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Cuba ya no es lo que era: el nuevo

ecosistema mediático
04 marzo 2019 Milena Recio

Categoría: Cuba periodismo Política y sociedad

Un youtuber cubano muestra su canal en el Malecón, La Habana. YAMIL LAGE/AFP/Getty


Images

El boom de medios alternativos que


experimenta la isla está produciendo una
transformación comunicacional con efectos
democratizadores.

La noche del 27 de enero de 2019, La Habana, que


cumplirá 500 años el próximo noviembre, sufrió el
embate de un fortísimo tornado con vientos de hasta
300 km/h. Durante unos 16 minutos de recorrido por
aproximadamente 11 kilómetros de zonas muy pobladas
por sectores populares de bajos ingresos, el fenómeno
hirió de gravedad a la capital cubana: siete fallecidos,
unos 190 heridos, más de 7.700 viviendas afectadas total
o parcialmente, y decenas de miles de personas sobre las
que la calamidad se ensañó.

En ese escenario se produjo en Cuba lo que podríamos


llamar, en términos del béisbol, un hit comunicacional,
gracias al cual se logró una movilización ciudadana
numerosa, transfronteriza y efectiva, para llevar ayuda a
los damnificados.

Fue una señal de dimensiones sin precedentes en un país


donde la acción autónoma de los ciudadanos ha estado
tradicionalmente acotada por instancias centralizadoras
estatales, acostumbradas a acaparar la iniciativa en la
dirección de los flujos de información, y en el despliegue
de personas y recursos materiales ante este y otro tipo de
contingencias.

El tornado impactó pocas semanas después de que la


única operadora de telecomunicaciones del país iniciara
la comercialización del servicio de datos para teléfonos
móviles, con tecnología 3G. Y aunque a precios todavía
altos, considerando el salario medio de los cubanos que
ronda el equivalente a 30 dólares mensuales, ETECSA ha
conseguido un destacable éxito comercial.

Millones de personas en Cuba se han convertido en


usuarios de Internet en el último año. Millones de
ciudadanos con potencialidades para ser fuentes directas
de información, dinamizadores de opinión y micro-
influencers dentro de un sistema informacional cada vez
más desenvuelto y diverso.

Durante 2018 otros eventos de mucho interés para los


cubanos como la caída de un avión en La Habana que
dejó 112 fallecidos y solo una persona sobreviviente; los
daños causados por la tormenta Alberto; el estreno en
Twitter del presidente Díaz-Canel en octubre y la
consiguiente oportunidad de diálogos directos; o la
consulta constitucional y la campaña por ambas
opciones –ratificación o negación– previa al referendo,
constituyeron un entrenamiento social de gran escala
para la movilización, el debate y la comunicación.

La disponibilidad de Internet ha multiplicado


paulatinamente la influencia de las diversas formas
emergentes de comunicación en la isla, y en particular
del ecosistema mediático que ha venido conformándose
y donde conviven –a veces confrontando y otras
complementándose– los medios de prensa, radio y
televisión estatales y partidistas, con un grupo cada vez
mayor de productores audiovisuales independientes
(documentales, series televisivas, largos de ficción),
diarios digitales, revistas de actualidad, especializadas,
de pensamiento, música, moda, deportes, en la web o en
pdf que circulan en el Paquete, blogs de activistas, de
artistas, directorios en forma de apps, discos de música,
exposiciones de arte, etcétera.
El Paquete cubano: una experiencia de sociedad
red

Dos jóvenes cubanos preparando un programa de youtube, alguno de estos contenidos llegar a
través del Paquete. YAMIL LAGE/AFP/Getty Images

En ese diversidad sobresale por su endemismo y


originalidad el llamado “Paquete semanal”, una
compilación de un terabyte de contenidos
informacionales y de entretenimiento, que se distribuye
offline, a través de dispositivos de memoria USB, y de
puerta en puerta, llevando a los hogares, por medio de
una red de vendedores-distribuidores, una suerte de
televisión-cine-kiosco-Internet paralelo y personalizado
por los usuarios.
El Paquete semanal es, por muchos motivos, el epítome
del nuevo perfil comunicacional cubano que va
surgiendo. Ocupa un lugar destacado dentro de las
formas de consumo cultural hoy –a pesar de que se trata
de una práctica que comenzara hace poco más de un
lustro– y ha desplazado formas tradicionales de
exposición a medios como la televisión, la radio y la
prensa impresa.

Esta compilación, también conocida como “El cargue” en


zonas rurales, se arma en nodos principales,
desconocidos, desde los cuales se distribuye a través de
una densa red a lo largo de todo el país. Ni la ubicación
física de esos nodos, ni el origen de las fuentes que
utiliza –de contenido tan variopinto– se conocen
abiertamente. Las autoridades no amparan estas
distribuciones, aunque las toleran.

En el Paquete aparecen películas (recién estrenadas o de


cinemateca; estadounidenses, francesas, cubanas,
españolas, indias, etcétera.); series de ficción para
televisión; videoclips musicales cubanos y extranjeros;
música en formato MP3; reality shows; documentales;
mangas; doramas; dibujos animados para niños; revistas
nacionales e internacionales; aplicaciones para móviles o
PC; juegos y mucho más.

Personas, probablemente encubiertas, se encargan de


hacer las grandes selecciones, lo que equivale a
complacer peticiones, perseguir estrenos, curar
contenidos, buscar nuevas fuentes. Es un ejemplo de
autorregulación impecable además: no se distribuye ni
política, ni pornografía, ni religión. Algunos de los
distribuidores principales, no tan encubiertos, encomian
al Paquete por ocuparse, entre otras cosas, por rescatar
contenidos de la producción audiovisual artística cubana
que ya no se difunden en los medios de comunicación
tradicionales. Algunos críticos, por otra parte, reprochan
la sobreabundancia de televisión basura y de contenidos
“pseudoculturales”. El Paquete en Cuba ha sido vital
para la difusión del reguetón o variantes de este género
como el trap, por ejemplo.

Las autoridades cubanas han tratado de competir


brindando una compilación paralela conocida como “La
mochila”, que aunque no logra desplazar al Paquete y
mantiene un alcance mucho menor, consigue
complementar los contenidos para ciertos públicos.

El Paquete no se atiene a obligaciones de copyright. Es la


encarnación de un paradigma de free culture y asunción
del copyleft ad hoc que aprovecha un ambiente
relativamente desregulado sobre estos aspectos en Cuba,
y sobre todo, que ha convertido la carencia de
contenidos en los canales de distribución normalizados y
la alta demanda, en su principal escudo y motivación de
mercado.
La compra-venta de contenidos mediante el Paquete
alcanza seguramente cifras importantes, por el alcance
que tiene: un terabyte cuesta entre dos y un CUC
(aproximadamente entre 80 céntimos y 1,75 euros) los
lunes, día en que comienza a venderse cada semana si es
servido en las casas. Los precios varían luego a lo largo
de la semana y en dependencia de si los usuarios lo
reciben o los van a buscar a determinados puntos de
venta sin licencia para ello pero tampoco perseguidos.

El Paquete es un fenómeno multidimensional atravesado


por lógicas económicas, culturales, comunicacionales y
constituye un amplificador principal de las múltiples
experiencias que se han desarrollado en los últimos
años, englobadas todas en la zona de lo alternativo y que
van desde la producción audiovisual, la publicidad, el
marketing, la prensa, la música, entre otras. Zonas de la
vida simbólica que se van desarrollando en red y desde
experiencias privadas, grupales o comunitarias, muchas
veces no institucionalizadas, underground, alegales.

Todo esto ocurre a pesar de la escasez material y de los


mecanismos de control y censura habituales que
condicionan riesgos y dificultades colaterales de
cuidado. La mayoría de estas prácticas, siendo
alternativas al mainstream, no pueden ya clasificarse
como disidentes o subversivas contra el Gobierno, aún
cuando predominan en ellas discursos críticos sobre los
más diversos temas cubanos.
Son expresión de pluralidad política e ideológica que
retrata con más detalles la sociedad cubana actual. La
mayoría de estos proyectos no se realizan por
aficionados o intrusos, sino por excelentes profesionales,
entrenados en las propias universidades cubanas; la
mayoría jóvenes con ilusiones de transformar su entorno
social.

Cuba, en resumen, ya no es lo que era. Pero esta


transformación comunicacional no ocurrió en una
madrugada, y no ha terminado de plantearse
plenamente, ni de influir el sistema político.

Se trata de un proceso que está en pleno desarrollo.


Implica a múltiples actores, dentro y fuera de los
márgenes del Estado y del Gobierno; dentro y fuera de la
ideología socialista y del consenso en torno a la
Revolución; abarca, incluso, realidades que se sitúan
dentro y fuera de los límites territoriales cubanos. Se
trata de una dinámica que ya tiene efectos
democratizadores en la isla, y que todavía es
interpretada con suspicacias o animadversión por
algunos, mientras otros la ven como “lecciones mayores
para la política”.

Compromiso (pendiente) del Gobierno


En el escenario de las reformas en Cuba, los
Lineamientos de la Política Económica y Social (2016-
2021), donde se actualizaron las indicaciones de abril de
2011, establecieron que se debía implantar una Política
de Comunicación Social del Estado y el Gobierno
enfocada en conseguir las “transformaciones funcionales
y estructurales requeridas”, para que la comunicación
“acompañe” la actualización del modelo económico y
social cubano.

Este ha sido, desde el punto de vista del Estado y el


Gobierno, el compromiso más importante para encarar
cambios profundos en la esfera de la comunicación
social en Cuba. Sin embargo, continúa siendo un
compromiso solo parcialmente cumplido.

La Política de Comunicación aún no se ha dado a


conocer de manera oficial. No se conoce a ciencia cierta
si ya ha sido elaborada completamente o si aún está
sujeta a modificaciones tras el proceso constitucional.

En diciembre pasado Periodismo de barrio, uno de los


nuevos medios llamados “alternativos”, tuvo acceso y
publicó un documento, de enero de 2018, en el que se lee
que desde junio de 2013 existe un Grupo de Trabajo
Temporal para la creación de esta Política.

Casi seis años después, el Gobierno cubano no ha


terminado de establecerla. Según el documento citado,
esta Política abarcaría al “Estado, el Gobierno, sus
entidades, los medios de comunicación masiva, las
formas de propiedad y de gestión económica estatales y
no estatales, las organizaciones políticas, de masas y
sociales, asociaciones, fundaciones y todos los
ciudadanos”.

Es cierto que se puede suponer la influencia de los


gestores de la Política en la redacción o revisión de
varios artículos de la nueva Constitución –en especial el
54 y el 55 sobre la libertad de expresión y la libertad de
prensa, respectivamente– y que sus puntos de vista
dictarán también el enfoque principal de leyes,
largamente esperadas, como una Ley de Prensa o de
Comunicación.

Después de ratificar la Constitución en referendo el


pasado 24 de febrero, el gobierno de Miguel Díaz-Canel y
la Asamblea Nacional –estrenados ambos en abril de
2018– están abocados ahora a una especie de avalancha
legislativa para solucionar los déficit actuales en materia
normativa y darle curso a los nuevos enfoques
constitucionales.

El origen del nuevo escenario


Un cubano muestra la cuenta de Twitter de Miguel Diaz-Canel. ADALBERTO
ROQUE/AFP/Getty Images

Los cambios comunicacionales en Cuba no han sido


liderados desde el vértice del poder político institucional
y partidista en Cuba. Esas transformaciones han estado
incorporándose en medio de una tensión permanente, y
no remiten a una experiencia como la glasnost soviética.

Sin embargo, son las reformas del modelo promovidas


desde el Partido Comunista de Cuba la causa profunda
de estas nuevas dinámicas comunicacionales, en la
medida en que han permitido desarrollar nuevas
relaciones de trabajo y sujetos económicos con nuevas
demandas en el terreno de la comunicación.

La extensión y consolidación del trabajo privado o


cooperativo, agrícola o urbano, en Cuba, que constituye
un sector creciente de la población económicamente
activa (a finales de 2018 se contabilizaron 580.828
trabajadores por cuenta propia), define el carácter de
estas transformaciones en la sociedad cubana.

Dado que ni la inversión extranjera ni el


perfeccionamiento de las empresas estatales han rendido
aún los frutos esperados, el sector no estatal/cooperativo
en Cuba, a pesar de estar fuertemente regulado, consigue
ser uno de los más dinámicos e incorpora a la sociedad
no solo nueva riqueza sino también nuevas aspiraciones.

Una parte del relativo éxito de estos sectores económicos


descansa sobre las remesas que llegan desde el exterior.
Son ellos quienes absorben una parte mayoritaria de
estas inyecciones de capital –que según varios analistas
podrían considerarse entre la segunda y tercera fuente
de ingreso anual al país–, tanto las orientadas al
consumo, como a la inversión para negocios familiares.

Ese flujo financiero proviene de una diáspora con


escasos derechos políticos y económicos en Cuba pero
con fuertes lazos y representación a través de sus
familias en la isla. Una diáspora nutrida por las
migraciones sostenidas durante las últimas décadas,
incluso, a pesar de la reforma migratoria de 2012, que
relajó los obstáculos que padecían los cubanos para
viajar.
Esta interrelación transnacional ha supuesto, entre otras
cosas, que se compartan cada vez más intereses de
información, conocimiento y entretenimiento. La
disolución paulatina de las fronteras, sobre todo por
compartir espacios comunes en Internet, tiende a
aplanar las diferencias y a reducir las distancias.

Este es un proceso atravesado por fuertes


contradicciones en las que se nota una puja, a veces
tácita y otras de forma explícita, entre quienes detentan
y administran el poder en Cuba, y de quienes lo
interpelan o lo confrontan. Existen muy diferentes
expectativas sobre el tempo, la dirección y el alcance de
las reformas.

Lo que la Constitución manda

Un examen comparado de las constituciones de 1976 y la


actual, nos dice que ambas cartas magnas se
concentraron en definir las formas de ejercer la
propiedad sobre los medios de comunicación.

En el artículo 55 de la nueva Constitución se afirma que


“los medios fundamentales de comunicación social, en
cualquiera de sus manifestaciones y soportes, son de
propiedad socialista de todo el pueblo o de las
organizaciones políticas, sociales y de masas; y no
pueden ser objeto de otro tipo de propiedad”.
Adicionalmente se dicta que “el Estado establece los
principios de organización y funcionamiento para todos
los medios de comunicación social”.

La persistencia de este enfoque, donde el único modelo


de propiedad –y por ende, de gestión– para el ejercicio
de la “libertad de prensa” en Cuba es aquel en el que los
medios de comunicación permanecen exclusivamente en
manos estatales, nos señala la naturaleza de las
tensiones presentes y futura por el dominio de las voces
públicas.

Este enfoque da por sentado que la propiedad estatal


garantiza el control popular –cosa que el estado actual
de la gestión y producción de contenidos de la mayoría
de los medios de comunicación estatales y partidistas en
Cuba pone en solfa.

La necesidad de suplementar la democracia cubana, de


vitamizar la deliberación y la participación política, es
una noción ampliamente compartida, pero la forma de
llegar a ello no parece estar del todo consensuada.

En la medida en que se profundicen las reformas –si es


que el Gobierno no renuncia a ello– y se desarrollen
nuevos actores sociales, es previsible que sigan
evolucionando también estas formas nuevas de
producción comunicacional, incluso, más allá de los
márgenes que hoy establece la nueva Constitución.

En este sentido, la carta magna nace a contracorriente. Y


2019 seguirá siendo un año de disputas: unos tratarán
de agarrar los cuernos del toro y otros seguirán tratando
de librarse.

esglobal.org

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