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Hoy en día cuando hablamos de educación y conocimiento nos encontramos frente a una
realidad bastante compleja que hace necesaria una seria reflexión para no caer en supuestos o
contradicciones. Frente al problema de la educación tenemos diferentes puntos de vista. Por
una parte, la de los actores de ella: los padres, los alumnos y la de los profesores, que muchas
veces no coinciden en su visión; al mismo tiempo encontraremos otras miradas como la política,
la cultural, la social, la económica, entre otras. Aparentemente, pareciera que la educación es
ya un problema, por ello debemos tomar la educación de una manera distinta. Ella es
maravillosa, es una obra de amistad y de amor que se va construyendo con diferentes actos que
contribuyan decididamente a la formación de personas, que quieren ser felices como fin último
de su existencia, por lo cual, tiene un desafío realmente duro e importante, pues se trata de
ayudar en esta tarea significativa a un ser que es inteligente, libre y capaz de amar, a cumplir su
plena y auténtica realización: la de ser feliz (GARCIA HOZ, 1993).
La educación ha conseguido a lo largo del tiempo cosas increíbles. Nos ha permitido el progreso
que ha sido continuo, gradual y generalizado; basta echar un vistazo a la historia propia del
hombre para darnos cuenta de esta realidad (PERKINS, 1992). Este progreso se cristaliza en lo
que llamamos conocimiento, que pasa de generación en generación de diversas maneras y
formas. Pero al entender el conocimiento tenemos diferentes perspectivas: como cuando
llamamos conocer a la percepción visual que tenemos de la realidad, a la comprensión del
significado de una expresión hablada o escrita, o al acto de entender lo que algo es, al recuerdo
y a la memorización. (CANALS, 1987).
Al mismo tiempo, no debemos entender el conocimiento de forma equívoca, pues caeríamos los
maestros en un sin sentido, perderíamos la brújula, muchas veces pasaríamos de reforma en
reforma tratando de cubrir o tapar huecos. O cuando nuestros alumnos se “defraudan” por el
hecho de que postulando a la universidad se encuentran que todo lo que han recibido sirve poco
o nada con lo que se les pide; pues al haber demasiados criterios, muchas veces contrapuestos,
despreciamos la educación recibida. Por lo mismo los criterios son tantos, las formas son tantas
y diversas, las perspectivas son diferentes que terminan diluyendo el conocimiento en desmérito
de la educación que reciben o recibieron.
Por ello, si queremos que la persona pueda hacer frente a los acontecimientos propios de la
realidad, que le permita enfrentar el siglo XXI con su sin fin de cambios y expresiones entonces,
debemos formar integralmente a la persona, de esta manera, contribuiremos para que pueda
alcanzar su plena y auténtica realización. Para ello, se hace necesario entender el conocimiento
desde la dimensión análoga para que las diferentes formas, posturas, estrategias, métodos,
habilidades, datos, capacidades, competencias, evaluaciones tengan sentido real y no solo
funcional o aplicativo. De lo contrario, estaremos perfeccionando una habilidad o imponiendo
un método cuando lo más importante y necesario es aportar decididamente a que la persona se
realice plenamente en la verdad y el bien. Entendiendo la realidad de lo que es educar y conocer
se logrará integrar, organizar y estructurar los diferentes sentidos de conocer centrándolos en
la persona que conoce, porque la tarea más significativa que tendrá la escuela será entonces la
de formar personas capaces de enfrentar los retos que se le presenten, pues es clara la meta: la
de ser feliz.
Referencias
CANALS, F. (1987). Sobre la esencia del conocimiento. Barcelona: Promociones Publicaciones
Universitarias.
GARCIA HOZ, V. (1993). Introducción general a una pedagogía de la persona. Madrid: Rialp.
PERKINS, D. (1992). La escuela inteligente: del adiestramiento de la memoria a la educación de
la mente. Barcelona: Gedisa.