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Cuando los padres piden perdón a su hijo, y ante él, el perdón de Dios,
entonces sabe el hijo que hay como una distancia entre Dios y sus padres.
Que no puede confundirlos pura y sencillamente. Que no puede arrojar
sobre Dios el resentimiento que él puede experimentar para con sus
padres. Los ve haciéndose niños ante Dios. Y, de pronto, Dios, ante sus
ojos, no corre el riesgo de ser caricaturizado por sus padres. Hay Alguien
más grande, más bello, más santo que ellos.
Pero, ¿cómo ser lo suficientemente pobre en el corazón para mendigar
este perdón, si nunca te hincas de rodillas ante el Señor Jesús para que
él mismo dinamite y eche fuera con una sola palabra tu pecado, te libre de
la parálisis y te ponga de pie en la alegría de haber encontrado su
intimidad?
¿ A quién ha confiado Dios esta palabra- que solamente puede decir Dios,
pues sólo él puede crearla? A esos hombres pecadores como tú, para que
te sientas plenamente confiado: los sacerdotes.
Este maravilloso sacramento de la Reconciliación es una verdadera
operación de cirugía estética: en el rostro de tu corazón. Te devuelve la
belleza de una eterna juventud.
Otra cosa que ayuda a vivir en una paz siempre recuperada: decirse que
tanto el marido como la esposa pueden ir los primeros a Dios. Vive hoy
como si mañana murieras.
Como si fuera la última jornada con él. De pronto, se relativizan todas las
cosas. ¡ Inténtalo.!
Verás qué densidad adquiere tu relación con él o con ella.