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Muchos creyentes en nuestra sociedad se han dejado desviar por enseñanzas diversas
que prometen poder, energía sobrenatural y éxito sin tener que pasar por el proceso de
crecimiento para alcanzar la madurez cristiana. Están buscando experiencias
espectaculares, puntos de inflexión trascendentes, soluciones instantáneas para sus
problemas espirituales; pero la victoria real y duradera no se obtiene por esos
medios.
Las iglesias están llenas de gente espiritualmente inmadura, sin discernimiento, débil y
frágil, prefieren confiar en los psicólogos antes que pasar por los rigores del verdadero
discipulado cristiano y del crecimiento en la gracia.
Su Palabra nos manda que crezcamos “en la gracia y el conocimiento de nuestro Señor
y Salvador Jesucristo” (2 P. 3:18).
Dios no nos quiere más porque seamos más espirituales. Algunos padres amenazan a sus
hijos diciéndoles que el Señor no los amará si no se portan bien. Esto es ridículo: el amor de
Dios por nosotros no depende de nuestro comportamiento. Aun cuando éramos “débiles”,
“impíos”, “pecadores” y “enemigos” (Ro. 5:6-10), Dios demostró su amor hacia nosotros
enviando a su Hijo a morir por nuestros pecados. Él no puede amarnos más simplemente
porque estemos creciendo. Dios no nos quiere más porque seamos más espirituales.
No se pueden equiparar los hechos, los datos, la información o la inteligencia con la madurez
espiritual.
Algunas personas suponen erróneamente que los cristianos más maduros siempre son los más
atareados; sin embargo, el activismo no conlleva necesariamente la madurez, ni puede ser
sustituto de ella. Mateo menciona a un grupo de personas que suplicará ser aceptado por
Cristo sobre la base de las obras maravillosas que realizaron; pero Él los rechazará (Mt. 7:21-
23). El activismo no puede comprar la salvación ni producir la madurez espiritual.