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A TRAVÉS DE LA ANTIGUA SANTAFÊ
A Tr{A.VES DE liA.
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EDITOftIAll DE CftOlilOS
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a¡8l.¡OTECt. lU': . I ~'JC' ¡ ;;fNGO
CATALOGACION
Puede imp1'iminlf'.

L. C.

BERNARDO,
..4.rzahi8pll de Bogotá.

Bogotá, septiembre 22 de 1925.


A GUISA DE PROllOGO

Los a/'tícltlo$ que componen e8fc lilwl) fueron escrito.~


por SH aulo/' pa/'It 1tIUt revi,~t(/. femenina, y carecen, co-
1110 e.~ obtio pelwulo, de alJuella oriuinalidad que sólo
puerle IiCI' pl'opir;, de las ob/'((.~ genui¡¡.tmente histó/'icas.
Quiso s'u autor que estos artículos fueran eco fideli.~i·
mo de viejas tra(l\aione.~ aantafereñasj i!Jnora., e.~()si, hlls-
ta qué punto haya snUdo airoso en .m intento, PIJ/'o en
todo caso, ha (lc adve¡'tir aquí que para escribirlos
pJ'ocuró valerse tan s610 de esas tradiciones y no de lOB
doctl1llentos e8critos, aun cuando, en algunas ocasiona, co-
mo acontece con el relato de la vidn del ma1'qués de
Slln Jo/'ge, hubo de aprovechar los sabills pesquizas de
don Raim111ldo Ricas que vinic/'on a rectificar gravísimos
I'ITO/'/'a en que !inMan incurrido los que cn lo antiguo J'e-
lataron parte de e,~tlt 'Vida.
El lib/'o tend/'lÍ MlS e/'rores seguramente, como toda
tradición m.eramente (l/'al, pero quizá llegue en cambio
II. ten e/' ese ,~af¡O/'lIicmpre grato de quien llanamente cuen-
ta l08 relatos que oyó ac nifio a los mayores. Su autor
aspiró, pue.~, a dm' aqui algunos rasgos de la fi.~onomia
peculill!: de la antigua Santafé de Bogotá, y veJ'ia con
grande gusto que otros, má, peritos en eaU/if materias,
escl'Íbiera.n algo semejante a fin de aficionar a los ciuda-
danos al estudio de la hi.~toria ta/~ poco leída y conocida
entre nOBotros.

JOSÉ ÁLEJANDRO BERMÚDEZ.


Pre8bítero.
Bogotá, septiembre 1.° de 1925.
INDICE

Pago

I - Un testigo acatarrado .... , 5


II - No hay deuda que no se pague. 15
m El castellano de San Juan . 23
IV Tal para cual 33
V Sangre de hidalgos 43
VI Las clavellinas 53
VII Lo blanco parece negro 63
vm Digitus Dei 75
IX Por la boca muere el pez 87
X Fray Martín de la Misericordia 97
XI El chambergo negro 103
XII El bobo de Coria 111
xm In lila tempore 119
XIV De frente al sol 127
XV Nadie se muere la víspera . 137
XVI Talabalí 143
XVII A Dios rogando y can el mazo
dando 155
XVIII Primavera 165
XL"'{. Bueno es culantro . 171
XX 31 cacique Salomón 179
XXI Castellano viejo .. 189
XXII Genus irritábile vat,um 199
xxm El tesoro de Buzagá .. 207
Se' acabó de imprimir este
libro en Manizales, el dia
22 de julio de 1934.
TENEMOS AGENTES

para la distribución de las obras que


editamos, en las capitales de los ca-
torce departamentos, en la Intenden-
cia del Chocó y en la mayor parte de
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Nuestras obras se venden en todas
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10 personas que lean.

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ARTURO ZAPATA
Manizales - Colombia.
En prensa para agosto:

"Charlas de
luis Donoso"
Cien charlas por un pe~on

Lector: con este libro intencionado,


picaresco, diabólico y violento,
te verás atacado
de una risa brutal, en el momento.

Pero a.quí va la fórmula precisa:


para evitar entonces que la risa
te produzca cualquier dislocamiento
mandl.bolar, -jah caso delicado!-
debes tener cuidado
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edición se agotará rápidamente.
;-..-. -.-
· •• ~LV.T4
.,

~-
-

UGlor $ 1.00
LA FISONOMíA PECULIAR DE LA ANTIGUA

SANT AFÉ
Ln antigua Oalle del ÁJ'co.
liEl fisonomÎlil peeulililtt de IEl antigua Santafé.

Tres capitanes, ha.rto conocidos en la historia, \lega.-


l'on a mediados del siglo XVI a l~stns tierras hauitadas
entonces por la l1umilde raza de los chibchas; ern. el
nno el licenciallo don Gonzalo Jiméuez de QuesadA,
teniente general de Jas tropas espaiioJ¡lll que, en el puer·
to rle S;tnta 1fLtrta, gobernaba el adelantado don Pedro
Fern(tnllez de Lugo; el otro, lo em don Sebastián (le
Bellalcáza.r, que venía del Sur, (lesdc los dominios del
Tnmt y acababa de fundar hacía mny poco la BlUY no-
ble ciudall de Popayán; el tercero, germano de nación,
habla recorri(lo, maltrecho y pobre, con sus tropAS, la
misma rnta qne siglos más tarlle llevó a Bolívar a la
~loriosa empresa de dar libertad a la América cspañoln.
Con estos tres capit:tnes venían muchos sol/lados dp.
divel'ims provincias españolas; aventureros los míts, <le·
seosos todos (le hallar, por estos cerros, El Dorado d('
que tántos elogios hadan los aborígenes. Andaban con
los sol(ladMI frailes y clérigos, cosa qne nunca faltÓ
eo las huestes españolas ele aquellos nobles tiempos.
Llegados t()d08 ellos a. la antiplaoicie, la fertilidad
- 10-

de lai3 tierras y la bondl\d del clima hicieron qne mu·


chos soldados trocaran el arcabuz por el arado, y que
sin plmear en volver l\, Il\ Península, fijaran acá por
siempre su residencia. Años más tarde, llegaron 108 go·
bernadores y los virreyes, los oidores y 108 algullciles
de corte, y vinieron de España nuevos frailes y nue-
vos clérigos, y así por todos estos medios, fue adqui-
ricnrlo de día en día Santafé de Bogotá los rasgos que
le fueron má~ peculiares, rasgos que hoy tienden, por
múltiples cansas, a desaparecer definitivamente.
y es de advertir que al mismo tiempo que loi'l va-
rones, fueron llegando aC{t muchas mujeres españolas;
los oidores y los alguaciles trajeron en veces las su-
yas; lOll gouernadores dejaron aquí rica descendencia
y aun los misUlos virreyes llegaron a morir en estas
tierras. Y es justo confesar que algunas de esas da-
mas fueron nobles y hermosas como nos lo atesti~ua
aquella de la. cual nadó doña Jerónirna de Orrego por
quien tánt.o padp-ció el enamortUlo gobernador «on Fran·
cisco de Anuncibay.
La plácida monotonía de nuestra Sabana fue dome-
ñando poco a poco el genio adusto de los ilispanos, y
los criollos-que así llamaban entonces al español na-
cido aquí-; no sintieron por muclIos años nada que en
parte alguna. turbara la tranquilidad de estll, apartada
meseta tie los Andes; muy lejos -allá por Cartagena
y Santa Marta-los piratas ingleses y franceses ha-
cian de las suyas, mas, entre tanto los antiguos cari-
bes que tan amedrentados traían a los chibchas, cuan-
do los españoles llegaron basta aquí, se fueron apar-
t;ando par.:!, siempre de las faldas de nuestras montañas.
La paz de Santafé fue, pues, en aquel entonces un
hecho indiscutible; no la. turbaba nada fuéra de las
rencillas na8eras, de los pleitos de los vecinos, de al-
guno que otro enamorado que no podía ver Il su dama,
de las envidias de los ~obernantes y acaso alguna vez,
-11-

como lo cuenta Groot, de algún escándalo de menor


cuantía en los conventos.
El viajero que, en las postrimerías de la vida colo-
nial o en los comienzos de la de la República, llegara
husta acá, veria, desde el puente de Aranda, una ciu-
dad muy española que se alargaba de norte a sur por
las faldas de los cerros; al centro podio. contemplar el
barrio de la Catedral, a la derecha el de Santa BM-
bara y al lado opuesto el de Las Nieves. Tenian es-
tos barrios sus límites naturales en dos riachuelos que
se unen a. pocos pasos de la ciudad.
La ruta polvorienta y monótona terminaba para. este
viajero en la plazuela irregular de San Victorino, sitio
entonces predilecto de los sobaner08 de Bogotá. A un
lado alcanzaba R divisar la igl~sita de los capuchinos con
su convento; más adelante, topaba. la vista con el hos-
pital de los Mínimos, y cuadras más arriba con el co-
legio, el convento y la iglesia de los paùres predica-
dores, y por último con la Oatedra.I que tenin y tiene
cerca de sí la Capilla del Sagrario, y si qnería. subír
todavia más venoria a tropezar/con el convento de los
agustinos recoletos y 10._iglesiã _de la Candelaria.
No puede negarse que fue muy grande la piedad cris-
tiana de nuestros antepasados, y es manifiesto que ella
se dio a conocer principalmente por las muchas funda-
ciones de conventos. Los agustinos tenían el suyo cer-
ca del riachuelo al cual dieron ellos nombre; los fran-
ciscanos tenían dos, a más del colegio máximo de San
Buenaventura, anexo al convento principal; más favo-
recidos que todos, los dominicanos poseian cuatro ca-
sas, si contamos entre ellas, como es razón, el Colegio
Mayor de Nuestra Señora del Rosario; los jesuit'<ls, an-
tes ùe su extinción, poseían dos casas en la ciudad. A
esta lista de C(.nventos de varones hay que añadir los
de las monjas clarisas y carmelitas, los de las de San-
-12-

ta Inés y La Concepción y en las postrimerías de la


vida colonial el de La Enseñanza.
La8 i~lesías no fueron menos numerosas en Santafé:
L'lr Catedral y la Capilla. del Sagrario, San Ignacio, San
Francisco y Santo Domingo, San Agustín y La Cande-
laria, Santa Chna, La Concepción y Santa Ines, El Car-
men y La Enseñanza; esto sin contar Ins ermitas de Be-
lén, Egipto, Las Crnces, Las Aguas, Monserrate, Gua·
dalupe, La Peña y San Victorino que estaban en aquellos
tiemp08 a las afueras de la ciudllO, y sin hacer me-
morir. de las dos iglesias parroquiales de Santa Bár-
bara y Las Nieves, ni La Recoleta de San Diego, La
Veracruz, La Tercera, El Humilladero y La Capuchi-
na que formaban otras blUtas capillas. Bástenos decir
que muehas ùe estas iglesias existen en el día de hoy,
y que n\lastra piedad no ha necesitado construir, sino
dos o tres nuevas.
Por tll,nto, para el peregrino que llegase en aquellos
dias a Santafé la ciudad debía. presclltársele a modo
de aquellos apacibles cenobios del antigno Egipto de
que con tánto deleite nos habla Casiano en sus sabro-
sas Colat1Íone,.
Al lado de es08 conventos y de estas iglesias se fue
formando paulatinamente la ciudad con unas plazas
espaciosa.a y unas callejuelas estrechas por las cnales
corrían a flor de tierra los albañales. En la Calle Real,
que era la principal, las casas aunque de tapia pisada
como todas las otras, eran en aquellos tiempos de dos
pisos, con un balcón corrido hacia la calle, pintado por
lo común lie un verde 08curo; las otras casas, en toda
la, ciudad eran de un sólo piso r parecían casi aplas-
tadas por el desmesurado techo de tejas mug-rientas
que avanzaba casi un metro hacia la calle; ventanas
bajas cubiertas <le barrotes de hierro, y un g-ran por-
tóu con uua. entratll\ al zaguán, especie de vestíbulo,
a cuyos lados había. bancos de piedra donde espera.-
-13 -

ban la limosna. los muchos pobres que había en San-


tafé.
La casa santafereña, que tántos novelistas han re-
cordado, nos trae a la memoria el tradicional San Cris-
tóbal, frente al portólJ; l~ sala principal sin cielo l'a·
BO, lOB festones y JaB flores que Ja adornan, la blan-
cura de las paredeB cubiertas ùe retabJos dorados, Jas
Billas (le baqueta o de cuero, lOB Bofás revestillos de ri-
cas tejas de seda o de humildes zarazas, las mesas do-
radas y rojas de pata de águila con JaB urnas del Na·
cimiento que a veces ocultan esculturas quiteñas, el
crucifijo antiguo tallallo en madera y la Iumaculada
Concepción, de que fueron devotísímos los salltafereños.
Dentro de la casa están las alcobas con sus lechos
cubiertos de pabellones de macana; a uno Y otro lado
los espaciosos pasillos Y eJ patio cuhierto de rOSil>-
les. AIJá en el interior, la cocina con su hornilla para
. carbón ve~etal, con las criadas de camisa d~scotada
Y de trenzas que caen graeiosamente flor la esrnlda, y
luégo, más al illtel'Íor, las huertas con los curubos, JOB
brevos y los parayosj alegran la casa. los loros con su
alg,\rabía, los turpiallls con sus cantos, las gallinas con
su lenglUtje ga.rrtlhtllor y las palomas con el eco sua
vísirno de sus arrullos.
Si ohservamos de cerca, ahora a una de esas lindas
ùa.miselas que revolotean por la caSIL repartiendo ó1'(]e-
nes, veremos que es generalmente morena, de ojos gran·
des y negros, ùe tez 8onrosllùll, debido sin duda a la
suavidH(1 dd climllj veremos que lleva un traje vistoso
de zaraza, descotado, con manga corta y que un gra-
cio:;o pañolón cruzado elegantemente 'la defiende oel
frio. Si topamos con la señora ùe casa, nos lIuU1ará la
atención el pañuelo de seda que le cubre la cabeza.
Mas si una u otra salen de casa -10 que suelen ha-
cer mr¡ts veces-llevarán mantilla azul medio ovalada
y sombrero de 1leltro negro en forma de cúpula, f:j,lda
-u-
de sedll también negra con adornos de boleros o de
encajes que apenas dejan ver la punta. del pie forrado
en zapa.tillas de raso.
Por su lado los hombres visten el sombrero de co-
pa, la levita, los anchos pantalones, la vistosa corba·
ta y sobretodo, la tradicional capa española, si no es
que piensan en salir al campo, porque entonces las
prendas preferidas del vestido serán sombrero de jipa
y bayet61~ azul con forro rojo.
Las comidas eran frecuentes en Santa.fé, aunque las
horas fneron variando de tal suerte que es difícil pre·
cisar la cosa; generalmente, sin embargo, la primera
comida se hacía a eso de las ocho; a las once se to-
maba alguna cosa; a las dOBse servía la comida prin-
cipal, It las cinco la merienda, y a eso de las diez, co-
menzaba la cena, que era abundante. La mazorca y la
yuca, la arracacha, las papas, el maíz y el arroz, con
algunas legumbres tropicales ba,cian el gasto principal;
carnes las babía de res, de cordero, de gaIlina y so-
bre todo, de cerdo; por dulce se empleaba el melao de
panela con cuajada de lecbe, y para suplir la falta del
vino, se usaba la chicha, aun entre las familias prin-
cipales, con raras y muy bonrosas excepciones.
Fiestas había en casi todas las iglesias y conventos.
El día de San Agustín, por ejemplo, iba. en procesión
Santo Domingo con sus padres predicadores a saludar
al doctor de Hipona., y se firmaban las paces si ha.bía
habido alguna. discordia por cuestiones teológicas. El
día de los patronos en ca.da. iglesia era solemnísima-
mente celebrado, y concurrían allí frailes y clérigos
con la diversidad de sus hábitos y las insignias de doc-
tor, que eran muy peregrinas y curiosa.s. El capítulo
metropolitano iba en procesión solemne a Las Nieves,
Santa Bárbara y Sa.n Victorino, cuando se celebra.-
ban en elias iglesia.s las fiestas religiosas del caso, y
los franciscanos salían a visitar en idénticas circUDs-
-15 -

tancias a los de Santo Domingo. La Semana Santa me-


rece capítulo a.parte en la. historia de Santafé por la
solemnidall excepcional de lOBactos religiosos y en es-
peCial los de la Ca.tedral; en el día de Corpus se veía
todo el clero por las calles, y en la. noche de Navidaù
y en las anteriores de la novena, había pesebre snntafe-
reUo y regocijados villancicos .
.A.buIlÙltban en Santafé los asnos que recorrían las
calles; los perroB, que fueron una verdadera plaga, y los
gallinazos, lla.mados por acÁ, chulos, que hicieron por
mucho tiempo el aseo de la ciudad. LaB chicherías era.n
numerosas y las había hasta en las calles más centm-
les, y esto, con alguna que otra gallera y la afición It
10$ toros, hacía perezoso y negli:;ente al pobre indio
que recorría las calles mal vestÍllo y peor comido.
Turbaban la paz de la ciurla{l las rencillas de los
chllpetones y lOB criollos, si se trata de los tiempos co-
loniales; las hondas discrepancias de los boli VillllOS y
santandel'istas, si se habla de los díns de la lnoepen-
deneia; las profundas divergencias de los Jlolíticos Bi
se recuerdan los primeros años de la República. Las
beatas, por su lado, creaban las discordias CHseras e
iban y venían. de continuo con chismes y conscjas que
dejaban mal parada la honra de los santafereños. A
veces los vecinos de un barrio no trataban a lOB del
otro y las familias tenían pleitos entre sí por nona.-
das.
Como la Sabana ha siùo siempre fértil, la produc-
ción de ella hastaba a Santafé; la miel venía de la l\Ie-
Sil., y raras cosas Ilt'gahan del otro ¡Hdo de los mlll't's.
El mercado era abundante y la plaza mayor, que lué-
go se llamó (~e Bolívar, servía para ('ste eft'cto. El (:0-
mereio era quieto y escaso, la políti<:a agitada y los
disturbios no raros.
Dt'spués de comida. los santafereños hacían tertulia
en algún almacén de la Calle Real o de la plaza. ma.-
2
- 16 -

for; a la tal'\le se paseaban lentamente por el altoza-


no de la. Catedral y de vez en cuando iban con sus
familias u. distraer 8US ocios al paseo de AguR. Nue-
va o a las ~ecindades del Tunjuelo.
Tristísimas eran las noches por la lobreguez de las
calles; sabrosas, en cambio, las tertulias caseras en que
gemía el tiple, al eón del bambuco. Cuando en rara.
OCllsión llegaba hasta acá una compaûía dramática, 108
santafereños iban a. tel\tro para. presenciar algún es-
peluznante drama romántico y si no esperaban el tiem-
po del Pe.ebre para ver cómo se llevaba el diablo a
1 as beatas.
La vida apacible y tranquila de Santafé permitió a.
nuestros antepasltdos el cultivar a. su gusto la litera-
tura y aun las ciencias, sobre todo detlpués de la Ile-
~ada de Mutis.
Hll.bía tertulias literarias, f en ellas nació primero
la idell de la Inllependencia americana que presintió
Nariño, hlégo nacieron Cl\si todas nue8tras constitu-
ciones políticas y como último vestigio nació también
El Mosaioo, que dio breve, pero imp61recedera gloria, l\
nuestra literatura nacional.
LOS CAMINOS DE LA ANTIGUA SANT AFÈ
lt08 eamin08 de la antigua Santafé.

Por tres caminos, barto opuest.os, llegaron a esta al-


tiplanif\ie ]os conquistadores españoles, allá por lOBalloB
de 1537. El UIlO, don Gonzalo Jiménez ne Qneaada,
subió el río Mag-dalena. hasta la destllnbocadura del Opón,
en donde buscó, aguas arriba, las primeras bueilas de
unas poblaciones in(lí~enas menos salvajes, seg-ún lo
echó de yer luégo, que las que basta ese entonces había
conocido; recorrió después las poblaciones de Vélez,
Moniquirá, SUBa, Tinjacá, Lenguazaque Y Cucunubá.
hasta divisar finalmente a SueBcR, Y con ella la saba-
na de Bogotá. El otro, don Sebastián de Benalcázar,
trajo camino trabajoso por laa llanuras del Tolima, lué·
go de babel' fundano la lJIuy noble ciu{llld de Popa.·
yán. Y el tercero, don Nicolás de Federrnann, recorrió
por los Llanos del Oasanare, una muy larga ruta que
finalmente le condujo RI Páramo de SumapRz y Il las
regiones vecinas a] sur de nuestra snbana. Fueron es-
t{)S loa tres primeros caminos que anduvieron ]os es-
pañoles por estas tierras para ver de entrar en IllS do·
minios de lOB muiscas.
- 20-

LOB que Vlllleron en pos ùe los conquistadores, opta-


ron en un prillcillio por la vía del Opón, y luégo por
las del Cllrare y el Gulttaquí basta que en 1549 Her-
nanùo de Alcocer y Alonso de Olaya Herrera traza-
J'on el camino de herradura que de Honda viene a Fa·
catativá. Estos dos españoles, poco conocidos del vul-
go, debieran serIo, y mucho. porque idearon la apeI'·
t.nra de esta senda tan conocicla de los antepasados;
porque fueron los primeros en pOiler III servicio de los
viajeros y del comercio, J'ecuns de mulas que de con-
tinuo transitasen por esta rnta; porque intentaron
traer a la sabana vehfculos que hicieran menos dura.
la última jornada del camino, y porque lograron fundar
allá en el Magdalena. una especie, aunque hien rudi-
Dlentaria, de compañía fluvial que tuvo a su disposi-
dón varios champanes, Un monumento debiera perpe-
tUI\r en Roncla la memoria. de estos d08 españoles que,
So mediados del siglo XVI, iniciaron el comercio ele San-
tafé con el exterior y con parte de las entonces in-
cipientes dudades del país.
Luégo empezaron a abrirse por doquiera, nuevas ru-
tas, corno nos lo demuestra el camino de Tocaíma que
ea bien antiguo, y el de Tllnja que desde un princi-
pio conocieron los espailoles; mas en todo caso el ca-
mino principal fue !leslle aquella época el de Honda, que
abrieron Alcocer y Olaya IIerrera.
Por él vendrán a la ciudad los oidores y los gober-
nadores, los virreye8 y 108 arzobispos, juntamente con
los demás españoles y españolas que por acá llegaron
a tentar bllena fortuna.
Reconstruyamos, para lección nuéstra, las peripecias
{le este largo viaje, tal Cf)lnO se hacia en 108 tiempos
de la Colonia y en los primeros díllS de la República.
Después de haber pasado por los peligros de los maroa
en nn bareo de vela, llegaba el viajero a las cÍluh\-
des de Cal'tagena de Indias o de Santa. Marta., y /:Ji
'- 21 -

traía el propósito de conocer el interior del pais, to·


maha un champán que le traía por el dique o por las
cuatro bocas, al río Magdalena.
Era este champán una canoa fabricada del tronco
corpulento Ile ulg-t\n árbol de lns vecinas selvas, y BO-
lía medir casi siemp,'e unas quince varas de largo por
nnas dos [) tres de ancho; la mitad venia cubierta con
una teehumbre rouy baja y Il esta parte de la em·
barcación se la llamaba el rancho, la. otra cstabn al
descubierto y servht de cocina. Diez o doce bogas, há·
biles eu barquear, acompllÎlaban al viajero que debía
compartir con ellos las bien escusas provisiones que
había logrado comprar en Mompox. Los calores no le
pel'mitían salir del rancho, que le scrvía de camarote,
!lino en las primeras horas de la mañana o en las úl·
t,illlllS de la tarde. DUI'unte las ncches, atado el cham-
pán a UII tronco de la orilla, sentía el viajero In t.ris-
teza iusolHlable que engendran en el ánimo las vecin-
dades de las selvas, aún no hOl1lHlllSpor el hombre.
Selvils se/mIares son, ('Il efecto, IllS que a uno y otro
lado cuh,'cn las ve~as del Magdalena; aquí el natura-
lista tiene amplio y vastísimo campo para sus estuùioB
pre1lih'cto!<; la ceiha compite €n altum con el caucho;
las palma;; ('x tienden en múltiple y hermosa. vuriedad
sns abanico¡¡;; por el intrincado laberinto de lOB tron-
cos y las f\nrelladeras se llrrastran las serpientes y los
la~al'los, 1I1iputras el jllguM se guarece en lo más re-
cóndito (le la inviolada. selva que alegran los pericos
y cotorras, que recorren de rama, en rama. los monos
siempre asociados y siempre inquietos.
Esta visión tropical, suhlime para quien por vez pri-
mera la c 1I1temple, truécll.se presto en causa de fasti-
l

oio si se prolonga por e8pacio de muchos días; y si a


esto se añade el calor intenso de este valle, las uubes
de mosquitos y zancudos, la fignra monstruosa (lei cai-
mán que de continuo aparece aquí y allá, hay que con·
-- 22 -

cluír que la navegación en champ~n dehía convertirse


en breve en UIl verdadero suplicio, de que SI penHS n08
po(lemos formar illea cabal los que hoy nos quejamos
de la lentitud con qne suben y bajan nuestros buques
por el río Magdalena.
Ouarenta y cinco días con sus noches vivía el po-
bre navegante en este champán, tostado por el sol in-
clemente, azotado en veces por la lluvia, ame(lrenta-
do en ocasiones por el retumbo de los truenos, por el
caer de las ceihas centenarillS que arrllstran cOllsigo
a otros muchos árboles menores. A carla revuelta del
río, en cnda playa, el corpulento caimán abre sus fau-
ceS hambrientas y amCDllza al hombre qne se ha atre·
villo a venir hasta estos sitios para turbar la ¡)HZ de
unoS dominios que parecen ser exclusiva propiedad de
las fieras. Y al caer de la tarde, y Jnégo en la, 08CU-
ridad de la noche, mientras el oído percibe a lo lejos
el hramar de los jllgulIres y el silbo de las serpil'nles,
los ojos ven de continuo cnrrer It uno y otro lado de
la harl~a, unas olas negras y silenciosl\B.
TI)(lo este eonjllnto, qne ha comenzatlo por iutere-
8arle granllementc; que Iué~o ba infundido en el alma
miedo y trist,~za., termina a la postre por cau!'Illrle te·
dio. La lIosta)g-ia. de Ins cíudlldes cJ'l'ce en el pe<:ho, a
medida que 1:1·sselvas se hllcen mila oscuras .•• AI fin
un día puelle ver qne los cerros cOmil'nZlIlI a. lIpllrl"Cer
y que las aguas llegan en ocasiones a besar 108 pies
de IllS montllûas ••.
Honda rlche de e.star <,erf'a. Ella no es con todo el
término rie la jornada, Ha si(lo ya peregrino de los
mare,,; ¡lurante mucbos días ha naveglldo por uno de
108 111,18 eandalosos ríos del mundo; aún le falta esca·
lar lo~ ArHlt's para poiler gozaI' al fin de la apacible
villA de los santafereños. ¡Qué lejos del mundo está
Santafé!
En Honda. lllégo de haberse de<Jpedído de 108 boo
23 -

gllS, le eRJlern. una mnlfl, que le lIevnrá tn pocas ho·


ras lIe pel\osí~imo viaje, hasta El Consuelo, eSlwcie de
balcón llt'sde d'ln(le contemplará, por última vez las ve·
gas del M:1g(lalen:t. LleglHlo a las altums, deseeoclerá,
otra vez en bll!3Cl\ de la población de Guaduas, para.
ascender lup-go bltsta El Alto del Trigo y caer más tar-
de al valle de ViIleta.
Tras bre,e descanso en esta ya vieja población, em·
prenderá de nuevo la marcha, fahleanllo los cerros. haa-
ta llegar por fin a Facatativá, en donde le será me·
nest.er abanclonar la mula para cabalgar en caballo de
paso duro y desigual, que le hará padecer mncho en
los Últimos días del fatigoso camino.
E;;te breve resumen del villje de lOB nntepasadoa,
explica el afñn con qne desde un principio quisieron
los snnt,¡,fereños hacer menos hnga y penosa su pere·
gl'inación hacia el mar, y explica también la c8pecie
de lIWlllllcolía que se nlllHlerHba. COll fr~cut'neia Ile los
vit'jos que sentían muy bondamente el aislmniento en
que la naturaleza IN; había colocaclll. Por eso, ya en
loR. th'mpos de 1:1 Colonia, se gnstllJ'on algllnlls SUOlllS
de (liuero y, 80hre todo, el prt'eio de lTIucbllS villlls en
ah¡'ir, om h', carl'etera del río Cll ra re, ora {'JI hlleer me-
nos millo el cawino que Ile Honda nos conduce It .Bo·
J!0tÁ; de todos e~tos propósitos dl1ll buena (~IH'nta a.
los monarcas espaiioles, los virrcJ-'c8 en sus relaeiones
de ml\.u(lo.
M¡¡~'on~s. en est·e mismo sentido, fneron siempre lOB
eRfnNzos qne se hieieron desde los conrienzflB (le la
RepÚhlif'3. El st'ñor Elbers trnjo pam el río Mllgdale-
na. el primer buque de vnpor que sc 1]¡lInó El Santan-
der; (los 1Il¡\~s vinieron lUégo, lo qne redundó en hene-
fido del comercio incipÍ('nte de aquellos dillS. Por des-
g-rIICin., un decreto del Libertador privó nI señor Elbers
del privilegio que una ley anterior le babía concedi·
- 24-

Ilo, y pOI' est.e medio la emprl'sa vino en breve al fra-


easo, Tal acontecía en 18~7.
N uevos y más eficaces pro!)ósitos hicieron posible
la navegación en buque de vapor, hasta que finalmen-
te el general Mosquera logró en 1845 impulsar <le 1lI1\-
nera efectiva. este género de navegación que desde en-
¡;O!lCC8 hl\ venido pl'osperlludo visiblemente, l\. pesar de
los muchos ol>stáculos que se le ha puesto. Y es me-
nester confesar que en este sentido deben juntarse con
agradecimiento los nombres de Elbel's y Cisnen/s, quie-
nes en épùcas diversas, procuraron este bien para la
República.
Al mismo tiempo que !lsí se intentaba mejorar la
navegación del rio, se principiaron a idear nuevos tm-
zl\(los de caminos para ver de acercamos a Ins vegas
del Magllalella, y poco después comenzóse a ngitar la
idea de una vía férrea; cosa ésta que s610 en nues-
tros días parece trocllrse en !lIgo realmente príícti-
('O, El camino de Poucet, el de Cambao, ln. vía férrea
(kl Norte y luégo la de Gimrdot forman parte de IllS
polémicas y de las luchas parlllmenturias de mií~ Ile
Cllllrellt.a años.
g¡ señor Eluers ¡¡cometió la constrllcri6n de un ca-
mino qne terminara en la <1esemhf1ClHlura de El Gua-
rumo, IllIlS los trahajos cesaron con lus guerras. Años
más tarlle, ('n 1847, el g'-'neral Mosquera confió al in-
geniero fr:lllcés, Poncet, la const.rucción del camino Ila·
mado de las siete vueltas, que debÙt salir por Suba-
choque para ir It tomar la hoya del Río Nt'gro, hasta
lIe¡,:'ar a, las vegas del Magda lenll, li Igunas leguas liha-
jo de Honrht. Lllégo, en 1886, los ingenieros COdllzzi,
González Vá:;quez, Liévano, Pnrís y Santamal'Ía tra-
zaron la ruta. de Cambao que va n huscar el río Sí-
quirna, las poblaeiones de VianÍ y SlIn Juan de Rio-
seco, lJara eller al :MlIgllalena en un punto equidistan-
te de Honda y Ambalema.
- 25-

Estos caminos fueron comenzados, pero nnnca lle-


garon a terminarse ùel todo, por lo cual se creyó en
1871 más conveniente emprender la construcción de
un ferrocarril central del norte que fuera hasta el De-
pa,rtarnento <le Santander; mas, ya en 1874 predominó
la idea de construír otra vía férrea menos difícil y
costosa que comuuicarl\ a Bogotá con Girardot. Esta
idea destinada a convertirse en verdadera realidad trein-
ta y cinco años después, hizo que por entonces se
nbandonara torto otro propósito y que mientras tanto
el camino de Honda continuara prestando su s('rvirio
a los viajeros y a los mercnderes que por aqui llegoa-
rian, COIllO antnño, a Sant.afé.
A cuántns reflexiones se presta este anhelo cons-
tanto de nnestros antepasa.dos por abrirse nna ruta se-
gnra y económica al río Magdalena, ¡Cuán sl\bios fue·
rou ellos en sus propósitos y cuán ag¡'aùecidos debe-
mos estarles por las ideas qne, en medio de la penu-
ria, fneron revando 1\ cabo paulatinamente!
La historia señalará por eso !a vieja ruta de Hon-
da y el río Magdalena con sus cl1ampanes, mientras la
ley del progreso irá ahrilmllo, en asocio .le la ciencia,
túneles y rocas pD.' donde las distancias se acorteu y
los rieles inlliqlleU el mejor camino que de Santafé
conduzca al Magdalena.
LOS TERREMOTOS EN SANTAFÉ
1108telflfemoto8 en .5&ntafé.

Es el terruño teatro y testi~o de nuestra historia y


como tál acreedor tiene que ser a nuestro cal'iño, por-
<lue cada sitio o paraje evoca el pasado, satisface de
presente nuestras necesidades materiales y con sabidu-
ría nos adoctrina a usar provechosamente de él en lo
porvenir.
Los ríos, lOBvalles y las montañas parte integrante
son de esa epopeya cuyos verSOBvan quedando escri-
tos, con el correr de los tiempoB, en las entrañas mismas
de la tierra..
Para el bogotano, la altiplanicie que recrea de conti-
nuo el ánimo por la tranquila monotonía de sus cam·
pos, tiene una historia propia, como héroe que ba ve·
nido luchando día por día, contra los m&.lesinternos,
desde la época ya remota en que se levantó bruscamen-
te de en medio de los mares. Forma ella parte de 108
Andes, de esos Andes agitados siempre por perpetuas
revoluciones interiores cuyas caUSRSignoran aún lOB
Babios.
- 30-

Cada uno de los cataclismos de la Sabana, y en g-e·


neral de Colomoia, debiera tener su historia; por des-
gracia, ella está escrita. a pedazos, y de los numerosí·
simoR temblores y terremotos qu~ ha habido en estas tie-
rras, apena.s se recuerdan algunos; los demás los igno-
ran ¡:;or completo los extraños, los desconocemos, en par-
te, nosotros, y así Colom¡'ia no puede venir a formar
parte de esa especie de geografía seismica que hoy co-
mienza. a. ser estudiada en la. vieja Europa.
Conviene por ello recordar algunos de los terremo-
tos de Santafé, dejando para. otro día el tratar de modo
m{~s general y completo de loa de Colombia.
El primero que se re~istra en la historia es el de
en~ro de 1614 que se sintió fuertemente en Santafé y
que produjo, como luégo se supo, la destrucción de Nue·
va Pamplona. Va.rg-as Jurado, que trae memoria de él
en su sabroso Cronicóll, dice que «fue bien trabajoso,»
aunque no produjo mal alguno, que se Sepl\ (1).
En la nocbe del 9 de marzo de 1687, siendo Presi-
dente de este Reino el caballero de Calatrava, don Gil
Oabrera, barto conocido por su desidia, bubo gran CODS-
ternación en Santafé!lo causa de un ruitlo medroso que
en ella y en la Sabana se oyó por largo tiempo. Don
José María Caballero relata el hecho con gala de por-
menores, oi¡¡:ámosle:
~Estando la noche serena, buena y sin alteración nino
guna, como a las diez de la noche comenzó un extra-
fio ruido en la tierra, en el aire o en el cieltl-que al
fin no se supo dónde fue-el que dur6 cerca de media
hora; de suerte qlle no quedó persona despierta, ni dor·
milla que no le sintiese. Al primer golpe dudaron, al
segundo, temieron, y al tercero sé att'rraron (le tal mo-
do, que salieron todos de sus casas como estil blln, des-
nudos o vestidos, y corrían sin saber para aónde, pi-
- 31-

diendo misericordia. Nadie sabia a dónde iba, ni a don-


de estaba; log de un barrio iban a otro y los de aquél
a éste, y así se atropellaban unos con otros; a esa ho-
ra se abrieron todas las iglesias y se expuso el SantÍ-
simo Sacramento. En esta. confusión nadie saMa a qué
atribnírlo: unos decían que era el demonio que dispa-
raba una gran batería, pero esto era nada, pues el rui-
do, según se Sintió, era más recio que el estallido de
un cañón de 36; y como era continuo, a 108 del cam-
po les parecía que iban ya volando por el aire. En fin,
cosa terrible y espantosa. Quedaron todas las gentes
como at,onta(hts, pues se preguntaban unas a otras lo
sucedido y nadie acertaba a dar una razón. El ruido
les duró en los oídos por mucho tiempo, y el temor pá-
nico que concibieron fue tal, que a cualquier ruidito
que oyesen se levantaban dando gritos y alaridos que
poníau eu consternación a todo un barrio o parroquia.
El ruido no se puede fi¡rurar, por haber sido cosa muy
extraña y fl1érade los límites de la naturaleza. El true-
no más grande de un rayo serla nada en comparación,
y esto seguido por espacio de media hora fue lo que
aturdió, y quedaron todos como dementes» (1).
La descripción, que no puede ser más completa, se
semeja en parte a la del padre Cassani (2), que se ve en
la Hist.oria de la Provincia de la Compañia de Jesús
en el Nuevo Reino de Granada, y a la que escribió pro-
lijamente el padre Juan Rivero (3) en su Historia de las
Misiones de los Llanos de Casan are, y antes que en las
páginas históricas hállase de continuo en la. imagina.-
ción popular que ha hecho un a.dagio del tiempo del
ruido.
Esto no tiene, como entonces se imaginó, causa so-
brenatural alguna y hoy le dan todos los geólogos ex·
(ll ibid. p:(~. 79.
(2) oita de Ibá!iez, CrónioBoB.vol. 1.0210
3) ibid. pág. ~11. 8
- 82 -

pliCll.ciones satisfactorias; ni ba sillo cosa de estns tie-


rras, silltiérolllo, y grande, los de Guanaxoto en Mpjieo,
como lo refiere Humbold; oyéronJo los del Callca en 1827
y los de la. misma S¡tota.fé en 1826, como luégo veremos.
M>ts todo esto era. demasÍl\lla ciencia pam el año de
14>87 y asi nada. tiene de extraño el terror que entono
ces se apoderó de los santafereÜo8, yeso que el ruido
DO vino acompañl\(lo de terremoto alguno.
En camhio, el 18 de octubre de 1743, siendo gober-
Dador y virrey de estos reinos don Sebast,ián de Esla.-
va., a quien la. historia. llama. «defensor de la religión,
honor de h\ monarquía y conservador de la. Amél'ica,.
ocurrió en Sl\nta.fé un tan tremend{' terremoto que ea.-
si todos las edificios grandes de la ciudad o vinieron
al suelo o al menos pl\decieron serios quebrantos.
«A eso {le las 11 del día 18 de octnbre hubo-dice
Vargas Jura.'lo -gran terremoto, ruido y ladridos de
puros, el cielo se oscureció con llovizna y se daña.ron
los más de los templos» (1).
Refiere el mismo Vargas Jurado que, a cau¡;a de es-
te terremoto fue menester fajar con hierro las torres
de ]a Catedral, qne la Capilla (leI S'tgrario quedó sin
pirámides y en Santo Domingo sufrió )a iglesia y el
claustro, )0 mismo que en San Francisco, Slln Agustín
y San I~nacio; declara asimismo el cronista que )a to-
rre de San Juan de Dios, que era hermosa, se vino a
tierra y qne fue menester apear )a..s de Santa Inés y
el Humillailero. Por donde se ve que en este dÜ\ casi
tOlla Santafé paded6. Los babitlmtes salieron a vivir
en chozae por los campos; el señor Vergara, que era
Arzobispo en aquellos días, se dedic6 a pre(liear la re-
forma. de costumbres y hubo confesiones de muchos
añns.
Ma.yores estragos produjo el terremoto en 108 camp08,
- 88 --

80bre todo en las poblaciones de oriente, segÚn se co-


lige de un;, cart'\. del muy r{;verendo plHlre José Tre-
lieras y Egniluz, cura de Fórncque, quien al referirse
al ruillo que entonces ~e sintió dice hermosamente:
«Ello parecía al sonido de un río caudaloso; sonaba
como fuego voraz que a la batient.e del aire abrasa a
un monte y como ecos que lleva el aire de una pieza
de art illeI'Ía» (1).
Andando los t,iempos, refiere la historia qlle hubo en
Santafé otro temblor memorable, el del 12 de junio de
1785, que llio en tierra con las na.ves laterales de San·
to Domingo, debajo ele cuyos escombros quedaron va-
rias pel'sonas sepultadas; en ese dia la Capilla del Sa-
grario perdió de nuevo sus tOI'l'eS y los ladrillos de ellas
hirieron de muerte a dos personas; mas, lo que por
siempre dejó huella'en el terremoto ¡le aquel llño fue la
destruecióll ele las Casas Ile la A lldiencia y de los Vi-
rreyes que estaban en el sitio mismo hoy ocupado por
el Capitolio Nacional.
De nnevo vio Sllntafé el éxodo pIna lOB campoB de
BUS habitantes consternados, y llUbo de llorar la pér-
dida. de personas notables que murieron durante los te-
rremotos,
Menos dañino fne el de veinte afiOB más tarde que
no causó mal serio, ni llun siquiera en la vieja medio
rlerl'ufdlt Catedral, abandollllda ya por los canónig-os, a
cansa de lOB temhlores pasados. Otro tanto puede (le-
cirse de los temblores en IllS tiempoB de la Patria Bo-
ba.• Ellos fueron a causar daüos más lejos; pues de los
que entonces ocurrieron, uno delstruyó a Honda y a· Ma-
riquita, y otro aniquiló casi del todo a la ya próspera
ciudad de Caracas.
Ca.ballero anota, sinembargo, que el temo!' de lOBsan-
tafereños fue grande en el terremoto del año 14, y da

(I) Patria Boba, pág. 8¿.


- 84-

en !lU acostumbrado lenguaje los más sabrosos porme-


nores, que sirven al mismo tiempo para recordarnos Jos
nso!! y cost.umbres de aquellos tiempos casi primitivos.
({Daba gllstO ver a todl\s las gentes - dice eJ cronis.
ta-- porque Ilnos rezaban el rosario, otros el tl'isagio,
otr(l;3 las letanías de la Virgen, otros las de los santo!;;
unos cantaban el Sauto Dios, otros la Divina Pastorn,
uno~ gritaban el A vemaril~ y otros el dulce nomùre de
Jesíis, unos lloraban, otros cantaban, otros gritaban,
otros pedían misericordia y confesión a gl'Îtos».
TIIIlo esto y mucho más hubiera debido hacerse el
año de 1827 porque en realil1ad este fue el mayor te-
rremoto de cuantos han conlllovido a Sl\utafé. ])on Jo-
se M:;.tnuel Groot, testigo ocnlar de los hechos, los re-
lata prolijamente en su historia:
«Había llovido-- dice él - y el cielo estaba oscuro,
cuanllo tOllo cI mundo salió fIe don(le estaba, dando ala-
riùos destemplados; y como esto fue al mismo Ínstan.
te en la. población, se fOl'mó un eco espantoso y ate-
rrador, unido al ruiflo como de un trueno sordo que pro-
ducía d sacudimiento o crujido (lc lOll enmaderndos de
las casas, al propio tiempo que se oían todas las cam-
panas, como si se tocara. a. arrebato, por el bamboleo
de las torres y campanarios causado por la oscilación
de corte ao Bur.
«Tolio el mundo salió de las casas y tiendas para laB
plazas y los arrabales de la. ciudad, no creyéndose na-
die se¡.{uro bajo los techos. Sin embargo, Jas gentes no
se aterraron tanto con este temblor como con el del
año anterior. a pesar de haber sido éste mucho más vio-
lento J' de haber hecho t,antos dllñ(ls». (1).
Por su lado don José Manuel Restrepo dice, refirién-
dose a la causa de este temblor dA Santafé:
«Se ba. cre1do que el foco principal de este terremo-

(1) Hiatoria de la Nueva Granada, vol. 5.0 p'g, 225.


- 35-

to, fueron los volcanes del Huila y Puracé, en la cor-


dillera que divitle las aguas del Magdalena Y del Cau-
ca.; este río creció \11 ucho, y sus Hguas quedaron féti·
das y turbias. Crecientes de lodo y lava corrieron ha-
cia el Magllalenu, cuyas aguas se enturbiaron y se pu-
sieron hediondas hasta morir muchos peces. Los cerros
se rlerrnmbal'On y taparon ríos y anoyos, cU~'as repre-
sas corrieron después COli gran violeneia, arrastrllntlo
homhrcs, animales y plantíos; de cstH !lIanerllo }H'recie-
ron en Neiva èuás de doscientas persollas, y se inuti-
lizaron lIlul ti k<l de plan taciolll's, especialmcn te ('Il el
valle (le SUllZI'; este río e8tuvo sin correr cincul'nta y
cinco días, cubriendo el agua dos leguas a lo larg-o del
valle, me/lia de ancho, y subiendo ciento cincuenta Vll-
ras. Al fin rompió los diqncs el agull, hizo mu~J.¡os da-
ÎJos Y' esterilizó las vegas del alto Magdalena con la
tierra no vep:etal y las arenas que regara en ellas. Las
Ciu(\lHles de Bogotá, Neiva, Popayán y Pasto fueron las
que lIlás pallecieron con dicho terremoto» (1).
Después de este desastre otros temblores se fueron
repetiendo Bucesivamente, aunque sin caURar daño se-
rio en la ciudad, hasta que, a, mediados del año de 1917
108 Andes se volvieron a encargar de enseÎlarnos cuán
inquietas Y turbulentas Bon sus entrañas.
Est:t vez cayó para DO volverse quizá a levantar la
iglesia de GUH.(lalupe, que ha sido siempre la peor libra-
da en tOllos los temhlores. E(lificada en los comienzos
del siglo xvrn se vino a tierra en 1743 <<aunque sin
daiio - dice Vargas Jnrado-de la Señora que la hn.ia-
rOll ilesa» (2); editlcaíla otra vez, ca~'ó otra. vez en 1785
y los religiosos de la Oandelaria fueron a traer t1~1cerro
la imaJ{en de Nuestra Señora; levantana de nuevo su-
cumbió por ia tercera vez en 1826 y bajaron entonces

11) Hi8toda de la Revoluci6n, vol. •. 0 pág. 691.


(2) La Patria Boba. pág. 24.
-- 36-

a la Virgen a la iglesia de la Enseñanza en donde per-


maneció hasta la época en que, con gran regocijo de
todos, se llevó una nueva estatua al templo edificado
por el canónigo Mejia.
Esta iglesita, pues, nos cuenta la historia ùe nues-
tros temblores, <le esos temblores y terremotos perpe-
tuos l\ que están sujetos siempre 108 que hitbitan en
estas Illtllras (le los Andes.
LA AGONIA DE LOS PUENTES EN BOGOTA
UD &goní&de 10& puentes en Bogotá.

La historia de las aguas de Bogotá llega hasta los


tiemposlegeudarios en que lOB chibchaB, Beüores de to
das estas tierras que hoy forman lli Sabana, veían, co-
mo casi todos lOB pueblos primitivos, en esas aguas el
principio fecundador de todas las cosas y Ia causa pri-
mordial y quizá única de Ia vida en los seres. Por eso,
como It verdadera diosa veneraban el agua en las la-
gunas y pantanos, que tenían por verdlHleros san-
tuarios. L\¡tmaban a esta divinidad Sie o Sia, que es,
como si dijéramos, diosa de las aguas.
A estos tiempos mitológicos - cuyo recuerllo hace
muy a mi propósito -- pertenece también la figura de
Bochica, el dios tutelar de los aborígenes, que rompió
un día los peñascos del Tequelldarna e hizo que las
ag-uas se precipitasen a los auismos. que desde enton-
ces ennoblecen las IlgUltS y las nieblas.
Vivían los chibchas cltsi siempre en las vecindades
de las lagulllts, como nos lo demuestra el nombre de
muchas po'Jbtcione8, y no podía ser de otra sllerte, por-
que al ca.bo la. altiplanicie era entonces casi en Sil to-
talidad cenagosa, y en otro tiempo había siùo un in·
- ~o-
menso lago solitario en media de los cerras andinos,
como a la fecha lo es Fúquene en las cercanias dd
valle de Ubaté.
Erll.n, además, los chibchas, amigos de las ablucio-
nes, ('0880 para. ellos sagrada, y asi el cacique o señor
de Oula. tenía su fuente en Tíquisa.; el de Bojacá acos-
tumbraba. bajar algnna.s veces a l:ls tierras cálidas pa-
ra ir a bañarse en la misterios:\ laguna de Tena, yes
bien 8abido, CUIDO lo recuerda con Sll acostumbrildo
can(lor RlIdrí/{llez Fresle, que la. esposa del cacique de
Guata,vita- flle un día a. escollder p¡lm siempre su ver-
güellza y 8U dolor en las agua.s de la lagulla qlle exis-
te cerca. de la población de este nombre.
Na(la tiene, pues, de extraño que el Zipa hubiese es-
cogillo para lugar de recreo y descanso a Teusaquillo
que, en p~lrte le ponía. al abrigo de las crecientes ele
108 plmtanos, y en plute le hacia gozar con las delicias
para él sl\~rl\das (le las aguas ùe los ríos y arroyos que
por a.cá corrían. Desde los cerros rlescendía jugueteando
entre las piedl'as, el río Vicachá, que Illé/(o los espa-
ñoles conocieron con el nombre de San Francisco; por
el otro lado los arroyos que más tarde se bautizaron
con los nombres de Manzanares y el Chuscal, iban a
fOrmlll' el otro río que después se conoció con el apo-
(lo de Sa.n Agustín, sin duela por el convento que se
edificó en sns orillas. A más de estos ríos, que siem-
pre traían en aquellas remotas edalles gran caudal rle
aguas, abundabllll p{)r rloquiera las torœnteras, y de
esta suerte el grato murmurar de las fuentes debla
acompañar muchas veces las fervientes súplicas del Zi·
pa al dillS B )chica de quien esperaba. la prosperidad
de s ilS domínios.
L'\ ablllllla.ncia de las agnas debió ser muy ~ranrle
en los primer('8 días de la C,)lonia. porque el Gober-
nador del Nuovo Reino de Granada, don Francisco de
Anuncibay, se dio a construír calzadas y puentes a lo
-41-

largo del camino de occidente para ver de llegar bas-


till la lmcienda del «Novillero», en llonde don Ant6n
de Olalla, ocultaba a la. más hermosa santltfereña de
aquellos tiempos, a (loña. Jerónima de Orrego y Ola-
lla, de quien anlla.ba enamorado el GoOcrna(lnr.
Por lo llemíts los cronistas narran con terror las cre-
cientes de los ríos que se llevaban en sus aguas Jas
MSl\S y 10:3 hombres, y lLliiO,tballero (1) dice qlte allá por
los aílns de 1814, el 23 de octuhre, si mal no recuer-
do, «el río S,tU Agustín ecl1ó \lna terrible creciente,
con tanta. fuda, que bajaba.n pie(lras de más de cien
arrobas, de las cuales muchas queda¡'on en la plazue-
la.». Y refiere también que el puente de Lesmes se vi-
no al agua y con él una. gran parte de la. mur,tlla y
otra de la. casa donl1e vivía por entonces don Juan
R,mderos. Ollenta, asímismo, que p¡trte de las IlgUHSto.
mlLrun por el costaùo occidental del convento de Sa.n
Agustín y qne llegaron pnr este camino basta la an-
tigu,L capilla de La.s Oruces, en ,lonÜa se entraron bas-
ta el altar y los confesionarios (2).
La. R~pú¡'lîca trajo con!ii~o el desmonte de los ce-
rros ved nos ao B'lgotá y nuestros ríos y arroyos co-
menzaron SIl lenta agonía qlle ya tiene algo de cen-
tenaria. SllS claras aguas se enturbiaron pllra siem-
pre; sus orillas c(lbie¡·ta.s antes de verIte lozanía, o.
donllo iba a oír el murmullo de las agnas, el viejo
Zipa, se convirtieron en muht(lar, y un olor de cloa-
ca revela.ba a tO(LLShoras h\ lenta descomposición de
las agu:Ls. Al ver hace Pr)co el S'Ln Francisco, clJn ver-
ti(]o en mulaftar, clUtlquiera recor.laría los versos de
QI16vedo al Manzanare<i, porque en verdad parecía que
el pobre río estuviera diciendo a voces:
(1) P. B., página 201.
(2) La antigl1;l, capilla de LBIl Crncell elltab" altuada en la
oarrer •••11. 8 la orilla norte doll rlo, fue deitrnida pur el torre-
moto do 1827.
- 42-

Tiéneme del 80l la llama


tan chupado y tan sorbido,
que se me mueren de sed
las ra¡~a8 y los mosquitos.

y esta pobreza de las aguas, unida al mal olor que


·le sí despc(lían, hizo que los bogotanos fuemn poco a
poco suprimiendo los ríos; un día desaparecía una par-
Le, para convertirse en cloaca y otro día se coloraban
U1urallones que ocultasen la mist'I'Ía. y }>l)hreza (le ese
río que tállto deleitó a los antepasados. Primero el San
Agustín y lllégo el San Francisco) y antes que cllos
llJs otros a.rroyuelos, todos fueron hundiéndose en la
tierra, y mañana nadie sabrá que Bogotá tuvo ríos y
crecientes de ellos, y que el Zipa y los españoles es-
cogieron este sitio, el uno para su retiro, y 108 otros
pa,m fundar la Ciudad del Aguila Npgm, porque aquí
er:tn abundantes las aguas cristalinas.
Con ellas desaparecerán los puentes, los puentes ùe
Santll.fé y los de Bogotá. Ya no queda vestigio al·
guuo de aquel pnente que sobre -(.'1río San A~ust,j'n
cOllstruyó don Luis Enriquez, en los malos tiempos
del presidente Sande, quien después de babel' querido
sobornar al visitado!' Salierna y de haberle insultado
gravemente, se burló de él cuando ya. era muerto; por
lo eual COIllOrefiere Juan Flórez (le Ocáriz-mcreció
de lo alto el castigo de que de ahí a poco muriese y
que en el díl\ de su muerte y cuando iban a enterrllr el
cadáver en la iglesia de San Agustín, sobreviniese una
gran tempestad qne dispersó It los del entierro y !lsí
el elulá\"er de Sande vino a quenar tooo aquel día ex-
puesto a la lluvia, cerca del mismo río (le San Agnstín.
Desapareció, asimismo el puente de Lesmes, que }lor
vez primera construyó el oí<1or Lesmes Espinosa:r Sa-
rabia en 1583; puente que en una Doche del año de
186~, sirvió de momentáneo y peligroso refugio a clon
43 -

Ignacio Gutiérrez Vergara, el perseguido de don To-


mM Cipriano de Mosquera. nel puent.e del Carmen,
de aquel famoso puente que en la noche del 25 de
septiembre sirvió de guarida al Libertador, s610 que-
d~t hoy un mUfltllón que pronto se hundirá en la tierra.
El de San Francisco, que p,ra punto de reunión adon-
de salía unas veces la real audiencia y otras el cabil·
do a recibir bajo palio, a los virreyes y los arzobispos,
no quedará dentro de poco vestigio alguno, y con él
sucumbirán también el puente de Latas o el de Mi-
cos, el de Fila<lelfia y la famosa calle de Ranchopllja,
que tánto sirvió a los pisaverdes de otros tiempos.
Evidentemente los puentes de Bogotá se acabarán
porque se acabaron las aguas, Sólo allá, a los lejos, y
quizás por algún tiempo más, Puentegrande yel Puen-
te del Común, recorllarán a las futuras generaciones
la obra de los españoles. Mas aquí en -Bogotá, nada se
sabrá (le todo esto, porque la diosa Sie, tltn cara a los
cllibchas, se fue de la ciudad; porque Bochica hundió
los r[os de S¡tntafé dentro de la tierra, (\Omo en otro
tiempo hundió las lagunas en la sima del Teqllendama.
LAS HACIENDAS DE LA SABANA
11&8 h&eiend&8 dê 1& S&b&n&.

Siempre que miro el excelente mnpa geográfico que


en relieve levantó el señor Rosa les, veo tan p(·qut'ñi.
ta la Sablllllt de Bogotá, que hallo muy justa la com-
paración tllll trílhula del nido de águilHs de que n08
hablaban los poetas románticos. ¡Qué lt'jos estamos por
acá de los mares y de los ríos portt'ntosos que tanta
fama nos dan! Mas, si la miro <le cerca, en una clara.
mHllllna de diciembre, evoca<lora de los grlltos recuer-
dos de la infancia., mis ojos se recrenn con la dilata-
da extensión de estos que fueron dominios delnntiguo
chibcha y valle hermosísimo apellidado pou.! Conquis·
tador, de los Alcázltres.
Aquí corno recuerdo de leyen¡las peregrinas, estlÍD
por el sur, Bosa, que un día, fue cuartel geneml del
licenciallo Quesada y Soacha fa mosa por sus ritos mis-
teriosos; aquI, por el centro, van a.pareciendo Fonti-
bón, que nos presenta. un ejemplar perfecto de labrlln-
zas muisf;as; Funza que fue ciudad poderosa en los

,
días de Tisquesusa; Serrezuela que los españoles con-
- 48

vi dierou (~!I pl:wen tero sitio de reereo; BojllCá y Fa-


c;, ~at.Í\,:'t q Ile ~eî'íalah:tll lo>! tél'lllinos del antiguo im pe-
ril. A'lllí, h.I<'.Ï;t duortl' e;lIla puehl'll~o guarda intacta
Sit loyclllla: SIIO:\ 1l0S t¡'¡Hl a la memol'Ïa la COll versión
dtï. primer c:lciqul' indígell:l; Uajicá revive en la men-
te las l'iqut'Z:lS dt, Ins zipas; Tabio y Tcnjo COllservan
al,¡'o de i:>agrll(In CIIll Sll.'l t'llentes y SI1S riscos; Ziptt
q I; ;r<Í gll/J'ia es de HIl wpasadas c(la(h~s, así como To-
cancip:í y Uaehall(·i(l:í. nos hablan de los n~stllal'ios ~'
enfl~r:nerfas de los Vil~jl/g J'eyes, y en lIlellío (le todas
es;as !lo!lhwioues IIp:ll'cce Chía, centro (leI imperio, se-
minario (le ios príllcipes, templo y altar de la luna,
cl\osa tntlo'lal' ele los íllllígenas.
P,l!' otra p ll'tn, C'llla sitio acá recuerda ltJg-una proe-
za (l(~ las tropas ihérie;li:> y no;; haee }>t'nsar en aque,
110, tmlmjos qlw Iura ver de cultivar est.as tierflls lIe-
va;'oll ellos a felil ttÍrrninoj este cllmino 1108 recuerda
el IUS'. (Id conqllist:tIIor, aquella calzada nos habla de
los desvelos del enamol'll.do Anuncibay.
y eon todo esto qlle liemos dicho y más que pudié-
ralllos l'tlC\ll'ilar, liada hemos adelantaùo en el conoci-
milmto ele h, Sabana que IlO se alcanza sino se va a
estuel iar Cil los pormenores rl~ la villa del hacendado
entre n11801,I'O)S; porque cada hacienda de l!ts nup.stras
tielle ~'1I hi"tol'ia propia y todas ellas juntas forman
la histnría de la Sahana. Aouí están, para contamos es-
ta. hist.oria, TCf!ho que fue parte de un ant.iguo y gran
corr.ijo cn dOllde vivió con IOn hermosa hija el cou-
qui~fadol' Olalla; Teq·ucnd.(f1l!(t. eon Sll Hombre sagl'llr1o,
Aquí Van :q,arN'.i\'lldo Cn/was, que en los (lías model"
nos fue teatl'o ele la vida cahalleresea y agitada de
los U¡'lbnetas y La Herrera en donde vivió el Patriar-
ca de la Sao::tIHlj :iqlli la Conejera, famo!-ia por sus ca-
cerías y Yerbabuena que inlllol'talíz:iron los poetas, y
má~ allá las otras hacienda-s en las vecindaùes ùe aque-
lla Suesca de,
- 49-

C1tmb,'e, que fueron trono ,oberano,


regia mansión en fuerzas opulenta,

Recol'l'e la Sab¡tna del uno al otro extremo el tor·


tuoso Funza, Il¡;no de acechanzas bajo una a aguas al
parecel' tranquilas. Abundan los campos de rnt.>uu(la
grama; los vertles sallCJes, los retamos, los robles y no-
gales, los pLlOS ~. pimientos, {'sto para no nombrar
!l,s ellealiptofJ, que lm li: edad presente, fOl'llllHl largas
y mel:tllcóliea" lll'bole.l:ls. Las cascadas, luégo de ba-
beI' retoza¡lo (m las cerl'anías corr:m :)C!'ezosamente por
el valle; los l:lem\Jr:lllos de trigo se ltgitan 8uaverrH~nte
al oreo qlle viefl(~ de los moutes; rug-en los ganados en
las dehesas, y UI1 (\£eh l':lI\W vect's limpio de nuhes,
presta a la S,thnnr. lIlUt cicrt:¡ me!¡:'Icolía q tiC se Rerl'-
cicnta visrJlementc Cltallllo en l"s noches frí:'s de lu-
na se oye III CfO'lr :;1' las mnas y l'l triste aulJi(10 de
los calles ¡~ll 1:;;; ('l!'1zns.
En estlt 8a\;::II:1 nasé yo la infancia pn la hacienda
del Sa{it1'o; Lt a I'hnl(-da remll tn ba entouces en uua ca-
SODa viej¡:, que sólo tenia uu tram,) alto; la quietu(] ùe
aquellos campos serenó mi alma y la inclinó desde en·
tonces
A la rumia sosegada de las penas.

El almelo, hombre austero y grande amigo elel cam-


po, me !Jnvalm muchas veces por el camino (lel cemen-
terio, a ht hacien(ln. Allí nsistí a lu. faena Ile la va-
quería que comenzaha mny de lllnÏíana y tenoinaba ya
bien entr:-,¡lo el dia en las corralejas vecinas a la ca-
sa; allí pl'obé el gnsto de enlazar con un rejo las re-
ses a quienes se iba a herrar y logré a veces atarias
al botalón formado por un t,ronco de árbol rc~(¡n.i,10 y
viejo; allí al caer de la tarde, recorrí en compañía de
los chicos de la hacienda, los potreros para ver de
-50-

echar la recogida de los terneros; allf, en las mañanas frías


.lsistí con el abuelo al ordeño y sentí el grato sabor
de la leche bebida en totuma; all[ aprendí a montar
en los finos potros de la haciendl£, t\ despecho del
abuelo que los cuhhba con solícito afán; allí finalmen-
t:t3 Il la hora de la. cena, oí )a lenta charla del señor
Ruje, zillH,quireño enflargado del principal oficio de la
hacieulla, l)uien relatab:\ una. y otra VeZ sus proezas
eo. las guerrillas de G U:Ulca.
Más tarde me fué lícito gustar muy de cerca de las
sabrosas aventuras que Vel',gara relata en su cuento
dt Los Bltitres, y subí por los cerros de Serl'ezuela Pl\-
l'a ùuscar esos mismos buitres por en melHo de las
peril\s y los precipicios, y cuando bAjaba a ese pueùlu-
co, pam mí de inol viùables recuerdos, los bogotanos
que pasaban allí su veraneo, formaban lentamente en
mi alma esa fisonomía propia que sólo tiene el que
ha Illtcillo y vi vido en estas tierras.
Eu Yerbaôuena comprendí la poesía de nuestra Sa-
ban}), y aprendí, si no con los lauios, Bí con la. mente
y el corazón, esos bambucos en que aparece en tocla
su hermosura el amor de estos valles en donùe vivie·
ron y viven los qne amamos.
Santafé se fue quizá P:lrlL siempre, pero en cambio
la S,tbana permanece y en los pueblos y en las ha-
ciendas, la vida. nné:itra tiene una pel'petua jnventud,
tranquila corno el Funza -, que sólo pierde su manse·
dumbre cuando abandona la Sabana-, serena. como los
vientos qne ra.ras veces se agitan en turbulentas tem-
pestades.
y E R BAB U E N A

;;,~ ..'C) lk: LA ¡~;J\.>;JC"


" .', ,"'-::U' i,Ui::. !l'ri!:' i." ~<,
,'"'tr:;, "!J!"'\~.I'_~
A poco menos (le nna legua del histó¡'ieo y kgt'n-
ùario P'nente del ComÚn, y hacia el cosUHlo oril'ut:1\ de-
camino (jue l'Il lo :tntigllo se llamó dt~ Sopó, !iáll¡'sl', al
traspollcr d~ nllfi co]Ï1w, cI sitio l'f.}!llesto y apl/ci/Ile qne
en nuestra. Sabana se ha conocido siempl'e con el ll(·m·
bre de Yet·habupn:l.
Aparece la casa de la !iaeicn(la a mllY pc,c:t di,,!nl\-
cin tic nn PllPnteeillo de llovelns, que cs!rcchn l'l'l' ea-
Üt pillte el c:unino. A mny poros ¡IHSOS ch~ flllí pUl'de
verse 1:1 :':H~h:lc1:t (le Ia PIH'('Ül principal, rOl'IllIHJa t¡¡n
sólo pOl' ,'ns COIUll;IW8 sl'neiJlns que llevan, CPIlIO úni-
co [lllorno, LÎnc(.Jnclus en el fronterll y a ~lIis:: (k es-
cUllo ~e,'ÚLI ¡"", :t 19;,\nns r.·rrenE! /11'1 wbane)'o <1c~oj 1'0 tiem-
po, juntamclItll clin el ('nsqnete y el plum::je g"IIPl'J'eros,
trndicion::l!'8 en no P(JCllS Cf;CUrlOf. an t igun!'.; tl.«(J(isa y,
si ae ql1hwe, peregrina manera (le !llul:itl'llrnOR y 11::rnoR
n. entenùer (leslie lus estrados de In casa, el bl::s(Ín de
los que en ella vivieron, a más Otl algunns indicios de
]a historia de esta familia.
Porta.da. adentro y hasta muy cerca a ]Oli primeros
-64-

tejados, fU/{OS08 y vetusto8 sauces alinneran la entra-


d.l. Dellcuélgansa dellde la altura de las COpllS, bilos
delgallos vestidos de finas y largas hojas; evoca el ver·
de de estos {\rboles, con viveza, la fisonomía peculiar
d~ nuestra Sahana., y contrasta. visiblemente con ese
of ro verde ceniciento de los eucaliptos que aparecen
]uégo allá en el fondo, y que por la corpulencia de sus
troncos y la. a.ltum desltlesurada ùe sus copas, parecen
indicarnos que Yl\ dominaron por siempre a todo8 y ti.
cadl\ uno de los otros árboles que conocieron nuestro.
antepasados. Unos y otros, vencedores y vencid08, son
sin embargo, viejos y expertos conocedores del vientoj
de ese viento que templa por doquiera el fue~o de los
trlÍpicos, qu.e arrulla el oído y convida a] espíritu a se-
guirle en ese cl\prichoso viAje que a diario emprende
pOI' 108 valles y las serranías.
Allá, en el fondo y medio recostada en ]a loma, se
halla la casa. s()larie~a. de los Marroq uines, con todo el
abigarrado conjunto de sus diverslls edificaciont's. An-
tójaseme ahora que ella. representa tres épocas bien di·
ver~as <le nuestra historia nacional; primero, la Colo-
nia, pobre, estacionaria y, por lo mÍ!lIIJO,tranquilllj lué·
go la Nueva Granada, turùulenta, inquieta y guerrera,
y, t1nalnente, Colombia, la de hoy, con lOllS empreslls y
sus nuevas industrias, empresas e industriAS que ella
quipre establecer como por encanto, eehanllo para ello
por tierJ'a viviendas, mul'()s y árboles que formaron en
otros días el deleite de una generación ya muerta.
En el costado !lUI' y no lejos de la entrada princi-
pal, se levanta 61 nuevo edificio, construÍllo ao comien·
zos de este siglo; descansa tono él sobre una mllsa de
wurallones vit'jos cubiertos casi siempre de rosales y
ourubos, colga<los de un corredor qne remata el cllse·
rón por este lado. La Capilla, medio oculta hacia e]
oriente, se nos presenta luégo con su modesto campa-
nario, que 8e aparta capril}hosamente del resto del edi-
- till

ficio truncado en esta parte por unos bastiones que


descansan en las antiguas pesebreras. El pesebre, limo
pio hace ya muchos años de heno, es ahora ni<lo <le las
gal1inas que ùan por allí sus acostumbrados paseos; en
el interior, convertido en establo, rumian algunas ove·
jas, y un ostentoso carruaje de diligencia, vil!ltosamente
pintado, ocnpa la otra parte de aquellos sitios que co·
noeieron renombrados caballos, émulos o amigos de aquel
famoso Moro que tuvo por biógrafo al mismo señor y
dueño de esta hacienda.
Ya dentro de la casa, la vista tropieza con un jar-
dín que remat.a en los barcIa les del norte; hay allí al'-
«:os caprichosos cubiertos de enrcdaderaEl; hllY fresDos,
pimientos, borracueros, alcaparros y retamos que ocul-
tan, bajo SIlS ramas, ot,ras muchas flores escondidas en
surcos de líneas variadas y confusas.
No menos caprichosa que esta del jardin, es la dis-
tribución de la casa vista desde el interior: corredores
angostos y largos; patiecillos pequeños metHo perdidos
a este o aquel lado; aposentos estrechos y oscuros; te-
jados de múltiples formas, cuhiertos de roña y de la-
ma a causa de RU vejez más que centenaria.
De toda Yel'babuena es el costaùo orienta.! el más
pobla,tlo de sabrosos recuerdos. En estos dormitorios
d¡'smantelados abora., vive intacto el espírit.u austero ele
los viejos Marroquines que habitaron en ellos bnda. las
postrimerías de la Colonia y a comienzos de la Nueva
GraOlllla. Por in~)l\bitable tengo que allí hnbita ese es-
píritu, y como fruto de este convencimiento imagino
mucbas veccs que al caer de la tarde va a salir por
una de esas portezuelas don Juan Antonio Marroquin,
quien, con andar incierto y vacilante, se encaminará a
la Capilla para, rezar el rosario tradicional. Imagino,
otras veces, que en el interior de esos mismos aposen·
tos estarán baciendo calceta, como en otro tiempo B
la. luz del candil, doña Teresa. Moreno e Isabella. «ma·
- 56-

t"ona anstera, formada a \1Sltm:a de los antignos espa-


ñl.h~s)), doña Concepción Marroquln, de cuya !Sencillez
y modestia hace siempre g'rata mcmoria lion José :Ma-
nncl, y la tía .Toseftta, «santa mujcr que nunca supo
fl'putar por suya cosa alguna)),
Dejando a un lado todos estos caprichos <le la fan-
tasía ¡cómo no peIlFllIf que este east'rón de Yerhahuc-
IH, ltbrigó, t'n Ins principios de la pasada et:>ntnria, a
esoS varones esforzltllos que, con lealtad dignlt dc la
raza a qlle pertenecÍl'lll, supieron guaHlar oùetlil·ncia. al
lIlonarea españoll Y &cómo no recordar, al contacto de es-
tít. casa, la figllrlt de dOll Lorenzo Manoqulu (lc la Sie-
rra, primer sellor de ('sta heredad y con ella. las de don
Pdayo, don José 1Iaría y (1011 Anllrés' ¡Cómo no
sentir algo ele lVlup,J asomhro con que ellos, t'SIIl'lllOll'S
por raza y por afectos, oyeron el grito de la in(lepe.n-
dlmcia que precedió a la llegada del ejército bolivia-
no' ¡CtÍtno no recor(lal' que dent¡'o ùe estos muros hn-
ho angnstias I'll la fnga. y larga inquietud en quil'nes
queflaroll a m('('(:pd <le 101'1 nuevos señores de Colomhia'
Por eso, 1111ienllo estos recuerdos históricos t(ln es-
tas otras f:lntasías, he pensado muchas Vl'toCSpn la ra-
zón qlW asistia Il Pomho cuanllo dijo «que de l'Slos ca-
serones sin muehaeho8, qlw de eRtos tíos y tíaR qne vi-
viRn rezando y haricn(Io lamentosnS retuer(los, resultó
Ja Pllidón definitiva (Il'l espíritu dl-l (Ion J080 Manud
Ma.l'l'nqllÍn, toca <lo de vie.io, si JlO ele muprto, Ilwlancó-
Iieo ele puel'tas allentro, barridO Ile toda fe y (le toda
il n~ión en IllS cosas Ile este rI' u ndo; prodigiosa mente
in.:apflZ <le pasión, a usanza de I'spíritu purO».
VolviplHlo ahora a la descriprióll de Yerbabuena, de
la cual me taMan apartado estoA rel'uel'lIns, es de ad·
vertir que no todo en el vetusto caserón oriental es
tan triste corno lo descrito; porque ponen afortunada-
mf'nte feliz remate al edificio nnOR aposentos que fue-
ron construidos en época más reciente. Quizá quien no
- 57 ---

esté bien enterado de las cosas-de Yerbabuena no ha


liarÁ. diferencia alg-una entre ésta y las demás partes
rle Ia casa vil~ja; ni sabrá, por tanto, que ella fue le-
vantarla por el mislllo don José Manuel en vísperlls de
su hoda.
Hay que reconocer que el sitio fue admirablemente
bien escogido ?or Marroquin, pues lo hermoso del pai-
saje que allí se divisa sirve de veras para lIñndir de-
leite a las horas del i(lilio; allí, en efecto, la vista se
recrea, Ora con el ca.mino llano, sunve y limpio fie pol-
vo, om con ht dil>ltada Sabana que riega el perezoso
Funz((,; ora, en fin, con la contemplación fie los mon·
tes, Roberana corona del paisaje: montes sin número y
sill nombre, senores de la Vllsta altiplanicie que eÏr-
cnndan y rOllean por todas p:ntes. Y mientI'lIs IIsi re-
cibe su deleite la vista, el oído se recrea con el caer
de las aguflR qne se pierden en la grama, con el can-
to t]¡~ los pajarillos que anidan en los vecinos alcapa-
rros, con el lejano lIramar de la vacada qne pace ('n
laR deh~sns. Es este el sitio más repuesto y IIpflciole
de tO(la Yerhabuena·, y el más poblado (le recuerrlos
pHra quienes quieran conocer desdll aquel halcón escon-
£lillo, q ne mÏl'a hacia oriente, todo el encanto que ocul-
t:t la casa en don (le se escribió el Moro.
¡Cnántas veces! el lInciano, despng¡¡iiado de los hom-·
bres, repetiría (les(le este mismo ualcón estas palabrns:
«Al lado ne Matilde hallaba siempre abierta la fuente
fIe vÍlla" de juventtlll y de esperanza, que hoy está ce-
~arla para siempre en la tierra». ¡CUántAS veres! al con-
tacto de estos recuerdos .Y a la vista de este trozo ne
Sabana niría con la honrla tristeza del atl'iouIR(lo Rin
remedio, estas otras palabras del poeta espnñol que A.pren-
dió siendo ya viejo:
- 68-

Vne8tra pez era imagen de mí vida


¡Oh campos de mi tierra!
Pero la vida _e me pueo triete
y su imagen de ahora ya lIO es esa:
en mi CRMa es el frio de mi al('oba,
6a &1llanto vertido en Jae t.inieblas;
en e\ campo flH el árido camino
del barbecho ain fin que amarillea.

No lejos de este balcón y de estos aposentoQ tan pro-


picios para la contemplación campestre y para el ru-
miar de los recuerdos, hay un huertecillo, verdadero
nido de flores, abrigado de los vientos y abierto al cie-
lo, como alma pura, que ha hallado en ]11. vida del cam-
po ]0 único que segul'ltmente armonice con la paz de
que disfruta en lo interior.
Estos lugares, este huertecillo sobre todo, recnerd:m
en Ill, vieja Yerbabuena It doña Matilde Osorio de Ma-
rroquín y a todas aquellas otras que en pos de ella hi-
cieron <le las flores sus delieias. Este huertecillo nos
bace pensar en la inesperada transformación que doña
Matilde supo dar a la vieja casona. Allí parece que
don Jusé Manuel hubiera escrito estas palabrlls: «Grà-
cias a la confianza que Matilde inspiraba a tOllos; se
reunían entonces en Yerbabuena muchas familills, que
138 entregaban It entretenimientos, reccrdlldos con pla-
cer por cuantos en ellos tomaron parte». Y así fue, en
efecto, porque, debido a la iniciativa de doña Matilde,
volvieron a representarse de nuevo en Yerbabuena aque-
llas comedias que, en horas menos g-ratas, dieron des·
canso al á.nimo inquieto de don Andrés María Marro-
quín y Mllreno.
Cuán distinto de tollo esto que hemos descrito bas-
ta ahora es el nuevo edificio que se levanta en el cos-
tado sur, en el sitio mismo qne antes ocupó la parte
principal de la antigua caS9. Todo es aqui moderno y
espacioso, desde los amplios salones hasta. la solana en
- 59-

que remata por occirIente el Clliftcio, Empeñarme en ries-


cribir esta parte de Yeroabuena es COS1\ inútil, porque
ella no puede ser jamás del gusto de quien aUle lo anti.
guo y legen(lario. Diré únicamente que la construcción
de esta parte de la casa y el cambio de la vida de Ma·
rroquin coinciden rigurosamente; pues mientras los obre-
ros, llegados de Cilia, comenzaban la obra, Marroquin
decía en un a.rranque de sentida tristeza: «¡Qué adiós
tan amargo daré a Yerbabuenal... Lo probable es que
tenga que resiclir en Palacio, aunque enferme y aun·
que lluevan capuc!.tinos de bronce».
Yerbabuena, mirada en conjunto, seméjase a unB es-
cuadra cuyo ángulo vil'ne a terminar en la capilla y
en el viejo comeùor. Por rara y feliz ocurrencia la ca-
pilla y el comedor son lo más anti~no de Yerbabuena.
El vetusto oratorio que oyó las plegarias de la Colo-
nia, y el refectorio que evoca la sabrosa charla de otro
tiempo, están en pie como símbolo de una raza. que se
extingue en un pasado glorioso ..
Tal es, en su conjunto, la casa de los Marroquines'
¡Y los 1\lreùedores qué nos dicen! ¡Para qué !.tablar aho'
l'a de esos recuerdos que nos dejó aqui y allá don Jo'
sé Manuel' En apal iencia poco !.ta variado, en realidad
cuán poco quella de la antigua hacienda: las corralejas
están ahora desiertas y silenciosas; los sítios más co·
nocidos pierden poco a poco sus nombres; El Sangui-
no, El Oentro, La Ohorrera, y con ellos muchils otros,
sólo serán maïhma cOllocidos de quienes por acaso lean
el ram y peregrino libro que Marroquin intituló En Fa·
milia, libro casi único en la literatura, puesto que en
él se nos cuenta la historia de una hacienda.
Des(le la amplia solana que mira hada occidente,
contemplo ahora. la Sabana con sus potreros y sus sem-
brados. El viento agita las espigas y forma onlll\s que
parecen salidas de un lago de verdura. Sondea. el al-
ma a su sabor el misterio del valle y el de los lejanos
-- 60

cerrOS de Tabio. Los ojos vell cómo vlll'íall los perfiles


de esos cerros, siguen vagabundos el vuelo Ile las aves,
la,s formas caprichosas de las nubes, el lento caminar
de los ganados ...
Amo cierta.mente I\, Yerbabu\.'na. ¡Pero por qué la
umo' ,A.caso me suee(le el carácter auster" de ]013 vie-
jos Marroquinesf ¡:\le mueven tal vez los recllerllos de
las sabrosas fiestas que he oíclo narrar'l ¡Don José :\la-
nnel y sus escritos lile han hecho scntir honùamente
toda la delicia que escofl(len est.os murus' Nada (le eso;
hl\Y quizá en mi amol' por Yerhall\lCua algo de egoís-
ta" la conoci cn sus postI'Ímcl'Ías .r la. amo COli la ter-
nura con que se aman y recuer(lan Jos IlIllertos.
La historia de Y crllabu\'lIa se va, se va para siem-
pre; imagen de ella son esail sombras de ht tarde que
invlt(len eJ valle, qne trepan por los cenos y qne ter-
mimu'ûn presto por adllei1arse de las alturas a donde
ha ido Ja Juz en \msca del último refllg·il/ ...
Horas más tarde crujen las ramllS Ile los el¡('nliptos
azotadas por los vientos; eJ CUITUCUCÚ se querella Jas-
timosamente; óyese el pausado croaI' de las ranas en
los marjaJes; el aullido lejano de Jos perroS que guar-
dan las ch'lzas. La luz de la chimenea lanza en el sa-
lón fulgores fantásticos que se cruzan con Jas somhras
para dejamos entrever imaginaria.mente figuras de es-
pañoles amedrantados que huyen del Libertador; corri-
das extrañas de toros. representaciones (ie antiguas co-
merlías, im:tgines de bailes hoy en des l\I:lO , mas siem-
pre en esta, visión del pasado, en que los Illuertos re·
viven y los antiguos tiempos se hacen presentes, hay
on sitio destina.do en mi tantasia pam mis propios y
escasos recuerùos ùe los sabrosos ùias que he pasado
en Yerbabuena.
LA FUNDACION DEL CONVENTO DE

SANTA CLARA
lia fundlleión del Convento de S&otll Cl&tr&.

Hacia comienzos del año 1630 salía, en las horas de


la mañana una solemne procesión de la iglesia de Nues·
tra Señora del Oarmen. Tomó por la calle trasera del
seminario de San Bartolomé, hasta llegar a pocos pa-
sos de la casa de la Real Audiencia. La ciudad de
Santafé iba It asistir en este día a un acontecimiento
famoso, para aquellos tiempos: la fundación del con-
vento de clarisltS que con tánto empeño habia procu-
rado llevar a cabo en años anteriores el ilustrísimo se-
ñor Arias de Ugarte, primer prelado bogotano y arzo-
bispo luégo de la ciudad tres veces coronada de Lima.
La cruz alta, llevada por nn clérigo It quien acorn·
pañaban dos ceroferarios, descendió por la cuesta; en
pos de ella aparecieron los seminaristas de San Bar-
tolomé con BUS rojas becas, los jueces de los tribuna-
les de cuentas y de la santa cruzada, los alcaldes or-
dinarios y los de la santa hermandad, el mayordomo
de Santafé y su procurador, los escribanos, los doce
regidores y el alférez mayor; traían todos ell08 ciri08
G
- 64-

c"np,(\llIlill,)s y rezaban piallos:lmente los sa,lmos que, pa-


ntel:ltus mtSOS, señala el ritual romano, No falt.ó en es-
ta O(;1l8Ílíll la Real Audiencia que, 1101' mllt'rte del pre.
~i(lellte Borja, gouern¡¡,\)a en aquel año estos reinos.
állí ih:Hl, !Il"·'l(~,li.los .le SllS alguaciles, 108 oirlores Vi·
:I11feal y ViIL\lona, Herrera y Zambrano, Lesmes y
\Talc{trecl, Pallilla y Carrasquilla; tllllos ellos vestil10s
·le cerlHuonia: ealzón corto y nf'gl'o, capa, medias ùe
~elb, zap:ttos eon hehillas, golillas y puños blancos.
[11~i; aeolllpaiiahan los fiscales, y entre ellos lIon Fel'-
IHtI\llo ile S:tavetlra, annqne si bien es cierto hacía aHí
,':tlta la prcsencia ¡lei fiscal y Inégo oWor don Juan
Urtiz de Ce1'\'antes, muerto el afio :lntel'ior a poco de
haher cOllstl'Uillo la capilla de Nuestra. Señora del Cam-
)10 en la l{ecolcta ¡le San Dieg'o.
Ni pOllían dejar (le estar allí los repfes~ntantes Ile laB
(ordenes religiosas que en aqnel entonces existían en Bogo·
tl~: jesuítas, fl'llncíscanos, llominicanos y agustinos hacían
(,()Illpañía a las monjas qne se trasladaban de un con·
yento a otro. Venían por Último los canónigos con SUS
quitasoles, que aparecieron en la calle, cuando ya la
I.¡:ocesión IJegaba al nuevo templo; allí esta.ban don
Hernal'(10 .rillleno de Bohórquez, arcediano de la cate·
dl'llJ, ,Inn Gaspar Arias Maldonado, provisoI' del arzo·
hispllllo; don José Alba de Villarre¡tl, gran predicador
de aquelIoH tiempos; Bartolomé Arias de Ugarte, her-
mano del que ha bia sido Arzobispo de est{)s reinos, y
por último el nuevo prelado don Julián de Cortazar y
Ascárate, que iha a recibir la obediencia de boca de
Ins nuevas monjas. Pero lo más extraño de esta pro-
cesiÓn era la presencia de tres religiosas c¡trmelitas
qne habríall de mudar ese día, 'por disposición ùel Pa-
p" Ul'hano VIII, los hábitos de esta orden por el bur-
ùo sayal de las religiosas de santa Clara.
Iban allí, en efecto, sor Damiana de San Franciaco,
bermana deI señor Arias de U garta, Isabel de 1" Tri·
- 65-

llÎ(llld Y Juana .Je la Cruz, sobrinlts del mismo prela-


do quienes en compañía de otras doncellas habrían de
dar comienzo al nuevo instituto.
Quedaba el convento de clarisas a nna.s pocas cua-
dras de Nuestra Seílora del Carmen; :r:o lejos de la ca-
sa de la Real Audi8ncia y a una cuadra nu más de la
plaza mayor de Santafé. Habialo comenzado 3 cons-
truir el miamo señor Arias de Ugarte en 1619} y pa-
ra ello había. comprado con sus propios recursos la ea·
S8. donde trágicamente murió en 1578 el oiùor Cristó-
bal de Azcuet:t y otra a donde se trasladó en otros
días el presidente don Lope de Armendáriz, después
del juicio que contra él se siguió por varios delitos.
Llegada la procesión a la iglesia de Santa Clara, se
leyó ht real cédula de Felipe III que autorizaba la
fundación de este monasterio y las bulas <le Gregorio
XIII y de Urbano VIn en que se aprobaba la dicha
fundación y se permitía que las religiosas carmelitas,
ya. nombradas, pasasen a vivir en la or(len de santa
Clara. Leídos estos documentos "y levantadas las acta8
del caso, procedió el señor Cortazar a consagrar el al-
tar y a bendecir la iglesia.
Sobre el altar mayor se colocaron luégo los nuevos
l1ábitos de las tres religiosas y de las demás doncellas
que entraban al convento; sobre ellos roció el prelado
el agua bendita y declaró que esas ropas eran símbo-
lo de la humildad del corazón 1del desprecio del mun-
(lo, segÚn lo que manda el pontifical de los obispos.
Vestidas ya con el burdo sayal franciscano, entraron
las nuevas religiosas al convento, mientras la conen·
rrencia admiraba una, vez más la hermosura de la nue·
va fálJrica.
Desde el año de 1630 hasta el mes de fclH'cro de
1863 permanecieron las monjas en el monasterio que
la piedad de la familia de Arias de Ugarte había fa·
bricado; sujetas a. las reglas rigurosisimas que Urbano
- 66-

IV había dado para todos los conventos de chuisas y


(1¡ las menos rigurosas qne el mismo señor Arias de
Ugarte había impuesto l\ las religiosas de Santafé.
Ahora mismo veo en mi mesa de trabajo el libro de
estas constituciones impreso en Roma en el año de 1699
por Lucas Antonio Ohacras, dedicado ·a la Purísima
Virgen y Madre de Dios, María Santísima, en reveren-
cia del dolor que tuvo cuando perdió a Jesús su dul-
císimo Hijo y Señor nuestro». Y leo con respeto los
pormenores en que entró el santo Arzobispo, hasta en
lo referente al vestido de las religiosas. ~Vestirse han
todas las religiosas - dice el Prelado- de una suerte
de paño, y de hábitos de una misma hechura, sin cu-
:riosidad: que será una túnica interior, el cuerpo de es-
tameña, y las faldas de Henao; que llegue hasta el cue-
llo, _y la eaya sea de la hechura de las que traen los
religiosos, de una pieza del cuello a lOBpies; de suer-
t;e que no sea saya y cuerpo; la cual será de eatame-
ña o sayal delgado} y un escapulario de la dicha tela,
y el manto sea de estameña o sayal pardo. Ciñanse
con cuerda de cáñamo basto, sin curiosidad alguna,
como las que traen los religiosos menores, y el toca-
.lo sea de tocas de líno, y de ruán o lienzo casero, y
los calzados sean zapatos de dos zuelas o pantuflos».
Acá. a este monasterio acudieron en todo tiempo las
personas deseosas de grande perfección; aqui se escon-
dió, después de tántas desgracias en la vida, doña Inés
Doroíngue~ de IJugo, hija de aquel don Pedro que por
no permitir que la doncella se desposase con el aven-
huero portugués Diego Barreto, le dio muerte; aquí
vino a llorar sus desvaríos María Lugarda, después de
nnos ejercicios espirituales que dio el padre Benaven-
te, y aunque no permaneció en el convento largo tiem-
po, esos días de penitencia debieron ser de grande con-
suelo para su espíritu agitado; aquí, finalmente, vivie-
ron y murieron todas aquellas santas religiosas que
- 67-

evocaban de continuo en Santafé la piedad de aque-


lla mujer incomparable que en la edad media se llamó
a si misma plantulla beati patria F1'anci.ci.
Todo esto ba desaparecido de Bogotá, y sólo quedan
para recordarnos el pasado glorioso, la iglesia que aún
conserva, a Dios gracias, su fisonomía peculiar y las
monjas recogidas, después del latrocinio de Mosquera,
a una humilde casa cercana a su antiguo convento,
No se puelle entrar a la iglesia de Santa Clara, sin
que la vida colonial resucite en nuestra imaginación
con toda su viveza. El estilo plateresco de este templo
nos señala ya su antigUedad venerable; los retablos nos
muestran en toda su variedad lo que fue la pintura en
aquellos años; aqui están los colores desteñidos que
sirvieron a .Antonio Acero de la Cruz para pintar en
diversas formas y variado y caprichoso simbolismo, a
la Virgen Inmacularla; aqui las obras de los Figueroas
que adoctrinaron a Vásquez y algunas de las del mis-
mo Vásquez, si es que no hay algo de Bandera o de
García. Consideradas aisladamente, valen todas esas pin-
turas poca cosa,; vistas en conjunto son la prueba más
palpable de la piedad y religiosidad de Santafé y de
la munificencia de las monjas clnrisas en todo lo que
se relaciona con el culto, cOSa ésta que ya reconocía
el mismo Zamora en sus crónicas, La techumbre nos
recuerda. los alfarjes españoles, annque nunca. con la
elegancia de otras iglesias; los coros nos dejan ver que
quienes los hicieron tenían en su sangre algo de los
moros aquellos que conquistaron a Granadll, y de la
reunión de todo esto y de la evocación de los recuer-
dos, nace en el alma la paz, que hace olvidar el bu-
llicio de la ciudad que se transforma en metrópoli opu-
lenta; de tal manera que casi es imposible pensar que
It pocos pasos de esta vetusta iglesia, esté el capito-
lio nacional, teatro y testigo perpetuo de nuestras lu-
chall pouticas.
LA SEMANA SANTA EN L¿:.,ANTIC;UA
SANT AFÉ
l1a Setnan& Santa en la antigua Santafé.

Ra.ras veces nos hablan los viejos cronistas santare-


reños de fiestas, lo que prueba que, con excepción de
la. llegada de un virrey o un arzobisoo, casi nunca. 80-
lía, haber en Santaré regocijos populares; sin embar-
go todos ellos están acordes en ponderarnos la magni-
ficencia ùel culto religioso en l:t ciudad del Aguila.
Nl'gra} y en especial en tres ocasiones señaladas, a sa-
ber: La Nochebuena, la fiesta. del Corpus y 10.8 de la
Semana Santa o mayor de que hoy quiero ocuparme.
Los conquistadores que acá llegaron, ('omo españo-
les que eran, debían recordar piadosa. y regocijadamen-
te las gralHles solemnidades que en España mostraban
casi a. lo vivo los hechos de la pasión y muerte del
Salvador. Famosísimas eran, y son aun en el día de
hoy, las ceremonias religiosas de semana santa en Se·
villa, y sus procesíones del jueves y el viernes santos
tienen renombre como pocas.
¿Qué de extraño tiene, pues, que los clérigos y frai-
les españoles quisieran imitarIas acá. a. fin de rendir
con ellas culto conveniente Í\. CristoT No !le hallado
- 72-

memoria alguna en que se nos diga claramente cuán-


do principiaron las procesionei y cuándo se fueron ha-
dendo con esplendor estas ceremonias, pero tengo por
averiguado que ello debió de suceder, ISin duda algu-
na" en los mismos díali de la conquista, tan antiguas
1\8í lSon algunas de nuestras procesiones religiosas.
Con bastante anticipación comenzaban los santare-
I'eños ao prepararse pam la semana santa; s610 que no
Il,tendían únicamente a In reforma de las costumbres,
Rino que ademlÍs procuraban hacerse a los vestidos que
iban a lucir en la visita de monumentos del jueves
Ranto. Don José Manuel Groot, testigo aùonado en cs-
tas materías, dice en un artículo poco conocido:
~¡Quién no sabe que todo bicho viviente sube nu
)lOCO más de su ordinario en el jueves sant07 Desde
el opulento capitalista basta el altozanero y el mendi-
go, en todos el termómetro de la vestimenta sube al
gunos grades ... esto por lo qne hace a la compostura
del exterior, que por lo que bace a la del interior, la
harriga tamùién sube cuando es jueves santo. Ese día
se echa un garbanzo más en la olla, y como en la No-
chebuena, también andan por la.s call1's las criadas con
los platos de regalo. Los capellanes <1emonj¡¡s tenían
roscón fresco, frasco de vino y bizcochuelos» (1).
El viernes llamado de Dolores, y muy particula.rmen-
te el sábado, vefanse en las calles ramos de palma que
sc ofrecían en venta; las monjas andaban oeupadas en
lahrar Ins del arzobispo y los canónigos; las santa-
fereñas trabajaban en hacer otro tanto con las que
al día siguiente debían lucir en la catedral sus maridos
y E llS hijos.
El domingo <le ramos llegaba y con él la semana
sao.ta. Desde muy temprano el santafereño se encami-

(I) MU8eo d'l cuad"o8 de co,tllmbI'6', Biblioteca de 1\1 Mosaico,


1866, página 296 del volumen 1.0
- 73-

naba aola CatedraL con su palma en lI' IDano, y la ce-


remonia se desenvolvía ante sus ojos en toda la ma-
jestad del culto católico; en ocasiones el Hosanna Fi-
lio David Se oía por las calles, y uu asno, el asno tra-
dicional, sentia sobre sí el peso de alguno que bacia
las veces de Cristo, victoreado por las multitudes. Es-
paña, la vieja. Espaiía religiosa. y tradicianal, vivía. en
espíritu en esas horas en nuestra ciudad.
Al medio día, a la bora de vísperas, el sl\ntafereño
entraba una. vez más a. la Catedral para contemplar la
extraña y simbólica ceremonia española de la. reseña.
Esta ceremonia, reliquia quizá de otras antiquísimas,
se acostumbra hacer en SeviJJa desde tiempos in memo-
rinles y bay documentos de 1464 en que ya se nos
hHblaba de ella (1).
A la hora. del himno de vísperas los canónigoB Ba-
len del coro, acompañados de sus capellanes; llevan
\arglls candas moradas y el capuchón calado basta muy
cerca de los ojos; lentamente recorren las naves late-
rales; toman Illé,g;opor la central, mientras el deán en-
tona el himno Yexilla Regis prodeunt que continú!ln
los cantores; llegan finalmente los canónigos a las gra-
das del altar mayor y allí se posternan mientras el
deán, en varias ocasiones, despliega una bandera ne-
gra con una Cl'UZ roja que sólo se ve en aquel día y
en los tres siguientes.
El pueblo se asombra de aquella ceremonia; los más
curiosos averiguan su significado y todos terminan por
reconocer que, aunque la ceremonia es antiquísima., su
simbolismo es bien oculto y que hasta la fecha nadie
sabe a ciencia cierta qué signifique todo esto.
Al día siguiente, lunes santo, la ceremonia tenía. lu-
gltr en la iglesia parroquial de Nuestra Señora de las

(1) Cf. Roque :Mirón y Ma.s, La Reseña, Revista Santa F~ y Bo-


gotá, volumen 3,0, página. 318.
-74-

Nieves. Esta procesión salía al medio día de lt\


iglesia y recorría. el barrio para regresar de nuevo
al caer de la tarde. Los viejos santafereños conservaban
el recuerdo del paso llamado de la Cena, en que las
figuras monstruosas de los apóstoles hacían sonreír a
108 pocos incrédulos de aquellas épocas. El señor Ar-
beláez quiso, en 1869, acabar con este paso de la Ce-
na, pero se le anunció que aquello podría traer muy
malas consecuencias, y así sólo en tiempo del ilustrí-
simo señor Velasco, fue posible acabar con las esta-
tuas y reemplazarlas por otras mejores.
Los pasos, llevados por penitentes vestidos de va.-
lencina negra, cubierta la cabeza con una capucha ter-
minada en ouourucho y con lazos atados a la cintura
infundían pavor en los niños y sentimientos de peni-
tencia en todos los demas.
El martes santo volvían los santafereños ao la Oate·
dral para adorar a ]a Virgen de La Soledad, antiquí-
sima estatua que aún en el día de hoy se tiene en
gran veneración y a ]a cual hizo heredera su~'a don
Juan Martín d~ Sarratea, Superintendente de la Real
Casa de Moneda de Santafé por los años de 1797.
Sobre este testamento habría mucho que decir, lo
mismo que sobre las exequias que de Sarratea se ce·
lebraron en la Cateoral, porque el testamento dice que
el mismo Sarratea nombró por universal heredera de
su fortuna a Ia Virgen de La Soledad, para que la
haya, herede y goce con la bendición de Dios, y Ca-
ballero, por su lado, refiere en su cronicón que en el
día del entierro de Sarratea. «estuvo Nuestra Señora
descubierta y alumbrándose con cera, como mostran.
do viudedad».
Ese mismo día salía otra procesión <le la iglesia
conventual de los Padres Predicadores, que recorría
las calles reales, y al día siguiente, miércoles santo,
se hacía la renombrada procesión de San Agustín, en
- 75-

la cual a.parecía por las calles la venerada efigie del


Jesús Nazareno, que tánto papel ba desempeñado en
la historia. de nuestra ciudad. Fue comprada en Ingla-
terra a principios del siglo XVII, y en los días de la.
Patria Boba el Jesús Nazareno de San Agustín, fue
hecho Oapitán General de las fuerzas patrióticas.
Preparados asi los santafereños con estas procesio-
nes y ceremonias, veían llegar con grande regocijo y
compunción el jueves santo. Muy de mañana iban a
la catedral para asistir a la consagración de los 61eos,
y el medio día Be daban a la visita de monumentos
en las numerosas iglesias de la ciudad.
cEra grande el concurso-dice el señor Groot-por
las tardes en la visita nocturna de los monumentos,
y no se oía más que rezar por todas pa.rtes la esta-
ción sin glo1'ía. Por el tránsito se solía uno encontrar
con algunos grupos del pueblo algo embochinchados.
-¿Qué es es07
-«Es un penitente.
«lba el penitente en medio del montón con SU! ena-
guas blancas y su caperuza que le cubría la cabezay
la cara; las espaldas al aire y la disciplina andándo-
le por encima, no de mosqueo, sino de sacar sangre.
Otros hacían Sl1 penitencia llevando los brazos en cruz,
amarrados a un palo por detrás».
El viernes santo asistía el santafereño a la misa
Illlmada Pra~8entíficatoru"~ en la Catedral, y podía dis-
poner a. medio día de varios medios que contribuían
eficazmente ao acrecent·ar su devoción. Los sermones de
este día en Santafé eran, y lo son a la fecha tam-
bién, famosos. Podía asistir a él de descendimiento en
la Catedral y ver cómo hacían las veces de Nicode-
mus y José de Arimatea., d08 capellanes del coro me-
tropolitano; podia. también ir a sermón de siete pala-
bras al templo de San Ignacio. a. este sermón que des-
de los tiempos de Azúa, año de 1748, tenla. grande
- 76-

fama. «El dicho seuor A1'zobispo dice Caballero en


BU cronicón-estableció el viernea llanto laa .Agonía,
en la Compañía de Jesús, tie laa doce a las tres de
la tarde». Podía, finalmente, Bi asi lo creía convenien-
te.. ir a San Agustín 1\1 sermón de sentencia que co-
menzaba allí a laB once de la. mañana; oía entonceB el
santafereño la sentencia a. muerte pronunciada contra
Cr:isto, no desde el pretorio, sino nesde ulla de laB
tribunaB de la iglesia; y aÚn hay quien refiera que en
ocasiones la 8èntencia Be alteraba con grande mengua
de la verdad histórica.
A las tres de la tarde comenzaba la grande y so-
lemne procesión que salía, como Bale hasta en el día de
hoy, de la Catedral a la iglesia de La Veracruz, pan-
teÜn de nuestros próceres. Aquél día aparecen el bal·
daquino del paso de Nuestra Señora de La Soledad la·
brado en plata y costeado, allá en los tiempos de la
COlonia, por el mismo dun Juan Martín de Barra-
tea, de quien ya. hablamos, y el Santo Sepulcro de ca-
rey con enchapados de ~Jata y marfil que según se
dice, donó a esta Catedral alguna reina española; allí
aparecen también las mejores y más venerandas imá.-
gines de la misma catedral, y los canónigoa y el ar-
zobispo que con largas caudas y el capuchón morado,
acompañan a ~uestra Señora mientras los caballeros
rodean el Santo Sepulcro. Toda la. tradición de la re-
ligiosa Santafé revive en este día y en e8ta hora en
qne la más significativa procesión de semana santa
recorre las calles de esta ciudad que se transforma rá-
pidamente.
En eate día, como los dos antericres, el santafereño
solía ir una vez caída ya la tarde, a la Catedral para
l\!Iisitir al oficio llamado de tinieblas; recuerdo de los
tiempos en que los maitines se rezaban durante la no-
{-he, en las grandes abadias de la vieja Europa.
El sába.do santo se quemaba el diablo en San Fran-
- 77-

eisco, }lerc~rjna invención que se acomoda admirable-


meute eon los exorcismos de la misa, y el doming'o
de Pascua venía como viene ahora, el seiíor Resucita.-
do desde la ig:esia de La Veracruz hasta la Catedral,
en donùe el arzobispo celebra de pontifical.
Si Sevilla conserva SUB viejas tradiciones religio-
sas, Sautafé de Bogotá las tiene también a sn modo,
aunque en ,erdad el espíritu de eSRS tralliciones se
van perdiendo de día en día; con todo, nunca puede
¡lecirae con tanta verdad que el espíritu tradicional-
mente religioso de Bogotá revive, C0ll10 en los dias de
la semana santa y ello es explicable porque, a Dios
gracias, entre todas las tradiciones suelen ser las de
orden religioso las más duraderas y las que más a lo vi-
vo pintan la fisonomía peculiar de un pueblo.
LAS TERTULIAS DE LA VIEJA SANTAFE
Ua.5 tetftu1ies de le vieie gentafé.

Lo apacible de la vida santafereña debió ser cau-


sa, muy desde los comienzos de la ciudad, ¡le largas
y muy gratas visitas que se prolongaban en veces has-
ta eso de las diez de la noche con no poco escánda-
lo de las personas más recatadas y devotas. Al calor
del chocolate, servido casi siempre en tacbuelas de
plata, animábase la charla del santafereño, amigo siem-
pre de murmurar, apasionado ùe los gracejos y donai-
res y en ocasiones admirador sincero de la poesía y
la leyenda.
En un principio qUlza esas conversaciones t'ueron
pialloslls y hasta si se quiere, teológicas; las disputas
de los colegiales de San Bartolomé y del Colegio Ma-
yor de Nueetra Señora del Rosario formaron en aquc-
llos remotos tielll pos tema de conversaciones gratísi Illas
para los sautafereños; la crítica del Últillil) sermón que
habían oíùo y alguno que otro escándalo de esos que
jamás SU~/~~~t~¿ e~j}a~ 7ci~dq,9~s, completarían la
- 82-

Il'H\ëeria sobre la cual disputaban a su gusto aquellos


vieJos de que nos habla Rodríguez Fresle en su Oar-
nero.
l':-n siglo más tarde, la reforma de la enseñanza, Ile-
varIa a cabo por el arzobispo Oaballero y Góngora., la
implantación, al menos en parte, del nuevo plan de
estudios de Moreno y Escltndón y sobre todo la expe-
dición botánica, dieron nuevo tema a las tertulias san-
tafereñas que prepararon pacientemente la emancipa-
ción de la Nueva Granada e hicieron conocer algo muy
dh-erso de lo que hl\l~ta entonces se había oído entre
nO:3otros.
Formáronse estos círculos o tertulias literarias en las
postrimerías del siglo XVIII. Don .Antonio ~ Rl'iño, con-
siderarlo con justa razón como nuestro precursor en
materia de independencia, reunía en su casa vecina al
convento de franciscanos, a muchos y muy notables
juris~on8ultos de aquella época; por su lado, don Ma-
nuel del Socorro Rodrígnez convocaba en la Biblioteca
Real (le Santafé a unos poco~ literatos, mientras doña
Ma,lluela Santamflría de Manrique juntaba en Ja. tertulia
de El Bucn Gusto a casi todos Jos hombres de letras
de la ciudad dd Aguila Negra.
Presto, ~in embargo, la lIparición de un papel con
el título ele L08 De1'echos del Hombrc, conmovió pro-
fundamente a Santafé; la Real .Andieneia se alarmó
grandemente por los denuncios que contra. Nariño y
sus compaüeros habían dado Pedro Ignacio Rangel,
Francisco OarrAsco y José Fernández de Arellano; el
oiclor Joaquín Mosquera y Figueroa, fue encargado de
iniciar el proceso contra Nariño; el estudiante del 00-
legio del Rosario, don José María Durán fue puesto
en la cama de tormento para que confesase la verdarl
de lo que había oído; Nariiio fne reducido a prisión y
tOldos sus bienes, inclusive su muy rica. biblioteca,
- 83-

fueron confiscad08. Tal fue el final de la tertulia de


Nariño y el comienzo de la Nueva Granada.
Si comparamos el medio social en qne vivían Nari-
ño y sus compañeros, con todo lo que posteriormente
lIemos visto, nunca antes ni después, ha habido pensa-
miento mÚs osaùo e indeppndiente que el de Nariño,
Zea, Padilla, Cabal y demás compañero8 de esa fa-
mosa tertulia ell que se discutieron las Îlleas, que ya
en ese tiempo estaban preparawlo Cil Europa la revolu-
ción francesa..
Muy distinta de esta tertulia revolucionaria, cm la
(lei bibliotecario don Maliuel del Socorro Rodriguez,
culterano a su modo y grande amigo <le don José Ma-
ría Gmeso, el infortunado amante que perdió a doüa
Jacinta de Ugarte en vísperas de la boda, y de don
Francisco Antonio Rodríguez, auto: de muchos versos
como éstos que ahora recordamos:

]{e alegro, me ,-calegro, me arckilcgro


me protoalegro 11 me tatarelegro.

Esta tertulia, llamada la EutropéUca, nombre de su-


yo bastante culterano, en nada se parece a la de Na-
riño, ni aun siquiera a la de doña Manuela Santa.ma-
ría de Manrique, de quien la histeria nos cuenta pri-
mores.
«Las sabrosas veladas del Buen Gusto - dice Ibáñez-
donde al lado de serios estudios cient.í~cos y litera-
rios, se cultivaba con exquisito esmero el legendario
-chiste bogotano, lleno de sutileza y de donaire, termi-
naban siempre .con el uso de la vajilla de plata. No
faltaba alii la aloja, bebida p,on base de arroz, cuya
preparación ha sido especialidad de 108 conventos de
monjas; el rojo vino de Castilla la Vieja, traído en
grandes botijas de loza vidriada, ni las coloreadas mis·
telas en elegantes botellas, cuyo tapón se reemplaza-
- 84-

ba. con una flor ùe clavel. Pero el alma de la cena en


esa casa señorial, como en todas las de Sa.ntafé, en
ese tiempo, era el aromoso chocolate}) (1),
Ell esta tertulia, con más discreción que en la de
Nariño, se preparó la independenci", y para probarlo
básr"enos recordar que a ella asi8tían Camilo Torres,
Fernández Madrid, Fruto Joaquin Gutiérrez, y en ge-
ner¡~1todos aqnellos que veremos luchar en lOBdias
de la Potria Boba para venir a sucumbir en los luc-
tUO~l)Stiempos del pacificador Morillo.
Después del 20 de julio de 1810 la politica no dio
tn'gua y las tertnlias literarias desaparecieron casi del
tOll(I,.Tan inquietos debían andar los ánimos de los
8antafereños en los comienzos del siglo xu, que Ca-
ballero declara, cómo en noviembre del año trece fue
menester que «se echase un bando por el Gobierno,
de que no hubiesen corrillos, ni tumultos de hombres,
aunqne sean sin armas, ni que en los trucos y demás
garitoiJ no se juntasen a criticar contra. el Gobierno;
que el que quisiere decir su sentir, se presente, que
se le glundará justicia». Y añade el cronista con mu-
ella gracia: «Lo cierto es que el Gobierno está tem-
blando de miedo de que vaya a haber una contrare-
vollleión, y yo temo lo mismo porque el partido <lelos
regentistas es grande, y como no se ha hecho un ejem-
plar, están muy soberbios, y más viendo el gobierno
de bayeta}) (2).
Peores tolla vía. fuel'Jn los tiempos posteriores para
lall tertuliall santafereñas; el miedo que inspiró el Pa-
cificador, las Ínquietude8 que .iguieron a la batalla de
Boyacá, las guerras continuas y sobre todo el mucho
luto que reinaba en la mayor parte de los bogares
sa.nta.fcreños, no permitieron esas sabrosas reuniones

(1) C•.ónico! de Bogotá, vol. 2.0, pág. 133.


(2) 1'. B. pág. 189.
- 8ó-

que prepararon, años antes, nuestra emancipación e


independen.cia.
Asi es que 8ólo allá por los años de 1830 volvieron
de nuevo a reunirse los santafereños con propósitos
literarios. :rAientras don Miguel Tova.r adcctrinaba. en
las letras clásicas a la nueva. generación literaria, se
reuníl\,n por la calle de San José en casl\, de los Gu·
tiérrez Vergams, don Ignado y su hel'ml\,no don Agus-
tín, don Andrés y dOll Juan Antonio Marroquin, José
María Saíz, José María Cárdenas, Félix Castro y mu-
chos otros para formar el Parnl\sillo, reunión literaria.
que recordaba la tertulia del Buen GUlto y preludiaba
la. del Mosaico de que luégo hablaremos. Por confe·
sión de don José Ml\,nuel pl\,rece que los asistentes al
Pl\,roasilIo fueroo clasicistas '1 «que de la lectura de
los clásícos españoles resultó para ellos lo que debía
resultar: hicieron BUYOB los tesoros que en materia de
leBgnaje ofrecen las obras de aquellos antores, Y que·
dl\,ron como vacunados contra el galicismo, cuyos pes-
tilentes efluvios comenza.ban en su tiempo It aficionar
la atmósfera literaria», Grandes lectores eran ellos,
además, de Mora.tin, de Meléndez, Cienfuegos y Cadal-
so, Y a causa de todl\,s estl\,S lecturas, el chiste bogo-
tano perdia algo de su natura.leza por remedar, al me·
nos en parte, a los mf}delos que tenía.n delante de los
ojos, los literatos de aquel entonces.
A esta. época pertenece la. famosa oda. al chocolate
de don Ignacio Glltiérrez Verga.rli que revela. mny a
lo vivo los U80S Y costumbres de la época:

Bebida deliciosa
cuando en su hervor el molinillo e8puma,
y en pozuelo de Zoza
en el coco o totuma,
eZ hombre bebe 11 un oigarro fuma.
- 86-

gstas reuniones o tertulias literarias volvieron It ser


famosas por los años de 1858, cuando se reunieron, pri-
mem en cas:t de dOll Rafael F, San-ander y lllégo en
otras, IlludlüS santafereños «para tomar chocolate de
lllCl1ia canela, fumar y mentir, de cnatl'o a seis, como
dedit el eanónigo Saavedra»,
Casi tallos lag literatos de aquel tiempo formaron
enr;:mces la tel'tulia <lue se llamó llel Mosaico, nombre
qll'! se tl)IllÓ (leI periódico qne en aquellos tiem¡lOs edi-
tallan algnnos de ellos. Y hay que pensar que en estas
Su')}'osas tertnlias se dieron a col1ocer La Pen'illa <le
Marroqnín, los famosos cuadI'os Ile costumbres de Ver-
gaLa y Vergam; La l1fanuela, de lIon Eugenio Díaz, y,
So::,re todo, La ]lfaria, de Jorge Isaacs.
Con esta tertulia terminó la serie <le la8 que dieron
IU'ltre a nuestras letras, pero no terminó, ni podía
tel' ninar p:n entonces la costumbre que los santafere-
ñ08 tenían ,le reunirse por las noches en sabrosas ter-
tulias caseras. He daùo alguna idea de lo que fue-
ron [os eírr,ulo8 literarios /le Santafé, pero poco o
mt/la lIe dicho tIe la tertulia casera, en la cual se
revela, mejor qlle en IUI'te alguna, la pe/mliar flsono-
ffil;\ de [a ci Il(!<t,l f} lH\ fUIHl6 el liceneiallo Jiménez de
Quesada.,
El gracejo fino .Y fi, veces mordaz, los amoríos ho-
I1l\3tosJ las danzas y el canto del bambuco daban It
¡\/1lwllas tertulias Sil carácter propio, carácter que só-
lo vino a perderse cuando los salltnfereiíos quisieron
imitar :t lo.'. fr,tnceses.Y dieron en la manía de los bai-
Ic" solemnes, mientras las mujeres, enamoradas rlel
Vll¡;¡tillo, slilo pensaban en él y descuidaban otros en-
cantos ele la vida social, qne no por ser honestos de-
jan, ni puc/len dejar de ser, muy agradables.
LA.S LEYENDAS DE LA VIEJA SANTAFE
uas leyendllls de la vie!Q SQctafé.

Son las leyendas, los cuentos' y consejas parte prin-


cipalisima del folklore (1) de cada pueblo; ellos reve-
lan el alma colectiva de una raza; indican claramente
sus creencias, sua aspiracione,q y BUSgustos. La leyen-
da, qne es la relación de un hecho fantástico y mil.-
ro.villoso, nada tiene que ver directamente con la tra-
dición histórica. Ella nace en la mente popular, de-
bido a un suceso imprevisto y va completándoBe a tra-
vés de muchas generaciones por obra de la fantasia
que le añade siempre nuevos y preciosos pormenores,
basta que al fin el poeta le da una forma definitiva,
casi siempre hermosa. La leyenda precede siempre It.
la epopeya y es menos grande que ella en sus mani-
festaciones; ella es como la primera etapa literaria.
de un pueblo, y por eso merece siempre ser cuidado-
samente estudiada en la historia de una nación.

(1) En fa.vor de alguno6 de nue8tro6 lectore6, diremol que la


palabra folklore viene de la8 palabras inglesa6 folk pueblo y
lore: ciencia, y signifioa, por tanto, un e8tudio de 10.8tradioionel,
creenoiae y leyenda8 de oada pueblo o nación.
- 90-

Nl1l3stras leyeullas se dividen naturalmente en d08


épocas: Únas pertenecen a la historia de los muiscasj
ótra8 son genuinamente españolas y debieron formarse
en 1')8 primeros tiempos de la Colonia; unas y otras
revel¡tn una tristeza y Ulla melancolía tan profundas
que '[¡acen admirable armonía con nuestro bamùuco y
acaso con las pOCal'! manifestacioncs pictóricas que nos
llejl\l'on los antiguos españoles que a.cá vinieron fi. po-
blar estas tierras.
Lns aguas que descienden Ile las serranías para fe-
CUndl\r el valle, fueron en otro tiempo causa de temo-
res; ellus fueron inundando poco a poco los sembmdo8
de los muiscas; entraron luégo por los bohíos y termina-
rOll por convertir el valle en un inmenso lago que se
exttmdía. desde los primeros linderos del dominio del
Zipa e iba a parar más allá. del sitio en dontle 1l1égo
levantaron esos mismos muiscas el templo del Sol. La
leYQnda dice que un día el dios Bochica, símbolo de
la fuerza pOllerosl\. Ile las aguas, que siempre buscan
su salida, se presentó ante las rocas del Tequenda-
ma, convocó allí a los más poderosos caciques de es-
ta.s tierras y arrojó desde las alturas una vara. de oro
tras de la cual se fueron las aguas, dejando limpio Y
fecundo el valle que más tarde sedujo tánto y con tán-
ta razón It los conquistadores. Desde entonces Bochi-
ea se confundía para los indígenas con el arco irie,
que. siempre aparece en los cielos cuando las aguas
cesan, y costó no poco trabajo a los misioneros espa
ñoles acabar con este (mito que perseveró a pesar de
tOllo, por mucho tiempo en la mente del indígena.
J.Ja predicación de estos mismos misioneros hizo cono-
cer a los muiscas la existencia del demonio y le cobraron
tan gran temor que le veían de contínuo en casi to-
dos los acontecimientos, en que antes habían descu-
bierto 1110 obra de los dioses. Las primeras páginas de
El Oarnero de Rodriguez Presle, cronicón antiquísimo
- 91-

abundante en tOlla suerte de leyendas, revelan algode


este temor por el demonio. «Estos naturales, dice gra-
ciosamente el cronista, estaban y estuvieron en gran-
de ceguedad hasta au conquista, por lo cual el demo-
nio se hacia adorar por dios de ellos, y que le sirvie-
sen con muchos ritos y ceremonias». (1)
De aquí, sin duda, que las principales leyendas co-
loniales guarden alguna relación con el demonio, co-
mo se puede ver por lo poco que de ellas vamos
a recordar, Una de estas leyendas tráela el mismo
Rodriguez en su Carnero y por ella se echa de ver
que cierta dama supo que su marido andaba por la
isla de Santo Domingo por obra de una tal Juana
García, q"J.etenía conversaciones con el demonio y que
se valín de un lebrillo de agua (2) para ver Jos su-
cesos dosconocidos y los que acaecían It las largas dis-
tancias. Este mismo temor se nos revela en el caso de
El Espelll.co de Las Aguas de que aún habla el vul-
go. Refiere, en efecto, la leyenda que vivía por las
vecinrl.ades del barrio de Las Aguas cierta joven de
rara, y peregrina beldad que estaba muy ufan:! de su
linda cabellera, hasta el punto de que cierto li ía vién-
dose al espejo, hnbo de exclamar que ni la Virgen de
Las Aguas tenía cabellera tan hermosa como la de
ella. Nnhlóse por tamaña blasfemia el cielo, se sintió
olor a azufre, hubo ruido extraño y prolonga(lo y un
demonio convirtió la cnbellera ùe la joven en defor-
mes serpientes y luégo este mismo demonio se llevó
consigo a la vanidosa muchacha, que así pagó la mal-
dalI de su hlasfemia.

(1) Véase pág. 18-Bogotá-Tip. Borda-18S!.

(2) Lebrillo: vasija de barro vidriado, de plata li otro met,a],


más ancha. por el borde qne por el fondo y que llirve para la-
var ropa. La edición de BI Carne¡'o de 1884, página 47, está
errada, ]me8 en ella se lee librillo
J en vez de lebrillo.
- 92-

Por este mismo barrio de Las Aguas existía y de


ella queda hoy el nombre, una calle llamada de Care-
perro, porque según decía la leyenda en ciertas horas
de la noche se veía por allí al mismfsimo demonio en
forma de un perro sin cabeza loque ponía pavor en
el cora.zón de los vecinos. Contribuiría, sin duda a
aumentar tal pavor, la presencia de un curioso policia.
que, cubierto de larga capa y sombrero chambergo,
recorría en altas 'horas de la noche las desiertas calles
de 8nntafé pidiendo una limosna para ver de ayudar
a los peca(lores, por lo cual se le llama entre la gente
sencilla, El Pecado Mortal.
No faltaban en Salltafé brujas, como no lo atestigua.
CabaBero en su cronicón y así nos refiere que el día
19 do julio del año 1805 metieron a la cárcel «unas
mujeres y hornbres que decían ser brujas y zánganos.~
Los ángeles desempeñaban también su papel en la le-
yendn santafereña, y ahí está para probárnoslo el re-
lato sencillamente sublime de cierto pecador que acu-
dió al penitenciario de la Catedral e hizo una tan do-
lorosa confesión de las culpas cometidas, que los án-
geles en señal de alegría, tocaron por sí mismos el ór-
gano que había donado el Arzobispo Urbina. por lo
cual desde aquel entonces se le llamó el órgl'tnode los
ángeles.
Ell ocasiones el milagro tiende a confundirse con la
leyenda, como acontece con el caso de una hostia
que se dice que fue hallada en una casa del barrio
de lias Nieves, contigua a.l Hospicio o Noviciado
de la Compañía de Jesús. El caso fue denunciado al
señor provisor doctor don Nicolás de Barasorda y La-
rrazábal por los años de 1674 Y en el expediente
se diee que en las noches de calma se oía entonar
el Pange Lingua por voces misteriosas que muchos
oyeron. Allá por 10E: años de 1584. siendo Goberna-
dor de estos reinos el doctor Francisco Guillén Cha-
- 93-

parro, un ladrón quiso quitar una madeja de perlas


que tenía. la. Virgen en la Catedral y una lámpa-
ra de plata que estaba cerca del a,ltar mayor; mas no
acertó el desgraciado, una vez fuéra de la Catedral, con
el sitio donde se hallaba su casa, l)or lo cual hubo de
volver a. llevar lo robado a la iglesia, donde lo halló
a ]a mañana siguiente el sacristán Clavijo, quien lo
refirió textualmente a algunos santa.fereños.
Muchos sitios evocaban diversas leyendas y aÚncon-
servamos, después de luengos años, Úno que tiende It
convertirse en legenda,rio; nos referimos a las famosas
Tapias de Pilato8 en donde fueron enterrados algunos
suicidas: un Oidor que, desespera.do por una injustl\,
sentencia, se causó violentamente la muerte y algunos
otros cuyo nombre no recordamos ahora.
La muerte por su lado tenía buena parte en la le-
yenda santafereña como nos lo a,testiguan los casos
del Oidor Cortés de Mesa. (1) de quien tántas consejas
hubo en Santafé, por la manera cruel como él dio muerte
a don Juan de los Ríos y sobre todo la villa y hechos
de don Francisco de Sande, apellidado, ao causa de su~
crueldades, el doctor Sangre.
Dos leyendas, harto diversas de las que hasta aquí
hemos relatado nos recuerdan las sabrosas tradiciones
peruanas de don Ricardo Palma y ponen una nota de
alegría en el conjunto total de la mayor parte de ellas:
nos referimos a la del venado de oro y a ]a dama
misteriosa del capitán Ley.
Allá por los tiempos el que el ilustrísimo señor don
Ignacio de Urbina prohibía bajo pena de excomunión
el uso de la ohicha, que como émulo del pulque meji-
cano ha hecho tánto y tan grave daño, llegó a Santa-
fé un portugués llamado don Diego Barreto, aficiona-
do al juego y ta.mbién a. 108 amores, como nos lo ates-

(3) Página 78 del Oarmro.


- 94-

tiguan las muchas crónicas que de él hay, no sabemos


con qué fundamento.
"Vivía en Santafé un acaudalado comerciante, don
Pedro Domínguez Lugo; era el tal Domínguez viudo,
y uólo tenía una hija joven, hermosa y muy dada, ee-
gún lo confesaban, todos, ao la. piedad. Doña Inés que,
tal era el nombre de la joven, conoció ti. Barreto cier-
ta mañana en que él venía. de una taberna y ella iba
a misa, y quedó de tal suerte prendadade él, que acep-
tó cartas, las contestó y aÚn permitió desde las ven-
tanas de su casa, ciertas conversaciones amorosas con
dOll Diego. Súpole el padre y como no valieron sú-
plicas, ni amenazas, resolvió cierta nocbe esperar al
galiLn que, favorecido por las tinieblas, solía en es-
t,as horas conversar con dolla Inés; le atacó con su
tisona, que era de fina hoja de Toledo, mas Barreto,
como joven que era, logró no sólo esquivar el golpe,
sino además herir gravemente a don Pedro a quien
dejó casi agónico cerca de las puertas de la casa de
doña. Inés.
'femeroso de la justieia huyó don Diego por los mon-
tes de Oriente a tiempo en que un torrencia.l aguace-
ro bacía salir de madre al río San Francisco, por lo
cual hubo de refugiarse en una cueva. A poco de es-
tar allí, acostumbrados ya los ojos ao la oscuridad, al.
canzó a divisar un animal, que luégo visto de cerca
comprendió ser un venado de oro macizo, toscamente
tallado. La riqueza no podía ser mayor, y así don Die-
go Be dio por satisfecho de baber pasado t,ántas peri-
pecias en aquella infortunada noche en que a causa
de sus amores con dofia Inés, hubo de dar de puñala-
das a don Pedro.
Por desgracia, no le era dado el volver a. la ciudad
en donde la justicia lo perseguría, ni le era posible
tampoco llevarse con8igo el tesoro que acababa de des-
cubrir. Determinó pues, arrancarIe la cornamenta al ve-
- 95-

nado y precisar bien el sitio que resultó ser, tomada.


una larga ,'isual en línea recta, aquél que se alcanza-
ra a divisaÁ' desde el aldabón de la puerta principa.l
de la iglesia de La Veracruz. Seguro de volver a. en-
contrar el tesoro, aba,ndonó por lOBLlanoB de CaBana-
re, el Virreinato.
Don Pedro curó de las heridas y aBí cuando Barre-
to llegó de nuevo a Santafé, cuatIo años más tarde
(resuelto a huscar el tesoro) Be apreBtó de nuevo It ba.-
tirse COll el galán que importunaba a. BUhija. La suer-
te le fue esta vez adversa a don Diego quien murió
a manos de don Pedro Domínguez Lugo, sin baùer po-
dido obtener ni la !llano de doña Inés, ni el venado
de oro que por el Boquerón haùía viato alguna vez.
Desde entonces los santafercños buscan el sitio donde
se halla el famoBo venado, sill que nadie haya podido
descubrir tan rico y peregrino tesoro.
La otra leyenda., varias veces reproducida y harto
conocida de todos, se refiere al caso peregrino que de-
terminó al capitán de dragones don Angel Ley a. to-
mar el hábito de frHile franciscano allá por lOBaños
de 1795. Vino este ilustre caballero, según dice la le-
yenda, en el séquito del virrey. Espeleta y presto Be
prendó de (loña Luisa Sa.ndoval prometida ya a don
Pablo Aram buro y Zel\..
Por este motivo tuvo un duelo con Fernando San-
doval, hermano de doña Luisa a quien dejó herido y
humillado, por 10 cuftl lOBamores se hicieron por to·
do extremo difíciles. Cíertn. noche determinó robarse
a doña Luisa y para ello se puso al habla con cierto
compañero suyo cuyo nombre calla la leyenda; juntos
Balieron del palacio virreinal y juntos tomaron por la
calle real pam ir en busca de la dama; quiso la mala
suerte que un torrencial aguacero impidiera que am-
bos continuaran el miamo camino, y a poco de andar
laIa don Angel Ley, tropezó con una. joven lindísima
7
- 96-

qUEl le suplicó la acompañara hasta BU casa, situada


en el Panteón de Las Nieves.
Juntos pasaron la noche en aqnella casa, porque el
aguacero no permitió que don Angel Ley regresara al
palacio; sin embargo, nada. faltaba alIf, y el capitán
pudo admirar, juntamente con la beldad de la dama,
la riqueza de las habitaciones qne ella tenía en este
apartado sitio de la ciudad.
De propósito quizá dejó don .Angel en aquella casa
su espada, y cuando l\ la noche siguiente quiso vol-
ver de nuevo a visitar la suntuosa morada, sc halló
con que la sala se había trocado en cementerio y con
qu" la cama en donde él había dormido era un a.taúd
ceres del cual y ata.da con un cinto de fraile francis-
cano, estaba la espada que él había dejado en la no-
ch(\ anterior. Aterrado con todo esto abandanó Ilt Clt-
sa misteriosa, y a poco andar tropezó con un entierro
que era nada menos que el de doña Luisa Sandoval,
IDlH:rta en la noche anterior ..•
Bsta y otras muchas leyendas que aRdan por allí
en los cronicones aguardan al poeta que haya de dar-
les vida imperecedera; pero mientras tanto bien está
que los que gustamos de Ins COSRS antiguas, sepamos
conservarIas ya que tan admirablemente reflejan la
fisonomía. peculiar de Santafé.
LOS SINSABORES DEL SEÑOR MARQUES
Iglesia de San Agustin.
Ù06 sinslilbottes del señott mlilt'qués (I).

Soure el portón de la más auténtica casa colonial


ùe esta ciuda<l, hállase un escudo de ma<lera qne Ile·
va en el primer cuartel cinco lirios de plata ell cam·
po rojo, y en el segundo, que es en aspa o franje,
seis barras de azur en campo de plata. Soll1'epuesta
hay alli nna coron:\ de marqués, señal cierta de que
el señor de esta easa, que ya llevaba esculIo de armas,
como heredero de algún rico mayorazgo, vino a aña·
dírsele más tarde, por merced (leI rey, algún título de
la nobleza de Castilla.
y así fue, en efecto, porque en esta casa ba.bít6, en
la última mitad del siglo XVIII, don Jorge Miguel Lo·
zano de Peralta y Varáez, Maldonado de Mendoza y
Olalla, primer marqués de san Jorge, octavo poseedor
del mayorazgo llamado de la dehesa de Bogotá, y al-
férez real de Santafé. Era el señor Lozano hombre
acaudalado M'UO pocos entre nosotros, porqne la tal <le·
(1) Vánia Raimundo RivRR, Boletín de Historia y Alltigiieda·
du, Vol. VI~7~ lA prrl:6l.1CA
I3lBliGîECF IlW f.J.''::~' i ~t "J~O
.•....• ,- ; '-'- - -
- 100 -

he~a (le Bogotá, qne er~ patrimonio de la familia des-


de los tiempos del conquistador don Antón de Olalla,
ocnpaba en aquel entonces buena parte de las tierras
que hoy forman las mejores haciendas de la sabana,
Lh1vaba, además, Lozano, con los apellidos que traia
a euestas, otras muchas ventajas, fnera de que los va~
rio:i oficios qne desempeñó siempre, y que le dieron
m\wbos y muy codiciados honort's, hicieron del futuro
marqués nu hombre harto renombrado en Santafé,
El matrimonio ct'lebrlHl0con doña María Tllde¡l. Gon-
záh'z Manrique, vino a añadirle a don Jorge Mignel
nllt'vo y preelaro lustre, puesto que la esposa descen-
día por línea reeta del señor del Castillo de Bocachica} en
Cartagena de Indias, y como de este matrimonio tn-
va el señor Marqués siete primorosas y celebradas hi-
jas y dos hijos, parecía en apariencia que Lozano fue-
se el más dichoso Ile la conventnal ciudad de nues-
tros mayores,
Sin embargo, don Jorge Miguel Lozano de Peralta,
marqués de San Jorge, fue un desgraciado que nunca
pudo vivÍ!' en paz y concordia con las autoridades co-
loniales; qne anduvo siempre enrerlado en pleitos y que·
relias con el Oabildo y con la Real Audiencia., y que ter-
minó lastimosamente sn vida en Oartagena, a poco de
salir de una prisión nada grl\ta y sobre todo poco dig-
na de la nobleza y dignidarl del señor Marqués.
Dehióse todo es~o a varias cansas, que bien pudié-
ramos compeu(liar It una sola: el marqués de San Jor-
ge no era espaiiol, nacido en tierras de la Peninsula:
era UIl criollo, nacido en las Indias, y la to.l condición
de c)'iolltl en los días de ht Colonia era desgraciadisima,
al1nque anduviese unida It todos los títulos y l'iquezas
del señor Lozano. El desùén con que miraban a 108
c,-ioll{).~ los españoles de la Península era tan grande,
qne ¡dicro VMgltS Jllrl\(lo, y baste este s610 hecho,
- 101 -

porque por el hilo se conoce el ovillo, que en cierta


ocasión, la víspera del día de Corpus Christi del afio 1752,
un chapet6n, llamado DOIllÏl:go Orílll, por el sólo deseo
de divert.irse a costa ele los criollos, echó un volador
a In, cara del pobre Vargas y OtIO a un niño que con
él iba, y un tercero a don Manuel Benito de Castro,
que por allí pasaba, y como protestarll, como era razón,
de esto don Manuel Benito, pl chapetón Orán cargó
contra ~l y lo patcó violentamente con otros espllÎioles
que tomaron parte en la burla: y así vino a quedar
cojo el se3.ol' Oatitro, como lo atestigua Vargas Jma-
do, que le vio de ahí en adelante andar en muletas
por la ciudad. Y el 20 de julio del año 10, no tuvo
por causa próxima otra que esta de la malquerencia.
de los espaî'i.oles para con los criollos. Por lo cual bien
puede decirse, qnp. no 1m indígenas, sino los españo-
les nacidos aquí y reduc: ùos luégo a condición de crio-
llos, hicieron por OlHo a ~os españoles la independen-
cia de la Nueva Granada.
No es, pues, cosa de cansar mucha admiración que,
aunque don Jorge Miguel Lozano de Peralta se huhiera
mostrado da di voso y magnífico con ocasión de las fies-
tas que hubo en S,LlItafé en la jura del rey Carlos Ill,
sin embargo, el español Groot de Vargas, regidor y ca-
pitán de corazas, le hubiera insultado tan cruelmente
en pleno Cabildo y le hubiera dicho «que tenía man-
cbada la tierra y que era enemigo de los chapetones»,
porque esto se repetía a diario en la tranquila ciudad
de Santafé. Esto, que aconteció algunos años después
de las fiestas a que he aludido, y que pudo terminar
en sangriento duelo, amargó tánto a Lozano, que re-
nunció a todos los cllrgos púhlicos, fuera de que hubo
de entablar un juicio contra Groot <le Vargas, qne per-
duró por luengos años.
Mucho más tarde, la bueua suerte pareció favorecer
de nuevo al señor Lozano, porque en cédula de 16 de
102 -

8epti.embre del año de 1772, el rey don Carlos III le


hizo merced a don Jorge Miguel del honrosÍsimo títu·
lo de marqués de san Jorge. Dichoso debió (le ser pa-
ra. J.ozano a.quel día en que tuvo entre sus man08 la
real cédula, y deRde entonces firmó siempre como mar-
qués y como tal hizo poner la corona en su escudo de
armas. Mas, la Real Audiencia de Santafé se encargó
de aeibarar presto el pacífico placel' de este goce,
porqu.e luégo le exigió que pam USar del título era
mentollter que depositara en las reales cajas los creci-
dos (lerechos (le lanzas y media anata, que en estos
casoi' se exigían. El señor Lozano se neg-ó a ello, pues
decía que las gracias y favores no se pagaban, y la
Audiencia, en acuerdo de 5 de mayo de 1777, le prohi-
bió que llevara de ahí en adelante el título de mar-
qués.
Antes andaba. en pleitos con el Cabildo por la pen-
dencia con Groot de Vargas, y ahora se enredó en un
litigio con la Real Audiencia, y corno el Marqués era
soberbio y los Oidores enemigos por lo general de los
criollos, la cosa nuncn, tuvo la solución tan deseada
por el señor Lozano.
Mas, la insurrección <le los Comuneros del Socorro
podía ser la ocasión tan apetecida por Lozano para re-
cuperar su pres~igio t:m menguado en 108 últimos años,
y así, no bien tuvo noticia cIe ella, cuando organizó
en Sautafé una compañía de nobles para defender los
derechos de la Corona; consiguió a costa Iiuya cien Cllo-
ballos para los nobles y fue en volandas a Zipaquirá
para ver de componer las cosas con los insurrectos qu~
ya :lllllaban por allí y qne le había comisionado pa.ra
arreglarIas con el señor Virrey. Terminó la insurrec-
ción y nadie y mucho menos el Virrey, pensó en con-
sel'var n. Lozann en el puesto que él ocupaba al co-
mienzo de la reyerta. Grande fue la amargura del Mar·
qués cuando vio que no le habían nombrado coronel
- 103 -

de caballería., eomo él lo esperaba, y tan gra.nde que


luégo apeló al Rey y se quejó ante él de la conducta
del señor Virrey, que lo era en aquel entonces el 1\1'-
zobispo Caballero y Góngora.
Esta última resolución acabó Ile perder al señor Lo-
zano, que YlL no pudo contar, ni con el favor del Ca-
hilda, al cual ya no pertenecia, ni con el de la Real
Audiencia, ni con el del señor Virrey, que cnando eu-
po la queja lo llevó muy a mal. El Marqués se había
quejallo (le qne el Virrey no le huùiera recompensado
sus buenos servicins en la época de la insurrección de
los Comuneros; Ile haber perdido la casa solariega, que
ahora, contra tocIo derecho, según él, habitaba eloi-
dor Mon y Vel:\rfle, a quien él en alguna ocasión ha-
bía. recusado como juez; se babía quejado, asimismo,
de la resolución de la Real Audiencia de Santafé, que
le prohibía usar el título de marqués, y por último,
de tener que vivir en la. dehesa, porque a más de fal-
tarIe c"sa en la ciudac1, los odios que 108 chapetones
le tenian le hacían imposible habitar en poblado.
Esta queja, que nadie conoció en Santafé, cuando
fue enviada al Rey, fue devuelta It Nueva Grana-
da para qne acá se estudiase el asunto. El señor Ca·
ballero y Góngora comisionó para el estudio de este
a8unto al oitlor Inclán, enemigo del Marqués, y éste,
a su vez, quiso oír el parecer de varias personas, en·
tre las cuales figuran 108 nombres de don Juan de Sa-
rretelt, !luperintendente de la Real Casa de Moneda de
Santafé, don Manuel Campuzano, Rsesor interino mi-
litar, don Francisco 8el'nll, alguacil mayor de Corte,
don Miguel Masústegui, chantre de la Metropolitana,
y todos ellos, para mayor desgracia del señor Marqués,
declararon infundadas las quejas y con grande escándalo
dijeron que no sabian cómo Lozano «se habil!. atrevi-
do a lanzar quejas tan solapadas e inmotivadas contra
el exceJentisimo señor Virrey».
- 104 -

Todos estos sinsabores fueron agriando tánto el ge·


nio .lel señor Marqués, que se hizo neccsario enviarle
prisionero al Castillo de Barajas en Cartagena, y aun-
que no estuvo mucho tiempo prisionero, no (lejó por
eso .Ie anda.r enredado allí también en pleitos, ya que
en Cartagena, buscó abogados para defender 8U cau·
sa y recusó ¡:;or pardal al fiscal don Antonio Vicente
YañéZ;.
Tan turbulento debía. 8er el Marqués, que el Virrey
Espeleta, al contestar por los años de 1792, una car-
ta d'J\ señor Gobernador de Cartagenl\" en que le pide
permiso para echar de esa ciudad al aefior Lozano, le
dice Ezpeleta: «Es major que el mencionado Lozano
determine por si su viaje a España, o a donde le aco-
mode. pues mandarle salir de ésa para esta ciudad,
daria lugl\r a que rApitiera sus quejas, diciendo qni'l
se le impedía el U80 que Su Majestad le concede».
POI' todos estos bechos, pacientemente recopilados
por el historiadur Rivas, échase de ver que la tran-
quili,lad de Santafé en los día'3 de ]a Colonia. no t'ue
tan gra.nde como muchos imaginan, y que la altivez
de los UllOS, el orgullo de loa otros y las queja.s de
todos turba.ban la paz de esta. ciudad, que muchos han
tenido por tranquilo cenobio.
y Em cuanto a Lozano, es de advertir que a las in·
tranquilidades que le daban 108 oidorea y virreyes,
hay que juntar las que en muchas ocasiones le pro-
porcionó su misma familia. Con ~usto vio, según pa·
rece, el matrimonio de doña Josefa con don Manuel
ùe Bernarùo Alvarez, futuro Presidente Dictador de
Oundiuamnrcll; no le desllgradó el matrimonio de doña
Petrouilf\ con José Antonio Portocarrerl>, el fUnlhulor
de la quinta de Monserrate, que ahora se llama de Bo·
lívar; a.ceptó el matrimonio de todas 8US otras hijas y
de sus 3ijos, con grande regocijo. Mas, cUllndo un ca-
ballero antioqueño, de nombre Juan Esteban Ricaurte,
- lOrs -
pretendió la. mano de doña Olemencia, lo llevó tan a.
mal el Marqués, que, apoyado en no sé qué pragmáti-
co. de Oarlos III, declaró que se opondría por la. fuer-
za. al proye('tado enlace, yeso que Ricaul'te era de
tan buena casta como los otros yernos del Marqués.
No anlluvieron con rodeo'! los enamorados, porque a
poco, el día fi de enero de 1782, se presentaron am-
bos a lit Oattlùral, con granlle estrépito (dice el Mar-
qués en un documento) y con alboroto tal, que eSCan-
elalizó a los cÏrcunstfmtes, y pidieron al párroco qne
prestHlciara luégo el matrimonio. lIuoo, en efecto, es-
cándalo en Santafé y el párroco, que lo era el doctor
Fernanùo Camacho Rojas y Lago, rt'hus6 presenciar el
matrimonio, y don Juan Esteban fue It parar a la cár
cel de Oorte, mientras doña Olemencia venía a quedar
depositada. en casa de doña María Prieto Dávila. In-
terpusieron los amantes recurso ante sn Ilustrisima, y
éste falló al cabo en favor ùe ellos y contra las pre·
tensiones del señor Marqués, por lo cual pudieron ca-
sarse el día 6 ele junio de aquel mismo año. Don Jor-
ge Miguel no se dio por satisfecllO, y sabedor del ma-
trimonio, desheredó a la hija y le prohibió que vol-
viera a pisar la casa de sus padres, aun cuando más
tarde, estando ya en Oartagena, perdonó a la hija y
la déchHó heredera en las mismas condiciones que a
los demás hijos de que he hablado.
A este matrimonio, que se llevó a cabo contra el
parecer del Marqués, hay que añadir el del mismo Mar-
qués, que se vino ti. casar, en segundas nupcias con
doña Magdalena Oabrera, poco antes del matrimonio
de la hija a que he aludido. Fue tan mal visto por los
hijos de don Jorge Miguel este segundo matrimonio
de su padre, que ellos nunca quisieron tratar a la se-
ñora. Oabrera con aquellos miramientos que su condi-
ción de esposa del Marqués pedia.
:No fue, pues, muy tranquila. y sosegada la vida del
- 106 -

re:nombratlo Marqués de Sau Jorge; querellas (lon los


8UY08, pleitos con 1118 autoridades, prisiones y destie-
rros, forman buena parte de esta viùa que alguien pu-
do tener por privilegiada. Y es curioso pensar que la
de8gracia del Marqués cobijó en parte a los hijos J
basta. los nietos; d,m José María, hombre de carácter
pusilánime, desempeñó triste papel en los (Has \le la
Reconquista espafiolll; don Jorge Tadeo, cahallero de
mérito indiscutible, murió en el patíhulo después .lc
un gobierno desgracial1ísimo en tiempos .le la Patria
Boba; don Manuel de BCJ'nMIlo Alvarez, uno de los
yernos, murió en el cadalso, y cIon JosP. María Porto-
carrero y Lozano, uno de Ills nietos, fne mártir en
Cartagena, por babérsele sorprenùhlo allí en armas
contra el Rey. Parece increíble, eso sí, que el más re-
nombrado de los nietos hubiera sido el hijo de doña
Olemencia, que supo sucumbir con grande gloria ell la
aOI(liónpor siempre memorable de S¡\D Mateo.
DON ANTONIO NARINO
Oon Antonio ~&t1iño

Refiere el doctor I~nncio Ferro, juez político de la


Villa de Leiva, que el dta trece de diciembre del año.
de mil ochocientos veintitrés, murió en esa Villa, a eso
de las cinco ùe la tarde, el general don Antonio Na-
riño y Alvarez, y declara que le asistieron en este
trance el padre Diego de Silva, religioso recoleto de
san Agustín y fray José Antonio Marcos, de la mis-
ma Orden. Todos los testigos e8tán acordes en afir-
mar que Nariño murió sentado en una silla, en pleno
uso de sus sentidos y hahla, y dicen todos que entre-
gó su ánima al Creador con grande conformidad, re-
signación y obediencia. Según lo testifica, en la corres-
pondiente partida el Cura, Párroco de aquella Villa,
fue el General sepultado en el pavimento de la igle.
sill, de San Agustín al día siguiente de su muerte.
Desengañado Ile todo y quebrantada la salud por
las muchas tribulaciones que por la libertad de
la Nación había padecido, pidió licencia don Antonio
y la obtuvo para trasladarse a Leiva, en donde es·
peraba. que la bondad del clima le hiciese algún pro-
110 -

v(~cho. Mas, si no obtuvo la salud, debió en cambio ohte-


Iwr la tranquilidad para su ánimo más que nunca atribu-
lado por lIt acusacióu qne contra él presentaron en
aquel mismo año algnnoB senadores. Porque nada más
quieto y apacible. que aquella Loble Villa fundada por
V4mero de Leiva. El, como Guevara, debió de experi-
mentar por sí miamo las grand es ventajas que suminis-
tra. al corazón cuitado la tranquilidad de la vida. en las
aldeas.
Imagino yo que Narifio al hawr su postrer examen
de conciencia, antes de la confesión general que le oyó
el padre Silva, evocaría una a una las diversas esce-
nas de una vida abundante cu desastres y amarguras.
Pienso que allí Nariño recorda.ria. la época ya le·
ja.na en que fue tesorero de diezmos del Capítulo Me-
tropolitano fIe Santafé, y los días en que pudo consa-
grarse al estudio de los ricos y peregrinos infolios que
en otros flías compusieron su biblioteca confiscada en
tiempos del virrey Ezpeleta. Creo asimismo que
de nuevo se vería encerrado en aquella imprenta en
donde se editaron .Lo8 Derechos del Hombre, y que otra
vez sentiria 1:\ impresión de quien arrojaba en la. tran-
quilidad de Santafé aquella hoja destinada a hacer
sentir en el 4nimo de los súbditos espailolcB la nece-
sidad de la independencia. Y de aquí en anelante ve-
ria otra vez don Antonio todo lo que a este primer a.cto
público de ElU vi<ht siguió: la confiscación de BUS bie-
nes, el exilio It Oádiz, el reg-reso It la Patria, la vuelta
a Cartagena de Indias, la llegada otra vez a Santafé,
la PrHsidencia de la República, la campaña de Pasto,
las prisiones d6 Cádiz y por último la acusación del
Senado que acaba de pa.sar. ¡OuántaB cosas hizo Nari·
uo en el breve espacio de sesenta y tres años!
Nariño es un mártir de la Independencia. colombia'
na, un mártir casi desconocido, un má.rtir que aun en
- 111 -

el día de hoy miran muchos con recelo, como propa-


gador entre nosotros de malas y perversas rloctrinllS.
Porque es lo cierto que la, traducción de Los Dere-
chos del Hom,bre fue la causa de todos sus males y tam·
bién la causa de tOlla su hon'ra. Durante mucho tiem-
po se le tuvo por perverso a cltusa de babel' dado es-
ta traducción a la estampa. Ya en mil ochocientos vein-
titrés se sorprendía gratamente el padre Silva. de la
cristiana muerte de Nariño, como si hubiera sido al-
guna vez un rene~ado ùe la fe. En el año veinticua-
tro no pudo el canónigo dOll Francisco Javier ùe Gue-
rra y l\'fieTpronunciar la oración fúnebre en hOllOI'de
Nariño, porque eso hubiera proùllchlo alarma en el Oa-
pítulo, y quizá hoy mismo no faILé'.ránquienes se asom-
bren de que monseîior Oarrasquilla hubiera pronuncia-
do la suya y de que las cenizas del Precursor estén en
la. Catedral de Bogotá. ¡Tan grande así es y ha sido
el recelo que Naríño ha logrado inspirar!
¡Y esto debido It qué' À la traducción de Los De-
rechos det Hombre. Evidentemente la declaración de la
Asamblea Francesa. contiene varias proposiciones con-
denadas por la Iglesia; evidentemente ella ùio origen
en Francia a la revolucióu y fue causa remota de que
muchos se sirvieron en otros países para atacar ruùa.-
mente Il la Iglesia. Mas, el alcance completo de esta
declaración ·uo se conoció en aquel entonces en ningu-
na parte; en .Francia misma ella pasó en la Asamblea
Nacional con el aplauso de casi todos los sa.cerdotes y
obispos que a. ella concurrieron, y todos ellos, como lo
atestigua M. de Emery, firmaron esta declaración. Y oja-
lá hubiera. habido alguno que en París diera al artículo
décimo la misma significación que entra nosotros le dio
Nariño cuando afirmó perentorÍltmente: «Por las ex-
presiones de que a ninguno se puede inquietar por sus
opinioneR, aunque sean religiosas, con tal que su ma-
nifestación no turbe el orden público establecido por
8
- 112 -

las leyes, no se entiende, como quiere CarrAsco, que 68


lícit.o en punto religioso pMsar libremente y manifes-
tar sus pensamientos, y que en esto consiste la. liber·
tad. Lo que YI) be entendido, lo q u e to d o lector
de::mcna fe me parece que entiende, es aquella toleran·
cia limitltda, que no se opone 1\ las leyes, que no es
ltnti(Jatólica, ni peljIHlicial». Por una feliz coincidencia,
Nariño se Ulupstra en esta declaración enemigo de la
libertad de cultos que posteriormeBte preconizó el libe-
rali:irno y pa.rtidario de la tolerancia de cultos que
los eonstituyentes de 1886 pusieron como cánon en la.
Oomtitución de ese año.
Kuriiio UlWmt fue anticatólico; nunca.pensó ell set'libre
pen¡'¡:lùora estilo <le los que posteriormente se dieron a
a c.mocer del año cuarenta y nueve en adelante. En
cambio Nariño fne homhre de uua época de trau8ición,
época que se señala por una grande confusión de ideas
en todos los campos yen todos los pafsel'!y de atribuirle
ideas a.nticristianlls a Nariño, hay que atribuírselas tam-
bién a casi todos los héroes de la guerra de la Illllependen-
cia, porque todos ell08 fueron a su modo partidarios
de las doctrinas que enseñaron los constituyentes fran-
ceses, momentos antes de la Revolución.
Pero naùa de esto es así. Nariño lo mismo que 108
demás próceres, quisieron la eaída de la monarquia es-
pañola o mejor dicho la independencia de las colonias
americanas; para dar fuerza a sus ideas las acompaña-
ron de las de la famosa declaración francel'!a, sin acep·
tal' las malas consecuencias de esa declaración.
La .Revolución Francesa es un hecho trascendental en
la historia de los últimos tiempos, y sin ella Sur Amé·
rica no se hubiera índependizado. Pero el liberalismo
francés no pasó con la declaración a 108 países ame-
ricanos; él nos visitó mucho más tarde: en las vispe-
ras de 1849. Esta :tesis que defendieron en otro tiem_
po ClI,ro y 108 hermanos Cuervos, es la única acepta.
- 113 -

ble y sería grave error querer mezclar en nnestras lu-


chas políticaa a lOBgloriosoa héroes que nos dieron la
libertad.
Casi todos ellos, sin embargo, están hoy plenamente
vindicados; mas, la doctrina verda(lera de Nariño no
quiere verse, ni estudiarse, y <lonÂntonio parece decir
desde la tumba, como en otro tiempo ante el Congreso
colombiano: «No comenzaré a satisfacer estos cargos
implorando, como se hace comúnmente, vuestra clemen-
cia ..•. Justicia sevem y recta es la qne imploro».
y esa justicia pide que no juzguemos jamás a los hom-
bres fuéra de su época; pide que antes de lteUaRra un
hombre de malas y perversas ideas, le oigamos, por-
que muchas veces acontece que lo que en un país l'S
malo, en otro es óptimo, y lo que en un hombre hue-
le a impiedad, en otro es una declaración de saDS y
recta filosofía.
La biografía de Nariño aÚn no se ha escrito, y quien
la escriba, no podrá olvidar que este hombre fue el
tra.ductor y el propagador de Los Derechos del Hom·
bre entre nosotros, y que esa declaración como muchas
otras, contiene en !!li misma demasiadas cosas para ser
juzgadas a. la ligera y sin un cri'.;erio desapasionado y
sincero.
Pero si algunos injustamente le han negado al Pre-
cursor la religiosidad, nadie cierta.mente le ha negado
el patriotismo, y hoy má,s que nunca oyen todos ]os
colombianos con respeto las últimas palabras de Na-
riño, que resumen admirablemente su vida entera: «Âmé
•• mi patria; cuánto fue ese amor lo dirá algún día la
Historia·».
LOS EMBOZADOS DE 185 1
ùoa embozlildo& de 1861

Muchas veces al caer de la tarde snelo salir .le


ca.sa con ánilllo de visitar los sitios que más a lo vi\'o
me recuerden las costumbres y sobre todo las leyen-
das de la vieja Santafé. M'ls, no sabría decir por qué,
con tanta frecuencin, me detengo a contemplar una ca-
sa de balcón alto y de lincho zaguán, que casi llomina
sola en las alturas de una callejuela que cierra por oc-
cidente el colegio de San Juan Bautista de La Salle.
Qnizá ello se deba a que de c~lÍco oí decir qne en es-
ta easa vivían los e¡;pantos y :as tinimas cn pena de
unos laùrones qne, en las noches medrosas salían has-
ta el portón, como si quisiemn recoger los pasos de
algÚn ùelito l'or ellos perpetrado en ot,ros tiem pos.
Es lo cierto en todo caso, que ésta. fue la vivien-
da dEll doctor José Raimundo Russi, rábula astuto,
que por los años de 1851 capit.aneÓ, según p:lI'cce, una
cuadrilla de malhechores que hicieron de las suyas en
Santafé. y éste don José Raimundo es un verdadero
tipo legendario, !lo quien cada día achacará la imagina-
Bf,NCO DE LA. rr:ï\ T_IC;.\
BIBLIOTECA '-lil~ ,I·NGcL; "'f-!~'3C
r: ·---rr, r<~
l~~-.A ~·.JJ(7A
- 118 -

ción popu]a.r nuevos crímenes, Nació la leyenda por


ohm ¡lei lllalogrado ingenio de (Ion José María Angel
Gaitáu, ell la persona de Monterillas a quien ci doc-
tor Temis (le<lCuhre y entrega en manos de la policía;
tomó l~nracteres trágicos COll el sabio Magnetizador de
qne IlOS ¡Jab]a Torres Torrente en ]a apasionada nove·
la qUI\ se llamó «Somhras y Misterios», y vino It salir
de lo> límites de la le.renda para ent.rar en los de la
historia con las Reminiscencias de José María Cardo-
ver. Moure, It quicn se deben en este punto, pormeno-
res pr(\cisoB (le ésta. época que alguien llamó del te-
rror en Santafé.
!,'avoreció las cmpresas y robos de este Rábula,
la IlIAldaù de aquellos tiempos que siguieron It la tur-
bulent2" elec(lión del a.ûo 49. En ellos las asociaciones
poIític~¡lS se hicieron per'manentes, y ellas se encarga-
ron de turbar, con sus retozas democráticos, la paz
pública, por muchos meses. En esos ticmpos se desató
la pritnem persecución religiosa entre nosot.ros, y se
prepara.ron los militares para. ejercer aquella tiranin
política que remató tristemente con la dictadura de
Melo.
El 24 de fibril de 1851, al caer de la tarde, con·
versaban aCaIOl'llda.mente cuatro hombres oel pueblo
qnc ve~,tian de ruana y sombrero de jipa; ha.lIábanse
en l'SO~ momentos a pocos pasos del }luente, que más
tarc]e ~e hautizó con el nombre de Sallt.anllcr, y en la
esquina sur del Molino del Oubo, cuando sc acercó a
ellos un hombre alto de cuerpo, dcsgarbarlo y enjuto
de cames, que "cstia un bayetón azul forl'lulo en ro-
jo y que lIe\'ahll sombrero de fieltro. Vicente Alarcón,
Nicoló,s Castillo y Gregario Carranza, molineros de pro-
fesión, trat,aban de convencer a un herrero, lIn,mado
Man lIel Ferro de ]a jllsticia con que habían repartido
las cos:\S en el robo del español Alcina; cosa qne por
ningún motivo aùmitía el herrero. El del bayetón azul
- 119 -

prometió que aquello se a.rreglarfll. amistosamente, y


quiso convencer li> Ferro ele que siguiera con él basta hl.
casa a, lin de entregarle allí lo que pedía. Parecía, sin
embargo que tanto los molineros como el del bayetóo,
(leseamo embriagar al herrero, porqne una y otra vez
le hícíeron entrar, primero al bodegón que quedaba cer-
ca dei 1I-[olino del Cubo y luégo:t una taberna qlle
lindab<t con la calle llamada de la Cajita del Aglta, a
pocos pasos de la. casa del doctor Russi.
Tenían el propósito los molineros de deshacerse
esta noche del herrero, y quisieron llevarle a sitios
apartados: mas, como Ferro se resistiera, le dieron de
puñaladas en el portón mismo de la casa de Russi.
BI del bayetón, que no era otro c.ue el mismo doctor
Russi, le dio la primera puñallula por el laùo de la
clavícula izquierda, y los otros le acribíllaron por to-
das partes, li tiern po qne Ferro gritaha angust.iosa.mell-
te: «El doctor Russi y los demás ladt'ones me asesi-
nan».
El Rábula necesitaba probar la coartaùa, cosa muy
en uso en aquellos tiempos y pam ello dejó al herido
en el portón y a toda prisa entró a la casa en donde
cambió el bayetón por una calm española y bajó por
h Calle (le la Moneda pal'lL cruzar por la de la Rosa,
Blanaa, hast¡t llegar a la Calle de Florián en busca
de la botica del doctor Roel, a quien preguntó por la
hora, y como éste le dijera que ihan li ser las ocho,
Russi afll'mó con disgusto que el reloj de la botica an-
daba llllel?ntado; {lesmintiéronle luégo el toque de áni·
mas en la. Catedml y el ele la corneta en los cuarte-
les, con lo cual hubo de gURrdar silencio el tinterillo.
Desde el momento en que Ferro reclamó algo más
en la part.icipación de lo robado al español Alcina., la
suerte de Russi comenzó /1. serIe adverSR, Pero estlt no-
che las cosas iban evidentemente de mal en peor pa-
rllodon José Raimundo. Había querido probar la coar·
- 120 -

ta.la, y no había logrado cosa de provecho. Buscó si-


tioll frecuentarlos, y la mala suerte quiso q llC allí mis-
mo llegara a toda prisa. una mujer en busca del doc-
tor Roel para que fllese a atender al desgraciado Fe·
1'1'0 que agonizaba en el portón del doctor Russi. Qui-
80 ;lparentar indiferencia, y esto mismo inspiró recelo
en todos los que estaban haciendo tertulia en la boti-
ca. Se vio precisado a acompañar al doctor Roel, mas
le indujo a que dieran una vuelta inÚtil por el Cole-
gio de San Bartolomé, sin duda, con el deseo de que
no llegara a tiempo el médico, pero la fatalidad le
hizil caer por estos lados en manos de la policía que
le andnba buscando· Creyó que Ferro habia quedado
exánime, a causa (le las he"idas, y el herrero tuvo
tiempo pam rendir sus declaraciones adversas, como
era natural, al doctor Russi. Hasta este momento to-
do le ponia en condición de asesino y, sin embargo,
don José Raimundo confió la defensa de su causa al
rabulismo, de que él era principal representante en
Santafé, y presentó ante el juraùo una defensa en to
no plañidero y meloso, sin lograr convencer a los jue-
ces que fallaron en contra. <le él.
:Mas, en todo caso Santafé recuperó la tranquili-
dali perdida y los embozados desapllrecieron para siem-
pre. Desde el asesin:1to de don Sebastián Herrera, per-
petrado en una noche Ile jnnio del año anterior, la
ciudad temía cada noche por la suerte de al~uno de
los suyos. Unas veces, se sahía que el muy reverellllo
padfl\ José María Salllvarrieta, prior del convento de
agust.inos, habílt sido víctima de los embozarlos que le
habían robado cuanto tenía en la celda; otrns, se con-
taba que los ladrones haùían entrado a casa de doña
María Josefa Fuenmayor tie Licht, pilldosísima da·-
ma. que vivía por las cercltnías del convento dc clarisas;
!'le refería que dOll Andrés Cllieedo Bastida y su eapnsR
ùoñaE<~varista Quijano habian padecido lo inaudito mien-
- 121 --

tras los ladrones permanecieron con ellos, y el espa-


ñol Alcina. anllaba por calles y plazas pregonando
su avaricia y la magnitud del robo que le babía be-
cho un herrero cuyo nombre ignoraba.
Añádase !lo esto que los ladrones eran amigos de
divertirse con sus víctimas. Sorprendil:\ron a doña Ma-
ría Josefa en su lecho, muy de mañana y cortesmen-
te le dijeron que se vistiera con toda. calma y que
mientras tanto ellos aguardarían en el salón; cusndJ
ella termin6, más muerta que viva, de vestirse, y en-
tró al salón en donde la esperaban los malhechores,
éstos se empeñaron en no hablar del asunto antes de
que la señora hubiera tomado el desayuno; leyeron con
ella el Año Oristiano y por la noche rezaron píamen-
te el rosario; 1" llevaron durante el día. a tomar un
poco de aire' y de sol en la huertl. y mientras tanto
se encargaron de contarle cOllsejas y chistes para dis-
traer a esta buena anciana. Verdad que algo debieron
robarle, pero doña María Josefa, que era avara, no qui-
so nunca contar qué le habían quitado para que así
nadie supiera lo que teníll ..
Con el padre Salavarrieta la-s chanzas estuvieron
más pesadas, porque le sorprendieron a mitad de la noche,
cuando el buen religioso, libre de las pulgas que le
mortificaban en la ~lcoba, dormía tranquilo sobre una
mesa que había improvisado de lecho, en mitad del
cuarto de estudio. Le ataron de pies y manos y con
puñales le pidieron que entregara todos los tesoros que
en esa cellla había, y cuando hubieron saqueado a su
gusto al prior, tomaron alegremente chocolate en la
celda vecina, Más ta.rde fingiéndose frailes, sacaron en
solemne procesión a un supuesto difunto, que no era
otro, sino el mismísimo tesoro de los religiosos.
Con Alcina se burló por varios oías Ferro, y
con las señoras Prietos se elllplelll'On las ruanerlls lilás
comedidas para ver de robarlas, aunque felizmente este
- 122 -

roho no se pudo llevar 8: cabo, entre otra8 COSlt8, por-


que las señoras no tenían bienes de fortuna que pu-
dil~ran despertar la codieia <le los ladrones.
Por todo esto se explica con cuánto gusto se recibió
la noticia de que Russi y su compañía habían queda·
d(. en manos de las autoridades, con ocasión de la
milerte ¡le Ferro, y se explica tamùién la rapidez con
que se siguió el juicio y el veredicto terrible del ju-
rado y hasta la muerte ejemplarisima que se rlecretó
para todos los ladrones.
1m diez y siete de julio del año 51 sufrieron en
Salltafé la pena rle muerte, Russi, y BUS compañeros
con todo el aparato de otros dias. Desde la iglesia de
la 'Veracruz hasta la plaza de Bolivar, y de ésta has-
ta '~a cárcel situada por el lado noroeste del Capito-
lio en constmcción, pasó el capellán de la iglesia de
la 'leracrnz con el Orllcifijo del Monte Pío y la pro-
cesión de faroles en los cuales iban los cirios de
los agoniZIHltes; la campana anunciaba Il los santafere-
ños que en ese día se llevaría ao cabo la ejecución
decretada.
Hacia las diez de la mañana vistieron a los reos con
las túnica.s que debían lltvar al cadalso; la àe Rus-
si-dice Cordovez - era de lienzo blanco, manchado de
sangre, con capucka del mismo color, como asesino;
otrna iguales llevaban Carranza, Ahncón y Castillo;
la dll Rodriguez era de valencina negra, con sambeni-
to cn vez de capucha., como jefe de malhechores en
cuadrilla. Este simbolismo de los crfmenes, barto cu-
rios0' debía inspirar particular terror en los numero-
sos asistentes que rodeaoan la pJaza mayor en Que los
reos habrían de ser ajusticiados.
Al frente ¡le los cimientos de las columnas que hoy
adornan el centro del Capitolio Nacional ae colocaron
J08 banquillos; hacia el lado orieutal estaba el de Rus-
8i, eu el centro el de Rodriguez, al lado de Russi
- 123 -

estaba el Ile Oastillo, y al occidente 108 de 108 demá·s


reos.
A~ sonar en el reloj de la Oatedral las once menos
cuarto, los reos, sentados ya en los banquillos; atados
y vendados esperaban la muerte. En este momento
Rusai, que aún no se había sentado, comenzó a ha-
blar y dijo: «Pueblo, delante de Dios y de los hom-
bres, muero inocente ....» Iba ao continuar su propia
defensa cuando el redoble del tambor ahogó su voz;
un momento más tarde una descarga ordenada por el
capitán Aranza, quitó "' Russi la vida; con él murie-
ron todos los demás compañeros de sus crímenes. Es
curioso pensar que aún en la hora (le la muerte, qui-
so Russi ejercer el pa.pel del rábula empedernido, que
trata de defender l:aUSas perdidas.
Muchos creyeron desde un principio en la inocencia
del doctor don José Raimundo Russi. ¡'fan grande así
es el poder del rabulismol Pero en esa vez al menos
la justicia declaró que el estudio de la ley y el amor
ao los crímenes no pueden andar juntos. Russi es
símbolo de esa multitud de hombres que, en todos los
tiempos, han hecho de la profesión más noble, un me-
dio para defender delitos que no tienen defensa, y pa-
ra hacer que las leyes queden burladas merced al m-
bulismo que, si imperó triunfante alguna vez en San-
tafé, está destinado a perpetuarse en las esferas so-
ciales más bajas, por muchos años.
EL DESTIERRO DE UN ARZOBISPO
El destietftfo de un lillf%obispo.

Los vecinos del barrio de la Candelaria pudieron ver,


qne a eso de la una de la tarde del dia 19 de ju-
nio del afio de 1852, salieron del Palacio Episcopal
rIos pari/meleros, afiliados a la sociedll.lI popular, con
una silIa de manos que ocultaba bajo el forro de va-
queta, un enfermo que salía quizá de la ciudad en
busca de r<lmedio para sus dolencias, y pudieron, asi-
mismo, observar que a puco salió del mismo palacio
dOll Rufino Cuervo, envuelto en los amplios pliegues
de una capa española. Los de la silla y don· Rufino
tomaron por calles excusadas, cosa no difícil en aque-
llos tiempos en que Santafé sólo contaba con unos
veinte mil habitantes, y llegaron a eso de las tres de
Ia tarde, a casa de don Mariano Oalvo, situada a las
afneras de la ciudad, al Olírolado del río San Francis-
co, por las vecindades de la huerta de Jaime, casi en
el sitio mislUO que hoy ocupa el templo llamado del
Voto Nacional.
Iba en aquella silla, en condición ha.rto precaria de
alma y de cuerpo, don Manuel José Mosquera, ar-
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zohispo de Santafé, hermano de don Joaquín, que fue


prfllidente en los días de la Gran Colombia, y de don
Tomás Cipriano, que en varias ocasiones ejerció en
los Giempos de la Nueva Granada, el Poder Ejecutivo.
l~Bta Balilla del Arzobi8pO en forma tan misterio-
sa y peregrina, se debía al hecho de qne el Senado
bahía proDuncÏlulo sentencia ùe destierro contra el Pre-
lad.}, a quien se inculpaba de haber clesohedecido a cier-
tas leyes civiles relacionaùas con asnntos eclesiásticos.
Durmió aquella. noche don Mannel José en casa
de ~u amigo don l\Ia.riano, y al día siguiente, muy da
maiïa.na tomó, en compañía de varios amigos y fami-
Hare:s suyos, la ruta que pOl' el Puente ùe Aranda, pa-
sa por Fontibón, Serrezuela y Facatativá, para ir a
relJllttar en esta última población, donde comienza el
camino de herradura que llega. hasta el puerto fluvial
de Honda., en el río Magdrtlena., Deseaba el señor Mos-
qnera, y así 10 manifestó al Gobernador, permanecer
algunos días en el pueblo de ViIleta, «hasta conse~l1ir
en la con valecencia aquel gl'aùo de sal ud y fuerzas que
le permitiesen ocuparse en disponer el viaje al Exte-
rior», segÚn lo orllenarlo por el Gobierno.
Permaneció el Ar:wbispo en VlIleta todo el mes de
junio) y gran parte del mes de agosto, con lo cual
consiguió restablecer algo su sa.lud, y así, el 28 de
aquel mes pudo comunicar de nuevo al Gobernador
«que habiendo logrado mejorar de saluù en grado !lU-
ficiente pn,ra continuar el viaje, seguiría para Honda
en 109 primeros días del mes de septiembre, con el fin
de emba.rcarse allí con rumbo a Cartagena».
Gran¡le fue la consternación de todos los santafere-
ños al tenN noticias ciertas de la salida del señor
Mosq¡.lera; el elero, encabezado por el venerable Oapí-
tulo Jld:etl'opolitano y en especial por don Antonio He-
rrán, don Domingo Riaño y don Marcelino de Oastro,
declaró solemnemente que el Prelado dejaba. en el co-
- 129 -

razón (le todos los sacerdotes gratísimos l'ecner(los, al


mismo tiempo que se llevaba el amor, llt gratitUll y la.
obcllieneia de todos ellos, Las eOllltlllitla(les religiosas
de varones y mlljeres, los laicos de \lno y otro sexo,
manifestaron estas misllllls cosas y dec1araroll pÚblica-
mente que tenían por injusta y violatoria (le to<10de·
recho, la sentencia del Senado.
Mas, de etm parte, los adversarios del seÎlor Mos-
quem comenzaron a revolverIo todo para salir eDil las
snyas; no se vaya a pensar, sin emhargo, que apela·
ron, eomo se haría hoy, a la prensa; ell:~ IlO existía
cn la Nueva. Granada; existía, antes hien, el pasquín
gl'otesco que aparecía de vez en cuando, si las necesi-
dades así lo p\:'ùían.
En la de que venimos l1ablaIHlo tocóle hacer el tris-
te papel de difamador procnz a un canónigo cono-
citlo en Santafé por SllS escritos contra el Arzobispo.
Em el eanónigo predicaùor de fnma )' quienes le oye-
J'()U asegnran que en verdad tenía grandes y eximias
ellalidaùcs; era., con toào, apasionado Cll d('fIIRSía yam-
bicioso vulgar.
El folleto del doctor Mannel Femáuoez de Saave-
dra- qne tal era el nomhre tiel canónigo-apareció
poco después de In. salioa del señor l\losqnem y lleva·
ha por títnlo El Arzobispo ante la Nación. No tenta.
notllbre de autor y circuló grati·s déntro y fuéra del
pa ís 4<con el sello <le la. Secretada del Gobierno, yen
1lI11l'!IOSpueblos se hizo leer el Ilomiugo después Ile la
III isa mEyor, con la recomendación de conservarlo lué-
goo ell los archivos del Cabildo»,
La apllrición <le este folleto injUl"Íoso acabó (le en-
couar los ánimos ya barto inquietos (le los santafcreÎ1os¡
<lOll Vicente Restrepo, f>>\cribió eu Sopó \lila defem;a
del señor J\losqnera, Il tiempo que en B(Jgut;~ I's(,l'iùta
utra (lOll Rufino Cuervo, amigo especia Iísi1\JO del Pre-
lado des(le los tiempos en que Cuervo había ejercido
- 130 -

ell Pllpa.yán III Fiscalía Ilel Cauca. Jill Oatolicismo pe-


ri6dico fundado llños antes por el mismo señor Mos-
quera, y cn donde escribían 108 mejores literatos de
la época, dio cabida a. otra multitud de defensas que
enn leirlns ávidamente en muchos hogares de la ciudad.
BI destierro de don Mannel José señala, pues, una
em preeisa y definida en la historia polít.ica de la,
~n.eva Grana(la, y coincide, segÚn lo creo yo, con la
fOllnación de nuestros partidos tradicionales. Por tan-
to, estudiar las causaS que inflnyeron en el destierro
de este Prchlllo, fOl'lIHI,una buena parte de la crítica
histórica de aquella época que yo llamaría la edlul me-
dia de la. República colombiann.
VI, causa remota de todas estas agitaciones que ter-
minaron en el destierro de Mosquera, hay que irIa It,
busear en el deseo de nuestros primeros legisladores
de (lOnSet'Var a toda costa el derecho lhtlnado de pa-
tronato, lie que disfrut3han en Jos tiempos coloniales los
rey('[~ españoles. Es el tal derecho uua concesión o fft,-
cultad que los romano~ pontífices ot()r~aron, en otros
tiempos, a ciertos mllnarcas enropeos para intervenir
en forma. directa y eficaz cn el nombramiento de los
obispos; este derecho tuvo sn origen, parte en la yo-
luntarl Ile Jos Papas, que quisieron tener ~ra.to8 a los
sober;'tllos cristiaIlos; parte, ell las valiosas donaciones
que esos soberanos habían hecho a la Iglesia para que
ella ¡lulliera funllar nuevas diócesis; pero por lo mis-
mo e~a concesión em personal e intrasmisible, como
Que, había sido (lada en atención a determinadas per-
sonas.
NUllstros primeros legisladores creyeron, no sé por
qué, {'u una especie de herencia ell este punto y juz-
garon que a la República competía el derecho de pa-
tronato, como tollo8 los Ilemás derechos de que ha-
bía gozado en tiempos colollÍl~les la Corona. española,
y tan lo cre~7eron, que el señor Caicedo y Flórez, y
-- ]31 -

hasta el mismo l\Iosquem, fueron elegillos VOl' el Se-


nado y presentados por mel!io del Ministerio de Rela-
ciones Exteriores al Romano Pontífice. Ln Selle Apos-
tólica, por su lado y pa.ra evitar mayores males, acep-
tó momentáneamente estos bcchos mientras, por medio
de un concordato se arreglaùan las cosas conforme a
derecho. 31as, nuestros legisladores, alenttHlos con
este silcncio, no sólo tuvieron (lOl' cosa intlllhitable
lo del llerecho de patronato, que los facultalm pa-
m, elegit Obispos, sino que, además, se creyeron Vl'l'-
daderos pontifices capaces de forlllar uu IJoncilio laico,
en que fUCi'lt posible la reformlJ, de la iglesia coloIll-
biana. Y tan a pechos tomaron lo de la reforrnlL que
olvidán(lose de otros deberes que les inculIIbía,n más
de cerca, se entregaron tenazmente a dar nna nueva y
peregrin:t legislación canónica.
El Seminario, que don Manuel José habia fundado,
a costa de gra.ndes sacrificios, :fue incorporado a.l Co-
legio de San Bëtl'tololllé. Los diezmos y las primicias
qne los fieles daban para atender al sostenimiento del
culto, debían desaparecer, según el deseo de los legis-
ladores; las autoridades j ndiciales del Estado debían
COl1ocer en las cansas temporales yen las espirituales,
relacionados con los eclesiásticos; los párrocos debían
de ser elegidos por los i1iversos Cabildos, y los ClI-
nónigos por las Cámams de Provincia. De esta suer-
te y sin saber a ciencia cierta lo que estaean hacien-
do, el Parlamento de aquel año y los siguientes, pre-
tendieron crear nna especie de iglesÍèt colomhiana.
De las leyes se debía pasar presto a los hechos, y
aSÍ sucedió; porque en Maríquit,a se prohibieron por
el Cabildo ciertas festividades religiosas; en Tuuila,lIllt
el Municipio exigió que los párrocos pidieran licencia
al Ooncejo para poderse ausentar de la parroquia; en
Tllnja, se desmembró una plll'I'oquia y se l~rearon
- 132

otl'as, y en Vélez el Oabildo pidió cuentas a los pá·


rI'OCOi'lde la, manera corno cumplían con sus deberes.
Quizá nunca, de"de los tiempos del antiguo Impe·
rio de Bizancio, se vieron legisladores civiles tan em-
peñarlos en legislar sobre materias eclesiásticas y tan
dcseo~os de meter mano en cuestiones ,le la Iglesia, De
he"ho, las autorida<les (leI b2 quisieron formar una igle.
sia lnen curiosa ~' extraña: una iglesia en que el Se-
nado ¡~ligiel'a a 108 obispos; en qne los canónigos fne·
ran nnmbra.lloR por las CámarllS de Provincia, y los
párr()¡~o8 por los ,liYersos Cahildos; una iglesia en
que el Sen:ulo juzg¡¡'l'ía a los obispos, cuando eran re-
mis'ls en el cumplimiento de su cargo pastoral, en que
las iltlUás autoridlt(les civiles tomarían cartas cuando
un cllnónigo o un párroco no fueran fieles cumplidores
de su cargo; una iglesia, en fin, en que todo debía
estar reglamentado por la RepÍ1blica y nada por el
Pa.pa.
A.nt,e semejante especie de leyes civiles no le queù!\'.
ba al señor Mosquera. otro remedio que el ùe protes-
tar erllírgicamente, y así lo hizo; todo lo (lemás hubie·
ra sido vergonzoso para el Prelado, y no le habríitn
perllonado ni aún SUd mismos enemigos ta.maño deseui-
do, pOI'¡lne quien l'eeibe un cargo y presta un juramento
tan sPl'ill como el que hace un obispo cuando deela,ra
que obedecerá siempre al Papa, no puede obrar de otra
suerte en c:t'l':)S Cflmo el que tllVO rlelante de los ojos
el señor l\Iosq nera,
Protestó, eu efeel,l), e inmcllíatamcnte fne presenta-
da 1<\ ,1,CllSa,ciÚueontl'a el Arzobispo en el Senado, y
a pe~a)' Ile :tI gUU08 laullables esfllerzos de varios pltrti·
cnlare~ y del mismo Poder Ejecutivo, que lo ejercía l:'ll
aquel auo el generftl López, el 2 de mayo se dictó la
siguiente sentencia:
«Eu atención de que el seùor Arzobispo de Bogotá,
doctor M,touel ,fosé Mosquera,' ha resistido a. dar cum
133 -

plimiento a lo ùispuesto en los artículos 3.° y 4.° de


la ley 25 ùe abril, el Senado, procediendo en este
a:'lunto como Tribunal de Justícia, Üecreta: Que en ob-
servancia de lo ordenado por el artículo 3.° Ile la ci-
tada Ley, sea extl'añallo el Preladol Il quien se ocu-
parán también sus tcmporalidades».
E::lta sentencia y la s~t1Í1h~
del señor Mosquera, aca-
baron de tnrl.mr por completo la paz pública en San·
tafé, y la N:tcfóu eutcra sc dividió cu dos bandas irre-
conciliables. Unos, los Üefellsores (le] sefinr Mosquera,
declararon, valiéndose de Ulla conoeilla frase de la~ Es·
crituras, que don Manuel José «era cI sacel'dote gran-
de que en Sil vida fue el esplendor <lela Patria y du-
rante los día,s de su pontificado sostnvo los derechos
(leI Santuario»; y otros, a cuya cabeza estaba Saave-
dra, llamaron al señor Mosquera «tránsfuga y desertor
de la Iglesia; malvado a quien el hábito del crimen ha
extinguido el último sentimiento del deber». Y no exa-
gero nada, porque las palabras las he tomado textual-
mente del pasquín de Saavedra.
Mientras esto acontecía en Sa.ntafé, el scñor Mos-
quera iba hacia el término final de su mart.irio con el
alma definitivamente adolorida, como nos 10 dan a en-
tenner las pocas cartas que escribió, en las cuales se
queja siempre de la melancolía que le acompaíiaba.
¡Cu{wtos esfuerzos al parecer perdidos! Había hallado
en Santafé, con excepción <leunos pocos sacer(lotes gran-
demeute doctos, mucl1a ignorancia tltl el clero y sus es-
fuerzos pal'a mejorar la condición de ese clero vinieron
a sucumbir desde el momento en que desapareció, por
ohra de uua. ley inicua, el Seminario; las autoridades de
la República, a quienes él tanto había servido, le deste-
rraban y los pocos a<lictos que tenía en el dero perdían
fuerzas con. la deserción lastimosa del renombrado pre·
dicador Saavedra. Hasta el miamo Vicario Oapitular de
Antioquia. se enca.rgaba de proba.r cómo el clero no
EANCO DF.: Lt>. r"-'3LIC':'
biBLIOTECA Lu", i ,'. froo
- 134 -

cnllocía. del todo cuáles eran las leyes con flue se go·
lnerna la Iglesia ....
rales debieron ser las reflexiones que en Il\ mañana
del 20 de jllnio de 1852, embargaron el espíritu de
dOll Manuel ,José Mosqtlcra, mientras contemplaba ea·
millO (le Puente Aranda, la ciultad <le Santafé que
ahandonaba para siempre.
EL ESCONDRIJO DE UN SECRETARIO
DE ESTADO EN 1861
El eaeondflijo de un seel'etaJ:lio de Estado
en 1861

En h\ mañana del 18 de julio de 1861 las fuerzas


Ilel Cauca, unidas It las del Norte y capitaneadas por
el general Tomás Cipriano <1e Mosquera, rodeaùan la
ciudad pOl' doquiera y, después de !Duchos meses de
constante y tenaz lucha, se aprestaba ya a entrar vic-
toriosas a la capital de la República. Hacia medio dia
I:t condición del ejército de La .Legitimidad bízose por
todo extremo precaria., puesto que uno It UDO fueron
suculUbiemlo los diversos escuadrones, tanto por ella-
do sur, en las cercanías (le la iglesia de Las Cruces,
como por el costado norte, que parecía presentar ma-
yores resistencias al enemigo, soùre todo en el conven-
to de la Recolecta de San Diego convertido, a última
110m, en cnartel general de los ejércitos del Gobierno.
A canait de esto fue menester que la otra parte de las
fuerzas, cuyo comando dirigía en persona el valeroso
general Joaquín Posada Gutiérr~z, se entrega a eso de
las tres de la tarde.
De e'lta suerte, vencido el gobierno legitimo, pu·
- 13~ -

ÙO ti general Tomás Cipriano de Mosquera entrar ví(~-


torÍ(';30 It Bogot{~ en la tartle de este famoso día.
Los que le habían precellido a éste de la final ren-
dicilon, fueron de suprema angustia para la ciudad,
que en vano aguarlló las victorias Ile aqueIla afamada
divif<Íón, integ-rlub por lo lilás valiente de los solda-
dos de la Nueva Gmnaùa. ~Qllién hubiera de pensar,
mesu~ antes, que estos seis mil hOlllbres, harto ùien
equipados, hahrían de recibir: ulla serie illintel'l'umpi-
ùa de l)Urlas por parte Ile :\Iosqucra1 ,Cómo ver ell-
toncllS que primero, en las orillas del Magdalena, y
luégo en Chaguaní y en GIla-llnas, en Villeta y en
Subaehoque, en el Puente del Común y en el Chicó,
vecino ya a la ciullad, las tropas del Ol\udillo eancano
harían irrisión de las del Gobierno, y las traerían de
mofa en mofa hasta las goteras mismas <le BogotM
Bn v(lrdad, que esta sexta división se evaporó poco a
poco, como lo demuestra don Angel Ouervo, y qne el
gobierno legítimo perdió el poiler, mlÍs que por la tuer-
za del enemigo, por la inepcia de quien capitaneaha
los ejércitos de La Legitimidad.
En la tarde melancólica de este llía, los últimos vcs·
tigios del Gobierno y del ejército t'ueron medrosos a
refugiarse en las legaciones de Francia y de la Gran
Bretaña; el vencedor recorrió regocijado la ciudad y
fue a hospedarse en casa de Sn propia hija., la es posa.
del benemérito general Rerrán.
Para colmo de males, el período presidencial de don
Mariano Ospina había concluído deslle los últimos días
del me8 de mayo, y el presidente electo, que lo el'¡~el
vate J' guerrero Julio Arboleda, andaba lejos de la ca-
pital, por las costas del mar Pacífico. Fue menest..,r,
por tanto, que entrara provisionalmente a ejercer este
cargo don Bartolomé Calvo, procurador general de la
Nación.
Si llegamos a la Legación inglesa, cercana al PueD-
- 139 -

te de San Victorino, veremos en un rincón de la sala


a don Bartolomé, «privado ya de Sil Secretario de Go-
bierllo y Ile el de Guerra, qlle agülIiza lejos ùe aquí a
causa de lus heridas qlle esta maÎlanct recibió en San Die·
go». El PlesÜlente de la República es una imagen per-
fecta de la desolación en que está la ciuda(l; al lado
de él podremos ver a <lon Joaquín París, a quien BUB
enfermeda<les privaron del 1l1~H1dode 108 ejércitos y
de la victoria; allí eaUt asimismo, el general Espina,
más triste que toùos y con razón, porque sus ùudas y
vacilaciones hicieron poderoso a Mosqnera. Si nos acer-
camos a la casa. del Barón Goury de Roslanù, halla-
remos en ella, no menos consternado que el Presiùente,
a ùon Ignacio Gutiérrez Vergarar secretario de Ha-
cienùa a quien tocará en suerte buena parte de las
persecuciones con que el vencedor regalará a los ven-
cidos.
Pasado el primer momento ùc natural turbación,
Mosquera, como supremo director de la guerra, co-
men7.ar{t It ejercer a'luelIa dicta-dlll'a que nf) termi-
nará sino en parte, por obra de la m{¡g quilllérica. de
nuestras constituciones políticas. Como tlietador hace
dar lUnerte, sin juicio alguno, a tres ciudadanos ino-
centes de los crímenes que se les achacaban; como dic-
tador expulsa a los jesuitas y se apodera de los bie-
nes de las comunidades religiosas; como dictador, con-
vence a don Bartolomé que salga del asilo inviolable
de la Lega,ción inglesa, y una vez t'uéra de ella, le en-
VílL en c()mpañía de don Pastor y de don Mariano a
IllS mazmorras <le Bocachica.
Esta última medida del Gencra,l fue para don Igna
cio Gutiérrez Vergam signo cierto de que las perse-
cLlciones comenzarían para él desde aquel mismo mo-
mento. Era en efecto, secretario de Hacienda de la
pasada administración, y según precepto constitucional
- 140 -

de 'Jía entrar a ejercer la lll'esideneia hasta Ill. llegada


dei general Ar~oleda.
ceptó el cargo con todos los sinsabores q ne él por
l •.
fnel'za ]e traería, y por pronta provhIencia. se preparó
ao [l.bandonar el hogar, no para ir, como otros de sns
pr€'decedol'es al P¡tlllCio de San Carlos, sino plna bus-
car refugio seguro Cil algulla casa de los amigos, a
fin !le que el Dictador no pudiera hallal'le, y de esta
suerte <lidal' tfl(las las medidas qne su nuevo ('argo y
la mala situación política exigian.
Una. noche de las Últimas del mes de julio, salió em·
bozado en su capa, del portón de la casa de dOll Ra-
fae; A]varez, que era. desde la muerte Ile la esposa, el
hogar de don Ignacio; tomó por la calle de San José
hacia el oriente, y al llegar It llt esquina cruzó por la,
carrera que conduce al Palacio de S,tn Ca.rlos, pa.ra ir
A ellconderse en una casa. vecina al convento de Oar-
melitas. Poco seguro debió de hallarse en aquel primer
escondrijo porque a pocos días salió de él para ir a
ocultal'se en casa de la familia del Castillo, cercana al
Puente de Lesmes.
Mosquera que fácilmente había logrado apoderarse
de don Bartolomé Calvo y (le don Mariano Ospina,
crey6 que el Secretario de Hacienda caería sin mayor
difieulta(l en Sil poder; mas, cuando vió que la cosa. no
le illft resultando fácil comenzó a impacientarse y a
pont'!' en juego todo lo que su astneia Ile tiranuelo le
indicaba. Puso cerco a la tercera Calle Real y a la
ne San José, y rondó una a una las casas sin hallar
al que buscaba. Burlado en sus intentos, cleterminó
desterrar a (loîia María Josefa y a SIlS hijas a Nocai-
IlUl; mas, presto por esa volubilidad qlle es p,'oJlia a
veces de los tiranos, muùó de propósito, ~. juz~ó que
era oportuno buscar al presunto Presidente en la casll
del Puente de Lesmes, que en otro tiempo 'había per
- 141 -

teDecido al abuelo del señor Gutiérrez y que aún es-


taba cn poder de la familia.
y en ver(lad que no se equivocó, porqne allí estaba
realmente dOll I~nacio; sólo que los caucaDOS no pu-
dieron dar CODél yeso que estuvieron UDay muchas
veces en aquella casa que el Director había hecho de-
socupar. Perdió el juicio Mosquera y quiso averiguar
si el perseguido Presidente se hallaba en la Capilla del
Sagrario, donde él s~bía que reposaban las cenizas de
a.lgUDOSde los Gutiérrez; mas, como era. natural, tam·
poco se le halló allí.
Mientras taDto don Ignacio pasaba la mayor parte
del día y a veces las noches eD una ratonera. Porque
es el caso que doa dormitorios vecinos al comedor en la
caSI~de los Castillos, estaban separados por Ulla muy
gruesa pared de tapia pisada, lo que había permitido
que eutre uno y otro aposento huuiera una especie de
pasillo con dos alacenas pequeñitas li. ambos lados. En
una de ellas había desùe tiempo inmemorial, UDestan-
te de libros cerrado por detrás con una cortina que
remedaba a maravillas el papel de colgadura. Retiro·
se un pGCOel estante que estaba contra la pared y
ell~ permitió a don Ignacio ha.Ilar la ratonera de qne
he hablado, en la cual permaneeió casi de continuo
o.esde comienzos del mes de agosto hasta bien entrado
el de eDero del año siguiente.
Cuando los soldados no estaban en la casa, don Ig-
Dacio salía libremente por ella, y aun llagaba a oar
por meùio de Julian Escallón las órdeDes que como
presidente legitimo debía impartir para toda la Repú-
blica. Otras veces, le sorprendían 108 soldados sin ha-
ber alcanzado a entrar en la ratonera y entonces era
de ver al buen anciano cómo corria. en cuclillas a me-
terse en el escondrijo a ùonde no llegaba siDOdespués
de haberse arrastrado por el suelo.
En ocasiones don Ignacio no podía. tomar a.limento
142 -

ell todo el día y 8ó10 a merced de las tinieblas ùe la


n'lche le era dado ir It buscar en el corral de gallinas
la poca cosa que allí habían podido dejarle las criadas,
l\, quienes se permitía ir a llevar la granza a aquellas
a,-es, únicas hl~bitadoras conocidas de la desmanteladlt
vi vienda de los Castillos.
Viendo Mosquera qne no era fácil hallar a dOll Ig-
nado, dióse a perseguir a Ia familia del presnnto reo.
Buscó a María Josefa, hija del señor Guti~rrez y ésta.
se escondió primero en Ulla alacenll de la calle de San
Jo~é, y luégo, se disfrazó de china que desyerbaba en
casa de la familia de Cárdenas, cercana al Observa-
torio Nacional. No siendo posible hallar It h~ hija, fue
IL huscar a los hijos hasta fm la hacienda de Yerba.
bUtna, y allí, para completar las burlas, ulla de ellos,
vesl;ido de jornalero, ayudó a los soldados a buscarse
Il sí mismo.
Bien com prendió el señor Gutiérrez q ne este estado
de cosas era perjudicial, sobre todo para la familia del
CaH,i\Jo, que no podía habitar la casa hacía ya meses
y Sll!iCitó de doña Magdalena Caicedo y Bastilla que le
diem alojamiento. Vivía eata señora a pocos pasos de
la familia de Castillo, en una casa situada hacia el
costado oriental, del otro lado del Puente de Lesmes,
y o;)tenida la respuesta, que fue favorahle, juzgó opor-
tuno aprovechar la noche del 18 de enero para tras-
ladarse a ella; con tan mal'l suerte que habiendo sa-
Jido, para burlar toùa vigilancia, por una portezuela
que daba al rio, se enredó en unas cuerdas que las
vecinas lavanderás habían colocado allí, y cayó III call-
se del río, escaso de aguas y abundante en piedras.
Esta caída fue causa de que don Ignacio se fracturase
ulla pierna, y hubiera Cl'tído irremediablemente en po-
der cIel Director, si un jornalero conocido con el apo-
do de Negro Oamilo, no pasara por allí y diera avi·
so en casa. de Castillo de lo que había sucedido.
- 143 -

Grande fue la consternación de la. familia, y mien-


tras unos pl'ocuraban con toda cantela sacar a don
Ignacio de entre las píe(lras, una de las seíioras fue
en busca del señor Ponce de León, cuñado de don Ig-
nacio. Allá, hacia la media noche, el doctor Zerda hizo
la reducción de los huesos rotos y arregló conveniente..
mente la pierna del perseguido Secretario de Hacienda.
Mas, como era por todo extremo, peligroso permanecer,
después de este aconteciJlliento en la misma casa, hi-
zose mns que nunca necesario la traslación de don Ig-
nacio a. CHl:lltde la señora Caicedo. Mas, no em posible
condurir a. clan Ignacio en una camilla porque no la
haùia y aún dado caso que la 11llbiera, ello lIaluaría
la. atención de las guar(lills cercanas. Se improvisó la
tabla de una cama para. que sirviera de camilla y
atado a ella iban y:\ a trasladarle cuando se oyeron
los pasos de una patrulla que rondaba por las vecin-
dades de la casa; horas mns tarde, ibllD a salir de
nuevo con don Ignacio, cuando se advirtió que, per-
dido en la penumbm, se ocultaba un bulto misterioso,
a. pocos pasos de la casa, y para colmo de males el bul-
to aquel no se movía de su sitio y las horas Pllsaban
y la aurora se venia a toda prisl!. AI fin, It Ia madru-
gada, el mi:sterioso espanto se acercó a la casa, y l'e-
sultó que quien así se escondía era doíia Magdalena
que, ignorante de todo 10 acaecido, no sabía porquó no
estaba ya en su nuevo escondrijo don Ignacio.
Al fin fue posible la traslación, y el desgraciado
Secretario de Hacienda vino It quedar en un cuarto cer-
cano al salón principal de la casa de doña Magdalena.
Para. cerrar III puerta de comunicación se puso un altar,
y 108 visitantes que acompllñaban a. don Ignacio en-
traban y salían por debajo de lOB manteles que casi
caian basta el suelo y que ocultabllD una tabla que
facilmente podía retirarse cuando lo exigían las visitas.
Exasperado Mosquera de no hullar al que para él era
- 144 -

un revoltoso, resolvió con fecha 23 de enero que la fa-


mília Alvarez Gutiérrez fuera destenada a la hacien-
da tIe Terreros del veciutlario de Bosa. La suerte, sin
em'J.argo, debía favorecer Uluy presto al tiranuelo, por-
qu~ a pocos dias tIc este destierro, un ciudadano fran-
cés. domiciliado en esta ciudad fue, como de costumbre,
a visitar It (loña Mag(lalena, y advirtió facilmente que
el :.Itar había c~lmbil\.do de sitio y qne la pnerta qne
conlllUicaha con el aposento vecino había desa.parecido;
est(J sólo bastó para que él pens,U'a que allí se hallaba
don Ignacio y puso el denuncio, que fue dado en forma
al ¡:eneral Mosqnera. Este que ya antes había becho
rontlar la casa de (loña Magdalena, envió otra vez al
ma) M Pérez Solano, quien se presentó a las puertas de
aquella patriarcal vivienda a eso de las diez de la no-
che con un piquete de soldados,
El señor Ponce de León declaró que en efecto, allí
se hallaba don IgnaciL\ pero que, a causa de una caída,
tenia· fracturada una pierna y no era posible sacarle
de l!l. casa, mas como el Secretario afirmara que en
ning"1Ín caso renunciaría al poder de que la Constitu-
ción le hahía invelltido, el Dictador resolvió reducirle
it prisión eu el convento de dominicanos.
A 1 día siguiente se presentó en casa. de doña Mag-
dalpllll el crud y sa.ngninario Victoria, el famollo ge-
neral caucal1o, émulo ell atrocidades de los inlHos pi-
jaos que, con los demás guerrilleros del Cauca deja-
ron amarga memoria de sus crnehlades en 108 fértiles
valles: que riegan las aguas límpidas del Canca. La
pres('Ilcia Ile Victoria en casa de doña Magdaleníl po-
nía l'l'ente a frente la, legitimidad y el latrocinio; el
anciano veneral>Ie que llevaba en sus venas sangre de
próc~res y el sanguinario advenedizo qne los caprichos
de Mosquera hicieron famoso.
Este mismo día, 26 de enero ùe 1862, don José Ma-
ría Rojas Garrido concedió pasaporte a la família Al.
145

va.rer. GuLié1'rez «pueilto que han desaparecido di('c


el certificallo qne tengo a la vista- los motivos que
ocasionaron su confinamiento». Con este 8ólo (locul1len-
to se demuestra. que ell época del Gobierno provisorio
era lícito confinar a unas señoras respetabilísimas por
motivos politicos y sin que ellus tuvieran en esos asun-
tos clares ni tomares de ningum. especie.
Trasladado lIon Ignacio al monasterio de Santo Do-
mingo, sufr:ó allí las consecuencias funestísimlls de ha-
-Jer caído e;:¡poder de un déspota inquieto y versátHd
Unas veces se daban las órrlt'nes del caBOpara fusilar.
al desgraciado prisionero y otras, se declaraba que
él permanecería en rehenes para que los del bando
opuesto a Mosquera y t'Il especial los guerrilleros de
Guasca no se atrevieran a atacar la ciudad. Cuando
Canal puso cerco al cuartel de San Agustín, (Ion Ign(\·
cio fue trasladado allí para volar, llegado el caso, e-
cuartel con el Presidente que el ejército impugnador
reconocía. Cansado al fin ùel juego, como se cansan
los chicuelos cuando han atorment:Hlo a algún paJal'Ï-
lIo que ha. caído en sus manos, Mosquera resolvió des-
terrar al señor Gutiérrez Vergara, qne pudo al fln go-
zar en Europa de una. paz que le negó tenazmente el
gobierno de BUpropia Patria.
Sé de sobra que muchos otros, a.ntes que yo, han
narrado minuciosamente las peripecias de esta prisión;
mas, como yo la oi mnchas veCCBen mí infancia, ella
tiene para mí el grato sabor ùe les recuerdo!! familia-
res y al callarla me parecía que me olvidaba de quienes
por ser sobrinas de Gutiérrez Vergara Bufrieron las
malas consecuencias del odio de Mosquera (1).
(1) Àunque el relato de todas estp,s peripeciaa ùe don I¡(na-
cio está ya en parte escrito por Quijano Otero y }lor D. Joa6
Mannel MarroquIn, he anadido aqul algunos datos que de uilio
01 en casa. de mi abuela materna II. las hermanaa de ésta laa aeno·
raa Alvarez Gntiérrez, sobrinas carnalea de don Ignacio yvlctimall,
como 'l, de lo.ainjustas perseouciones del general Mosquera.
LA NOCHEBUENA DE DON ALVARO
ua fioehebuena de don Ah/atro (I).

Casi en el espinazo de un cerro escarpado que for-


ma, con muchos otros, una ùe las varías y capricho-
S,\8 bifurcaciones de la Cordillera Central, lwy uu }lue·
bluco llamado Peílasnep;ras.
A pe~ar de la cumbre en que CSt{l encaramado, se
esconde It la vista y se guarece en una cabillad mCllro·
sa destinada, más bien, a lo que parece, a servir ùe eS·
condrijo I; los miserables que llevan jugada la vida.
Desde la loma se divisan otros pueblos y cascrios es-
parcidos aqui y allá por Jas faldas de los cerros. Se ve
a lo lejos el cltmiuo que unas veces se extiende eu la
línea rceta, y otras se pierde entre los árboles y los
cel'cados flol'idos; que, o bien señala con precisión BUS
términos y liu(1t'ros, o se esconde caprichosamente tms

(1) Este cuento, \lon el cual termina el libro, no pertenece


en rigor It 61, pues no guarda relación algnna con la fibonornía
peculillr de la antigua Santl\fó. El ticlIO Sll historia: fue eRcrito
(líll~ desp1l6s lIe la lIIuerte de la senom dona Elena Portocarrero
de Bermól.e:z:, acaecida CI1 Bogotá el día 2S de diciembre de 1916.
Sáale permitido al autor trillut!\r este homenaje a In maùre qne
hubiera. lerdo con oarino Otite libro.
- 160 -

el rep'!cho para bUllaI' toda e!lperanzl\ en el que anhe-


la pOI la ciutlad vecina.
Por el norte, lilas sicm pre a las afueras del pOblatlo,
es po¡;,ibJe gozar con la vista de otro paisaje en que
la hermosura de la naturaJeza aJcanza los límites de
lo sul.:ime; pam verlo, en toda la variedad de BUSpor-
menores, es menester llsomarnos a un balcÓD que la pe-
ña formó en edalles pl'Ímitiv3s rlljándoBe de arl"iba d.
abajo; se alcanza It ver desde aquÍ el Rionegro que, en
rápido viaje, muje espnmoso y salta y se despeña cm-
braveeido, y el césped, los jarales y los cedros que pa-
reccll agarrarse a las piedras temerosos de caer en la
sima, y luego, ya cerca de lá cumbre, los guamuche8
que extienden desmesuradamente sus brazos como si
quisieJ'an ocultarnos eJ abismo que engendra el vérti-
go, y los cámb1Ûo8 qne cortan con eJ rojo de su folla-
je, la verdura y oscuridad salvaje de este sitio.
Mas, si por el este lado se recrean los ojos con la
riqueza. y vl\riedad de UIl mundo siempre nuevo en la
manifllstlwión de su hermosurll; si acá escuchan los oí-
dos el ruido sordo de las aguas y el gl'llcioso parlar
de la~ cotorras y pericos; si llqUÍ DOSes dado admirar
la opulenta vestidura y la virgini(lll(l inviollloa de nnes-
tras ¡¡elvas, del otro lado ùe la peña sentimos siempre
la no~talgia de la ciudad que ora aparece claramente
en nuestra imaginación, ora se pierde y se esfuma en
el cerebro, no de otra suerte que a los ojos se descu-
bren y escon(len caprichosa y alternativamente las ve-
redas y revueltas del camino qne desde esta otra altu-
ra (livisamos a lo lejos.
Todo est.o se borra muy presto (le la mente 1\1 estar
dentro del poblarlo, y en su Ingar surgen algo mellOS
(le treinta chozas pajizas cubiertas malamente de gre-
da amarillenta y agrnpadas en desorden; una que otra
cabaña acurrucada en el snelo pobremente vestida. de
hojas secas de plátano, y la iglesia. que ha' ido a bus-
- 151

cal' un aitio menoa triste en la única colinn que hay


en estos lugares . .Aquí es la vegetación escasa, y el
césped abriga a retazos, como mant,a de menùigo, el pe-
nazco negro que da nombre Il la población; aquí las
matas ùe café son raquíticlls por falta de sombrío; ra-
ros los cocoteros y las palmas, sólo los platanales de-
jan entrever, como único vestigio de vida y lozanía,
lo apretado de sus ra('imos y la verdura de SUB hojas
que salen del amarillo trollCO y sirven de solaz a estos
pobres aldeanos en cuyas pupilas parece retratarse de
continuo la imagen pavorosa del abismo.
La casa curaI, pajiza como todas las demás, está en
medio de la plaza. y muy cerca de unos muros cubier-
tos de musgo y agrietados que sirven ahora de guari-
da a cuantas culebras y alacranes lleguen por acaso a
subir hasta estas cnmbreR casi tan frías COUlOla mis·
ma altiplanicie por donde corre perezoso el Funz!.'..

Hace ya muchos aîios, y en días como estos que aho-


ra recordamos, los corazones de aquellos labriegos sin-
tieron anuncios de dulzura, y una imagen más placen-
tera. que la del abismo, vino a albergarse en sus almas.
Bajaron diligentes los mozos allá al río, y robaron
n. las peñas musgos, helechos y flores; formaron juntas
lOB vecinos; las jóvenes oyeron las historias y con se-
jas de las más ancianas; se oyeron los cantos de los
rapaces; el rasgar de ]013 tiples y)a cl1irimía de los chu-
chos, panderetas y gaitas.
La novena del Niño Jesús haùía comenzado y con
ella la alegoría de los aguinaldos.
La vieja iglesia cubierta casi todo el año de una ro-
ua espesa y húmeda, se reviste al10ra ùe tIores de be-
llísima y de rosas pequeuitas y ùlancas; a trechos, las
hojas de corazón cortan, en forma de óvalo, la blancu-
ra y el rojo pálido de las flores; largos festoDes de es-
párragos 3' cilantrilloB caen por las cornisRs, mientras
- 152

qlH~ del suelo se levantan para enreùarse luégù en las


columnas, helechos desmesuraùos de una verdura de es-
m~ralda.
]!Jn el altar el musgo cubre los nichos y las escale-
l'aH. Espejos rotos semejan lagos; telas argentadas re·
muian torrentes; viejas y mugrientas crehllelas imitan
peñas y collados. Unas muñecas de trapo con ojos de
crÜtal y narices deformes suplen aquí la ausencia de
las morenas y hermosas judíás, y nnas casitas de car-
tón con tejados amarillos recuerdan las vivielldas ùe
los viejos betleDlítas.
Allá en el centro del altar y donde antes estaba
el :-lagrario, se ve ahora un portal que mal puede traer-
nOil el recuerdo de su uso primitivo, y dentro de él,
nos figuras que sobresalen en el conjunto, 1\ pesar de
hali:use me¡lio enterradas en el Hlusgo. Una repre8cn·
ta a la Virgen, la otra a san José; pero los aldeanos
saben muy hien que en Peñasllegras estas estatuas per-
sonifican el 110101' en la semana santa y anuncian la
alegría en estos (lías de Navidad. Junto a ellas y mc-
dio perdidas entre el matorral, dos jug'uetes del bijo
del alcalde recuerdan el buey y el aSl10 tradicionales.
y en me(lio Ile aquel eonjunto abigarrado bailamos por
tin \lO primoroso Niño ,Tesús fJuiteño, única imagen per-
fecta y única uecesal'ilt en estos días que llt Iglesia.
COnRltg-ra al recuerdo (le l\quel Señor que por nosotros
se anonadó y tomó forma de esclavo para vivir en me·
dio de los hombres.

L~\ alegría Ile estos panùquianos tiene con todo Sil


acíbar, que no suelen ir acá abajo g-oces sin algún Ilolnr.
Saben t.odos ellns que la madre del señor cura guaro
da ca,ma hace ya días, y cnallllo por ventura topan en
el camino al párroco, no cantan laR mozas, ni ríen los
t'apae'3S, sino que tOllo s ellos COll lo~ ojos y la lengua
preguntan al sacerdote las últimas noticias, porque la
- 153 -

anciana, es madre ele todos los que viven en Peñas-


negras.
y a me<lillaqne se deslizan COll grande regocijo pa·
ra todos, los dias de la novena, avanza la enfermedad
de la. nncianita, de modo que ya en las vísperas de la
Nochebuena crece la angustia en el párraco al paso que
crece la alegría, en los aldeanos.
La noche interminable para. quien amorosamente ve·
la a la cabecera de la enferma, ha pasallo por fin y
con ella muchas angustias y temores, Alvaro toma el
camino de la cuesta, y sus ojos, refrescados ahora. por
la brisa tempranera, revelan el cansancio de la pasa-
da agonia o acaso dan señales inconscientes del duelo
que se acerca.
El sol saldrá. en breve y el ctfa habrá de traer una
espemnza con el médico que llega. Desde la llltura el
párroco contempla indiferente el cielo rutilante ne aque·
lla. mañl'.na de diciembre, y no repara en pormenor al-
guno del paisaje, que no suelen las almas en cuita re·
crearse con estos regalos; su mirada se fija un mo·
mento en lOBdesfiladeros gigantescos de las peñas, si·
glle el suave movimiento de los á.rboles que Se menean
al oreo matutino y se concentra luégo en el camino.
Ouatro bueyes vienen perezosamente al trabajo y ras-
trojean en los cercados; nn gosf}uezuclo salta de entre
el zarzal que amojona la cabaña, cruza ladrando en
el camino y se pierde en la vereda ...
La visión rá.pida, confusa y lejana no puede satis-
facer la.s ansias de don Alvaro, que ayudado ahora
de un anteojo, ve cómo crecen los desfiladeros, se agi.
tan los árboles y tiemblan las casucas del camino; mas,
por desgracia suya la ruta. polvorienta no ofrece en
esta hora imagen alg-una que pueda dar esperan7.a cier-
ta, o al 'nenos engailo pasajero, al á.nimo cuitaùo.
y los ojos angustiados del párroco se concentran ell
la lejanía. del horizonte, mientras su alma evoca los
154 -.

recuerdos de la infancia, del seminario, <le los prime-


ros lUas de vida sacerdotaL .. y aparece entonces la
ciudad con sus torres y cúpulas, sus grandes edificios
y jal'dines; parécele como que escucha ahora de nue·
vo e"e ruido confuso que caracteriza la vida en Ill, me-
tr6p(.H: acentos tiernos de rampanas que llaman a ora-
ción, pitos estridentes de sirenas, sordos acecidos de
máqtdna ...
La ciudad con su bullicio se pierde de la memoria,
y la figura de la enferma, del lecho y de ]a alcoba apa-
recen de nuevo en la imaginación de don Alvaro.
Yaun cuando se atropellan y confunden estas visio-
nes del presente con esotros recuerdos del pasado, e] sa-
cerdote sigue mirando ]a última curva del camino que
blanQuea a ]0 lejos y parece cortada por e] perfil del
cerro. y piensa que ]a espectatíva que allí le condu-
jo va a frustrarse y está ya para bajar el anteojo cuil,n
do surge al ras de la cumbre el primer rayo del sol
que rllsplandece en las alturas y hace chispear los es-
tribos de un jinete qne desciende por la cuesta.

La precipitación con que salió don Alvaro esta ma-


ñana del cuarto donde sufre la enferma, no le permi-
ti6, como lo hace ahora Il la luz del dilt, observar los
estra~os que el mal hizo en el cuerpo de ]a anciana,
durante la pasada noche.
En el momento de entrar él a la alcoba, una mujer
daba un brevaje a doña Blanca.. La repugnancia y 91
dolor se dibujaban en el rostro de la madre.
La resl'liración superficial o illtermitent.e anuncia Ia.
pérdilla continua. de las fuerzas, y mientras loa ojoa
de la anciana, velados ya para siempre, se posan un
momento en los de Alvaro, él siente con sus labios el
ardor de la fiebre en que su madre se consume poco
fi, poco. Mas, la esperanza del médico que allá arriba
- 155 -

haoía VÜltollisipó momentáneamente los temores que


cerca de la, anciana se habían aerecentado de nuevo.
Allá, hacia el melliodía llegó el médico, examinó mi-
nuciosamente ao doña Blanca y se encerró luégo con
don Alvaro en el despacho parroquial. ..
Era este momento de suprema esperanza o de final
desolación para el sltcerdote y sus ojos ensombrecidos
e irritados por las vigilias, interrogaron al médico.
Un diálogo breve se cruzó entre los dos. Preguntas
cada. vez más precisas; respuestas cada vez más deso-
ladoras.
Alvaro había entendido todo... Sus ojos miraron con
fijeza al médico, como si quisieran implorar misericor-
dia; vagaron luégo por los rincones del cuarto, y fue-
ron a posarse al fin llorosos y suplicantes, en ellien-
zo que representa a la Virgen de los Dolores.
y abandonó al médico, y fue a sentarse junto a. la
anciana, cuando ya el sol que esta mañana había traí·
do algÚn consuelo, iba cayendo por o~cidente, en don-
de muje y se retuerce el Ríonegro ...
A poco el far.ultativo entra al cuarto para salir en
breve. Atisban las vecinas deslle la puerta. AlgÚn cu-
rioso observa por las ventanas a la enferma.
A la vera del lecho donde agoniza doña Blanca, Al-
varo de rOllillas, anudada en la garganta la voz, no
logra responder a la deprecación mortuoria que reza
pausadamente un compañero.
En el cuerpo inmóvil y en la r.1armórea palidez del
semblante que por momentos se ndelgaza, Alvaro des-
cubre vestigios crecientes de la ruina temerosa que se
acerca. Y como para aliviarse y cobrar fuerzas, pasea
la. vista por la plaza que apenas se columbra más allá
de la vidriera.
En aquel mismo punto rompió las tinieblas de la
noche una llamarada ondulante y rojiza, en torno de
la cual bailaban a.lborozados 108 chicos del pueblo, aten-
- 156 -

t08 Ho añadir combustible, y entretenidos en perseguir-


se a tizona.zos. Y como si q nisiesen remedar el tran-
ce final de una existencia, menguaban a veces las lum-
bres de la hognera y de nuevo se alzaban, esparcien-
do clarillades fantásticas; hasta que por último se apa-
garol}. y reinó lobreguez definitiva.
EJ~paciábase entretanto el anhelar Ile doîia Blnnea,
y al fin se abismó en las cavidalles del pecho ... llej:m-
do a todos snspensos y pendientes de e;;a respiración
que nunca más volviÓ de la hondura y secreto a don-
de se había recogido.
A fuéra cantaban algunos campesinos Ulla vieja co-
pla ,le Navidad,

Esa tu her1nOSUt'a
ele tu candor,
el alma me roba
me roba el amor.

'l en la alcoba, mientras don Al varo comienza l\ te-


ner el desahogo de las lágrimas, el compañero ~acer-
dote reza las últimas plegarias que hay en el ritual
de l.)s agonizantes.
Subvenite Sancti Dei ••. Suscipiat te OhristuI •.. Requiem
aeternam dona ei, Domine ...

CUllde presto la noticia de esta muerte en Peñas-


negras y se propaga rápidamente hasta los más apar-
tados caseríos.
El pesebre desaparece de la vista, y el luto d~ los
paño!! funerarios cubre los muros de la iglesilt, Cesan
lOB cantos en las chozas; las fogatas se extinguen en
los cortijos, y la muerte pasa por el pueblo sin más
ruid,) que el de la cascada, sin más luz que la del re-
lámpR.go que se pierde en la apartada serranía ..,
Un canto lento, desolador y gemebundo destinado
- 157 -

por la. Iglesia para expresar el dolor <le 108 que aquí
quedamos y los temores de los que se van, se oyó esa
mañana en Pcíïa.snegras.
Los sacerdotes entonan las lecciones de Joh, dete-
niéndose extenuados en las últimas notas de una so-
noridad extmlla que armoniza con el ruido de las aguas.
«Mi alma. está aburrida, de la. vida; daré suelta It
mi q\lej~t, y hablaré con amarguI'fi (le mi alma».
¡Qué bien siente este canto don Al varo, arl'IHlilla·
do alla en uu rincón vecino a la sacristía en el sitio
mismo donde la madre solía orar: jY cuán a las cIa·
ras entiende hoy las quejas del Patriarca Idumeo!
En verda.d puede decir con el rey Ezequiel:
«La generación de los míos me ha sido ya quitada,
y parece ya ella como envuelta en sí misma y enro-
llada cual tiend~ de pastor cua-uclo llega el in yierno ... ~
El cortejo SitIe de la iglesia, y se detiene a trechos
en varios lugares, y otras tantas veces el canto lento,
desolador y gemebun(lo se hace oír; ora con ecos fu-
gaces de esperanza; or¡¡, mezclatIo con las súplicas de
quien desea la paz tIel alma; om, finalmente, abundo·
so en temores y angustias por el presagio de la futu·
l'a y eterna calamidad de que habla la Escritura.
Toùo aquello acabó antes del mediodía ...
y por fin, Alvaro vino a sentir la soledad en sus
aposentos. Y llegó la ora de rezar las vísperas, y bu·
bo ùe recor(lar entonces el pobre párroco, que, cuan-
do el sol volviera a nacer, «el Rey de los los reyes
vendría del Paùre como esposo que viene regocijado
del tálamo nupcial~.
En verdll,d, dijo don Â.lvaro para sí, que esta noche
será Nochebuena!
Varias veces se le cayó el hreviario de entre las
manos, y casi sin poder pronunciar la8 palabms, Lu-
bo de decir con san León en las lecciones del segundo
nocturno: «No es lícito que haya hoy lugar alguno pa·
- 168 -

ra ldl tristeza ... nadie puede segregarse al regocijo de


este día»,
y a la media. noche cuando el silencio lo llenaba
todo, cantó la misa del gallo, que fue la primera apli-
cada en sufragio de la madre.
¡Olotia in excelsis Deo et in tetra pax homnibuB bo-
nae lloluntatis/
Esl;e anuncio de paz que los ángeles traían y cuyo
goce le era dado sentir ya a. doña Blanca, fue también
para don Alva.ro anuncio de otro género de paz. Por
eso juntó el buen párroco en su memoria el Requiem
de la mañana y el Gloria de la. noche, y recordó que
Cristo babía traído la paz a los vivos lo mismo que a
los ml1ertos; pero cuán a.marga le era ahora, después
de tálltos días de lucha, esta. paz dolorosa.. Ecoe in pa-
ce am.'1,ritudo mea ama1·lssima.
Alegres villancicos solemnizaron el final de la mi-
sa del gallo, y luégo las gentes se apresuraron a sa-
lir de la iglesia; unos, para tomar la. vuelta de sus
domicilios; otros, para entretenerse basta el alba dis-
curriendo por los ventorrillos del contorno. A lo últi-
mo quedó la iglesia solitaria, se aposentó bajo SUB na-
ves el silencio, cuya honda. mlljestad no tUl'baron los
rumores de flléra, ui el chirriar de los cirios que iba
apagando el saeriatán con un ramo de jazmines enarbo-
lado ell el extremo de una caña. ....
Un rato después, corriendo por los muros o cruzán-
dose con las vigas del emboveda.do, se alzaban o en-
cogían sombras confusas a compás de la lamparilla
que, unas veces oscilaba. rojiza y otras se alzaba ama-
rillenta.,
Era, en suma, extremado el silencio y medrosa la
penumhra; mae, en aquella hom le añadió lúgubre mis-
terio el sollozar humilde de don Alvaro que aún es-
taba de hinojos en el sitio predilecto de doña Blanca·.
- 159

Qua.ndo cerca ya. del alba se levantó el párroco de


a.quel lugar, vino el sacristán a acompañarJe. Salieron
juntos de la. iglesia; cruzaron la pla.za y se detuvieron
a.nte las puertas de la <,ll\sacura.l. Gon mal urdidas ra-
zones, se ofreció el sacristán a. pasa.r la última parte
de la. Vig-i1illocon don Alvaro; mas, él que aún de su
propia vida tenía. tedio, agradeció el agasajo sin acep-
tarlo y penetró sólo a. oscuras en su moralla.
y como si al contacto de aquella desolación palpa-
ble que dejó la muerte en las ha.bitaciones, Se encace-
rase el duelo Ile don Alvaro, fue l' tientas hasta la
alcoba de doña Blanca, y otra vez se iucó a la vera
del lecbo, tratando de murmurar una. oración que no
llegó a 108 labios, porque en esos momentos, sin que-
rerlo él. le embargaron el ánimo unos versos que de
niño había recitado en presencia «le sus p:lllreR; que
en esos tiempos le hicieron !laborear todo el deleite de
la. Nochebuena familiar, y que ahora, reducidos a la
frase postrimera, le descubrieron la congoja invenci-
ble de los añotl por venir:

Para viajar yo /Jolo por la vida


no hay fuerza/J en mi alula.

FIN

biEL/Onc/' UL ! 'I:
INDICE

P'ginall.

La fisonomía peculiar de la antigua. Santafé 9


Los caminos de la antigua Santafé ..· · 19
LOBterremotos en Santafé ..· · ·...•• ·.•· •.•• 29
La agonía. de los puentes ..............•......•.....•.•.•.... 39
Las hacitmdas ita la Sabana ·.•.....· · 47
Yerbll.buena............•.......•...•.................................... 53
La. fundación del convento de Santa Olara·· .. 63
La semana santa en la. antigua. Santafé ...•..·..·.. 71
Las tertulias de 1& vieja Santafé · · 81
LaB leyendas <le la vieja Santafé ·..· ·· 89
L08 sinRsbores del señor Marqués 99
Nariño 109
LOBemboza<loBde 1851 ·...•........ ·..· ·..· 117
El destierro de un arzobispo .•.•...•........................ 127
El escondrijo de un secretario de Estado en 1861 137
La Nochebuena de don Alvaro .•.•.......· · 149
XI ~ I'/.OV. M ~C~XXV
PIfiXIT BO~~S~O
TAPIRS O~fiRVIT

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