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EL NUEVO LEVIATÁN, 3

EL SALARIO SOCIALISTA, 2
Sobre la historia moderna de las teorías del valor y de la plusvalía

CAPÍTULO III. LA PLUSVALÍA EN LOS ECONOMISTAS BOLCHEVIQUES

A) LENIN Y LAS TRES VARIANTES DEL SISTEMA ECONÓMICO: EL CAPITALISMO DE ESTADO, EL COMUNISMO DE GUERRA,
LA NEP

La revolución de Octubre del 17 en Rusia es la primera revolución social en la que algunos de sus
conductores no eran sólo jefes políticos y militantes socialistas sino también economistas e incluso
teóricos de la economía política. La mayoría muy jóvenes, aportaron con su capacidad de
organizadores y de agitadores una conciencia doctrinaria del marxismo elaborada al calor de las
polémicas desarrolladas durante los veinte años precedentes, en Rusia y en otros lugares.
Esta particularidad influye a la vez en la calidad de los hombres y en la forma de la acción socialista.
Esta, en efecto, desborda en todo sentido la actividad política de los representantes de la burguesía,
sobre todo parlamentaria. El delegado, responsable, “cuadro” o dirigente socialista, debe ser también,
dentro de sus posibilidades, una persona que no exprese de manera más o menos ciega o cerrada
intereses económicos particulares, sino que tome la carga de una política económica y determinados
objetivos económicos de conjunto. Los mejores aportaron, en grupo o personalmente, una
contribución al avance de la ciencia económica, a partir de entonces indisociable de la gestión de la
sociedad. Algunos de los primeros dirigentes bolcheviques eran de esos hombres.
Es por eso que encontramos entre los mejores jefes bolcheviques capacidad de organizar una acción
estratégicamente y a la vez usar los recursos de los datos teóricos de la ciencia económica. A su
manera, Marx fue el prototipo de esta combinación. Ni Lenin, ni Trotsky, ni Rosa Luxemburgo, ni Bujarin
o Preobrajensky fueron teóricos en el sentido académico (no más que Kautsky, Hilferding o Plejánov,
por otra parte). Encontramos entonces entre ellos una unidad, o una mezcla, y a veces una confusión
muy natural entre las preocupaciones teóricas y las exigencias tácticas o estratégicas de la lucha por un
orden socialista. Es lo que bastante vulgarmente se llama “unidad de acción y pensamiento”. Pero son
pocos los que pueden alcanzarla sin fallas.

1. El “capitalismo de Estado”: una acumulación central democratizada


Lenin formuló teorías a partir de la aplicación, de la experiencia política. Es en ese aspecto que hay que
juzgarlo. Es dentro de esas coordenadas que se percibe la verdad de los axiomas y la fuerza de las
circunstancias.
Antes y justo después de Octubre, formula una caracterización neta de las posibilidades concretas, en
las condiciones existentes, ofrecidas a las relaciones socialistas. El genio de Lenin se manifiesta aquí en
su agudo sentido de las necesidades tácticas y estratégicas, en plantarse en el punto de vista del
proletariado en lucha en las condiciones prácticas de ese momento en Rusia, sin perder de vista ni la
perspectiva histórica ni la argumentación teórica de Marx. En su acción y en su pensamiento, “la
instauración del comunismo” se convierte en algo eminentemente práctico y absolutamente histórico.
Los dos polos son las condiciones prácticas de la toma del poder y la liquidación de la guerra por una
parte, y por la otra las experiencias de un progreso económico y social hacia el socialismo a escala
europea. La situación desnuda en el otoño de 1917 era la desorganización completa de la producción,
el desasosiego de las masas; y justo después de Octubre se da la misma situación con el agregado de
una guerra civil y extranjera, y la necesidad de reorganizar la economía en el seno de una
semihambruna.
Durante el verano de 1917, Lenin redacta El Estado y la revolución. Ahí aborda francamente, y en
detalle, las exposiciones de Marx y de Engels sobre las fases de la construcción del socialismo.
Veámoslas ahora. El hilo conductor son las notas de Marx sobre el programa de Gotha.
Veamos la primera fase de la sociedad comunista (llamada comúnmente socialista): los medios de
producción pertenecen a la sociedad entera (Lenin no dice “al Estado”, retoma las palabras de Marx);
cada miembro de la sociedad, por cumplir una cierta parte del trabajo socialmente necesario, recibe de
la sociedad un certificado que constata la cantidad de trabajo que proveyó. Con ese certificado, recibe
en los almacenes públicos de objetos de consumo, la cantidad correspondiente de productos. En
consecuencia, descontando la cantidad de trabajo volcada al fondo social, cada obrero recibe tanto
como dio. No es entonces “un reparto por igual”. Lenin subraya claramente la causa inicial de esta
situación: “(Esta desigualdad se basa) en la aplicación de una regla única a personas diferentes,
personas que, en efecto, no son ni idénticas ni iguales”. “Los individuos no son iguales: uno es más
fuerte, otro más débil; uno está casado y otro no; uno tiene más hijos que otros…” Lenin subraya
entonces aquí que no es exclusivamente la forma social del trabajo la que provoca la desigualdad en la
participación en el trabajo y en los frutos del trabajo, sino también ciertos factores naturales,
amplificados, por otra parte, por circunstancias sociales. Es justamente para sobrepasar esas
desigualdades naturales que la abundancia es necesaria, porque permitirá repartir desigualmente sin
que nadie sea privado de lo que necesita. De esta fase, en la que persistirá una forma regulada de
desigualdad, habrá de todas maneras desaparecido “la explotación del hombre por el hombre”
fundada en la propiedad privada de los medios de producción. Una primera forma “de injusticia”
desaparecerá; pero quedan muchas otras. El derecho burgués subsiste entonces “como regulador
(factor determinante) del reparto de productos y del reparto de trabajo entre los miembros de la
sociedad (es decir, como valor)”. La obligación del trabajo es igual para todos.
Lenin expone luego las diferencias entre este régimen y el del comunismo integral, en el que el Estado
habrá desaparecido, siguiendo exactamente las expresiones de Marx. No es una “promesa” sino una
previsión para una época lejana: “no se le ocurrió nunca a ningún socialista ‘prometer’ el advenimiento
de la fase superior del comunismo; en cuanto a la previsión de su advenimiento por los grandes
socialistas, está basada en una productividad del trabajo distinta de la de hoy, y la desaparición del
hombre instrumento de hoy…” La tarea concreta para ese lugar y momento es entonces la
organización de la sociedad de transición y Lenin sueña evidentemente en Rusia, país atrasado: “Hasta
el advenimiento de la fase ‘superior’ del comunismo, los socialistas exigen de la sociedad y del Estado
ejercer el más riguroso control sobre la medida de trabajo y la medida de consumo; pero ese control
debe comenzar por la expropiación de los capitalistas, por el control de los obreros sobre los
capitalistas, y debe ser ejercido no por el Estado de los funcionarios sino por es Estado de los obreros
armados”.
Lenin no vuelve aquí sobre el problema del reparto de la plusvalía. Pero la alusión a los obreros
armados responde a esa cuestión. Esas palabras simbolizan acá al Estado de la clase obrera, o
dictadura del proletariado. ¡No de la burocracia y los funcionarios de Estado, aunque hayan salido de la
clase obrera, sino de un Estado que exprese a las masas productoras en sus soviets y consejos de
empresa! En todo ese libro, por otra parte, Lenin se dedica a explicar en detalle lo que debe ser una
democracia de masas, obrera, por oposición al Estado burgués, no una democracia de palabra, en la
Constitución, sino en los hechos de todos los días, en la vida real, garantizada por los obreros armados.
Y democracia es en principio competencia, elección pública motivada, que implica la libre discusión, la
información total y detallada sobre todos los aspectos de la vida social, la abolición completa de los
secretos sociales; en suma, todo aquello que justamente ha desaparecido tan profundamente de la
vida soviética. Es esta democracia la que garantizará que el reparto de plusvalía beneficiará tan
equitativamente como sea posible a todos (es decir, en el marco de una desigualdad de ganancias
proporcional al trabajo provisto); dicho en pocas palabras, que la plusvalía social no podrá ser
monopolizada por un grupo, una casta, una administración o una clase que la use para oprimir a la
masa productora.
Se ha argumentado mucho a propósito de ese socialismo inferior que aparentemente se parece más a
un capitalismo de Estado que a un socialismo, aun estatal. Lenin escribió mucho sobre eso, y es
indiscutible que sostuvo cien veces, antes y después de Octubre, que el capitalismo de Estado era la
mejor introducción al socialismo. Veía en esa forma de organización sociopolítica sobre todo la
centralización, la organización, la planificación de las inversiones, de la producción, del rendimiento y
de la circulación. El capitalismo de Estado, monopólico, era a sus ojos una forma de transición
inmediata a las tareas socialistas, incluso en Rusia, donde los monopolios nacionales estaban mucho
menos desarrollados que en Estado Unidos o en Alemania. Muy a menudo retomó ese razonamiento
contra los federalistas, los partidarios de la comunalización de las empresas, la autonomía de las
fábricas o unidades de producción. La forma centralizada de la producción, el monopolio, le parecía el
molde por excelencia de la producción y acumulación socialistas. Dirigidos por los productores, los
monopolios confiados a la colectividad, al Estado, se convierten en formas de la gestión socialista
elemental de la economía.
En su informe La catástrofe inminente y los medios de impedirla , redactado en septiembre de 1917, se
expresa sin ambages sobre la cuestión. Retomó este texto más tarde, en las discusiones sobre el
“comunismo de guerra” en 1918, y después en el momento de la discusión sobre los sindicatos y sobre
la NEP, en 1921 (El impuesto en especie). Escribió, lisa y llanamente: “el capitalismo monopólico de
Estado significa inevitablemente, infaliblemente, en un Estado democrático verdaderamente
revolucionario, la marcha hacia el socialismo. Porque si una gran empresa capitalista se convierte en
monopólica es que relaciona al pueblo entero. Si se transforma en monopolio de Estado es que el
Estado (es decir, la organización armada de la población y, en primer lugar, de los obreros y
campesinos, en un régimen democrático revolucionario) dirige toda la empresa. ¿En interés de quién?
O bien en interés de los grandes propietarios terratenientes y de los capitalistas (y tenemos entonces
no un Estado democrático revolucionario sino burocrático reaccionario, una república imperialista) o
bien en interés de la democracia revolucionaria; y entonces es una etapa hacia el socialismo. Porque el
socialismo no es otra cosa que la etapa inmediatamente posterior al monopolio capitalista de Estado
puesta al servicio del pueblo entero, y que, por lo mismo, dejó de ser un monopolio capitalista. Aquí no
hay términos medios. El curso objetivo del desarrollo es tal que no sabría avanzar, después de los
monopolios (cuyo número la guerra multiplicó varias veces), sin marchar al socialismo”.[1]
Todo esto está muy claro para quien comprende la dialéctica, y Lenin lo repitió mil veces. La forma
monopólica y estatal del capitalismo, pasada por las manos de la masa productora puede y debe
convertirse en una forma del socialismo. Esto supone el control por la masa, el control y la participación
obrera en la base del aparato productivo y en todos los escalones, hasta la cima de la organización
económica. En ese sentido, las formas monopólicas del capitalismo se metamorfosean: la estructura
técnica es la misma, o incluso más potente, porque toda la competencia desaparece, incluso entre
monopolios y trusts; pero las relaciones sociales que dependen de esa estructura cambian: el producto
y el sobreproducto dejan de concretarse en el mercado; no hay más propietarios privados, no hay más
mercancías capitalistas.
Estas ideas, hay que repetirlo, Lenin las retomó después de Octubre, especialmente en su informe La
tarea esencial de nuestros días. Sobre el infantilismo de izquierda y la mentalidad pequeñoburguesa
(mayo de 1918). Después de Octubre, repitió que “el capitalismo de Estado sería un paso hacia delante
en relación con la situación actual de nuestra república soviética”. Y puso nuevamente la causa de la
necesidad del pasaje “al capitalismo de Estado” en los peligros en que ponen al Estado obrero la
economía pequeñoburguesa, descentralizada, del campesino medio y cómodo, del especulador, del
pequeño comerciante. Exige con insistencia la centralización, el censo, el control de todas las fuerzas
productivas, que nada se escape, que todo pueda ser apreciado, controlado, orientado, dirigido.
Escribe, en 1918, que no habrá ni un solo comunista que niegue que “la expresión ‘república socialista
soviética’ significa que el poder de los soviets intenta concretar la transición al socialismo y no que diga
que el régimen económico actual es un régimen socialista”. Así, las relaciones económicas del
momento no son ni siquiera las del socialismo elemental; es una combinación en la que el poder
proletario es el único que pueda asegurar la predominancia política del socialismo. En cuanto al
régimen económico, es una combinación de cinco elementos: 1) economía campesina patriarcal, es
decir, natural en gran medida; 2) pequeña producción mercantil (los campesinos que venden su trigo,
entre otros); 3) capitalismo privado; 4) capitalismo de Estado; 5) socialismo. Esas diversas formas
económicas y sociales se entremezclan. ¿Y cuáles son las que predominan? Son los pequeños
productores de mercancías, de tendencia capitalista. ¿Y contra quiénes luchan principalmente?
Simultáneamente contra el capitalismo de Estado y el socialismo . Es por eso que hay que reforzar al
mismo tiempo el capitalismo de Estado y el socialismo contra la marea creciente del pequeño
productor de mercancías, sobre todo en el campo. La plusvalía del trabajo y de la renta de la tierra será
así arrancada al capitalismo privado, pequeño y mediano, y centralizado poco a poco en la industria del
Estado, permitiendo una redistribución socialista.
A la distancia, se ve que esta concepción, que permitió, con profundas crisis, una transformación radical
de la estructura económica del país, convenía tanto a la política del “comunismo de guerra” que a la de
la NEP. El repliegue sobre la NEP, en 1921, significa la necesidad de contemporizar con “el pequeño
productor privado de mercancías”, concederles posibilidades de desarrollo, para restablecer un
mercado libre para sus productos, es decir, una acumulación de renta y de beneficios capitalistas; en
suma, un fracaso de la empresa inmediata directa del “capitalismo de Estado”, sin hablar del sector
propiamente socialista, que no era más que un embrión. Pero el problema que planteaba la NEP –
coexistencia momentánea, y controlada, económica, social y políticamente por el Estado, por el poder
obrero, entre los elementos del capitalismo, pequeño y mediano, y aquellos del socialismo y del
capitalismo de Estado- era un problema a largo plazo y en esencia el mismo que el de la transición
directa hacia el socialismo por el capitalismo de Estado preconizado por Lenin en 1918. Es por eso que
Lenin, desarrollando en El impuesto en especie, en 1921, los principios de la NEP, reproduce ahí
numerosas páginas de su informe de 1918. Es por eso que la NEP no era más que una “maniobra” en
relación con el comunismo de guerra, porque el terreno fue sobre todo cedido en el sector agrario y
comercial, y no en el de la industria pesada y de transformación, de los transportes, de la energía, en la
que la centralización hizo enormes progresos entre 1918 y 1921 –pero progresos que, visto el bloqueo,
la guerra civil, la intervención extranjera, la presión campesina, la falta de cuadros, etc… condujeron al
caos y a un desabastecimiento amenazante. Dicho al pasar, es también a causa de esta heterogeneidad
de fuerzas sociales y económicas a dominar que se desarrolló una enorme burocracia, que terminó por
considerarse gestora predestinada de la economía entera.
Se puede concluir entonces de esto que la “fase de la NEP” no es en absoluto, contrariamente a lo que
afirman los autores estalinistas (sobre todo a partir de 1945) una fase necesaria en todas partes en las
formas que tomó en Rusia. En Estado Unidos, en Inglaterra, en Europa occidental, son posibles algunas
formas de pasaje inmediato al socialismo de Estado. Los monopolios hicieron gigantescos progresos
desde 1945; dominan la situación tanto en Japón cuanto en Europa, en algunos países en los que
comenzaron a destruir definitivamente el poder de la pequeña propiedad campesina. En cuanto a los
trusts internacionales, los dominan todo, como todos aquellos que se unificaron en la Europa
occidental después de 1950.
La combinación a la cual recurrieron Rusia, China, el Este europeo, los Balcanes y todo el Tercer Mundo
no es en absoluto obligatoria en esos países. De aquí en adelante, la masa de la plusvalía, de excedente
social, es monopolizada, canalizada y redistribuida por gigantescas unidades capitalistas y estatales, de
manera que el pasaje a la forma socialista de redistribución de la ganancia nacional debe ser facilitada,
y que la acción fundamental, esencial, de los productores asociados, consistirá en la distribución
equitativa de los tiempos de trabajo, en su acortamiento general posible con una alta productividad y
en el reparto social democráticamente planificado y controlado del excedente social.

2. Principios económicos del comunismo de guerra

Así, el “comunismo” se instauró en esa época como respuesta directa a la desorganización total del
aparato económico, al desempleo masivo, a la guerra civil y extranjera. Es una estructura de crisis,
impuesta por graves circunstancias, de la que depende la supervivencia de la revolución. Sin embargo,
solo fue posible por las nacionalizaciones, el control obrero y la dictadura; pero sus formas no habían
sido previstas y no podían serlo. No es cuestión de analizar la situación económica de ese período para
sacar una síntesis orgánica. La observación daría resultados extraños: porque es un comunismo de
hambre, de miseria, de guerra, en el que el Estado obrero lucha por sobrevivir, a cualquier precio,
tomando todas las medidas excepcionales necesarias. La producción estaba prácticamente detenida en
grandes sectores. En otros solo funcionaba para el ejército. Las formas de trabajo combinan la
obligación y la libertad. Extensas regiones en el campo son dejadas a su suerte, viven en una economía
casi natural. El país agota totalmente sus recursos.
Al mismo tiempo, vemos crearse estructuras de “capitalismo de Estado” de las que hablaba Lenin
(transportes, industria pesada, arsenales). En esas condiciones, el análisis del sistema económico no da
más que indicaciones excepcionales, que no se pueden generalizar. Y sin embargo, los bolcheviques se
pronunciaron en muchas oportunidades en el curso de este período sobre el sentido económico
fundamental de las nuevas relaciones. A propósito del reabastecimiento, de la organización del trabajo,
de los objetivos de producción, del dinero circulante, los jefes bolcheviques esbozaban ya las relaciones
sociales futuras, vistas como germen, en medio de condiciones harto desfavorables. Los escritos de
este período conservan una gran importancia, a pesar de su carácter a menudo ocasional e
improvisado, porque marcan una dirección de la que debieron apartarse con la NEP y de la que
burocratización ulterior y la colectivización integral realizada a partir de 1930 han hecho perder hasta el
recuerdo.
El fondo del problema está planteado en el ABC del comunismo, redactado por Bujarin y Preobrajensky
para servir de comentario al nuevo programa del partido comunista. Escriben a propósito de las
nacionalizaciones en el Estado proletario [2]: “De golpe, las bases mismas de la explotación son
destruidas. El Estado proletario, organización del proletariado, no podrá explotar a la clase obrera: no
puede explotarse a sí mismo. Bajo la dominación del capitalismo de Estado, la burguesía no pierde
nada porque ciertas empresas privadas dejen de existir aisladamente, porque al asociarse explotan en
conjunto al público tan bien como antes. Por la nacionalización proletaria, los trabajadores tampoco
pierden nada por el hecho de que no son poseedores individuales de sus fábricas, porque las fábricas
pertenecen a la clase obrera que se llama Estado soviético”.
La identificación de la clase obrera (tan minoritaria en la Rusia de entonces) con el Estado soviético es
insostenible en teoría. Pero la frase a destacar aquí es uno no puede explotarse a sí mismo, que
rápidamente se transformó en el leitmotiv que justificaba la armonía social ficticia en la URSS después
de cincuenta años. Sin embargo, esta frase no vale más que todas las máximas abstractas y formales,
en particular las de la Revolución Francesa (como el poder político pertenece al pueblo y éste no puede
explotarse a sí mismo… etc.).
Las clases económicamente dominantes (y en consecuencia, también, en conjunto, políticamente) no
pueden explotarse a sí mismas. ¿Qué quiere decir aquí “explotarse”? Significa sacar de su propio seno
el excedente social que permite el acrecentamiento de los bienes (sociales o privados). Por definición, la
clase dominante (sobre otra clase) vive de la clase dominada, del producto del trabajo de ésta. Los
arcontes de la Antigüedad, los caciques de las tribus africanas, las castas administrativas de Asia y de
África, los señores feudales, y finalmente la burguesía, vivieron del producto del trabajo de los esclavos,
de los siervos, de los proletarios, en general de los dominados, los dependientes. Desde este punto de
vista axiomático, las clases dominantes de la sociedad no se explotan a sí mismas en tanto que clases;
pueden expoliarse o explotarse como grupos rivales (tribus, grupos jerarquizados en el seno del
Estado), de manera que el jefe de uno corre el riesgo de convertirse en esclavo de otro, pero en tanto
que clase dominante en su propia comunidad social (ciudad o Estado nacional en último término) no
se explota a sí misma. En esa relación, la imposibilidad de una autoexplotación de la clase dominante es
válida para todas las clases dominantes. Si no fuera así, el concepto de clase dominante sería
contradictorio en sí mismo.
Sin embargo, esta imposibilidad es relativa. No tiene un carácter absoluto sino en relación con la clase
entera y la fuente esencial de los beneficios de los cuales vive. Es relativa si se considera las clases
reales, en las que reinan siempre ciertas formas de competencia y en las que el reparto del producto
social, cuando ese producto es suficiente para generar un excedente creciente, crea diferencias
marcadas, que se traducen en diferencias de formas y de cantidades en la apropiación, la expoliación,
la explotación. En el sistema capitalista, la cuestión fue bien aclarada: la lucha por el reparto de la
plusvalía y del beneficio hace que ciertas partes de las clases burguesas se consideran explotadas por
otros: por ejemplo los comerciantes, que son despojados por los industriales; los campesinos, que
están explotados por las industrias; los industriales, expoliados por los financistas, etc. E inversamente,
los financistas que son despojados por otros financistas, los pequeños comerciantes por los grandes, y
los pequeños explotadores campesinos que están explotados por todo el mundo, incluyendo los
funcionarios. Todo esto es la competencia, derivada del mercantilismo capitalista, expresada en la lucha
alrededor del presupuesto y el fisco. No es difícil hacer este mismo cuadro para las formas anteriores,
por ejemplo la competencia entre clero, señores, burguesía de las ciudades, etc. por el reparto de los
beneficios de la tierra, del comercio, etc. En todos esos casos, las clases explotadoras parecen
explotarse a sí mismas en cierta medida. Pero no se trata de una explotación directa, solo de una
expoliación mutua de los frutos de la explotación de las clases trabajadoras. No es más que una
explotación relativa.
Es necesario entonces distinguir dos grados, dos formas de explotación, que son absolutamente
diferentes: 1) la forma fundamental es la apropiación colectiva por las clases dominantes del excedente
(y a veces de lo necesario) de la producción social de los dominados, los sin tierra y sin herramientas,
los trabajadores en general; 2) la forma secundaria, derivada, que no una explotación propiamente
dicha sino una expoliación mutua, que llega hasta la guerra, el robo puro y simple, y que no juega el
mismo papel, porque no pone en causa el equilibrio fundamental de la sociedad, aunque los conflictos
que engendra puedan llegar hasta el aplastamiento de un grupo dominante por otro, a la desaparición
de ciertos grupos sociales.
No se trata entonces de dos formas o niveles análogos de explotación, sino de una forma general de
explotación de la que deriva una forma subordinada de expoliación mutua en el interior de las clases
dominantes. Bien entendido, en esta gran mezcla, hay toda clase de situaciones ambiguas, en el límite
del clientelismo, del parasitismo, incluso de la estafa, de rivalidades de prestigio y de función, que son
la basura de la competencia en el interior de una misma clase o de un mismo grupo social. Pero todo
esto florece porque esta competencia interna hunde sus raíces en la explotación del trabajo de una
clase por otra.
Ahora consideremos el caso en el que la burguesía capitalista fue eliminada como clase social
económica y políticamente dominante. Es la clase obrera, organizada de manera más o menos variada
(parlamentos, soviets, partido, sindicatos, ejército, eso importa poco ahora) que detenta el poder y los
incentivos esenciales de la producción. En el caso teórico en el que esta eliminación es radical, no
puede tratarse de la dominación económica de una clase por otra, porque la dominación obrera hace
desaparecer a la burguesía y su función económica. ¿Qué habría para explotar? Al ser la burguesía
capitalista desarrollada, por definición, una clase explotadora, es decir, una clase cuya existencia
proviene de la explotación del trabajo, esta existencia le es retirada bajo las dos formas: como
explotadora y como clase pura y simple. No quedan más que los residuos humanos, los individuos, las
familias. Pueden desaparecer o ponerse a trabajar como asalariados, y en ese caso pertenecen
económicamente a la clase obrera que asume el poder (incluso si son políticamente manejados por
otros). No es entonces una simple inversión de la situación. La burguesía es eliminada absolutamente,
porque su existencia no puede reposar en la explotación de los asalariados, y es esa explotación la que
engendraba su existencia. La masa de los productores, individual y colectivamente detentadora a la vez
del poder económico y político, no explota otra clase. Es en ese sentido que no es más explotadora y
que no es más explotada por otra clase.
Formalmente, los productores dominantes y la burguesía dominante están en la misma situación: ni el
uno ni el otro pueden explotarse a sí mismos. Pero es así por razones absolutamente diferentes. El
contenido de la dominación, sobre todo desde el punto de vista económico, no es el mismo. En el caso
de la burguesía, no puede explotarse a sí misma porque vive de la explotación de los productores
asalariados. En el caso de los productores, no pueden explotarse a sí mismos porque no hay una clase
antagonista para explotar y todo el beneficio proviene de ellos y queda entre ellos. Lo mismo ocurre
con la fuente fundamental de la explotación.
Pero hay otro análisis formal: es que subsiste también una explotación derivada, que está ligada las
formas del reparto de la plusvalía y del beneficio. Para el capitalismo, ese reparto es por competencia y
se funda en el mercado libre, incluso si éste está dominado por los monopolios. Para la clase obrera,
organizada como poder dominante, ese reparto, esa repartición, es planificada y no regida por la
competencia, pero igual implica contradicciones, rivalidades, conflictos, desigualdades: es ahí donde se
encuentra la fuente de las expoliaciones burocráticas; y en general solo es posible porque hay en la
clase de trabajadores asalariados que la sostiene un principio de explotación mutua manifestada por el
juego nuevo de la ley del valor.
En la historia de la URSS no se encuentra jamás esta situación claramente definida porque el
comunismo de 1918 a 1921 fue obligado a plegarse a las exigencias de la guerra civil y extranjera, de la
catástrofe de la economía y del retroceso de la producción; y más tarde porque la instauración de la
NEP de 1921 a 1930 reintrodujo relaciones semicapitalistas en la economía asegurando de nuevo una
base al desarrollo (controlado) de la explotación capitalista. Incluso después de la colectivización
integral, el sistema agrario dejó subsistir el mercado koljosiano, es decir, una formación no socialista de
beneficio. Al fin de cuentas, la fórmula según la cual “la clase obrera no puede explotarse a sí misma” es
un sofisma destinado a velar los fenómenos de expoliación inevitables en una sociedad de transición y
que, si no son tomadas por lo que son, eternizan estas relaciones de desigualdad que pueden muy
bien, a la larga, reconstituir relaciones de explotación entre clases de un nuevo tipo. Nada impide que
esto ocurra.
Incluso en las relaciones capitalistas, ciertas clases secundarias, o grupos sociales, son definidas por el
origen y la forma de sus ganancias, es decir, por la forma del reparto de la plusvalía capitalista y del
beneficio social entre ellas. En las relaciones socialistas, las relaciones capitalistas fundamentales se
suprimen, pero las otras subsisten, y los nichos o clases sociales se dibujan sobre el terreno del reparto
de la plusvalía. Como ese reparto es planificado y controlado, las fronteras entre los grupos sociales
toman un carácter artificial y aleatorio, más mecánico, tal como en un ejército se retribuye, se alimenta,
se hospeda y se viste a los hombres de manera distinta según su grado, las unidades, el arma a la que
pertenecen y la región en la que están acantonados, aunque todos los gastos sean sacados de una
misma fuente, el impuesto.
La teoría general, programática, del comunismo de guerra, al afirmar que “la clase obrera no puede
explotarse a sí misma” cuando está en el poder, transforma en axioma falaz dos verdades concretas
absolutamente distintas: que la clase obrera no puede explotarse en ese caso tal como lo es por la
clase capitalista, y que el comunismo de guerra de 1918 no puede ser el que deba producir una
sociedad industrial muy evolucionada.
Lenin, que no les temía a las palabras, expuso muchas veces esta situación con la mayor claridad. “El
trabajo comunista –dijo en abril de 1920 [3]– en el sentido más estricto y estrecho del término, es el
trabajo ejecutado gratuitamente en beneficio de la sociedad, el trabajo ejecutado no como un deber
definido, no para obtener un derecho a ciertos productos, no según tasas preestablecidas y fijadas
legalmente, sino el trabajo voluntario, sean cuales fueren las tasas, el trabajo ejecutado sin espera de
una retribución, sin condición de retribución, el trabajo ejecutado como consecuencia de un hábito de
trabajar por el bien común, y siguiendo una idea consciente (transformada en hábito) de la necesidad
de trabajar por el bien común; el trabajo como exigencia de un cuerpo sano”. Dicho de otra manera –y
Lenin reafirma aquí lo que Kautsky le enseñó- el gasto de la capacidad de trabajo no tiene ningún
valor, no tiene más que uso. No es remunerada por un salario en sentido propio. Agrega que se está
muy lejos de “la aplicación general, verdaderamente masiva, de esta forma de trabajo” pero que se ven
ciertos atisbos en algunas iniciativas como los subotniks (domingos comunistas), las brigadas de
trabajo, los servicios de trabajo; y que una transformación tan profunda durará “años y decenios”.
En ese comunismo de guerra, los dos polos de la retribución socialista son el trabajo voluntario (un
pequeño germen de devoción social, de contribución consciente), y el trabajo pagado en raciones, el
paiok, relativamente iguales. Las dos implican una ruptura en el intercambio clásico de valores: la
sociedad (miserable) da lo que puede; los hombres (miserables) dan también lo que pueden. Entre esos
dos polos, la economía del salario en moneda, convertida en inflación sin medida, se hunde. Lo que
dice Lenin es compatible con la situación de hecho y con la teoría. No afirma, como lo hace el ABC del
comunismo, que en esas condiciones “la clase obrera no puede explotarse a sí misma”. Y su reserva
con respecto a esto la justificó muy bien durante la discusión sobre las tareas de los sindicatos, en la
segunda mitad d e1920, cuando los nuevos principios de la NEP iban a decidirse, pero no estaban aún
establecidos.[4]
El hecho es, dice, que la clase obrera asume el poder (por los soviets y el partido comunista). Es el
Estado. Pero es un “Estado con desviaciones burocráticas”. El Estado de la clase obrera no puede quizás
oprimir y explotar a los obreros, por definición; pero en la práctica los trabajadores asalariados o con
cualquier tipo de retribución deben ser protegidos de su propio Estado. Esto, según los términos de
Lenin, “es la realidad de la transición”. El Estado, en la práctica, tomó esta forma (obrera). “¿Eso quiere
decir que los sindicatos no tienen nada que proteger, que se los puede dispensar de proteger los
intereses materiales y espirituales del proletariado enteramente organizado? No. Ese es un argumento
completamente erróneo en teoría. Nos ubica en el dominio de las abstracciones, o de un ideal que
haremos realidad en quince o veinte años, y no estoy seguro de que lo alcancemos en ese período…
Nuestro Estado actual es tal que le proletariado completamente organizado debe protegerse a sí
mismo, y debemos usar esas organizaciones obreras a fin de proteger a los obreros de su propio
Estado y para que los obreros puedan defender nuestro Estado. Esas dos formas de protección se
concretan por medio de un entrelazamiento particular de nuestras medidas estatales y nuestro
acuerdo, nuestra cooperación con nuestros sindicatos”.
Lenin aprovecha además la ocasión para afirmar que el Estado de la dictadura del proletariado está
lejos de ser puramente obrero: “Nuestro Estado no es realmente un Estado de obreros, sino un Estado
de obreros y campesinos… Y puesto que el camarada Bujarin detrás de mí se pregunta extrañado
«¿Qué clase de Estado? ¿Un Estado obrero y campesino?», no me detendré en responderle. Los que
quieran hacerlo, que le recuerden el Congreso de soviets que acaba de terminar, ahí encontrarán la
respuesta”.
Esta diatriba (dirigida contra las posiciones Trotsky y de Bujarin) está llena de sentido y sigue siendo un
modelo de dialéctica. Lenin juzga a sangre fría el régimen del comunismo de guerra: una resistencia
socio-militar dispersada contra asaltos internos y externos, “que impone un ataque frontal” –es una
expresión suya– contra las fuerzas de la burguesía, comprendido el régimen de trabajo que ésta
imponía. Pero esas fórmulas abruptas de transición no pueden ser tratadas en abstracto, desde el
punto de vista de los principios del comunismo evolucionado, fruto de una muy alta productividad del
aparato industrial. El Estado de la dictadura del proletariado, en el que el campesinado sigue siendo el
grupo más numeroso, es todavía un aparato de coerción, burocrático, que disciplina una economía de
miseria en la que la guerra civil trae aparejado un rápido desabastecimiento. Este Estado puede actuar
a favor de los trabajadores de la industria y de los campos –y lo hace deliberadamente, a despecho de
la democracia formal–, puede comenzar a concentrar la vida económica, sobre todo las inversiones y la
industria de medios de producción (elaborando como una filigrana el “capitalismo de Estado” del que
Lenin hablaba antes). Pero se trata de un Estado, de un cuerpo político y administrativo, y no de la
clase obrera en sí misma. Este Estado, esta burocracia, debe ser tenido a rienda corta, controlado, por
las organizaciones sindicales y comités de empresa, consagrados al control obrero. Los obreros
asalariados, y también los campesinos pobres, deben ser protegidos del Estado, su propio Estado. Esta
doble situación del Estado es la misma de todo el nuevo sistema económico. Y es justamente la que
impide proclamar como un axioma que “la clase obrera en el poder no puede explotarse a sí misma”.
Lenin no preveía ciertamente que su llamado de atención tomaría una fuerza verdaderamente
revolucionaria medio siglo después de la Revolución de Octubre. Y es sin embargo lo que ocurre hoy,
cuando “la explotación de los trabajadores por sí mismos”, bajo el dominio de una burocracia
todopoderosa, se convirtió en el régimen durable, si no estable, que caracteriza los socialismos de
Estado.

3. La Nueva Política Económica y la ley del valor

Trotsky está en los Urales en el invierno de 1919-1920, y desde allí dirige el trabajo económico y se
esfuerza en organizar las “brigadas de trabajo”. Lenin le propone en ese momento que se haga cargo
de la dirección de los transportes, completamente desorganizados. “De los Urales –cuenta Trotsky en
Mi vida (2ª edición, p. 469)– volví con una provisión considerable de observaciones económicas que, en
conjunto, podían resumirse en una sola: era necesario renunciar al comunismo de guerra. En la
práctica, había visto claramente que los métodos del comunismo de guerra, que nos habían sido
impuestos por todas las circunstancias de la guerra civil, se habían agotado por sí mismos, y que, para
recuperar la economía, era indispensable reintroducir a cualquier precio el elemento de interés
individual, es decir, reestablecer en uno u otro grado el mercado interno”. Le propone al Comité
Central sustituir el reparto forzado de las vituallas por un impuesto sobre los cereales y la posibilidad
de intercambios comerciales. En febrero de 1920, declara en el Comité Central: “La política actual de
requisa igualadora de acuerdo con las normas de aprovisionamiento, de responsabilidad mutua y de
reparto equitativo de los productos de la industria lleva a una reducción de la agricultura, a una
pulverización del proletariado industrial y amenaza con quebrar definitivamente la vida económica del
país”. La militarización de la producción la había hecho declinar, y esa ida cuesta abajo hacía sentir sus
efectos sobre todo en el ámbito del reparto y de la circulación. De hecho, el modo comunista de
requisa y reparto obligatorio conllevaba la disminución de la superficie cultivada, la creación de un
mercado negro, y reemplazaba la distribución por las requisas. La industria se asfixiaba, al igual que las
ciudades y los centros obreros en general.
La base de la economía rusa sigue siendo la agricultura, y el declinar de la producción agrícola significa
el hambre y la ruina del país (todo esto en las condiciones que planteaban el bloqueo y la guerra civil).
De hecho, hay una ruptura completa entre la economía agraria y la economía industrial. En esas
condiciones, el corregir el curso de la producción reside antes que nada en el restablecimiento de los
intercambios sobre una base capitalista inevitable, es decir, en un mercado libre. El mercado debía ser
extendido a los artesanos, a la pequeña producción industrial, al comercio urbano. En resumen, la vía
se abría a un principio de acumulación capitalista, en competencia con una acumulación socialista (en
esta fase la segunda debía apoyarse en la primera). Era la única manera de reestablecer la posibilidad
de un excedente que creciera y de modificar las condiciones del reparto. Trotsky proponía
prácticamente: 1) reemplazar la requisa de los excedentes por una cierta deducción en porcentaje (algo
así como un impuesto progresivo sobre la ganancia, calculado de modo que tanto el cultivo más
extendido cuanto el mejor logrado tengan de todas maneras una ventaja); 2) reestablecer una más
exacta correspondencia entre los productos industriales provistos a los campesinos y la cantidad de
cereales entregada por ellos, no solamente por cantones o regiones, sino incluso por familias. Estas
propuestas fueron rechazadas por el IX Congreso pero puestas en práctica un año más tarde.
El caos que reinaba en esta época en la economía, la falta de censos, de registros, de controles en
números, las necesidades de los gastos militares, las variaciones en las zonas controladas por el poder
de los soviets, todo eso tornaba los datos sobre el comunismo de guerra muy vagos. Pese a eso,
algunos números son muy elocuentes.
La expropiación de los grandes latifundios había hecho disminuir la producción destinada al mercado y
a la exportación. Los cultivos industriales (lino, soja, algodón) habían bajado un 40% a fines de 1920.
Los campesinos independientes pasaron de 55% a 96%; 30.000 terratenientes fueron expropiados. Pero
los campesinos propietarios estaban aislados por la destrucción de los transportes. La industria no
podía darles nada. Vivían librados a su suerte, cediendo de mala gana a las requisas y vendiendo a su
alrededor, a precios de mercado negro, el poco excedente o las reservas disponibles. Los soldados iban
y venían les arrancaban mucho más que el excedente. El 14 de mayo de 1918, un decreto reemplazó el
intercambio por la requisa: “Los pocos objetos manufacturados que podían darse a los campesinos, se
les dio a los pobres, para que ayudasen al proletariado (de las ciudades) a confiscar el trigo de los
ricos”, escribe Víctor Serge.[5] La lucha de clases se intensifica en el campo, pero la masa de los
campesinos pobres y medianos sostiene el poder de los soviets contra la vuelta de los grandes
propietarios. La superficie sembrada había disminuido en 1920, en relación con 1913, un 12,5%; los
rendimientos por hectárea, un 30%.
En la industria se asiste a un puro y simple desabastecimiento. La defensa armada absorbía los recursos
principales, en productos y en transportes. La “ración social” reemplazaba cada vez más al salario y el
hundimiento del rublo inducía a sustituir las operaciones contables por compensaciones monetarias.
Las relaciones de salariado propias de las relaciones capitalistas comenzaban a desaparecer, pero
sumidas en la ruina. La experiencia, a pesar de las circunstancias miserables, ponía por primera vez a la
orden del día un sistema de vida económica en ruptura con el sistema clásico de la explotación
capitalista. Para nosotros esta experiencia contiene más lecciones para el futuro de las que tuvo la
Comuna de París para los bolcheviques.
Cuando el cambio de la NEP fue decidido, se vio a las claras que las relaciones de trabajo establecidas
por el comunismo de guerra podían pese a todo ser muy amenazadas e incluso destruidas sin poner
en cuestión el poder dentro del Estado. Esto prueba que ese Estado no era la clase obrera liberada “en
sí misma” sino un aparato que podía estar a su servicio, ser incapaz de servirle o incluso serle hostil. Es
por eso que Lenin estableció firmemente en los años 1921 y 1922 los derechos que debía asegurarse en
cualquier circunstancia. Según su costumbre, en plena tormenta, no “teoriza”. Reclama decisiones
prácticas, realizables. Es en la larga tesis sobre “el rol y las tareas de los sindicatos en las condiciones de
la Nueva Política Económica” (1922) que se destaca más la nueva situación que debía armarse para la
clase obrera asalariada en el período de la reconstrucción. Se elaboró un Código de Trabajo de
acuerdo con esta idea. En octubre d e1922, V. Schmidt declaró que el sistema de ración social
“conducía a un verdadero sinsentido económico: el salario es transformado en seguridad social que no
deja el menor estímulo material para un rendimiento normal”.
En agosto de 1921, el Consejo de los Comisarios del Pueblo publicó un largo instructivo, siguiendo la
decisión tomada en marzo de instaurar una “Nueva Política Económica”, en la que decía que “en las
condiciones actuales de la remuneración del trabajo, los productores no se interesan en y no pueden
interesarse en el resultado de su labor y en mejorar los métodos de producción”. Con la NEP “todas las
formas de reaprovisionamiento obrero, salvo en lo que concierne a las vestimentas especiales, están
comprendidas en el salario… Los elementos son distribuidos tanto a los obreros que trabajan
aisladamente cuanto a los obreros que trabajan en grupo (en equipo, por tarea cumplida, etc.) de
acuerdo con las cifras de producción que hayan obtenido”. Como declara poco después el Consejo
superior de la Economía Nacional, la NEP “permite pasar del aprovisionamiento de la economía
nacional por mano de obra con servicio obligatorio de trabajo al libre contrato de trabajo”, lo que
implica “una modificación profunda de la política de salarios; el principio igualitario es abandonado y la
remuneración corresponde a partir de ahora al trabajo realizado”. Todas esas disposiciones y
apreciaciones expresan claramente el punto de vista de Lenin. Para él no podía tratarse en esas
circunstancias de un debate teórico, sino de acciones prácticas; el costado teórico del problema no
quedaba sin embargo olvidado, era pospuesto.
La vuela de tuerca de la NEP es en esencia una restauración parcial del mercado libre y de la economía
monetaria en un momento en que la destrucción del mercado y de la moneda había agotado sus
virtudes momentáneas (sobre todo su capacidad de destruir el poder del capitalismo burgués). Al
restaurar el mercado de consumo, era necesario restaurar el mercado de trabajo, convertir los repartos
en especie y en servicios (“gratuitos”) en repartos en salarios monetarios y luego restaurar una jerarquía
de salarios según el rendimiento, medido de una u otra manera. Esas restauraciones se operaban
siempre en el marco de una nacionalización de la industria pesada, de diversas garantías estatales para
los asalariados, del monopolio del comercio exterior, etc., y del mantenimiento del poder socialista. De
esta combinación resultan dos tendencias en gran medida antagónicas: una tiende al acrecentamiento
de la exacción del Estado sobre la plusvalía socializada y centralizada (ligada al principio de
planificación); la otra es el renacimiento de la diferenciación de clase (principio del mercado y
regulación por el valor).
Son esas dos tendencias las que la burocracia de Estado se esforzará más tarde, después de la
liquidación de la crisis de la NEP, en dominar dentro de una “colectivización integral” que se transformó
en el marco de una explotación mutua inevitable. En 1922, Lenin no previó esas consecuencias más que
en un aspecto limitado, aunque esencial: al constatar que los sindicatos y los soviets debían conservar,
contra su propio Estado, el derecho a la crítica, a la reconvención y a la oposición que emanaba tanto
de las circunstancias del comunismo de guerra cuanto de las de la NEP. Una sociedad asalariada que
debía extenderse a toda la población trabajadora, absorbiendo a los trabajadores agrícolas en ese
nuevo status, no podía sino ser una sociedad de explotación, bajo una forma que bien podemos llamar
progresiva.

B) BUJARIN COMO TEÓRICO

1. Fuerzas productivas y relaciones de producción

En su Teoría del materialismo histórico, Bujarin escribe: “Por relaciones de producción entiendo la
coordinación de los hombres (considerados “máquinas vivientes”) por el trabajo en el espacio y en el
tiempo. El sistema de esas relaciones es tan poco «psíquico» como un sistema planetario con su sol. La
determinación del lugar en cada punto cronológico es lo que constituye un sistema”. Se le ha
reprochado a Bujarin, por fórmulas de ese estilo, una falta de “dialéctica”. Habría debido decir que las
relaciones de producción, como sistema determinado, conllevan a la vez oposiciones y coordinaciones.
No tengo intenciones de reabrir aquí un debate a propósito de la dialéctica y de sus formas. Me
contento con subrayar, desde el punto de vista metodológico, dos reglas, dejando para los
historiadores y los pedantes el recuerdo de las fórmulas ne varietur [sin variación] de Hegel y de Marx.
La primera: un sistema social o físico no puede constituirse por una sola oposición o contradicción, que
sería el principio. En consecuencia, no se puede considerar la contradicción como una característica
fundamental de un sistema. Se me objetará que el sistema capitalista, es su análisis formal, está
justamente constituido por una contradicción radical, la que opone a los trabajadores asalariados a los
propietarios capitalistas. A lo que respondo, como ha sido necesario hacerlo tantas veces, 1) que esta
contradicción (cuya naturaleza lógica sigue sin ser determinada con precisión, lo que no se ha hecho
jamás, carencia que oscurece todas las discusiones relativas a las contradicciones en el socialismo de
Estado) implica una serie de otras contradicciones que la determinan y que son determinadas por ella;
2) que esas contradicciones solo pueden manifestarse porque están en sí mismas en contradicción con
el principio de coordinación que constituye el sistema. La coordinación entre grupos humanos y la
naturaleza no humana, y entre grupos humanos entre sí, aparece como la forma en la que se
manifiestan las oposiciones. Hay entonces una relación entre esas oposiciones y el equilibrio que ellas
suponen. La coordinación aparece como un modo de relación indispensable tanto para la existencia
del sistema cuanto para las contradicciones del sistema (dejo de lado la cuestión de saber si el término
“contradicción” es el que conviene, o si es mejor el de “incompatibilidad”, pues no fue elaborada
todavía una verdadera lógica científica de la contradicción).[6]
Admitiendo la definición de Bujarin, se ve que las relaciones de producción constituyen el sistema social
en el que los grupos humanos coordinan (comprendida la oposición) su actividad entre ellos, por el
trabajo productivo. El trabajo productivo es entonces la raíz de todo sistema social, y eso es lo que nos
importa aquí. Bujarin tiene razón, desde ese punto de vista, en descartar todas las definiciones que
basan el sistema social en una sola relación entre superestructuras e infraestructuras, o simplemente en
un sistema de opiniones y de cultura. Las delicias culturales más embriagadoras, y muy a menudo
embrutecedoras, no cambian nada en esta experiencia esencial. Bujarin deduce de eso que las
relaciones de producción están determinadas por las relaciones entre las tres masas de fuerzas de
producción: las que provee directamente la naturaleza exterior a los organismos humanos, las que los
grupos de hombres acumulan como herramientas (o medios de producción) y como formas de
producción, y las que representa la energía y la capacidad de actuar de los organismos humanos, es
decir, las fuerzas de trabajo vivas.
El pasaje de la combinación de fuerzas de producción a las relaciones de producción se opera sobre la
línea general siguiente: “El proceso de intercambio de materias entre la sociedad y la naturaleza es un
proceso de reproducción social. La sociedad pierde ahí su energía humana de trabajo y recibe ahí a
cambio una cantidad determinada de energía natural que asimila (los “objetos naturales” según la
expresión de Marx). Es evidente que es el balance de esta operación lo que tiene una importancia
decisiva para la evolución de la sociedad. ¿Lo que recibe sobrepasa lo que pierde? Y si lo sobrepasa,
¿en cuánto?”.
Este proceso comienza a interesarnos mucho desde que la cuestión planteada es la de definir qué tipo
de sistema social permite asegurar en un equilibrio perturbado la apropiación de ese balance positivo
de intercambios y su reparto. Aquí interviene un segundo modo de intercambio: el que se opera entre
complejos de grupos humanos. Se pasa de las fuerzas de producción a las relaciones de producción. Es
necesario entonces considerar una relación de fuerzas. Los dos tiempos del análisis no se dejan separar
fácilmente, y cada vez menos en nuestra época. En efecto, el sistema social (capitalista y socialista) es
cada vez menos separable de su relación con los sistemas naturales de los cuales surge. El progreso de
las ciencias de explotación de la naturaleza, ligado al desarrollo de las ciencias físicas, químicas,
biológicas y matemáticas conduce cada vez más a las sociedades industriales a explotar dominios antes
inaccesibles y desconocidos. El hombre productivo penetra la materia bajo formas más complejas,
profundas y extensas que en el pasado. No se limita a rozar la corteza terrestre, a recoger de su
superficie el viento y el agua, a imitar en sus herramientas los mecanismos naturales más simples y
accesibles, a sacar las materias primas de la superficie del suelo. Ahora liberó las energías hundidas a
kilómetros de la superficie del suelo (gas, petróleo), multiplicó las fecundaciones biológicas (abonos
químicos, selecciones genéticas), creó materias primas nuevas (plásticos), incursionó en el fondo de los
mares, capturó los electrones e hizo explotar los núcleos atómicos. Todas esas empresas expandieron
simultáneamente el campo natural explotable y la industria que lo explota, haciendo pasar todo lo
vegetal, animal y mineral bajo la naturaleza físico-química de la industria. Dicho de otra manera, el
crecimiento de las fuerzas de producción altera mucho más directamente que antes las relaciones de
producción gracias a las cuales se ponen en práctica. Se puede agregar que la expansión demográfica,
vertiginosa en todo el mundo desde hace un siglo, transformó esta relación nueva en el dominio de las
dimensiones y movimientos de la población.
Esto no significa que las relaciones de producción pierden su primacía en el análisis social. Muy por el
contrario. Esto significa que el sistema social, considerado como relaciones de producción, depende
más que nunca de las relaciones de los grupos sociales con la naturaleza. Bujarin tiene el mérito de
haber hecho hincapié en esta dependencia, y de haber buscado ahí el secreto de las formas socialistas
de economía. Los tecnócratas de todas las escuelas, por el contrario, esquivan el problema al prometer
una edad de oro industrial que no hace ninguna mella en las relaciones de producción capitalistas
actuales. De hecho, es la evolución hacia el capitalismo de Estado y hacia el socialismo de Estado lo
que representa hoy esta relación nueva entre fuerzas y relaciones de producción.
2. El beneficio en el Estado socialista

Bujarin por primera vez la cuestión del beneficio en el Estado socialista en su polémica contra la escuela
marginalista austríaca y Böhm-Bawerk.[7] Para éste, el capital no es más que el conjunto de los
“productos intermedios” creados por largos caminos, los procesos en el curso de los cuales se efectúa
la producción: “el capital no es más que el conjunto de los productos intermedios que se forman en las
diferentes etapas de un largo rodeo”. Esta definición permite afirmar que toda producción es capital,
sea cual fuere el modo de apropiación de los productos y de los productores. La distinción de sistemas
como comunismo primitivo, capitalismo, socialismo, no se refiere más que a la forma; su naturaleza es
idéntica: es la de un capital constituido por los productos intermedios, aquellos gracias a los cuales los
hombres hacen actuar las fuerzas naturales y las máquinas para obtener un resultado. En cuanto al
beneficio, es, al fin de cuentas, sea cual fuere el régimen, una diferencia entre el valor de los diferentes
productos intermedios. Así, capital, beneficio y valor de mercado son categorías eternas y formales
inherentes a todo desarrollo productivo.
Bujarin examina luego lo que serían el capital y el beneficio en un Estado socialista (siguiendo a Böhm-
Bawerk, que estudia la cuestión en el capítulo de su libro titulado “Los intereses en el Estado socialista”).
Supongamos, dice, “aunque tal suposición no tenga ningún sentido, que el beneficio existe también en
el ‘Estado socialista’; en ese caso el ‘beneficio’ caería en las manos de toda la sociedad, mientras que en
la sociedad moderna recae en una sola clase. Esa es una diferencia más que esencial”. Sin embargo,
habría entonces según Böhm-Bawerk una “explotación socialista”, que explica de la siguiente manera: si
se paga por día a dos obreros la misma suma x, mientras que el producto de uno es consumido
inmediatamente en este valor y el producto del otro será consumido mucho más tarde a un valor varias
veces superior, uno es explotado más que el otro. El acrecentamiento del valor representa una plusvalía
“que la sociedad guarda retirándola en consecuencia de los obreros que la produjeron, de manera que
son otros los que disfrutan del fruto de su trabajo. A través del reparto, (los intereses) le tocan en
suerte a una categoría de personas absolutamente distintas que aquellos gracias al trabajo de los
cuales fueron ganados…, otras personas, igual que hoy, no en función del trabajo sino en función de la
propiedad o de la copropiedad” (el subrayado es mío).[8]
Bujarin objeta a esto que ni siquiera en los regímenes socialistas el suelo produce valor (mercantil). Que
el gasto de trabajo sea afectado a una u otra categoría de bienes (de producción o de consumo, de
uso cercano o lejano), no tiene la menor importancia, porque las asignaciones de trabajo se hacen
según un plan y todos los tipos de trabajo están considerados parte de un trabajo social común.
Además, que los productos sean utilizables en un plazo más o menos cercano no impide que sean
consumidos de manera ininterrumpida y simultánea. Solo la cantidad de trabajo provisto, es decir, el
tiempo de trabajo activo, interviene para determinar la parte que vuelve a cada uno.
La respuesta es perfectamente justa si se consideran las condiciones teóricas de la medida y de la
retribución del trabajo en las relaciones socialistas acabadas. Pero la cuestión plantea el análisis erróneo
de Böhm-Bawerk debe sin embargo ser examinada a menos a la luz de la experiencia soviética, que no
es la de esas relaciones. El trabajo es una magnitud social en esas relaciones. Pero lo es también en el
sistema capitalista. En los dos casos, esta magnitud social no es un todo indiferenciado. Es una masa
aditiva y diferenciada. Debe ser considerada como magnitud social o global desde un punto de vista
formal. Pero en la práctica, es un agregado. Es por eso que si el reparto de las remuneraciones del
trabajo (se les llame salario o no) es desigual, y medido por el tiempo y la calidad provistos, es que se
trata todavía de relaciones características de una sociedad de transición de la que la propiedad
capitalista de los medios de producción es desterrada en beneficio del Estado. La explicación de Böhm-
Bawerk es absolutamente falsa porque imagina que la plusvalía (o beneficio) proviene de la duración y
de la serie de operaciones que finalmente harán el producto y le conferirán un valor acrecentado. Pero
presenta, a pesar de su error, un problema real al destacar que incluso en el caso en el que existe una
copropiedad (en un Estado socialista) la desigualdad de las retribuciones persistirá por razones
análogas a las que le dan existencia en el sistema capitalista: porque el valor seguirá regulando los
intercambios. Es en ese sentido que puede decirse, al menos para esta sociedad de transición, que hay
una suerte de “explotación mutua”, como la que había ya en las grandes clases antagónicas de la
sociedad capitalista.
Bujarin no resuelve el problema porque considera una situación (encarada por Marx) que no prevé las
condiciones concretas del intercambio en un socialismo de Estado. Böhm-Bawerk se equivoca en la
analogía formal de todas las formas de explotación pasadas, existentes o futuras, que asimila a las del
capitalismo. Y las bases utilitarias y marginalistas de su teoría le impedían percibir dónde estaría algún
día le verdadero problema. Pero ese día llegó y el problema debe ser resuelto.
Bujarin insiste en el hecho de que todos los trabajos son solidarios, o mejor dicho, interdependientes
(por lo tanto, forman una masa social única). Pero esto es verdadero incluso en el capitalismo, y es lo
que los trabajadores asociados reciben como herencia. Pero tanto en el socialismo de Estado primitivo
cuanto en el capitalismo, esta magnitud global, que no es una simple adición sino una integración, solo
puede existir porque disocia los individuos (y el trabajo), concretos, del tiempo de trabajo, abstracto.
Los individuos (y grupos de individuos) concretos siguen gastando su capacidad de trabajo personal. El
conjunto de sus trabajos puede ser considerado una masa de trabajo abstracto, pero como la
retribución en equivalentes monetarios es desigual y regulada por el valor de cambio, se sigue que
incluso si no hay propietarios privados se produce una explotación mutua que solo puede desaparecer
con la aniquilación de toda forma de mercado. Subsiste en el socialismo de Estado un complejo
contradictorio entre la forma social del trabajo, la apropiación estatal y privada de los productos, y la
forma social y privada de las remuneraciones. Esas contradicciones se expresan por desigualdades de
las que ningún capitalista privado es responsable, pero que no por eso existen menos como
manifestaciones de una explotación.
Esto nos obliga a preguntarnos qué diferencia hay entre una desigualdad en el reparto de las
ganancias salariales y un beneficio diferenciado (una explotación) de unos sobre otro de los que
reciben ese beneficio, o “excedente”, si se quiere usar otro término. La diferencia tiene que ver con el
modo de apropiación (es decir, también de propiedad). Pero lo que persiste en común es que la fuente
de desigualdad proviene del modo de formación del beneficio: el que recibe una remuneración
superior a la de otro, por estar esta diferencia ligada a los distintos tiempos y calidades de trabajos
diferentes, va a atribuirse en el reparto una fracción superior del beneficio social. Que se trate en
principio de un beneficio social y no privado modifica el modo de apropiación y de reparto, pero no el
hecho de que se trata de un beneficio cuya desigualdad en el reparto, según la ley del valor, implica
una variedad nueva de “explotación mutua”, verdad ya en germen en el sistema capitalista de Estado
más moderno.
Bujarin se pregunta luego: “Supongamos que en el curso de un circuito de producción dado la
sociedad socialista percibe un cierto excedente de “valor” (aquí poco importa por qué y en función de
cuál “teoría del valor” se hace la estimación del producto). Böhm-Bawerk está de acuerdo en que esta
“plusvalía” “contribuye a aumentar la alícuota general de los salarios de la población obrera”. No hay
entonces ninguna razón para darle al excedente así obtenido el sentido de un beneficio. A lo que
Böhm-Bawerk objeta lo siguiente: “El beneficio no deja de ser tal por el hecho de que se lo ponga en
relación con los fines que debe perseguir; ¿quién osaría afirmar que el capitalista y su beneficio dejan
de ser capitalista y beneficio si un empresario cualquiera, habiendo amasado millones, usa esos
millones en proyectos de utilidad pública?”.
Una vez más, el argumento de Böhm-Bawerk carece de valor y no permite responder a la cuestión.
Pero la cuestión subsiste. Bujarin responde justamente que los fines filantrópicos eventuales de los
capitalistas aislados no destierran el estatuto fundamental de la clase capitalista. En efecto, las
donaciones de la Fundación Ford, por ejemplo, no cambian nada al carácter capitalista de la sociedad
Ford, que acumula un beneficio con la fabricación de autos y camiones. Agrega que si los capitalistas,
como clase explotadora, afectan la totalidad de su beneficio en proyectos de utilidad pública, dejarían –
lo que es prácticamente imposible sin una revolución– de ser una clase capitalista: “la categoría
beneficio desaparecería y la estructura económica de la sociedad tomaría un aspecto diferente del que
presenta la sociedad capitalista. Desde el punto de vista del empresario privado la monopolización de
los medios de producción perdería incluso toda razón de ser y los capitalistas dejarían de existir en
tanto que tales. Lo que nos lleva de nuevo al carácter de clase del capitalismo y a su categoría, el
beneficio”.
Aceptemos esto. Pero al oponer a Böhm-Bawerk las relaciones sociales en las que existiría sólo un
excedente social y no un beneficio de explotación, Bujarin pasa al lado de la cuestión que debe
plantearse la economía de la URSS y los otros países de la misma estructura. En la práctica, la clase
capitalista cedió lugar al Estado y no a la sociedad por entero. La cuestión es entonces saber si el
Estado nacional (con sus modificaciones locales), al apropiarse de la plusvalía producida en el curso de
un intercambio trabajo/salario que se perpetúa, no regula en nombre de la colectividad nacional una
explotación de un nuevo tipo. No alcanza con que la clase capitalista desaparezca para que
desaparezca toda explotación. Es necesario también que se desvanezca el Estado, que manifiesta la
permanencia del juego de la ley del valor; porque el reparto del excedente social en la fracción
acumulada y reinvertida, en la fracción salarios y en la fracción redistribuida por el Estado –sea cual
fuere la proporción entre estas tres fracciones– expresa el hecho de que una autoridad administrativa
es aún necesaria para arbitrar las desigualdades de la explotación. Lo que es absolutamente falso en la
teoría de Böhm-Bawerk es que plantea como hipótesis que el beneficio de forma capitalista es el
modelo formal de toda producción de excedente. Pero la cuestión que plantea obliga a una respuesta:
la sociedad de la URSS no corresponde ni a la deducción forma de Böhm-Bawerk ni a la respuesta
abstracta de Bujarin.

3. El caso del capitalismo de Estado

Bujarin indica al responderle a Böhm-Bawerk que si la plusvalía en el Estado socialista “contribuye a


aumentar la alícuota general de los salarios de la población obrera” no hay razón para dar a esta
plusvalía el sentido de un beneficio de explotación. Pero esta indicación va mucho más lejos. Porque si
el Estado puede esforzarse, de una manera completamente distinta de la de los capitalistas, en
acrecentar el capital variable bajando la relación v/pl, hay una tendencia al mismo tiempo de elevar esa
relación para acelerar la acumulación. Se encuentra en un caso parecido en la situación del Estado de
un “capitalismo de Estado”, del cual dio un análisis interesante en un libro redactado también antes de
la Revolución de Octubre [9], que corrobora ciertos análisis del Finanzkapital de Hilferding.[10] A Böhm-
Bawerk le objeta que si un “capital unificado”, el Estado, usa prioritariamente el beneficio para
acrecentar los salarios, es que se convirtió en un “socialismo de Estado”; en ese caso el excedente que
tendrá para repartir no sería ya un beneficio capitalista. Notemos además que en ese razonamiento el
reparto de un beneficio supone siempre que hay un salario, elemento de un intercambio de valor, que
fue atribuido a un trabajador. Justamente, Kautsky defendió una teoría análoga, pero de manera más
práctica. Según él, al luchar por un aumento de salarios reales (directamente o por disminución de la
duración del trabajo) la clase obrera asalariada podía hacer fracasar las relaciones capitalistas y
sustituirlas progresivamente por el socialismo.
Es cierto que todo valor y puede descomponerse en dos partes, v + pl, y la relación de esas dos partes
depende de la relación de fuerzas sociales (y de las instituciones y las leyes). Los salarios, v, pueden
acrecentarse en detrimento de pl. ¿Pero podemos concluir que en última instancia, v se extenderá al
punto de reducir la ganancia de los capitalistas también a un simple salario, transformando a estos
últimos en simples empleados, incluso en pensionados sociales? Para que esta posibilidad, que Kautsky
da por segura, se realice, sería necesario que la clase capitalista, cuyos miembros se convertirían en
simples asalariados, sea sustituida por un Estado-capitalista, que centralizara el beneficio social. Es
cierto que justamente durante la guerra de 1914-1918 el Estado burgués fue obligado a intervenir cada
vez más activamente en el dominio económico, acentuando las tendencias a la concentración
oligopólica del capital. Pero esta tendencia al “capitalismo de Estado” no llega jamás –y parece que no
puede hacerlo– a anular totalmente el rol del capital privado. Los monopolios nacionales no suprimen
tampoco la competencia internacional (incluso cuando están dominados por algunos trusts
internacionales). El capitalismo de Estado, cuyo movimiento de constitución extiende el salario a toda la
población trabajadora, no puede ser más que le preludio de un “socialismo de Estado”, a despecho del
socialismo a secas, en el cual el mercado de trabajo, dominado por el poder del Estado, se convierte en
la arena de una lucha por la modificación de la relación v/pl y por el reparto de v. No alcanza
entonces, contrariamente a las esperanzas de Kautsky, de acrecentar poco a poco v a costa de pl para
llegar al socialismo. Aunque eso llegue a tener éxito, no se habrá hecho más que disminuir la tasa de
explotación del asalariado, sin suprimir la explotación. Pero Bujarin, en esa época, no llevaba su análisis
hasta ahí.

4. El producto en el comunismo de transición

Después de la Revolución de Octubre, Bujarin retoma las categorías económicas del socialismo en un
opúsculo titulado La economía del período de transición (1ª parte, Teoría general del proceso de
transformación) que trata mejor que el ABC del comunismo un problema nuevo: las categorías
económicas fundamentales analizadas por Marx como características del capitalismo de mercado,
¿pueden ser usadas por la economía del período de transición, que en ese momento es el del
comunismo de guerra? La respuesta es no. Ni la mercancía, ni el valor de intercambio, ni el salario, ni el
precio pueden servir para elaborar un equilibrio económico en una economía racionalmente
organizada. Hace falta sustituirlas por medidas en los dos sentidos de la palabra: métodos de
evaluación cuantitativa y cualitativa de las necesidades, medios y objetivos; y obligaciones decididas
conscientemente por organismos calificados del poder obrero.
Sólo examinaré aquí algunos puntos de esa obra; se podrán tratar otros aspectos en otra parte.
Bujarin escribía: “En la medida en que desaparece la irracionalidad del proceso de producción, es decir
en la medida en que en el lugar de la espontaneidad se erige un regulador social consciente, la
mercancía se transforma en producto y pierde su carácter mercantil”. Lenin escribió al margen:
“Inexacto: no se transforma en «producto» sino que se convierte en un producto diferente, etwa
[aproximadamente equivalente a] producto entrante en el consumo social por medios distintos que el
mercado”.[11]
Esta anotación no es del todo clara. La indicación de Lenin (anterior a la NEP) parece querer decir: la
mercancía toma ciertamente el carácter de un “producto”, y entra en el consumo social sin pasar por
un mercado (intercambios y comercio privados); sin embargo, sigue teniendo un precio. La mercancía
capitalista era también un producto, que entraba también en el consumo social, ambas entran ahí de
manera “diferente”, no por el mercado libre sino por un reparto controlado, que supone igualmente un
precio.
En cuanto a Bujarin, es consecuente, porque agrega: “en el sistema de la dictadura del proletariado, los
obreros reciben su parte del producto social y no un salario”. Dicho de otra manera, la capacidad de
trabajo no es más tampoco una mercancía; no hay más mercado de trabajo. Y esta vez Lenin escribe en
el margen: “Exacto. Muy bien dicho y sin ambigüedad”. Sin embargo, esta concepción del salario que
Lenin estima exacta, es la conclusión lógica de la simple metamorfosis de todas las mercancías en
“productos”, que antes encontró “inexacta”. En efecto, en las relaciones socialistas acabadas, sólo hay
“productos”, y entre ellos está el más fundamental de todos, la fuerza de trabajo. Si todas las
mercancías desaparecen, la fuerza de trabajo desaparece también como mercancía, y en consecuencia
desaparece el valor en general, no como medida sino como regulador de intercambios. Como
producto, la fuerza de trabajo entra también en el producto social, pero no es más el objeto de un
intercambio mercantil. Es decir, hay una disociación entre la capacidad de trabajo gastada y los medios
de consumo disponibles. Efectivamente, esto no es ambiguo, y es esta teoría la que es incansablemente
repetida por los autores estalinistas desde hace cuarenta años, a pesar de que la economía soviética
restauró desde 1921 el salario en su función de intercambio. Sin embargo, bajo esta forma general, no
es más que la reproducción de una afirmación teórica clásica de los socialistas, aun cuando no tenga
relación con las condiciones reales de la vida rusa. De todas maneras, esas condiciones obligan a
revisar más de cerca la teoría clásica.
Para que la fuerza de trabajo sea un “producto”, y no una mercancía, no alcanza con afirmar que ese
producto –o mejor, su equivalente, el salario– es una parte del producto social. Los obreros reciben su
parte, escribe Bujarin. ¡Por supuesto! En las relaciones capitalistas también los obreros reciben su parte
del producto social. Reducido a esta definición general, el salario no es correctamente descripto ni en el
capitalismo ni en el socialismo de Estado, y menos todavía en el socialismo de Estado de la URSS.
La función del salario no depende del hecho de que es una parte del producto social que vuelve al
productor: esta verdad es general para cualquier sistema económico en el que la fuerza de trabajo es
remunerada, es decir, en la que su empleo participa de una ecuación con su equivalente, el poder de
compra. Medido en moneda, en especie o en servicios, el salario es una relación entre el producto
social y una parte de ese producto. Es a la vez esa relación y esa parte: es una parte del producto social
puesta en relación con las otras partes, de las cuales la principal es el producto neto, el beneficio a
repartir. Esto no habla en absoluto de la magnitud relativa del salario, es decir, de la medida de la
relación en cuestión, de la parte de los salarios en la ganancia nacional, ni de las magnitudes relativas
de las diferentes categorías de salarios (grupos de salarios) entre ellos.
“Su” parte, la de los asalariados (y no solo de los obreros), está entonces determinada. ¿Y cómo se
determina? No en función de las necesidades, que sería el caso en las relaciones socialistas –y rompería
la proporcionalidad determinada entre gasto de fuerza de trabajo y salario– sino según la proporción
jerarquizada de gasto de trabajo medido a partir de un mínimo flexible. Así, el salario resulta aun de un
intercambio, y no de un reparto. Determina la necesidad solvente, y no la satisfacción de la necesidad
(a menos que se asimile por definición necesidad y necesidad solvente: en ese caso, la necesidad
satisfecha es la porción congruente). Como efecto de un intercambio, el salario es entonces el
equivalente de una mercancía, con la diferencia de que esta mercancía no circula por un mercado
análogo al capitalista. Así, las dos afirmaciones de Bujarin son exactas, o son las dos falsas. Son a la vez
las dos cosas según se trate de una afirmación teórica, de una deducción pura, o se trate de la
expresión de un régimen existente. Lenin, al igual que Bujarin, debía estar de acuerdo desde la
instauración de la NEP. Al restablecer el régimen de los contratos colectivos, se admitía al mismo
tiempo que el salario podía ser objeto de un intercambio mercantil, al menos en principio. Sin
embargo, ese intercambio mercantil tiene lugar en el marco de una apropiación colectivo-estatal de la
fuerza de trabajo.

5. El salario y la acumulación

Bujarin vuelve sobre estas cuestiones fundamentales un poco más tarde, en una discusión de las tesis
de Rosa Luxemburgo sobre la acumulación del capital.[12] Es a propósito de la teoría de las crisis y del
mercado que da precisiones sobre las funciones del intercambio en tres tipos de economía: el
capitalismo de Estado (“en el que la clase capitalista está unida en un trusts único y donde, en
consecuencia, tenemos una economía organizada pero, al mismo tiempo, antagónica desde el punto
de vista de las clases”); la sociedad capitalista clásica y la sociedad socialista.
En cuanto al capitalismo de Estado, Bujarin admite que no habrá crisis, porque la demanda de cada
rama hacia las otras, igual que la demanda del consumo de la parte de los capitalistas y de los obreros
está dada de antemano: “no hay anarquía de la producción sino un plan racional desde el punto de
vista del capital”. ¿Cómo se alcanza este equilibrio a despecho de un persistente antagonismo de
clases? En caso de desproporciones en los medios de producción, el excedente es acumulado, y la
rectificación correspondiente se hace en el curso del período de producción siguiente. En caso de
malos cálculos en los medios de consumo de los obreros, se les “da” ese suplemento por medio de una
distribución, o bien se destruye lo que sobra. En caso de malos cálculos en la producción de objetos de
lujo, la salida es igualmente clara. “En consecuencia no puede haber crisis de superproducción… El
estimulante de la producción y del plan de producción es el consumo de los capitalistas: por eso, no
hay aquí desarrollo particularmente rápido de la producción, por tener en cuenta el escaso número de
los capitalistas”.
En suma, los “errores en las cuentas” se deben a los malos cálculos, y el equilibrio general emana del
dominio de los flujos económicos por un plan racional. Lo que Bujarin no dice acá es que ese
capitalismo colectivo ideal puede funcionar sin crisis mayores, u orgánicas, sólo porque suprimió la
competencia (incluso monopólica) respetando la ley del valor y su primera manifestación: el
intercambio tiempo de trabajo/salario. En ese caso, ese capitalismo colectivo (en su aspecto formal, que
excluye su relación con otro capitalismo colectivo nacional) se parece extrañamente al socialismo de
Estado, con la diferencia de que el estímulo es el consumo capitalista y no la acumulación social. El
capitalismo “organizado” de nuestros días muestra que le consumo de los asalariados ( v) es también en
él un estímulo, y que el nuevo conflicto que se instaura opone dos tipos de consumo: el que los
capitalistas oligopólicos imponen a los asalariados y el que los asalariados querrían ver desarrollado
bajo la forma social (servicios “gratuitos”). Pero esas dos tendencias tienen un mismo resultado, ligado
a los progresos técnicos y científicos: acrecentar considerablemente la producción y la productividad.
La clase capitalista unificada, restringida en número, se ve entonces relevada e gran parte por la
administración, pagada por vía presupuestaria directa o indirecta (es el aparato burocrático).
En la forma pura de la sociedad socialista, no puede haber crisis, y la parte de los medios de
producción crecerá más rápido que en las relaciones capitalistas “porque se introducirán máquinas
incluso en aquellas situaciones que carecen de importancia bajo el régimen capitalista”. Bujarin estima
que el error de Rosa Luxemburgo es aquí el de haber afirmado que en el capitalismo de Estado
(considerado tipo “ideal”, formal, de la estructura social), debe haber crisis de subconsumo de las masas
por imposibilidad de concretar la plusvalía privada o colectiva. Y la misma conclusión emana de las
condiciones de la proporcionalidad en una sociedad socialista organizada.
En efecto, escribe R. Luxemburgo [13], en una sociedad socialista, organizada, en la que la división del
trabajo social tomaría le lugar del intercambio, “habría igualmente una división del trabajo en
producción de medios de producción y producción de medios de consumo”. Admitiendo que 2/3 del
trabajo social sean consumidos en el sector I y 1/3 en el sector II, sean 1.000 y 500 las unidades de
trabajo, a las que se agregan 3.000 unidades provenientes del período anterior de producción (año):
“esta cantidad de trabajo no alcanza sin embargo para la sociedad, porque el mantenimiento de todos
los miembros no trabajadores (en el sentido material, productivo) de la sociedad –chicos, viejos,
enfermos, funcionarios, artistas e investigadores- exige un suplemento considerable de trabajo”, sin
contar los fondos de seguros. Como no hay (se supone) producción de mercancías, ni intercambios,
sino solo división del trabajo social, los productos del sector I son atribuidos en la cantidad necesaria a
los trabajadores y no trabajadores, en las dos secciones, igual que en los fondos de seguros, no porque
haya intercambio de equivalentes “sino porque la organización social dirige metódicamente todo el
proceso, porque las necesidades existentes deben ser cubiertas, porque la producción no sabe
precisamente de otro objetivo que la satisfacción de las necesidades sociales”.
A pesar de esta diferencia, las relaciones de magnitud (proporcionalidad) conservan todo su
significado. El producto de la sección I = Ic + IIa. El producto de la sección II = I (v + pl) + II (v + pl).
“Esto significa que la sociedad debe fabricar anualmente tantos bienes de consumo como hagan falta
para cubrir las necesidades de todos sus miembros… Las relaciones del esquema aparecen entonces
tan absolutamente naturales y necesarias en una economía organizada como en una economía
capitalista fundada sobre el intercambio de mercancías y la anarquía”. Así, el esquema tiene una validez
social objetiva en caso de reproducción simple; y también en caso –real– de reproducción extendida.
Efectivamente, “un crecimiento de la producción sólo es posible en cualquier sociedad, incluso en una
socialista, si: 1) la sociedad dispone de una cantidad creciente de fuerza de trabajo, 2) el mantenimiento
inmediato de la sociedad en cada período de trabajo no requiere todo su tiempo de trabajo, de
manera que una parte de ese tiempo pueda ser consagrada a la previsión de las necesidades futuras y
sus crecientes exigencias, 3) de año en año se fabrica una cantidad suficientemente creciente de
medios de producción, sin la cual un crecimiento de la producción es imposible”.
Dejando de lado la cuestión de saber cuál es la mecánica objetiva de la acumulación, es decir, de la
reproducción extendida, a través de la mediación de la concreción de la plusvalía (la transformación en
dinero), se ve que lo que importa constatar en esta discusión son dos afirmaciones concordantes en
Bujarin y Rosa Luxemburgo: a) un capitalismo totalmente organizado (trust único) puede funcionar sin
crisis de superproducción; b) ese capitalismo nacionalizado puede ser considerado de dos maneras, en
cuanto a las relaciones de producción: a) o bien es un modelo casi idéntico al modelo socialista de
Estado actual, b) o bien ese modelo implica una oposición de clase que subsiste. En el caso a) hay que
admitir que no hay más intercambio de capacidad de trabajo, ni de valor-trabajo como regulador de
todos los intercambios; en el caso b), el intercambio de productos subsiste, pero las fuerzas de trabajo
están coaccionadas, no son intercambiadas, por una burocracia capitalista de Estado.[14]
Lo que muestra esta discusión es la imposibilidad de concebir, en esa época, un sistema en el que el
conjunto o una parte del producto siga siendo mercantil, mientras que la capacidad de trabajo no lo
es. Es sin embargo lo que ciertos teóricos “socialistas” de hoy afirman que es posible, e incluso que se
realizó.

Notas
1. Las intenciones de Lenin eran bien prácticas. Un joven militante bolchevique había publicado algunos artículos sobre las
medidas económicas de la Alemania en guerra, que le interesaron mucho (se editaron luego: J. Larin, El capitalismo de Estado
de los tiempos de guerra en Alemania, Moscú, 1928). Lenin, desde el día de la revolución, invitó a Larin a examinar la
aplicación de esas medidas en las condiciones de la revolución soviética. Larin estimaba que la economía de guerra alemana
era “una nueva fase de organización de la producción capitalista”, y que “la experiencia alemana tiene valor, porque nos
permite prever de manera general cómo evolucionarán las cosas”. En el prefacio, dice que las empresas económicas de guerra
alemanas “nos sirvieron de ejemplo en muchos aspectos cuando fueron se pusieron, en 1917-1919, los primeros cimientos del
régimen soviético… Eso es cierto sobre todo por la manera en que hemos organizado la industria nacionalizada y procedido
para recuperar los excedentes de trigo, repartido los impuestos en especie, organizado la circulación de mercancías sobre las
bases colectivas, fijado la importancia de las raciones de acuerdo con la categoría social de los consumidores…de manera
general, para toda la política alimentaria del régimen soviético en los primeros años de su existencia” (ver S. N. Prokopovicz,
Historia económica de la URSS, 1952, pp. 334-338).
2. N. Bujarin y E. Preobrajensky, ABC del comunismo, París, 1923, p. 259.
3. De la destrucción del antiguo régimen a la creación del nuevo.
4. Véase el discurso del 30 de diciembre de 1920 y el del 25 de enero de 1921. Fue en Cuba que las ideas de Lenin resucitaron.
5. El año I de la Revolución Rusa, París, 1930, cap. XI, “El comunismo de guerra”. Ver también E. H. Carr, La revolución
bolchevique, 1917-1923, vol. 2, 1952, cap. 17: “El comunismo de guerra”, en el que se puede acceder a una abundante
documentación soviética. Y Lenin, Obras escogidas, vol. VIII, “El período del comunismo de guerra”, Moscú, 1937.
6. Como se verá en la última parte de esta obra.
7. En 1914. La economía política del rentista. La teoría del valor y del beneficio en la escuela austríaca apareció en Moscú en
1919. Cf. la edición francesa, París, Estudios y Documentación Internacionales, 1967. Recientemente, J. Bernard retomó lo
esencial de las críticas de Bujarin en La concepción marxista de El capital, 1952.
8. El ejemplo preciso es el siguiente: admitamos que hay dos ramas de la producción, la panadería y la silvicultura. La jornada
de trabajo del panadero da como producto pan por un valor de dos florines. La jornada del silvicultor consiste en plantar cien
jóvenes robles que se transforman, sin intervención externa, en grandes robles al cabo de cien años, lo que le daría al
producto del trabajo del forestador un valor de mil florines. En esta diferencia entre los dos tiempos de producción se funda el
beneficio. Si se le pagara al forestador sólo dos florines por día, igual que al panadero, se lo explotaría tanto como los
capitalistas.
9. La economía mundial y el imperialismo. Traducción francesa, 1928.
10. Hablaré en otro lugar de las ideas de Hilferding. En Das Finanzkapital, estudia las formaciones monopólicas que unen el
capital bancario y el capital industrial restringiendo el funcionamiento “libre” del mercado. Estima que “la producción
capitalista de conjunto podría muy bien ser regulada por una autoridad única… sería todavía una sociedad antagónica, pero
se trataría de antagonismos de distribución. La producción sería conscientemente regulada”.
11. Lenin hizo en su ejemplar un cierto número de anotaciones que fueron publicadas más tarde. Como siempre, son
reflexiones plenas de sentido.
12. El imperialismo y la acumulación del capital, Moscú, 1925.
13. La acumulación del capital, I, París, 1935, p. 137.
14. Es lo que sostiene con bastante verosimilitud L. Laurat (La acumulación del capital según Rosa. Luxemburgo, 1930, p. 188).
A fuerza de abstracciones, dice, Bujarin “nos presenta una sociedad a la que no le queda de capitalista más que el nombre…
Al haber sido suprimido el intercambio, los productos dejan de ser mercancías. ¡Un bello capitalismo éste en el que la
producción de mercancías ha desaparecido! De esa manera, también la fuerza de trabajo deja de ser una mercancía… El
capitalismo de Estado, el explotador (de los obreros), les asigna simplemente sus medios de subsistencia, y Bujarin lo subraya
diciendo que en caso de que un cálculo defectuoso hubiera llevado a la producción de un excedente de medios de consumo
para los asalariados, ese excedente sería «distribuido» entre ellos… es una sociedad feudal y esclavista, en la que el móvil de la
producción es el consumo de los explotadores”.

C) LA ESCUELA DE BUJARIN: LAPIDUS Y OSTROVITIANOV

Antes de hacer carrera durante los quinquenatos estalinistas, I. Lapidus y K. Ostrovitianov redactaron
bajo la inspiración de Bukarin un Compendio de economía política que tiene una serie de capítulos
consagrados a la economía soviética. Se trata de la economía de la NEP, aunque el libro se difundió
luego de la liquidación de ésta.[1] El capítulo IV se titula “La plusvalía en la URSS”. Los autores hablan de
la estructura de la economía soviética tal como Lenin la definió en 1918 y confirmó en 1921 en su
opúsculo El impuesto en especie. Lenin enumera los elementos de esta estructura así:
1) Economía campesina patriarcal.
2) Pequeña producción de mercancías (a esta categoría pertenece la mayoría de los campesinos que
venden trigo).
3) Capitalismo privado.
4) Capitalismo de Estado.
5) Socialismo.
Esta estructura está hoy completamente trastocada. Pero hay que partir de ahí para comprender la
metamorfosis de la producción de la plusvalía en la economía soviética, a través de la NEP y la
colectivización integral. Naturalmente, Lenin no concebía esta economía como un mosaico de
elementos diferentes. Esos elementos no constituyen un catálogo, una serie de factores disociados. Hay
circulación entre ellos, integración en un conjunto, relaciones mutuas, y la modificación de esta
situación no podía consistir simplemente en hacer desaparecer ciertos elementos y conservar otros, sin
preocuparse por la relación entre ellos, sino en llegar a transformar la estructura del conjunto, en su
dinámica. Lenin precisa “el carácter transitorio de esta economía”. Los elementos de capitalismo y de
socialismo están mezclados; implican “diversas relaciones sociales”; “Rusia es tan grande y tan
abigarrada que sus diversos tipos económicos y sociales se entremezclan”. Pero Lapidus y Ostrovitianov
ven en esta mezclan sobre todo una colección; no una integración sino una adición. Los economistas
estalinistas proceden siempre por compartimentación, de donde la inconsistencia de sus explicaciones
teóricas, que no le impiden a la realidad económica desarrollarse como un todo.
Es así que Lapidus y Ostrovitianov encaran la formación de la plusvalía en forma separada en 1) la
industria estatizada, 2) las otras formas económicas (capitalistas o semicapitalistas). No existe en esta
época un plan de conjunto que abrace la producción industrial fundamental, la producción agraria, la
circulación comercial, los fondos de salarios y la acumulación. La producción en su conjunto crea a la
vez un beneficio socializado y un beneficio capitalista, y la acumulación va inevitablemente en los dos
sentidos a la vez; de donde la tendencia automática a la competencia entre los dos sectores. Sin
embargo, el conjunto es controlado por el Estado socialista y los dos sectores son heterogéneos: la
producción capitalista es ante todo agraria y artesanal, mientras que la industria pesada y los
transportes están nacionalizados. De eso resulta que la concreción de la superproducción a escala
social es un proceso unificado, pero contradictorio: en la base hay entonces una lucha de clases por el
reparto del excedente, pero controlado y canalizado en cierta medida. Es el sentido profundo de la
NEP, como Lenin lo expresó siempre claramente. En su esencia, lo mismo ocurrió en Polonia, Rumania,
Bulgaria y Hungría después de 1945, y más tarde en China.
Lapidus y Ostrovitianov fragmentan esta realidad. ¿Cómo se plantea esta cuestión en la industria de
Estado? La plusvalía capitalista supone 1) la existencia del valor en general, es decir, el intercambio de
mercancías; 2) la concentración en manos de capitalistas privados de medios de producción; 3) el
trabajo asalariado. ¿Cómo se transforman esos factores en la industria socializada, de Estado?
1) La ley del valor, como regla del intercambio de mercancías, es un “fantasma”. “Es cierto que es
absurdo hablar de plusvalía cuando el comercio desaparece, cuando no hay valor en general; pero por
otra parte, el comercio no supone forzosamente relaciones capitalistas y la existencia de plusvalía.
Limitémonos a mencionar la simple producción de mercancías. Vemos ahí relaciones comerciales
regidas por la ley del valor pero no vemos plusvalía. Todo esto puede ser aplicado sin restricciones a la
industria estatizada de la URSS. La existencia de relaciones comerciales en la industria estatizada de la
URSS y todo lo que de ella depende –circulación monetaria, sistema bancario, etc. no demuestra el
carácter capitalista de esta industria” (p. 86). Esta argumentación es extraña. Porque puede haber
sociedades intercambistas simples sin producción de plusvalía… no hay plusvalía. La industria estatal
supondrá entonces intercambios simples, regidos por la ley del valor, exactamente como en el régimen
de producción de mercancías simples. No hay acumulación capitalista a partir de la plusvalía, entonces
no hay plusvalía socializada.
Esta analogía entre el régimen de producción mercantil simple y la industria de Estado socialista no se
sostiene. Primero, el beneficio no se forma, sea cual fuere la forma del mercado, en la esfera de la
circulación, de las relaciones comerciales; se crea en las relaciones de producción, a partir de la
plusvalía. El beneficio de la industria soviética no se forma en la circulación comercial, en el reparto; y el
beneficio capitalista clásico tampoco. Para decir que no hay plusvalía a partir de las relaciones
comerciales no hace falta remontarse al pequeño productor de mercancías, no capitalista, que satisface
el mercado local, sin llegar a acumular y extender sus capitales ni emplear una mano de obra asalariada
creciente. No son las relaciones comerciales, la circulación, sea cual fuere su forma, las que pueden
explicar, aunque sea parcialmente, la formación de la plusvalía y del beneficio. Al contrario, es la
existencia de la plusvalía y la forma en que se crea, se engendra, en la esfera de la producción, la única
que puede explicar las formas que toma la circulación, el comercio y la distribución.
La industria estatal, tomada como un todo, tiene intercambios bajo distintas formas (en el régimen de
la NEP): a) salarios/fuerza de trabajo, intercambio fundamental en el curso del cual se forma el
excedente cuya tasa es en teoría regulada por un plan y transferida en su mayor parte al Estado
(presupuesto) e lugar de ser acumulado por empresas privadas; b) intercambio de mercancías en el
interior del sistema, de empresa a empresa (mercado de producción), intercambios equilibrados por los
planes y que pueden ser sólo asientos contables; c) intercambios en el mercado de consumo libre o
controlado, especialmente el mercado agrario, y también las industrias y los artesanos privados; d)
intercambios internacionales.
Se ve en el primer golpe de vista que los intercambios de una industria estatal ligada a una economía
capitalista o semicapitalista no se parecerán en nada a los de una economía mercantil elemental; al
contrario, combinan formas extremadamente evolucionadas de circulación (relaciones “comerciales”
planificadas entre interempresariales) con formas mucho más clásicas (relaciones con el mercado
agrario privado). Entonces, hay formación de beneficio en la industria, y también en el campo, por lo
tanto hay formación de excedente y de plusvalía. La característica de la NEP es que la acumulación del
beneficio formado en la industria es relativamente débil (en su conjunto, porque algunas empresas
particulares no llegan siquiera a cubrir sus costos de producción) en relación con el beneficio
globalmente provisto en el campo por los pequeños y medianos productores; de donde la crisis
posterior de la NEP y su liquidación.
La evolución de esta situación dependía en la URSS de la relación inicial entre las formas económicas
enumeradas por Lenin. Si la industria capitalista heredada del zarismo hubiera sido más importante en
relación con la producción mercantil agraria (como fue el caso de Checoslovaquia, por ejemplo,
después de 1950), seguramente la formación de un excedente social habría tomado
momentáneamente otras formas; se habría producido especialmente en el intercambio a). Porque no
hay que olvidar que los intercambios no cubren solamente, ni en las relaciones capitalistas ni en las
socialistas de Estado, la circulación comercial de consumo, sino también el mercado de producción, y
finalmente las relaciones de producción en la medida en que el salariado las domina. En la base de los
beneficios comerciales y del beneficio en general está la plusvalía producida en el curso de un
intercambio especial, que es el de capacidad de trabajo-salario/producto. El valor se crea a partir de un
intercambio cualquiera que implique una equivalencia, pero desde que ese intercambio puede crear un
valor acumulable, un survalor, es que él mismo se volvió posible por la generalización de otro tipo de
intercambio, el de una fracción del capital por el salario. Este intercambio no se opera en la industria
socialista de Estado de la misma manera que en una empresa capitalista, de manera que la plusvalía
que resulta de él no es tampoco tratada de la misma manera, es decir, no da lugar a explotación
capitalista. Pero igualmente se opera.
2) Evidentemente, por definición, no hay una clase capitalista que sea dueña de la industria estatal. No
hay entonces una clase, en tanto tal, lista para apropiarse los beneficios de esta industria. Pero esta
tautología no responde a los hechos que exponía Lenin. Porque esta industria estatizada no es
“autárquica”, ni está suspendida en el aire. Está en un medio diferente, tiene estrechas relaciones con el
capitalismo privado en el campo y en las ciudades, es decir, con los capitalistas. Como hay una
circulación entre las fábricas y el campo, y la industria del Estado debe proveer al mercado campesino
privado, está claro que una parte del excedente puede ser acaparado por el propietario agrario, y a la
inversa. Esta lucha por acaparar el excedente es la esencia de la NEP.
Hay entonces una fracción del excedente industrial del Estado que puede ser acaparado por una clase
capitalista. El hecho de que el Estado controle en conjunto de los intercambios no modifica en nada la
situación. En la URSS, hacia 1926-1927, el kulak empezó a chantajear al Estado (y su industria) por
medio del mercado (es decir, por los precios). Es entonces indirectamente que la industria del Estado,
en caso de doble sector, puede nutrir una clase capitalista, tal como, cuando le doble sector sea
liquidado en beneficio de la propiedad colectiva, podrá alimentar otra fracción “gestionadora”, la del
aparato administrativo, económico y político.
3) Sin embargo, Lapidus y Ostrovitianov admiten que, a pesar de la ausencia de capitalistas, hay todavía
en la industria estatal asalariados. Los trabajadores industriales perciben, en efecto, un salario a cambio
de un cierto quantum de trabajo (y, para destacarlo al pasar, este intercambio subsiste en la economía
integralmente estatizada). Pero, ¿es un “salario”? Estos economistas piensan que no, y retoman para
afirmarlo el argumento desarrollado en el caso teórico de las relaciones socialistas o comunistas puras:
no se trata de un salario sino de una parte proporcional en el producto social. Veamos que esta
posición fue defendida por los economistas oficiales durante el comunismo de guerra, durante la NEP y
durante la colectivización integral (en la URSS). “Todos sabemos –dicen- que nuestros obreros son
reclutados, firman contratos, reciben un salario, etc., igual que en un régimen capitalista”. Sin embargo,
hay una diferencia. Sabemos también –agregan– “que las mismas formas exteriores disimulan a
menudo relaciones sociales profundamente diferentes”. Eso es perfectamente cierto. Pero la inversa es
también verdadera: formas exteriores muy distintas disimulan a menudo relaciones sociales análogas .
Dicho de otra manera, hay en el curso de la evolución económica variaciones concordantes y
recíprocas de las relaciones sociales y las formas económicas, dentro de un cierto margen de diferencia.
No es por azar que se usa la noción de salario en la URSS, aunque las modalidades del salariado se
hayan modificado profundamente. “La noción de salariado implica la transformación de la fuerza de
trabajo en mercancía. La mercancía supone el intercambio entre dos poseedores de mercancías, es
decir, en este caso, entre el capitalista poseedor de los medios de producción y el obrero poseedor de
la mercancía ‘fuerza de trabajo’”. Pero va de suyo que esas dos propiedades no son del mismo tipo: el
que posee la fuerza de trabajo no puede esperar. Además, su “mercancía” tiene una cualidad especial
que no se refiere sólo a las relaciones sociales: es capaz de producir naturalmente más de lo que
cuesta. Es este tipo de intercambios entre bienes de cualidades muy heterogéneas el que acompaña al
salariado. Esta forma de salariado no existe casi nunca en estado puro y se combina con formas de
salario “social”, de ventajas en especie, de plazos de vencimiento más laxos, etc. Pero lo que no hay
que perder de vista es que ese intercambio aparentemente igual, e igual desde el punto de vista del
derecho contractual, es, en tanto que expresa una relación de producción, un intercambio desigual.
El salariado clásico crea esta forma de desigualdad en el intercambio. Según Lapidus y Ostrovitianov,
eso no existe en la industria estatal. “En nuestra industria estatizada, la clase obrera organizada en
Estado es la poseedora de los medios de producción y subsistencia… Nuestros directores rojos no son
más que funcionarios, comisionados de la clase obrera. ¿A quién le vende el asalariado su fuerza de
trabajo? En el fondo, se la vende a la clase obrera, de la que es una parcela que es propietaria de
todas las empresas estatizadas” (p. 87). Y una vez más, el Compendio compara la empresa estatizada
con la empresa artesanal de la producción mercantil simple. El artesano trabaja una parte del tiempo
para producir directamente lo que consume, y otra parte para mejorar y desarrollar su propio trabajo,
que puede ser considerado una plusvalía que le vuelve a él mismo. Ocurriría lo mismo en la empresa
del Estado, pero a más gran escala, a escala colectiva. Pero ese esquema sigue siendo teórico; el
artesanado en principio no usa asalariados: su producto es sin embargo cambiado por el producto de
otros artesanos o de productores capitalistas, porque no puede producir por sí mismo todo lo que
debe consumir. Es necesario entonces que haya un excedente comercializable, si no acumulable en el
sentido capitalista.
De hecho, jamás existió una sociedad puramente artesanal. El artesanado rural o urbano explotó la
economía natural y siempre dio nacimiento a la empresa capitalista, paralelamente al desarrollo de la
economía monetaria. En le capitalismo evolucionado, de nuestros días, el artesanado está en un medio
capitalista (en todo el mundo ocurre lo mismo, incluso en las economías neocoloniales y en las
regiones menos desarrolladas). El producto del artesano (urbano o campesino), si bien no provee más
que un débil equivalente de plusvalía al artesanado mismo, sí provee una parte a menudo importante
de la plusvalía en la economía capitalista o socialista de la que depende. Así es en la URSS, en el caso
del pequeño productor agrario, que, como decía Lenin, representa en la NEP “a la mayoría de los que
venden trigo”, es decir, el alimento fundamental del país entero. No se puede entonces comparar el
caso teórico del artesanado “puro” con el de la empresa industrial estatal “pura”. Ninguno de los dos
existe. Si se quiere buscar una abstracción, es la de las relaciones entre industria estatal y pequeña
producción mercantil la que hace falta elaborar, y se verá que esas relaciones dan lugar a una
circulación de excedente como plusvalía. La industria estatal no está aislada, no se desarrolla en el
vacío: está ligada a la vez al conjunto del mercado interior y al mercado mundial, aunque por vías
nuevas (como el monopolio del comercio exterior). El trabajo no puede entonces analizarse en ella
como en la célula artesanal, en la empresa familiar teórica, en la que la parte del producto
comercializado no da lugar a una plusvalía capitalista, aunque el producto tenga un valor (de cambio).
Lo que tiende a justificar esta analogía renga entre artesanado e industria del Estado es la afirmación
de que el obrero de la empresa socialista de Estado no vende su fuerza de trabajo al empresario,
porque en teoría el empresario es él mismo. Lapidus y Ostrovitianov repiten esta afirmación así: “En la
industria soviética estatizada del proletariado, los obreros son colectivamente poseedores de los
medios de producción y de subsistencia; y al igual que el artesanado no puede explotarse a sí mismo,
ellos no pueden venderse a sí mismos su fuerza de trabajo colectiva. Entonces, si empleamos para
nuestra industria estatizada términos capitalistas tales como ‘salariado’, no se refieren más que a la
forma externa de los fenómenos, detrás de la cual se disimulan ya nuevas relaciones sociales socialistas.
Nada cambia el hecho de que la parte de la producción social que entra en el consumo personal del
obrero soviético depende e gran medida del valor de los medios de consumo, que se determina sobre
la base habitual de las relaciones comerciales, es decir, de la misma manera que el valor de la fuerza de
trabajo en el régimen capitalista”.
En efecto, el valor de los medios de consumo, en el régimen de doble sector (NEP), depende de una
producción en parte capitalista, no socializada, especialmente la producción agraria, la alimentación. Lo
mismo ocurrió en China, a pesar de la existencia de un plan “de Estado”. Este valor se expresa en
precios, que no son fijados arbitrariamente por el Estado sino por el mercado libre (o negro), que
funciona al lado de las entregas impuestas (sistema que funciona también, bajo otra forma, con los
koljoses). Pero precisamente, este valor del consumo obrero, el salario, no es más que una parte del
producto total. Hay otra parte, el excedente o plusvalía, que es la base de la acumulación en la
industria y del consumo de los no productores. ¿En qué medida esta parte del producto pertenece “a la
clase obrera en sí misma”? ¿En virtud de qué se la apropian los no productores, si no les es vendida?
En el fondo, declarar que la clase obrera, los productores de valor en todas las ramas de la producción
(estatizada, socializada), reciben el equivalente de la totalidad de su producto, directa o indirectamente,
porque no le venden su fuerza de trabajo a nadie y hay un fondo común, es recaer en el “derecho al
producto integral del trabajo” de Proudhon. Eso es lo que expresa la fórmula “uno no puede venderse
a sí mismo su fuerza de trabajo”. Aun si uno no la vende, en todo caso la intercambia. ¿Con quién? Con
los otros productores y no productores. En razón de este intercambio subsiste un excedente. Pero en el
caso de la NEP, ni siquiera tenemos necesidad de recurrir a este análisis, porque el conjunto de la
economía supone un sector capitalista, por lo tanto apropiador de plusvalía bajo una u otra forma, y en
ese caso hay circulación de plusvalía entre los dos sectores, que se la disputan.
Por otra parte, la asimilación entre la clase obrera global y el obrero individual, lejos de aclarar la
cuestión, la embarulla. La clase obrera propiamente dicha no es un cuerpo definitivamente constituido,
con límites precisos e inmutables, sobre todo en una economía de transición. Cuantitativamente, en la
URSS pasó de 4 o 5 millones a 40 millones hacia 1965. Su estructura se modificó profundamente con el
crecimiento de la industria. Su movilidad, a pesar de los obstáculos institucionales tales como la libreta
de trabajo, los pasaportes interiores, etc., es extrema. Hay muchos más cambios de empresas en la
URSS que en los países capitalistas industriales. Hablar de la clase obrera como un todo, una entidad
de derecho, propietaria como tal, es también un error porque la constitución siempre habló de
propiedad social y estatal: la sociedad y el Estado comprenden muchos otros elementos además de la
clase obrera asalariada, los obreros productivos de la industria. La clase obrera no es solo una adición
de individuos, aunque se componga de obreros individuales, no es un “obrero colectivo”. Entonces, si
se puede decir que “el obrero colectivo no se vende a sí mismo su fuerza de trabajo”, por el contrario,
se puede decir que los obreros individuales que componen “la clase obrera” se alquilan o se prestan
mutuamente su trabajo. Si no hay venta de trabajo a un apropiador de trabajo, hay sin embargo venta
(o mejor dicho, locación) de trabajo entre apropiadores mutuos. El intercambio salario/producto no es
más bilateral; es multilateral. No es al artesano al que se parece “el obrero colectivizado”, es a la
cooperativa capitalista, y mejor todavía, a un conjunto de cooperativas. En esa relación de cooperación,
los productores intercambian sus fuerzas de trabajo por una parte de los productos que varía
proporcionalmente a la masa de trabajo provista y a su productividad. Una vez más, este intercambio
es desigual, no solo en la economía mixta sino también en las relaciones socialistas de la fase inferior.
Hay distribución desigual del producto y del excedente, porque hay intercambio desigual de las fuerzas
de trabajo que las han producido. Es esta desigualdad, sobre todo cuando se cristaliza y se acrecienta,
la que se transforma en la fuente de una expoliación de unos hacia otros, de ventajas diferentes, cuya
mecánica es bastante distinta de la que existe en la explotación capitalista, y que además encierra en su
seno el recurso de su propia corrección (pero también a fuerza de lucha).
En cuanto al excedente en sí mismo, que puede ser considerable en las cooperativas estatales (industria
y agricultura socializadas), es absolutamente distinto del pobre beneficio del artesanado familiar.
¿Puede ser llamado plusvalía? Si se conserva el término salario con un sentido modificado, bien se
puede emplear el de plusvalía, también modificando su sentido. No es el término lo que importa, sino
el hecho económico y las relaciones sociales concomitantes. El salario cambia de forma social; la
plusvalía también. Pero lo que representan originariamente subsiste.
Lapidus y Ostrovitianov están parcialmente de acuerdo. Comparan la apropiación de la plusvalía por el
capitalista con el reparto del excedente socializado. Ya esta comparación tiene vicios (volveremos más
adelante sobre esto). El razonamiento es entonces el siguiente: el capitalista emplea la plusvalía en su
propio consumo y en el de los no productores que le sirven, y en la extensión de su propia producción.
“¿Para qué sirve el trabajo suplementario del obrero de nuestra empresa soviética estatizada? Sirve
para mejorar la condición de los obreros… Una gran parte del producto suplementario se consagra al
desarrollo de la industria socialista estatizada. Y es la clase obrera la que se beneficiará con esto. El
producto suplementario así asignado le será restituido con el tiempo. Finalmente, una parte de ese
producto será absorbido por las necesidades del Estado proletario: mantenimiento de las
administraciones, defensa, etc.”.
Los autores deducen de esto que las relaciones de producción en las industrias estatales tienen solo “la
forma externa” común con las relaciones capitalistas: “no podemos hablar, en lo que concierne a
nuestra industria estatizada, ni de explotación ni de plusvalía”. Sin embargo, el trabajo suplementario y
el producto suplementario existen (entonces, es más la estructura interna la que es parecida, y la
“forma externa” la diferente). ¿Cómo llamarlo? Se ha propuesto, dice el Compendio, producto
suplementario, plusvalía socialista, o plusvalía a secas. Para nosotros es mejor plusvalía socializada.
Ningún término corresponde bien a las relaciones reales, dicen, “entonces es necesario, al usar uno u
otro de esos términos poco adecuados [2], tener siempre en mente lo que tienen de convencionales y
de inapropiados a las relaciones sociales establecidas en nuestra industria de Estado”.
Al preguntar para qué sirven la plusvalía y el producto suplementario, los dos profesores esquivan la
verdadera cuestión. Llevan al dominio de la distribución lo que debe ser primero examinado en el
dominio de la producción (limitándose, en apariencia, a reproducir los comentarios de Marx al
Programa de Gotha). Antes de saber para qué sirve alguna cosa, hay que saber cómo se produce esa
cosa. La cuestión que hay que resolver primero es la del modo de producción del producto
suplementario en el socialismo de Estado. Aquí, estamos en el régimen mixto de la NEP, y solo por esa
razón no es posible tratar el reparto del producto suplementario en la industria del Estado aislado de la
empresa capitalista. Lapidus y Ostrovitianov estudian el socialismo “en una sola industria”, tal como
Stalin hablaba del socialismo “en un solo país”. La distribución (la circulación) entre los dos sectores y
en el interior de cada uno de ellos, obliga a plantear primero las condiciones de la producción del
producto social, luego de la división entre consumo asalariado y producto suplementario (plusvalía).
Antes de preguntar para qué sirve la plusvalía es preciso saber cómo y por quién es creada. El
excedente social no es una “reserva” aparecida no se sabe cómo, que se puede repartir de muchas
maneras, más o menos arbitrarias. El modo de reparto y de consumo depende, tanto en las relaciones
socialistas cuanto en las otras, del modo de producción (del producto y del excedente). Los primeros
economistas burgueses comprendían muy bien lo que sus pares soviéticos olvidaron. Petty planteaba el
problema muy claramente. Si el consumo social es 100 y si la ganancia de las tierras y los empleos es de
60, “¿de dónde viene la diferencia?”, preguntaba. “Del trabajo”, respondía. Y Marx mostró hasta el
hartazgo que en ese primer razonamiento a escala social residía no solo la regla del valor-trabajo sino
también el secreto de la plusvalía. Quesnay y la mayoría de los fisiócratas plantearon el problema de la
ganancia neta bajo el mismo ángulo. Los economistas burgueses posteriores concentraron su análisis
en la distribución de la ganancia neta (o plusvalía) buscando ahí las condiciones del equilibrio, pero
descartando la mecánica de producción del excedente, es decir, al mismo tiempo descartando las
verdaderas condiciones del equilibrio (y del desequilibrio).
Los economistas soviéticos proceden de la misma manera en sus escritos, aunque la economía
soviética en sí misma proceda de otra manera. Constatan la existencia de una ganancia neta, de un
excedente acumulable de la producción; y como éste no va a parar a las manos de los capitalistas
privados, se sigue que esa ganancia está “a disposición de la sociedad”, en proporciones variables. Se
rehúsan a llamar plusvalía a esa ganancia neta, por una sola razón: si plusvalía implica explotación
capitalista, al desaparecer la segunda la primera no existe tampoco. Pero la relación es diferente: la
plusvalía existe, peor como está estatizada, se trata de saber qué transformaciones emanan de la forma
relativa de “la explotación”. Es necesario restituirle a la palabra “explotación” su sentido económico (o
reemplazarlo por otro): explotar quiere decir hacer fructificar. ¿Cómo los hombres hacen fructificar
desigual y mutuamente su trabajo? Ese es el trabajo que plantea el socialismo de Estado.
Lapidus y Ostrovitianov nos dicen que “la noción de explotación no puede de ninguna manera ser
separada de la noción de plusvalía, al no ser la plusvalía más que la forma específicamente capitalista
de explotación”. La plusvalía “es una categoría histórica propia únicamente del capitalismo”. ¿Por qué lo
que es válido para la plusvalía no lo sería para los salarios? Si la plusvalía desapareció, el salario, que es
el equivalente del trabajo necesario, debe también desaparecer. Si es mantenido, aunque
transformado, la plusvalía también se mantiene, aunque transformada. No es más una explotación
capitalista, es la explotación relativa de ciertas categorías productivas por otras categorías productivas y
no productivas. Se puede obviar el término explotación, pero será necesario encontrar otra forma de
llamarla. La “categoría histórica” se convirtió en una forma cómoda de esquivar las dificultades.
Una vez más, en este caso los economistas soviéticos no proceden dialécticamente. Ven la historia
económica como una sucesión de períodos bien demarcados, con las “categorías” correspondientes. Ni
Marx ni Engels ni Lenin ni Trotsky razonaban tan mecánica y metafísicamente. Los períodos se
encabalgan de diversas maneras, se esfuman y funden unos en otros y no progresan linealmente como
un proyectil. Las “categorías” o nociones elaboradas más o menos netamente por los estudiosos se
encabalgan aún más que la evolución de los hechos reales, porque su grado de abstracción les permite
abrazar fenómenos que alcanzan una duración más vasta. Es lo que ocurre con la noción de plusvalía.
Si se la define de antemano como la forma de extraerles a los asalariados un excedente, tal como se
manifestó en la industria europea entre 1800 y 1930, por ejemplo, es evidente que se impide al mismo
tiempo comprender esas transformaciones antes y después de ese período. Ya no es historia sino mera
cronología.
¿Qué es entonces la plusvalía en las “otras formas” de la economía mixta? Esas otras formas son
capitalistas en su esencia económica. Son las empresas capitalistas de Estado, el capitalismo privado en
el campo, las concesiones al capitalismo extranjero. Se han encontrado esas categorías en los otros
socialismos de Estado (China, Polonia, Hungría, Yugoslavia, etc.). En el conjunto, toda esta economía
está controlada por el Estado, política y económicamente. Es indiscutible que esas empresas capitalistas
producen plusvalía en el sentido clásico, aunque los empresarios privados estén controlados en lo que
hace al empleo asalariado, los precios de venta, y en general las condiciones de producción y de
comercialización, y especialmente en las condiciones de acumulación. La plusvalía creada por los
asalariados de la agricultura se transforma en una masa, cuya transformación en beneficio y en
consumo productivo (tasa de plusvalía, tasa de beneficio, tasa de acumulación) está fijada y limitada. Lo
mismo ocurre con el capital comercial. Es entonces una plusvalía “de nalgas”, cuya función capitalista
está ya alterada, porque las empresas capitalistas están ligadas a una economía socialista y a un Estado
dominado por la burocracia del trabajo.
La plusvalía capitalista creada en la economía mixta no puede entonces tampoco ser encarada
independientemente de la plusvalía directamente socializada, cuya formación y reparto están todavía
más alejados de las fórmulas capitalistas clásicas. El kulak enriquecido, el pequeño empresario textil o
fabricante de muebles, el comerciante casi mayorista, etc., que resucitaron bajo la NEP no podían
reinvertir su beneficio como mejor les pareciera; el Estado se encargaba de transferir una parte tan
elevada como fuera posible de ese beneficio al sector del beneficio socializado (directamente a través
de impuestos y tasas diversas e indirectamente por el juego de los precios). Les era imposible agrandar
sus empresas al punto de crear empresas que hicieran competencia a la industria estatal. Por el
contrario, por el mecanismo de impuestos, una parte de la plusvalía capitalista servía para tapar el
déficit de las empresas estatales y para crear otras. El campesinado capitalista y artesanal fue así
“explotado” en beneficio de la industria socialista. La economía capitalista agraria convaleciente
después del comunismo de guerra debía así entrar en un conflicto cada vez más violento con el sector
socialista. Ese conflicto, desarrollado de 1923 a 1927, se resolvió por la “colectivización integral” del
campo, en condiciones de urgencia y de crueldad inauditas.
Lapidus y Ostrovitianov no admiten que la plusvalía producida en el sector capitalista de la economía
mixta sea, hablando con propiedad, plusvalía, es decir, el fruto de una “explotación”, porque si no les
habría sido necesario admitir que una gran parte, o la mayor parte, de los productores de la URSS eran
todavía “explotados” en 1928-29. Según ellos, la transferencia de una parte de la plusvalía capitalista al
Estado (socialista) alcanza para quitarle el carácter de explotación. Entonces, para ellos sigue siendo la
esfera de la circulación la que da su carácter social esencial a un fenómeno aparecido bajo otra forma
en el dominio de la producción.
En efecto, según ellos, la plusvalía formada en la explotación capitalista (controlada por el Estado) 1)
vuelve en parte a los productores por el presupuesto social, 2) sirve para el consumo personal de los
capitalistas, 3) se dedica en una muy pequeña parte al crecimiento muy limitado de la producción
capitalista en sí misma. Es solo esta pequeña parte, por otra parte en vías de extinción desde 1929-30,
la que podría caracterizarse como “explotación” capitalista. Además, esos capitalistas privados son solo
a medias propietarios de los medios de producción: desde 1917, el suelo es propiedad del Estado, las
herramientas de los pequeños empresarios (que emplean mano de obra asalariada) les son a menudo
concedidas y alquiladas, estaban ligados al aparato bancario del Estado por los préstamos, etc. Se
podría decir, en suma, que no extraen plusvalía de los productores sino por procuración, como
“concesionarios” temporales del Estado socialista, pues la plusvalía, creada en relaciones capitalistas,
solo puede ser usada en relaciones semisocialistas. “El proletariado en el poder recupera –dice el
Compendio- gracias al capitalismo de Estado, una parte de la plusvalía capitalista y la vuelca en el
Estado proletario. Esta operación se efectúa por medio de impuestos, de alquileres, de concesiones,
etc. Se comprende que la parte de plusvalía creada por los obreros de las empresas que surgen del
capitalismo de Estado, que vuelve al Estado, es decir, a la clase obrera, deja en realidad de ser plusvalía
y tiene el mismo carácter que el producto suplementario del trabajo de los obreros de las empresas
estatizadas”.
Se trata aquí de las empresas capitalistas de Estado propiamente dichas (es decir, concesionadas), que
se distinguen de las empresas privadas pero no muy netamente. El Compendio admite que “se puede
decir lo mismo, aunque en menor grado, del capitalismo privado”. Porque su desarrollo está limitado
por diversas disposiciones legales, y el Estado recubre por medio de la presión fiscal, el
aprovisionamiento de materias primas de instrumentos de trabajo, y por el comercio estatal, es decir,
los precios, una parte de la plusvalía. Pero, de manera general, “estamos aquí en presencia de
relaciones de producción típicamente capitalistas y la mayor parte del excedente se transforma en una
plusvalía auténtica” –lo que por otra parte era harto evidente en la URSS desde 1927, en la época en
que el kulak medraba hasta amenazar las posiciones esenciales de la clase obrera-. Esto nos lleva a
examinar lo que dice el Compendio del valor, del beneficio y del costo de producción en la URSS de la
NEP (cap. VIII, “Del regulador de la economía soviética”).
La discusión sobre la ley del valor, reabierta por el artículo de Leontiev en 1940, no renovó los
argumentos presentados por Lapidus y Ostrovitianov en el Compendio de 1926. Evidentemente,
ninguna persona con sentido puede imaginar que el valor (de cambio) dejó de ser el gran regulador de
la economía soviética. Eso es cierto no solo bajo la NEP sino incluso durante el comunismo de guerra, y
debe seguir siéndolo durante la colectivización integral. La razón final de la permanencia de la ley del
valor reside no solo en el carácter nacional de la economía soviética sino en el carácter primitivo de las
relaciones sociales socialistas, y en particular en el gran retraso de la producción industrial. Pero es
evidente que su rol regulador se modifica considerablemente como consecuencia de la supresión de la
propiedad privada de los capitales activos y los medios de producción. Lo que debe investigarse es
esta modificación. No alcanza con repetir, como todos los economistas estalinistas, que la ley del valor
“subsiste”, pero que en lugar de producir sus efectos “espontáneamente”, en un mercado competitivo,
o seudocompetitivo, los produce según la voluntad de los planificadores, “conscientemente”.
Esta simplificación puede alcanzar para la propaganda, pero no para el análisis científico. Bajo esta
forma esquemática, se le puede aplicar igualmente al comunismo de guerra, a la NEP, a la
colectivización integral y a las relaciones entre economías de Estado socialistas, peor entonces no
explicaría ningún detalle. Si da cuenta de la ruptura entre las relaciones capitalistas, no enseña nada de
la continuidad entre esas relaciones y las relaciones socialistas primitivas que conocemos. Alcanza con
decir que en el capitalismo de monopolios y el capitalismo de Estado, la función valor (de cambio) sufre
tales modificaciones que su juego teórico sobre un mercado libre puro no se distingue fácilmente; por
otra parte, el socialismo aislado sigue basado sobre el valor-trabajo, y el mercado se prolonga bajo
nuevas formas, de manera que las relaciones sociales heredan numerosos rasgos de las relaciones
capital/trabajo. El valor no regula solamente los intercambios entre productos, sino también, y sobre
todo, entre productores y apropiadores, e incluso entre productores cooperativos. Que su formación y
sus efectos sean transformados no impide que su función subsista.
En una sociedad comunista (sin Estado, y mundial), la satisfacción de las necesidades supondrá
evidentemente también una cierta proporcionalidad entre las diversas ramas de producción y entre las
fuerzas de trabajo que serán aplicadas en ellas. Pero, dicen Lapidus y Ostrovitianov, este “equilibrio” no
se hará “bajo la forma del valor”, “no tendrá lugar espontáneamente por la intermediación de cosas
intercambiadas en el mercado por los productores [3] independientes de mercancías; será el hecho de
la voluntad consciente de la sociedad entera”. Los gastos del trabajo “aparecerán bajo una forma
directa y pura” (p. 147). Sin embargo, en la economía mixta hay solo transición hacia ese sistema. El
mercado libre juega todavía un papel importante (agricultura, artesanado, circulación comercial). En
esas condiciones, “la ley del valor no cayó todavía en desuso, sigue vigente en la URSS, pero en una
forma distinta que la del régimen capitalista, porque sufre un proceso de decadencia que debe
transformarla en una ley de gasto de trabajo de la economía socialista”. Diez años más tarde, la mayor
parte de los economistas rusos afirman que ese proceso terminó con la colectivización integral y los
planes quinquenales, de manera que el valor (de cambio) desapareció… Solo permanece como valor
contable, como simple medida de comparación, y no regula nada; no es más que un instrumento de
medida (de los quanta de trabajo, de los salarios y los precios). Leontiev y los economistas oficiales
reaccionan contra esta tendencia. Una nueva escuela reafirma que el valor de cambio tiene siempre un
rol funcional, pero que ese rol está controlado.
Para explicar cómo va muriendo el valor, el Compendio insiste en la transformación del mercado, en el
que se encuentran las diversas formas económicas reconstituidas en la URSS, en el marco de la NEP. Es
cierto, hay que admitir que esas formas actúan unas sobre otras, si el sector socializado va tomando
cada vez más preeminencia, si los elementos del mercado libre se restringen progresivamente,
entonces el rol del valor de intercambio formado automáticamente disminuirá en la misma proporción.
Pero este análisis deja de lado el valor de la fuerza de trabajo y solo concierne a un producto (y por
otra parte el mercado libre de la mano de obra se maneja también poco a poco en beneficio de los
contratos del Estado). En la realidad soviética, dice el Compendio, la economía mercantil, la economía
capitalista y las empresas socialistas se ligan unas a otras por infinidad de lazos (agreguemos los lazos
con el mercado mundial). El mantenimiento del rol del valor depende de esas relaciones exteriores: “Va
de suyo que ni no hubiera en la URSS más que economía estatizada, la cuestión de su regulación no se
plantearía”. Sin embargo, quince años más tarde Ostrovitianov se vería obligado a admitir, como
Leontiev y todos los economistas soviéticos, que el valor tiene todavía un papel regulador en la
colectivización integral, en la planificación total, en el llamado “socialismo integralmente realizado”.
En la NEP, la economía estatizada y la economía privada se comunican por el mercado, y es eso lo que
mantiene el efecto de la regulación por el valor. La evolución económica después de la NEP muestra
sin embargo que el mercado subsiste también cuando la economía privada desapareció, especialmente
el mercado koljosiano libre. Por otra parte, la proporcionalidad de las ramas de la producción y de los
productos supone también una cierta forma de “mercado interno”, de intercambios armonizados, y
esos intercambios son imposibles sin referencias al valor. Ni los precios, ni los salarios, ni las normas
técnicas de producción y de productividad se fijan arbitrariamente en el plan (y además dependen de
la demanda efectiva, que depende a su vez de la producción y de la situación demográfica). El valor no
puede ser reducido a un papel meramente contable, a menos que se razone como la economía
burguesa, que no niega tampoco la existencia del valor, pero lo reduce a una contabilidad de precios.
Lo que está detrás de la existencia del valor no es sólo el intercambio de productos en el mercado libre
–mercado que se vuelve necesario por lo limitado de los medios y de las fuerzas de producción y de
consumo y también por las exigencias de la proporcionalidad, del equilibrio; y especialmente por el
intercambio de fuerza de trabajo por un salario, el reparto de una fracción variable del producto social
entre los productores-. Es este último intercambio el que constituye el valor. Si el trabajo en su
totalidad (producto y excedente) fuera sólo productor de valor de uso, de utilidad, no habría ningún
valor de intercambio; habría relaciones comunistas basadas en la proporcionalidad de las necesidades y
las capacidades, sin referencia a ningún mercado. La economía soviética de la NEP no se parece en
absoluto a ese comunismo. El “socialismo integral” de Stalin no se le parece tampoco. Y el de Kruschev
y Kosiguin menos. El Compendio reconoce que ciertos elementos de “espontaneidad” siguen vigentes.
“No se debe imaginar muy simple la lucha que el Estado soviético sostiene todavía contra las fuerzas
espontáneas de la economía. La dirección consciente, según un plan, no es en nuestra economía un
principio que limite y elimine mecánicamente en la esfera de su acción las leyes de la regulación
espontánea. La espontaneidad no desaparece desde la aplicación del plan, y viceversa. Las relaciones
entre la economía concertada según un plan y el juego espontáneo de las fuerzas económicas son
mucho más complejas. El Estado soviético ejerce su influencia concertada con le juego espontáneo de
las relaciones económicas del mercado usando en su propio beneficio las leyes del mercado y
sometiéndolas a sus intenciones” (p. 153).
Supongamos, se dice en el Compendio, que el plan prescribe aumentar la producción de lino; como la
producción agraria es libre (en ciertas condiciones, bajo la NEP), habrá que elevar su precio de venta
para interesar a los productores. Aumentar conscientemente el precio del lino “no equivaldrá a la
anulación de la ley del valor y solo significará un uso racional de esta ley por parte del Estado…
Teniendo en cuenta la ley del valor, y usándola, el Estado dirige la acción de ésta de manera de afirmar
y desarrollar los elementos socialistas de la economía”. Todo esto es correcto. Pero entonces la antítesis
entre ley espontánea y regulación consciente es falsa, metafísica. Razonan como si el valor fuera un
objeto, una cosa, una planta, por ejemplo, que se puede dejar crecer salvaje, sola, o que se puede
sembrar conscientemente y hacer crecer usando conocimientos hortícolas. Por el valor no es un objeto;
en una relación, una relación social humana antes de ser una relación entre productos. Por otra parte,
la actitud hacia un objeto vivo, como la planta, no puede tratarse por oposiciones metafísicas,
esquemáticamente. La planta salvaje no crece tampoco al azar: proviene de semillas germinadas en
ciertas condiciones, aunque no sean controladas por el hombre en sus variables. Por otra parte, la parte
cultivada por el agricultor no crece artificialmente: hay también fuerzas “espontáneas”, sobre las que el
agente humano no tiene más que un control indirecto. En sus relaciones con la naturaleza viva
(comprendido él mismo y su semejante), el hombre controla en general las variaciones de los
fenómenos, más que su creación.
Entonces, las leyes económicas son en definitiva leyes de la naturaleza “viva”, porque sus fines y los
medios esenciales son humanos. Incluso si se asimilan las “leyes del mercado” a un sistema físico
clásico, es absurdo oponer completamente su funcionamiento “espontáneo” y su “regulación
consciente”. Pensemos en un curso de agua: se lo puede dejar correr “espontáneamente”, y se puede
también dominar su curso de diversas maneras (ahondando su lecho, poniendo un dique, modificando
su recorrido, etc.). En los dos casos el curso de agua se transforma, sin por eso cambiar su naturaleza.
Igualmente, regular el mercado, en las condiciones dadas, no alcanza para abolirlo. Que es por otra
parte lo que reconoce el Compendio, por lo menos en la NEP. Pero es necesario ir más lejos. Al fin de
cuentas, el mercado es una relación social, humana. Desde la captura, el trueque, la donación, las
prestaciones mutuas con carácter seudoeconómico (como el potlatch, la esclavitud, etc.) hasta los
intercambios de mercancías simples, y luego al comercio capitalista, hay un elemento común, que es el
intercambio, es decir, el mercado. Desde el intercambio de mujeres entre clanes hasta el intercambio
de acciones en la Bolsa, las diferencias son profundas. Sin embargo, en los dos casos son intercambios.
Desde los intercambios entre productores capitalistas hasta los intercambios entre ramas socializadas
de la producción, hay también diferencias enormes, pero siguen siendo intercambios. ¿De dónde viene
este elemento que permanece en todas estas situaciones? Del trabajo.
El intercambio que funciona como medida de todos los otros es el del trabajo por un equivalente que
puede ser en sí mismo medido en trabajo. En las relaciones capitalistas, este intercambio se expresa
como intercambio de productos, de mercancías, apropiadas de manera privada. En las relaciones
socialistas, este intercambio tiene lugar sobre la base de una apropiación pública, o controlada por el
Estado, que se identifica con la sociedad. La regla sigue siendo la medida del trabajo por su valor de
intercambio, en una forma modificada. Pero esta medida tiene lugar por la intermediación de los
productos intercambiados, o repartidos. Como dice el Compendio (p. 155): “la regulación concertada
según un plan, al hacerse en gran medida a través de las cosas, no alcanza todavía para hablar de la
decadencia absoluta del valor. Pero desde el momento en que comenzamos a usar en nuestro
beneficio la ley del valor en la regulación consciente, estamos alcanzando la naturaleza misma de esta
ley…”. En el fondo, la diferencia esencial entre las relaciones capitalistas y socialistas es una cuestión de
“conciencia” solamente en el sentido de que el rol del valor, que es negado por la economía burguesa,
es reconocido por la economía socialista. Pero es real en ambos casos. Y si es reconocido es porque así
es más aprovechable.
Lapidus y Ostrovitianov se esfuerzan entonces por mostrar que, a pesar de la existencia del valor, y
puesto que según ellos no hay diferencia entre producto y excedente, ni plusvalía, no hay tampoco
beneficio. El precio de costo (gastos de producción) no está más ligado al valor. El precio de
producción (precio de costo más beneficio promedio) no existe más como tal, puesto que no hay más
beneficio en general. Toda esta deducción vira hacia la mistificación. El beneficio se transforma en una
palabra “convencional” (p. 152). Sin embargo, incluso si uno abandona la palabra beneficio y se lo
bautiza “diferencia entre el costo de producción y el precio de venta”, la realidad queda, sigue
habiendo un excedente contabilizado, es decir, una parte del valor se transforma en valor excedente.
Evidentemente, esta parte no es acumulada, igualada y repartida en la industria estatizada en las
mismas condiciones que en la industria capitalista (aunque los monopolios capitalistas dan una buena
idea de cómo es la cosa). De todas maneras, la formación tiene lugar según ciertos procesos
necesarios. Hay formación de ganancia neta.
El Compendio vacila completamente en esta cuestión y se limita a decir “Aunque los gastos de
producción tengan mucha importancia en la determinación de los precios de las mercancías, como la
economía soviética está en conjunto interesada en recibir los beneficios, es decir, vender mercancías a
un precio superior al precio de costo, la cuestión del beneficio promedio se plantea de una manera
completamente distinta que en el régimen capitalista”. Notemos que la discusión sobre el beneficio
promedio tenía en conjunto poco interés entre 1921 y 1925-26, porque la industria trabajaba a pérdida,
era un período de reconstrucción y de implantación de empresas nuevas, y que no era en su beneficio
que podía en esa época encontrar los fondos suficientes para su desarrollo y crecimiento. La
centralización de las ganancias en el presupuesto alcanzaba además para modificar el sentido mismo
de la expresión “beneficio promedio”. Lo que le interesa al Estado es la masa y su distribución. Por
supuesto, se puede también calcular un beneficio promedio, sacando aritméticamente una media de
las ganancias de las deferentes unidades económicas. Pero así, de obtendrá una media contable y no
un proceso de perecuación efectivo que tenga un rol económico funcional.

Notas
1. La traducción francesa se editó en 1929.
2. Poco adecuados porque “producto suplementario” supone relaciones naturales, mientras que el intercambio existe;
“plusvalía” supone la explotación capitalista; “plusvalía socialista” tiene una contradicción interna, pues el socialismo no
conocerá el valor ni, a fortiori, la plusvalía.
3. Habría que decir, mejor, “de los empresarios”.

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