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III.

Los misterios de la vida pública de Jesús


(Catecismo de la Iglesia Católica)

El Bautismo de Jesús
535 El comienzo (cf. Lc 3, 23) de la vida pública de
Jesús es su bautismo por Juan en el Jordán
(cf. Hch 1, 22). Juan proclamaba "un bautismo de
conversión para el perdón de los pecados" (Lc 3,
3). Una multitud de pecadores, publicanos y
soldados (cf. Lc 3, 10-14), fariseos y saduceos
(cf. Mt 3, 7) y prostitutas (cf. Mt 21, 32) viene a
hacerse bautizar por él. "Entonces aparece Jesús".
El Bautista duda. Jesús insiste y recibe el bautismo.
Entonces el Espíritu Santo, en forma de paloma,
viene sobre Jesús, y la voz del cielo proclama que
él es "mi Hijo amado" (Mt 3, 13-17). Es la
manifestación ("Epifanía") de Jesús como Mesías
de Israel e Hijo de Dios.

536 El bautismo de Jesús es, por su parte, la aceptación y la inauguración de su misión de Siervo
doliente. Se deja contar entre los pecadores (cf. Is 53, 12); es ya "el Cordero de Dios que quita el
pecado del mundo" (Jn 1, 29); anticipa ya el "bautismo" de su muerte sangrienta (cf Mc 10, 38; Lc 12,
50). Viene ya a "cumplir toda justicia" (Mt 3, 15), es decir, se somete enteramente a la voluntad de
su Padre: por amor acepta el bautismo de muerte para la remisión de nuestros pecados (cf. Mt 26,
39). A esta aceptación responde la voz del Padre que pone toda su complacencia en su Hijo (cf. Lc 3,
22; Is 42, 1). El Espíritu que Jesús posee en plenitud desde su concepción viene a "posarse" sobre él
(Jn 1, 32-33; cf. Is 11, 2). De él manará este Espíritu para toda la humanidad. En su bautismo, "se
abrieron los cielos" (Mt 3, 16) que el pecado de Adán había cerrado; y las aguas fueron santificadas
por el descenso de Jesús y del Espíritu como preludio de la nueva creación.

537 Por el Bautismo, el cristiano se asimila sacramentalmente a Jesús que anticipa en su bautismo
su muerte y su resurrección: debe entrar en este misterio de rebajamiento humilde y de
arrepentimiento, descender al agua con Jesús, para subir con él, renacer del agua y del Espíritu para
convertirse, en el Hijo, en hijo amado del Padre y "vivir una vida nueva" (Rm 6, 4):
«Enterrémonos con Cristo por el Bautismo, para resucitar con él; descendamos con él para ser
ascendidos con él; ascendamos con él para ser glorificados con él» (San Gregorio
Nacianceno, Oratio 40, 9: PG 36, 369).
«Todo lo que aconteció en Cristo nos enseña que después del baño de agua, el Espíritu Santo
desciende sobre nosotros desde lo alto del cielo y que, adoptados por la Voz del Padre, llegamos a
ser hijos de Dios. (San Hilario de Poitiers, In evangelium Matthaei, 2, 6: PL 9, 927).
Las tentaciones de Jesús
538 Los evangelios hablan de un tiempo de
soledad de Jesús en el desierto inmediatamente
después de su bautismo por Juan: "Impulsado por
el Espíritu" al desierto, Jesús permanece allí sin
comer durante cuarenta días; vive entre los
animales y los ángeles le servían (cf. Mc1, 12-13). Al
final de este tiempo, Satanás le tienta tres veces
tratando de poner a prueba su actitud filial hacia
Dios. Jesús rechaza estos ataques que recapitulan
las tentaciones de Adán en el Paraíso y las de
Israel en el desierto, y el diablo se aleja de él
"hasta el tiempo determinado" (Lc 4, 13).

539 Los evangelistas indican el sentido salvífico de este acontecimiento misterioso. Jesús es el
nuevo Adán que permaneció fiel allí donde el primero sucumbió a la tentación. Jesús cumplió
perfectamente la vocación de Israel: al contrario de los que anteriormente provocaron a Dios
durante cuarenta años por el desierto (cf. Sal 95, 10), Cristo se revela como el Siervo de Dios
totalmente obediente a la voluntad divina. En esto Jesús es vencedor del diablo; él ha "atado al
hombre fuerte" para despojarle de lo que se había apropiado (Mc 3, 27). La victoria de Jesús en el
desierto sobre el Tentador es un anticipo de la victoria de la Pasión, suprema obediencia de su amor
filial al Padre.

540 La tentación de Jesús manifiesta la manera que tiene de ser Mesías el Hijo de Dios, en oposición
a la que le propone Satanás y a la que los hombres (cf Mt 16, 21-23) le quieren atribuir. Por eso Cristo
ha vencido al Tentador en beneficio nuestro: "Pues no tenemos un Sumo Sacerdote que no pueda
compadecerse de nuestras flaquezas, sino probado en todo igual que nosotros, excepto en el
pecado" (Hb 4, 15). La Iglesia se une todos los años, durante los cuarenta días de la Gran Cuaresma,
al Misterio de Jesús en el desierto.

"El Reino de Dios está cerca"


541 "Después que Juan fue preso, marchó Jesús a Galilea; y proclamaba la Buena Nueva de Dios: El
tiempo se ha cumplido y el Reino de Dios está cerca; convertíos y creed en la Buena Nueva" (Mc 1,
15). "Cristo, por tanto, para hacer la voluntad del Padre, inauguró en la tierra el Reino de los cielos"
(LG 3). Pues bien, la voluntad del Padre es "elevar a los hombres a la participación de la vida divina"
(LG 2). Lo hace reuniendo a los hombres en torno a su Hijo, Jesucristo. Esta reunión es la Iglesia, que
es sobre la tierra "el germen y el comienzo de este Reino" (LG 5).

542 Cristo es el corazón mismo de esta reunión de los hombres como "familia de Dios". Los convoca
en torno a él por su palabra, por sus señales que manifiestan el Reino de Dios, por el envío de sus
discípulos. Sobre todo, él realizará la venida de su Reino por medio del gran Misterio de su Pascua:
su muerte en la Cruz y su Resurrección. "Cuando yo sea levantado de la tierra, atraeré a todos hacia
mí" (Jn 12, 32). A esta unión con Cristo están llamados todos los hombres (cf. LG 3).
El anuncio del Reino de Dios
543 Todos los hombres están llamados a entrar en el Reino.
Anunciado en primer lugar a los hijos de Israel (cf. Mt 10, 5-7),
este reino mesiánico está destinado a acoger a los hombres de
todas las naciones (cf. Mt 8, 11; 28, 19). Para entrar en él, es
necesario acoger la palabra de Jesús:
«La palabra de Dios se compara a una semilla sembrada en el
campo: los que escuchan con fe y se unen al pequeño
rebaño de Cristo han acogido el Reino; después la semilla,
por sí misma, germina y crece hasta el tiempo de la siega»
(LG 5).

544 El Reino pertenece a los pobres y a los pequeños, es decir, a


los que lo acogen con un corazón humilde. Jesús fue enviado
para "anunciar la Buena Nueva a los pobres" (Lc 4, 18; cf. Lc 7,
22). Los declara bienaventurados porque de "ellos es el Reino de los cielos" (Mt 5, 3); a los
"pequeños" es a quienes el Padre se ha dignado revelar las cosas que ha ocultado a los sabios y
prudentes (cf. Mt 11, 25). Jesús, desde el pesebre hasta la cruz comparte la vida de los pobres;
conoce el hambre (cf. Mc 2, 23-26; Mt 21,18), la sed (cf. Jn 4,6-7; 19,28) y la privación (cf. Lc 9, 58).
Aún más: se identifica con los pobres de todas clases y hace del amor activo hacia ellos la condición
para entrar en su Reino (cf. Mt 25, 31-46).

545 Jesús invita a los pecadores al banquete del Reino: "No he venido a llamar a justos sino a
pecadores" (Mc 2, 17; cf. 1 Tim 1, 15). Les invita a la conversión, sin la cual no se puede entrar en el
Reino, pero les muestra de palabra y con hechos la misericordia sin límites de su Padre hacia ellos
(cf. Lc 15, 11-32) y la inmensa "alegría en el cielo por un solo pecador que se convierta" (Lc 15, 7). La
prueba suprema de este amor será el sacrificio de su propia vida "para remisión de los pecados"
(Mt 26, 28).

546 Jesús llama a entrar en el Reino a través de las parábolas, rasgo típico de su enseñanza (cf. Mc 4,
33-34). Por medio de ellas invita al banquete del Reino (cf. Mt 22, 1-14), pero exige también una
elección radical para alcanzar el Reino, es necesario darlo todo (cf. Mt 13, 44-45); las palabras no
bastan, hacen falta obras (cf. Mt 21, 28-32). Las parábolas son como un espejo para el hombre:
¿acoge la palabra como un suelo duro o como una buena tierra (cf.Mt 13, 3-9)? ¿Qué hace con los
talentos recibidos (cf. Mt 25, 14-30)? Jesús y la presencia del Reino en este mundo están
secretamente en el corazón de las parábolas. Es preciso entrar en el Reino, es decir, hacerse
discípulo de Cristo para "conocer los Misterios del Reino de los cielos" (Mt 13, 11). Para los que están
"fuera" (Mc 4, 11), la enseñanza de las parábolas es algo enigmático (cf. Mt 13, 10-15).
¿ES POSIBLE DEMOSTRAR LA EXISTENCIA DE JESÚS?
Por Ariel Álvarez Valdés

Un pleito desconcertante
En septiembre de 2002, el ingeniero agrónomo Luis Cascioli
se presentó ante la justicia italiana de la localidad de
Viterbo, cerca de Roma, para denunciar al párroco del
lugar. ¿Por cuál delito? Porque todos los domingos,
durante la misa, el cura hablaba de Jesús de Nazaret. Y
según Cascioli, no hay pruebas de que Jesús haya existido.
Por lo tanto, el sacerdote había violado dos leyes penales
italianas: la de “abuso de credibilidad popular” (es decir,
enseñar cosas falsas; art. 661) y la de “sustitución de
persona” (inventar la existencia de un personaje irreal; art.
494).

Los jueces de Viterbo quedaron estupefactos. ¿Acaso los


Evangelios no prueban la existencia de Jesús? No, dice
Cascioli. Porque éstos son libros contradictorios, y además
están escritos por gente que creía en él, por lo que no sirven como prueba objetiva de su existencia.

La denuncia de Cascioli fue rechazada por absurda. Pero éste apeló. Y en segunda instancia los jueces le
dieron lugar, y ordenaron al párroco presentarse ante los tribunales para demostrar la existencia de Jesús. El
pobre sacerdote, al verse en semejante aprieto, estaba desesperado. Pero al final, los jueces de tercera
instancia volvieron a rechazar la demanda del ingeniero, y dieron por terminado el pleito judicial.
Hasta aquí la noticia que apareció en los diarios. Pero una duda quedó flotando en el ambiente: ¿se puede
demostrar la historicidad de Jesús? Fuera del Nuevo Testamento, ¿hay algún autor contemporáneo que lo
nombre, lo mencione, aluda a su existencia?

Como piedra en el océano


Solemos pensar que Jesús de Nazaret, el fundador de la religión más importante y numerosa de occidente,
debió de haber sido muy conocido en su tiempo. Que durante su vida llamó poderosamente la atención de
las multitudes. Que con sus increíbles enseñanzas y sus sorprendentes milagros mantuvo fascinada a la
sociedad entera. Que su fama se extendió incluso a los que no lo conocieron personalmente. Y que
preocupadas por estos hechos, las más altas autoridades gubernamentales, incluido el emperador de Roma,
ordenaron su arresto y su muerte, en el año 30.
Es decir, creemos que el impacto de Jesús en la sociedad de su tiempo fue impresionante; semejante al de un
cometa que choca contra la tierra; y que si nos ponemos a buscar testimonios históricos sobre él, podemos
encontrar millares.
Sin embargo no es así. Cuando examinamos la información que tenemos de aquella época, nos damos con
que no existe ni un escritor, ni un autor, ni un historiador, ni un cronista, ni un ensayista, ni un poeta, ni un
contemporáneo suyo, que hable de él. Aunque parezca mentira, nadie parece haber reparado en su persona,
ni para criticarlo ni para alabarlo. No tenemos ni siquiera una alusión de pasada. Nada.
El impacto de Jesús en la sociedad de su
época parece haber sido prácticamente nulo.
Más que a un cometa que choca contra la
tierra, se asemejó a una piedrita arrojada en
el océano.

El militar escritor
Si extendemos nuestra investigación a las
décadas siguientes a su muerte, tampoco
encontramos mención alguna de Jesús. En
los años 50, 60, 70 y 80, hay un completo
silencio sobre su figura.
Tenemos que esperar a la década del 90 para
hallar la primera referencia a Jesús, en un documento fuera de la literatura cristiana. Pertenece a un
historiador judío llamado Flavio Josefo, nacido en Jerusalén hacia el año 37 dC, es decir, unos siete años
después de la muerte de Jesús. Flavio Josefo era hijo de un sacerdote de Jerusalén, y por eso recibió una
esmerada educación. Cuando en el año 66 los romanos invadieron Palestina, Josefo fue puesto al frente de
las tropas judías para detener el país. Pero fue hecho prisionero, y llevado a Roma. Allí se ganó las simpatías
del emperador y fue liberado. Entonces se dedicó a escribir varios libros para difundir la historia y las
costumbres del pueblo judío.
Su primera obra fue La Guerra de los Judíos, en 7 tomos, donde describe la invasión de los romanos a
Palestina en el año 66. Su segunda obra fue Antigüedades Judías, en 20 tomos. Es en esta obra, compuesta
hacia el año 93, donde Josefo menciona dos veces a Jesús.

Tres añadidos cristianos


La primera mención está en el tomo 18, y dice así: “Por aquel tiempo apareció Jesús, un hombre sabio (si es
que se le puede llamar hombre). Fue autor de hechos asombrosos, y maestro para quienes reciben con gusto
la verdad. Atrajo a muchos judíos y griegos. (Él era el Mesías). Y cuando Pilatos, debido a una acusación
hecha por nuestros dirigentes, lo condenó a la cruz, los que antes lo habían amado no dejaron de hacerlo. (Él
se les apareció al tercer día, vivo otra vez, tal como los profetas habían anunciado de Él, además de muchas
otras cosas maravillosas). Y hasta hoy los cristianos, llamados así por él, no han desaparecido”.
Esta alusión a Jesús, conocida por los estudiosos como “el Testimonio Flaviano”, provoca verdadera
sorpresa. ¿Cómo es posible que un judío religioso, como Josefo, que nunca se convirtió al cristianismo,
confiese que Jesús era el Mesías, que resucitó al tercer día, que se apareció vivo ante la gente, y que era más
que un simple ser humano? Resulta inaceptable. Por eso hoy los especialistas sostienen que este texto
contiene tres pasajes añadidos por algún autor cristiano. Serían los pasajes que están puestos entre
paréntesis. Si los eliminamos, el resto sería lo que realmente escribió Flavio Josefo.
Ahora bien, si nos atenemos al texto auténtico el historiador judío, vemos que él afirma lo siguiente: a)
existió en Palestina un hombre llamado Jesús: b) era un sabio; c) realizó prodigios; d) la gente lo escuchaba
con gusto; e) atraía a muchos judíos y griegos; f) las autoridades judías lo acusaron; g) Pilatos lo condenó a
muerte; h) murió crucificado; i) sus seguidores se llaman cristianos en honor a él; j) el movimiento que él
fundó siguió existiendo después de su muerte.

Por el asesinato de Santiago


La segunda mención que hace Flavio Josefo de Jesús, aparece en el tomo 20 de su obra. Allí, al contar cómo
mataron a Santiago, el primer obispo de Jerusalén, en el año 62, dice: “Mientras tanto subió al pontificado
Anás. Era feroz y muy audaz. Pensando que había llegado el momento oportuno, porque (el procurador)
Festo había muerto y Albino aún no había llegado, reunió al Sanedrín y llevó ante él al hermano de Jesús, que
es llamado Mesías, de nombre Santiago, y a algunos otros. Los acusó de haber transgredido la ley, y los
entregó para que fueran apedreados”.
En esta segunda referencia, el escritor judío afirma: a) existió un hombre llamado Jesús; b) tenía un hermano
llamado Santiago (lo cual coincide con lo que dice Marcos 6,3 y Gálatas 1,19); c) algunos lo consideraban el
Mesías.
Estas dos citas de Flavio Josefo, si bien muy breves, son importantísimas, porque constituyen la primera
prueba (fuera de la Biblia) de que Jesús de Nazaret realmente existió. Además, demuestran que Flavio
Josefo disponía de bastante información sobre la persona de Jesús, en el momento de escribir.

Justo falta ese volumen


Poco después de Flavio Josefo, tenemos un segundo escritor que menciona a Jesús. Es el historiador romano
Tácito. Nacido en el año 55, de una familia muy rica, fue gobernador de la provincia de Asia (al oeste de la
actual Turquía) en el año 112, donde pudo conocer a los cristianos. Luego abandonó la política y se dedicó a
escribir. Su libro más importante fue los Anales, compuesto en el año 117. Es una historia de Roma en 18
volúmenes, que va desde el año 14 d.C. (en que muere el emperador Augusto) hasta el año 68 d.C. (en que
muere Nerón).
Desgraciadamente la obra nos ha llegado incompleta, porque se perdieron varios tomos; y justamente la
sección que va del año 29 al 32 no sobrevivió. Por eso el proceso y la muerte de Jesús (ocurrida en el año 30),
que quizás podría haber figurado, no aparece en los manuscritos que hoy tenemos. Pero sí, al hablar de la
persecución de Nerón a los cristianos de Roma, Tácito dice: “Nerón sometió a torturas refinadas a los
cristianos, un grupo odiado por sus horribles crímenes. Su nombre viene de Cristo, quien bajo el reinado de
Tiberio fue ejecutado por el procurador Poncio Pilatos. Sofocada momentáneamente, la nociva superstición
volvió a difundirse no sólo en Judea, su país de origen, sino también en Roma, a donde confluyen todas las
atrocidades de todo el mundo. Primero, los inculpados que confesaban; después, denunciados por éstos,
una inmensa multitud, todos fueron convictos, no tanto por el crimen de incendio sino por el odio del género
humano”.
Este testimonio nos brinda varios elementos importantes para situar históricamente a Jesús. Nos dice: a) que
existió un hombre al que llamaban Cristo; b) que su patria era Judea; c) que su muerte ocurrió cuando Tiberio
era emperador (o sea, entre los años 14 y 37) y Poncio Pilatos gobernador (entre los años 26 y 36); d) que
Pilatos lo mandó a matar, lo cual implica que lo crucificaron, pues el castigo normal de las autoridades
romanas en Judea era ése; e) que antes de morir, Jesús ya había formado un grupo de seguidores.
Otros candidatos abolidos
Estos dos escritores, Flavio Josefo y Tácito, son los únicos testimonios no cristianos (es decir, neutrales)
conocidos, que hablan de la existencia histórica de Jesús de Nazaret. No hay ninguna otra fuente no
cristiana, anterior al año 130 (o sea, en un período de cien años desde la muerte de Jesús), que mencione al
fundador del cristianismo.
Los estudiosos suelen citar a otros dos escritores romanos que, según dicen, hablarían también de Jesús.
Ellos son Plinio el Joven y Suetonio.
En el caso de Plinio el Joven, el texto que suelen citar es una carta suya, escrita en el año 112, donde al hablar
de los cristianos dice: “Ellos afirman que toda su culpa y error consiste en reunirse en un día fijo, antes de la
salida del sol, y cantar a coro un himno a Cristo como a un dios; y se comprometen a no cometer crímenes, ni
hurtos, ni asesinato, ni adulterios, ni mentir, y luego toman su alimento”.
De Suetonio, el texto sería un pasaje de su libro Vida de los Doce Césares, escrito en el año 120: “Como los
judíos provocaban constantemente disturbios a causa de Cristo, el emperador Claudio los expulsó de Roma”.
Pero si miramos bien, vemos que ninguno de los dos textos habla directamente de Cristo, sino de los
cristianos. No afirman que haya existido alguien llamado Jesús, sino que un grupo de cristianos creía en su
existencia. Por lo tanto, no sirven como fuentes para afirmar la realidad histórica de Jesús.

Pocos, pero contundentes


En conclusión, sólo han llegado hasta nosotros dos testimonios
extrabíblicos sobre Jesús de Nazaret. Sin embargo, todos los estudiosos
están de acuerdo en que esos dos textos bastan para probar, de manera
concluyente y definitiva, su existencia histórica. Por eso hoy ningún
historiador serio niega la historicidad de Jesús.
Primero, porque vemos que existen dos autores muy antiguos que de
manera imparcial, objetiva y desinteresada afirmaron su existencia. Y son
testimonios lo suficientemente cercanos a los hechos como para
constituir fuentes fidedignas y confiables.
Segundo, porque haay además muchísimos textos cristianos, más
antiguos todavía, que hablan de Jesús. Entre ellos están las cartas de
Pablo, escritas alrededor del año 50, que reflejan una tradición de los años
40, es decir, muy cercana al momento de la muerte de Jesús. También
poseemos los Evangelios, que si bien fueron compuestos por creyentes en
Jesús, y por eso no son obras imparciales, sí pretenden remontarse a un
personaje real. Por lo tanto, negar la existencia histórica de la figura
central de estos libros traería más dificultades que aceptarla.

No podemos negar a los otros


Tercero, porque en la antigüedad ningún enemigo ni adversario de los cristianos, por más encarnizado que
fuera, puso en duda la existencia de Jesús. Sí cuestionaron que fuera el Mesías, o el Hijo de Dios, pero jamás
que hubiera existido. Las primeras dudas sobre su existencia histórica surgieron recién en el siglo XVIII,
cuando ciertos autores franceses empezaron a decir que Jesús de Nazaret era una divinidad solar antigua a
la que se le había atribuido existencia histórica. Esta duda se prolongó durante el siglo XIX y XX. Pero
actualmente ya ningún estudioso la toma en serio.
Cuarto, porque los textos del Nuevo Testamento hacen interactuar a Jesús con otros personajes históricos,
cuya existencia está demostrada por documentos arqueológicos y literarios no cristianos, como Juan el
Bautista, Poncio Pilatos, Herodes el Grande, Herodes Antipas o Caifás.
Finalmente, porque si los evangelistas hubieran inventado a Jesús de la nada, lo habrían inventado de un
modo tal que no produjera tantas dificultades y dolores de cabeza a los lectores; y hoy no habría ninguna
diferencia entre el Jesús de los Evangelios y el Jesús histórico, que vamos conociendo gracias a la
arqueología y a otras ciencias; los dos serían exactamente iguales. El hecho de que los evangelistas procuren
reinterpretar la figura de Jesús desde su fe, demuestra que están tratando de modificar la vida de un
personaje real.
Todavía hoy encontramos gente, como el ingeniero agrónomo Luis Cascioli, que duda de la existencia real de
Jesús. Creen así estar a la vanguardia de la intelectualidad. Sin embargo, son personas que se han quedado
en el tiempo, porque hace décadas ya que los estudiosos modernos llegaron a la certeza de su vida.

Escasa atracción
Cuando buscamos en la antigüedad los datos sobre la existencia histórica de Jesús, descubrimos con
asombro que sus contemporáneos no dijeron casi nada de él. Que su vida fue absolutamente insignificante
en el plano de la escena mundial. Esto demuestra que Jesús durante su vida fue un judío marginal, que fundó
un movimiento marginal, en una provincia marginal del gran imperio romano. Su vida y su muerte fueron los
acontecimientos menos importantes de la historia romana de ese tiempo, y sus contemporáneos ni siquiera
le prestaron atención.
Por eso, lo asombroso no es que nadie hable de él. Lo asombroso hubiera sido que algún historiador de la
época se hubiera interesado en él. Sería una casualidad increíble que los escritores de ese tiempo se sintieran
atraídos por contar la ejecución de un carpintero palestino. Lo más natural del mundo hubiera sido que
ningún contemporáneo lo recordara ni mencionara.
Sin embargo, y a pesar de ello, tenemos varias referencias de él. Más aún: hay más información sobre Jesús
de Nazaret que sobre otros personajes de la historia cuya existencia nadie cuestiona. Por eso, su existencia
constituye hoy un hecho histórico cierto e irrefutable.
Pero sus contemporáneos se interesaron poco en él. Sólo se habló de su persona cuando los cristianos
comenzaron a ser una “molestia” para la sociedad. Cuando sus seguidores empezaron a hablar del amor al
prójimo, del perdón a los enemigos, del servicio a los demás como actitud de vida, de no criticar, de defender
a los más pobres. Recién entonces surgió el interés por conocer a esa extraña figura, que había dado origen
a la doctrina más sublime de la historia de la humanidad.
Hoy el interés por la figura de Jesús ha vuelto a ser escaso. Quizás porque los cristianos hemos dejado de
“molestar”; ya no somos un ejemplo llamativo de amor ante la sociedad. No somos los representantes de la
doctrina más asombrosa que oyó la humanidad. Quizás si volviéramos a encarnar su mensaje, los
historiadores, pensadores, filósofos, periodistas, vuelvan a sentirse atraídos por el carpintero de Nazaret.

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