan los dominios de uso a la vez que redefinen “lo propio y lo ajeno” a la
comunidad, en el marco de procesos políticos de producción cultural más amplios.

El marco de análisis propuesto por Hamel, de alguna forma, también arrastra ciertos
presupuestos que es necesario considerar. La definición de “desplazamiento” -que yo misma
vengo utilizando-, conlleva la idea de un proceso transitivo desde una lengua hacia otra, una
especie de pasaje, que implica pérdida y desarraigo (parcial desculturación) así como la
conformación creativa de nuevos fenómenos (neoculturación) en la incorporación de otro
código dentro del contexto inmigratorio. Es decir, por un lado, al igual que el concepto de
sincretismo lingüístico, presupone la existencia primordial de dos lenguas, como entidades
autónomas y homogéneas, que se ponen en contacto, y, por otro lado, naturaliza un pasaje
unidireccional que, mediante la metáfora espacial, configura zonas claramente diferenciables
entre las cuales el espacio fronterizo es sólo transitorio. Considero que, según lo observado
sobre el habla de los bolivianos en Buenos Aires, los códigos en interacción, desde una
perspectiva sincrónica, no pueden ser pensados como entidades autónomas, por un lado, en
tanto ambos se (in)definen relacionalmente (dinámica y conflictivamente, como lo demuestran
los marcos interpretativos en pugna–o “mapas” para continuar con la metáfora espacial- de los
cuales dan cuenta, por ejemplo, los índices de contextualización que analizo en la presente
tesis) y, por otro lado, porque considerarlos así reproduce una perspectiva ajena a los hablantes
que, aunque sea solo por ello, no es suficiente para comprender la naturaleza significativa del
proceso. Desde una perspectiva diacrónica, no puede dejar de considerarse la plusvalía de los
fenómenos lingüístico y discursivos observados, neutralizando siglos de “contacto”, lucha y
mutua (in)determinación (Voloshinov 1929).

Este marco de análisis presupone también un cierto equilibrio funcional entre las tres
variables estudiadas: prácticas lingüísticas, prácticas discursivas y modelos culturales;
equilibrio que de forma natural tendería a reestablecerse una vez asimilada la ruptura inicial.
En términos de García Canclini (1992) una especie de “ecualización”.10 En este sentido, la
propuesta de Hamel encuentra paralelo, si bien en el ámbito de la teoría literaria, en lo
postulado por Rama a partir del concepto de “transculturación” (Rama 1995). Rama sostiene
cuatro operaciones que dan cuenta del desplazamiento cultural en una zona de contacto:
pérdida, selección, redescubrimiento e incorporación. Todas estas operaciones se resuelven
dentro de una reestructuración general del sistema cultural: la función creadora del proceso
transculturante. La noción de congruencia entre las diferentes variables culturales que
proponen ambos modelos la retomo en la investigación. Sin embargo, no la considero
presupuesta sino objeto de análisis con el objetivo de distanciarme de aquellas nuevas matrices
hegemónicas que la retoman actualizando significados implícitos de armonía, polifonía o
intercambio cultural. Me diferencio también de la concepción y construcción de “frontera” que
ambos autores diseñan. Los desarrollos siguientes inauguran modos alternativos de abordar su
densidad que entiendo más afines con lo que encuentro en el campo: por un lado, conciben a
este espacio como territorio (físico y simbólico) particular más que como línea, y, por otro
lado, consideran su carácter inestable como su (in)condición de ser más que como un estado
circunstancial de tránsito.

El primero es el concepto de liminaridad desarrollado Turner (1967), un antropólogo


dedicado a analizar el rol de la simbología, el ritual y la performance en la reproducción

10
Este autor utiliza la metáfora musical para señalar la idea de una hibridación tranquilizadora que reduce los
puntos de resistencia de otras culturas. El marco “pluralista” de la globalización, bajo la forma del
“multiculturalismo”, de alguna manera, la actualiza.
cultural y en el mantenimiento de la solidaridad social. Desde su conceptualización dialéctico-
estructural, la liminaridad se define como una zona que reúne intersticios y márgenes de la
estructura, es decir, posicionamientos sociales que no participan del orden imperante y que se
relacionan con los niveles inferiores de las jerarquías de poder. En lo liminar se constituye,
entonces, un espacio social móvil, de “pasaje” o periférico, desde donde se pueden
desconstruir clasificaciones y generar nuevos modelos/sistemas culturales capaces de re-
configurar las relaciones sociales. Su aporte, entonces, consiste en pensar la existencia de estos
espacios sociales inestable desde donde se producen, de forma inherente, movimientos que, a
partir de desmontar estructuras hegemónicas en base a una dinámica de referencia y
condensación, presuponen (y reproducen) tanto como (re)crean ciertos aspectos de la
estructura. Es decir, desde posicionamientos no-centrales y “pasajeros” estos lugares habilitan
la reproducción o, por el contrario, la generación de valores, normas, prácticas, creencias e
identidades que ponen en relación dialéctica patrones culturales del pasado a partir de
posicionamientos presentes. En este sentido, la liminaridad conformaría un “hábitat migrante”
inestable que, si bien es periférico, puede desmontar estructuras de poder social. Esta noción,
junto a las siguientes, me habilita a acceder a las prácticas sociales “mezcladas” y emergentes
(“contextualizantes”) de una población “marginal” y “migrante” como formas que codifican,
procesualmente y dinámicamente, una historia (política) de “textos interaccionales”
(Silverstein 1993) constituida por una profusión de relaciones sociales, identidades impuestas,
resistidas y subvertidas, y representaciones del mundo, que se repiten, se re-producen,
polemizan y cambian a través de prácticas discursivas interesadas.

Concordante con el anterior -y aún más flexible en tanto no presupone una estructura
(social y simbólica) global-, me interesa rescatar, por último, el concepto zona de contacto,
formulado por Mary Louise Pratt (1992). Proveniente de los estudios culturales, esta noción
nos favorece para trascender los límites de las lingüísticas “de comunidad” en tanto concibe el
espacio social en relación dialéctica con las prácticas culturales y no a priori de ellas. Definido
como “un espacio social en el que culturas diversas se encuentran y establecen relaciones
duraderas de dominación y subordinación fuertemente asimétricas que implican coerción,
desigualdad y conflicto”, este concepto contribuye al desarrollo de una perspectiva sobre los
procesos de transformación y cambio lingüísticos en las llamadas “lenguas amenazadas” desde
una concepción dinámica del lenguaje como práctica social, histórica, emergente, creativa y
fundamentalmente, relacional. Desde esta perspectiva, las prácticas lingüísticas y
comunicativas de los pueblos sometidos a situaciones de mayor fragilidad sociopolítica son
abordadas en tanto forman parte y, al mismo tiempo, constituyen procesos socioculturales más
amplios. De este modo, los aspectos formales y funcionales de los procesos de transformación
y cambio lingüísticos son explorados a partir de su operatividad a través de los límites de la
diferenciación social, donde el análisis de la dimensión ideológica que subyace a las prácticas
es indispensable (Schieffelin, Woolard y Kroskrity 1998), es decir, donde no queda
enmascarada la naturaleza histórica de las representaciones que las (re)producen.11

Como muestra la discusión teórica precedente, adopto perpectivas que se vinculan con
una conceptualización gramsciana de hegemonía. Según la interpretación que realiza Williams
(1977), los procesos hegemónicos son constitutivos de la conciencia práctica manifestada en las
percepciones, los valores y significados que los sujetos proyectan sobre sí mismos, sobre los

11
La perspectiva teórico-metodológica que adopto en mi investigación tiene como antecedente de la casa lo
desarrollado por Ana Ramos (2003) en Modos de hablar y lugares sociales. El liderazgo mapuche en Colonia
Chushamen (1995-2002). Tesis de Maestría en Análisis del Discurso. F. F. y L. – Universidad de Buenos Aires.
m.i. Agradezco el permiso de la autora para acceder a su investigación.
otros y sobre el mundo que los circunda. Su funcionalidad orienta las acciones, las
interpretaciones y las expectativas de las personas en sus vidas cotidianas. Dentro del espacio
social (Bourdieu 1972, 1985), la articulación hegemónica conyuntural habilita capacidades
diferenciales de circulación, movimiento y poder, delimitando (provisoriamente) “espacios
propios” que, por su naturaleza relacional, siempre se configuran con (o están habitados por)
“extraños” (Voloshinov 1929; Bajtín 1982).

En este sentido, en tanto las prácticas lingüísticas y discursivas participan en la


configuración de lo social, su análisis nos permite acercarnos al conflicto, la contradicción y la
diversificación de los miembros dentro de un proceso territorializante (Grossberg 1992) de
formación de comunidad (Brow 1990) en el contexto inmigratorio, es decir, acceder a aquellos
procesos (dis)continuos, dinámicos y, muchas veces, encontrados de (re)apropiación y
(re)significación simbólica del espacio físico, económico, histórico y cultural. Desde esta
perspectiva, el análisis de las luchas contextualizantes en las prácticas lingüísticas y discursivas
se actualiza en un tipo de estudio como el que propone Kulick (1992) acerca de las
concepciones de la comunidad sobre su self, sobre la interpretación de su mundo social, y,
finalmente, sobre cómo estas concepciones son codificadas y mediatizadas estratégicamente a
través del uso diferencial del lenguaje. Para ello, desde el análisis lingüístico y discursivo, los
diferentes índices de contextualización (Gumperz 1991) serán nuestra vía de acceso.

Los conceptos expuestos constituyen el anclaje teórico-metodológico de la


investigación que se presenta sobre las (dis)continuidades formales/funcionales en las
prácticas lingüístico-discursivas de la población indígena boliviana residente en Buenos Aires.
Son conceptos que fundamentan el acercamiento etnográfico elegido y la detención en los
marcos de interpretación en tanto recursos simbólicos imprescindibles en la lucha de las
personas, por un lado, por construir para sí identidad(es) útil(es) y, por otro, por organizar
su(s) mundo(s) de tal manera de poder sobrevivir y prosperar en el(los). Esta aproximación
teórica nos exige no privilegiar una lengua sobre otra. De esta manera, nos habilita el acceso al
espacio simbólico que se (re)produce liminarmente como “zona de contacto” en la situación
migratoria.

Por lo tanto, la investigación que presento no recorta el habla de las personas; es decir,
incorpora el uso de todas las lenguas implicadas y atiende especialmente las dimensiones
pragmáticas y metapragmáticas de las interacciones en tanto productoras de comunalización
en un contexto histórico particular. En este sentido, se hace fundamental el empleo de
categorías analíticas propias de las ciencias sociales tales como las de la teoría de la práctica,
(Bourdieu 1972; Hanks 1987), y las propuestas desde el análisis de una “praxis orientada hacia
una semiótica social” (Silverstein 1993). En ambos acercamientos se sustituye la lógica de la
diferencia por una política de la otredad históricamente producida, en la cual identidades y
diferencias emergen como efectos de situaciones políticas (Williams 1977). En esta línea de
trabajo el objetivo “tradicional” (del modelo “degenerativo” o “purista”) de comparar los
resultados del habla registrada con una “forma estándar” de alguna de las lenguas carece de
funcionalidad. Asimismo, todos los hablantes son considerados legítimos y valorizados desde
el lugar que ocupan dentro del grupo socio-lingüístico estudiado.
1.3. Trabajo de Campo: algunas revisiones sobre la práctica

Los cambios señalados en la conceptualización teórica de la práctica de investigación


revelan posibles conflictos éticos y responsabilidades en el trabajo de campo cuando éste se
desarrolla en relación con comunidades cuyas lenguas y culturas se encuentran en diferentes
procesos de transformación.

En primer lugar, el rol del lingüista de campo cambia. Como lo expresa la primera
sección de los Principles of Profesional Responsability12, la principal responsabilidad que
exige la actividad es el compromiso hacia las personas cuyas lenguas y culturas estudiamos,
miembros de comunidades hacia las que la sociedad en su conjunto tiene deudas pendientes.

Si se considera que la pérdida de sus lenguas es sólo una parte de la historia de


injusticias que vienen sufriendo, quedan planteadas, entonces, cuestiones delicadas en las que
los investigadores de campo quedamos implicados. Fundamentalmente: ¿qué pasa con los
hablantes, en la mayoría de los casos, tan “en peligro” como lo están sus lenguas? (Grinevald
2001, 2003). Y después: ¿qué sucede con las comunidades cuando sus lenguas “se pierden”?
(Dorian 1977, 1992).

A partir del cambio de mirada, el imperativo moral que guía la investigación sobre
minorías reside en asumir y respetar las necesidades, deseos y demandas de las mismas
comunidades. En este sentido, y probablemente con vaivenes y errores, mi trabajo de campo
estuvo enriquecido y, a la vez, modificado con múltiples actividades que las personas con las
que trabajé me demandaron. Finalmente, la producción de la investigación -calibrada y
monitoreada entre interesados- se orienta a reforzar el conocimiento y el diálogo entre las
partes.

En segundo lugar, la revisión de los cambios históricos en los postulados éticos del
trabajo de campo (por ejemplo, descriptos por Craig 1992, sobre el análisis de numerosos
documentos13), muestra un pasaje de los marcos investigativos centrados en el lingüista hacia
marcos participativos donde las comunidades intervienen en los procesos de decisión a lo
largo de toda la investigación con derechos que se negocian para corresponder por igual a las
necesidades tanto del investigador como de los investigados.

En este sentido, y a partir de nuestra propia experiencia, concordamos con Grinevald


(2003) quien sostiene que el trabajo de campo es más bien un “arte”, una experiencia que se va
enriqueciendo a lo largo de la investigación y que implica una multiplicidad de relaciones
humanas así como también de demandas, tensiones y conflictos generados por las presiones
académicas, los cronogramas de investigación, la vida personal del investigador y los intereses
de las personas involucradas. Y experimentamos lo que algunos autores sostienen: que la base
del trabajo de campo es fundamentalmente un ordenamiento de relaciones humanas y de
relaciones de poder entre los hablantes de la lengua estudiada y el lingüista de campo (ver
Cameron et al 1992 a y b).

12
American Anthropological Association (1971). En: Cassell, J. y J. Sue-Ellen (eds.) (1987) Handbook on
Ethical Issues in Anthropology. AAA, n. 23
13
Handbook on Ethical Issues in Anthropology, 1987; Principles of Profesional Responsibility, 1990 (AAA);
Codes of Ethics (NEH y ASA), Ethical Principles (APA), Ethical Guidelines for Good Practice (ASAC), etc.
Desde esta perspectiva, optamos por adoptar una metodología que tiende a la
colaboración, donde se regula el poder entre los participantes y se trabaja habilitando la
opinión, el control, y la evaluación del grupo.14 Este re-ordenamiento de relaciones permite
que, incluso, los hablantes asuman, en ciertas ocasiones, el control de la(s) interacción(es). Por
ejemplo, mediante transformar lo que Briggs (1988) denomina “clave de la ejecución”,
imponiendo un nuevo tono a la relación, con lo que se (re)crean nuevos roles, nuevas
posiciones sociales, en el transcurso de los encuentros. Consideramos, como señala Messineo
(2006), que este tipo de situaciones “trasluce la consolidación de nuevas relaciones (ya sea de
acercamiento, alejamiento o conflicto), conduce a la expresión (explícita o implícita) de los
objetivos e intereses de los propios hablantes y muchas veces, constituye el medio para crear
nuevos compromisos sociales, no siempre contemplados en los objetivos iniciales del proyecto
de investigación”. Estos encuentros (o, a menudo, desencuentros) resultan, a su vez, propicios,
para acceder de manera comprehensiva a las prácticas comunicativas (Hanks 1996) de una
comunidad de habla.

Desde la experiencia de campo, somos concientes de que “el modelo de TC adoptado,


los métodos de recolección de los datos, el grado de acceso al material y el ordenamiento de
las relaciones que emergen entre investigador y consultante pueden afectar o influir en el tipo,
la calidad y la representatividad de los datos” (Messineo 2006). Consideramos que la
metodología que está abierta a la colaboración puede proveernos, a su vez, de una mejor
comprensión de la lengua y de las prácticas comunicativas, así como también del contexto
social y cultural en el que se desarrolla la investigación.

Por lo expuesto, la clase de trabajo de campo asumida requiere del investigador un


conocimiento en profundidad de la historia socio-lingüística y cultural de los hablantes, reposa
sobre un fuerte compromiso personal con el grupo social que se estudia y, fundamentalmente,
coloca en el lugar de compañeros intelectuales a los hablantes cuyas prácticas se analizan y
cuyas explicaciones se incorporan a las reflexiones.

Trabajar sobre un material humano implica una enorme responsabilidad. Por ello,
concientemente decidimos no presentar información confidencial de las personas (comentarios
íntimos, situación documentaria, datos económicos, por ejemplo) y sólo nos focalizamos en la
forma pública en que experiencias colectivas construyen espacios discursivos comunes de
negociación, apropiación, dominación, subordinación y resistencia en el contexto migratorio
argentino. Como resultado, entonces, presentamos una especie de fotografía parcial sobre un
campo que se mueve, y continúa moviéndose, sufriendo constantemente profundas
modificaciones que nos involucran.

14
Cameron et al. (1992), discuten los siguientes modelos: a) el TC SOBRE una lengua, es decir, con propósitos
exclusivamente académicos (Bloomfield y Sapir son representativos de este modelo); b) el TC PARA la
comunidad lingüística, por ejemplo, para contribuir a la defensa de los derechos lingüísticos de una lengua o
variedad determinada (el caso prototípico de esta aproximación es el del trabajo de Labov en la comunidad Afro-
Americana de hablantes del Black Vernacular English con el objetivo de que dicha variedad lingüística sea
reconocida en su propio derecho por el Congreso de los EEUU); c) TC CON hablantes de una comunidad
lingüística, que implica la articulación de la investigación con las demandas de las comunidades indígenas que
reclaman mayor participación en los procesos de investigación de sus propias lenguas (Modelo desarrrollado en
los 80’ y que se relaciona con los modelos de “investigación-acción” y “TC negociado” según Wilkins 1992). A
estos modelos, Grinevald, (2003: 58-60) agrega que el TC puede ser directamente realizado POR hablantes de las
comunidades lingüísticas. Esta última tendencia combina el TC con el entrenamiento lingüístico y la capacitación
de los propios hablantes en la investigación y enseñanza de su propia lengua (e.g., Programas en América Latina
y en EEUU, Austin: UT).
1.3.1. Metodología de recolección de datos

Las actividades de investigación combinaron la actualización bibliográfica, el trabajo


de campo, la documentación y el procesamiento de los datos. Los datos lingüísticos y la mayor
parte de la información etnográfica que se presenta en esta tesis fueron registrados
personalmente entre los años 2001 y 2006, es decir, conforman un conjunto de materiales de
primera mano. 15

En relación con las unidades sociales de observación, en una primera etapa


exploratoria, ellas fueron definidas espacialmente, es decir, trabajé en ciertos “barrios” donde
se congregan migrantes bolivianos, en particular: Ciudadela, Liniers, Barrio “Charrúa” (Villa
Soldati), Flores, Puente La Noria, Merlo, Moreno, Luján y Rafael Castillo. Luego, una vez que
identifiqué la forma de agrupamiento y circulación de la población quechua-hablante,
seleccioné lugares específicos para la investigación relacionados con circuitos de movimiento
que, en muchos casos, trascienden límites zonales. He trabajado especialmente en las
siguientes localidades del Gran Buenos Aires y de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires:
Escobar, Morón, Villa Soldati, Liniers y Ciudadela.

Como actividad que enriquece mi investigación, a partir del año 2003 estoy
comprometida con una asociación civil de mujeres bolivianas del partido de Escobar, llamada
“Asociación Ayudarnos entre Todos”. La organización, como lo expresan sus miembros, se
asemeja a un centro de madres que, “como los de Bolivia”, cumple la función de aunar
voluntades y consensuar actividades colectivas con el objetivo de solventar necesidades
prácticas de las personas. En particular, el hambre y la pobreza, pero también facilita trámites
documentarios, asistencia sanitaria, alfabetización, fomenta micro-emprendimientos
productivos (e.g., hilado, teñido natural de lana, tejido, huerta, panadería), promueve el ahorro
comunitario, la participación en fiestas de la colectividad (por medio de bailes, cantos o la
preparación y venta de comida) y, fundamentalmente, cumple un rol comunalizante y
representacional. Esta asociación, como otras que existen en el barrio, configura un espacio de
interlocución directa con el Estado en relación con la obtención de documentos y de planes
sociales (bolsones de comida, salarios para desocupados, planes “trabajar”, según las
posibilidades económicas y políticas de turno). Es además un espacio de formación. En este
sentido, los encuentros de la asociación configuran un sistema de educación donde participan
familias completas en diversas actividades.

En el marco de esta organización, y junto a unas compañeras, he asumido la tarea de


llevar adelante un taller participativo de alfabetización que funciona, con alternancias, desde
principios de 2004. 16 El taller fue organizado a partir de una demanda de las mujeres de la
asociación -recibida a través de la Biblioteca Popular de Escobar- en la cual algunas señoras
manifestaban la necesidad de ser alfabetizadas y de capacitarse para participar de forma activa
en la vida social. Desde esta demanda inicial, conformamos una actividad de educación
popular orientada a la “alfabetización intercultural” que, experimentalmente y sin relación con
programas educativos formales, busca acompañar el proceso de adquisición crítica de la

15
A excepción de la entrevista analizada en el capítulo 9 de la tercera parte (9.4) donde, con el objetivo de
descentrar el lugar del investigador, seleccioné una interacción recogida por terceros.
16
En la organización del taller me acompañan: Carla Romani (estudiande de Letras, U.B.A.), Estefanía da Rocha
(docente de primaria, actualmente jubilada), Mariana Violi (estudiande de Ciencias de la Educación, especialidad
en educación de adultos, U.N.Lu.) y Rosmeri Cruz (hablante de quechua, migrante potosina).
lectura y la escritura entendidas como medios de promoción y fortalecimiento de las personas.
Con alternancias en su continuidad, dado que depende del voluntariado y no posee ningún tipo
de financiamiento, el taller se construye como un espacio de intercambio y de mutuo
crecimiento donde se busca reunir y re-valorizar el capital cultural de las personas,
compartiendo y pensando experiencias y expectativas. Por lo mismo, en los encuentros
semanales se involucra la multiplicidad de saberes, de formas de habla y de prácticas (cocina,
hilado, tejido, canto, baile) de las personas que participan.

En relación con los materiales que presento en la tesis, estos fueron recogidos mediante
técnicas propias del trabajo de campo (observación, observación participante, registro de
interacciones espontáneas, entrevistas semidirigidas, etc.) que llevé a cabo in situ en diferentes
contextos donde los migrantes realizan sus actividades: residencias familiares, quintas fruti-
hortícolas, talleres textiles, ferias, asociaciones civiles. En todos los casos, pedí previamente
permiso para su registro. Pocos materiales fueron recogidos mediante elicitación o a través de
informantes.

El corpus se encuentra documentado en audio y a través de numerosos apuntes de


campo. Conforma un total de aproximadamente 70 horas de grabación, en su mayoría
digitalizado (aunque todavía una parte se conserva en cinta). A partir de seleccionar lo
relevante a esta investigación, he realizado la transcripción parcial de sus contenidos. Proyecto
la continuación de su desgrabación y sistematización en próximas investigaciones con el
objetivo de confeccionar una base de datos en formatos que permitan el acceso público: tanto
para investigadores, educadores e interesados en genereal, como para la población quechua-
hablante con la que quedo comprometida.

Joven indígena en la fiesta del “Día de la


Patria”. En sus tullmas lleva los colores de
la bandera boliviana (Escobar, 8 de
Agosto de 2005)
(Foto: Carla Romani)

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