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¡Viva Colombia!

  
Orgullo y gloria al destino que todos los colombianos debemos construir 

 
MANIFIESTO NACIONALISTA  
SUPRAPOLÍTICA DE LA COLOMBIANIDAD EN 200 AÑOS 

  
 
 
 
 
 
Elaborado por  

VANGUARDIA NACIONAL 
Centro de Estudios Políticos para la Colombianidad 
 

En memoria de Daniel Morales Vázquez 


quien hace guardia en los luceros 

  

   

  

___________________ 

 
Sobre los simbolismos en la portada: 

El 4 es la universalidad y nuestra teoría 


El cóndor es la inmortalidad y el eterno renacer 
El tunjo muisca es el enlace comunicativo con los dioses 
El arte circular representa al espíritu helenístico y a occidente 
El volante de huso quimbaya es el estandarte de la revolución nacional 

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Í N D I C E 

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PRÓLOGO INTRODUCTORIO

- Cómo comprender la suprapolítica del manifiesto -

El bicentenario de la Batalla de Boyacá y por ende, del inicio de la


promesa independentista de la república colombiana, nos llama a
repensar y a revisar lo que hemos construido como sociedad en
doscientos años de historia. Si entendemos el sentido de la historia
como la comprensión del presente por el pasado para una proyección
al futuro, necesariamente surgirán preguntas como ¿cuáles han sido
los factores que han determinado una ya larga historia de violencia
fratricida y de atraso social, tecnológico y económico? ¿Cuáles
aquellos que han fomentado la miseria moral y material, la
corrupción que infecta como miasma la vida entera de la nación? De
ya, advertimos al lector que abordaremos nuestra historia
problematizándola, agitando las testas contra el suelo áspero de los
juicios más francos. La comprensión de lo que somos, hemos sido y
podemos llegar a ser, se encuentra en una análisis juicioso de nuestra
historia que, no obstante, debe ser selectiva y bien enfocada para
encontrar una genealogía estructural y de larga duración que dé
cuenta de las conflictividades devenidas en nuestros doscientos años
de historia nacional, y en ello, encontrar sabias lecciones para
transformar nuestro futuro como nación.

La presente obra tiene una doble estructura que obedece a dos


intenciones fundamentales: la primera parte tiene el carácter de
denuncia histórica, que apoyada en el utillaje de la historiografía, la
geopolítica, la ciencia política y la filosofía política, intenta expresar
los motivos que legitiman nuestra toma de posición radical y
nacional, la fundamentación y origen ideológico de Vanguardia
Nacional. Ello, se realiza en el marco de la concepción que tiene

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Vanguardia Nacional como una ideología -o cosmovisión-
sociopolítica apoyada con herramientas de análisis científico propias
de las diferentes aristas de las ciencias sociales a la par que de la
filosofía.

La primera parte trata el análisis historiográfico de la construcción


histórica del Estado-nación colombiano enfocado a los factores
socio-políticos, ideológicos y económicos que han cimentado la
anomia social, la violencia política, la pobreza y la debilidad estatal.
Está dividida en tres grandes secciones que abarcan la totalidad de
nuestro análisis contestatario y reactivo: los fundamentos de nuestro
pensamiento nacionalista. La primera sección denominada “​200
años y el legado de la independencia”​ , es desarrollada en torno al
eje problema de la pretendida independencia y autonomía nacional.
Allí interrogamos la veracidad de nuestra independencia como
nación en la construcción del Estado y la república. El análisis
geopolítico inspirado en la tesis de la “​Insubordinación Fundante​”
es recurso capital en tanto que la construcción de la autonomía
nacional está condicionada por la posición del Estado y su economía
en el todo del sistema de las relaciones internacionales. En efecto, la
lucha de liberación independentista con respecto al imperio
hispánico, no garantizó la auténtica autodeterminación de la nación.
La gesta patriótica contra el imperio ahogó con su ímpetu pueril la
responsabilidad de mantener a la nación independiente y fuerte
frente a las potencias emergentes en el sistema global.

Las ideologías tanto políticas como económicas que se han venido


alternando en el devenir de la república, han fundamentado un
Estado débil, anómico y sujeto a la subordinación frente a otras
naciones, en tanto que han ensalzado principios y cosmovisiones

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ajenas al sentimiento nacional. Como veremos, la interpretación
elaborada en el presente manifiesto arguye que la debilidad de la
construcción del Estado ha radicado en su misma fundamentación
metapolítica y en ello, la incapacidad material e institucional de
instalar la coerción y la autoridad legítima y organizada del Estado
frente a unos poderes locales-regionales que disputan su autoridad y
que tienen origen en factores geográficos y territoriales. La
presencia desigual del Estado desde el periodo colonial ha
configurado un territorialidad fragmentada de la nación y ha
devenido en diversos conflictos en torno a la propiedad, la rivalidad
política, el narcotráfico, la violencia armada y los antagónicos
proyectos ideológicos de Estado-nación que han transcurrido hasta
el día de hoy, impidiendo la construcción de un país unido, fuerte y
armónico.

La segunda sección nombrada “​Supra-política de la


Colombianidad”​ , evidencia los diferentes discursos de nación y las
cosmovisiones que los cimentaron. Estos discursos en tanto que
obedecían a lecturas modernistas o eurocéntricas, han venido
falseando la identidad de la nación y han ocultado más que
iluminado el carácter de nuestro complejo rostro cultural. El
liberalismo, el comunismo, el fascismo, el indigenismo y el
hispanismo recalcitrante, componen cinco grandes discursos que han
malentendido el espíritu nacional; empañando las oportunidades que
en el mismo seno del espíritu se haya para encontrar la grandeza de
la patria. Ello, en gran motivo ha sido deliberadamente provocado
por el visceral rechazo de las elites cosmopolitas a nuestra identidad
profunda ciertamente no-moderna, y a la utilización de identidades
inauténticas para el uso de réditos bélicos, ideológicos, económicos
y políticos.

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El olvido (ocultamiento deliberado) del auténtico ser-ahí de lo
colombiano es producto de la consumación del proyecto moderno,
que convertido en globalización, diluye la particularidad de nuestras
expresiones espirituales y las hace desaparecer para establecer
retazos ficticios de políticas universalistas. La negación de la
identidad espiritual del pueblo - no olvidemos-, es una herramienta
de las ​estructuras hegemónicas de dominación para la subordinación
de países que se ignoran y se rechazan a sí mismos. El llamado es al
reencuentro con nuestra propia identidad, considerada como los
multi-ritmos de un gran estrato espiritual, y que se alberga más allá
de la politiquería circunstancial. Siendo ella eminentemente política,
la colombianidad se superpone a los discursos faccionalistas en boga
y a la malicia de los chabacanos en el poder: es identidad profunda y
ardientemente nostálgica. La identidad, la tan anhelada y conflictiva
identidad de una nación, nacida de artificios geopolíticos y cuya
identidad pluricultural ha sido negada y mal interpretada por todas
las ideologías políticas posibles, deberá tomar un remozamiento y
una nueva lectura, descubriendo a través del existencialismo
profundo, la fenomenología y la hermenéutica, la historia y la
metapolítica, la esencia de la colombianidad. Reconstruyéndola,
integrándola y purificándola en un nuevo ethos nacional unificador,
henchido de valores trascendentales y superiores.

Para finalizar la primera parte, la sección “​Arquitectura del Estado y


el Sujeto Tradicional-Revolucionario​”, expone a grandes rasgos las
ideas políticas que han cimentado la construcción del Estado desde
los tiempos del imperio hispánico hasta la actual democracia de
masas posmoderna. Son las visiones del hombre, la política y el
mundo las que determinan categóricamente lo que un Estado es y los

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alcances de su autoridad unificadora y disciplinante; o por el
contrario, la debilidad anómica que disuelve las potencias en el tirón
centrífugo de los intereses de casta. El individuo, los partidos, las
clases o incluso la religión misma, tomados como sujetos centrales
de la configuración del Estado, han fomentado una nación esclerosa,
convulsa y proclive a la dominación extranjera, además a la
disolución de los más elementales tejidos sociales e identitarios.

Izquierda, derecha, liberalismo, progresismo, laicismo, comunismo,


centralismo, federalismo, república, entre otras ideas políticas, ha
dificultado la construcción de un proyecto nacionalista unificador,
pacificador en esencia, como base de toda potencia e independencia
nacional. Las ideologías políticas modernas siendo recicladas hasta
la náusea, han entregado a la nación a los tentáculos de la
explotación internacionalizada de los pueblos. Por otra parte, la
contradicción entre los impulsos revolucionarios y tradicionalistas
que habitan en el espíritu nacional ha imposibilitado la
configuración de un sujeto político eminentemente nacional,
revolucionario en sus medios pero identitario y tradicionalista en su
espíritu. Mientras que la corrupción de todo tipo y la violencia
carcomen la patria, las ideas modernistas ya no ofrecen alternativas
de cambio y liberación. Necesitamos la construcción de una cuarta
vía política de orden popular, nacional y revolucionaria, recuperando
lo que en el trasegar de nuestro ciclo histórico consideramos más
valioso para ser instituido en el futuro patrio. Los nombres de
algunos héroes caídos, traicionados y atracados por la injusticia de la
existencia, volverán a surgir mozos poniendo otra vez sobre la mesa
de juego sus ideales de grandeza patria.

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Este sumario de lecturas de orden metapolítico obedece a la
voluntad de criticar las ideas modernas -fundamentalmente liberales-
que sostuvieron la construcción del Estado y la república
colombiana. Abocados claro está, a evolucionar desde el liberalismo
imperante -ahora neoliberalismo-, hacia una cuarta teoría política del
Estado que es en realidad la primera de una posible fase
metamoderna de la cultura colombiana. Entendemos el Estado como
la máxima expresión de lo político de una comunidad y síntesis de
las valoraciones, funciones y representaciones del pueblo. Sin
embargo, a la modernidad del Estado contemporáneo oponemos un
Estado de cariz tradicionalista que, recuperando diversas propuestas
modernas como las de Hobbes, Bodino, Clausewitz y Schmitt, se
proyecte hacia un Estado futurista, orgánico y autoritario,
privilegiando el conocimiento, la sabiduría, el honor y la disciplina
como auténticos fundamentos de un nuevo orden nacional.

La segunda parte del manifiesto la hemos nombrado “​Heroísmo


Bicentenario”.​ Es la suma propositiva de nuestros ideales y que
manifiesta con un lenguaje mítico y explosivo los anhelos de una
patria grande, libre y nuestra. Desde el nacionalismo integral hasta la
revolución de las potencias económicas, pasando por la
recomposición de la política y el sistema político, para llegar a las
escalas axiológicas de un nuevo humanismo, configuramos la
expresión de un orden de ideas que aspiran a explotar de manera
iconoclasta el desorden estatuido hasta el presente por los
politicastros de todo tipo. Nuestro propósito: instituir una nueva
etapa de paz, orden, grandeza, y soberanía para la patria. Etapa tan
anhelada en el corazón del pueblo, pero al tiempo tan rehuida de las
manos de millones patriotas colombianos.

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200 AÑOS Y EL LEGADO DE LA INDEPENDENCIA

¿Que nos trae a nosotros hombres colombianos, raudos de


pensamiento y brutales en acción, doscientos años de vida nacional
independiente? Sin duda, un vasto número de preguntas y estados
psicológicos del más variopinto carisma. Entre los interrogantes de
más terrible especie surge puntiagudo aquel referido al estado de
nuestra independencia. Preguntarnos ¿qué hemos construido en
doscientos años de historia? es aludir con urgencia a la necesaria
reflexión sobre la autenticidad y la evolución de la independencia
nacional. ¿Será que la mitología política construida en torno a la

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independencia y al surgimiento de Colombia como nación
independiente del imperio Español no enmascaró en realidad una
patología deletérea que agotó las pretensiones independentistas en el
inicio mismo de la república? Más importante ¿será que la
independencia es un concepto estático e inmóvil? ¿O quizá por el
contrario, es un concepto actualizable? ¿Qué fue de aquella
legendaria independencia que anualmente recordamos en coloridas
efemérides y parafernalias patrióticas?

La respuesta a tales cuestionamientos solo puede ser producto de un


concienzudo análisis del ser histórico de la nación y de la relación
que ha construido el Estado colombiano con las demás naciones en
el gran marco del sistema de relaciones internacionales, entendido
hoy como globalización. El sistema global de las naciones es
siempre una relación de poderes asimétricos cuyo marco geopolítico
de interacciones e intercambios determina quién se encuentra en el
centro de las potencias políticas, o por el contrario, en la periferia, al
igual que un cinturón de miseria en la “gran urbe mundial”.
Emancipados del imperio español por motivos de la contingencia y
los vericuetos hispano-franceses ¿Qué lugar adquirimos en el
sistema de los reinos, los imperios y las nacientes repúblicas? En el
sistema internacional de potencias geopolíticas y naciones
subordinadas ¿Qué nuevos actores centrales determinaban las pautas
y tendencias de la dominación internacional? ¿Bajo el paraguas de
qué imperio o qué nueva república se subsumió el proyecto nacional
colombiano?

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II

Colombia nace refulgente y orgullosa como república independiente


asfixiada al tiempo por la voracidad tentacular del sistema bancario
inglés y su usurario interés imperial. Bañada en sangre, destruidos
internamente sus recursos productivos por el fragor libertario,
nuestra joven patria asumió con piernas débiles su propia
autoconstrucción, dependiente de los empréstitos ingleses y la
odiosa voluntad extranjera de inversión. La modernización de mitad
del siglo XIX por la intransigencia liberal y el olimpo radical solo
fue un inocente intento librecambista de abolir las viejas estructuras
coloniales, sin embargo, con el fatal resultado de un fracaso
progresivo en la competencia de los mercados internacionales. Las
tesis económicas del librecambismo, tan dogmáticas e indolentes en
ese momento como hoy, no iban más allá de las especulaciones de
elites políticas y su afán de beneficio privado. El librecambismo es y
siempre ha sido una herramienta de control geopolítico que ha
sometido a las desprevenidas economías emergentes. En ese sentido,
no fue el librecambismo como asumieron conservadores y liberales
lo que construía las potencias económicas de las naciones, sino, por
el contrario, el intervencionismo de Estado y el desarrollo
económico a través de la máxima decisión política.

La “libre” economía de mercado sostenida por terratenientes y sus


“gamonalicias” rentas fracasó ante la competencia de musculosas
economías industriales y agroexportadoras sostenidas por los
Estados de primer orden. Craso error de la intelectualidad liberal del
siglo XIX al no advertir que habían sido timados por el recurso de la
subordinación ideológica anglosajona que no practicaba su propia
prédica librecambista, no al menos hasta haber cimentado su imperio

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mercantil ultramarino a través de su ingenioso poder estatal.
Mientras Estados Unidos, Inglaterra, Alemania y Japón
transformaron sus economías endeblemente rurales a grandes
potencias industriales gracias a la movilización de las fuerzas del
Estado, Colombia subordinada ideológicamente abandonó su destino
económico a la rapacidad de elites comarcales y a unas patéticas
estructuras fiscales.

El olimpo radical y sus movidas de efialtes para cercenar la nación


en la debacle federalista y de cuya estupidez casi lleva la nación
hacia el fracaso final, no pudo sino devenir en el periodo de la
ansiada regeneración, primera gran recuperación de los auténticos
sueños de patria sostenidos con la sangre caliente de nuestros
honorables héroes y próceres libertarios.

Audaces pensadores como Núñez, Caro y Arboleda dedicaron su


vida y sus egregias reflexiones a la construcción de una verdadera
nación unificada en lo institucional, territorial, industrial, militar,
ideológico y religioso. Núñez y Caro conocían los problemas y las
fórmulas que aún hoy constriñen nuestra necesidad de nación. Pero
muy a nuestro pesar, la fatalidad que se cernían sobre ambos como
hombres abandonados en su época, la debilidad de los recursos con
que contaban y la violencia reaccionaria del revanchismo liberal, nos
llevó a la última gran guerra civil del siglo XIX. Guerra fatídica, mil
días oscuros donde la nación sintió el desesperante final de un
proyecto fracasado, cercenado internamente y sometido a la
voluntad de expansión del nuevo gigante ultramarino: Estados
Unidos. El nacionalismo como política de autoridad y orden fue
sofocado.

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El siglo XIX, siglo de guerras interminables, fue el gran símbolo del
fracaso de las ideas liberales dieciochescas y la inorganicidad de un
territorio fragmentado desde el origen mismo de los tiempos del
hombre americano. Sin unidad institucional, sin aparato económico
industrial soberano, arrebatada Panamá de nuestra inexistente
soberanía, sin unidad ideológica y perdida la oportunidad de
construir una patria grande de proporciones continentales, la
construcción del Estado colombiano en el siglo XIX fue un sueño
fracasado y la nación se sumió en las tinieblas de un casi imposible
ascenso.

III

El inicio del siglo XX, aplacado y calmo por la nefasta idiotez de la


guerra partidocrática, asumió una actitud republicanista y
modernizante en miras del progreso material en el marco de la
hegemonía conservadora. En Rafael Reyes retorna la idea de
nacionalismo y el proceso de reconstrucción nacional. El
emprendimiento industrial, de la conciencia histórica, la unificación
territorial, la colaboración interpartidista y la profesionalización de
la fuerza pública, fueron los pilares que cimentaron la voluntad de
nación moderna. No obstante, bajo el cosmopolitismo burgués y la
apariencia modernizadora de las urbes, bullían las simientes de un
nuevo conflicto nacional: la cuestión social. Miserables proletarios
urbanos se unían a las columnas de campesinos oprimidos por la
tiranía de los gamonales hacendados concentradores del pan y la
tierra.

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Humilde y en vastedad de recursos, Colombia se articuló por fin a
las redes del mercado internacional, sin advertir -por ignorancia o
por impotencia- que atizaba su subordinación y dependencia a las
potencias industriales del norte. Las elites políticas, burocráticas,
lacayas obedientes de la doctrina del destino manifiesto y la política
del gran garrote, se arrodillaron al control de los recursos
colombianos por parte de las corporaciones internacionales. El auge
de los recursos frutales, los textiles, el café y el petróleo no
significaron el avance hacia la maduración económica colombiana
por tanto que dicho crecimiento dependía de la voluntad de
inversión extranjera y la opresión de los tentáculos económicos de
Washington y Londres. La doctrina de la estrella polar de Fidel
Suárez y el lacayismo anglosajón de Olaya Herrera dan cuenta
fidedigna del peonato geopolítico colombiano. El tan lamentable
como maldito suceso de la masacre de las bananeras en la
administración Abadía Méndez dio cuenta de la connivencia y la
subordinación de las traidoras elites políticas nacionales rojiazules y
las pérfidas garras estadounidenses. Sometidas a sus designios
supremacistas, las racistas clases burguesas colombianas
traicionaron a la nación y asesinaron a los humildes hijos de la patria
que reclamaban con desespero la oportunidad del pan justo y de la
nación propia. Siglo XX, Colombia no es de los colombianos; siglo
XX, Colombia es dependiente; su nuevo regente ultramarino,
Estados Unidos de Norte América.

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IV

La conflagración social provocada por el Bogotazo en el asesinato


del líder socialista y nacionalista Jorge Eliécer Gaitán, no sólo
marcó el inicio de los distintos conflictos internos desencadenados
desde la mitad del siglo XX, sino además, de la intervención
“legitimada” de los programas de seguridad y desarrollo
Estadounidenses sobre la nación. Las alianzas vilmente apostrofadas
de buenas intenciones, no fueron más que programas de control
geopolítico estadounidense sobre Latinoamérica en el marco de la
guerra fría y el avance del comunismo en el continente. La oleada de
violencia barbárica y fratricida -primero en la forma bipartidista
luego en la forma de la institucionalidad contra las guerrillas
campesinas y urbanas-, se unía a las “buenas” intenciones del
gobierno norteamericano para el desarrollo de la economía
colombiana y la transformación institucional en aras de la
pacificación del territorio nacional. ¿Acaso no es la acuciante
necesidad de ayuda para el desarrollo económico, social,
institucional, tecnológico y militar una leal muestra de la
dependencia y la debilidad de una nación impotente? ​El periodo
industrializante y desarrollista de impulso del músculo industrial y
las instituciones sociales solo fue un ardid político para asegurar la
lealtad y la estabilidad en el territorio frente a las potencias del
primer mundo. De allí en adelante el desmantelamiento progresivo
del Estado, la identidad y la economía nacional, constituyeron los
sucesivos puntos de un esquema globalizador y universalizante: el
mundo unipolar angloamericano.

De la buena voluntad de los norteamericanos dependía el desarrollo


o no del país. El servilismo nos postró de nuevo bajo la forma del

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colonialismo moderno: la división internacional del trabajo. La
frugalidad económica así condicionada se extinguió cuando el
mundo capitalista al igual que el “socialismo real” veían colapsar
sus antiguas estructuras de dominación económica. El nuevo orden
mundial como dominación capitalista y neoliberal norteamericana
sobre gran parte del globo, presionó a través de los arcanos
geopolíticos el cese del apoyo norteamericano a la economía
colombiana. El incipiente auge de la industria nacional y el Estado
de bienestar se ve destrozado por la presión del dogma neoliberal
que planeaba el control político mundial a manos Estadounidenses a
través de sus corporaciones transnacionales. ​La nefasta figura de
Gaviria representó el más alto signo de felonía lacayuna y de
traición a la patria. Este efialtes moderno hizo colapsar la economía
patria y abrió los humildes campos colombianos a los tentáculos
extranjeros en aras del progreso de la economía mundial. Desde
aquel momento los beneficios han sido ambiguos y la recuperación
del campo e industria colombiana padecen la palidez de la futilidad
mortuoria. La articulación moderna al mercado internacional en el
siglo XX sólo fue la configuración de una geopolítica de la
subordinación que sofocó a Colombia como satélite de tercer orden
en la órbita del sistema de la división internacional del trabajo. La
nueva estructura global del servilismo neocolonial.

¿Cómo comienza Colombia el tercer milenio? ¿Cuál es su posición


geopolítica a doscientos años de independencia nacional? Su lugar
de subordinación es enmascarado por el eufemismo de “nación en
vías de desarrollo”. Una nación que al tiempo se incendia

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brutalmente con el conflicto armado interno más longevo del
continente y con unos cifras vergonzantes de miseria social,
genocidio, desplazamiento y pobreza. Aunado a la dominación
geopolítica casi visible a través de los programas de desarrollo y la
determinación de las políticas de seguridad, tendremos que adicionar
una dominación subterfugia, invisible para los sentidos idiotizados
por la mass-media y la demagogia: el control geopolítico a través del
mercado de la cocaína y el narcotráfico. Existen al menos dos
posturas que no son visibilizadas seriamente en torno a la cuestión
del narcotráfico en Colombia.

La primera de ellas es la referida a la dominación geopolítica


estadounidense asegurada por los programas de cooperación militar
“bilateral” y lucha contra las drogas. En efecto y sin lugar a dudas,
el principal consumidor de la producción de alucinógenos
colombianos es Estados Unidos. La “extraña” prolongación de la
guerra por más de cincuenta años ha legitimado la presencia directa
e indirecta de las fuerzas militares Estadounidenses en el territorio, y
sin embargo, la producción cocalera, por ejemplo, ha aumentado en
los últimos años. ¿Acaso de facto no fortalece el conflicto armado
interno colombiano la presencia de los tentáculos estadounidenses
sobre la nación en particular y Latinoamérica en general? los casos
de narco-política de izquierda y derecha en la clase burocrática
colombiana son harto conocidos, las divisiones ideológicas son
ilusorias ¿Acaso las fuerzas norteamericanas no se han beneficiado
del narcotráfico directamente controlando de diversas maneras el
proceso productivo de la coca? Sus réditos son cuádruples: control
geopolítico, ganancias cocaleras, mercado militar, y destrucción
espiritual de la humanidad. El desmantelamiento del hombre.

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Este último punto, la segunda lectura abandonada y nada abordada
con sinceridad, refiere a la deconstrucción moral y la debacle de la
humanidad. La “cultura” estadounidense que se ha esparcido por
todo el mundo se basa en un estilo de vida hedonista y materialista,
carente de valores trascendentes y enemiga de las costumbres, la
familia y la persona entendida de manera integral. Uno de los
grandes utillajes empleados para esta deconstrucción moral es la
parafernalia dionisíaca de las Drogas como maquinaria militar de
sometimiento y estupefacción perpetua. El empleo cada más
expansivo de drogas en la cultura ¿no es la muestra de una
humanidad desfigurada en los laberintos sofocantes del mismo
sistema?​ ​Aquí los sectores que se han jactado de autodenominarse
críticos han sostenido con afanosa verborrea la necesidad
insoslayable del alucinógeno como medio revolucionario. Pero ¿qué
revolución? ¿Aquella que beneficia a los grandes carteles de drogas
detrás de los cuales maman un amplio número de gobiernos?
Control social, destrucción moral, dominación política,
degeneración de la humanidad. Detrás de una nariz burguesa y su
discurso psicodélico de emancipación cultural hay una familia pobre
colombiana masacrada por las redes del narcotráfico. La
degeneración cultural Estadounidense ha asegurado a Colombia
como campo de abastecimiento para su hedonismo narcotizante. Los
colombianos hemos pagado el máximo precio en el oscuro proceso
de la decadencia de occidente. El futuro para el hombre no es menos
fatal.

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VI

¿Que nos dicen los primeros lustros del siglo XXI y sus respectivas
administraciones? Tiranía secuenciada de gobiernos liberales que
han subastado la patria y sus riquezas a la rapiña descarada de los
plutócratas nacionales e internacionales. Nuestra soberanía territorial
es burlada, escupida por la presencia de un golen armado investido
con franjas y estrellas. El honor militar de nuestro ejército es
destruido de muerte por la execrable cobardía de los falsos positivos;
oscura maquinaria de coerción militar que aparejada a la capitanía
de los burócratas capitalinos, sacrifica la sangre de nuestra joven
raza para el negociado de los oscuros juegos del poder. La
corrupción, la venta de activos nacionales y el ascenso de la
criminalidad al poder, tiene su clímax en el gobierno de Álvaro
Uribe Vélez. En torno a su figura se ha construido todo el escenario
político colombiano en el siglo XXI. Los nombres que le han
sucedido en el poder solo han tenido su razón de ser en la voluntad
omnímoda que aún detenta sobre los colombianos el brazo Uribista.

Juan Manuel Santos, pacificador sin honor, que sin pena ni gloria
determinó el nuevo interregno de la guerra, no ha hecho sino
mancillar toda idea noble de justicia. Su idea de paz, una solución
vaga y ambigua con tintes de pacifismo burgués y que aseguraba la
impunidad de los criminales y su acceso al poder político. A la
tiranía oligárquica se le ha sumado el bandidismo comunista. Tal
falta de honor y sentido de justicia legitimó el retorno del uribismo
al poder; sus fichas y títeres al día de hoy no dejan de causarnos risa.
La continuación de los modelos de expoliación nacional y el
terrorismo de Estado operan ya sin atisbo de vergüenza; la
ignominia vuelta poder. La furia del pueblo no se hace esperar, pero

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el pueblo es tan ciego e impotente como los efialtes sentados en las
mesas de poder nacional. El primer paso hacia la insubordinación
deberá confrontar al pueblo con una incómoda verdad: que nuestro
país es un organismo de fauna menor en un sistema global erigido
sobre la sumisión de los pueblos débiles, y que en esta permanente
dependencia la libertad, la autonomía y la soberanía de los pueblos,
no pasa por ser más que un fútil simulacro.

VII

La construcción de la independencia es además producto de la


relación interna de todos los factores inherentes a un Estado, como
lo son sus recursos y su administración, el orden y la norma, la
cultura y la identidad, la cohesión de los ciudadanos entre sí, el
Estado y el todo nacional. Preguntamos ¿Por qué hoy siglo XXI
subsiste una presencia desigual del Estado en el territorio nacional?
¿Por qué hay extensos territorios miserables abandonados a su suerte
y en los que la autoridad política y militar es realizada por las
fuerzas del crimen y la violencia narcotraficante? ¿Cómo ha sido la
configuración histórica de la territorialidad nacional y el Estado
Colombiano?

El establecimiento del imperio colonial hispánico se asentó sobre


territorios ya habitados por pueblos indígenas con una cierta
estructura social y territorial jerárquica, además provistos de un
sistema de recaudación tributaria. La construcción de la
territorialidad institucional hispánica guiada por este patrón de
poblamiento generó un asentamiento desigual sobre el territorio
nacional en tanto que se instaló en las cordilleras de los Andes y

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algunas costas del mar caribe y el océano pacífico. Como contracara
a este poblamiento se crearon zonas de frontera “sin Dios ni ley”,
lentamente habitados por los marginados y excluidos del sistema de
las encomiendas primero, y las haciendas después. Sobre la rica pero
fracturada geografía del país se construyó una institucionalidad
disímil expresada en regiones y localidades semi autárquicas
separadas unas de otras y francamente negligentes frente al imperio
hispánico de los Habsburgo, para aquel tiempo, una dinastía
impotente y en patética agonía. El análisis concienzudo de tal
problemática territorial y administrativa por parte de la dinastía de
los Borbones impuso un reformismo modernizador según la idea
absolutista del Estado, que sin embargo, fracasó en sus intentos
dadas las múltiples reacciones del honor campesino en contra de la
centralización administrativa. La independencia por su parte puso de
manifiesto, al romper con la suprapoliticidad del orden monárquico
y su soberanía de derecho divino, la fragmentación territorial,
política y cultural de cada localidad y región del país.

VIII

En el mismo instante de la declaración independentista de 1810 las


diversas juntas locales de gobierno se declararon en dignidad
suficiente para liderar la revolución, o por el contrario, para
resguardar la legitimidad del gobierno monárquico. La llamada
patria boba fue la muestra de una división y rivalidad territorial que
enfrentó a ciudades, regiones y provincias como si de naciones
enemigas se tratase. La historia del proceso independentista y de la
construcción de la nación en el siglo XIX es la historia de elites
regionales y redes de clientelismo económico-político que desde la

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colonia conformaron el poder de facto en un país de regiones y
provincias recelosas. Que fueron las fatídicas guerras del siglo XIX
sino la confrontación entre elites regionales rapaces, anárquicas y
chauvinistas enfrentadas por la supremacía y la dominación
nacional. Las clases populares en medio de las redes clientelares y
los discursos partidocráticos y eclesiales fueron los peones
movilizados en una lucha esencialmente compuesta por rivalidades
entre generaciones, castas, familias y compañías gamonales y
pequeño burguesas, desconocedoras como reacias a una auténtica
autoridad estatal. Al igual que fuerzas centrífugas, atizaron la
disolución del proyecto de nación. Fue debido a ello que la solución
federalista tuvo una gran acogida en ambos partidos, no obstante, el
radicalismo de sus ambiciones y una realidad territorial gravemente
fragmentada, hizo inviable la autoridad soberana de los risibles
Estados-región.

La lucha entre partidos sólo fue la falaz epidermis discursiva que


encubrió motivos más allá de los distintos proyectos de nación y que
fueron en esencia fruto de una república inventada, extraña ante sí
misma y donde la misma gesta independentista ánimo sus ínfulas de
soberanía y autodeterminación. Esta tendencia y la aplicación de la
ideología moderna partidocrática configuraron la violenta y ya
conocida territorialidad del país que enfrentaba a pueblos liberales
contra pueblos conservadores. Ebullición vana del desespero de
pueblos mejor o peormente articulados con el proyecto de nación, la
autoridad del Estado y los centros del mercado nacional e
internacional. Los partidos políticos -maldición de todas las
naciones-, estructuraron un país político más “homogéneo”, al
unificar artificialmente a clases, razas, etnias y provincias, en el
esquema programático y militar de un partido político. Cómo habría

24
llegado a expresar Aquilino Villegas: “No es de admirar que los
pueblos colombianos no se conocieran sino en las guerras civiles, en
que los ejércitos de una región iban a batallar en provincias lejanas.
Esta es la única ventaja verdaderamente inesperada que nos trajeron
las guerras civiles”. ​

IX

Esta condición territorial en el siglo XX toma la forma de la


oposición entre campo y ciudad, modelos pre-capitalistas de
producción y modelos comerciales e industriales, en suma: entre el
tradicionalismo campirano y el cosmopolitismo burgués. Millares de
campesinos desplazados por la violencia y la acumulación rapaz de
tierras se agolparon en las puertas de las ciudades conformando
interminables cinturones de miseria social. El pequeño productor
(rentista, asalariado o propietario) se enfrenta al gran hacendado que
acapara ociosamente tierras las más de las veces sin labor productiva
alguna. El origen de la violencia bipartidista en el siglo XX, que
trajo al escenario de la política y las calles la cuestión social, se basó
en tal disputa por los recursos. ¿Cómo puede Colombia ser un país
pobre en medio de interminables riquezas naturales? ¿Acaso es una
debilidad de su cultura y su brío? ¿Qué pasa con su voluntad de
poder y expansión? ¿Quién se ha otorgado los millares de baldíos
para la especulación de sus arcas privadas? ¿Qué debilidad,
corrupción o falta de premura ha fagocitado los cerebros de nuestra
clase política para someternos a tan incomprensible situación?
Colombia ha abandonado a sus campesinos porque el mundo
prescinde de ellos. ¿Acaso no necesitamos el retorno de un

25
pensamiento nacional que movilice todas las fuerzas humanas y
productivas en aras de nuestro auténtico y patrio beneficio?

Tímidos fueron los esfuerzos en todo el siglo XX por solucionar la


cuestión agraria, base de todos los conflictos armados de la
Colombia contemporánea. Precisamente la presión violenta de los
privilegiados del campo impidieron cualquier atisbo de reforma
social integral; solución que hubiese detenido la escalada de
violencia y muerte que dominó toda la segunda mitad del siglo XX
en Colombia. Élites mafiosas que, marginando al pueblo de los
recursos económicos, robaron para sí también todo el sistema
político del Estado usando al mismo como instrumento
“todopoderoso” para la conservación de su posición dominante a
través de los medios represivos y la ausencia deliberada del deber
del Estado en gran parte del territorio. No nos debe sorprender tal
configuración territorial del Estado, ello solo es producto de la teoría
y praxis de la concepción mercantil de la política propia del
liberalismo y de los discursos societales burgueses y plebeyos.

La presencia del Estado en esta discursividad económica obedece a


las lógicas del mercado y a una geografía económica cuya base es el
conflicto entre propietarios y asalariados, entre ricos urbano-rurales
y proletarios de todo tipo, en competencia desigual por los recursos
económicos y políticos. Al día de hoy tal fragmentación negligente
de la institucionalidad política y social del Estado, ya no se ve
expresada en la oposición pueblos conservadores - pueblos liberales,
sino entre pueblos y regiones articulados al Estado y el mercado
global, y pueblos abandonados a la intemperie primigenia de sus
propias fuerzas. ​El Estado no ha controlado los que han debido ser
sus legítimos monopolios políticos como la violencia, la ordenación

26
económica y la política social; siendo suplidas sus funciones de
autoridad por las lacras execrables de la violencia narco-marxista, el
paramilitarismo, y los demás bloques del hampa armada que ha
empapado los prístinos campos del progreso nacional con la sangre
de los más humildes e inocentes compatriotas. Aún hoy pueblos de
todas las puntas del país resultan incomprensibles a los ojos de sus
propios hermanos; vastos kilómetros de territorio nacional de la
llamada Colombia profunda se encuentran marginados en un
ignominioso anonimato y en el olvido negligente del Estado, del
resto de la nación.

¿En doscientos años hemos contado con los medios institucionales,


económicos y espirituales necesarios para el mantenimiento de
nuestra soberanía e independencia como nación? ​Esta debe ser la
gran pregunta del siglo para los colombianos, y tal vez la única
ejercitación mental digna de realizarse a doscientos años de vida
“independiente”, y no ya las patéticas efemérides patrioteras que,
como toda civilización decadente, condena al pasado a lo
museográfico y lo inactivo, y no como reflexión orgánica y presente
sobre el estado de lo que es determinante para la cimentación de
nuestra libertad como pueblo. Es cierto, la construcción de la nación
ha sido problemática y ha afrontado dificultades de enorme
profundidad. Se ha avanzado en la unificación territorial y la
articulación de los pueblos al proyecto político y económico de
nación.

27
Por otro lado, la dificultad de dominar de manera soberana todo el
territorio nacional, la ausencia de un ethos nacional evidente y
unificante, la corrupción institucional, la falta de una conciencia
nacional, la apatía y la mafia como política, la amplia marginalidad
de vastos territorios, pueblos y culturas, y la más vergonzosa de las
subordinaciones con respecto a las potencias geopolíticas, nos insta
preguntar ¿los colombianos hemos ejercido verdaderamente nuestro
derecho a la autodeterminación? más importante ¿hemos tenido
dicha capacidad? ¿Hemos merecido tal honor? múltiples preguntas
bicentenarias que se pueden reducir a la más categórica como
tenebrosa de todas ¿hemos sido, somos y seremos, nosotros hombres
colombianos, auténticamente libres?

28
SUPRAPOLÍTICA DE LA COLOMBIANIDAD

La realidad colombiana en toda su amplia complejidad social y


política, fagocitada por las lacras de la inmoralidad, la debilidad
institucional, la guerra, la criminalidad y la impotencia social, ha
estado sujeta a interpretaciones falaces producto del razonamiento
modernista, epifenómeno del movimiento generalizado de la historia
occidental en su fase de descomposición. Lecturas fáciles y
provisionales han privilegiado interpretaciones especializadas
reducidas solo a lo político, económico o social, cada una actuando
por separado. Los rastreos estructuralistas que pretenden hallar la
genealogía de los acuciantes dilemas nacionales se reducen a la
enunciación de hitos político-sociales con una débil articulación

29
causalista atada a la historicidad de su época y espacio,
abandonando totalmente las lecturas concernientes a la evolución de
los conceptos políticos y la cronología orgánica de la civilización: el
gran desarrollo espiritual-cultural de occidente; que como espiral
metafísica enmarca de manera ambigua la historia de Colombia. No
nos sorprende por lo tanto la confusión, la ignorancia y el
desasosiego que inunda al colombiano cuando quiere comprender su
realidad histórica y social. Preguntamos entonces ¿Cuáles han sido
las ideas y concepciones políticas que han vertebrado la
construcción del Estado-nación colombiano? ¿Cómo ha sido lo
“político” y la “política” en la acción social de los colombianos?
¿Qué ideas políticas se han enfrentado en el territorio nacional?
¿Qué fuerzas espirituales han hecho convulsionar las calles, los
campos, los palacios y los frágiles cuerpos colombianos? y ¿cuál es
el estado actual de dichas ideas, de lo político en la nación?

De igual manera, la rúbrica concerniente a la forma del ser


colombiano, su expresión fenomenológica y la hermenéutica
histórica y psicológica deben ser la base de los futuros estudios
abocados a la autocomprensión del nosotros nacional. Esta no es
más que la pregunta por la identidad nacional y que se ha dado en
llamar colombianidad. No obstante, debemos sincerarnos y
reflexionar ¿ha existido la colombianidad? Si la respuesta es
afirmativa ¿qué características superficiales y profundas componen
la colombianidad? Por otro lado, si es negativa, el orden de las
interrogaciones debe ser ¿Por qué la ausencia de una identidad
nacional? ¿A qué se debe la dificultad de sumar y homologar las
diversas formas de ser colombiano? ¿Es la ausencia de una identidad
nacional la evidencia de la diversidad o de la falta de una unidad
superior y unificante? Sin embargo, también debemos realizar un

30
tercer orden de preguntas poco abordadas y cuyas respuestas tal vez
sean las más reveladoras. Así ¿La dificultad para caracterizar la
colombianidad se debe a la fragilidad de su existencia o la debilidad
-tal vez malicia- de los instrumentos intelectuales para interpretarla?
¿Ha existido una cierta resistencia de orden político que ha
imposibilitado la creencia en la identidad nacional y por ende a la
unificación nacional? ¿Qué interpretaciones políticas han
parcializado la comprensión de lo que significa ser colombiano?

II

Nos conmovemos claro está, por el lento crecimiento de un espíritu


que se manifiesta heterogéneamente a través del folclor de las gaitas,
las tamboras, las arpas, y las prendas multicolores hilvanadas por el
trabajo de los paradisíacos campos frugales ¡nos sentimos orgullosos
de nuestras tradiciones! Pero debemos estar atentos y tener los
sentidos históricos agudizados. La interpretación de éste espíritu ha
pasado bajo la óptica y discursos de diferentes ideas políticas, muy a
su pesar, ha estado sujeto a la parcialidad maliciosa de las
interpretaciones ideológicas, las cuales han condicionado a través de
sus violentas técnicas de coacción política, las diferentes formas en
que puede o no manifestarse la cultura del pueblo. El discurso y la
hegemonía de las ideologías en la ciencia, el arte y la política, han
enrarecido la identificación del colombiano consigo mismo y con la
fisonomía cultural de la nación. Cinco han sido los discursos falaces
que han desfigurado la posibilidad de la propia comprensión
nacional.

31
El primero y tal vez el más insidioso de ellos así como el que más se
ha prolongado en los dos siglos de vida nacional ha sido el Liberal.
El proyecto modernista de nación en su puro inicio no fue más que
la transfiguración cultural de un discurso impostado de una
ideología foránea y cuya intención más explícita fue la
anglicanización y el afrancesamiento de nuestro ethos
hispanoamericano, el reemplazo de nuestra identidad germinal.
Francia, Inglaterra y Estados Unidos como cunas del liberalismo, se
convirtieron en los modelos de sociedad ideal y la maqueta genética
con la cual planeaban nuestros fatales próceres liberales terraformar
nuestro espíritu hispanoamericano ya consolidado. ¿Acaso no fueron
las traidoras testas liberales las que impusieron modelos ingleses en
economía y franceses en política? ¿Acaso no fue el despecho liberal
el que pretendió cambiar el espíritu religioso de la nación con los
designios de laicismo radical y cuyo origen siempre ha sido la
masonería? ¿No fueron los mismísimos próceres liberales lo que, en
su desesperación, pretendieron anexar los territorios “recién
liberados” a algún otro imperio, dígase el Francés o Inglés, llámese
república Estadounidense? ¿Podemos olvidar que fueron las
“portentosas” sienes liberales las que, en su afán por liberarse de la
herencia hispana, quisieron cambiar el español como lengua madre
por el francés o el inglés? liberales afrancesados los llamaron en su
momento. Los ejemplos no tienen fin ¿Liberales no fueron los que
en sus ínfulas positivistas anhelaron reemplazar la composición
racial colombiana por ejemplares europeos o asiáticos?

Desde la raza a la arquitectura, de la religión a la lengua, e incluso


hasta la misma ecología, pretendieron ser reemplazados por el
espíritu burgués de los liberales en su afán elitista por reproducir una
Francia o una Inglaterra en nuestras tierras tropicales. Ahora ¿Este

32
afán republicano de reemplazo identitario no es el que hoy día ha
abierto a Colombia a las más nefastas influencias del
cosmopolitismo mundialista, enrareciendo aún más nuestros relictos
culturales autóctonos con el globalismo norteamericanizante? ​La
república universal kantiana se ha realizado; habitamos un mundo
westfaliano desde entonces idéntico en su totalidad y Colombia solo
ha sido una pasiva reproducción de un proyecto que le ha infundido
la negación y el rechazo a su identidad profunda ​¿ha sido el proyecto
nacional una reafirmación de la identidad o un olvido progresivo de
la misma en tanto que dicho proyecto solo fue la inmersión a un
mundo globalizado, homogeneizado, norteamericanizado?

III

la masonería como espíritu satanista y el liberalismo como su


expresión política no sólo pretendieron eliminar la iglesia católica
del seno de la patria, se enfrentaron además a otras formas
comunitarias de identidad como las de nuestras culturas indígenas.
¡Individualismo radical-materialista contra comunitarismo
panteísta-espiritualista! En su rapacidad cínica, la concepción
privada de la propiedad abstraída del servicio nacional, cercenó el
espacio vital de las comunidades religiosas, no solo las católicas,
sino además las indígenas, en función de usurpar la riqueza terrenal
en beneficio de las arcas de los glotones hacendados y leguleyos
burgueses. Sin duda, la disputa que se desarrolló en este punto fue la
del discurso de civilización contra los no-modernos. Indígenas como
Católicos vistos en esta lineal visión progresista de la historia se
convertían en paquidérmicas expresiones de lo obsoleto ya superado

33
por la evolución de la humanidad y de la cual el hombre liberal
pretendió ser la epitome de la historia humana.

Pero muy a nuestro pesar, tanto católicos como las culturas


ancestrales no comprendieron claramente de dónde provenía la
agresión del auténtico enemigo. Se fundaron aquí otros dos
discursos políticos tan nefastos como inocentes: el indigenista y el
hispanista. La interpretación de nuestras auténticas raíces y rasgos
identitarios se han dividido en estos dos discursos intransigentes. El
hispanista estuvo ligado fundamentalmente -pero no
exclusivamente- al discurso del Conservatismo -liberalismo rapaz en
economía y tímido en cultura-, definiendo nuestra identidad como
puramente católica e hispánica. Tal reducción de nuestra riqueza
cultural se expresó en el periodo regeneracionista y en los más de
cien años de dominio de la constitución del 86. La intención, no
obstante, era coherente: la unificación identitaria de la nación,
movimiento tan necesario para la conformación de un país.

El hispanista en lo general suele pasar por alto la voluntad de


imperio del reino peninsular e idealiza la conquista como salvación
de las almas y ejemplo de orden sacro para la humanidad. “Las
almas indígenas fueron salvadas, introducidas a la civilización
occidental”, según la angélica retórica hispanista. La violencia
bélica, política y simbólica para la homogeneización de vastas
culturas pre-modernas aparece en el discurso hispanista como un
inevitable, Sino del proceso civilizatorio y la superioridad europea.
No reconoce el hispanista las múltiples expresiones que nuestras
raíces indoamericanas y negras acrisolaron con el espíritu hispánico.
Para el hispanista Colombia es española, somos españoles, nuestro
origen único es España.

34
IV

Tan falaz y nefasto como el hispanista es el intransigente discurso


indigenista, no menos centrífugo y disolvente. Es cierto, la
modernidad y la conquista apagaron millares de culturas
precolombinas cuyos saberes ancestrales han sido denostados por la
ilustrada modernidad y su totalismo racionalista. El europeísmo
universalista del cual hemos sido víctimas y por el cual hemos
falseado la diversidad de nuestro espíritu nacional, negó por décadas
la existencia de múltiples saberes no-occidentales mucho más puros,
telúricos, tradicionalistas, autóctonos, y por los cuales se extiende
nuestra existencia en espacio y tiempo sobre el agresivo territorio
americano. Acá el conservadurismo no fue más que el mismo
proyecto ilustrado del liberalismo con sus mismas tendencias
progresistas-evolucionistas, civilizatorias, en connivencia con el
imperio universalista de Roma. Sin duda, hay motivo para la crítica,
mas no para el resentimiento y el faccionalismo.

El discurso indigenista pretende ver como único origen del


colombiano las raíces amerindias, proyectando un discurso
“biempensante” en el cual el colombiano fue “conquistado” y
gracias al espíritu de la revolución liberal retornó al estado de su
prístina identidad independiente. ¡Falso! ¡Inexacto! No reconoce el
discurso indigenista que la colombianidad es forjada por el
mestizaje. Al igual que el hispanismo, niega la multiplicidad de
nuestros orígenes y el carácter diverso de nuestro sincretismo
identitario. América es nuestra madre, seno viviente de nuestra raza
indolatina; El imperio español por su parte fue nuestro padre
fecundador, dinamizador de un nuevo origen cultural en la historia
occidental: Hispanoamérica. África, catalizadora, ejecutó con mayor

35
gracia el sincretismo. Sus herederos han conformado las potencias
refulgentes de nuestra más grande aspiración a la libertad. Tres
raíces, cada una solo una categoría que abarca amplísimas
manifestaciones identitarias en su propio seno. Negar nuestras
auténticas raíces cercenando lo hispano, lo americano o lo africano
de nuestra herencia cultural, es negar nuestra originalidad genética y
por ende el derecho a forjar un destino único en la historia de las
culturas.

En el siglo XX y como reacción a la primera teoría política -el


liberalismo-, surgieron otros dos grandes discursos ideológicos que
al igual que el liberalismo pretendieron interpretar la identidad
colombiana desde la óptica de la dialéctica
revolución/contrarrevolución: el comunismo y el fascismo. Ambos
puntos de vista, sin embargo, no muy distantes del fundamento
eurocéntrico que alimentó el proyecto identitario liberal. Desde la
óptica del comunismo la identidad nacional era una ficción basada
en la violencia política liberal y la lucha de clases en el marco de las
diversas instituciones productivas de la historia colombiana, dígase
encomienda, hacienda o empresa. Los símbolos y próceres
nacionales, una ficción burguesa para alienar a los obreros y
campesinos a los designios de las oligarquías rapaces. La religión
católica vista por los revolucionarios era el blanco principal de su
violencia radical en tanto que legitimadora -según su retórica- de la
desigualdad y el servilismo de las clases proletarias. Renegando de
lo sacro y lo tradicional los comunistas se unieron a los liberales en
todo intento modernista de romper el lazo que une a los colombianos

36
con sus tradiciones espirituales. Las luchas indígenas para los
comunistas solo fueron en un primer momento utilizadas
instrumentalmente, pues la guerra a todo lo sacro siempre ha sido
uno de los principales ​leitmotivs ​del tufo marxista. Su nefasta visión
evolucionista-materialista de la historia unida a un industrialismo
galopante -maximalismo- y a una ideología internacionalista, batía y
ha batido naturalmente la hoz roja contra toda idea de unidad
nacional y de identidad profunda y religiosa de los pueblos. Así el
marxismo es solo otra arista de la modernidad y de la filosofía de la
ilustración que confunde al ser del hombre con alguna de sus
producciones materiales; en este caso: la clase. El comunismo
siempre ha sido enemigo de las naciones, su único horizonte
identitario, la internacional roja.

VI

En cuanto a lo que se refiere al fascismo sus intérpretes más


cercanos en el territorio nacional fueron “Los Leopardos”. Un grupo
de políticos jóvenes que dentro del conservatismo -y en contra de él-
pretendieron renovar la política con una propuesta nacionalista de
unidad cultural y vigor autoritario. ​Los Leopardos conformaron la
única interacción política en la historia de Colombia en atinar la
genealogía de la miseria nacional en la degeneración cultural de la
modernidad y la idea política de hombre, historia y Estado sostenida
por el liberalismo. Si bien en este punto su egregia reflexión les
concede el honor de su victoria intelectual, no lo es así en cuanto a
su hermenéutica identitaria. Contagiados por el racismo positivista
de su época, quisieron ver en la composición racial del colombiano
el origen de todos los males. Su pretendido tradicionalismo se veía

37
eclipsado por el típico modernismo de la civilización técnica que
media el rendimiento del músculo colombiano bajo el rasero de la
productividad internacional. En la selva del capitalismo
internacional el colombiano pertenecía a una fauna menor, según las
primeras y equivocadas tesis racialistas de los jóvenes leopardos. El
mestizo, el indígena y el negro fueron echados a menos, su destino
obligado, la europeización racial y cultural. El giro copernicano de
sus lecturas y el abandono de las tesis racialistas en tanto que el
grupo maduraba, no les quito sin embargo, la preferencia a la vena
europea y la religión católica cuyos designios les merecía el máximo
liderazgo sobre las demás regiones de la racialidad colombiana.

VII

Estas cinco grandes posturas políticas determinaron hasta el siglo


XX la cruzada hermenéutica que se proponía descubrir el espíritu de
la Colombianidad, nuestra particularidad en lo universal. ¿Que nos
trajo el fin del siglo XX con el hito neoliberal de la constitución de
1991? Sin duda, la ampliación del sentimiento de la colombianidad
con el reconocimiento de los marginados malditos por la
modernidad y su discurso de civilización: las alas colombianas se
yerguen multicolores. Más el simulacro, las promesas falaces y las
oscuras intenciones se infiltraron cual caballo de Troya en el espíritu
reformista provocando la deconstrucción de la identidad nacional
sofocada ahora por el miasma del mundialismo cultural. La cultura
colombiana, los pueblos colombianos, se han enfrentado a una
nueva colonización, la última más fatal, abocada a la destrucción de
las tradiciones patrias y su reemplazo con los vicios uniformes del
cosmopolitismo. El olvido del ser colombiano se ha agudizado a

38
cada paso que la nación se sumerge en el proyecto de la ecúmene
global. La globalización como norteamericanización, como nueva
colonización, infiltra cuerpos extraños con propósitos cancerígenos
declarados: la destrucción de la familia, los sexos, las tradiciones
folclóricas, el espacio vital, su juventud, sus colores musicales, la
religiosidad colombiana; atizando el enrarecimiento de la nación en
su absoluta absorción por las entrañas del leviatán mundializador.
Donde hay campo todavía hay nación, tradición, personalidad, ser;
donde hay ciudad solo existe...el “mundo”.

VIII

De tal forma hemos llegado acaso a ser de manera auténtica. Sin


embargo, en el camino que hemos trazado para reencontrarnos a
nosotros mismos nos hemos perdido. La promesa de una república
libre, de un espíritu del pueblo por fin liberado y realizado ha sido
incumplida, extrañada, envilecida y enrarecida. No por cuanto nos
hayamos desviado de los principios ideológicos que fundaron la
nación, sino justamente en la medida en que estos se cumplieron por
completo. ​¡El liberalismo y la modernidad ha cumplido sus fines ya!
no pueden dar más de sí, y en la misma medida en que se han
agotado sus fuerzas revolucionarias, han engullido la originalidad de
los pueblos en el espiral destructor de toda diferencia orgullosa. La
preservación de un espíritu servil y plebeyo temeroso de asumir por
fin la arrogancia soberana de un auténtico amo, nos ha sometido a la
negación de nosotros mismos; el olvido de nuestra autenticidad
promovido por las fuerzas hegemónicas de la globalización y el
falso carisma de los tutores bien pensantes.

39
¡Que el indígena, que el negro, que el mulato, el blanco y el mestizo!
ella es nuestra originalidad, nuestro devenir, nuestra autenticidad por
la cual nos prolongamos en el tiempo, las herencias y los
continentes; pero que al tiempo, conforma nuestro propio comienzo,
la fisonomía de una “raza” criolla, hispanoamericana: crisol y
formación de un nuevo mundo. Los caracteres y las variedades de
esta “raza” no pueden ser negados por la esclerosis convulsa de las
potencias en conflicto. ¡África, América, Europa! ¡Todos afirmados
y nada negado para nuestra alma! Todos nuestros ancestros,
provenientes de otros continentes, huyendo de alguna forma, para
encontrarse brutalmente en el espacio inmenso de un continente
agreste y salvaje, pero hospitalario para quienes ya anhelaban la
construcción de su propio hogar, un nuevo amanecer.

La colombianidad es un estilo multiforme de ser y habitar la


existencia. Es cierto, bastante convulsa, atareada, destajada por el
remolino de batallas que se han insertado maliciosamente entre los
lazos de nuestra fraternidad nacional. Nuestro ser identitario se
iluminará, no ya por la abstracción de nociones conceptuales o por la
arbitrariedad de los buitres políticos que de él quieren hacer un haz
de rédito económico o geopolítico, sino por la observación tranquila
de nuestros hábitos cotidianos y la conciencia de las raíces que de
ellas surgen: la forma en que encaramos la vida. Nuestro amor,
nuestra alegría y sentido de la esperanza y el coraje, ya es signo de
un espíritu que sin pronunciar palabra, se sabe a sí mismo por la
conciencia clara que preside a todos los hombres que aman a su
pueblo, descubriendo ya revelado su propio sentido y origen. El que
sabe amar a su compatriota descubre en su diferencia el sentido de
su propia mismidad. Todo aquel que sienta la historia de Colombia y
los colombianos como su vida propia, sabrá que el terruño siempre

40
acompaña con nostalgia a todo compatriota doliente en algún rincón
del mundo. Entendida así, sentida así, la colombianidad es
sentimiento profundo de una identidad arraigada, nostálgica,
patriota; pero al tiempo, desinstalada, libre para comenzar de nuevo
en cualquier lugar del mundo.

LA ARQUITECTURA DEL ESTADO Y EL SUJETO


TRADICIONAL- REVOLUCIONARIO

El grado de unidad o fragmentación; de antagonismo, violencia y


conflicto; de orden, paz, anarquía o violencia en una nación, es
producto de la idea política escogida para orientar, cual polo
magnético, las distintas fuerzas que la componen en su integridad
total. Lo político es la manifestación de los intereses propios de cada
unidad social, la violencia inherente al hombre que lo impulsa al
conflicto. La política por su parte, es la vocación para resolver de
manera más o menos violenta el grado de conflictividad suscitada en
el corazón de un pueblo. Siguiendo este razonamiento, la máxima
idea de lo político y dentro de la cual se realiza la política misma es

41
la concepción del Estado, cualquiera que de ella se tenga, no importa
su morfología estructural -que sin duda varía de pueblo a pueblo, de
época en época-, sino la función política máxima, es decir, la
regencia sobre toda la comunidad y por la cual se configura una
arquitectura distinguida del Estado. Lo político es además función,
representación y símbolo a través del cual se manifiesta una idea
más allá de la política -una metapolítica- referida a las concepciones
que se tiene del mundo, la historia y el hombre, y que definen al
tiempo la teoría y la práctica de la libertad y la autoridad política: los
grados de poder ejercidos entre los hombres y dentro de cada uno de
ellos. Preguntemos, de nuevo ¿Cuáles han sido las ideas políticas
que han regido la vida social de la nación? ¿Cuáles sus
representaciones del hombre? ¿Qué idea y práctica de la libertad han
expresado, permitido? ¿En qué relación se ha encontrado lo político
y la política en Colombia con un ideal de hombre y sociedad, y con
su expresión lógica en los distintos conflictos históricos de la
nación?

II

Aquella idea y forma estatal que antes de la revolución dominaba


vastos territorios continentales para la gloria de la península ibérica
y las casas de los Austrias y los Borbones era la monarquía,
gobierno de un hombre, en cuyo fundamento teológico -luego
racionalista- se sustentaba el organismo social, dividido en
funciones, honores y castas jerárquicas diferenciadas. La figura del
rey como emisario divino tendía a la suprapoliticidad como
fundamento del orden en tanto que se situaba por encima de la
política, de los conflictos e intereses particulares de los estamentos

42
para imponer un juicio, un orden, una ley, y un gobierno absoluto
sobre todos; el equilibrio necesario que garantizaba en aquel tiempo
el sometimiento de todo el organismo social al designio unánime y
superior del monarca. En torno al cetro monárquico -fuerza
centrípeta y vertical- se agrupaban todos los fueros societales, todos
los derechos y poderes desde las propias bases orgánicas instaladas
en los confines del planeta. En el mundo tradicional, toda la
podredumbre de los mundos inferiores que vive en los hombres
míseros y corruptos estaba mortalmente repelida por la soberanía
divina que sólo legitimaba al monarca el sagrado derecho a
gobernar, y por ende al orden estamental como un todo rígido.

No obstante, la legitimidad de un ideal no le concede así mismo la


eficacia de todo gobierno vigoroso, y en cuanto a eficacia y
autoridad la corona española carecía de los medios óptimos para la
ejecución de su imperium. Aquella idea imperial que fundaba sobre
un nuevo mundo, no solo la prolongación de la cristiandad en tierras
desconocidas, sino una nueva gran ecúmene de pueblos diversos
unidos a la idea de una santa civilización hispánica, terminó por
derretirse junto con la fortuna que los monarcas y comerciantes
españoles usufructuaron de nuestras tierras americanas gracias a la
decrepitud de su idea monárquica y a la degradación moderna que
consumía progresivamente la unidad del imperio y sus fundamentos
metapolíticos tradicionales. La disolución del antiguo régimen fue
producto de la acogida en su propio seno de las ideas modernistas
del racionalismo ilustrado -absolutismo borbónico-, que determinó
en cuestión de pocos años la descomposición del régimen mismo.
Poco a poco los estratos inferiores tomaron conciencia de su ventaja

43
e insuflaron sus afanes de ascenso proclamando, al igual que en
Francia, la cabeza del rey: las colonias debían ser independientes.

III

Batida a muerte la idea y estructura imperial-monárquica del Estado


por las fuerzas de la revolución liberal, se erigieron nuevos
principios socio-políticos en la constitución del nuevo Estado-nación
colombiano. So pena de ser el liberalismo al inicio de la revolución
la idea imperante en la atmósfera ideológica que movía los cerebros
insurrectos, la fragmentación y el sectarismo no se hicieron esperar.
No nos debe extrañar que esto haya sucedido así; los principios de
gobierno, las apuestas filosóficas y la metapolítica del liberalismo,
encubría una legitimación subterfugia: Examinemos este proceso
disolvente a la luz del funcionamiento y estructura del Estado
orgánico, orden que toda cultura se da a sí misma por el vigor de su
autoconciencia y su voluntad de imperio.

Al derrumbarse la suprapoliticidad que sostenía al monarca como


soberano y árbitro unificador del resto de las estructuras sociales
dentro de un marco sociológico donde cada unidad cumplía una
función vital en el todo corporativo, las ambiciones y necesidades de
cada unidad sociológica se arrogaron el derecho igualitario de
gobernar. La función política de la soberanía monárquica es
reemplazada por el lastre de cualquier ambición económica
particular. La función holística y global que erige al Estado como el
todo social, es desangrada y resustanciada por las ambiciones de
clase y sus correspondientes discursos societales: el todo es
reemplazado por un fragmento, una inversión sociológica,

44
disolución centrífuga, proveniente del entendimiento pobre y
superfluo de las testas liberales desconocedoras de cualquier idea
orgánica-total de la sociedad ordenada en Estado. La llamada patria
boba fue la expresión de esta liberación anarquizada de impulsos y
tendencias inherentemente incompletas en su fisonomía sociológica,
pero que representaban las aspiraciones diversas de cada oligarquía,
elite o clase provincial en legitimar su propia soberanía. La
eliminación del antiguo régimen obedeció a la aspiración liberal pre
capitalista de destruir cualquier obstáculo de ascensión para las
capas burguesas-gamonalicias, y secundariamente, para las capas
campesinas y trabajadoras. Sin embargo el liberalismo tiene un
sujeto revolucionario definido: el individuo. No obstante, tal
individuo solo puede ser aquel de tipo burgués, ilustrado,
racionalista, propietario y liberal; por fuera de semejante
clasificación hombres, mujeres y niños, pobres, indígenas y
miserables de toda raza, sentenciaron su destino a pertenecer a las
lontananzas marginadas de los privilegios de la nueva
democracia.

IV

El decisivo año de 1819 en la gran victoria sobre el puente de


Boyacá contra el decadente imperio español marcó el amanecer de
una nueva patria en lo universal. Pero, para aquel entonces,
desconocimos el fatídico destino que nos esperaba cuando la
convulsión de dos grandes tendencias políticas cercenó la
posibilidad de una gran patria imperial de dimensiones
continentales. En las figuras de dos hombres se encontraba el
germen de la violencia política que definió las condiciones de la

45
nación en más de un siglo: Simón Bolívar y Francisco de Paula
Santander. El primero, el gran libertador, salvaría los pecados
inherentes a su insurrección liberal y su militancia en los proyectos
anglo-masónicos al proyectar una gran patria continental bajo la
égida de un imperio análogo al napoleónico con una estructura
estatal orgánica que superaría victoriosa la anarquía republicana,
liderada por una gloriosa casta de héroes militares y sobre la base de
una democracia cesárea y corporativa popular. Saltar el mediocre
estadio republicano liberal e implantar para los americanos la idea
de un propio imperio, he aquí la redención del libertador. Se
opondría a él la vena pura del liberalismo revolucionario, expresión
del más fanático iluminismo de la época: Santander y su rapaz élite
de leguleyos. Su visión pequeño burguesa de patria y su devoción
moralista a la ley impuso la caída de la gran Colombia -que para el
momento solo estaba unida por el puro interés militar-, legitimando
jurídicamente la ambición de las castas sectarias y el individualismo
jurídico en contra del imperium suramericano.

Sobre estas formas políticas crecieron como larvas en el cadáver de


la Gran Colombia y de sus máximos próceres, dos partidos
ignominiosos excusados en las ideas de los libertadores: El
conservador y el liberal, ambos sin embargo, facciones de un único
discurso liberal que solo encontraban disonancias en los puntos que
a tal o cual facción territorial conviniera más para sus arcas privadas.
El individualismo filosófico y económico, el utilitarismo, el
parasitismo que se sostiene sobre la plusvalía proletaria y
campesina, la libertad negativa que disuelve todo lazo comunitario,

46
una ética sin valores trascendentales sostenida por una sociología de
maleantes y charlatanes, aunado a un racismo europeísta y pequeño
burgués, conforman el corpus de las ideas políticas del liberalismo
que pronto, después de su conquista del Estado, saqueó el mismo
para sus fines de lucro y abjuró de la patria para someterla a la
subordinación de las potencias internacionales.

El modernismo revolucionario en economía que el liberalismo ha


querido aplicar en Colombia desde el siglo XIX siempre ha
implicado la traición a los productores y propietarios nacionales en
beneficio de algunos acaparadores de tierra y capital, y cuya
ambición por articular la economía nacional a la internacional ha
sometido al país inmediatamente después de la independencia, al
servilismo de la deuda y a la periferia de las relaciones económicas,
al ser un agente económico prescindible. Sus notables avances en
libertad de propiedad y ascenso económico para cualquier individuo
sin las limitaciones absurdas de la jerarquización socio racial, se ven
opacadas con la acumulación desventajosa de la riqueza y la mirada
despectiva a la justicia social y la caridad. El empañamiento
acontece total cuando los tipos humanos lamentables ascienden en la
escala de las masas humanas sin mérito del honor y el espíritu; muy
por el contrario, mancillar tales ideales garantiza el ascenso para el
hombre del éxito moderno.

Por su parte el conservador como partido, ha representado cierto


freno moderador en las tendencias más destructoras del liberalismo,
no por cuanto haya refutado los falsos principios sobre los que se
funda el liberalismo, sino por ver sus propios intereses amenazados
en la pira de la revolución. La identidad hispánico-católica, la
educación moral y una vaga noción de la autoridad del Estado no

47
privaron al conservador de aliarse con el liberal en los terrenos
económicos que promovieron el librecambismo -nueva forma de
colonialismo-, contra el artesanado como clase trabajadora que
aspiraba a la defensa de lo nacional. Ambos partidos, dominados por
una serie de castas y elites regionales que imponían un discurso
ficticio en aras del sacrificio popular para levantar las tiránicas
ambiciones de politicastros y caudillos como “intereses nacionales”,
utilizaron la mascarada demagógica para alentar las inacabables
guerras del siglo XIX. La limitación de miras de ambos partidos
motivó el cercenamiento de la nación en tanto que buscaban la
conservación de su poder, creando así ficticios estados regionales
donde primara con libertad sus propios intereses gamonales.

VI

¡MALDITOS SEAN LOS PARTIDOS! sangre colombiana fue


vertida en los campos del olvido bajo los blasones de casas
oligárquicas antinacionales. Por décadas, el hombre colombiano se
batió violentamente contra su hermano, sumido en el fanatismo de
dos banderas políticas cuyo afán modernista desconocía al mismo
tiempo el significado de la palabra patria. El pecado del partido no
radica en su esquema programático, el enfrentamiento que supone la
diversidad política, más bien, el gran error por el que los
colombianos fuimos inmolados, radica en la precaria idea de nación
que el partido emula cuando pretende la conquista del Estado. El
partido sólo debe su existencia al mecanismo parlamentario donde
solo puede tener moción de voto y opinión. A lo sumo, los partidos
deben ser instancias educativas que reúnan propuestas abocadas
simplemente a la orientación de quien ejecuta realmente el destino

48
del Estado y deben por lo mismo estar sometidos a la suprema
dirección del mismo. El Estado, según nuestro modo de entender la
política, para ser síntesis ética y supremacía de la ley, no debe estar
sometido al monopolio de alguna clase o clases en particular y por
ende de algún partido. Acá el sentido de la clase universal hegeliana
debe ser recuperado, sin embargo, superando el fenómeno
burocrático y reivindicando el sentido de la aristocracia de espíritu,
una clase con la suprema responsabilidad de liderar y velar con
justicia por encima de la política.

El verdadero origen del partido es la red clientelar, el mercado de las


extorsiones morales y los intereses de castas, cuya operación
logística se encubre bajo el color de una bandera. El núcleo del
partido: tal o cual señor de la tierra, tal o cual señor de la guerra y
sus intereses mercantiles, para el cual la militancia es su capital
político y el Estado el arma de ascensión, legitimación y
consolidación de su riqueza mal habida. Aun en la conformación
transclásea del partido en Colombia, el principal error del proyecto
republicano sostenido por la partidocracia es el reemplazo de la
estructura orgánica y total del Estado por los intereses de la clase
dominante -sea cual sea- representados en los partidos; nefastos
sujetos políticos que al conquistar el poder estatal reemplazan al
mismo por la burocracia del partido, o explicado de forma más clara,
por la red de clientes y beneficiarios de la estructura comercial y
mercantil de la cual el discurso de partido es solo una mascarada:
una auténtica mafiocracia, el Estado burgués tan vilipendiado por la
vieja retórica marxista.

49
VII

La división izquierda y derecha por tanto tiempo sostenida y


representada en los partidos liberal y conservador fue alimentaba
simplemente por la discusión con respecto a ciertas estructuras,
instituciones y categorías devenidas en el desarrollo de la
modernidad. Reformismo, progresismo, conservadurismo, reacción
o revolución, pautan los niveles de aceleramiento y velocidad en el
desarrollo modernista. El primer momento de esta oposición fue
protagonizada por la discusión entre revolucionarios liberales
sedientos de una total transformación de las estructuras sociales y la
herencia colonial (izquierda), y aquellos otros guerreros no menos
revolucionarios que conocían bien el valor de las tradiciones y la
herencia hispánica así como de la futilidad de la república,
vislumbrando la auténtica posibilidad de independencia en la forma
de una monarquía constitucional y un Estado continental (derecha).
Al igual que en Francia, el origen de la división se asentaba en el
conflicto república-monarquía. Sorprendentemente y en contra de
los resentidos de la independencia, fue el mismísimo Bolívar la
cabeza de este sueño de gloria perenne para la nación. Los partidos
se encargaron de dibujar a Bolívar según el interés de su propio
patio ideológico; así el libertador republicano se torna en el
prohombre de la revolución latinoamericana, así el vil asesino peón
del imperio inglés como el nuevo emperador americano, rigiendo
múltiples naciones con espada napoleónica. La historia colombiana
se ha encargado de aplastar al verdadero Bolívar y con ello la clave
misma de la auténtica independencia. La presea de esta victoria fue
entregada al pirata angloamericano por la felonía de los partidos
oligárquicos.

50
El segundo momento de esta nefasta oposición comprende el debate
sobre la institución religiosa y su valor en la educación colombiana.
Los “ignorantistas” conservadores fueron vilipendiados por los
progresistas liberales partidarios de la educación laica-racionalista y
si era posible por la expulsión del espíritu católico del seno de la
nación y los corazones patrios. El conflicto de una dialéctica
histórica, la tensión ensordecedora entre tradición y modernidad, ​no
tuvo mejor escenario que la carne y los huesos de los colombianos,
pues los hombres son las primeras víctimas de sus propias ideas, el
sustentáculo mortal de mensajes centenarios. La visión del hombre
de progreso, civilizado, urbano y libre pensador, contra la piadosa
familia henchida de virtudes trascendentales y ligada a los símbolos
de lo sagrado. Al día de hoy, la síntesis no nos es permitida, el único
consenso que conocemos es la mediación de la espada y el fuego
que ciega la existencia. Posturas conciliadoras existieron en las
figuras de renombre de ambos partidos, sin embargo, fueron
excepciones calladas por la intransigencia misma de conflicto
histórico. La modernidad bate y revuelve a hermanos de patria bajo
los designios de una imagen del mundo ajena a nuestra tierra.
¡Sentimientos e imágenes del mundo confrontados! Este es el
verdadero origen del conflicto, la decadencia de la cultura
occidental.

El tercer momento inmediatamente anterior a la etapa posliberal de


la nación estuvo dominado por la cuestión social, el gran reclamo de
justicia y equidad en las voces de obreros y campesinos en lucha
contra la despiadada glotonería de fisiócratas, oligarcas,
politicastros, banqueros y traidores de tipo nacional e internacional.
El comunismo y fascismo allende sus fenómenos derivados,
reclamaron de parte y parte el honor de realizar la magna obra tan

51
esperada de la prosperidad y la riqueza nacional. No obstante, los
vericuetos de la guerra mundial sentaron a ambos jugadores en los
polos opuestos de la confrontación, y quiéranlo o no los afamados
marxistas, ambos salieron igualmente destruidos por el capitalismo y
la imagen liberal del mundo. La opresión partidocrática absorbió las
fuerzas creativas de las esperanzas revolucionarias. Así Gaitán y el
socialismo de todo rubro, tuvo que instalarse en el odioso partido
liberal solo para poder sostener su bandera de lucha. Así Gilberto
Alzate Avendaño y los jóvenes Leopardos fueron traicionados por el
partido conservador, tan temeroso de perder sus privilegios de casta
y afanoso de defender los principios de 1789. ¡Conservadores! solo
son liberales, noctámbulos por sus vicios, mediocres en sus métodos,
cómplices en la rapiña.

VIII

La tensión entre izquierda y derecha quiso ser resuelta por en la


hipócrita fórmula del Frente Nacional, pérfida reunión de los
intereses oligárquicos en contra de toda tercera fuerza cansada de la
burla partidocrática y ansiosa de pensamiento nacional. El pueblo
así mismo y como siempre lo ha sido, quedaba al margen de la
representación de su identidad, necesidades e intereses; su poder
soberano ha sido secuestrado desde la concepción de la república
por la corruptela de las sectas políticas capitaneadas por dinásticos
demagogos y mercenarios del comercio moral. La tensión
maniqueísta entre izquierda y derecha ha ocultado con astucia
conspirativa la creación de vías sintéticas basadas en el auténtico

52
poder del pueblo que debe ser siempre fundado en el primado de la
potencia y la unidad nacional.

¿Ha existido en Colombia el encomiable intento de unificar a la


nación en torno a un proyecto de reconciliación, grandeza,
autoridad, riqueza y orden nacional? ¿Qué ha pasado con las síntesis
nacionalistas? ¿Cuál ha sido el destino de los partidos nacionalistas
que comprendían a la nación como un todo y que reservaba al
colombiano el proyecto de un destino compartido en lo universal? El
proyecto nacionalista de la regeneración comandado por Caro y
Núñez pecó fatalmente de una intransigencia de vena conservadora
que impuso el discurso de un partido, en vez del diálogo
conciliatorio y la comprensión integral de la patria como factor de
unidad. La victoria sobre el liberalismo y el establecimiento de la
hegemonía conservadora no le granjeó a la regeneración el honor de
una victoria fecunda en progreso y libertad nacional. Por el
contrario, la demencia de los combatientes primero y la felonía de
los prohombres conservadores después, determinaron la vergüenza
de una nueva subordinación nacional en el siglo XX.

El nacionalismo Leopardo por su parte, retornaba a las fuerzas


seminales de la patria y las proyectaba al futuro como fundamento
de un nuevo pacto moral de los colombianos. Aquellos jóvenes y
gallardos políticos que no se contentaron con el partido y el
liderazgo de execrables figuras como Laureano Gómez,
emprendieron la bella lucha de conquistar para país la
insubordinación frente al tentáculo anglosajón y el retorno a la
grandeza de occidente. La humildad de su empresa y la
incomprensión por parte de la tiranía partidocrática, frustraron sus
anhelos de potencia nacional. Los errores también se hallaban en

53
cierta estrechez de su inteligencia política, cernida a los designios de
la iglesia, el partido y el eurocentrismo citadino del burgués. Tal vez
fue Gilberto Alzate quien emprendió una egregia cruzada intelectual
por pensar el país y elaborar una propuesta nacionalista
auténticamente colombiana como un proyecto de potencia único y
exclusivo salido de las entrañas mismas de la colombianidad. Alzate
marcaría diferencia con sus padrinos leopardos en tanto que
brillantemente defendía la lucha honorable de la justicia social para
los pobres y rezagados, aunado al retorno de los principios de
jerarquía, orden y grandeza.

Por su parte, Jorge Eliécer Gaitán, el más entrañable caudillo de la


patria social, puso como grito de batalla su denuncia contra las
oligarquías rapaces. Su tendencia un poco más socialista le inclinó
más aun por la lucha social. Su nacionalismo integrador e
izquierdista, abrazaba a los enfermos, oprimidos y condenados a la
pobreza; a todos ellos les devolvió la esperanza de una patria justa
en los cauces de una nación colombiana y solo para colombianos en
contra de la dominación norteamericana. En Gaitán se encuentra la
savia perenne de un nacionalismo de base, pensado desde los pobres
y para los pobres, sin temor alguno de transformar la lucha de las
clases oprimidas en lucha de naciones proletarias: la nación como
escudo y arma contra opresión internacional. Sus gritos de guerra
suspiraban por la patria, el honor y el pan de nuevo para los
auténticos colombianos. Su nacionalismo fue arenga y ariete de los
más altos ideales morales de justicia y revolución. El eco maldito de
su magnicidio extendido hasta el día de hoy en las más deplorables
consecuencias de una nación conflagrada en la violencia, no podía
ser menos estruendoso.

54
Desde el caos de la violencia desatada por todo el país después de
los lamentables hechos del 9 de abril de 1948 surgió de manera
sorpresiva pero no menos orgánica una propuesta nacionalista que
encauzaba los históricos intentos de una nación unida
definitivamente. El general Gustavo Rojas Pinilla, que por la
contingencia del panorama bélico de la patria fue llamado a
capitanear el Estado por las elites nacionales, pretendió superar las
garras que le manipulaban y con plena conciencia patriótica
proyectó una gran síntesis nacionalista con lo mejor del espíritu de
Gaitán, Alzate, Bolívar y Cristo. En el marco de una guerra fría que
ya se empezaba a gestar, la tensión entre izquierda y derecha ya no
era entre los partidos tradicionales, sino entre las oligarquías unidas
y el terrorismo comunista. Los altos ideales de justicia social,
unidad, orden y potencia de nación por fin tendrían la oportunidad
de configurar un nuevo orden nacionalista para Colombia. Pero de
nuevo, la corrupta traición de las elites destruyeron la tensión
nacionalista y derribaron al general de su mando cuando este
amenazó con el despertar de la conciencia nacional. Años más tarde
el viejo general lideraba la unión más diversa pero sin embargo
nacional y popular contra el cipayismo de la oligarquía local. El
final de ya todos conocido sepultaría el último intento nacionalista
de conquistar la grandeza y la paz colombiana.

IX

¿Que nos preparó el final del siglo XX y que nos depara el siglo
XXI? El neoliberalismo, la forma más predatoria del liberalismo y
de su imperialismo tecnocrático y estadounidense, se impuso de la
forma más descarada sobre la periférica Colombia: nuestras

55
relaciones dependientes con la potencia del norte nos sentaron el
más patético servilismo. En materia económica, cultural, religiosa y
educativa, el país cayó en las guerras del internacionalismo
mundialista y el proyecto unipolar de globalización. Desde arriba las
potencias del mundo han apretado a través de las elites traidoras las
cadenas de la subordinación. Y desde el interior, el comunismo y el
narcotráfico destrozaron los últimos relictos de dignidad humana. La
discusión entre izquierda y derecha después del frente nacional y
obedeciendo al triunfo internacional del liberalismo, se sumió en la
obsolescencia, pues los designios del mercado hicieron innecesario
cualquier esquema programático o cualquier cosmovisión política: la
política como simple competencia de negocios. De allí que la
corrupción se haya naturalizado como forma de gobierno, de allí que
la democracia haya caído en el último escalón evolutivo del
pensamiento político degenerando en oclocracia, demagogia y
politiquería.

Paramilitarismo, narcotráfico, corrupción, traición, degeneración


moral, terrorismo comunista, desorden, inestabilidad política,
miseria social, pobreza económica, debilidad militar, destrucción de
las tradiciones de la nación, subordinación al imperialismo
globalista, ineptitud intelectual...La división entre izquierda y
derecha es ya obsoleta. Ni el progresismo, liberalismo, comunismo,
socialismo o fascismo nos dicen nada ya. Por el contrario, nos
sumen aún más en la desesperación y la impotencia, sus principios
no nos permiten comprender el origen de nuestra desgracia nacional,
y menos aún, dotarnos de las armas necesarias para combatir la
multiplicidad de nuestros conflictos. El neoliberalismo nos ha
sometido económicamente, el progresismo espiritualmente. El
comunismo solo puede ser reaccionario -reactivo- y no tiene más

56
armas que el desorden y la anarquía. El fascismo es una quimera ya
olvidaba incluso por sus mismos comulgantes. L ​ os tentáculos del
orden mundial ya se han adherido con fuerza a las riquezas de
nuestra patria y han planteado su bandera colonial. El pueblo por su
parte, impotente y estupefacto, no comprende siquiera la historicidad
de los males que le aquejan ni el origen de las garras que le sofocan.
Carece de conciencia nacional, de orgullo nacional, de voluntad de
nación y libertad.

La necesidad histórica impulsa en nuestros cerebros la creación del


nuevo orden nacional bajo la égida de una idea de Estado cuyos
cimientos morales inviolables sean el imperio de la ley, la unidad
nacional y la soberanía. Sobre esto concluimos que el viejo orden de
los partidos y las repúblicas, de los pequeños caudillos y las
elecciones, representan una etapa histórica cuyo desorden no es
admisible ya en la nueva arquitectura del Estado. Abandonemos ya y
de una vez por todas la vieja idea de república, y en ella, todos sus
fenómenos conexos, subterfugios, profundos y capilares.
Agradezcamos al liberalismo lo que por él se pudo crear de
grandioso y de ligero para el surgimiento de una tierra de hombres
libres y determinados. Sin embargo, la obra del liberalismo ya ha
completado su ciclo. Su capacidad creadora se ha agotado, no puede
dar más de sí. Escapemos entonces, hombres colombianos, y no
permitamos que en su caída a la tumba el liberalismo nos lleve a
nosotros también, cegando nuestros eléctricos sueños de grandeza y
libertad.

57
Debemos aceptar con tono arrogante sin embargo, que la época de la
república nos lega principios de orden invaluable. Sobre sus frutos
más bienhechores deberemos trabajar duramente. Por otro lado, no
dejaremos que los detritos de este cadáver contaminen el amanecer
de nuestro nuevo pacto. El liberalismo, su idea de individuo y
libertad no podrán tener lugar en el nuevo Estado. La grandiosidad
del fenómeno humano no debe ser reducido a las nociones de
individuo, ni por el sustentar un pacto hacia el suicidio del hombre y
su pueblo por las veleidades del individualismo en política,
economía, educación o moral. El hombre no es el individuo, el
Estado no es el individuo, su libertad negativa destructora de todo
orden comunitario deberá ser reemplazada por la libertad positiva
del hombre vigorizado en la disciplina del espíritu para combatir con
y por su comunidad de hermanos y compatriotas. Ni el comunismo
ni el fascismo podrán iluminar nuestro sendero hacia el nuevo
amanecer nacional. El marxismo, destructor más que obrero, ha
ultrajado la carne de los colombianos con brutal violencia, por lo
cual, toda argumentación en su contra está ya descaradamente de
sobra. Su antropología clasista y su materialismo nihilista conducen
a la tiranía de las facciones más innobles y volátiles sobre el
conjunto de la nación. No hallamos en la clase, en el materialismo o
el igualitarismo marxista las bases concretas de un Estado orgánico
ni del hombre nuevo, dueño de sí y para sí. El hombre no es la clase,
la patria no es la clase. El Estado orgánico y comunitario supera e
integra en armonía toda facción al plano de la acción conjunta para
la conquista de la autonomía nacional. En el fascismo por otro lado,
no hayamos espacio suficiente para hacer surgir la multiplicidad de
nuestro espíritu fecundo, altanero, multicolor y libertario. El
totalitarismo sofoca nuestra idea de libertad pues el Estado no es el

58
hombre, sus posibilidades espirituales se consagran más allá de la
impostación de las maquinarias burocráticas.

Pareciera que la misma idea de república “subsiste” sobre la base de


la fragmentación y la creación de facciones cada vez más atómicas a
la par que inocuas. Los partidos, las categorías tan risibles de
izquierda o derecha, no son más que denominaciones harto vagas
para conjurar lo que provisionalmente se encuentra parcializado. La
nación no es ni un partido u el otro, no es la división de partidos o
incluso su conjunción; es primero que todo una unidad de origen y
de destino en común, sintetizado en un orden superior y situado por
encima de las secciones en el punto en que ellas solo quedan
subordinadas y cuya existencia tiene por condición el servicio. El
partido no es el pueblo, el partido no es el Estado, la nación no
puede subsistir sobre la base de la pugna periódica entre los
oportunismos del momento. Todo el fracaso de la nación ha
radicado este nefasto error.

XI

Nos debemos mover entonces, a superar las dicotomías nefastas de


izquierda, derecha, tradición y revolución, del comunismo y el
capitalismo, del pequeñismo de estructuras viles como los partidos y
de las sucias ficciones de los sufragios ya prefijados. La izquierda
nos ha matado, la derecha nos ha vendido, los partidos nos han
fragmentado, las potencias nos han subordinado y la grandeza de un
Estado fuerte se ha diluido gravemente por la perfidia de los
intereses globalistas: perdemos nuestra nación. Es por ello que
nuestra batalla está más que justificada ¿No es acaso el

59
nacionalismo, la unión nacional de las voluntades patrióticas más
allá de las divisiones fratricidas, el más necesario de los remedios
para salvar nuestro destino como colectividad?

¿No es hora ya de un nacionalismo auténticamente colombiano, al


tiempo revolucionario y patriótico, heroico y social? Aquel
nacionalismo que como escudero defiende la identidad, las
tradiciones, la humanidad y terruño de los patriotas. Aquel
nacionalismo revolucionario que se enfrente al opresor y exhorta a
todo género de hombre a dar la vida por la libertad de la nación.
Aquel nacionalismo donde la revolución se convierte en el arma que
vierte las almas al retorno de su ser auténtico, los orígenes de su
tradición, su constitución moral. Que libera al hombre para vivir
auténticamente en su hogar ancestral, para desarrollar su forma
singular de existencia en lo universal. Un nacionalismo que le
devuelva al hombre colombiano la dignidad de su humanidad que
tan solo podrá ser realizada en una patria ¡GRANDE, JUSTA Y
LIBRE!

60
EXHORTAMOS AL HEROÍSMO BICENTENARIO

¡LA NACIÓN ES UN TODO, NADA POR ENCIMA DE


ELLA, NADA CONTRA ELLA Y TODOS POR ELLA!

Daremos vida al nacionalismo integral como gran marco de unidad


política que ordenará el horizonte del deber de cada uno de los
hombres y mujeres colombianos sin distinción de clase, raza, sexo,
partido o etnia. El nacionalismo integral, concibiendo a la nación
como un todo un orgánico, deberá superar los intereses partidistas y
los discursos faccionalistas, elevando la soberanía política y
económica popular, la justicia social, la identidad nacional, la
integridad ecológica, la defensa territorial y el bienestar de los
nacionales por encima de toda injerencia extranjera o felonía interna.
Un nuevo pacto sobre lo fundamental debe ser concretado, sus

61
principios fundamentales no deberán ser negados o negociados por
ningún ciudadano, grupo o facción. Este pacto invoca a la patria
como valor inalienable; la soberanía militar, económica, territorial y
cultural de la nación por encima de toda fuerza extranjera; la
integridad ecológica del territorio y el trabajo comunitario como
fuerza para la unidad; la defensa de los valores éticos de la patria y
la lucha por condiciones de vida digna para todo ciudadano.
ESFUERZO COLECTIVO POR LA GRANDEZA DE LA
NACIÓN.

¡CONTRA EL ESTADO LIBERAL Y LA ANARQUÍA


MORAL, POR UN ESTADO ÉTICO DE VALORES
SUPERIORES EN COMUNIÓN DE DESTINO!

El Estado Social de Derecho se ha revelado falaz en su corta pero


insípida trayectoria vital, por lo pronto ya vemos en él signos de
descomposición. Los colombianos nos hemos hartado de un modelo
hecho solo y exclusivamente para realizar la absorción de la nación
en los obstáculos del globalismo totalitario. El relativismo y el
individualismo moral han fragmentado la unidad cívica y cultural de
la nación. El terrorismo, el crimen y la corrupción han visto en esta
fatua carta las condiciones idóneas para la perpetuación de sus
execrables fechorías. No puede nada la patria y el Estado cuando
toda unidad social aspira con fuerza disolvente a desenvolver sus
egoístas objetivos para su beneficio propio. Es necesaria una
revolución constitucional​. ​Llamamos a la creación del Estado Ético
de Derecho que integrando lo mejor del derecho social asciende a la
culminación de la eticidad nacional y promueve la defensa de los
valores espirituales de la patria. El Estado ético repudia la existencia

62
de la criminalidad y la idea misma del crimen en el seno de la patria,
promoviendo implacable las máximas penas para los corruptos,
violadores, asesinos y terroristas. Solo se podrá pertenecer a la
nación y al goce total de sus derechos ciudadanos quienes trabajen
devotamente por el bien de la comunidad nacional. ¡Afuera los
parásitos! la nación es una comunidad de honor.

¡NO MÁS COSMOPOLITISMO NI MÁS FACCIONALISMO,


LA COLOMBIANIDAD ES NUESTRA RAZÓN DE
ORGULLO Y LA PLATAFORMA DE TODA FORMA DE
SER PATRIOTA!

La colombianidad es nuestra forma particular y única de existir y


habitar el mundo. Toda ella sintetiza nuestra historia. Nuestro
proyecto es identitario, nuestra identidad, la plataforma cultural por
la cual nos afirmamos únicos en el universal de los pueblos. La
historia de nuestros ancestros, los dilemas de nuestros más violentos
conflictos, las festivas alegrías de la común convivencia, los
caracteres de nuestras razas, todo en la colombianidad es afirmación
de nuestro pueblo y motivación que nos bate violentos contra todo
enemigo de nuestra existencia y nuestras tradiciones históricas.

63
¡MUERTE FINAL AL NEOLIBERALISMO Y A TODA
FORMA DE TRAICIÓN CONTRA NUESTROS
TRABAJADORES NACIONALES, NECESITAMOS
NACIONALISMO ECONÓMICO YA!

El músculo económico colombiano debe ser ejecutado por el pueblo


y para el pueblo. Basta de oligarquías explotadoras, nacionales e
internacionales. El campo, la industria, el Estado y la empresa son
riquezas exclusivas para los colombianos. ¡LA TIERRA PARA LOS
COLOMBIANOS! El nacionalismo colombiano es proteccionista y
fomenta la industria nacional y todo factor económico que promueva
el acceso a la propiedad, la riqueza y las ventajas competitivas a
nivel internacional. Proponemos el corporativismo como integración
y solidaridad de los productores en cooperativas, sindicatos,
confederaciones, y gremios. Demandamos la unión entre la ciencia y
los productores nacionales como manera de evolución económica a
una nación industrial de primer orden. Desarrollaremos el
organicismo estructural como configuración ordenada y funcional de
la economía en grandes sectores sindicales con capacidades
organizativas, representativas y populares articuladas e impulsadas
por el Estado y con funciones de redistribución de la riqueza
producida en miras de la justicia social. ¡POR LA PRODUCCIÓN
NACIONAL CONTRA LA IMPORTACIÓN LIBERAL!

64
¡LA DEMOCRACIA NOS HA FALLADO, ELLA ERA POR
ENTERO LA TIRANÍA DE LOS CORRUPTOS Y LOS
INEPTOS, NECESITAMOS EL GOBIERNO DE LOS
MEJORES!

Construiremos la sofocracia como principio de gobierno más allá de


la democracia de masas y la tecnocracia racionalista. La sofocracia
es el gobierno de los sabios y los más aptos, los mejores. La historia
de la “democracia” colombiana es la historia de las elites
oligárquicas, los terratenientes y las redes clientelistas en el poder
materializada en la partidocracia. Es momento de establecer altas
cortes de los sabios y los héroes, cuya función de inspección y
selección depure a los peores del honorable servicio del liderazgo
político. La representación y delegación popular del poder debe
tener como criterio la idoneidad, la superioridad y el mérito; los
individuos a los que se les es encomendado servir a la comunidad
deben ser los mejores elementos éticos e intelectuales. Ya basta de
pequeños hombres manejando el destino de las grandes empresas
históricas.

65
¡ACABAREMOS CON LA EDUCACIÓN COLONIZADORA
DE LOS TENTÁCULOS SUPRANACIONALES,
RECREAREMOS LA VERDADERA EDUCACIÓN POR Y
PARA LAS NECESIDADES COLOMBIANAS! ​

La educación colombiana debe liberarse de cualquier


condicionamiento tecnocrático e internacionalista. Debemos
recuperar una educación nacional pensada por y para el panorama
colombiano, según sus necesidades más acuciantes. El nacionalismo
aspira a la potencia educativa basada en recursos de calidad,
modelos pedagógicos para el crecimiento espiritual, moral e
intelectual y la formación científica de primer orden para los
colombianos. La formación de la ética y la conciencia nacional debe
ser canon obligatorio e innegociable en toda institución educativa
que habite el territorio nacional. Retornaremos a los auténticos
valores morales: la dignidad de la vida, la excelencia, el crecimiento
humano y la disciplina patriótica.

LA CORRUPCIÓN MORAL HA CARCOMIDO NUESTRO


SENTIDO DEL ORDEN Y EL DEBER, LA ANARQUÍA
LIBERAL Y MATERIALISTA DEBE SER LIQUIDADA.
¡NOS MOVEMOS HACIA UNA NUEVA ÉPOCA DE
ESPIRITUALISMO Y HUMANISMO HEROICO!

El nihilismo, el individualismo, la drogadicción y el materialismo


han debilitado las fuerzas del hombre colombiano y le han entregado
a un frenesí de consumismo, de violencia brutal y sin sentido
existencial. Colombia deberá ser una gran comunidad de honor toda
ella creada por una nueva educación espiritual ceñida a los altos

66
valores del heroísmo y la trascendencia. Juntos, debemos construir
un nuevo amanecer del hombre colombiano. Juntos nos
levantaremos de las ruinas de la anarquía moral y la guerra sin
sentido. El sacrificio por la comunidad y la libertad como disciplina
autoimpuesta es toda la visión de hombre y de pueblo que puede ser
moralmente válida para las altas aspiraciones de la emancipación
patriótica. Queremos al hombre henchido de valores y con voluntad
de poder para la conquista de su propia libertad. No el relativismo
sino el humanismo heroico como base de la promoción de valores
insoslayables en los cuales debe ser criado todo colombiano.
Hablamos de los principios morales del honor, el deber, la
disciplina, el sacrificio, la devoción patriótica, la solidaridad, la
dignidad, el respeto consigo mismo y a toda autoridad bien
fundada.

¡​NO MÁS TERRITORIOS SIN PAN NI LEY, POR UNA


NUEVA ERA DE ORDEN, PAZ Y JUSTICIA SOCIAL!

Por décadas el Estado colombiano, fagocitado por una partidocracia


oligárquica y apátrida ha abandonado a su suerte inmensas
proporciones territoriales sin pan ni ley. Poblaciones enteras
entregadas a la miseria de condiciones ignominiosas son sometidas
al imperio de la extorsión y la delincuencia por la negligencia estulta
de un Estado que no atiende sus funciones soberanas de orden y
justicia. El Estado nacionalista, patriótico, social y revolucionario
impone el imperio de la ley en todo el territorio sin exclusión de
milla cuadrada alguna. Su máximo valor sillar deberá ser la justicia

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en el más pleno sentido de la palabra; implacable y eficaz tanto en el
plano de la seguridad y el orden como en el rubro de la justicia
social y el bienestar integral de los ciudadanos. ¡Proclamamos la
justicia de doble haz para toda la patria! el reino de la impunidad y
la injusticia deberá ser incinerado hasta las cenizas.

¡ALERTA A LA COLONIZACIÓN POR PARTE DE LAS


POTENCIAS DE ORIENTE Y OCCIDENTE, SUDAMÉRICA
LIBRE, UNIDA Y SOBERANA!

Ningún tipo de colonialismo se debe servir de los frutos y riquezas


de nuestro continente hispanoamericano. Debemos honrar el legado
de nuestros próceres libertadores y enfrentar con voluntad belicista
cualquier intención de dominación extranjera. El patriotismo
continental debe ser proclamado una vez más, ahora bajo las
banderas de la multipolaridad y la autodeterminación popular. La
hermandad entre patrias hispanas es condición innegociable para la
continuación de nuestra identidad civilizatoria. Ni israelí, ni chino,
ni ruso, ni norteamericano; hispanoamericana contra el tirano
extranjero. Toda Suramérica debe estar unida para cortar los
tentáculos de la usurocracia y la tiranía neocolonial. ¡PATRIOTAS
SURAMERICANOS, ADELANTE CONTRA LA EXPOLIACIÓN
EXTRANJERA!

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HA LLEGADO LA HORA DE NUESTRO PUEBLO, LA
REPÚBLICA BICENTENARIA ESTÁ A PUNTO DE MORIR,
Y SURGIRÁ DE SUS CENIZAS UNA NUEVA PATRIA DE
JUSTICIA, HONOR Y LIBERTAD

Colombianos, acatemos el deber que nos llama, la historia de la


patria nos exhorta a trabajar unidos por su bien. No más la república
de la ignominia, la injusticia, la división, la miseria, la explotación y
la ignorancia. La derecha y la izquierda ya no pueden decirnos nada,
el tiempo de los partidos ha terminado. El Sino de nuestra historia
marca doscientos años, ello es la necesidad de una transformación
radical de nuestro hogar. Honor a nuestra tierra y nuestros muertos,
la revolución deberá ser una vez más nacionalista. Los partidos, se
han ahogado en el miasma de su corrupción y su incompetencia.
Sobre los traidores caerá nuevamente la justicia de la patria inmortal
y juntos, erguidos en nuevo amanecer, clamaremos el siglo
colombiano. Por una Colombia fuerte, libre, unida y soberana.

¡QUE VIVA COLOMBIA!

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Hoy, dos centenarios después, los colombianos tenemos la tarea
titánica de recoger todos los pasos de nuestros héroes como de todos
aquellos que han contribuido a la construcción de la nación para que
podamos proyectar la merecida unidad de destino en lo universal.
Invocamos a la unidad nacionalista como bloque para que los
colombianos seamos dignos protagonistas de nuestro destino. La
patria nos necesita a todos y a ella debemos erigir el sacrificio de
nuestra sangre; los países suelen morir cuando sus hijos no dan la
vida con determinación en momentos de crisis. Rogamos pues al
padre de todas las cosas, señor del universo y del tiempo, como
también a las divinidades de nuestra tierra, que la maldición que une
a todos los grandes hombres y épocas a la fatalidad del “demasiado
tarde” nos otorgue un haz de tiempo y sabiduría para permitir
nuestra noble obra de resurgimiento nacional. Por mi patria, mi
lealtad es el honor, ¡viva Colombia! orgullo y gloria al destino que
todos los colombianos debemos construir.

Este manifiesto concluye el 21 de diciembre de 2019, siendo su autor Carlos


Fernando Rodríguez quien dedicó un año para culminar este nuevo renacer en
el solsticio de verano.

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