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Capítulo Tres

Paternidad y maternidad en
Cartagena de Indias

Antes y ahora
María del Pilar Morad de M.
Gloria Bonilla V
Profesoras Universidad de Cartagena

Ante las transformaciones y permanencias que nos plantea el estudio del ejer-
cicio de la maternidad y la paternidad, este capítulo se centra en las prácticas,
concepciones y experiencias, en tomo a cómo se asume este rol en la ciudad de
Cartagena de Indias. Las relaciones entre hombres y mujeres, sus saberes, sus
comportamientos y su integración a la vida cotidiana, nos ha permitido explorar
diversas formas de reconstruir su pensamiento social y cultural en un momento
histórico signado por la velocidad del cambio y la incertidumbre, donde nuevas
realidades inciden en la función de la familia y su relación con otras instituciones
sociales.

Con miras a entender dichas transformaciones y permanencias, en la primera


parte de este capítulo presentamos un panorama general del contexto de la du-
dad, dando cuenta de los referentes socioculturales de la familia cartagenera en
la segunda mitad del siglo XX1. Lo anterior, con el fin de reconstruir la estructura
'En la investigación Cambios en las representaciones sociales de la paternidad y la maternidad en la
ciudad de Cartagena trabajaron como asistentes las trabajadoras sociales Carmenza Jiménez
Torrado, Ana Maria Salcedo, Diana Monroy y el comunicador social Carlos Ospina. En ella se
recogieron 16 historias de vida y 66 entrevistas focalizadas hacia la infancia de los entrevista-
dos, hombres y mujeres pertenecientes a diferentes esuatos. Los estratos 1,2,3 se denominaron
grupo B y los 4,5,6 grupo A, cuvas edades oscilan entre 28 y 48 años v conformaban en ese
momento hogares de tipo nuclear, extenso, monoparental, o superpuesta.
María del Pilar Morad. Gloria Bonilla

familiar, la cual ha ido cambiando en las últimas cuatro décadas hasta hoy;
momento en que ha sido realizado este estudio. Esto, porque nos enfrentamos a
algunos elementos particulares en el contexto en cuestión, especialmente alrede-
dor de la paternidad, pues la proveeduría y las relaciones alternas que el hombre
mantiene por fuera del hogar cambian los patrones de análisis en las familias. En
cuanto a la maternidad, la diferencia radica en la delegación de la autoridad al
padre, su papel en la educación formal y la manera en que ellas manifiestan el
afecto. Asimismo, se aborda cómo los sujetos se identifican dentro de su familia
según su momento histórico y la red de lazos que establecen para cumplir con sus
funciones paren tales.

Todo lo anterior ha sido posible a través de la apropiación y clasificación de


información, identificando rasgos comunes entre la transición2 y la tradición3
frente al ejercicio de la maternidad y la paternidad, por medio del análisis y
clasificación de las narrativas de hombres y mujeres.

En síntesis, el resultado del trabajo pretende facilitar la apropiación y la re-


flexión sobre elementos relevantes de la paternidad y la maternidad en Cartagena
de Indias, mediante los cuales se identifican las necesidades y condiciones reales
de los géneros en los diferentes estratos y tipologías familiares. El estudio de las
nuevas formas de asumir la maternidad y la paternidad cubre intereses de diversa
índole y, por lo tanto, sus resultados deberán incidir en la comprensión social de
los fenómenos de cambio que se han dado. A su vez, el estudio de estas represen-
taciones puede ser útil en la formulación de políticas y programas sociales en el
ámbito estatal, privado y organizaciones no gubernamentales. En cuanto a la
docencia, permitirá fortalecer líneas de investigación al interior de las universida-
des y, por ende, puede ser aporte fundamental en el diseño de futuros programas
de postgrados en las universidades estatales.

Cartagena de Indias, mitad y final del siglo XX


Ubicar a las lectoras y los lectores en el contexto de la ciudad de Cartagena de
Indias a partir de los años 60, permite reconocer los factores socioculturales y
demográficos que caracterizan a la ciudad hoy, la cual desde este momento se
empieza a percibir como un mercado potencial de trabajo, alimentada por la
atracción de su creciente movimiento industrial y comercial. A ésta llegan a dia-

2
E1 concepto de transición se entiende como la incorporación de algunas formas innovadoras de
percibir, y establecer funciones, relaciones, y prácticas en la paternidad y la maternidad, pero
mediadas por conflictos y contradicciones frente al "deber ser". En esta categoría se ubican el 50%
de la población objeto de la muestra. Los cambios se dan en algunas de las funciones parentales
mas no en todas las funciones.
3
E1 concepto de tradición es entendido como aquellos modelos de crianza que se tienden a repetir
cuando los hijos se convierten en padres. Están fundamentadas en la estructura de poder jerárqui-
ca, con una división sexual del trabajo, unas relaciones inequitativas de género. El poder, el status,
función y los territorios diferencian los géneros, por lo cual han de ser cualitativamente desiguales
y jerarquizados. Gutiérrez de P, V La Dotación Cualitativa de los Géneros para su Estatus-
Función. En: Nómadas No. 11, Universidad Central, Bogotá, 1999, p.150.
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Cartagena de Indias, antes y ahora

rio campesinos, jornaleros y trabajadores semi-calificados de los departamentos


de Bolívar, Córdoba, Sucre y Magdalena, empujados por la ya evidente crisis
social y productiva de la hacienda tradicional costeña 4 .

Debido a la crisis del sector agrario, la creciente violencia política que se vive
en los campos y las tímidas políticas públicas, entre otros factores, las dudades se
han convertido en un polo de atracción poblacional significativo. Esto hace que
la creciente migración rural hacia la zona urbana, requiera programas de vivien-
da financiados por el Estado para disminuir el déficit habitacional que, para
1990, ya alcanza el 15% en la población cartagenera 5 . Aunque la ciudad ni
antes ni ahora cuente con datos actualizados sobre el número de inmigrantes que
con frecuencia llegan a la misma, ni sobre su procedencia, "estudios recientes seña-
lan a los departamentos de Bolívar, Sucre, Santander, Córdoba, Tolima, Antioquia y
Magdalena como los principales núcleos de expulsión de la población que viene a Carta-
gena con intención de quedarse en la ciudad por largo tiempo"6.

Así, lo que en la década de los 50 sólo fue un atisbo, alcanzará su desarrollo


completo en la más reciente etapa de la historia cartagenera. Los años que corrie-
ron en la última década del siglo XX significan para Cartagena el climax de ese
crecimiento desigual y contradictorio. Por un lado, ya constituida como la ciu-
dad turística de Colombia, con todas las implicaciones de orden empresarial,
social y cultural que ello conlleva, la ciudad ha ido diferenciando cuantitativa y
cualitativamente otra "nueva" Cartagena; caótica y marginal, que aparece en un
espacio ecológico degradado, por lo general asociado con las zonas bajas inunda-
bles.
El fenómeno más reciente de la irrupción y asentamiento informal de desplaza-
dos por la violencia de la zona rural del departamento de Bolívar, está generando
un nuevo fenómeno de configuración forzosa de agrupamientos e interacciones
sociales emergentes y adaptativas, por fuera de los controles y dispositivos
institucionales tradicionales de las comunidades migrantes. Todo ello ha termi-
nado por hacer de Cartagena una ciudad tripartita: la del turismo, la del emporio
industrial y la de los cada vez más anchos cinturones de miseria. Esto significó
los anuncios de una dinámica urbana y la crisis de la mentalidad centenaria que
por tanto tiempo circunscribió la vida cartagenera al perímetro urbano7.
Cartagena de Indias ha crecido en los últimos 50 años aceleradamente; entre
1964 y 1974 en la ciudad se había presentado la llamada "explosión demográfica
que se caracterizaba por un acelerado proceso de urbanización, en el cual la población
llegaba a 382.081 habitantes y el área urbana cubría 2.272 hectáreas, 891 más que el
periodo anterior. Para 1985 y a la población se había multiplicado casi tres veces en

4
Corpes. Mapa Cultural Caribe Colombiano. Santa Marta, 1993, p. 84.
5
DAÑE. Censo de 1993. Bogotá.
6
Cabrales, C. Barrios Populares de Cartagena. En: Seminario de Historia de Cartagena. Cartagena,
Banco de la República, 1999, p. 13.
7
Acevedo, L. y Yances, M J. 1984. La Urbanización del Agua, Programa de Estudios de vivienda en
América Latina. Universidad Jorge Tadeo Lozano, mimeo, pp. 25 y ss

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númeroy en densidad"3. El 92% de los habitantes se ubican en la cabecera munid-


pal y tan sólo un 8% en sus corregimientos, demostrando pues más que Cartagena
es prácticamente urbana. Hoy la dudad cuenta con 782.205 habitantes según
diagnóstico del plan territorial (1998-2000.)

Durante la última década, Cartagena ha confirmado su acelerado credmiento


demográfico por la atracción de inmigrantes y los desarrollos portuarios y turísti-
cos redentes. Esta situadón se agrava a causa del crecimiento económico polivalente
de la dudad, que es el resultado de la coexistenda de actividades industriales de
enclave, prindpalmente, petroquímicas. Además, desarrollos urbanísticos y turís-
ticos en sectores que generan alta renta del suelo urbano están en detrimento de
la atención, inversión y desarrollo de una amplia geografía cartagenera que care-
ce de ventajas comparativas, en reladón con las actividades económicas destacadas
arriba9. Ello ha implicado deficiencia en los servicios básicos, altos costos de los
terrenos urbanizarles, baja oferta de vivienda y calidad habitadonal; problemas
que se suman a la proliferación de la economía informal10.

Un factor fundamental en la realidad cartagenera es la deficiencia de empre-


sas generadoras de empleo, así como el amplio desarrollo del subempleo y del
desempleo disfrazado, lo que contribuye de modo fundamental a generar una
situación de informalidad social endémica. "Comparada con 1990, la tasa de des-
empleo de 1998 es el doble, y es más de la observada un año atrás" 11 .

En la Cartagena de hace cuarenta años, retomando los relatos de los y las


entrevistadas, se apreciaba la actividad productiva remunerada en manos de los
hombres. En los testimonios se recuerda al padre como proveedor económico del
hogar y como aquel que obtenía los recursos a través de su trabajo, aunque la
madre participara e incluso llegara a liderar la proveeduría económica. Desde ese
entonces, la mujer ha partidpado en el área de servicios; era común verla traba-
jando en negocios de tipo familiar en el hogar y desde el hogar: tanto confeccionar
ropa como hacer y vender alimentos, eran actividades de las madres, aunque se
descalificaba su contribución al interior de la familia y en el contexto social. Vale
resaltar que el concepto de colaboración de las mujeres y su aporte en la econo-
mía doméstica aún hoy en día se sigue minimizando.

Aunque se ha avanzado desde mediados de siglo en la disminudón del analfa-


betismo, Bolívar y Cartagena presentan todavía un significativo retraso. Los planes
de ampliación de la cobertura educativa implementados a escala nadonal, regio-
nal y local prindpalmente en la década de los 70, alcanzaron una disminución
notoria en los niveles de analfabetismo, los cuales en el departamento descendie-
ron del 38% en 1951, al 8% en el 2000. En la ciudad el nivel de analfabetismo

8
Abello, A. Cartagena de Indias en el siglo XX, Observatorio del Caribe, Cartagena, 2000, p. 128.
"Gaceta No. 23, Junio 3 de 1998, p. 4, Acuerdo 28 de Junio 2 de 1998.
10
Ibid., p. 4, 5.
"Abello, A. opcit., p. 128.
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para la población masculina se encuentra en un 7%, y para la población femeni-


na asciende a un 8%12.

El acceso a la educación todavía muestra diferencias desventajosas para la


mujer: en las narrativas se encontró que además de las limitantes de orden econó-
mico, persistía la creencia de que la mujer se formaba a través de la socialización
y aprendía con la madre las funciones propias de la vida doméstica y la crianza
de los hijos. Labores que para ser llevadas a cabo no necesitaban de una educa-
ción por fuera del ámbito del hogar. Era más importante hacer el esfuerzo de
invertir en el hijo que en la hija. Este concepto ha ido cambiando en todos los
sectores de la población, en la medida en que la educación se ha ido concebiendo
como una forma de acceso al mejoramiento de las condiciones socioeconómicas.

La investigación de Virginia Gutiérrez de Pineda, en relación con la familia


Cartagenera, ha mostrado que en el complejo litoral costeño el negro es un com-
ponente étnico dominante y constituye el sustrato racial básico. Se encuentra
diluido en zonas por el mulataje, en otros sectores por el zambaje o coexistiendo
con minorías blancas e Indias. Las estructuras sodoeconómico-culturales y étni-
cas de éste complejo conforman dos capas sociales, una reducida clase alta y una
amplísima clase baja. Entre los dos sectores sociales comienza a insinuarse la
presencia de un delgado estrato medio que apenas se afirma en sus valores y se
estructura en su economía. Esta capa, móvil en su ubicación e indecisa en su
determinación, constituye una proyecdón ascendente de los elementos populares
o es fruto de la movilidad vertical descendente de sectores de la clase alta13.

Familia, Paternidad y Maternidad en los 60


En el proceso de investigación confluyeron dos momentos en el tiempo del
entrevistado: uno denominado como el del ayer y que es asociado a la condición
de hijo o hija y el otro, el de hoy, relacionado con la condición de padre o madre.
Otro factor que entra en juego a la hora de analizar la historia de vida es el
reconocimiento del yo, manifestado en la apropiación que cada persona hace del
mundo y de los elementos culturales a partir de la edad, género, estrato social y
las interacciones y vivencias que la rodean. Es significativo reconocer, como lo
han señalado diversos investigadores14, que en la Costa Atlántica la vida íntima
y familiar es más colectiva y publica que en otras regiones del interior del país.
Son constitutivas de la cultura cartagenera las relaciones más abiertas con el
contexto, lo que facilita el estudio de los factores sociales, económicos, históricos

l2
Acevedo, L. y Vanees, J. op cit., p. 25 y Abello, A. op cit., p. 129.
13
Gutiérrez de Pineda, V Familia y Cultura en Colombia. Medellín, Universidad de Antioquia,
1992, p. 528.
14
Virginia Gutiérrez, et al. Familia y Cultura en Cartagena. En: Avances y perspectivas en los
estudios sociales de la familia en Colombia, Universidad de Antioquia, 1983. Gutiérrez de Pine-
da, V Familia y Cultura en Colombia, Medellín, Universidad de Antioquia 1992. Mosquera, C.
La familia de las partes populares cartageneras. En: Las familias de hoy en Colombia, 1994.
Puyana, Y. Cómo se convierten en mujeres las niñas del norte de Bolívar. Procesos de socialización
y formación de la identidad. En: Palabra No. 1. Negrete, V y Meister, T La Familia en Montería,
Fundación del Sinú, Cordobesa, 1996.

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María del Pilar Morad, Gloria Bonilla

y culturales donde se desenvolvían las familias de las personas entrevistadas,


pues éstas expresan con espontaneidad relatos referidos a su vida privada.

Un porcentaje significativo de las familias procedía de lugares distintos a Car-


tagena, principalmente de los departamentos de Córdoba y Sucre y, en menor
medida, del interior del país, lo cual lleva a reafirmar que la Cartagena de los
años 60 ya era una ciudad signada por la migración del campo a la ciudad.
Algunos de los entrevistados alcanzaron a vivir su infancia en el sector rural pero
después emigraron a Cartagena, como lo indican los siguientes testimonios:
Aproximadamente a la edad de ocho años me trasladé al área urbana de Carta-
gena donde pasé el resto de mi infancia en el barrio La Esperanza (Sadi). Y, Yo
quería ir a la ciudad, a estudiar para progresar y tener estudios avanzados
(Rafa). En un buen ambiente, una familia feliz, con muy buenas relaciones
entre padre y madre, de hermanos entre sí, y muy bien rodeados del árbol
familiar, de abuelos, en general, un ambiente de amistades alrededor de esa
familia (Igna) y, Fue una niñez completamente amplia y muy alegre, comparti-
mos con muchos niños que había en la calle, yo no me quejo de mi niñez, a
pesar de que fuimos una familia no digamos humilde, pero si de bajos recursos,
nos criamos completamente felices, no hubo ningún trauma ni nada. (Odal).

Por lo general, las familias eran esencialmente extensas y mantenían fuertes


lazos entre todos sus miembros. C u a n d o su conformación era nuclear,
monoparental o superpuesta, las relaciones de parentesco jugaban un rol funda-
mental en la vida familiar. Dentro de estas formas de representación, la figura
femenina era fundamental, pues la presencia de la abuela y las tías se veía privi-
legiada frente a la del abuelo y los tíos.

Centradas en los lazos de solidaridad con la familia de origen, las parejas


frecuentemente se movilizaban de una tipología a otra.
La unión de pareja no determina únicamente familia en esta ciudad, ya que la
familia comprende diferentes parejas y diferentes miembros unidos fundamen-
talmente por la consanguinidad; comprende al abuelo, la abuela, tíos, padres,
nietos, primos, hijos de crianza y algunos extraños15.
La nuclearización de la familia en Cartagena es un espejismo, por cuanto los
lazos familiares están continuamente en movimiento; la "entre-ayuda" en las
tareas del hogar, el préstamo de dinero, el ir y venir de enseres domésticos y de
especias para la alimentación se realiza con tanta frecuencia que se tiene la im-
presión de vivir en un mismo techo 16 , como se aprecia en el siguiente testimonio:
"yo me crié con una abuela y un abuelo; ella me daba estudios y todo lo que necesitaba. Lo
único que tenía ella era que si me invitaban a una fiesta no me dejaba sino a las que se le
antojaban" (Yasmi).

I5
Cabrales y Jaramillo. op cit., p. 18.
"Mosquera C. La Familia de Sectores Populares Cartageneros. En: Las Familias de Hoy en Colom-
bia, 1994. p. 88.
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Cartagena de Indias, antes y ahora

Los tipos de uniones y sus múltiples formas de organización familiar dan iden-
tidad a la familia en Cartagena. Predomina el pluralismo de tipologías enmarcadas
en dos modalidades, con diversas expresiones de reladón: legal y de hecho. Acor-
de con Virginia Gutiérrez, "específicamente en la segunda sobrevive la relación plural
poligínica, asociada a determinadas condiciones sociales y culturales"17.

En términos generales, en los años 60 nos hallamos en presencia de una es-


tructura familiar con caracteres patriarcales, caracterizada por los siguientes
elementos: el hombre es la cabeza de la familia, mientras la mujer administra por
sí misma la unidad doméstica, satisfaciendo las obligaciones de crianza, sociali-
zación, nutrición y organización de la vivienda, aunque en ocasiones reciba la
ayuda de servidumbre o de algunos de sus parientes. Vale aclarar que mientras el
hombre mantuviera la obligación económica, ejercía la autoridad18.

Para facilitar la comprensión de la función de paternidad y maternidad basa-


da en los recuerdos, se han configurado categorías cuyo objetivo fue reelaborar la
visión de la familia cartagenera. Estas categorías contemplan la visión del padre,
de la madre, las relaciones conyugales, las fraternas y de parentesco, integrándo-
las a la actividad económica, al ejercicio de la autoridad, la crianza y la educación
de los hijos. Lo anterior permite alcanzar una visión holística de la familia y la
sociedad cartagenera en su proceso de transformación durante los últimos 40
años.

La proveeduría económica: razón de la paternidad


La función del padre era aportar los insumos económicos del hogar, esa res-
ponsabilidad le generaba poder, legitimidad y reconocimiento. En palabras de
Víctor Negrete y Teresa Meister.
El hombre es el encargado de mantener los hijos, de enseñar a los varones a
trabajar, ser honrados y de procurarles algún estudio si es que tienen cabeza
para eso. El puesto de la mujer es en la casa y para esto ni necesita estudios, en
cambio el hombre está en la casa para mandar, para hacerse obedecer19.
La proveeduría se veía marcada por dos circunstancias fundamentales. Por un
lado, cuando se vivía en pareja, el padre asumía esta función como una responsa-
bilidad ineludible y obligatoria; mientras frente a la separación la madre debía
asumir esta tarea. A su vez, la madre o la abuela ayudaban en la atención y
sostenimiento económico de los hijos. Más aún, por línea materna los/as abuelos(as)
participaban en las funciones de crianza, y entraban a ser parte del sistema fami-
liar, supliendo tanto las ausencias económicas como las afectivas.
Relaciones alternas y su efecto en la paternidad
Aunque las reladones conyugales permanedan, se encontraron casos en que el
padre conformaba una segunda reladón paralela a la primera. La presencia de
1
'Gutiérrez de R, V La Familia Colombiana de Hoy y de las Ultimas Décadas. En: Perspectiva de
la familia hacía el año 2000. Medellín, Universidad de Antioquia, 1999, pp.18-19.
18
Gutiérrez de P, V op cit., pp. 349 -351.
"Negrete, V y Meister, T La Familia Cordobesa. Fundación del Sinú, Montería, 1996, p. 10.

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María del Pilar Morad, Gloria Bonilla

hijos en cada hogar generaba conflictos, pero no necesariamente conllevaba a la


separación de las parejas. En este caso los hijos e hijas de la segunda unión per-
manecían en la búsqueda del reconocimiento propio del hogar legalmente
constituido.

En algunos casos, el padre permanecía en ia familia haciendo las veces de


proveedor y autoridad suprema. No obstante, en otras familias se convertía en
una persona distante en el hogar y su ausencia, temporal o definitiva, generaba
un replanteamiento de las funciones paténtales. Ante esta situación la madre
asumía total o parcialmente la crianza y sostenimiento económico de los hijos/as,
circunstancia que se presentaba con mayor regularidad en el grupo B.
Yo le critico a mi mamá y a mi papá la forma en que ellos tuvieron una relación,
pero fue casi una relación desconocida, en la que él llegaba a la casa cada año,
cada dos años, cuando ya él venía, como era navegante, entonces encontraba al
niño que había dejado en la barriga (Humb).

Mi papá fue la persona que contribuyó a que naciéramos, pero de que se pre-
ocupara por nosotros, no; siempre vivió en Cartagena, pero él formaba otro
hogar, tenía sus otros niños y se interesó más por ellos (Fede).
Los anteriores testimonios ilustran cómo la distancia afectiva y/o económica
del padre, es vista por los hijos como una forma de desinterés, despreocupación e
i r \ t r i o í r - v i l í r \ r\ /A
JI t v i j i u i K u . a u .

Alcoholismo y maltrato conyugal


En las historias de vida se relataron conflictos en la familia, entre los que se
destacaron el alcoholismo como generador de violencia, especialmente hacia la
madre. Dichos conflictos produjeron separaciones conyugales y dificultades entre
padres e hijos/as. Este problema, íntimamente relacionado con el ejercicio de la
paternidad, conllevaba a una actitud de rechazo, temor y desconfianza en los
hijos, quienes veían este acto como algo irresponsable. Las actitudes y acciones
que se presentaban en un consumidor de alcohol conducían al maltrato y a la
opresión dentro del grupo familiar; lo que resultaba contradictorio, ya que en los
momentos de sobriedad, los padres buscaban reivindicarse con sus hijos, llenán-
dolos de promesas que incumplían reiterativamente.
Él era un señor que le gustaba mucho tomar y cuando venía borracho peleaba
con mami, esto ocurría no más cuando estaba borracho porque bueno y sano,
era una magnífica persona tanto con nosotros como con mami; recuerdo que
papi nos trataba a nosotros con malas palabras cuando venía borracho y tam-
bién pateaba las puertas, pero en la mañana amanecía tranquilo con uno y si era
de pedirle perdón a uno, lo hacía (Lusi).

Escasa expresión de afectividad


Los relatos de entrevistados y entrevistadas muestran a un padre que no ex-
presaba afecto a sus hijos e hijas con besos y caridas. La figura paterna, se centraba
en una actitud inhibitoria que dificultaba demostrar a los hijos sus sentimientos,
veía amenazada su autoridad y el respeto de su familia si expresaba abiertamente

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Cartagena de Indias, antes y ahora

el afecto; hecho que cultural y socialmente era reconocido, legitimado y acepta-


do: "Él era muy seco, no era una persona cariñosa, sino estricto, le teníamos miedo"
(Euge).

En la familia, la autoridad giraba alrededor del padre, quien era el encargado


de tomar las decisiones, estableciendo una relación de dominación hegemónica,
la cual era perpetuada por la madre, quien apoyaba su autoridad. En esta rela-
ción imposición-subordinación se llegaba a acuerdos tácitos para mantener el
orden dentro del grupo familiar.
Mi papá fue muy autoritario, siempre fue una persona muy extremista, con él
no había vínculos... (Kari) y, El muy estricto con los permisos, para pedirlo
teníamos que hablar con mi mamá, nos cuidaba mucho, nos protegía demasia-
do (Euge).

La maternidad: figura presente y dispensadora de afecto


A diferencia del padre, la madre estaba presente en los procesos de socializa-
ción de los hijos e hijas, asumiendo la función de organizar la vida familiar y la
crianza de la prole. El rol de madre era sobrevalorado como única práctica que
daba sentido e identidad a la mujer; no obstante, ella limitaba la independencia
de sus hijos y, en especial de sus hijas, con los cuidados que les prodigaba. Dos de
ellas cuentan:
Recuerdo que era una persona muy pendiente que yo estuviera bien vestida,
bien peinada, que no me faltara nada, que fuera impecable al colegio, con los
zapatos blancos, las trenzas impecables, de que tuviera profesores en las áreas
donde ella consideraba que eran las débiles (Anad).

Ella no trabajaba en esa época cuando yo estaba pequeña, estaba dedicada al


hogar totalmente pero pendiente de cuando uno llegaba del colegio, las tareas
de todos (...), siempre revisaba que no le faltara a uno nada, siempre el apoyo a
lo que uno necesitara ( Euge).

La madre, responsable de ejercer la autoridad sobre los hijos e hijas, debía


contar con la aprobación y el control del padre, quien daba el visto bueno a sus
acdones.
Cuando mi papá no estaba mi mamá daba los permisos, sin embargo ella sabía
cuáles eran los permisos que nos podía dar, la última palabra la daba él, un
permiso de categoría, no se atrevía a darnos si no era consultándole, entonces
lo llamaba a la oficina a preguntarle, porque después mi papá se molestaba si
daba un permiso sin autorización de él (Euge).

En la medida en que el padre se constituía en una figura ausente, ya sea por la


dinámica cultural que lo inserta como varón en el ámbito de lo público, por
abandono, o porque sostiene relaciones paralelas, a lo largo del ciclo de vida
familiar se va dando una dinámica de autoridad maternal que, en muchos casos,
terminaba en el desplazamiento final de la autoridad del padre hacia la madre

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María del Pilar Morad, Gloria Bonilla

con el transcurrir del tiempo. La dependencia inicial se transformaba en pérdida


de sentido de la presencia masculina como compañero y como padre. Estas rela-
ciones distantes del padre en la familia, generaron paulatinamente la toma de
poder de la mujer en las decisiones familiares, aunque no podría entenderse como
matriarcado, ya que el poder seguía estando en manos del hombre cuando éste
existía. En este momento histórico no se concebía a la mujer participando en el
espacio de lo público, su desempeño solo se circunscribía a desarrollar competen-
d a s en el espacio de lo privado y en esta función fue ganando reconocimiento y
derechos. Podría inferirse por los relatos, que había una estructura menos contro-
ladora en el ejercicio de la paternidad.

En el grupo A era más frecuente vislumbrar la presencia de la figura paterna a


partir de los relatos de las entrevistadas(os) y prevalecía el principio de delega-
ción de la autoridad del padre en la madre, considerada esta última como "una
persona muy recta que daba las ordenes y debían cumplirse". A diferencia de las ma-
dres de hoy, las de generaciones anteriores eran concebidas como personas más
fuertes, capaces de encarar situaciones difíciles y cuyo afecto se canalizaba de
forma más pragmática.
Mami era una persona bastante estricta, muy pegona, por lo menos a mí fue la
que más me pegaron, como era un poco arbitraria, (...) a veces peleaba con mi
papi porque ella me pegaba fuertemente, en cambio él no, él me pegó una sola
vez en su vida (Arge).

Ella siempre fue una persona poco expresiva de sentimientos pero con las ac-
ciones que hacía de preocuparse por nosotros, nos demostraba afecto y cariño
(Juan).

Mi mamá no me decía que me quería, pero yo sabía que si me quería porque


me daba cosas, pero no me lo expresaba; yo sentía que ella quería más a mi
hermana mayor (Mará).

Proveedora económica
El rol de la madre en cuanto a la función económica presenta varias modali-
dades: proveedora, coproveedora y administradora de recursos. Es importante
resaltar que la mujer en el grupo B proveía a la familia con recursos que ella
misma generaba. Actividades desarrolladas al interior del hogar como vender ali-
mentos, hacer ropa, entre otras, hacían parte de su esfuerzo por contribuir en los
gastos familiares, aunque esto no la exonerada de la responsabilidad doméstica,
como puede verse en el siguiente testimonio; "Ella hacía de cabeza visible, ella era la
que manejaba el negocio y la casa. El don de mando era compartido, pero mi mamá era la
jefa" (Javi).
Responsable directa de la educación formal
Así, pues la madre permaneda en el hogar, debía responsabilizarse de la crian-
za de los hijos y atender su educación formal. Esta última era considerada un
valor fundamental en los dos grupos. En pocas palabras, la educación era apre-
d a d a como uno de los valores más importantes dentro de la crianza.

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Cartagena de Indias, antes y ahora

En la casa era una obligación ser una buena estudiante porque no se justificaba
ser mal estudiante, y así como estímulos materiales nunca, pero si como una
palabra de afecto, de felicitación cuando llegaba con una medalla, cuando lleva-
ba el diploma de honor (Anad).
Por lo general, el padre u otros familiares no participaban en las actividades
escolares de sus hijos; el vínculo con la escuela lo tenía la madre, quien debía
perpetuar la función educadora y formadora de la escuela en la familia, asumien-
do esto como su prioridad. En relación con la educación formal, el papel del
padre era más de acompañamiento o supervisión en las tareas escolares. Es im-
portante resaltar que casi todos los entrevistados(as) consideraron la educación
básica primaria como lo más importante y necesario en la crianza de los hijos.
No era que íbamos a hacer las tareas juntos, sino que (me preguntaba) ¿hiciste
las tareas?, que necesito un papel o que necesito una estampa, entonces llegaba
la mamá a conseguirte eso, el papá no aparecía en ese aspecto, el papá resolvía
problemas de investigación más profunda (Lujo).

Como mi mamá no trabajaba, ella siempre estaba allí, su vida la dedicó a la


atención de los hijos y al hogar, para ella era lo más importante, era ella quien
estaba al frente de las actividades escolares (Mari).
En el grupo A la escolaridad era considerada como el deber fundamental de
los hijos, quienes estaban exentos de partidpar en cualquier actividad de tipo
económico. Por el contrario, en los estratos 1, 2 y 3 la escolaridad era considerada
como una meta hacia la movilidad social, la cual se complementaba con el apoyo
que los hijos deben prestar a la actividad económica, ya sea participando en ella,
o supliendo responsabilidades en la atención del hogar y la vida familiar:
Ellos no eran unas personas que nos recordaran que teníamos deberes, la obliga-
ción de nosotros eran los trabajos, si necesitábamos ayuda la pedíamos, pero
éramos independientes, no dependíamos de ellos en la parte del colegio (Clan).

Ustedes comenzaron a ser hombres responsables y su trabajo es ese, el resto de


la camiseta dejen que yo la sudo y consigo la plata, yo los levanto, pero el
estudio es su responsabilidad; así hizo mi papá y nunca estuvo pendiente del
estudio, nos asignó responsabilidades que cada cual cumplía; si había algún
problema, nos llamaba la atención. Si necesitábamos alguna ayuda especial en
las tareas era mi mamá, ella estuvo siempre pendiente (Edua).

Crianza y sodalización
Los procesos de crianza y socialización otorgaban lugar y espacio diferendado
a la madre y al padre. La madre de los entrevistados(as) estaba circunscrita al
ámbito de lo privado, era la encargada de socializar a los hijos(as) en el afecto, la
renuncia, la paciencia y el sacrificio, lo que se reproducía en sus hijas al asumir la
maternidad. El hombre, por el contrario, intervenía en la socialización de los
hijos asumiendo una postura rígida, distante y con pocas expresiones de afecto.

91
María del Pilar Morad, Gloría Bonilla

Dentro de los valores que se miran con nostalgia, el respeto era considerado el
más importante, pues éste sustentaba las relaciones entre padres e hijos. En pala-
bras de Joel Striecker:
Aquellos que lamentan la pérdida de aquel mundo de ayer anhelaban el sentido
de obediencia y la noción de que antes los niños obedecían a sus padres sin
rebelarse en los tiemnos de antes los jóvenes no desafiaban las órdenes de ios
más maduros, y en particular, las hijas no retaban la voluntad de sus padres
como lo hacen hoy20.
Así mismo, las relaciones de autoridad se fundaban en el sentido del respeto y
de temor, pues el padre tenía el aval social de la agresión, incluso física, como lo
revela el siguiente testimonio: "Antes había más respetoy uno se guardaba el refutarle
al papá, uno se tragaba eso" (Guío). "El ambiente era como la crianza anteriormente en
los hogares, era con mucho respeto y con mucha obediencia" (Feli).

La figura de la madre expresaba autoritarismo, conductas coercitivas y vigilantes


para entregar al padre los mejores resultados, mientras el hombre se mostraba
ante sus hijos con una combinación ambigua y paradójica de rigidez y flexibili-
dad: en él se concentraba la autoridad para tomar decisiones y por eso era el
encargado de ceder ante las peticiones de sus hijos.
Siempre fue mi madre aún cuando vivía con mi padre, la muchacha siempre le
decía las cosas a ella y era quien regañaba y cuando era algo muy grave se lo
decía a mi padre, pero él nunca nos pegó, en cambio mi madre le teníamos
mucho respeto, ella si nos daba, no muy duro, pero le teníamos miedo (Jiaq).

Mi padre nunca me pegó, la que me pegó siempre y me corregía era mi mamá


y a toda hora era ella la que llevaba el don de mando (Iván) y, Mi mamá era una
ama de casa y una mujer ejemplar, mi papá fue un señor muy serio, él era quien
mandaba en la casa, quien gobernaba el hogar (Lubi).
La familia extensa, entendida como los abuelos y tíos, servía como mediadora
en los conflictos entre padres e hijos. Por ejemplo, cuando la madre golpeaba los
hijos se refugiaban en la abuela. Estos castigos, según los entrevistados(as), iban
desde la privación de un permiso hasta el castigo físico.

Otro aspecto interesante en el estudio de los relatos de hombres y mujeres es


cómo éstos expresan las inequidades de género en la educación. A las hijas se les
controlaba más su vida sexual, la libertad para tomar decisiones y se les inculca-
ban valores de complacencia al poder del hombre, obedienda a padres y hermanos;
privilegiando su espacio al ámbito de lo doméstico. Al hijo, por el contrario, se le
sodalizaba en la fortaleza, desarrollando sus cualidades varoniles para integrarse
en el mundo de lo público. Espedalmente en el grupo A se les prevenía de estable-
cer relaciones con mujeres de otra condición social, pues esto podría interferir en
un proyecto de vida con posibilidades de ascenso sodal. A pesar de las restriedo-
nes manifestadas por ellos, encontraron formas clandestinas de contravenir las
normas impuestas por los padres.

20
Streicker, J. Sentimiento e interés: Construyendo identidades de clase y género en Cartagena
(Colombia). Universidad de Stanford: 3-4. Traducción de Erna Castillo. 1991.
92
Cartagena de Indias, antes y ahora

Maternidad y paternidad hoy: de la obligación al deseo


Aunque siguen permaneciendo algunas representaciones sociales de la pater-
nidad y la maternidad, se han experimentado cambios en el ejerddo y el significado
de las mismas, ocasionados por la vinculación de la mujer al trabajo, por el des-
censo de la fecundidad, por mayores expectativas frente a la educación de los
hijos y de las hijas. De manera que frente a la educación emergen nuevos códigos
valorativos.

Tanto la paternidad como la maternidad son vistas como formas de conoci-


miento social elaboradas, compartidas y aprendidas en la vida diaria. Las
características del ambiente y las informaciones que en él circulan se proyectan
en unas prácticas donde los pensamientos y sentimientos cobran sentido. No
obstante, el ejercicio de la paternidad y la maternidad va evolucionando y trans-
formándose en diferentes etapas del desarrollo individual y familiar; cada momento
en la vida de las personas requiere nuevas demandas que presionan las relaciones
entre padres e hijos(as) para acomodarse a innovadoras maneras de asumir estas
funciones.

Por lo general, las familias tienden a reproducir formas tradicionales debido a


la seguridad que generan las conductas habituales, desconociendo formas alter-
nativas. El cambio trae consigo conflictos y desajustes entre las personas
involucradas y, si éstos no son resueltos satisfactoriamente, se da paso a antago-
nismos y choques sustanciales en las relaciones intrafamiliares. De igual manera,
el cambio se constituye en la posibilidad de innovar prácticas que transforman la
percepción de estas personas y de su lugar en el mundo, dando paso a comporta-
mientos diferentes a los ya incorporados.

Los hijos adquieren modelos de crianza que se tienden a repetir cuando estos
se convierten en padres; sin embargo, en la cotidianidad las personas también se
enfrentan a nuevas exigencias y valores que el medio ofrece en las diferentes posi-
bilidades de interacción con los otros; los avances científicos y tecnológicos, el
trabajo, la calle, los medios masivos de comunicación y la educación reafirman lo
que somos, pero al mismo tiempo generan innumerables conflictos y contradiccio-
nes que van alterando las prácticas y las representaciones sociales acerca de la
paternidad o la maternidad. Los cambios culturales, ya sean de carácter interno
o extemo, pueden tanto estabilizar la situación como generar rupturas; innova-
ciones que se dan en algunos casos lentamente y de forma gradual, pero en otros,
de manera rápida y sustancial.

En los relatos se agrupan rasgos comunes que dan cuenta de las formas como
se asume la maternidad y la paternidad hoy. No obstante, esta agrupación no es
estática, en ella circulan relaciones de poder que se repliegan y se transforman en
una dinámica constante.

Modificaciones en el contexto sociocultural propician una relación más hori-


zontal entre los géneros; se presenta una repartición más equitativa en el ejercicio

93
María del Pilar Morad, Gloria Bonilla

de los roles entre padres y madres tanto en sus tareas educativas y formativas,
como en la vinculación activa de los padres al ejercicio de la crianza. A su vez,
aparecen las madres participando activamente de la proveeduría, distribución y
planificación de los ingresos familiares. Tímidamente, comienza a evidenciarse la
vinculación del padre en las actividades domésticas que apuntan al cuidado y
atención de los hijos e hijas. Asimismo, aparece una autoridad compartida entre
el padre y la madre, acompañada por permanentes conflictos y contradicciones
frente al deber ser y el hacer de las funciones parentales. Paradójicamente, aun-
que se rechaza el modelo tradicional, con frecuencia se repiten los modelos
aprendidos de los padres y las madres.

Las circunstancias sociales y personales que viven los entrevistados como la


separación, viudez, desempleo, mejoramiento del nivel educativo y laboral, im-
pulsan a reorganizar el sistema familiar y por ende la función parental. Muchas
veces en contravía del "deber ser", se lucha con las estructuras mentales internas,
las cuales están saturadas de valores, imágenes, sentimientos y prácticas que se
confrontan con una realidad cambiante. Cuando la madre, lejos de negaciones,
culpabilidades y restricciones exige una mayor autonomía y desempeña otros ro-
les fuera del mundo de lo doméstico, hace posible que se generen cambios. A su
vez, las transformaciones son factibles mientras las madres exijan del padre (si lo
hay) mayor participación en las funciones de crianza de los hijos(as) y aprove-
chen las nuevas oportunidades que se le ofrecen, aunque deban enfrentar su
subjetividad y lo que la sociedad y la cultura les demanda.

Maternidad: entrega y sacrificio


Acorde con el imaginario femenino de los años 60 y siguientes, la maternidad
para algunas mujeres es un proyecto de vida donde se desliga al padre de las
tareas de crianza y educación de los hijos, mientras la paternidad se centra en la
proveeduría económica, la protección y autoridad en la familia. Aunque las ma-
dres son las encargadas de estar presentes y dispuestas para sus hijos/as, ellas no
asumen con total autonomía la autoridad; como se dijo, la última palabra casi
siempre la tiene el padre. La proveeduría económica del hogar, por su parte, es
atribuida a éste y, aunque en algunos casos la madre participa, se minimiza la
importancia de sus aportes.

En última instancia, a pesar de la supervisión del padre, ellas son las encarga-
das de proveer afecto a sus hijos e hijas y, en contraprestación, esperan que ellos
respondan a los cuidados, atenciones y sacrificios que ellas les han brindado
durante su niñez. Cuando la madre no puede autosatisfacer sus necesidades bá-
sicas, espera retribuciones tanto en lo económico como en lo afectivo. Su deseo y
exigencia es estar incluida en los proyectos vitales de los hijos. Para las madres,
por lo general, los hijos son una inversión, su dedicación en la infancia y adoles-
cencia debe ser compensada en su vejez, garantizando la protección y compañía
que éste momento vital exige.

94
Cartagena de Indias, antes y ahora

Casi todas las mujeres consideran que el tiempo en su totalidad debe ser entre-
gado a los hijos(as); como madres, necesitan sentirse indispensables para atender
a su progenie, ya que esto valida su condición. Se busca el "apego" del hijo(a) a la
madre, lo que la convierte, cuando éste es pequeño, en la interlocutora principal
y en la responsable de su formación. Las madres deben estar pendientes de que su
hijo(a) vaya al colegio, al médico, al odontólogo; en pocas palabras, es la encarga-
da de resolver tanto sus dificultades como sus necesidades.
Si yo o mi marido estuviéramos bien económicamente, no sacaría un pie a la
calle para irme a trabajar, me quedaría aquí en la casa atendiéndolos a ellos (...)
él me da lo de la comida, lo que yo saco fiao en la tienda, lo demás lo coge él y
se lo gasta (Yasmi).
Este testimonio confirma la idealización de la maternidad a la que hay que
acceder sin importar las circunstancias sociales, económicas o culturales: el hijo
es considerado como una complementariedad de la madre, asociando este rol a
una búsqueda de apoyo y compañía. La maternidad, por lo tanto, trae consigo
una dosis de "entrega" y "sacrificio" que prácticamente confina a la mujer al
interior del hogar. Ser madres se convierte en un proyecto de vida donde las
expectativas se reducen y no tiene lugar la realización personal en esferas como la
profesional o la laboral. Desde la niñez se interiorizan los valores del "sacrificio"
y la "renuncia", funciones que le son transmitidas en todo su proceso de sociali-
zación. Las circunstancias de género y la reiterada insistencia en el sufrimiento
como condición propia de la maternidad, llevan a pensar que los referentes de
orden cultural y social hacen que la mujer desarrolle más tolerancia ante las
adversidades.
Yo siempre pensé que la maternidad era un estado de sacrificio. Ser madre es
una vida llena de angustias, sufrimientos, problemas pero también sonrisas y
alegrías. Es muy gratificante ser madre y cumplir con la entrega... (Edith).
La idea de "olvidarse" de sí misma para "entregarse" al hijo o hija, de "truncar"
o posponer proyectos personales y laborales, de "complacer" y "asegurar" al cónyu-
ge "pariéndole" un varón, de "quedarse" en la casa para que la familia del "señor"
no piense nada "malo " y como forma de satisfacer al esposo o compañero, implica
una valía dentro del contexto familiar y la red de relaciones que ella establece.
Mujer y maternidad son conceptos que se perciben como integrados, lo que impli-
ca que los hijos son responsabilidad de la madre en sus cuidados y atenciones.
Cumplir la función "sagrada" de engendrar, dar a luz, cuidar, proteger y alimen-
tar a su hijo, facilitan ese vínculo emocional que la llena de satisfacciones y le
provee las necesidades afectivas, ante la imposibilidad de establecer una relación
de pareja basada en la equidad y la satisfacción mutua.

El control de la natalidad no lo conciben las mujeres entrevistadas antes del


nacimiento del primogénito. Así, aunque la maternidad surgió de forma no pla-
neada y en oportunidades precipitó la unión de la pareja, el número de hijos
sigue siendo decisión del padre y, en algunos relatos, aún se deja a la "voluntad"
de Dios. A pesar de lo anterior, el número de hijos(as) ha decreddo no superando
los cuatro, cambio representativo en relación con el nivel de natalidad que se
manejaba en los años cincuenta, sesenta e inclusive los años setenta, período en
95
María del Pilar Morad, Gloria Bonilla

los que las entrevistadas eran hijas; "Nosotros éramos 11 hermanos, todos estamos
vivos todavía (...), mantenemos muy buena relación, siempre hemos sido muy unidos". En
contraposición, los argumentos en cuanto a la concepción natal hoy giran en
tomo a las circunstancias económicas; la necesidad de planear cuándo y cuántos
hijos(as) se espera procrear es constante en muchos de los relatos: "Yo quería tener
más hijos pero mi esposo dijo que nada más tres y yo lo entendí porque él es quien lleva la
carga económica".
La Maternidad vivida y concebida en el ámbito de lo doméstico
Las madres siguen siendo las directas responsables de los oficios domésticos y
el cuidado de los hijos y del cónyuge, aún cuando están vinculadas al ámbito
laboral. La combinación de la actividad doméstica y laboral resulta agobiante; no
obstante, esta afirmación suena un tanto paradójica, por cuanto en los relatos las
madres de las diferentes tipologías familiares, aunque están sobrecargadas, no
sienten que ello genere mayores conflictos e incluso, cuando no participan en lo
doméstico, se consideran "menos madres".

Los ingresos económicos son asumidos por estas madres como "bobaditas"; pues
ellas no cuentan con la autonomía para la distribución de los gastos mostrando
una estructura jerárquica vertical, donde las decisiones continúan en poder del
hombre. Esta división sexual del trabajo es una organización básica que permea
la familia, consolidando relaciones antagónicas e inequitatativas que inclinan la
balanza en ei ejercicio del poder hacia el hombre. Por otra parte, el querer estar
cerca del hogar obedece a la presión cultural que la lleva a sentirse culpable
cuando deja de asumir las funciones que le han sido otorgadas culturalmente.
Negación a la expresión de afecto
El inmenso amor hacia sus hijos(as) les implica sacrificios que truncan proyec-
tos personales y, aunque se "mueren" por ellos, el afecto es expresado estando
"muy" atentas a sus necesidades, pero consideran "que no son mujeres de estar be-
sando y abrazando". Así, mientras unas se auto definen como "secas", otras son
claramente influenciadas por sus esposos quienes controlan sus manifestaciones
de afecto hacia sus hijas e hijos. Sobre todo con estos últimos; para ellos al "hijo"
hay que educarlo en forma "ruda", con "fuerza" y con "carácter". Los conceptos
ligados en el discurso y en la práctica son reflejo de la concepción de la masculi-
nidad, ya que las expresiones como los besos y caricias, atentan directamente
contra "la virilidad del hombre". A medida que crecen los hijos se establece una
distancia forzada, afianzando con ésta la homofobia.

La m a t e r n i d a d en t r a n s i c i ó n : e n t r e los conflictos y las


contradicciones
La presencia cada vez mayor de las mujeres en la vida económica, cultural y
política, genera modificaciones profundas en la sociedad, lo que a su vez trae
cambios que producen conflictos en los roles sedales en el ejercicio de la materni-
dad. Estas transformaciones van llevando de prácticas tradicionales a prácticas
en transición lo cual incorpora algunos significados y prácticas más innovadoras,

96
Cartagena de Indias, antes y ahora

sin deconstruirse formas tradicionales. El cambio confronta las funciones de géne-


ro y aparecen conflictos y contradicciones, pues las transformaciones a los que se
enfrenta la tradición, exigen nuevas posturas, tendencias y maneras de ejercer la
maternidad y la paternidad.
Proveeduría: función también femenina
La inserción de la madre en el campo laboral incide paulatinamente en la
adquisición de poder por parte de la mujer para tomar decisiones para ella y sus
hijos(as); pero la redistribución no es equitativa ya que estas madres, tanto en los
sectores populares como las que pertenecen a estratos 4, 5 y 6 de la ciudad,
siguen asumiendo las actividades domésticas. Para algunas mujeres, la vincula-
ción al trabajo remunerado se convierte en una necesidad más que en una opdón;
sobre todo, para aquellas que pertenecen al grupo B. En los sectores populares
trabajar por fuera del hogar no surge como posibilidad de realización personal,
sino que se va insertando paulatinamente en las representaciones sociales en la
medida que esta práctica se desarrolla y las condiciones económicas lo requieren.
Lo anterior genera conflictos internos en la medida en que choca con las ideas
incorporadas como válidas, más aún cuando las mujeres deben salir a trabajar
presionadas por circunstancias personales, sociales y económicas.

Con frecuencia la proveeduría económica de las mujeres es denominada por


ellas mismas como "colaboración "; haciendo énfasis en que éstas son tan sólo para
suplir necesidades "superfluas". Por el contrario, los aportes de sus "esposos" o
"compañeros" son vistos como un "deber", aunque éstos sean inferiores a los realiza-
dos por ellas. Testimonios al respecto lo confirman: "El papá es el único que participa
porque gana más que yo para sostener la casa, así que él es el proveedor del hogar"
(Marg).

El aumento del nivel de escolaridad ha contribuido a la vinculación decidida


y masiva de las mujeres al trabajo remunerado, lo que las ha ido alejando del
hogar. Con esto se justifica que el grupo de las madres trabajadores que pertene-
cen a los estratos socioeconómicos 4, 5 y 6, duplique en número a las madres de
los estratos 1, 2 y 3, ya que las primeras cuentan con mayores oportunidades
económicas para educarse. No obstante, los resultados abren el interrogante: ¿hasta
dónde las madres que laboran por fuera del hogar se han alejado de la responsa-
bilidad en las tareas domésticas? Al parecer, no son gratuitas las expresiones de
"super mamá" respecto a las mujeres madres y amas de casa que han decidido
duplicar sus actividades aumentando su jomada laboral.

Cuando la madre se incorpora al mercado laboral y realiza actividades pro-


ductivas que contribuyen al mejoramiento del nivel de los ingresos familiares, lo
hace asumiendo la presión cultural, puesto que la tradición le exige mantener un
rol donde las responsabilidades domésticas son fundamentales. Es común encon-
trar que las mujeres deben realizar una actividad laboral que las mantenga cerca
de sus hogares; cuando no es así, estas madres continúan controlando, desde su
espacio de trabajo, el funcionamiento de la casa. A las mujeres nunca se les llama
desempleadas o desocupadas, porque en caso de no ser proveedoras, o muchas
97
María del Pilar Morad, Gloria Bonilla

veces siéndolo, su actividad prioritaria es ser "amas de casa". En pocas palabras,


el espacio privado es una actividad constante que las identifica.

Como se dijo anteriormente, las tareas maternales están en la esfera del sacri-
ficio, la abnegación y la renuncia de sus ambiciones personales; "hacer ofrenda de
sí misma en el altar de la familia"21. La división sexual de roles en la familia persis-
te, por eso en la sodalización inicial de las niñas se les pide limpiar la casa, lavar
los platos, ocuparse de los hermanos menores. Hasta en los juegos ellas perpetúan
costumbres y estereotipos, haciendo la comida y cuidando los niños.

La mujer que repentinamente se ve abocada a asumirse como proveedora úni-


ca, (en el caso de las madres de hogares monoparentales), sienten alterada su
cotidianidad en relación con los patrones establecidos por la cultura, mostrando
sentimientos contradictorios como "satisfacción", "intranquilidad", "alegría", "an-
gustia" o "culpabilidad". Esta dicotomía afecta el equilibrio en las relaciones, en la
medida en que las desestabiliza y genera permanentes cuestionamientos de su
parte a su expareja e hijos(as). La mujer cuando debe asumir sola la proveeduría,
no se resigna a realizar todas las tareas y exige a los otros miembros de la familia,
participación en las actividades económicas y/o domésticas. Dichas contradiccio-
nes y conflictos son indicios de la necesidad de buscar un cambio como vía para
unas relaciones parentales más equitativas.
La incorporación del diálogo como forma de ejercer la autoridad
Actualmente no se evidencia la práctica recurrente de castigos físicos como
forma de sancionar a los hijos e hijas. Por el contrario, se da preferencia al diálogo
y a la negociación para ejercer la autoridad. Solo en ocasiones, cuando se agotan
las vías de reflexión, se perciben retrocesos incorporando agresiones físicas, psí-
quicas y simbólicas como formas de castigo.

Aunque las mujeres demandan una mayor participación del hombre en el


ejercicio de la autoridad, aún se percibe la presencia de un padre "distante" que
no asume compromiso al interior de la familia. Esto implica que ella se vea más
involucrada en las necesidades de los hijos e hijas. La aspiración de las madres,
sobre todo en la familia nuclear, es que el compromiso con los hijos sea de los dos,
no obstante este ideal no siempre se cumple.
Del afecto materializado al afecto demostrado
Aunque el afecto es demostrado a través del contacto físico en caridas, besos y
palabras afectuosas, en la medida en que los hijos e hijas van creciendo se trans-
forma en reladones más distantes, las cuales son definidas por los entrevistados(as)
como "militares" y "rígidas". La ambivalencia en la forma de ejercer la autoridad
pone en la balanza su criterio personal y las presiones del contexto, especialmen-
te la de los hijos(as) con su grupo de iguales. Las entrevistadas, refiriéndose a sus
padres, recuerdan a un hombre "poco afectuoso", "ausente" y que no demostraba
afecto. La madre, aunque es una figura "muy comprometida", no "besaba" ni "abra-

2I
Lipovestsky, G. La Tercera Mujer. Editorial Ariel, Barcelona, 1999, p. 193.
98
Cartagena de Indias, antes y ahora

zaba", por lo que ellos incorporan la necesidad de demostrar el afecto en la crian-


za de sus hijas e hijos.

La fluctuación es recurrente y cada vez más decidida, modificando las funcio-


nes que asume la maternidad, con claras tendencias tanto al desequilibrio como a
la continuidad. Son estos cambios los que guían a las madres y padres hacia unas
innovadoras formas de relacionarse, lo cual facilita asumir nuevas prácticas que
generan conflictos y contradicciones pero también formas distintas paternales y
maternales.

En la actualidad para mejorar su desempeño como madre es necesario "prepa-


rarse" a través de documentos especializados y consulta a profesionales, pues se
visualiza la función de madre como un estado que requiere aprendizaje. Lo ante-
rior rompe con la concepción de la maternidad como algo instintivo, en la medida
en que se requiere cualificar permanentemente su desempeño. En consecuencia,
hoy, la maternidad es entendida como una construcción social que no tiene nada
que ver con el instinto.
Significados y prácticas innovadoras
Dentro del contexto de modernización y globalización, las teorías feministas,
los estudios de género y las demandas de los movimientos de mujeres, permiten a
las madres pensarse como sujetos políticos e históricos y controlar su fecundidad.
Asimismo, han descubierto los caminos del saber, del deber, del placer y del po-
der. La presencia de las mujeres es cada vez más notoria y legítima en la literatura,
el cine, el arte y la ciencia. Esta nueva situación, perspectivas y puntos de vista,
han hecho que las madres cartageneras empiecen a vivir y a concebir la materni-
dad más allá de la negación de ellas como mujeres.

Los hijos/as se convierten así en responsabilidad de ambos miembros de la


pareja y se tiende a la equidad de género. Tanto el hombre como la mujer partici-
pan en el trabajo remunerado y doméstico aunque, en la práctica, vemos más
mujeres ingresando al mercado de trabajo que hombres asumiendo la responsabi-
lidad doméstica. Hoy, el padre reclama estar en proximidad de la crianza de la
prole y experimentar "cualidades femeninas" tales como la ternura, comprensión y
entrega.

Las madres asumen su vinculación laboral como una oportunidad de creci-


miento personal y profesional; a su vez poseen autonomía en la distribución de
los ingresos personales a! sistema familiar. Madres y padres tienden a ejercer una
autoridad más simétrica; la cual tiende a dar igual validez a las órdenes imparti-
das por el padre o la madre. Asimismo, cada vez se es más consciente de que se
debe educar y formar a los hijos e hijas mediante el ejemplo.

Los cónyuges asumen un mayor protagonismo al optar entre diversas alterna-


tivas a la hora de perfilar su proyecto, son más autónomos en la toma de
dedsiones22. A su vez, se percibe cómo el impulso de los discursos y valores femi-
22
Flaquer, L. La Estrella Menguante del Padre. Editorial Ariel, Barcelona, 2000, p.p. 30-31.
99
María del Pilar Morad, Gloria Bonilla

nistas y el impacto de las políticas de igualdad de oportunidades, ha hecho el


sistema de roles conyugales más igualitario 23 .Estas nuevas relaciones involucran
a padres e hijos posibilitándoles oportunidades, para que los géneros compartan
con mayor libertad sus pensamientos, sentimientos, emociones y conductas. Por
otro lado, el acceso de la mujer a la educación le ha brindado la oportunidad de
posicionarse en la familia, el trabajo y la sociedad, como da cuenta el siguiente
fragmento;
Yo siempre he tenido la expectativa de que mi hija sienta que ella como mujer
no tiene límites para un crecimiento de vida, ella es un ser humano y los limites
se los pone ella, que pueda lograr en la vida sus sueños (Eugi).

La maternidad, m á s que u n instinto


Aunque la maternidad modifica los proyectos personales y laborales, éstos
son retomados por las mujeres, pues ser madre ya no implica necesariamente un
"sacrificio" ni "confinarse" al hogar. En esta decisión son apoyadas por la red fami-
liar dispuesta a "participar" y los jardines infantiles se constituyen en una
alternativa para las madres que deciden desempeñarse como trabajadoras, sin
dejar su responsabilidad en los roles de crianza.

"Tener" que trabajar porque el "señor" se quedó sin "trabajo", o porque la situa-
ción económica "aprieta" o, tal vez simplemente por el "deseo" de brindar a los
hijos(as) más y mejores "oportunidades" son algunos de los motivos que llevan a las
mujeres al mercado laboral. Así, brindar a sus hijos oportunidades -que ellas en
su momento no tuvieron, como acceder a "buenos colegios"-, se convierten en facto-
res detonantes que posibilitan a las madres entrar en contacto con espacios que
les brindan la oportunidad de sentirse capaces y satisfechas como mujer, esposa y
madre, sin que una posibilidad niegue la otra. En otras palabras, las mujeres se
consideran útiles más allá de los muros del hogar:
Para mí es satisfactorio poder dar a mis hijos lo que yo he soñado para ellos (...)
decir soy capaz, no necesito de alguien para poder sacar adelante a mis hijos
(Eugi) y, El trabajo realiza mucho a una persona cualquiera que sea, yo digo que
trabajar es muy importante para el ser humano, lo que pasa es que uno tiene
que saber también cuáles son los límites y saber armonizar ambas funciones,
darle importancia a los hijos, pero también al trabajo porque es un medio de
realización. Yo pienso que es importante ambas cosas y lo que uno aprovecha
en su trabajo, también puede enriquecerlo a uno y ponerlo en práctica con sus
propios hijos porque el trabajo engrandece mucho (Laru).
La maternidad está experimentando cambios en las relaciones parentofiliales,
los cuales están transversalizados por conflictos y contradicciones que son el re-
sultado de constantes construcdones y deconstrucciones de sentimientos, saberes
y valores, entre otras representaciones sodales. Dichos cambios movilizan formas
de ser madre en un momento histórico que solicita nuevas maneras de tratar a los
hijos, de comunicarse, amarlos y preguntarse por ellos. A su vez, las reladones de

;
En la mayoría de las parejas ambos trabajan fuera del hogar, su nivel es profesional, los dos
aportan ingresos a la unidad familiar, la posición de la mujer sale reforzada, se incrementa el poder
de negociación
100
Cartagena de Indias, dates y ahora

pareja, el respeto por el ser humano y la forma en que se legitima lo público y lo


privado como espacios de crecimiento personal, constituyen cambios fundamen-
tales. Estas transformaciones están cuestionando las posiciones radicales de la
madre como reina del hogar al cuidado de los hijos y las labores domésticas y del
padre como proveedor único y dueño del poder.

La paternidad en transición: más allá de la proveeduría


En la sociedad actual pervive, aunque en diferentes grados según las regiones,
la atribución de papeles diferentes a hombres, lo cual implica una relación de
desigualdad y poder. Mientras que el colectivo masculino ha sido definido como
portador del "logos", de la creatividad, la palabra pública y del poder, las muje-
res han aparecido ligadas a la "naturaleza", han estado recluidas en el silencio y
socializadas en el "no poder". Es frecuente encontrar la determinación de un
estereotipo de mujer con una serie de componentes psicológicos, temperamenta-
les y aptitudes que la diferencian del hombre y que determinan precisamente sus
respectivos papeles en la sociedad24. La autoridad en el hogar y la proveeduría
son los referentes principales de lo masculino. Las narrativas conciben la paterni-
dad como una responsabilidad económica que les permite redefinir un proyecto
de vida personal orientado hacia la búsqueda de recursos materiales que satisfa-
gan las necesidades básicas de sus hijos e hijas y de su compañera.

Algunos padres se muestran en sus relatos autónomos en el proceso de norma-


tización, desconociendo a la madre y utilizando el castigo físico como primera
herramienta para ejercerla. La dependencia económica de la mujer en el grupo B
aumenta la tolerancia frente al maltrato del marido a la esposa e hijos(as). Ambos
deben soportar el abuso de autoridad paterna como cuota de sacrificio para so-
brevivir, como lo expresa Euge en su relato:
mi mamá siempre esperaba cuando cometíamos una falta de niños para que
ejerciera autoridad. Mi madre expresaba: ahora que venga su papá él la va a
castigar, el mundo era simplemente de mí papá, y mamá era otra hija, la hija
mayor que se dedicaba a cuidar de los hijos menores de mi papá (Euge).
Estos padres no participan en las tareas que demandan el cuidado y la aten-
dón de los hijos e hijas, delegando esta función en las madres a quienes consideran
dotadas naturalmente de las características necesarias para hacerlo. Como pa-
dres, les concierne únicamente la responsabilidad de proveer la economía del
hogar y no expresan a sus hijos e hijas el cariño y el afecto, por considerar que si
lo hacen pueden perder autoridad y respeto ante ellos. En síntesis, se hace evi-
dente un estilo educativo autoritario y las normas se imponen a través del castigo,
control de permisos, agresión verbal, la atemorizadón y la amenaza como medios
para sostener la autoridad jerárquica, entre padres e hijos.

La paternidad, según los testimonios, les produjo alegría y satisfacción; de lo


que pude concluirse que ésta se constituye en una condición que garantiza la
masculinidad, concepción adquirida en sus familias de procedencia:

"Nash, M. Mujer, familia y trabajo en España 1875-1936. Antrophos, Barcelona, 1983, p. 16.
101
María del Pilar Morad, Gloria Bonilla

La meta de todo hombre es formalizar un hogar y tener sus hijos; el nacimiento


de mis hijos no ha producido dificultades en los proyectos que tenía para mi
futuro como persona... al formarse un matrimonio la alegría más grande es el
nacimiento de los hijos.
Los hombres, por lo general, vinculan la paternidad al sostenimiento econó-
mico de los hiios, convirtiéndose el nacimiento de estos en un "incentivo para
trabajar y salir adelante" y si no lo hacen, la sociedad y la familia los sancionan
considerándolo "mal padre". Culturalmente se les admite no poseer lazos afecti-
vos fuertes con sus hijos e hijas e inclusive tener hijos con varias mujeres; sin
embargo, dejar de cumplir con sus obligadones económicas aparece como inadmi-
sible.

Los padres de esta tendencia asumen la proveeduría del hogar en su totali-


dad, considerando este rol como su responsabilidad. El hombre que no provee es
señalado como "irresponsable" y "flojo", apartándose del ideal de "padre para los
hijos". Al no traer dinero al hogar teme ser anulado en la toma de decisiones y en
el control de su progenie. Para el hombre es difícil aceptar la participación de la
esposa en la proveeduría, considerando que ellas deben permanecer en el espacio
doméstico. Así, aunque en la práctica muchas de ellas participan en igual propor-
ción en el sostenimiento del hogar, en los relatos se evidencia una subvaloración
de esta participación. En síntesis, el trabajo remunerado de las mujeres no es
aceptado; según ellos, éste afecta la crianza de los hijos(as), pues se parte del
hecho que terminan descuidándolos. Su función de proveedoras puede ser apo-
yada por la red familiar siempre y cuando esta no entre a deslegitimar las funciones
paternas; "el ser proveedoras del hogar garantiza una buena crianza".

Está muy arraigada e interiorizada la representación social de "paternidad


igual a proveeduría" y por ello no se acepta la participación económica de los
hijos, pues si estos entran a participar de esta función, gozarán de mayor autono-
mía frente a la toma de decisiones, poniendo en "entredicho" la autoridad paterna.
La autoridad ¿atributo de la paternidad?

Las mujeres no son capaces, se reblandecen muy fácil de ser autoridad en la


casa, ellas que cocinen y laven (Lasca).
Los padres, a pesar del esfuerzo por no repetir sus historias de maltrato y
rudeza, recurren a la agresión física y verbal, aún cuando son conscientes que
esta práctica no es la más acertada en el proceso de formación y educación de los
hijos e hijas. Aunque para ellos el diálogo es una herramienta útil en el ejercicio
de la autoridad, en la práctica ejercen la violencia simbólica, la cual se manifiesta
en el silencio, el rechazo o el distanciamiento afectivo. A estas actitudes se le
suman la falta de reconocimiento de la autonomía y la valoración como personas
de sus hijos e hijas. Asimismo, castigos mediante la violencia física como bofeta-
das, nalgadas y el uso de la correa, aún siguen presentes.

102
Cartagena de Indias, antes y ahora

Los padres consideran que mientras los niños están pequeños la madre puede
intervenir en la autoridad pero cuando crecen esa responsabilidad debe ser asu-
mida por ellos, pues para ejercer esta función se requiere ser recio y tener un
carácter fuerte. Cualidades que, según él, la madre no posee dada su naturaleza
"femenina" de debilidad y fragilidad. La autoridad es asociada con la "fuerza" y
por eso se discrimina a la madre por ser incapaz de ejercerla como es debido. Este
comportamiento evidencia la complejidad de las relaciones parentales y cómo el
factor biológico trasciende en la intención de una construcción colectiva de afec-
to. La identidad del grupo familiar llega a la indiferencia cuando "los hijos no son
míos", lo cual repercute en la definición del ejercicio de la paternidad.
La afectividad, asunto ajeno a la paternidad
En la actualidad se han percibido cambios en relación con la afectividad, las
formas como la aprendieron de su familia de origen y cómo ellos la expresan. Los
padres y madres entrevistados intentan mantener mayor contacto con los hijos e
hijas en la infancia; sin embargo, a medida que van creciendo, se considera que se
debe ser más severos y distantes, "no besando ni abrazando, porque se mariconean".
En los testimonios se encontró que se les dificulta ser afectuosos sin perder la
autoridad; con los hijos varones, en especial, cuando está marcada por las hue-
llas del modelo rígido y la masculinidad adquiere la forma que la sociedad y la
cultura le exigen.

Los padres, por su parte, reconocen no ser muy afectuosos con sus hijos pues,
aunque los aman, no establecen ningún contacto físico con ellos. Estos, no trasmi-
ten el afecto con palabras, no lo hacen sonoro; el afecto en los hombres es mudo y
por lo tanto expresan sus sentimientos por medio de objetos materiales. Afirman
"ser más amoroso con sus hijas y dar menos afecto al hijo por ser varón" (José).

La hostilidad es demostrada mediante el castigo físico y verbal; el afecto, en


contraposición, lo expresan a través del apoyo a los hijos para que salgan adelan-
te, dándoles lo que necesitan. El distanciamiento en cuanto a las expresiones
afectivas con las hijas, una vez ellas crecen, ocurre por temor al incesto. En el
caso de la familia monoparental con jefatura masculina se le delega a la red
familiar y a la vecindad el expresar afecto a sus hijas, ya que se pueden generar
interpretaciones equivocadas "por el hecho de estar solos".
La paternidad dando cabida al cambio
Los padres ubicados en la tendencia de transición están en permanente con-
tradicción entre lo que cotidianamente hacen en el ejercicio de las funciones
parentales y lo que consideran el "deber ser" de un padre hoy. Enfrentarse a
nuevas tecnologías, nuevos discursos de equidad de género, mayor democracia al
interior de las relaciones familiares y a una compañera que demanda un nuevo
concepto y espacio al interior del hogar y de la sociedad, entre otros, son algunas
de las trasformadones que se encontraron a lo largo de la investigación. Se mues-
tra el cambio con contradicciones y tensiones entre las representaciones y las
prácticas; asimismo, debe tenerse en cuenta que es una transformación parcial

103
María del Pilar Morad, Gloria Bonilla

que aún se encuentra llena de ambigüedades e inconsistencias25. Los padres asu-


men la paternidad como una oportunidad que les ha permitido madurar y
enfrentar la vida con más responsabilidad (aunque se refieren, en algunos casos,
a proporcionar el dinero al hogar) y, sin embargo, reconocen en su práctica y en
su discurso que ésta no es su única función.
Como padre el logro que he tenido es estar pendiente de mis hijos, de sus cosas
necesarias, no cosas lujosas sino es estar con ellos todo el tiempo y estar en
contacto permanente (Anto).
La responsabilidad frente a la crianza de sus hijos e hijas modifica sus proyec-
tos de vida, pero no los trunca definitivamente. En muchos casos, la red familiar
del hombre entra a apoyar las funciones paternas especialmente en lo relaciona-
do con la proveeduría económica, porque cultural y socialmente, sigue vigente el
pensamiento de que la proveeduría económica es responsabilidad del varón. La
paternidad también ha significado "renuncias" frente al estilo de vida que se
llevaba cuando solteros: "el nacimiento de mi hija me hizo retirar de la vida socialy la
parranda". Los padres consideran que cumplen un rol significativo en las labores
de crianza, aunque conciben a la mujer como la "ideal" para desempeñar estas
fundones.
Viví todo el embarazo de mi compañera, sentía los latidos del bebé, el naci-
miento del hijo fue una de las emociones más lindas de mi vida. Con el nacimiento
de mi hijo me volví loco de felicidad, lo dormía, lo bañaba, le hacía los teteros
(javi).

Proveeduría o cooproveduría
El acceso al sistema educativo posibilita la apertura de algunos cambios de
orden cultural, en lo referente al manejo de la autoridad, la afectividad, la do-
mesticidad y la proveeduría. El proveer económicamente el hogar se convierte en
una función del padre que en ocasiones por opción, o por un evento circunstan-
cial, es compartida con la red familiar y la compañera, lo que implica un conflicto
en muchos sentidos como se narra en las entrevistas. Aunque ellos expresan sen-
tirse sobrecargados económicamente y desean que sus compañeras, hijos e hijas
entren a apoyar la proveeduría del hogar, muchos aceptan la vinculación laboral
de sus compañeras porque no poseen otra alternativa, pues desearían que sus
esposas estuviesen vinculadas solamente al espacio doméstico. Aceptan que la
madre trabaje porque "no hay más remedio", "es un mal necesario"; pero les asalta el
temor que por trabajar se desentiendan de la crianza de los hijos.

El factor económico se convierte en un eje central donde se identifican venta-


jas y desventajas del tipo de familia al cual se pertenece. En las nucleares, el
hombre identifica como ventaja el estar acompañado en la función de proveedu-
ría, aunque desea que su compañera se dedique sólo a las labores domésticas. En
las familias extensas, se manifiesta satisfacción por compartir con la red familiar
la proveeduría económica relacionada con los gastos que demanda el hogar; sin
embargo, consideran que como padres su responsabilidad es satisfacer las necesi-

25
Diednueve de los entrevistados se ubican en la tendencia de transición.
104
Cartagena de Indias, antes y ahora

dades de sus hijos e hijas. En el caso de la familia monoparental, se anhela un


apoyo para cumplir simultáneamente las labores de crianza, domesticidad y pro-
veeduría económica. Por otro lado, en las familias superpuestas el trabajo de la
esposa se ve como una oportunidad de compartir funciones de crianza y provee-
duría que por sí solos no podrían asumir (caso tuyos, míos y nuestros).

La vinculación laboral de sus hijos(as) es admitida siempre y cuando no se


cuestione sus funciones paternas, por eso procuran "sufragar los gastosfuertes de la
familia" como el pago de mesadas escolares, la alimentación y la vivienda. Esta
vinculación laboral se convierte en un proceso de aprendizaje para sus hijos, pero
el temor frente a esta situación radica en que pues los hijos(as) manejan recursos
económicos, asumen la toma de decisiones.
Domesticidad resistencia masculina
Los hombres participan en la realización de las actividades domésticas sólo
los fines de semana, porque de estas tareas se encargan la esposa y/o la empleada
de servicio doméstico. Expresan no poseer ningún tipo de conflictos por partici-
par en las labores domésticas; sin embargo, justifican el no hacerlo con su
vinculación laboral. Su compromiso está relacionado con la atención y cuidado
de sus hijos(as), aunque, como se dijo, consideran a la "mujer como la ideal para
cumplir estas funciones", pero dadas las circunstancias (el caso de las familias
monoparentales), asumen este rol identificándolo como un espacio que les permi-
te mayor contacto con sus hijos e hijas: " En la casa como estamos puros hombres, no
hay mujeres la mayoría de las cosas recaen sobre mi mamá; es ella la que hace el aseo"
(Marc).

A muchos de estos padres les genera conflicto romper con el modelo de crianza
recibido en su hogar de origen, donde se hallaba una figura femenina dueña del
espacio doméstico. Por eso, aunque desean participar en estas labores, sienten
temor de que el contexto cuestione su masculinidad. No obstante, su participa-
ción en las labores domésticas se ha ido insertando tímidamente. En especial, se
apropian de los arreglos de la vivienda, en trabajos de carpintería, reparaciones
locativas y cuidado de los niños (as) pequeños (as). Vale aclarar que la madre sigue
manteniendo el control en esta función.
Hacia una autoridad compartida
En el uso de la autoridad compartida se presenta el mayor número de ambi-
güedades: por una parte se desea no reproducir la historia de violencia verbal y
física recibida en la infancia y, por otra, sedificulta vislumbrar alternativas que
faciliten el desempeño de esta función. Es aquí donde tiene justificación el uso
del maltrato y la violencia, aunque con menor intensidad de la recibida durante
su crianza. Por lo general, aunque el ejercicio de la autoridad es compartido con
la pareja a la cual se le brinda autonomía en la toma de decisiones, el padre no
desaparece como el principal encargado de ejercer este rol. En algunos casos,
especialmente en la familia monoparental extensa, se permite que abuelos y familia-
res participen de esta función sin deslegitimar la presencia del padre cuando está
presente.
105
María del Pilar Morad, Gloría Bonilla

La investigación mostró cambios en el ejercicio de la autoridad relacionados


con la edad y el género, ya que son más estrictos con los hijos(as) pequeños, pero
a medida que crecen y dado el proceso de madurez de éstos, se entra a tomar
decisiones basadas en el diálogo y en la negociación. Sin embargo, no ocurre igual
según el sexo, ya que a las hijas se les controla con mayor rigurosidad en relación
con los hijos, pero de una forma más sutil, pues se procura no generar un resenti-
miento que las lleve a abandonar el hogar. En los varones los padres intentan
formar un carácter fuerte que demuestre su masculinidad, pero cuidando no re-
petir su historia.

La autoridad se ejerce sobre los hijos(as) no biológicos porque se consideran


responsables de su formación. No obstante, en este caso, no dejan de sentir temor
a ser sancionados socialmente y, por ello, tratan de estar en un diálogo permanen-
te con sus compañeras, con el fin de evitar que se presenten desautorizaciones y
conflictos en las relaciones familiares. En pocas palabras, el ejercicio de la autori-
dad es ejercida con más cuidado dentro de este tipo de relación familiar.

La afectividad: se transforma
El cambio en la expresión de la afectividad ocurre en la medida en que crecen
los hijos(as), ya que ellos "sienten vergüenza" de que sus padres los acaricien y
abracen. En este caso serían los hijos quienes están reproduciendo los modelos
socioculturales, según ios cuales ias muestras de afecto son sólo para los infantes.
Sin embargo, en la relación con las hijas, afirman que el cariño es fundamental.
En las entrevistas el deseo de ser más afectuosos con los hijos e hijas se hace
evidente. Sin embargo, consideran como una limitación el haber adquirido de su
familia de origen un modelo de crianza basado en un padre ausente que centró su
ejercicio de la paternidad en lo relacionado con la proveeduría económica y en
una madre que demostraba el afecto mediante atenciones y cuidados.

Ante la ausencia de la madre los padres en hogares monoparentales delegan


las expresiones de afecto de las hijas adolescentes a la red familiar y vecindad,
situación que permanece en relación a la tendencia de complementariedad. Para
estos padres las actividades lúdicas se convierten en un espacio en el cual se crean
lazos afectivos fuertes con sus hijos e hijas; por ello propician actividades que les
permitan congregarse como familia, y tienen claramente establecidos tiempos como
los fines de semana y días festivos para realizar acciones conjuntas.

Paternidad: hacia unas relaciones de equidad


Este grupo de hombres ha roto parcialmente con el modelo tradicional en el
que ellos fueron formados, con la incorporación de cambios en las representado-
nes, discursos y prácticas. Son hombres que no sustentan la paternidad en la
proveeduría exclusivamente; se interesan por fortalecer el vínculo afectivo con
sus hijos y por conocer sus sentimientos y emociones. Asimismo, asumen actitu-
des democráticas, se responsabilizan de las tareas de crianza y socialización de
los hijos, conjugando su trabajo laboral con el tiempo que les dedica. Además,
106
Cartagena de Indias, antes y ahora

comparten colectivamente la vida en familia, los acompañan a través del juego y


participan de su educación. Un punto importante es que tienen claro que los
hijos(as) merecen y necesitan que sus padres les dediquen tiempo.

La comunicación es otro elemento que ha adquirido importancia en la rela-


ción padre-hijo(a). Se debaten problemas, experiencias y necesidades. La broma,
el chiste, el juego, la charla, el diálogo, los encuentros y desencuentros son nuevas
formas de expresión que comunican, dan afecto y proporcionan seguridad, con-
fianza y amor.

Se avizoran cambios representativos en el manejo de la autoridad; la expre-


sión de "que aquí mandoyo porque soy el padre", muestra que la relación autoritaria
es cuestionada. Ahora, ésta se entiende como el establecimiento de límites, el
inculcar valores, enseñar para la vida, a tomar decisiones y establecer normas
para el buen funcionamiento y armonía familiar. La autoridad es ejercida a tra-
vés del diálogo, la concertación y la confianza, y al mostrar interés por lo que
pasa con sus hijos. Esto corrobora que sienten la necesidad de diferenciarse de sus
padres en cuanto a la forma en que fueron tratados en su infancia. Los recuerdan
como "personas estrictas, distantes, maltratadoras, intolerantes, con poca participación
en la vida cotidiana de los hijos". Por oposición, ellos quieren ser afectuosos, tiernos,
amorosos, tolerantes y comprensivos con sus hijos.

La paternidad aparece como un evento programado que demanda prepara-


ción a nivel personal y de pareja; por eso se recurre a lecturas especializadas,
visitas a profesionales del área sodal -espedalmente de psicólogos, trabajadores
sociales- y a los consejos de amigos y familiares que contribuyan a mejorar las
funciones paternas. El número de hijos es producto del diálogo y la concertación
con la madre, por considerarse corresponsables de su formación. Para ellos lo
importante no es el sexo de sus hijos e hijas, ya que están dispuestos a compartir
las fundones de crianza con la madre, pero no a invertir sus papeles:
Cuando llego del ttabajo trato de ayudar a la señora atendiendo la niña, yo trato
de ayudar en la cocina haciendo cualquier cosa, en algunos quehaceres domés-
ticos yo le ayudo, pero no estoy dispuesto a que todo me toque a mi, porque
además de esto yo trabajo (Fide).
La paternidad para estos hombres continúa siendo una forma de confirmar su
masculinidad y ante ésta expresan sentir satisfacción de participar en los cuida-
dos y educadón de sus hijos. Admiten, sin mayores conflictos, esta función con
hijos e hijas no biológicos siempre y cuando éstos se hallen en la infancia, pero se
posee mayor temor frente a los comentarios emitidos por la red familiar y el con-
texto social en reladón con este papel, el cual se tiende a dispersar cuando se
tienen hijos(as) en común.

En síntesis, la paternidad se asocia al logro, a la realización personal y a la


gratificación afectiva. Por lo general, expresan sentimientos de satisfacción y rea-
lización frente a los alcances de sus hijos. Por ejemplo, de su nacimiento dicen
que les "produjo alegría y felicidad, fue algo espectacular". A su vez, los padres ven

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María del Pilar Morad, Gloria Bonilla

con satisfacción el ofrecimiento de los bienes materiales que a ellos no pudieron


brindarles durante la infancia.

Domesticidad
La paternidad es una relación afectiva y emocional que produce alegría, felici-
dad, temores y responsabilidad, lo que permite a estos nuevos padres cuidar a sus
bebés, cambiar pañales, dar teteros, bañar los niños (as), asistir a reuniones de la
escuela y a jugar. Ya no es tan frecuente el padre ausente, indiferente e invisible
que sólo da dinero y cuya autoridad tiene una función represora. Ellos identifi-
can el espacio doméstico como la oportunidad de estar cerca de la familia y
generar el sentido de unidad. Aunque la responsabilidad adquirida frente a este
aspecto continúa siendo de escaso compromiso, se evidencia una mayor partici-
pación en las actividades relacionadas con el sostenimiento del hogar como barrer,
cocinar y reparar la vivienda.

Para estos padres las labores domésticas no son exclusivas de la figura femeni-
na; por eso educan a sus hijos en el desempeño eficiente de estas tareas y se
preocupan porque ellos no representen una carga para las hermanas.
El realizar las labores domésticas me da la oportunidad de conocer a mis hijos
en las actividades propias del hogar y de permanecer más tiempo con ellos, es
una estrategia que hemos diseñado para pasar más tiempo con ellos, yo creo
que la mejor forma de enseñar es con el ejemplo. Por ejemplo, si yo lavo el carro,
el niño coge la manguera, si yo estoy limpiando por la parte de arriba la niña
quiere hacerlo por la parte de abajo para que yo no me agache, nos da la opor-
tunidad de estar más cerca de los niños (Lasca).

Proveeduría
La proveeduría y la distribución de los ingresos son asumidos por la pareja, lo
que expresa mayor valoración por el trabajo de sus esposas: "Allá no soyyo solamen-
te el proveedor, proveemos ambos,yo sólo no soy el proveedor de la casa, en mi casa se junta
una sola platay en comunidad la distribuimos" (Jorg). Algunos de estos padres expre-
san sin temor ser proveedores secundarios de su hogar, lo que no les genera
insatisfacción; se encuentran aportando otros elementos que consideran igual de
valiosos en el desarrollo de la familia, como el afecto, la participación en el cuida-
do y atendón de los hijos (as) y en el funcionamiento de la vivienda. Esto evidenda
que para ellos la paternidad no sólo se centra en el papel de proveer económica-
mente el hogar, sino que valoran cada uno de los aportes efectuados por sus
miembros.

Consideraciones finales
Pienso que mejoré, mejoramos porque mi paternidad no es igual a la que ejer-
ció el papá mío, yo todo lo que he hecho por mis hijos, mi papá no lo hizo
conmigo(...) y la verdad no podemos ser igual porque los tiempos han cambia-
do(...).

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Cartagena de Indias, antes y ahora

Como hijos e hijas se experimentan algunas realidades que como padres o


madres no se desea repetir. Durante la infancia se obtiene de los adultos procesos
de socialización, relaciones, tradiciones y convenciones que forjan una identidad
que posibilita las diferencias, dentro de unos estándares de comportamiento que
son acuñados por la cultura, de tal manera que se asumen diversas funciones
inherentes al ciclo vital de desarrollo individual y social.

En el estudio se evidenció una sobrevaloración de la maternidad dentro de los


deberes femeninos, considerándola predominantemente como una identidad na-
tural y única de las mujeres, de forma tal que la sociedad organiza el universo de
significaciones en relación con ella, alrededor de la idea: "mujer igual a madre".

Sin distinción de estratos, el estudio mostró que la autoridad en el hogar


estaba centrada en la figura paterna, ejercida mediante el castigo físico, el temor,
las prohibiciones y el sometimiento. La toma de decisiones era asumida por el
padre y, en algunos casos, con la participación mínima de la madre. Cuando el
padre no se encontraba presente, la autoridad se concentraba en una figura mas-
culina que podía ser un hermano mayor, un tío, el abuelo o el padrino.

En la actualidad, por el contrario, el debate de quién y cómo se debe ejercer la


autoridad con los hijos e hijas es representativo: por una parte, se racionaliza
sobre la pertinencia del diálogo, pero por otra, se sigue recurriendo a la violencia
física y verbal como alternativa para impartir autoridad. Esto se ve en menor
grado si la comparamos con la violencia física recordada por ellos y ellas cuando
eran hijos e hijas. Son escasos los relatos que muestran a progenitores expresando
física y verbalmente el afecto; en recuerdos los definen, demostrando el afecto a
través de la satisfacción de necesidades básicas. Cabe resaltar que recuerdan al
abuelo o abuela como las personas que más demostraban cariño. La comunica-
ción familiar giraba en torno a la vida cotidiana, no se generaban ni se buscaban
condiciones para su expresión, aunque en ocasiones se poseía la certeza de su
existencia más que todo cuando se refieren a la madre.

En su papel de madres y padres la mayoría identifican la escolaridad como


una forma de ascenso social, traduciéndolo en un deber de estricto cumplimento,
por lo cual brindan a sus hijos e hijas apoyo en la realización de actividades
escolares, participan activamente con el sistema educativo y se asumen como
responsables de este proceso. En ambos grupos se desea que los hijos e hijas supe-
ren las metas académicas alcanzadas por los padres y las madres; la frase "que mis
hijos logren lo queyo no logré", es una constante tanto en padres como en madres de
ambos grupos.

Para la gran mayoría de los entrevistados y entrevistadas muchos de los cam-


bios realizados en su ejercicio e imaginarios sobre paternidad y maternidad, son
producto de la época en que han ejercido sus funciones parentales: los medios
masivos de comunicación y el desarrollo de la tecnología son los factores que más
han incidido en el cambio, a ésto se suman los niveles de preparación académica
que ellos poseen.
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María del Pilar Morad, Gloria Bonilla

La tarea de los padres y madres consiste en ingeniarse nuevos arreglos familia-


res, asumiendo los cambios que la sociedad y la familia exigen. Padres e hijos son
los portadores de esas relaciones basadas en el respeto, la equidad, la diferencia y
la tolerancia, pues son llamados a deconstruir el significado de que los hijos no
son propiedad de los padres.

Es importante señalar cómo las nuevas formas de organización familiar son


más propensas a riesgos, en la medida en que generan en padres y madres sobre-
cargas económicas y emocionales. El Estado, por su parte, debería tener una postura
más decidida para apoyar la función materna y paterna, brindando las oportuni-
dades para satisfacer las necesidades básicas, lo que disminuiría el nivel de tensión
en el sistema familiar, sobre todo en la tipología monoparental y más aún en los
casos de extrema pobreza.

En relación con la familia extensa, encontramos que el estudio en la ciudad de


Cartagena reafirma la vinculación de parientes y familia de origen para apoyar la
crianza y socialización de la niñez. La red de relaciones familiares se constituye
en oportunidad y fortaleza, pero igualmente genera conflictos que la familia no
está en capacidad de enfrentar adecuadamente.

La familia en Colombia se debe convertir en el primer espacio donde interac-


túen los géneros de manera equitativa, aunque basados en la diferencia. Cada
uno debe ejercer unas funciones sin deslegitimar al otro: es necesario que cohabite
el respeto, el amor y la solidaridad y que el padre, la madre y el hijo o la hija
tengan la libertad de expresar sus emociones, dificultades, pensamientos y senti-
mientos, sin el miedo a sentirse ridiculizados o amenazados. De esta manera se
puede lograr que desde la familia se perfilen principios sociales que contribuyan
al bienestar social del país y a una cultura de la convivencia pacífica.

En conclusión, el resultado de esta investigación debe traducirse en la formu-


lación e implementación de procesos pedagógicos al interior de la familia, para
"generar cambios en las representaciones sociales" que le permitan a sus miembros
(particularmente a la parentalidad) "deconstruir" y reconstruir nuevas formas de
relacionarse y establecer vínculos comunicadonales menos permeados por los in-
tereses particulares, y más por los intereses grupales y colectivos. El fortaledmiento
de los procesos pedagógicos debe constituirse en un claro principio de la política
universitaria, en el cumplimiento de su función de extensión y de su misión
social.

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