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La llorona

La Llorona, la mujer fantasma que recorre las calles de las ciudades en busca
de sus hijos.

Cuenta la leyenda que era una mujer de sociedad, joven y bella, que se caso
con un hombre mayor, bueno, responsable y cariñoso, que la consentía
como una niña, su único defecto... que no tenia fortuna.

Pero el sabiendo que su joven mujer le gustaba alternar en la sociedad y "


escalar alturas ", trabajaba sin descanso para poder satisfacer las
necesidades económicas de su esposa, la que sintiéndose consentida
despilfarraba todo lo que le daba su marido y exigiéndole cada día mas, para
poder estar a la altura de sus amigas, las que dedicaba tiempo a fiestas y
constantes paseos.

Marisa López de Figueroa, tuvo varios hijos estos eran educados por la
servidumbre mientras que la madre se dedicaba a cosas triviales. Así
pasaron varios años, el matrimonio.

Figueroa López, tuvo cuatro hijos y una vida difícil, por la señora de la casa,
que repulsaba el hogar y nunca se ocupo de los hijos. Pasaron los años y el
marido enfermó gravemente, al poco tiempo murió, llevándose " la llave de la despensa ", la viuda se quedó sin un centavo, y al frente
de sus hijos que le pedían que comer. Por un tiempo la señora de Figueroa comenzó a vender sus muebles. Sus alhajas con lo que la
fue pasando.

Pocos eran los recursos que ya le quedaban, y al sentirse inútil para trabajar, y sin un centavo para mantener a sus hijos, lo pensó
mucho, pero un día los reunió diciéndoles que los iba a llevar de paseo al río de los pirules. Los ishtos saltaban de alegría, ya que era
la primera vez que su madre los levaba de paseo al campo. Los subió al carruaje y salió de su casa a las voladas, como si trajera gran
prisa por llegar. Llegó al río, que entonces era caudaloso, los bajo del carro, que ella misma guiaba y fue aventando uno a uno a los
pequeños, que con las manitas le hacían señas de que se estaban ahogando.

Pero ella, tendenciosa y fría , veía como se los iba llevando la corriente, haciendo gorgoritos el agua, hasta quedarse quieta. A sus hijos
se los llevo la corriente, en ese momento ya estarían muertos . Como autómata se retiro de el lugar, tomo el carruaje, salió como "alma
que lleva el diablo ", pero los remordimientos la hicieron regresar al lugar del crimen. Era inútil las criaturas habían pasado a mejor vida.
Cuando se dio cuenta de lo que había hecho, se tiro ella también al río y pronto se pudieron ver cuatro cadáveres de niños y el de una
mujer que flotaban en el río.

Dice la leyenda que a partir de esa fecha, a las doce de la noche, la señora Marisa venia de ultratumba a llorar su desgracia: salía del
cementerio (en donde les dieron cristiana sepultura) y cruzaba la ciudad en un carruaje, dando alaridos y gritando ¡ Aaaaay mis hijos ¡
¡ Donde estarán mis hijos ¡ y así hasta llegar al río de los pirules en donde desaparecía. Todas las personas que la veían pasar a
medianoche por las calles se santiguaban con reverencia al escuchar sus gemidos y gritos. Juraban que con la luz de la luna veían su
carruaje que conducía una dama de negro que con alaridos buscaba a sus hijos.

Las mujeres cerraban las ventanas, y al trasnochador que venia con copas, hasta la borrachera se le quitaba al ver aquel carro que
conducía un espectro, donde iba la llorona, del carruaje salían grandes llamaradas y se escuchaba una largo y triste gemido de una
mujer, un esqueleto vestido de negro, el que guiaba el carruaje, jalado por caballos briosos. Un día, cuatro amigos, haciéndose los
valientes, quisieron seguir al carruaje que corría a gran velocidad por céntrica calle de Aguascalientes que daba al río pirules.

Ellos la seguían, temblando de miedo, pero dándose valor con las copitas, dio un ultimo grito de tristeza y dolor ¡ Aaaay mis hijos ¡ y
desapareció con todo y carruaje.
Segua / siguanaba / siguamonta

Hay varias leyendas de la Segua, siguanaba o siguamota una de

ellas cuenta que es una joven muy linda, que persigue a los

hombres mujeriegos para castigarlos.

Se aparece de pronto en el camino pidiendo que el 'caballero' la

lleve en su a su destino, pues va para algun lugar cercano. Y

dicen que ningún hombre se resiste a su ruego.

Pero a medio camino, si va adelante vuelve la cabeza y si va atrás hace que el hombre la vuelva.

Entonces aquella hermosa mujer ya no es ella.

Su cara es como la calavera de un caballo, sus ojos echan fuego y enseña unos dientes muy

grandes, al mismo tiempo que se sujeta como un fierro a su victima.

Otras leyendas cuentan que son varias. Y no faltan ancianos que aseguren que cuando ellos eran

jóvenes atraparon a una. Pero que una vez atrapada y hecha prisionera se les murió de vergüenza.

Y que al día siguiente no encontraron el cadáver, sino solamente un montón cáscaras de plátano.
Detrás de una historia de espantos

Historias de espantos se escuchan todo el tiempo: le sucedió al papá de


un amigo, lo contó el vecino, pasó en el pueblo del abuelo. Son relatos
que entretienen muy bien en la sobremesa o en una noche lluviosa sin
luz. Pero cuando dos esposos jóvenes tienen que salir huyendo de su
casa recién alquilada en Villa Nueva y prefieren callar por miedo a que
los tachen de locos, estos cuentos de fantasmas dejan de parecer tan
divertidos y se vuelven menos explicables.
Sucedió a finales del año pasado. Ruth Godoy y su esposo, Luis Grajeda,
acababan de alquilar una casa en un moderno residencial de Villa Nueva.
Era una vivienda ubicada a pocas cuadras de un conocido centro
comercial, con habitaciones amplias y un precio razonable. Ruth, una
estilista de 24 años, esperaba hacerse de nueva clientela en el
condominio; y Luis, un taxista treintañero, podría estar cerca de su
esposa y su bebé de un año que empezaba a caminar.

La emoción, sin embargo, les duró poco. Desde que se mudaron a mediados de octubre comenzaron a ocurrir cosas extrañas que
fueron subiendo de tono, hasta que los esposos tuvieron que abandonar la casa antes de que terminara el año.

Todo empezó con ruidos en la madrugada, que parecían provenir del primer nivel, recuerda Ruth. Era como si arrastraran las sillas,
cerraran una puerta o acomodaran un sofá. Pero su esposo siempre la convenció de que eran los vecinos de al lado.

El primer susto vino pocos días después. Ruth estaba bordando un cuadro en la sala y Alexandra, su hija, estaba junto a ella. La mamá,
que la acompañaba durante el día, estaba en la cocina. “Fue cosa de un instante: vi a la nena y al subir otra vez la vista ya no estaba.
Le pregunté a mi mamá si estaba con ella y me dijo que no”, relata. Las dos mujeres empezaron a buscar a la niña y, de pronto, la
oyeron gritar en el segundo nivel. “Sentí un escalofrío horrible, ¿cómo había llegado hasta ahí la nena si apenas podía subir una grada?
Nos quedamos muy asustadas”.
Luis Grajeda nunca ha creído en historias de espantos, y cuando Ruth le contó que a la niña “la habían cambiado de lugar”, le sugirió
dejar de ver tanta tele.

Pero Ruth ya no estaba tranquila. Había algo en esa casa, recuerda, que le hacía sentir miedo. Luis llegaba tarde de trabajar, pero ella
siempre lo esperaba despierta, porque ya no conciliaba bien el sueño. Y, al parecer, a su empleada le pasaba lo mismo.

La muchacha de 15 años, que dormía en el sofá de la sala familiar, le contó que una noche le jalaron la sábana. “Yo creí que era usted,
pero cuando abrí los ojos vi a una mujer despeinada, vestida de blanco, que bajó las gradas como volando. Quise gritar, pero no me
salió la voz”, le narró. Ruth la quiso convencer de que estaba soñando, pero no logró persuadirla para que se quedara.
La pequeña Alexandra dormía en una cama ubicada junto a la de sus padres. Una noche, Ruth sintió que jalaron a su hija hasta botarla.
Al encender la luz, la halló gritando debajo de la cama, hasta el fondo. La siguiente vez no hubo caídas: la niña empezó a llorar a
medianoche. Tenía tres aruñazos en cada mejilla.

A Luis seguían pareciéndole inventos de su esposa, hasta que su suegra y su cuñada lo hicieron quedarse pensativo. Le contaron que,
de golpe, se les había cerrado con llave la puerta de la sala, pese a que no había aire, mientras la bebé dormía adentro. Fueron a pedirle
a la vecina un cuchillo para abrir la puerta, y ella les contó que en esa casa “espantaban”. Les relató que una noche calurosa, ella y sus
dos hijas adolescentes estaban en el parquecito, frente a la casa de los Grajeda, cuando vieron a una mujer de cabellos desaliñados y
vestido blanco pasar frente a la ventana, en el segundo nivel, como volando.

Poco después sucedió lo último. Ruth se despertó sobresaltada a la 1:00 de la mañana, se sentó sobre su cama y vio salir una sombra
del baño. Creyó que era Luis, pero la figura, en vez de acostarse, salió de la habitación sin abrir la puerta, y ella apenas tuvo voz para
despertar a su marido. “Estoy cansada de vivir aquí. Tenemos que irnos”, le dijo. Y Luis, que había visto lo intranquila que se mantenía
su esposa, accedió. La pareja vive ahora en San Miguel Petapa, en una casa donde no pasa nada extraño.
La casa en la que vivieron los Grajeda está ubicada al final de la calle principal del residencial y continúa vacía. Sus dueños, que nunca
vivieron allí, residen en Estados Unidos, y la encargada de rentarla cuenta que en la casa solo han vivido dos familias: una que se mudó
al cabo de un mes, sin novedades, y los Grajeda. La casera está considerando realizar allí un servicio religioso antes de que llegue un
nuevo inquilino.
Leyenda de el sombreron

El Sombrerón es uno de los personajes legendarios más populares de Guatemala. Se dice que el
sitio en donde más le gusta estar es en el bosque, pues ahí se puede ocultar entre los árboles.

Gran cantidad de personas aseguran que él no se mete con nadie, a menos de que sea un individuo
que ande en malos pasos, como podría tratarse de alguien al que le guste la bebida o esté
involucrado en actos delictivos.

Como quiera que sea, el Sombrerón una noche de luna llena empezó a recorrer las calles de la
ciudad. Para quienes no lo sepan, se trata de un individuo de baja estatura, que siempre lleva en su
espalda una guitarra y que por supuesto sobre su cabeza porta un sombrero de gran tamaño

De pronto se detuvo en un callejón, pues vio a una joven que estaba asomada en una ventana
mirando las estrellas.

El Sombrerón cogió su guitarra y comenzó a interpretar una melodía instrumental. A los pocos
segundos, los ojos de la muchacha se posaron perdidamente sobre él. Era como si la canción la
hubiese hipnotizado por completo.

Al salir el sol, el hombrecillo desapareció dejando a la chica en un profundo trance. Los padres de
ella preocupados por su salud, la llevaron a un médico, para saber qué era lo que le había pasado.
Sin embargo, el galeno les dijo que la única solución para que ella volviera a la normalidad era que
la llevaran con un sacerdote.

El clérigo tomó unas tijeras y comenzó a cortar el pelo de la muchacha, hasta que prácticamente le
dejó la cabeza a rape. En ese instante, la joven recobró el conocimiento y retomó su vida de manera
normal.

Como puedes ver, de vez en cuando el Sombrerón se enamora de las mortales que habitan en
la ciudad, así que si eres una joven bella que vive en Guatemala, te sugerimos que tomes tus
precauciones.
Leyenda de el Cadejo

La leyenda del Cadejo no tiene un origen definido, puesto que hay relatos procedentes de México y
otros de diversas regiones de Centroamérica. Sin embargo, lo que sí sabemos es que se trata de un
animal de gran tamaño, muy similar a un can.

De acuerdo a las creencias populares, siempre habrá dos cadejos. Uno de ellos con pelaje blanco y
el otro con el pelo completamente oscuro. Esto simbólicamente nos habla de la lucha constante entre
«el bien y el mal».

Por tanto, la leyenda cadejo tiene dos puntos divergentes. El perro blanco, se encargará de cuidar a
aquellas personas que han bebido mucho y que por ese motivo les es imposible retornar a su hogar
sanos y salvos.

El can evitará que ninguna persona o entidad malvada se les acerque hasta que los efectos del
alcohol hayan cesado. No obstante, los alcohólicos que se encuentran con el cadejo negro, sufrirán
terriblemente, pues este hará que los efectos de la «cruda» permanezcan sin cambios durante días.

Hay otras variantes en donde se afirma que el Cadejo blanco se transporta a la casa en donde vive
la familia del borracho, para asegurarse de que a ellos no les ocurra ninguna desgracia, durante la
ausencia del jefe de familia.

De igual manera, puedo mencionar historias en donde se dice que hace siglos, el Cadejo era un ser
humano común y corriente (se llamaba Miguel Angel), pero el cielo lo castigó transformándolo en
perro, debido a que, por culpa de la bebida, su esposa y sus hijos perecieron de hambre.

Por último, hay historiadores que dicen que las leyendas del cadejo aparecieron mucho antes de la
llegada de los españoles, pues había grupos indígenas que tenían la creencia de que a los hombres
invariablemente los acompañaba un perro guardián invisible, durante todas sus andanzas.

Con el paso del tiempo, se dijo que no solamente era un can, sino dos, mismos que de alguna
manera retratan de manera perfecta a la conciencia humana. O sea, los sentimientos positivos y los
negativos.
Leyenda de la Tatuana

La leyenda de la Tatuana es una historia de Guatemala, que tiene algunos elementos que la
vinculan con el relato mexicano de la «Mulata de Córdoba«.

Tatuana era una mujer de singular belleza a quien le fascinaba el dinero. Para conseguirlo de una
manera fácil y sencilla, se hacía acompañar de hombres mayores, a quienes llenaba de besos y
caricias a cambio de unas monedas.

Como era de suponerse, en plena época colonial, ese tipo de comportamiento era totalmente
reprobado por la mayoría de la sociedad guatemalteca, sobre todo si éstos seguían a cabalidad los
preceptos marcados por la religión católica.

De hecho, se dice que a la mujer la detuvieron a la orilla del lago atitlan. Después las autoridades la
llevaron a un tribunal en donde ya la estaba esperando un grupo de hombres que pertenecían a la
Santa Inquisición, quienes le dieron la pena de muerte.

No obstante, le dieron la oportunidad de salvar su vida si se retractaba de todo lo que había hecho.
Por ello, fue enviada a una mazmorra durante 30 días, a fin de que reflexionara.

Se dice que 24 horas antes de que se cumpliera la fecha de su ejecución, Tatuana le pidió a uno de
los guardias que le diera un trozo de tiza, una vela y una flor de color rojo, para poder hacer una
oración.

El celador aceptó y una vez que la mujer tuvo en sus manos los implementos solicitados, empezó a
pronunciar palabras en otro idioma. Súbitamente todo se oscureció y apareció el Demonio.

Este le dijo a la joven que dibujara un barco en la pared y que él la sacaría de esa jaula, en el preciso
instante en el que el reloj marcara las tres de la mañana.

Al día siguiente, el guardia informó acerca de la desaparición de Tatuana. Hoy en día, la gente sigue
pensando que la muchacha en efecto hizo un pacto con el diablo. Hay personas que afirman haberla
visto navegando en una barcaza por entre las olas del mar, como un espíritu errante.

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