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Palabra y el Pan
Introducción
Jesús no nos ha dejado una estatua suya, una fotografía, una reliquia. Ha
querido continuar estando presente entre sus discípulos como alimento. El
alimento no se coloca en la mesa para ser contemplado sino consumido. Los
cristianos que van a misa pero no se acercan a la comunión deben tomar
conciencia de estar participando plenamente en la celebración eucarística.
Melquisedec, rey de Salén, sacerdote de Dios Altísimo, trajo pan y vino, 14,19:
y le bendijo diciendo: Bendito sea Abrán por el Dios Altísimo, creador de cielo
y tierra; 14,20: bendito sea el Dios Altísimo, que te ha entregado tus enemigos.
Y Abrán le dio la décima parte de todo lo que llevaba. – Palabra de Dios
El capítulo 14 del libro del Génesis del que se ha tomado la lectura de hoy es
bastante peculiar: presenta a Abrahán en el papel insólito de un valeroso
guerrero. El patriarca se encuentra en la zona de las Encinas de Mambré, en las
cercanías del Hebrón, cuando viene a saber que algunos reyes de Oriente han
capturado a su sobrino Lot. Inmediatamente organiza a sus hombres expertos
en armas, persigue a los secuestradores hasta Dan, extremo norte de Palestina,
cae sobre ellos, los derrota, recupera todo el botín, incluido Lot, sus bienes, sus
mujeres y su gente.
Para captar el mensaje del pasaje hay que tener presente que, en tiempos de
Abrahán, Jerusalén era una ciudad habitada por un pueblo pagano y como tal
siguió por muchos siglos hasta que, hacia el año 1000 a.C., David la conquistó y
la convirtió en capital de su reino. En el tiempo en que este episodio fue puesto
por escrito (más de mil años después de los hechos), los israelitas no miraban
con simpatía ni a Jerusalén, ni a su rey, ni a su corte y pagaban las tasas de
malagana. Con habilidad cortesana, el autor del pasaje intenta, citando el
ejemplo de Abrahán (v. 10), persuadirles a someterse al rey de Jerusalén y a
pagarle dos diezmos (sin protestar tanto). He puesto de relieve esta curiosa
estratagema del escriba para mostrar cómo, a veces, Dios se sirve de las
motivaciones menos nobles de los hombres para introducir en la Biblia un relato
precioso por estar cargado de simbolismos religiosos.
No ha sido solamente para convencer a los israelitas a pagar las tasas que el
autor sagrado ha recordado el comportamiento devoto y humilde de Abrahán
ante el rey de Salem, sino que ha querido enseñar, sobre todo, que no hay que
mirar con hostilidad a los extranjeros. Dios ha dejado claro muchas veces que
no se revela solamente a los israelitas sino también a gentes de otros pueblos.
Melquisedec era un cananeo, un pagano y, sin embargo, rendía ya culto a Dios
altísimo, creador del cielo y de la tierra y ante quien el mismo patriarca Abrahán
ha realizado un gesto sorprendente: se ha inclinado y ha recibido la bendición.
En ninguna otra parte del Antiguo Testamento, un ministro de culto pagano ha
sido tratado con tanto respeto y simpatía.
Este pasaje del libro del Génesis ha sido seleccionado como primera lectura por
sus obvias referencias a la fiesta de hoy. Ante todo, Melquisedec ha sido siempre
considerado por los cristianos como una figura de Cristo y de los sacerdotes de
la Nueva Alianza los cuales ofrecen sobre el altar el pan y el vino. Hay otros
elementos que ponen en relación con la eucaristía el gesto realizado por este
rey-sacerdote: ha compartido su pan y su vino con quien tenía hambre y su
comportamiento generoso es una llamada a compartir los bienes con los
hermanos.
Yo, Pablo, recibí del Señor lo que les transmití: que el Señor, la noche que era
entregado, tomó pan, 11,24: dando gracias lo partió y dijo: Esto es mi cuerpo
que se entrega por ustedes. Hagan esto en memoria mía. 11,25: De la misma
manera, después de cenar, tomó la copa y dijo: Esta copa es la nueva alianza
sellada con mi sangre. Cada vez que la beban háganlo en memoria mía. 11,26:
Y así, siempre que coman este pan y beban esta copa, proclamarán la muerte
del Señor, hasta que vuelva. – Palabra de Dios
Para entender este importante pasaje es necesario aclarar el motivo por el que
Pablo introduce en su carta el tema de la institución de la eucaristía. Después
trataremos de interpretar el significado del gesto de Jesús.
En Corinto, los cristiano suelen tener una comida juntos, como verdaderos
hermanos, antes de celebrar la santa cena. Saben muy bien que para partir
dignamente el pan eucarístico es necesario compartir antes el pan material. La
santa cena se celebra no en iglesias, como entre nosotros, sino en casas privadas
puestas a disposición por miembros pudientes de la comunidad.
Entonces ocurre que el grupo de los ricos, los dueños, los nobles –que no
trabajan sino que hacen trabajar a sus siervos– se citan a una hora temprana,
pasado el mediodía, en la residencia de uno de ellos, se pasean por el jardín, se
acomodan sobre los divanes y comienzan a atracarse de comida. Cuando, caída
la tarde, van llegando los hermanos de fe cansados de trabajar –son los que
pertenecen a las clases más humildes: campesinos, jornaleros, cargadores del
puerto– los ricos los reciben con burlas y bromas poco respetuosas. Después,
sin darse cuenta de la situación penosa que se ha creado, comienzan a celebrar
la eucaristía.
¿Es posible resumir en un solo gesto toda la vida, toda la obra, toda la persona
de Jesús? Sí, es posible, y el gesto ha sido realizado por él en la víspera de su
pasión. Durante la última cena tomó el pan, lo partió y dijo: esto es mi cuerpo
roto; después tomó el vino y dijo: esta es mi sangre derramada. Quería decir a
sus discípulos: toda mi existencia ha sido un don para los demás; no he
reservado para mí ni un instante de mi vida, ni una célula de mi cuerpo, ni una
gota de mi sangre. Todo lo he ofrecido, todo lo he dado. Cada vez que, a
invitación del Señor, la comunidad cristiana parte el pan eucarístico, representa
a Jesús que entrega su vida por amor. ¿Cómo pueden los corintios, se pregunta
Pablo, repetir este gesto que indica sacrificio y don de vida, unión a Cristo y a los
hermanos y, después, fomentar divisiones, cultivar discordias, perpetuar
desigualdades?
Si el pasaje del evangelio de hoy se lee como crónica detallada de un hecho, nos
encontraremos con una serie de dificultades: no se comprende, en primer lugar,
qué hacen cinco mil hombres en un lugar desierto (v. 12), ni sabemos de dónde
hayan podido venir tanta gente (v. 14). Es así mismo extraño que también los
peces sean despedazados (v. 16) o de dónde salieron las doce cestas para las
sobras; ¿las trajeron vacías la gente? La comida, por otra parte, ha tenido lugar
al caer de la tarde (v. 12) y uno se pregunta cómo se las arreglarían los doce, en
la obscuridad, para poner orden entre tanta gente y repartirles después los
panes y los peces.
No se dan cuenta del don que Jesús está para entregar en sus manos: el pan de
la Palabra y el pan de la eucaristía. No comprenden que su bendición
multiplicará al infinito este alimento que sacia todo hambre: el hambre de
felicidad, de amor, de justicia, de paz, de descubrir el sentido de la vida, el ansia
de un mundo nuevo.
Nos preguntamos frecuentemente: ¿qué ocurrió con los peces? Pues toda la
atención parece concentrada en los panes. De hecho, también los peces son,
extrañamente, “troceados” y distribuidos juntamente con el pan (v. 16). En las
comunidades del tiempo de Lucas el pez se había convertido en símbolo de
Cristo. Las letras que componen la palabra griega ichthys (pez) se habían
convertido el en acróstico Jesús, Cristo, Hijo de Dios, Salvador. El pez es Jesús
mismo convertido en alimento en la eucaristía.