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Para comenzar, en este capítulo reviso distintos enfoques que han pensado la problemática del
desplazamiento lingüístico para considerar sus limitaciones y aportes con el propósito de
describir la perspectiva seleccionada en la propia investigación. El capítulo contiene dos
partes diferenciadas: en la primera, luego de presentar el estado en el que se encuentra el
debate sobre “muerte-pérdida de lengua”, reviso los posicionamientos ideológico-políticos que
se han asentado en la práctica hegemónica de la lingüística de campo. Dichos
posicionamientos son (re)producidos y sostenidos por la adopción de una retórica particular.
En la segunda parte, presento conceptos alternativos que se vienen configurando en el trabajo
sobre minorías lingüísticas y que, junto con diferentes orientaciones metodológicas del trabajo
de campo, incorporo a mi investigación por considerarlos formas más apropiadas para
concebir y abordar los procesos de territorialización lingüística y discursiva en espacios
liminares. En tanto estas conceptualizaciones no pierden de vista la dimensión del conflicto y
del poder en el funcionamiento de los discursos a través (y no dentro) de los límites de la
diferenciación social, constituyen la base teórico-metodológica de la presente tesis.
1
Por ejemplo, Jornadas de Lingüística Aborigen, UBA, 1997.
2
Por ejemplo, Endangered Languages of the XVth International Congress of Linguists. Université Laval,
Québec, Agosto de 1992; Congreso internacional de Lingüística, París, 1997.
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Sobretodo de registro, documentación y, en algunos casos, de “revitalización” de lenguas “débiles”:
Universidad de Tokio y UNESCO (International Clearing House for Endangered Languages); Documentation of
Endangered Languages (Fundación VolksWagen); Max Planch Institute; MacArthur Foundation; SIL, Cornell
University, etc. La compilación de Fishman (2001) revisa varios proyectos y acciones de revitalización en
diferentes continentes. Instituciones especializadas en el tema son, por ejemplo: The [British] Foundation for
Endangered Languages, The Linguistic Society of America’s Committee on Endangered Languages and their
Protection [LSA/CELP], The European Bureau for Lesser Used Languages, PROEIB Andes, etc.
4
Website de LSA/CELP (www.ipola.org/endangered/index.html ); de Terralingua (www.terralingua.org) ; de
British Foundation for Endangered Languages (www.ognios.org) ; The European Bureau for Lesser Used
Languages (www.eblul.org) , SIL / Ethnologue (www.sil.org/ethnologue ), Resources for Endangered Languages
(www.ling.yale.edu-elf/resources), Language Preservation.net (www.languagepreservation.net).
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The American Language Act (1990), The NEH code of Ethics for Research relating to Native Peoples, The LSA
Resolution in support of obslolescent and Threatened languages, etc.
De la misma forma, existe una vastísima bibliografía sobre los fenómenos relacionados
con lo que se conoce como “muerte/pérdida de lengua”.6 Desde 1990 se ha incrementado la
frecuencia con la que se publican trabajos de investigación en este área, tanto libros, artículos
en revistas, como series bibliográficas lingüísticas y sociolingüísticas de variada calidad.7
Desde la perspectiva de la sociología del lenguaje, Fishman, quien desde los años ‘60
ha venido trabajando sobre el tópico de las lenguas minoritarias y sus situaciones de riesgo, es
responsable en el 2001 de una compilación de trabajos -descriptivos y preescriptivos desde el
punto de vista funcionalista- que adoptan la conceptualización de “competencia entre lenguas”
ampliando la perspectiva lingüística sobre el marco social. Su título es provocativo: Can
threatened languages be saved?
Si se analiza lo escrito y publicado en este campo de estudio nos encontramos con que
se han ido perfilando dos tendencias en las investigaciones, delimitadas según cómo se define
en cada caso el fenómeno en estudio. La primera, donde el análisis del desplazamiento
lingüístico se restringe sobre aspectos propiamente lingüísticos (e.g., Bavin 1992; Menn 1992;
Huffines 1992), y la segunda, donde el análisis es incorporado dentro del estudio de un marco
social y cultural amplio (e.g., Hill y Hill 1986; Romaine 1982; Dorian 1977, 1982; Hamel
1996; Woolard 1992; Gal 1992; Fishman 1982, 1991).
6
Algunos de ellos: Dorian (1973, 1977, 1980, 1992), Dressler (1988), Hill (1973, 1989), Hill y Hill (1977).
7
Nettle and Romaine (2000), Crystal (2000).
En la primera orientación, se toma como punto de partida la existencia de una relación
entre la persistencia de la forma lingüística y el uso, por lo que se analiza -y se predice en
algunos casos- cuáles son los tipos de cambios, dados o posibles, en las estructuras lingüísticas
que se producen (o se producirán) como consecuencia de que una lengua está reduciendo el
número de sus hablantes o de sus dominios de uso. Esta orientación propone un análisis más
restringido sobre lo propiamente “lingüístico”, concentrando su mirada sobre los efectos que
el proceso de desplazamiento tiene sobre la fonología, la morfología, la sintaxis, el léxico y, en
algunos casos, sobre los usos y registros de la lengua en estudio. Al poner en foco el sistema
formal de las lenguas, esta aproximación analiza generalmente los fenómenos de cambio en
tanto “pérdida”. Se habla de reducción estructural (language attrition), contracción lingüística
(language contraction), alude a procesos de simplificación de paradigmas gramaticales,
confusión o pérdida de oposiciones fonológicas, formulismo, relexificación, reducción en la
complejidad morfológica, reducción de productividad, préstamos, calcos, incremento de la
transparencia semántica, tendencia hacia las formas analíticas como opuestas a las sintéticas,
reducción de polisíntesis, sincretismo o convergencia/divergencia, proceso de desmarcación,
degramaticalización, etc.
Por su parte, la antropología, desde sus comienzos, se ha caracterizado por adoptar una
actitud de rescate de “esencias culturales” frente a sus “inexorables e inminentes
desapariciones”, lo que fue puesto en evidencia por los estudios críticos de la etnografía, desde
la década del ’80 en adelante. Los estudios anclados en las nociones de peligro y muerte de
lengua vuelven a adoptar esta perspectiva. La orientación fundacional de Boas, si bien
cuestionada hoy en día, dejó legitimada una práctica representacional particular que se
apoyaba sobre la necesidad de inscribir en textos “culturas” -pensadas como constructos
teóricos o unidades diferenciales coherentes- que, de lo contrario, se esfumarían sin dejar
rastros (Courtis y Vidal 2002). En definitiva, la actividad etnográfica entendida como una
operación urgente de rescate estableció “una escena de juego” (Wittgenstein 1958) que
presupone la facticidad de una pérdida inminente e inevitable y que considera las culturas
como materias esenciales que con el cambio se desvanecen.
De esta forma, como refiere Rosaldo (1986), una alegoría de base se perpetúa, la del
reflejo evolucionista: “una estructura de retrospección que busca en el dato etnográfico
derivado de sociedades ‘simples’ y ‘tradicionales’ el esclarecimiento de los orígenes de los
patrones culturales contemporáneos” (Courtis y Vidal 2002). La alegoría del salvataje remite,
entonces, a una búsqueda académica y nostálgica de “rasgos humanos fundamentales y
deseables, de formas elementales del colectivismo humano”, de culturas perdidas pero
supuestamente prístinas, rurales, homogéneas y auténticas (Williams 1973). Esto se refleja en
las características discursivas recurrentes que re-presentan, siguiendo tradiciones literarias,
tiempos míticos y cíclicos donde se anula la posibilidad de futuro, espacios distantes,
exotismo, tonos edénicos, actitudes paternalistas, animismo, ambiente mágico-infantil,
vulnerabilidad.
Frente a esta situación, en primer lugar, los mismos hablantes de lenguas en proceso de
desplazamiento rechazan el término “lenguas en proceso de muerte” porque –dicen- “anuncia”
su desaparición y acelera el proceso de adopción de la lengua mayoritaria al tener un efecto de
convencimiento sobre la realidad de la pérdida. Además rechazan la analogía biológica a la
que perciben como un gesto de poder que deshumaniza las lenguas y que coloca a las personas
en un nivel inferior al de los hablantes de lenguas dominantes, similar al de los insectos, las
plantas o los animales. Ambas percepciones las refiere, por ejemplo, England (2002) a partir
de su trabajo de campo realizado en Guatemala con hablantes mayas.
Jane Hill (2002) señala tres estrategias retóricas (re)productoras de estos juegos
territoriales que dominan los discursos sobre defensa, estudio y protección de lenguas
minorizadas y en proceso de “muerte”. Es llamativo cómo estos mecanismos retóricos se
ausentan en aquellos trabajos que son impulsados desde dentro de las comunidades o con un
contacto fluido con ellas (Fishman 2001), trabajos que no tienen como punto de partida “la
necesidad de tener que convencer a una audiencia del valor de las lenguas ni de la tarea de
revitalización que emprenden”. A continuación me detendré en cada uno de estos mecanismos.
Es constante en este debate la presencia de la proposición que refiere que las lenguas
amenazadas del mundo, de alguna forma, pertenecen a todos. Creo que esta proposición separa
de forma alienante las lenguas de los hablantes que las hablan, (re)produciendo una vez más la
enajenación en una población que se encuentra tan minorizada como lo está su lengua.
Ejemplos de este uso se encuentran, entre otros, en Whorf (1956), Nettle and Romaine (2000),
Crystal (2000). Por ejemplo, The European Charter for Regional or Minority Languages of
Europe (1995) expresa “everyone should be concerned, because it is everyone’s loss”.
8
El grupo dominante ha basado la estabilidad y normalización del orden social a través de la construcción de
“oposiciones binarias”.
postulado justificó muchos de los proyectos colonialistas y neocolonialistas de las últimas dos
centurias.
2- la valorización exagerada
Esta estrategia retórica también exige una revisión. Por un lado, la valoración
hiperbólica se construye en polémica con la “ideología del desprecio”: aquel complejo
ideológico que Dorian (1998) analizó en detalle. Dorian señaló con certeza que las lenguas
que hoy están en peligro u obsolescencia son consideradas por el común de la población, e
incluso por muchos de sus mismos hablantes y sólo con la excepción de círculos de
especialistas, como lenguas “bárbaras” y “deficientes”. Lo que asocian es el status de la lengua
al “status” –que asignan trasladando presupuestos etnocéntricos evaluadores- a sus hablantes,
estigmatizados por pertenecer a una población subordinada. Además traslada ingenuamente
una concepción darwiniana sobre las lenguas, por la que las lenguas más extendidas poseerían
“verdadero valor lingüístico” ya que hablándolas las personas podrían acceder a mercados
circunstancialmente más valorados (Bourdieu 1991).
Por otro lado, las metáforas elegidas provienen de una tradición extendida que habla
sobre las lenguas en términos económicos, es decir, que involucra concepciones
socioeconómicas para caracterizar las lenguas. Estas estrategias discursivas ubican las lenguas
minorizadas dentro de un particular mercado simbólico como un tipo especial de capital que se
intercambia dentro de una esfera donde sólo ciertas personas participan (Polanyi 1957). Es
decir, la retórica de la riqueza desplaza el valor de la diversidad de lenguas indígenas desde
una esfera de uso a una esfera selecta donde los “precios” son desbordantes para el común de
las personas. Las lenguas serían casi como “joyas preciosas”, lejanas al intercambio cotidiano,
y que sólo los expertos están capacitados para apreciar. Desde la retórica empleada, entonces,
se distancian las lenguas de las prácticas cotidianas de los hablantes, surgidas a partir de
necesidades concretas y donde el dinamismo y la transformación prevalecen.
Es cierto que en el discurso sobre las lenguas que realizan los propios hablantes
aparecen esporádicamente variantes de esta retórica de la riqueza. Sin embargo, Hill y Hill
(1986), a partir de su trabajo de campo entre hablantes de Mexicano (Nahualt) en México
Central, informan que los términos “herencia”, “recuerdo” (en el sentido de souvenir) y
“tesoro” aparecen escasamente en el discurso de la comunidad, y en general son expresiones
utilizadas por personas muy incorporadas (dice “alienadas”) al sistema dominante, alejadas de
las prácticas tradicionales. En todos los casos los términos se relacionan con un aura de secreto
y exclusividad (es una lengua usada por nobles, sólo pueden usarla los ancianos o personas de
particular dignidad) y tienden a aparecer en aquellas comunidades que se encuentran en los
últimos estadios de desplazamiento o pérdida de lengua, es decir, cuando la relación de los
hablantes con la lengua se ha distanciado de las prácticas cotidianas y el uso de la lengua
vernácula es marcado, es decir, empleado por expertos en situaciones excepcionales.
3- el uso de la enumeración
Esta estrategia de censo actualiza una forma de poder que incrementa la enajenación
de los hablantes reales sobre sus lenguas contradiciendo los objetivos de defender y valorizar
culturas oprimidas. Como lo señala Foucault (1973), los números han sido fundamentales en
todo régimen colonialista y, como las normas, hacen a la gobernabilidad. Los miembros de las
comunidades perciben las implicancias políticas del uso de estas estrategias y les temen con
razón.
Por otro lado, desde una perspectiva lingüística, enumerar las lenguas implica otra vez
la esencialización de las mismas, es decir, concebirlas en tanto unidades claramente
discernibles. No sólo esta mirada presupone un posicionamiento externo al habla de las
personas, sino que concibe las lenguas en un sentido occidental y nacionalista (“con armas y
naves”, según la expresión de Weinreich). Como en su materialidad las “lenguas” (y sus
variedades) se manifiestan más como continuums (o “cadenas dialectales”, según Mühlhäusler
1996) que como categorías claramente discernibles, no es posible científicamente determinar
el número de lenguas en el mundo ni favorecer una ideología que la autorice. Numerar lenguas
y hablantes construye posicionamientos políticos y refiere intereses académicos que son
peligrosos de sostener cuando se prioriza el trabajo en terreno o se trabaja al lado de las
comunidades.
Por último, la enumeración nos dice muy poco acerca de la vitalidad de las lenguas.
Como ejemplo tenemos la lengua que nos ocupa, el quechua, una lengua con miles de
hablantes, “la lengua indígena más extendida de Sud América” (Hornberger y King 2001). Sin
embargo, a pesar del número de sus hablantes, su condición es precaria: pocos niños la
aprenden. En las actuales circunstancias, su continuidad, si el criterio es la transmisión
generacional y el mantenimiento de la estructura gramatical de la lengua, estaría
interrumpiéndose.
Hamel (1996) está de acuerdo en este cambio de marco para el estudio y defensa de
lenguas minorizadas pero alerta sobre el peligro de restringirlo al nivel de los derechos
individuales. Él expresa, por su lado, que el derecho cultural de usar una lengua particular
requiere la existencia de una comunidad, por lo que se debe partir de considerarlo un derecho
colectivo. Además alerta sobre la tendencia de que el derecho de “elección individual”
siempre favorece a las culturas y a las lenguas dominantes.
Otra ventaja señalada por Hill es que esta retórica se enfrenta a la opresión y a la
estigmatización al presentarse como una protección legal que favorece el multilingüismo, es
decir, adopta una posición donde la adquisición de una lengua valorada no implica el
desplazamiento de una minorizada que, en una nueva situación, podría estar adquiriendo valor
histórico e identitario.
J. Hill propone reemplazar “riquezas” (que focaliza los beneficios para la ciencia) por
“genios”, tomando el concepto de Chomsky, entendido como interpretaciones del mundo que
están embebidas en modos de vida particulares (de esta forma lo utiliza Woodbury 1993). Este
último concepto parece centrarse menos en las ganancias científicas y más en la valoración de
lo propio de la comunidad de habla. Finalmente, J. Hill (2002) sugiere mitigar la enumeración
(que, sin embargo, es necesaria frente a agencias internacionales que insisten en información
cuantitativa) resaltando en las investigaciones más que números aquellas especificidades que
poseen las comunidades con lenguas en peligro. El trabajo de Nettle y Romaine (2000) podría
ser ejemplo de este cambio de estrategia.
Desde el trabajo de campo que realizo, considero que una alternativa deseable para
acercar la retórica académica y periodística a los intereses aborígenes la constituye la
selección y el uso de conceptos, términos y estrategias retóricas que emanen de las mismas
comunidades y del trabajo etnográfico. Es decir, que partan de concebir la situación de cambio
desde conceptualizaciones que cobran sentido dentro de las preocupaciones de las
comunidades -que son coherentes con la perspectiva de los participantes, con sus criterios de
relevancia y con sus contextos sociales “liminares”, en proceso de cambio y de interacción
cultural- y que, al mismo tiempo, no pierdan de vista los intereses de la sociedad “global” y el
marco de las políticas lingüísticas. Las categorizaciones nativas de los eventos de habla, de los
tipos de hablantes, de las funciones lingüísticas, de la relatividad de sus cambios nos
acercarían a verdaderas “etnografías del habla” (Hymes 1972) y, probablemente, pondrían en
jaque las relaciones de poder y las asimetrías entre los investigadores y los investigados.
Considero que el diálogo con teorías locales se presenta como una tarea fundamental por
hacer.
Otro punto que considero necesario reformular se constituye en relación con la mirada
que se sostiene sobre las transformaciones en las comunidades, en sus lenguas y en sus
culturas. Como vimos, aquí también la ideología de rescate se pone de manifiesto de diferentes
formas, en particular, cuando frente a la variedad de formas, los fenómenos de variación
dialectal o la innovación, se presentan explicaciones alineadas con el declive, el
desplazamiento o la reducción de una lengua que se interrelaciona con otra(s) -ideológica,
económica y políticamente- más poderosa(s). Es decir, explicaciones que no consideran la
dinámica y el valor vital de la transformación lingüística, ni la acción de los hablantes quienes,
de forma interesada y en función de intereses pragmáticos, explotan y re-analizan formas y
significados dentro de complejas y contradictorias “zonas de contacto” culturales.
Desde esta mirada, Jane Hill (1992), por ejemplo, propone una explicación conjunta a
las diferentes frecuencias de uso de oraciones relativas; que, según numerosos estudios, es
menor, o está ausente, en lenguas pidgins, en la oralidad (frente a la escritura), en el habla de
clases obreras y en lenguas en proceso de retracción. La autora articula la teoría basada sobre
el poder de la solidaridad (se apoya, según refiere, en Brown y Gilman 1960) a través de la
cual se sugiere que existe una relación funcional y proporcional entre la densidad de
información que se presenta y el grado de descontextualización. En este sentido, las oraciones
relativas presentan mayor información y por lo tanto, (re)producen una mayor
descontextualización, generando mayor distancia entre interlocutores. La pérdida o reducción
en el uso de las construcciones subordinadas en las lenguas por ella estudiadas –cupeño y
nahuatl– tiene, según la autora, una función social: la distinción funcional entre los
campesinos que, aún no teniendo contacto fluido con la sociedad blanca, poseen un léxico más
hispanizado, y los operarios que, insertos en el mercado laboral nacional, se dicen puristas del
nahuatl o mexicano. Es decir, J. Hill propone que en los fenómenos mencionados opera un
código de solidaridad, que se presenta de dos formas: defensivo y cooperativo. El tipo
defensivo se emplea inter-comunalmente cuando una comunidad de habla sufre opresión
económica o su identidad es estigmatizada, situación frecuente en todo proceso de
desplazamiento lingüístico; mientras que el tipo cooperativo es utilizado intra-comunalmente
como forma de sostener una identidad compartida. Dentro de estos códigos, por ejemplo, los
recursos de relativización se convierten en estrategias comunalizantes (Brow 1990). De esta
manera, Jane Hill (1973, 1989, 1993) articula las repercusiones que los cambios en la
estructura de las lenguas (relexificación, pérdida de distinciones funcionales en el sistema
fonológico, modificación del sistema morfológico, etc.) acarrean para la gramática y
funcionalidad del código, con las que intervienen sobre las prácticas discursivas en relación
con el campo social.
Por otro lado, en el marco del desplazamiento de lenguas, la variación que se produce
en el nivel lingüístico-discursivo desafía un número importante de nociones que son
fundamentales en algunas teorías lingüísticas. Algunas de ellas son “competencia”, “hablante
nativo” (fuente confiable de datos para la teoría chomskiana), “comunidad de habla”, “lengua
materna”. Es decir, en casos donde una lengua está siendo desplazada o en proceso de
restricción funcional, surgen dificultades en determinar cuestiones claves como a quién se
puede considerar “hablante de la lengua” o miembro de una comunidad que habla una lengua
particular. El concepto de semi-hablante que postula Nancy Dorian (1977) muestra las
implicaciones de esta categoría de hablante en tanto miembro con competencia no ideal de la
lengua. Según la autora, un semi-hablante es aquel “hablante terminal imperfecto” que
entiende más de lo que puede transmitir, es decir que sufre reducción de su repertorio
lingüístico y de dominios de uso. Sus habilidades receptivas son superiores a sus habilidades
productivas. De hecho, sus producciones son consideradas raras o defectuosas por los nativos
y por los investigadores ya que incurren en “desvíos” de las normas fonológicas y
gramaticales. Los semi-hablantes se asemejan a los bilingües casi-pasivos, pero su
conocimiento de las normas sociolingüísticas y de los patrones de interacción, su competencia
comunicativa (Gumperz 1991), nunca los dejan afuera de las conversaciones.
“[...] nunca eran rudos intencionalmente; sabían cuándo era apropiado hablar y cuándo no; cuándo
una pregunta mostraría interés y cuándo constituiría una interrupción; cuándo un ofrecimiento de comida o
bebida era una mera rutina verbal y debía ser rechazado y cuándo era un ofrecimiento serio y debía aceptarse;
cuánta reacción verbal era la apropiada para expresar simpatía en respuesta a una narrativa sobre enfermedad
o mala suerte y otros.” (Dorian 1982)
Los trabajos de Hamel (1995, 1996, 1997) también son reveladores de una nueva
perspectiva de análisis sobre el fenómeno de desplazamiento y/o pérdida de lengua. Él
propone un marco teórico socio-lingüístico que amplía los límites del concepto de “lengua”
donde se incluye fundamentalmente el aspecto pragmático, metalingüístico y las relaciones
ideológicas. El modelo interrelaciona tres niveles en los que surgen (dis)continuidades,
combinaciones y “cruces de fronteras”, en el proceso de desplazamiento lingüístico: el nivel
de los modelos culturales, el de las estructuras discursivas (incluyendo los procedimientos de
contextualización y de inferencia) y el de las estructuras lingüísticas (propiamente, el nivel del
código lingüístico). Los tres niveles forman parte de un mismo sistema semiótico que se
concibe en proceso de cambio.
9
Grossberg (1992) define y analiza “maquinarias de diferenciación” -la formación de regímenes de verdad-, y
“maquinarias de territorialización” -en relación con el control jurisdiccional del espacio social. Estas últimas me
interesan en particular pues emplazan las posibles movilidades de la vida cotidiana. Desarrollo la perspectiva en
el próximo capítulo.
tanto re-significan los dominios de uso a la vez que redefinen “lo propio y lo ajeno” a la
comunidad, en el marco de procesos políticos de producción cultural más amplios.
El marco de análisis propuesto por Hamel, de alguna forma, también arrastra ciertos
presupuestos que es necesario considerar. La definición de “desplazamiento” -que yo misma
vengo utilizando-, conlleva la idea de un proceso transitivo desde una lengua hacia otra, una
especie de pasaje, que implica pérdida y desarraigo (parcial desculturación) así como la
conformación creativa de nuevos fenómenos (neoculturación) en la incorporación de otro
código dentro del contexto inmigratorio. Es decir, por un lado, al igual que el concepto de
sincretismo lingüístico, presupone la existencia primordial de dos lenguas, como entidades
autónomas y homogéneas, que se ponen en contacto, y, por otro lado, naturaliza un pasaje
unidireccional que, mediante la metáfora espacial, configura zonas claramente diferenciables
entre las cuales el espacio fronterizo es sólo transitorio. Considero que, según lo observado
sobre el habla de los bolivianos en Buenos Aires, los códigos en interacción, desde una
perspectiva sincrónica, no pueden ser pensados como entidades autónomas, por un lado, en
tanto ambos se (in)definen relacionalmente (dinámica y conflictivamente, como lo demuestran
los marcos interpretativos en pugna–o “mapas” para continuar con la metáfora espacial- de los
cuales dan cuenta, por ejemplo, los índices de contextualización que analizo en la presente
tesis) y, por otro lado, porque considerarlos así reproduce una perspectiva ajena a los hablantes
que, aunque sea solo por ello, no es suficiente para comprender la naturaleza significativa del
proceso. Desde una perspectiva diacrónica, no puede dejar de considerarse la plusvalía de los
fenómenos lingüístico y discursivos observados, neutralizando siglos de “contacto”, lucha y
mutua (in)determinación (Voloshinov 1929).
Este marco de análisis presupone también un cierto equilibrio funcional entre las tres
variables estudiadas: prácticas lingüísticas, prácticas discursivas y modelos culturales;
equilibrio que de forma natural tendería a reestablecerse una vez asimilada la ruptura inicial.
En términos de García Canclini (1992) una especie de “ecualización”.10 En este sentido, la
propuesta de Hamel encuentra paralelo, si bien en el ámbito de la teoría literaria, en lo
postulado por Rama a partir del concepto de “transculturación” (Rama 1995). Rama sostiene
cuatro operaciones que dan cuenta del desplazamiento cultural en una zona de contacto:
pérdida, selección, redescubrimiento e incorporación. Todas estas operaciones se resuelven
dentro de una reestructuración general del sistema cultural: la función creadora del proceso
transculturante. La noción de congruencia entre las diferentes variables culturales que
proponen ambos modelos la retomo en la investigación. Sin embargo, no la considero
presupuesta sino objeto de análisis con el objetivo de distanciarme de aquellas nuevas matrices
hegemónicas que la retoman actualizando significados implícitos de armonía, polifonía o
intercambio cultural. Me diferencio también de la concepción y construcción de “frontera” que
ambos autores diseñan. Los desarrollos siguientes inauguran modos alternativos de abordar su
densidad que entiendo más afines con lo que encuentro en el campo: por un lado, conciben a
este espacio como territorio (físico y simbólico) particular más que como línea, y, por otro
lado, consideran su carácter inestable como su (in)condición de ser más que como un estado
circunstancial de tránsito.
10
Este autor utiliza la metáfora musical para señalar la idea de una hibridación tranquilizadora que reduce los
puntos de resistencia de otras culturas. El marco “pluralista” de la globalización, bajo la forma del
“multiculturalismo”, de alguna manera, la actualiza.
cultural y en el mantenimiento de la solidaridad social. Desde su conceptualización dialéctico-
estructural, la liminaridad se define como una zona que reúne intersticios y márgenes de la
estructura, es decir, posicionamientos sociales que no participan del orden imperante y que se
relacionan con los niveles inferiores de las jerarquías de poder. En lo liminar se constituye,
entonces, un espacio social móvil, de “pasaje” o periférico, desde donde se pueden
desconstruir clasificaciones y generar nuevos modelos/sistemas culturales capaces de re-
configurar las relaciones sociales. Su aporte, entonces, consiste en pensar la existencia de estos
espacios sociales inestable desde donde se producen, de forma inherente, movimientos que, a
partir de desmontar estructuras hegemónicas en base a una dinámica de referencia y
condensación, presuponen (y reproducen) tanto como (re)crean ciertos aspectos de la
estructura. Es decir, desde posicionamientos no-centrales y “pasajeros” estos lugares habilitan
la reproducción o, por el contrario, la generación de valores, normas, prácticas, creencias e
identidades que ponen en relación dialéctica patrones culturales del pasado a partir de
posicionamientos presentes. En este sentido, la liminaridad conformaría un “hábitat migrante”
inestable que, si bien es periférico, puede desmontar estructuras de poder social. Esta noción,
junto a las siguientes, me habilita a acceder a las prácticas sociales “mezcladas” y emergentes
(“contextualizantes”) de una población “marginal” y “migrante” como formas que codifican,
procesualmente y dinámicamente, una historia (política) de “textos interaccionales”
(Silverstein 1993) constituida por una profusión de relaciones sociales, identidades impuestas,
resistidas y subvertidas, y representaciones del mundo, que se repiten, se re-producen,
polemizan y cambian a través de prácticas discursivas interesadas.
Concordante con el anterior -y aún más flexible en tanto no presupone una estructura
(social y simbólica) global-, me interesa rescatar, por último, el concepto zona de contacto,
formulado por Mary Louise Pratt (1992). Proveniente de los estudios culturales, esta noción
nos favorece para trascender los límites de las lingüísticas “de comunidad” en tanto concibe el
espacio social en relación dialéctica con las prácticas culturales y no a priori de ellas. Definido
como “un espacio social en el que culturas diversas se encuentran y establecen relaciones
duraderas de dominación y subordinación fuertemente asimétricas que implican coerción,
desigualdad y conflicto”, este concepto contribuye al desarrollo de una perspectiva sobre los
procesos de transformación y cambio lingüísticos en las llamadas “lenguas amenazadas” desde
una concepción dinámica del lenguaje como práctica social, histórica, emergente, creativa y
fundamentalmente, relacional. Desde esta perspectiva, las prácticas lingüísticas y
comunicativas de los pueblos sometidos a situaciones de mayor fragilidad sociopolítica son
abordadas en tanto forman parte y, al mismo tiempo, constituyen procesos socioculturales más
amplios. De este modo, los aspectos formales y funcionales de los procesos de transformación
y cambio lingüísticos son explorados a partir de su operatividad a través de los límites de la
diferenciación social, donde el análisis de la dimensión ideológica que subyace a las prácticas
es indispensable (Schieffelin, Woolard y Kroskrity 1998), es decir, donde no queda
enmascarada la naturaleza histórica de las representaciones que las (re)producen.11
Como muestra la discusión teórica precedente, adopto perpectivas que se vinculan con
una conceptualización gramsciana de hegemonía. Según la interpretación que realiza Williams
(1977), los procesos hegemónicos son constitutivos de la conciencia práctica manifestada en las
percepciones, los valores y significados que los sujetos proyectan sobre sí mismos, sobre los
11
La perspectiva teórico-metodológica que adopto en mi investigación tiene como antecedente de la casa lo
desarrollado por Ana Ramos (2003) en Modos de hablar y lugares sociales. El liderazgo mapuche en Colonia
Chushamen (1995-2002). Tesis de Maestría en Análisis del Discurso. F. F. y L. – Universidad de Buenos Aires.
m.i. Agradezco el permiso de la autora para acceder a su investigación.
otros y sobre el mundo que los circunda. Su funcionalidad orienta las acciones, las
interpretaciones y las expectativas de las personas en sus vidas cotidianas. Dentro del espacio
social (Bourdieu 1972, 1985), la articulación hegemónica conyuntural habilita capacidades
diferenciales de circulación, movimiento y poder, delimitando (provisoriamente) “espacios
propios” que, por su naturaleza relacional, siempre se configuran con (o están habitados por)
“extraños” (Voloshinov 1929; Bajtín 1982).
Por lo tanto, la investigación que presento no recorta el habla de las personas; es decir,
incorpora el uso de todas las lenguas implicadas y atiende especialmente las dimensiones
pragmáticas y metapragmáticas de las interacciones en tanto productoras de comunalización
en un contexto histórico particular. En este sentido, se hace fundamental el empleo de
categorías analíticas propias de las ciencias sociales tales como las de la teoría de la práctica,
(Bourdieu 1972; Hanks 1987), y las propuestas desde el análisis de una “praxis orientada hacia
una semiótica social” (Silverstein 1993). En ambos acercamientos se sustituye la lógica de la
diferencia por una política de la otredad históricamente producida, en la cual identidades y
diferencias emergen como efectos de situaciones políticas (Williams 1977). En esta línea de
trabajo el objetivo “tradicional” (del modelo “degenerativo” o “purista”) de comparar los
resultados del habla registrada con una “forma estándar” de alguna de las lenguas carece de
funcionalidad. Asimismo, todos los hablantes son considerados legítimos y valorizados desde
el lugar que ocupan dentro del grupo socio-lingüístico estudiado.
1.3. Trabajo de Campo: algunas revisiones sobre la práctica
En primer lugar, el rol del lingüista de campo cambia. Como lo expresa la primera
sección de los Principles of Profesional Responsability12, la principal responsabilidad que
exige la actividad es el compromiso hacia las personas cuyas lenguas y culturas estudiamos,
miembros de comunidades hacia las que la sociedad en su conjunto tiene deudas pendientes.
A partir del cambio de mirada, el imperativo moral que guía la investigación sobre
minorías reside en asumir y respetar las necesidades, deseos y demandas de las mismas
comunidades. En este sentido, y probablemente con vaivenes y errores, mi trabajo de campo
estuvo enriquecido y, a la vez, modificado con múltiples actividades que las personas con las
que trabajé me demandaron. Finalmente, la producción de la investigación -calibrada y
monitoreada entre interesados- se orienta a reforzar el conocimiento y el diálogo entre las
partes.
En segundo lugar, la revisión de los cambios históricos en los postulados éticos del
trabajo de campo (por ejemplo, descriptos por Craig 1992, sobre el análisis de numerosos
documentos13), muestra un pasaje de los marcos investigativos centrados en el lingüista hacia
marcos participativos donde las comunidades intervienen en los procesos de decisión a lo
largo de toda la investigación con derechos que se negocian para corresponder por igual a las
necesidades tanto del investigador como de los investigados.
12
American Anthropological Association (1971). En: Cassell, J. y J. Sue-Ellen (eds.) (1987) Handbook on
Ethical Issues in Anthropology. AAA, n. 23
13
Handbook on Ethical Issues in Anthropology, 1987; Principles of Profesional Responsibility, 1990 (AAA);
Codes of Ethics (NEH y ASA), Ethical Principles (APA), Ethical Guidelines for Good Practice (ASAC), etc.
Desde esta perspectiva, optamos por adoptar una metodología que tiende a la
colaboración, donde se regula el poder entre los participantes y se trabaja habilitando la
opinión, el control, y la evaluación del grupo.14 Este re-ordenamiento de relaciones permite
que, incluso, los hablantes asuman, en ciertas ocasiones, el control de la(s) interacción(es). Por
ejemplo, mediante transformar lo que Briggs (1988) denomina “clave de la ejecución”,
imponiendo un nuevo tono a la relación, con lo que se (re)crean nuevos roles, nuevas
posiciones sociales, en el transcurso de los encuentros. Consideramos, como señala Messineo
(2006), que este tipo de situaciones “trasluce la consolidación de nuevas relaciones (ya sea de
acercamiento, alejamiento o conflicto), conduce a la expresión (explícita o implícita) de los
objetivos e intereses de los propios hablantes y muchas veces, constituye el medio para crear
nuevos compromisos sociales, no siempre contemplados en los objetivos iniciales del proyecto
de investigación”. Estos encuentros (o, a menudo, desencuentros) resultan, a su vez, propicios,
para acceder de manera comprehensiva a las prácticas comunicativas (Hanks 1996) de una
comunidad de habla.
Trabajar sobre un material humano implica una enorme responsabilidad. Por ello,
concientemente decidimos no presentar información confidencial de las personas (comentarios
íntimos, situación documentaria, datos económicos, por ejemplo) y sólo nos focalizamos en la
forma pública en que experiencias colectivas construyen espacios discursivos comunes de
negociación, apropiación, dominación, subordinación y resistencia en el contexto migratorio
argentino. Como resultado, entonces, presentamos una especie de fotografía parcial sobre un
campo que se mueve, y continúa moviéndose, sufriendo constantemente profundas
modificaciones que nos involucran.
14
Cameron et al. (1992), discuten los siguientes modelos: a) el TC SOBRE una lengua, es decir, con propósitos
exclusivamente académicos (Bloomfield y Sapir son representativos de este modelo); b) el TC PARA la
comunidad lingüística, por ejemplo, para contribuir a la defensa de los derechos lingüísticos de una lengua o
variedad determinada (el caso prototípico de esta aproximación es el del trabajo de Labov en la comunidad Afro-
Americana de hablantes del Black Vernacular English con el objetivo de que dicha variedad lingüística sea
reconocida en su propio derecho por el Congreso de los EEUU); c) TC CON hablantes de una comunidad
lingüística, que implica la articulación de la investigación con las demandas de las comunidades indígenas que
reclaman mayor participación en los procesos de investigación de sus propias lenguas (Modelo desarrrollado en
los 80’ y que se relaciona con los modelos de “investigación-acción” y “TC negociado” según Wilkins 1992). A
estos modelos, Grinevald, (2003: 58-60) agrega que el TC puede ser directamente realizado POR hablantes de las
comunidades lingüísticas. Esta última tendencia combina el TC con el entrenamiento lingüístico y la capacitación
de los propios hablantes en la investigación y enseñanza de su propia lengua (e.g., Programas en América Latina
y en EEUU, Austin: UT).
1.3.1. Metodología de recolección de datos
Como actividad que enriquece mi investigación, a partir del año 2003 estoy
comprometida con una asociación civil de mujeres bolivianas del partido de Escobar, llamada
“Asociación Ayudarnos entre Todos”. La organización, como lo expresan sus miembros, se
asemeja a un centro de madres que, “como los de Bolivia”, cumple la función de aunar
voluntades y consensuar actividades colectivas con el objetivo de solventar necesidades
prácticas de las personas. En particular, el hambre y la pobreza, pero también facilita trámites
documentarios, asistencia sanitaria, alfabetización, fomenta micro-emprendimientos
productivos (e.g., hilado, teñido natural de lana, tejido, huerta, panadería), promueve el ahorro
comunitario, la participación en fiestas de la colectividad (por medio de bailes, cantos o la
preparación y venta de comida) y, fundamentalmente, cumple un rol comunalizante y
representacional. Esta asociación, como otras que existen en el barrio, configura un espacio de
interlocución directa con el Estado en relación con la obtención de documentos y de planes
sociales (bolsones de comida, salarios para desocupados, planes “trabajar”, según las
posibilidades económicas y políticas de turno). Es además un espacio de formación. En este
sentido, los encuentros de la asociación configuran un sistema de educación donde participan
familias completas en diversas actividades.
15
A excepción de la entrevista analizada en el capítulo 9 de la tercera parte (9.4) donde, con el objetivo de
descentrar el lugar del investigador, seleccioné una interacción recogida por terceros.
16
En la organización del taller me acompañan: Carla Romani (estudiande de Letras, U.B.A.), Estefanía da Rocha
(docente de primaria, actualmente jubilada), Mariana Violi (estudiande de Ciencias de la Educación, especialidad
en educación de adultos, U.N.Lu.) y Rosmeri Cruz (hablante de quechua, migrante potosina).
lectura y la escritura entendidas como medios de promoción y fortalecimiento de las personas.
Con alternancias en su continuidad, dado que depende del voluntariado y no posee ningún tipo
de financiamiento, el taller se construye como un espacio de intercambio y de mutuo
crecimiento donde se busca reunir y re-valorizar el capital cultural de las personas,
compartiendo y pensando experiencias y expectativas. Por lo mismo, en los encuentros
semanales se involucra la multiplicidad de saberes, de formas de habla y de prácticas (cocina,
hilado, tejido, canto, baile) de las personas que participan.
En relación con los materiales que presento en la tesis, estos fueron recogidos mediante
técnicas propias del trabajo de campo (observación, observación participante, registro de
interacciones espontáneas, entrevistas semidirigidas, etc.) que llevé a cabo in situ en diferentes
contextos donde los migrantes realizan sus actividades: residencias familiares, quintas fruti-
hortícolas, talleres textiles, ferias, asociaciones civiles. En todos los casos, pedí previamente
permiso para su registro. Pocos materiales fueron recogidos mediante elicitación o a través de
informantes.