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Hoy, más que nunca, los pueblos que se tenía por derrotados –en todo el Tercer
Mundo– están echando por tierra sistemas interpretativos, conceptuados como
científicos, que los intelectuales apegados a la ideología dominante tanto de afuera
como de adentro de Mesoamérica habían elevado a la categoría de verdades. Los
asideros económicos en que encontraban sustento se tambalean ahora, víctimas
de sus propias contradicciones. La impotencia del llamado pensamiento
social para entender lo que sucede es la mejor prueba de que sus logros y métodos
pertenecen a ese pasado que naufraga junto a los sistemas que lo crearon y lo
mantuvieron.
Por el esfuerzo anterior quedaría trunco si, frente a esa ideología dominante, no
pusiéramos al pensamiento genuinamente mesoamericano, concebido en el seno
de un proceso civilizatorio germinado y madurado en estas tierras; pensamiento
propio de una civilización agraria consustanciada con la naturaleza en su
dimensión cósmica y proyectada hacia la eternidad; pensamiento, en fin, que al
establecer un nexo directo entre lo abstracto general y lo cotidiano concreto, se
derrama en una religiosidad popular capaz de cobijar en su regazo la voluntad
colectiva de mantener y de perpetuar la vida de un pueblo.
Esto se debe, por una parte, a la evanescencia de las fuentes históricas, puesto que, Por
tratarse de la memoria colectiva del colonizado, el colonizador se empeñó, desde los
inicios de su empresa, no sólo en destruirla, sino en negarla a un grado tal que esta
posición sectaria e intransigente aún arroja sus ecos sobre nuestros días. Si intentamos
describir lo que acontecía en tal espacio hace 3 mil años y para tal fin, nos servimos del
vocabulario político acorde con la moda hoy, debemos constatar, en primer término, el
pluralismo en la más amplia aceptación que tal vocablo pueda tener. Encontramos, en lo
que a la población se refiere, alrededor de un centenar de formaciones económico –
sociales radicales en determinadas porciones territoriales, provistas de autoridades que
reúnen las funciones religiosas, políticas y militares y que partiendo de una base
expresiva común sobre todo en la concepción y en la simbolización estéticas se
despliegan en un amplísimo respecto de expresión oral en el que las múltiples lenguas
que se individualizan provienen de cuatro troncos principales, a saber el otomanguiano,
el macro-maya, el uto-azteca y el chibchán. Así pues el resumen que pretende hacer
debe ser revolucionario está en efecto lleno de lugares comunes, de perogrulladas
confesas, de falsedades y de explicaciones manoseadas plagadas de incorrecciones
numerables y expresadas en una retórica de neologismos que por ejemplo reivindica una
cosmovisión desde el punto de vista indígena, capaz de aunar lo acontecido y cotidiano
con lo milenario e intemporal.
No hay pues aquí crítica histonográfica valiosa, estamos en tan solo ante un verboso
refrito de los planteamientos más elementales de Chesnaux V Bonfil Batalla, que en vez
de aportar una luz india a la problemática de la teoría histórica, se contenta con combatir
a un etnocentrismo con otro. En el caso de las formaciones económico-sociales
dependientes, las metrópolis tienden a dar las directrices del conjunto de creencias,
ideas, mitos y teorías con la intención de explicar la vida social en función de los intereses
de tales metrópolis y de los grupos privilegiados por la colonización. Tal como se ve, es
un círculo vicioso que atrapa y aprisiona la memoria colectiva en moldes tan estrechos
como insuficientes. Por consiguiente, para poder romperse ese círculo y marchar
firmemente hacia adelante, es imperativo hacer pasar por el tamiz de la crítica, en forma
simultánea, a la ideología dominante y a la historia oficial, productora y producto de la
misma. Del análisis del problemática global que envuelve a la Guatemala de hoy, se pasa
al de las líneas principales de acción del proceso de colonización en Hispanoamérica,
para terminar con el del colonialismo mental, sus características y sus límites. A lo largo
de dichos estudios se sostiene que la única forma valedera del plantear el problema
histórico de nuestra sociedades, es la de reconocer y valorar, en su total dimensión, a
todos los actores sociales que han venido participando en el vivir colectivo, para lo cual
es imprescindible abandonar, de una vez por todas, los esquemas coloniales racistas que
tanto han falseado la realidad y ensombrecido la verdad.
Hoy, más que nunca, los pueblos que se tenía por derrotados en todo el Tercer Mundo
están echando por tierra sistemas interpretativos, conceptuados como científicos, que los
intelectuales apegados a la ideología dominante tanto de afuera como de adentro de
Mesoamérica habían elevado a la categoría de verdades.
Ese fracaso es la mejor invitación a que remontemos el camino de nuestra vida colectiva
y obtengamos de ella, sin ayudas colonialistas, las respuestas vitales que al decir de un
autor de nuestro agrado nos hagan dueños y no siervos de nuestra historia.
Por el esfuerzo anterior quedaría trunco si, frente a esa ideología dominante, no
pusiéramos al pensamiento genuinamente mesoamericano, concebido en el seno de un
proceso civilizatorio germinado y madurado en estas tierras; pensamiento propio de una
civilización agraria consustanciada con la naturaleza en su dimensión cósmica y
proyectada hacia la eternidad; pensamiento, en fin, que al establecer un nexo directo
entre lo abstracto general y lo cotidiano concreto, se derrama en una religiosidad popular
capaz de cobijar en su regazo la voluntad colectiva de mantener y de perpetuar la vida
de un pueblo.
Se idealiza la cultura aborigen, callando que fue tanto o más opresiva de las mayorías
que la del régimen colonial, callando también el hecho de que los propios documentos
indígenas citados por el autor atestiguan los despojos de tierras por parte de los
conquistadores quiches. (Como muchos códices mexicanos documentan la expropiación
de los vencidos por parte de los mexicas). Olvidando en fin los mil rasgos negativos de
la formación social precolombina, sin los cuales no se explica la colaboración de muchos
grupos étnicos en la conquista española.
Por lo demás el procedimiento tampoco ayuda del todo a comprender el presente ¿Cuál
es la violencia reivindicadora -por ejemplo la de los quiches o la de los mískitos? y, si
ambas, ¿qué tienen en común? Insistir que la base de la colonización española fue
siempre la violencia e inventar (para apoyar ese argumento) a un ejército que no se formó
hasta fines del período Borbón para reprimir el descontento criollo es ahistórico e impide
comprender la compleja interrelación dominador-dominado en pos de la que andamos.
Así pues el ensayo que pretende ser '"revolucionario" está en efecto lleno de lugares
comunes, de perogrulladas confesas, de falsedades y de explicaciones manoseadas
plagadas de incorrecciones numerables y expresadas en una retórica de neologismos
que por ejemplo reivindica una cosmovisión capaz de aunar lo acontecimiento y cotidiano
con lo milenario e intemporal. Y la desilusión se convierte en indignación a medida que
el texto divaga de ese tipo de misticismo al puro y simple abracadabra indigenista y estalla
orgásmicamente en tonterías, elevadas a la categoría de planteamientos epistemológicos
por las ínfulas literarias y el ensimismamiento conceptista del autor. No hay pues aquí
crítica histonográfica valiosa. Estamos tan solo ante un verboso refrito de los
planteamientos más elementales de Chesnaux V Bónfil Batalla, que en vez de aportar
una luz india a la problemática de la teoría histórica, se contenta con combatir a un
etnocentrismo con otro. Ante una crítica de la historia guatemalteca que, por lo demás
omite de su bibliografía a las investigaciones más recientes además de los estudios
clásicos de Severo Martínez Peláez y de Mu do MacLeod, de tal forma que es imposible
saber a qué se llama historial oficial.
Desde entonces, cada bonanza del colonizador apareja una desgracia para el colonizado;
cada crisis del primero tiene como correlato un respiro para el segundo. Al conocimiento
de la vida colonial, con sus relaciones socioeconómicas e ideológicas limitadas y tensas,
dedicamos el resto de ese segundo estudio, en un ámbito espacial bastante más
disminuido: el que correspondió a la Capitanía General del Reino de Goathemala, en el
lapso de casi 300 años.
Por otra parte, es necesario tener en cuenta que el pensamiento indio, en sus líneas
esenciales, ha permanecido fiel a sí mismo en la milenaria vida de Mesoamérica. Ello no
significa que, vuelto de espaldas al correr del tiempo, se haya anquilosado y desvaído
hasta la fosilización. Por el contrario, lo que pone en manifiesto es el extraordinario vigor
de sus basamentos, capaces de subtender a los elementos aglutinantes y estructurantes
que conforman la férrea y, a la vez grácil urdimbre que configura todo un proyecto
civilizatorio, plenamente capacitado para reproducirse en consonancia con los cambios
provocados, tanto por el discurrir de los ciclos temporales, como por la incesante
renovación de las generaciones humanas.
Asistimos, en este atardecer del siglo XX, no sólo al fin de un milenio sino de una era.
Aun cuando nosotros, los pobladores del Tercer Mundo no hayamos podido doblar el
cabo de nuestras propias incertidumbres ni aplacar el creciente desasosiego generado
por una época en la que los logros tecnológicos de la civilización occidental nos
mantienen al borde del colapso multitudinario sin que podamos impedirlo de firma directa,
todo parece indicar que hemos llegado a un momento en el cual la línea divisoria de las
aguas históricas del mundo ha cambiado.
Este tema va dirigido en resumen a los pueblos indios ya que estos toman conciencia de
los peligros que significan los que son atrapados por la lógica occidental, ya que por
media de esta obtuvieron conocimiento que hoy discuten, aunque por otro lado el estar
inmersos en el bien y en el mal, en las estructuras clásicas y muchas veces burocráticas
de la sociedad mestiza contra la que se revelan, juegan un papel a la vanguardia,
entendiendo de quienes están en la línea de fuego.
El drama colonial de Mesoamérica cobra intensidad en la tierra y en las diputas por
poseerla y utilizarla ya que la tierra tiene para el indígena una clara connotación sagrada,
por simple convicción de que aunque haya sido arrebatada en grandes extensiones es a
ellos a quienes les pertenece como lo son la tierra y el agua ya que le son de utilidad para
el cultivo de sus alimentos, esto en términos políticos es el territorio de una nación, lo que
se conoce como pueblos indígenas, por tal razón el territorio constituye la atadura solida
entre lo concreto y abstracto del proceso civilizatorio de Mesoamérica.
Sin perjuicio de señalar que esa forma de ver las cosas corresponde a un marxismo muy
sui generis o, más bien, a una caricatura de marxismo, en la que para empezar la
supuesta aplicación del materialismo histórico se da a partir dc una historia unilineal v
amañada, escrita para guardar la memoria del colonizador v dc sus descendientes y por
no para dar cuenta de la interrelación dialéctica que se ha dado entre los dos sectores
sociales, lo que tal actitud evidencia es la primacía que, para la aceptación de
cualesquiera doctrinas, da el esquema mental colonial a sus propios principios.
Es por ello que de cualquier ideología política se exija un manual que especifique los
dogmas esenciales y señale las desviaciones. La tarea de su aplicación a la vida concreta
consistirá en descubrir v en denunciar a los desviados a fin de hacerlos a un lado.
La actividad económica de los indios Desde la mitad dcl siglo XX, la población india ira
pasado a ser mayoritaria en varios centros urbanos im portantes, en forma paulatina. Al
hacerlo, ha roto los moldes coloniales basados en la disposición que la condenaba a vivir
en el área rural, podemos dar como ejemplos a Quetzaltenango ya que es la segunda
ciudad más grande el país, también a San Pedro Sacatepéquez, del departamento de
San Marcos, San Pedro Carchá en el departamento de Alta Verapaz), entre otros, donde
k'iche 's, mames y k'ekchi's.
El Régimen Colonial Español era un régimen tributario. Los Resguardos y los Cabildos
fueron establecidos, entre otras razones, como mecanismos de tributación indígena, pero
con ello también se les permitió a éstos territorio, territorialidad, gobierno propio y cultura,
es decir, la supervivencia de su pueblo así fuera en condición de subordinados. Los
indígenas, si bien eran considerados inferiores y discriminados como tales, eran
reconocidos por los españoles.
el choque brutal que tuvo con el cristianismo, primera avanzada ideológica del
invasor. A partir de allí, surge entre ambos esa interrelación dialéctica que dura
hasta hoy y que, del lado colonizador, desemboca en la ideología dominante, en
tanto que, del lado del colonizado, de paso a una estrategia social de resistencia.
Desde entonces, cada bonanza del colonizador apareja una desgracia para el
colonizado; cada crisis del primero tiene como correlato un respiro para el
segundo. Al conocimiento de la vida colonial, con sus relaciones
socioeconómicas e ideológicas limitadas y tensas, dedicamos el resto de ese
segundo estudio, en un ámbito espacial bastante más disminuido: el que
correspondió a la Capitanía General del Reino de Goathemala, en el lapso de
casi 300 años.
Tercer capitulo
En el tercer ensayo de la segunda parte, el espacio geográfico por considerar se
reduce aún más. Luego de ver la desintegración de la fugaz república
centroamericana, se estudia el desarrollo de las interrelaciones que se dan entre
los presupuestos económicos y sociales, por una parte, y las ideologías
dominante y de resistencia, por la otra, en el estrecho marco de la República de
Guatemala, desde el segundo cuarto del siglo XIX hasta diciembre de 1984. Se
trata de encontrar las respuestas que tanto la historia oficial como la ideología
dominante son capaces de dar, y se analiza el naufragio de un sistema
económico-político que luego de un siglo de existencia, en un vano intento de
salvarse, libra –sin éxito para sí– una guerra civil no declarada para el pueblo.
Por otra parte, es necesario tener en cuenta que el pensamiento indio, en sus
líneas esenciales, ha permanecido fiel a sí mismo en la milenaria vida de
Mesoamérica. Ello no significa que, vuelto de espaldas al correr del tiempo, se
haya anquilosado y desvaído hasta la fosilización. Por el contrario, lo que pone
en manifiesto es el extraordinario vigor de sus basamentos, capaces de subtender
a los elementos aglutinantes y estructurantes que conforman la férrea y, a la vez
grácil urdimbre que configura todo un proyecto civilizatorio, plenamente
capacitado para reproducirse en consonancia con los cambios provocados, tanto
por el discurrir de los ciclos temporales, como por la incesante renovación de
las generaciones humanas.
Al estudio de dicho pensamiento consagramos la tercera parte. El mismo toma
más relevancia si se considera que, en la guerra civil que desgarra a Guatemala,
la población indígena es la que ha llevado la peor parte; no sólo ha sido
perseguida y masacrada innumerables veces, sino que más de 50mil de sus
miembros, que han tenido que huir de sus hogares y de su tierra, enfrentan hoy
la áspera vida de los campos de refugiados, llevando con ellos mismos el dolor
del exilio. Consideramos que es de utilidad establecer estos aspectos del vivir
mesoamericano, máxime cuando los postulados que aquí se analizan dejan de
ser enunciados puramente declarativos y pasan a ser la base de acciones que,
irremisiblemente, están contribuyendo a modificar las posiciones y el futuro de
los actores sociales que juegan en el drama que habría de cambiar nuestro
destino.
Asistimos, en este atardecer del siglo XX, no sólo al fin de un milenio sino de
una era. Aun cuando nosotros, –los pobladores del Tercer Mundo– no hayamos
podido doblar el cabo de nuestras propias incertidumbres ni aplacar el creciente
desasosiego generado por una época en la que los logros tecnológicos de la
civilización occidental nos mantienen al borde del colapso multitudinario –sin
que podamos impedirlo de firma directa–, todo parece indicar que hemos
llegado a un momento en el cual la línea divisoria de las aguas históricas del
mundo ha cambiado. El vigoroso renacimiento de las grandes civilizaciones
milenarias de Asia y de África marca la pauta de lo que habrá de acontecer en el
siglo XXI. La también milenaria civilización mesoamericana –al igual que sus
hermanas del mismo continente– tendrá mucho qué decir u hacer en la
conformación de ese mañana cuya aurora se nos presenta preñada de promesas
reivindicatorias.