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ENSAYO DEL LIBRO DONDE ENMUDECEN LAS CONCIENCIAS.

MESOAMÉRICA: UNA CIVILIZACIÓN INSCRITA EN LA TEMPORALIDAD DEL


COSMOS

Hoy, más que nunca, los pueblos que se tenía por derrotados –en todo el Tercer
Mundo– están echando por tierra sistemas interpretativos, conceptuados como
científicos, que los intelectuales apegados a la ideología dominante tanto de afuera
como de adentro de Mesoamérica habían elevado a la categoría de verdades. Los
asideros económicos en que encontraban sustento se tambalean ahora, víctimas
de sus propias contradicciones. La impotencia del llamado pensamiento
social para entender lo que sucede es la mejor prueba de que sus logros y métodos
pertenecen a ese pasado que naufraga junto a los sistemas que lo crearon y lo
mantuvieron.

Ese fracaso es la mejor invitación a que remontemos el camino de nuestra vida


colectiva y obtengamos de ella, sin ayudas colonialistas, las respuestas vitales que
–al decir de un autor de nuestro agrado– nos hagan dueños y no siervos de nuestra
historia.

Por el esfuerzo anterior quedaría trunco si, frente a esa ideología dominante, no
pusiéramos al pensamiento genuinamente mesoamericano, concebido en el seno
de un proceso civilizatorio germinado y madurado en estas tierras; pensamiento
propio de una civilización agraria consustanciada con la naturaleza en su
dimensión cósmica y proyectada hacia la eternidad; pensamiento, en fin, que al
establecer un nexo directo entre lo abstracto general y lo cotidiano concreto, se
derrama en una religiosidad popular capaz de cobijar en su regazo la voluntad
colectiva de mantener y de perpetuar la vida de un pueblo.

Esto se debe, por una parte, a la evanescencia de las fuentes históricas, puesto que, Por
tratarse de la memoria colectiva del colonizado, el colonizador se empeñó, desde los
inicios de su empresa, no sólo en destruirla, sino en negarla a un grado tal que esta
posición sectaria e intransigente aún arroja sus ecos sobre nuestros días. Si intentamos
describir lo que acontecía en tal espacio hace 3 mil años y para tal fin, nos servimos del
vocabulario político acorde con la moda hoy, debemos constatar, en primer término, el
pluralismo en la más amplia aceptación que tal vocablo pueda tener. Encontramos, en lo
que a la población se refiere, alrededor de un centenar de formaciones económico –
sociales radicales en determinadas porciones territoriales, provistas de autoridades que
reúnen las funciones religiosas, políticas y militares y que partiendo de una base
expresiva común sobre todo en la concepción y en la simbolización estéticas se
despliegan en un amplísimo respecto de expresión oral en el que las múltiples lenguas
que se individualizan provienen de cuatro troncos principales, a saber el otomanguiano,
el macro-maya, el uto-azteca y el chibchán. Así pues el resumen que pretende hacer
debe ser revolucionario está en efecto lleno de lugares comunes, de perogrulladas
confesas, de falsedades y de explicaciones manoseadas plagadas de incorrecciones
numerables y expresadas en una retórica de neologismos que por ejemplo reivindica una
cosmovisión desde el punto de vista indígena, capaz de aunar lo acontecido y cotidiano
con lo milenario e intemporal.

No hay pues aquí crítica histonográfica valiosa, estamos en tan solo ante un verboso
refrito de los planteamientos más elementales de Chesnaux V Bonfil Batalla, que en vez
de aportar una luz india a la problemática de la teoría histórica, se contenta con combatir
a un etnocentrismo con otro. En el caso de las formaciones económico-sociales
dependientes, las metrópolis tienden a dar las directrices del conjunto de creencias,
ideas, mitos y teorías con la intención de explicar la vida social en función de los intereses
de tales metrópolis y de los grupos privilegiados por la colonización. Tal como se ve, es
un círculo vicioso que atrapa y aprisiona la memoria colectiva en moldes tan estrechos
como insuficientes. Por consiguiente, para poder romperse ese círculo y marchar
firmemente hacia adelante, es imperativo hacer pasar por el tamiz de la crítica, en forma
simultánea, a la ideología dominante y a la historia oficial, productora y producto de la
misma. Del análisis del problemática global que envuelve a la Guatemala de hoy, se pasa
al de las líneas principales de acción del proceso de colonización en Hispanoamérica,
para terminar con el del colonialismo mental, sus características y sus límites. A lo largo
de dichos estudios se sostiene que la única forma valedera del plantear el problema
histórico de nuestra sociedades, es la de reconocer y valorar, en su total dimensión, a
todos los actores sociales que han venido participando en el vivir colectivo, para lo cual
es imprescindible abandonar, de una vez por todas, los esquemas coloniales racistas que
tanto han falseado la realidad y ensombrecido la verdad.

Hoy, más que nunca, los pueblos que se tenía por derrotados en todo el Tercer Mundo
están echando por tierra sistemas interpretativos, conceptuados como científicos, que los
intelectuales apegados a la ideología dominante tanto de afuera como de adentro de
Mesoamérica habían elevado a la categoría de verdades.

Los asideros económicos en que encontraban sustento se tambalean ahora, víctimas de


sus propias contradicciones. La impotencia del llamado pensamiento social para
entender lo que sucede es la mejor prueba de que sus logros y métodos pertenecen a
ese pasado que naufraga junto a los sistemas que lo crearon y lo mantuvieron.

Ese fracaso es la mejor invitación a que remontemos el camino de nuestra vida colectiva
y obtengamos de ella, sin ayudas colonialistas, las respuestas vitales que al decir de un
autor de nuestro agrado nos hagan dueños y no siervos de nuestra historia.

Por el esfuerzo anterior quedaría trunco si, frente a esa ideología dominante, no
pusiéramos al pensamiento genuinamente mesoamericano, concebido en el seno de un
proceso civilizatorio germinado y madurado en estas tierras; pensamiento propio de una
civilización agraria consustanciada con la naturaleza en su dimensión cósmica y
proyectada hacia la eternidad; pensamiento, en fin, que al establecer un nexo directo
entre lo abstracto general y lo cotidiano concreto, se derrama en una religiosidad popular
capaz de cobijar en su regazo la voluntad colectiva de mantener y de perpetuar la vida
de un pueblo.

A la búsqueda y esclarecimiento de ese pensamiento, en su amplitud mesoamericana,


destinamos el primer ensayo de la segunda parte, para luego, en el estudio siguiente,
observarlo en el choque brutal que tuvo con el cristianismo, primera avanzada ideológica
del invasor. A partir de allí, surge entre ambos esa interrelación dialéctica que dura hasta
hoy y que, del lado colonizador, desemboca en la ideología dominante, en tanto que, del
lado del colonizado, de paso a una estrategia social de resistencia.
En efecto Guzmán Bockler utiliza el sentido del ciclo largo de la historia aborigen para
sugerir la hipótesis de una lenta reconquista indígena de América, análoga a la de la
península ibérica entre los siglos ix y xv; tesis que resulta por lo menos sugerente. Pero
que, por desgracia, el autor no desarrolla. (El desarrollo hubiera sido de cualquier forma
problemático. Guatemala es uno de pocos casos excepcionales y, en la mayoría de los
países americanos —en especial los centroamericanos—, la reconquista indígena tendría
que ser la imposición de una minoría sobre una inmensa mayoría mestiza, que no tiene
culpa de su mezcla racial y que tiene un derecho tan legítimo a la herencia de sus
ancestros como los indios puros). En realidad el autor carece de elementos informativos
para desarrollar la hipótesis y se ve arrastrado a una discusión ontoíógica y teológica del
pensamiento aborigen.

No me considero competente para juzgar las especulaciones de Guzmán Bockler sobre


la superioridad religiosa del indio. Como estudioso del hombre estoy obligado a respetar
las creencias de los pueblos del pasado y el presente mientras no provoquen un daño
comprobable a los prójimos. Y el paganismo meta-físico que abandera el autor me parece
en todo caso inocuo sino es que incluso consolador. Pero como historiador no puedo sino
sentirme del randado cuando, en vez de la crítica prometida, empiezan a fluir
incontenibles e incontinentes los estereotipos de siempre: las idealizaciones y las
satanizaciones de cajón con las que sólo se prolonga la vieja y caduca polémica de
hispanismo vs. Indigenismo.

Se idealiza la cultura aborigen, callando que fue tanto o más opresiva de las mayorías
que la del régimen colonial, callando también el hecho de que los propios documentos
indígenas citados por el autor atestiguan los despojos de tierras por parte de los
conquistadores quiches. (Como muchos códices mexicanos documentan la expropiación
de los vencidos por parte de los mexicas). Olvidando en fin los mil rasgos negativos de
la formación social precolombina, sin los cuales no se explica la colaboración de muchos
grupos étnicos en la conquista española.

Y se sataniza a ésta última, haciendo a un lado el sentido de la cristianización misionera


y de la legislación indiana que protegía el derecho étnico v las tierras corporativas de los
pueblos, para presentar a la colonia como una bestialización de innumerables grupos
humanos" a quienes despojaba de bienes y derechos.
El pasado no es claro como un espejo. La patina del tiempo borra a la vez que esclarece
y en efecto los intereses de grupos, sistemas y fuerzas sociales distorsionan lo que de la
historia llega hasta nosotros.

Pero el historiador es custodio de un conocimiento cierto que rechaza las manipulaciones


caprichosas. Y los estereotipos son siempre una cortina de humo que busca ocultar la
ignorancia y la pereza. Afirmar que la violencia de hoy no es más que la prolongación de
las guerras de resistencia a la conquista es hacer tabla rasa de las diferencias abismales
entre distintas etapas del pasado centroamericano.

Por lo demás el procedimiento tampoco ayuda del todo a comprender el presente ¿Cuál
es la violencia reivindicadora -por ejemplo la de los quiches o la de los mískitos? y, si
ambas, ¿qué tienen en común? Insistir que la base de la colonización española fue
siempre la violencia e inventar (para apoyar ese argumento) a un ejército que no se formó
hasta fines del período Borbón para reprimir el descontento criollo es ahistórico e impide
comprender la compleja interrelación dominador-dominado en pos de la que andamos.

Así pues el ensayo que pretende ser '"revolucionario" está en efecto lleno de lugares
comunes, de perogrulladas confesas, de falsedades y de explicaciones manoseadas
plagadas de incorrecciones numerables y expresadas en una retórica de neologismos
que por ejemplo reivindica una cosmovisión capaz de aunar lo acontecimiento y cotidiano
con lo milenario e intemporal. Y la desilusión se convierte en indignación a medida que
el texto divaga de ese tipo de misticismo al puro y simple abracadabra indigenista y estalla
orgásmicamente en tonterías, elevadas a la categoría de planteamientos epistemológicos
por las ínfulas literarias y el ensimismamiento conceptista del autor. No hay pues aquí
crítica histonográfica valiosa. Estamos tan solo ante un verboso refrito de los
planteamientos más elementales de Chesnaux V Bónfil Batalla, que en vez de aportar
una luz india a la problemática de la teoría histórica, se contenta con combatir a un
etnocentrismo con otro. Ante una crítica de la historia guatemalteca que, por lo demás
omite de su bibliografía a las investigaciones más recientes además de los estudios
clásicos de Severo Martínez Peláez y de Mu do MacLeod, de tal forma que es imposible
saber a qué se llama historial oficial.
Desde entonces, cada bonanza del colonizador apareja una desgracia para el colonizado;
cada crisis del primero tiene como correlato un respiro para el segundo. Al conocimiento
de la vida colonial, con sus relaciones socioeconómicas e ideológicas limitadas y tensas,
dedicamos el resto de ese segundo estudio, en un ámbito espacial bastante más
disminuido: el que correspondió a la Capitanía General del Reino de Goathemala, en el
lapso de casi 300 años.

En el tercer ensayo de la segunda parte, el espacio geográfico por considerar se reduce


aún más. Luego de ver la desintegración de la fugaz república centroamericana, se
estudia el desarrollo de las interrelaciones que se dan entre los presupuestos económicos
y sociales, por una parte, y las ideologías dominante y de resistencia, por la otra, en el
estrecho marco de la República de Guatemala, desde el segundo cuarto del siglo XIX
hasta diciembre de 1984. Se trata de encontrar las respuestas que tanto la historia oficial
como la ideología dominante son capaces de dar, y se analiza el naufragio de un sistema
económico-político que luego de un siglo de existencia, en un vano intento de salvarse,
libra –sin éxito para sí una guerra civil no declarada para el pueblo.

Por otra parte, es necesario tener en cuenta que el pensamiento indio, en sus líneas
esenciales, ha permanecido fiel a sí mismo en la milenaria vida de Mesoamérica. Ello no
significa que, vuelto de espaldas al correr del tiempo, se haya anquilosado y desvaído
hasta la fosilización. Por el contrario, lo que pone en manifiesto es el extraordinario vigor
de sus basamentos, capaces de subtender a los elementos aglutinantes y estructurantes
que conforman la férrea y, a la vez grácil urdimbre que configura todo un proyecto
civilizatorio, plenamente capacitado para reproducirse en consonancia con los cambios
provocados, tanto por el discurrir de los ciclos temporales, como por la incesante
renovación de las generaciones humanas.

Al estudio de dicho pensamiento consagramos la tercera parte. El mismo toma más


relevancia si se considera que, en la guerra civil que desgarra a Guatemala, la población
indígena es la que ha llevado la peor parte; no sólo ha sido perseguida y masacrada
innumerables veces, sino que más de cincuenta mil de sus miembros, que han tenido
que huir de sus hogares y de su tierra, enfrentan hoy la áspera vida de los campos de
refugiados, llevando con ellos mismos el dolor del exilio.
Consideramos que es de utilidad establecer estos aspectos del vivir mesoamericano,
máxime cuando los postulados que aquí se analizan dejan de ser enunciados puramente
declarativos y pasan a ser la base de acciones que, irremisiblemente, están
contribuyendo a modificar las posiciones y el futuro de los actores sociales que juegan
en el drama que habría de cambiar nuestro destino.

Asistimos, en este atardecer del siglo XX, no sólo al fin de un milenio sino de una era.
Aun cuando nosotros, los pobladores del Tercer Mundo no hayamos podido doblar el
cabo de nuestras propias incertidumbres ni aplacar el creciente desasosiego generado
por una época en la que los logros tecnológicos de la civilización occidental nos
mantienen al borde del colapso multitudinario sin que podamos impedirlo de firma directa,
todo parece indicar que hemos llegado a un momento en el cual la línea divisoria de las
aguas históricas del mundo ha cambiado.

El vigoroso renacimiento de las grandes civilizaciones milenarias de Asia y de África


marca la pauta de lo que habrá de acontecer en el siglo XXI. La también milenaria
civilización mesoamericana al igual que sus hermanas del mismo continente tendrá
mucho qué decir u hacer en la conformación de ese mañana cuya aurora se nos presenta
preñada de promesas reivindicatorias.

Otro aspecto relevante que caracteriza a estos textos es el de revalorar a la civilización


mesoamericana en su totalidad, haciendo énfasis en sus extraordinarios logros pasados
y en la supervivencia con el desempeño del hombre con el medio que le rodea y la
conectividad que ha tenido con la naturaleza logrando así un estrecha relación la
destrucción del planeta.

Este tema va dirigido en resumen a los pueblos indios ya que estos toman conciencia de
los peligros que significan los que son atrapados por la lógica occidental, ya que por
media de esta obtuvieron conocimiento que hoy discuten, aunque por otro lado el estar
inmersos en el bien y en el mal, en las estructuras clásicas y muchas veces burocráticas
de la sociedad mestiza contra la que se revelan, juegan un papel a la vanguardia,
entendiendo de quienes están en la línea de fuego.
El drama colonial de Mesoamérica cobra intensidad en la tierra y en las diputas por
poseerla y utilizarla ya que la tierra tiene para el indígena una clara connotación sagrada,
por simple convicción de que aunque haya sido arrebatada en grandes extensiones es a
ellos a quienes les pertenece como lo son la tierra y el agua ya que le son de utilidad para
el cultivo de sus alimentos, esto en términos políticos es el territorio de una nación, lo que
se conoce como pueblos indígenas, por tal razón el territorio constituye la atadura solida
entre lo concreto y abstracto del proceso civilizatorio de Mesoamérica.

Es importante resaltar que las reivindicaciones de los derechos a la tierra se hacen en


las declaraciones, en los manifiestos y en las peticiones que para los mestizos es un poco
dificultoso reconocer y comprenderlo en el sistema político ya que el estado – nación que
pretender legitimar los mestizos es cuestionado por los indígenas.

Se encuentra en la historia que las fuentes indígenas no están reglamentadas es decir


escritas pero si cuentas con manifestaciones orales es decir que están vivas de
generación en generación pero estas siendo menoscabada por la cultura occidental o
mestizos pero en la actualidad están siendo retomadas ya que tienen reconocida su
cultura, creencias y sus propias normas para resolver sus conflictos o problemas que se
les presentan, los únicos vestigios con que cuentas son lo que conocemos como Popol
Vuh y lo único que nos han demostrado estos textos consultados no vienen a ilustrar que
si existe un pueblo indígena en lo que se refiere a la Mesoamérica como en el resto del
continente para salvaguardar la supervivencia de los pueblos.

En México los fueres contingentes indígenas se organizan en medio de las naturales


tensiones tratando de buscar a través de las negociaciones los espacios que le
correspondan en América Central y a lo que nos corresponde en Guatemala, el
imperialismo aliado de la elites mestizas ha desencadenado la guerra de exterminio.

En Guatemala la mayoría de la población es indígena así cono lo que combaten en los


rangos populares así como el mayor número de bajas pertenecen a este sector con esto
hacemos mención de la guerra que se vivió en el conflicto armado interno, unido a las
asechanzas y propiamente a lo interés internos ligado íntimamente a marcar el fin del
régimen agroexportador no referimos específicamente en el latifundio y el minifundio.

El imperialismo norteamericano es el aspecto externo que en determinado momento


puede producir daño a nuestros pueblos indígenas, tenemos conocimiento que hoy en
día ni el imperialismo norteamericano ni el occidental tienen la última palabra, la población
indígena se resiste desde hace aproximadamente cuatro siglos a la destrucción que se
le ha impuesto desde la colonia porque a pesar de su dominación y pobreza no pierde su
dignidad.

Sin perjuicio de señalar que esa forma de ver las cosas corresponde a un marxismo muy
sui generis o, más bien, a una caricatura de marxismo, en la que para empezar la
supuesta aplicación del materialismo histórico se da a partir dc una historia unilineal v
amañada, escrita para guardar la memoria del colonizador v dc sus descendientes y por
no para dar cuenta de la interrelación dialéctica que se ha dado entre los dos sectores
sociales, lo que tal actitud evidencia es la primacía que, para la aceptación de
cualesquiera doctrinas, da el esquema mental colonial a sus propios principios.

Es por ello que de cualquier ideología política se exija un manual que especifique los
dogmas esenciales y señale las desviaciones. La tarea de su aplicación a la vida concreta
consistirá en descubrir v en denunciar a los desviados a fin de hacerlos a un lado.

La actividad económica de los indios Desde la mitad dcl siglo XX, la población india ira
pasado a ser mayoritaria en varios centros urbanos im portantes, en forma paulatina. Al
hacerlo, ha roto los moldes coloniales basados en la disposición que la condenaba a vivir
en el área rural, podemos dar como ejemplos a Quetzaltenango ya que es la segunda
ciudad más grande el país, también a San Pedro Sacatepéquez, del departamento de
San Marcos, San Pedro Carchá en el departamento de Alta Verapaz), entre otros, donde
k'iche 's, mames y k'ekchi's.

El problema más serio que tiene el plantea se encuentra en la agricultura ya que el


excedente de campesinos sin tierra que producen las regiones ladinas, al no tener dónde
canalizar sus energías ni obtener ingresos suficientes ni permanentes, han pasado a a
engrosar las filas de los grupos militares, policiales, paramilitares o simplemente
delictivos que asuelan el país y esparcen los delitos de secuestro, tortura y la muerte,
sobre todo en los pueblos indígenas.

La economía indígena tradicional está basada en la diversidad y en conocimientos y


saberes que permiten el uso y manejo de la biodiversidad, manteniendo un amplio
abanico de estrategias económicas para la producción, recolección e intercambio con
otras comunidades y con el mundo no indígena. La capacidad para seleccionar y usar de
manera exitosa algunas estrategias, entre muchas posibles, requiere de un conocimiento
sofisticado de las condiciones ecológicas, ambientales y culturales. Ese conocimiento ha
sido acumulado y trasmitido por generaciones.

Así como para la economía de mercado el eje ordenador, el principio lógico, es la


acumulación, para la economía indígena el eje ordenador es la distribución. Mientras la
acumulación apela al valor del individualismo, el de la distribución apela más al valor de
la solidaridad.

El hecho concreto es estudiar a los habitantes de la franja territorial de lo que es


Guatemala, se parte de los principios de la ideología dominante, a cuyo objeto es la
sociedad y el ciudadano que viven dentro de la misma de primera y de segunda
categorías dado por la historia v los otros con la obligación de servir o en su caso de
obedecer, el manejo del gobierno y de las relaciones exteriores, estos con el objeto de
renunciar a su identidad histórica y a su conciencia colectiva para tener el derecho de
participar en igualdad de circunstancias con los primeros.

No debe confundirse con la región mesoamericana, concepto acuñado para denominar


una región geoeconómica por organizaciones internacionales tales como la
Mesoamérica, como se expone en este artículo, es un área definida por la cultura. Esta
región vio el desarrollo de una civilización indígena en el marco de un mosaico de gran
diversidad étnica y lingüística. La unidad cultural de los pueblos mesoamericanos se
refleja en varios rasgos que se definió como el complejo mesoamericano.

La definición de lo que se acepta como mesoamericano es objeto de discusión entre los


estudiosos de esta civilización; sin embargo, con frecuencia se menciona en el inventario
la base agrícola de la economía, como la domesticación de cacao, maíz, frijoles, tomate,
aguacate, vainilla, calabaza y chile, así como el pavo y el perro, el uso de dos calendarios
(ritual de 260 días y civil de 365), los sacrificios humanos como parte de las expresiones
religiosas, la tecnología lítica y la ausencia de metalurgia, entre otros. En su momento, la
definición del complejo mesoamericano sirvió para distinguir a los pueblos
mesoamericanos de sus vecinos del norte y el sur.

El desarrollo de Mesoamérica se extendió por varios milenios. Los especialistas discuten


sobre la época que puede considerarse el «inicio» de la civilización mesoamericana. De
acuerdo con algunas posturas, el hito inicial consiste en el desarrollo de la alfarería. Otros
consideran que el primer complejo mesoamericano se desarrolla entre los siglos XV y
XII a. C., período contemporáneo a la cultura olmeca. No obstante, ya hay una
transformación importante del ambiente natural a través de la agricultura desde la época
geológica del Holoceno, hace más de 7000 años3.

A lo largo de su historia, los pueblos mesoamericanos construyeron una civilización cuyas


expresiones hablan de elementos compartidos por varios pueblos y rasgos que los
distinguen entre sí. En la medida que avanzó el proceso civilizatorio, algunos rasgos se
homogeneizaron por el contacto interétnico y otros adquirieron especificidad en ciertos
contextos. Este proceso fue continuo y perduró hasta la colonización española. Algunos
autores emplean indistintamente los nombres nahuas para describir objetos y conceptos
originales de Mesoamérica,4 y otros destacan las diferencias entre los pueblos de la
región.5

La mayor parte de los pueblos mesoamericanos hablaron lenguas pertenecientes a las


siguientes familias lingüísticas: otomangueana, mayense, mixezoqueana, totonacana y
utoazteca. Otras lenguas están aisladas o no pudieron ser clasificadas porque
desaparecieron en el proceso de castellanización que comenzó con la colonización
española y continúa hasta la fecha. Este mosaico de lenguas y etnias estuvo presente
durante la época prehispánica y tiene su correlato en las numerosas culturas indígenas
que se desarrollaron en diversas zonas y tiempos de Mesoamérica, entre las cuales las
más estudiadas han sido la mexica, la maya, la teotihuacana, la zapoteca, la mixteca, la
olmeca o la tarasca. A pesar de la concentración de estudios que se han dado en el caso
de esas importantes culturas, Mesoamérica fue escenario de muchos pueblos, algunos
de los cuales han apenas comenzado a ser investigados a partir de excavaciones
recientes. Inventaron un sistema de escritura, pero no tan avanzado como los mayas.

El Régimen Colonial Español era un régimen tributario. Los Resguardos y los Cabildos
fueron establecidos, entre otras razones, como mecanismos de tributación indígena, pero
con ello también se les permitió a éstos territorio, territorialidad, gobierno propio y cultura,
es decir, la supervivencia de su pueblo así fuera en condición de subordinados. Los
indígenas, si bien eran considerados inferiores y discriminados como tales, eran
reconocidos por los españoles.

Con la República, los intereses dominantes amparados en la ideología liberal imperante-


impusieron una política que persistió hasta hace muy poco: la destrucción de los pueblos
indígenas, los cuales por su condición social y económica se consideraban indeseables
para el desarrollo del país. La clave para lograrlo fue la desintegración de los Resguardos.

El 24 de septiembre de 1810 a través de un decreto la Junta Central de Gobierno expidió


la primera Legislación Republicana sobre la repartición de los Resguardos, que en su
Artículo 2o dice así: “Consiguiente a la referida igualación y ciudadanato concedido a los
indios con restitución plena de sus derechos en cuyo goce van a entrar, se les repartirán
en propiedad las tierras en sus Resguardos distribuyéndose en cada pueblo según su
justo valor y en suertes separadas con proporción a sus familias para que las disfruten
aprovechándose de todas sus producciones materiales e industriales con la sola
condición de que por ahora no puede enajenar, donar o desprenderse por otra vía de la
porción de tierra que les tocare en la distribución hasta que pasados veinte años hayan
tomado apego al dominio.

El arrendamiento de tierras al interior de los Resguardos, que se había estatuido desde


la Colonia para permitir a los indígenas los recursos necesarios para el pago de los
tributos, se convirtió en una de las vías más rápidas y efectivas para el despojo de las
tierras comunales; quienes ingresaban como arrendatarios terminaban en la mayoría de
los casos convertidos en propietarios de estos terrenos con la complicidad de las
autoridades respectivas.

Para 1824 se decretó el establecimiento de misiones para la reducción de los salvajes a


la vida civil, lo que otorgó a las instituciones eclesiásticas poder de dominación sobre las
comunidades indígenas y posibilidad de colonización y apropiación de sus territorios que,
según la ley, eran considerados baldíos.

En 1825 el gobierno nacional, para suprimir los cacicazgos considerados como


inadmisibles, declaró extinguidos los títulos hereditarios. La Convención Constituyente
de la Nueva Granada expidió la Ley del 6 de marzo de 1832 en desarrollo de la Ley de
Repartimientos de 1821, señalando el término de un año para efectuarlos. Esta medida
fue aprobada con la oposición de la aristocracia terrateniente que se consideraba
afectada pues, al disolver los Resguardos, perdía las rentas del trabajo servil de los
indígenas. Esta oposición se convertiría en el Cauca, dominado por la aristocracia, en un
elemento clave que unido a la resistencia indígena permitiría la conservación de gran
parte de los resguardos a pesar de todas las disposiciones que reiteradamente
ordenaban su disolución.
Segundo cpaitulo

el choque brutal que tuvo con el cristianismo, primera avanzada ideológica del
invasor. A partir de allí, surge entre ambos esa interrelación dialéctica que dura
hasta hoy y que, del lado colonizador, desemboca en la ideología dominante, en
tanto que, del lado del colonizado, de paso a una estrategia social de resistencia.
Desde entonces, cada bonanza del colonizador apareja una desgracia para el
colonizado; cada crisis del primero tiene como correlato un respiro para el
segundo. Al conocimiento de la vida colonial, con sus relaciones
socioeconómicas e ideológicas limitadas y tensas, dedicamos el resto de ese
segundo estudio, en un ámbito espacial bastante más disminuido: el que
correspondió a la Capitanía General del Reino de Goathemala, en el lapso de
casi 300 años.

Tercer capitulo
En el tercer ensayo de la segunda parte, el espacio geográfico por considerar se
reduce aún más. Luego de ver la desintegración de la fugaz república
centroamericana, se estudia el desarrollo de las interrelaciones que se dan entre
los presupuestos económicos y sociales, por una parte, y las ideologías
dominante y de resistencia, por la otra, en el estrecho marco de la República de
Guatemala, desde el segundo cuarto del siglo XIX hasta diciembre de 1984. Se
trata de encontrar las respuestas que tanto la historia oficial como la ideología
dominante son capaces de dar, y se analiza el naufragio de un sistema
económico-político que luego de un siglo de existencia, en un vano intento de
salvarse, libra –sin éxito para sí– una guerra civil no declarada para el pueblo.
Por otra parte, es necesario tener en cuenta que el pensamiento indio, en sus
líneas esenciales, ha permanecido fiel a sí mismo en la milenaria vida de
Mesoamérica. Ello no significa que, vuelto de espaldas al correr del tiempo, se
haya anquilosado y desvaído hasta la fosilización. Por el contrario, lo que pone
en manifiesto es el extraordinario vigor de sus basamentos, capaces de subtender
a los elementos aglutinantes y estructurantes que conforman la férrea y, a la vez
grácil urdimbre que configura todo un proyecto civilizatorio, plenamente
capacitado para reproducirse en consonancia con los cambios provocados, tanto
por el discurrir de los ciclos temporales, como por la incesante renovación de
las generaciones humanas.
Al estudio de dicho pensamiento consagramos la tercera parte. El mismo toma
más relevancia si se considera que, en la guerra civil que desgarra a Guatemala,
la población indígena es la que ha llevado la peor parte; no sólo ha sido
perseguida y masacrada innumerables veces, sino que más de 50mil de sus
miembros, que han tenido que huir de sus hogares y de su tierra, enfrentan hoy
la áspera vida de los campos de refugiados, llevando con ellos mismos el dolor
del exilio. Consideramos que es de utilidad establecer estos aspectos del vivir
mesoamericano, máxime cuando los postulados que aquí se analizan dejan de
ser enunciados puramente declarativos y pasan a ser la base de acciones que,
irremisiblemente, están contribuyendo a modificar las posiciones y el futuro de
los actores sociales que juegan en el drama que habría de cambiar nuestro
destino.
Asistimos, en este atardecer del siglo XX, no sólo al fin de un milenio sino de
una era. Aun cuando nosotros, –los pobladores del Tercer Mundo– no hayamos
podido doblar el cabo de nuestras propias incertidumbres ni aplacar el creciente
desasosiego generado por una época en la que los logros tecnológicos de la
civilización occidental nos mantienen al borde del colapso multitudinario –sin
que podamos impedirlo de firma directa–, todo parece indicar que hemos
llegado a un momento en el cual la línea divisoria de las aguas históricas del
mundo ha cambiado. El vigoroso renacimiento de las grandes civilizaciones
milenarias de Asia y de África marca la pauta de lo que habrá de acontecer en el
siglo XXI. La también milenaria civilización mesoamericana –al igual que sus
hermanas del mismo continente– tendrá mucho qué decir u hacer en la
conformación de ese mañana cuya aurora se nos presenta preñada de promesas
reivindicatorias.

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