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Emiliano Aguirre

HOMO
HISPÁNICO

ESPA SA
ESPASA E FÓRUM

€) Emiliano Aguirre, 2008


© Espasa Calpe, S. A., 20(18

Diseño de cubierta:)osé Angel Motato


Ilustraciones de cubierta: Excavación de Gran F)olína y Cráneo 5 de Atapuerca (Museo Nacional
de Ciencias Naturales. Madrid).
Fotografías e imágenes de interior: Mauricio Antón, Emiliano Aguirre, J, C. Diez Femández-Lo-
mana, Belén Márquez, G. H. R. voti Kotmsqswald, Istituto Italiano di Pakuntogia Umana
(Roma), Doménec Campillo, Yolanda Femandez-Jalvo, Pierre Biberson, Chínese Academy of
Sciences (Beijing), H. de Lumley (Museo de Tantavel, Francia), Archivo del Museo Nacional
de Ciencias Naturales (Madrid), Grupo Espeleológico Edelweiss, Alun R, Hughes, E. Enou-
chi, Gibraltar Museum, M. Hoyos, J M. Berruídez de Castro, M. Walker, José Miguel Carre
tero, Museo Arqueológico Regional (Alcalá de Henares, Madrid), J. I. Lorenzo Lizalde, Mu­
sco de Prehistoria de Valencia, M. Telles Antunes, Javier Fortea, Antonio Rosas, M. Dolores
Gawalda, B. Galván, Museo de Banyoles, Hermanos Bullón, J. Antonio Lasheras.

Depósilo legal: B. 26.027-2008


ISBN: 978-84-IV70-2823-2

Espasa, en su deseo de mejorar sus publicaciones, agradecerá cualquier sugerencia que los
lectores hagan al departamento editaría] por correo electrónico: sugerencias@espasa.es

Impreso en España / Printed in Spain


Impresión: Cayfosa Quebecor, S. A.

Editorial Espasa Calpe, S. A.


Vía de las Dos Castillas, 33
Complejo Ática - Edificio 4
28224 Pozuelo de Alarcón (Madrid)
Í n d ic e

Salud o a l l e c t o r ................................................................................... 11

PARTE T

CÓMO SE SABEN ESTAS COSAS

1. T areas d e c a m p o , l a b o r a t o r io y m e s a : t é c n ic a s y
DISCIPLINAS....................................................................................... 17
Prospección, catas y excavación metódica, 17.— ¿Cómo
se mide el tiem po? Cronóm etros de edad geológica y
aproxim aciones por correlación, 23.— ¿Cuánto sabían
nuestros antepasados?, 28,— Estudios de antropología
biológica en fósiles, 35,— Otras disciplinas al lado de la
Paleantropología, 38.

PARTE II

PRIMER M ILLÓN DE AÑOS DE PROGRESO


HUMANO

2. E l P l e is t o c e n o I n f e r io r , h ace en tre 1,8 m il l o n e s


de años y 7 8 0 .0 0 0 a ñ o s ........................................................... 43
Geodinámica y cambios climáticos globales del Pleistoce­
no Inferior, 43.— Calibración cronométrica en series es-

7
ÍNDICE

tratigráficas de aquel millón de años, 50.— L a cubierta


vegetal cambia, 56.— Diversas crisis en las faunas de ma­
míferos, 59.— La explosión de la especie humana hace
poco menos de dos millones de años, 63.— Los primeros
fuera de África: testigos fósiles de la expansión en Eurasia,
70.— Registros arqueológicos de evolución mental en
África y Eurasia, 76.

H umanos d el P l e is t o c e n o I n f e r io r en E s p a ñ a ......
El fósil infantil de Orce, 81.— Los ambientes de Orce y
los sistemas bélicos en el Pleistoceno Inferior, 85.— Fósil
de Cueva Victoria, 90.— Una mandíbula en el nivel E 9
de la Sima del Elefante de Atapuerca, 93.— Registros indi­
rectos de pobladores en el Pleistoceno Inferior ibérico.
De dónde y por dónde llegaron, 101.

H umanos d el E stra to A urora en At a pu er c a -


G ran D o l i n a ................................................................................
Detallados registros de finales del Pleistoceno Inferior,
105.—El Estrato Aurora, hace más de 800.000 años, 108.—
Los fósiles humanos del Estrato Aurora, 113.—Posibles
parentescos de los humanos de Aurora, 116.— Registros
de actividades y uso del lugar, 120.— La cultura caníbal en
tiempos de Atapuerca T D 6,125.

PARTE III

MÁS, MEJORES Y DIVERSOS

T ie m p o s c r ít ic o s y e x p a n s ió n h u m a n a e n e l P l e is -
toceno M e d i o ..............................................................................
Cambios profundos en la Tierra y en el clima entre hace
780.000 y 134.000 años, 133.— Escasos fósiles humanos a
comienzos del Pleistoceno Medio, 139.— Registro crecien­
te en Europa y África entre hace 610.000 y 420.000 años,
141,— Fósiles humanos del Pleistoceno Medio en China,
ÍNDICE

143.— Humanos del último tercio del Pleistoceno Medio


pueblan diversas regiones, 147.— Desarrollo tecnológico,
social y modo de vida en el Pleistoceno Medio, 155.

ó. P o blad o res de I b e r ia en el P l e is t o c e n o M e d io .... 163


Ambientes m esopleistocenos en la Península Ibérica,
163.— Ambrona y Torralba, 171.— Procura de carne e in­
dustria de hueso en Torralba y Ambrona, 180.— Otros re­
gistros culturales de pobladores ibéricos del Pleistoceno
M edio, 183.— E scasos sitios con fósiles humanos en la
Hispania del Pleistoceno Medio, 200.

7. El grupo humano de A t a p u e r c a -S im a de lo s
H u e s o s ......................................................................................... 205
Yacimiento recóndito de magnitudes excepcionales, 205.—
Edades, sexos y rasgos en la población de SH , 210.— D e­
mografía y muerte de los humanos de SH , 214.— El dato
cronológico, 220.— Parentescos con humanos contempo­
ráneos y de otros tiempos, 222.— Algo sobre el modo de
vida y penurias de la población de SH , 224.

PARTE IV

DE NEANDERTALES Y MODERNOS
EN EL PLEISTOCENO SUPERIOR

8. Los N e a n d e r t a l e s : s u tie m p o , s u c u l t u r a y c o e t á ­
n e o s ..................................................................................................... 233
La estirpe Neandertal florece en Europa en el Pleistoceno
Superior, entre 135.000 y 27.000 años a. p .,2 3 3 .— Clima
cambiante y ambientes entre hace 200.000 y 27.000 años,
237.— Rasgos distintivos de los neandertales. Origen y dis­
tinción progresiva, 242.—Cómo evolucionó la humanidad
en otros continentes en el Pleistoceno Superior, 248.—P o­
cas salidas de neandertales fuera de Europa. Sitios al sur
y este del Mediterráneo, 254.— Progresos tecnológicos y
ÍNDICE

mentales de neandertales y modernos hasta hace 40.000


años, 258.— Cam bios acelerados y críticos entre hace
44.000 y 27.000 años, 264.— Salud, territorio, saber y sím ­
bolos en neandertales y sus coetáneos, 268.

9. N e a n d e r t a l e s i b é r i c o s : s u s a m b ie n t e s , s u v i d a .
Los ú l t i m o s .................................................................................... 273
Fósiles de NeandertaJ en la Península Ibérica, 273.—Más
sobre los neandertales de E l Sidrón, 281.— Registros de
Paleolítico Medio en Iberia, 285.— E l cambio tecnológico
al Paleolítico Superior. Diacronía, escenario, protagonis­
tas, 289.— Cambios ambientales en Iberia en tiempos de
los neandertales, 293.— Preferencia de lugar, modo de vida
y usos del territorio, 297.— Poco sobre el desarrollo men­
tal de los neandertales, 303.— Los últimos neandertales en
Iberia. La extinción de esta raza, 305.

10. H u m a n o s m o d e rn o s y c u l t u r a p a l e o l í t i c a su p e ­
r i o r e n I b e r i a ................................................................................. 309
Cam bio global con la última glaciación, O IS 2, 309.—
Tiem pos de la última glaciación en Iberia, 311.— Sitios
con humanos e industrias del Paleolítico Superior y un
Nuevo Mundo, 312.— Humanos y sitios arqueológicos de
Iberia durante la última glaciación, 319.— M odos de vida y
arte de los últimos hispánicos fósiles, 323.

N otas 333

ÍNDICE ONOMÁSTICO 383

Ín d ic e de Y a c im ie n t o s 385
S aludo al lecto r

ómo saben ustedes la edad que tienen los fósiles?». Este


era el titular escéptico, en letras grandes, con que se retrataba un
columnista de un célebre diario, queriendo comentar la noticia
de un hallazgo paleoantropológico importante.
Primero vale la pena que busquemos, que tratemos de en­
contrar, en los indicios de hueso, piedras y cenizas bajo tierra, al­
gunas respuestas a las preguntas que nos hacemos sobre nuestros
remotos antepasados. Aun cuando las interpretaciones de los
científicos contengan imprecisiones o hayan de ser corregidas, o
en ciertos casos abandonadas, vale la pena intentarlo. Vale la
pena buscar fósiles, estudiarlos como parte de un contexto, tra­
tar de leer lo que nos cuentan de nuestros antecesores. Porque si
hemos nacido y estamos aquí, si somos como somos, si en gran
medida es nuestra la responsabilidad de lo que será el futuro de
humanos y medio ambiente en este mundo, se lo debemos a los
que anduvieron por esta geografía hace miles y cientos de miles
de años.
Por ello es justa y acertada, en principio, la curiosidad por
saber quiénes fueron, cómo eran y cómo se las arreglaron aque­
llos antepasados. Y no es acertado ni justo desechar o arrinconar
esta curiosidad solo por la dificultad que supone encontrar algu­
nos de los escasos restos que quedaron fósiles de ellos y sus
obras bajo tierra, y, aún más, acertar a interpretarlos. « “Hay un
león en el camino”, dice el perezoso» (proverbio de Salomón).
HOMO HISPÁNICO

La dificultad no frena, sino que estimula y acaba premiando al


audaz.
Queda mucho, muchísimo, por encontrar de fósiles huma­
nos y restos arqueológicos en la Península Hispánica —España,
Portugal y el peñón de Gibraltar— y mucho que interpretar de
su historia: no escrita, pero sí registrada, de uno u otro modo, en
aquellos y su contexto. No es que nada se sepa ni se pueda saber
de esto. Hay muchas personas y muy trabajadoras que dedican a
ello su vida y su afán..., también en esta Hispania, Tanto se va
conociendo que ya resulta difícil resumirlo. Es precisamente esta
labor la que he pretendido llevar a cabo con este libro, que tuvo
su origen en la sugerencia de un buen amigo, este sí, audaz, y su
final gracias a personas que no cabe nombrar, sin cuya ayuda no
habría podido hacerlo.
La idea era resumir los fósiles del género humano que hoy se
conocen de la Península Ibérica. Como los más antiguos son de
hace cerca del millón y medio de años, y la edad de rocas sedi­
mentarias, que en la escala estratigráfica se llama Pleistoceno, co­
mienza hace menos de 1,8 millones de años y termina hace
10.000, ordené estos fósiles según las tres divisiones de esta
edad: Pleistoceno Inferior, Medio y Superior, que definen las
partes principales de este compendio. La primera abarca, pues,
el tiempo geológico entre hace más de 1,7 millones de años a. p.
(antes del presente) y 780.000; la segunda, entre este último dato
y el final del Pleistoceno Medio, hace más o menos 134.000 años;
la tercera, entre este límite y la transición del Pleistoceno al Ho-
loceno, hace alrededor de 10.000 años: aquí empieza el Neolíti­
co, la agricultura y el pastoreo, las ciudades y los imperios, la es­
critura y la Protohistoria, en que los huesos ya no tienen tiempo
para fosilÍ2ar.
Los detalles de los rasgos anatómicos y biométricos que se
examinan en cada caso por los especialistas y se cotejan en los es­
tudios comparativos los podrá encontrar el lector interesado en
la bibliografía que se cita. Me ha parecido más importante para
un mejor conocimiento, y más rico en perspectivas, de aquellos
SALUDO AL LECTOR

antepasados incluir, también de modo sintético, lo que se sabe


del medio y el ambiente en que vivieron, fauna, flora y clima
contemporáneos, la documentación arqueológica de sus produc­
ciones y recursos tecnológicos y el modo de vida inferido, según
datos y estudios de otros yacimientos más o menos contemporá­
neos, además de próximos en la región.
También era procedente situar la evolución de las comunida­
des humanas del Pleistoceno ibérico a la vista de lo que se sabe
igualmente por fósiles humanos, por sus productos culturales, así
como por las proyecciones paleoecológicas a partir de estos, en
otras regiones y continentes. Por ello, en cada una de las tres
principales divisiones del Pleistoceno, cada apartado sobre los re­
gistros ibéricos va precedido de otro apartado en el que se resu­
men los registros globales en el mismo tramo. Además, tanto en
el caso del Pleistoceno Inferior como del Pleistoceno Medio se
añaden sendos apartados monotemáticos para dos yacimientos
de nuestro país que son verdaderamente extraordinarios y singu­
lares por el elevado número de fósiles humanos que están rin­
diendo y por los estudios y publicaciones científicas que produ­
cen: los del Estrato Aurora, en el primero, y los de la Sima de los
Huesos, en el segundo, ambos en la Sierra de Atapuerca.
PARTE I

CÓMO SE SABEN ESTAS COSAS


1
Tareas d e c a m p o , la b o r a t o r io y m e sa :
t é c n ic a s y d isc ip l in a s

Q u iz á sea bueno, pensando en los lectores que no son especia­


listas, que digamos algo que pueda servir de respuesta a la pre­
gunta que da título a esta parte del libro, o a otras parecidas, y
que nos permita valorar adecuadamente lo que hemos ido sa­
biendo sobre estos fósiles y sus circunstancias; es decir, ofrecer
algunos datos sobre el método que actualmente se sigue en las
excavaciones, las técnicas cronométricas y la fiabilidad de sus ci­
fras, sobre el método experimental y microscópico con que se
contrastan las interpretaciones de las señales y las variables ob­
servadas, sobre las disciplinas científicas antes separadas y desde
hace poco dialogantes y compenetradas desde los planes y los
proyectos hasta en el desarrollo de las tareas de campo y de labo­
ratorio.

P r o sp e c c ió n , c a t a s y e x c a v a c ió n m e t ó d ic a

Los hallazgos paleontológicos o arqueológicos que se ven


sobre la superficie del suelo carecen de valor porque no tienen
un contexto ni pueden ser referidos a un nivel estratigráfico, a un
lugar de enterramiento, o a un conjunto de fósiles u objetos

17
HOMO HISPÁNICO

culturales. T am poco poseen un tiem po cronom étrico, pues p u e ­


den haber sufrid o d esplazam ientos, alteraciones o contam inacio­
nes. U na sola es su utilidad: actúan com o aviso d e otros posibles
y m ejores hallazgos intactos en el entorno.
Obviamente, la primera prospección puede hacerse en su­
perficie, pero después estos fósiles han de buscarse bajo el suelo
en series estratigráficas, donde forman parte de conjuntos tafo-
nómicos, se hallan circunstanciados en varios aspectos y pueden
contar con datos cronométricos próximos, Con el tiempo pue­
den encontrarse series de rocas depositadas superpuestas y ex­
puestas en cortes naturales del terreno, barrancos o laderas más
o menos abruptas, o en cortes artificiales en canteras, en trinche­
ras viales de carreteras, en líneas férreas o en excavaciones de
cimientos. A falta de cortes naturales y artificiales, o como com­
plemento de estos, lo prospectado en la superficie puede decir­
nos dónde abrir una cata o una trinchera artificial, como hizo el
marqués de Cerralbo, allá por el año 1915, en Ambrona (Soria)
con resultado positivo. Él no continuó extendiendo la excava­
ción, pero lo hicieron otros medio siglo más tarde. De ese modo
se pueden encontrar fósiles en el lugar en que vivió y murió un
organismo, y puede aparecer envuelto en materiales relacionados
con su vida, con su muerte y con su tiempo.
Cuando en un corte fresco del terreno se llegan a ver, todavía
intactos, fósiles o utensilios, está recomendada, y con éxito ase­
gurado, la excavación en extensión. Ahora bien, el éxito en evi­
dencias de registros antiguos antropológicos, arqueológicos o pa-
leoecológicos depende de si estos objetos y los sedimentos que
los envuelven en el nivel estratigráfico están en el sitio por depo­
sición tranquila, o sí, por el contrario, se debe a antiguos arras­
tres, ya sean por corrientes con energía o por gravedad en anti­
guos taludes, fracturas de roquedos o corrimientos de tierras. En
estos casos, el fósil (en sentido amplio) se halla desplazado del
lugar en el que se produjo su deposición y enterramiento, desco­
nectado por tanto de sus contextos originales de vida, produc­
ción, uso y circunstancias de lugar, tiempo, autor y organismo.

18
TAREAS DE CAMPO. LABORATORIO Y MESA: TECNICAS Y DISCIPLINAS

Solo en el primer caso, cuando los restos fósiles y los de activi­


dad del individuo se conservan y se encuentran juntos en el lugar
en el que cayeron y quedaron sepultados, tendremos informa­
ción amplia y segura acerca de las personas de una época, su
vida, su vinculación al lugar y sus interacciones con el entorno.
Constituyen lo que el maestro de arqueólogos John D. Clark lla­
mó, hace cincuenta años, «sitios de ocupación», concepto que en
aquella misma ocasión el también maestro Luis Pericot aplicó a
los sitios de Torralba y Ambrona, que Cerralbo, obedeciendo a la
misma idea, llamó «estaciones» l.
Es en estos lugares donde se debe excavar con la mayor pre­
cisión, afinando en la naturaleza y en los accidentes que se en­
cuentren, y en las posibles relaciones entre ellos. Esto ha de
averiguarse a través de estudios de la dinámica en los sedimentos
y de eventuales alteraciones en los fósiles. Desde hace cincuenta
años se ha impuesto la excavación metódica e integral por cua­
drículas en estos yacimientos que prometen contener suelos anti­
guos ocupados «tal cual». Son excavaciones que llevan tiempo y
que por eso mismo cuestan dinero, pero el rendimiento que pro­
ducen en veinte, treinta o más años para el conocimiento científi­
co de nuestros antepasados remotos cuando no se escribían do­
cumentos, noticias o crónicas, llega a ser muy amplio, ilustrativo
y seguro.
Tras la prospección y la cata, o examen del corte, se acota un
espacio dentro del más amplio previsible, para la primera exca­
vación en extensión. Debe ser un cuadrilátero con un lado si­
guiendo el borde del corte natural, de cantera o de cata; y el otro
lado, en ángulo recto hacia dentro del terreno. Después se fija su
situación topográfica en un plano y se cuadricula, habitualmente
en cuadrados de un metro de lado. También se ha excavado en
cuadrícula de 3 por 3 metros y de 0,25 por 0,25 metros según el
tamaño y concentración de los fósiles y objetos que la cata o la
prospección previa hacen esperar. En el terreno se dibujan los
cuadrados con un tendido de cordeles cruzados que se clavan
en el suelo, numerándose en márgenes paralelos con cifras; ha­

19
HOMO HISPÁNICO

ciendo ángulo recto con estos, a otra fila de cuerdas se les asig­
nan las letras del alfabeto. De este modo, cada cuadrado tiene un
nombre con letra y cifra. Se prepara un poste vertical con una re­
gla numerada en metros y en centímetros, y un tubo adherido
transparente y prolongado que mediante un líquido permitirá
leer la profundidad del nivel que alcanza la excavación, aquella a
la que se encuentre cada objeto que haya de reseñarse, o sus

Uno de los suelos con registros de actividad humana, de carnívoros y otros,


en el sitio de Galería, Atapuerca, excavados por cuadrículas. (E. Aguirre,
Museo Nacional de Ciencias Naturales).

puntos límite. Se tenderá también una cuadrícula paralela en lo


alto y cuerdas tensas con plomadas para delimitar las áreas y los
volúmenes que se excaven y situar los objetos en las tres dimen­
siones.
Tras levantar el suelo vegetal de la superficie sobre el corte,
esto es, lo que ha podido ser alterado o removido recientemen­
TAREAS DE CAMPO. LABORATORIO Y MESA: TÉCNICAS Y DISCIPLINAS

te, se excava hasta llegar a un nivel perceptible y definible como


tal desde el punto de vista estratigráfico, y se dejará ver el techo
del corte limpio. Antes de iniciar la excavación, el corte natural o
artificial debe limpiarse, muestrearse, reconocer sus distintos nive­
les, numerarlos, y definir los contactos entre ellos. Desde el pun­
to de vista geológico o cronológico, la correcta numeración entre
los sucesivos lechos estratigráficos o capas va de abajo a arriba.
En los trabajos arqueológicos, es más habitual empezar la nume­
ración desde arriba, bien porque este es el orden de la excava­
ción, bien porque no se sabe cuántos niveles se van a encontrar a
lo largo y al final de la excavación. Esté atento, pues, el lector y
no le sorprenda encontrar dos numeraciones distintas y opuestas
en los trabajos publicados sobre un mismo yacimiento.
Se empieza a excavar cuadrado por cuadrado y nivel por
nivel del depósito sedimentario. El sedimento se levanta poco a
poco con utensilios pequeños, no agresivos, adaptados a la con­
sistencia del material sedimentario y evitando dañar al fósil an­
tes y después de verlo. Se pueden usar espátulas, pequeños
cuchillos o punzones, también simples escobillas o cepillos, si
el sedimento no es muy duro o no está cementado. Ha de evi­
tarse la dispersión contaminante del material —arena o polvo—
que se va extrayendo, por lo que, en la mano que no excava suele
llevarse una cuchara o un pequeño recogedor para depositar
ese sedimento en un recipiente. Todo este material sedimenta­
rio ha de lavarse, cribarse para salvar los fósiles más pequeños y
muestrearse para realizar estudios sedimentológícos. Para evi­
tar que se alteren con el contacto con el cuerpo o con otros ob­
jetos y sedimentos, se disponen tablas a pocos centímetros del
suelo que se excava. La postura no es cómoda. Louis S. B. Lea-
key decía haber pasado más horas de su vida de rodillas que
sentado. Antes de extraer o mover cualquier fósil u objeto de
cada cuadro y nivel o subnivel, deben siglarse, hacerse foto­
grafías verticales del conjunto —o de algunos detalles— , dibu­
jarse en plano con la sigla de referencia y redactarse el inven­
tario. Con la debida protección para no dañar las superficies ni

21
HOMO HISPANICO

v 4° " o

Plano de cuadrícula de la excavación de uno de los suelos de actividad en la


Galería de la Trinchera de Atapuerca. (J. C. Diez Fernández-Lomana).

favorecer fracturas, una vez siglados, se envuelven y se preparan


para el transporte. En el caso de acumulación o de unión signifi­
cativa de hallazgos, pueden extraerse ¡untos, dejando las tareas
de separación y limpieza para el laboratorio. También puede ser
útil, con la adecuada protección, hacer un molde de escayola del
conjunto de huesos amontonados, antes de separarlos, de modo
que se puedan obtener réplicas para exhibir en su día en el sitio
o en museos.
Es obvio que de este modo se tardan años en excavar yaci­
mientos fértiles en áreas pequeñas, pero es lo que exigen los va­
lores y la información que contienen y que han conservado du­
rante miles y cientos de miles de años para el Patrimonio
científico de la Humanidad. También es posible identificar sitios
de taller cuando se encuentran en las proximidades lascas dese­

22
TAREAS DE CAMPO. LABORATORIO Y MESA: TÉCNICAS Y DISCIPLINAS

chadas que pueden encajar como si se tratara de piezas de un


rompecabezas en volumen, permitiendo así recomponer el canto
o el bloque original. Aun cuando no siempre se alcance este re­
sultado, un remontaje parcial de lascas es importante para reco­
nocer un lugar de taller o uno en que se han retocado utensilios
traídos de otro lugar. También se pueden recomponer huesos ro­
tos y averiguar el factor o el autor de la fractura.

¿CÓMO SE MIDE EL TIEMPO?


C ro nó m etro s d e e d a d g e o l ó g i c a y a p r o x im a c io n e s
p o r c o r r e l a c ió n

El tiempo es una variable cósmica generada por cambios su­


cesivos de funciones, estados y desplazamientos. Los hay que no
se repiten, que no vuelven atrás, que se repiten de modo irregu­
lar o que se repiten cíclicamente y con exactitud. La evolución
cósmica global tal vez, pero la evolución biológica con seguri­
dad, implican estados sucesivos que no se repiten; y los cambios
de una especie por otra, o la aparición de nuevos géneros, fami­
lias u órdenes, han sucedido en tramos de tiempo muy dispares
en unas y otras líneas evolutivas. Tampoco son regulares las eda­
des de formación de las capas de las distintas rocas sedimentarias
en secuencias locales o globales, ni lo son las de los eventos geo-
dinámicos: unas y otros se repiten irregularmente, y la contem­
poraneidad o diacronía entre los que han sido observados en dis­
tintos lugares se determinaba por correlación en los conjuntos de
fósiles que contenían, ya que la evolución de los vivientes fue
nueva cada vez, nunca repetida. Pero la apreciación entre estra­
tos de mayor o menor lejanía en el tiempo, debida a contenidos
paleontológicos, era solo relativa.
Los cambios en el clima son cíclicos pero irregulares: depen­
den de ciclos astronómicos más regulares, pero intervienen en
ellos tantas variables que las desviaciones los acercan al caos y los
alejan de la exactitud.

23
HOMO HISPÁNICO

Para medir el tiempo geológico en unidades reales y constan­


tes, del mismo modo en que datamos los hechos de nuestra vida
y de la historia documentada en archivos por años, siglos y mile­
nios, era necesario encontrar en los fósiles y en los estratos don­
de yacen marcas de eventos repetidos con regularidad que per­
mitieran su recuento y traducción en años, milenios y millones
de años transcurridos hasta el «presente», Como «presente», para
evitar equívocos, se acordó designar el año 1950 de nuestra Era.
A mediados del siglo xx se descubrieron y estudiaron unos
fenómenos físicos de nivel atómico y subatómico que se produ­
cen y repiten en sustancias minerales con estricta regularidad y
que se pueden registrar y contabilizar con instrumentos de labo­
ratorio. Se agrupan en dos clases principales:
— Unos tienen lugar en elementos inestables que se trans­
forman en otro isótopo o elementos próximos por pérdida o
cambio de partículas o fisión nuclear.
— La otra clase incluye diversas anomalías energéticas per­
ceptibles que se producen anualmente en redes atómicas de cris­
tales naturales a partir de una alteración o situación física o quí­
mica modificada.
Entre los primeros, se usan más unos que otros en función
del ritmo de sus cambios según se trate de eras geológicas remo­
tas o más próximas, como es el caso del Pleistoceno. En esta era
el protagonista es el uranio, con sus isótopos y elementos próxi­
mos. El uranio, de número atómico 238 (U2>8), puede, por pér­
dida o emisión de partículas alfa, convertirse en U235 o en U2}4, o
bien en protactinio (el U2>5/Pa2íl), no fiable en más de 350.000
años, o en torio (U23VTh230), utilizado a menudo en espeleote-
mas (estalactitas, estalagmitas o suelos encostrados de cal) de
cuevas. También puede llegarse del uranio al plomo. Esta fami­
lia del uranio se examina para datar el inicio de su sedimenta­
ción en cenizas o en lavas volcánicas, en emisiones entre placas
tectónicas en fondos oceánicos —lo que sirvió para datar las in­
versiones del polo magnético en 1957—, en espeleotemas, y en
huesos y dientes.
TAREAS DE CAMPO, LABORATORIO Y MESA: TÉCNICAS Y DISCIPLINAS

Vista de una serie de estratos indinados y expuestos en el área de Nakali,


norte de Kenya, separados por capas delgadas de rocas más resistentes a la
erosión: estos proceden de erupciones volcánicas que pueden datarse por
técnicas radiométricas. (E. Aguirre).

Para no dañar los fósiles humanos con la toma de muestras


para esta medición, Yuji Yokoyama ideó una técnica no agresiva
que no necesita extraer una muestra. Consiste en medir la de­
gradación de uranio por la emisión de partículas gamma regis­
trada con cuatro receptores que se disponen en torno al fósil
expuesto sobre un tablero o una m esa2. Un primer trabajo de
aplicación de este procedimiento para datar fósiles humanos fue
la tesis doctoral de Christophe FalguéresJ: uno de esos fósiles
fue la mandíbula AT-75 de la Sima de los Huesos, en Cueva
Mayor (Sierra de Atapuerca, Burgos).
También con vulcanitas se emplea la desintegración de pota­
sio en argón (K40/A 39), que se afína con el cotejo entre argón de
origen atmosférico y argón de origen volcánico: es fiable entre
hace 10.000 años y no más de 400.000. Con fiabilidad muy corta
en el tiempo —solo hasta hace 35.000 años— , pero con gran
HOMO HISPÁNICO

facilidad operativa, se mide la proporción del carbono 14 atmos­


férico que se degrada desde el momento de la muerte en los hue­
sos y en otras materias orgánicas. No es utilizable para más allá
de 40.000 o 45.000 años, pero su calibración en miles de años se
ha contrastado con recuentos directos de dendrocronología. Esta
disciplina ha permitido contar los años a lo largo de más de 10
milenios por las circunferencias de crecimiento anual que se ven
en los cortes de los troncos de las araucarias y de otras especies
longevas de árboles fósiles o subfósíles. Las series de cambios de
esos dibujos se identifican en árboles que se han relevado en
largos periodos.
La precisión de Ja espectrometría de radiaciones se ha mejora­
do con los espectrómetros de masa por ionización térmica (TIMS),
fiable hasta hace 500.000 años, y la espectrometría de masa con
acelerador AMS. Disminuye la cantidad necesaria de muestra
para el análisis y se reducen los márgenes de error.
Entre las medidas de radiación por anomalías acumuladas en
redes atómicas de cristales, una de las primeras y de las más usa­
das fue la termoluminiscencia (TL), que mide por fotómetros
muy sensibles la emisión de luz por un sólido no conductor al ser
recalentado. Se aplica en rocas volcánicas, cerámicas, espeleote-
mas, y puede tener un amplio margen de error. En la variante
óptica (OSL), se mide el reflejo de luz con lámparas halógenas, y
en IRSL, con diodos emisores de rayos infrarrojos. En buenas
condiciones, el margen de error puede ser de + /- 5% a 10%: los
procesos de deposición y las acciones hídricas pueden modificar
el dato básico. Más usada es la medida de resonancia paramag-
nética de electrones (ESR) por la acumulación de electrones no
apareados en átomos de la familia del uranio. Se aplica en pie­
dras, sobre todo de cuarzo, en huesos y en esmaltes dentarios de
mamíferos.
Está claro que todos estos métodos están sujetos a errores o
alteraciones, bien en los aparatos de recuento, bien por contami­
naciones o metamorfismos episedimentarios, por lo que es im­
propio el nombre de «datación absoluta» que con frecuencia se

26
TAREAS DE CAMPO, LABORATORIO Y MESA TÉCNICAS Y DISCIPLINAS

les da a estos resultados cronométricos. Es más correcto llamar­


los «dataciones numéricas», pues se basan en recuentos y todos
tienen márgenes de error más o menos amplios.
Hace unos veinte años estaba claro que las diferencias entre
datos de muestras de un mismo estrato o un mismo fósil, anali­
zadas en distintos laboratorios con la misma técnica cronométrica,
eran menores que las diferencias entre los resultados obtenidos
en un mismo laboratorio y por el mismo investigador usando
técnicas distintas. En los yacimientos de Atapuerca se reunieron
científicos de varios centros y países y discutieron los resultados,
a la vez que se estudiaban ya las posibles causas de alteración por
las distintas procedencias del uranio en los objetos analizados.
Hoy es normal que se obtengan y se publiquen juntos los resulta­
dos de los análisis de la familia del uranio (U-s) y de ESR, distin­
guiendo si se trata de uranio de incorporación precoz (EU), o
uranio de incorporación lineal (L U )4. La cifra de EU suele ser
menor que la de LU si domina el flujo de radiación interna, y
ambas se aproximan si influye más la matriz. Puede ofrecer difi­
cultades en los dientes, por lo que se ha recomendado su uso en
los de mayor tamaño y sacar hasta una docena de muestras por
caso. La cobertura de tiempo geológico es aquí amplia, de varios
miles a varios millones de años.
Otra disciplina que hoy se aplica en el estudio estratigráfico
de cada yacimiento paleontológico y en geoarqueología es el pa-
leomagnetismo. Las condiciones magnéticas de nuestro planeta
Tierra tienen diversos y variables aspectos que pueden ser estu­
diados. El polo magnético, el que atrae las puntas de las agujas
de las brújulas y de otros fragmentos de minerales férreos en los
sedimentos antes de consolidarse éstos, ha cambiado de situa­
ción, oscilando en las edades geológicas y, sobre todo, colocán­
dose en el Norte, como ahora, o en el extremo Sur del eje terres­
tre. Se han estudiado y distinguido estos cambios, se les han
puesto fecha y nombre, tanto a los que caracterizan un tiempo o
una edad magnética de larga duración como a los que solo son
breves paréntesis en dichas edades. Como sus datos son globales
HOMO HISPANICO

y muy firmes, constituyen un buen referente auxiliar en la crono­


logía de los yacimientos y niveles estra tígráficos. Pero como su
registro cronológico no es unívoco, pues solo son repeticiones de
positivo o negativo, norte o sur, blanco o negro, puede uno equi­
vocarse, ya que no se sabe si se está en un escalón o en otro. Por
eso la magneto-estratigrafía no es cronométrica si no se identifica
el cambio o la zona magnética registrada, a lo que ayudan los
conjuntos de fósiles acompañantes correlacionados con otros.
Con estas dos evidencias de distinto orden se obtienen aproxi­
maciones cronológicas con márgenes de cierta amplitud5.
La Escala Isotópica del Océano (OIS) resulta de datar anti­
guas oscilaciones del clima según cambios en isótopos del oxígeno
registrados en numerosos sondeos submarinos. También se son­
dean hielos de los casquetes polares.

¿ C uánto s a b ía n n u e s t r o s a n t e p a s a d o s ?

El estudio arqueológico de los objetos modificados o de los


utensilios fabricados por los humanos primitivos es esencial y
definitivo para conocer el desarrollo mental de aquellos. De posse
ad factum non valet illatio («del poder no vale concluir el he­
cho»): del estudio anatómico de los fósiles y su capacidad cerebral
no pueden concluirse sus ejercicios de invención y comunica­
ción. Los hechos sí revelan y atestiguan indiscutiblemente las
facultades: en nuestro caso, las obras manuales, los «artefactos»
de nuestros remotos antepasados.
El arqueólogo de Burdeos Fran^ois Bordes fue el primero,
en la década de 1950, en romper piedras golpeándolas con otras
piedras —más tarde también con huesos, cuernas y palos— para
construir y retocar utensilios manejables a imitación de los que
iba encontrando en los yacimientos paleolíticos. Pronto le siguie­
ron algunos colegas de Estados Unidos y de España. Renacía así
la Arqueología, antes descriptiva, taxonómica y afdiada a la his­
toria, ahora como ciencia experimental. Ya se podía saber —no

28
TAREAS DE CAMPO. LABORATORIO Y MESA: TÉCNICAS Y DISCIPLINAS

Recomposición de un canto con dos grandes lascas (Bases Positivas, BP) y el


resto (Base Negativa, BN) recuperados en la excavación de un suelo, que
permite deducir actividad de talla. (Belén Márquez).

por deducción incierta o lecturas de indicios más o menos subje­


tivas, sino con la certeza de la realidad experimentada— cuáles
eran las bases, las trayectorias tecnológicas y las operaciones la­
borales que practicaban los antepasados paleolíticos.
No tardó otro francés, Georges Laplace (1972)6, en anali­
zar y formular epistemológicamente esta práctica como método,
creando así la estructura básica de una nueva tipología dinámica
para clasificar los instrumentos prehistóricos. Con ello surge una
renovada arqueología, que pretende descubrir y describir tanto
las secuencias básicas intencionales y operativas que dan lugar

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Cuadros («Matrices morfogenéticas») que resumen los modos y series de


operaciones de talla identificados por el método experimental (SLA) en uten­
silios líticos de dos suelos de actividad humana, en la Galería de Atapuerca.—
T O T: Temas Operativos Técnicos; U O T: Unidades Operativas Técnicas.
(E. Carbonell, B. Márquez, Marina Mosquera y otros, en E. Carbonell y otros
[eds.]. Arqueología en Castilla y León. Memorias, 7,1999, págs. 299-352).
TAREAS DE CAMPO, LABORATORIO Y MESA: TÉCNICAS Y DISOPLINAS

a las formas y las funciones de los utensilios paleolíticos como la


diversidad que los humanos de los tiempos más primitivos inven­
taron y extendieron en las sucesivas fases de confección y uso de
aquellos instrumentos. Comienza así el llamado Sistema Lógico
Analítico (SLA), que no tardaron en entender y desarrollar unos
pocos jóvenes arqueólogos de Francia, Reino Unido y España
en la década siguiente. Entre estos cabe destacar a Eudald Car­
bonell y a la escuela creada por é l7. En pocos años sistematiza­
ron las cuestiones operativas, clasificaron las cadenas de produc­
ción con los movimientos manuales del soporte, las direcciones
secuenciales de los golpes, las distintas percusiones para conse­
guir un acabado de los extremos activos y para empuñar o en­
mangar el otro extremo o talón, las preconfiguraciones en el so­
porte de filos y talones o en los bordes opuestos. Todo esto bien
ilustrado con gráficos y con análisis estadísticos.
Se añadieron también las comprobaciones experimentales
del uso o aplicación concreta de los utensilios. El mismo equipo
logró cortar madera y piel, desollar o descarnar con artefactos
copiados de los extraídos en los yacimientos y en las propias ma­
terias primas identificadas en cada uno — cuarcitas de la terraza
próxima, sílex de afloramiento cretácico, sílex de nodulos epige-
néticos en calizas neógenas— , se examinaron al microscopio y se
contrastaron las alteraciones en el grano o la fibra de los filos y
las puntas de unos y otros utensilios, los del yacimiento excavado
y los tallados por el investigador8.
Con los restos óseos de los yacimientos se realiza una investi­
gación policíaca que hoy comparten arqueólogos y paleontólogos
en la disciplina que actualmente llamamos Zooarqueología, que
viene a ser un capítulo especial de la moderna Tafonomía aplicada
en los yacimientos prehistóricos. En los restos fósiles de esquele­
tos animales se examina lo que pueda ser un indicio concluyente
de una acción humana concreta, descartando las que puedan ser
evidencias de la acción de otros agentes naturales, si bien también
es necesario identificar este tipo de acciones para reconstruir el
cuadro ecológico representado en cada nivel del yacimiento.

31
HOMO HISPÁNÍCO

Ante todo, es preciso llegar lo más lejos posible en la identifi­


cación taxonómica del animal del que fue parte el resto fósil: la
especie o, si esto no es posible, el género o la familia zoológica, y
la parte del esqueleto. Por la distribución en la superficie exca­
vada, por el amontonamiento o las agrupaciones de las partes
esqueléticas, se distingue bien un comedero de hienas, de leones
o de otros carnívoros, de una trampa natural o de un campamen­
to humano, de un sitio de despiece o de uno de procesamiento y
comida. Estas circunstancias se averiguan por las especies más
representadas, por las partes del esqueleto que abundan o que
faltan, por las que no tienen carne o las carnosas. Las edades o
etapas del crecimiento, e incluso la estación del año, se determi­
nan en los animales por la maduración del esqueleto, por la
erupción y desgaste de los dientes y, en ciertos herbívoros, por el
desarrollo y Ja muda de las cornamentas.
En los huesos fósiles, además, hay que examinar las pautas
de fractura y las de daño exterior. Entre estas últimas se distin­
guen las producidas por alteración química posdeposicional o por
intemperie; por erosión eólica o por arrastre; por manipulación o
por golpeteo, ya sea eventual o reiterado. Más penetrantes e in­
confundibles son las huellas vermiformes que dejan en un hueso
enterrado ciertos factores edáficos, como raíces o invertebrados
humícolas. También se distinguen bien las marcas de colmillos
de los carnívoros, de los dientes de cocodrilo, de hiena, o el mor­
disqueo de las crías; las marcas de fracturas producidas mediante
una flexión forzada o por un golpe dirigido contra un bloque pé­
treo, y las estrías rectilíneas y finas, a menudo repetidas, produ­
cidas por un filo artificial de sílex u otra piedra. En esta última
hipótesis, también se acude a la observación microscópica de las
trazas cotejadas con otras producidas experimentalmente9.
En suelos de relleno de cavidades sucesivas, con estas prácti­
cas se reconoce bien dónde y cuándo la presencia humana no
pasó del exterior de la cueva o la sima; si en el interior la presen­
cia fue fugaz o si alternó con otros carnívoros; si llegó a despla­
zarlos o si se hizo más duradera. Asimismo estas preguntas se

32
TAREAS DE CAMPO, LABORATORIO Y MESA: TÉCNICAS Y DISCIPLINAS

han podido responder ante yacimientos de superficie con am­


plias áreas excavadas y con una serie más o menos larga de regis­
tros en el tiempo, como es el caso de Ambrona y Torralba, de los
que trataremos más adelante.
Los entornos faunísticos están desigualmente representados
en unos y otros yacimientos o en los distintos niveles y tiempos de
un mismo sitio. Una cosa es el registro de posibles presas de car­
nívoros o de humanos, incluso pequeñas presas de alimañas o de
aves rapaces, otra distinta es el registro de restos de animales ca­
vernícolas, y otra, el de partes esqueléticas introducidas desde el
exterior por coladas de barro u otros agentes geodinámicos10.
La vegetación más cercana o más alejada del sitio se conoce
poco por los restos de madera, hojas o frutos o semillas, y más por
los granos de polen o esporas que se conservan en los sedimen­
tos finos y no oxidados, gracias a la singular estabilidad de la cu­
bierta quitínosa —resistente a los ácidos y álcalis— que envuelve
a estas células reproductoras como a las bacterias. Esto permite
que sean examinadas al microscopio, dando lugar a una copiosa
bibliografía de la disciplina que trata de ellos, la Palinología 11.
Por supuesto, los vestigios del fuego provocado y mantenido, los
lentejones de cenizas o los restos de hogares, las piedras y los hue­
sos quemados, son reconocibles y estudiados en los yacimientos.
El examen de todo un conjunto de variables así observadas,
las proporciones entre los utensilios y los restos de talla de hue­
sos con trazas de acción antrópica o restos de comida de carnívo­
ros; los amontonamientos o las dispersiones en sitios y suelos «de
ocupación», han llevado a clasificarlos según su frecuentación y
uso por los humanos. Anne Marie M oigne12 distinguía los si­
guientes tipos:
a) Sitios al aire libre, próximos a fuentes, confluencias, va­
dos, meandros, lagunas, visitados quizá estacionalmente por gran­
des mamíferos, con un acceso humano inmediato a las carcasas y
con utensilios de materias primas de canteras incluso distantes.
b) «Altos de caza» —y esta, selectiva— , de corta duración
y próximos a alguna trampa natural, con huesos y lascas enterra­

33
HOMO HISPÁNICO

dos pronto, bien conservados y poco alteradas las superficies,


donde los humanos vendrían de largas distancias.
c) «Hábitat de balcón», en situación ventajosa, normalmen­
te en cuevas, para avistar manadas en movimiento, que se en­
cuentra repetidamente en la región mediterránea con gentes del
Paleolítico Inferior y Medio.
d) «Ocupaciones estacionales» —en grutas o al aire libre—,
de cazadores que permanecen en el lugar un tiempo limitado,
durante los meses en que acuden en manadas una o dos especies
de grandes herbívoros; en dichas grutas los humanos dejan res­
tos de talla en todas las fases.
e) «Hábitat duradero», con representación diversa de fau­
na, de la cadena operativa instrumental, y materias primas hasta
de cincuenta kilómetros.
Carbonell y Rosell13 llaman a los hábitat duraderos «centros
de intervención» y los clasifican en los siguientes grupos:
a) «Referenciales» (CIR), campamentos de ocupación más
o menos larga, con acumulación notable aunque diversa, cade­
nas operativas instrumentales completas o de retoque sobre ma­
terias primas exóticas y próximas, indicios de procesamiento de
presas — aunque pueden faltar partes desechadas— , y señales
de intervención de carroñeros y/o de roedores en los intervalos.
b) «Complementarios» (CIC), de estancias breves, a menu­
do repetidas, con abastecimiento de materias primas líticas o de
alimentos, como cazaderos, captación de reses atacadas por car­
nívoros o entrampadas, y restos parciales de actividad en uno y
otro caso.
c) «Oportunistas o marginales» (CIOM), para distinguir
los de duración muy breve y actividad muy particular, donde
tanto los restos óseos como los líticos, y las señales de actividad
en ellos, son escasos y definidos.
d) «Especializados singulares» (CIES), donde se encuen­
tran remanentes que evidencian actividades e intenciones no
de subsistencia o económicas, sino percepciones o expresio­
nes de contenido social o simbólico, algo que ocurre sobre todo

34
TAREAS DE CAMPO, LABORATORIO Y MESA: TÉCNICAS Y DISCIPLINAS

en el Paleolítico Superior y en los espacios más recónditos de las


cuevas.

E s t u d io s de A n t r o p o l o g ía b io l ó g i c a e n f ó s i l e s

Se llama Paleantropología a la disciplina, parte de antropo­


logía y parte de paleontología, que se dedica al estudio de fósi­
les del grupo o familia humanos. El primer trabajo responsable es,
sin duda, la identificación de un hueso o fragmento fósil como
humano no solo por la parte del esqueleto a la que corresponde,
sino también a qué lado del cuerpo pertenece si se trata de hue­
sos pares. Esta identificación exige una descripción detallada
de todos los rasgos morfológicos observables y la toma de todas
las medidas significativas. En concreto, han de observarse aquellos
rasgos o variables que, al cambiar en fases determinadas del cre­
cimiento, permiten conocer la edad que tenía el individuo en el
tiempo de su muerte, tales como la soldadura o no de las suturas
de los huesos del cráneo y de las epífisis de los poscraneales, o la
erupción, las mudas y los desgastes de los dientes. También de­
ben señalarse los rasgos que difieren según el sexo y que permi­
ten su diagnóstico. Recordemos que, de cuanto estudia la medi­
cina en las llamadas «ciencias morfológicas» del cuerpo humano,
en el caso de nuestros remotos antepasados carecemos de obser­
vación de rasgos corporales externos y de todo órgano o tejido
interno que no sea duro y mineral —como los huesos y los dien­
tes—, y no olvidemos que ciertos accidentes en la superficie y en
las formas de los huesos permiten deducir con certeza, o con alta
probabilidad, el desarrollo de masas musculares definidas e in­
cluso de ciertas glándulas. En esto se basan las reconstrucciones
morfológicas de los antepasados que ilustran este libro, obras de
Mauricio Antón, que no son gratuitas, sino científicast4.
Lo mismo ocurre con la patología. La Paleopatología observa
y describe alteraciones anómalas en vivo, o sea, antes de la muer­
te, en la morfología de los huesos y los dientes. Se sirve también

35
HOMO HISPÁNICO

del estudio comparado con casos actuales, que se utilizan para


el diagnóstico y la etiología del caso observado en el fósil: si se
puede inferir el tipo de enfermedad o accidente que causó la
anomalía observada en el hueso; si siguió una mejoría, o si pudo
ser causa de la muerte. En estos estudios se aplican técnicas mi­
croscópicas, incluso Ja uitramicroscopía confocal con láser para
tejidos duros y en relieve15.
En los yacimientos con un número considerable de fósiles
humanos en un mismo nivel, se estudia cuál pudo ser el número
mínimo de distintos individuos representados (NMI), atendien­
do al número de fósiles correspondientes al mismo hueso y del
mismo lado que se repiten o que, por diferencia de sexo o edad,
no forman pareja con otro del lado opuesto; o bien por los dien­
tes que han de excluirse de las dentaduras representadas por
otros dientes. Además del sexo, ciertos rasgos y medidas de hue­
sos poscraneales permiten también, mediante su comparación
con los de etnias actuales, deducir con cierto margen de error la
talla, el volumen y el peso corporal de los individuos representa­
dos por los fósiles que se tienen delante16,
Tras estas observaciones viene el estudio comparativo con
fósiles humanos de otras regiones, próximas o remotas en el es­
pacio y en el tiempo, para buscar probables parentescos o diferen­
cias raciales y posibles relaciones de ascendencia y descendencia
con otros grupos representados por fósiles humanos más moder­
nos o más antiguos. Esta investigación no solo exige el examen y
la evaluación de variantes definidas de una parte o de un rasgo
morfológico de cada hueso, sino también tomar medidas concre­
tas y cotejar sus variaciones con un análisis estadístico. Una gran
ayuda para la evaluación de hipotéticas relaciones de parentesco
y descendencia en linajes evolutivos se encuentra a menudo, y
casi siempre en trabajos recientes, en los análisis multivariantes n.
Otro instrumento valioso de la bioestadística se halla en la bús­
queda de proximidades y lejanías morfológicas, de las que se in­
fieren agrupaciones y distancias entre poblaciones fósiles con
sentido de dimensión temporal; así es como el análisis llamado

36
TAREAS DE CAMPO. LABORATORIO Y MESA: TÉCNICAS Y DISCIPLINAS

«cladístico» pretende establecer las sucesivas ramificaciones,


desde las originarias a las más recientes, en una imagen de árbol
que recuerda y sustituye a los antiguos árboles filogenéticos ba­
sados solo en observaciones anatómicas.
Varios paleantropólogos han advertido la necesidad de evitar
influencias subjetivas e inconscientes en estos estudios. No es
imposible que algo así ocurra en la creación de nombres latinos
—propios de especies linneanas— para fósiles humanos, magni­
ficando quizá diferencias que podrían ser intraespecíficas y no
interespecíficas. Por algo será que los autores indonesios tienden
a distinguir varias especies de pitecántropos en Java y no tantas
en Europa, mientras que los autores europeos distinguen en
nuestro contienente al menos tres o cuatro especies, metiendo
en la de Homo erectus no solo a los de Java, sino incluso a los del
Pleistoceno Medio de China. Es más prudente, sólido y científi­
co estudiar y comparar los fósiles humanos repartidos en grupos
que se pueden relacionar por proximidad geográfica y cronológi­
ca, sin prejuzgar antes de conocer mediante estudios comparati­
vos si pertenecen a especies, razas o a subespecies. Esto es lo que
hace F. C. Howell agrupando los fósiles humanos en los colecti­
vos que llama «demos» o «paleo-demos»18.
Más que contrastar con los modelos o con los hipotéticos es­
cenarios de evolución entre humanos conocidos por sus fósiles, la
moderna genética paleontológica busca identificar parentescos
y distinguir «especies» entre los fósiles humanos —o, al menos,
razas— , y los datos de aparición y extinción de dichas especies
mediante la presencia o la ausencia de determinados componen­
tes variantes en las cadenas de determinados cromosomas. Di­
chos cromosomas se encuentran en los fósiles, pero no en todos:
solo en aquellos que han conservado tiras de ADN que no están
alteradas por la fosilización, lo que puede ocurrir en espacios po­
rosos y con tejidos blandos o elásticos19.
En el examen y en la relación de rasgos que se describen y
comparan en un fósil o en una población de fósiles, se clasifican
como «plesiomorfos» los que se conocen ya en otras poblaciones

37
HOMO HISPÁNICO

más antiguas o predecesoras, y como «apomorfos» los que apa­


recen como nuevos en el grupo estudiado o en su posible estirpe.
Pueden ocurrir «homoplasias»: rasgos idénticos o muy semejantes
que, sin embargo, no son el mismo ni proceden de una herencia
común, sino que pueden presentarse y ser originados indepen­
dientemente en estirpes separadas, tanto por convergencia adap-
tativa —como los miembros en forma de aletas, e incluso aletas
caudales en mamíferos acuáticos, como las de los peces; o dien­
tes con esmalte grueso o fino según el alimento preferido entre
géneros y especies de primates— , como por cierto paralelismo
evolutivo de un conjunto de rasgos entre estirpes próximas, o
bien meramente por azar. Es difícil en algunos casos, pero en los
estudios comparativos entre fósiles es necesario excluir estas
posibilidades antes de afirmar o negar la comunidad específica
de dos poblaciones de fósiles en el momento de ser clasificadas.
Queda recordar que los restos fósiles de seres humanos me­
recen la consideración de bienes patrimoniales de valor singular,
no solo en el patrimonio del lugar y la nación en que se hallaron,
sino de la Humanidad. Por eso se custodian con todo esmero y
con la máxima seguridad, se identifican con una catalogación ri­
gurosa, y se registra un control de las visitas y estudios de que
son objeto. Lo que se suele exponer al público en salas y vitrinas
de museos son réplicas de estos fósiles.

O tras d isc ip l in a s a l l a d o d e l a P a l e a n t r o p o l o g ía

Hemos hablado de la Arqueología y de varias áreas de esta


disciplina que ilustran aspectos de las capacidades cognitivas,
operativas y de previsión —y sus progresos en nuestros antepasa­
dos— y de la Paleopatología, que busca en las alteraciones de los
huesos las huellas tanto de ciertas enfermedades como de reveses
en los procesos de adaptación y evolución que les afectaron.
También nos hemos referido a algunos aspectos de la muy
extensa Paleoecología —diferentes usos del territorio, además de

38
TAREAS DE CAMPO. LABORATORIO Y MESA: TÉCNICAS Y DISCIPLINAS

las distintas actividades y permanencias en los yacimientos— ,


pero solo de paso hemos mencionado la Tafonomía. Es una dis­
ciplina moderna de la paleontología que estudia no tanto los as­
pectos morfológicos y biométricos manifiestos en los fósiles
para identificarlos desde el punto de vista de la taxonomía, o
clasificación de los organismos vivientes hoy y en el pasado y de
sus parentescos evolutivos, sino las evidencias o señales circuns­
tanciales que, desde la muerte del organismo del que formaba
parte, afectaron a la o las piezas que nos han llegado: si fueron
enterradas por causas naturales o culturales, si se rompieron,
movieron o arrastraron por agentes biológicos o procesos geodi-
námicos, y qué condiciones climáticas soportaron hasta quedar
enterradas e incorporadas al sedimento y petrificadas por diagé-
nesis.
Se trata de analizar los ambientes en que vivieron los antepa­
sados y de algunos aspectos de su modo de vida, que no se in­
ventan como en una novela, sino que se averiguan como una his­
toria, leyendo las alteraciones causadas con las muerte y las
post-mortales observables en los fósiles, y aprendiendo de los
contextos que los rodean; es decir, de otros fósiles y de los mate­
riales sedimentarios. Mucho de esto pueden enseñar aún los pe­
queños fragmentos. Los estudios de la fauna fósil acompañante
pueden ofrecernos datos acerca de su alimentación, sus competi­
dores o las condiciones climáticas de su ambiente20.
Y en cuanto a la dependencia de los conjuntos paleofaunísticos
registrados, sus parecidos y sus diferencias respecto a las condicio­
nes topográficas de su tiempo y, en particular, a la altitud, el relie­
ve y las aguas, valga como ejemplo las observaciones realizadas en
la paleofauna de Konso, en una cuenca limitada en el sur de Etio­
pía, durante el Pleistoceno Inferior, que se parece mucho más a la
de Olduvai Mb II, localizada a mucha distancia, en Tanzania, que
a la del Turkana, más próxima, cerca de la frontera entre Kenya
y Etiopía. Esta aparente anomalía se explica por las característi­
cas geográficas, sobre todo el relieve y la altitud, más parecidos
en los dos primeros lugares y diferentes en la ribera del Turkana.

39
HOMO HISPÁNICO

El sedimento que subyace y el que envuelve a los fósiles, con


su sigla, deben lavarse y cribarse por si aparecen fósiles peque­
ños, y para poder analizar sus componentes minerales, pues no
es suficiente identificarlos y conocer su procedencia. Otra disci­
plina de la Sedimentología es la Sedimentogenética: por el tamaño
y la forma de los cantos y granos, por su contorno, sus alteracio­
nes diagenéticas y superficiales, y por sus colores, se llega a saber
mucho de las condiciones atmosféricas y los efectos de las aguas
de lluvia y corrientes en las sucesivas épocas historiadas por cada
nivel sedimentario.
PARTE II

PRIMER MILLÓN DE AÑOS


DE PROGRESO HUMANO
2
E l P le is to c e n o I n fe r io r , h a c e e n tr e
1,8 m i l lo n e s d e a ñ o s y 780.000 a ñ o s

G e o d in á m ic a y c a m b io s c l im á t ic o s g l o b a l e s d e l
P l e i s t o c e n o I n f e r io r

L o s restos fósiles de nuestros antepasados empiezan a ser nu­


merosos en el periodo último de la Historia de la Tierra, el Cua­
ternario. Dentro de este periodo, la subdivisión o «sistema»
Pleistoceno comprende desde hace poco menos de 1,8 millones
de años hasta hace aproximadamente 10.000 años. En la Escala
Estratigráfica Global, ese es el periodo que abarca este estudio, y
se divide en tres partes:
— Pleistoceno Inferior, entre hace 1,77 millones de años y
780.000 años
— Pleistoceno Medio, entre hace 780.000 y 134.000 años
— Pleistoceno Superior, entre hace 134.000 y 10.000 añosl.
Después, en el Holoceno, se desarrollan el pastoreo, la agri­
cultura, las ciudades y las tecnologías metálicas, pero los huesos
enterrados no han tenido tiempo de fosilízar.
Hablemos ahora de lo que sabemos que ocurrió en el Pleisto­
ceno Inferior, que vino a durar un millón de años (1,77 millones
de años-780.000 años). De los cambios geodinámicos en la cor­
teza de nuestro planeta y de sus paisajes; veremos cuáles fueron

43
HOMO HISPÁNICO

y cómo se sucedieron los regímenes de erosión y los depósitos


de sedimentos en las laderas, los cursos de ríos y los lagos; cuá­
les fueron las nuevas rocas surgidas por las erupciones volcá­
nicas, y las alteraciones del relieve por plegamientos, por ele­
vación de los fondos marinos, por elevaciones en bloque de la
corteza continental o por fracturas y fallas con fuerzas de com­
presión o de distensión, que estudia la Tectónica. Veremos tam­
bién cómo a lo largo de ese periodo cambió con altibajos el ni­
vel de los océanos y, por consiguiente, las líneas de costa, y los
istmos y estrechos que acercan o separan los continentes. Vere­
mos cómo cambió el clima global y los climas regionales en
cuanto a temperaturas y sus fluctuaciones, y el régimen de llu­
vias en cantidades anuales, así como su distribución. Y entra­
remos en los cambios que provocan los fenómenos que tienen
Jugar en las cuevas: corrientes, rellenos, vaciados, cristalización,
derrumbes, etc,
A continuación expondremos cómo se datan esos cambios y
se distinguen fases o divisiones estratigráficas, y cómo conoce­
mos las transformaciones producidas en las floras y las faunas.
También veremos de dónde y desde cuándo se conocen los fó­
siles humanos, así como los productos de su actividad; cómo
progresó la especie humana, inicialmente en Africa, y cómo se
expandió en otros continentes.
Después de las fuertes subidas de temperatura que tuvieron
lugar entre hace 5,3 y alrededor de 3 millones de años —edad
que llaman los estratígrafos Plioceno Inferior— y tras el comien­
zo de la actual «Edad de Hielo» —hace poco más de 2,5 millo­
nes de años— , que produjo un tremendo enfriamiento global, se
impuso un tiempo más benigno, no demasiado cálido, con fluc­
tuaciones de temperatura hasta hace 2 millones de años. Pasado
este momento, y antes de que transcurrieran cien milenios y se
cumplieran los 1,9 millones de años, retomaron los descensos
del nivel de los océanos y el frío global. Se registra entonces una
gran actividad volcánica en varios continentes, así como diversos
indicios de actividad tectónica compresiva y elevación de la cor­

44
E L PLEISTOCENO INFERIOR. HACE ENTRE 1,8 MILLONES DE AÑOS Y 780.000 AÑOS

teza continental en distintas regiones2. Tal es el caso de la Pe­


nínsula Ibérica. Con la elevación general de la corteza, se colma -
taron extensas cuencas lacustres interiores, cuyas superficies
quedaron más o menos elevadas. Esto es lo que sucedió en los
altiplanos de Asia y América, o en nuestras «mesetas». La dese­
cación provocó que estas superficies se cerraran con extensas
tablas de caliza o, localmente, con sal o yesos.
Las elevadas alturas que alcanzaron importantes cordilleras,
con estratos plegados de las rocas más antiguas, y el descenso re­
lativo y absoluto del nivel de los océanos y mares interiores, pro­
vocaron el aumento de los desniveles en el relieve de la superfi­
cie terrestre. Las fuertes lluvias estacionales o esporádicas
empezaron a allanar aquellas alturas y a rodearlas de rampas de
canturrales; son las que Eduardo Hernández-Pacheco llamó «ra­
ñas», localizadas en los márgenes de las mesetas ibéricas
Los descensos del mar aumentaban la desigualdad de las al­
turas y la fuerza de la gravedad en las corrientes intermitentes de
agua. De esta manera fue posible que en las zonas montañosas y
los terrenos muy antiguos y duros se produjera una erosión as­
cendente. Los grandes ríos se llevaron al mar las aguas de cuen­
cas lacustres interiores y las que bajaban de las montañas con los
detritos que dichas aguas arrastraban. Cruzaron varias alturas y
cavaron hondas gargantas, como sucedió en el centro-norte de
España —las Arribes del Duero— y más al sur —los tajos del río
al que se dio este nombre, Tajo— . Aunque con mayores dimen­
siones, lo mismo ocurrió en la cuenca del río Danubio. Gran
parte de las cuencas actuales de los ríos principales de Europa y
de otros continentes se originaron de modo parecido en esta
época, hace alrededor de 2 millones de años.
Las fluctuaciones del clima y del nivel relativo del mar en el
periodo que aquí estudiamos —el Pleistoceno— han dado lugar a
los relieves típicos de las «terrazas», que hoy tratan de aprove­
char o adaptar los ingenieros y arquitectos constructores de vías
y poblados. En las épocas tranquilas, las corrientes pierden fuer­
za por el allanamiento de las pendientes, y los cantos que arras­

45
HOMO HISPÁNICO

tran quedan extendidos, después las gravas, las gravillas, las are­
nas y los limos. Cuando siguen épocas de refuerzo de las corrien­
tes, con descenso del nivel de base, épocas en las que los ríos van
bajando las cotas de su fondo, excavan los depósitos preceden­
tes, que quedan colgando, escalonados, como terrazas.
Hace alrededor de 2 millones de años, en la mayor parte
de las regiones de Europa predominan la erosión, los depósitos de
materiales gruesos o la ausencia de depósitos sedimentarios. Es
lo que en estratigrafía se llaman «hiatos» o discordancias, que
traen consigo la ausencia de fósiles. Pudo influir en ello un acre­
cimiento o elevación de la corteza continental. En varias regiones
de Europa y de otros continentes se registran movimientos tectó­
nicos compresivos hace 1,8 millones de años. Solo en algunos
puntos, como en las depresiones entre montañas y en las fosas
tectónicas o «rifts», una deposición tranquila de limos finos o ar­
cillas favorece la conservación de registros fósiles.
En la Escala Isotópica del Océano (OIS) se aprecia una ten­
dencia progresiva general al enfriamiento hasta hace cerca de
1,5 millones de años. La aridez se recrudeció en el este de Africa,
sobre todo tras la corta mejoría de hace 2 millones de años, y la
vegetación se tomó más pobre y abierta. En plataformas marinas
próximas a las costas se depositaron arenas desérticas. Estas ten­
dencias deterioraron el ambiente y la vegetación en muchas otras
regiones del globo, y ello produjo crisis en las faunas terrestres
de África, el centro-oeste de Asia, India, China y, dentro del con­
tinente americano, más en Norteamérica que en Sudamérica1’.
Pero una de las transformaciones geodinámicas menciona­
das constituyó un factor decisivo en el cambio faunístico: el des­
censo del nivel del mar convirtió los estrechos oceánicos entre
continentes en pasarelas. Así se registran desplazamientos e in­
tercambios faunísticos notables, hace cerca de 1,9 millones de
años, a través de Behring y Suez y, poco después, por Panamá y
La Sonda5.
Hace aproximadamente 1,8 millones de años se registran en
diversas regiones del mundo importantes procesos de cambio

46
Gran Dolina (Atapuerca)

Le Vallonet

Cueva Victoria
Fuente Nueva 3, Barranco León 5

Dmanisi

Una de las curvas de oscilaciones térmicas globales obtenidas por isótopos me­
diante sondeos en fondos oceánicos. (J. Agustí y D. Lordkipanidze, «Del Turka­
na al Cáucaso», NationalGeographic, Adventure Press, RBA Libros, S. A., 2005).
HOMO HISPÁNICO

geodinámico y ambiental que, según los casos, se intensifican


hace 1,7 millones de años o se prolongan hasta hace 1,5. Los ni­
veles del mar son todavía bajos — en general, durante la primera
etapa de este intervalo de tiempo— y vuelven a comunicarse por
tierra Jas Américas, en Panamá; el Mar de la Sonda, antes some­
ro, permite ahora la unión de la isla de Java con la Península Ma­
laya. La actividad tectónica compresiva al comienzo del periodo
señalado es máxima, y luego remite, en mayor o menor medida,
en Jos Himalayas, los Andes, en Indonesia, en el este y oeste de
Europa; también surgen volcanes notablemente activos en los
cinturones de África oriental, Asia, Indonesia y en Europa. Tierra
adentro, los desequilibrios de la corteza continental afectan al re­
lieve interior y al régimen hidrológico. Se cierran y desaguan
cuencas lacustres de hace más de 1,8 millones de años, quedan­
do sin embargo lagos a lo largo del Rift de Africa oriental, en 01-
duvai, era más ancho el Turkana, y otros en cuencas de Etiopía.
En general, comienza o progresa la excavación de los valles y las
cuencas actuales en varios continentes. Empiezan a depositarse se­
dimentos gruesos en función del régimen fluvial y a encontrarse
vacíos de sedimentación, discordancias erosivas, hace alrededor
de 1,7 millones de años, en el sur y este de Africa, en Europa
central y en Norteamérica. El clima global propende al enfria­
miento, pero se generaliza el declive de humedad, hasta culminar
en una aridez extrema y dramática, que solo mejora a partir de la
última fecha citada, con el ascenso de temperaturas y el reparto
estacional de las lluvias hace millón y medio de años.
Entre hace 1,5 y 1,2 millones de años, el nivel de los océanos y
los mares subió y permaneció alto hasta que experimentó una nue­
va caída al final de dicho periodo. La tectónica de la corteza terres­
tre se mantuvo, en general, tranquila o distensiva, salvo excep­
ciones: también al final de dicho intervalo temporal se renueva la
elevación del Tíbet y se registran fallas en los barrancos de Oldu-
vai —entre hace 1,3 y 1,2 millones de años— , además de activi­
dad volcánica en el Rift. El régimen sedimentario en África y en
otros continentes era, en líneas generales, activo, pero desigual

48
EL PLEISTOCENO INFERIOR. HACE ENTRE 1.8 MILLONES DE AÑOS Y 7«0.000 AÑOS

en las cuencas lacustres extensas hasta hace 1,25 millones de


años. En muchas regiones se constatan discordancias entre los
estratos, que denuncian el dominio de la erosión sobre la sedi­
mentación al final de este tramo, hace 1,2 millones de años. Los
registros del clima indican más calor, con oscilaciones modera­
das, más bien templadas hasta hace 1,3 millones de años, y un re­
parto desigual de las lluvias, con ventajas para las comarcas mon­
tañosas en Europa y pérdidas en África.
Los cambios más destacados en torno a hace 1,25 o 1,20 mi­
llones de años se registran en la reactivación tectónica compresi­
va en el Rift, los montes Siwalik (India), en Yuanmou (China),
los montes Béticos, y en la elevación del Tíbet. El nivel del mar
cambia de transgresivo a regresivo. En Indonesia vuelve la activi­
dad volcánica. Desde entonces, y hasta hace cerca de 1 millón de
años, el régimen sedimentario fue dirigido por las corrientes flu­
viales, con una deposición tranquila en Java y un cambio de régi­
men de depósitos eólicos en China. Suceden nuevas discordan­
cias erosivas desde hace alrededor de 1 millón de años en
Europa, Asia y África oriental. El clima fue, en general, más tem­
plado, sobre todo en el intervalo comprendido entre hace 1,1 y 1
millón de años, acusándose la aridez en las cuencas del este de
África.
La última parte del Pleistoceno Inferior fue «movida» en lo
que respecta a los aspectos ecológicos. La actividad volcánica se
reanimó en Indonesia y en el Próximo Oriente. La tectónica
compresiva experimentó una reactivación muy fuerte en el Hi-
malaya, con ecos en otras regiones, como Indonesia y Próximo
Oriente. Se registran cambios en depósitos sedimentarios con
discordancias erosivas extensas y con un dominio lacustre en
Olorgesailie (Kenya), en Afar (Etiopía) y en los montes Béticos.
El nivel del mar, en general bajo desde hace poco más de 1 mi­
llón de años, sube hace cerca de 900.000 años y acusa una nueva
recaída desde pasados los 800.000 años. El clima global, con des­
censos térmicos inicíales, con una mejoría hace alrededor de
900.00 y 800.000 años, seguida esta última por otra brusca caída,

49
HOMO HISPÁNICO

pasó de moderadamente húmedo al principio de dicho intervalo


a nuevamente árido al final del periodo.
En el continente americano tampoco faltan volcanes y fósiles
de mamíferos para calibrar tiempos geológicos en esta etapa. Son
notables los cambios en el paso del Plioceno al Pleistoceno, hace
entre 1,9 y 1,8 millones de años más o menos, a favor de la reno­
vación de los istmos de Panamá y de Behring. Comienza enton­
ces el Ensenadense en Sudaméríca, con escaso cambio faunístico
hasta entrado el Pleistoceno Medio, y en Norteamérica se inicia
el Irvingtoniense, notable por el registro de migraciones desde
Asia. Los cambios faunísticos de hace alrededor de 950.000-
900.000 años marcan la subdivisión del Irvingtoniense en Infe­
rior y Superior.
Veamos algo sobre la calibración de estas etapas y sus datos
en los registros estratigráficos del Viejo Mundo, antes de analizar
cómo afectaron dichos cambios a la vegetación, a las faunas y a
los humanos en un momento muy crítico de su evolución.

C a l ib r a c ió n c r o n o m é t r ic a e n s e r i e s e s t r a t ig r á f ic a s d e
AQUEL MILLÓN DE AÑOS

Las divisiones del tiempo geológico se establecen para la Es­


cala Estratigráfica Global en series de rocas sedimentarias mari­
nas y se ilustran con fósiles marinos pelágicos y bentónicos. Más
difícil es construir una escala estratigráfica continental, esto es,
que permita situar y ordenar en el tiempo los tramos sedimenta­
rios originados en una superficie terrestre que contiene fósiles de
organismos terrícolas. En territorios limitados se establecen las
divisiones en series de afloramientos locales por los cambios
importantes registrados entre los sucesivos conjuntos faunísti­
cos conocidos a través de Jos fósiles. Obviamente, se cotejan
unos con otros y con las referencias que pueden hallarse a esca­
las más estrictamente numéricas de tiempo, ya sea por técnicas
radiocronométricas, paleomagnéticas u otras, y así se conocen y

50
EL PLEISTOCENO INFERIOR HACE ENTRE 1,8 MILLONES DE AÑOS Y 780000 AÑOS

se correlacionan escalas biostratigráficas regionales en los distin­


tos continentes. El tiempo que aquí estudiamos, entre el Plioce-
no Final y el paso del Pleistoceno Inferior al Medio, en la Escala
Estratigráfica Global establecida en 1989 y revisable, viene a
comprender varios tramos bien estudiados de las escalas biostra­
tigráficas regionales.
En Europa, la división más referida es la antigua de los Paí­
ses Bajos, basada en paleofloras, con fósiles de animales terres­
tres e inferencias paleoclimáticas. El dato de 1,9 millones de años
a. p. (antes del presente) está en el tercio superior (o sea, el más
moderno) de la fase de Tegelen, o Tigliense, cuando el carácter
templado, lluvioso y forestal empezó a decaer. Le sigue el Ebu-
ron, o Eburoniense, entre hace alrededor de 1,7 y 1,5 millones
de años, un periodo en el que comienza el frío, muy árido, que al
final mejora. Entre 1,5 y 1,3 millones de años, en el Waal o Waa-
líense, la temperatura se recupera y sube el nivel del mar, pero
retorna la aridez. Sigue el Menapiense, entre hace cerca 1,3 y
1,07 millones de años o algo menos, con fuertes oscilaciones tér­
micas, sobre todo dos muy frías; con una elevación continental,
tectónica compresiva y pérdidas en la flora. Con temperaturas
más suaves en las máximas y, especialmente, en las mínimas,
transcurre el Bavel o Baveliense, también más lluvioso, hasta que
hace casi exactamente 1 millón de años comienza el Linge, hú­
medo y con calor creciente, que alcanza un máximo en el episo­
dio 25 de la Escala Isotópica del Océano (OIS), hace alrededor
de 900.000 años. Siguen caídas térmicas y de humedad, que cul­
minan en una fase de frío intenso —en el OIS 22— , y otra de re­
novado calor — en el OIS 21— , en tomo a poco más de 800.000
años a. p. Con una nueva oscilación se llega a los 780.000 años,
cuando se pasa del Pleistoceno Inferior al Medio, coincidiendo
con la inversión del polo magnético, que estaba en el sur geográ­
fico y que entonces pasó al norte, tal como ahora lo conocemos6.
Difieren los nombres de las divisiones estratigráficas que
geólogos y paleontólogos establecen y definen en cada región se­
gún las características y los límites observados en el terreno. La

51
HOMO HISPANICO

tarea subsiguiente es la de cotejar cada escala regional con la Es­


cala Estratigráfica Global, y unas con otras. Resulta obvio que
esto puede hacerse con números cuando se tienen dataciones ra-
diométrícas, pero cuando no las hay, el cotejo se realiza a través
de los conjuntos faunísticos representados, en particular de las
especies o taxones más significativos por ser su historia evolutiva
conocida con precisión en otras regiones. Como cabe esperar, en
tramos cronológicos con historias evolutivas poco accidentadas y
poco conocidas entran menos subdivisiones, y cuando estas se
acercan o coinciden en regiones distintas, se señala un paso o un
evento de cambio global o, al menos, de notable extensión en
continentes.
En Sudáfrica, se pasa del Makapaniense Inferior al Superior
hace aproximadamente 1,8 millones de años, y de este al Corne-
liense hace cerca de 1,1. En Marruecos, algunos investigadores
sitúan el inicio del Muluyense hace 1,9 millones de años y lo pro­
longan hasta el Saletiense, que se extendería desde hace alrede­
dor de 1 millón de años hasta hace unos 850.000 años, momento
este del comienzo del Amiriense; según otras clasificaciones, se
pasa del Maghrebiense al Messaudiense hace 1,8 millones de
años, y de este último, hace 850.000 años, al Maarifiense. En
Java, la Formación Sangirán equivale a Pucangan (entre 1,63 mi­
llones de años y 900.000 años), y la Formación Bapang, a la For­
mación Kabul (entre 900.000 y 490.000 años). En China, la gran
división estratigráfica está en el paso del Loess Wucheng al Lo-
ess Lishi, con varios datos, situada muy probablemente en cerca
de 1,2 millones de años o menos; los cambios faunísticos permi­
ten distinguir divisiones biostratigráficas entre Nihewan superior
y Dongcun, hace alrededor de 1 millón de años, y entre Dong-
cun y Shangnabang, hace cerca de 850.000 años7. En el Punjab,
al norte de la India, se pasa de la Formación Tatrot a Pinjor, hace
cerca de 1,9 millones de años, y de Pinjor al Boulder Conglomé­
rate, hace unos 900.000 años8. En el oeste de Asia, según las re­
giones o países, empieza el Pleistoceno Inferior ya dentro de las
formaciones Kayrubak e Itansa, y de estas se pasa a la Formación
EL PLEISTOCENO INFERIOR, HACE ENTRE 1,8 MILLONES DE AÑOS Y 780 000 AÑOS

Vakhsh y a la Tologoi, respectivamente, hace unos 850.000 años;


el cambio entre la Formación Kizikh y la Kochkov se señala hace
poco menos de 1,1 millones de años. Hace aproximadamente
1,75 millones de años coinciden las divisiones entre el Akchagy-
liense y el Apsheroniense del Cáucaso, el Khaproviense y el Ode-
ssiense del sureste de Europa, el Villanyense y el Bihariense de
Europa central. Este último dura más, pero en el Cáucaso se pasa
al Bakuyense y en Transilvania al Tiraspoliense hace 850.000 años;
entre este y el Odessiense se intercala el Tamaniense, hace 1,2 mi­
llones de años, y hace poco más se constata el paso del Villafran-
quiense Superior al Epivillafranquiense, que cambia al Galerien-
se hace 950.000 años.
Como estas divisiones se basan en registros reales de secuen­
cias sedimentarias y de asociaciones faunísticas sucesivas, y han
sido establecidas por científicos en muy diversas regiones, cabe
poca duda sobre la objetividad de las coincidencias y proximida­
des en los datos geocronológicos de las épocas de estabilidad y
en las fechas de cambios críticos ambientales que nos transmiten.
Así, se puede hablar de un importante cambio global hace alre­
dedor de 1,8 millones de años, o entre hace 1,9 y algo más de 1,7
o 1,75 millones de años, al comienzo del Pleistoceno Inferior.
Otra crisis generalizada en muchas regiones ocurrió hace unos
850.000 años, aunque en varias zonas este episodio se advierte
hace más de 900.000 años. Entre ambos momentos parece nor­
mal una estabilidad ambiental, a pesar de las transformaciones
que se advierten en las repetidas fluctuaciones del clima, si bien
en bastantes regiones se marcan cambios y verdaderas crisis eco­
lógicas, en concreto hace 1,25 y 1,1 millones de años.
En el tramo de tiempo en que se formaron las secuencias se­
dimentarias del Pleistoceno Inferior de África oriental, hoy ex­
puestas en barrancos y laderas, ocurrieron también erupciones
volcánicas, por lo que afloran en los cortes estratigráficos nive­
les con rocas entonces recién nacidas de lava o de ceniza. Son
estas las que proporcionan medidas exactas del tiempo en que
nacieron y cubrieron el suelo, según la proporción de elementos

53
HOMO HISPÁNICO

atómicos derivados de isótopos inestables por radiación en rit­


mos constantes.
Entre las distintas cuencas estudiadas, de sur a norte, pode­
mos mencionar varias que contienen cuatro o más tobas volcáni­
cas de las citadas —ya sean de basaltos o de cenizas— datadas
entre hace 1,8 y 1 millones de años, con lo que se obtienen cali­
braciones de doscientos mil años, o menos, en la datación de los
fósiles que contienen. Así, en Olduvaí (Tanzania), la Toba IB, en
lo alto del Miembro I, tiene una edad de 1,8 millones de años, y
en el Miembro II se suceden, de abajo arriba, la Toba II A, con
1,75 millones de años; la Toba II B, de 1>53; la Toba II C, con
1,34, y la Toba II D, de 1,26 millones de años.
En una franja que se extiende desde el lago Baringo y de sur
a oeste del lago Turkana (Kenya), se suceden una toba de 1,63
millones de años; la Toba Natoo, de 1,5; la inferior en Cheso-
wanja, con 1,42, y otra en Nariokotome, con 1,33 millones de
años. Al este del Turkana, por encima de la Toba KBS, de 1,88
millones de años, están dos de Okote, con 1,65 y 1,63 millones
de años respectivamente; la Toba Chari, con 1,39, y otra en Ile-
ret, con 1,27 millones de años. Ya en el sur de Etiopía, en el cur­
so bajo del río Orno, que desemboca en el extremo norte del
lago Turkana, la secuencia estratigráfica de Shungura se divide
por las tobas H6, de 1,8 millones de años; J, de 1,75; K, de 1,55;
otra superior, de 1,5, y la Toba L, de 1,30 millones de años. Más
al norte y al este, en Etiopía, en las cuencas del Hadar y el Awash
medio, se suceden las tobas de Barogali, de 1,5 millones de años;
dos en Konso-Gardula, con 1,44 y 1,38 millones de años, y, en
medio, la sub-TBT, de 1,43 millones de años, y la KRT, de 1,41.
Entre estos bien colocados estantes se han ido hallando, en esta
primera mitad del Pleistoceno Inferior, los abundantes fósiles
humanos de la región, que, como vemos, están bien archivados9.
En España, Francia, Italia, Europa central, norte de Asia,
China e Indonesia también se obtienen datos a partir del análisis
de vulcanitas interestratificadas. Hay, además, localidades con
numerosos yacimientos y cortes con sucesivos niveles fosilíferos.

54
EL PLEISTOCENO INFERIOR, HACE ENTRE J,8 MILLONES DE AÑOS Y 780.000 AÑOS

Muchos de estos fósiles, paleofaunas y paleofloras, junto con los


datos sedimentogenéticos, permiten, siempre con una crítica es­
tricta de posibles sesgos y hiatos, reconstruir las curvas locales de
fluctuaciones climáticas e intentar correlacionarlas con las de es­
calas isotópicas de los océanos y de los casquetes polares. Las
curvas de oscilación de la OIS que incluyen dos registros extre­
mos —cada una un máximo y un mínimo térmicos— entre hace
1,9 y 0,8 millones de años, son alrededor de 25. Entre estas se
registran fluctuaciones menores: la resolución de esta medida
global del tiempo se acerca a los diez milenios.
El actual Mar de la Sonda, que separa de la Península de
Malaca las grandes islas alineadas del archipiélago indonesio, Su­
matra y Java, era más extenso al final del Plioceno, justo antes
del Pleistoceno. Así lo atestiguan las margas gris-azuladas de fon­
do marino en la base de las formaciones estratigráficas de Java, en
cuyos tramos altos se investigan fósiles humanos desde el «pite­
cántropo» de Dubois, hace más de un siglo. Con una datación cer­
cana a 1,8 millones de años, se les superponen la Capa de Turri-
tella y la Caliza de Balanus, que corresponden ya a bajo fondo y
a nivel de mareas con el mar en franca regresión, antes todavía
del final del episodio magnético de Olduvai. Tras este, hace,
pues, alrededor de 1,75 millones de años, se deposita la Capa de
Corbícula y, sobre ella, el Lahar Inferior. Los sedimentos supe­
riores a este corresponden a tierras emergidas por donde pasa­
ron a Java grupos de grandes mamíferos que ocupaban el sureste
de Asia.
Un equipo de geólogos nipones e indonesios trabajó en la
isla en las últimas décadas del siglo XX10. Reconocieron y dataron
una docena de tobas en la formación Pucangan, entre el Lahar
Inferior y el conglomerado Grenzbank, poco posterior al final
del Jaramillo, que otros autores reconocen con la misma edad,
aunque con distintos nombres. A la Toba 5, con 1,51 millones de
años, y la Toba 6, de 1,49 según Hyodo y otros (1993), las llama
Sémah (1997) «Toba inferior». Tras la Toba 10, con 1,16 millo­
nes de años, y la Toba 11, con 1 millón o 980.000 años, la Toba

55
HOMO HISPÁNICO

inferior de la superior Formación Bapang, con 0,78 millones de


años o muy poco más, es denominada por Sémah «Toba media».
Entre esta última y la mencionada Toba 10 sitúan prácticamente
todos los fósiles de pitecántropos los autores de los equipos ja-
poneses, afirmación de la que, como veremos enseguida, disien­
ten otros investigadores.

LA CUBIERTA VEGETAL CAMBIA

El cambio climático en el tiempo que aquí estudiamos afec­


tó seriamente a la vegetación en todos los continentes, no tanto
por los enfriamientos como por las alteraciones en el régimen
de lluvias. Estas influyen en la cubierta vegetal por la canti­
dad de precipitaciones, pero más aún por su distribución y su
regularidad.
En el Rift de África oriental se parte de la mejoría global ex­
perimentada hace 2 millones de años, con lluvias bien repartidas
y bosques tropicales extensos. Pasados los 1,9 millones de años
a. p. se empieza a registrar el incremento de aridez, deforesta­
ción y paisajes abiertos. Esta tendencia se prolonga y se agrava
desde hace 1,8 millones de años hasta una fase de retomo general
de los bosques, con clima más húmedo, que sucede hace 1,5 mi­
llones de años. No obstante, pronto vuelve a extenderse la se­
quía, con sabanas en África entre hace 1,3 y 1,1 millones de años.
A partir de entonces y hasta hace alrededor de 1 millón de años, la
vegetación experimenta una recuperación en distintas regiones,
con lluvias en el norte de África. En el Rift, los veranos calientes
y las lluvias irregulares generan depósitos estériles. Tras el ópti­
mo de calor en océanos y de humedad en África, hace alrededor
de 900.000 años, cede la pluviosidad, se reduce el frío y sufren un
nuevo deterioro las vegetaciones, registrándose otra vez buen tiem­
po y extensiones de arbolado hace alrededor de 800.000 años u.
En el norte de Asia, el deterioro del clima alrededor de 1,8
millones de años determina la aparición de una cubierta de tun-

56
EL PLEISTOCENO INFERIOR. HACE ENTRE 1.8 MILLONES DE AÑOS V 7SO.OOO AÑOS

{Jja; tras una mejoría, se extiende la estepa hace cerca de 1 mi­


llón de años. En Java se ha registrado un bosque con manglar
por encima del Lahar inferior, que se empobrece hace aproxima­
damente 1,5 millones de años. Hace ya menos de 1,3 millones de
años se observa un mosaico vegetal, alternando en el interior la
selva pluvial con bosque estacional y con marismas en el litoral, y
se atraviesa una crisis de aridez tras el dato de 900.000 años, al
comienzo de la Formación Kabulu.
Un estudio palinológico detallado y profundo a través de de­
pósitos en caldera volcánica en latitud tropical, realizado en Funza
(Colombia), señala vegetación de páramo a partir de hace 1,2 mi­
llones de años, y recuperación y oscilaciones con notable caída
hace alrededor de 1 millón de años. Tras un máximo de polen
arbóreo (PA), con valores del 80% en tiempo del episodio OIS 25,
suceden repetidas caídas hasta quedar reducido este porcentaje a
un 12% hace 900.000 años, con el frío del OIS 22. Sucede a conti­
nuación una rápida recuperación y se mantiene alto el arbolado en
tiempos del OIS 21, para caer nuevamente los valores de PA hasta
menos de 10% hacia los 0,8 millones de años, situación a la que si­
gue una nueva y rápida recuperación n.
En los depósitos de la cueva Le Vallonnet (Alpes marítimos,
sur de Francia), se registra un máximo de PA con variedad de es­
pecies, entre las que domina el plátano, hace entre 1,4 y 1,37 mi­
llones de años, con indicaciones de clima cálido y húmedo. Hace
menos de 1,1 millones de años, con clima cálido y semiárido se
registra, cerca del litoral, un bosque mediterráneo con domi­
nio del pinar. Tras la oscilación, en tiempo de la inversión Jara-
millo del polo magnético —entre 1,07 y 0,98 millones de años— ,
desde un clima frío y muy seco a otro templado y húmedo, y
nuevamente al frío intenso, vuelven a encontrase pólenes de pino
y de otras especies de garriga mediterránea, con clima entre
templado y cálido, así como lluvias estacionales, hace más de
800.000 años.
Como vimos en el apartado anterior, es en la Europa atlán­
tica, en los Países Bajos, donde se llevaron a cabo los primeros

57
HOMO HISPÁNICO

estudios palinológicos y donde se puede hablar de una verdade­


ra fito-estratigrafía. Los análisis polínicos, finalmente calibrados
en comarcas de Gran Bretaña, muestran asimismo alternancias en­
tre tiempos con dominio de polen arbóreo (bosques) o con rece­
sión de este y preeminencia de las hierbas de estepa o páramo,
que, a falta de datos cronométricos, pudieron ser correlaciona­
das de modo diferente con las secuencias de vegetación en la Eu­
ropa continental. El frío y la aridez del Baventiense correspon­
den bien al Eburoniense; comienzan cerca de los 1,8 millones de
años. Las oscilaciones templadas de los bosques pastonienses
pueden ser contemporáneas de los waalienses de Holanda; los
intensos fríos con vegetación de páramo o de tundra —con me­
joría al final— del Beestoniense pueden correlacionarse con el
Menapiense H.
Un estudio sobre más de cien géneros de árboles distribui­
dos en seis regiones de Eurasia, entre Holanda y el este de Sibe­
ria, y desde el Plioceno hasta el Pleistoceno Medio (Grichuk,
1997)1?, permitió registrar pérdidas de seis géneros en el Pleisto­
ceno Inferior del Pamir (Tajikistán), otros tantos en el extremo
sureste de Siberia y siete al sureste de Rusia, entre el Caspio y el
Cáucaso. En el norte de Italia fueron treinta y uno los géneros de
árboles perdidos, la mayoría en la primera mitad de este periodo,
y en los Países Bajos, doce, sobre todo en la segunda mitad, el
Menapiense, esto es, a partir de hace 1,2 millones de años. Tam­
bién en el sur de Rusia, en la Península de Taman, sobre el Mar
Negro, se ha constatado aridez en la vegetación, con el frío de
hace más de 1,7 miñones de años, más verdor a partir de hace
1,4 y paisaje más árido hace menos de 1 millón de años.
En resumen, fue muy general la pérdida de la vegetación con
la sequía pronunciada que se produjo hace 1,8-1,7 millones de
años, que se pudo prolongar en algunas regiones más que en
otras. En África ecuatorial comienza la mejoría hace 1,6 millones
de años, se nota más calor y más arbolado hace alrededor del mi­
llón y medio de años, y hay pérdidas del verdor con arbolado
más pobre hace 1,4 millones de años. Es a partir de este último

58
EL PLEISTOCENO INFERIOR. HACE ENTRE 1.8 MILLONES DE AÑOS Y 780.000 AÑOS

dato cuando se registra la recuperación de bosques en la Europa


atlántica y mediterránea, en el sur de Rusia y en Java. La nueva
crisis, caracterizada por el frío y la aridez, es casi global a partir
de hace 1,2 millones de años, un poco antes en Africa oriental y
poco después en otras regiones. Antes de la nueva gran crisis re­
petida de 850.000 años y de hace menos de 800.000, se señalan
otras menores alrededor de hace 900.000 años, y mejorías regio­
nales, bien durante el episodio magnético Jaramillo, hace poco
más de 1 millón de años, o después, hace aproximadamente
950.000 años, o más cerca de 800.000.

D iv e r s a s c r is is e n l a s f a u n a s d e m a m íf e r o s

Los cambios faunísticos del pasado se hacen notar cuando


las especies que desaparecen o se extinguen, o las nuevas que
surgen por primera vez entre los fósiles registrados, son varias.
Estas transformaciones se originan en cada linaje por mutaciones
genéticas, pero llegan a realizarse en las comunidades faunísticas
y a ser reconocidas a través de los fósiles en un número de yaci­
mientos gracias al efecto selectivo de las presiones activadas por
los cambios ambientales. Son muchos los yacimientos con fósiles
de mamíferos del Pleistoceno Inferior en todo el Globo, aunque
se encuentran diversamente repartidos, incluso en una misma re­
gión, con largos vacíos entre tramos de tiempo finamente cali­
brados. Para subdividir la escala estratigráfica en estas edades
más recientes, Neógeno y Cuaternario, en medios continentales,
se atiende a criterios biostratigráficos, esto es, se toman en cuen­
ta los cambios en los registros paleofaunísticos regionales.
Según A. Tumer y B. Wood, en los dos últimos millones de
años se registraba en África un número alto de primeras y últi­
mas citas de mamíferos no bóvídos en tomo a 1,7 millones de
años a. p. y, de nuevo, hace entre 1 millón y 800.000 años. En los
bóvidos hubo cambios entre hace 1,8 y 1,7 millones de años; va­
rios taxones desaparecen sin ser remplazados entre hace 1,4 y 1,2

59
HOMO HISPÁNICO

millones de años, y entre hace 800.000 y 700.000 años. Los auto­


res citados encuentran un alto índice de semejanza faunística en­
tre Africa oriental y del sur, aunque no es tan alto en los bóvi-
d o s 16. También registran hace 1,8 y 1,5 millones de años
expansiones de varias especies de norte a sur, y hace 1,2 o 1,3
millones de años, de sur a norte: esto indicaría la existencia de
cambios ambientales de extensión regional para los que los ani­
males tienen una posible tercera respuesta alternativa entre las
de extinción o evolución: el desplazamiento o migración hacia
otras tierras.
En el Nuevo Mundo se conocen bien registros fósiles faunís-
ticos y ambientales en un buen número de yacimientos. En Su-
damérica apenas se reconoce cambio significativo en las faunas
fósiles de mamíferos de la subdivisión Ensenadense, que cubre
todo el Pleistoceno Inferior y parte del Medio ". En Norteaméri­
ca se observan inmigraciones por Behringia desde Asia, en parti­
cular la de un antepasado de los mamuts, en el paso del Plioceno
al Pleistoceno, esto es, entre hace 1,9 y 1,8 millones de años, así
como cambios menos significativos en el paso del Irvingtoniense
Inferior al Superior, hace poco menos de 1 millón de años1S.
En Eurasia se conocen paleofaunas de mamíferos del Pleisto­
ceno Inferior representadas por un buen número de especies:
más de 25 y cerca de 50. Entre ellas se cuentan las de Cueva
Victoria y Venta Micena, con fósiles humanos —de estas habla­
remos más adelante— ; Tell Ubeidiya, en el Próximo Oriente;
Zasuhino 3 (Siberia); Dmanisi (Georgia); conjuntos varios en
China; Untermassfeld (Alemania); Sinzelles y Le Vallonnet
(Francia); Olivóla, Tasso, Farneta, Casa Frata, Pirro Nord, Slivia,
entre otros, en Italia; en Rusia y los Balcanes, y tampoco faltan
en el oeste de Asia: Kryzhanovka, Nogaisk, Taman, Lakhuti.
Hace poco más de 1,7 millones de años son notables los
cambios en las faunas de toda Europa, del otro lado del Cáucaso
y de Java. En esta isla penetran mamíferos terrestres del sureste
asiático al desaparecer la barrera del Mar de la Sonda por eleva­
ción y afloramiento del fondo marino. En Europa desaparecen
£L PLEISTOCENO INFERIOR. HACE ENTRE 1,8 MILLONES DE AÑOS Y 780000 AÑOS

Jas últimas gacelas y mastodontes; entran canes, osos, hienas y el


hipopótamoi9. Desde hace 1 millón y medio de años florecen los
grandes cérvidos (megacerinos), oriundos de Asia como los nue­
vos lobos. Los cambios en el este y oeste de Europa y en China
incluyen notables incrementos de la hipsodoncia tanto en roedo­
res y liebres20 como en grandes mamíferos, bovinos, cabras y ele­
fantes, concretamente en los antecesores del mamut, hace cerca
de 1,2 millones de años. Las muelas con corona creciente es la
respuesta adaptativa a la creciente aridez y a la extensión de hier­
bas con microcristales de sílice en páramos y estepas. Hace poco
más de 1,3 millones de años son el istmo de Suez y la Península
de Sínaí las vías de intercambio por las que cruzan a Eurasia
diversas especies de mamíferos africanos que se encuentran en el
sitio de Tell Ubeidiya (Israel).
El último cambio faunístico, muy general, del Pleistoceno In­
ferior se reconoce en los conjuntos de Europa occidental y orien­
tal, entorno del Cáucaso, centro-oeste de Asia, al pie del Himala-
ya, norte de la India y en Java, hace entre 900.000 y 800.000
años. Puede muy bien corresponder al notable aumento global
del calor en el episodio OIS 25, y también al de la pluviosidad en
África y otros continentes. Dentro del tramo que aquí vamos es­
tudiando, si cotejamos secuencias de paleofaunas regionales de
mamíferos, veremos que los cambios críticos en unas y en otras
no son estrictamente contemporáneos, según lo publicado por
los diversos autores; pero sí hay tramos limitados que com­
prenden cambios críticos de faunas en regiones bien próximas o
distantes.
Una evaluación de los cambios con efecto taxonómico, esto
es, que dieron lugar a extinciones y a la aparición de nuevas es­
pecies, ha sido abordada por un equipo internacional con méto­
do biostadístico, es decír, con análisis multívariado, en busca de
coeficientes de correlación entre listas faunísticas de grandes ma­
míferos del Plioceno y Pleistoceno Inferior y Medio del sur de
Europa. Los yacimientos y sus catálogos de faunas analizados son
136, y los taxones de grandes mamíferos registrados suman 286.

61
HOMO HISPÁNICO

Dos crisis faunísticas mayores permiten distinguir tres grandes


«biocronos»: uno comprende el Plioceno Inferior y Medio (des­
de hace 5,3 millones de años hasta hace 2,6-2,5 millones de
años); el segundo incluye el Plioceno Superior y gran parte del
Pleistoceno Inferior (entre hace 2,5 millones de años y 800.000
años) y el tercero, del final del Pleistoceno Inferior al Pleistoceno
Medio. Estas fechas críticas coinciden la primera con el inicio de
la Edad de Hielo, con fríos muy intensos, las glaciaciones, y con
una creciente aridez desde hace 2,6 millones de años; la última
marca nuevos trechos de deterioro del clima, como hemos visto,
en el último tercio del Pleistoceno Inferior21.
Otras variantes en la sucesión de faunas ínfero-pleistocenas,
las que parecen más completas, pueden fundadamente conside­
rarse relacionadas con cambios en la vegetación y en el clima, ya
sean regionales o globales. Un mayor número y, sobre todo, una
mayor diversidad en taxones de cérvidos frente a bóvidos obe­
dece a un ambiente arbolado; al contrario, mayor cantidad y di­
ferenciación de bóvidos coincide con un amplío dominio de la
hierba en un medio abierto y despejado. Ha llegado a aplicarse
la diferencia conocida entre hábitats de distintas especies de ga­
mos y otros cérvidos fósiles.
La presencia o ausencia de omnívoros como los suidos y de
algunos primates es significativa; lo es la de hidrófilos, como el
castor y el hipopótamo. Los hipopótamos actuales son muy tole­
rantes a temperaturas ambientales entre los 40 grados y los 0 gra­
dos centígrados, pero quieren aguas dulces, y solo han llegado a
cruzar el Mediterráneo en épocas en que este mar ha perdido sal
y se ha llenado de los aportes de los grandes ríos. Al principio
del Jaramillo, hace aproximadamente 1,05 millones de años, se
encuentran hipopótamos fósiles en el centro de Europa, en Un-
termassfeld (Alemania). Son ya numerosos los estudios que se
hacen de paleoclimas inferidos de los fósiles de roedores y tam­
bién de elefantes22.
Se han ponderado asimismo los ascensos y descensos en la
proporción entre carnívoros y fitófagos en paleofaunas de este pe-

62
EL PLEISTOCENO INFERIOR. HACE ENTRE 1,8 MILLONES DE AÑOS Y 780.000 AÑOS

Áodo que se tienen por representativas. Así, se habló de una pér­


dida en el número de carnívoros en los conjuntos de la segunda
mitad del Pleistoceno Inferior en Italia: Colle Curti, Pirro Nord,
Slivia. Sin embargo, yacimientos contemporáneos en otras regio­
nes de Europa siguen mostrando un alto número de taxones de
carnívoros y de herbívoros; es el caso de los de Le Vallonnet
(Francia) y Untermassfeld (Alemania)25. Esta cuestión es impor­
tante para el objetivo central de este libro, que son los fósiles y la
evolución del género humano, pues hay base más que suficiente
para relacionar los movimientos geográficos y las expansiones
de los primitivos homínidos con los de los carnívoros de aque-
líos tiempos. En tramos posteriores del Pleistoceno se constata
la competencia entre unos y otros, y se busca la acción humana
como responsable de las extinciones de carnívoros24.

L a e x p l o s i ó n d e l a e s p e c ie h u m a n a h a c e p o c o m e n o s
DE 2 MILLONES DE AÑOS

El tiempo que transcurrió entre hace 1,9 y 1,8 millones de


años fue crítico y decisivo en la evolución del género humano,
como se aprecia también en los periodos que siguieron del Pleis­
toceno Inferior. Acabamos de recordar que se produjo un enfria­
miento prolongado en el clima y, sobre todo, una fuerte y cons­
tante tendencia a la sequía, el deterioro de las cubiertas
vegetales, así como cambios en las faunas con migraciones de
grandes mamíferos. Veremos ahora cómo también tiene lugar
una diversificacíón en el ciado humano, en Africa; aparece una
estirpe formada por individuos en los que ha aumentado el ta­
maño de la cabeza y el cerebro, el rostro se dibuja más vertical,
retraído; el aparato masticador experimenta una reducción, y se
prolonga el periodo de infancia y adolescencia. De esta manera,
disponen de más tiempo para aprender sobre la naturaleza que
les rodea, sobre sí mismos, su familia y su comunidad; para de­
sarrollar nuevas técnicas y, me atrevo a decir, conceptos. Con esos

63
HOMO HISPANICO

desarrollos y exigencias, la sequía y la pérdida de recursos se


convirtieron en un problema intolerable: especies de mamíferos
de aquellos ambientes situados entre los trópicos emigraron a la­
titudes más altas. Por primera vez, hace cerca de 1,8 millones de
años, se encuentran humanos fuera de África, y en los tiempos
siguientes, antes de llegar a 1 millón de años a. p., viven, explo­
ran y se extienden, mueren y dejan fósiles y utensilios incluso en
los extremos del continente eurasiático, desde China e Indonesia
hasta la Península Ibérica. Esto último es lo que vamos a ver en
los capítulos que siguen.
Durante la segunda mitad del siglo XX cundieron las explora­
ciones y excavaciones que proporcionaron cuantiosos fósiles de
la familia humana en África, sobre todo después de un informe
elaborado por el paleontólogo jesuíta Pierre Teilhard de Chardin
a instancias de la Fundación Wenner-Gren, que confirmaba las
expectativas de encontrar fósiles que documentaran los orígenes
de la humanidad en el continente africano. Como antecedentes,
pueden citarse los trabajos y descubrimientos de Raymond Dart
en Sudáfrica, de los esposos Louis y Mary Leakey en Olduvai, y
de otros exploradores.
Una de las áreas más fértiles en fósiles humanos fue la de
Koobi-Fora e Ileret, en el margen oriental del lago Rodolfo —lue­
go llamado lago Turkana— ; fueron hallados en series sedimen­
tarias expuestas con tobas volcánicas intercaladas que van desde
hace poco menos de 3,5 millones de años —la Toba Tulu-Bor—
hasta hace poco menos de 1,4 —la Toba Chari—. Solo entre esta
última y la Toba KBS, de hace 1,88 millones de años, se recogie­
ron en los primeros años más de 120 fósiles humanos de cráneos,
mandíbulas y dientes, sin contar los de otras partes del esquele­
to. En la mitad inferior, la más antigua, hasta hace 1,6 millones
de años, que marcan las tobas Okote, se obtuvieron fósiles de 4
cráneos y 3 mandíbulas del australopiteco llamado Paranthropus
boisei; 4 mandíbulas de los humanos primitivos clasificados
como Homo habilis u Homo rudolfemh, conocidos desde hace
más de 2 millones de años, y 4 o 5 cráneos más dos mandíbulas,

64
EL PLEISTOCENO INFERIOR, HACE ENTRE 1.8 MILLONES DE AÑOS Y 7Kü 000 AÑOS

los primeros conocidos del progresivo Homo ergaster, además de


otros, más fragmentarios e indeterminados. En la mitad supe­
rior, la llamada Miembro Okote, entre la tobas Okote y la Toba
Chari, de hace 1,39 millones de años, se señalan un cráneo y ocho
mandíbulas del parántropo de Boise (P. boisei), una mandíbula,
último fósil conocido aquí de Homo babilis (si no lo es un cráneo
bailado recientemente), más 6 cráneos, 4 mandíbulas, dientes
sueltos y gran parte de un esqueleto de Homo ergaster. Tres espe­
cies de bípedos contemporáneas son un registro totalmente ex­
cepcional en la historia evolutiva de la familia zoológica humana,
y bien pueden demostrar una notable crisis evolutiva y am­
biental25.
Recordemos que el parántropo es un género de bípedo del
grupo de los «australopitecos», con escaso desarrollo cerebral, caja
craneana estrecha, baja y chata, inserciones para una fuerte mus­
culatura masticadora, dientes incisivos y caninos pequeños,
muelas —incluso las de muda— muy poderosas, y rostro muy sa­
liente hacia delante. Se ha discutido cuál fue su régimen alimen­
ticio, pero cabe poca duda de una preferencia por los alimentos
vegetales duros como frutos secos o correosos, agallas, hojas, ta­
llos o rizomas.
El Homo habilis y el Homo rudolfemis, conocidos por fósiles
de entre hace 2,5 y 1,6 millones de años, fueron intermedios en­
tre los australopitecos y los humanos más parecidos a nosotros.
Tenían el rostro menos prominente, débil la musculatura masti­
cadora y su soporte óseo, las muelas más sencillas, los incisivos
menos evolucionados, con tamaño mediano, y algo prominentes
los colmillos, algo más ancha y alta la frente y mayor capacidad
craneal. Esta morfología se tiene por indicadora de un menor
trabajo de las muelas en pro de la alimentación y el manteni­
miento. Se les atribuye el hábito de romper piedras con pocos
golpes para servirse de las puntas y aristas agudas resultantes,
con propósito de obtener alimento de las matas leñosas y los
escasos árboles o arbustos de sus zonas de ocupación. Identifi­
caban sus materias primas, que eran volcánicas, de cuarcita o de

65
HOMO HISPÁNICO

cuarzos, por colores verdosos o amarillentos, según las comarcas,


y no se llevaban esos cantos tallados para servirse de ellos en otro
lugar, sino que los dejaban allí mismo, donde se han encontrado,
cerca de su cantera.
El Homo ergaster tiene una faz decididamente más corta y
vertical, el cráneo más alto y con capacidad creciente; en él cabe
un cerebro más comprometido en la vida del individuo y el gru­
po. Con él empieza a decrecer la serie de las muelas, con el se­
gundo molar más corto que el primero (Ml>M2), y también más
delgado, además del último (M3<M2), que no tardará en empe­
zar a faltar, como en la humanidad actual. A través de los estu­
dios sobre la edad de los individuos, que se puede inferir del
desgaste de los dientes, se ha llegado a ver, en las series dentarias
conservadas en sus mandíbulas o maxilares, que se alargan los
intervalos de tiempo en la erupción y en las mudas sucesivas, de
donde se ha deducido la prolongación de las edades inmaduras
hasta la edad adulta y, con ello, el tiempo de aprendizaje. Tam­
bién se datan hace poco menos de 1,9 millones de años conjun­
tos de utensilios líticos que se clasifican como «Olduvayense
evolucionado», más variados, que revelan más complejidad y di­
versidad de operaciones artesanas, y que se transportan y se reta­
llan en otros lugares.
Asimismo, en los cortes de la Quebrada de Olduvai, al norte
de Tanzania, son varios los niveles de las Unidades Olduvai I y
Olduvai II, bien calibrados con vulcanitas, que han proporciona­
do buen número de fósiles humanos de hace entre cerca de 2 y
1,53 millones de años. Otros fueron recuperados en Etiopía, al
sur, en la Formación Shungura, en el valle bajo del río Orno,
en tramos finamente calibrados por una serie de tobas, entre la
Toba H1 —hace cerca de 1,9 millones de años— y la Toba L
—de aproximadamente 1,4 millones de años— . Además de en
otras áreas de Kenya y Tanzania, se renueva la abundancia en fó­
siles del grupo humano en los rellenos de cuevas de Sudáfrica. Si
bien sus edades geocronológicas no pueden datarse con la preci­
sión de los de África oriental, los esfuerzos de varios autores han

66
EL PLEISTOCENO INFERIOR HACE ENTRE 1.8 MILLONES DE AÑOS V 7SU.(.'00 ,AÑOS

proporcionado aproximaciones fiables. En el tramo aquí estudia­


do quedan, además del Miembro 5 de Makapansgat, cerca de
Pretoria, los niveles 5 de Sterkfontein y los 1 a 3 de Swartkrans,
en Johannesburgo, próximos entre sí en el tiempo pero separa­
dos uno de otro por fuertes discordancias erosivas.
En la Quebrada de Olduvai se exploraron y excavaron nu­
merosos sitios fértiles. Se conocen un esqueleto y varios huesos
poscraneales de Homo habilis (OH 62, OH 8, OH 35), además
de un parietal y la mandíbula tipo de la especie, OH 7, el cráneo
OH 24 y varios dientes, en la mitad superior del Miembro I,
con cerca y menos de 1,9 millones de años. Sobre la Toba I D, y
por encima de la Toba II A, hasta la Toba II B del Miembro 2
(hace entre 1,8 y 1,53 millones de años), o la Toba II C (1,34 mi­
llones de años), entre una decena de fósiles humanos se en­
cuentran un cráneo de parántropo (OH 16), dos mandíbulas
de Homo habilis (OH 13 y O H 37) y varios dientes sueltos. En
el tramo más alto del Miembro II se halló en superficie, con
procedencia muy probable entre la Toba II D —de hace más de
1*25 millones de años— y la base del Miembro III —de hace cer­
ca de 1,2 millones de años— , la calavera O H 9, atribuible al
Homo ergaster, y un fósil de parántropo. También de Tanzania es
el fósil de LH 29, datado en unos 900.000 años.
La sedimentología del Miembro III de Olduvai revela un
cambio notable en el clima y en el régimen sedimentario de la co­
marca, carente de fósiles hasta hace poco más de 850.000 años,
cuando comienza la deposición del Miembro IV. En la transición
a este último se encontraron los homínidos de Olduvai OH 39,
un diente y OH 34, diáfisis de fémur y fragmento de tibia, ambos
asociados con la industria, y en el tramo inferior Mb. IVa dos frag­
mentos de bóveda craneana atribuidos al Homo ergaster (OH 2),
también con industria progresiva; otros fragmentos de cráneo
neural y facial (OH 12); maxilar, paladar y otros (OH 10), y par­
tes de un fémur y pelvis (OH 28), asimismo de Homo ergaster26.
También en Kenya, al oeste del lago Turkana, fue hallado el
esqueleto juvenil conocido como «el chico de Nariokotome»,
HOMO HISPÁNICO

Cráneos de Homo ergaster en vista lateral. Arriba: el «chico de Nariokotome»


o «de Turkana». Abajo: reconstrucción compuesta de un individuo adulto ba­
sada en varios fósiles de la cuenca del lago Turkana, principalmente el cráneo
KNM-ER 3733. (Mauricio Antón).

atribuido al Homo ergaster y propuesto como tipo de uno de los


paleodemos de Hovvell, con dato de 1,53 millones de años. Cer­
ca del lago Baringo, que toca el ecuador terrestre, en capas de
Kapturin con 800.000 años (700.000 según otros), se encontra­
ron dos mandíbulas de este grupo humano BK 67 y BK 851827.
En el extremo sur de Etiopía, en el curso bajo del río Orno,
que desemboca al norte del Turkana, una veintena de tobas per­
miten datar fósiles de hace 4,1 millones de años (Toba Usno),
hasta hace 1,39 (Toba L) y menos. Entre las Tobas H l, H2 (1,9
y 1,84 millones de años) y la Toba L (entre 1,25 y 0,9 millones
de años), se recuperaron restos, en general muy fragmentarios, de

68
EL PLEISTOCENO INFERIOR, HACE ENTRE 1.8 MILLONES DE AÑOS Y 780.000 AÑOS

homínidos: de Homo habilis (cerca de 1,8 millones de años), de


Homo ergaster (alrededor de 1,2 millones de años) y, sobre todo,
de Parantbropus boisei. El equipo internacional que allí trabajó
se esmeró no solo en la precisión de la secuencia estratigráfica,
sino en una excelente reconstrucción paleoambiental28.
En otras cuencas de Etiopía, sobre todo la del río Awash,
que va desde el centro en dirección NE al Mar Rojo, se han en­
contrado fósiles de homínidos, también datables con mayor o
menor precisión por tobas volcánicas. Dentro del tramo cronoló­
gico que aquí nos ocupa, son el de Gomboré IB, parte de un hú­
mero de hace alrededor de 1,6 millones de años; el de Barogali,
de cerca de 1,5 millones de años; la mandíbula de Homo ergaster
con tamaño grande y ramo muy ancho asociada a utensilios del
Modo 2 de Konso-Gardula (KG-10.1); otros en Garba IV, de 1,3
millones de años o poco más, y en Gomboré II C, entre dos to­
bas de hace 840.000 y 800.000 años respectivamente29.
De los yacimientos en cuevas de Johannesburgo (Sudáfrica),
célebres por sus fósiles de australopitecos de hace más de 2 mi­
llones de años, otros proceden, en sus niveles superiores, de pa-
rántropos y algunos clasificados en el género Homo. Recordemos
que sus respectivas edades solo se conocen por correlaciones,
no por técnicas radiométrícas, y son por ello más o menos apro­
ximadas, si bien se van revisando. Podemos recordar la man­
díbula SK 15 Mb. II de Swartkrans, con menos de 1,6 millones
de años, además del cráneo SK 847 del Mb. I, de idéntica pro­
cedencia, con cerca de 1,8 millones de años, uno de los más an­
tiguos restos conocidos de Homo ergaster. Y también de la Cue­
va de Sterkfontein, en su nivel superior, Mb. V, los fósiles St 83,
St 84 y el cráneo St 53 de Homo kabilís, probablemente con
más de 1,7 millones de años. También procedentes de Sudáfrica
son los fósiles de parántropos clasificados como P. robustus; fue­
ron hallados, además de en las cuevas mencionadas y en la de
Kromdraai de Johannesburgo, en los sitios de Coopers —un crá­
neo— y Drimolen —más de 80 piezas— , en el primer tramo de
Pleistoceno Inferior, hace más de 1,5 millones de años. Un poco

69
HO M O HISPÁNICO

menos antiguo es el cráneo de Swartkrans SK 1585. En el nivel


terminal del relleno de esta cueva, más de 300 fósiles excavados
se han clasificado como parántropos en la especie o variedad úl­
tima P crassidens, de entre hace 1,4 y menos de 1,2 millones de
años>0.
Vemos, pues, que no pocos y diversos homínidos sobrevivie­
ron en África a la tremenda crisis sucedida entre hace 1,9 y 1,7 mi­
llones de años, y que sus registros fósiles decrecen considerable-
mente desde hace 1 millón y medio de años hasta cerca de 1,2.
Los registros fósiles humanos de este continente se recuperan a
finales del Pleistoceno Inferior, hace menos de 900.000 años.
Los humanos «ergásteres» enriquecieron ya, sin duda, sus
capacidades de previsión y de relacionar conceptos y, con ello, la
inteligencia y el lenguaje. Progresaron cuando los otros linajes de
bípedos se extinguían. Tengo por seguro que podemos conside­
rar a los de Nariokotome no ya como una especie ancestral, sino
como los primeros de nuestra propia especie, Homo sapiens.

LO S PRIMEROS FUERA DE ÁFRICA. TESTIGOS FÓSILES DE LA


EXPANSIÓN EN EüRASIA

No se quedó solo en esto el gran cambio de hace 1,8-1,9 mi­


llones de años. Al tiempo que este demo (grupo de poblaciones,
raza o especie) se iba adueñando de los ambientes empobrecidos
del continente africano, empiezan a aparecer fósiles humanos en
Asia y Europa. Eso quiere decir que casi a la vez, como una ex­
plosión evolutiva, uno o varios grupos familiares se mueven ha­
cia el norte, salen de África y comienzan a explorar y a subsistir
en otros continentes. Entre hace más de 1,8 millones de años y
menos de 800.000 años transcurren más de 1 millón de años; de
todo este intervalo quedan muy pocos fósiles humanos registra­
dos fuera de África, apenas los suficientes para incentivar la bús­
queda de más y para darnos a conocer aquella raza de ex­
ploradores que fueron traspasando horizontes, unos al este y al

70
E L PLEISTOCENO INFERIOR. HACE ENTRE 1,8 MILLONES DE AÑOS Y 780.000 AÑOS

norte, otros al oeste, generación tras generación, hasta cuarenta


mil generaciones.
Dmanisi, en la Georgia transcaucásica, es un yacimiento en
el que desde 1990 se han recogido varios cráneos, mandíbulas y
algunos poscraneales humanos, datados en más de 1,7 millones
de años y cerca de 1,8 millones de años a. p, Se hallan en varias
capas de una formación lacustre sobre lava de hace 1,85 millones
de años y cenizas volcánicas de hace 1,8 millones de años.
Con una notable variabilidad morfológica, se observan ras­
gos característicos de la estirpe humana ya notados en individuos

Reconstrucción en tres pasos de la cabeza de un individuo adulto joven de


Dmanisi, basado en el cráneo D-2700. Arriba, cráneo y mandíbula; centro,
musculatura; abajo, reconstrucción con piel. (Mauricio Antón).

71
H O M O HISPÁNICO

del grupo o demo de Nariokotome, junto con formas y dimen­


siones propias de los más primitivos de Olduvai y del Turkana,
los Homo habilis. Ello apunta a que este grupo hubo de salir de
Africa hacia el sudoeste asiático en los mismos años o siglos de la
crisis evolutiva, o cladogénesis, en que comienzan a diferenciarse
aquellos humanos primitivos y los «ergásteres». No son contra­
dictorios sino, al revés, convergentes, los datos de Dmanisi con
los que sitúan esta crisis entre hace más de 1,8 y cerca de 1,9 mi­
llones de años. Los fósiles de Dmanisi se hallan asociados a un
conjunto faunístico mayoritariamente eurasiático, con elementos
procedentes de África —entre estos un avestruz— y con indus­
tria lítica, en los niveles superiores, del Modo 1 evolucionado
(ver el apartado que sigue)3l.
Otra agrupación, entre las más antiguas de fósiles humanos
fuera de África, se descubrió, un siglo antes que la de Dmanisi,

Reconstrucción de un grupo de humanos primitivos, de hace 1.800.000 años,


que les muestra durante una pausa en su viaje a lo largo de las zonas áridas
del norte de Africa, que con el tiempo llevaría a la salida de la especie del con­
tinente africano. (Mauricio Antón).

72
EL PLEISTOCENO INFERIOR. HACE ENTRE 1.8 MILLONES DE AÑOS 'i’ 780.000 AÑOS

en el margen sudeste de Asia, concretamente en Trinil y otros si­


tios de la isla indonesia de Java: se les llamó primeramente «pite­
cántropos» (hombres-mono), luego Homo erectas y, más recien­
temente, «demo» o «demos» de Sangirán. Son ya unos 70 fósiles
recogidos en puntos dispersos, muchos no hallados in situ por
los científicos, sino traídos por paisanos, con datos desde hace
poco más de 1,1 millones de años (menos de 1,2 millones de
años) hasta hace alrededor de 760.000 años. Esto es, en el último
tercio del Pleistoceno Inferior y cubriendo justamente el tramo
de tiempo en que faltan o escasean fósiles humanos en Africa32.
Es más creíble esta cronología de los pitecántropos, sostenida
por el equipo indonesio-japonés, que otra que lleva estos fósiles
a edades de más de 1,8 millones de años. La diferencia no está
en los datos de las rocas volcánicas, sino en la atribución de los
fósiles a unos u otros estratos entre estas. El primer equipo me
parece más crítico en identificar estas situaciones. También es
verdad que los de Java conservan más rasgos primitivos que los
de Dmanisi, como un menor volumen craneal, la serie molar cre­
ciente, una morfología más complicada en la corona y las raíces
del primer premolar, y a la vez no presentan otros rasgos que
se conocen incluso en asiáticos posteriores emparentados con
ellos, como los molares decrecientes en tamaño y el aumento de
la altura y volumen craneales, que ya aparecen en la población
de Dmanisi. Estas observaciones pueden convencernos de que
el demo de Java y el de Dmanisi descienden de tribus emparen­
tadas, pero distintas, que salieron de África, ambas en tiempos
próximos al origen evolutivo de su pariente el ergaster africano de
Nariokotome, quizá un poco antes la que se dirigió en su descen­
dencia al sur y este de Asia, aunque es normal que sus des­
cendientes tardaran más en llegar hasta Java33.
Dos cráneos humanos en Quyuanhekou y uno en Gongwan-
gling (China), bastante completos aunque deformados, y un par
de dientes sueltos de Yuanmou confirman que, un millón de
años después de la primera salida de humanos fuera de África,
varios linajes de exploradores habían llegado a establecerse y
HOMO HISPÁNICO

Mandíbulas y reconstrucción de cráneo de pitecántropos de Java. (Fotos


donadas por G. H. R. von Koenigswald).

dejar descendencia en el Extremo Oriente asiático. F. C. Howell


incluye los fósiles arriba mencionados en el paleodemo de Yun-
xian: los dos primeros se datan con buena aproximación alrede­
dor de 850.000 años a. p.; el de Gongwangling, o de Lantian
(Shaanxi), puede tener menos de 800,000 años3'1.
En Europa occidental, además de sitios con industria lítica
en este mismo tramo, entre 1,7 y 0,78 miñones de años, no faltan
fósiles humanos. Está el cráneo de Ceprano (Italia), y otros en
varios sitios de la Península Ibérica, de los que trataremos en otra
sección. En cuanto al de Ceprano, en el Lazío, al sur de Roma
y en una cuenca lacustre en tramos, con sedimentación muy
interrumpida y cambiante desde el Mioceno y a lo largo del
Cuaternario, se recogieron fragmentos con los que se recompuso
una caja craneana. No se halló contexto ni de industria ni de fau­
na en su nivel, el 9, último del Grupo IV. Su dato se sitúa en una
franja muy amplia, entre 900.000 y 800.000 años, limitada por
dato próximo correlacionado de hacia 1,07 millones de años en
tramo subyacente y 0,7 millones de años por volcanita en el su-

74
B,PLEISTOCENO INFERIOR. HACE EN TRE 1.8 MILLONES DE AÑOS V 7X0.U00 AÑOS

prayacente Grupo III. La bóveda es ancha, el frontal muy huido


y el toro supraorbitario muy robusto, con inflexión sobre la gla-
foela. Comparte dos tercios de sus rasgos con los de Nariokoto-
jne, otros son progresivos, sin que se les llegue a proponer como
antecesores de la línea Neandertal. Es necesaria pero ardua la
comparación con los tres de Dmanisi, muy diversos entre s í35,
y con los fragmentos, aún escasos, de Atapuerca TD 6.

El cráneo fósil de Ceprano, Italia. (Obsequio del Istituto Italiano di Paleon­


tología Umana, Roma).

Está, pues, claro un florecimiento de la especie humana, un


éxito de su expansión en Eurasia hace alrededor de 900.000 años,
es decir —en términos estratigráficos—, poco antes del final del
Pleistoceno Inferior y de la etapa paleomagnética Matuyama.
No hay que olvidar lo poco que se sabe de nuestros antece­
sores en el medio millón de años anterior a este dato, además — y
aun antes— de la mencionada colonización de Java por las pri­
meras poblaciones de Sangirán, y de China por los artífices de
Donggutuo (de lo que hablaremos enseguida).

75
HOMO HISPÁNICO

En el Próximo Oriente es revelador el yacimiento del monte


Ubeidiyaíb, de hace 1,3 millones de años, poco más o menos,
con tres dientes fósiles humanos y un conjunto de industria del
Modo 2, o achelense, con utensilios de «gran formato» (GF).
Esta asociación y el dato radiométrico parecen revelar que una
nueva población había vuelto a cruzar el istmo de Suez hacía el
norte, fuera de África, o, en todo caso, se habrían repetido con­
tactos entre ocupantes del noreste de África y del valle del Jor­
dán, a uno y otro lado del Mar Rojo. Es probable que unos y
otros lo hicieran siguiendo manadas de herbívoros que se antici­
paron a abandonar África por este corredor levantino, ante las
renovadas crisis de aridez del continente que ya conocemos.
También consta que algunos carnívoros fueron tras su pista. La
fauna de mamíferos fósiles en Ubeidiya es una mezcla de espe­
cies endémicas, con otras numerosas conocidas de Eurasia, unas
pocas del norte de África y de Arabia, y media docena del Rift
de Etiopía.

R e g ist r o s a r q u e o l ó g i c o s d e e v o l u c ió n m e n t a l
en Á f r ic a y E u r a s ia

Los primeros cantos rotos, con pocos golpes, obviamente di­


rigidos de modo que se obtenía un extremo bien en pico o trie­
dro, bien en diedro agudo o filo cortante, opuestos a otro extre­
mo romo y empuñable, se conocen en África desde hace 2,6
millones de años. Se encuentran normalmente próximos a la can­
tera o afloramiento de la roca de la que fueron extraídos: esta es,
con gran frecuencia, una volcanita; a menudo cuarzo y más rara­
mente sílice. No dudo de que el color ayudaba a estos primeros
artesanos y usuarios a reconocer la piedra friable y dura para las
utilidades pretendidas: creo haber visto una preferencia por el
verde en cantos tallados útiles de diversa naturaleza pétrea pro­
cedentes de los yacimientos de Tanzania y del sur de Kenya,
mientras que entre los de Etiopía y norte de Kenya encuentro

76
EL PLEISTOCENO INFERIOR. HACE ENTRE 1.8 MILLONES DE AÑOS Y 780.000 AÑOS

más común el amarillo. Esta talla simple, de muy pocos golpes,


que afecta a una sola cara del canto (unifacial) o también a la
opuesta (biíacial), que puede llegar a producir filos en zigzag con
pocos golpes alternos en una y otra cara, es la que se llama
«Modo 1» en la nueva disciplina (SLA) que estudia experimen­
talmente las cadenas operativas de los utensilios paleolíticos.
Hasta hace cerca de 1,8 millones de años, dato de la Toba IF
de Olduvai, no se conoce la técnica llamada por M. D. Leakey
«Olduvayense desarrollado» ” —denominada por la Arqueolo­
gía experimental «Modo 1 evolucionado»— , que en realidad su­
pone un progreso notable en las cadenas operativas y en la diver­
sidad opcional de los productos, de los temas operativos de su
confección y en sus aplicaciones. Se multiplica el número de
golpes y sus direcciones sobre el canto, bien para configurar en
este el instrumento pretendido, bien para obtener mayor número
de lascas (o «bases positivas»), que son las convertidas en útiles,
como raederas, denticulados u otros, mediante una o varias se­
ries de retoques. Esta complejidad tecnológica que se investiga
mediante análisis experimental, remedando los útiles que se estu­
dian hasta obtener otro igual y a partir de un canto o fragmento
de roca de la misma naturaleza, ha dado lugar a una clasifica­
ción de diferentes temas operativos y distintos sistemas de explo­
tación de los cantos o «bases» originales, que han sido ilustrados
con dibujos y analizados cuantitativa o numéricamente, como
anteriormente hemos citado.
Este evidente y notable cambio creativo en la tecnología que
se produce hace poco menos de 2 millones de años exige obvia­
mente una innovación y un aumento en cuanto se refiere a las
operaciones cerebrales. También está claro que esta novedad
coincide con la que hemos visto en la telencefalización anatómi­
ca diferencial entre los primitivos Homo habüis y los «ergaster» o
demo de Nariokotome, cuyos fósiles se conocen desde hace poco
menos de 1,9 millones de años, y, además, se explica perfec­
tamente con la inferida prolongación del tiempo de aprendizaje en
este primitivo demo de humanos tan parecidos ya a nosotros.

77
HOMO HISPÁNICO

El Modo 1 evolucionado se encuentra también en los yaci­


mientos eurasiáticos del Pleistoceno Inferior. Reparemos en que
el dato de 1,8 millones de años inferido de las primeras salidas
de África es notablemente próximo a esta crisis y eclosión evolu­
tiva del género humano en el continente africano.
La duración de este nivel tecnológico en Eurasia se extiende
sin innovación sensible hasta el Pleistoceno Medio, durante más
de 1 millón de años, sin ir más allá de los llamados «protobifa-
ces», utensilios un tanto largos, con un extremo eficaz logrado
con una talla más o menos invasora. Es en África donde algunos
de los que quedaron tras la crisis de 1,9-1,8 millones de años
llegaron, aproximadamente 200 milenios más tarde, a confeccio­
nar los potentes utensilios de «gran formato» (GF) que en inglés
se llaman de heavy duty —de tarea pesada— . Son, efectivamen­
te, largos y pesados, eficaces para romper o cortar materiales re­
sistentes: los «picos triédricos» con punta en el extremo activo,
formada por la intersección de tres planos y sección triangular;
los «hendedores», que terminan en un filo transverso, rectilíneo
o curvo, o ligeramente ladeado, como de hacha o azada, y los
«bifaces», más o menos «amigdaloides», con extremo activo en
ojiva, que mantienen la sección biconvexa, y con la forma total
en almendra, modalidad lograda con una talla cuidada e invaso­
ra. Se hallan en los conjuntos del Paleolítico Inferior con el nom­
bre de cultura Achelense}8, que en la clasificación del SLA se de­
nomina Modo 2. Los más antiguos conocidos tienen una edad
próxima a los 1,6 millones de años; entre ellos destaca uno halla­
do junto al lago Natrón, al noroeste de Tanzania39.
Las tradiciones de utensilios G F no se conocen en Europa, y
aun en el norte de África, hasta mucho más tarde. En el Valle
Medio del Awash etiópico, tributario del Mar Rojo, están los G F
presentes hace 1,5 millones de años, no mucho después de sus
registros más antiguos, y siguen encontrándose en sitios como
Bouri, Konso, Kesem-Kebena, Gomboré I, Bodo, hasta hace 1
millón de años y bastante menos, bien alternando o junto con
complejos del Modo 1 (Olduvayense) evolucionado, o unos y

78
EL PLEISTOCENO INFERIOR, MACE ENTRE 1.8 MILLONES DE AÑOS Y 780.000 AÑOS

otros en yacimientos separados. Esto hace pensar que en esta


parte del mundo se mantuvieron poblaciones humanas con dife­
rentes «respuestas tecnológicas» para distintas necesidades: esto
es, con enriquecidas capacidades operativas y poder de previ­
sión, selección y aplicación del sistema de actuación adecuado40.
El progreso en otras partes del mundo tardó en llegar a esta
diferenciación tecnológica, y en el intervalo incorporó, en cam­
bio, el conocimiento de nuevos espacios y recursos explorados,
con adaptación, siquiera transitoria, a nuevos hábitats. El Modo
1 se registra en Riwat (Pakistán): el dato de 2 millones de años
publicado no se considera fiable, pero sí parece seguro el más de
1 millón de años. El «Sohaniense» pasa de Modo 1 («inferior») a
Modo 2 («superior») en Potwar (Pakistán), y en el Punjab de la
India más tarde, ya en el Pleistoceno Medio41.
El yacimiento arqueológico de Donggutuo, en el norte de
China, de 1,1 millones de años, y otros próximos registran un
poblamiento bien establecido42. Al sureste del Cáucaso, los nive­
les inferiores de la cueva de Azykh (o Azokh) contienen registros
parecidos. También instalado en Asia central y del norte, con
continuos conjuntos arqueológicos en sucesivos estratos, desde
hace 900.000 años, se encontraba otro grupo en Mokhovo I, Si­
beria, y en Zasukhino, al oeste de Transbaikalia43. Próxima es la
edad —0,85 millones de años— de los primeros niveles con in­
dustria lítica conocidos en paleosuelos de Kuldara (Tayikistán),
en Asia central, al pie del Altai44. Son edades próximas a las de
los fósiles humanos de Trinil, Quyuan, Gongwangling, Ceprano,
Atapuerca TD 6. Añádase el sitio de Dursunlu, en Turquía45.
En Europa se conocen otros sitios, también con industria del
Modo 1 evolucionado, del Pleistoceno Inferior: Kozamika en Bul­
garia; Tetoiu en Rumania; los niveles inferiores de Korolevo en
Ukrania; Beroun en la República Checa; Kárlich, Deutch-Altem-
burg, Neulingen 11 en Alemania; Pakefield en el Reino Unido; en
Francia Solilhac, Les Valerots, Le Vallonnet y Sinzelles, y en Italia,
Monte Poggiolo, Imola, Farnetta y, más antiguo, Casa Frata46.
También hay yacimientos47de este tiempo en África del norte.
3
H umanos del P l e is t o c e n o I n f e r io r
e n E spa ñ a

El f ó s il in f a n t il d e O rce

N o muy lejos del tiempo de los primeros fósiles humanos que


se conocen fuera de África, hacia la mitad del Pleistoceno Infe­
rior, quedó enterrado el fósil más antiguo de nuestro género en­
contrado hasta el momento en Europa, en la cuenca bética de

El fragmento de cráneo infantil de Orce, VM-0, visto por el lado exterior.


(Foto cedida por el doctor Doménec Campillo).

81
HOMO HISPÁNICO

Baza. Es el fragmento de cráneo infantil de Venta Micena (Orce,


Granada), conocido en la literatura como «Hombre de Orce».
Fue descubierto en 1982, en las excavaciones que dirigía J. Gi­
bert Clols en la cuenca de Baza (Granada). Apenas alcanza los
nueve centímetros, corresponde a la parte posterior del cráneo
de un niño de no más de cinco años —con las suturas aún sin
consolidar— , y mantiene unidos sendos fragmentos de ambos
parietales con parte del occipital y osículos womerianos.
El hecho de que se trate de un resto craneal único y fragmen­
tario, de pequeño tamaño, delgado y poco consolidado ha sus­
citado una gran controversia. Cuando en 1983 José Gibert lo
atribuye a una especie humana, se basa en rasgos observados,
pero asume un riesgo importante, ya que dichos rasgos eran es­
casos: comprendía una parte pequeña de la escama occipital, el
vértice central y superior, y las posterosuperiores de ambos pa­
rietales, con los tramos cortos de las suturas que unen a estos en­
tre sí y con el occipital. Cuando la cara interna se pudo limpiar
del sedimento adherido, se observaron depresiones profundas
que corresponden, como moldes negativos, a formas externas
del cerebro; otras, alargadas como surcos, son huellas de con­
ductos o senos venosos; el relieve de una cresta a modo de tabi­
que hacia dentro era notablemente destacado: no era normal en
endocráneos humanos. Algunos científicos creyeron ver en ello
estructuras propias de équidos, y con ello se desató una polémica
que se ha prolongado durante veinte años*.
El fósil, delicado, se hallaba consolidado por depósito epige-
nético de cal, que cubría sobre todo la cara interna. Mostraba li­
gera abrasión en la superficie externa, y señales de fracturas tafo-
nómicas, además de una ligera deformación de la bóveda. Su
Iimpie2a y restauración fue confiada al Laboratorio de Paleopa-
tología y Paleantropología del Museo de Arqueología de Catalu­
ña, en Barcelona, y llevada a cabo con perfección técnica y rigor
científico, bajo la dirección de Doménec Campillo. Así quedó bien
limpia y observable en sus detalles la superficie interior del crá­
neo, con la impresión, en negativo, del relieve meníngeo externo
HUMANOS DEL PLEISTOCENO INFERIOR EN ESPAÑA

de aquella parte del cerebro, y la controvertida cresta, que Cam­


pillo consideraba no anómala en un humano2.
En el osario del que formaba parte el fragmento craneal de
Orce se hallaron también restos de comida de hienas, y no cabía
dudar de la contemporaneidad de unos y otros. La fauna fósil
acompañante pertenecía, sin duda, a conjuntos característicos del
Pleistoceno Inferior, entre hace más de 900,000 y 1,6 millones de
años, lo que convertía al niño de Orce en el primer fósil humano
de Europa que se databa en 1 millón de años o más. Este aspecto
no hacía sino contribuir a encender aún más el debate.
Estudios posteriores del copioso conjunto faunístico de Ven­
ta Micena permitían, hace diez años, reconocerlo como más anti­
guo que los de Untermassfeld y Vallonet, de edad muy próxima
al millón de años, en el episodio paleomagnético Jaramillo, y que
los de Imola y Fameta en Italia, más moderno en cambio que los
de Tasso con más de 1,7 millones de años, y de Casa Frata con
I,5, y próximo sobre todo a Valerots, Mas Rambault, Neulingen
II, Deutch-Altenburg. Tendría, por tanto, una antigüedad entre
más de 1,1 y no mucho más de 1,3 millones de años. Los últimos
trabajos sobre la paleofauna de Venta Micena y los de Luis G i­
bert sobre la estratigrafía de la región vienen a confirmar esta es­
timación cronológica, asegurando que este niño humano pasó su
corta vida en las proximidades de Orce hace aproximadamente
entre 1,2 y 1,3 millones de años3.
Además de Campillo, buen conocedor del cerebro de adul­
tos y niños y de sus entresijos, el niño de Orce encontró otros de­
fensores de su naturaleza humana. Phíllip V. Tobías, paleontólo­
go y profesor en la Facultad de Medicina de la Universidad
Witwatersrand en Johanesburgo, especialista en estudios del ce­
rebro de australopitecos y humanos primitivos fósiles de Sudáfri­
ca y de África oriental, tuvo ocasión de conocer el fósil de Orce
y los trabajos de Campillo, y apreció positivamente los estudios y
la interpretación de este4.
También era legítima y comprensible, no obstante, la posición
de aquellos científicos que, sin reconocer taxativamente al «Hombre
HO M O HISPÁNICO

de Orce» ni decantarse por un categórico rechazo, aguardaban a


que nuevos hallazgos enriquecieran los registros de su presencia en
aquellos niveles y confirmaran su identidad de especie humana.
Recientemente, a últimos del año 2006, se produjo un hallazgo
que daba al traste con la tesis de la no pertenencia humana de los
relieves observados en el fragmento craneal de Orce. No se trata­
ba de la aparición de nuevos fósiles indudablemente humanos en
aquellas capas de la excavación de Venta Micena, sino que el es­
paldarazo vino por una vía epistemológica lateral, pero eficaz e
inequívoca de los relieves observados en aquel fragmento craneal.
El descubrimiento decisivo es el del esqueleto de un niño tarra­
conense de dos años, siglado LP-511, en una necrópolis romana

B
*• - ■

■ify' 1:■

Vistas internas con detalle de las crestas óseas del fósil de Orce (A, O y del
niño tarraconense en necrópolis de época romana (B y D). (Obsequio del
doctor Doménec Campillo).

84
HUMANOS DEL PLEISTOCENO INFERIOR EN ESPAÑA

del siglo IV, en Francolí (Tarragona) excavada en 2003: el cráneo se


hallaba en trozos. Uno de estos fragmentos se parecía al de Orce en
tamaño y en cuanto a la región representada, pero, además, en su
relieve interno se podía observar la trayectoria de los senos veno­
sos, y una cresta prominente como la que escandalizaba en el
«Hombre de Orce». Es, pues, sencilla, única y externa, pero real e
innegable, la prueba que confirma la lectura de Campillo de que las
formas observadas en el fragmento craneal de Orce pueden ser
propias de un ser humano y válidas para reconocer como tal al in­
dividuo representado por este fósil (Campillo y otros, 2007)5.
Otros fragmentos óseos de Venta Micena que se han podido
interpretar como posiblemente humanos son dos diáfisis de hú­
mero, una de adulto, otra infantil. Por otra parte, las limitaciones
del fragmento craneal VM-O no permiten muchos estudios com­
parativos ni inferencias de parentescos con fósiles humanos de
edades más o menos próximas en otras regiones.

LOS AMBIENTES DE ORCE Y LOS SISTEMAS BÉTICOS


en el P l e is t o c e n o I n f e r io r

Orce se encuentra en una situación muy peculiar y estratégica


dentro del abanico geográfico que hacen las cordilleras béticas
entre el extremo sur y el sureste peninsular, desde Tarifa hasta
Denia. Próxima y casi paralela a la costa del Mediterráneo, discurre
de oeste a este la Cordillera Penibética, con las cumbres más ele­
vadas, máxime en Sierra Nevada. La franja norte, o sea la más aleja­
da del mar, va de Cádiz a Jaén, delimitando por el sur el valle del
Guadalquivir, y sigue al noreste hasta el cabo de la Nao y Denia:
es la Bética Externa, o Prebética. En medio, la Cordillera Subbé-
tica es más laberíntica, afectada por fallas en varias direcciones,
subdividida en diversas sierras que delimitan a su vez numerosas
y más o menos amenas depresiones o cuencas.
Las cuencas intramontanas constituyen aquí archivos y álbu­
mes naturales y paradisíacos para guardar fósiles, por contener

85
HOMO HISPANICO

lagos o lagunas, remansos de ríos o humedales donde los anima­


les vertebrados van a comer y a beber. Pueden por ello quedar
enterrados por limos impermeables y fosilizar, y esto en genera­
ciones sucesivas, si el sustrato rocoso va cediendo paulatinamen­
te hacia el fondo con la distensión de las fallas. Tienen, así, un
parecido con los rifts o fosas tectónicas de Africa.
Quiero poner el acento sobre la posibilidad que el entorno
ofrece no solo de beber, sino también de comer, pues el baile de
cotas, laderas, manantiales, arroyuelos, vegas y navazos modifica
también las variables cÜmáticas y la composición de los suelos,
con lo que se producen en estas sierras y cuencas intramontanas
verdaderos mosaicos vegetales y parques excepcionales en cuan­
to a diversidad animal. Los hay hoy día, aun a pesar del dominio
reciente de la aridez: los parques de Grazalema, Antequera, de los
Villares, Sierra María, Sierra de Huétor, Sierra de Baza, de Sierra
Nevada y de Níjar-Cabo de Gata.
No es difícil imaginar la sucesión de ambientes y sus cambios
en épocas pasadas, algo que los estudios especiales de los sedi­
mentos y depósitos fósiles ayudan a reconocer con solvencia
científica. Antes de entrar en este detalle, tengamos presente que
en los sistemas béticos no faltan cuevas, y que estas elevan las ex­
pectativas de encontrar registros fósiles por la capacidad que tie­
nen de almacenar y conservar restos de carnívoros y humanos,
así como de sus actividades.
Las principales cuencas intramontanas en el complejo Sistema
Bético vienen a ser, de oeste a este, las de Ronda, Antequera, Gra­
nada, Guadix-Baza, La Alpujarra y, abiertas al mar, también las de
Níjar-Carboneras y de Alicante-Cartagena. Otra decena de ellas
son más restringidas en espacios subbéticos. Unas son subsidia­
rias de otras, dependiendo en parte de capturas de arroyuelos o de
unas redes fluviales por otras, entre las que desaguan en el Medi­
terráneo y las que, con el Guadalquivir, terminan yendo al Adántico.
También cambian los materiales y regímenes de deposición, según
la desigualdad de cambios en altitud de unos u otros bloques en
renovaciones parciales de la sísmica y tectónica de la región.

86
HUMANOS DEL PLEISTOCENO INFERIOR EN ESPAÑA

El mayor desequilibrio de acción tectónica que creó suelo


andaluz con estas cordilleras, levantándolas donde antes un an­
cho brazo traía aguas atlánticas al Próximo Oriente asiático y se­
paraba Europa de Africa, ocurrió hace unos 6 millones de años,
en la edad estratigráfica Messiniense, con la que termina el Mio­
ceno, cuando empezaron a tener éxito los grandes primates con
facultad de locomoción bípeda y vertical. Es la edad en que se
retira el mar, se alzan los alcores y se deposita el albero en Car-
mona y hasta Alcalá de Guadaira6.
Con los grandes calores del Plioceno, entre hace 5,3 y más de
3 millones de años, subieron las playas en las costas mediterrá­
neas y en bahías, aguas arriba del Llobregat, el Segura y el G ua­
dalquivir, y cuencas lacustres intrabéticas y manchegas, al tiempo
que se evaporaban otras en las Mesetas. Después vinieron los
fríos y los descensos en retiradas del mar. En la Península Ibérica
se siente el comienzo de las glaciaciones hace 2,6 millones de
años, con deforestación, extensión de páramos y entrada de los
primeros caballos y grandes bovinos. Fueron fértiles en formas
de vida, y lo son en registros fósiles, las cuencas andaluzas, en las
fluctuaciones climáticas que se sucedieron hasta el comienzo del
Pleistoceno, hace casi 1,8 millones de años. Recordemos que fue
en tomo a esa fecha cuando se produjeron hechos muy decisivos
en la evolución humana: cerebralización, prolongación de la edad
de crecimiento y aprendizaje, desarrollo y diversidad en la tec­
nología de la piedra, primeras salidas de África y expansión de
humanos en Eurasia.
En el millón de años casi exacto que dura la edad estratigrá-
fíca del Pleistoceno Inferior, entre hace 1,8 millones de años y
780.000, se registraron sucesivos cambios ambientales en la Pe­
nínsula Ibérica, que pueden corresponder a los registrados glo­
balmente, o también a circunstancias regionales de evolución di­
námica del sustrato geográfico y que influyeron en el clima. Esto
último sucede obviamente en las sierras y cuencas béticas. En ge­
neral, puede hablarse de climas tropicales y con estacionalidad
acusada en la Península. Podemos resumir los cambios principa­

87
HOMO HISPÁNICO

les que permiten subdividir este período en varias épocas, que


el geólogo distingue bien en el terreno por la composición y el
color de los estratos, y el paleontólogo mediante la clasificación
de los fósiles y sus conjuntos y el examen de las alteraciones que
presentan.
Entre hace 1,8 y 1,7 millones de años, se reconoce un cambio
de régimen lacustre a fluvial, acompañado de una crisis de ari­
dez, particularmente marcada en la Hoya de Baza7, y solo local­
mente algún descenso en el nivel del mar. En torno a hace 1,7
millones de años se anotan dos fuertes descensos de las tempera­
turas globales, y otros dos hace poco más de 1,5 millones de
años: entre estas dos crisis, la Hoya de Baza cuenta, en la Forma­
ción Fuentenueva, con escasos fósiles y con signos de aridez más
que de calor, hasta la reanudación del régimen fluvial de la For­
mación Torre del Salar, que termina con el frío hace 1,5-1,4 mi­
llones de años.
A partir de aquí, entre hace cerca de 1,4 y algo menos de 1,2
millones de años, mejora el clima y en particular la pluviosidad,
se registran cambios en la fauna, la renovación de lagos y hume­
dales, al tiempo que los niveles del mar vuelven a subir: este es el
tramo representado en la Formación Venta Micena. que contiene
abundantes fósiles de vertebrados e industria paleolítica en los
sitios de Barranco León, Fuentenueva-3 (ver más adelante) y
Venta Micena, y en este último el fósil humano de Orce.
Se mantuvo por entonces, en general, un régimen sedimenta­
rio y geodinámico tranquilo. Los cambios en la sedimentación
ocurrieron antes y después de ese tramo de poco más de dos­
cientos milenios. La fauna de mamíferos experimentó escasa va­
riación desde hace 1,8 millones de años o poco menos; cambió
en el sur de Europa y en China hace 1,2 millones de años; en Eu­
ropa central, oeste de Asia y en Java hace 1,1 millones de años.
En África aumentó la aridez. En las Cordilleras Béticas no falta­
ron lluvias en torno a hace 1,3 millones de años, y crecieron la­
gunas y lagos en sus cuencas intramontanas. Con todas estas
condiciones se desarrolló un variado y denso mosaico vegetal, en
HUMANOS DEL PLEISTOCENO INFERIOR EN ESPAÑA

las que hoy son cuencas de Granada, Guadix y Baza, Campo de


Dalias, Níjar, Lorca-Totana. En estos paraísos naturales florecía
una rica fauna de vertebrados, en los tiempos del niño de Orce,
mientras que en otras regiones de Iberia el paisaje era más este­
pario, y en Africa tropical dominaba la sabana.
Al final aumenta la evaporación y desciende el nivel del lago
de Baza, mientras que se rellenan copiosamente cavidades en
Cueva Victoria, La Unión (Murcia, ver más adelante), coinci­
diendo con un nuevo enfriamiento global. Este deja paso a un
tramo de oscilaciones entre templadas y poco frías en la zona pa-
leomagnética Jaramillo, entre hace 1,07 millones y 950.000 años,
con una fecunda fauna de mamíferos en Le Vallonnet y Unter-
massfeld, en la Europa continental. El último tramo de este
Pleistoceno Inferior, hasta hace 780.000 años, se caracteriza por
las vivas fluctuaciones del clima; a este periodo corresponden los
registros fósiles de Huáscar y Puerto Lobo en los sistemas héti­
cos, con buen nivel del lago en Baza8 y Atapuerca en el norte. El
nivel del mar bajó y subió en Almería hace un millón de años y
hace 950.000, y descendió de nuevo en estas y otras costas hace
800.000 años9.
Entre la fauna de los niveles de Fuentenueva-1, hace más de
1,5 millones de años, se encuentra una gacela y la hiena de Pe­
rder, mencionadas por última vez en Olivóla y en Tasso, respecti­
vamente, de la serie italiana, correlacionados con la serie Eburo-
niense y datados en torno a 1,7-1,5 millones de años. En los de
Venta Micena, más tarde, se encuentran el hipopótamo, grandes
cérvidos, félidos con dientes de sable, y una diversidad de gran­
des bovinos, de origen eurasiático unos, africano otros, como un
búfalo, y cápridos. El macaco está presente en más de un sitio.
No faltaban, pues, zonas boscosas junto a ríos y lagos, montes en
las elevaciones del terreno y fértiles praderas entre medias. Con
la aridez aumentó la estepa de cereal duro, y en Fuentenueva-3,
hace solo 1,1 millones de años, se ubica la variedad progresiva de
mamut meridional, con muelas más altas y más placas de esmal­
te, que se acerca al mamut de estepa europeo del Pleistoceno

89
HOMO HISPÁNICO

Medio. Es también muy ilustrativa la fauna de micromamí-


feros10.

F ó s il de C u ev a V ic t o r ia

En el borde sur de las tierras bajas, con marismas y albuferas,


entre Alicante y Cartagena, se alzan montañas muy quebradas por
fallas, donde destacan las minas de galena próximas a La Unión.
Tienen también historial kárstico y guardan importantes registros
fósiles, como son los de Cueva Victoria, cerca del conjunto minero
Portland: de estos se conoce un fósil humano, también del Pleisto­
ceno Inferior, así como fauna abundante, con algún otro fósil más
dudoso, y controvertidas piezas de industria lítica.
El fósil CV-0 es una segunda falange del quinto dedo de la mano
derecha. La presencia de un género de grandes monos, el The-
ropithecus oswaldi, en el yacimiento, del mismo género que el ac­
tual «gelada» africano, ocupante de alcores con vegetación abier­
ta, hacía que la identificación del fósil suscitara dudas, que era
preciso resolver. En esa tarea se emplearon J. Gibert y J. Pons
Moyá, descubridor de la pieza, sin llegar a obtener conclusiones

F'Wf'i'VK' b r r ' a n a r i e O u g ^ V i c t o r i a . i_a U n i o n M u -O í ■' 1 ? M - :

Dibujo de la falange fósil de Cueva Victoria, con indicación de las medidas es­
tudiadas por P. Palmqvist, J. A. Pérez-Claros, J. Gibert y J. L. Santamaría.
Qournal o f Archaeological Science, 23, 1996, págs. 95-107).

90
HUMANOS DEL PLEISTOCENO INFERIOR EN ESPAÑA

convincentes. Tampoco se han logrado resultados definitivos en


otros hallazgos fósiles de Cueva Victoria, como es el caso de dos
fragmentos pequeños de diáfisis de húmero infantil, un incisivo
muy gastado y un fragmento de fémur, que inicialmente se inter­
pretaron como posiblemente humanos n.
La abundante tauna fósil recogida en Cueva Victoria puede
permitir confirmar la proximidad temporal con Venta Micena.
Comprende grandes carnívoros, como «dientes de sable», la hie­
na de hocico corto —Packycrocuta brevirostris—, el hipopótamo
antiguo, el mamut meridional, representantes tardíos de ciervos
primitivos, y entre los pequeños mamíferos, los buenos indicado­
res AUophaiomys chalinei y Castillomys crusafonti. Se citan aquí,
quizá por primera vez en la región, un león o pantera, y algunos
cérvidos ya conocidos en conjuntos más nuevos dentro del Pleis­
toceno Inferior. La edad de este conjunto faunístico puede, pues,
situarse entre más de 1,2 y algo menos de 1,1 millones de años.
Cabe mencionar, en este caso, que hubo de plantearse una duda
seria por lo que toca a la edad de la falange CV-0, probablemen­
te humana.
El sistema kárstico de Cueva Victoria no es muy largo ni ex­
tenso, pero sí algo complejo, y la historia de sus cavidades y re­
llenos comprende varios ciclos y periodos, lo que obliga a asegu­
rarse de a cuál correspondió la vida de cada uno de los fósiles
que investigamos. Un primer estudio distingue seis ciclos, co­
menzando por el de karst vivo o joven, o sea de cursos de agua
subterránea erosionante sin aberturas al exterior, o endokarst. Si­
guen dos ciclos, el II y el III, de cueva abierta al exterior, exo-
kársticos o de karst viejo, ambos muy parecidos, de rellenos con
cantos y fósiles con un intervalo de escasa o nula deposición, y
un ciclo más, el IV, de colmatación hasta el techo y cementación
calcárea de estos rellenos. Estos tres últimos ciclos se enmarcan,
inequívocamente y de acuerdo con la fauna, en el Pleistoceno In­
ferior, si bien pueden encuadrarse en un intervalo de cierta dura­
ción. Les sigue una erosión y vaciado que se lleva grandes volú­
menes de la osífera anterior, de la cual quedan testigos que se

91
HOMO HISPÁNICO

ven cementados en paredes y techos, partes de lechos en blo­


ques, cantos y fósiles caídos, en su mayor parte arrastrados, y en
algunos casos, redepositados en nuevos cauces del ciclo V. De
otros bloques, más o menos grandes, desprendidos y derrumba-
dos también pueden obtenerse fósiles fácilmente.
Las cavidades en este tiempo crecieron de nuevo hacia la su­
perficie, y se abrieron al exterior nuevas puertas y boquetes.
Todo esto pudo suceder en el periodo correspondiente al Pleis­
toceno Medio. Las nuevas ventanas al exterior dieron lugar a un
ciclo final de depósitos de corriente, variados y modernos, inclu­
so con aspecto de depósitos intermitentes de ramblas propias de
clima subárido.
Es preciso decir aquí que la falange CV-0, probablemente hu­
mana, no fue vista y recogida en su estrato original, sino que Pons
Moyá la encontró en uno de los lechos de derrumbes del ciclo V.
Así lo hizo constar en un comunicado con J. Gibert, en el que
también indicaba que el «estado de fosilización es similar al de las
restantes piezas» extraídas de las brechas de los ciclos II y III.
Esta pertenencia fue corroborada por otros expertos tras un nue­
vo examen de diversas variables tafonómicas, lo cual confirma la
antigüedad del fósil en el Pleistoceno Inferior, pero obviamente no
con la misma certeza que si procediera de excavación metódica.
Otro hallazgo debatido en Cueva Victoria es el de un grupo
de objetos de piedra tallada, recogidos en una de las primeras vi­
sitas al sitio, que en un principio fueron referidos a la misma
edad geológica que la falange del dedo meñique. Esta interpreta­
ción fue pronto rechazada por comprobarse que procedían de
rellenos más recientes, de actividades muy posteriores junto a
nuevas entradas del último ciclo. No obstante, el mero hecho de
haberse encontrado un canto tallado en material posiblemente
proveniente de la brecha antigua anima a dejar abierto el camino
a nuevas investigaciones en el yacimiento.
El origen de esta tan notable acumulación de fósiles antiguos
de los ciclos II y III es, como en el caso de Venta Micena, el de­
secho de restos de comida de hienas, no la acción antrópica. Las
III.:MANOS DEL PLEISTOCENO INFERIOR EN ESPAÑA

inferencias sobre posibles condiciones ambientales sugieren es­


pacios abiertos con lluvias estacionales, un entorno montano con
alturas moderadas en proximidad al mar.
Tanto aquí como en las cuevas intrabéticas granadinas se en­
cuentran, pues, condiciones climáticas, sobre todo de humedad
y ambientales, en parecidos paisajes abiertos y con lagos, como
los del Rift africano en tiempos más antiguos, cuando estos se
han tornado inhóspitos por la sequía. Está claro que en las cuen­
cas intrabéticas convergen, entre hace 1,4 y 1,1 millones de años,
mosaico vegetal y faunístico que no se dieron en el Rift oriental
en ese tramo de tiempo.

U na m a n d íb u l a e n e l n iv e l E 9 d e la S im a del E lefa n te
de A tapuerca

La Sima del Elefante es una de las cavidades rellenas hasta el


techo con sedimentos bien estratificados durante el Pleistoceno
Inferior y Medio en la Sierra de Atapuerca, Burgos, que atraviesa
una línea de ferrocarril, pretendidamente popular y benéfica,
con una trinchera excavada en el último tercio del siglo XIX. Era
el tiempo de las primeras empresas productoras de abonos fosfa­
tados artificiales. El fósforo es un elemento más precioso que el
oro, pues es el actor principal de las combinaciones genéticas y
la reproducción de los vivientes, y de la fotosíntesis vegetal. Es el
que, combinado con la cal, da dureza a los huesos en forma de
fosfato tricálcico, y el que merced a esta sustancia mineral los
preserva y los mantiene fósiles.
Los primeros fabricantes de abonos sintéticos conocían estas
propiedades, lo que llevó a que en Estados Unidos se pulveri­
zaran toneladas de huesos de dinosaurio, antes de que este mal
uso de los fósiles acabara por prohibirse. En Francia hubo tam­
bién que parar en una cantera la explotación de las «Fosforitas
de Quercy», un estrato riquísimo en fosfato, por estar saturado de
huesos fósiles de comienzos de la Era Terciaria.

93
HOMO HISPÁNICO

Dado que en España no se fabricaban abonos sintéticos, el


Reino Unido aprovechó la supuesta abundancia de fósiles en
nuestro país para, durante años, cargar restos óseos de masto­
dontes, jiráfidos y otros grandes mamíferos miocenos proceden­
tes de yacimientos como La Cistérniga en Valladolid, el Cerro
del Otero y otros en Palencia, Avisado por un amigo, el geólogo
Juan Vilanova y Piera vio cargar quíntales de estos fósiles en la
estación de ferrocarril de esta ciudad con destino a puertos del
norte, y lo denunció en varias publicaciones12. No parece que se
le diera crédito, Como tampoco se quiere hoy admitir que la in­
tención de la compañía británica que decidió construir un ferro­
carril benéfico —con una curva desviada, dentro de la montaña,
innecesaria y muy costosa, atravesando, eso sí, más de cuatro bo­
cas de cuevas y simas rellenas, hasta veinte metros de profundi­
dad— fuera la de alcanzar los huesos de grandes mamíferos con­
servados y limos de fosfato calcico resultantes de huesos
meteorizados. Lo habían explorado, y sabían a lo que iban.
Desde luego, se llevaron y destruyeron una incalculable can­
tidad de huesos fósiles, incluso humanos, de estos yacimientos,
pero también hay que reconocer que de no haber abierto esa
trinchera ferroviaria, difícilmente habríamos tenido acceso a los
fósiles de los rellenos taponados en la Sima del Elefante, de la
Gran Dolina, la Galería entre las Tres Simas y la Cueva de los
Zarpazos, ni nos habríamos enterado de que allí estaban espe­
rándonos para enseñarnos tanto,
La Sierra de Atapuerca tiene una situación geográfica intere­
sante como paso de caminos entre las cuencas del Duero de ver­
tiente atlántica y el Ebro que va al Mediterráneo, y entre la Sierra
de la Demanda de la alineación Ibérica y las sierras alavesas del
margen cántabro-pirenaico. Une la Meseta castellana septentrio­
nal con la comarca marginal de La Bureba, La Rioja y los pára­
mos del norte.
Sobre la superficie horizontal de los depósitos miocenos des-
taca como un arco de calizas cretácicas, residuo de un levanta­
miento orogénico, allanado por erosión hasta unos cien metros

94
HUMANOS DEL PLEISTOCENO INFERIOR EN ESPAÑA

por encima de la meseta. Este bloque calizo está muy fractura­


do por la tectónica, lo que ha dado lugar a un gran desarrollo de
erosiones y formas kársticas. En menos de un kilómetro, en su­
perficie, se han censado más de veinte aberturas de cavidades ac­
tuales, galerías subterráneas horizontales —o casi— , «salas» above­
dadas, simas y chimeneas verticales, algunas de las cuales están
abiertas al techo como torcas o «trampas». Cueva Mayor tiene un
recorrido —explorado por el Grupo Espeleológico Edelweiss, de
Burgos— superior a tres kilómetrosl}.
Las atractivas cavidades actuales de la Sierra de Atapuerca no
son sino el residuo senil de un antiguo karst con galerías y simas
amplias y profundas en las que fueron depositándose sedimentos
superpuestos a lo largo de casi un millón de años, taponando an­
tiguos portales en la ladera suroeste de la sierra y rellenándolas
hasta el techo en muchos recorridos. Varios de estos rellenos
profundos y totales quedaron expuestos en cortes verticales hace
más de un siglo, cuando la mencionada compañía inglesa hizo
pasar por allí el pretendido ferrocarril minero N. Lo que dejaron
expuesto en cortes verticales, algunos de casi veinte metros,
pudo ser evaluado hace 30 años, para dar comienzo a un plan
metódico de excavaciones y estudios interdisciplinares que están
rindiendo múltiples y muy ilustrativas pruebas sobre la evolución
de los ambientes y de los pobladores humanos paleolíticos a lo
largo de un millón de años, parte del Pleistoceno Inferior y casi
todo el Pleistoceno Medio.
Las excavaciones sistemáticas, muestreos y estudios interdis­
ciplinares en sitios del karst de la Sierra de Atapuerca comenza­
ron en 1978. Los más estudiados hasta hoy han sido el relleno de
Gran Dolina, el complejo Tres Simas, centrado en la Galería,
ambos en la Trinchera, y la Sima de los Huesos, accesible desde
la Cueva Mayor. Los últimos años se avanza en la Sima del Ele­
fante y otras de la zona.
La serie de Gran Dolina es un registro largo entre un dato apro­
ximado de, al menos, 900.000 años y otro de menos de 200.000, en
una potencia próxima a 20 metros y bien calibrado, donde se distin­

95
HOMO HISPÁNICO

guen bien unas 10 unidades entre el nivel inferior, TD 2, y el supe­


rior, TD 11, algunas con subunidades bien distintas. Varias de es­
tas están constituidas por ritmitas, lo que permite llegar a resolu­
ciones entre 1.000-2.000 y 20.000 años. Los hiatos sedimentarios
entre dichas unidades y entre las divisiones o subunidades de estas
parecen, en general, ser breves, excepto en la unidad TD 8 (poste­
rior a la mitad), con sedimentación más pobre y distanciada.
El alto grado de integridad de este registro se aprecia tam­
bién por el estudio sedimentogenético, que permite reconocer al
menos ocho oscilaciones climáticas mayores, de las diez que re­
gistra la escala isotópica del océano (OIS) en el mismo intervalo
cronológico, OIS 27 a O IS 7 15. De ello volveremos a hablar en el
capítulo siguiente.
Las discordancias mayores se encuentran entre las unidades
TD 4 y TD 5, internas en TD 8, y al final de TD 9. En todos es­
tos casos se relacionan con colapsos de los lechos infrayacentes,
erosión y buzamiento. También son de notar los hiatos en que se
producen costras calcáreas a techo de TD 2 y de TD 8, con la ca­
vidad cerrada al exterior, hasta la apertura lateral a tiempo de
TD 3 en el primer caso, y la nueva apertura superior de dolina
con el depósito TD 9 en el segundo. Antes de los colapsos y
cierre de la primera entrada lateral a media altura del corte ex­
puesto en la unidad TD 8, se produce la discordancia erosiva so­
bre TD 6, tras alcanzar este depósito el nivel de la entrada y al
convertirse la cueva en sumidero de la corriente fluvial intermi­
tente que deja los depósitos de TD 7. Con la apertura de la dolina
en TD 9, se reanudan los colapsos de TD 8 con sumidero junto a
la pared sureste, se rompe la costra a techo de TD 8 y se produce
una leve inversión estratigráfica del material fino depositado en
T D 9 que penetra bajo depósitos erosionados de TD 8. Esta
apertura superior de la dolina es seguida de desplomes del techo
y nuevos colapsos a lo largo de TD 10, que alternan con épocas
de ocupación humana en esta aún amplia cavidad residual.
En el complejo Tres Simas, el corte de la Galería (centro)
muestra el fondo de una cueva ocluida. De su sala más interior

96
K1 corte de rellenos Gran Dolina
en Atapucrca, con la excavación
en progreso. (Archivo Museo
Nacional de Ciencias Naturales-
MNCN. Foto E. Aguirre).
^VY,V).T^>T''■

Rcprcscntación escénica de los pobladores de Dmanisi. (Por Mauricio Antón).

El esqueleto de adolescente de Nariokoto-


me, al oeste del lago Turkana, África.
(Reconstrucción, por Mauricio Antón).
El cubil de hienas en el Pleistoceno Inferior de Venta Micena, Orce, Granada. (Reconstrucción
escénica, por Mauricio Antón).

Reconstrucción escénica del ambiente próximo a Orce, pasada la mitad del Pleistoceno Inferior,
según la fauna fósil recuperada en el sitio de Fuentenueva-3. (Por Mauricio Antón).
Premolar humano del nivel 9, Sima del Hie­ Mandíbula humana incompleta de la Sima dc]
lante, Trinchera de Atapuerca, con fauna del Elefante, nivel 9, recuperada en la excavación
Pleistoceno Inferior. (Fotografía cedida por del verano de 2007. (Foto de J. M. Bermúdez
J. M. Bermúdez de Castro, codirector del EIA). de Castro).

Vista de la Sierra de Atapuerca y su entorno desde la orilla actual del río Arlanzón, en el término
de Ibeas dc Juarros. (Archivo fotográfico MNCN).

Mapa geológico del entorno de la Sierra de Atapuerca.


Maxilar y frontal humanos del «antecesor» del
TD 6, Estrato Aurora. (Archivo MNCN).

El maxilar de TD 6, en vista oclusai. (Archivo


fotográfico MNCN).

Conjunto de fósiles humanos, craneales en el


centro, del Estrato Aurora, recuperados en la
primera prospección de la calicata en el ex­
tremo interior de Gran Dolina, Atapuerca.
(Archivo fotográfico MNCN).

Conjunto del holotipo que se presentó para


el nombre de «especie» Homo antecessor, «Pa-
leodemo Atapuerca/Gran Dolina». (Archivo
MNCN).

Clavícula humana del Estrato Aurora en Gran


Dolina, con trazas de descarnación. (Atención
de Y. Fernández-Jalvo).
Reconstrucción de una escena en el yacimiento de Gran Dolina, en Atapuerca, nivel TD 6.
Varios homínidos de «antecesor» se alimentan con los restos de otros miembros de su tribu.
(Por Mauricio Antón).

Reconstrucción ambiental de la zona de Atapuerca durante el Pleistoceno inferior, nivel TD 6. Futre


los grandes mamíferos destacan los jabalíes, los ciervos megacerinos y los bisontes primitivos de
Suelo excavado en Olorgesailic, Kenya, con acumulación de utensilios Uticos de gran formato,
entre ellos bifaces dc talla fina con percutor blando, del Modo 2 evolucionado: datado en más de
600.000 años. (Foto de F.. Aguirre, MNCN).

Reconstrucción de una escena en la en trad a de una cueva en Zhoukoudien, China. Dos indivi­
duos adultos del «hombre de Pekín», o paleodemo ZKD, se calientan junto al fuego, mientras
uno de ellos se dedica a la talla de utensilios Uticos. (Por Mauricio Antón).
Defensa de elefante antiguo joven, empi­
nada por el movimiento y peso de lodos
aún no consolidados, al tropezar su pUn.
ta con otras dos de individuos adultas di­
ferentes. (Foto de E. Aguirre, M NCN)

Vista parcial de fósiles de varios individuos del elefante


Palaeoloxodon antiquus con ordenación artificial, con­
servados sin mover del yacimiento en el Museo en el
sirio de Ambrona (Soria). (Foto de E. Aguirre, MNCN).

Reconstrucción de una escena en la zona de Ambrona y Torralba, mostrando a una manada de


Palaeoloxodon antiquus que acuden a abrevar en una charca rodeada de vegetación de ribera, con
zonas de vegetación más árida al fondo. En primer plano, un humano anteneandertalense espía a
HUMANOS DEL PLEISTOCENO INFERIOR EN ESPAÑA

__Covacha de los Zarpazos— vienen coladas de depósitos que se


interdigitan con otros del lado opuesto (sur), las Tres Simas. Tras
obstruirse aquí una antigua entrada, se abrió al techo una chime­
nea progresiva (Sima Norte), constituyendo una torca, nueva
fuente de depósito y trampa para animales herbívoros. La base
de los depósitos exokársticos no excede aquí la edad del episo­
dio OIS 13. El techo está bien datado en tom o a los 200.000
años U-s y ESR por espeleotemas (episodio OIS 7). Las inflexio-

TeyoxK 1. Atapuerca - Gran Dolina y Sima Elefante


O Pleistoceno inferior 2. Atapuerca - Galena
• Pleistoceno m edio 3. Atapuerca (Ibeas) - SH
4. Cueva Victoria
5. Orce
6. Estrecho del rfo Guipar
7. Lezetxiki
8. ElCogosto

Mapa de yacimientos con fósiles humanos del Pleistoceno Inferior y Medio en


la Península Ibérica.

97
HOMO HISPÁNICO

nes climáticas entre el cálido OIS 9 y el frío OIS 8 están refleja­


das con gran pormenor, y sobre todo las de un tramo superior,
TG 11, con sedimentación rítmica alternante en más de diez ci­
clos pauciseculares.
El registro preliminar palínológico que se hizo en los años
ochenta fue discontinuo en Gran Dolina. Si bien queda por con­
trastar la identidad cronológica de cada asociación polínica con
el depósito que la contiene, o verificar si hay o no una penetra­
ción contaminante, en general puede decirse que esta última
vendría a lo más de la etapa no deposicíonal o erosiva subsi­
guiente y no de depósitos superiores.
Aunque sin continuidad, el registro polínico de Gran Dolina
revela cambios en la vegetación atribuibles a fluctuaciones del
clima, pues se suceden en el mismo lugar —o cercanías, según
los vientos dominantes o arrastres hídricos— un bosque templa­
do atlántico con hayedo (TD 4), unas cubiertas con claros y más
xéricas (TD 5), páramo frío, seguido de vegetación mediterránea
o garriga (TD 6), hayas próximas de nuevo y vegetación riojana
con vid y acebuche (TD 7, final), bosque atlántico más templado
o castañar (TD 8 alto) y pinar (TD 10). El decaimiento de bos­
que templado con un repunte antes del páramo en el episodio
OIS 8 y la garriga recuperada en el OIS 7, se registran pormeno-
rizadamente en la mitad superior de Galería16.
A unos 100 metros del de Gran Dolina queda el corte llama­
do Sima del Elefante, donde se han distinguido 21 unidades, con
una discordancia erosiva muy profunda entre la serie inferior, que
acaba en el nivel E 14, y la intermedia, que comienza con E 15.
Comprendería un registro de un millón de años o poco más, con
sedimentación alterada, cambio de entrada y hiatos importantes.
Pertenece al subsistema kárstico de Cueva Mayor.
La Sima del Elefante es un gran hoyo entre fallas de la roca
cretácica. Según un estudio reciente de la geóloga y espeleóloga
Ana I. Ortega y otros compañeros, las cavidades del karst de la
sierra de Atapuerca empiezan a rellenarse en el Pleistoceno Infe­
rior y no terminan hasta el final del Pleistoceno Medio. Un pri-

98
HUMANOS DEL PLEISTOCENO INFERIOR EN ESPAÑA

nier relleno de la Sima del Elefante (TE) se conoce por catorce


niveles de depósitos estratificados, hasta unos diez metros, con
abundantes fósiles, que resistieron a una fuerte erosión
La sima reavivada volvió a rellenarse hasta quedar colmatada
en el interglacial del Episodio OIS 5, hace un centenar de miles
de años, con copiosos restos de fauna y de presencia humana.
Estos rellenos empezaron no al nivel del actual suelo de la trin­
chera que corta el estrato TE 9, sino aún más abajo, por lo que
últimamente se ha excavado una zanja en dicho suelo, a modo de
cata, de hasta treinta metros cuadrados de superficie y unos seis
metros de profundidad. Se tomaron muestras para análisis paleo-
magnético, que dieron polaridad inversa en todo este tramo, del
Pleistoceno Inferior. Los sedimentos contenían además restos fó­
siles de fauna, y unos pocos utensilios de piedra tallada que se
han estudiado estos últimos años. Varios fragmentos óseos tienen
marcas de corte con filos líticos.
En el fértil nivel TE 9 se han encontrado fósiles de caballo,
rinoceronte, jabalí, ciervos gigantes (megalocerinos), un gamo
primitivo, bisonte, un lince primitivo y otros félidos, lobo y zorro
primitivos, mustélidos, insectívoros, lagomorfos, diversos roedo­
res, macacos, diversas aves, peces... Varios de los mamíferos re­
presentados indican una edad de más de un millón de años a. p.
El bisonte de la parte superior de TE 9 indica una edad en torno
a hace 1,2 millones de años; el gran mustélido Pannonictis no se
conoce en Europa después de 1,3 millones de años a. p.; roedo­
res del género Allopkaiomys indican gran proximidad al dato de
1,20-1,25 millones de años, según los tiempos conocidos en nu­
merosos sitios de Europa y en particular de España 18. Los nive­
les inferiores de la cata reciente son, obviamente, antiguos. Sien­
do el nivel TE 19 de antigüedad no mayor de 250.000 años, los
rellenos de TE abarcan más del millón de años: es el registro más
largo de estos rellenos kársticos de Atapuerca. Solo que entre el
Pleistoceno Inferior de TE 14 y los cerca de 300.000 años de TE
18 predominan la erosión y depósitos por ahora estériles, con un
gran vacío de registros.

99
HOMO HISPANICO

El fecundo nivel TE 9 se superó a sí mismo en la última cam­


paña de excavaciones (verano de 2007) con el hallazgo de fósiles
humanos. Se conocían fósiles humanos en tres sitios de la Sierra
de Atapuerca, que veremos más adelante: este es el cuarto, con
edad próxima al fragmento craneal infantil de Orce. Era un se­
gundo premolar superior (P4), con desgaste moderado, atribui­
do a un individuo adulto, de entre 20 y 25 años. Después se en­
contró y se limpió la parte anterior de una mandíbula humana
con varios dientes, incluso los que ocluyen con aquel premolar.
Están en curso los estudios biométricos, comparativos y de posi­
bles parentescos. Por ahora no puede asegurarse que la cavidad
fuera ocupada propiamente en aquel tiempo, pero sí al menos vi­
sitada en su portal. Estos depósitos antiguos y profundos han
sido conservados sin alteración, pero no puede afirmarse que
sean primarios, ya que pueden proceder incluso del exterior de
la cueva.
Del conjunto faunístico referido se deduce un ambiente de
bosque abierto o con pradera en proximidad, además de fuentes
y un remanso o laguna muy cercano, con un clima cálido, de hu­
medad estacional, que puede correlacionarse con el Wa alíense A
de Europa. En la parte superior de ese nivel TE 9 se advierte un
enfriamiento y humedad creciente, hasta pasar a frío y húmedo.
Vuelve a subir el calor y a descender la pluviosidad en el nivel si­
guiente, TE 10, y por encima el ambiente se torna cálido y seco
hasta TE 13.
La cata excavada en el suelo de la trinchera, al pie de la Sima
del Elefante ha mostrado que los rellenos estratificados de esta
cavidad se prolongan aún seis metros por debajo, lo que hace es­
perar nuevos hallazgos interesantes y de antigüedad mayor que
estos del nivel TE 9.
Repasando datos, y para referir estos antiquísimos fósiles es­
pañoles de Orce, Atapuerca-TE y Cueva Victoria al marco del
registro global de paleontología humana y paleoecología del
Pleistoceno Inferior, notemos que los tres se sitúan en el tramo
medio de este periodo geológico y en edades próximas entre sí,

100
HUMANOS DEL PLEISTOCENO INFERIOR EN ESPAÑA

con más de 1,1 y menos de 1,4 millones de años, según la corre­


lación faunística posible.
El más antiguo sería el de Venta Micena (Orce), muy cerca
de la edad del humano de Tell Ubeidiya. Probablemente es más
joven el de la Sima del Elefante (Ibeas de Juarros-Atapuerca),
menos de 1,3 millones de años, la edad del yacimiento con in­
dustria de Barranco León (Orce). Posterior es el sitio italiano de
Pirro Nord, próximo a 1,2 millones de años, y el nivel arqueoló­
gico de Fuentenueva-3 (Orce). Poco menos tiene el humano de
Cueva Victoria, cuya fauna acompañante está cerca de estas últi­
mas y es más antigua que la de Untermassfeld (Alemania) y Le
Vallonnet (Francia), con apenas más de 1 millón de años. No
cabe duda de que los cambios climáticos de este tiempo influye­
ron en el fértil ambiente de esta región, y también en la conserva­
ción de estos fósiles, a diferencia del África de entonces.

R e g ist r o s in d ir e c t o s d e p o b l a d o r e s e n e l P l e is t o c e n o
I n f e r io r ib é r ic o . De d ó nde y por d ó nd e llega ro n

No faltan sitios en España que, sin contener restos fósiles de


pobladores en estratos de tiempo muy antiguo, sí atesoran pro­
ductos inconfundibles de actividades de grupos humanos como
son los utensilios y productos de talla de materiales pétreos. Los
más antiguos eran sencillos: cantos tallados o afilados con p o ­
cos golpes, lascas con retoque escaso o nulo, o bases desecha­
das con señal de una o pocas extracciones. Pero hay que tener
cuidado, porque en edades muy posteriores y avanzadas se vuel­
ven a encontrar utensilios así de sencillos en conjuntos con ins­
trumentos más elaborados y complejos.
Es, por tanto, necesario asegurar la antigüedad de los uten­
silios más primitivos, bien con datos radiométricos de los niveles
en que se encuentran, o al menos con otros criterios que limiten
la situación del nivel de los hallazgos en una secuencia estratigrá-
fica. Desde luego no es posible poner fecha a utensilios líricos

101
HOMO HISPÁNICO

hallados en superficie, pero está claro que éstos invitan a buscar


en los alrededores. En los años ochenta del pasado siglo hizo me­
lla en muchos profesionales la teoría lanzada por algunos —con
lenguaje autoritario pero sin juicio serio sobre hallazgos y estu­
dios conocidos— que negaba la autenticidad de industria paleo­
lítica en Europa con más de 500.000 años.
En Portugal se conocían industrias más antiguas. En España
no lo eran las del Aculadero (al sur de Cádiz, en la costa), que se
habían publicado inicialmente como tales, pero sí era sólida la si­
tuación en niveles del Pleistoceno Inferior, hace más de 780,000
años, de varios yacimientos. En un corte de la antigua carretera
N-IV Madrid-Cádiz, a la salida de Ecija y en el kilómetro 457, en
que afloraba una terraza alta, del Genil, este autor recogió un
canto alargado con talla latero-distal y un pequeño núcleo con
talla circular repetida, ligeramente centrípeta, parecidos en for­
ma y en técnica a las piezas conocidas en Ubeidiya. Esto no sig­
nifica que fueran contemporáneos, pero la edad de esa terraza,
hoy invadida por construcciones de un polígono industrial, es
muy probablemente del Pleistoceno Inferior, si es la última terra­
za alta, y no ya media19.
Otras citas confirman hallazgos en niveles de terrazas altas
de la cuenca baja del Guadalquivir. Aguas más arriba, en las pro­
ximidades del fragmento craneal de Orce, el equipo de Gibert
encontró industria lítica del llamado modo 1, Olduvayense, en
los sitios de Barranco León y Fuentenueva-3. Son yacimientos
con restos abundantes de fauna de mamíferos, grandes y peque­
ños, en el noreste de la fecunda cuenca de Baza. Estudios paleo-
magnéticos y biostratigráficos permiten datar estos registros de
permanencia humana en tiempo ligeramente posterior al testigo
de Orce, pero anterior al evento magnético Jaramillo, esto es,
hace no mucho más de 1,3 millones de años, pero sí más de 1,1.
Los relieves cambiantes de las Cordilleras Béticas y los influjos
que les llegan de clima adántico y mediterráneo daban lugar a un
hermoso y fértil paisaje vegetal y faunístico, bien aprovechado
por descendientes antiguos de los primeros eurasiáticos20.

102
HUMANOS DEL PLEISTOCENO INFERIOR EN ESPAÑA

En el interior, se citan yacimientos en Monfarracinos, Galis-


teo, Talavera, datados entre 1,4 y 1,5 millones de años, y otro en
el Espinar, con más de 1,2 millones de años21. Más próximos al
final del Pleistoceno Inferior son los datos de otros sitios con
fauna y utensilios líricos: los niveles TD 4 y TD 5 de Atapuerca-
Gran Dolina, con menos de 1 millón de años22, y Huesear, de
nuevo en una cuenca intrabética, con cerca de 900.000 años23.
En cuanto al conocimiento que actualmente podemos tener
de los contextos ambientales en que vivieron los humanos de
Iberia en el Pleistoceno Inferior, alguna idea nos puede dar la di­
versidad faunística de los registros fósiles que les acompañan, co­
tejada con la de otros yacimientos eurasiáticos del Pleistoceno
Inferior, aun sin fósiles humanos. Del sitio de Venta Micena se
conocen una treintena de mamíferos fósiles, la mayoría macro-
mamíferos, y de Cueva Victoria, hasta 36.
Les supera el yacimiento de Untermassfeld (Alemania), de
más de un millón de años, con 39 especies; el de Ubeidiya (Pró­
ximo Oriente) de hace en torno a 1,3 millones de años, con 47
especies, de las que 16 son micromamíferos, y el de Gongwan-
gling (China), con menos de 900.000 años y 41 especies.
Un número similar o inferior tienen Le Vallonnet (Francia),
de hace 1 millón de años, con unas 35 especies de mamíferos
conocidas; Chikoi (Mongolia), con 29, y Zasuhino 3, de hace
unos 1,2 millones de años, con 28 especies. En Dongcun (Chi­
na) se han referido 23 especies de macromamíferos, y en Ata-
puerca TD 6 son 43 las especies listadas, de las que 26 son de
micromamíferos, además de otras 26 de aves. No faltan en la
Península Ibérica, sobre este tiempo, yacimientos con fósiles de
elefantes.
Podemos, en resumen, afirmar que entre pruebas aisladas o
precarias, y otras más copiosas y diversas, densas y repetidas en
varios lugares y épocas, tenemos un cuadro sólido —aunque
aún incompleto— de la ocupación humana extendida y dura­
dera en la Península Ibérica desde tiempos remotos, próximos a
las primeras salidas de Africa y expansiones humanas en Eurasia

103
HOMO HISPÁNICO

y a lo largo del Pleistoceno Inferior. Desde luego, estos regis­


tros arqueológicos y paleantropológicos ofrecen esencialmente
una invitación de urgencia para buscar más y mejores yacimien­
tos, en Iberia y en otros países, que podrían mostrarse tan diá­
fanos y fecundos como el del Estrato Aurora en Atapuerca-
Gran Dolina.

104
H u m a n o s d e l E st r a t o A u r o r a
e n A t a p u e r c a -G r a n D o l in a

D etalla do s r e g is t r o s d e f i n a l e s
del P l e is t o c e n o I n f e r io r

C uando Trinidad Torres visitó Atapuerca en 1976, llamó «Gran


Dolina» a una ancha cavidad de paredes casi verticales, cerca de
20 metros de diámetro conocido, cortada en la trinchera del fa­
moso ferrocarril desmantelado, y rellena por depósitos, bien es­
tratificados, hasta el techo, en más de 18 metros. Estos depósitos
tardarán muchas décadas en excavarse.
En veintisiete años, desde que comenzaron las excavaciones
sistemáticas desde lo alto, la excavación en extensión ha profun­
dizado apenas 5 metros. En el frente del corte asomaban huesos
fósiles, grandes y pequeños, y utensilios de piedra, que se des­
prendían por acción de las lluvias y heladas. Había que excavar
empezando por arriba, la superficie, lo más moderno, y de ahí
hacia abajo: lo más antiguo se dejará para el final, si bien se em­
pieza prospectando con catas los yacimientos previstos y convi­
dan a catar los salientes en faldón hacia la base. En este caso la
cata venía determinada por el corte para la curva del ferrocarril.
Se comenzó montando un andamio, y se fueron tomando
muestras cada 10 o cada 5 centímetros, para reconocer la com­
HOMO HISPÁNICO

posición del sedimento y sus cambios, para separar e identificar


posibles fósiles que pudiera contener en cada nivel, y se hizo
otro muestreo semejante solo para aislar granos de polen, si los
hubiere.
Lo verdaderamente singular que distingue a este sitio de la
Gran Dolina es que al cotejar las listas de los fósiles de pequeños
mamíferos identificados con las conocidas de yacimientos cua­
ternarios europeos, datadas y ordenadas en sucesión estratigráfi-
ca precisa, se encuentra que en el corte de Gran Dolina están re­
presentados hasta 5 o 6 conjuntos faunísticos de sitios diversos,
que se sucedieron en Europa con datos distintos, evolución de
especies dentro de un género, desaparición de unas y aparición
de nuevas. Los datos de estos sitios europeos permiten ordenar
estas asociaciones faunísticas en el tiempo, y considerarlas indi­
cativos biostratigráficos, esto es, unidades de roca-tiempo, defini­
das en esta disciplina por los conjuntos de fauna identificados en
distintos lugares, y en el mismo orden sucesivo'.
Los estudios cronométricos en Gran Dolina dieron edades
entre los más de 900.000 años del nivel inferior con contenido
paleofaunístico, y los cerca de 300.000 años a. p. de los últimos
fósiles, los más modernos, en la parte más alta conocida.
También es excepcional que en un mismo corte estratigráfico
y en tan poco espacio se encuentren, secuencialmente, conjuntos
de utensilios paleolíticos conocidos en otras partes como sucesi­
vos en el tiempo y progresivos en el desarrollo tecnológico ope­
rativo. Así están aquí, de abajo arriba, el Modo técnico 1, u Ol-
duvayense evolucionado (antes llamado también Chelense),
Modo 2, o Achelense con bifaces y otros utensilios de gran for­
mato, y Modo 3, o Paleolítico Medio.
Toda esta serie de capas fértiles en faunas fósiles e industrias
líticas sucesivas se ha podido también estudiar en aspectos paleo-
geográficos y de cambios climáticos y ambientales2, e incluye un
nivel singular por contener un número extraordinario de fósiles
humanos, en una época globalmente pobre en estos: el Estrato
Aurora, al que dedicamos este capítulo.
HUMANOS DEL ESTRATO AURORA EN ATAPUERC A-GRAN DOLINA

La sima llamada Gran Dolina es, hasta ahora, la mejor cono­


cida en su larga historia por los estudios, desde que comenzó a
excavarse sistemáticamente hace poco más de un cuarto de siglo.
El agua que la fue excavando entraba por rendijas, disolviendo la
roca caliza, y discurría por galerías subterráneas, hasta hace algo
menos de 1 millón de años: es lo que los karstólogos, especialis­
tas en cuevas, llaman un «karst joven».
Hace cerca de 950.000 años, la erosión en la ladera de la
montaña empezó a destapar un antiguo boquete, unos 10 metros
por encima del fondo con limos que había dejado el agua en el
nivel de base conocido como TD 1. Comenzaron a depositarse
sobre ese fondo arenas, barro, cantos y gravillas, además de blo­
ques y estalactitas caídas del techo por acción del hielo: la unidad

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Esquema del corte expuesto de los rellenos de Gran Dolina (Atapuerca) y sus
principales divisiones estratigráficas.
HOMO HISPÁNICO

TD 2, que contenía además huesos de algunos pequeños mamí­


feros.
Esta fase acabó con una oscilación del clima a cálido y seco.
Al evaporarse el agua que retenían los materiales depositados,
precipitaba el calcio combinado con el dióxido de carbono, for­
mando costras de cemento calizo en sus capas más altas y un
duro suelo estalagmítico al final en toda la superficie de ese fon­
do cuando dejaron de estar encharcadas.
Vuelto a cambiar el clima, templado y más lluvioso, se cubrió
este suelo con una capa delgada de limo y arena fina —el nivel
TD y— , que arrastró también huesos y dientes de pequeños ma­
míferos. Al final se añadieron algunos de animales más grandes,
como gamos. Se había agrandado el boquete de entrada. Tras este
y a su nivel, el suelo calizo era horizontal, de 1 a 2 metros, hasta el
borde de la sima, que se precipitaba en vertical. Por él cayeron
grandes mamíferos incautos, y también restos de comida y de talla,
y utensilios líticos que se hallaron en el tramo siguiente del relleno.
Este es el nivel TD 4, correspondiente, de nuevo, a una época más
fría, hace unos 900.000 años. Se desprendieron bloques del techo
al fracturarse este como consecuencia de nuevas heladas.
Las fluctuaciones del clima fueron haciendo que este deriva­
ra hacia más templado y húmedo, lo que permitió la aparición
del hayedo en la sierra. El relleno se hundió en parte, y cambió el
clima a semiárido en la siguiente unidad estratigráfica, TD 5, cá­
lida pero con nuevas fluctuaciones y un paulatino aumento del
frío. Los cambios en la textura y el color de las capas de sedi­
mentos, casi rítmicos, reflejan claramente los cambios climáticos:
los tramos más finos son fosilíferos y guardan artefactos líticos.

E l E str a to A u r o r a , h ace m ás de 8 0 0 .0 0 0 años

El primitivo portal de cueva con sus depósitos fue cortado


por el trazado de la línea férrea, y un gran volumen de los relle­
nos fosilíferos, extraído por la compañía constructora.

108
HUMANOS DEL ESTRATO AURORA EN ATAPUERCA GRAN DOLTNA

Recordemos que la pared de esta sima, tras el boquete de en­


trada, caía vertí calmen te. El techo de los depósitos acumulados
en la unidad TD 5 se acercaba al ras del corto rellano tras la en­
trada. Al periodo cálido con que termina el relleno de TD 5 su­
cede, tras un breve intervalo, una época de fríos extremos, gla­
ciales, representada en TD 6. Posiblemente se trate del cambio
entre los episodios OIS 23 y OIS 21 de la escala isotópica de los
océanos.
La unidad TD 6 tiene más de un metro de potencia. Más de
la mitad la ocupan coladas de bloques de diversos tamaños, rotos
por hielos que indican tiempos extremadamente fríos. Dado que
el agua filtrada por las rendijas de la roca —diaclasas— se hiela,
aumenta su volumen y los techos de las cuevas se despedazan y
desploman. En intervalos templados el barro arrastra esos tro­
zos. Obviamente nadie entraría en la cavidad en tiempos glacia­
les. Pero entre una y otra colada de bloques se producen bandas
de depósitos de procedencia exterior, con grano fino y mejor co­
lorido, indicadoras de tiempos mejores, y que aquí contienen fó­
siles de mamíferos y utensilios líticos. Aun en edades glaciales,
los intervalos benignos hacían visitable el entorno de la sierra en
verano para los animales y los humanos.
Después de una última colada fría de TD 6, viene una capa
más gruesa indicadora de una inflexión del clima a mejores tem­
peraturas y con lluvias que, desde luego, favorecieron la recupe­
ración vegetal y la vida animal en las laderas de la Sierra de Ata-
puerca y sus entornosJ.
Este grato intervalo coincidió con el hecho de que las tierras
que habían ido entrando en la cavidad, arrastradas por las llu­
vias, cubrieran la última colada de bloques del techo helado
sobre anteriores rellenos y se acercaran al nivel del umbral de
entrada.
Esta rápida mejoría térmica se aprecia en el Estrato Aurora
por el sedimento y por la vegetación. Aquel llega a extenderse
sobre la rampa de entrada y favorece así la visita y la ocupación
de la cavidad por habitantes humanos del entorno, que encon­

109
HOMO HISPÁNICO

traron en su interior cobijo y sitio para comer, para tallar piedra


y también, no cabe duda, para descansar.
Este lecho en el tramo superior de la unidad TD 6 se deno­
minó «Estrato Aurora», en homenaje a la arqueóloga Aurora
Martín Nájera, autora de uno de los hallazgos, el más relevante,
en los rellenos de Gran Dolina, en 1995.
Eudald Carbonell había decidido cavar una cata prismática,
vertical, de 3 por 2 metros aproximadamente, en el lado interior
del corte de Gran Dolina, para tener una idea más limpia y pre­
cisa del contenido en registros de los sucesivos estratos desde
arriba, con vistas a los siguientes planes y expectativas de futuras
excavaciones en el yacimiento. Al llegar a este nivel, Aurora cre­
yó haber encontrado un diente humano y, efectivamente, lo era.
El primero de una larga e insólita colección de fósiles humanos
que está vertiendo una luz singular sobre la evolución de nuestra
especie en un intervalo en que son escasísimos estos registros en
los tres continentes del Viejo Mundo.
Este episodio, feliz por diversos motivos, da origen a una
investigación de amplio espectro. El hecho de que se haya datado,
corrigiendo cálculos precedentes, la inversión del polo magné­
tico —que de estar en el sur en la fase Matuyama pasa a la posi­
ción actual, época Brunhes, en el norte— en 780.000 años a. p.
en la parte superior de la Unidad TD 7, que se sitúa por encima
de la TD 6, indica que ésta, y dentro de ella el Estrato Aurora,
tiene no menos de 800.000 años.
Las dataciones cronométricas intentadas hasta ahora se han
llevado a cabo con métodos radioactivos de la familia del uranio
y mediante ESR (resonancia paramagnética electrónica) sobre
muestras separadas de esmalte, dentina y cemento en dientes de
mamíferos del piso Aurora, calculando asimismo las posibles va­
riantes de incorporación precoz (EU) o lineal (LU) del uranio.
Los resultados numéricos en torno a 762.000 y 770.000 años son
corregidos teniendo en cuenta los márgenes de error y la posi­
ción respecto al cambio del polo magnético entre hace 780.000 y
857.000 años4.

110
HUMANOS DEL ESTRATO AURORA EN ATAPUERCA-GRAN DOLINA

Las últimas fluctuaciones globales del clima en el Pleistoceno


Inferior al final de la edad magnética Matuyama, posteriores al
episodio Jaramillo, con polaridad normal, transcurrieron entre
hace 970.000 y 780.000 años. Los episodios climáticos registra­
dos por los cambios secuencíales de isótopos del oxígeno (OIS)
en este intervalo van desde el brusco enfriamiento del episodio
OIS 26 al calentamiento del OIS 19, con otros tres fríos y otros
tres cálidos intermedios. El episodio cálido con el que puede
correlacionarse el Estrato Aurora, a continuación de un descenso
máximo glacial, sería el OIS 21.
Otro criterio de estimación cronológica, que se debe consul­
tar es el de correlación faunística, esto es, ver qué edad se asigna
a otros yacimientos conocidos con fauna fósil más parecida a esta
por su composición, o por la presencia de algunas especies bien
conocidas como buenas indicadoras. No tienen por qué ser idén­
ticas las edades de dos paleofaunas con estas coincidencias en
distintos ámbitos geográficos, pero sí ayudan a excluir cifras muy
discordantes o, al menos, a ponerlas en cuarentena.
En el caso del Estrato Aurora, este estudio se ha desarrollado
separando los conjuntos de mamíferos fósiles de tallas entre me­
dianas y grandes —macromamíferos—, de los de muy pequeña ta­
lla —micromamíferos—. De los primeros, se cuentan aquí hasta
nueve especies de ungulados: un mamut, un rinoceronte, un caba­
llo, un bisonte, jabalí y tres o cuatro cérvidos. La lista de microma­
míferos contiene 26 especies: un conejo, una liebre, varios murcié­
lagos e insectívoros y hasta 14 de roedores que, con sus cambios
evolutivos, permiten una calibración biocronológica más fina.
El cambio más fuerte en estos conjuntos faunísticos de Gran
Dolina se registra entre el tercio inferior y el tercio superior de la
unidad TD 8, con otro tramo muy frío entre medias y ocluida la
primitiva entrada a la cavidad. Cotejadas las listas faunísticas de
ungulados y de micromamíferos con las de un buen número de
sitios europeos anteriores e inmediatamente posteriores a la in­
versión magnética Matuyama-Brunhes, las listas del Estrato Au­
rora coinciden con las primeras y muestran más diferencias con
HOMO HISPÁNICO

las segundas, por lo que vienen a confirmar una edad de más de


800.000 años para este nivel. No mucho más, pues los mismos
estudios indican para los niveles inferiores de Gran Dolina, TD 3
y TD 4, unas edades que no llegan a los 970.000 años.
La escasez relativa de estrictos herbívoros, consumidores de
gramíneas, en comparación con la mayor diversidad de cérvidos
—venados, gamos, grandes ciervos— , adaptados a vegetación
montana, con arbolado, aunque abierto, da buena idea del entor­
no de este conjunto paleofaunístico. Del cotejo de este con 93
conjuntos faunísticos actuales, agrupados según once tipos de
paisaje climático en diversos continentes, J. Rodríguez ha encon­
trado un medio forestal para los tramos benignos de la unidad
TD 6, más frío y seco en tramos inferiores, y más templado y hú­
medo en el Estrato Aurora \
Se conocen en TD 6 fósiles de aves de 26 especies, unas que
perviven en la actualidad y otras extinguidas parecidas a las ac­
tuales. Teniendo en cuenta los hábitats preferidos por estas, que
son muy definidos —no más de tres— , el más favorecido es el de
espacios abiertos, seguido de cerca por el de monte leñoso y ar­
bustivo; las que comparten este hábitat con bosque denso son más
escasas. Según el estudio de A. Sánchez Marco6, cuatro especies
son acuáticas, de ríos o lagos, y una comparte este hábitat con
otros abiertos. Otras cuatro comparten, en cambio, un hábitat ro­
coso. Así nos pintan el paisaje de Atapuerca hace 800.000 años,
parecido al actual, con monte de robles y quejigos entre la meseta
llana y herbácea, y cerca las laderas boscosas de las sierras de la
Demanda y Aralar, con afloramientos de roquedo y, eso sí, más
fuentes y charcas al pie de la sierra y arroyos con más caudal.
La Sierra de Atapuerca se ubicaba, como ahora, en un paso,
a través de la Cordillera Ibérica — aquí hundida— , entre las
grandes cuencas del Duero y del Ebro, y representaba el punto de
encuentro entre varios ecosistemas: el bosque atlántico europeo,
que llaman «templado», con sus brezales; el encinar y el robledo
de montaña; un paisaje entre mediterráneo e interior, semiárido o
estacional; la garriga o bosque mediterráneo —que hoy queda

112
HUMANOS DEL ESTRATO AURORA EN ATAPUERCA-GRAN DOLINA

más lejos— , así como los bosques interiores y castañares con in­
flujo atlántico subtropical, y los páramos ibéricos, que hoy se
extienden a una altitud solo 100 metros superior.
Todos estos ambientes se han sucedido y alternado en el en­
torno de la Sierra de Atapuerca, como documentan los análisis
de las muestras de polen estudiadas por M. García Antón7. O b­
viamente, más favorecidos en los episodios interglaciales y más
castigados en los de glaciación. El intervalo representado en el
Estrato Aurora fue de los más benignos en temperatura, y carac­
terizado por lo que podríamos denominar «ambiente riojano»,
como indican los pólenes de acebuche, Pistacia, Celtis y Cerato-
nia. Algo más tarde, en el tramo TD 7, se parecerá aún más al del
entorno riojano próximo al Ebro, con más olivo y vid.
Ciertamente, no carecían de recursos aquellos grupos huma­
nos muy primitivos que supieron aprovechar aquella zona de
paso y a caballo entre las «dos Españas» de vertientes atlántica y
mediterránea, caracterizada por la diversidad de espacios ecoló­
gicos en poco terreno.

LOS FÓSILES HUMANOS DEL ESTRATO AURORA

El intervalo comprendido entre hace 1,3 millones de años y


hace 700.000 ofrece una presencia escasa de fósiles humanos,
con la excepción de los pitecántropos en la isla de Java, donde se
cuentan hasta 70, en diversos sitios, correspondientes a un largo
período entre hace 1,2 millones de años y más de 750.000. Es
por ello absolutamente excepcional el Estrato Aurora de la uni­
dad TD 6 de Gran Dolina, donde en pocos decímetros de sedi­
mento, que representan un corto lapso de tiempo, y en pocos
metros cuadrados —correspondientes al margen del estrato acce­
sible en el corte casi vertical de la trinchera— , y por la cata de
prospección, se han recogido más de 100 fósiles, eso sí, muy
fragmentarios, que representan a media docena de individuos,
de hace más de 800.000 años.
HOMO HISPÁNICO

Entre los primeros fósiles que se recogieron se contaban un


fragmento de cráneo con el frontal y la parte facial superior
(ATD6-15), 6 fragmentos de hueso temporal, 2 de occipital, uno
de esfenoide y media docena de trozos de faciales, uno de los
cuales comprende gran parte de la cara, ATD6-69, que se asigna
a un individuo de entre diez y menos de doce años8. Había un
cuerpo de media mandíbula con sus tres muelas, ATD6-5, de
un individuo joven, y 14 dientes aislados, además de otros tantos
en fragmentos de maxilar. A estos se añadían vértebras, costillas
incompletas o fragmentarias, clavículas, escasos huesos largos de
piernas y brazos, 12 huesos de manos y 10 de pies.
La morfología de la cara patente en el fósil ATD6-69 se con­
sideró «totalmente moderna», lo que representaba la más anti­
gua presencia conocida de una faz moderna en el registro fósil.
Nada había que pudiera vincular esos rasgos faciales con los que
caracterizan al Neandertal. El índice braquial y las proporciones
en los dos radios, ATD6-22 y ATD6-43, casi completo, son más
próximos a los del primitivo Homo ergaster africano —demo de
Nariokotome— y a los humanos modernos; muy diferentes de
los neandertales del Pleistoceno Superior y de los preneanderta­
les del Pleistoceno Medio de Europa que les preceden9. En la
mandíbula ATD6-5 faltan también los rasgos característicos de
los preneandertales europeos (Homo beiáelbergensis o demo
Atapuerca-SH), se han perdido rasgos considerados primitivos y
quedan pocos próximos al primitivo Homo ergaster (o demo
Nariokotome) y pitecántropos de Sangirán, después de compa­
rarla con más de otras 70 mandíbulas fósiles.
Los análisis estadísticos multivariantes sobre la mandíbula
humana del Estrato Aurora ATD6-5 muestran repetidamente
una mayor proximidad con las mandíbulas de Ternifine, Argelia,
y de Zhoukoudian, China, del Pleistoceno Medio, seguidas por
las de Nariokotome, ER-992, y Dmanisi, del Pleistoceno Inferior,
lejos de Mauer y neandertales y más aún de la tribu de Atapuer-
ca-Sima de los Huesos (ver más adelante)10.
HUMANOS DEL ESTRATO AURORA EN ATAPUERCA-GRAN DOLINA

Reconstrucción paso a paso de la cabeza de un individuo juvenil del «antece­


sor» de Atapuerca-Gran Dolina, basada en los fósiles encontrados en el nivel
TD 6, en vista lateral (columna izquierda) y frontal (columna derecha). Arriba:
reconstrucción del cráneo y mandíbula; centro: musculatura masticatoria y
facial; abajo: reconstrucción con piel. (Mauricio Antón).

En los rasgos morfológicos de los dientes se encuentran casi


tantas semejanzas o proximidades con fósiles del demo Naríoko-
tome como con asiáticos e incluso con australopitecos de Afar,
pero menos con los europeos del Pleistoceno Medio: los parecidos
con estos últimos son en su mayoría rasgos plesiomórficos, esto
es, primitivos, conservados en ambos demos. Muy singulares son

115
HOMO HISPÁNICO

las raíces de los premolares P3 y P4, complejas, que si tienen al­


gún perecido es con pitecántropos de Java e incluso con austra-
lopitecos. Es, pues, rasgo primitivo, como también las coronas
de estas piezas, conservado en la rama asiática descendiente de
una primera salida de humanos fuera de Africa11.
En la región naso-zigo-malar (nariz-pómulo-maxilar supe­
rior) conservada en el fósil ATD6-69, se observa claramente que
(1) la orientación del hueso malar y zigomático o yugal es más
próxima en TD 6 a la de cráneos de Zhoukoudián y Dalí, China,
e incluso a modernos de Cromañón, mientras que en neanderta­
les se parece más a Dmanisi, al ergaster ER-3733, y más aún al
cráneo de Bodo, Etiopía; (2) el contorno del pómulo (hueso yu­
gal) es plano en Neandertal, Bodo, ER-3733 y Dmanisi, cóncavo
en ATD6, Zhoukoudián, Dali, Cromañón y algo en australopite-
cos; (3) la concavidad por debajo del pómulo y sobre los alvéolos
de los molares es pronunciada en ATD6, como en los fósiles chi­
nos mencionados y en los modernos europeos, y ausente en los
neandertales, como en Bodo y en ER-3733; (4) algo parecido
ocurre con la concavidad entre el hueso nasal y el pómulo en su
saliente anterior por encima de la raíz del colmillo («fosa posca­
nina»); (5) el borde inferior-lateral de la órbita en el fósil de Au­
rora ATD6-69 es también como el observado en Dali y en Zhou-
koudian, distinto del de Neandertal, Bodo y Atapuerca-Sima de
los Huesos12.

P o sib l e s p a r en tesc o s d e l o s h u m a n o s d e A urora

Los parentescos de la gente fósil de Aurora, mientras no sea


posible leer sus genomas, pueden investigarse por semejanzas y di­
ferencias morfológicas, y por distancias biomatemáticas como las
mencionadas, con otros demos humanos contemporáneos, más an­
tiguos y más modernos, próximos y lejanos. Como queda mucho
por excavar, las hipótesis que a partir de ahora vayan proponiéndo­
se serán necesariamente provisionales y abiertas a la discusión.
HUMANOS DEL ESTRATO AURORA EN ATAPUERCA-CRAN DOLINA

Cabe recordar que con el caso del cráneo de Ceprano (Ita­


lia), existe cierta proximidad espacial y temporal. La compara­
ción es por ahora deficiente y problemática, debido a la escasez
de rasgos compartidos. Si bien se dan notables diferencias, no
pueden considerarse concluyentes, a falta de un mayor número
de rasgos comparables y más hallazgos en Ceprano que permitan
una mejor estimación de las variabilidades de la población ü.
Un demo numeroso, aunque repartido en el tiempo y geográ­
ficamente lejano, es el de los «pitecántropos» de Sangirán, en el
extremo opuesto de Eurasia, con una distancia de unos 115 grados
entre meridianos. Rasgos compartidos por humanos de este yaci­
miento y la muestra conocida del nivel Aurora se hallan en los pre­
molares, con particularidades en las coronas y en las raíces. Se trata
de una forma primitiva, o plesiomorfía común con austraJopitecos,
y que desaparece en humanos posteriores, desde los llamados Homo
ergaster14. Sin embargo, no basta con esta semejanza, por sí sola,
para concluir parentesco próximo entre las poblaciones represen­
tadas en una y otra muestra, pues en linajes ya muy separados pue­
de encontrarse un mismo rasgo ancestral heredado independiente­
mente, o derivado, por homoplasia o convergencia adaptativa.
En Sangirán se diferencian demos por la robustez del hueso
mandibular, pero en todos la serie molar es siempre creciente: la
segunda muela es mayor que la primera, y la última, mayor que
la segunda (MI < M2 < M3), rasgo también plesiomórfico, co­
mún en australopitecos, y que se conserva asimismo en la mandí­
bula ATD6-5.
En ambos rasgos, se distinguen de estos de Java los fósiles
humanos de Zhoukoudian, Chenjawo y otros de China que im­
propiamente se venían incluyendo en la denominación de Homo
erectus. Los cráneos de «sinántropos» tienen mayor capacidad,
altura y anchura, las mandíbulas son más gráciles, las series mo­
lares decrecientes, y se dan casos de falta total del último molar
inferior. Es totalmente impropio llamar sin más Homo erectus a
estos fósiles de China, mientras que se multiplican los nombres es­
pecíficos de fósiles sucesivos en el Pleistoceno de Europa.

117
HOMO HISPÁNICO

Por otra parte, los fósiles de Aurora son afines a los de China
y netamente distintos de los verdaderos pitecántropos (Homo
erectus) de Java en un buen número de rasgos apomórficos, aunque
conservan algunos primitivos de éstos. La comparación reciente
de mandíbulas por J. M. Bermúdez de Castro y otros colabora­
dores ha venido a corroborar el parentesco del llamado Homo
antecessor de Gran Dolina-Aurora con pobladores del Pleistoce­
no antiguo de China, que ya habíamos defendido tras contrastar
cráneos facialesI5.
Los humanos de Aurora tienen pocos contemporáneos en
que se puedan ver relaciones próximas. Aunque faltan muchos
metros por excavar de su nivel, se conoce bastante de ellos, hasta
el punto de que F. Clark Howell llega a definir con la muestra
actual uno de sus 24 paleodemos: «Atapuerca-Gran Dolina» 16.
Los humanos de Aurora se clasifican bien en una raza des­
cendiente de los primeros que dejaron África al comienzo de las
crisis de hace aproximadamente 1,9 millones de años, que tuvo
1 millón de años para extenderse por Asia. Conservan rasgos que
evidencian parentesco con sus contemporáneos pitecántropos
de Java, pero presentan otros que los acercan más a la raza de
Zhoukoudian, el «hombre de Pekín» o Sinanthropus pekinensis,
con tendencias netamente modernas. Esta raza debió de exten­
derse por Eurasia ya tempranamente en el Pleistoceno Inferior,
para prosperar después, sobre todo en el Lejano Oriente, en
China, durante el Pleistoceno Medio.
Los indicios fósiles actuales a favor de este escenario son es­
casos: los de la raza del Estrato Aurora de Atapuerca son casi los
únicos. Faltan fósiles humanos en el este de Europa y el oeste de
Asia que permitan o no aceptarlos de manera cierta. Cabe espe­
rar que se encuentren otros fósiles en nuevos sitios de Eurasia,
en los años que quedan hasta que el Estrato Aurora pueda ser
excavado en extensión. Entonces el número de fósiles del demo
de Atapuerca-TD 6 se elevará a varios cientos y será más estudia­
do y mejor conocido, con sus circunstancias y evitando los mitos.
Pero es muy deseable que se encuentren otros yacimientos de es­
HUMANOS DEL ESTRATO AURORA EN ATAPUERCA GRAN DOLINA

tas épocas, en otras regiones, con «más y mejores fósiles» de


aquella humanidad exploradora.
En todo caso, aun cuando las evidencias paleontológicas son
tanto y más escasas, no se excluye, sino al contrario, que una o va­
rias razas se extendieran también por Europa en aquel intervalo.
Se sigue repitiendo en libros y revistas como hecho probado,
diríamos que dogmáticamente, que el linaje humano que conoce­
mos por los fósiles del Estrato Aurora corresponden al último
antecesor común de neandertales y modernos. En realidad, ni es
el último ni tiene nada de antepasado común de estas dos ramas.
En la población de Aurora no se ve rasgo alguno distintivo de los
neandertales, y veremos que el origen de estos se encuentra en
un demo bien conocido de Africa desde finales del Pleistoceno
Inferior, al menos.
Si por «último antecesor común» se entiende la última po­
blación que presenta un rasgo plesiomorfo sin los autapomorfos
que distinguirán más tarde a dos especies incompatibles, el últi­
mo antecesor común de neandertales y modernos habrá de bus­
carse entre los ergásteres africanos de hace 1,3 millones de años,
o aún más atrás, pues en el cráneo OH9 de Olduvai, en el ER-
3883 del este de Turkana y en el SK847 de Swartkrans, Martínez
y Arsuaga (1997: pág. 312, tabla 9) encuentran apomorfías de
modernos no compartidas por neandertales17.
Otra cosa es que se considere «último antecesor común» (UAC)
al último conjunto de poblaciones en las que pudieran encon­
trarse parejas interfecundas de portadores de los dos alelos
transmisores de las apomorfías. Obviamente, aquí no hay el me­
nor indicio de ello, o bien optamos una vez más por otorgar el tí­
tulo de UAC a un fósil a partir de cuya edad distingo otras dos
especies, y sus morfotipos, no solo como distintas entre sí, sino
también distintas del UAC y derivados de este. Parece obvio
que, en este último caso, queda más espacio para la arbitrarie­
dad, en la selección de apomorfías que convengan, que para la
objetividad y, desde luego, no hay prueba observada que pueda
hacer pensar que algún rasgo apomórfico de los neandertales pu­

119
HOMO HISPANICO

diera derivar de la raza del Estrato Aurora. Esta no fue, ni pudo


ser, ni hay razón para sospechar que lo fuera, antecesor común
de neandertales y modernos.
En todo caso, en la población de Aurora no se ve rasgo auta-
pomórfico o distintivo de los neandertales y, como veremos más
adelante, el origen de estos y su mayor parecido se encuentra
claramente en un demo bien conocido de Africa oriental, espe­
cialmente a comienzos del Pleistoceno Medio.

R e g is t r o s d e a c t i v id a d e s y u s o d e l l u g a r

Los humanos de Aurora nos son conocidos en otros aspectos


de su evolución y de su vida por los contextos que acompañan a
sus fósiles: estos son producto de su actividad, muestra de su
modo de vida, uso del lugar y aprovechamiento de recursos. En
los primeros siete metros cuadrados, aproximadamente, de la
cata en Gran Dolina se encontraron próximos a ellos, y a los
restos de fauna, 268 trozos de piedras ajenos al material del depó­
sito sedimentario y a derrumbes del interior o el techo de la cue­
va. Se estudiaron su composición y procedencia, sus grados de
alteración o estadios desde bloques hasta pequeños fragmentos y
formas elaboradas, las cadenas operativas por las que se llega a
estas últimas mediante ensayo experimental sobre piedras actua­
les de igual procedencia, y los usos de los productos de talla, de
manera experimental y mediante observación microscópica. Des­
pués, el cotejo de estos datos y deducciones con los de la fauna y
otros indicios proporcionan más información sobre los usos del
territorio y sus recursos, actividades concretas de los humanos
en el lugar, y aspectos de su modo de vida.
Los objetos de piedra extraños al sedimento en el Estrato
Aurora proceden de cuarcitas que se hallan en terrazas fluviales
del entorno inmediato; areniscas, cuarzo, caliza del Cretácico
que aflora en la sierra y en la que se desarrolla el karst; sílex de
la misma edad cretácica y sílex diagenético, más moderno, en
HUMANOS DEL ESTRATO AURORA EN ATAPUERCA GRAN DOLINA

nodulos que se forman en las mesas calizas que cerraron la sedi­


mentación de la Meseta en el Neógeno tardío. Donde la caliza
«de los páramos» se disuelve y erosiona quedan en superficie es­
tos nodulos sueltos y accesibles, aún hoy. Ello explica que este sí­
lex neógeno, de peor calidad que el de edad cretácica, sea la ma­
teria prima más abundante (más del 45%).
Estos objetos líticos se encuentran allí en todos los estados:
desde bloques intactos, o con simples golpes o un plano de rotu­
ra, a bloques con señal de varias extracciones —núcleos o «bases
negativas de primera generación», B N lG en la nomenclatura del
SLA— , lascas o piezas extraídas con señal de percusión y plano
concoide positivo de fractura («bases positivas», BP), retocadas
a su vez para configurar filos o dientes («bases negativas de se­
gunda generación», BN2G) o intactas, lascas menores o indeter­
minadas. Más de la mitad son bases positivas.
La mejor prueba de talla de la piedra por agente humano en
un lugar delimitado se da cuando el arqueólogo puede reunir
dos «bases» líticas, una negativa y otra positiva, con ajuste per­
fecto del concoide cóncavo en una y convexo en la otra, identi­
dad de la materia prima y continuidad en los contornos. Es lo
que los arqueólogos llaman «remontaje», logrado muchas veces
con un número elevado de piezas ajustadas.
En el Estrato Aurora se han conseguido varios remontajes y
se han podido reconstruir varias cadenas operativas distintas en
el recorte y la fabricación de diversos utensilios: desde la primera
obtención de un número de BP a partir de la B N lG con repeti­
do golpeo ortogonal (de arriba a abajo) unidireccional, circular o
alterno, o bien centrípeto y casi horizontal (de fuera a dentro)
desde plataformas seleccionadas de golpeo, hasta la configura­
ción final del utensilio deseado con bordes activos, formas y ta­
maños manejables, mediante nuevas extracciones menores y
retoques.
Varían las técnicas según las materias primas, y unas y otras
según el propósito inferido, así como los volúmenes y los bordes
activos, ya sean filos rectos o curvos, picos o filas de dientes en

121
HOMO HISPÁNICO

triedros. La aplicación hipotética de estos bordes a usos previs­


tos y deseados se verifica con contraste experimental, según se­
ñales microscópicas de erosiones o adherencias. Aquí se han
comprobado el cortar carne, preparar huesos para romperlos,
limpiarlos de tejidos blandos, así como descortezar y raer made­
ra, y se ha sugerido como posible un tratamiento de la piel18.
En lo escasamente conocido del Estrato Aurora destaca, pues,
la alta densidad de restos faunísticos y líticos, además de huma­
nos, por metro cuadrado, así como la diversidad de materias pri­
mas explotadas. Se encuentran representadas todas las fases de
reducción y transformación de materiales líticos, desde bloques
simples sin tratamiento, de donde se deduce el propósito de ex­
plotación diferida, hasta configuraciones terminales y útiles. La
actividad productiva, de taller en el sitio, inferida se confirma
con remontajes de piezas con escasa dispersión. Predominan las
bases positivas, de las que son minoría las retocadas.
La diversidad técnica operativa es alta, dentro de la limita­
ción global de temas y modos de explotación, que son los mis­
mos que se reconocen en conjuntos del Modo 1 u Olduvayense
evolucionado, en el Magreb y este de África, en el Próximo
Oriente, el interior de Asia, en Siberia y en Europa. El uso de
piezas con bordes activos sobre huesos con carne está compro­
bado por las dos partes, también sobre madera. El interior de la
cavidad fue ocupado y usado con diversas actividades, algunas
con éxito de principio a fin. La ocupación ni fue corta en el tiem­
po ni muy simple en actividades y organización ’9.
Este autor pudo comprobar en el primer reconocimiento un
parecido extraordinario del aspecto y las señales del modo de
explotación en dos bases negativas expuestas en el corte de TD 6
por agentes meteóricos, y en otra que veinte años antes había re­
cogido en las canteras de Sidí-Abderrahmán (Marruecos) y do­
nado al Instituto de Paleontología de Sabadell. Esta era de cuar­
cita; las de TD 6, de sílex neógeno.
La afirmación de que existe una vinculación entre la presen­
cia de actividad humana y los elementos de fauna representados

122
HUMANOS DE1. ESTRATO AURORA EN ATAPUERCA-GRAN DOLINA

por restos fósiles del contexto no es gratuita. Las relaciones entre


estos y aquella se investigan a partir de pruebas directas, como
son los cortes en los huesos debidos a filos líticos y marcas de
percusión, que se distinguen bien de los producidos por dientes
de carnívoros o sus crías, raíces, invertebrados, o por partícu­
las del sedimento en arrastre, como ya dijimos. También por
pruebas indirectas, como son los tamaños y edades de los anima­
les representados, las partes del esqueleto preferidas o desecha­
das, los tipos y zonas escogidas de fractura. Estas, los hoyos, los
cortes y las trazas de digestión se examinan con microscopía de
máxima precisión en los fósiles y se cotejan con los operados ex­
perimentalmente, con factores sedimentarios y diagenéticos en
laboratorio, y con los observados en restos dejados por carnívo­
ros, roedores y aves predadoras, o marcas de pisoteo, según el
método de la Tafonomía, como se ha indicado en la Parte I.
En este nivel, como en otros de Gran Dolina y en los demás
sitios fosilíferos de la Sierra de Atapuerca, se han llegado a reco­
nocer también, aunque indirectamente, las acciones de diversos
predadores específicos no representados por fósiles. Como
ejemplo, en el Estrato Aurora se conocen fósiles de media doce­
na de carnívoros: una nueva especie de oso, la hiena manchada
(Crocuta crocuta), un lobo primitivo (Canis mosbachensis), un
primitivo zorro (Vulpes praeglaáalis), una alimaña (Mustela pa-
¡erminea) y un lince. Faltan aquí grandes predadores, represen­
tados en niveles próximos, inferiores y superiores, como son el
león europeo antiguo (Panthera gombaszoegensís) y un gran féti­
do dientes de sable (Homotherium latidens), además del cárabo
(Strix aluco), ave rapaz nocturna no identificada por sus restos
fósiles, sino por los de sus presas preferidas y el grado y modo
de su digestión. Presas y digestiones fueron estudiados y distin­
guidos en un gran número de egagrópílas de rapaces diurnas y
nocturnas, y de desechos de alimañas, por Peter Andrews y Yo­
landa Fernández-Jalvo20. Esta última pudo reconocer con di­
chas pruebas tafonómicas la presencia de rapaces cambiantes
con el clima, la vegetación y la microfauna, en distintos niveles

123
HOMO HISPANICO

de Gran Dolina y otros rellenos kársticos de la Trinchera de


Atapuerca.
Además de todas estas y otras posibles causas de daños en
los restos óseos que se conservan fósiles, producidos antes o al
tiempo de su deposición y de su incorporación al sedimento, se
examinan otros posteriores a las actividades y usos an trópicos in­
feridos. Se han comprobado mordisqueo por zorros y por roedo­
res, algunas señales de pisoteo, y otras consiguientes al enterra­
miento en la matriz sedimentaria fosilizante y sus cambios de
humedad y desecación21.
En resumen: los restos de macromamíferos herbívoros en el
Estrato Aurora no representan un cubil de hienas, no fueron lle­
vados por agentes naturales; la representación de los de menor
talla indica que las carcasas fueron llevadas enteras, o casi. En los
de talla grande se observa desproporción y predominio de partes
con magro y médula. Todos los huesos de herbívoros grandes,
medianos y pequeños, están muy rotos y cortados, de donde se
deduce una intensa explotación de nutrientes accesibles. La cavi­
dad de Gran Dolina en el tiempo del Estrato Aurora fue, sin lu­
gar a dudas, un sitio de consumo, pero interrumpido. Los restos
óseos allí dejados tienen señales de pisoteo, de mordisqueo por
roedores, de humedad cambiante y alguna fragmentación diage-
nética. Las alteraciones postsedimentarias son mínimas.
Entre las incógnitas que quedan por resolver, están el grado
de relevancia que la carne tenía en la dieta de aquella población
y el modo de procurársela. No se ven indicios en favor de un sis­
tema de caza, ni de persecución o conducción o uso de trampas.
Sería ocasional la captación de reses recién muertas (carroñeo) o
moribundas, accidentadas o enfermas, o atacadas por carnívo­
ros predadores selectivos como los grandes félidos. En todos es­
tos casos la carne representaría una parte no indispensable de la
dieta, por más que fuese apetecida, y tendría que ser disputada
con carroñeros, como hienas, que las había, o buitres, de los que
no hay señal.
HUMANOS DEL KSTRATO AURORA EN ATAPUERCA-GRAN DOLINA

La c u l t u r a c a n íb a l e n t ie m p o s d e Ata pu erc a TD 6

Un hecho que llamó la atención desde el principio en los ha­


llazgos del Estrato Aurora, a medida que se iba encontrando un
número insólito de fósiles humanos, se dibujaban en los planos
de excavación y se intentaba describirlos, fue comprobar que es­
taban distribuidos de manera dispersa o por acumulación y frag­
mentados, con y como los restos de los mamíferos herbívoros.
En el año 2000 se contaban 92 fragmentos óseos humanos,
atribuidos a seis individuos distintos: dos niños de 3 a 4 años,
dos adolescentes de unos 11 años uno y 14 el otro, y dos jóvenes
adultos de entre 16 y 18 años. El área excavada era y es pequeña,
de prospección, parcial dentro de un espacio más extenso que
está aún por excavar: muchas de las observaciones al presente
solo pueden ser valoradas como parciales, pero era evidente, y
suficiente para ser considerado un hecho cierto para ese conjun­
to de fósiles humanos, que se hallaban dispersos y mezclados al
azar, con una distribución en nada diferente, sino con un trata­
miento idéntico al de cérvidos, bóvidos y caballos, como dieta
cárnica.
Buscando explicación, se excluye la del cubil de hienas, que
está claro en sitios como Venta Micena y Cueva Victoria. En Ata-
puerca TD 6, con los fósiles fragmentados de humanos y herbívo­
ros, se hallaban también mezclados utensilios líticos y desechos
de talla. Un estudio meticuloso de los restos óseos humanos vino
a confirmar, y con más detalle, la igualdad de trato entre estos y
los de herbívoros. Unos y otros presentaban iguales incisiones
con filos líticos, las mismas trazas de despiece, desarticulación y
descamación de los huesos. Fernández-Jalvo y otros analizaron
asimismo los bordes de astillado y fractura, y se identificó inclu­
so el modo en que se habían roto: forzando entre ambas manos
algunos huesos largos de humanos, gamos y corzos22.
Los mencionados autores pudieron concluir con toda certeza
que los huesos humanos del Estrato Aurora fueron rotos con
propósito «estrictamente nutricional», en acciones de prepara­

125
HOMO HISPÁNICO

ción de alimento cárnico y medular. Se trataba de un caso de ca­


nibalismo, el más antiguo hasta entonces conocido en culturas
prehistóricas. Otras observaciones en los propios fósiles y en el
entorno permitieron rechazar interpretaciones causales de este
comportamiento caníbal, como luchas tribales, caza, control de
población, hambruna o estrategia de supervivencia.

Trazas posmortales producidas por utensilio lítico en hueso humano del


Estrato Aurora. (Yolanda Fernández-Jalvo).

La cultura, pues, y el modo de vida de esta tribu del «antece­


sor» de hace 800.000 años incluían este canibalismo «gastronó­
mico» o dietario que alcanzaba, quizá solo ocasionalmente, a
miembros de la propia familia.
Esta conducta sociocultural o nutricional no es en absoluto
insólita ni inverosímil, pues se ha conocido y estudiado en pue­
blos y naciones actuales. La antropóloga Margaret Mead investi­
gó, en los años veinte del pasado siglo, los modos de vida de tri­
bus que poblaban la gran isla de Nueva Guinea y encontró
notables diferencias en los hábitos alimenticios y familiares de
tribus vecinas en áreas muy próximas. Entre estas estudió, y fil­
mó, una en la que las mujeres —no los varones adultos— comían
carne de niños o incluso jóvenes de la propia familia, muertos
prematuramente, enfermos o accidentados. Llegó incluso a en­
contrar ciertas deficiencias y debilidades en el andar que atribu­
yó, por la vía de la interpretación genética, a este hábito.
HUMANOS DEL ESTRATO AURORA EN ATAPl'EKCA-ORAN DOLINA

No solo no es absurdo pensar que en los ocupantes de Gran


Dolina en el tiempo de TD ó-Aurora se diera un comportamiento
que incluyera consumo eventual de carne —captación de anima
les, o humanos atacados por felinos, o malheridos en accidente,
rumiantes separados de su manada por debilidad o despiste— ,
sino altamente probable. No es incomprensible una valoración
positiva del sentimiento familiar que conduzca a ingerir y asimi­
lar así la carne del hijo o familiar muerto, o con algún problema
incurable, en lugar de dejarla a merced de carroñeros o enterra­
da para gusanos y microbios.
Puede darse un sentido cultural de eutanasia también en los
casos de canibalismo que incluyen la occisión del enfermo antes
de consumir su carne. Si esto se ha visto en culturas iletradas
contemporáneas, no es de extrañar que se estudie como explica­
ción en la mitad del Estrato Aurora, donde la mandíbula ATD6-
5 deja ver una muela del juicio, M3, que está saliendo torcida,
creciendo y empujando no hacia arriba, sino contra la pieza ante­
rior. El dolor de muelas, sin un dentista que llevarse a la boca,
produciría, sin duda alguna, un intenso dolor al tiempo que im­
pediría la masticación. Hoy día se decide, en muchos casos, la
extracción de la muela como única solución.
Puede, además, tenerse en cuenta esta notable analogía de
comportamiento entre el «antecesor» de Aurora y algunas cultu­
ras contemporáneas para no magnificar las diferencias morfoló­
gicas o morfométricas que apreciamos en los fósiles poniendo
enseguida barreras apriorísticas basadas en una perspectiva de
especie. Vuelvo a preferir para estos fósiles mejor que un nom­
bre de especie linneana distinta de la nuestra, el de una subespe-
cie de Homo sapiens, o el que le asigna Howell: «Paleodemo de
Atapuerca-Gran Dolina».
Podemos resumir lo expuesto en esta Parte II diciendo que
hace cerca de 1,9 millones de años, y de manera simultánea a una
intensa crisis climática —sobre todo de sequía— , se diversifica­
ron los homínidos de África oriental, apareció una estirpe pare­
cida a nuestra especie, con más cerebro, boca retraída, edad de

127
HOMO HISPÁNICO

crecimiento prolongada, capacidad de previsión y operativa di­


versa para hacerse instrumentos de materiales duros, el Homo er­
gaster o demo de Nariokotome.
Pronto, o casi de manera coincidente, un par de grupos, al
menos, abandonan Africa y pasan por Suez al continente eurasiá-
tico. Hace 1,8 millones de años varias especies de mamíferos, in­
cluso primates y el primitivo Homo habilis, emigran al sur de
África y al suroeste de Asia: se conoce una población humana
muy diversa y progresiva en Dmanisi, al sur del Cáucaso; otra,
salida al tiempo o aun antes, llega más tarde hasta Indonesia,
Poco después, entre los que quedaban en África Oriental, algu­
nos inventan los bifaces y otros utensilios de gran formato o
Modo 2. Hace poco menos de 1,5 millones de años, bajo calor y
sequía, aunque no hay registro de los fósiles humanos en África
Oriental, sí se comprueban más movimientos de mamíferos hacia
el sur: algunos salen hacia Asia por Suez, y con ellos otro grupo
humano que se encuentra cerca del Jordán.
La expansión por Eurasia de los primeros que dejaron África
llegó por entonces a la Península Ibérica, donde se encuentran
unos pocos fósiles humanos en tres yacimientos, entre hace cerca
de 1,4 y más de 1,1 millones de años, además de sitios con indus­
tria lítica.
En este intervalo, las lluvias que faltan en África riegan las
cordilleras del sur de Europa, enriqueciendo de vegetación y
fauna las cuencas intramontanas, como las Béticas de las provin­
cias de Granada y Murcia. Con cerca de 1,3 y más de 1 millón de
años se conocen sitios con industria lítica más o menos abundan­
te y restos de fauna en Italia, en Aín-Hanech (Argelia)23, en Etio­
pía, en el norte de China, Donggutuo y sitios vecinos, con miles
de artefactos, y fósiles humanos en Java (Indonesia). El éxito
evolutivo y adaptativo de la nueva especie humana, aunque dis­
persa, es ya un hecho patente.
En tomo a hace un millón de años, en el episodio magnético
Jaramillo, hay un tiempo de clima benigno, seguido de unos alti­
bajos muy fuertes, hasta los fríos y sequías de hace menos de

128
HUMANOS DEL ESTRATO AURORA EN ATA PUERCA-GRAN DOLINA

780.000 años. Las vegetaciones y las faunas cambian de nuevo,


sobre todo al final de estos tiempos. La especie humana aprove­
cha para crecer y extenderse en el primero de estos tramos,
aguanta donde puede las fases duras y florece en las dos benig­
nas de hace más de 900.000 y más de 800.000 años. Se conocen
los últimos parántropos, y crecen fósiles humanos en Sudáfrica;
estos abundan en Java, y no faltan en el interior y norte de Chi­
na, en Itaüa.
El yacimiento más copioso en humanos y completo en todos
los contextos arqueológicos y ecológicos, bien conocidos en sus
actividades, uso del territorio y modo de vida, está en el Estrato
Aurora, de la Gran Dolina de Atapuerca, de hace más de
800.000 años. Apenas haber empezado a excavar ya ha propor­
cionado un centenar de fósiles humanos de una tribu que llaman
antecessor! o mejor, demo de Atapuerca-Gran Dolina, emparen­
tados con los primitivos que fueron hasta el Extremo Oriente y
los eurasiáticos que más tarde evolucionaron hacia razas más
modernas en China.

129
PARTE m

MÁS, MEJORES Y DIVERSOS


5
T ie m p o s c r ít ic o s y e x p a n sió n h u m a n a
en el P l e is t o c e n o M e d io

C a m b io s pr o fu n d o s en la T ie r r a y e n e l c l im a
ENTRE HACE 7 8 0 .0 0 0 Y 1 3 4 .0 0 0 AÑOS

E l tramo de tiempo en la Historia de la Tierra que la Comisión


Internacional de Estratigrafía (ICS) de la Unión Internacional de
Ciencias Geológicas (IUGS) clasifica en su Escala estratigráfica
global (Global Stratigraphic Chart, 1989) como Pleistoceno Medio
comprende unos 650 milenios, que transcurren entre los 780.000
y los 134.000 años a. p. Se viene estudiando con fino detalle en
copiosos registros de cambios geográficos, ambientales, arqueo­
lógicos y de fósiles humanos. Estos últimos, escasos al comienzo,
aumentan en número y sitios muy notablemente, como veremos,
hacía su mitad, es decir, desde hace cerca de medio millón de años.
En ciclos periódicos, se han venido reconociendo cambios
grandes del clima, con un máximo y un mínimo en ciclos de alre­
dedor de 96.000 años, que se han contado minuciosamente, con
variantes menores, por isótopos del oxígeno en numerosos son­
deos submarinos por todos los océanos y latitudes, en la «Escala
Isotópica del Océano» (OIS). En el tiempo al que vamos a refe­
rirnos en lo que sigue se incluyen las fluctuaciones térmicas entre
los picos cálidos OIS 19 y OIS 5e (de más antiguo a más joven)

133
HOMO HISPÁNICO

También se han medido y dibujado curvas por otros científi­


cos y con distintas bases de datos, con las oscilaciones que ha ex­
perimentado el nivel medio del mar en los litorales de todo el
mundo y con programas de investigación internacionales2. En
ciertas regiones y épocas, o localmente, estos cambios del nivel
que alcanza el mar en las franjas costeras pueden estar provoca­
dos, disminuidos o exagerados por alteraciones de la corteza te­
rrestre y sus relieves debidas a reactivaciones de movimientos
tectónicos \
No obstante, en la mayoría o en la totalidad de las regiones
tranquilas coinciden los valores medios de estos altibajos, que glo­
balmente pueden atribuirse a cambios climáticos —o, al menos,
relacionarse con ellos— y alcanzan una fina calibración en el Cua­
ternario. Así, estas oscilaciones del nivel del mar (NMM) no son
absolutamente regulares, ni en los máximos ni en los mínimos que
alcanzan, ni en la duración de los intervalos, ni en las pendientes
de ascenso y descenso y los escalones intermedios, como tampoco
lo son las fluctuaciones secundarias de temperaturas registradas
entre los máximos y los mínimos de la OIS. Pero estos márgenes
de error cronométricos permiten, con todo, un conocimiento bas­
tante bien calibrado de lo que ocurría en la superficie terrestre y
de quienes la habitaban hace esos cientos de miles de años.
Las diferencias en la dinámica geográfica y ecológica relacio­
nadas con estas fluctuaciones del cambio climático y la tectónica
globales, según estas curvas de variables registradas o regionales,
permiten distinguir tres grandes fases en las condiciones ambien­
tales a lo largo de este tiempo del Pleistoceno Medio.
Primero, al máximo térmico basal del episodio OIS 19, hace
780.000 años, no muy exagerado, sucede una notable caída de
las temperaturas. Las oscilaciones menores de estas se mantienen
en niveles relativamente bajos, con una muy breve subida en el
episodio 17 de la OIS, hace unos 690.000 años, seguida de des­
censo rápido hasta el frío extremo registrado del episodio OIS
16, hace aproximadamente 620.000 años. Los niveles del mar
fueron bajos todo este tiempo, con notables descensos hace poco

134
TIEMPOS CRÍTICOS Y EXPANSIÓN HUMANA EN EL PLEISTOCENO MEDIO

menos de 750.000 años, y de nuevo, precediendo a una subida


muy fuerte y rápida, hace menos de 620.000 años.
La segunda fase comienza con este ascenso del NMM y un
aumento muy brusco de las temperaturas, con un doble máximo
en estas, superior al actual, en el episodio 15 de la OIS, hace
muy cerca de los 600.000 años. Sigue con una tendencia a tem­
peraturas regularmente más altas, con un máximo en el episodio
OIS 13 no muy exagerado, esto es, inferior al actual, hace en tor­
no a 500.000 años, hasta un nuevo frío extremo en el episodio
OIS 12, aunque no tanto como en el 16, y un nivel del mar tam­
bién muy bajo hace más de 420.000 años.
En la última parte del Pleistoceno Medio se suceden muy
fuertes ascensos y descensos, tanto de las temperaturas globales
como del nivel de los océanos. En el calor y en la altura de las
playas se superan los máximos actuales en los episodios OIS 11
(alrededor de 400.000 años a. p.) y OIS 9 (unos 320.000 años a.
p.). Así también en el episodio 5e, con el que arranca el Pleisto­
ceno Superior (hace alrededor de 130.000 años). A estos tres má­
ximos les preceden subidas muy rápidas y bruscas desde fríos
casi extremos de los episodios OIS 12, 10 y 6: estos dos últimos,
a su vez, precedidos de enfriamientos extremos y rápidos. El má­
ximo térmico intermedio OIS 7, hace aproximadamente 200.000
años, es más tibio y no llegó al calor actual, como tampoco el ni­
vel del mar superó el de nuestro tiempo presente.
Si a lo dicho de las fluctuaciones climáticas del océano y lito­
rales añadimos que en las paleofaunas de todos los continentes
ocurrieron cambios significativos hace cerca de 500.000 años —en
Norteamérica, poco menos de 600.000; en Europa, poco más de
400.000— , y que cerca de este último dato se registra una aridez
extrema entre dos periodos con buena humedad, podemos ha­
cemos una idea de los cambios ambientales prolongados o muy
intensos — además de rápidos en algunos casos— a los que se
vieron enfrentadas las poblaciones humanas de entonces.
El debate sobre la influencia del cambio climático frente a fac­
tores de competición biológica en las crisis faunísticas se puede

135
HOMO HISPÁNICO

resolver admitiendo una y otros, precisando sus tiempos y modos de


influir4. Nuevos cambios en los conjuntos faunísticos, con desapa­
riciones y novedades en las listas de especies ocurren entre hace unos
350.000 y unos 250.000 años, en menor número y escalonados.
Lo que se conoce de las sucesivas cubiertas vegetales refleja
un clima progresivamente deteriorado, con extensión de las sa­
banas desde los comienzos en Africa oriental, y en general árido
en el norte de este continente, hasta una mejoría notable hace
cerca de 600.000 años. Y tras un empeoramiento, nueva mejoría:
en el Magreb, lluvias hace ya menos de 500.000 años. La aridez y
el deterioro de la cubierta vegetal volvieron después de esta fe­
cha, y cerca de los 300.000 años. En el continente africano, a uno
y otro lado del ecuador, se registra subida de humedad: en Na­
mibia desde hace más de 450.000 años hasta hace 370.000, y con
este último dato coincide un episodio con alta pluviosidad en Li­
bia, próximo al gran máximo térmico del episodio OIS 11.
En la Cueva del Aragó (Tautavel, Francia), una serie media­
namente larga registra vegetación esteparia con frío y aridez en­
tre hace menos de 580.000 años y más de 520.000; entre este
dato y hace más de 480.000 años, bosque con clima templado y
húmedo; del arbolado montano con plantas termófilas se pasa a
cubierta más herbácea hace más de 400.000 años. En Terra Ama­
ta (Francia), al borde del Mediterráneo, no se pierde el arbolado
y permanece la vegetación montana entre hace 400.000 y hace
300.000 años.
En Gran Bretaña se aplicaron estudios polínicos, entre los pri­
meros, al desarrollo de una fina estratigrafía regional, con el deta­
lle de los cambios en el régimen geomorfológico, en particular osci­
laciones del clima, y del nivel marino en localidades próximas a la
costa. Reconocen tundra y fase glacial en el Prepastoniense; bos­
que de coniferas y luego más termófilo en el Pastoniense I, II y III;
deterioro a semiboreal en el Pastoniense IV y periglacial en el Bees-
toniense, del Pleistoceno Inferior. Bosques más o menos templa­
dos en el paso al Pleistoceno Medio, interglacial Cromeriense, y
un deterioro al final que precede al periglacial del frío Angliense.
TIEMPOS CRITICOS Y EXPANSIÓN HUMANA EN EL PLEISTOCENO MEDIO

En el lado oriental de los Cárpatos y en su vertiente sur, el si­


tio de Korolevo (Ucrania), bien estudiado, ofrece una larga sec­
ción que cubre todo el Pleistoceno Medio, con tramos de loess y
suelos, y varios niveles con registros arqueológicos. Los análisis
de polen muestran cambios en la vegetación, con datos crono­
métricos principalmente basados en el registro de las breves in­
versiones del polo magnético a lo largo del Brunhes. Con un
dato próximo a 620.000 años, bosque abierto y variado con cli­
ma templado y húmedo (nivel 20); con menos de 550.000 años,
estepa tipo páramo (nivel 19) y clima frío y seco; de nuevo, en el
nivel 18, bosque abierto con clima templado y menos húmedo,
en el que los olmos dan paso a abedules, que se empobrece en
un nivel más frío, y termina en estepa con clima glacial (nivel
17). Siguen discordancias y un nuevo nivel (16) con frío hace
unos 350.000 años. A continuación, el nivel 15 registra una osci­
lación caliente-frío-caliente, húmedo también con un bajón in­
termedio, y la vegetación, con un intervalo xerofítico entre dos
de bosques abiertos. El nivel 14, hace unos 260.000 años, con
frío, no tiene registro vegetal. El nivel 13, con clima templado y
húmedo, tiene polen arbóreo dominante y variado, y siguen los
niveles 12 al 10, entre hace unos 230.000 y 200.000 años, con cli­
ma templado y al final menos bosque y más polen no arbóreo.
En China se reconoce también por la paleovegetación la cri­
sis glacial del episodio OIS 16, de hace más de 600.000 años, y
una mejoría, a partir de esta fecha, en prados con tiempo templa­
do y fresco. El cambio del clima entre los episodios de la OIS 12
y la 11, hace más de 412.000 años, se registra en los niveles 9 a 8
de la Localidad 1 de Zhukudián, con un contenido faunístico
que incluye, según Wu y Poirier (1995), seis o siete especies crió-
filas, cinco termófilas, una rípícola y una de estepa, de donde es­
tos autores infieren un clima no muy frío y semiárido. En el si­
guiente hacia arriba (nivel 7), datado entre hace 400.000 y
370.000 años, los mamíferos termófilos aventajan en uno a los
enófilos, no se encuentran esteparios o desertícolas, y sí dos ripí-
colas, lo que interpretan como indicio de clima fresco a templa­
HOMO HISPÁNICO

do y húmedo. Parecido es el registro, algo más pobre, del nivel 6.


El nivel 4, con edad alrededor de 300.000 años, que corresponde
al episodio 9 de la Escala Isotópica (OIS), refleja un clima tem­
plado y árido, con cuatro fósiles termófilos, dos enófilos, un es­
tepario o desertícola y ningún ripícola, la misma proporción que
se repite en los niveles superiores 3 a 1, que pueden correlacio­
narse con el episodio 7 de la OIS. Recordemos que Zhukudián
se encuentra en el interior de China, no muy lejos del mar inte'
rior, a una latitud media-alta, y que se encontraron fósiles huma­
nos en los niveles 8-9, varios en los niveles 1 a 3, y otros interme­
dios, de los cuales hablaremos más adelante. También se acusa el
rigor climático de comienzos del Pleistoceno Medio en Java,
donde se registra bosque abierto con lluvias estacionales5.
Se pueden resumir los cambios ambientales y de vegetación
del último tercio del Pleistoceno Medio en Europa, tiempo en
que se da (como veremos a continuación) un incremento impre­
sionante del número de localidades conocidas con registro fósil
humano. En el episodio OIS 11, entre hace unos 420.000 años y
alrededor de 370.000, el clima fue inicialmente cálido, sin pasar
luego de templado, y la pluviosidad fluctuó, creciendo tras el co­
mienzo y con uno o más descensos y estacionalidad; en Aldéne y
Atapuerca el bosque mediterráneo abierto indica un clima más
bien suave. En el OIS 10, hizo mucho frío, al principio más seco,
después empezó a aumentar la humedad, más en todo el medio­
día de Europa, al sur de las cordilleras. El episodio OIS 9 (entre
hace cerca de 340.000 y unos 295.000 años) fue no tan cálido
como el OIS 11, con inflexiones de tiempo fresco y hasta frío, con
humedad inicialmente creciente, luego en descenso y nueva me­
joría o terminando en estacional; la vegetación pasó de estepa
con arbolados a bosque, después éste retrocedió, y en el sur se
pasó de bosque abierto a más pradera y finalmente al bosque
abierto mediterráneo. En el episodio OIS 8 se hizo notar el frío
intenso, fue general la sequía, y extensas y generalizadas las este­
pas. Fue menos cálido el episodio OIS 7 (entre hace 245.000 y
180.000 años), que pasó de templado a fresco y de moderada­

138
TIEMPOS CRÍTICOS Y EXPANSIÓN HUMANA EN EL PLEISTOCENO MEDIO

mente húmedo a semiárido, mantuvo una vegetación de tipo me­


diterráneo en la franja sur y, tras leve mejoría, volvió a extender­
se la estepa en Europa central. Muy frío y glacial fue el episodio
OIS 6 (entre hace 180.000 y 134.000 años), en que se conservó
un ambiente acogedor en la franja de Europa mediterránea, don­
de no faltan sitios con fósiles humanos en este tiempo de climas
adversos, como también vemos que ocurre en el sur de China.

E sc a so s f ó s i l e s h u m a n o s a c o m ie n z o s
del P l e i s t o c e n o M e d io

Del periodo que podemos denominar Pleistoceno Medio an­


tiguo, entre hace 780.000 y unos 615.000 años, se conocen po­
quísimos fósiles humanos en el mundo. En el tramo estratigráfico
Miembro IV de la Quebrada de Olduvai (Tanzania) se recuperaron
un pequeño fragmento craneano, OH 28, un fémur incompleto,
OH 12, con parte de coxal, y muy poco más. También en el Rift
este-africano, muy próximos al lago Baringo y al ecuador terrestre,
con edad discutida de unos 660.000 años, en capas superiores de
Kapthurin, se hallaron las mandíbulas BK 67, con formas muy pri­
mitivas, y BK 8518, además de un diente aislado y unas pocas pie­
zas del esqueleto locomotor. En el norte del continente africano,
un yacimiento de Argelia, descrito por C. Arambourg con el nom­
bre de Ternifine y citado más tarde con los de Palikao y Tighenif,
proporcionó tres fósiles bien conservados de mandíbulas huma­
nas de gran talla, un parietal y otros restos menores, en un nivel
con dato impreciso de alrededor de 700.000 años, y próximos a
un conjunto de industria lítica del Modo 2 (Achelense).
Si bien en Europa no se han encontrado fósiles humanos, sí
se conocen, sin embargo, utensilios líticos de esta fase en no po­
cas localidades, aunque fueron ignorados por los defensores de
la llamada «cronología corta», que negaban, en 1995, la presencia
humana en Europa antes de hace 500.000 años. En efecto, cabe
plantearse la hipótesis de que los factores climáticos adversos
■L’fl. v f r j j ’Y'

Y ,^V T !V 1S^r í VE ü
'MUÍ * ' ''VAl^/* "

Rcprcscntación escénica de los pobladores de Dtnanisi. (Por Mauricio Antón).

El esqueleto de adolescente de Nariokoto-


me, al oeste del lago Turkana, África.
(Reconstrucción, por Mauricio Antón).
El cubil de hienas en el Pleistoceno Inferior de Venta Micena, Orce, Granada. (Reconstrucción
escénica, por Mauricio Antón).

Reconstrucción escénica del ambiente próximo a Orce, pasada la mitad del Pleistoceno Inferior,
según la fauna fósil recuperada en el sitio de Fuentenueva-3. (Por Mauricio Antón).
HOMO HISPÁNICO

Mandíbula humana del yacimiento de Ternifine o Palikao, Argelia. (Foto


donada por Pierre Biberson).

fueran causa de un empobrecimiento y reducción de las pobla­


ciones humanas y de sus registros tanto de fósiles como de arte­
factos. Pero no hemos de consagrarla sin más como la única ex­
plicación posible de tal escasez.
Si no totalmente globales, sí son muy comunes y extendidas
las secuencias estratigráficas con cantos rodados gruesos y con
hiatos erosivos, y escasos los lugares y tramos con depósitos finos
y sedimentación tranquila. Por eso faltan fósiles in situ, restos en
los sitios que fueron ocupados, en los suelos donde cayeron.
Utensilios de piedra en conglomerados de terrazas fluviales, aun
rodados y pulidos, no dejan de ser indicio cierto de ocupación
humana en tierras próximas, aunque sea incompleta y pobre­
mente ilustrada. Sin olvidar los fósiles humanos, restos arqueoló­
gicos y pruebas de actividad en el sitio, del Pleistoceno Inferior,
que ya conocemos.
Las tres mandíbulas de Ternifine — dos hemimandíbulas y
una entera— son grandes en tamaño y diferentes entre sí en ras­
TIEMPOS CRÍTICOS Y EXPANSIÓN HUMANA EN EL PLEISTOCENO MEDIO

gos morfológicos. Tal variabilidad intrapoblacional no es infre­


cuente. Destaca la notable altura de la rama ascendente. La altu­
ra del cuerpo mandibular es grande, próxima a la conocida en
humanos del Pleistoceno Inferior en Java; en cambio, en cuan­
to a anchura y robustez están más cerca de las medianamente
progresivas que de las más primitivas y grandes. En los análisis
multivariantes sobre dimensiones de seis dientes inferiores dis­
tintos en un número alto de fósiles de una treintena de sitios y
niveles diferentes, los de Ternifine son netamente próximos a
cinco de los de Zhoukoudíen y a todos los conocidos de Ata-
puerca TD 6: en varios la proximidad máxima es con el «hom­
bre de Pekín», y quedan más distantes los humanos de África
oriental.
Estos hechos admiten más de una interpretación: o bien la
evolución del «ciado» humano en el tramo del Pleistoceno Infe­
rior y el Pleistoceno Medio es más o menos independiente, para­
lela y homoplásica en varias tendencias, o bien pudo haber un
retorno al norte de África, por Levante quizás, de humanos eura-
siáticos emparentados con los de Aurora en Atapuerca (ver más
adelante)6.
Hay otros humanos contemporáneos en este tramo, más bien
en sus comienzos: son los más jóvenes conocidos de los sitios de
Sangirán, en Java, los siglados S2 y S12, o el Pit.6 posiblemente,
además de S36, S38 y SlO. Se cita un diente de homínido en el
sitio de Gladísvale (Sudáfrica), de hace 660.000 años1.

R e g is t r o c r e c ie n t e e n E uropa y Á f r ic a
ENTRE HACE 6 1 0 .0 0 0 Y 4 2 0 .0 0 0 AÑOS

De comienzos del segundo tercio del Mesopleistoceno, en los


niveles Masek de la quebrada de Olduvai, es el fragmento de una
mandíbula, OH 23, así como un cráneo incompleto de Bodo, Etio­
pía. Una y otro se han datado muy próximos a hace 600.000 años,
presentan rasgos progresivos en el grupo humano, con parecidos

141
HOMO HISPÁNICO

en los preneandertales de edades más jóvenes del Pleistoceno


Medio, por lo que volveremos a hablar de ellos8.
En el Próximo Oriente se encontraron dos fémures humanos
en el sitio Gesher-Benot Ya’akov, con dato aproximado de 500.000
años9, y el parietal de Nadaouiyeh (Aín Askar, Siria), de hace entre
500.000 y 450.000 años, con rasgos distantes de los de África orien
tal y de Arago, más parecidos en cambio a los de Zhoukoudian10.
No faltan fósiles humanos en Europa en este tramo: destaca
la mandíbula de Mauer11, de hace cerca de 500.000 años, recogi­
da en una terraza del Rin. El dato es aproximado, pues se destru­
yó el lugar exacto de su hallazgo: gruesa, ancha, con muelas rela­
tivamente pequeñas, sobre todo el M3 Además, dos dientes
incisivos de Fontana Ranuccio (Italia), de hace 458.000 años, a
los que se añaden un canino humano, con edad imprecisa de me­
nos de 500,000 años, en el sitio de Vergranne (Francia), y el no­
table legado fósil de la Caune de L’Arago en Tautavel (Francia).
Aragó es otro de los sitios privilegiados, por contener no solo
fósiles humanos, sino un registro paleontológico, geológico y ar­
queológico detallado y largo, producto de una buena excavación
y un minucioso estudio, bajo la dirección del matrimonio Henry y
Marie-Antoinette de Lumley, en veinte niveles de ocupación. Entre
los niveles Arago IQ de hace 550.000 años y Arago IIIC de hace
340.000, el más rico en restos paleantropológicos es el nivel G,
datado en 455.000 años.
De los 80 fósiles humanos de Arago, destacan un cráneo
(Arago 21) y dos mandíbulas, en los que se aprecian cuadros
morfológicos divergentes de la humanidad moderna y claramen­
te afines a los que se verán de modo más notable en los neander­
tales: bóveda craneana baja, toro supraorbitario grueso con de­
presión glabelar neta; huesos malares y rostro macizos, sin fosa
poscanina; el frontal es estrecho, y la angulación del occipital,
acusada; la sección transversal de la bóveda, ligeramente tectifor-
me; las líneas temporales, altas y marcadas. En cuanto a las
mandíbulas, parecidas a la de Mauer, presentan rama ascendente
ancha y vertical: la Arago 2, de un individuo femenino, y la Ara-

142
TIEMPOS CRÍTICOS Y EXPANSIÓN HUMANA EN EL PLEISTOCENO MEDIO

go 13, de uno masculino. Los numerosos dientes aislados perte­


necieron a diez individuos distintos. Arago 44 es un hueso ilíaco;
este y los huesos de miembros inferiores permiten estimar tallas
alrededor de 1,64 metros. La capacidad craneal estimada es de
1,100 centímetros cúbicos12.

F ó s il e s humanos del P l e is t o c e n o M e d io en C h in a

China tiene un buen registro fósil de la evolución humana en


el Pleistoceno Medio. AI comienzo del segundo tercio y del epi­
sodio cálido OIS 15 (hace unos 600.000 años, o poco más) co­
rresponde la mandíbula de Chenjiawo (Lantian, Shaanxi), carente
de las últimas muelas (MM3). Largo y copioso es el registro del re­
lleno de la Localidad 1 de Zhukudián (antiguo Chukutien), con
muchos niveles fértiles en fósiles humanos: se les clasificó como
Sinanthropus (u Homo) pekinensis, «hombre de Pekín», y co­
múnmente se les encuadra en el nombre de Homo erectus, lo que
genera confusión e impide valorar sus rasgos verdaderamente
progresivos. Con ellos hace Howell su Paleodemo ZKD, al que
asocia la mandíbula de Chenjiawo, y añade, además de los restos
craneales, mandíbulas, dientes y poscraneales de unos cuatro
individuos de Longtandong o Hexian (unos 412.000 años), dos
cráneos de la cueva Halu en Tangshan (Nanjing), fragmento
craneal y dientes de Yiyuan, y dientes de Xinghuasan, de Lon-
gushan, de Builongdong, de Longgudong y de Huludong, todos
estos con edad probable entre hace 400.000 y hace 300.000 años.
Los cráneos de Zhoukoudian G l, K1 y M I provenían de los
niveles 8 y 9, con edad próxima o superior a los 400.000 años; el
cráneo H l, de un nivel superior.
Otro paleodemo chino, de finales del Pleistoceno Medio, con
200.000 años, poco más o menos, es el encabezado por el cráneo
de Dalí, al que pueden unirse, por ser próximos en el tiempo, los
dientes y fragmentos craneales de Dingcun, de Changyang (195.000
años), de Chaoxian, y dientes asociados a importantes vestigios

143
HOMO HISPÁNICO

arqueológicos de la Localidad 4 de Zhoukoudian y de la cueva


de Yanhuidong o Tongzi (Guizhou).
También se atribuye una edad próxima a los 200.000 años al
esqueleto femenino de Jinniushan (provincia Liao Ning, Man-
churia), con el que Howell caracteriza un nuevo paleodemo en
el que incluye el yacimiento, muy rico en todos los aspectos, de
Xujiayao, que ya tiene edad más reciente, de comienzos del
Pleistoceno Superior. La localidad de Miaohoushan se data entre
hace 220.000 y 140.000 años1J,
La montaña de Zhoukoudian, en el norte de China, es un
bloque de calizas mesozoicas desviado de la alineación de su cor­
dillera, muy fragmentado tectónicamente y muy minado por la
acción kárstica, con numerosas bocas de cuevas, en lo que se le
asemeja la Sierra de Atapuerca. Varías cavidades antiguas están

LoCAJ'OrtftS 1 '0.9 0.0 0 7 0.6 Oó 0 .* 0 3 0 2 J> 0.2 0 . ‘ 5 0.1 0.05 0 I

Gráfico que ordena 24 localidades con fósiles humanos en China, conforme a


su cronología geológica, que viene expresada, con sus márgenes de error, en
una tabla, por fracciones de millón de años. (Libro Horizontes culturales de la
Ciencia, 1999. Espasa, 2001).

144
TIEMPf >S CRÍTICOS Y EXPANSIÓN HUMANA EN EL PLEISTOCENO MEDIO

rellenas con depósitos desde finales del Pleistoceno Inferior y


hasta el Pleistoceno Superior. La Localidad 1, excavada desde
los años veinte del pasado siglo, era una cavidad ancha y profun­
da, parecida a la Gran Dolina. De los 17 niveles registrados, se
conocen fósiles de vertebrados, humanos y restos arqueológicos,
desde el nivel 11 (más antiguo) al 3 (más moderno).
Los autores distinguen tres paquetes estratigráficos-cronoló-
gicos, que han sido objeto de dataciones muy dispares. Abajo,
los niveles 11 y 10, entre hace unos 520.000 y más de 460.000 años
como datos más probables; ambos con características de clima
frío y árido, podrían corresponder al episodio isotópico del océa­
no OIS 14, más que al OIS 12, por lo menos el inferior. En me­
dio, y tras un hiato, los niveles del 9 al 5, entre hace alrededor de
400.000 años y menos de 350.000 con más probabilidad, permi­
ten inferir, particularmente por la ecología de la fauna registrada,
climas de frío a fresco o templado y de semiárido a húmedo, y
luego más estacional: es probable que el tramo comprenda el
episodio OIS 10 y la fase inicial del OIS 9. Los niveles superio­
res, 4 y 3-1, con edades de poco más o poco menos 300.000 y
cerca de 230.000 años, respectivamente, ambos con clima tem­
plado y árido, pueden corresponder a dos episodios distintos, el
OIS 9 en su etapa final, y el OIS 7.
El registro fósil humano fue muy copioso, unas cien piezas
que representaban a un número muy elevado de individuos: un
largo registro de más de 300.000 años, con 11 cráneos, comple­
tos o no, y 4 fragmentos de otros, 16 mandíbulas y fragmento de
otra, 70 dientes aislados y 13 huesos poscraneales. Durante la
Segunda Guerra Mundial se extraviaron los numerosos cráneos y
las mandíbulas, quedando réplicas y los excelentes dibujos de
Weidenreich. Los restos de la peculiar industria lítica, mayorita-
riamente cuarzo, e incluso cristal de roca, fueron estudiados por
P. Teilhard de Chardin y W. C. Peí: carece de los utensilios de
gran formato con que se define el Modo 2, pero no aparece bien
clasificada en el Modo 1, pues contiene utensilios de labor y aca­
bados finos, próximos incluso al Modo 3. En varios niveles se

145
Uno de los cráneos fósiles de Zhukudián, China, extraviados. Fotografía de
perfil de una réplica. (Chínese Academy of Sciences, Beijing).

Cráneo de Dali, China, vista frontal. (Obsequio de la Chinese Academy of


Sciences, Beijing, doctor X. Wu).
TIEMPOS CRITICOS V EXPANSION HUMANA EN EL PLEISTOCENO MEDIO

encontraron restos de hogares, y huesos quemados, verosímil­


mente como combustible.
Llama la atención la singular frecuencia de cráneos aislados y
pocas mandíbulas, y la extraña escasez de huesos poscraneales: la
interpretación de Karl Narr, que veía en ello una actitud y volun­
tad simbólica, comparable a la de los andamaneses (archipiélago
del golfo de Bengala), que dejan a sus muertos expuestos a aves
carroñeras y recogen los cráneos, también mandíbulas, para lle­
varlos colgados como dijes, o tenerlos expuestos en la cabaña,
es verosímil y probable. Los sinántropos, o demo ZKD, compar­
ten algunos rasgos primitivos con los del Pleistoceno Inferior de
Java, y con humanos más modernos, otros progresivos, como el
cráneo más alto, ancho y capaz, frente más elevada rostro un
tanto retraído. El cerro de Zhukudian tiene más cuevas. En ZKD
Localidad 4 hay hogares, restos de caza y utensilios de hueso en
niveles de 170.00 a 130.000 años.
El cráneo de Dali se acerca más a los modernos: los parietales
más alzados, también en el basicráneo, y sobre todo en el cráneo
facial corto, con fosas poscanina y maxilar pronunciadas, una con­
cavidad en el pómulo, y rostro corto y vertical. El de Jinniushan
conserva, en cambio, algunos rasgos primitivos, como la bóveda
craneana todavía baja y alargada hacia la parte posterior; la nariz
chata, y una capacidad encefálica de 1.330 centímetros cúbicos. No
sería extraño que las poblaciones representadas en estos dos gru­
pos fueran apenas separadas, ni como razas, sino variantes de un
gran demo en fase de diversidad genética hacia razas más evolucio­
nadas. De hecho, algunos investigadores los separan del Homo
erectus, y los clasifican como Homo sapiens modernos arcaicos.

H u m a n o s d e l ú l t im o t e r c i o d e l P l e is t o c e n o M e d io
p u e b l a n d i v e r s a s r e g io n e s

Empiezan a ser numerosos los sitios con fósiles humanos en


todo el Viejo Mundo desde hace alrededor de 400.000 años. El

147
HOMO HISPÁNICO

dato viene a coincidir con el máximo térmico del episodio OIS 11,
que ocurrió tras una subida rápida y muy fuerte del calor. Tam­
bién coincide en el dato un ascenso rápido del nivel medio del
mar, por encima del actual.
En Sudáfrica se suceden el cráneo parcial de Elandsfontein,
o de Saldanha, que ahora se data en más de 400.000 años; el crá­
neo completo de Kabwe (antes llamado «hombre de Rodesia» u
Homo rhodesiensis), al que se añaden otros dos fragmentos cra­
neales y varios del esqueleto poscraneal, de hace más de 300.000
años para unos, y de 210.000 según otros, un cráneo más en Flo-
risbad, de hace 259.000 años, y una mandíbula de la Cueva de

Cráneo de Bodo, Etiopía. Reconstrucción. (Mauricio Antón).

148
TIEMPOS CRÍTICOS V EXPANSION HUMANA EN EL PLEISTOCENO MEDIO

los Hogares, Cave of Hearths, de hace cerca de 200.000 años. El


cráneo de Kabwe tiene parecidos obvios en Arago, y se interpre­
ta verosímilmente como descendiente del de Bodo; el de Floris-
bad tiene más parecido con los modernos 14.

Cráneo parcial recompuesto de la Caune de L ’Arago, Tautavel (Francia), del


Pleistoceno Medio. (Foto donada por H. de Lumley, Museo de Tautavel,
Francia, publicada en Horizontes culturales de la ciencia, 1999, Real Academia
de las Ciencias, Espasa, 2001).

Al norte del Sahara, entre el Atlántico y el Mediterráneo, no


faltan yacimientos con testigos de pobladores del Magreb en
este intervalo, sobre todo en Marruecos. Cerca de Rabat están
el cráneo de Salé, hallado en superficie, con edad probable de
unos 400.000 años, y una mandíbula en Qebibat de hace al­
rededor de 250.000 años. Muy próximas a Casablanca y al borde
de una cala están las canteras de Sid¡ Abderrahman. En una de
ellas, el relleno de una antigua cueva, la Littorina Cave, de edad
estratigráfica regional Tensiftiense, no inferior a 200.000 años,
proporcionó una hemimandíbula asociada a industria lítica del
Modo 2, Achelense, evolucionado. Las canteras de Thomas tam­
bién fueron un yacimiento fecundo: de Thomas Quarry I es par­
te de una mandíbula, y de Thomas Quarry III, un fragmento

149
HOMO HISPÁNICO

craneal y varios dientes, de edad Anfatiense, más cerca de los


400.000 años, también asociados con industria del Modo 2, y
fauna fósil15.
Los ámbitos del valle del Rift en Africa oriental han rendido
fósiles humanos en numerosos sitios: desde Tanzania y lagos de
Kenya, hasta Etiopía y Somalia. De alrededor de hace 300.000
años se cuentan los cráneos de Olduvai OH 11 y del lago Eyasi,
en Tanzania; tres dientes y un fragmento de fémur en Laynya-
mok; el cráneo ER 3884 y el fémur ER 999 de Ileret en Kenya.
Con más de 200.000 y menos de 250.000 años, en Oued-Dagadlé
(Djibuti), un maxilar con sus premolares y molares; el cráneo de
Eliye Springs, al oeste del lago Turkana, y el L18 de Laetoli, Tan­
zania, con rasgos que permiten considerarlo «moderno primiti­
vo», así como el de Omo-Kibish 2 en el sur de Etiopía, con
150.000 años o menos. Próxima también a este final del Pleisto­
ceno Medio es la edad del cráneo incompleto de Singa 16. En
África tenemos, pues, ya caracterizada una estirpe «moderna» de
nuestra especie de hace por lo menos 250.000 años. Los rasgos
de neandertales y modernos se distinguían ya, aunque vivieron
próximos en este continente largo tiempo.
Europa cuenta en este intervalo con un buen número de ya­
cimientos paleantropológicos I7. Por orden cronológico aproxi­
mado, de más antiguos a más modernos, serían:

• Cava Pompi (Italia). En cueva. Cerca de 450.000 años.


Fragmentos de cráneo, cubito y tibia.
• Visogliano (Italia). Cerca o poco más de 400.000 años.
Una mandíbula, cinco dientes sueltos. Fauna asociada y
utensilios finos progresivos tipo Tayac.
• Venosa-Notarchirico (Italia). Entre 400.000 y 350.000
años; otro dato reciente señala cerca de 640.000 años. Un
fémur. Industria del Modo 2; no se ve técnica Levallois.
• Bilzingsleben (Alemania). Alrededor de 400.000 años, re­
ferido al episodio OIS 11. Fragmentos de un cráneo. In­
dustria lítica asociada del Modo 1 evolucionado.

150
TIEMPOS CRÍTICOS V EXPANSIÓN HUMANA EN EL PLE1STOCLNO MLDK '

• Vérteszóllós (Hungría). Entre 380.000 y 350.000 años. Un


occipital y varios dientes. Fauna asociada y utensilios pe
queños en conjunto progresivo, sin gran formato.
• Estrecho del Rio Quípar (España). En cueva. Entre
450.000 y 350.000 años. (Ver más adelante).
• Orgnac 3 (Francia). En cueva. Larga ocupación. Entre cer
ca de 350.000 y menos de 320.000 años. Una decena de
dientes aislados, parecidos a los de Arago, entre una paleo-
fauna con 30 especies de grandes mamíferos, muchas de
aves, reptiles, anfibios y peces. Aparición de técnica Leva-
llois.
• Boxgrove (Reino Unido). Entre 350.000 y 300.000 años.
Una tibia y dos dientes.
• Atapuerca-SH (España). En cueva. Cerca de 320.000 años.
Más de 5.000 fósiles humanos de unos 28 individuos (ver
más adelante).
• Atapuerca-Galería (España). En cueva. Cerca de 300.000
años (ver más adelante).
• Castel di Guido (Italia). Cerca de 300.000 años. Fragmen­
tos craneales, una diáfisis de fémur. Industria del Modo 2.
• Ponte Mammolo (Italia). Cerca de 200.000 años. Un fémur.
• Pech-de-l’Azé (Francia). Entre 400.000 y 200.000 años. In­
fantil.
• Biache-St. Vaast (Francia). Cerca de 263.000 años, o de
175.000. Cráneo incompleto: trazado de la red meníngea
avanzado, parecido con Swanscombe y con Neandertal.
Clima fresco, en paso a un episodio glacial.
• Swanscombe (Reino Unido). Terraza del Támesis, a más
de treinta metros. Cerca de 250.000 años (más seguro que
400.000 años). Parietales y occipital de hembra joven adul­
ta, 1.300 centímetros de capacidad craneana. Formas muy
próximas a Neandertal.
• Pontnewydd (Reino Unido). En cueva. Entre 251.000 y
195.000 años. Fragmento de maxilar, otro de mandíbula,
dientes.

151
HOMO HISPANICO

Cráneo de Steinheim, Alemania, reconstruido. (Foto de una réplica, Mauricio


Antón).

• Steinheim (Alemania). Cerca de 225.000 años. Cráneo casi


completo, deformado y restaurado. Apomorfías de Nean­
dertal poco avanzadas.
• Ehringsdorf (Alemania). Travertinos inferiores. Entre
250.000 y 200.000 años, óptimo climático. Restos cranea­
les y poscraneales de varios individuos en una secuencia de
niveles arqueológicos. Rasgos de Neandertal avanzados.
• Petralona (Grecia). En cueva. Entre 250.000 y 150.000
años. Un cráneo casi completo; apomorfías neandertaloi-
des en órbitas, rostro hacia delante, frente y bóveda cra­
neana hacia atrás.
• Grotta del Principe (Italia). En cueva. Cerca de 200.000 años.
Pelvis de individuo femenino. Industria con tipo Tayac.
• Sedia del Diavolo (Italia). Cerca de 200.000 años. Frag­
mentos de cráneo, parte de un fémur y un metatarsiano,
• Grotta del Poggio (Italia). En cueva. Cerca de 200.000
años. Un diente y varios poscraneales.

152
TIEMPOS CRÍTICOS Y EXPANSIÓN HUMANA EN EL PLEISTOCENO MEDIO

• Casal de Pazzi (Italia). Cerca de 200.000 años. Fragmento


de parietal.
• Le Lazaret (Francia). En cueva: serie larga, con industria
del Modo 2 evolucionado. Cerca de 160.000 años. Parietal
de inmaduro, con cicatriz de trauma y meningioma pos-
traumático; un incisivo Iacteal, y un canino adulto.
• Apidima I (Grecia). Cerca de 200.000 años, probable por
correlación. Dos cráneos,
• Apidima II (Grecia). Rostro, frente y bóveda craneal, muy
próximos a neandertales de Saccopastore y Gibraltar. Po­
siblemente del Pleistoceno Superior.
• La Chaise (Francia)-Grotte Suard. Más de 130.000 años.
Partes de un cráneo adulto, de otro infantil y su mandíbu­
la, tres dientes. Industria de Modo 2 evolucionado, con
lascas Levallois.
• El Congosto (España). En cueva (ver más adelante).
• Reilingen (Alemania). Cráneo incompleto; no in situ y cro­
nología dudosa. Algunos rasgos afines a Neandertal, otros
no, como Steinheim.
• Montmaurín (Francia). Mandíbula. Edad discutida entre
OIS 7/6 y OIS 5. Rasgos de preneandertal.

En el Próximo Oriente, y en edad del episodio OIS 6, entre


250.000 y más de 150.000 años U-s, el cráneo humano incomple­
to de Zuttiyeh presenta rasgos entre primitivos y modernos, y
ningún parecido con Neandertal; le acompaña industria del
Modo 2.
Próxima también al final del Pleistoceno Medio es la edad
del nivel inferior E de la cueva de Tabun (Israel), con un frag­
mento de fémur humano. Tenemos también, de la vertiente sur
del Cáucaso, el sitio en cueva de Azykh, o Azokh (Azerbaiyán), a
1.400 metros de altitud (SNM), donde se halló una hemiman-
díbula femenina, con industria asociada del Modo 2, y de edad
probable en el episodio OIS 11. Y en Georgia el de Kudaro,
también en cueva y a 1.580 metros SNM, con un incisivo huma­
HOMO HISPÁNICO

no, también asociado con Modo 2 —Achelense medio— y edad


próxima al fósil de Azoch. En Sel-Ungur, Kirgizia, son varios
fragmentos, datados entre hace 200.000 y 130.000 años18.
El cráneo de Hathnora (Narbada), en India, está datado, de
manera imprecisa, entre hace 350.000 y 250.000 años. Se han es­
tudiado más de cien rasgos comparativamente, en especial con
los progresivos de Dali, Ngandong, Sambungmachan. Se pueden
ver parecidos con Kabwe y Petralona, que pueden interpretarse
como homoplasias. Howell lo reúne en un paleodemo con el de
Maba (China)19.
Como se ve, el número de yacimientos con fósiles humanos
es notablemente más denso que en los tramos de tiempo prece­
dentes. Solo en Europa, la frecuencia es de uno por cada diez
milenios. Repitamos una vez más que la abundancia o escasez de
yacimientos, no tiene por qué corresponder exactamente al nú­
mero de pobladores en cada periodo, pues en la formación de
yacimientos fosilíferos influyen factores paleogeográficos, geodi-
námicos y sedimentarios o tafonómicos. Estos han sido más favo­
rables en este último tercio que en el primero del Pleistoceno
Medio para la preservación de restos fósiles, humanos y de fau­
na. También varía en función de la geografía y del interés presta­
do por las instituciones y los gobiernos de las naciones para la
búsqueda y el estudio de los yacimientos, lo que a su vez deter­
mina el número de estos.
No obstante, tampoco pueden considerarse estas variables
externas las únicas posibles, y debemos señalar asimismo, como
probable factor de este aumento, un crecimiento demográfico real
de las poblaciones humanas hacia la mitad del Pleistoceno Medio.
Ello invita entonces a preguntarse e investigar otros agentes intrín­
secos y extrínsecos que pudieran influir para que tal presencia
fuera posible, como las condiciones ambientales de los territo­
rios ocupados o el progreso tecnológico o social que aumentaba
la capacidad adaptativa de los humanos.
Por otra parte, no faltan entre los registros que acabamos de
repasar varios que se califican de «largos». Estos son los que pro­

154
TIEMPOS CRÍTICOS Y EXPANSIÓN HUMANA EN EL PLEISTOCENO MEDIO

porcionan hallazgos de fósiles humanos, o de otras trazas de ocu­


pación, o actividades transitorias con otros contextos a lo largo
de una serie estratigráfica bien secuenciada en un intervalo de
tiempo prolongado. Hemos mencionado casos en la Quebrada
de Olduvai, 2 millones-300.000 años; Gran Dolina de Atapuerca,
1 millón-200.000 años; Zhoukoudian, 578.000-250.000 años;
Caune de l’Arago, 550.000-300.000 años; área de Sangirán
(Java), 1,15 milIones-750.000 años. Lo que tales registros docu­
mentan realmente, de un modo tangible, son prolongadas (o muy
repetidas) poblaciones humanas en tales lugares o sus áreas cir­
cundantes, y su evolución a lo largo de varios periodos de la pre­
historia en los continentes del Viejo Mundo.
Además de la explosión numérica de sitios con fósiles huma­
nos en este último tercio del Pleistoceno Medio, se observan cam­
bios morfológicos en estos. En una parte de los africanos y en casi
todos los asiáticos, las novedades son aproximaciones a rasgos co­
nocidos en las razas modernas, por lo cual los autores los llaman
«modernos arcaicos»; otra parte de africanos, los europeos y al­
gunos, muy pocos, en Asia, se van pareciendo más al Neandertal.
Esta crisis de diversificación en la especie humana se agudizó y
se aceleró al final, en tiempo de los fríos del episodio glacial OIS 6,
entre hace cerca de 200.000 y poco menos de 140.000 años.

D esa r r o llo t e c n o l ó g i c o , s o c i a l y m o d o d e v id a
en el P l e is t o c e n o M e d io

A lo largo del Pleistoceno Medio ha crecido el número de


yacimientos con indicios de actividades y modo de vida de las
sucesivas generaciones de humanos, en unos junto a fósiles de
estos, en otros sin ellos. Pasemos revista rápida a algunos de los
más reveladores apuntando algunos datos notables de progreso.
En el Rift de África oriental, vuelve a ser fecunda la Quebra­
da de Olduvai en registros arqueológicos de los niveles superio­
res, Mb. IV, Masek Beds y Ndutu Beds. Lo son varias regiones

155
HOMO HISPÁNICO

de Etiopía, estudiadas en numerosas y largas series estratigráfi-


cas de distintas regiones, como Bodo y Gomboré, que cubren bien
el primer tercio de este periodo entre 780.000 y 600.000 años. En
estas series se observa la constancia con escaso cambio en técnicas
y formas finales de conjuntos de pequeños instrumentos que se
clasifican como Modo 2 si van acompañados de utensilios de gran
formato (GF), y Modo 1 evolucionado si faltan estos: unos y otros
se alternaron en el tiempo de algunos de estos registros desde el
Pleistoceno Inferior, lo que indica que ciertos inventos y capacida­
des de desarrollo técnico eran o no puestos en práctica según la
oportunidad o necesidades eventuales (Clark y otros, 1994)20.
De este primer tercio, con unos 700.000 años, es el yacimien­
to de Ternifine (Argelia) con fósiles humanos, del que se descri­
bió un conjunto del Modo 2 con diversidad de utensilios de gran
formato: bifaces amigdaloides, hendedores y picos triédricos.
Esta variedad se había perdido ya en el este, donde pronto pre­
valecieron o los bifaces o los hendedores.
Del paso al segundo tercio del Pleistoceno Medio, y datado
cerca de los 600.000 años, es el yacimiento en superficie de Olor-
gesailie (Kenya), donde es extraordinaria la acumulación de bifa­
ces y algunos hendedores de Modo 2 evolucionado, esto es, con
sección más plana, y contorno de filo rectilíneo, logrado con las­
cado y retoque someros producidos con retocador blando, de
hueso o de madera, o con presión en vez de golpe21.
El Modo 2 primitivo y diverso se encuentra al final de esta
fase, acercándose a los 400.000 años, en el interior de Marruecos
y en los fértiles yacimientos próximos a Casablanca e inmediatos
al Atlántico de las canteras de Si di Abderrahman y Thomas III,
con cuevas, que se continúan más cerca de los 400.000 años,
aunque sin alcanzarlos, en Thomas I y Cueva de Littorinas, que
ya conocemos por los fósiles humanos, y con buenos registros de
faunas, algunas de las cuales contienen especies oriundas de Eu­
ropa y rarísimas en África, como son el oso y el ciervo22.
En el Próximo Oriente, o Levante, se distinguen la que lla­
man Facies Latamné-Meihra, con bifaces masivos y picos triédri-

156
TIEMPOS CRÍTICOS V EXPANSIÓN HUMANA EN EL PLEISTOCENO MEDÍO

eos, de más de 600.000 años, y la que le sigue, tipificada en los


sitios de Gesher-Benot Ya’akov, más «afneanoide», con bifaces y
hendedores, de un «Achelense medio» y restos de hogar. Un
Achelense más progresivo, con bifaces trabajados más finamente,
se encuentra en los niveles D, E y F de la larga y fecunda serie de
Nadaouiyeh, en el tramo superior de este segundo tercio, proba­
blemente con menos de 500.000 años. La tradición conocida
como Yabrudiense, datada entre 350.000 años y 250.000 años,
representa un Modo 2 más progresivo que incluye la técnica
Levallois. Esta empieza a dominar hace 170.000 años, cerca del
final, pues, del Pleistoceno Medio, y será la prevalente y caracte­
rística del Paleolítico Medio, durante 100 milenios en el Pleisto­
ceno Superior.
Al sur del Cáucaso, en sitios del área de Akhalkalaki, pare­
cen tardíos un Achelense primitivo con abundantes hendedores
bastos y la citada aparición de la talla Levallois. En otros yacimien­
tos, como Tchikiani y Satani-Dar, se encuentran bifaces más elabo­
rados, y en el sitio con mandíbula humana de Azokh, o Azykh
(Nagorno-Karabagh), se recogieron más de 4.000 artefactos Uti­
cos, y se pudo inferir la caza de algunos mamíferos. En la penínsu­
la de Anatolia (Turquía) se han buscado datos de la extensión y
progreso del Modo 2, que se conocían mal por hallazgos en su­
perficie, sueltos, sin contexto, de utensilios de gran formato. Al­
gunos, toscos, de un Achelense primitivo se hallaron en varios
niveles de la Cueva Karain. Mientras que en la Turquía de Euro­
pa, el sitio de Yarimburgaz solo reveló industrias del Modo 1 2\
En el extremo opuesto, oriental, de Asia, varios yacimientos
permiten reconstruir, también con lagunas en el tiempo, una
evolución distinta, pero comparable, de las tecnologías instru­
mentales de sus habitantes en el Pleistoceno Medio. Es conside­
rable el original avance en los pequeños utensilios logrados en
Zhoukoudian, al tallar sobre yunque cuarzo no solo cristalino,
sino verdaderos cristales de roca, retadoramente anisótropos.
Más tarde, las puntas muy especializadas de Dingcun, el conjun­
to con buriles de Dali {de hace 200.000 años), el variado de la

157
HOMO HISPÁNICO

Localidad 4 de ZKD, con abundantes útiles de hueso semejantes


a los conocidos en el Paleolítico Medio europeo, prueban la
transición diacrónica a este nivel cultural desde el Paleolítico In­
ferior, en tramos de tiempo contemporáneos aproximadamente
con progresos análogos en el oeste de Asia y Europa. En Zhou-
koudian se documentaron también restos de hogares.
En Siberia se encuentra Achelense en Targalik-A, con me­
nos de 400.000 años, y probable en Uench-1 (cerca de 350.000
años): un primer Modo 3 «Musteriense», de hace poco menos de
300.000 años, en la Cueva Denisova, y esta tradición parece coe­
xistir algunas decenas de milenios con el primitivo Modo 1 en
varios sitios, como Ust-Izul 1, de hace 170.000 años. En este tra­
mo de tiempo se sitúa también el conjunto de Díring Yuriakh, en
una latitud muy alta, junto al río Lena de Siberia, de un típico
Modo 1 evolucionado, en cantos de cuarcita, procedentes de los
vecinos montes de Verkoiansk24.
En el centro-oeste de Asia, también se conocen, como era de
esperar, sitios con vestigios de ocupación humana en el Pleisto­
ceno Medio: Kuldara, en el sur de Tayikistán, con un Modo 2
evolucionado, al comienzo, hace más de 750.000 años, y según
algunos hace 800.000 años o más, lo que situaría este yacimiento
en el Pleistoceno Inferior, penecontemporáneo de TD 6-Aurora.
Hacia la mitad, hace menos de 500.000 años, Khonoko II, y muy
próximo a 200.000 años (195.000 años TL) Karatau I, también
en Tayikistán, y Sel-Ungur, en Kirguistán, cerca del paso al Pleis­
toceno Superior, con técnicas en el trabajo de lascas, parecidas a
las que acompañan a los de gran formato en el Modo 2 25.
La Europa del este también cuenta con yacimientos fecun­
dos en industria lírica, como la cueva de Treugol’naya (Rusia),
con varios suelos, desde el nivel IV datado en 583.000 años, al
nivel II, en 393.000, y el nivel I, más joven, correlacionado con el
estadio isotópico OIS 7, entre varias decenas de sitios que cuen­
tan con un Achelense final. Más próximo a países centroeurope-
os, en el extremo suroeste de Ucrania, está el citado sitio de Ko-
rolevo, con los niveles antiguos en el Pleistoceno Inferior y los

158
TIEMPOS CRÍTICOS Y EXPANSIÓN HUMANA EN EL PLEISTOCENO MEDIO

terminales bajo la superficie en el Holoceno, con restos del Neolí­


tico. Hay en este, como es normal, hiatos considerables en la serie,
que se ha estudiado con esmero en los aspectos sedimentológicos,
paleomagnéticos, palinológicos y otros paleontológicos. Contiene
utensilios alterados por arrastre en gravas fluviales del nivel arqueo­
lógico VIII, con más y menos de 700.000 años —como en otras
regiones en la misma época— e industrias arcaicas en el nivel VII,
de hace unos 650.000 años. Tras un largo vacío sedimentario, el
nivel VI, con menos de 350.000 años y próximo a los 300.000,
contiene ya objetos con talla Levallois, y el nivel IV, entre menos
de 180.000 y más de 110.000 años tiene un conjunto clasificado
en el Paleolítico Medio26.
La República Checa cuenta, entre sus numerosos yacimientos
bien estudiados, los de Stranska Skala y Prezletice, con niveles
datados de poco más y poco menos de 600.000 años respectiva-
mene, el primero a orillas de un río y el segundo en ribera lacus­
tre, con industrias de lascas y algunos protobifaces, y restos de
fuego en ambos27. En el sitio alemán de Schóningen II, próximo
a los 400.000 años, como en el húngaro de VértesszollÓs, con me­
nos de 380.000 años, se conoce industria de pequeños utensilios
con elaboración mejor acabada y más precisa que la conocida y
muy duradera del Olduvayense o Modo 1 evolucionado, pero sin
útiles de gran formato, por lo que no se la clasifica en el Modo 2,
aunque sí en un Achelense (en sentido amplio) progresivo. En
Schóningen se ha probado el uso de lanzas de madera con punta
afilada ’y endurecida. Más al oeste de Alemania, en el valle medio
final del Rin, se conocen conjuntos de industria achelense progre­
siva en el nivel H de Kárlich y en el nivel L D l de la también larga
serie de Ariendorf2S. En Gran Bretaña, la Terraza del Támesis
que contenía los fósiles humanos de Swanscombe —en mi opi­
nión, del episodio OIS 7, no muy anterior a 200.000 años— ,
guarda también numerosos bifaces de talla fina, filos rectos y for­
mas geométricas con simetría, de un Modo 2 evolucionado.
Más al sur son muchos los yacimientos de Francia, sobre
todo en su mitad meridional, y de Italia, con copiosos registros

159
HOMO HISPÁNICO

arqueológicos, algunos en largas series estratigrafías, y con con­


textos sedimentológicos y paleontológicos bien estudiados. Un
yacimiento del difícil primer tercio del Pleistoceno Medio es La
Noira, en el valle del Ger (Francia), en depósito aluvial; su am­
biente y utilización humana se estudian con examen riguroso de
los regímenes de deposición y posibles remociones o alteracio­
nes. Francia, además de los sitios en Bretaña con Modo 2 de
Menez-Dregan, entre hace 500.000 y 300.000 años, y Cotes d'Ar-
mor, con copiosos bifaces de arenisca, cuenta con yacimientos,
sobre todo en cuevas, con series de niveles fértiles, algunos de
los cuales ya conocemos por contener fósiles humanos.
Así, la Caune de l’Arago, en Tautavel, entre hace 550.000 y
450.000 años, aun con bifaces y hendedores escasos, tiene restos
de industria y de mamíferos fósiles junto a pruebas de activi­
dades y ocupación repetidas en esos cien milenios: campamentos
y altos sucesivos en los niveles inferiores L y K, con clima frío y
seco; tres suelos, en clima templado y húmedo, de campamen­
tos temporales de hace alrededor de 500.000 años, del nivel J in­
termedio, y en la unidad III, la más fértil en industria y fauna,
con clima frío y seco, de hace unos 450.000 años, los niveles G, con
campamentos de larga duración, más corta en los niveles F y E.
Para niveles superiores, en la Baume Bonne se pasa del episodio
OIS 12, con pocos utensilios de gran formato, al OIS 10, tam­
bién frío, con más bifaces. Al episodio OIS 10, entre 380.000 y
340.000 años, sucede en el relleno de la cueva de Orgnac 3 una
serie bien calibrada de diez niveles arqueológicos, entre hace
350.000 y cerca de 300.000 años, que recorren el episodio cáüdo
OIS 9 y hasta el comienzo del frío OIS 8. Los numerosos utensi­
lios en este tramo de Orgnac están hechos en una extraordinaria
variedad de materias primas y con diversas técnicas de talla; apa­
rece la técnica Levallois, que se hace más frecuente en los niveles
superiores, a la vez que va disminuyendo el número de bifaces.
Contemporáneo en parte es el sitio de Terra Amata, que va
del episodio OIS 11 al OIS 10; además de picos y algunos bifa­
ces, contiene abundantes cantos sencillamente trabajados y

160
TIEMPOS CRITICOS Y EXPANSIÓN HUMANA EN El. PLEISTOCENO MEDIO

muestra una explotación de recursos estrictamente locales: al es­


tar situado a orillas del mar, era obvio el consumo de mariscos
registrado. En puntos próximos a entradas de la Cueva de Aldé-
ne (Hérault, sureste de Francia) se ha establecido una calibrada
secuencia entre el episodio OIS 13 y el OIS 5, con registro de ve­
getaciones desde bosque mediterráneo a bosque templado, y fa­
ses intercaladas de estepa arbolada (OIS 12-11), más abierta en
los episodios fríos OIS 10, OIS 8 y OIS 6. En la mitad inferior,
abundan restos de macromamíferos, muy fragmentados en el ni­
vel I 2, en tomo a 400.000 años, de donde se infiere una mayor
permanencia de humanos; la industria incluye puntas Tayac, solo
dos bifaces bastos, y el nivel I 2 tenía también una mandíbula de
macaco. La mitad superior de Aldéne contiene Modo 2 evolucio­
nado con materias primas de hasta 50 kilómetros de distancia,
técnica Levallois, y no arroja indicios de talla en el sitio, aunque
sí de alguna breve estancia. Vuelve a encontrarse Achelense
(Modo 2) superior en la cueva del Lazaret, ya en el episodio frío
OIS 6, al final de este Pleistoceno Medio, entre 200.000 y unos
130.000 años, con bifaces en número decreciente, y talla Leva­
llois que no llega a ser dominante29.
Entre tanto, en Italia, donde ya vimos que eran numerosos
los sitios con fósiles humanos, se añaden otros más con industria
lírica. No hay entre ellos largas series con registros secuenciados,
pero sí algunos excavados en extensión con discriminación de
los agentes naturales y usos humanos del territorio y de la abun­
dante fauna. De comienzos del Pleistoceno Medio, hace más de
750.000 anos, es el yacimiento de Ponte Galería.
El de Isemia La Pineta (Molise), en el centro-sur, con poco
más de 600.000 años, tiene abundantes restos faunísticos y líri­
cos: de estos se recogieron 9.600 piezas, del Modo 1 evoluciona­
do, en cuyas materias primas se observa la dificultad de selec­
ción. Sigue siendo intensa la actividad de investigación y
encuentros internacionales en un centro creado en la localidad,
que se acompaña de un museo en el sitio. En Fontana Ranuccio,
con 458.000 años, se encontró un solo nivel arqueológico del

161
HOMO HISPÁNICO

Modo 2, con utensilios de gran formato en lava o tallados en


huesos de elefante.
En la fecunda área de Venosa, con varios sitios, el de Notar-
chirico (en torno a 350.000 años) dio varios cientos de piezas líri­
cas, casi todas bifaces y cantos trabajados; los artefactos peque­
ños pudieron ser arrastrados por corrientes esporádicas, cuya
acción, así como la de aguas más quietas, se observa en alteracio­
nes de restos óseos. Pero, además, es segura la acción humana en
huesos de elefante: el sitio también se ha museizado. Otro yaci­
miento con mucho elefante, unos 25 individuos, entre más de
10.000 restos óseos —aunque le gana un gran bovino con 40 in­
dividuos— , también museizado, es La Polledrara, al oeste de
Roma, con casi 370.000 años en el episodio OIS 10, en el que los
estudios tafonómicos permiten reconocer diversos factores natu­
rales y tiempos de alteración; se habían traído al sitio pequeños
cantos de sílex y bloques de lava, y también aquí se tallaron
utensilios de huesos de elefante.
Otros sitios con hueso de elefante como materia prima de
instrumentos de gran formato, además de industria lítica del
Modo 2, son Castel di Guido, próximo al anterior, edad del epi­
sodio OIS 9, que presenta indicios de haber sido sitio de carnice­
ría de caballo y gran bovino, además de elefante, y de haberse
extraído médula de huesos largos; y Casal de Pazzi, al noreste de
Roma, en una terraza media del Anio, afluente del Tíber, con
edad más probable de 251.000 años, ya en el episodio OIS 7,
que cuenta con aves acuáticas entre sus fósiles, además de seña­
les en los restos de fauna y líricos de haber sido arrastrados y al­
terados por agentes naturales. En Casal de Pazzi la industria líti­
ca no tiene gran formato, sino solo formas pequeñas de un estilo
progresivo regional, y también se pueden visitar piezas fósiles sin
levantar en un museo in situy0.

162
6
P o b l a d o r e s d e I b e r ia
e n e l P l e is t o c e n o M e d io

A m b ie n t e s m e so p l e ist o c e n o s e n la P e n í n s u l a I b é r ic a

L o s cambios en el paisaje se modelan por efectos de tres facto­


res principales: la naturaleza de la roca que aflora en la superfi­
cie; el modo en que se halla estructurada, si horizontalmente,
plegada o fracturada; y el clima a que está sometida: atendiendo
a los parámetros cálído-frío, magnitud de la oscilación entre má­
ximas y mínimas, húmedo-seco y distribución de las lluvias, se­
gún sean regulares o monzónicas o esporádicas pero brutales, y
la estación en que se producen.
Este modelo de dinámica paisajística y su actuación en dis­
tintas regiones de España fue expuesto por Vidal Box en el Mu­
seo Nacional de Ciencias Naturales de Madrid, a través de ma­
quetas geomorfológicas y a escala cartográfica que dejaban ver,
mediante cortes verticales, las rocas y su estructura, así como la
cubierta vegetal que remata la acción de los factores climáticos,
al ser afectada por ellos e incluso modificarlos. Se ubicaba la
colección en una sala singular, altamente sugerente y didáctica,
que fue desmontada por un director del museo en 1990.
Los paisajes de la Península Ibérica, en sus márgenes litora­
les, en las cordilleras próximas al mar e interiores, en las cuencas

163
HOMO HISPANICO

extensas, en los valles y depresiones intramontanas, los cursos re­


montantes y las capturas fluviales, evolucionaron a lo largo del
Pleistoceno Medio. Los testigos de esta evolución se encuentran
en los niveles altos de los cortes geológicos y en suelos vegeta­
les enterrados sobre materiales de terrazas fluviales o arenas eóli-
cas, así como en los rellenos de cuevas y abrigos, y pueden detec­
tarse también medíante sondeos en las plataformas litorales.
Las siete grandes oscilaciones climáticas entre los episodios
de la Escala Isotópica del Océano (OIS), calientes del 19 al 7 y
fríos del 18 al 6, además de las fluctuaciones menores interme­
dias, se van estudiando y calibrando con el máximo detalle, algo
que entraña dificultad, dado que lo más común es que los regis­
tros estratigráficos de estas secuencias sean discontinuos, y más
los paleontológicos, aun cuando no faltan, de vez en cuando,
buenos testigos de paleofaunas. También se han estudiado las
extensiones de los glaciares de montaña durante este periodo en
la Península, así como las fluctuaciones del nivel del mar.
En la franja que corre, en el sur de la Península, entre la Peni-
bética malagueña y el Mediterráneo, J. E Jordá 1ha estudiado y
publicado depósitos de vertiente, los de litorales y los de cuevas
correspondientes al Plioceno y el Pleistoceno. Entre los abanicos
aluviales que descienden de la Sierra Almijara, el de Maro contie­
ne depósitos del Pleistoceno Inferior y Medio, y el de Nerja, del
Pleistoceno Medio y Superior; ambos llegan a penetrar, en fases
muy frías, por debajo del nivel actual de costa. En el Pleistoceno
Medio reconoce recodos y desviaciones en el curso de los ríos,
capturas, cambios en la energía de drenaje, saltos por fallas y, en
cuanto al clima, un predominio general de la aridez.
Los cambios secuenciales en el ámbito de las cuencas intra-
béticas han sido estudiados por Rodríguez Vidal y García Prieto,
que han aportado observaciones geodinámicas sobre el influjo de
las reactivaciones tectónicas en los ambientes lacustres y fluviales
o aluviales, así como sobre las capturas y los cambios de vertien­
te 2. La evolución de la cuenca lacustre de Baza, continuando lo
hecho para el Pleistoceno Inferior, la estudia Ruíz Bustos en el

164
POBLADORES DE IBERIA EN EL PLEISTOCENO MEDIO

Pleistoceno Medio, siempre sobre la base de la paleoecología


inferida en el estudio de los roedores fósiles3.
Se han estudiado asimismo diversas localidades y regiones de la
Península, y su evolución geográfica en el Pleistoceno Medio,
como el valle y la cuenca del Jarama, en las provincias de Madrid
y Guadalajara, con numerosos yacimientos en sitios abiertos y en
cuevas. En las cuencas del Guadiana, el Tajo y el Duero, predo­
minan los sitios al aire libre, en terrazas fluviales, como también
en Portugal. En la franja cantábrica, la mayoría de los sitios co­
nocidos corresponden a cuevas, y al Pleistoceno Superior, pero
algunas como Lezetxiki, El Castillo, tienen rellenos en niveles in­
feriores con registros del Pleistoceno Medio, y no son pocos los
yacimientos al aire libre, menos conocidos. En las vertientes me­
diterráneas del noreste, del Ebro y levantinas, no faltan lugares,
pero entrañan mayor dificultad por las condiciones de sedimen­
tación, adversas en general a la buena conservación de registros y
a su ubicación en el sitio4.
Los cambios del nivel del mar en el sur de la Península, en
Baleares, Canarias, Cabo Verde y puntos del noroeste de África
fueron estudiados por C. Zazo con un numeroso equipo y de
manera detallada, así como las sucesivas terrazas y formas de
erosión marinas, y los depósitos continentales asociados, a través
de reconstrucciones paleogeográficas de las antiguas y sucesivas
líneas de costa en el Pleistoceno Superior, pero ya desde la mitad
del Pleistoceno Medio, en los episodios OIS 11, OIS 9 y, sobre
todo, el OIS 7. En este, se extendió y dejó sus caracolas el Strom-
bus bubonius senegalés en playas de Almería, Murcia y Alicante,
que se encuentran actualmente entre 4 y 11,5 metros sobre el nivel
del m ar5. Mayores fueron los desniveles registrados para aque­
llos eventos en la costa de Cádiz. En el espacio de la Valldigna,
entre las sierras próximas, al sur de Valencia, los avances del mar
y sus retrocesos cubrieron y descubrieron, respectivamente, ma­
yores extensiones de tierra.
En el sur de la provincia de Pontevedra se ha estudiado la
evolución de una antigua depresión terciaria, entre Redondela, al

165
HOMO HISPÁNICO

fondo de la ría de Vigo, y el valle del Miño, que actualmente re­


corre el río Louro de norte a sur. Esta cuenca endorreica comen­
zó a verter al mar a través del Miño, con la captura del Louro en
el Pleistoceno Medio, cuando aquél cambió su curso por su de­
sembocadura en el Atlántico, al norte del monte Tecla, abriéndo­
se cuatro kilómetros más al sur. De una fértil cuenca lacustre in­
terior quedaron en la región desde entonces humedales y
gándaras, y depósitos de terraza, donde están siendo investiga­
dos, desde hace pocos años, lugares con restos de ocupación hu­
mana en la región6.
En el interior peninsular puede señalarse una nueva vía de
investigación acerca de pretéritos cambios ambientales; la que
desarrolla actualmente A. I. Ortega sobre la evolución de siste­
mas kársticos como el de la Sierra de Atapuerca: la senilidad, re­
lleno, taponamiento y reapertura de sus cuevas que se registran a
lo largo del Pleistoceno Medio7.
Son pocos pero ilustrativos los estudios polínicos sobre la
evolución del entorno vegetal en lugares o comarcas con impor­
tantes registros de ocupación humana en el Pleistoceno Medio.
En el interior de la Península, son curiosos los de la Cuesta de la
Bajada, junto a Teruel, en la vertiente mediterránea; los de Am-
brona y Torralba, y los de Atapuerca-Galería.
En la Cuesta de la Bajada, en terraza de entre 50-60 metros
sobre el río Alfambra, en niveles fluviales y de lago o charca, con
más de 138.000 años, se registra un máximo frío en los niveles 19
a 17, la vegetación es de pradera con abedules, y aparecen seña­
les de humedad. Luego crece la aridez, se dan menos gramíneas
y más hierbas de páramo hacia la mitad (niveles 16 a 14), y al fi­
nal (niveles 13 y 12) aumenta la temperatura y el ambiente es
más húmedo, como atestigua la escasez de plantas estépícas y el
dominio del pinar, aunque con escaso sotobosque.
La Sierra de Atapuerca está próxima a cabeceras de afluentes
del Duero y del paso entre esta cuenca y la del Ebro; también en­
tre la Sierra de la Demanda, fértiles valles, La Rioja, la Meseta y
un alto páramo. Disfruta, pues, de una cubierta vegetal variada

166
POBLADORES DE IBERIA EN EL PLEISTOCENO MEDIO

entre ella y su entorno. El sitio de Galería está próximo y a nivel


de una entrada antigua que se taponó a la vez que se abrían bo­
quetes por arriba: el registro polínico puede, por tanto, estar
afectado por las desviaciones a que están expuestos sus registros
en cavidades, además de las variaciones que pudieran darse en la
dirección de los vientos que transportan los granos de polen; el
primer factor, no obstante, no sería muy determinante en esta
peculiar cavidad. Los tramos estudiados en la parte superior
ofrecen datos muy dispares, que se sitúan en un amplio margen
de 177.000 a 211.000 años; la base está bastante por encima de
un espeleotema datado entre 350.000 y 317.000 años. Suman una
potencia vertical de 2,90 metros y se muestrearon cada cinco
centímetros, de lo que resultaron 59 muestras. En total fueron
examinados 8.362 granos de polen y esporas de hongos. Solo
se tuvieron en cuenta los contenidos con más de cien pólenes y
esporas.
Se distingue una primera zona (la inferior) con alrededor del
50% de polen arbóreo, del género de encinas y robles o queji­
gos, de haya, sauce, avellano, fresno, abeto, con sotobosque de
brezo; el pino es escaso y aumentan al final las plantas que ne­
cesitan humedad sobre las de medios secos: las temperaturas no
serían muy frías. En la segunda banda domina el roble, se man­
tiene el haya y disminuyen los brezos, así como la diversidad ge­
neral. En la tercera, ésta se recupera, aparecen representados dis­
tintos conjuntos de la Península, se hace ver el olivo y se reducen
los necesitados de humedad. En la cuarta casi desaparecen los
árboles, salvo los pinos, que aumentan, y se hacen muy dominan­
tes las gramíneas y otras esteparias: de no obedecer este predo­
minio a la selección del polen en el transporte, ello indicaría una
sequía notable. El tramo final vuelve a tener más robles y pinos,
y no pocos taxones de flora mediterránea, de lo que se despren­
de un clima más cálido, con humedad menor y más estacional.
En el yacimiento de Ambrona y hace alrededor de 350.000
años, la unidad inferior (niveles AS 1 a 5) comienza con gramí­
neas, hierbas de estepa, algunas de charca, zarzas, enebros y casi

167
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Gráfico que resume los cambios en la proporción de los grupos principales


componentes de la vegetación a lo largo de los tiempos representados en la
Trinchera de Atapuerca, según los análisis de muestras de polen. Las conta­
minaciones entre uno y otro nivel no parecen haber sido importantes. (Según
M. García-Antón, en E. Carbonell, A. Rosas y J. C. Diez (eds.), Atapuerca: ocu­
paciones humanas y paleoecologta del yacimiento de Galería. Arqueología en
Castilla y León, Memorias, 7, Junta de Castilla y León, 1999, pág. 139).
POBLADORES DE IBERIA EN EL PLEISTOCENO MEDIO

nada de pino; este aumenta hasta más del 60% y vuelve a re­
ducirse, para ser sustituido por el enebro, que alcanza el 80% y
termina con valores altos, al tiempo que aumentan los taxones
higrófilos y no quedan casi gramíneas: el paisaje pasa, pues, de
abierto a boscoso, y termina con aridez tras esta mejoría.
La unidad media (nivel AS 6, de unos 3 metros) empieza con
más del 50% de pino, que fluctúa, llega al 80% y termina casi
desapareciendo. El enebro, limitado al principio, crece con algo
de avellano y castaño; escasean las gramíneas, las plantas de
agua, y las de estepa, al principio moderadas, abundan al final,
en particular los Aster: ha crecido el bosque, con un clima tem­
plado, más húmedo al comienzo y menos al final.
Hablaremos enseguida de la ubicación peculiar de este ya­
cimiento en lo alto del altiplano central en la Península, y del
de Torralba, ya en la bajada de un arroyo. Interés especial está
despertando la conservación de granos de polen en coprolitos de
herbívoros, muy reveladora, y de sus consumidores, las hienas8.
En las faunas no se registran cambios notables, después de
los señalados al final del Pleistoceno Inferior. Sí se advierten en­
tradas y expansiones de algunos grandes herbívoros, como el
mamut de estepa, Mammuthus trogontberii, bóvidos más habi­
tuales en el norte de Europa, y aparece un gran bovino propio
de estas tierras, como veremos. Es sobre todo en roedores donde
se constatan cambios muy ligados, y por tanto indicadores de los
que ocurren en la vegetación, la geografía y el clima (Sesé, 1994;
Ruiz Bustos, 2004).
Los registros de faunas fósiles con alto número de especies
representadas y buena conservación de los restos sustentan valio­
sos estudios sobre los ambientes en que vivieron generaciones de
antepasados, sobre todo si se hallan asociados con fósiles huma­
nos o, lo que es más frecuente, en sitios con restos arqueológicos.
Eso sí, tales yacimientos son escasos para la primera mitad del
Pleistoceno Medio, en que es notable el de Cúllar de Baza (Gra­
nada), con la primera cita del mamut de estepa en España (Sesé
y otros, 2001), y más frecuentes en la segunda mitad.

169
HOMO HISPÁNICO

Así, por poner unos ejemplos, la Cuesta de la Bajada (Teruel),


donde mamíferos grandes y pequeños ilustran cambios ecológi­
cos junto con registros polínico y arqueológico (Santonja y otros,
2000); los conjuntos paleofaunísticos de las cuevas de los Torre-
jones y del Congosto, en Alcorlo, Guadalajara, con representa­
ción, en sucesivos niveles, de hasta 48 especies de mamíferos,
grandes y pequeños, herbívoros y carnívoros, entre los que se
dan piezas bien conservadas y un par de fósiles humanos (Arri­
bas y Jordá, 1999); el corte de Galería en Atapuerca, donde se
han estudiado restos de 36 especies de mamíferos, con señales de
interacción de sucesivos predadores y carroñeros, y se ha defi­
nido el conjunto o conjuntos comparándolos con asociaciones
faunísticas actuales y sus características ecológicas (J. Rodríguez,
1999; el autor cita en su bibliografía la decena de artículos sobre
este conjunto que le acompañan en el mismo libro); en la misma
Trinchera de Atapuerca, G. Cuenca y otros (2004) recogen los
estudios sobre conjuntos de mamíferos sucesivos registrados en
el Sitio Gran Dolina.
En el este y sureste de la Península, se estudian también inte­
racciones entre los elementos faunísticos registrados en las tres
unidades inferiores, mesopleistocenas, del largo registro en la
Cueva de Bolomor (Tabernes de Valldigna, Valencia), descubier­
ta hace 140 años por el olvidado Juan Vilanova y Piera (Fernán­
dez Peris y otros, 1997), y en la Cueva Negra del Estrecho de Río
Quípar, Murcia, una riquísima paleofauna con 27 especies de
mamíferos y 65 de aves representadas, además de fósiles humanos,
a la salida de un ambiente intramontano con laguna y remanso
de un afluente del Segura (Walker y otros, 2004). Los mamíferos
grandes y pequeños de estas edades conocidos por fósiles en el
entorno de Madrid, aflorantes en numerosas canteras y obras,
se vienen estudiando desde hace más de un siglo: los recopilan
C. Sesé y E. Soto (2002)9.

170
POBLADORES DE IBERIA EN EL PLEISTOCENO MEDIO

A mbrona y T orralba

El yacimiento de Torralba (Soria) no fue el primero del Pleis­


toceno Medio y con industria del Paleolítico Inferior que se co­
noció en España, pero ninguno antes que él fue excavado con
tan cuidado método y en tanta extensión, ni sus aportaciones tan
valoradas por la comunidad científica internacional y reconoci­
das en publicaciones. Hace cien años lo conoció Enrique de
Aguilera y Gamboa, marqués de Cerralbo, y va a cumplirse el si­
glo del comienzo de sus excavaciones, en 1909, que duraron cin­
co años. Las hizo con método interdisciplinar, de vanguardia en­
tonces: por niveles, atendiendo a la fauna fósil, cotejándola con
las de otros yacimientos como indicador biocronológico, exami­
nando los productos de industria lítica y la posible relación de
estos con aquella, guardando también objetos de madera con po­
sibles señales de modificación y uso instrumental. A las personas
que dejaba al cargo de las excavaciones en su ausencia les enseñó
a dar parte escrito de los hallazgos diarios. A continuación, entre
1914 y 1916, prospectó la Loma de los Huesos de Ambrona: ni
extendió más la excavación ni publicó sus resultados10.
Tras su muerte en 1922, nadie volvió a excavar en aquella co­
marca. Una razón para ello puede encontrarse en la opinión de
un profesor que sostenía que las excavaciones de Cerralbo ha­
bían sido exhaustivas y no quedaba allí nada por hacer. Mediado
el siglo XX, en un Congreso Panafrícano de Prehistoria y Estudio
de Cuaternario, John Desmond Clark definió y desarrolló el con­
cepto de «suelos de ocupación», al tiempo que valoraba los am­
plios horizontes epistemológicos sobre paleoecología y desarrollo
mental de los humanos que ofrecen aquellos yacimientos que per­
miten inferir presencia y actividad, larga o corta, de estos en el si­
tio, a diferencia de otros en que se constata que los objetos líticos
y los fósiles se hallan allí por efecto de arrastre o desplazados y al­
terados. En aquella ocasión intervino Luis Pericot, poniendo a
Torralba como ejemplo de «sitio de ocupación» —lo que Cerral­
bo había llamado «estación»— . Esto motivó a F, C. Howell e,

171
HOMO HISPÁNICO

independientemente, a Pierre Biberson a visitar el sitio, y también


Ambrona, para comprobar si valía la pena renovar la excavación
y los estudios. Casualmente, en 1960, coincidieron reconociendo
a ojo el terreno. Como resultado, el proyecto de Howell obtuvo
una subvención para comenzar sus excavaciones en 1961, y en
dicho proyecto incluyó a Biberson.

Enrique de Aguilera y Gamboa, marqués de CerraJbo, en sus excavaciones de


Torralba, alrededor de 1910. (Archivo del Museo Nacional de Ciencias
Naturales).

Desde entonces se desarrollaron trabajos de campo en To­


rralba, de 1961 a 1963, extendidos a Ambrona a partir de 1962.
En este último sitio, E. Aguirre excavó, en 1973, un área limitada.
Howell tomó de nuevo el testigo en 1980, 1981 y 1983, y reanu­
dó la excavación de manera muy extensa. Entre 1990 y 2002, se
extendieron aún más las excavaciones en Ambrona, con diez
campañas veraniegas y dos más para registros de datos comple­
mentarios, dirigidas por Manuel Santonja y Alfredo Pérez-Gon
POBLADORES DE IBERIA EN EL PLEISTOCENO MEDIO

zález, que además revisaron con prospección y cata el área de


Torralba11.
Los yacimientos de Ambrona y Torralba se localizan en un
área geográficamente estratégica de la Península Ibérica, la con­
fluencia de la Cordillera Ibérica (rama castellana) con el Sistema
Central; un altiplano con la divisoria entre las cuencas del Due­
ro, del Tajo y del Ebro. Dos o tres kilómetros al oeste de Torral­
ba y Ambrona, al otro lado de Sierra Ministra, nace el río Hena­
res, afluente del Tajo; dos kilómetros más al norte, en este
extremo de la misma sierra y en la laguna de Conquezuela, nace
el Bordecórex, cuyas aguas irán al Duero, y en la misma Ambro­
na nace el Masegar, una de las dos cabezas del Jalón, que tiene
en sus primeras terrazas el yacimiento de Torralba y es un afluen­
te principal del Ebro. Como este hecho tampoco es único, sino
que también la Sierra de Atapuerca, frecuentada durante todo el
Pleistoceno, se halla junto a un collado —paso entre las cuencas
del Duero de vertiente atlántica y del Ebro vertiente al Medite­
rráneo— , no me cabe ninguna duda de que los primitivos hispá­
nicos eran buenos exploradores y con buen sentido geográfico.
Volviendo a la loma que contiene el yacimiento de Ambrona,
esta es un relicto entre dos antiguos arroyos que se dirigían hacia
el norte, capturados ahora por el río Masegar, que va al sur. Es
una pequeña parte de una gran laguna y tremedal que se fue re­
llenando de sedimentos sobre una superficie de erosión neógena,
la intermedia M2. El yacimiento tiene cotas de 1.140 y 1.144 me­
tros de altitud; las lagunas residuales recientes (algunas artificial­
mente desecadas) de Conquezuela, de la Sima y de Ambrona tie­
nen cotas de 1.129/1.130 metros. O sea, que la divisoria actual
que constituyen estas se encuentra diez metros por debajo de
la que recorrían los humanos de Ambrona. Los de Torralba se
pararon años más tarde unos treinta metros más abajo, en un
remanso del Masegar, a dos kilómetros de Ambrona.
Se han trazado las secuencias estratigráficas de Ambrona y
Torralba por diversos autores usando distintas descripciones de
los sucesivos niveles, que reciben diferentes nombres y siglas, y

173
HOMO HISPÁNICO

sin aclarar o sugerir posibles correlaciones o equivalencias, lo que


dificulta trazar ahora una imagen de lo que fue la evolución del
área y de cada sitio, y la sucesión en el tiempo de los registros
de presencia y actividad humanas. Los de Ambrona son más nu­
merosos, se reparten en un tramo de tiempo más largo y, en con­
junto, más antiguo: es probable, no seguro, que los últimos (su­
periores) niveles de Ambrona se solapen en el tiempo con los
primeros de Torralba. Los más de 15 horizontes fértiles de este
sitio se suceden en un trecho más corto de tiempo, con frío, más
agudo en la base, más templado y húmedo al final, y vegetación
de estepa, salvo un intermedio con más pino, y pinar denso al
término: puede tratarse del episodio OIS 8, más que del OIS 10.
Los niveles cambiantes del tercio inferior de Ambrona, nive­
les II a IV de Butzer, o AS 1 a AS 5 de Pérez-González y colabo­
radores, presentan conjuntos vegetales con poco pinar y algunos
árboles de ribera al comienzo; pronto se acentúa el paisaje de pára­
mo con enebrales, para ir aumentando progresivamente los pinos,
que al final tienen dos caídas fuertes con un repunte en medio.
En la mitad de la serie de Ambrona, nivel V de Buzter y AS 6
de Pérez-González, domina el pinar, con un máximo cerca del fi­
nal, cuando vuelve el páramo y los enebros. Faltan estos registros
en el tramo superior de Ambrona. El clima sería inicialmente
frío en Ambrona inferior, con escasos restos de industria humana,
mejor en temperatura y humedad tras una importante discordan­
cia sedimentaria, y creciente cantidad de utensilios del Modo 2
(Achelense) primitivo; estos decaen al final, mientras crecen los
indicios de un nuevo episodio frío. Serían con mayor probabili­
dad los pasos del OIS 12 al OIS 11 al comienzo, y de este al OIS
10 al final.
Se han estudiado ostrácodos fósiles de toda la serie de Am­
brona, una docena de especies que acusan poco cambio ambien­
tal en el seno de la laguna, poco profunda, bien mineralizada,
con plantas (caráceas) sumergidas en algunas zonas. De las cam­
pañas de los ochenta se examinaron 106 fósiles de peces: 39 pu­
dieron atribuirse a una especie de ciprínidos, la bermejuela, que

174
POBLADORES DE IBERIA EN EL PLEISTOCENC) MEDIO

hoy se conoce en el alto Jalón y, como único pez, en las lagunas


de Ontígola y Gallocanta, y es comestible, si bien Perea y Doa-
drio (2005, ob. cit.) excluyen que los consumieran estos ocupan­
tes piéis tocénicos.
En un trabajo reciente se corrigen listas de aves en estos yaci­
mientos con identificaciones erróneas publicadas en trabajos
muy iniciales, y repetidas o mezcladas con nuevos errores en es­
critos posteriores. La üsta fiable, del paleomitólogo A. Sánchez
Marco (2005, ob. cit.), contiene cuatro especies de Torralba y
nueve de Ambrona, «todas de terrenos pantanosos, encharcados
y de masas de agua de escasa profundidad», según dicho autor.
Unas quieren la vegetación densa en la orla de estanques o lagu­
nas, como el ánade rabudo (Anas acuta), la focha (Fúlica atra),
ambas identificadas en Ambrona, y el calamón (Porpbyrio porpby-
rio) de Torralba, mientras que otras se hallan a gusto en tierras con
hierba, llanas o poco onduladas, como el ganso común (Anser
anser) y la avefría (Vanellus vanellus), ambas de Ambrona. Gran
parte de ellas son invernantes, aunque algunas infrecuentes, co­
mo las dos serretas, la grande (Mergus merganser), de Ambrona,
y la mediana (Mergus serrator), de Torralba. Todas las especies
de aves identificadas se ven hoy en el lugar. El clima de entonces
en Ambrona no diferiría en mucho del actual, aunque sí sería
más lluvioso. La estación visitada en ambos lugares era el verano,
y no se descarta la acción de predadores, sobre todo en crías.
También se han estudiado en Ambrona fósiles de anfibios,
identificados por Martínez Solano y Borja Sanchiz (2005, ob. cit.),
como el sapo común (Bufo bufo), el sapo corredor (Bufo calamita),
el sapo de espuelas (Pelobates cultripes), el sapillo pintojo meri­
dional (Discoglossus jeanneae), el sapillo moteado común (Pelo-
dytes punctatus), la ranita de san Antón (Hyla arbórea) y la rana
común (Rana perezi). El grupo entero no se extiende por toda
la Península, sino desde el norte de Burgos a Navarra, por La
Rioja, Soria, Guadalajara, Cuenca y Teruel. Es una banda de
marcada estacionalidad en el clima. Los fósiles de reptiles son
más escasos: dos de la familia de los lagartos, sin poder precisar

175
HOMO HISPÁNICO

la especie, y varios de colúbridos: culebra de agua (género Na-


trix) y culebra de escalera (Elaphe scalaris).
La fauna registrada de mamíferos no es muy diversa. Son po­
cos los fósiles de mícromamíferos recogidos en la criba de muchas
toneladas de sedimento de los niveles más fértiles inferiores de
Ambrona. Permiten a C. Sesé (2005, ob. cit.) reconocer una Mu­
saraña (género Crocidura); dos roedores amigos de lagunas o
charcas, o de los juncales y herbizales que las rodean, la rata de
agua meridional (Arvícola sapidus, o afín) y el topíllo de las bre­
chas (Iberomys brecciensis), con otro más ubicuo, el ratón de cam­
po (Apodemus sylvaticus), además de conejo y, con duda, liebre.
Tanto en Torralba como en Ambrona, los grandes mamíferos
reconocidos son: el león primitivo (Pantera leo fossilis), el lobo de
Mosbach (Canis lupus mosbachensis), el elefante antiguo (Palaeolo-
xodon antiquus), el rinoceronte de estepa (Stepbanorbinus bemitoe-
cbus), el caballo definido como raza de Torralba (Equus caballus
torralbae), un venado común con algún rasgo un tanto primitivo

Excavaciones en Torralba y Ambrona (1963), con su director F. Clark Howell.


(E. Aguirre, Archivo MNCN).

176
POBLADORES DE IBERIA EN EL PLEISTOCENO MEDIO

en Ambrona inferior (Cervus elaphus), el gamo de Clacton (Dama


cíactoniana), un gamo gigante (género Megaceros, o afín), reco­
nocido en un solo fósil de Torralba por Azzaroli y dudoso en
Ambrona; y un corzo (género Capreolus), solo en Ambrona.

Fragmento de cráneo y núcleos de astas de toro antiguo de Ambrona, Bos


antiquus, Carolina Fuentes. (E. Aguirre, Archivo MNCN).

Un gran bovino que unos autores dejan como indeterminado y


otros, erróneamente, llaman «uro», es un claro pariente primitivo
no de este, sino de los actuales toros y vacas domésticos, por la for­
ma del cráneo y de las astas, que eran enormes: ha sido publicado
como especie nueva por Carolina Fuentes12 con el nombre de Bos
antiquus, basándose en diferencias significativas del cráneo, la cor­
namenta, la dentición, la escápula, huesos del miembro anterior, la
tibia, el astrágalo, metápodos y falanges. Llegué a ver un diente de
macaco de Torralba, que se extravió en un traslado. En los dos si­
tios domina el elefante antiguo como la especie representada por
mayor número de fósiles y mayor número estimado de individuos.

177
HOMO HISPANICO

El bajo número de especies diversas encontrado en una exca­


vación tan extensa y con múltiples niveles de distintos regímenes
sedimentarios resulta chocante, máxime si se tiene en cuenta la
variedad que presentan las listas de otros yacimientos de Europa,
incluida Iberia. Se ha planteado la cuestión de si ello puede atri­
buirse a la selección antrópica o a la crudeza de las condiciones
geográficas de ambos yacimientos. Conviene no olvidar que aún
hoy, en fase interglacial, la vida es allí muy dura, con inviernos
gélidos y solo grata en los veranos: parecida sería en tiempos de
los niveles inferiores de Ambrona, y más cruda en Torralba, con
un episodio frío de la escala isotópica. Esto explica que los visi­
tantes fueran pocos, más bien de verano, como los anfibios y sus
puestas.
Las interpretaciones de cuantos conocen bien ambos sitios y
sus registros coinciden en admitir que las permanencias de los hu­
manos allí nunca fueron largas. También se tiene por seguro que
la talla y fabricación de utensilios no era actividad propia o prin­
cipal. Las recomposiciones de lascas y fragmentos solo llevan a
inferir retoques en instrumentos traídos de fuera, rara vez a im­
provisaciones con materiales próximos de peor calidad. Entre las
materias primas es escasa la caliza jurásica, también la dolomita,
que son las rocas locales. A más de 5 o 7 kilómetros, cerca de la
laguna de Conquezuela, afloran conglomerados de la base del
Triásico donde pueden encontrarse buenas bases de cantos de
cuarcita; pero no coinciden con la de los utensilios examinados,
que se puede buscar en formaciones de arrastre más lejanas. Fa­
lló un intento de análisis petrológico de varios utensilios de sílex
y pedernal para identificar sus canteras de procedencia: se ha su­
gerido un afloramiento a 50 kilómetros aguas abajo del Jalón, y
podía haber algunas más cerca por el Henares o en Sierra Minis­
tra. Es una búsqueda pendiente.
Quienes han excavado temporada tras temporada y registra­
do los hallazgos en ambos sitios no aseguran que estén intactos,
que no hayan sufrido alteraciones; por tanto, no reconocen sus
asociaciones registradas como primarias. Sí las consideran «semi-
POBLADORES DE IBERIA EN EL PLEISTOCENO MEDIO

primarias», porque, en todo caso y salvo excepciones, el grado


de desplazamiento de unos u otros objetos antes de su incorpo­
ración definitiva al sedimento puede calificarse como mínimo, es
decir, que no altera el valor epistemológico de las inferencias so­
bre modos de comportamiento de los humanos que con ellos y
en el lugar actuaron. Los conjuntos tipológicos se han interpreta­
do como «Achelense primitivo tardío» o «Achelense medio anti­
guo». En realidad puede calificarse de «transicional», tanto por
la calidad de los pequeños utensilios como por lo cuidado de la
talla y las formas geométricas, no infrecuentes en los de gran for­
mato. No faltan filos rectos ni configuración con percutor blan­
do, y se ha señalado algún «proto-Levallois» !\
Las inferencias de intervenciones humanas sobre restos esque­
léticos de elefantes no carecen de fundamento ni son tan ligeras
como algunos críticos han pretendido. El equipo de F. C. Howell
examinó con rigor tafonómico las alteraciones de erosión, lustre,
redondeo, o pulimentos y abrasiones más o menos extensas, y
atribuyó algunos de estos últimos al roce de granos minerales del
sedimento envolvente, y algunas alteraciones intensas o redon-
déos infrecuentes, a posible digestión de hienas, o arrastres, ni
generales, ni rápidos, ni prolongados; asimismo se han reconoci­
do señales claras de alteraciones edáficas. El examen de lustres
intensos, destacados y locaÜ2 ados desigualmente en puntas o
bordes parciales conduce a excluir rodaduras o pisoteos even­
tuales y a corroborar la aplicación de tales puntas o bordes a
acciones intencionales.
Entre las marcas de incisión y fracturas, las hay que registran,
sin duda, los impactos de dientes de carnívoros: de estas, unas
son primarias y otras se superponen a marcas precedentes de dis­
tinto origen. Se ven señales inequívocas de cortes, hachazos, gol­
peteo, que aun los más críticos llegan a reconocer. La distribu­
ción en los espacios excavados de partes de los esqueletos, sobre
todo de elefantes —presencias reiteradas de unas y ausencias de
otras— , difícilmente se encuentra en asociaciones de origen na-
tural, ya sean cementerios de elefantes o comederos de hienas.

179
HOMO HISPÁNICO

Las asociaciones espaciales de huesos y utensilios Uticos se han


visto repetidas en cuadrículas distintas de un nivel y de otros;
pero no basta que esta yuxtaposición se considere prueba sufi­
ciente por otros autores en distintos yacimientos, ni en estos,
pues los líticos resisten más y largo tiempo a los agentes atmos­
féricos, y los huesos no: los primeros pueden haber sido depo­
sitados al comienzo o a lo largo de un intervalo sin deposición, o
aun con denudación de sedimento fino, mientras que los huesos
solo pueden ser del final, coetáneos del nuevo nivel sedimentario
o de la matriz, no de los primeros; de modo que únicamente
puede concluirse la asociación real en una misma acción si deter­
minadas circunstancias o conjunciones lo exigen. En Torralba se
han hecho análisis estadísticos que parecen mostrar relaciones
reales entre presencia de útiles y presencia de huesos, Con esto
no se pretende afirmar que todos los elefantes fósiles encontra­
dos en Ambrona hayan sido cazados y comidos por humanos14.

P rocura de carne e industria de hueso


en T orralba y A mbrona

En Torralba y Ambrona, pues, se reconocen y no se excluyen


casos de alteraciones por agentes naturales en cierto número de
huesos de elefante y otros grandes mamíferos. Ello no contradice ni
oscurece las pruebas de acción antrópíca, repetida y frecuente, so­
bre carcasas del elefante antiguo, principalmente, consistentes en
trazas o señales obvias y de otro modo inexplicables. Lo cual per­
mite asegurar el consumo real y repetido de carne, y aun procura­
do por los antecesores fósiles que no ocupaban en permanencia
aquella estratégica región, sino que acudían en temporadas.
Cabe indicar aquí que resulta innegable que aquella gente
consumiera alimentos vegetales: pero de esto no se conoce que
hayan quedado restos duraderos y reconocibles en estos sitios. Sí
se han estudiado pruebas de fuego procurado15, y se han buscado
sin éxito pruebas de confección y uso de vestidos por aquellos
P< )BLADORES DE IBERIA EN EL PLEISTOCENO MEDIO

pobladores. Los únicos indicios a este respecto están en los pe­


queños utensilios con punta o diente pretendidamente perfora­
dor como posibles instrumentos de costura: no se puede afirmar,
pero su posibilidad es sostenible.
En la extensa área de Ambrona excavada en 1983, antes de
los últimos trabajos de final de siglo, de unos 2,100 metros cua­
drados, se estudió en detalle la distribución, notablemente desi­
gual, de los utensilios Uticos en número y en su distintos tipos, y
en cuatro divisiones distintas de oeste a este. A lo largo de las
mismas, los diferentes artefactos, los huesos dejados y las marcas
tafonómicas en estos permiten inferir con seguridad las distintas
actividades sobre las carcasas, desde el despiece inicial en el mar­
gen de las aguas hasta la preparación inmediata al consumo y el
desecho en la mayor distancia, próxima al pie de la elevación del
terrenolfa.
Las dos cuestiones más debatidas cuando se habla de Torral­
ba y Ambrona son la caza y la industria con utensilios de hueso.
El planteamiento «caza o carroña», o bien «caza sí, caza no» es
simplista y rígido, y pasa de largo sin mirar a todo un abanico de
posibilidades para acceder a un alimento cárnico que sí consta
por estudio crítico que supieron explorar y aprovechar nuestros
antecesores del Paleolítico Inferior. Estos despiezaron, desolla­
ron y comieron carne de elefante. No cabe duda.
Otros esqueletos fósiles de elefantes enteros y en conexión
anatómica, o casi, prueban bien que allí perecían estos por muer­
te natural. Una de dos: o iban allí a morirse, igual que los elefan­
tes actuales escogen y van a sus cementerios, o bien se desplaza­
ban hasta allí para beber, se enfangaban en el fondo y no podían
salir. Lo primero es improbable en este caso, por el alto número
de individuos jóvenes e infantiles que se encuentran entre los fó­
siles. Iban allí en grupo. ¿Por qué? Había allí agua, incluso en
verano, y agua salina, que les gusta a los elefantes (en los parques
actuales los cuidadores se la preparan con sal añadida). Además
de sal del subsuelo triásico, que hoy es explotada en salinas de la
comarca, los elefantes encontraban allí el légamo, que aún hoy

181
HOMO HISPÁNICO

constituye el fondo y mantiene las lagunas por su impermeabili­


dad, pero es obvio que un suelo así, lodoso, es una trampa natu­
ral para cualquiera, sobre todo si es grande y pesado. No puedo
dudar que los humanos inferopaleolíticos exploraron aquella
zona de paso, vieron al menos un elefante recién muerto o mu­
riéndose y decidieron aprovechar su carne; ni que repitieron la
experiencia, ellos y sus descendientes, en sucesivos milenios.
Tampoco es de extrañar que grupos de aquellos humanos, al me­
nos los más avanzados de Torralba, aprendieran a conducir o
empujar grupos de elefantes o de otros mamíferos — caballos, to­
ros— hacia la trampa: un modo activo de procurarse carne que,
si no puede llamarse caza en sentido estricto, menos aún es sim­
ple carroñeo. Se ha conocido su práctica por tribus actuales y
abundan indicios de ello en sitios prehistóricos L/. Encontrare­
mos otro modo de procura de carne en otro tipo de trampa na­
tural en contemporáneos y próximos a los torralbenses, bien ex­
plicado en uno de los sitios de la Trinchera de Atapuerca.
A no ser que se decida cerrar los ojos a la evidencia, no se
pude negar que se diera, en ocupaciones de Ambrona y Torral­
ba, el empleo de fragmentos de hueso o diente de elefante como
instrumentos, la obtención de filo o punta mediante una talla,
aunque elemental y pobre, así como la adaptación a su manejo.
Las experiencias de Biberson y Aguirre en los años sesenta para
obtener triedros de cúbitos de elefante como los anormalmente
repetidos en Torralba 18 aseguran una fracturación artificial, al
menos como equiprobable del pisoteo u otra causa natural.
No es científico ignorar un proceso demostrado experimen­
talmente y negarle gratuitamente un mínimo de probabilidad.
Además, el hecho de que un fragmento de hueso grande de ele­
fante presente una fractura en punta puüda y con lustre y no las
otras, se explica mal por un rodamiento o pisoteo, que no puede
haber sido tan selectivo. Fragmentos alargados como lápices o
varillas de huesos largos de otros mamíferos pueden explicarse
por fracturas con intención nutricional, para extraer la médula,
no laboral: pero la inferencia de tal intención es insuficiente, o

182
POBLADORES DE IBERIA EN EL PLEISTOCENO MEDIO

deja esta de ser la única si se advierten escotaduras o concoides


de lascado como en la piedra, o el extremo terminal en punta
mediante un par de pequeñas roturas cóncavas, una a cada lado,
que difícilmente se pueden creer casuales, sobre todo si se repi
ten como en estos sitios. Lo mismo vale para las pequeñas puntas
de defensa de elefante, sobre todo juveniles: alguien ha podido
ver algunas semejantes en suelos naturales, pero tantas y tan pró­
ximas entre sí como en Torralba y Ambrona, con señales de uso
y sin que se vea en proximidad el resto de la defensa rota o hue­
sos del individuo al que pertenecieran, solo pueden interpretar­
se, con la lógica más elemental, como artefactos intencionales 19.
Cuando enseñé al arqueólogo francés F. Bordes otra punta
de defensa de elefante joven de Torralba, algo más de un palmo de
larga, con alteración en el color pero lisa y brillante en todo el
contorno salvo en un lado, todo marcado por cantidad de gol­
pes, él sacó de su cartera un hueso de bóvido con idéntica acu­
mulación de golpeteo en una cara: era el percutor blando que él
usaba en sus experiencias de talla fina de bifaces y otros líticos.
En Torralba y Ambrona no se han hallado bifaces de hueso
tan completos y bien tallados como los que conocemos de Fonta­
na Ranuccío, La Polledrara o Castel di Guido20. Además, han su­
frido erosiones y alteraciones tafonómicas obvias. Pero una punta
triédrica en fragmento de hueso de elefante, y un filo ligeramente
convexo, no de simples fracturas sino obtenido por clarísimo las­
cado, desacreditan toda explicación que no sea una práctica de
talla de hueso con propósito instrumental, aunque imperfecta.

O tros registros culturales de pobladores ibéricos


del P leistoceno M edio

Poco se sabía del Paleolítico Inferior en España, aparte de


Torralba y alrededores de Madrid. En los últimos treinta años se
ha despertado el interés y la responsabilidad de las autoridades
regionales y locales por esta parte del patrimonio de la Humani-

183
Industria en hueso poco elaborada de Torralba. (Archivo M NCN; véase
F. Aguírre, Munibe, 57,2006).
POBLADORES DE IBERIA EN EL PLEISTOCENO MEDIO

dad, y los científicos que saben buscar y estudiar estos registros


van encontrando ayuda para ello. Aunque las industrias del tiem­
po que aquí tratamos no son las más antiguas ni sus autores fue­
ron los primeros ocupantes de Europa, aquellas y sus circunstan­
cias en este Pleistoceno Medio sí pueden ser testigos de los
progresos de nuestros antepasados, que nos es bueno conocer.
No escasearán, en todo caso, las dificultades, pues los utensi­
lios de piedra, vistosos en la época, los grandes y los pequeños,
se encuentran muchas veces en graveras y canturrales, desplaza­
dos de la situación original en que fueron tallados o usados, sin
restos de fauna asociados en la mayoría de los casos y, por si ello
no bastara, sin dato cronométrico preciso. La mayor parte de es­
tos sitios yacen en terrazas fluviales, pues, a lo largo de este Pleis­
toceno Medio, se han ido perdiendo o reduciendo sobre la corte­
za de los continentes las cuencas lacustres y remansos tranquilos,
y ha dominado, especialmente en el primer tercio de esta edad,
la alternancia de erosión en cabeceras con depósitos gruesos en
áreas bajas y nuevas fases de erosión incluso en esos rellenos y
sus bases. Se suceden en todas las grandes cuencas las terrazas,
escalonadas, de depósito y corte, en número a veces de más de
diez —que unos autores cuentan de arriba abajo y otros de abajo
arriba— , y desde más de cien metros sobre el nivel actual de los
ríos principales.
En la Península Ibérica se conocen ya, publicados, varios
centenares de yacimientos con registros arqueológicos del Pleis­
toceno Medio. Resumiremos algo de lo que aportan diversos si­
tios de las distintas regiones naturales, o cuencas, de la Península
al conocimiento de las circunstancias en que vivieron nuestros
antepasados y de cómo se fueron adaptando a ellas en el saber, el
trabajo y la convivencia21.
En la franja cantábrica, siempre muy célebre por registros
del Paleolítico Superior y por el arte rupestre de finales del Pleis­
toceno, faltó atención al Paleolítico Inferior hasta hace poco tiem­
po. Ya se conocen sitios del País Vasco y de Cantabria. Cabe men­
cionar la Cueva del Castillo, en el valle del Pas, donde la revisión
HOMO HISPÁNICO

y las excavaciones recientes permitieron a iM. Victoria Cabrera


ordenar la secuencia de los abundantes registros en una larga se­
rie estratigráfica, En los tres niveles inferiores, los más antiguos,
señala industria del Paleolítico Inferior, nivel 26, conjunto de un
Modo 2 pobre, o «Achelense atípico», en cuarcita, acompañado
de restos de fauna que parecen indicar un clima frío; podría tratar­
se del episodio isotópico OIS 6, o bien del paso a OIS 5, esto es,
del final del Pleistoceno Medio o su paso al Superior. A este últi­
mo correspondería el nivel 24, excavado en 50 metros cuadra­
dos, con un Achelense o Modo 2 22,
Entre un buen número de sitios inferopaleolíticos de Astu­
rias, destaca un grupo en la parte occidental de esta comunidad
en varios entornos próximos al mar, como desembocaduras de
ríos, o en la rasa cantábrica. Es esta un llano de este a oeste, en­
tre la cordillera y el litoral, elevado en algunos tramos sobre el
mar en acantilados verticales. Así es el Cabo Busto, donde aflo­
raban utensilios en el cantil. Se excavó metódicamente una ex­
tensión, y se recogieron, entre los grandes cantos trabajados,
bifaces, hendedores y triedros, en cuarcita, de un Modo 2 avan­
zado, en el nivel 2. Se distinguen utensilios de diversos tiempos,
aunque mezclados, y se interpreta el sitio como lugar de paso, o
de descanso, repetido. Hay ríos próximos, a uno y otro lado de
este alto en la rasa. Se ha dado como mínima una edad alrededor
de 120.000-130.000 años. El sitio puede corresponder al episo­
dio OIS 5, pero no es descartable que sea del OIS 7 23.
En Galicia se conocen hoy numerosos sitios con industria del
Paleolítico Inferior, la mayoría en las provincias de Orense y Pon­
tevedra. En el extremo sur de esta última, y en una terraza de 30 a
40 metros sobre el curso actual del Miño, en el sitio de Portomaior
(As Neves), se conocen tres niveles con utensilios sobre gravillas
y cubiertos por limos. En el de en medio, nivel III, y en una corta
extensión, se recogieron 93 artefactos líricos, que incluían, ade­
más de 2 cantos trabajados, hasta 20 bifaces, 6 hendedores y
6 triedros. Esta triple presencia es considerada una «constante»
regional. Aquí se reconocen casos de aristas regularizadas y de
POBLADORES DE IBERIA EN EL PLEISTOCENO MEDIO

Utensilios del Paleolítico Medio del sitio de Cabo Busto (Asturias), ordenados
según el proceso de obtención, sobre todo de los gran formato: bien modela­
dos en el canto base con toques menores, o bien retocando como base una
gran lasca primariamente extraída. (J. A. Rodríguez Asensio, Yacimiento de
Cabo Busto, GEA Distribuciones Gráficas, S. L., 2000, Luarca, 2001).

percutores ligeros, por lo que el conjunto se clasifica como Ache­


lense, o Modo 2, progresivo. Se halla en un ensanche del valle
del río Miño, tras una garganta, y se data, sin más precisión ni
números, en la segunda mitad del Pleistoceno Medio. El sido de
Fillaboa y otros en tiempo de remansos se consideran contempo­
ráneos, así como el nivel G3 del Louro, ya capturado por el
Miño, también con Modo 2 evolucionado. Precede el depósito
G4 del valle del Louro, al que correspondería el taller de las
Gándaras de Budiño, zona palustre, descubierto en una zanja de

1 fc7
HOMO HISPÁNICO

prospección en 1963: en este nivel el Modo 2 es menos progresi­


vo. En Portugal se conocen yacimientos con Modo 2 en terrazas
del valle del Tajo, en Almonda y en Milharós (Raposo y otros,
1985)24.
Al otro lado de la Península Ibérica, en la vertiente medite­
rránea, los autores lamentan la relativa carencia de sitios con tra­
zas de ocupación humana en el Pleistoceno Medio, que atribu­
yen a factores geodinámicos con un predominio de la erosión y
el arrastre sobre el depósito. Puede tratarse no solo de efectos
tectónicos y subsidencia marítima, sino también de un clima que
pudo ser parecido al actual, semiárido o con lluvias esporádicas
pero recias, evidente en el régimen de ramblas. En una de estas
actualmente se excava en La Boella (Tarragona) un depósito de
remanso en paleorrambla con esqueletos de elefante y utensilios
de un Modo 2, que incluyen bifaces amigdaloides, hendedores y
triedros. Los elefantes son de una variedad intermedia entre el
mamut meridional QAammuthus meridionalis) y el de estepa (M.
trogontherii). Esta ocupación puede tener más de 500.000-
600.000 años25. En el interior de la cuenca del Ebro, en La Rioja,
se cita un Achelense medio con hendedores y bifaces numerosos,
de Cañas-Cirueña, en la cuenca de su afluente, Najerilla. Tam­
bién en el interior, en las afueras de Teruel y en una potente
terraza media del Alfambra, expuesta a 50-60 metros sobre su
curso actual, se excava y estudia estos años el yacimiento de la
Cuesta de la Bajada. Contiene fauna e industria en los niveles 19
al 16, con gran formato casi solo en el 19, basal, diversos ma­
teriales entre los que predomina el pedernal, y técnica Levallois.
El clima era de frío a fresco con humedad y vegetación de pra­
dera, más seco y de páramo en el nivelló, más templado y con
pinar más denso en los niveles 13 y 12, como dijimos antes. La
edad no es inferior a 137.000 años en la base, por IRSL, próxima
a finales del Pleistoceno Medio26.
Sí conservan registros de ocupación humana los yacimientos
en cuevas o abrigos en esta región del noreste. El Cau del Duc
de Torroella (Gerona) tenía de veras una situación privilegiada,
POBLADORES DE IBERIA EN EL PLEISTOCENO MEDIO

al pie de las vertientes y el altiplano del Montgrí, con el protegido


llano junto al mar. No parecen haber aprovechado recursos de
este, y en los restos fósiles de mamíferos, muy fragmentados, do­
mina el caballo, seguido de cápridos. Aun cuando no están obte­
nidos in situ, los más de 4.000 artefactos líticos, por su número y
su confección permiten inferir actividad en el lugar. El Puig d’en
Roca (Gerona), sitio al aire libre, tiene utensilios en cuarzo, y
atestigua, con otros sitios próximos, la frecuentación del área,
con lagunas y bosque abierto.
Otra cueva, bien excavada, con largo registro y un total pró­
ximo a las 14.000 piezas líticas, es la de Bolomor (Tavernes de
Valí digna, Valencia) hoy a cuatro kilómetros de la costa. Dieci­
siete niveles se numeran de más moderno a más antiguo, y se
agrupan en cuatro unidades, de más antigua a más moderna: La
unidad B.I comprende los niveles XVII-XV, y arroja un dato de
525.000 años por racemización de aminoácidos; contenía indus­
tria, casi toda en cuarcita, mezclada con fauna que incluye restos
de megacerino junto con caballo, tar y ciervo muy fragmentados,
y garduña, en un ambiente fresco y húmedo de más a menos. La
Unidad B.II incluye los niveles XIV y XIII, con datos de entorno
a 230.000 años TL en la base y 152.000 años a techo, indicios de
calor, humedad y mucho encharcamiento, por lo que se la corre­
laciona con el episodio OIS 7: la microfauna confirma el clima
interestadial, así como el nivel del mar más próximo, y en la in­
dustria se cuenta más material calizo. La Unidad B.III, niveles XII
a VIII, acusa cambios climáticos de fresco y húmedo a frío y ári­
do, para terminar templado y muy húmedo, y se correlaciona
con el episodio OIS 6. En la fauna domina el caballo, falta ya el
Megaceros, y está presente el zorro. La línea de costa se ha aleja­
do 15 o 20 kilómetros al descender el nivel del mar entre 100 y
150 metros. Hay en la zona más depósitos aluviales y dunas, y en
la industria domina como materia prima la caliza. La unidad si­
guiente, B.V, es del Pleistoceno Superior, por lo que hablaremos
de ella más adelante, además de por el hecho de contener un fó­
sil humano. En conjunto, los restos de fauna están muy fractura­

189
HOMO HISPÁNICO

dos y alterados por procesos posdeposicionales; además, se dis­


tinguen marcas de carnívoros y de acción antrópica, esta última
sobre todo en fósiles de ciervo, de caballo y cápridos. De las ma-
tenas primas, las cuarcitas se hallan próximas en depósitos flu­
viales; las calizas micríticas, en fluviales, marinos y en coluviones
de ladera. Quienes han estudiado la cueva de Bolomor piensan
que su situación, como un balcón suspendido en ladera abrupta
y en umbría muy densa, ha favorecido que apenas fuera visitada
por grandes félidos, sino más por carnívoros menores, y que
nunca sirviera de guarida a osos ni hienas, y sí gustara, en cam­
bio, repetidamente a humanos en varios cientos de milenios27.
Más al sur, en el interior de la provincia de Murcia, a ocho
kilómetros de Caravaca de la Cruz, en la abertura de otro paso
angosto a un ensanche que antes fuera lago, se ubica otra cueva
que fue también frecuentada por humanos, la Cueva Negra del
Estrecho del Río Quípar. Actualmente queda de ella un abrigo
poco extenso. En sus rellanos se han encontrado fósiles huma­
nos, de los que hablaremos a continuación, además de utensilios
clasificados en el Modo 3 (Paleolítico Medio), y restos faunísti-
cos de elefante, hiena, rinoceronte de estepa, caballo, jabalí, un
megacerino, cáprido, oso de las cavernas, liebre, conejo y aves la­
custres. La mayoría de los utensilios son de sílex neógeno, de
baja calidad, y los hay de otro mejor, cuya cantera se ha identifi­
cado a 15 kilómetros del sitio. Se ve que había un mosaico vege­
tal y faunístico en un buen radio, que no daba demasiado trabajo
a sus visitantes u ocupantes. El instrumental lítico incluye el bi-
faz de forma geométrica y simetría apurada, retoque con percu­
tor blando, y talla Levallois28.
En el eje de la Península, en el paso entre la cuenca del Ebro
y la del Duero, varias cavidades kársticas en la Sierra de Atapuer-
ca guardan también registros detallados de humanos de estos
tiempos. En el complejo Tres Simas, la Trinchera cortó depósitos
de una entrada lateral desde un barranco al sureste, que llegan a
encontrarse, en el suelo debajo de la Galería, con el fondo de
una cueva, cuya entrada sigue oculta por vegetación y escombros

190
POBLADORES DE IBERIA EN EL PLEISTOCENO MEDIO

en un barranquillo de la ladera, de la que solo se conoce por


ahora la Sala o Covacha de los Zarpazos, que era accesible a osos
hibernantes por otro tubo en rampa inclinada. En un nivel supe­
rior van llenando la Galería depósitos que entraban por tres and
guas simas verticales abiertas a la superficie como torcas. Al nivel
basal de los rellenos, GI, de cueva cerrada y karst joven, se su­
perpone hace cerca de 350.000 años el nivel G il, con industria
del Modo 2, con sílex neógeno, cuarcita de gravas gruesas del río
Arlanzón y sílex cretácico. Con los restos faunísticos comunes de
caballo y ciervo sobre todo, rinoceronte de pradera, un Megace-
ros gigante, gamo, cápridos y bóvidos, se hallan también de va­
rios cánidos, hiena, lince y león, que allí tenían refugio y comede­
ro. Dos fósiles humanos vinieron arrastrados por la Cueva de los
Zarpazos. La entrada de humanos por el lado de las simas y su
actividad en las presas no parece que fueran más frecuentes que
las de los carnívoros. Esta entrada lateral se cerró con estos de­
pósitos y lo que cayera del techo. No tardó en superponerse en
el hueco interior, de la Galería nivel GUI, lo que bajaba por la
sima más interna, abierta a la superficie. Era por aquí por donde
caían también herbívoros, sobre todo crías de bisonte, ciervo y ca­
ballo, sin duda en el estío, por oler hierba fresca en el borde de
la torca. Por esta no bajaban ni félidos, ni osos, ni hienas: solo lo­
bos y el cuón alpino al oír los bramidos y relinchos. Se ven seña­
les de sus dientes en los huesos fosilizados en un estrato sobre
otro, más de doce en menos de metro y medio. Pero en casi to­
das estas capas se han recogido unos pocos utensilios, incluidos
bifaces bien elaborados, y algunos cantos alóctonos. Y se distin­
guen en los huesos marcas de cortes con filo de piedra; en algu­
nos, la primera marca es de corte de sílex, la de diente de carní­
voro es posterior, y en ocasiones la marca final es de dientes de
puercoespín. En algunos niveles quedaban, justo en la vertical
de la sima, algunos huesos en conexión de bovino, y otros de ca­
ballo. En otro y en el interior de la Galería, un esqueleto casi
completo de cánido. Hasta ahora, este complejo de las Tres Simas
es el único sitio conocido en que ha podido verse y certificarse

191
HOMO HISPÁNICO

este modo de provisión cárnica: el descenso a la trampa natural


de la torca con reses moribundas. A estos lechos del nivel GUI
sigue la unidad GIV, indicadora de frío. Muestras de polen reve­
lan los cambios de la vegetación correlativos a los del clima. Ter­
mina la serie tocando en algunos puntos el techo de la Galería
con una costra estalagmítica que se ha datado con varias técnicas
cronométricas y en distintos laboratorios: todo apunta al episodio
OIS 7 para este cierre y, por tanto, al O IS 9 para esta historia de
la Galería tan detallada y en dos fases
A pocos metros de esta, en la Gran Dolina y en su unidad
alta TD 10, una vez reabierta la cavidad en su hueco superior,
por retroceso de la ladera, unos seis o siete metros por encima
del primitivo portal, vuelven a entrar carnívoros, osos y león,
además de gato montés, y humanos. La unidad T D 8 termina
con esporádicos aportes del exterior y un techo de costra estalag­
mítica en fase cálida y seca, seguida por limos con calor y hume­
dad ennegrecidos por guano de murciélagos que entraban por
pequeñas aberturas: sería el episodio OIS 11. A una glaciación
revelada por lechos de pequeños cantos angulosos caídos del te­
cho por heladas, sucede una compleja fase cálida que comienza
con desplomes de grandes bloques y lajas, y la reapertura de la
cavidad con entrada de coladas de barro. Los humanos no tarda­
ron en desplazar a los carnívoros, y en aquella nueva cueva o co­
bertizo se llegaron a instalar con estancias duraderas. El dato de
cerca 337.000 años es coherente con la asignación al episodio
O IS 9, caracterizado por la presencia de pinos, robles, encinas y
acebuche en el entorno. Se lleva varios años excavando un metro
de nivel en 90 metros cuadrados lleno con 44.000 fragmentos
óseos 18.000 artefactos líricos de sílex neógeno, sílex cretácico,
cuarcita, y menos de arenisca, cuarzo o esquisto, es decir, de to­
dos los alrededores. Allí se tallaba, y se comía. Hay sesgo en las
partes representadas de los animales, entre los que se prefería los
caballos, ciervos y bóvidos, que se traían de lugares próximos. El
porcentaje de huesos con marcas antrópicas es más del doble de
los que tienen marcas de carnívoro, y buena parte de estas son

192
R econstrucción de u n a escena en las terrazas fluviales de Áridos, Madrid. Un grupo de humanos
preneandertales se dedica a despiezar un ejemplar adulto de proboscídeo Pnlaeoloxodon antiquus.
(Por Mauricio Antón).
Mandíbula de SH, AT-605, del individuo 22.
(MNCN). Cráneo 5 de Sima de los Huesos (SH)
Ibcas, Sierra de Atapuerca, con su mandíbula.
Individuo 21. (Archivo MNCN).

Mandíbula de SH, AT-950, del individuo 31.


(MNCN).

El mismo Cráneo 5 de SH, preneanderta-


lense, en vista lateral. (MNCN).

■OnroiWMnvQ

Mandíbula de SH, AT-505 + AT-604, del in­


dividuo 19. (MNCN).
; v
L- -

uonicnaanvo non* -'•unw :

J
r¡-\

Gráfico comparativo de la corpulencia en


Mandíbula de SH, AT-792, del individuo 27. humanos de SH y otros demos fósiles. (D<
1 I

Algún'** incisivos de SH, mostrando una se­


cu e n cia en el desgaste, que indica la edad.
Al i|
(MNCN).
Algunos molares superiores de humanos de
SH. (MNCN).

Muestra en un molar de la hipo-


plasiadel esmalte, defecto fre­ Huesos del oído yunque y martillo de SH, muy
cuente en la población de SH. aumentados. (MNCN).
(MNCN).

Muestra de varias falanges dc pie Dos de los fémures conservados de SH.


Hueso humano de! conjunto de SH con mar­
cas de dientes de carnívoros que lo mordie­
ron cuando aún tenía cierta elasticidad, muy
poco después de la muerte del individuo.
(Atención de Y. Fernández-Jalvo).

Reconstrucción de dos individuos adultos del


Paleo-demo Petralona/Atapuerca-Sima, ha­
ciendo uso de herramientas líricas y de sus
dientes para ayudarse a cortar la carne de
grandes mamíferos. (Por Mauricio Antón).

Reconstrucción de una escena a la entrada de una cueva en Atapuerca, que muestra a un grupo de
preneandertales entregados a sus actividades cotidianas en un campamento base. Dos individuos
colaboran en la limpieza de la piel de un gran mamífero, mientras otros se dedican a la vigilancia,
la elaboración y reparación de utensilios, y el cuidado de los niños. (Por Mauricio Antón i.
Reconstrucción de una escen a q u e m uestra a una anciana m ujer de N ean dertal h ab lan d o con un
varón joven. (Por Mauricio Antón).
Molares de neandertalense de Pinilla del Valle, valle del Lozoya, Madrid. (Atención del Museo
Arqueológico Regional, Alcalá de Henares).

Diente de la Cueva de los Moros de Gabasa Falange de la Cueva de los Moros de Gabasa.
(Huesca). (Atención de J. 1. Lorenzo Lizalde). (Atención de J. I. Lorenzo Lizalde).
Cráneo neandertalense de Forbes’ Quarry, Vista frontal del cráneo neandertalense de
Gibraltar. (Gibraltar Museum). Dcvil’s Tower, Gibraltar. (Gibraltar Museum).

Maxilar y mandíbula neandertalcnses de Dcvil’s Lado izquierdo de la mandíbula de DeviPs


Hemimandíbula de adulto neandertalense de la
Sima de las Palomas, Cabezo Gordo, Torrepa-
checo. Murcia. (Atención de M. Walker).

Hemimandíbula de infantil neandertalense de


Sima de las Palomas: abajo radiografía. (Atención
de M. Walker).

Articulación del codo de neandertalense de


Sima de las Palomas. (Atención de M. Walker).

Huesos articulados del pie de Sima de


las Palomas. (Atención de M. Walker).
POBLADORES DE IBERIA EN EL PLEISTOCENO MEDIO

posteriores a las humanas. No quedan, por ahora, restos de ho­


gares. La industria presenta algunos de gran formato y no pocos
utensilios y restos de talla con técnica Levallois, y es referida al
Modo 3. Esta cavidad, pues, en dicho tiempo, fue ocupada con
cierta permanencia y actividades domésticas o de campamento,
como sitio de ocupación de primera categoría, o C IR 30.
Más al oeste, en la cuenca del Duero, como en otras de las
mesetas y ríos de vertiente atlántica, muchos yacimientos con in­
dustria lítica se encuentran en superficie o en el interior de terra­
zas fluviales, por lo que la mayoría de los hallazgos arqueológi­
cos y los fósiles, cuando los hay, presentan indicios de venir
desplazados — fuera de su sitio de origen— , lo cual limita la fia­
bilidad de las asociaciones vistas y el conocimiento de contextos
deducibles.
Pero en terraza media, a 49 metros, sobre el río, la localidad
de San Quirce del Pisuerga, justo a la salida del cañón de la H o­
radada y en secuencias sedimentarias típicas de arco de mean­
dro, el nivel IV del sitio SQ 1 ha dado, en 24 metros cuadrados
de excavación, 759 utensilios, entre los cuales dos hendedores,
restos de un hogar y remontajes de talla de utensilios. En el sitio
SQ 2 y en su nivel II, superior, en 5,5 metros cuadrados se reco­
gieron 2.464 piezas líticas, y también se hicieron remontajes. De
ello se infiere que el lugar era frecuentado en estancias activas no
del todo breves o esporádicas: se le asigna una edad de mitad del
Pleistoceno Medio. En el valle del Tormes se señalan sitios entre
terrazas sucesivas: La Maya II, con 15 bifaces y 12 hendedores
en la situada a 32 metros, sobre el río. La Azucarera de Salaman­
ca, en terraza a 22 metros, y Galisancho, en terraza a 18 metros.
Notable es El Basalito, en el valle de los afluentes Yeltes-Huebra,
con hallazgos del Modo 2 en la superficie de una terraza alta, en
una intermedia y otra más baja, a 12 metros. Con edad dudosa
hacia el episodio OIS 5, ya del Pleistoceno Superior, o finales del
pleistoceno Medio, se registra industria del Modo 2 tardío, que
incluye bifaces de materiales locales retocados con percutor lige­
ro: los hay elaborados in situ, usados allí, otros a medio hacer y

193
HOMO HISPÁNICO

algunos dejados en el sitio. Es clara la moderada permanencia en


el lugar, y no quedan restos de fauna51.
De la Meseta meridional en Castilla-La Mancha, entre otros
de la cuenca del Guadiana, cabe mencionar Porzuna (Ciudad
Real), excavado en terraza a 10-13 metros sobre el afluente Bu-
llaque, un sitio con numerosos útiles de Modo 2 temprano, como
bifaces, hendedores y picos triédricos32. En la del Tajo destaca
Pinedo, con industria entre grandes cantos de terraza a 21-29
metros, aguas arriba de la garganta que rodea Toledo, y fauna de
grandes mamíferos en varios niveles por encima, y no vinculados
a los utensilios: en estos, las señales de arrastre y erosión difieren,
así que puede que algunos se confeccionaran en el lugar y otros
vinieran arrastrados de más o menos lejos, aguas arriba. Entre
los de gran formato abundan bifaces, hendedores y picos triédri­
cos. La edad se sitúa como mínimo en el episodio OIS 11, pero
no se puede excluir que sea más antigua, puesto que el depósito
de terraza y los niveles superiores indican una represa en el maci­
zo de la ciudad de Toledo, anterior a la excavación del «tajo»
que la rodea y que da nombre al río. Aguas abajo (Bellavista,
Campo de Tiro) hay terrazas fértiles en fauna; estas contienen el
hipopótamo, que no pocos autores citan de Pinedo por un error
arrastrado de una lista inicial. Más abajo, siguiendo el curso del
río, tras otra garganta y junto a la desembocadura del río Uso,
en medio de un corto ensanche, una terraza de la localidad de
Puente Pino fue prospectada y luego excavada en dos puntos
con cronologías aproximadas, por debajo de depósitos eólicos:
en ambos sitios, y en posición estratigráfica, se encontró abun­
dante industria del Modo 2, no evolucionado, y sin fósiles de
vertebrados; en el nivel PNA, 10 cantos trabajados, 6 bifaces,
2 hendedores y 4 triedros en un conjunto de 579 piezas líricas, y
en el nivel TGS, un total de 1.501 piezas, entre las cuales 9 can­
tos, 7 bifaces, 6 hendedores y 3 triedros; por lo menos en algún
caso hay talla Levallois. Una edad probable para esta terraza a
25-30 metros, en Puente Pino, lugar estratégico, incentivo para
estancias recurrentes, sería el episodio OIS 11. Otro afluente del

194
POBLADORES DE IBERIA EN EL PLEISTOCENO MEDIO

Tajo, más al oeste, es el Alagón: en su valle, el sitio de El Sarta-


lejo (Galisteo) ha rendido 3.213 piezas líticas, entre ellas 91 cantos
trabajados, 145 bifaces, 343 hendedores y 26 triedros, y entre los
utensilios pequeños se reconoce la aplicación de la técnica Leva-
Ilois: ello en una terraza a 24-26 metros, que puede datarse en el
episodio OIS 9
En el centro de la Península y en la cuenca del Jaram a
(margen derecha, al norte del Tajo) y de su afluente el Manza­
nares, en el entorno de Madrid, abundan los yacimientos en te­
rrazas fluviales con industrias del Modo 2: también los sitios
con grandes fósiles de elefantes (Palaeloxodon antiquus), que
unas veces coinciden con los paleolíticos y otras no, y de los
más antiguos, esto es, atribuibles a edades del episodio OIS 11,
entre hace más de 430.000 y poco menos de 400.000 años, des­
taca el sitio de San Isidro, bien excavado ya en el siglo XIX por
Salvador Calderón, con industria del Modo 2 en una potente
terraza del Manzanares a más 25-30 metros y dos esqueletos
del elefante antiguo, separados, y sin vinculación cierta a la in­
dustria.
Un siglo más tarde se extrajeron de un solar de la fábrica
Transfesa, en Villaverde Bajo, al suroeste de Madrid y en una
terraza medía compleja, dos esqueletos parciales de elefante anti­
guo (Palaeoloxodon antiquus) —no uno, como suele decirse— ,
ambos de macho, diferentes edades y tallas, más alto el joven,
menos el viejo. Yacían en la base de un nivel margoso, sobre un
conglomerado que contenía industria achelense de gran formato:
no se veía relación entre los líticos y los esqueletos; algunos res­
tos de los dos parecían mezclados, como si hubieran perecido al
pelear entre sí, tal vez por la jefatura del rebaño. En otra unidad
superior y erosiva se recogieron fósiles de cérvidos y de caballo.
Excavaciones recientes, con una estratigrafía semejante, dividida
en ocho unidades, han dado, en el nivel 2, 211 restos de fauna y
651 artefactos líticos, con alteraciones posdeposicíonales, en ma­
teriales sobre todo de süex, cuarzo y cuarcita. Abundan bifaces y
triedros, con menos hendedores. Los remontajes han ayudado a

195
HOMO HISPÁNICO

reconocer hasta seis estrategias de producción de utensilios en el


lugar, incluida la retalla de útiles ya usados y rodados. Se ha dis­
tinguido un trabajo perfeccionista en acabados de calidad y otros
de prisa en piezas con escasa configuración w.
Más al sur encuentra Ana Mazo otros lugares con restos es­
queléticos de elefantes sin industria asociada, un cráneo en Or-
casitas y una mandíbula aislada en Ciempozuelos, más abajo de
la confluencia del Manzanares con el Jarama y, probablemente,
del Pleistoceno Medio final35. En una terraza baja, a 14 metros,
el arenero de Arriaga, depositado en curva de meandro, en la
orilla derecha del Manzanares, se halló otro medio esqueleto de
elefante, de hembra adulta, e industria del Modo 2 evoluciona­
do, con uso de percutor elástico y técnica Levallois: su edad pro­
bable está en el episodio OIS 7.
Al norte de Madrid, en las estribaciones serranas de Redueña,
tectonizadas y con cuevas próximas, se estudió el sitio, con Modo 2,
de Redueña. Al este afloran terrazas del Jarama, especialmente en
varios areneros del término de Arganda. En el lugar Arganda I y
con edad probable del episodio OIS 9, la cantera Aridos 1 permi­
tió excavar 12 metros cuadrados, con dos suelos de ocupación,
facies de inundación y fauna de pequeños y grandes mamíferos;
se infiere acción de carnívoros en el sudo superior y hay restos
de un elefante, hembra adulta, en el suelo inferior, así como
utensilios del Modo 2, algunos de los pequeños con técnica Leva­
llois: son de sílex y cuarcita. Algunos remontajes aseguran la talla
en el sitio, que sería entonces lugar de carnicería. En Áridos 2,
también de edad posterior a Transfesa, y con industria de bifa­
ces, hendedores y triedros, se hallaron utensilios junto a otro es­
queleto parcial de elefante antiguo, macho. Pudo haber muerto
antes de la intervención humana36. También se han citado elefan­
tes en el término de Aranjuez, tanto en terrazas del Jarama como
del Tajo: en Fuensanta (Albacete), alta terraza del Júcar antiguo
(a más de 60 metros), y en El Provencio (Cuenca) en terrazas de
afluentes del Guadiana de finales del Pleistoceno Medio, sin
mención de industria57.

1 %
POBLADORES DE IBERIA EN EL PLEISTOCENO MEDIO

Es sugerente esta frecuencia de vestigios del elefante antiguo.


Se le encuentra fósil más al norte, en Europa central, solo en epi­
sodios cálidos o «interglaciales», y en España también en las fases
de glaciación, como refugio. Se le llama «elefante de bosque» por
su adaptación a comer hojas diversas, incluso arbóreas, confirmada
por registros polínicos de sus yacimientos, al contrario del «mamut
de pradera» o de estepa (Mammuibus trogontherii, antecesor del
mamut lanudo), siempre asociado a paisajes de gramíneas faltos de
polen arbóreo. Esta frecuencia de sitios con restos fósiles del ele­
fante de bosque da idea de las condiciones ambientales y del paisa­
je durante el Pleistoceno Medio en la Península Ibérica, y también
en la Itálica, donde hemos visto un fenómeno igual. Desde luego,
no pasaban desapercibidos a los humanos de aquellos milenios, y
nada tiene de extraño que estos llegaran a aprovecharlos, como in­
dican los abundantes restos de Ambrona y Torralba. Ocurre tam­
bién en Portugal, en los yacimientos de Mealhada y Santo Antao
de Tojal; en este último incluso presentan lascas incrustadas38.
En las cuencas béticas internas, que conocimos con lagos y
pobladas en el Pleistoceno Inferior, seguimos encontrando trazas
de pobladores humanos del Pleistoceno Medio. Muy al comien­
zo de este, en el borde de un antiguo lago, hoy a 950 metros so­
bre el nivel del mar, se han encontrado, en Cúllar de Baza, fósiles
de pequeños y grandes mamíferos, entre ellos el mamut de pra­
dera, muchos de los cuales afectados por mordiscos de carnívo­
ros o carroñeros: se hallaron asimismo algunos cantos trabajados
de cuarcita y dolomía, lascas y pequeños utensilios de sílex, y
marcas esporádicas de acción humana en huesos. Mucho más
tardía, de finales del Pleistoceno Medio, es la ocupación de la
Solana del Zambo riño (cerca de Guadix, Granada), en la falda
norte de Sierra Nevada, donde, con restos de fauna en que abun­
daban caballos y un bóvido, se halló industria lírica de un Modo
2 evolucionado, con hendedores, bifaces lanceolados, sin indi­
cios de talla Levallois, junto con cantos alóctonos y restos de ho­
gares. Del mismo periodo que la anterior es la ocupación de
Puente Mocho (Beas de Segura, Jaén), en terraza sobre el Gua-

197
HOMO HISPÁNICO

dalimar, afluente del alto Guadalquivir, donde Cabré y Wernert


encontraron, hace más de 90 años, abundantes utensilios gran­
des en cuarcita, y hoy se siguen encontrando en la zona, de un
Modo 2 evolucionado, muy finamente elaborados. Recientemen­
te se han señalado registros del Modo 2 y del Modo 3 en una
serie de depósitos de la Cueva del Ángel (Lucena, Córdoba)39.
A la bahía de Algeciras, junto al Estrecho de Gibraltar, vierte
el río Palmones, en cuya proximidad el equipo que dirige Fran­
cisco Giles ha buscado y encontrado varios sitios con industrias
del Modo 2. También numerosas localidades, con bifaces, hen­
dedores y triedros en terrazas del río Guadalete, que vierte en el
golfo de Cádiz, y en su entorno, con las lagunas de Medina y la
hoy desecada laguna de La Janda. En las sucesivas terrazas se
pasa de un Modo 2 arcaico a un Modo 2 medio arcaico-medio
evolucionado, y un Modo 2 Achelense final o pleno. Este es fre­
cuente desde Casablanquilla (Arcos de la Frontera), en el curso
medio, al alto Guadalete, en el Llano del Higueral, Peñón de las
Motillas y otros (Jerez), Haza de la Sima (Villaluenga), Villamar-
tín y Puerto Serrano, con paso al Modo 3 ',0.
Un muy completo registro de ocupación humana secuencia-
da, con más de 6 fases del Pleistoceno Medio, en la Península
Ibérica fue recientemente recopilado por Caro Gómez (2006)41
en una franja de 85 por 20-30 kilómetros, en el Bajo Guadalqui­
vir, entre Écija y Sevilla. En una prospección por este valle y sus
terrazas, recoge conjuntos de Paleolítico Inferior en 24 yacimien­
tos dentro del Pleistoceno Medio, entre las altas terrazas de la T5
a la T9 y las medias TIO y T i 1, pues la T12 ya se data en el Pleis­
toceno Superior: eso sí, carentes salvo rara excepción de fauna, y
algunos solo en nivel superficial. Veamos algunos: en la terraza 5
(a 139 metros), Cerro Higoso I, de hace poco menos de 780.000
años, tres niveles con industria: en el superior 116 piezas del
Modo 1. En la T6, a más de 115 metros, probable episodio OIS 15,
de hace cerca de 600.000 años, en el corte estratigráfico de Huer­
ta de la Reina, 184 piezas, entre las cuales un hendedor y tres trie­
dros, ya del Modo 2, y técnica Levallois presente. En T7, a más

198
POBLADORES DE IBERIA EN EL PLEISTOCENO MEDIO

de 100 metros, probable OIS 13, El Mingalario, dos niveles dre­


nados y un total de 1.074 piezas que incluyen 46 cantos tallados,
114 bifaces, 88 hendedores y 67 picos triédricos, y en otra terraza
de afluente correlacionada con esta, Cuesta Blanca, con 99 bifa­
ces, 38 hendedores y 28 triedros a techo aflorando, pero todavía
con matriz en el nivel superior. En Arroyo El Rubio, de la T8,
probablemente correlacionada con la fase OIS 11, a más de 85
metros, se prospectaron nueve niveles en una zanja, con indus­
tria escasa; en el corte del arroyo, con siete niveles, se recogieron
fósiles de vertebrados y moluscos, con muy escasos artefactos
líticos (en los niveles 5 y 6), y cantos tallados, siete bifaces, trece
hendedores, cuatro triedros, y varios casos de técnica Levallois,
en un total de 596 piezas (en los niveles 4 a 17). De la T9, a más
de 73 metros, correlacionada con el episodio OIS 9 y con dato
aproximado de más de 300.000 años, refiere Caro Gómez siete
localidades, y les correlaciona otras dos; entre las primeras, La
Quintana, un afloramiento de gravas de menos de un metro de
potencia, donde recolectó, en apenas ocho metros, 436 artefac­
tos líticos, en un 47% utensilios, con dos casos de técnica Leva­
llois, 38 bifaces, 18 hendedores y 4 triedros; en un afloramiento
superficial de Los Molinillos y concentrado en un área deprimida
de 80 por 30 metros cuadrados, el total de piezas líticas fue
2.159, en un 14% útiles acabados, entre los cuales 47 cantos,
27 bifaces, 2 hendedores y 4 picos triédricos.
De las terrazas medias, la TIO, a más de 55 metros, con me­
nos de 300.000 años, se ve en cortes naturales o de gravera; en el
de Harinera afloran tres niveles, todos con productos de indus­
tria; en el superior, 269 piezas, utensilios en un 35%, y de estos,
6 cantos tallados, 10 bifaces, 7 hendedores y 5 triedros. En 100
por 60 metros cuadrados, la superficie de la TI 1, a 35 metros, en
la localidad de El Caudal, con una notable concentración en
40 metros cuadrados, recogió 3.507 piezas líticas, de las que 1.501
son utensilios, incluyendo 136 cantos tallados, 90 bifaces, 112
hendedores, 152 picos triédricos, 54 lascas Levallois y 3 núcleos
Levallois.

199
HOMO HISPÁNICO

Así pues, a comienzos del Pleistoceno Medio se marca como


un hecho singular la introducción en Iberia del Modo 2, con
utensilios de gran formato, y en su último tramo progresan técni­
cas de este Modo 2. Lo que será el Modo 3 se va introduciendo
paulatinamente a lo largo de varios cientos de milenios.
Llama la atención la frecuencia y constancia en la Península
Ibérica a lo largo de este período, el Pleistoceno Medio, entre hace
780.000 y 134.000 años (más de medio millón de años), hasta
Galicia y Cataluña, pero especialmente en la mitad sur de los
conjuntos paleolíticos del Modo 2 con los 3 tipos: triedro robus­
to, hendedor con filo (diedro agudo) más o menos ancho, y bifaz
amigdaloide, que apenas se citan en el resto de Europa, salvo un
par de sitios de Francia. Recordemos que esta triple combina­
ción se conoce en Konso-Gardula (Etiopía), hace 1,38-1,34 mi­
llones de años, y pocos sitios más en Africa oriental, donde pron­
to dominan los hendedores, durante un corto tiempo, y luego los
bifaces; después en Levante. Más tarde se la ve en el Magreb,
con cerca de 700.000 años en Temifine. Nótese la proximidad de
este dato al de Huerta de la Reina, con su primera aparición eu­
ropea. No puede excluirse que el Modo 2, con los de gran for­
mato, llegara a Europa desde el Magreb por esta vía, a través del
Estrecho de Gibraltar, en aquel tiempo de regresión marina. La
permanencia de este triple instrumenta] no impide el progreso
en el detalle de su configuración, en la de pequeños utensilios,
además de la técnica Levallois, que dominará en el Paleolítico
Medio. La transición no es ni brusca ni monótona. En unas re­
giones se acelera hace 300.000 años; en otras se retrasa a menos
de los 135.000 años.

E scasos sitios con fósiles humanos en la H ispania


del P leistoceno M edio

Muy pocos yacimientos se conocen en la Península Ibérica


que hayan dado fósiles humanos del Pleistoceno Medio, al con­

200
POBLADORES DE IBERIA EN EL PLEISTOCENO MEDIO

trario de lo que hemos visto en sitios arqueológicos. Además de


la extraordinaria Sima de los Huesos, en la Sierra de Atapuerca,
de la que hemos de hablar con más extensión, se conocen hoy la
Cueva Negra del Estrecho del Río Quípar, en Murcia; la Cueva
del Congosto, en Guadalajara; probablemente Lezetxiki-1, en
Guipúzcoa, y dos piezas en la Galería de Atapuerca.
En la Cueva del Congosto (Alcorlo, Guadalajara) se citan dos
fósiles humanos, un metatarsiano y una vértebra cervical, que no
han sido descritos ni estudiados. Yacían, sin objetos de industria,
en un nivel del Pleistoceno Medio, con fósiles de varias especies
de murciélagos, erizo, castor, puercoespín, otros roedores, conejo,
lince, león, hiena, oso de las cavernas, ciervo, rebeco, un cápri-
do, un bovino, jabalí, caballos antiguos y rinoceronte de pradera.
El conjunto tenía trazas de haber sido originariamente un basu­
rero de hienas, pero removilizado en el interior de la cueva42.
El sitio de la Cueva Negra del Estrecho de Río Quípar es a
menudo citado como «Cueva Negra» simplemente. Es mejor re­
ferirlo como «Estrecho del Quípar», para no dar lugar a confu­
siones con otro yacimiento, muy conocido ya y citado, la «Cova
Negra» de Játiva, o Xátiva (Valencia), con fósiles de neandertales.
La del Estrecho del Río Quípar (Caravaca de la Cruz, Murcia)
se halla lejos de la costa, a 780 metros sobre el nivel del mar y a
40 metros sobre este río, afluente del Segura, a la salida de una
garganta entre sierra de Quípar y sierra de las Cabras y en el mar­
gen de una depresión, que en otro tiempo fue cuenca lacustre,
rodeada de montañas, en los subbéticos orientales. La vegetación
era variada, y también la fauna (ver más arriba). Algunos huesos
se hallan quemados. Hay, además, restos de talla que denotan
actividad en el sitio, que con toda probabilidad era usado transi­
toriamente, como «alto de caza», para asustar a las manadas en
el Estrecho y capturar algún despistado. Con dichos contextos se
hallaron fragmentos de húmero y de cúbito humanos y dientes,
que han sido clasificados como de Neandertal o próximos. Un
dato cronométrico reciente sitúa este conjunto en el Pleistoceno
Medio43.

201
HOMO HISPÁNICO

Un húmero completo, atribuido a un individuo femenino, fue


hallado en la cueva de Lezetxiki, Mondragón (Guipúzcoa), más
propiamente en el túnel que comunica con esta la cueva de Leibar,
en el nivel L-VII. Los datos de este nivel, revisados, dan edades
medias de 160.000 años U/Th y 225.000 años ESR: ambas fechas
son contradictorias con las del nivel superior, L-VI, que resultan
más coherentes y más antiguas, cuando debían ser más jóvenes,
240.000 años U/Th y 234 ESR. Las distintas situaciones de las
muestras tomadas no en la misma vertical, que han podido estar
expuestas a diferentes circunstancias posdeposicionales, y la obser­
vación en los cortes de una estratigrafía alterada por un cono de
derrubios, parecen obligar a una revisión, que está en curso, de
las secuencias estratigráficas del karst de Lezetxiki. No obstante,
parece fuera de toda duda que tanto los depósitos del nivel VII
como los del nivel VI ocurrieran en el Pleistoceno Medio, y muy
probablemente próximos en relación con el episodio OIS 7. La
semejanza del húmero de Lezetxiki con la muestra de Atapuerca-
SH (ver más adelante) es obvia, aun cuando no sea concluyente,
pero tampoco es imprudente atribuirlo a esta raza o demo de pre­
neandertales44.
En el extremo de la Galería de Atapuerca que comunica con
la sala de los Zarpazos y en que dominan los aportes procedentes
de esta y su inexplorado sistema, se han recogido dos fósiles hu­
manos en situaciones muy próximas pero en fechas y actuaciones
distantes. El primero, un fragmento de mandíbula AT 76-T1H,
hallado por Trinidad Torres en su prospección de 1976. No se
conocen las coordenadas de su situación, pero se piensa que
puede atribuirse a la unidad G il, con una edad de más de
250.000 años, más bien próxima a los 300.000 años. La presencia
de espacio retromolar, el toro mandibular y los tamaños de los
dos últimos molares bastan para atribuirla al demo de los pre­
neandertales europeos, el de la Sima de los Huesos, y también la
descendencia que viene de Mauer-Arago. El otro es un fragmen­
to de cráneo que comprende: parte posteromesial del parietal
derecho, pane posterior de la sutura sagital, otro fragmento me-
POBLADORES DE IBERIA EN EL PLEISTOCENO MEDIO

ñor contiguo del parietal izquierdo y el tramo central de la sutu­


ra lambdática con una porción muy pequeña adherida del occi­
pital que incluye el lambda. Este parietal es muy grueso, como
los más gruesos que se conocen de los dos demos europeos men­
cionados, y presenta una desigualdad en su curvatura sintomáti­
ca de un hundimiento por golpe o choque accidental sanado.
Fue encontrado en 1995, en la base de la unidad TG III: habría
pues pertenecido a un ocupante muy poco posterior al de la
mandíbula45.
Estos cuatro registros son pocos para tanto tiempo de evolu­
ción. En cambio, un sitio más, la Sima de los Huesos de Ata-
puerca-Ibeas de Juarros, excede cuanto ha podido guardar de
cuerpos humanos un yacimiento fósil en el registro mundial de
aquellos tiempos.
7
El grupo hum ano de A t a p u e r c a -S im a
de lo s H u e so s

Y acimiento recóndito de magnitudes excepcionales

E l sitio paleantropológico de Sima de los Huesos es excepcio­


nal, único por la extraordinaria abundancia de fósiles humanos,
más de 5.000 por ahora en corto espacio y tiempo, y el alto nú­
mero de esqueletos individuales a que pertenecían. También por
la buena conservación, incluso de los huesos más pequeños, y
por el recóndito lugar y difícil acceso al yacimiento, donde los
primeros fósiles humanos fueron descubiertos en 1976, bajo un
montón de miles de fósiles de osos, por el equipo de T. Torres
que estudiaba estos mamíferos, en un fondo de la Cueva Mayor1.
El sitio es un pequeño domo subterráneo en que termina una
angosta galería en rampa. Esta arranca hoy del fondo de una
sima vertical estrecha y profunda de 12,5 metros que da paso y
nombre al sitio. A la boca de esta se accede hoy por más de 450
metros de galerías y pasos difíciles en el interior de la Cueva Ma­
yor, que se halla en la parte de la Sierra de Atapuerca compren­
dida en el término de Ibeas de Juarros (Burgos). Paleantropólo-
gos y personalidades excepcionales han llegado hasta pocos
metros antes de la boca de la sima y se han vuelto sin ver el yaci­
miento ante su situación de difícil acceso. Se debe al Grupo Es-

205
HOMO HISPÁNICO

peleológico Edelweiss (GEE), de Burgos, la exploración y la to­


pografía correcta del sitio2. Ellos nos guiaron y siguen guiando y
colaborando en la Sima de los Huesos, en el marco de su explo­
ración y estudio del karst de Cueva Mayor y sus registros prehis­
tóricos e históricos. Miembro de este grupo es la karstóloga Ana
I. Ortega, autora de una tesis doctoral dedicada al estudio de
este conjunto de cuevas de la Sierra de Atapuerca3.
Insólito es el número de fósiles humanos que se llevan extraí­
dos del hoyo de la Sima de los Huesos (SH) en poco más de 20
años: más de 5.000, el 90% de los conocidos del Pleistoceno Me­
dio en todo el mundo. Si bien la mayoría de ellos son fragmen­
tos, muchos han podido reconocerse, y otros reunirse con sus
coláteres, ayudando así a recomponer, como en un gigantesco
rompecabezas, huesos de miembros, de cinturas, mandíbulas y
cráneos.
Se estudian la veintena de huesos largos enteros de brazos y
piernas. Hay seis húmeros más 27 fragmentos. En total, 518 hue­
sos de las manos y 391 de los pies, que son, por partes, hasta 121
del carpo, 103 del tarso, 93 metacarpianos, 80 metatarsianos, 208
falanges de pies y 304 falanges de manos. Hay 16 cráneos entre
casi completos e incompletos; 20 mandíbulas enteras o medias,
numerosos dientes sueltos, y algunas piezas tan difíciles de en­
contrar como el hioides, y los huesecillos del oído: martillo, yun­
que y estribo. También son insólitas las 15 clavículas, aunque
fragmentarias, más de una docena de escápulas y numerosas vér­
tebras.
El registro de mandíbulas fósiles de la Sima de los Huesos
incluye medio centenar de piezas. Algunas de estas se pudieron
recomponer. 20 ejemplares sirvieron para distinguir a otros tan­
tos individuos; entre aquellos, 4 mandíbulas completas: a una le
faltaba uno de los ramos ascendentes que articulan con el crá­
neo; otras tres, sin los dos ramos; 2 hemimandíbulas enteras,
esto es, el cuerpo mandibular de un lado con su ramo ascendente;
10 cuerpos mandibulares incompletos. Se añaden, sin poder ser
atribuidos a un individuo cierto, 18 fragmentos menores de cuer-

206
Plano en proyección de cavidades y galerías de Cueva Mayor, elaborado por
el Grupo Espeleológico Edelweiss (GEE), de la Diputación Provincial
de Burgos.
Alzado de la Sima de los Huesos, en Cueva Mayor. (Obsequio del Grupo
Espeleológico Edelweiss).
EL GRUPO HUMANO DE ATAPUERCA SIMA DE LOS HUESOS

Ampliación de la rampa terminal y área excavada en el fondo de la Sima de


los Huesos, y proyección de últimas galerías próximas a la sima. (Imagen cedi­
da por el GEE.)

pos mandibulares, 1 ramo ascendente entero y 6 fragmentos de


ramo.
El número mínimo de individuos se ha inferido recompo­
niendo mandíbulas, y series de dientes maxilares y mandibulares:
el desgaste de los dientes, su esmalte y las superficies de contacto
sirvieron para ello. Pieza que no entra en los individuos recom­
puestos se considera de otro individuo distinto. Otro cálculo se
hace, de modo parecido, con huesos largos, del brazo o de la
pierna, tras intentar recomponer los fragmentos que se encuen­
tran revueltos: pero no llegan a los 28 que se distinguen con las
mandíbulas y series dentarias4.
El cráneo 5 está completo, salvo limitadas esquirlas, y se
identificó la mandíbula que le corresponde; el cráneo 4 es una
caja craneana completa, sin su parte facial; otra docena de cráneos,
más o menos incompletos, se reconstituyeron con un número de
piezas entre 4 y 27. El cráneo 15 se extrajo en 2006.

209
HOMO HISPÁNICO

Hasta el año 2007 se habían contado 645 restos de vérte­


bras, 466 de costillas, 114 de escápulas, 42 de clavículas, 110 de
húmeros, 65 de cubitos, 85 de radios, 173 de fémures, 20 de ró­
tulas, 89 de tibias y 105 de peronés 5.

E dades, sexos , y rasgos en la población de SH

Se ha podido determinar la edad, en el momento de su muer­


te, de 28 individuos distintos representados por fósiles de la Sima
de los Huesos, con un margen de error, esto es, en grupos de cin­
co en cinco años. Los rasgos más atendidos como indicadores,
porque cambian con la edad a lo largo de nuestros ciclos vitales,
son: la soldadura de los huesos del cráneo que va borrando las lí­
neas marcadas de sutura entre uno y otro; la fusión entre las diáfi-
sis o cañas de los huesos largos de los miembros y las epífisis o ca­
bezas articulares, con lo que se va cerrando el crecimiento, no
simultánea sino sucesivamente, más temprano en hembras y que
se alarga más en varones; la erupción de los dientes, «de leche» y
definitivos, que es también sucesiva y muy prolongada en la hu­
manidad actual y se calcula en fósiles con un método muy elabo­
rado, así como el desgaste dentario, que, obviamente, puede va­
riar entre poblaciones y dentro de una misma población por
factores intrínsecos o extrínsecos, como los distintos nutrientes.
Las edades así averiguadas, hasta ahora, en SH son:

• entre 1 y 5 años, un individuo.


• entre 6 y 10 años, ninguno, por ahora.
• entre 11 y 15 años, nueve individuos, adolescentes.
• entre 16 y 20 años, nueve jóvenes.
• entre 21 y 25 años, tres jóvenes adultos.
• entre 26 y 30 años, dos adultos.
• entre 31 y 35 años, un adulto maduro.
• con más de 35 años, tres, que en aquella y otras razas pri­
mitivas ya serían seniles6.

210
EL. GRUPO HUMA.NO DE ATAPUERCA SIMA DE LOS HUESOS

Parece extraño que falten individuos infantiles, que sean tan


escasos los adultos maduros, y que los muertos más numerosos
sean los jóvenes y adolescentes. Más abajo volveremos sobre esta
cuestión al analizar las causas de la muerte en esta población.
Los distintos autores estiman, con mayor o menor precisión,
las estaturas de individuos conocidos solo por fósiles atendiendo
a medidas de uno u otro hueso. En la copiosa muestra de SH se
ha podido hacer buena aproximación estadística sobre 6 radios,
2 cubitos, 1 húmero, 2 fémures, una tibia y, según el diámetro de
la cavidad acetabular, en 5 restos pelvianos. También se ha podi­
do figurar el cilindro corporal, lo que permite deducir que una
estatura alta no se correspondía con un cuerpo esbelto, sino an­
cho; esto significa que en vida serían muy corpulentos y pesados.
Se distinguen, con mayor o menor seguridad, unas 12 hembras y
8 varones. El peso calculado por J. M. Carretero para jóvenes y
adultos está entre 58,75 y 81,43 kilos. La estatura media de doce
varones sería de 1,74 metros, con una estimación mínima de
1,685 y máxima de 1,791 metros; la media entre cinco hembras
viene a ser de unos 1,60 metros, entre una altura mínima de
1,534 y máxima de 1,657 metros7.
Hay una notable variedad en tamaño y en formas del lote de
mandíbulas que, con ayuda del grado de erupción y desgaste de los
dientes, se ha distribuido por edades. El hecho de que se dieran di­
ferencias notables, aun dentro de un mismo grupo de edad, en el
tamaño, robustez y altura del ramo ha permitido su atribución
a uno y otro sexo: A. Rosas ha trazado así las etapas de desarrollo
ontogénico con la distinción de sexos, mediante las magnitudes y di­
recciones de crecimiento o reabsorción del material óseo en las dis­
tintas partes de la mandíbula, en esta raza del Pleistoceno Medio
de la Sima de los Huesos8.
Entre los huesos del cráneo, los temporales incluyen la caja
del oído y otras formas peculiares en que se pueden encontrar
variantes distintivas de una estirpe o una raza, siempre que se
disponga de un número suficiente de ejemplares de la misma o
próxima procedencia y edad. En la muestra de la Sima de los

211
HOMO HISPÁNICO

Mandíbula humana de la Sima de los Huesos {SH), compuesta de dos frag­


mentos extraídos por T. Torres y C. Puch en 1976. {Servicio de Fotografía y
Archivo MNCN).

Huesos, bien pronto pudo I. Martínez examinar 9 rasgos morfo­


lógicos y 15 variables métricas en 6 de los cráneos y otros 10 hue­
sos temporales aislados9.
Se han podido estudiar y comparar otros rasgos generales del
cráneo. El frontal huido, la bóveda baja y el occipital alargado y
anguloso hacía atrás del cráneo Cr 5 no son compartidos en el
cráneo Cr 4: constituyen, pues, una forma presente, pero no úni­
ca, sino variable. La bóveda relativamente baja y el frontal estre­
cho son rasgos comunes, y muy frecuentes también las bolsas pa­
rietales. El cráneo facial del primero es muy significativo, con el
macizo maxilar grande, proyectado hacia delante, y puede decir­

212
EL GRUPO HUMANO DE ATAPUERCA SIMA DE LOS HUESOS

se que de aspecto hinchado, pues no hay fosa canina entre el sa­


liente nasal y el pómulo, ni hay fosa o depresión maxilo-malar
entre este y la pared de las raíces de los molares superiores. Las
órbitas son grandes y redondas, o casi. Con el saliente hacia de­
lante de la boca (prognatismo) va el adelantamiento del arco de
los dientes, que deja un espacio, llamado «retromolar», entre el
talón de la última muela de abajo y el borde anterior de la rama
ascendente de la mandíbula.
Las mandíbulas son robustas, carecen de mentón; el cuerpo
mandibular es más bien bajo con el borde inferior ancho, plano, pa­
ralelo a la fila de dientes y con un acusado reborde; las ramas ascen­
dentes son largas, poco altas y con el borde superior poco escotado.
La dentadura también distingue a la población de la Sima de
los Huesos, no solo de los humanos más modernos, sino de demos
fósiles más antiguos y contemporáneos de otros continentes, y
asimismo se observan en ella rasgos comunes o próximos con
unos o con otros. Se ven incisivos superiores «en pala», caninos
con cíngulos gruesos, premolares no molariformes, molares de­
crecientes ya del primero al segundo, tanto en largo como en an­
cho: lo primero los asemeja más a neandertales; el último de es­
tos rasgos los aleja de ellos y es típicamente moderno.
Hay rasgos distintivos en las clavículas, como su longitud, su
fuerte curvatura en «s» y el fuste comprimido de modo antero-
posterior, con sección ovoide. En el húmero, la cabeza articular,
que es oval, un ángulo de torsión bajo, y varios refuerzos en la
zona articular del codo. J. M. Carretero tomó 12 rasgos morfo-
métrícos en las clavículas y 29 medidas en los húmeros. En otra
tesis reciente se han estudiado también los huesos de la mano10.
Se conserva una pelvis entera, además de otros fragmentos.
Es muy ancha, desde la abertura inferior, más entre los acetábu­
los para la articulación con las cabezas de los fémures y en los
extremos ilíacos superiores. Los individuos eran, pues, muy an­
chos de caderas, independientemente del sexo al que pertenecie­
ran. Se ven también muy fuertes las inserciones musculares, que
dejan inferir gran robustez en las piernas u.

213
HOMO HISPÁNICO

De la espina dorsal se ha podido estudiar el conjunto, y en


detalle las primeras vértebras del cuello, atlas y axis de unos 11
individuos, en especial tres pares de estas asociadas. Uno perte­
nece al individuo XXI, el del cráneo Cr 5. Destaca el conducto
medular largo de los atlas y corto en los axis, que son anchos en
comparación con los modernos12.

D emografía y muerte de los humanos de SH

En el género humano se da una notable variabilidad genética


y consiguiente diversidad de rasgos, no solo de razas dentro de la
especie, sino en pequeños grupos, incluso familiares. Por ello
siempre ha de ser provisional o abierta la caracterización del pre­
sunto grupo humano pretérito ocupante de una región, que solo
podemos conocer por uno o pocos fósiles de un yacimiento y un
nivel. De aquí el gran potencial científico que la muestra de Ata-
puerca-Sima de los Huesos posee por la alta cantidad de fósiles
de una supuesta comunidad humana suprafamiliar o tribal, que
incluye restos de un número considerable de esqueletos. Ello
permite conocer variables para un rasgo morfológico dentro del
grupo, y apreciar los rasgos biométricos con valores y márgenes
estadísticos. También da lugar, por esto mismo, a estudios paleo-
demográficos. Esta posibilidad no se encuentra hasta ahora en
ningún otro yacimiento paleantropológico anterior a neanderta­
les del Pleistoceno Superior. Los estudios estadísticos corrientes
tienen márgenes mucho más amplios, o se basan en la incierta
suposición de parentesco entre ocupantes de lugares distintos de
una comarca o región y no contemporáneos.
Ahora bien, en el caso que nos ocupa las conclusiones que se
quieran inferir mediante análisis biostadísticos o de magnitudes
demográficas serán diferentes, según que la muerte de 28 indivi­
duos hubiera ocurrido a una vez o en tiempos sucesivos; es decir,
por un mismo accidente, o por muerte natural. En este segundo
caso, valdría la probabilidad estadística de la mortalidad, según

214
Reconstrucción de un individuo adulto (izquierda) y un adolescente (derecha)
del «Paleo-demo Petralona/Atapuerca-Sima», basada en k morfología de varios
cráneos y mandíbulas de la Sima de los Huesos de Atapuerca, correspondientes
a individuos de los dos grupos de edad. (Mauricio Antón).
HOMO HISPÁNICO

las edades de muerte en una población. En el primer caso, ten­


dríamos lo más parecido al censo de una población contemporá­
nea: la composición de esta en un momento dado. Uno y otro
dato pueden ser relevantes para valorar aspectos del éxito adap-
tativo, o de supervivencia, de un linaje, pero dan información di­
ferente. Es, pues, necesario, investigar con solidez y base en da­
tos probados qué escenarios hipotéticos de la acumulación
observada y deposición de tantos esqueletos han de rechazarse
por incongruencia con las condiciones obvias en el yacimiento y
sus contenidos, y cuál es el único escenario sostenible de la for­
mación de este.
Los escenarios hipotéticos de partida sobre la acumulación
de huesos del yacimiento humano de la Sima de los Huesos son:
primero, era lugar de enterramiento ritual o cultural de los falle­
cidos por distintas causas de muerte y en tiempos distintos en
una población próxima y estable. Segundo, fue lugar de acumu­
lación de restos de cuerpos que habían sido presas de carnívoros.
Tercero, fueron cadáveres de un grupo muerto por accidente en
la cueva donde se habían refugiado y llevados a la sima por fac­
tores sedimentarios.
El escenario de enterramiento ritual era fácil de figurarse: se
afirmó sin discusión, tuvo éxito publicitario y no se ha modifica­
do ni en trabajos ni en tesis recientes. Cierto que no se debía de­
sechar a priori, y como hipótesis era justo y obligado planteárse­
lo, pero también luego discutirlo. Había sido propuesta una
explicación cultural análoga para los fósiles humanos de la Loca­
lidad 1 de Zhoukoudián, y en este caso no se la puede rechazar
sin más, porque es adaptada a los datos de observación en que se
basa en dicho yacimiento13. En el caso de la Sima de los Huesos
no se dan circunstancias parecidas, y las que se pueden observar
son incompatibles con este escenario. Los esqueletos se hallan
rotos, revueltos y hacinados, solos en un espacio muy corto, so­
bre todo envueltos en una misma y homogénea matriz lodosa.
De haber sido enterrados sucesivamente, habrían arrastrado con­
sigo, aunque en pequeña cantidad, materiales distintos según el

216
EL GRUPO HUMANO DE ATAPUERCA-SIMA DE LOS HUESOS

año y estación, y entre medias habría sedimentos distintos, y se


notarían las diferencias en la matriz envolvente aun cuando se re­
volvieran más tarde en la sima o en su fondo. En los restos de al­
gunos de los 28 individuos y entre sus múltiples señales patológi­
cas observadas (ver más abajo), cabría esperar ciertos indicios de
verosímiles accidentes o causas de muerte: no se ve ninguna, sino
la infección oral renovada del individuo XXI, que es precisa­
mente uno de los tres de más edad del grupo. No es ilógico
echar de menos otros restos casuales, o de ajuar u obsequio mor­
tuorio, y el celebrado bifaz de talla fina y modélica en cuarcita
no tendría por qué ser único y excepcional en esta hipótesis.
Además, si se echan los cadáveres por la boca de una sima, es
para preservarlos de los carroñeros: esta hipótesis es incompati­
ble con las marcas de dientes de león y de zorros observadas por
Femández-Jalvo y Andrews.
En dichas marcas basan estos autores la segunda interpreta­
ción hipotética del yacimiento como acumulación de restos de
comida de carnívoros14. Pero los yacimientos en cuevas con este
origen presentan condiciones que no se dan aquí: hay una selec­
ción mayor o menor de partes anatómicas; el mordisqueo y mo­
delo de roturas en los huesos es característico y más general.
Además, es más que improbable una estricta y exclusiva selec­
ción de humanos por estos carnívoros, predadores o carroñeros.
Lo que sí fue bien observado por Andrews y Fernández-Jalvo es
la presencia de un doble tipo de fracturas en los huesos humanos
de la Sima de los Huesos: unas astilladas, como ocurre cuando se
casca o golpea un hueso fresco; otras transversas y rectas, que
solo se presentan cuando la ordenación del componente mineral
sólido del hueso ha sido alterada pasado un tiempo. Ello prueba
que el bloque de restos esqueléticos en su matriz fangosa y en
proceso de fosilización fue removíüzado por gravedad en un
hundimiento posterior de esta parte del karst.
La hipótesis de muerte de un colectivo por un accidente que
afectó a la vez a los miembros que lo componían se basa en la
unidad del bloque integrado por todos los restos esqueléticos,

217
HOMO HISPÁNICO

más o menos fragmentados pero juntos y revueltos; en la unidad


también de la matriz que los envuelve, sin apenas impurezas ni
señales de cambios estacionales, así como en el hecho de que no se
hayan alterado por el secundario hundimiento o succión. Por
esta bola de barro no ha circulado agua entre los esqueletos,
como se ve por la buena, fina y uniforme conservación de la su­
perficie exterior de los huesos y por la presencia de huesos tan
pequeños como los del oído y falanges del pie. Estas circunstan­
cias no se conciben, e incluso puede decirse que resultan imposi­
bles, en un lugar de entierros sucesivos. A esto se añade que la
Sima de los Huesos se halla actualmente, por proyección verti­
cal, bajo un polje, esto es, un pequeño campo labrado en un tra­
mo hundido entre bloques aflorantes de las calizas de la sierra,
con señales de fractura en los bordes, y fondo relleno de sedi­
mentos finos de edad terciaria que cubrían el techo de la antigua
cavidad y la ladera de la sierra, antes de desplomarse este. Hubo
de tener al menos una cavidad más exterior, un portal y entrada
hoy desaparecidos por hundimiento. En la sima se observa de­
sembocadura de otra u otras galerías, hoy obstruidas, distintas
del acceso actual. Y se ve techo roto, con bloques desprendidos
y un cono de margas terciarias tapando el boquete. Una de esas
galerías pudo ser el acceso de osos de cavernas que cayeron más
tarde entrampados en la sima, cubriendo el paquete de fósiles
humanos, y envueltos en matriz diferente: pocos fósiles de unos
y de otros se hallan mezclados en los contactos entre las dos ca­
pas sedimentarias.
El escenario verosímil para esta hipótesis, conforme a los da­
tos y circunstancias mencionadas, es el del fallecimiento simultá­
neo de un número de individuos que se hallaban juntos en el in­
terior, aunque no muy adentro, de una cueva, y a causa del cierre
o desplome accidental de su entrada. Una lluvia esporádica e in­
tensa, estacional, pudo muy bien motivar que las personas que se
desplazaban en grupo se refugiaran en el portal de la cueva, y
causar un corrimiento de tierras en la ladera que o bien cegara la
entrada, o bien produjera un hundimiento parcial del techo del

218
EL GRUPO HUMANO DE ATAPUERCA SIMA DE LOS HUESOS

Reconstrucción de una escena tras la antigua entrada a la Sima de los Huesos


en Atapuerca. Un grupo de homínidos es sorprendido por un corrimiento de
tierras en la colina, que causa el bloqueo de la entrada de la cueva y les deja
encerrados en el interior. (Mauricio Antón).

refugio. Propias de tales lluvias torrenciales en el estío con climas


cálidos, como el actual, son las corrientes de fango, que se torna
rojizo por oxidación, como el de la matriz que envuelve los hue­
sos de SH.
El fango acumulado pudo muy bien arrastrar los cadáveres
en iniciada descomposición —en que se pierde peso— y desli­
zados por una pendiente suave hasta la boca de la sima, sin
arrastrar otros objetos pesados que portaran aquellos individuos,
a menos que llevaran alguno bien atado o sujeto como distinti­
vo 15. En este escenario cabe explicar las huellas de mordiscos de
carnívoros, y la presencia de fósiles de unos pocos de estos, si
tras el taponamiento del portal por el corrimiento de tierras, o
hundimiento, el cono de derrubios descendiera ligeramente

219
HOMO HISPÁNICO

dejando una rendija por la que saliera el olor y este los atrajera.
En este caso, también cabe una posible explicación a la falta o
escasez de esqueletos infantiles: los huesos de estos son blandos
y la carne tierna. En una tesis reciente y aplicando una técnica
innovadora de ultramicroscopía confocal con rayos láser —que
permite observar sin destrucción ni corte y en tres dimensiones
el interior de tejidos óseos en actuales y en fósiles—, se ha visto
que la red interna del hueso de varias muestras de la Sima de los
Huesos está destruida. Ello choca con la exquisita conservación
de la superficie externa de estos huesos, con sus rugosidades y
poros, y es atribuido por su autor, A. Pérez-Ochoa, a una acción
bacterianalb. El hecho de que esta última afecte igualmente a di­
versos cadáveres del conjunto se explica mejor en el escenario de
la muerte y descomposición estrictamente contemporáneas.

El dato cronológico

Al comienzo de los trabajos en la Sima de los Huesos se asig­


naba a estos humanos fósiles una antigüedad de hace alrededor
de 300.000 años: hoy se dice que más de 400.000 y hasta cerca de
500.000. Son cifras demasiado dispares como para admitirlas sin
crítica, así que es preciso examinar cómo se ha llegado a ellas
para quedamos con la más segura.
Recordemos que las edades del pasado geológico se miden
en rocas o en fósiles por técnicas basadas en un constante repe­
tirse bien conocido de diversos cambios de radiactividad o de
otras alteraciones físico-químicas que ocurren en minerales u otros
cuerpos sedimentarios, y que ninguna de las cifras que se obtie­
nen es totalmente exacta o absoluta. Estas difieren en un mismo
horizonte sedimentario según cuál sea el método empleado, se­
gún el objeto del que se toma la muestra analizada, y también,
siendo estas bases las mismas, según el centro y el laboratorio en
que se analizan las muestras. Cabe recordar que las diferencias
derivadas de este último factor son normalmente las menores.

220
EL GRUPO HUMANO DE ATAPUERCA-SIMA DE LOS HUESOS

Pues bien, en la Sima de los Huesos se han cronometrado


dientes de osos, fósiles humanos y cristalizaciones de diversas
costras estalagmíticas en distintas posiciones. Las técnicas crono­
métricas usadas han sido las de isótopos U-Th, resonancia de sal­
to electrónico (ESR), termoionización (TIMS) y, en un caso, el
de la mandíbula humana AT-75 (del individuo VI, femenino), la
no destructiva por recuento espectrográfico de rayos gamma.
Este último método fue el empleado por Y. Yokoyama y C. Fal-
guéres poco después del hallazgo de este fósil en 1983, contando
emisiones sin tener que extraer muestra, y dio como resultado
entre 233.000 y 320.000 años. La técnica TIMS en fósiles huma­
nos ha dado entre 108.000 y 221.000 años. La combinación de
medidas ESR y U-Th en dientes de oso dice entre 200.000 y
300.000 años. Los fósiles de oso están en un nivel superior, son
menos antiguos que los humanos, por tanto el dato de TIMS pa­
rece tener error y el de los rayos gamma es más verosímil.
En cuanto a las costras estalagmíticas, la que llaman «colada»
se extiende en el estrecho pasillo o Rampa, que va inclinado des­
de el fondo de la sima vertical al último pequeño domo donde se
hallan amontonados los fósiles humanos. En la Rampa también
se superponen, y aun se rozan y se mezclan algo los niveles con
osos y con humanos: la colada estalagmítica que los recubre
cuenta con datos U-Th entre 200.000 y 90.000 años.
Otro dato de calcita estalagmítica sobre un depósito con mu­
chos fósiles de oso y dos falanges humanas, en el arranque supe­
rior de la rampa, señala entre 400.000 y 500.000 años TIMS: este
punto se encuentra al otro lado del fondo del tubo vertical actual­
mente abierto de la sima, al pie de otro tubo hoy cerrado, y se ve
que estos depósitos provienen de esa otra sima, u otro conducto
obliterado17. Aquí, como en otro u otros puntos donde se ven res­
tos en la pared de una costra estalagmítica rota con datos de más
de 350.000 años, justo encima de la masa de fósiles humanos, lo
más seguro es que se haya producido una inversión estratigráfica.
La apertura de un conducto vertical o inclinado en cuevas
deja con frecuencia restos de un techo cementado de depósitos

221
HOMO HISPÁNICO

que se vacían y dejan sitio a nuevos rellenos que vienen a situarse


por debajo de ese techo, antes suelo estalagmídco, que en tal po­
sición parecen más antiguos que este, aunque son en realidad
más jóvenes. Esto me parece evidente en el punto de los huesos
humanos amontonados, y hemos mencionado la prueba señalada
por Fernández-Jalvo y Andrews de un segundo hundimiento que
los afectó. Por tanto, estos datos de restos de costras no restan
probabilidad al dato de alrededor de 300.000 años y menos de
350.000 años para los humanos de la Sima de los Huesos, que es
coherente con los datos más jóvenes de los fósiles de oso y de la
colada1S.

Parentescos con humanos contemporáneos


y de otros tiempos

Se han podido comparar con detalle los numerosos rasgos


observados y medidos en fósiles de la Sima de los Huesos con el
registro global de fósiles del género humano. La mayor semejan­
za se encuentra con los del Pleistoceno Medio de Europa: Petra-
lona, Arago, Mauer.
Junto con rasgos que pueden considerarse plesiomorfos, no
variados respecto al común de una humanidad primitiva, hay va­
riantes que serán características destacadas de los neandertales,
sobre todo en el cráneo facial, en proporciones y relieves de la
mandíbula, en contornos y volumen del neurocráneo —dentro
de la variabilidad observada— , en formas de algunos dientes, en
proporciones corporales. Algunas o la mayoría se hallan tam­
bién presentes en el demo africano de Kabwe y Bodo. En otros
rasgos, en cambio, se aprecian parecidos con los humanos mo­
dernos, como las proporciones de los dientes yugales, el tamaño
decreciente en la serie molar, la presencia en la mayoría de los
cráneos de unas bolsas o casi ángulos en que terminan las pare­
des verticales de los huesos parietales, y con este, otros rasgos y
proporciones del cráneo Cr 4; también se conocen estos en fósi­

222
EL GRUPO HUMANO DE ATAPUERCA-SIMA DE LOS HUESOS

les de Africa contemporáneos y más antiguos. La variabilidad in-


trapoblacional en formas y dimensiones de la muestra de cráneos
de la Sima de los Huesos es un hecho obvio, que debe tenerse en
cuenta y no ser pasado por alto.
El conjunto de unos y otros, y los análisis multivariantes, si­
túan estos fósiles entre razas humanas primitivas y antiguas de
un lado, y los modernos y neandertales de otro, pero más próxi­
mos a estos últimos. Los que están más cercanos en distintos
análisis son el demo de Kabwe o Rhodesia con Bodo, y el cráneo
de Petralona, con la observación de que en algunos factores cra­
neales el cráneo Cr 5 de la Sima de los Huesos se arrima notable­
mente a los neandertales 19. La conclusión bien establecida es
que la población de esta última es próxima o más bien parte de
la raza mesopleistocena europea antecesora de la de Neandertal,
el llamado Homo heidelbergensis, o mejor, demo de Mauer-Ara-
go, y que está justificado considerarla, a su vez, muy afín al pale-
odemo africano de Kabwe, emparentada con una raza de Bodo
más antigua y de las mandíbulas OH22 y OH23 de Olduvai, que
se puede, con fundamento, considerar su antecesora.
Esto plantea una nueva cuestión, derivada también de las no­
tables diferencias, incluso antagonismo en los rasgos apomórfi-
cos (derivados), entre el paleodemo de la Sima de los Huesos y el
vecino en el espacio pero distante en el tiempo del Estrato Auro­
ra, en la Gran Dolína. Aquel no puede en modo alguno ser con­
siderado descendiente de este, sino fuera del trabajo científico y
al margen de los hechos observados. La cuestión es, entonces, de
dónde, cuándo, cómo y por qué vía habría llegado a Europa esta
raza de anteneandertales. No hay todavía respuestas seguras,
pero sí hipótesis que merecen atención y estudio. La que parece
mejor fundada propone que vinieran de Africa por el parentesco
obvio mencionado con los de Bodo. El tiempo más seguro puede
bien haber sido la primera parte del Pleistoceno Medio, y una
vía probable, el extremo oeste del Mediterráneo, esto es, el lla­
mado Estrecho de Gibraltar, o de Tarifa, pues en Tarifa la distan­
cia es menor, y también la profundidad, con un arco de arrecifes

223
HOMO HISPÁNICO

hoy sumergido, pero que pudo presentar islotes en tiempos fríos


y con nivel del mar bajo. Estas circunstancias se dieron desde el
episodio OIS 18 al 16 inclusive, entre hace más de 750.000 años
y unos 620.000 años, De este intervalo, además, se conocen en el
norte de Africa conjuntos de utensilios del Modo 2 con bifaces,
hendedores y triedros, como los que son frecuentes en Iberia
desde hace algo más de 650.000 años, tiempo en que son desco­
nocidos, o casi, en el resto de Europa, como hemos mencionado
en la sección precedente.
Estos registros pueden no ser convincentes por separado;
pero convienen en el tiempo y concuerdan con los otros datos
mencionados en la posibilidad geográfica de dicha hipótesis,
convergencias que refuerzan la probabilidad de este escenario.
El tema merece estudio, pues dichos conjuntos industriales no
tienen igual en el centro y norte de Europa, donde sí son conoci­
dos, como hemos visto, los preneandertales de Mauer-Arago. Su
seguro parentesco con los de Bodo-Kabwe puede hacer pensar
que distintos grupos pasaran a Europa en el primer tercio del
Pleistoceno Medio, unos por una vía, otros por otra, bordeando
el Mediterráneo por el este y a través de estrechos por el oeste.

A lgo sobre el modo de vida y penurias


DE LA POBLACIÓN DE SH

Pocas pruebas sóüdas quedan sobre los impactos ambienta­


les, desarrollo mental y social en vida y actividades de los muer­
tos de la Sima de los Huesos. Las pruebas reales que se encuen­
tran en otros sitios, restos de comida, de talla y uso de utensilios
líticos, faltan aquí por completo. Solo quedaba buscar en los pro­
pios restos humanos indicios funcionales o síntomas patológicos
e inferir las causas de estos, como se ha hecho con el máximo ri­
gor, y signos indicadores de ambiente y clima en la matriz que los
envuelve. Hace no mucho se encontró un solo instrumento de
piedra que ha servido de reclamo. Este utensilio lítico puede

224
EL GRUPO HUMANO DE ATAPUERCA-SIMA DE LOS HUESOS

decirnos algo en respuesta a las cuestiones planteadas. Es un


bifaz en cuarcita, de forma amigdaloide, acabado perfecto con
lasca suave y filo recto, que se obtenía más fácilmente retocan­
do el sílex con percutores blandos. En cuarcita esto es mucho
más difícil.
Así que da a conocer dos cosas. Una, que sugiere un marco
cronológico difícilmente anterior al episodio O IS 9, en que se
empieza a conocer en Europa este Modo 2 evolucionado, esto es,
con menos de los 400.000 años. Es de notar la coincidencia cro­
nológica de este intervalo con la parte superior, no terminal, de
la unidad TD 10 en Gran Dolina, que puede verse reforzada con la
presencia en este nivel estratégico de coladas de barro, con tono
rojizo, cuyo parentesco con el que envuelve los huesos de la Sima
de los Huesos llama la atención y pide estudio. Las condiciones
climáticas en que ocurren estas coladas de barro son definidas:
fuertes lluvias, rápidas y cuantiosas precipitaciones, estacionales
y más concretamente veraniegas, que se producen, como ahora
en la España mediterránea e interior, con inundaciones destruc­
tivas en regiones con pluviosidad anual generalmente baja y cli­
ma cálido.
En segundo lugar, el lodo no hubiera arrastrado la pieza de
no ir esta bien atada y sujeta al cadáver que flotaba, como los de­
más, en el fango por la degradación posmortal de los lípidos. Los
otros muertos también llevarían objetos o bultos pesados: estos
quedarían en el fondo, en el portal de la antigua cueva, al sucum­
bir aquellos. El que este objeto fuera arrastrado con el cuerpo
flotante de su dueño es prueba de que iba bien sujeto a él, ex­
cepcionalmente, lo que permite interpretarlo como insignia y
símbolo de identidad y prestigio personal. Estos podrían ser los
de un jefe o un maestro artífice, o ambas cosas. Y de ello a la vez
se deducen en aquella gente conceptos de mérito, distinción so­
cial y algo, al menos, de lenguaje simbólico.
La capacidad del lenguaje, comparable con el nuestro, se ha
inferido también de estos fósiles en partes del esqueleto craneal
localizadas con las funciones del habla y también del oído. La

225
HOMO HISPÁNICO

primera es el hueso hioides, ligero y en horquilla, debajo de la


lengua y al borde de la laringe. Se conocen fósiles cinco hioi­
des de homínidos en registro global: uno de hace más de 3 mi­
llones de años, de un australopiteco, que se asemeja a los de pri­
mates hominoideos actuales. Tres son de fósiles españoles: uno
de Neandertal del Sidrón, de hace 43.000 años, y dos de la Sima
de los Huesos, prácticamente iguales a los modernos.
El profesor I. Martínez20, que los ha estudiado, reconoce,
con todo, que de la capacidad biológica de hablar no es legíti­
mo concluir que de hecho se hablara como actualmente. Vale
para el conocimiento científico el antiguo proverbio «De posse
ad factum non valet íllatio» (‘No vale inferir de la posibilidad el
hecho’), que me gusta repetir a este propósito. Todos tenemos
capacidades que no ejercitamos: podemos hacer muchas cosas
que no hacemos, ni hemos hecho, ni haremos nunca. Y otra ca­
pacidad vista excepcionalmente en el registro fósil humano de la
Sima de los Huesos es la de los huesecillos del oído: martillo,
yunque y estribo. Su semejanza con los nuestros permite deducir
una capacidad de percibir las combinaciones y los matices de un
lenguaje articulado, como el nuestro. Pero tenemos igual recorte:
no consta que la ejercieran, a falta de restos de industria lítica,
salvo el mentado bifaz.
Y ¿qué permiten deducir sobre la vida de aquellos humanos
las huellas que en los fósiles dejaran enfermedades o accidentes?
Esta investigación, llevada a cabo por P. J. Pérez, ha sido extensa
y rigurosa y ha conducido a descubrir en los restos óseos sínto­
mas de enfermedades y otros efectos; de los síntomas se han de­
ducido los accidentes y cuadros patogénicos, y de estos, las cau­
sas o etiologías21. Este cuadro de enfermedades y alteraciones
registradas en la población humana fósil de la Sima de los Hue­
sos, estudiadas en todas las partes del esqueleto y cuidadosamen­
te distinguidas de otras alteraciones tafonómicas, incluye:

a) Como patologías muy comunes en aquella población, ar-


tropatías y cribra orbitaria.

226
EL GRUPO HUMANO DE ATAPUERCA-SIMA DE LOS HUESOS

1. Es muy común una artrosis degenerativa de la arti­


culación del hueso temporal y la mandíbula, que se
observa en seis individuos entre ocho estudiables,
entre los cuales varios inmaduros. Se acompaña de
esclerosis, osteoporosis y alteraciones de la estructu­
ra interna de los huesos. Las personas que padecen
este mal sufren dolor al masticar, chasquidos articula­
res, limitación para abrir la boca al hablar. Su etiolo­
gía es discutible: la causa puede estar en el esfuerzo
biomecánico de las diversas funciones bucales, o en
las sobrecargas y reducciones que sufre el tejido óseo
con el crecimiento diferencial en las distintas regio­
nes de la mandíbula (estrés morfogénico), o puede
estar influido por el ambiente húmedo de las cuevas,
como otras artropatías, o tratarse de una predisposi­
ción hereditaria en una población endogámica.
El cráneo Cr 4 tiene, además, artritis avanzada en
los cóndilos occipitales, con importante dificultad y
dolor en los movimientos de la cabeza, y los dos con­
ductos auditivos obstruidos por hiperostosis.
2. Es también alta la frecuencia de cribra orbitaria, ex­
tensión de perforaciones en el techo de la cavidad de
las órbitas, que luego da lugar a surcos serpenteantes
en esa superficie. Se ha registrado en una veintena
de casos, de un mínimo de diez individuos, inclusive
en varios de edad inmadura. Es un mal bien conoci­
do y estudiado, cuya etiología se discute. Para unos
la causa está en la anemia, deficiencia de hierro; para
otros se trataría de una osteoporosis hiperostósica
benigna, y los hay también que apuntan a defecto de
adaptación ecológica.
b) Se dan también con relativa frecuencia:
3. Las hipoplasias en el esmalte dentario. El esmalte de
los dientes crece por deposición constante del mine­
ral que lo constituye en capas, al tiempo de formarse

227
HOMO HISPANICO

y crecer estos en sus alvéolos. La hipoplasia respon­


de a interrupción, en casos repetidos, de ese creci­
miento, y los dientes afectados presentan agujeros,
líneas o surcos en la superficie del esmalte. Por su
altura en la corona del diente se infiere la edad del
individuo en que se produjo. La causa puede estar
en la calidad de la dieta u otra deficiencia vital o so­
cial, como en ciertas enfermedades que alteran la in­
gestión o el metabolismo. En la muestra de la Sima
de los Huesos se ha visto en 25 de 210 dientes exa­
minados, un 11,9%. En poblaciones actuales se co­
noce con porcentajes semejantes y aun mayores; en
neandertales es el 41,9%. En la sima de los Huesos,
más del 80% de los casos se produjeron en edades
menores de 7 años; el máximo, entre 3 y 4 años. Se
ha hecho notar que es la edad del destete, y que mu­
chos niños presentan resistencia al pasar a comer
alimentos duros. La mayoría de los casos restantes
ocurrieron en edad entre 10 y 25 años.
4. Las líneas de Harris. Son trazos transversales de con­
densación ósea, visible en radioscopia y radiografía
en diáfisis de huesos largos, metacarpíanos o meta-
tarsianos, más frecuentes en las tibias y próximos a la
epífisis proximal o a la distal. Son normales en niños
y desaparecen con la edad en un alto porcentaje de
individuos afectados. Unos las relacionan con enfer­
medades infantiles como el sarampión, la varicela, y
más con hiponutrición. Se señalan varios casos en la
población de la Sima de los Huesos.
Menos frecuentes son:
5. Casos de traumatismos craneales: se han registrado
varias lesiones no graves, sanadas, sin señales de in­
fección casi todas. La más grave, una de golpe sobre
el borde superior extremo de una órbita de indivi­
duo joven, en proceso de regeneración. La mandíbu­

228
EL GRUPO HUMANO DE ATAPUERCA-SIMA DE LOS HUESOS

la AT-772/AT-792 del individuo XXVII perdió tres


incisivos por causa de un golpe; los alvéolos se reab­
sorbieron al curar, pero parece observarse señal de
parodontosis. Hay una marca de incisión en un hue­
so lambdático. El cráneo Cr 4 presenta dos señales
de trauma por golpe, regenerados y con un osteoma
añadido en uno de ellos.
6. Las huellas visibles de infecciones bacterianas no son
frecuentes. Sí parecen muy extendidas las afecciones
maxilodentarias que experimentó el individuo XXI,
del que se conservan el cráneo completo (Cr 5) y la
mandíbula, un varón de más de 35 años, realmente
senil. El cráneo presenta una osteítis maxilar extensa
en el lado izquierdo, con reabsorción notable segui­
da de reconstrucción hiperostósica que parte de un
absceso apical del primer premolar y afecta hasta el
borde de la abertura nasal. La mandíbula está afecta­
da por un absceso apical junto al incisivo lateral del
mismo lado, que dejó señales de intensa o prolonga­
da periodontitis. Ambas alteraciones se consideran
causadas por placa bacteriana y graves, pero el indi­
viduo que las padeció fue uno de los tres con más
larga vida del grupo de treinta.
No se ven signos de caries y sí uso de monda­
dientes. Queda dicho que una mandíbula golpeada y
sanada presenta signos de parodontosis, y se ha pro­
puesto una reacción contra microorganismos como
causa de la cribra orbitaria y su consiguiente surco
venoso vermiforme. El examen de varias piezas con
ultramicroscopio confocal en relieve ha revelado una
alteración generalizada en la microstructura del teji­
do óseo, que se atribuye a acción bacteriana: esta se­
ría posmortal en el lodo que envolvió los cadáveres,
e inexplicable en la tesis de enterramientos sucesi­
vos, como se dice más arriba.

229
HOMO HISPÁNICO

d) Casos singulares:
7. Uno de neoformación, doble pero no grave, que
causó dos pequeños osteomas o nodulos en el fron­
tal AT-630/AT-777, acompañados de hipervasculari-
zación.
8. Un caso de hipercementosis dental, leve pero exten­
dida en la dentadura del individuo VII, masculino
adulto. La etiología es dudosa, entre una periodon-
tosis, de la que no hay otra señal segura en los hue­
sos maxilares, y una reacción orgánica frente a un
excesivo desgaste dental.

Se añaden a estas señales otras no patológicas, como son las


de desgaste en caras posteriores y anteriores de dientes, en senti­
do de fuera adentro, producidas voluntariamente con palillos, o
espinas con propósito de higiene dental, y marcas en la superfi­
cie externa de dientes anteriores causadas con filos silíceos, sin
duda al intentar cortar o raer otras superficies sirviéndose de la
dentadura para tener tirante el objeto del trabajo.
Vemos, en resumen, un grupo en general sano y resistente,
con dificultades más o menos frecuentes en la nutrición, y con
propensión a las afecciones artrósicas y a otro mal de los huesos
parecido a la osteoporosis. Los huesos afectados por golpes acci­
dentales resanaban normalmente. En ninguno se ve señal de ac­
cidente o enfermedad que haya podido causar la muerte, lo que
también es contrario a la teoría de muertes sucesivas en la pobla­
ción y entierros consiguientes en la Sima de los Huesos.

230
PARTE IV

DE NEANDERTALES Y MODERNOS
EN EL PLEISTOCENO SUPERIOR
8
LOS NEANDERTALES: SU TIEMPO,
SU CULTURA Y COETÁNEOS

L a estirpe N e an d e rtal flo r e c e en Europa en e l


P le isto ce n o Superior, e n tre 1 3 5 .0 0 0 y 2 7 .0 0 0 años a. p.

L o s de Neandertal son los primeros fósiles humanos que se co­


nocieron y distinguieron en el segundo tercio del siglo X IX . El nom­
bre les viene del valle de Neander, donde se halla la cueva de
Feldhofer (Alemania). En esta se halló en 1856 la bóveda cranea­
na, para la que se introdujo en 1864 el nombre de especie Homo
neanderthalensis, además de dos fémures, huesos de los brazos y
fragmentos de escápula y de pelvis. Buen número de autores pre­
fieren llamarlo, como subespecie, Homo sapiens rteanderthalen-
sis. Se le añaden otros fósiles descubiertos antes que el de Feld­
hofer, cuya interpretación había sido discutida y no resuelta: tres
cráneos en la cueva de Engis (Bélgica) en 1830, y uno en la Can­
tera de Forbes (Forbes’s Quarry), en Gibraltar, en 1848.
A comienzos del siglo X X se multiplicaron los hallazgos de
neandertales y los debates sobre su interpretación. Se pasó de con­
siderarlos el intermedio entre los monos y el hombre a su defini­
ción actual como la rama más reciente en el árbol evolutivo del
género humano. Ya son un centenar los yacimientos en que se
han encontrado y estudiado fósiles de neandertales en Europa, y

233
HOMO HISPANICO

pocos más en el entorno: unos bien conocidos y otros no tanto.


Junto a los escasos sitios en Gran Bretaña y en Suiza, y los más
de treinta en Francia, son también numerosos en Europa Central
y en países de los Balcanes, no tantos en Italia y en Alemania, va­
rios en Bélgica, y unos cuantos más al este, en Ucrania, Rusia —
incluso en Siberia— y en el oeste de Asia.
La distribución cronológica de todos estos sitios comienza
hace cerca de 200.000 años, si se tienen en cuenta los fósiles de
finales del Pleistoceno Medio que se venían clasificando entre los
preneandertales y que algunos ya los cuentan como neandertales.
Es el caso de los fósiles de Ehringsdorf en Alemania, y de Bia-
che-Saint-Vaast en Francia.
Son raros y dispersos en el gran interglacial del episodio OIS 5.
Se cuentan en Francia, en las primeras fases con la curva de calor
máximo, los de Combe-Grenal, el hueso temporal de un nean­
dertalense primitivo en el abrigo Bourgeois-Delaunay en La
Chaise, y la cueva Rochelot. Más tarde, con los descensos térmi­
cos a partir de hace 100.000 años, los sitios de Moula-Guercy, ni­
vel 15, y los niveles 6 y 7 de la larga serie de Artenac (Charente),
de donde se tienen sendos fragmentos craneales. En Alemania,
los de Taubach y Salzgitter se añaden al tipo Neandertal y al in­
termedio de Ehringsdorf. En Italia, Saccopastore, con dos crá­
neos, uno femenino y otro masculino, bien estudiados, cierta­
mente neandertales, pero arcaicos por no alcanzar en algunos
rasgos apomorfos el grado terminal de los últimos neandertales.
Casi contemporáneo es Gánovce (Eslovaquia), donde se hallaron
fragmentos de cráneo, un molde endocraneano natural y otros
de poscraneales. Del conjunto de cuevas en el acantilado de Api-
dima (Grecia), en un extremo sur del Peloponeso, en la cueva
Alfa, el medio cráneo de Apidima I, y el mejor conservado en
Apidima II, varios fósiles humanos con partes del cráneo facial,
que se han descrito como semejantes a Neandertal primitivo, y se
datan con duda entre el episodio OIS 7 y el OIS 5. Ya al fondo
del Adriático, se conocen en Croacia los neandertales, también
primitivos, de Krapina, en el nivel C, base de la unidad superior,

234
LOS NEANDERTALES: SU TIEMPO. SU CULTURA Y COETÁNEOS

unos cientos de fósiles de un extraordinario conjunto de 20 (Nú­


mero mínimo de individuos: NMI) individuos: comenzaba un
enfriamiento, el de la fase OIS 5b, más probablemente que OIS 4,
y los huesos presentan trazas de cortes de donde se infieren prác­
ticas caníbales.
La glaciación del episodio OIS 4 (entre hace 74.000 y cerca
de 60.000 años) —para unos Würm I, para otros Würm II— fue
muy cruda, la tundra se extendió por casi toda Francia, y las es­
tepas o arbolado pobre por la cuenca danubiana y regiones bal­
cánicas. Se refieren a este tramo, en Francia, los sitios de Regour-
dou, con una sepultura datada de hace 70.000 años, y La Quina,
con fósiles humanos e industria asociada en varios niveles, entre
I y V, y un número mínimo de individuos de 27: cabe destacar el
H 5, un esqueleto incompleto de adulto; H 9, una mandíbula de
adulto, y el cráneo infantil H 18.
En Subalyuk (Hungría), un esqueleto poscraneal, una man­
díbula de adulto y un cráneo infantil, con industria musteriense,
puede ser, más que de este glacial OIS 4, del enfriamiento prece­
dente OIS 5b, y otro tanto puede decirse de Ochoz, en la Repú­
blica Checa, donde se hallaron otra mandíbula de adulto, un mo­
lar y fragmentos de huesos poscraneales. En Savona (Liguria,
Italia), un frontal, un occipital, un zigomático, fragmentos de
mandíbulas y dientes sueltos, de Cáveme delle Fate, pueden
también ser próximos al final del episodio OIS 5.
De la profusión de yacimientos con fósiles de Neandertal en
el intervalo fresco y muy cambiante entre los dos máximos gla­
ciales OIS 4 y OIS 2, y que transcurrió entre hace poco menos
de 60.000 y unos 27.000 años, se puede decir que todavía son
pocos los que se refieren al primer tramo templado, OIS 3c, que
dura hasta hace unos 45.000 años, o poco más. Con 50.000 años,
o menos, se cita la cueva de Malarnaud (Francia), con una man­
díbula de adulto; Khulna (República Checa), con un maxilar de­
recho, fragmento de parietal derecho y dientes aislados, datados
en 45.600 años, y probablemente los cráneos, mandíbula y pos-
craneales de unos (NMI) 11 individuos.

235
HOMO HISPÁNICO

En el siguiente intervalo OIS 3b, con picos más fríos y domi­


nantes, son más los sitios en Francia: La Ferrasie, con cerca de
45.000 años, restos de dos esqueletos adultos y unos cinco infan­
tiles; Le Moustier, con dos niveles: en el inferior (H), datado en
42.500 años, un esqueleto infantil (hoy extraviado), y en el supe­
rior (J), con 40.900 años y más frío, un esqueleto de subadulto;
L’Hortus (Languedoc), con cerca de 40.000 años, restos de unos
20 individuos; y el esqueleto de La Chapelle-aux-Saints, datado
en cerca de 40.000 años. En la República Checa es próxima al
dato de 40.000 años, aunque con duda, la edad de un molar infe­
rior en Dzeraba Skala. De Bulgaria son fragmentos de varios
huesos de Bacho Kiro datados hace unos 43,000 años; de Croa­
cia, Vindija, en su nivel inferior G3, son cráneos, una mandíbula
y poscraneales de alrededor de 42.000 años, más según otros.

Reconstrucción compuesta del cráneo de un neandertal adulto en vista lateral,


basada en varios cráneos, principalmente de La Ferrasie y la Chapelle-aux-
Saints. (Mauricio Antón).

La fase final del tramo que aquí consideramos, OIS 3a, entre
35.800 y 27.000 años, con tres fuertes oscilaciones del clima en­

236
LOS NEANDERTALES: SU TIEMPO, SU CULTURA Y COETÁNEOS

tre templado y muy frío, cuenta en Francia con varios restos fósi­
les e industria en Arcy-sur-Cure de hace 33.800 años, y en Saint-
Césaire, partes de cráneo, mandíbula y del esqueleto locomotor
con datos de 36.500 o cerca de 30.000 años. De Bélgica son los
cráneos, mandíbulas y poscraneales de dos adultos y un niño, en
la gruta de Spy, de hace entre 38.000 y 34.000 años. De Italia
otra gruta, Cavallo, con edad de unos 33.000 años.
En Europa central empiezan a ser sustituidos los neanderta­
les por humanos modernos. Así en Willendorf, Austria, con un
fragmento mandibular y otro de fémur. En la República Checa,
la calavera y poscraneales de Brno; los fragmentos craneales y
poscraneales de Svati Prokop y Koneprusy; cráneos, poscranea­
les y mandíbulas de Mladec, con 32.000 años; en Predmosti, res­
tos de esqueletos de unos 27 (NMI) individuos. En Hungría, un
germen de molar de adulto moderno en Istallosko, de 30.900
años. De Ucrania es Zaskalnaya, con cerca de 30.000 años. Y son
testigos de ocupación en la Península Balcánica un frontal de
adulto en Velika Pecina, Croacia, de hace 33.850 años, moderno,
y el de Pegtera cu Oase, Rumanial.

Clim a cam biante y ambientes e n tre


HACE 2 0 0 .0 0 0 y 2 7 .0 0 0 años

Las fluctuaciones térmicas de los tiempos que estudiamos en


este capítulo, entre hace menos de 200.000 y algo más de 25.000
años, comprenden dos mínimos térmicos, o «glaciaciones», los
episodios OIS 6 y OIS 4 de la escala isotópica del océano, el má­
ximo de calor OIS 5, y otra mejoría no muy alta ni constante, el
episodio OIS 3. Es el tiempo que comprende la pervivencia de la
raza, o «especie» de Neanderthal en Europa y áreas de su entor­
no. La edad estratigráfica Pleistoceno Superior empieza con el
episodio OIS 5, hace unos 134.000 años, y termina más tarde,
con el fin de la glaciación del episodio OIS 2, hace alrededor de
10.000 años.

237
HOMO HISPÁNICO

Esas fluctuaciones del clima no eran lentas ni duraderas o


constantes. Hoy se conocen altibajos dentro de esos episodios,
con calibración próxima al milenio en la primera mitad del Pleis­
toceno Superior, y más fina, de siglos, en la segunda m itad2.
El episodio OIS 5, entre hace 134.000 y 74.000 años, se subdi-
vide en las fases OIS 5e, 5d, 5c, 5b y 5a: tres cálidas, de más a me­
nos, y dos intermedios fríos. La fase OIS 5e, entre 134.000 y unos
116.000 años, comprende: subida de calor hasta hace 130.000
años, ligera atenuación de este, y nueva subida hace algo más de
128.000 años, hasta un verdadero máximo hace 124.000 años.
Sucede un descenso que se detiene hace 121.000 años, y de
esta ligera mejoría se pasa, hace 118.000 años, a un bajón que se va
pronunciando y acelerando hasta un verdadero frío global que
dura poco, hace unos 111.000 años, en la fase O IS 5d (116.000-
110.000 años). Vuelven a subir las temperaturas globalmente en
la fase OIS 5c, hasta un calor bastante por debajo del pico del
5e, pero se mantienen entre hace poco menos de 108.000 y unos
103.000 años, en que se produce una leve inflexión fresca, hasta
caer de nuevo hace 96.000 años. La nueva fase fría, O IS 5b, en­
tre hace 96.000 y 85.000 años, mantiene el frío primero, con una
ligera inflexión hace entre 93.000 y 90.000 años, y a partir de
aquí se registra una mejoría poco pronunciada y poco duradera;
en la fase 5a (85.000-74.000 años) se suceden dos máximos poco
calientes y breves con una curva entre ambos templada, hasta
una nueva caída de las temperaturas que empieza hace cerca de
77.000 años3.
Entre hace 74.000 o 75.000 y 60.000 o 58.000 años ocurre la
glaciación del episodio OIS 4, con dos picos de glaciar extenso
sobre Europa hace unos 70.000 años y hace poco menos de
66.000 años, y una ligera mejoría intermedia.
Las fluctuaciones térmicas del episodio templado O IS 3, en­
tre hace 59.000 y 27.000 años son muy peculiares y se conocen
con muy fina calibración. En general, este episodio tiene más de
frío que de templado. Se dividió inicialmente en tres fases: 3c y
3a se consideraron templadas, y la intermedia, 3b, fría. Realmen­

238
LOS NEANDERTALES: SU TIEMPO, SU CULTURA Y COETÁNEOS

te, los mínimos térmicos parecen dominar, mientras que las subi­
das fueron cortas y débiles. La resolución cronométrica a que se
ha llegado con las nuevas investigaciones en los casquetes pola­
res y en los fondos oceánicos permite contar, por ejemplo, nueve
picos descendentes, escalonados con otras tantas leves mejorías,
sin gran diferencia, entre 50.000 y 47.000 años, o sea, 18 cambios
en 3.000 años, 6 cambios por milenio. Entre hace 38.500 y
34.500 años, esto es, cuatro milenios, son 10 los picos cálidos,
y otros 10 los fríos, lo que supone un total de 20 cambios, a 5
por milenio, uno cada dos siglos. Estos son cambios menores y
escalonados. En total, entre hace 50.000 y 29.000 años, un inter­
valo de 21 milenios, se registran 11 picos destacados más o me­
nos cálidos y otros 11 destacados de máximos fríos: poco más de
un cambio notable por milenio, con las fluctuaciones distintas
mencionadas.
Por otra parte, destacan en este episodio de más de 20 mile­
nios los eventos de Heinrich (H): fuertes subidas térmicas, rápi­
das, en apenas más de un siglo, a vivos calores, poniendo fin a un
milenio o más de mantenerse, aun con pequeñas fluctuaciones,
en niveles muy fríos. El frío duró hasta hace alrededor de 46.000
años y se saltó a máximo calor hace 45.300 años, en el H 5. De
nuevo frío mantenido entre hace 40.000 y 38.500 años, otra subi­
da brusca a pico cálido en este último dato, el H 4, y otra vez mí­
nimos térmicos desde hace 31.500 años, el H 3, hasta la subida
de hace 29.100 años4.
Algo también curioso se añade en estos registros de cambio
climático, en esta parte del Pleistoceno superior, los últimos 20
milenios que sobrevivió la estirpe de Neandertal, y es que los tra­
zados de los cambios a que antes aludí, entre los periodos de
Heinrich H 5 - H 4 y H 4-H 3, se parecen notablemente en la
complejidad de su trazado. En uno entre hace 45.300 y 38.500
años, y en el otro entre hace 38.500 y 29.100 años, se observan
las siguientes etapas: (1) un descenso largo en el tiempo y escalo­
nado del máximo inicial a un primer pico muy frío, con el último
par de oscilaciones más pronunciadas, sobre todo en los descensos;

239
Homo s. sapiens
Homo s. neanderthalensis

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Oscilaciones del clima en los últimos 130.000 años, según distintos registros.
De arriba abajo: Temperatura atmosférica en Groenlandia por isótopo de oxí­
geno, sondeo en hielo. — Porcentajes del foraminífero N. pachyderma. -—
Temperaturas en superficie del océano, según excreción de alquenonas por
cocolitos. — Temperaturas superficiales según isótopo del oxígeno en forami-
níferos planctónicos. — Volúmenes de hielo polar inferido de oxígeno isotó­
pico en foraminíferos bentónicos. (De M. F. Sánchez Goñi y F, D’ Errico, en
E. Montes y J. A. Lasheras [eds.], Neandertales cantábricos: estado de la cues­
tión. Museo Nacional y C. I. de Altamira, Santillana del Mar, Monografías, 20,
2005, pág. 117).
LOS NEANDERTALES: SU TIEMPO, SU CULTURA Y COETÁNEOS

(2) tres nuevas oscilaciones acusadas, casi de una vez o con po­
cos escalones, a otros tantos picos cálidos, moderados, y de nue­
vo a fríos, que se repiten cada mil años poco más o menos en el
mismo extremo tras la fuerte oscilación; (3) el último frío es el
que se prolonga, con algunas oscilaciones menores, hasta la brus­
ca subida en el Heinrich correspondiente. Una mayor densidad
en los picos fríos y sobre todo debilidad en los cálidos puede dis­
tinguir al periodo entre el H 5 y el H 4, que viene a coincidir con
la fase OIS 3b, más fría que fresca.
Se estudian también los cambios en el paisaje, por ejemplo
en Europa, por los agentes de relieve, erosión y transporte, y en
Sudáfrica, añadido el influjo de los factores climáticos, que difie­
re según la geografía y los altibajos en el tiempo. Recordemos
que en los episodios cálidos sube el nivel de la superficie de los
océanos y mares, y desciende en los fríos, lo que en las líneas de
costa se acusa con recortes o extensiones, respectivamente, de las
franjas de tierra litorales5.
Para el interglacial del episodio OIS 5 se ha inferido en la re­
gión siberiana del lago Baikal un clima de cálido a templado y se-
mihúmedo con pinares, bosque y matorral abierto, y estepas ar­
boladas. En el siguiente episodio OIS 4 el clima es calificado de
frío, subártico y seco, con estepas áridas en que predomina la
Artemisia, y manchas semidesérticas. A continuación, en corres­
pondencia con el episodio oceánico OIS 3, es templado y semiá-
rido, con matorrales y estepas secas y bosques aislados de abedu­
les (Alexeieva y Erbaieva, 2004).
En el Próximo Oriente, la serie larga de Tabun deja inferir
para el tramo del episodio OIS 5d a OIS 5a una tendencia gene­
ral a la aridez, con fluctuaciones; en los tiempos más húmedos
había lagos o lagunas en Siria y en Israel. En el OIS 4 se extiende
la costa al oeste del Monte Carmelo hasta el delta del Nilo con la
regresión del nivel del mar; los lagos bajan, los arroyos excavan,
y se depositan dunas. En la primera parte del episodio OIS 3 el
clima mejora, fluctuando entre moderadamente húmedo y árido,
depositándose loess al norte del Neguev, y en el tramo final de

241
HOMO HISPÁNICO

este episodio se acusan estas alternancias con actividad kárstica


renovada e interrumpida en las cuevas. Durante el interestadio
O IS 3, en Sudáfrica, el clima era parecido al actual, algo menos
cálido y más húmedo, con bosques montanos extensos, más
abiertos y con sequía al final. En Europa, con vaivenes, progresa
la deforestación y estepización.
En resumen, se tiene por muy general y extendida la pérdida
de bosques templados y la estepización, pero con vaivenes muy
acusados en cortos intervalos de tiempo en los últimos 20 o 25
milenios de este periodo, que afectaron con rigor a muchos am­
bientes ocupados por los humanos de aquellos tiempos, cuyas
etapas y logros adaptativos se han examinado también minucio­
samente6.
Los complejos faunísticos cambian poco en el sur de Africa.
Hay más cambios en Eurasia: el mamut lanudo (Mammutbus
primigenus) sustituye al de estepa; desaparece el elefante anti­
guo, y dos especies de rinocerontes son sustituidas por el rino­
ceronte lanudo (Coelodonta antiquitatís), adaptado también a la
tundra7.

R asgos distintivos de los neandertales.


O rígenes y distinción progresiva

El cráneo de los neandertales tiene notables características


que lo diferencian bien de los cráneos de la humanidad actual y
de otros fósiles de su época. La caja craneana, o cráneo neural,
era muy grande. Vista de perfil es larga y baja, con la frente hui­
da; el occipital, alargado.
La sección transversal biparietal de la bóveda craneana ha
evolucionado, desde un contorno pentagonal, en varios sentidos.
La tendencia a una mayor altura de la bóveda ha sido común en
los humanos a través del tiempo, aunque notablemente diversa.
La máxima anchura se ha desplazado desde la proximidad a la
base en los temporales a los parietales, y a mayor altura: en los

242
LOS NEANDERTALES: SU TIEMPO. SU CULTURA Y COETANEOS

modernos alcanza alturas máximas, con lados de la bóveda di­


vergentes, y presencia de «bolsas» parietales latero-súperas,
mientras que en los neandertales faltan estas, y la anchura máxi­
ma se mantiene baja, entre los temporales. El contorno general
de la sección biparietal evoluciona de manera bien diferente. No
se pierde la forma en tejado en todos los modernos; se veía ya la
bóveda alta por los lados y aplanada al techo en Ndutu, y en crá­
neos como el Cr 3 de Atapuerca-Sima de los Huesos. En los nean­
dertales es apomorfía singular (autapomorfía) el contorno en cir­
cunferencia regular, o arco de medio punto, que no se conoce en
ningún otro grupo humano antes de Swanscombe y Ehringsdorf,
ya transicionales al Neandertal típico pero con asimetría, y en el
cráneo de Elandsfontein (Saldanha), todos estos del Pleistoceno
Medio; también se encuentra en el de Maba (China).
La elevación anterior del frontal distingue a los modernos de
los neandertales; como también a los de Zhoukoudian de los pi­
tecántropos de Java. Se aprecia en cierto grado en el cráneo Cr 4
de Atapuerca-Sima de los Huesos. Los rebordes o «toros» supra-
orbitarios son en los neandertales gruesos y salientes, arqueados,
y debilitados en la glabela, entre las órbitas.
El cráneo neandertal encerraba un cerebro muy grande. El vo­
lumen medio de una muestra de cerebros humanos modernos es
alrededor de 1.200 centímetros cúbicos; el conocido de neanderta­
les, está en 1.500 (litro y medio), en una muestra con recorrido
entre 1.305 y hasta 1.689 centímetros cúbicos. La media en
hembras no llegaba a 1.400; la masculina excede los 1.550. El
occipital de los neandertales se alargaba mucho hacia detrás, de
modo parecido a los primitivos astáticos, pero sin terminar en
ángulo como estos, sino redondeado como un moño, tras una
depresión hacia arriba (fosa suprainíaca).
Las diferencias en el cráneo facial son muy manifiestas. Las
órbitas oculares eran grandes y redondas, no rectangulares como
las nuestras y las de otros humanos contemporáneos de aquellos.
Con nariz ancha, el rostro de los neandertales era abultado hacia
delante: no tenía entrantes ni entre la nariz y los pómulos, ni por
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debajo de estos sobre los maxilares. Las grandes fosas nasales
podían proporcionarles un fuerte vozarrón, además de una res­
piración copiosa. Los arcos dentarios estaban desplazados de de­
bajo de la base del cráneo hacia delante. El perfil anterior de la
mandíbula era en general inclinado hacia detrás y carente de
mentón; este aparece como esbozo en algunos casos, así como un
perfil más vertical. Los dientes de los neandertales eran en gene­
ral grandes. Los incisivos superiores, «en pala», esto es, con re­
bordes laterales y prominencia basal hacia dentro que delimita­
ban una cavidad. La serie de muelas era creciente hacia atrás. El
arco de dientes inferiores y su soporte óseo sobresalían hacia
delante, igual que los superiores: por detrás de la última muela
de abajo quedaba un espacio entre su talón y el borde anterior del
ramo mandibular ascendente, el «espacio retromolar», mientras
que lo común en otros humanos es que el ramo articular de la
mandíbula llegue a tapar, al menos en parte, el último molar. Es
frecuente y típica la taurodoncia en los molares, por tener las raíces
fundidas un trecho antes de separarse más cerca de los ápices.
Los huesos de los miembros en los neandertales eran robus­
tos y pesados. Tenían grueso el periostio, esto es, el cilindro con
tejido óseo denso, y reducido por tanto el espacio interior de red
ósea más tenue. El segundo segmento de los miembros, es decir,
tibia y peroné en la pierna, cúbito y radio en el antebrazo, es
comparativamente corto. Las superficies de inserción muscular
en los huesos indican una musculatura potente y voluminosa.
Todo esto permite figuramos a los neandertales como tipos anchos,
robustos y corpulentos, con peso poco mayor que el nuestro y
talla poco más baja que la de los europeos actuales. Los autores
calculan una talla media de 1,65 metros y unos 70 kilos de peso8.
Otros rasgos morfológicos o morfométricos que se distin­
guen en los neandertales son la posición dorsal de un surco en la
escápula, la forma de esta y la clavícula larga, que evidencian
una espalda ancha en los hombros, y la cadera también notable­
mente ancha. Se mencionan asimismo proporciones peculiares
en díáfisis de huesos largos, y en las articulaciones.

245
Ma A frica Euraaia Java

Relaciones filogenéticas más probables del grupo fósil humano.

El origen de los neandertales se ha de hallar obviamente, por


lo dicho, en las poblaciones europeas del demo de la Sima de los
Huesos y Petralona, y en el más antiguo de Arago y Mauer, con

246
ascendentes africanos, por tanto, en fósiles como los de Bodo, y
son parientes relativamente próximos los del demo de Kabwe,
de Rodesia. Por otra parte, los rasgos más distintivos de los
neandertales aparecen escalonadamente en el tiempo (como ob­
servó S. Condemi), lo que hace difícil señalar el límite entre pre­
neandertales y neandertales, entre hace más de 200.000 y unos
150.000 años, y clasificar con unos o con otros algunos fósiles
como los de Ehringsdorf y Biache-St.Vaast.
En cambio, los mencionados rasgos distintivos en las propor­
ciones del cuerpo, bajo, ancho, pesado, recuerdan más a los mo­
dernos esquimales y a nativos sudamericanos de tierras altas en
los Andes. Se ha propuesto y es muy verosímil una interpreta­
ción adaptativa de este cuadro morfológico, relacionándolo con
condiciones frías y carenciales de fuentes energéticas, por lo que
el metabolismo basal es alto en estos ocupantes, proporcional a
la necesidad de un alto consumo energético.
En el trabajo citado sobre la región temporal y basicráneo de
la población de la Sima de los Huesos (Martínez y Arsuaga,
1997), y en el cuadro 9, en el que distinguen las apomorfías y
plesiomorfías para nueve rasgos, se encuentra que los mesopleis-
tocenos de Europa comparten una apomorfía de los neanderta­
les contra los modernos (rasgo II), una de los modernos contra
los neandertales (IX), una común a modernos, neandertales y
mesopleistocenos de Africa (I); dos plesiomorfías con neanderta­
les contra modernos (IV y V), otras dos plesiomorfías de moder­
nos contra neandertales (VII y VIII), una con neandertales y mo­
dernos contra Homo erectus (VI), y tienen una apomorfía no
compartida ni por modernos ni por neandertales.
Parece cierto que el linaje de los neandertales emprendiera
una evolución rápida, en ciertos rasgos —forma de la bóveda, en­
tre otros— ; más rápida que el resto de poblaciones humanas en el
Pleistoceno Medio y comienzo del Pleistoceno Superior. Ello no
tiene nada de extraño; es un patrón común el que las poblaciones
o variedades aisladas geográficamente o por otro factor, evolucio­
nen más rápidamente en la fijación de algunos caracteres, merced
a la endogamia, que las poblaciones de las grandes áreas «centra­
les» o comunicables, donde el mestizaje sigue siendo posible o
menos difícil: en estas últimas, la evolución es más lenta en algu­
nas tendencias compartidas, compatible con el politipismo, y a
menudo resulta más aventajada en cuanto a la supervivencia9.
Los estudios de paleogenética en fósiles de Neandertal se es­
tán extendiendo. El número de yacimientos de neandertales en
que se han dado resultados positivos ya es considerable, lo que
ha permitido distinguir con base cromosómica dos, por ahora, li­
najes distintos de neandertales en Europa10.

CÓMO EVOLUCIONÓ LA HUMANIDAD EN OTROS CONTINENTES


e n e l P l e is t o c e n o S u p e r io r

Hasta ahora hemos hablado de fósiles de neandertales, y


unos pocos modernos, que poblaron y murieron en Europa en­
tre hace 134.000 años o más y hace unos 27.000 o menos. Vea­
mos qué se conoce, por ahora, de habitantes humanos por fósiles
hallados y datados en otros continentes, en esa misma banda de
tiempo geológico.
Si empezamos por el extremo oriental del Viejo Mundo, ve­
mos en China un buen número de fósiles humanos, con diferen­
cias raciales, en tomo a la edad crítica de los primeros neanderta­
les o cuasineandertales, esto es, hace 200.000 años. Muy próximo
a este dato se sitúa el cráneo de Dalí, con rasgos heredados de
los humanos mesopleistocenos de Zhukudián, pero con noveda­
des en proporciones claramente modernas y en el rostro, que
F. C. Howell juzga «significativas» al proponerlo como tipo de
un paleodemo, el número 12: en él incluye otros, como los dos
cráneos parciales de Chaoxian, datado entre hace 200.000 y
160.000 años; los fósiles de la cueva de Yanhuidong; los de un
paleosuelo en Dingcun, datados en poco más de 110.000 años, o
sea, después del máximo cálido del episodio OIS 5; los de Wa-
longdong, Jiandé con antigüedad superior a 90.000 años, y Guo-

248
jiujan. También próximo al dato de 200.000 años, por la serie del
Uranio y la resonancia de salto electrónico (ESR), es un esquele­
to incompleto de jinniushan, con más novedades en el morfoti-
po, en particular del cráneo, por lo que Howell define con él un
nuevo paleodemo; incluye además en este la copiosa muestra de
Xujiayao, con varias bóvedas craneanas, fragmentos mandibula­
res y dientes que representan a unos diez individuos como míni­
mo, datados entre 125.000 y 104.000 años, o sea, alrededor del
enfriamiento de OIS 5d. Fuera de estos dos paleodemos se dis­
tingue el cráneo parcial de Maba, datado hace alrededor de
130.000 años, y con curiosa mezcla de rasgos primitivos, deriva­
dos y nuevos. El perfil de la bóveda craneana es redondo, como
en los neandertales, y también circulares las órbitas: se tiene por
una caso de convergencia, más que parentesco próximo con es­
tos, y se le asocia por semejanzas el cráneo de Hathnora, en Nar-
bada (India), datado hace más de 150.000 años. En la cueva de
Tontíanyan, de Líujiang, región Guangxi-Zhuang, en el sur de
China, se recogió el esqueleto incompleto de un joven adulto,
de cerca de 1,57 metros de estatura, con rasgos craneales muy
modernos, fémures parecidos a los de Neandertal o primitivos,
por lo grueso de la pared ósea, y angosto canal para la médula, y
sin industria asociada: el dato de 67.000 años o poco más lo sitúa
en el episodio OIS 4. De la mejoría siguiente, OIS 3, se citan en
China, con menos de 60.000 años de antigüedad, fósiles huma­
nos en Longtanshan, Salamushu, Shiyu, Zhiyang, Wushang,
Shuicheng, datados hace 30.000 años en Quiziang (o Yiyuan). Se
puede, pues, observar, sobre todo en la primera mitad del Pleis­
toceno Superior, un mosaico de tipos humanos, varios de los
cuales muestran ya rasgos característicos de chinos modernos. X.
Wu (1992) ha podido deducir que los aportes genéticos de posi­
bles venidos de otras partes no llegaron a destruir la continuidad
evolutiva de los humanos en China
En Indonesia, datos revisados de la muestra de cráneos de
Ngandong, junto al río Solo de Java, la sitúan en el episodio OIS 3,
con ESR, y con la familia del uranio en 46.000 años LU y 27.000

249
años EU. Los doce cráneos del «hombre de Solo» conservan ras­
gos morfológicos obviamente heredados de los antiguos pitecán­
tropos u Homo erectus del Pleistoceno Inferior final, convergen
con fósiles contemporáneos de otras regiones en que aumenta su
volumen encefálico y en rasgos que pueden relacionarse con este,
y muestran parecido que sugiere parentesco con Australianos mo­
dernos. Se les añaden descubrimientos recientes en Sambungma-
can, también de Java, con características morfológicas similares y
con datos de serie del uranio de 53,000 años LU y 27.000 años EU,
o sea, casi contemporáneos de los de Solo. Otras dataciones asigna­
ban a estas dos poblaciones fósiles antigüedad superior a 150.000
años, o próxima a 100.000 años. También se ha debatido su posi­
ción taxonómica: acierta Caria Mendes en clasificarlos como un
grupo racial de Homo sapiens. Y se discute asimismo la clasifica­
ción de los enanos de la isla de Flores12.

Cráneo de Elandsfontein (Sudáfrica), junto a Bahía de Saldanha. (Foto obse­


quio de Alun R. Hughes, publicada en Horizontes culturales de la ciencia,
1999, R.A.C., Espasa, 2001).

250
Una estirpe africana que se relaciona fundamentalmente con
la de Neandertal es la que F. C. Howell reúne en su demo de
Kabwe (Zambia), nombre local con que se designa hoy el crá­
neo, completo, que se conocía antes como «Broken Hill» o «de
Rodesia», que más arriba hemos referido, por su edad probable
de Pleistoceno Medio final, como el de Elandsfontein, o de Sal-
danha. Es de notar que incluye en este demo el cráneo de Bodo,
en el Medio Awash de Etiopía, mucho más antiguo, entre 640.000
y 600.000 años. Y con duda otros fragmentos craneales de Eyasi,
en el Pleistoceno Superior; huesos de miembros y dientes de las
capas superiores de Olduvai, Tanzania (Ndutu Beds), el esqueleto
parcial de Omo-Kibish 1, Etiopía, de hace cerca de 130.000
años; un fémur de Laynyamok, en el sur de Kenya 1!. Este demo
habría, pues, sobrevivido más de 500 milenios: extendido en Afri­
ca al sur del Sahara, y por el este hasta el mar Rojo. En el mismo
intervalo de tiempo, en Europa se sucedieron los de Mauer, Ata-
puerca-Sima de los Huesos y Neanderthal, que se nombran
como «especies», aunque mejor sería como subespecies: Homo
sapiens beidelbergensis y Homo sapiens neanderthalensis. Pues
bien, son tantos y tan convincentes los rasgos morfológicos en
que coinciden ambas estirpes, africana y europea, que obligan a
tenerlas como emparentadas filogenéticamente.
Entre los caracteres parecidos de estos africanos y europeos
presumiblemente emparentados, se pueden mencionar las cajas
craneanas de contorno redondo y frente huida, bajas y largas, con
occipital saliente hacia atrás y una depresión suprainíaca; las
órbitas grandes y redondas o casi; el rostro, plano por los lados,
debajo y delante de los pómulos, y todo el aparato bucal macizo
y prominente.
En cambio, en los tiempos de los neandertales, concretamente
ya en la edad del episodio OIS 5, y aun antes, vivían también en
Africa y se multiplicaban humanos de otra estirpe con rasgos neta­
mente de las razas actuales, que los científicos hoy llaman «anató­
micamente modernos», o simplemente «modernos», si bien a los
más antiguos de entre ellos se les añade el calificativo de «arcaicos».
Tal es la situación de los fósiles de varias cavidades en un sis­
tema kárstico junto a la desembocadura del río Kksies (Klasies
River Mouth: KRM), en la República de Sudáfrica: fragmentos
de cráneos, mandíbulas, dientes y algunos del aparato locomo­
tor, que representan como mínimo (NMI) cinco individuos, con
un mosaico morfológico que contiene evidentes aproximaciones
a rasgos diferencialmente modernos, en edades comprendidas
entre los márgenes del episodio OIS 5. Se añaden a estos un crá­
neo y varios poscraneales de adulto masculino, una mandíbula,
otros fragmentos de cráneo, mandíbula y poscraneales de un in­
fante, y otro resto mandibular hallados en la región, en otra cue­
va, Border Cave, con dato de ESR entre hace 90.000 y 50.000
años, y con 69.000 restos líticos asociados, además de otros fósi­
les de las cuevas Kelders y Equus, todos de la República de Su­
dáfrica, y varios molares en el abrigo de Mumba en Tanzania de
hace entre 130.000 y 110.000 años. Más al norte, en África orien­
tal, hay que contar con el cráneo 2 de Omo-Kibish {sur de Etio­
pía), entre los de morfología ya moderna, datado en más de
130.000 años, anterior al interglacial del episodio OIS 5; también
del Pleistoceno Medio el cráneo de Koobi Fora ER-3884
(270.000 años). Se añade el incompleto y patológico de Singa,
Sudán, datado entre 127.000 y 94.000 años por ESR y U-Th LU.
Más joven, pero asimilable a estos, es el esqueleto juvenil, en se­
pultura, de Taramsa, en el sur de Egipto, de hace entre 80.000 y
50.000 años, y en Marruecos un cráneo parcial y mandíbula de
adulto más fragmentos de juvenil en Dar-es-Soltan, entre 90.000
y 60.000 años, y dos mandíbulas de Temara. Como se ve, no son
raros, sino verdaderamente numerosos, antiguos y extendidos en
África los fósiles de humanos de tipo moderno, coetáneos y aun
paisanos de los neandertales y afines. Más reciente aún, también
en Egipto, es el esqueleto de tipo moderno, en sepultura, de
Nazlet Khater (Sohag), datado en tomo a 37.000 años. Convivie­
ron, pues, en África las estirpes moderna y afín a neandertales.
En el este y centro de Europa ya se conocen humanos mo­
dernos de hace entre 36.000 y 34.000 años en Pegtera cu Oase
(Rumania) por una mandíbula, y por varios fósiles en cuevas de
Mladec (Moravia, República Checa), datados entre hace 32.000
y 26.000 años, y otros que hemos mencionado más arriba M.
Al sur y oeste de Asia, en el llamado Próximo Oriente, se han
excavado y estudiado varios yacimientos de las épocas a que nos
estamos refiriendo. El más completo registro estratigráfico se en­
cuentra en los rellenos de la cueva de Tabun, que se halla en el
Monte Carmelo, próxima a otras varias. El recorrido comprende:
el nivel inferior, Tabun-E, cerca del paso entre el episodio OIS 6
y el OIS 5; el nivel Tabun-D en la inflexión fresca de OIS 5d; Ta-
bun-C, datado entre hace 105,000 y 97.000 años, corresponde a
la inflexión benigna de OIS 5 c; separado de este por una discor­
dancia notable, el nivel Tabun-B contiene registros que se corres­
ponden con la nueva mejoría climática del episodio OIS 3c. En
todos los niveles se encuentra industria lítica del Modo 3, o Mus-
teriense. En el abrigo de Ksar’Akil (Líbano), datado hace cerca
de 35.000 años, y en Deideriyeh (Siria), dos esqueletos infantiles
atribuidos a neandertales, con industrias musterienses de Levante.
En el nivel C de Tabun había un esqueleto femenino incompleto
en sepultura, una mandíbula masculina y una diáfasis de fémur:
la mandíbula es moderna, y también el esqueleto. En la cueva
próxima de Yebel Qafzeh, también de Israel, con dato TL entre
100.000 y 90.000 años, y en sepulturas, se extrajeron trece esque­
letos humanos: Todos los rasgos morfológicos corresponden a
modernos. En Skhul, con dato de serie del uranio LU de 103.000
años y EU de 86.000 años, eran diez los esqueletos enterrados,
siete de adultos y tres infantiles, también con rasgos modernos en
el cráneo, mandíbula, clientes y proporciones de los huesos pos-
craneales; todos estos, como se ve, del episodio interglacial OIS 5,
contemporáneos de los neandertales que vivían en Europa y de
los primeros modernos del sur de Áfricai5.
La evolución diferencial y divergente de modernos y nean­
dertales estaba ya bien definida, y los primeros extendidos, en el
paso de la última glaciación del Pleistoceno Medio al gran inter­
glacial con el que comienza para los estratígrafos el Pleistoceno

253
Superior, hace menos de 135.000 años. No se sabe cuándo ocu­
rrieron las mutaciones que distinguen sus genomas, pero las es­
tirpes venían diferenciándose ya en tiempos muy anteriores del
Pleistoceno Medio. No hay saltos bruscos entre una y otra raza,
ni ritmos constantes y monótonos de cambio. Sí resultados más o
menos favorables a descendientes de unos y otros mutantes en
sus esfuerzos adaptativos al reto de los cambios ambientales, con
los que, de tiempo en tiempo, se acusan más las diferencias orgá­
nicas entre ellos, y se llega a definir la selección o confinamiento
entre estirpes.
También de este período se conocen fósiles humanos en Aus­
tralia: un esqueleto femenino, cremado, de entre 50.000 y 46.000
años, en el Lago Mungo LM l, y uno masculino, sepultado, cerca
en la localidad LM3, de Willandra Lakes16.

P o c a s sa l id a s d e n e a n d e r t a l e s f u e r a d e E u r o p a .
S it io s a l s u r y e s t e d e l M e d it e r r á n e o

Recordemos el niño sepultado en Teshik-Tash, de Uzbekis­


tán: es un testigo firme de la corta expansión de la raza Neander­
tal fuera de los actuales límites de Europa17. Un hecho curioso se
señala en datos ya inferiores a los setenta mil años. Empiezan a
encontrarse rasgos obvios de neandertales en fósiles de tierras
asiáticas, próximas al Mediterráneo y a Europa, en las cuales,
como acabamos de ver, estaban bien establecidos pobladores de
razas modernas.
Los llamados «neandertales de Levante» se han encontrado
en yacimientos de Kebara, en el Monte Carmelo de Israel, data­
dos entre hace unos 60.000 y 41.000 años TL y ESR; en la cueva
de Amud, a tres kilómetros del lago Tiberiades (Israel), de hace
alrededor de 55.000 años, y en la cueva de Shanidar, en el Kurdis-
tán de Irak, montes Zagros, a 765 metros sobre el nivel del mar,
con una larga serie y niveles entre hace 70.000 y 45.000 años. Los
fósiles de Kebara son dos esqueletos parciales, uno de adulto y el
otro infantil en una sepultura. Los de Amud, asociados a indus­
tria del Modo 3, son restos de al menos cinco individuos, entre
los que destaca un esqueleto masculino, Amud-1, de 1,77 metros
de altura y el cráneo más grande conocido, con 1.740 centíme­
tros cúbicos: los rasgos faciales son de Neandertal, pero la altu­
ra del cráneo y lo elevado de su anchura máxima exceden en
mucho las conocidas en neandertales. Los hallazgos de Shani-
dar contienen esqueletos de al menos siete individuos, cuatro
de ellos con estaturas calculadas entre 1,65 y 1,70 metros y uno
con más de 1,73, y presentan indicios de sepultura. Los cráneos
de Shanidar comparten las semejanzas con neandertales en la
región facial, y las diferencias de mayor anchura, sobre todo
frontal, en la caja craneana, mayor altura aurículo-bregmática,
elevación general de la bóveda y occipital más suavemente cur­
vado 18.
A muchos autores les perturbó que en esta región del Próxi­
mo Oriente se encontraran, así repetidos, fósiles de neandertales
con datos cronométricos más recientes que los fósiles de raza
«moderna» en varios sitios de la misma región. Los datos son,
con mayor o menor desviación, fiables, y parecen indicar una sa­
lida de Europa hacia el sur de algún grupo o grupos de neander­
tales, huyendo de los fríos extremos de la glaciación y las pérdi­
das de la cubierta vegetal en el episodio OIS 4.
Al sur del Cáucaso, se encontrarían estos emigrantes con
descendientes de los «modernos» del Próximo Oriente, los del
paleodemo de SkhuI y Qafzeh, y no me cabe duda de que pudie­
ran haber engendrado mestizos. Esta es la explicación más vero­
símil de la presencia de rasgos modernos junto con otros de ne-
andertal en el cuadro morfológico de los llamados «Neandertales
de Levante». No obstante, los autores no hablan de este mestiza­
je; eluden la consideración de este escenario. Aunque no entrare­
mos aquí en los motivos de esta omisión, que puede entenderse
como derivada de la convicción previa de que ya eran verdaderas
«especies» linneanas, esto es, razas aisladas genéticamente, no in­
terfecundas, los Homo sapiens de un lado y los Homo neander-
thalensis del otro, sí cabe indicar que es esto precisamente lo que
habría que demostrar, pues si se admite e impone sin demostra­
ción, se trataría de un a priori inadmisible y anticientífico: en
esto se incurre cuando no se valora y no se prueba otra explica­
ción para la mencionada mezcla de rasgos modernoides en estos
«neandertales» levantinos. Valdrá la pena un estudio paleogenó-
mico de aquellas gentes.

Cráneos fósiles de Yebel Irhoud (Marruecos): Cráneo 1 y Cráneo 2. (Fotos


donadas por E. Enouchi a] autor).

En el noroeste de Africa, en el Magreb, ocurre otro caso que


viene a colación a este respecto, si bien es diferente. En la cueva
de Yebel Irhoud, próxima a la costa atlántica en el sur de Ma­
rruecos, se encontraron a mitad del siglo x x un cráneo completo
(Irhoud 1) de adulto, una caja craneana (I. 2) sin el cráneo facial,
una mandíbula (I. 3) y un húmero infantil incompleto (I. 4), aso­
ciados con industria «m usteriense», que se han comparado
con el conjunto de Tabun-D. Fueron descritos y clasificados por
É. Ennouchí como neandertalenses, Homo sapiens neanderthalen-
sis, y datados entre hace 100.000 y 90.000 años. Recientemente
se les data en 125.000-90.000 años y 190.000-105.000 años LU, y

256
se les clasifica como «moderno arcaico»; Howell los reúne en un
demo con los humanos de Qebibat (Rabat, Marruecos), Zuttiyeh
y Tabun E (Israel), Cueva Karain (sur de Turquía), y Sel-Ungur
(Kirgizia, Asia central). Las edades de varios de estos sitios apun­
tan a finales del episodio OIS 6, o comienzos del OIS 5. Ahora
bien, ni los datos cronométricos ni los conjuntos de industria, ni
ningún otro prejuicio deben interferir en el reconocimiento an­
tropológico de estos y otros fósiles. La observación de rasgos en
la parte facial del cráneo 1 de Y. Irhoud, como las fosas poscani­
na y maxilo-yugal que delimitan el pómulo por delante y por de­
bajo, y la retracción del macizo maxilar que aproxima a la verti­
cal el perfil del rostro, son inequívocamente modernos y ajenos a
la herencia de los neandertales. Pero la forma alargada, baja y,
sobre todo, el perfil alargado del occipital con «moño» marcado
de ambas cajas craneanas, 1 y 2, bastarían para salvar su clasifica­
ción como neandertalesl9.
En conclusión, estamos de nuevo ante un caso de posible (al
menos) mestizaje entre un neandertal venido de Europa proba­
blemente a través del estrecho de Tarifa, o uno de Kabwe, y un
moderno primitivo de los que se extendían por África en víspe­
ras del episodio OIS 5. No es legítimo asumir una u otra clasifi­
cación simple y exclusiva sin antes haber demostrado que es in­
fundada la interpretación del mestizaje y cierto el aislamiento
genético entre ambos linajes en esa edad.
En el primero de estos escenarios, la emigración de neander­
tales ibéricos al sur habría ocurrido en el frío intenso y prolonga­
do del episodio glacial OIS 5b o en el OIS 6, que llevaron consi­
go retirada del mar, descenso de su nivel y extensiones de fondos
emergidos. Según la hipótesis de salida de Europa e hibridación,
esta circunstancia paleoclimática estaría a favor de la explicación
de esta mezcla de rasgos de neandertales con modernos nortea-
fricanos.
La presencia de neandertales en Asia al sur del Cáucaso y al
este del Caspio se puede explicar por evasión de la Europa casi
totalmente cubierta por el crecido casquete glacial. Los datos de
Teshik-Tash, de hace cerca de 70.000 años, de Shanidar, con este
dato inicial, y de Kebara, con 60.000 años, corresponden a la gla­
ciación del episodio OIS 4 y son, por tanto, acordes con esta ex­
plicación.
El neandertal era una raza humana, limitada geográficamente
como europea, aunque con parientes en Africa subsahariana. Se
les conoce poquísimo fuera de Europa, aparte de un par de sali­
das al norte de África y al sudoeste de Asia, con resultados pro­
bables de mestizaje. Mientras, en toda África y en Asia, otras ra­
zas evolucionaban con éxito con rasgos modernos. Estas pruebas
recomiendan no clasificar o considerar a los neandertales una es­
pecie distinta, sino raza, «demo» o, si se quiere, subespecie de
nuestra humanidad, al menos hasta antes de esos datos. Y queda
cotejar estos hechos, y futuros hallazgos, con estudios genéticos
también extendidos.

P r o g r eso s t e c n o l ó g ic o s y m en tales d e neandertales


y m o d e r n o s h a sta h a c e 4 0 .0 0 0 años

En general, los complejos de industria lírica que se encuen­


tran asociados con los fósiles de neandertal, o sin estos, y en el tra­
mo cronológico entre hace 150.000 años y alrededor de 40.000
años, se incluyen en la denominación de «Paleolítico Medio», o
«Musteriense» con variantes regionales, o «Modo 3» en la no­
menclatura del SLA (sistema lógico-analítico). El Paleolítico Me­
dio en África del Sur se llama MSA (Middle Stone Age). Con
todo, como bien hace observar X. P. Rodríguez (2004), estos tí­
tulos no son estrictamente sinónimos, pues «Paleolítico Medio»
se usa más para un conjunto cultural con connotación cronológi­
ca, «Musteriense» y sus variantes denotan una tipología de uten­
silios con nombre derivado de una localidad de referencia, y
«Modo 3» es el sistema operativo tecnológico comprobado ex­
perimentalmente que explica la diversidad de utensilios de pie­
dra de estos conjuntos y sus funciones20. Podemos hablar de Pa­

258
leolítico Medio en este mismo sentido funcional estricto liberan­
do este término de responsabilidades en la cronometría, que no
le corresponden. Los autores del SLA (ver Carbonell, 1987) defi­
nen el Modo 2, del Paleolítico Inferior, por la producción estan­
darizada y diversa de formas instrumentales complejas, o sea,
por el elemento morfotécnico, y se le suele distinguir por la pre­
sencia relevante de utensilios de gran formato (GF), bifaces, hen-
dedores y picos triédricos o «triedros».

Una secuencia operativa típica del Modo 3, técnica Levallois. (Belén


Márquez).

En el Modo 3, también prima el factor morfotécnico, con la


producción estandarizada de morfologías complejas, pero ya sin
gran formato necesariamente, dominio de lascas, raederas, y
puntas obtenidas con la técnica Levallois de preconfiguración
del objeto en la base antes de desprenderlo; denticulados de má­
ximo aprovechamiento, presencia de muescas: son de notar las
secuencias de acciones planificadas, las hojas o puntas con dorso

259
finamente tallado o aun en varios pisos, otros enmangados en
instrumentos compuestos, de donde los autores infieren lenguaje
desarrollado21. Con esa riqueza morfofuncional y técnica, unos y
otros conjuntos del Modo 3 difieren en su composición no ya en
los distintos continentes, sino en yacimientos de una misma re­
gión. Pero curiosamente se encuentran iguales en las técnicas, y
en combinaciones de tipos, tanto asociados a fósiles de neander-
tal como a los modernos coetáneos de estos en África y en el
Próximo Oriente: un hecho relevante e innegable en favor de la
proximidad biológica y mental de neandertales y «modernos», al
menos hasta hace cerca de 50.000 años.
Los datos de aparición de las características morfotécnicas
del Modo 3, el Paleolítico Medio o la MSA vienen a ser más anti­
guos que los cuadros morfológicos que se consideran definitivos
en humanos modernos y neandertales, como hemos visto ante­
riormente al tratar de sitios del Pleistoceno Medio, y, por otra
parte, los conjuntos Uticos son bastante parecidos en regiones
del mundo distintas y distantes.
Al comienzo del Pleistoceno Superior, el cambio se manifies­
ta en la pluralidad y diversidad de estos conjuntos. Ya se habla
de Middle Stone Age (MSA) en sitios de Sudáfrica como la cue­
va de Hearths y las cuevas de Klasies River Mouth, y en Singa
(Sudán), también con fósiles humanos. Se cita «Musteriense» en
Zuttiyeh (Levante), cueva de Denisova (Siberia), Didwana (In­
dia), sitios todos estos con edad imprecisa en la primera mitad
del episodio OIS 5, si no anterior. En este mismo tramo se inclu­
ye la industria de Saccopastore (Italia), con neandertales, de hace
120.000 años, que es premusteriense; la de Combe-Grenal (Fran­
cia) y la de Krapina (Croacia), con numerosos neandertales, que
se clasifican como «Charentienses», conjuntos también conside­
rados transicionales o protomusterienses, mientras que, en el
Oriente Lejano, el yacimiento, casi contemporáneo de estos, de
Bundala (Sri Lanka), de hace cerca de 125.000 años, es conside­
rado del Paleolítico Medio. Más difícil de clasificar es el de Yan-
huidong (China), de edad muy imprecisa. Entre 130.000 y

260
115.000 años se encuentran conjuntos del Modo 3 en las estepas
de Asia central, concretamente en los sitios de Lakhuti I y Selun-
gur, de Tayikistán, a los que sigue Obimazar. Y en el abrigo y
cueva de Benzú (Ceuta), frente al estrecho de Gibraltar, en un
nivel frío del episodio OIS 3, si no es el OIS 4.
Llegando a hace 100.000 años (entre 100 y 90.000 años), en
los sitios franceses con neandertales Moula-Guercy, nivel 15, y
Artenac, niveles 6 a 9, se cita un Musteriense tipo La Ferrasie, y en
los de Levante con humanos modernos Qafzeh, nivel 19, Skhul
B, Tabun-C y Tabun-B, otra variante de Musteriense, el levanti­
no, que se halla también, en el mismo tramo, en Yebel Irhoud de
Marruecos. En la primera etapa glacial del Pleistoceno Superior,
el episodio OIS 4, entre hace 74.000 y 60.000 años, dos yacimien­
tos de Sudáfrica presentan fases avanzadas de la MSA: Biombos
Cave y Still Bay, y los niveles II a IV de La Quina, de los más ri­
cos en fósiles de Neandertal, una industria musteriense con pe­
culiar composición. También se habla de MSA temprano en los
niveles junto al lago Eyasi, Tanzania, y en Laynyamok (Kenya),
con fósil humano.
Del primer intervalo templado que sigue al OIS 4, esto es, el
OIS 3a, son los sitios europeos de L’Hortus (Francia), con restos
de numerosos neandertales, de hace entre 55.000 y 35.000 años,
e industria musteriense, así como el de Molodova, en Ucrania, de
hace alrededor de 50.000 años. Prácticamente contemporáneo es
el nivel 2 de la cueva de Haua-Fteah (Libia), con industria tam­
bién musteriense, y el intervalo entre dos niveles de Taramsa, sur
de Egipto: el inferior, de hace 55.500 años, con una variante nubia
de la MSA, y el superior, de hace 37.000-38.000 años, con fósil hu­
mano y transición al Paleolítico Superior (ver más abajo). En Le­
vante, junto al lago Tiberíades, con los fósiles humanos muy pro­
bablemente mestizos de neandertales inmigrantes y modernos
locales de Amud, se encontró, con dato próximo a 55.000 años,
industria musteriense calificada de tardía.
En Bobongara, localidad de Nueva Guinea, con dato entre
50.000 y 40.000 años, se han citado cantos tallados, y en Malaku-

261
nanja, de Australia, entre 60.000 y 50.000 años, una industria no
avanzada en lascas.
El término «Musteriense» tipifica los conjuntos de industria
lítica del yacimiento con fósiles neandertalenses de Le Moustier
(Francia), en los niveles H, I, J, datados entre 43.000 y 40.000
años. También entre 45.000 y 40.000 años se datan los sitios típi­
camente musterienses y con neandertales de La Ferrasie y La
Chapelie-aux-Saints (Francia), además de Ripicení-Izvor, niveles
3 y 4 (Rumania), nivel 3 de Vindija (Croacia), Kara-Bom, en el
oeste de Siberia, y Gipan (sur de África), con MSA.
Vemos, pues, extensiones pobladas por gentes que se soste­
nían con tecnología «musteriense», que tallaban las piedras y
aun huesos, practicando los mismos modos y las mismas cadenas
operativas, obteniendo así y usando los mismos equipos de uten­
silios, aun cuando ellos fueran morfológicamente distintos, desde
los modernos de Skhul y Qafzeh y los neandertales de Moula-
Guercy y Artenac, hace entre 100.000 y 90.000 años, hasta los de
Le Moustier y Kara-Bom, hace 40.000 años22.
En este tramo de tiempo vivió, pues, una humanidad diversa,
con razas ya distintas dentro de África, bien diferentes los mo­
dernos en el Próximo Oriente y los neandertales de Europa, los
del lago Mungo en Australia, los de Solo en Indonesia, y diferen­
tes estirpes también en el oeste de Asia. La diversidad biológica
venía de atrás, y desde el comienzo de este Pleistoceno Superior
ya la vemos reafirmada y diríamos que aumentada. En este co­
mienzo y desde antes progresó también la tecnología, el compor­
tamiento laboral, que pronto se estabilizó y perduró con varian­
tes menores durante varias decenas de milenios.
Es curioso que el progreso técnico no fue muy diferente en
las distintas razas. El paso de un Modo 2, o de un Modo 1 evolu­
cionado, al Modo 3 no fue instantáneo, sino que hemos visto ge­
nerarse y crecer en aquellos las bases de este, en el Pleistoceno
Medio, desde hace 300.000 años, o más, por lo que distintos au­
tores dan diversas fechas para el primer registro de Paleolítico
Medio en una misma región.

262
Lo que sí merece tenerse en cuenta es la proximidad crono­
lógica de la aparición de tecnologías de grado medio, aunque
diferentes, en Sudáfrica, en Asia y alrededor del Mediterráneo,
y la participación de distintas razas (que el común de los autores
siguen considerando «especies» distintas, nombrándolas como
tales) del mundo en tecnologías del mismo grado, del Modo 3,
incluso en el mismo tipo industrial entre las variantes de este
Modo 3, como es el «Musteriense», común entre neandertales y
modernos de toda Europa, norte de Africa, Próximo Oriente e
interior de Asia hasta Siberia, desde hace 100.000 años hasta
hace menos de 40.000. Con cambios progresivos, cierto, pero
lentos, y que no mudaron esencialmente el modo y la mentalidad
sociocultural que se define como Paleolítico Medio. En China
escasean los sitios entre hace 130.000 y 45.000 años. Difieren
las técnicas en conjunto, que pueden calificarse de análogas a
un Paleolítico Medio en el sitio de Xujiayao en el norte, entre
hace 125.000 y 100.000 años, y de Yanhuidong, en el sur. Ha
sido bien estudiado el de Wushan, en el interior, con menos de
40.000 años.
El reconocimiento de canteras para provisión de materias pri­
mas diversas poco añade a lo que ya conocemos del Paleolítico
antiguo. Estas son diversas, incluso en yacimientos de la India,
Didwana (entre 150.000 y 100.000 años), que incluye cuarzo,
cuarcita, basalto con dominio de sílex y jaspe; de China, Xujiayao
(entre 125.000 y 100.000 años), con caliza metamórfica, pedernal y
ágata, además del común cuarzo y la cuarcita; parecida composi­
ción en el Upper Swan River (39.000 años, C14), en Australia, con
tecnología más primitiva. La ocupación del continente australiano
data de hace no más de 60.000 años. En Mumba (Tanzania), hace
52.000 años, entre la diversidad de materias primas aparece una
obsidiana cuya cantera se encuentra a 300 kilómetros del sitio.
Son innegables las pruebas de caza en yacimientos bien con­
servados y bien excavados de neandertales, como los de Hortus,
Combe Grenal, Cotte de Saint Brelade, con claros indicios de
previsión adaptativa y preparación consciente.

263
No está de más recordar que el factor de deposición de hue­
sos incluso humanos puede no ser antrópico. Las marcas en un
fragmento de húmero en la cueva Le Rochelot (Francia) denun­
cian, con otros fósiles, que se trata de un comedero de hienas,
aunque próximo a yacimiento arqueológico. No es el único caso
en fósiles de Neandertal. Son, en cambio, numerosos los sitios
que evidencian el consumo cárnico de grandes mamíferos, co­
rriente en neandertales, y la caza, incluso estacional, y probable*
mente selectiva en ocasiones.
El consumo de carne de grandes herbívoros y su aprovisio­
namiento mediante estrategias de caza se tienen por extendidos y
repetidos, con frecuencia estacionales, en yacimientos con huma­
nos de Neandertal y con industrias del Modo 3. En Katanda (Re­
pública Democrática del Congo) se practicaba la pesca con arpo­
nes tallados en hueso. En Sudáfrica hay pruebas de pesca y
consumo de peces de hasta más de 35 kilos en niveles inferio­
res de la cueva Biombos, hace cerca de 130.000 años, y en KRM
(Klastes River Moutb) se encontraron restos de foca con indus­
tria de la MSA II; en estos dos lugares, de Biombos en niveles su­
periores, quedan también señales de marisqueo y de hogares23.
La recolección de nutrientes vegetales, con utensilios del Modo
1, se cita a partir de registros fósiles, de tiempos próximos a hace
40.000 años, de los sitios Bobongara, de Nueva Guinea, y Car-
penter’s Gap, de Australia24.

Cambios a c e le ra d o s y c rític o s e n tre


h ace 4 4 .0 0 0 y 2 7 .0 0 0 añ o s

El paso del Paleolítico Medio al Paleolítico Superior tampo­


co fue instantáneo, aun cuando sí se produjo un cambio acelera­
do, global y diverso, que se manifestó en distintas regiones, y
afectó diversamente a los comportamientos culturales de distin­
tas razas en el Viejo Mundo, entre hace cerca de 44.000 y muy
poco menos de 30.000 años. En este tramo, de unos quince mile­

264
nios, se conoce un alto número de yacimientos, cuyos conjuntos
industriales han sido clasificados por los autores entre Muste-
riense tardío, Epi-Musteriense y Protoauriñaciense. Cada uno de
estos dos últimos agrupa a su vez conjuntos bien diferenciados
tipológicamente que se conocen por topónimos. El Auriñaciense
fue comúnmente considerado el conjunto típico más antiguo del
Paleolítico Superior. Hoy no falta quien lo cuenta como un ex-
ponente claro de la transición. Una «industria transicional»
(Ginter y otros, 1996) con más de 38.700 años se distingue antes
del Auriñaciense inicial, con datos entre 39.100 y 36.900 años, o
alrededor de 45.000 años con amplio margen de error, en la cue­
va Temnata de Bulgaria25.
Con menos de 40.000 años perduraron conjuntos musterien-
ses típicos, que se califican de tardíos, en La Quina, en Arcy-sur-
Cure (Francia), Spy (Bélgica), Khulna (República Checa) y Bor-
dul Mare (Rumania), con fósiles de neandertal. También en la
cueva de Denisova y Okladinikov (Siberia), en La Baume, La
Rochette y Combe-Grenal (Francia), en Darra-i-Kur (Afganis­
tán), con cerca de 30.000 años, y un conjunto MSA en Wonder-
wer (Sudáfrica), entre 38.000 y 37.000 años.
En la denominación de Epi-Musteriense se reúnen grupos de
conjuntos regionales, en el mismo tramo cronológico de los mus-
terienses tardíos, que se distinguen de estos por diferentes rasgos
tecnológicos progresivos que conducían al Paleolítico Superior.
Uno de ellos es el Castelperroníense (o «Chatelperroniense»), ti­
pificado en sitios con fósiles de neandertal: Arcy-sur-Cure, con
cerca de 34.000 años (Chatelperron, Francia); Saint-Césaire, con
36.000 años; Le Moustier y Roe de Combe (también de Francia),
Ust’-Karakol (Siberia) y varios de España, como veremos. Otros
son: el Szeletiense, de Szeleta (Hungría), con cerca de 43.000
años, reconocido también en Vedrovice y Kostienki y en la Baja
Austria; el Uluzziense, de la Bahía de Uluzzo (Italia), citado en
varios niveles de Castel Civita, con alrededor de 33.000 años, y
en el sitio de Cavallo, y distinguido por una pequeña punta de
dorso curvo; el Bohuniciense, de Bohunice, con cerca de 40.000

265
años, y otro en Buhen, Wadi Halfa (Sudán), con 36.000 años. A
ellos se añade Ksar Ahkil (Líbano), con fósiles de Neandertal de
hace cerca de 44.000 años.
En Siberia, y según Laukhin (2004), el Paleolítico Superior
surge gradualmente a partir de hace 43.000-42.000 años sobre el
Musteriense local en Kara-Bom (suroeste) y en Khotik (Transbai-
kalia). Con sus primeros estadios coexiste en varias localidades el
Musteriense final. Este último se cita en la cueva Okladinikova,
con 33.000 a 30.000 años. Formas tempranas de paso al Paleolí­
tico Superior son registradas por dicho autor en una decena de
sitios, varios de ellos en un valle alto del Yeniseí, con edades en­
tre hace 32.000 y 29.000 años.
En el mismo tramo de tiempo que los epimusterienses se
produjeron otros cambios en conjuntos técnicos y en el entorno
círcunmediterráneo que se tienen por más próximos al Paleolíti­
co Superior, concretamente a) tipo Auriñaciense. Se les agrupa
en la denominación Proto-Auriñaciense, como representativos
de un intermedio tecnológico en la transición del Modo 3 al
Modo 4. El grupo más conocido en esta transición es el llamado
Ateriense, bien caracterizado en el Magreb, pero también exten­
dido al este del Mediterráneo. De Marruecos son los sitios de Ja
cueva de los Contrabandistas, con más de 35.000 años; Taforalt,
con dos niveles de hace 35.000 y 33.000 años, y Dar-es-Soltan,
entre 45.000 y 31.000 años. De la cueva de Zhourah (El Harou-
ra) se citan dos edades, 41.000 y 32.000 años; otro sitio es el Oa­
sis de Kharga. De Dabban se toma el nombre de Dabbiense
para conjuntos como los de Nazlet-Khater, con fósiles de hu­
mano moderno de hace en torno a 32.000 años, y Haua-Fteah
(Libia), nivel 3, con menos de 40.000 años. Uno de los más an­
tiguos es Bacho Kiro (Bulgaria), con cerca de 43.000 años y
humano fósil no identificado. Se ha mencionado como protoau-
riñaciense la industria de un nivel en La Ferrasie B próximo a
35.000 años.
A partir de este último dato, coetáneos por tanto a los últi­
mos conjuntos musterienses, y con buena parte de los epimuste-

266
LOS NEANDERTALES: SU TIEMPO. SU CULTURA Y COETÁNEOS

rienses y protoauriñacienses, se conoce también parte de los que


se clasifican en el Auriñaciense, entre ellos: La Quina superior y
niveles 14 al 7 del Abri Pataud (Francia); Heuningenskrank, Wi-
llendorf y Vogelherd (Alemania y Austria); Bacho Kiro 6 (Bulga­
ria); Istallosko, Sockchangri, en el centro y este de Europa; con
fósiles humanos modernos en Mladec, hace más de 30.000 años,
y Dolni Vestonice, cerca de 28.000 años (ver anteriormente, en
esta sección). En el sur de África, se conoce ya la Late Stone Age
(LSA), Paleolítico Superior, en la Bushman Rock, datada entre
hace 34.000 y 33.000 años. En Siberia, como acabamos de ver,
ambas culturas coexisten en gentes próximas, durante diez mile­
nios.
Vemos, por tanto, con un alto número de yacimientos, y en
regiones distantes, que el cambio tecnológico del Modo 3 al
Modo 4, o del Paleolítico Medio ai Superior, no fue instantáneo,
sino diacrónico y acelerado, según el modelo de la etnolisis de A.
C. Blanc, pero, esto sí, prácticamente contemporáneo en regio­
nes distantes del Viejo Mundo, y en comunidades humanas ra­
cialmente distintas, aunque no en todas, entre hace poco más de
40,000 y menos de 29.000 años. Otra cuestión es la de las causas
que motivaron y aceleraron este cambio, y dónde se inició, antes
de esa rápida y global expansión.
Al menos tenemos claro que el Auriñaciense en Europa no
procede de evolución del Musteriense: es importado, y llegó a in­
fluir en conjuntos tardíos de este Modo 3. Esto puede relacio­
narse con la presencia de humanos modernos en Europa hace
más de 30.000 años. Se les conoce en Velika Pecina, hace 34.000
años, en Mladec, en La Ferrasie B y otros sitios citados antes. En
conclusión, orígenes externos, larga coexistencia, comunicación
y progreso. No están identificados muchos fósiles humanos eu­
ropeos en este tramo, por lo que son de desear nuevos y mejores
hallazgos.

267
S alud, territorio , saber y símbolos en Neandertales
Y SUS COETÁNEOS

En los humanos de Neandertal no faltan síntomas de males


patológicos extendidos. El tipo mismo de esta raza en la cueva
Feldhofer muestra, además de traumas curados, evidencias de
artrosis. No es raro ver generalizado este mal en gentes que,
como osos y otros mamíferos, buscaban defensa contra el frío
bajo el techo de cuevas, donde el ambiente es más templado,
pero húmedo. El fósil de La Chapelle-aux-Saints padeció este
mal generalizado en sus articulaciones, incluso en los huesos de
sus oídos, donde la exostosis llegó a invadir su meato auditivo.
Las imágenes reconstruidas y publicadas basándose en la es-
pondiloartritis de sus vértebras, anquilosante en las cervicales,
mostraban en él una postura lejos de la verticalidad: así se difun­
dió la idea de que la «especie» de Neandertal era el intermedio,
todavía no erguido, entre el mono y el hombre. En el 75% de
los neandertales se encuentra hipoplasia del esmalte dentario
(ver más arriba). El hecho de que tres cuartas partes de los indi­
viduos que conocemos de esta raza haya padecido deficiencias
en su nutrición indica, según algunos, baja calidad en la dieta, y
con ello en el modo de vida26. Esta deficiencia dietaria parece
ser más bien relativa, conforme a la exigencia del alto metabolis­
mo que se infiere de los volúmenes y pesos corporales de esta
raza, que se vio además agravada por los fríos que siguieron al
máximo térmico del episodio OIS 5, que nunca llegó a recupe­
rarse. Aquellos vinieron a ser glaciales en el episodio OIS 4, en­
tre hace 74.000 y 60.000 años, cuando el casquete polar ártico
cubrió Europa hasta latitudes bajas, y el valle del Támesis, en
Gran Bretaña, sin extenderse en cambio por Siberia ni llegar al
mar Caspio.
Respecto al uso del territorio, lo más común parece ser las
estancias limitadas que se constatan en lugares de talla, de des­
piece y consumo, que pudieran haber llegado a cubrir amplia­
mente una estación, como en L’Hortus, en la época templada

268
OIS 3c, y cerca de la costa mediterránea; así se dice de otras ra­
zas en Katanda (República del Congo). O más esporádicas,
como en la cueva Devil’s Lair, en Australia, hace 40.000 años.
Se han estudiado y distinguido lugares y tiempos de estancia
ocasional o de permanencia más estable, usos del fuego como
hogar en sentido más pleno, y la distribución de espacios para
comida, taller, vertedero, etc., en un área concreta, como en el
Abric Romaní (Capellades, Barcelona) y su entorno, sitio del que
hablaremos enseguida.
Más residuales y escasos son los testigos de posibles paredes
o puertas que se citan de los sitios con fósiles de Neandertal en
La Ferrasie y Pech de l’Azé, de hogares y suelo en Mumbwa
(Zambia). Usos diferentes localizados en distintos espacios en el
interior de cuevas, e incluso separación artificial de estos, se han
registrado en Combe-Grenal, Francia, y en Kebara, Monte Car­
melo, de hace menos de 60.000 años27.
Los ejemplos referidos sobre el modo de vida y subsistencia de
neandertales y sus contemporáneos permiten inferir aspectos
de sus capacidades y actividades mentales. Se ha llegado a hablar de
una subsistencia planificada «en profundidad», y desde luego son
varias las dimensiones y nuevas las áreas en que vemos extendi­
das las capacidades de percepción, previsión y organización de
estos artífices del Paleolítico Medio. Varias acciones sobre fósiles
y sobre piedras o rocas han dejado en ellos modificaciones que
cabe interpretar como expresión de conceptos elaborados: tales
son los fragmentos de sílex con grabados de Quneitra (Israel), de
hace 60.000 años; el molar de mamut de Tata (Hungría), así como
los trozos y usos problemáticos del mineral de hierro ocre en La
Ferrasie, de hace 45.000 años; en sitios de Centroeuropa; en Ma-
lakunanja (Australia), de hace entre 60.000 y 50.000 años, en
Twin Rivers (Zambia), datado hace cerca 200.000 años. En Sudá-
frica, dos fragmentos de hueso con muescas en Klasies River
Mouth, de hace alrededor de 100.000 años; Border Cave, de
edad próxima o poco menor; Biombos, donde se han encontra­
do plaquetas de ocre grabadas con trazos, de hace 75.000 años.

269
No deja de ser curiosa y digna de notarse la coincidencia de este
hábito dentro de un margen no muy amplio de tiempo en regio
nes muy distantes y en diversas razas humanas.
Modificaciones semejantes, con más indudable significado
simbólico o de cualidades personales o sociales, son los objetos
perforados, como conchas de moluscos en Bacho Kiro (Bulga­
ria), con 43.000 años; Üsagízh (Turquía), de 41.000 años; Biom­
bos (Sudáfrica), recién mencionado; y trozos de cáscara de hue­
vos de avestruz como cuentas o colgantes en Loiyangalani
(Tanzania), con 70.000 años, y Mumba, con 52.000 años, además
de Enkapuna ya Muto (Kenya), con 43.000 años; o con graba­
dos, como Diepkloof (Sudáfrica), con 60.000 años. Parecidos
objetos modificados con significado de distintivo se conocen en
sitios franceses con restos de neandertales: La Quina, La Ferra-
sie, Pech de l’Azé, y Arcy sur Cure. Son extensos geográficamen­
te estos casos, y raros en el común de los neandertales. No es
prudente generalizar o asignar a estos abiertamente un alto nivel
intelectual, pero tampoco hay base científica para negar sin más
la inferencia de valor conceptual y un grado de capacidad mental
en estos casos.
Significativas en este sentido son las prácticas funerarias. Va­
rios esqueletos de neandertales tienen modificaciones atribuidas
a prácticas caníbales, como las que ya conocemos en humanos
mucho más antiguos, del Pleistoceno Medio e Inferior: así en
Krapina, Moula-Guercy, L’Hortus.
Otras modificaciones más especiales son las constatadas en
Combe-Grenal, así como una limpieza ritual de huesos inferida
en Krapina. Se conocen sepulturas en La-Chapelle-aux-Saints
y en Monte Circeo, así como en Kebara, con neandertales; en
Skhul y Qafzeh, con modernos, y con flores en Shanidar. De un
niño en Taramsa (sur de Egipto), con recuerdos en Nazlet Kha-
ter, y restos craneales de rumiantes en Teshik Tash, también de
un infantil neandertalense.
También se ha negado, sin fundamento, el sentido funerario
o trascendente de prácticas posmortales y verdaderas sepulturas

270
en que se hallaron no pocos restos de neandertales. Es necesario
un estudio crítico de estos casos, pues en alguno tal interpreta­
ción se ha demostrado errónea. Entendemos, no obstante, que se
puede afirmar sin error la exitencia de una motivación trascen­
dente en la sepultura del niño de Teshik-Tash, las de Shanidar en
Irak, así como la colectiva de Krapina28. Las pinturas o dibujos
rupestres más antiguos corresponden a la cueva Chauvet en
Ardéche (Francia), de hace 35.000 años, y Apolo 11 (Namibia),
datados en 28.000 años.

271
9
N ea n d erta les ib é r ic o s : su s a m b ie n t e s ,
su v id a . L os ú ltim o s

F ósiles de N eandertal en la P enínsula I bérica

L a Península Ibérica cuenta una treintena de sitios con fósiles


de Neandertal, la gran mayoría en cuevas. Podemos ahora nom­
brarlos por regiones naturales y por su distribución en el
recorrido cronológico que comprende las cinco fases del episodio
OIS 5, el glacial OIS 4 y las tres divisiones del interestadio OIS
3, como acabamos de hacer con sus coetáneos de Europa y otros
continentes. Recogeremos información valiosa de determinados ya­
cimientos, entre los muchos que contienen restos arqueológicos
de actividad atribuida con solidez a neandertales, pero sin fósiles
de estos, siquiera los registros más completos y estudiados.
En la región del norte ibérico, con vertiente general al mar
Cantábrico, se conocen yacimientos con fósiles atribuidos o atri-
buibles a neandertales en la cueva de Lezetxikí, en Mondragón,
Guipúzcoa, del interglacial Eemiense o episodio OIS 5. En el
oeste de Cantabria, los niveles inferiores, 30 a 20, de Covalejos
parecen tener datos, según algunos, entre hace 70.000 y 60.000
años, esto es, del episodio glacial OIS 4. Del episodio OIS 3 se
conocen los niveles 19 y 18 del Esquilleu, hace más de 50.000 años.
En un tramo de diez mil años, entre los eventos de Heinrich H 5 y

273
HOMO HISPÁNICO

H 3 , tenemos: ArriUor en Murua (Vizcaya), de hace 45.600 anos;


El Sidrón en Pilona (Asturias), de hace cerca de 43.000 años; Ax-
lor en Dima (Vizcaya), de hace 49.000 años; en la cueva de El
Castillo, en Puente Viesgo (Cantabria), se conocen los niveles 22
y 20, con más de 40.000 años, y en el nivel 18, con unos 38.500
años; próximo en espacio y tiempo, un tramo superior de Cova-
lejos, y algo más al oeste, también en Cantabria y probablemente
con menos de 36.000 años, otro nivel en el Esquilleu.
Los fósiles de los niveles II y IV de Lezetxiki son un primer
molar y un segundo premolar; de Covalejos quedan dos dientes
de muda; otra muela infantil en la cueva de Arrillor. En el abri­
go de Axlor se recogieron un maxilar incompleto y un frag­
mento de mandíbula con varios dientes, de un mismo indivi­
duo. En los niveles inferiores de El Castillo, una veintena de
fósiles de unos nueve individuos, y en los medianos, 18 A, B y
C, más de diez entre fragmentos de cráneo, de mandíbula, de
vértebras y dientes, de unos tres individuos. De El Sidrón se
han estudiado ya más de 1.300 fósiles de unos 8 esqueletos que
yacían agrupados.
De las grandes cuencas interiores de la Península Ibérica, la
del Ebro y las dos mesetas, septentrional y meridional, con am­
biente de continental a mediterráneo, se conocen yacimientos
con fósiles de neandertal: en un abrigo rocoso de Pinilla del Va­
lle, sierra al norte de Madrid y valle del Lozoya, de edad muy
probable en el episodio cálido OIS 5, dos dientes aislados; en la
cueva de Los Casares (Riba de Saelices, Guadalajara), un meta-
carpiano aislado, de edad incierta, probable también en dicho
episodio, hace más de 100.000 años, que se encuentra extravia­
do. Del final del mismo interglacial, con datos entre hace 95.000
años y 73.000 años, proceden una docena larga de fósiles, entre
ellos una mandíbula, varios dientes, una falange de la mano y
dos metatarsianos de depósitos a la entrada de la Cueva de Val-
degoba, cerca de Huérmeces del Cerro, en el norte de la provin­
cia de Burgos: podían pertenecer a cinco individuos distintos.
En el norte de la cuenca del Ebro, la Cueva de los Moros de Ga-
NEANDERTALES IBÉRICOS: SUS AMBIENTES. SU VIDA. LOS ÚLTIMOS

basa (Ribagorza, Huesca) ha proporcionado un premolar, dos


molares, un metatarsiano, una falange del pie, una clavícula, de
hace 39.900 años, en una serie estratigráfica bien estudiada. En
la cueva de Los Torrejones (Tamajón, Guadalajara), en el nivel

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2. Axlor 13. Chora 28. S idrin
| LeycocU 3. Azules 14. Cotombres 29. Tito B ustilo
4. Balmorí 15. Cova Negra 30. Tossat de la fo ffl
5. Banyoles 16. Cuartamentero 31. Tossat de ta Roca
A Ne^rdenCAies 6. Barranc Bíanc 17. Errala 32. Urtiaga
□ Moderaos
7. Botomor 18. Gabasa 33. Valdegoba
8. Cabezo Gordo 19. Lezetxfcj 34. Zalarraya
B Epipiieolíticos 9. Camargo 20. Mazaculosll 35. Los Torretorws
10. Carihuela 21 . Moflet 1 36. El San
11. Casaras 22. Morir) 37. Oüveira
23. PwpalW 38. Cotumbeira
24. Paaega 39. Salemas
25. Pendo 40. Figuetra Brava
26. Rascado 41. Cantera Forfaes
42. Tone del Diablo

Situación de los yacimientos con fósiles de Neandertal y modernos en la pe­


nínsula Ibérica. (Nota: Agut se ha revisado, no es neardental sino moderno.
-Figueira Brava está mal situado: su lugar es más al norte cerca de Bahía
de Setubal).

275
HOMO HISPANICO

E 4 de la sala de entrada, muy rico en restos faunísticos, se halló


un germen de primer premolar (P,) humano, y en la superficie
con estratigrafía, por tanto, no segura, un radio y un cuarto me-
tacarpiano con rasgos de Neandertal. En este sitio y niveles se
hallan documentadas presencias humanas ocasionales y sobre
todo actividad más constante de hienas y zorros, estos como co­
medores de roedores y lagomorfos.
La franja regional de la Península Ibérica próxima al litoral
atlántico y más influida cümáticamente por esta apertura, com­
prende la mayoría de Galicia y todo Portugal. No se conocen fó­
siles humanos de Galicia, pero sí de Portugal. Aquí son cuatro
los sitios con neandertales conocidos: Oliveira (AJmonda), una
cueva con cuatro fragmentos óseos de hace alrededor de 40.000
años; de otra cueva, Figueira Brava (Sesimbra), un premolar su­
perior, de hace aproximadamente 30.000 años; de la cueva de Sa~
lemas (Ponte de Lusa), varios huesos y un maxilar con dientes,
una muela de leche, datada en hace alrededor de 28.000 años; y
un germen de diente yugal definitivo de Columbeira, cueva cerca
de Bombarral, con dato ya del final del episodio OIS 3, unos
26.400 años a. p.
Fecunda ha sido la orogénicamente accidentada región Béti-
ca, en el sur-sureste de Iberia, con fósiles de neandertal: casi to­
dos los conocidos hasta ahora son de la segunda mitad del perio­
do que estamos estudiando: esto es, solo en La Carihuela los hay
anteriores a la glaciación de OIS 4. Las tres cordilleras béticas si­
guen alineaciones casi paralelas, formando arco con las del Rif
magrebí, y con el vértice, hundido, en el Estrecho, entre Tánger
y Tarifa. Se levantaron con tierras antiguas del fondo del mar
Tethys por efecto de la presión de dos placas de la corteza terres­
tre que se aproximaron, la europea o ibérica desde el norte y la
africana desde el sur. Del lado ibérico, el paisaje que ya conoce­
mos, con valles y cuencas intramontanas, propicias a mosaicos
vegetales y a buenas condiciones de fosilización para restos fau­
nísticos, ve también favorecido el desarrollo de sistemas kársti-
cos, sobre todo allí donde la roca aflorante es caliza fracturada,

276
NEANDER TALES IBÉRICOS: SUS AMBIENTES. SU VIDA. LOS ÚLTIMOS

especialmente las del Cretácico. Ya nos es también familiar que


las entradas de estas cuevas son refugio aprovechado a menudo
por nuestros antecesores, y que en su interior se repiten las con­
diciones favorables para la fosilización. El Peñón de Gibraltar,
calizo y fracturado, destacado en el vértice del arco bético-rife-
ño, reúne estas condiciones, que ya conocemos del Zhukudián
de China y de la castellana Sierra de Atapuerca.
Del Peñón proviene uno de los fósiles neandertales descu­
bierto antes aún del que sirvió para clasificar y dar nombre a esta
estirpe de la humanidad fósil, el cráneo completo de la Cantera
de Forbes, un fósil excepcional extraído del relleno de un anti­
guo abrigo aflorante en la cantera. Ya en el siglo XX se recuperan
en rellenos de otro abrigo gibraltareño, Devil's Tower, media do­
cena de fósiles de Neandertal, que incluyen un cráneo infantil in-

E1 cráneo neandertalense de la Cantera de Forbes, en Gibraltar. (Atención del


Gibraltar Museum).

277
HOMO HISPÁNICO

completo y una mandíbula, del nivel 4, por debajo del nivel 3,


datado en cerca de 30.000 años. Otro fósil neandert álense del
complejo kárstico de Gibraltar es un diente lacteal extraído en
Genista, del relleno de una fisura, sin estratigrafía definida.
Más al este, en la provincia de Granada y en el borde de la
Cordillera Subbética, en un estrecho que comunica por el norte
las depresiones de Granada y Guadix-Baza, se halla la cueva de
La Carihuela (Píñar) a 1.020 metros sobre el nivel del mar
(NMM), con un largo registro arqueológico y fósiles humanos,
en varios niveles. El más antiguo, Carihuela 3, el hueso frontal de
un niño, con unos 80.000 años, de finales del episodio OIS 5; ya
del OIS 3 es Carihuela 1, y menos de 30.000 años tienen Ca­
rihuela 5, mandíbula de adulto, y Carihuela 6, una tibia, con ras­
gos netamente de modernos asociados con industria musteriense
los primeros, y auríñaciense (o transicional) los dos últimos.
En la Penibética, término de Alcaucín (provincia de Málaga),
de otra cueva, el Boquete de Zafarraya, se han extraído hasta 11
fósiles de neandertalenses en un relleno con varios niveles sucesi­
vos entre más de 40.000 años y menos de 30.000 años: tres man­
díbulas, una escápula, un húmero, un pubis, tres fémures, tibia, y
un diente lacteal, que podían haber pertenecido a nueve indivi­
duos distintos. El Cabezo Gordo es un cerro o peñón cerca de
Torre Pacheco (Murcia), destacado y karstifícado, de caliza dolo-
mítica muy explotada en canteras. La dolomía es resistente a la
erosión y su karst no consiste en cuevas con galerías, sino sobre
todo en fisuras y profundas simas. Una de estas, la Sima de las
Palomas, ha rendido hasta 89 fósiles de neandertales: tras los pri­
meros extraídos sin constancia del contexto, la mayoría se han
excavado con método, y comprenden fragmentos craneales,
mandíbulas, dientes sueltos y poscraneales, con evidentes rasgos
de neandertales. Como edad, se tiene por probable la primera
fase del interestadial OIS 3, entre hace cerca de 60.000 y de
40.000 años, aunque se piense en una doble ocupación en tiem­
pos distantes. Se han señalado rasgos variables debidos a dimor­
fismo sexual, sobre todo en mandíbulas. La cueva de El Salt (Al-

278
NEANDERTALES IBÉRICOS: SUS AMBIENTES. SU VIDA. LOS ULTIMOS

coi, Alicante) ha rendido seis dientes aislados de neandertales, de


antigüedad próxima a 37.000 años.
Si contamos a partir de Valencia la extensión al noreste de la
Península próxima al Mediterráneo, en ella se conocen nuevos
sitios con fósiles de neandertales. El más antiguo es Bolomor
(Tavemes, Valencia), restos de una antigua cavidad destruida por
la erosión, con rellenos recientemente excavados y estudiados
que se remontan al Pleistoceno Medio, episodios OIS 7 y 6. En
niveles superiores, de comienzos del OIS 5, se encontraron cinco
dientes y un fragmento de fémur de tipo Neandertal. Del Tossal
de la Font (Castellón) se conocen dos restos poscraneales, tam­
bién del interglacial OIS 5, aunque inicialmente se les creyó más
antiguos. De edad incierta, probablemente hacia mitad del inte-
restadial OIS 3, con dato probable revisado de hace alrededor
de 45.000 años, la mandíbula de Banyoles, de un adulto avanza­
do con los dientes muy gastados, el primer neardertalense que se
conoció y estudió en España. A estos se añaden un cuerpo man­
dibular de la Cova del Gegant (Sitges, Barcelona); siete fragmen­
tos craneales de Cova Foradá o Foradada (Oliva, Valencia), y un
molar aislado de Mollet.
Próxima a Xátiva (Valencia) es la Cova Negra de Bellús, en
el límite de esta región con los Prebéticos, donde el sacerdote
Gonzalo Viñes descubrió un parietal de neandertalense el año
1930. Se le relaciona con el tramo estratigráfico medio, entre las
unidades C y D, que corresponderían a la última interfase, tem­
plada, del episodio OIS 5. Un segundo parietal, este de inmadu­
ro, de 1931, guardado en el Museo de Etnología y Prehistoria de
Valencia, solo se ha podido conocer recientemente, al estudiarse
también los fósiles extraídos en excavaciones entre los años 1950
y 1953. Comprenden nuevos restos craneales infantiles (cráneos
3 a 5), un fémur completo, dos metatarsianos y un radio con un
fragmento de vértebra que se atribuyen a los individuos de los
distintos cráneos, un fragmento de diáfísis femoral, un fragmen­
to de fíbula también de individuo inmaduro, una mandíbula in­
fantil, más otros tres dientes recogidos fuera de contexto. De las

279
HOMO HISPÁNICO

recomposiciones estudiadas de estos fósiles se infieren seis indi­


viduos, además de los dos de los primeros parietales, y se repar­
ten estratigráficamente, en la larga serie de unos 5,90 metros de
potencia, entre las capas 33, de comienzos del interglacial OIS 5,
y la superior, del OIS 3, cercana a los 30.000 años. El fragmento
mandibular es del estrato 33 (o XXXIII), sin industria, al final
de depósitos fluviales de inundación y bajo un lecho de toba cali­
za. De entre los niveles 20 al 17, techo de la Unidad D 2, con ac­
ción eólica, quizás ya en el episodio OIS 4 (o finales del OIS 5),
son el cráneo 4, el radio y el fragmento de peroné, con restos de
un hogar a techo. De los estratos 13 a 11 (unidad D 4), con seña­
les de frío en cantos gelifractos, verosímilmente correlacionados
con la fase OIS 3b, proceden los dos metatarsianos y la diáfisis
de fémur, y posiblemente también el parietal 2. De la unidad D
5, estratos 9 y 8, inmediatamente suprayacentes a la anterior,
proceden los cráneos 3 y 5, que pueden atribuirse a la fase OIS
3a: hay dato de cerca de 34.000-30.000 años. Se hacen notar des­
plazamientos parciales de varios de estos fósiles con movilizacio­
nes observadas de materiales sedimentarios. En todos estos fósi­
les están claros los rasgos de Neandertal. Casi todos son de edad
inmadura, un solo adulto, la mitad niños. Ello ha permitido ob­
servaciones sobre la aparición de rasgos neandertalenses en la
ontogenia.
En cuanto a la presencia en la Península Ibérica de humanos
modernos con datos anteriores a hace 27.000 años, podrían ser
la mandíbula Carihuela-5 y la tibia Carihuela-6, en un nivel supe­
rior de esta cavidad, ya reconocida por Spahni y García Sánchez;
el dato es dudoso pero puede reconocerse alguno m ásl.
Podemos resumir lo dicho de sitios con fósiles de neanderta­
lenses por regiones, reuniéndolos por edades o tramos de este
Pleistoceno Superior y ponderando la densidad de registros de
pobladores neandertales en estos más de cien mil años con cam­
bios extremos en el clima: esta es muy desigual. No son pocos los
yacimientos más antiguos, si comparamos este registro con los de
Europa. Al menos tres se sitúan en el máximo térmico de OIS

280
NEANDERTALES IBÉRICOS: SUS AMBIENTES, SU VIDA. LOS ULTIMOS

5e, entre hace 130.000 y 105.000 años, al borde del Mediterrá­


neo: Bolomor y Tossal de la Font; los niveles XIV y XV de Cova
Negra también en Valencia, más al interior, y Pinilla, cerca de
Madrid; y en la fase menos cálida OIS 5c se data el de Los Casa­
res, en el interior del Sistema Ibérico, próximo al centro de la
Península. Un vacío de fósiles de Neandertal, aunque no de in­
dustrias musterienses, ocurre en las fases fría y menos fría OIS
5b y 5a, representadas en Covalejos, La Carihuela y Cova Negra.
En estas tres y en el nivel 22 de El Castillo se registra la glaciación
del episodio OIS 4, así como con el frontal infantil del nivel VII
de Carihuela y neandertales también en Cova Negra, al final.
Al primer tramo templado que sucede, OIS 3c, se atribuye el
de Carihuela-2, nivel VI. El fósil de Carihuela 1 (nivel V) se relacio­
na con el intervalo fresco OIS 3 b (entre 46.000 y 38.000 años a. p.),
igual que el grupo de Sidrón, el diente infantil de Arrillor, y los de
Axlor. Al final de este tramo corresponden los datos obtenidos
para neandertales en la cueva del Castillo, y dentro del mismo se
asigna también el dato más probable a la mandíbula de Banyoles.
Los dos dientes de Covalejos nivel 8, los de la cueva de El
Salt, y los fósiles de la cueva de los Moros de Gabasa se estiman
próximos a la mejoría del paso al episodio OIS 3a. El germen de
primer molar de Columbeira parece representar el final de este
último tramo benigno, OIS 3 a, hace menos de 30.000 años; y los
del Boquete de Zafarraya fueron próximos a ese dato, los 30.000
años a. p., así como el nivel 3 de Devil’s Tower y el nivel C-2 de
Figueira Brava. El infantil de Salemas es de hace 28.000 años o
menos. Entre hace 40.000 y 26.000 años se sitúan el mayor núme­
ro de yacimientos hasta ahora en Iberia de fósiles de Neandertal:
es también el último tramo de datos conocidos de esta raza.

MÁS SOBRE LOS NEANDERTALES DE E l SlDRÓN

Es muy valioso el registro de la Cueva de El Sidrón, cerca de


Piloña (Asturias), en el surco geológico Oviedo-Infiesto. Una ga­

281
HOMO HISPANICO

lería de más de medio kilómetro, casi oeste-este, tiene accesos de


varias galerías menores o redes transversales, que pueden tener
distintas entradas antiguas, si no actuales. Una de estas es la G a­
lería el Osario. De ella sacaron sin control unos deportistas hasta
140 huesos y fragmentos que no se pudieron reconocer sino pa­
sados varios años, a últimos del siglo pasado. Eran partes de es­
queletos de neandertalenses. Excavaciones metódicas han pro­
porcionado desde entonces otros 1.200 fósiles, con los que se
han ido reconstruyendo ocho esqueletos: uno infantil, otro juve­
nil, dos de adolescentes y cuatro de jóvenes adultos, además de
artefactos líricos, y siete fósiles no humanos. El estudio de los
huesos, de sus señales de alteración y del sedimento que los en­
vuelve muestra que están en general bien conservados, poco ero­
sionados o alterados por agua o aire. Su posición actual era se­
cundaria. Habían sufrido, juntos, un desplazamiento, corto y
sincrónico. Se infiere que yacían enterrados próximos a una en­
trada cercana de cueva y fueron arrastrados con el sedimento
que los envolvía. Pueden ser considerados miembros de una mis­
ma población o grupo familiar. Dos dientes y un hueso largo se
han datado, respectivamente, en 44.310 ± 978 años a. p.,
42.757± 464 a. p. y 42.320 ± 367 a. p. El conjunto puede, pues,
tener una antigüedad alrededor de los 43,000 años con un corto
margen de error. Del Sidrón se han estudiado rasgos morfológi­
cos y morfométricos, alteraciones, anomalías, indicios patológi­
cos y muestras de ADN; además un conjunto de utensilios líricos
y restos de talla. No se conoce, por ahora, ningún cráneo com­
pleto, sino fragmentos.
Los dientes son en general de tamaño grande; los incisivos
«en pala», muy curvados y con fuertes tubérculos en los bordes
laterales internos; los premolares, asimétricos, con cúspides acce­
sorias y crestas transversas; algunos molares taurodontos. Tres
mandíbulas están completas o casi; el cuerpo mandibular es alto
y grueso; tienen trígono mentoniano y no escotadura; entre otros
rasgos característicos de neandertales está el espacio retromolar,
que distancia el talón de la última muela inferior por delante de

282
NEANDERTALES IBÉRICOS: SUS AMBIENTES, SU VIDA. LOS ULTIMOS

la rama ascendente, pero es corto comparado con otros neander­


tales.
En los fragmentos de cráneo estudiados —frontal, temporal,
occipital— , las formas distintivas son las conocidas en neanderta­
les. Los huesos largos son, como en estos, gruesos en el contorno
cortical, y las falanges de las manos, gruesas en su terminación.
Diversas variables métricas de las tres mandíbulas de El Si­
drón se han cotejado con muestras de mandíbulas de prenean­
dertales del Pleistoceno Medio de Europa (Atapuerca-Sima de
los Huesos, Arago, Mauer); de neandertales de Europa más al
norte (La Chapelle-aux-Saints, La Quina, Le Moustier, La Ferra­
sie, Saint-Césaire, Abrí Suard, Spy, Regourdou, Dubesier, Ehrings-
dorf), y neandertales meridionales de las penínsulas mediterrá­
neas y del Próximo Oriente (varias de Zafarraya, Guattari, varias
de Krapina, Vindija, Shanidar, Kebara y Amud). En general, las
dimensiones de El Sidrón se desvían estadísticamente de las del
Pleistoceno Medio en el mismo sentido que las meridionales, o
«mediterráneas», y al contrario que las de Europa continental
o septentrional. En algún caso se alejan incluso de las otras me­
diterráneas. Todo esto viene a indicar una variabilidad racial y
geográfica incluso dentro del demo Neandertal, que también se
ha visto como resultado de los estudios genéticos.
Como pruebas paleopatológicas en los neandertales de El Si­
drón, se citan la presencia de cálculos en los dientes, todos los de
adolescentes y adultos, un absceso apical en la mandíbula 2 indi­
cador de periodontitis, al que se añaden oclusión dental anómala
y reabsorción de alvéolos dentarios. Más rara en el registro fósil
humano es la erosión dental interproximal, esto es, la presencia
de surcos en sentido vertical en la cara anterior de un diente y en
la posterior del diente contiguo: se han observado en 11 incisi­
vos, 5 caninos, 17 premolares y 19 molares, esto es, poco menos
de la mitad de las piezas dentarias que se conocen de El Sidrón.
Es problemática la etiología de este baile vertical entre dientes
contiguos. Más conocida en poblaciones humanas tanto fósiles
como actuales es la hipoplasia del esmalte dentario.

283
HOMO HISPÁNICO

Recordemos que las bandas cóncavas en que el esmalte es


delgado señalan un déficit en su producción y crecimiento, y la si­
tuación de las bandas de hipoplasia en la altura de la corona den­
taria señala la edad del individuo en que ocurrió la anomalía en
el metabolismo. Esta se interpreta en general como una deficien­
cia nutricional, bien se deba a falta de alimento, o bien a una en­
fermedad grave. La hipoplasia dental es altamente frecuente en
neandertales.
En El Sidrón la tuvieron todos los individuos conocidos: en
cinco de ellos aparece repetida, y en el adulto 3, hasta cuatro ve­
ces. Se ve en más de la mitad de los incisivos, caninos y premola­
res, y en cuatro individuos se repitió a los 12 años.
En El Sidrón se observan repetidamente alteraciones o daños
en los huesos producidos indudablemente por agente humano:
cortes finos y rectos, lascas, marcas de percusión, escotaduras
concoides. Son diferentes según los individuos. Hay más señales
de cortes en los huesos craneales, y más cortas y profundas en
los huesos largos, como para desarticularlos rompiendo ligamen­
tos; las fracturas concoides en estos huesos se consideran indica­
dores de fractura para extraer médula y en los cráneos para los
sesos. La práctica de canibalismo alimentario parece fuera de
duda en esta población2.
El estudio, pues, de los fósiles humanos de El Sidrón ha con­
tribuido, en medida muy significativa, a encontrar respuesta sóli­
da para varias cuestiones, debates y aspectos ignorados sobre la
evolución de los neandertales en el marco general de la evolución
humana, y a formular con mayor precisión nuevas preguntas.
Primero, se confirma que la estirpe Neandertal, al menos tal
como se la conoce, desde hace más de 200.000 años, no está im­
plicada como antecesora de los humanos modernos, sino que
una y otros evolucionaron como ramas de un antiguo tronco co­
mún. Los rasgos nuevos, o «derivados», de los neandertales pue­
den explicarse por valor selectivo de adaptaciones biomecánicas
y frente a la presión de cambios climáticos, con origen en cam­
bios genéticos estocásticos. Segundo, los análisis genómícos de

284
NEANDERTALES IBÉRICOS: SUS AMBIENTES, SU VIDA. LOS ÚLTIMOS

ADN mitocondrial muestran grupos genéticos con diferencias


que definen distintos linajes en el patrimonio genético de los
neandertales. Las líneas de descendencia de este demo en el
tiempo transcurrido del Pleistoceno Superior y con las sucesivas
fluctuaciones del clima tuvieron obviamente oportunidades para
diversificarse en poblaciones regionales; por ello, los autores no
encuentran extraña la provincialidad norte-sur en los neanderta­
les, sobre todo en el episodio OIS 3. La diversidad genética y
morfológica, no solo inter-racial sino también intrarracial, de la
especie humana no deja de ser notable. Por otra parte, las cordi­
lleras principales en Eurasia están extendidas según los paralelos,
de este a oeste. Constituyen así barreras naturales para desplaza­
mientos de norte a sur, sobre todo en épocas de glaciación. Tam­
poco me parece que se pueda excluir a priori un influjo génico
de modernos de Levante. Es tema para investigar. Los neanderta­
les del sur de Europa, al final de este crudo intervalo del OIS 3a,
pudieron tener más comunicación con el oriente mediterráneo
que con el interior europeo, y al final, eso sí, quedar totalmente
aislados, con los riesgos e inconvenientes de la endogamia.

R egistros de P aleolítico M edio en I beria

Buena parte de los yacimientos ibéricos con fósiles de Nean­


dertal, aunque no todos, presentan series estratigráficas con su­
cesivos niveles que contienen registros arqueológicos estratifica­
dos en tramos más o menos largos de tiempo. En unos los
estratos están mejor definidos que en otros con datos cronomé­
tricos, y en algunos la distinción de niveles y sus dataciones lle­
gan a ofrecer secuencias finamente calibradas de estos registros.
En la franja cantábrica, los rellenos de Lezetxiki cubren des­
de el Pleistoceno Medio al Superior, esto es, desde hace unos
200.000 años hasta hace 10.000: es un archivo estupendo, pero
tiene grandes claros, y las dataciones radiométricas conocidas
hasta ahora son muy dispares. Unos y otros niveles parecen

285
HOMO HISPÁNICO

imbricarse en un fondo por proceder de dos distintas entradas


de cuevas. Por ello toda esta secuencia está siendo revisada. La
cueva de Arrillor presenta tres niveles con industria musteriense en
la que se ve progreso, y están datados en un tramo de menos de
9 milenios: Amk, con cerca de 45.000 años; Smk, con 43.100 años,
y Lmc, con 37.100 años. En la cueva de Covalejos (Cantabria), se
han estudiado más de 15 niveles con industria lírica, no todos con
datos cronométricos: los inferiores con más de 90.000 a más de
100.000 años, y los cuatro superiores, más finamente calibrados,
entre 30.000 años y 41.000 años. En estos últimos se registra el
cambio entre industrias de Musteriense a Auriñaciense. En El
Esquilleu, se han distinguido 30 niveles arqueológicos. La parte
del Pleistoceno Superior mejor calibrada es la central, entre el ni­
vel 21, con dos subniveles datados en 53.400 y 51.000 años, y el
nivel 6, con 34.300 años, y numerosos datos en los intercalados
que llegan a calibración inferior al milenio. En todos ellos la tra­
dición tecnológica musteriense cambia, pero se muestra conser­
vadora. Sí cambian los materiales líticos, esto es, las canteras de
provisión y senderos de transporte que se han estudiado, y va­
rían según la extensión y retroceso de los glaciares.
Entre los numerosos sitios de la misma región con registros
paleolíticos, aunque sin fósiles de Neandertal, el de Labeko
Koba (País Vasco), con varios niveles finamente calibrados, do­
cumenta la transición del Modo 3 al Modo 4. Los registros de
Cueva Morín son largos, copiosos y calibrados, sobre todo en el
Paleolítico Superior, al final del Pleistoceno. También aquí se
aprecia el cambio del Modo 3 al Modo 4. En el valle de Campóo
(Cantabria) se estudian restos de industria en varios yacimientos
en un área, todos con datos en el episodio OIS 5 y tecnología
musteriense, con diferencias menores en que puede inferirse
adaptación a circunstancias concretas de una misma población.
En el abrigo de La Viña (Asturias) no se observan estadios
de transición: un conjunto auriñaciense en la parte inferior del
nivel XIII, con dato muy antiguo, 36.500 ± 750 años; y en el tra­
mo basal, con dato de 47.700 años, la industria es musteriense5.

286
NEANDERTALES IBÉRICOS: SUS AMBIENTES, SU VIDA. LOS ÚLTIMOS

De la amplia superficie interior de la Península que integran


las tres grandes cuencas, en las Mesetas y la cuenca del Ebro, la
Cueva de los Moros de Gabasa ofrece una secuencia calibrada,
con su tramo central en seis niveles datados entre poco más de
50.000 años y 39.900 años, que contienen industria musteriense,
además de fósiles humanos. La de Valdegoba también rindió pa­
leolítico del Modo 3 en varios niveles, e incluso utensilios de
hueso poco elaborados. En la Meseta Sur se han renovado los es­
tudios de sitios con Paleolítico Medio en Madrid y su entorno; el
yacimiento de Jarama VI presenta una ilustrativa secuencia del
Modo 3 en una serie de niveles. En general no se trata de largas y
fecundas series que ilustren ocupaciones humanas en esta edad.
En ella se colmatan la mayoría de antiguas cuevas en Sierra de
Atapuerca: una de estas, la Sima del Elefante (TE), tiene en sus
niveles terminales restos de fauna, industria de tipo Quina y ho­
gares4.
En la vertiente adántica de la Península, extremo occidental
del continente eurasiático, los yacimientos portugueses con ne­
andertales de Olíveira, Figueira Brava y Columbeira, en cuevas,
presentan industrias musterienses datadas en torno a 39.000 años
(nivel 9) y a 32.000 años (nivel 8) el primero; en 30.000 años el
nivel C2 de Figueira Brava, y Columbeira con 28.900 años en el
nivel C20 y 26.400 en el C16. Sin fósiles humanos, los yacimien­
tos abiertos de Carregal Bajo, en Tominho (Pontevedra), en una
serie de terrazas del Miño y afluentes, contienen industrias del
Modo 3 en tiempos de los episodios OIS 5, OIS 4 y OIS 3. Del
de A Valiña (Lugo), con dato de 34.800 años, se conoce un con­
junto de tipo Castelperrón, básicamente musteriense pero con
piezas introducidas del Auriñaciense5.
La región Bética, con el extremo meridional de Europa, pre­
senta asimismo industrias del Modo 3 o musterienses con datos
extremadamente recientes, en largas series, con o sin fósiles de
Neandertal, y más o menos finamente calibradas: la Cueva Ibex,
con Paleolítico Medio, en Gibraltar, tiene datos ESR próximos a
los 49.000 años LU y 37.100 años EU. La Carihuela (Piñar, Gra­

287
HOMO HISPÁNICO

nada) tiene conjuntos musterienses, con pocas variaciones desde


hace cerca de 140.000 años en el nivel X II hasta hace 38.800
años a techo del nivel IV; después se pasa al auriñaciense. La
cueva Boquete de Zafarraya (Alcaucín, Málaga) guardaba, con
fósiles humanos, otros registros que se han catalogado en más de
cuarenta niveles datados, algunos con márgenes de error consi­
derables, como el inferior, G44, entre 60.000 y 40.000 años; cer­
ca del extremo superior, el nivel C l l tiene entre 32.800 años y
29.900 años. Dos datos de la Sima de las Palomas del Cabezo
Gordo (Torre Pacheco, Murcia) son de 120.000 años en la base y
35.000 años al techo. Se recogieron unas 2.400 piezas de indus­
tria musteriense; pero la calibración es prácticamente imposible
debido a la deficiente estratificación de los depósitos por tratarse
de un karst de fisuras, más que cuevas en la caliza dolomítica del
Cabezo. En el abrigo Bajondillo, en Torremolinos (Málaga), y en
Cova Beneito, en Muro (Alicante), largas y detalladas series de
niveles estratigráficos contienen registros arqueológicos que in­
cluyen el cambio de Musteriense a Auriñaciense. Los datos en
ambos sitios difieren según las técnicas cronométricas en torno a
los 30.000 años. Bajondillo tiene quizá más por estudiar en sus
proximidades 6.
Han sido bien estudiados los conjuntos de industrias muste­
rienses de la secuencia que contenía los restos de neandertales en
la Cova Negra de Bellús (Játiva), y otros sitios también con fósi­
les de esta raza en la vertiente oriental de la Península Ibérica, no
tan copiosos, como la Cova Foradada (Oliva, Valencia) y la Cova
del Gegant (Sitges, Barcelona). Un conjunto abundante y varia­
do donde se ha podido estudiar una notable actividad de talla es
el de la Roca deis Bous, en un meandro del río Segre próximo a
la Plana de Lleida, con una «amplia panoplia» tecnológica y tam­
bién iguales tratamientos en materiales distintos. Magistralmente
excavado y estudiado, el Abrigo Romaní (Capellades, Barcelo­
na), ahuecado en acantilado de travertinos en un cañón por don­
de el río Anoia cruza la Cordillera Prelitoral catalana, contiene
una larga serie de niveles con registros arqueológicos calibrados

288
Parietal ncandertalense de Cova Negra, Játiva.
(Museo de Prehistoria de Valencia).

Molares de neandertalense de Cova Negra,


Játiva. (Museo de Prehistoria de Valencia).

De izquierda a derecha: radio derecho infantil, Puntas solutrenses cantábricas. (Colecciones y


dos metatarsianos, fémur derecho joven, pero­ Archivo fotográfico del MNCN).
né incompleto y fémur distal de Cova Negra.
Fractura mecánica y estrías en un se
gundo premolar superior, 1M ¡z
quierdo de neandertal, de Figueira
Brava, Scsimbra, Portugal. (Atención
de xM. Telles Antuncs).
Primer molar interior, M I, germen de un niño neandertalense en la Cueva de Columbeira,
Bombarral, Portugal. (Cortesía de M. Telles Antunes).

Segundo premolar infantil de neandertalense, en la


Cueva de Salemas, Ponte de Lusa, Portugal. (Cortesía
de M. Telles Antunes. Publicado, con las anteriores, en
Memorias Academia de Ciencias tic Lisboa, 38, 2000,
págs. 283-311).
Tres mandíbulas de neandertalenses de El Si­
drón, en vista interior. (Cortesía de Antonio
Rosas).

Huesos de pie de neandertalense de El Sidrón,


en conexión con su ganga del sedimento de la
cueva. (Foto de Javier Fortea).

Hemimandíbula de El Sidrón, vista exterior. A la derecha, detalle de trazas de cortes con sílice
f$

Incisivos superiores de neandertalense de la cue­ Dientes del neandertalense de El Salt, Alcoy,


va La Carihuela, Píñar, Granada. (Foto y atención Alicante. (Foto de M. Dolores Garralda, aten­
de M. Dolores Garralda). ción de esta y de B. Galván).

La mandíbula de neandertalense de Banyoles


(Gerona), vista frontal. (Atención del Museo de v¡sta ()dusai dc |a mandíbula de Banyoles.
Banyoles). (Atención del Museo de Banyoles).

Pinturas y signos de la Cueva dc


La Pileta, Benaoján, Málaga.
(Con permiso de los hermanos
Parte de dos bóvedas craneales, en el nivel 8 de la Cueva de El Castillo, con industria de Magda-
leniense Medio, de hace entre 14.000 y 11.000 años. (Atención de J. Antonio Lasheras, Museo
De Barranc Blanc: (izquierda) Hueso frontal; (derecha) Parietal, visto por su cara interna.
(Museo de Prehistoria de Valencia).

Vistal frontal del cráneo de Las Delicias.


(MNCN).

Vista basal del cráneo de Las Delicias.


NEANDERTALES IBÉRICOS: SUS AMBIENTES. SU VIDA. LOS ÚLTIMOS

casi de milenio en milenio entre hace al menos 60.000 años y


40.000-41.000 años. En los niveles inferiores y medios se encuen­
tra industria del Modo 3 y restos de hogares en varios de ellos.
Se excavan y estudian también depósitos inmediatos y otros del
entorno. Los superiores contenían industria auriñaciense, de hace
unos 43.000 años según dataciones recientes de U-Th, tema que
tratamos a continuación, y más abajo volveremos sobre el estu­
dio de actividades en el lugar, depósitos inmediatos y otros en el
área de alrededor que están siendo también excavados y estu­
diados 7.
En cuanto al empleo del hueso como materia prima para utensi­
lios, se ha constatado, en las localidades de Axlor, Morín, La Ermita,
Cueva Millán, Valdegoba, más bien poco elaborados y ocasiona­
les. Industria ósea elaborada en el Auriñaciense I de Covalejos.
En el Esquilleu se usaron los huesos como combustible8.

E l CAMBIO TECNOLÓGICO AL PALEOLÍTICO SUPERIOR.


DlACRONÍA, ESCENARIO, PROTAGONISTAS

En los últimos años se está estudiando a fondo el proceso de


cambio del Modo 3, base tecnológica del Paleolítico Medio, al
Modo 4 del Paleolítico Superior entre los pobladores de la Penín­
sula Ibérica, tras verificar que las fechas de últimos hallazgos mus-
terienses son, en no pocos sitios, hasta bastante menos de 30.000
años, muy posteriores a las de los primeros registros de Auriña­
ciense, que se remontan a más de 40.000 años, en el norte de Ibe­
ria, como vimos en otras partes de Europa y de Asia. Además, se
analizan y discuten conjuntos del mismo tramo de tiempo, entre
algo más de 40.000 y cerca de 30.000 años, como mezcla o inter­
medios entre ambos, y reciben el nombre de «Epimusteriense»,
«Protoauriñaciense», «transición», o de locotipos.
Fuera de Iberia, se veían los últimos conjuntos clasificados
como musterienses hace más de 30.000 años. En el noreste de la
Península Ibérica se creen ver en tomo a hace 40.000 años en

289
HOMO HISPÁNICO

L’Arbreda. En la franja cantábrica, con los 39.700 años del nivel 11


de Cueva Morín; los 34.400 años del nivel 6 del Esquilleu. Más
tarde en las Mesetas, 29.500 años del nivel 2.1 de Jarama VI. En
Portugal, 26.400 años de Columbeira. En los Béticos, menos de
38.800 años de Carihuela, 28.000 o 34.000 años de Bajondillo, y
de hace 28.000 años en Gorham’s Cave. Mientras tanto, en otros
países se reconocía un primer Auriñaciense hace entre 34.000 y
38.000 años en La Quina y el Abri Pataud, entre 37.000 y 40.000
años en el centro de Europa, entre 38.000 y 44.000 años en sitios
del este, y tanto o más en Asia. En España se le había encontrado
de hace 32.500 años en Cueva Morín, y recientemente se le de­
nomina «arcaico», de hace 32.800 años, en Covalejos C3; de cer­
ca de 33.000 años AMS en Bajondillo; de 36.500 años en La Viña
(Asturias); de 38.000 años en Gato Preto (Portugal), y con cerca
de 42.000 años AMS en Romaní. En este abrigo se ha revisado el
dato del «Auriñaciense basal» en un nivel que tenía dos datos C14
de 37.900 y 37.300 años. En Reclau Viver, «Auriñaciense inicial»
con 40.000 años; en El Castillo, «Auriñaciense antiguo» entre
41.000 y 37.000 años del nivel 18. Se constata, pues, una franja
de solapamiento entre Musteriense y Auriñaciense que se va
corriendo de edades más antiguas a más modernas entre el norte
y el sur.
Se ha hablado de una transición Musteriense-Auriñaciense,
con datos dispares según la técnica cronométrica, en Cova Be-
neito, de hace 38.100 años, y hace entre 39.900 y 37.700 en Peña
Miel (Aragón); de un «Auriñaciense de transición» en El Casti­
llo, entre hace 37.700 y 38.500 años del nivel 18b y entre 39.500
y 40.700 años del nivel 18c. El nombre «Protoauriñaciense» se
aplicó a conjuntos de Bacho Kiro (Bulgaria) con 43.000 años, de
Istallosko (Hungría) con 44.000 años, y varios sitios europeos de
hace hasta 32.000-31.000 años; en España se ha nombrado así el
de Labeko Koba, nivel VII, datado en 31.450 años. No carecen
de significado la proximidad y la secuencia de estos datos de
cambio (aun con sus márgenes de error) en la Península Ibérica
y en otras regiones del Viejo Mundo, incluida Siberia.

290
NEANDERTALES IBÉRICOS: SUS AMBIENTES. SU VIDA LOS ÚLTIMOS

Algunos han hablado de la barrera del Ebro por la diferen­


cia en datos de primeras citas de Auriñaciense en sitios del nor­
te en la vertiente mediterránea, de entre 40.000 y 39.000 años,
en L’Arbreda, Romaní, Mollet, Reclau Viver AB, y por debajo
de 34.000 y aun de 30.000 años en Cueva Beneito, Malladetes,
Foradada. Aun corrigiendo los datos de carbono 14 con los de
AMS, las diferencias son de cinco milenios y más, y se confir­
man con los datos de Bajondillo y de Gorham, pero no son anó­
malas.
Uno de los topónimos aplicados a conjuntos intermedios o
de paso entre Musteriense y Auriñaciense es el de Chatelperron,
o «Castelperroniense». El sitio del topónimo es Arcy-sur-Cure,
en el sur de Francia, datado hace cerca de 34.200 años, y con
este nombre se han clasificado conjuntos entre el de Le Moustier
K, con 42.500 años, y el de Ust-Karakol (Siberia), con 31.500
años. En España se reconoce Castelperroniense en La Valiña
(Lugo), datado en 34.800 años; en Labeko Koba IX, con 34.200
años; en Cueva Morín, de hace 35.000 años (González Echega-
ray y Freeman, 1998). Todos estos, pues, en edades próximas al
locotipo, y con la misma realidad de tratarse de conjuntos bási­
camente musteríenses con introducción de algunas piezas pro­
pias del Auriñaciense9. Tampoco es extraño que se produjeran
algunos contactos y aun intercambios entre grupos de poblado­
res de las dos razas o culturas.
Esta multiplicación de datos y de intermedios, en vez de con­
fundir, parece que ayuda a levantar un escenario verosímil y cada
vez más claro. Es normal que las tradiciones operativas en un
área geográfica moderadamente extensa como la Península Ibéri­
ca no desaparezcan al momento por el hecho de introducirse tec­
nologías nuevas, aun cuando estas fueran inventadas en su inte­
rior, y menos aún si vienen traídas por forasteros. La entrada de
estos puede preceder con mucho a la extinción de las tradiciones
locales. También es normal que llevara un tiempo la extensión de
las novedades en todo el territorio en la antigüedad prehistórica,
si no se establecía el dominio de pueblos masivos por ejércitos
Mandíbula de humano moderno en el nivel 5 de La Carihuela: hace no mucho
menos de 30.000 años, con industria auriñaciense asociada. (Foto donada aJ
autor por M. Hoyos).
NEANDERTALES IBÉRICOS: SUS AMBIENTES, SU VIDA. LOS ÚLTIMOS

numerosos, armas destructivas y carros de combate, como en las


Edades Media y Moderna. No es anormal que los portadores de
las nuevas tecnologías, viniendo de fuera, se establecieran prime­
ro en una zona del norte o noreste peninsular, y solo muchas ge­
neraciones más tarde llegaran a poblar las comarcas más occi­
dentales y del extremo sur, Tampoco es de extrañar que
ocurrieran contactos entre grupos poblacionales de habitantes
locales y de inmigrantes, ni que se produjeran intercambios de
utensilios y aprendizaje de algunas técnicas novedosas, dando lu­
gar a conjuntos mixtos hace menos de 40.000 años, o cerca de
35.000 años, como los conocidos castelperronenses y los «de
transición».
En cuanto al autor de esta importación de la cultura Auriña­
ciense y tecnología del Modo 4, faltan en Iberia fósiles humanos
que lo acrediten. El humano clasificado como moderno, mencio­
nado anteriormente, se encontró en niveles altos de Carihuela
(IV), de alrededor de 30.000 años, con un conjunto industrial
clasificado como Auriñaciense. Vale al menos para documentar
la coexistencia en España de las dos razas, además de las dos cul­
turas, en este tramo de tiempo, entre hace más de 40.000 y me­
nos de 30.000 años.

C a m b io s I b e r ia e n
a m b ie n t a l e s e n t ie m p o s
DE LOS NEANDERTALES

Los vivientes sobre la superficie continental de la Tierra hu­


bieron de ser sensibles a los cambios climáticos que se sucedie­
ron en los poco más de cien mil años del Pleistoceno Superior.
Ya hemos recordado en la sección anterior que fue muy notable
el calentamiento del interglacial con que comenzó el episodio
OIS 5. La fase OIS 5e, que duró unos 18.000 años con tempera­
turas muy altas, casquetes polares disminuidos y niveles del mar
muy por encima del actual, fue seguida por un primer enfria­
miento rápido con temperaturas bajísimas, OIS 5d, entre hace

293
HOMO HISPÁNICO

116.000 y 110.000 años, y recaída entre 104.000 y 102.000 años.


A la mejoría moderada de OIS 5c, que duró unos quince mil
años, siguió un segundo ciclo frío, el OIS 5b, que duró unos cin­
co mil años (entre hace 87.000 y 82.000 años), y el intervalo si­
guiente, OIS 5a, entre cerca de 82.000 y 74.000 años, vivió un
clima apenas templado, hasta el tercer ciclo frío del Pleistoceno
Superior, la cruda glaciación del episodio O IS 4, desde hace
74.000 a 60.000 años o poco menos.
El tiempo que pasó entre esta glaciación y la última del epi­
sodio OIS 2 se considera interestadio débil, mejor que intergla­
cial, pues recordemos que las subidas térmicas del episodio OIS
3 son en general débiles y siempre muy breves, seguidas de nue­
vos enfriamientos. Los picos de calor son más tenues aún en el
intervalo OIS 3b, entre hace 44.000 y 38.500 años. Estos enfria­
mientos se sintieron globalmente, y también en nuestra Penínsu­
la. La glaciación del OIS 4 hizo extender el casquete de hielo so­
bre gran parte de Europa, y la tundra hasta cerca del
Mediterráneo y el Mar Negro. Iberia ha servido de refugio a fau­
nas de mamíferos europeos en las épocas de glaciación; pero esta
de la OIS 4 se sintió aquí también, especialmente en la pérdida
de arbolado y extensión de la tundra y estepas frías, que causó la
expansión del rinoceronte lanudo Coelodonta antiquitatis por
toda la Península, y del mamut lanudo ártico hasta El Padul, al
sur de Granada, donde una turbera registra estos altibajos del
clima en una larga serie polínica10.
La sustitución de bosque por páramo en las montañas héti­
cas y en los primeros enfriamientos de OIS 5d y OIS 5b se regis­
tra en los análisis palinológicos de La Carihuela; en el Levante
español, también poblado por neandertales, decaen asimismo los
bosques en estas fases.
Las observaciones sobre los depósitos en algunas de las cavi­
dades con series largas de niveles pueden ilustrar algo sobre las
diferencias en los ambientes, explicables por cambios en el cli­
ma. En tiempos de las fases primeras OIS 5e y OIS 5d se obser­
van en El Castillo coladas de barro y movilizaciones de depósitos

294
NEANDERTALES IBÉRICOS: SUS AMBIENTES. SU VIDA. LOS ÚLTIMOS

internos que pueden indicar alto índice de humedad con lluvias


más bien estacionales, y luego un descenso del nivel de base. En
Cova Negra los depósitos fluviales son gruesos; las lluvias eran
menos, pero más enérgicas. En la Valldigna habría olmedo con
almez, y en los montes próximos, robles y endrinos. La fase OIS 5 c
deja ver clima templado y menos húmedo no solo en Carihuela,
nivel 12, sino también en El Castillo, nivel 23; en Cova Negra,
los travertinos sobre depósitos fluviales indican una inflexión a la
sequía. La pulsación fría de OIS 5b fue blanda no solo en La Ca­
rihuela, sino también en El Castillo, nivel 22, y con aumento de
humedad marcado por la deposición de sedimento fino. El episo­
dio OIS 4 se muestra muy frío y, en general, seco en los niveles VII
de Carihuela y 20 de Castillo. En La Carihuela los análisis políni­
cos muestran pérdidas forestales y dominios de estepa o páramo
en las fases de enfriamiento OIS 5d, OIS 5b y OIS 3b; con la gla­
ciación intermedia de OIS 4 no se perdió del todo el pinar, ni fue
total la aridez, si bien se llegó a una pérdida total de especies ter-
mófilas que venían decayendo en la segunda mitad del intergla­
cial OIS 5 y que se recuperaron algo en el OIS 3, para faltar de
nuevo en OIS 3b. Parecidas fluctuaciones con variantes locales
se han observado con detalle en El Esquilleu y en Los Moros de
Gabasa, calibrando el episodio OIS 3. Para Asturias, en la leve
mejoría de comiemos del OIS 3a, hace más de 35.000 años, M.
Dupré (1988) encontraba más del 80 por 100 de polen arbóreo,
con predominio de abedules y alisos, aunque también crecían
acebos, avellanos y robles. En esta misma fase, el paisaje gerun-
dense de l'Arbreda era más de pradera, aunque quedaban pinos
y algunos caducifolios mediterráneos, como quejigos y olivos.
Para el tramo OIS 3 c, entre hace 60.000 y 40,000 años, cita del
Abrigo Romaní, en niveles musterienses, una vegetación no tan
sensible a la temperatura, más o menos templada, como a las al­
teraciones en la humedad: el pino es el árbol más frecuente, no
faltan aunque escasean especies de la garríga mediterránea, y en
los tramos más húmedos se ven abedules y alisos. En El Padul
(Granada), las fases frías se acusan con vegetación abierta, de

295
HOMO HISPÁNICO

estepa, en sustitución de los pinos, en el paso abierto al pie de


Sierra Nevada, entre la cuenca de Granada y la vertiente medite­
rránea. Depósitos de la Cueva de Gorham y otras de Gibraltar
atestiguan los cambios geográficos con las fluctuaciones del nivel
del mar, pero también una vegetación conservadora que sustentó
especies montanas y, con ellas, la fauna de otras latitudes u.
En el oeste, en la vertiente de Portugal sobre el Atlántico, se
ha registrado bosque de tipo mediterráneo, con un óptimo hace
cerca de 126.000 años próximo al máximo de calor en el océano,
que dura y luego decae hasta el frío intenso de hace 110.000
años, en que se extiende la estepa. Parecida es la evolución en la
vertiente gallega, donde el bosque de abedul, enebro y roble su­
fre una pulsación fría antes del óptimo de hace 126.000 años;
aquí prospera el robledal con carpe (Carpinus), que aguanta el
enfriamiento y aumento de humedad hasta la estepización de
hace 110.000 años. Se registra en toda esta franja oeste un inter­
valo con recuperación de bosque abierto, y nueva expansión de
la estepa. Con los vaivenes del clima se repite esta alternancia
de páramo y bosque abierto, que es de roble y encina en las lati­
tudes portuguesas y de roble y carpe en Galicia hasta la llegada
de la glaciación del episodio OIS 4, con más desierto en Portugal
y luego algo más de humedad, que llega antes a la pradera galle­
ga. Parecidas alternancias concordantes con las sucesivas caídas
térmicas del episodio OIS 3, y los fríos con mejoría brusca final
de Harris 5 y Harris 4, se vieron en ambos sectores de esta franja
atlántica de la Península; los pinos entraron con los malojos y en­
cinas en el lado portugués y con los robles en Galicia, durante
los tramos con alguna mejoría térmica12.
Estos cambios, con decadencia constante en sube y baja
desde el gran calor del OIS 5e hasta el extremo glacial de hace
74.000 años, la prolongación de este hasta hace 60.000, y las os­
cilaciones que siguieron entre clima gélido y templado, agudas,
y en poco tiempo los picos Is 17 a Is 4 de Dansgaard-Oeschger,
13 en 32 milenios, fueron soportados por las sucesivas genera­
ciones de la estirpe Neandertal. Tuvieron el mejor refugio en la

2%
NEANDERTALES IBÉRICOS: SUS AMBIENTES, SU VIDA. LOS ÚLTIMOS

España mediterránea y, sobre todo, en el Peñón de Gibraltar y


su entorno.

P referencia de lugar , modo de vida y usos del territorio

Si queremos hacernos una idea de cómo vivieron las pobla­


ciones de neandertales en la Península y cuál fue su progreso en
el uso del territorio a lo largo de estos cien milenios de condicio­
nes ecológicas fluctuantes, y paulatino aunque oscilante deterio­
ro ambiental, tenemos que plantearnos algunas cuestiones pre­
vias para después acercarnos más a los ambientes y a las trazas
del aprovechamiento de estos.
En cuanto a la situación de los yacimientos y lugares de ocu­
pación y de acción más o menos transitoria, habrá que estudiar
no solo sus variables geográficas, sino el detalle ecológico, las
ofertas del entorno que tenían a su alcance, las distancias recorri­
das por el grupo — cuya presencia, dotación y actividad quedan
registradas en uno u otro sitio y nivel— . No eludiremos la pre­
gunta, que muchos dan fácilmente por respondida, de si la Pe­
nínsula Ibérica sirvió de refugio a los neandertales en las fases
glaciales o extremadamente frías según la OIS.
Más del 80% de los yacimientos con fósiles de neandertales
en la Península Ibérica son, o eran, cuevas. De los restantes, cin­
co son en abrigo abierto bajo corte natural en roca: Axlor, Pini-
11a, Mollet, Forbe’s y Devil’s Tower. Otros dos, también kársti-
cos, pero no en cuevas más o menos extensas con depósitos
regularmente sedimentados, sino en fisuras con deposición irre­
gular y no buena estratificación: la Sima de las Palomas en el Ca­
bezo Gordo de Torre Pacheco, y Genista en Gibraltar. Solo el de
Banyoles se halla en un depósito abierto, de medio lacustre.
Sin duda, la proporción real de estancias de neandertales en
refugios kársticos no fue tan alta, y el número de estos se ve favo­
recido por el hecho de que las condiciones para la protección y
fosilización de restos esqueléticos son más propicias en cuevas

297
HOMO HISPANICO

que en lugares abiertos. Pero tampoco esta diferencia lo explica


todo, pues no en todos los yacimientos arqueológicos de sitios al
aire libre se da una ausencia absoluta de fósiles de vertebrados.
Estos son numerosos en toda la Península, muchos con indicios
de actividad y de estancias frecuentes. De los yacimientos con
industria y sin fósiles humanos que se citan en este texto por
aspectos de interés particular en sus registros, los sitios en cue­
va son menos dominantes; muchos son al aire libre, si bien estos
son más pobres en contextos seguros y en dato cronométrico.
No obstante, algunos, excavados y bien estudiados, proporcio­
nan interesantes informaciones sobre la vida de aquellos nean-
dertalesI3.
Buena parte de los sitios con fósiles de Neandertal y de los
bien estudiados con industria se hallan situados junto al mar, o
más o menos próximos en altitud y distancia. Entre los primeros,
la Cova del Gegant y Cova Foradá, en el noreste-este litoral me­
diterráneo, y las cuevas de Gorham en Gibraltar y Figueira Bra­
va en Portugal; a más de 10 metros sobre el nivel medio del mar,
los gibraitareños de Forbes Quarry y Devil s Tower, y el Bajondi-
Uo de Málaga. A mayor altura, Covalejos, a 48 metros sobre el ni­
vel del mar; más o menos altos en varias terrazas inmediatas, o
casi, al estuario del Miño, los de Carragal Bajo (Tomiño, Ponte­
vedra), y más cerca, pero a mayor altura, en Murcia, el Cabezo
Gordo. También una parte importante se sitúan en altitudes en­
tre 50 y 400 metros sobre el nivel del mar: por ejemplo, la cueva
de Bolomor, a 100 metros; la cubeta Pinar de Artana, entre 200 y
220; la Roca deis Bous, a 290; Axlor, a 320; el Tossal de la Font,
a 368; la cueva de Lezetxiki, a 380 metros. Algunos se encuen­
tran a más de 400 y menos de 800 metros, como Cova Beneito, a
650, y la de los Moros de Gabasa, a 780. Y no son pocos los si­
tuados a más de 800 metros: Valdegoba, a 930; el Boquete de Za-
farraya, La Carihuela, Los Casares y el Salt están en torno a los
1.000 metros de altitud; Pinilla y Los Torrejones los sobrepasan.
Como ya vimos en pobladores del Pleistoceno Medio, con
industrias del Modo 2, y aun en el Pleistoceno Inferior, los nean­

298
NEANDERTALES IBÉRICOS: SUS AMBIENTES, SU VIDA. LOS ULTIMOS

dertales peninsulares sabían moverse en el territorio y seguían


usando los puertos de montaña y pasillos entre las principales
cuencas: Axlor está cerca de un puerto en la divisoria norte-sur
de la Cordillera Cantábrica; Valdegoba se sitúa al oeste del
Puerto del Escudo, frente a un pequeño valle del río Urbel y en­
tre alturas que dominan depresiones intramontanas y la Meseta
Septentrional. Se siguieron utilizando y ocupando cuevas resi­
duales y riberas en la Sierra de Atapuerca y sus entornos. La cue­
va de los Casares se halla cerca de las fuentes del Tajuña y de la
divisoria del Ducado con afluentes del Ebro; el Boquete de Zafa-
rraya, en una socorrida abertura de la Península entre las cuen­
cas de Granada, incluido el «polje» de Zafarraya en la vertiente
norte, y la costa mediterránea de Málaga al sur; los sitios próxi­
mos a Alcalá la Real (Jaén) están en el paso entre la cuenca del
Guadalquivir y la Vega de Granada con el curso del Genil.
No es de extrañar que la mayor densidad de sitios con ocu­
paciones de Neandertal se encuentre en la mitad oriental de la
Cordillera Cantábrica, en el noreste de Cataluña, en el entorno
de Valencia y en las Cordilleras Béticas, que son también las zo­
nas de España con mayor concentración de fuentes de aguas mi­
nerales. Aparte la coincidencia de la naturaleza de las rocas y la
estructura geodinámica de estas zonas, propicias a la actividad
kárstica y al desarrollo de cuevas, está la necesidad ineludible de
agua para subsistir de aquellos pobladores. El agua es también
centro de concurrencia necesaria, por lo mismo, de animales, y,
por tanto, cita obligada para la obtención de sustento cárnico.
Depresiones con lagos, lagunas, remansos de ríos hubieron de
ser, pues, lugares de concurrencia para neandertales, como se ve
en Banyoles, el Pinar de Artana, el ámbito de Tossal de la Font;
otro tanto las cabeceras de valles, como en Lezetxiki, El Esqui-
lleu, El Salt, Pinilla, y ensanches de valles intramontanos, que es
el caso de El Castillo, Gabasa, Cueva Millán, L’Arbreda, entorno
del Cabezo Gordo, Mollet, Roca deis Bous, Carihuela, Los Casa­
res, Valdegoba. Muy peculiar es la situación en que coinciden los
sitios con neandertales fósiles de El Sidrón, Valdegoba, Cova

299
HOMO HISPÁNICO

Negra, también Bolomor, mirando al mar, y los yacimientos con


industrias musterienses de Jarama VI, A Barreira (Cortegada,
Orense), Cova Beneito (Muro, Alicante), Abric Romaní; todos
estos junto a bocas de barrancos o de cañones donde los ríos se es­
trechan y dificultan el paso de manadas de mamíferos herbívoros
y gregarios, haciendo en cambio más fácil derribar y atrapar al­
gún individuo retrasado o desviado14.
Las consideraciones que preceden nos llevan a examinar las
pruebas que se conocen de actividades de neandertales en los ya­
cimientos estudiados, encaminadas a su sustento, o algo sobre su
movilidad o permanencia. Ya conocemos cómo se investiga la la­
bor en el sitio de talla de utensilios: del tiempo que ahora trata­
mos destacan los hallazgos en Jarama VI, La Ermita, Roca deis
Bous, Carragal Bajo (Tomiño), Cabezo Gordo, El Pinar de Arta-
na, Alcalá la Real, Abric Romaní, Covalejos, un caso en El Si­
drón. Las distancias de captación de materias primas para uten­
silios se han localizado por identificación de la roca en
afloramientos a varias decenas de kilómetros de Axlor, de El Es*
quilleu, de Cabezo Gordo, de la Ermita, del valle de Campóo.
En Carragal Bajo, en cambio, se empleaban los materiales locales
de arrastre fluvial, lo que también se ha propuesto para El Esqui-
lleu y El Pinar de Artana; Alcalá la Real se ha interpretado como
lugar de captación de recursos Uticost5.
Por lo que atañe al alimento, recordemos que la dieta cárnica
se infiere en los sitios con huesos fósiles que presentan señales de
corte con filo de utensilios Uticos. Se estudian también las propor­
ciones de partes del esqueleto conservadas en el sitio y nivel, si hay
o no evidencia de selección de las piezas con carne, o con médula,
y las pautas de fragmentación y acumulación. Asimismo ciertas es­
pecies ofrecen posibilidad, por sus fósiles, no solo de determinar
con precisión la edad en que muere el animal, sino incluso la esta­
ción del año, según las mudas de dientes o de cornamentas.
Un indicio de caza selectiva que proporcionan gran parte de
los yacimientos con ocupación por neandertales es el alto por­
centaje de restos fósiles de un taxón en el conjunto recolectado.

300
NEANDERTALES IBÉRICOS: SUS AMBIENTES. SU VIDA. LOS ÚLTIMOS

Parece válida la inferencia de que se trata de la especie más con­


sumida, también más capturada, no precisamente por ser la más
fácil de apresar o de preparar y digerir, sino la más abundante y
quizá de reproducción exitosa en la comarca, que permitiera
mantener sus manadas a pesar del consumo. El caballo domina
en el tramo inferior de La Carihuela y en los Moros de Gabasa;
el ciervo en El Castillo, niveles 18b, 18c, y en todo Covalejos; el
bisonte, en Cueva Morín; la cabra, en varios niveles de El Esqui-
lleu, y el íbice, en Los Casares; el rebeco, en Valdegoba. En otros
sitios son un par de especies las que superan el 50%: caballo y
ciervo en Cova Negra, ciervo y rebeco en Lezetxiki, rebeco y ca­
ballo en Axlor, ciervo y cabra en Cueva Millán; cabra y rebeco
hacen casi el total en varios niveles de El Esquilleu, y el 80% o
más en otros. El conejo, abundante en Jarama VI, se considera
que fue introducido por humanos, al contrario de lo hallado en Los
Torrejones (ver arriba). De Bolomor se afirma la caza ocasional.
Obviamente, aun cuando sea a primera vista indicativo, no
basta con ese predominio para afirmar que aquellos animales
eran cazados. Valga simplemente como hipótesis o sospecha. Se
requiere investigar hechos seguros. El consumo de carne se pue­
de afirmar por indicios tafonómicos en Covalejos, El Esquilleu,
Valdegoba, Los Torrejones, Cabezo Gordo, Bolomor, así como
en La Ermita, Jarama VI, Gorham’s, Abric Romaní, L’Arbreda,
Ermitons. En Morín, en Axlor y en El Castillo se han deducido
las estaciones del año por las especies consumidas, así como en
Bolomor l6. La pesca no se tiene por segura a pesar de la presen­
cia de restos fósiles de peces en Cova del Gegant y en L’Arbreda,
donde no se han encontrado instrumentos para pescar; en Cueva
Millán se han estudiado numerosos restos de peces, e identifica­
do especies como trucha, la más numerosa, gobio y anguila, y sus
estaciones de aparición17.
La ocupación y acumulación de restos óseos de comida se ha
considerado alterna por humanos y otros carnívoros, como hie­
nas, zorros en algún caso, en varios sitios de cuevas, como El Es­
quilleu, Valdegoba, Los Torrejones, Zafarraya.

301
HOMO HISPANICO

Ocupaciones o estancias repetidas de humanos a lo largo del


episodio OIS 3 se conocen en Arrillor, con uso del fuego y hoga­
res en Axlor, El Castillo, Esquilleu y Covalejos. Repetidas tam­
bién en el OIS 3 en Gabasa, Peña Miel, Oliveira, Columbeira,
Bajondillo, Cova Beneito, con uso además del fuego en Valdego-
ba y Zafarraya. Más o menos frecuentados desde el episodio OIS
5, a lo largo del Pleistoceno Superior y hasta los últimos nean-
dertales, fueron los sitios de Lezetxiki, Carragal Bajo, La Ca-
rihuela, Alcalá la Real, y con uso también de hogares, Bolomor,
Gorham’s, Cabezo Gordo, Cova Negra y el Abrigo Romaní, con
estancias más o menos largas, o cortas y repetidas.
Razonablemente se han estudiado movilidad en el entorno y
desplazamientos en Axlor, Cabezo Gordo, Romaní. En el entor­
no del Abrigo Romaní se han identificado los espacios dedicados
a diversas actividades y a la deposición de residuos. La movilidad
limitada en la muy ocupada comarca de Atapuerca se atribuye a
la suficiencia de recursos, que puede explicarse por la conver­
gencia de varios ecotopos distintos: la sierra, valles, la Meseta y,
al lado, la Rioja, el páramo y la Sierra de la Demanda. Se atribu­
yen a un mismo grupo humano ocupaciones en Cueva Millán y
La Ermita, y se proponen movimientos y comunicaciones entre
la Cantábrica y la Meseta, y entre la gran cuenca del Ebro y las
vertientes mediterráneas. También se ha estudiado el uso del terri­
torio en las cuencas altas de los ríos Jarama y Henares.
Se han comparado diversas variables ecológicas en tres cuevas
cantábricas: de ellas, la tecnología es más diversificada en El Cas­
tillo, variada en Morín, poco diversa en Esquilleu; se encuentra
preferencia entre las presas en Castillo y en Esquilleu, mientras
que Morín destaca por la variedad; el número de animales regis­
trados es alto en Castillo, menor en las otras dos; solo en Castillo
hay objetos simbólicos; esta cavidad es la mayor, con más de 500
metros cuadrados accesibles, Morín y Esquilleu tenían menor
extensión ocupable. Los autores de este estudio concluyen que
Castillo fue un campamento base donde se desarrolló más activi­
dad de industria y vida de comunidad familiar o social; Morín,

302
NEANDERTALES IBÉRICOS: SUS AMBIENTES. SU VIDA. LOS ÚLTIMOS

un campamento satélite, que ocupaba un grupo segmentario, cu­


yas actividades en extracción y transformación de materiales fue­
ron más restringidas, y las ocupaciones, más esporádicas o esta­
cionales; en Esquilleu el grupo era cuasimarginal, adaptado al
aprovechamiento de recursos en un restringido medio de monta­
ña escarpada18.

Poco SOBRE EL DESARROLLO MENTAL DE LOS NEANDERTALES

El tema que abordamos a continuación se encuentra hoy en


pleno debate; la capacidad de los neandertales para elaborar o
asimilar conceptos, analizar y valorar lo tangible con términos
abstractos, o, a la inversa, concebir valores inmateriales y expre­
sarlos con símbolos tangibles y con palabras. Se ha negado, y al­
gunos lo hacen aún, la capacidad de lenguaje en los neandertales,
las prácticas funerarias, el uso de símbolos. En estos años crece
el número de autores que reconocen, en objetos hallados en al­
gunos yacimientos, signos de representación simbólica, así como
de desarrollo conceptual, de asociación y de expresión que puede
inferirse de la complejidad cultural perceptible en los conjuntos
líricos. También encuentran estos autores intención en el uso de
los espacios y perciben algún tipo de estimación de lo no tangi­
ble, no visible, derivado de las prácticas posmortales. Como ya se
ha comentado, estas prácticas no son tan patentes ni se manifies­
tan con tanta frecuencia en contextos de neandertales como en
culturas contemporáneas o posteriores de la humanidad moder­
na, pero se pueden citar varios casos, también en sitios de nean­
dertales españoles.
Así sucede, por ejemplo, en conjuntos de líneas incisas en
huesos, bien distintas de las trazas de descarnación o de talla ar-
tefactual, y donde la única probable intención sería la simbólica
o de simple figuración, como los que se conocen en el nivel 18
de El Castillo, en Cueva Morín, en Lezetxiki y en una piedra
decorada del nivel 21 de El Castillo; las marcas y retoques en

303
HOMO HISPÁNICO

57 huesos de Covalejos, nivel 4, con datos AMS de 41.640 y


40.650 años e industria musteriense final con unas pocas lamini­
llas. Esta interpretación es, no obstante, discutida19.
Los minerales de ocre que se encuentran traídos y acumula­
dos en algunos yacimientos, como Valdegoba, carecen de aplica­
ción propiamente instrumental conocida y solamente puede en­
contrarse en el campo de lo cultural, como hemos podido
comprobar (más arriba) en sitios de Europa central y occidental,
de Sudáfrica y de Australia, y con datos muy próximos. El fron­
tal infantil de Carihuela 3 se encontró — «colocado», me atrevo a
decir— entre el fronto-nasal de un rinoceronte lanudo, a un
lado, y un montoncito de ocre, al otro. La intención funeraria o
una imaginación trascendente parecen en este caso las únicas ex­
plicaciones aceptables20.
Otros casos de prácticas posmortales se conocen en El Si­
drón, diversas modificaciones artificiales de partes del esqueleto:
cortes, concoides, hoyos punzados no por dientes. En Zafarraya
se infiere canibalismo por los huesos humanos que aparecen arti­
ficialmente fracturados e incluso quemados; esto último también
se ha publicado de la Sima de las Palomas de Cabezo G ordo21,
El pendiente como signo de identidad o distinción, más que
como simple adorno personal, se reconoce en un diente perfora­
do de lince, en Cueva Beneito. Con duda, por si el propósito fue­
ra simplemente de utensilio, se cita el caso de otro diente, esta
vez de hipopótamo, en el Cabezo Gordo. Cabe aquí recordar
que el colgante de distinción personal lo tenemos ya visto en el
excepcional bifaz de cuarcita hallado entre los restos esqueléti­
cos de la Sima de los Huesos en Cueva Mayor, y que el transpor­
te u ostentación de fósiles se conocía también en industrias del
Modo 2 en el Pleistoceno Medio de Europa central. En Iberia
estos casos se conocen en relación unívoca con neandertales, an­
teriormente a los tiempos de encuentro de estos con modernos22.

304
NEANDERTALES IBÉRICOS: SUS AMBIENTES. SU VIDA. LOS ÚLTIMOS

LOS ÚLTIMOS NEANDERTALES EN IBERIA.


LA EXTINCIÓN DE ESTA RAZA

Es viva la controversia actual entre los defensores de teorías


contrapuestas que vienen a cerrarse en la defensa de un solo fac­
tor, excluyendo los demás, cuando el caso es lo bastante comple­
jo como para invitar a pensar, como hacen otros, que se trata de
una suma o convergencia de factores. Ni el enfriamiento, ni la
aridez, ni el enfrentamiento con humanos modernos recién llega­
dos, ni la competencia entre ADNs, ni la falta de cerebro o de
inteligencia explican por sí solos la extinción. No puede haber
mejor momento que este para abordar el debate sobre la desapa­
rición de una raza, o especie, como la de Neandertal, pues los úl­
timos neandertales conocidos proceden de yacimientos de la Pe­
nínsula Ibérica: Devil’s Tower, en Gibraltar, con 30.000 años, e
industria musteriense con menos de 28.000 años en Gorham’s
Cave, aunque la atribución de esta a neandertales no puede dar­
se por cierta sin m ás23, y en Portugal, Figueira Brava, con 30.000
años, y Columbeira, datado en menos de 27.000 años.
La llegada de humanos «modernos» a la Península, que ocurre
hace en tomo a 40.000 años, con nueva tecnología, nuevos genes
y nuevas ideas, pudo influir negativamente en la subsistencia de
neandertales, si la exclusión de estos fue consecuencia de algún
tipo de confrontación bélica; pero de esto no se conserva señal
alguna, y por ello esta teoría no tiene hoy defensores. Del contac­
to entre ambas razas no cabe duda alguna, una vez constatados
los intercambios en conjuntos tecnológicos como los castelperro-
nenses, ya referidos. Sí parece que los neandertales fueron per­
diendo terreno progresivamente, bien por decadencia de su pro­
le, o bien por una capacidad más limitada para aprovecharlo.
Esta se explica, según algunos, por la revolución en la inteligen­
cia de los modernos, valorada por su obra desde el punto de vis­
ta tecnológico y artístico; otros señalan únicamente el primero de
estos aspectos, el tecnológico, en lo que se refiere a armas ligeras
y de más largo alcance, que aseguran el éxito de la caza en vege­

305
HOMO HISPANICO

tación abierta, herbácea, desarbolada que el clima había ido im­


poniendo, mientras que los neandertales se confinaban en esca­
sos relictos con vegetación montana2A.
Se registran patologías reumáticas, y un alto índice de defi­
ciencia alimentaria en las hipoplasias del esmalte dentario, muy
comunes. Son singulares los casos de una muela rota en Pinilla y
un diente incluido en una mandíbula de El Sidrón25.
En todo caso, no hay ningún factor que explique por sí solo
la extinción de los neandertales, sino que para entender ese esce­
nario será preciso tener en cuenta los distintos factores mencio­
nados. Además, si bien los neandertales tienen rasgos anatómi­
cos de los que puede inferirse una buena adaptación al frío, esta
ventaja no parece que fuera suficiente para sobrevivir en una Eu­
ropa cubierta de hielo, ni aun en la decadente mejoría del episo­
dio OIS 3. Los modernos, sin embargo, podrían superar mejor el
frío con vestidos más elaborados, como puede inferirse de su
ajuar, que contiene agujas de hueso, y con algún tipo de cons­
trucción a modo de vivienda o con una mayor penetración en ga­
lerías de cuevas, opciones estas que sí han quedado comproba­
das, y de modo singular en niveles de cultura auriñaciense, que
aparece ligada a los nuevos pobladores.
Los inventos aludidos y su puesta en práctica requieren un
desarrollo de funciones cerebrales que no parece que se llegara a
dar en neandertales, aun disponiendo estos de un cerebro más
grande que los modernos26. Cazaban, pero hemos visto que pa­
decían problemas metabólicos, cuyo origen podía ser el caniba­
lismo o tener un carácter genético y producirse a consecuencia
de la endogamia.
De aquí la necesidad de considerar en los modernos un nue­
vo factor: un mejor desarrollo neuronal basado en un mayor nú­
mero de conexiones y circuitos, aun en menor espacio o con me­
ninges más delgadas. Esto podría explicar no solo las nuevas
tecnologías del Modo 4 que venían floreciendo en Africa y en
Asia, sino también la cooperación e integración de los individuos
en nuevos espacios de agrupación social.

306
NEANDERTALES IBÉRICOS: SUS AMBIENTES. SU VIDA. LOS ÚLTIMOS

En África y en los últimos milenios, hasta hoy, han sobrevivi­


do razas en espacios reducidos o adversos y con escaso desarro­
llo tecnológico. En territorios limitados, como el del sur de Eu­
ropa en la época que estudiamos, y en poblaciones más dispersas
por la intrusión de los modernos, el aislamiento génico que la en-
dogamia no hacía más que reforzar pudo ser negativamente deci­
sivo, No se sabe bien desde cuándo, pero la incapacidad de hi­
bridación acrece la soledad y termina cortando la descendencia.
En resumen, eran cabezones, con una inteligencia tal vez me­
nos rápida y menos constructiva, y propensos a malnutrición y
artrosis. Los últimos, disminuidos por la endogamia y el caniba­
lismo, subsistieron entre hace 30.000 y 27.000 años en la mitad
sudoeste de la Península.

307
10
H u m a n o s m o d e r n o s y c u ltu r a
PALEOLÍTICA SUPERIOR EN IBERIA

Cambio g lo b a l con l a última g lac iac ió n , OIS 2

E l episodio final de la última glaciación se enmarca en un perío­


do entre hace 27.000 y unos 10.000 años; viene a coincidir con el
de la OIS 2, e incluye varias fases extremas de frío y de glaciar en
una serie bien calibrada de oscilaciones térmicas que, en general,
tienden a mejorar desde un crudísimo principio, dentro de unas
condiciones todavía muy frías.
El casquete polar ártico, y también el antártico, han rendido
registros detallados de variaciones sucesivas del clima en los últi­
mos 30.000 afíos en cilindros de hielo extraídos en profundos son­
deos. Resultan curvas muy parecidas a las obtenidas por sondeos y
estudio de isótopos en fondos oceánicos de diversas latitudes y en
zonas bentónicas, próximas a las costas. Estos diversos registros
constituyen hoy un archivo impresionante y muy preciso de las
continuas fluctuaciones del clima para los últimos 27 milenios de
la evolución de la humanidad. En la costa atlántica de la Pampa
argentina se han estudiado por los vaivenes del nivel del mar y las
consiguientes variaciones en los depósitos sedimentarios.
Tras el frío mantenido en torno a hace 30.000 años (Heín-
rich-3), y dos breves subidas térmicas del registro en el hielo de

309
HOMO HISPÁNICO

Groenlandia Is 4, hace unos 28.500 años, sucede un frío extremo


hace unos 26.000 años, tanto según dicho registro (North GRIP)
como en la escala planctónica OIS. Con ello se tiene por comen­
zada la última (hasta ahora) glaciación. Las temperaturas oceáni­
cas y polares se mantuvieron frías hasta la fuerte subida del final
del H-l, hace poco menos de 15.000 años. Otro descenso grave
entremedias se anotó en las escalas oceánicas en torno a hace
19.000 años, algo antes, más de 20.000 años, en la North GRIP.
A la subida de hace quince milenios sucedieron enseguida nue­
vos descensos escalonados hasta un tercer máximo frío glacial,
hace entre 13.000 y 12.000 años, más moderado que los dos pre­
cedentes, y al que siguió una subida definitiva, primero rápida,
con la que termina la glaciación, hace alrededor de 11.000 años,
y luego mantenida hasta imponerse, hace unos 10.000 años, el
clima cálido del actual Holoceno y episodio oceánico OIS 1, tras
el final del Pleistoceno Superior ’.
A partir de esto, los restos de vertebrados, incluidos los hu­
manos, que se conservan enterrados en sedimentos no llegan a
integrarse por diagénesis en el sedimento que los envuelve, a pe­
trificarse, a fosilizar. Se los encuentra y son tratados como subfó-
siles los más próximos al cambio.
Estos cambios climáticos se investigan también por sus efec­
tos en la cubierta vegetal, en las diversas regiones y latitudes geo­
gráficas, que afectaron a nuestros antecesores en un aspecto tan
fundamental como el de la disponibilidad de alimento. Ya se han
mencionado las ventajas e inconvenientes de las series y diagra­
mas polínicos derivados del muestreo de los sedimentos que se
depositaron rellenando las cavidades y simas kársticas. Los mejo­
res y más completos registros de las sucesivas cubiertas vegetales
se obtienen de las series de depósitos normalmente constantes e
inalterados en cubetas naturales, como son cráteres o calderas vol­
cánicas, y de las depresiones en el paisaje, como lagos, lagunas, al­
buferas o remansos. Así, la de Sihailongwan, en el noreste de Chi­
na, no lejos de la frontera con Corea, en una latitud de 42° 17’ N
—muy próxima a la de la ría de Vigo, e inferior a la de Atapuer-

31 0
HUMANOS MODERNOS Y CULTURA PALEOLITICA SUPERIOR EN IBERIA

ca— , ha mostrado fuerte deforestación en este periodo glacial,


con recuperaciones de árboles y arbustos en las oscilaciones tem­
pladas, y extensión de los páramos en los picos más fríos. De esta
estepización, en cambio, se libraron las montañas próximas al li­
toral mediterráneo, no solo en Iberia, en Grecia y en los archi­
piélagos de Australasia, sino en el sur de Francia, como se des­
prende de los sitios con ocupaciones humanas2.
La extensión de la estepa al sur de las tundras y taigas árticas
se evidencia también en los yacimientos de esta última glaciación
por el desplazamiento de sus pobladores a bajas latitudes, así
como por el arrinconamiento de los mamíferos arborícolas y aun
la extinción de algunos de estos y sus predadores habituales.

T iempos de la última glaciación en I beria

Las pérdidas de arbolado fueron generales en la Península,


extensas y repetidas según los registros polínicos. Dado el relieve
accidentado de este territorio, vinieron acompañadas de deterio­
ro y pérdida paulatina de suelos, sobre todo en la vertiente medi­
terránea, donde se ha constatado el efecto destructivo que pro­
ducían la sequía con frío y las lluvias torrenciales esporádicas en
los entornos de ramblas y valles empinados.
Se han podido contar fluctuaciones anuales de los fríos gla­
ciales mediante examen microscópico de depósitos como varvas,
que se repiten cada año en la estación de deshielo veraniego en
sedimentos marginales de glaciares montanos de esta edad en las
sierras de Urbión y de Neila, provincias de Soria y Burgos3.
Con métodos adecuados se ha estudiado la variación de la
cubierta vegetal en la franja próxima al Mediterráneo desde la
provincia de Castellón hasta la de Granada, incluyendo lugares
con buenos yacimientos de esta época, como los de Tossal de la
Roca, La Carihuela, la turbera de El Padul, Malladetes, Nava-
rrés, además de llevarse a cabo un sondeo en la parte de bajo
fondo del mar de Alborán, para el tramo último del episodio

311
HOMO HISPÁNICO

correspondiente a esta última glaciación —o «tardiglacial»— ,


entre hace 16.000 y 10.000 años. En resumen, se pasa de prade­
ras o estepas con pinares locales y algunos abetos, hace unos
13.000 años, a bosques abiertos de pinos, robledales y encinares
y aumento de especies templadas merced a un clima más suave y
húmedo. El frío y la sequía retornan hace poco más de 11.000
años, con el consiguiente aumento de la estepa y el pinar a ex­
pensas de las otras especies. La aridez se mantiene hace unos
10.000 años, si bien se produce un ligero aumento de las tempe­
raturas, antes del retomo interglacial en que nos encontramos.
Las vertientes cercanas al Atlántico proporcionan un espacio
adecuado para completar el estudio de aquellos cambios, apoya­
do en sondeos realizados en el mar próximo4.
En general, en las fases de máximos fríos, se mantienen en la
Península casi exclusivamente los pinos, cerca de las costas y en
cordilleras altas, y las sabinas y pinsapos en montañas del inte­
rior; muy en el extremo sur permanecen algunas zonas con vege­
tación montana —árboles y arbustos leñosos y matorral— , que
se volverá a extender en los intervalos de relativa mejoría.
Respecto a la fauna, la estepización se advierte con el aumen­
to en número de los bóvidos, y con la mejoría del arbolado au­
menta la representación de los ciervos. En la franja cantábrica
llegó a penetrar el reno5.

Smos con humanos e industrias del P aleolítico S uperior


y un N uevo M undo

El progreso industrial de las razas humanas en el mundo y en


el tiempo que duró la ultima glaciación, fue global y muy notable
en diversos aspectos y ha podido ser estudiado con detalle y fina
calibración cronológica en multitud de yacimientos.
En Francia se distinguieron tres etapas en la evolución in­
dustrial del Modo 4 en este periodo. Primero el Gravetiense,
destacado por las colecciones de puntas y hojas muy finamente

312
HUMANOS MODERNOS Y CULTURA PALEOLÍTICA SUPERIOR EN IBERIA

elaboradas, delgadas, estrechas, de pequeñas a muy pequeñas,


que sustituye al Auriñaciense hace alrededor de 28.000 años,
coincidiendo con los dos picos rápidos de clima benigno Is 4 e Is 3,
entre los máximos fríos del Heinrích 3 y el gélido de hace 26.000
años. El Gravetiense cuenta en Francia, además del locotipo de
La Gravette, con el Abrí Pataud, Rabier, entre otros sitios, y en
Italia, por ejemplo, con Paglicci. En Francia termina con la eclo­
sión del Solutrense hace cerca de 20.300 años, y este dura hasta
hace poco más de 17.000 años, esto es, el tramo de tiempo en
que, según distintos registros, se sitúan los segundos mínimos
térmicos de esta última glaciación, y no mucho más. Este perío­
do, bien conocido en Francia, además de por el locotipo Solutré,
por sitios como Les Eyzies, Grotte Placard, Fressignes, Combe
Sauniére, Laugerie-Haute, Abri Fritsch, Jean Blancs, será susti­
tuido por los primeros conjuntos de Magdaleniense. El sitio de
Fressignes, uno de los más septentrionales del Solutrense, en la
vertiente norte del Macizo Central francés y en meandros encaja­
dos de la cuenca de París, se identifica como campamento y sitio
de talla en medio de canteras de sílex próximas y distantes entre
30 y 100 kilómetros6.
Las poblaciones de la cultura magdaleniense atraviesan, sucesi­
vamente, una mejoría hace alrededor de 15.000 años, el tercer en­
friamiento glacial de hace entre 13.000 y 12.000 años, para alcanzar
una nueva mejoría rápida y degradación desde hace 11.000 años.
El Solutrense queda limitado al oeste de Europa, mientras que
en el centro y este se sigue progresando dentro del Gravetiense,
que ofrece en esta zona las sepulturas de Sungir, en Rusia, y las
cabañas construidas con huesos de mamut en Ucrania7.
La cultura Magdaleniense es la última del Paleolítico Supe­
rior en Europa. En Francia se ha estudiado a partir de numero­
sos yacimientos, con detalle secuencial. Se distingue por un au­
mento y diversificación considerable de la industria de hueso,
con azagayas, agujas y, al final, arpones, y lítica, con la aportación
de microlitos geométricos. Resalta también el incremento del
arte rupestre y el arte mueble o piezas de distinción personal. La

313
De las sepulturas gravetienses de Sungir (Rusia), con esqueletos de un adulto,
una niña y un niño cubiertos de collares con miles de perlas, casi todas traba­
jadas en marfil. {Del artículo de R. White, en Préhistoire d ’os, en homenaje a
Henriette Camps-Fabrer. Pubücations de l’Univers¡té de Provence, Aix-en-
Provence, 1999, págs. 319-331).
a) Cráneo y tórax del esqueleto de adulto de Sungir, con collares sobre el
cuerpo y la cabeza.
b) Detalle de un collar del niño de Sungir. Se ven colmillos de zorro y el
modo de ensamblar las cuentas de marfil.
c) Algunas de las cuentas de marfil talladas de los collares de los niños de
Sungir.
HOMO HISPÁNICO

mejoría casi continuada del clima, desde los 15.000 años a. p.,
permitió también la expansión de sus portadores a latitudes más
altas de Europa.
En Sudáfrica son también varios los sitios con LSA (Late Sto-
ne Age), equivalente del Paleolítico Superior eurasiático. La cue­
va Boomplaas, cerca de Ciudad de El Cabo, tiene una larga serie
con niveles fértiles. Hacia la mitad, el nivel OLP1 tiene la última
asociación de Paleolítico Medio (MSA), con dos datos, de
34.000 años en la base y de 27.000 años (C14) en la parte alta. Se
le superpone un nivel estéril y, por encima de este, otro, el LPC,
con LSA y un dato de 21.000 años (C14).
El Lupembiense de África meridional a central y noreste —
Angola, Nyassalandia, Zambia, Congo, Egipto— se divide en
dos estadios: el superior, cerca del final, se sitúa hace 12.500
años. En el noreste cabe citar el sitio de Wadi-Kubaniya, datado
entre hace 17.000 y 15.000 años, y el de Kom-Ombo, ambos en
Egipto. De este último se cita el Paleolítico Superior, llamado
Silsiliense, por la localidad próxima de Djebel Silsilah, con dato
cercano a los 13.000 años, y una variante más nueva de hace
unos 12.000 años.
El sitio de Hawa-Fteah, en la Cirenaica (Libia), tiene también
varios niveles con industria lítica progresiva; en el nivel 4, común
con Argelia, la Oraniense, con dato entre 17.000 y 10,000 años.
Contemporáneos también al Magdaleniense superior y los paleo­
líticos finales son los conjuntos capsienses, muy extendidos en el
norte y noroeste de África. Anterior al Capsiense es, en todo el
Magreb, la industria Ibero-mauritana, así llamada porque se la
creyó importada a través de Iberia, aunque está claro que África
septentrional estuvo bien poblada en estos tiempos glaciales al
término del Pleistoceno, con una evolución propia de los estilos
tecnológicos últimos del Paleolítico, aun cuando incluían técnicas
y tipos de Paleolítico Superior circunmediterráneo8. También en
la India parece haberse vivido un Paleolítico Superior en tiempos
de este Pleistoceno final, si bien puede decirse que se ha visto
continuado en algunas tribus de actuales cazadores-colectores9.

316
HUMANOS MODERNOS Y CULTURA PALEOLITICA SUPERIOR EN IBERIA

El mayor paso adelante dado por la humanidad en estos


tiempos de la glaciación OIS 2 fue sin duda el acceso y ocupa-
ción del doble continente de las Américas, el Nuevo Mundo. De
la estirpe de las puntas gravetienses y solutrenses, en formas,
funciones y técnicas de fabricación, son las puntas Clovis, de en­
tre 11.500 y 10.800 años, y las Folsom, de 11.000 a 9.800 años,
en localidades de Nuevo México (Estados Unidos); y, próximas
en el tiempo, las puntas «cola de pescado» de Costa Rica, Panamá,
Brasil, Venezuela, Colombia, Perú, Chile y otros países sudame­
ricanos l0.
Se conoce asimismo en China un Paleolítico Superior en nu­
merosas localidades, que no solo implica progreso en tecnología
sobre el que se clasifica como Paleolítico Medio regional —y en
el mismo tiempo que el Paleolítico Superior africano y europeo— ,
sino que tiene parecido formal con este tanto en las industrias de
piedra como en las de hueso, así como en otros aspectos cultura­
les. Se encontraron más de 100 artefactos líricos en Longtanshan
(sur de China), con mezcla tipológica de Musteriense europeo y
de Paleolítico más avanzado, y tres dientes humanos en dos nive­
les, uno con dato de 30.500 años. Del sitio de Shiyu (Shaanxi), en
el norte, es un fragmento de occipital con dato de 28.900 años e
industria superopaleolítica, más de 15.000 piezas. Eran 1.121 las
piezas con 493 utensilios, parte de ellos en hueso, de Maomao-
dong, en el sur, con partes de cuatro mandíbulas y tres fragmen­
tos de fémures humanos, de hace 14.600 años; 514 las piezas de
Paleolítico Superior de Quwo, en el norte, de edad imprecisa en
Pleistoceno terminal, con un canino humano; y 89 artefactos Uti­
cos de finales del Pleistoceno, en Mengzi, en el sur, con cuatro
cráneos parciales, dos mandíbulas, un fémur y una tibia, de hu­
manos modernos, como los mencionados antes n.
Volviendo a otras regiones ya recorridas a propósito de in­
dustrias paleolíticas, mencionemos que se han estudiado fósiles
humanos de estos tiempos y de razas hoy supervivientes en Su-
damérica, en Cerro Sota (Chile), con dato de 11.000 años, y Palli
Aika, sin dato, sitio próximo al anterior. De Sri Lanka, en la cue­

317
HOMO HISPÁNICO

va Batadomba Lena se hallaron restos de «Homo sapiens anató­


micamente moderno primitivo», con industria microlítica geo­
métrica —no lejos por tanto del Gravetiense— , con dato de
28.500 años, y también restos humanos en otra cueva, Fa Hien,
de edad imprecisa en la última parte del Pleistoceno Superior.
Entre los sitios de África Septentrional con industrias citados
arriba, los hay también con restos de humanos, modernos, sin
duda autores de los utensilios, entre los cuales podemos mencio­
nar los cráneos y mandíbulas de Taforalt, Marruecos, con dato
de 15.750 años, e industria que algunos consideran epipaleolíti-
ca; Haua-Fteah, una cueva en Libia, con larga serie sedimentaria
y registro arqueológico; Mechta-el-Arbi, en Marruecos, con un
tipo humano moderno, bien definido e industria asociada, de la
llamada iberomauritana.
La sepultura de un adolescente de 12-13 años, con industria
Gravetiense, en la Grotta Paglicci se data en 24.000 años. Una
segunda sepultura contenía un esqueleto de mujer joven adulta,

Reconstrucción compuesta del cráneo de un humano anatómicamente moder­


no o «Cro-M agnon», basada en varios cráneos de yacimientos europeos.
(Mauricio Antón).

318
HUMANOS MODERNOS Y CULTURA PALEOLÍTICA SUPERIOR EN IBERIA

con dato entre 23.400 y 23.000 años. Con el Gravetiense y va­


riantes regionales de Europa central, se conocen fósiles de huma­
nos modernos, de hace entre 28.000 y 23.000 años, en la Repú­
blica Checa: de más de 20 individuos (NMI) en Predmosti; de
uno en Brno II; de cinco (NMI) en Vestonice-Pavlov, Moravia, y
otros en Vielika Pecina (Croacia). Tres esqueletos de humanos
juntos fueron hallados en una sepultura inmediata al sitio Dolni
Vestonice II, con lascas de piedra, adornos personales y mineral
y polvo de ocre.
En Francia, el yacimiento de Cro-Magnon, próximo a Les
Eyzies, en Dordoña, dio nombre, hace más de un siglo, a una
raza de «humanos modernos» europeos, extendida incluso a
otros modernos fósiles. En el Abri Pataud, en Les Eyzies, el nivel
2, con dato 19.900 años (C14), contenía 117 fósiles humanos de
4 o 5 individuos (NMI), entre ellos un cráneo de adolescente,
bien conservado, con rasgos cromañoides, si bien presenta algu­
nas diferencias con el tipo francésu.

H umanos y sitios arqueológicos de I beria durante


LA ÚLTIMA GLACIACIÓN

Son en general escasos los yacimientos con fósiles humanos


de la Península Ibérica y las buenas series estratigráficas con da­
tos e información de conjuntos arqueológicos del Paleolítico Su­
perior. La excepción es la cornisa cantábrica, donde no son po­
cos los sitios, las series largas y los niveles con dato cronométrico
y bien estudiados que proporcionan excelente información.
Uno de los últimos datos con conjunto auriñaciense, en la re­
gión, que prácticamente coincide con el comienzo del episodio
glacial O IS 2, entre la rápida mejoría climática Is 3 de hace
27.500 años y la caída hasta el máximo frío de la última glacia­
ción, hace cerca de 26.000 años, es el nivel 8 de Cueva Morín,
hace 27.400 años. Es el nivel del que se extrajeron moldes natu­
rales de cuerpos humanos, de arcilla, que paulatinamente susti­

319
HOMO HISPÁNICO

tuyo la sustancia de cadáveres sepultados. Idénticas son las fe­


chas de los primeros conjuntos gravetienses en la Península:
Amalda VI, con 27.400 años, y Antoliñako Koba, con 27.300
años. Siguen los niveles con industria gravetiense en Cueto de la
Mina, nivel H, con 26.500 años, y AIkerdi 2, con 26.470 años.
Posteriores son los niveles 5 y 4 de Cueva Morín, con poco me­
nos de 25.000 años, y dos datos de Aitzbitarte III, nivel VI, entre
25.300 y 23.800 años. El nivel V de Aitzbitarte III tiene tres da­
tos entre 24.900 y 23.200 años. El gravetiense de Fuente Salín 2
tiene 22.300 años; el de Hornos de la Peña D, 20.900 años; Riera 1,
entre 21.000 y 20.000 años, y Cueva Morín 5a, 20.100 años. En
Cueto de la Mina, nivel V, o G, se menciona el paso de Grave­
tiense a Solutrense, con dato de cerca de 20.000 años; como se
ve, muy próximo al constatado en Francia, y a la segunda fuerte
caída glacial.
Industrias solutrenses están aquí comprendidas entre 20.900
y 16.900 años en La Riera. En la cueva de Caldas se señalan, para
niveles 9 a 7, 18.300 años, y para niveles 6 a 3, entre 18.200 y
17.000 años. Aitzbitarte tiene un dato de 17.900 años; Chufín,
uno de 17.400 años, y Urtiaga, uno de 17.000 años. De los nive­
les de La Riera se conservan restos de un cráneo infantil, partes
de un cráneo juvenil, y un molar de adulto.
El Magdaleniense Cantábrico Inferior se extiende, según dis­
tintos autores, en la Cueva de Rascaño, niveles 5 a 3, entre 16.400
y 15.100 años; en El Juyo, niveles 12 a 4, entre 15.500 y 14.000
años. Otros datos para esta nueva fase cultural son: en Bolinko-
ba, 15.990 años; en Erralla, entre 16.300 y 15.700; en El Mirón,
entre 15.700 y 15.000; en Ekain VII b-d, 15.400; en Lloseta,
15.200; en El Pendo, 14.800; en Altamira 14.480 años. De La Pa­
siega, en este tramo, se conoce un maxilar superior humano; de
Erralla, dos dientes, y de Rascaño, una calota craneana y un
diente.
Dos frontales humanos —que fueron interpretados como
«cráneos-copa», lo que hoy se desmiente— y otro medio crá­
neo proceden del nivel 8 de la cueva de El Castillo, con indus­

320
HUMANOS MODERNOS Y CULTURA PALEOLÍTICA SUPERIOR EN IBERIA

tria de Magdaleniense Medio y dato entre 14.000 y 11.000


anos. Del Magdaleniense Superior y edad entre 13.800 y 13.500
años son los hallazgos de dos dientes humanos en la cueva de
Tito Bustiílo, además de adornos y arte mueble. Y con un Mag­
daleniense terminal se vinculan: un cráneo facial incompleto de
niño en la cueva de El Pendo, con edad indeterminada; parte de
otro cráneo en un nivel de 10.280 años de Urtiaga; partes de un
maxilar y mandíbula con dientes de la cueva La Chora, de entre
13.000 y 10.000 años.
También con registros en estos 17 milenios de la última
glaciación se conocen sitios del Levante español, con industria
de Paleolítico Superior y fósiles humanos. Con dato entre
26.000 y menos de 22.000 años y puntas «gravette» de más de
50 por 10 milímetros, la cueva de Malladetes y el Barranc
Blanc; con microgravetienses, la Cova deis Cendres y Cova Be-
neito, sobre todo en niveles inferiores. La cueva de Parpalló
tiene una larga serie que abarca todo este periodo. En niveles
medios, con industrias solutrenses, había un cráneo incomple­
to de hembra joven y una cabeza de húmero de un inmaduro,
con un dato próximo de 21.500 años; con magdaleniense de
hace entre 14.500 y 13.200 años, tres fragmentos de mandíbula
y varios dientes. También se cita Magdaleniense entre hace
11.000 y 10.000 años en Cova Ma tu taño. Pilar U trilla estudia
varios yacimientos aragoneses y sus posibles parentescos con
sitios y niveles de Francia y el Levante español, sobre todo del
Solutrense; del Magdaleniense Superior de la Cueva de Cha­
ves, y del Magdaleniense y Epipaleolítico del abrigo de Peña
de las Forcas (Graus, Huesca).
En Madrid, cerca de la Plaza de Legazpi, barrio de Las Deli­
cias, se encontró un cráneo humano fósil que se conserva en el
Museo Nacional de Ciencias Naturales y no ha sido objeto de un
estudio actualizado. Yacía en un depósito coluvial sobre una te­
rraza media-baja del Manzanares próxima a su orilla izquierda.
Las formas son modernas y el parecido es grande con la raza ma-
grebí de Mechta-el-Arbi.

321
HOMO HISPÁNICO

También en el centro de la Península se ha estudiado el abrigo


de la Peña de Estebanvela (Ayllón, Segovia), a más de 1.000 metros
sobre el nivel medio del mar, con varios niveles magdalenienses
datados entre 14.200 y 11.000. años, y actividades de talla.
En Portugal, en la Gruta Nova de Columbeira (Bombarral),
se cita el último Musteriense, de hace 26.000 años, con un pre­
molar deciduo humano. El final de! Auriñaciense es conocido,
con dato próximo a 28.000 años, en Pego do Diabo, nivel 2b, y
más reciente, en nivel 2a; en el sitio de Vascas, con más de
24.000 años. El Gravetiense, en Vale Comprido y Fonte Santa, y
en distintos niveles de Cabero de Porto Marinho y de Terra do
Manuel. El Solutrense, en Pego do Diabo, nivel 3, con más de
18.000 años; y en la Gruta do Correío-Mór (Loures), con una
mandíbula humana. El Magdaleniense Inferior en Vermellosa, y
Magdaleniense Superior en el valle del Coa, de hace 12.000 a
10.000 años. En la Gruta de Casa Moura (Cesareda) se encontra­
ron sepulturas de humanos modernos.
En el sur también es muy tardío el abandono de la tradición
musteriense: se la encuentra en la cueva de Gorham, en Gibraltar,
con menos de 27.000 años; en el nivel 14 de Bajondillo (Torremo-
linos, Málaga), de hace 28.000 años. El registro largo de la cueva
La Carihuela tiene, tras un hiato sobre el techo de sus niveles mus­
terienses que no parecen pasar de los 25.000 años, en el nivel III
con Paleolítico Superior, un fragmento parietal, otro de mandíbu­
la y una tibia de adultos modernos. Otra serie con registro muy
largo que cubre todo el Paleolítico Superior se halla en la Cueva
de Nerja (Málaga), desde el Auriñaciense, en los niveles NM 19 a
17 de la Sala de la Mina y NV 13 a 11 de Sala del Vestíbulo, hasta
Epipaleolítico, en NM 12 y NV 4. Uno de los niveles del Magda­
leniense Superior de la Mina de Nerja, NM 16, arroja un dato de
entre 12.270 y 12.060 años. En esta faltan niveles Solutrenses y
Gravetienses, que, en cambio, se dan en el Vestíbulo, NV 10 a 8.
Aquí se hallaron cuatro esqueletos humanos en sepultura artifi­
cial: excavados minuciosamente en los años cincuenta del pasado
siglo por A. de la Quadra Salcedo, no pudieron ser conocidos y

322
HUMANOS MODERNOS Y CULTURA PALEOLÍTICA SUPERIOR EN IBERIA

estudiados hasta varias décadas más tarde (D. Turbón y otros,


1994); su edad, más reciente, es desconocida13.
En Iberia también se han encontrado restos humanos subfósi-
les, esto es, en los que el proceso de fosilización no está concluido,
no tienen las propiedades completas, dureza, composición mineral
de los fósiles. En general son de edades posteriores a la doble su­
bida térmica con la que se pasó de la última glaciación, final del
Pleistoceno, al Holoceno, y tienen menos de 10.000 años. Entre
estos, un esqueleto incompleto masculino adulto de 9.540-9.530
años, con industria Aziliense en los Azules (Asturias); una mandí­
bula femenina con 9.890 años en Mazaculos II; parte de un es­
queleto femenino en Colombres con menos de 9.500 años; con in­
dustria asturiense, el cráneo de Cuartamentero, de hace menos de
9,300 años, y la mandíbula de Balmorí. También de la franja cantá­
brica son los sitios con industria aziliense de El Homo, 11.000
años; Valle, 11.000 a 10.000; El Perro, cerca de 10.000; La Fragua,
cerca de 9.500, y varias cuevas sin dato preciso. Si pasamos a la Es­
paña mediterránea, tenemos varios esqueletos incompletos en el
Cingle Vermeíl, de 9.760 años y con industria epipaleolítica; con
edad imprecisa entre 13.300 y 7.500 años y epipaleolítíco geomé­
trico, tres dientes aislados en Tossal de la Roca, y entre 13.470 y
8.450 años dos fragmentos craneanos en Barranc Blanc, con in­
dustria clasificada como epigravetiense microlamelar. Otros sitios
con industrias genéricamente epipaleolíticas o de finales del Mag­
daleniense son, en esta franja, Bora Gran, datado en 9.520 años;
un nivel en Malladetes con microlaminillas, de 8.420 años, y los ni­
veles 9 y 7 de Peña de las Forcas (Graus, Huesca), en el norte de
Aragón, con 9.710 y 9.360 años, respectivamente14.

M odos de vida y arte de los últimos hispánicos fósiles

Tras la extensión de los humanos modernos y de la cultura au­


riñaciense en Europa y finalmente en la Península Ibérica, que he­
mos recordado en párrafos anteriores, en este último tramo del

323
HOMO HISPÁNICO

Pleistoceno se percibe una notable sincronía de los cambios de


tradiciones culturales que obliga a inferir una comunidad territo­
rial entre las poblaciones de la mitad sur de Francia y las de Iberia.
Recordemos que las últimas citas de Auriñaciense son, en
Francia, la de Les Rois, con 28.700 años; la de Pego do Diabo,
en Portugal, con 28.000 años, aunque hay Musteriense tardío en
Columbeira con 26.400 años; y la de Morín, nivel 8a, en Canta­
bria, con 28.700 años. A partir de aquí hay comunidad en las fe­
chas y en el detalle de las tradiciones técnicas y formatos de la
cultura gravetiense. El paso de esta a la solutrense tiene dato
aproximado de 20.000 años en Cueto de la Mina V; en Riera se
registra Solutrense hace 20.900 años, en Chaves (Huesca), hace
19.700. En Francia, Combe Sauniére tiene dato entre 20.000 y
18.000 años, y la Grotte Placard, máximo de 20.300 años y míni­
mo de 17.440 para los niveles solutrenses, además de 19.180 en
el Abrigo Fritsch, y 18.260 en Laugerie Haute. Entre los últimos
datos para estos, en Cantabria, están los 17.900 años de Aitzbi-
tarte; los 17.400 de Chufín; los 16.900 de la Riera, y el Magdale-
niense Inferior aparece en Rascaño hace 16.400 años.
Ya no se clasifican las industrias por el dato cronológico, ni
se establece este en función de aquellas, pero merced a su estu­
dio comparativo, aun manejando registros de distinta proceden­
cia y teniendo en cuenta los márgenes de error en los datos cro­
nométricos, la sincronía en la sucesión de modos tecnológicos es
indudable. Ha llegado a proponerse que las tradiciones técnicas
del Solutrense, esos casi 3.000 años del segundo máximo glacial
del OIS 2, tienen su origen en España, distinguiendo así el ámbi­
to iberofrancés del de sus coetáneos europeos. También recorda­
mos que Pilar Utrilla y su equipo han investigado las posibles re­
laciones y comunicación entre los grupos representados en los
yacimientos de la zona cantábrica, la cuenca del Ebro y el territo­
rio levantino en el tiempo de esta glaciación, así como en el pre­
cedente del episodio O IS 23. Por otra parte, se ha estudiado y
discutido la limitación territorial de las ocupaciones solutrenses
en el norte de Francia.

324
HUMANOS MODERNOS Y CULTURA PALEOLÍTICA SUPERIOR EN IBERIA

Por lo que se refiere al modo de vida de aquellos ocupantes y


lo que estos hallazgos arqueológicos permiten inferir sobre activi­
dades registradas, en particular la procuración de nutrientes, en
yacimientos ibéricos, podemos anotar trabajos sobre prácticas y
tiempos de caza en el paso del Auriñaciense al Gravetiense. En el
Cantábrico se concluye un alargamiento y desplazamiento de la
temporada de caza, entre el otoño y el invierno en Motín, niveles
8a y 5-4, con gran dominio del ciervo hace 27.500 años; gradual
aumento del corzo y presencia de caballo desde hace 25.000 años
en Morín y abundancia de este en Cueto de la Mina H hace
26.500 años, y la variada cacería de caballo, ciervo, gran bovino y
cabra en Cueto de la Mina G y en La Riera 1, probablemente
hace cerca de 21.000 años, en temporada desde el invierno hasta
el comienzo del verano. No resultan contradictorias estas lecturas
con un escenario de estepización en estos crudos comienzos de la
última glaciación. Y de los tiempos del Gravetiense al Solutrense
y al Magdaleniense se ha venido a constatar un aumento conside­
rable en densidad de población regional, contemporánea de la
expansión al norte en Francia y Europa Central, actividad antrópi-
ca en los sitios por la cantidad y densidad de restos líticos y óseos,
y la creciente falta de carnívoros en estos.
Entre los tipos de utensilios gravetienses llaman la atención
las hojas y hojitas que hacen pensar que fueran enastadas en ar­
mas arrojadizas para caza individual a distancia en paisajes abier­
tos. Se ha llegado a inferir y exponer la idea de que el arco para
lanzar flechas haya sido inventado y usado en el Solutrense, si
bien no se conocen verdaderos arcos conservados en yacimientos
hasta tiempos finales del Paleolítico, hace 10.800 años, en Stell-
moor (Alemania), y el Mesolítico, en varios sitios de Dinamarca y
uno de Rusia. Las puntas de Clovis y Folsom no parecen otra cosa
que puntas de flecha, que vino a ser el instrumento de caza gene­
ral —conservado entre pobladores de las Amérícas hasta nues­
tros días— . Por las proporciones de las distintas partes del es­
queleto conservadas en niveles bien excavados y por trazas de
corte con sílex en hueso, A. Sánchez Marco considera probable

325
HOMO HISPÁNICO

la caza de aves en los niveles superiores de La Carihuela, y cierta


en tiempos magdalenienses en Berroberría, Navarra, y en el Tos-
sal de la Roca (Alicante).
En los niveles superiores de la Cueva de Nerja se encontra­
ron buen número de especies de aves y de moluscos, y dos de
quelonio, más en niveles con Magdaleniense Superior, con Epi-
paleolítico y Neolítico, y se señala que incluso pudo ser este el
primero y el último hábitat de algunas especies. De entre las
conchas de moluscos se distingue alguna especie que tenía allí el
lugar de habitación, y otras que no podían encontrarse en la
cueva sino traídas incidentalmente: las que formaban un con­
junto alimentario y las que entraban en el aparejo ornamental;
entre estas, el gasterópodo terrícola Iberus y las acuáticas alme­
jas y berberechos. Recordemos que el marisqueo era ya conoci­
do en pobladores de Sudáfrica, y se generalizó en las costas de
distintos continentes y océanos al cambiar con el clima las cu­
biertas de flora y fauna en la brusca transición finiglacial del
OIS 2 al 1, del Pleistoceno final al Holoceno, como atestiguan
los «concheros».
Otro aspecto destacable, obvio en cuevas de cierta profundi­
dad y recorridos interiores, es el diferente uso y conocimiento de
estos espacios en distintos grupos humanos. En Europa al menos
se distinguen los neandertales, que podían permanecer en una
cueva, pero solo en su portal o salas muy próximas a este, al con­
trario que los modernos, cuya penetración en galerías y domos aun
recónditos es manifiesta. Se ha llegado a plantear la cuestión de
que el uso de estas cavidades interiores no fuera para actividades
de sustento o cierta permanencia, sino que podría estar relacio­
nado con la exploración curiosa o con las prácticas rituales.
También en esta época final del Pleistoceno vamos conocien­
do, como para otras anteriores, más y más estudios sobre el uso
de los territorios en tomo a yacimientos. Por referir un caso que
sirva como ejemplo, en el valle de Asón (Cantabria) se han dis­
tinguido dos situaciones en determinados yacimientos con ocu­
pación del Aziliense: unos están abiertos, en abrigos o pequeñas

326
HUMANOS MODERNOS Y CULTURA PALEOLÍTICA SUPERIOR EN IBERIA

cuevas, próximos al río; otros en cuevas más espaciosas y situa­


das a más altura, en la ladera.
Merecen bien la atención que se les viene prestando los obje­
tos, y aun los conjuntos instrumentales, confeccionados en hue­
so. Las culturas prehistóricas del Pleistoceno se llaman «paleolí­
ticas» porque los distintos materiales de piedra eran no solo los
más frecuentes y abundantes en los yacimientos, los mejor con­
servados y los más estudiados y clasificados desde el principio,
sino, además, los preferidos por nuestros antecesores, los más
trabajados y diversamente tratados, dominantes en su desarrollo
mental y tecnológico. Pero hoy no cabe duda de que el hueso
formó también parte, desde muy pronto, de aquellas tecnologías
por su constitución mineral semejante a las piedras, sobre todo
por su fragmentación astillada, con extremos penetrantes debido
a la estructura cruzada de fibras helicoidales.
Es escasa la modificación de talla y configuraciones en piezas
óseas utilizadas como instrumentos en conjuntos del Paleolítico
Inferior, y empiezan a reconocerse modos de talla y tipos de úti­
les de hueso en el Paleolítico Medio. Son más abundantes y di­
versas, y por ello estudiadas y clasificadas como características,
las del Paleolítico Superior. Se conocen en China, en el norte y el
sur de África; por ejemplo, en el Capsiense del sitio tunecino de
Gafsa, junto con láminas denticuladas y estranguladas de sílex,
buriles y microburiles, además de cenizas, piedras quemadas y
conchas de caracolas. Se las incluye en las tipologías del Grave-
tiense y del Solutrense.
En Alós de Balaguer (Lérida) se han excavado y estudiado la
cueva del Parco, A l, y un abrigo exterior, A2, en el sistema del
Monsec, a 120 metros sobre el curso del río Segre y 420 metros
sobre el nivel medio del mar. Con un conjunto lírico de Magdale-
niense superior, se han descrito 54 piezas de industria y simbolo-
gía óseas: la mayoría son azagayas y agujas en hueso o asta, a las
que se añade una espátula o alisador en asta. Se incluyen tam­
bién colgantes de conchas perforadas y un fragmento de hueso
plano con decoración incisa. Se han encontrado agujas en otros

327
HOMO HISPANICO

sitios de ambas vertientes y distintas latitudes: en Las Caldas (As­


turias), Altamira, El Pendo (Cantabria), Vallada (Valencia), Este-
banvela (Segovia), de Magdaleniense. No dejan lugar a dudas so­
bre el uso de vestidos, aunque fueran toscos, por los habitantes,
humanos modernos, en esas épocas glaciales. En la industria
ósea de otros sitios predominan instrumentos de caza y pesca: las
azagayas y los arpones, como en Bora Gran (Serinyá, Gerona) al
final del Magdaleniense, 11.500 años.
También en numerosos sitios se han usado piezas óseas como
soporte para decorado o dibujo mediante incisiones, frecuente­
mente en huesos largos. Notable es la repetición de este uso en la
hoja plana de omóplatos, que cita I. Barrandiarán (1996), en ni­
veles con Magdaleniense Inferior de varios yacimientos en la
franja cantábrica: en El Cierro, de Ribadesella, con una cabeza
de ciervo grabada y otros dibujos; más de siete en Altamira, que
incluyen cuartos traseros de bisonte grabados en una escápula de
cabra; en El Pendo, una cabeza de cierva y un trasero de rumian­
te en sendos omóplatos, además de una azagaya decorada. En el
nivel 8 de El Juyo había, entre otros, una cabeza de cierva graba­
da en una escápula, dos cabezas de cierva en otra, y en otra más,
una de caballo, junto a dos cabezas de caballo en un hueso largo.
Del Magdaleniense B de El Castillo se citaron más de 30 omó­
platos con grabados. Quizá se pueda hablar de «modas», además
de arte, humor y comunicación en aquellos pobladores.
En suelos de ocupación de aquellos tiempos, se han podido
inferir, sobre muestras inequívocas, diversos aspectos de la vida
de aquellos paisanos, con datos en tomo al evento Heinrich 1,
hace alrededor de 15.000 años, caracterizado por el calentamien­
to climático. En el Magdaleniense Inferior de El Mirón (Ramales
de la Victoria, Cantabria) se ha identificado una superficie de
ocupación, como zona de procesado y consumo de alimentos, un
hogar junto a restos de astas de ciervos, cuernos de cabra, hue­
sos, múltiples utensilios, restos de talla y conchas de un par de
géneros de moluscos.
González-Echegaray y su equipo estudiaron más de 200.000

328
HUMANOS MODERNOS Y CULTURA PALEOLITICA SUPERIOR EN IBERIA

piezas líricas del Magdaleniense Inferior cantábrico en tres fases


sucesivas, calibradas en nueve niveles de hace 15.500 a 14.000
años, que comprende un intervalo fresco y húmedo entre dos
muy fríos de El Juyo (Igollo de Camargo, Cantabria). De estas
piezas, 8.391 eran utensilios terminados. Refieren además 1.108
piezas óseas trabajadas. En los niveles con más de 1.000 instru­
mentos líricos refieren numerosas escápulas de ciervo grabadas y
escasos colgantes; azagayas de sección circular y abundantes col­
gantes (nivel 6), y también copiosos colgantes y azagayas de sec­
ción cuadrada (nivel 4, el más moderno), así como numerosos
restos de hogar y abundantes fósiles de moluscos, de salmones y
otros peces, algunos de crustáceos, de donde infieren estancia
con las mareas vivas otoñales (nivel 8). En el nivel 6 aparecen
menos cenizas, restos de más de 100 (NMI) ciervos cazados, so­
bre todo en primavera, y del nivel 4 se desprende la dedicación
de mayor espacio para el culto que para residencia, como indica
una roca tallada con rostro semihumano, que iluminaba el rayo
solar a través de un resquicio en el solsticio de verano. Los auto­
res atribuyen estas variaciones pauciseculares no a sustituciones
de grupos pobladores, sino a cambios entre generaciones de una
misma estirpe15.
No cabe duda de que entre las huellas que nos han quedado
de la vida, las actividades, costumbres y capacidad mental opera­
tiva y expresiva de aquellos antepasados, el arte rupestre, practi­
cado desde hace más de 30.000 años en toda África; pronto en
Europa, en Asia y hasta en Australia y Nueva Zelanda, destaca
de todas las demás. El primer premio se lo lleva la Cueva de Al-
tamíra, y si se prefiere hablar de escuelas y comunidades, la his-
pano-francesa del Paleolítico Superior. En realismo y precisión
naturalista, en seguridad de propósito y de trazo, en expresión,
impresión y aun en arte esquemático, no veo que significativa­
mente superen a aquellos los artistas de nuestro tiempo. No pue­
do ir más allá en el detalle y ejemplos, que requerirían otro y aun
otros volúmenes. Me permito, no obstante, a modo de despedi­
da, el análisis a vuela pluma de un caso, ejemplo de una escuela

329
HOMO HISPÁNICO

Bética en este modo de expresión y arte, que está siendo objeto,


en los últimos años, del estudio y la proyección que se merece.
En la Cueva de Ardales (Málaga) se han «leído», a modo de
páginas, 250 espacios expositivos. En ellos se distinguen 97 re­
presentaciones de fauna —mamíferos de cuatro especies como
máximo, extrañas aves, una serpiente y un pez— , 11 antropo­
morfas femeninas, 9 manos positivas o negativas, y 642 signos. El
equipo dirigido por Pedro Cantalejo ha analizado y descrito mo­
dalidades en la temática, colores y técnicas, en seis fases que rela­
ciona con tres ciclos culturales: un ciclo inicial que compara con
los clásicos de Auriñaciense y Gravetiense; un ciclo medio que
refiere al Solutrense, y un ciclo final que considera relacionado
con el Magdaleniense. Esta y otras localidades con arte paleolíti­
co bético están siendo dadas a conocer con publicaciones muy
bien ilustradas de investigación y de divulgación, y abiertas a un
turismo culto, como se merecen, en toda la región andaluza.
Y no solo esto. Cantalejo y sus colaboradores han empleado
los últimos veinte años en relacionar los iconos de esta y otras
cuevas prehistóricas andaluzas con todo aquello que pudieran
expresar sobre obtención de recursos, dinámica de la familia y la
práctica de un posible «nomadismo restringido» en distintos
grupos humanos por la costa y las serranías Béticas. Y encuen­
tran un vínculo social «entre lo dibujado, el espacio escénico (la
cueva), la interpretación oral de los adultos y la comprensión por
parte de los más jóvenes del funcionamiento de su mundo». Es­
tas excitantes imágenes son algo ya muy próximo al jeroglífico y
a la historia escrita16.

* * *

Fue muy sobresaliente, rápido, y se conoce bien por fósiles y


objetos de industria, el acontecimiento explosivo de la especie
humana, con los ergásteres de Africa, hace cerca de 1,9 millones
HUMANOS MODERNOS Y CULTURA PALEOLÍTICA SUPERIOR EN IBERIA

de años, seguido de la expansión a Eurasia. Los progresos técni­


cos del Modo 2, gran formato, son muy diferidos; el aumento de
población y los cambios raciales en torno a hace un millón de
años cuentan con pocos registros. De hace cerca de 600.000 años
se conocen bien diversas razas en China; y en África, las diferen­
tes estirpes que a lo largo de medio millón de años irán derivan­
do en neandertales y modernos, proceso que culminaría hace
unos 130.000 años. Los cambios culturales durante este tiempo
fueron progresivos pero arrítmicos, hasta generalizarse los estilos
del Paleolítico Medio. La instalación de las razas actuales, con
las últimas técnicas de cazadores-colectores, primeros pescado­
res conocidos, artistas y navegantes, se constata con precisión
como fenómeno sucesivo pero rápido entre hace unos 45.000 y
poco menos de 28,000 años. Ya no tardan mucho en poblarse los
archipiélagos oceánicos y, tras una reanimación de las travesías por
los estrechos mediterráneos e indonésicos, llega el paso al Nuevo
Mundo y la expansión humana por las Américas, en tiempos de la
última glaciación, hace unos pocos miles de años —como postuló
el jesuíta José de Acosta (1590), quien también encontró explica­
ción bíogeográfica para cambios en la fauna, fundamentándolos
en observaciones que Darwin redescubriría tres siglos después.
La cultura del Paleolítico Superior se expansionó desde el
sur y este de África y el Próximo Oriente (suroeste asiático), y
llegó algo más tarde al noroeste de África y el suroeste de Euro­
pa. Pero fue aquí, en el suroeste de Francia y en la Península
Ibérica, donde floreció el progreso con las industrias solutrenses
y magdalenienses, y brillaron magistralmente las expresiones ar­
tísticas. Más tarde vinieron en varios puntos del mundo los nue­
vos progresos técnicos con que se superó, en el Neolítico, la cri­
sis del calentamiento global de hace diez milenios.

331
N o ta s

P a r t e i: C ó m o se sa b e n estas c o sa s

Capítulo 1: Tareas de campo, laboratorio y mesa: técnicas y disciplinas

1 E. Aguilera y Gamboa, «Torralba, la plus ancienne station humaine de


l’Europe», Congrés International d‘Antbropologie et d’Arcbéologie préhistori-
que. C. R., XlVe. Session, Généve, 1912, 1913, págs. 277-290.
Véase también E. Aguirre, «Torralba y Ambrona. Un siglo de encuentros».
Zona Arqueológica, 5.2005: págs. 40-77.
2 Y. Yokoyama, «Direct gamma-ray spectrometric dadng of anteneander-
talian and neandertalian human retnains», en G. Giacobini (ed.), Hominidae,
Jaca Book, Milán, 1989, págs. 387-390.
} C. Falguéres, Datations de sites acheuléens et moustériens par la métbode
de résonance de spin électronique, Thése, Museum national d’Histoire natu-
relle (MNHN), París, 1986.
4 J. Vallverdú, «Análisis geolítico: métodos y técnicas. Los métodos de la
datación», en E. Carbonell (coord.). Homínidos: las primeras ocupaciones de
los continentes, Ariel, Barcelona, 2005, págs. 20-37.
5 R. Grün, H. P. Schwarcz y J. Chadam, «ESR dating of tooth enamel:
coupled correction for U-uptake and U-series disequilibríum», Nucí. Traks
Radiat. Measurements, 14,1998, págs. 237-241.
Véase también J. L. Bischoff, J. A. Fitzpatrick, L. León, J. L. Arsuaga,
C. Falguéres, J. J. Bahain y T. Bullen, «Geology and preliminary dadng of the
hominid-bearing sedimentary fUl of the Sima de los Huesos Chamber. Cueva
Mayor of the Sierra de Atapuerca, Burgos, Spain», Journal o f Human Evolu-
tion, 33,1997, págs. 129-154.

333
6 G. Laplace, «La typologie analytique et structurale: Base rationnelle d e-
tude des industries lithiques et osseuses», tanques des données archéologiques,
Colloques nationaux du CNRS, 932, 1972, págs. 91-143.
7 E. Carbonell, M. Guilbaud y R. Mora, «Utilización de la lógica analítica
para el estudio de tecno-complejos a cantos tallados», Cabier Noir, 1, 1983,
págs. 3-64.
Véase también M. Mosquera, Procesos técnicos y variabilidad en la industria
lítica del Pleistoceno Medio de la Meseta: Sierra de Alapuerca, Torralba, Ambrom
y Áridos, Tesis doctoral, Universidad Complutense de Madrid (UCM), 1995, y
«La tecnología del Pleistoceno Inferior y Medio en la Sierra de Atapuerca: im­
plicaciones paleoeconómicas y subsistenciales», en E. Aguírre (ed.), Atapuerca y
la evolución humana, Fundación Ramón Areces, Madrid, 1998, págs. 421-453.
Véase también X. P. Rodríguez, Technical Systems of Litbic Production in
the Lower and Middle Piéistocene o f tbe Iberia n Península: Tecbnological va-
riability..., John and Erica Hedges Ltd., Oxford, 2004.
8 R. Sala, «The Use and Efficiency of a Mode 1 Lithic Production Sys­
tem», en: A. Amoniazzi y otros (eds.), Proceedings o f tbe XIII International
Congress of Prehistoric Sáences, September 8-14, 1996, vol. 6, tomo II, ABA­
CO, Forli, 1998, págs. 1303-1310.
Véase también B. Márquez, A. Ollé y R. Sala, «Análisis microscópico de
los instrumentos de Galería (Sierra de Atapuerca)», en E. Carbonell, A. Rosas
y J. C. Diez, (eds.), Atapuerca: ocupaciones humanas y paleoecología del yaci­
miento de Galería, Junta de Castilla y León, Zamora, 1999, págs. 353-369.
9 J. F, Tournepiche y C. Couture, «The hyena den of Rochelot Cave (Cha-
rente, France)», en The role of early bumans in the accumulation o f European
Lower and Middle Palaeolitbic bone assemblages. Monographten des Rómisch-
Germaniscben Zentralmuseums, 42, Mainz, 1999, págs. 89-101,
Véase también E. Bemáldez, «De lo que el hombre comió, tiró y enterró.
Interpretación tafonómica y bioestratinómica de los yacimientos arqueológi­
cos y paleontológicos», Boletín del Instituto Andaluz del Patrimonio Histórico,
VII, num. 29,1999, págs. 168-180.
10 Y. Fernández-Jalvo, «Interpretación paleoambiental y etológica en Ata-
puerca a través de métodos tafonómicos», en E. Aguirre (ed.), Atapuerca y la
evolución humana, Fundación Ramón Areces, Madrid, 1998, págs. 111-152.
11 L. Cattani, M. Garría Antón yJ. Renault-Miskovsky, «The lower and middle
Pleistocene in the circum-mediterranean región. Attempts and results of archaeo-
palynological correlations», AASP Contributions Series, 29,1994, págs. 27-52.
12 A. M. Moigne, «Exploitation des territoires, sites spécialisés», Les pre-
miers habitants de l’Europe. Tautavel. Resume's des Communications, CNRS,
Muséum national d’Histoire naturelle (MNHN), París, 2000, págs. 150-151.

334
NOTAS

15 E. Carboneil y J. Rosell, «Ocupaciones de homínidos en el Pleistoceno


de la Sierra de Atapuerca», Zona Arqueológica, 4 (4), 2004, págs. 102-115.
14 M. Antón, E l secreto de los fósiles, Aguilar, Madrid, 2007.
15 T. G. Bromage, A. Boyde y A. Pérez-Ochoa, «Nuevas posibilidades en
la investigación paleantropológica utilizando un microscopio confocal portá­
til», Zona Arqueológica, 4 (4), 2004, págs. 72-81.
Véase también A. Pérez-Ochoa, Aplicaciones de la microscopía con luz pola­
rizada circularmente en las investigaciones mtcroanatómicas de la estructura y
función de los tejidos duros de homínidos fósiles, Tesis doctoral, Facultad de
Ciencias Biológicas, UCM, Madrid, 2005.
Véase también C. Martínez Maza, Ontogenia y filogenia del modelado óseo
en el esqueleto facial y la mandíbula de los hominoideos. Estudio de la línea fi-
hgenética neandertal a partir de las muestras de Atapuerca-SH y el Sidrón, Te­
sis doctoral, Facultad de Ciencias Biológicas, UCM, Madrid, 2007.
16 J. M. Carretero, J. L. Arsuaga, I. Martínez, R. M. Quam, C. Lorenzo,
A. Gracia y A. I. Ortega, «Los humanos de la Sima de los Huesos (Sierra de
Atapuerca) y la evolución del cuerpo en el género Homo», Zona Arqueológica,
4 (4), 2004, págs. 120-135. Es importante la relación del volumen del encéfalo
con el tamaño corporal, y lo trata J. Kapelman, «The evolution of body mass
and relative brain size in fossil hominids», Journal of Human Evolution, 30,
1996, págs. 243-276.
17 Como ejemplo véase J. M. Bermúdez de Castro, A. Rosas y M. E. Nico­
lás «Dental remains from Atapuerca-TD6 (Gran Dolina site, Burgos, Spain)»,
Journal o f Human Evolution, 1999, págs. 523-566.
18 F. C. Howell, «Paleo-Demes, Species Clades, and Extinctions in the
Pleistocene Hominin Record», Journal o f Anthropological Research, 55 (2),
1999, págs. 191-243.
19 C. Lalueza, «DNA antiguo: criterios de autentificación y aplicaciones»,
Zona Arqueológica, 4 (3), 2004, págs. 212-219.
20 Se están creando métodos en Tafonomía para resolver con seguridad
científica los tipos de alteración observables en huesos fósiles y la identifica­
ción de sus causas. Véase C. Denys, Y. Femández-Jalvo y Y. Dauphin, «E x­
perimental taphonomy: preliminary resuhs of the digestión of micromammal
bones in the laboratory», Comptes rendus Academie des Sciences de Paris, 321,
série II a, 1995, págs: 803-809.
Véase también J. Yravedra, «Patrones de alteración ósea en el Pleistoceno
Superior de la Península Ibérica», Revista Tahona, 10,2001, págs. 35-59.

335
P arte ii: P r i m e r m i l l ó n d e a ñ o s d e p r o g r e s o h u m a n o

Capítulo 2: El Pleistoceno Inferior, entre hace 1,8 millones de años y


780.000 años

1 J. A. Van Couvering (ed.) The Pleistocene Boundary and the Beginning of


the Quatemary, Cambridge University Press, Cambridge y Nueva York, 1997.
2 G. Woldegabriel, G. Heiken, T. D. White, B. Asfaw, W. K. Han y P. R.
Renne, «Volcanism, tectonism, sedimentation, and the paleoanthropological
record in the Ethiopian Rift System», Geological Society of America. Special
Paper, 345,2000, págs. 83-99.
Véase también N. A. Momer, «Neotectonics in new perspectives», bulletin
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i F. Heraández-Paeheco, «La formación de la raña aJ S. de la Somosierra
occidental», Boletín Real Sociedad Española de Historia Natural (Geología),
63,1965, págs. 5-16.
* E. Aguirre, E. Vangengeim, J. Morales, M. Sotnikova y V. Zazhigin,
«Plio-Pleistocene mammal faunas: an overview», en J. A. Van Couvering
(ed.), The Pleistocene Boundary and the Beginning of the Quatemary, Cam­
bridge University Press, Nueva York, 1997, págs. 114-128.
5 C. S. Feibel, «Geological context and the ecology of Homo erectas in East
Africa», en J. R. F. Bower y S. Sartono (eds,), Evolution and ecology of Homo
erectus, Pithecanthropus Centenial Foundation, Leiden, 1995, págs. 67-74.
* W. H. Zagwijn, «The Neogene-Quaternary Boundary in the Nether-
lands», en J. A. Van Couvering (ed.), The Pleistocene Boundary and the Begin-
ning of the Quatemary, Cambridge University Press, Nueva York, 1997, págs.
185-190.
7 M. Irihara y T. Kamei (eds.), Proceedings o f the First International Collo-
quium on Quatemary Stratigraphy of Asia and Pacific Area, Osaka, 1986, IN-
QUA, Science Council of Japan y Osaka City University, 1987.
Véase también F. Sémah, «Plio-Pleistocene Reference Sections in Indone­
sia», « i J. A. Van Couvering (ed.), The Pleistocene Boundary and the Begin­
ning o f the Quatemary, Cambridge University Press, Nueva York, 1997,
págs. 264-272.
8 M. V. A. Sastry, «The Plio-Pleistocene Boundary in the Indian Subconti-
nent», en J. A. Van Couvering (ed.), The Pleistocene Boundary and the Begin­
ning of the Quatemary, Cambridge University Press, Nueva York, 1997, págs.
232-238.
9 H. B. S. Cooke, «Plio-Pleistocene deposits and the Quatemary boundary
in sub-Saharan Africa», en J. A. Van Couvering (ed.), The Pleistocene Boun-

336
dary and the Begmnwg of the Quatemary, Cambridge University Press, Cam­
bridge y Nueva York, 1997, págs. 254-263.
10 M. Hyodo, N. Watanabe, W. Sunata, E. E. Susanto y H. Wahyono,
«Magnetostratigrapby of Hominid Fossil Bearing Formations in Sangiran
and Mojokerto, Java», Antbropological Sciences, 101 (2), 1993, págs. 157-
186.
Véase también N. J. Shackleton, A. Berger y W. R. Pelticr, «An altemative
astronómica! calibration of the Lower Pleistocene time-scalc based on ODP
Site 677», Transactions o f the Royal Society o f Edittbourgh, Earth Sciences, 81,
1990, págs. 251-261.
11 E. M. O ’Brien y C. R. Petters, «Shihing paradigms: away from simpli-
city, towards dynamic complexity and testabíe hypotheses», en J. Lee-Thorp y
H. Clift (eds.), The Environmental Background to Hominid Evolution in Afri­
ca. INQUA XV International Congress, Book of Abstraéis, University of Cape
Town, 1999, pág. 134.
Véase también P. B. de Menocal, «Plio-Pleistocene African climate», Scien­
ce, 270,1995, págs. 53-59.
11 A.-M. Sétnah, «Palynology and Javanese Pithecanthropus paleoenviron-
ment», en J. L. Franzen y P. J. Andrews (eds.), G. H. R. Von Koenigswald Me­
morial Symposium, Courier v. 69, Forschungs- Instituí Senckenberg, Frank-
furt, 1984, págs. 245-252.
13 H. Hooghiemstra y E. T. H. Ran, «Interglacial to glacial climatic chan-
ge: Observations from selected Colombian pollen records», en G. J. Kukla y
E. Went (eds.), Start of a Glacial, NATO ASI Series I: Global Environmental
Change, Springer-Verlag, Nueva York-Bcrltn, 1992, págs. 71-84.
14 Para el oeste de Europa, un estudio esencial es el de R. G. West, The
pre-gladal Pleistocene o f the Norfolk and Suffolk coasts, Cambridge University
Press, Cambridge, 1980.
Véase también P. L. Gibbard, R. G. West y otros, «Early and middle Pleis­
tocene correiation in the southem North Sea basin», Quatemary Science Re-
vieio, 10,1991, págs. 23-52.
15 V. P. Gríchuk, «Late Cenozoic changes of flora in extra-tropical Eurasia
in the light of paleomagnetic stratigraphy», en J. A. Van Couvering (ed.), The
Pleistocene Boundary and the Beginning of the Quatemary, Cambridge Univer­
sity Press, Nueva York, 1997, págs. 104-113.
16 A. Tumer y B. Wood, «Taxonomic and geographic diversity in robust
australopithecines and other African Plio-Pleistocene larger mammals», Jour­
nal of Human Evolution, 24,1993, págs. 147-168.
17 E. P. Tonni, M. T. Alberdi, J. L. Prado, M. S. Bargo y A. L. Cione,
«Changes of Mammal assemblages in the Pampean región (Argentina) and

337
their relation with the Plio-Pleistocene boundary», Palaeogeograpby, Palaeo-
climatology, Palaeoecology, 95, págs. 179-194.
18 E. H. Lindsay, «The Pliocene-Pleistocene Boundary in the continental
sequences of North America», en J. A. Van Couvering (ed.), The Pleislocene
Boundary and the Beginning o f the Quaternary, Cambridge University Press,
Cambridge y Nueva York, 1997, págs. 278-289.
19 D. Torre, G. Fícarelli, F. Masini, L. Rook y B. Sala, «Mammal dispersal
events in the Early Pleístocene of Western Europe», Courier Forschungsinsti-
tutSenkenberg, 153,1992, págs. 51-58.
20 N. Alexeeva y M. Erbaeva, «Quaternary environment changes in the
Western Transbaikal Area», Zona Arqueológica, 4 (1), 2004, pág. 14-19.
21 B. Azanza, M. T. Alberdi, E. Cerdeño y J. L. Prado, «Biochronology
from latest Miocene to Middle Pleístocene in the westem mediterranean area;
a multivariate approach», en J. P. Aguilar, S. L ien d re y J. Míchaux (eds.),
Acles du Congrés Biocro M'97. Mémoires et Travaux École Pratique Hautes
Études Instituí Montpellier, 21,1997, págs. 567-574.
22 E. S. Vrba, G. H. Dentón, T. C. Partridge y L. H. Burckle (eds.), Paleo-
climate and evolution with emphasis on human origins, Yale University Press,
New Haven, 1996.
Véase también H. Nakaya, G. Suwa y B. Asfaw, «Early Pleístocene mam-
malian fauna and paleoenvironments from Konso, Southern Ethíopía», Jour­
nal of Vertebróte Paleontology, 19 (3), 1999, pág. 66 A.
2} H. Hemmer, «Notes on the ecologjcal role of European cats (Mamma-
lia: Felidae) on the last two million years». Zona Arqueológica, 4 (2), 2004,
págs. 214-232.
24 J, L. Prado, M. T. Alberdi, B. Azanza y J. Rodríguez, «Pattems of body
size change in large mammals during the Late Cenozoic in the Northwestern
Mediterranean», Zona Arqueológica, 4 (2), 2004, págs. 464-479.
25 B. Wood, Koobi Fora Research Project, IV, Cranial Remains from Koobi
Fora, Clarendon, Oxford, 1991.
26 M. D. Leakey, Olduvat Gorge, vol. 3, Cambridge University Press, Nue­
va York, 1971.
Véase también B. A. Wood, «Origin and evolution of the genus Homo»,
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27 A. Walker y K Leakey, The Nariokotome H. erectus Skeleton, Harvard
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28 J. de Heinzelin (ed.), The Orno Group. Archives of International Orno Re­
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Véase también C. S. Feibel, F. H. Brown e I. Mcdougall, «Stratigraphic
context of fossil hominids from the Orno Group deposits, northem Turkana

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1989, págs. 595-622.
Véase también Y. Coppens, «The difference between Australopitecus and
Homo; preliminary conclusions from the Orno Research Expedition's Stu-
dies», en L. K. Kónigsson (ed.), Current Argument on Early Man, Royal Swe-
dish Academy of Sciences y Pergamon Press, Estocolmo, 1980, págs. 207-225.
29 J. D. Clark, B. Asfaw, G. Assefa, J. W. K. Harris, R. Kurasina, R. C.
Walter, T. D. White y M. A. J. Williams, «Paleoanthropological discoveries in
the Middlc Awash Valley, Ethiopia», Naíure, 307,1984, págs. 423-428.
Véase también B. Asfaw, Y. Beyene, G. Suwa, R. C. Walter, T. D. White,
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Véase también J. Amosse, J.-L. Boisaubert, R. Bouchez y otros «Le site de
dépe^age Pleistocene ancien á Elepbas recki de Barogaii (République de Dji-
bouti): chronologies relatives et datation par RPE et spectrométrie gamma
d’émail dentaire», Cahters Quaternaire, 16, 1991, págs. 379-399.
10 F. E. Grine, «Implications of Morphological Diversity in Early Homo
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manity from African Naissance to Corning Millenia, Firenze University Press,
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Véase también J. Moggi-Cecchi, «Pattems of Dental Development of Aus-
tralopiíhecus africanus, with some Inferences on Their Evolution with the
Origin of the Genus Homo», en P. V. Tobias y otros (eds.), Humanity from
African Naissance to Corning Millenia, Firenze University Press, Florencia,
2001, págs. 120-133.
Véase también P. Constantino y B. Wood, «Paranthropus paleobiology»,
Zona Arqueológica, 4,2004, págs. 136-151.
31 L. K. Gabuniya y A. K. Vekua, Dmanisi Man and the Accompanying
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A. Rosas y J. M. Bermúdez de Castro, «On the taxonomic affimties of the
Dmanisi mandible (Georgia)», American Journal o f Physical Antbropology,
107,1998, págs. 145-162.
Véase también A. Justus y M. Nioradze, «Neun Jahre Ausgrabungen in
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Véase también H. de Lumley, D. Lordkípanidze, G. Feraud, T. García, C.
Perrenoud, C. Falguéres, J. Gagnepain, T. Saos y P. Voinchet, «Datation par
la méthode^Ar/^Ar de la couche de cendres volcaniques (couche VI) de
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C.R. Académie des Sciences Paris, Palévol, 1,2002, págs. 181-189.

339
Véase también L. Gabounia, M.-A. de Lumley, A. Vekua, D. Lordkipanidze
y H. de Lumley, «Découverte d’un nouvel hominidé á Dmanissi (Transcaucasie,
Géorgje)», C. R. Académie des Sciences Parts, Palévol, 1,2002, págs. 243-253.
Véase también J. Agustí y D. Lordkipanidze, Del Turkana al Cáucaso. La
evolución de los primeros pobladores de Europa, National Geographic y RBA
Libros Barcelona, 2005.
52 N. Watanabe y D. Kadar (eds.), Quatemary Geology o f the hominid fos-
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velopment Centre, Bandung, 1985.
Véase también M. Hyodo, N. Watanabe, W. Sunata, E. E. Susanto y H.
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Sangiran and Mojokerto, Java», Anthropological Science, 10,1993, pág. 157-186.
Véase también F. Aziz, H. Baba y S. Narasaki, «Preliminary Report on Re­
cent Discoveries of Fossil Hominids from the Sangiran Area, Jawa», Jurnal
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Véase también F. Sémah, C. Falguéres, D. Grimaud-Hervé y A.-M. Sémah
(eds.), Origine des Peuplements et Chronologie des Cultures Paléolithiques
dans le Sud-Est Asiatique, Semenanjung, París. 2001.
,3 A. Tumer, «Evolution and dispersal of larger mammals in Europe du-
ring the time-span of Homo erectus», en J. L. Frenzen (ed.), 100 Years ofPit-
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Véase también E. Aguirre y E. Carbonell, «Early human expansions into Eu-
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Véase también S. C. Antón, F. Aziz y Y. Zaim, «Plio-Pleistocene Homo:
Pattems and determinants of dispersal», en P, V. Tobías y otros (eds.), Huma-
nity from African Naissance to Corning Mtllenia, Firenze University Press, Flo­
rencia, 2001, págs. 91-102.
Véase también A. Iglesias, F. Ribot J . Gibert, C. Ferrández, F. Sánchez, L.
Gibert y F. González, «Evolución y dispersión del género Homo durante el
Plio-Pleistoceno (2,6-0,78 millones de años)», Zona Arqueológica, 4 (3), 2004,
págs. 200-210.
Véase también H. O ’Regan, L. Bishop, S. Elton, A. Lamb y A. Tumer,
«Afro-Eurasian mammalian dispersa! routes of the Late Pliocene and Early
Pleistocene, and their bearing on earliest hominin movements», Courier Fors­
chungsinstitut Senckenberg (CFS), 256,2006, págs. 305-314.
34 X. Wu y F. E. Poirier, Human Evolution in China, A Metric Description
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Véase también D. A. Etler, «The fossil evidence for human evolution in
Asia», Annual Review o f Anthropology, 25,19% , págs. 275-301.

340
Véase también F. C. H. Howell, «Paleo-Demes, Species Clades, and Ex-
tinctions in the Pleístocene Hommin Record», Journal of Anthropological Re­
search, 55 (2), 1999, págs. 191-243.
35 G. Manzi, F. Mallegni y A. Ascenzi, «A cranium for the earliest Europe-
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o f the National Academy o f Sciences, 98,2001, págs. 10.011-10.016.
Véase también G. Manzi, «Italian prehistoric promenades: the human fos-
sil sample. From the “earliest European” to the latest Neandertals», Zona Ar­
queológica, 4 (3), 2004, págs. 220-230.
,6 E. Tchemov, «The age of Ubeidiya Formation (Jordán Valley, Israel)
and the earliest hominids in the Levant», Paléorient, 14, 1988, págs. 63-65.
Del mismo autor, véase también «The age of the Ubeidiya Formation», Israelí
Journal of Earth Sciences, 36,1989, págs. 3-30.
31 M. D. Leakey, «Cultural pattems in the Olduvai Sequence», en K. W.
Butzer y G. L. Isaac, (eds.), After the Australopitheanes. Strattgraphy, Eco-
logy and Cultural Change in the Middle Pleistocerte, Mouton, Chicago, 1975,
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Véase también I. de la Torre y R. Mora, El Olduvayense de la Sección Tipo
de Peninj (Lago Natrón, Tanzania), Monografies del CEPAP, Barcelona, 2004.
38 J. D. Clark, «The Acheulian Industrial Complex in Africa and Elsewhe-
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leoanthropologic&l Advances in Honor ofF. Clark Howell, Prentice Hall, Nue­
va Jersey, 1994, págs. 451-469.
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lian stone tools from Peninj (Tanzania)», Journal of Human Evolution, 40,
2001, págs. 289-299.
40 Véase I. de la Torre y R. Mora, ob. cit. en nota 37.
Véase Asfaw y otros, ob. cit. en nota 29.
Véase también J. D. Clark, J. de Heínzelin, K. D. Schick, W. K. Hart, T. D.
White, G. Woldegabriel, R. C. WaUer, G. Suwa, B. Asfaw, E. Vrba y Y. Haile-
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Véase también E. Aguirre, «Primeros desarrollos de la mente humana»,
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41 V. N. Misra, «Archaeological Evidenoe of Early Modem Human Occupa-
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ce to Corning Millenia, Firenze University Press, Florencia, 2001, págs. 223-229.

341
42 K. Schick, N. Toth, W. Qi, J. D. Clark, y D. Etler, «Archaeological pers-
pectives in the Nihewan Basin, China», Journal o f Human Evolution, 21,
1991: págs. 13-26.
4) S. Laukhin, «New Data about the Northerm Asia Settlement by Paleo-
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44 V. A. Ranov, E. Carbonell y X. P. Rodríguez, «Kuldara, Earliest Human
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45 E. Gülec, F. C. HoweU y T. D. White, «Dursunlu. A New Lower Pleis-
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2002, págs. 421-440.
Véase también H. de Lumley, A. Foumier, J. Krzepkowska y A. Échasoux,
«L'industrie du Pleistocene inférieur de la grotte du Vallonnet, Roquebrune-
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Véase también C. Peretto, F. O. Amore, A. Antoniazzi, y otros «Industríe
lithique de Ca'Belvedere di Monte Poggiolo: Stratigraphie, matiére premiére,
typologie, remontages et traces d’utlilisation», VAnthropologie, 102, 1998,
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47 J. P. Raynal, F. Z. Sbihi Alaoui, D. Gerards, L. Magoga y A. Mohi, «The
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Véase también M. Sahnouni, D. Hadjouis, J. van der Made, A. Derradji, A.
Canals, M. Medig, H. Belahrech, Z. Harichane y M. Rabhi, «On the earliest
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Capítulo 3: Humanos del Pleistoceno Inferior en España

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2 D. Campillo, El cráneo infantil de Orce. E l homínido más antiguo de Eu-
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342
3 L. Gibert, «Evaluation of the Olduvai Sub-Chron in the Orce Ravine (SE
Spain). Implications for Plio-Pleistocene mammal biostratigraphy and the age of
Orce archaeologjcal sites», Quatemary Science Review, 25, 2006, págs. 507-525.
4 P. V. Tobias, «Commentary on the case for Early Pleistocene Homirtids
in South-Eastem Spain», Human Evolution, 13 (2), 1998, págs. 91-96
5 D. Campillo, M: M. Cuesta, E. García-Guixé, L. Devenat y J. Baxarias,
«Los últimos estudios confirman que el fragmento craneal VM.O exhumado
en 1982 en Orce (Granada) pertenece a un Homo species», Batallería, 13,
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6 E. Aguirre, «Messiniense: compleja y grave crisis ecológica», Estudios
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7 L. Gibert, Análisis de Facies y Magnetoestratigrafía de la Cuenca de Baza
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8 A. Ruiz Bustos, «Características paleoecológicas y biostratigráficas del
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9 T. Bardají, J. L. Goy, N.-A. Mómer, C. Zazo, P.-G. Silva, L. Somoza, C.-
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10 B. Martínez, 1. Toro y J. Agustí, «Las asociaciones de grandes mamífe­
ros de Fuente Nueva-3 y Barranco León-5 (Orce, Granada, España): resulta­
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Véase también E. Martín-Suárez, Sucesiones de micromamíferos en la depre­
sión de Guadix-haza (España), Tesis doctoral, Universidad de Granada, Gra­
nada, 1988.
Véase también C. Sanz de Galdeano y J. A, Peláez (eds.), La cuenca de
Guadix-Baza: estructura, tectónica activa, sismicidad, geomorfologta y datacio-
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11 J. Gibert (ed.), Presencia humana en el Pleistoceno Inferior de Granada y
Murcia, Museo de Prehistoria Josep Gibert, Orce, Granada, 1992.
Véase también J. Gibert, D. Campillo, V. Eisenmann y otros «Spanish Late
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Orce (Granada) and Cueva Victoria (Murcia)», Human Evolution, 14 (1-2),
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12 J. Vilanova y Piera, Origen, naturaleza y antigüedad del hombre, Impre­
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13 M. A. Martín Merino, S. Domingo y T. Antón, «Estudio de las cavida­

343
des de la zona BU-IV-A (Sierra de Atapuerca)», Kaite. Estudios de Espeleolo­
gía Burgalesa, 1981, págs. 41-76.
14 A. I. Ortega, A. Pérez-González, M. A. Martín Merino, J. M. Carretero
y J. L. Arsuaga, «El sistema Cueva Mayor-Cueva del Silo: un estudio morfoge-
nético del endokarst de la Sierra de Atapuerca (Burgos, España)», en M. San-
tonja, A. Pérez-González y M. J. Machado (eds.), Geoarqueología y Patrimo­
nio en la Península Ibérica y el Entorno Mediterráneo, ADEMA, Soria, 2005,
págs. 161-180.
15 E. Aguirre y M. Hoyos, «Climate record in cave deposits: The Atapuer­
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págs. 127-136.
De los mismos autores, véase también «El registro paleoclimático pleisto­
ceno en la evolución del karst de Atapuerca (Burgos): el corte de Gran Doli-
na», Trabajos de Prehistoria, 52 (2), 1995, págs. 31-45.
16 M. García Antón, «Pollen analysís of Middle Pleistocene palaeovegeta-
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Del mismo autor, véase también «Análisis polínico de las unidades GUI y
GIV del yacimiento mesopleistocénico de Galería (Sierra de Atapuerca)», en
E. Carbonell, A. Rosas y J. C. Diez (eds.), Atapuerca: Ocupaciones humanas y
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1999, págs. 135-141.
17 A. Rosas, R. Huguet, A. Pérez-González y otros., «Initial approach to
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18 G. Cuenca y J. Rotes, «Insectívoros (Mammalia), clima y paisaje de los
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Zona Arqueológica, 4 (2), 2004, págs, 150-157.
19 E. Aguirre, «Els primers pobladors de l’Espanya peninsular», Cota Zero,
5,1989, págs. 47-56.
Véase también F. Díaz del olmo y R. Baena, «Interpretación de la Secuen­
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lítico», en J. Rodríguez Vidal (ed.), Cuaternario Ibérico, AEQUA, Huelva,
1997, págs. 273-282.
20 B. Martínez-Navarro, I. Toro, J. Agustí, O. Qms y A. Turq, «Escenario
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Geoarqueología y Patrimonio en la Península Ibérica y el Entorno Mediterrá­
neo, ADEMA, Soria, 2005, págs. 29-35.

344
21 M.Santonja, «Características generales del Paleolítico Inferior de la Me­
seta española», Numantia, 1, 1981, págs. 9-63.
22 X. P. Rodríguez, Tecbnical Systems o f Lithic Production m the Lower and
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north-eastern sites and Sierra de Atapuerca sites, John and Erica Hedges Ltd.,
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23 Véase en M. T. Alberdi y F. P. Bonadonna, Geología y Paleontología de la
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Capítulo 4: Humanos del Estrato Aurora en Atapuerca-Gran Dolina

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2 M. Hoyos y E. Aguirre, «El registro paleoclimático pleistoceno en la evo­
lución del karst de Atapuerca (Burgos): el corte de Gran Dolina», Trabajos de
Prehistoria, 52 (2), 1995, págs. 31-45.
5 A. Pérez-González, J. M. Parés, E. Carbonell, T. Aleixandre, A. I. Orte­
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Véase también J. Vallverdú, M. A. Courty, E. Carbonell, A. Canals y F.
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Véase también G. Cuenca-Bescós, C. Laplana y J. I. Canudo, «Biochrono-
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Véase también J. van der Made, «Les Ongulés d’Atapuerca. Stratígraphíe
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Véase también J. Rodríguez, «Structure de la communauté de mammiféres
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Véase también N. García, Osos y otros carnívoros de la Sierra de Atapuerca,
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10 A. Rosas y J. M. Bermúdez de Castro, «The ATD6-5 mandibular spe-
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17 I. Martínez y J. L. Arsuaga, «The temporal bones from Sima de los Hue­
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346
** E. Carbonell, M. D. García Antón, C. Mallol, M. Mosquera, A. Oüé, X.
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Véase también B. Márquez, A. OUé, R. Sala y J. M. Vergés, «Perspectíves
méthodologiques de l’analyse fonctionnelle des ensembles lithiques du Pleis-
tocéne inférieur et moyen d’Atapuerca (Burgos, Espagne)», L ’Anthropologie,
105 (2), 2001, págs. 281-299.
19 E. Carbonell y J. Rosell, «Ocupaciones de homínidos en el Pleistoceno
de la Sierra de Atapuerca», Zona Arqueológica, 4 (4), 2004, págs. 102-115.
20 Y. Femández-Jalvo, «Interpretación paleoambiental y ecológica en Ata-
puerca a través de métodos tafonómicos», en E. Aguirre (ed.), Atapuerca y la
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21 J. C. Diez, Y. Femández-Jalvo, J. Rosell e I. Cáceres, «Zooarchaeology
and taphonomy of Aurora Stratum (Gran Dolina, Sierra de Atapuerca,
Spain)», Journal o f Human Evolution, 37 (3-4), 1999, págs. 623-652.
22 Y. Femández-Jalvo, J. C. Diez, I. Cáceres y J. Rosell, «Human canniba-
iism in the Early Pleistocene of Europe (Gran Dolina, Sierra de Atapuerca,
Burgos, Spain)», Journal o f Human Evolution, 37 (3-4), 1999, págs. 591-622.
2) M. Sahnouni, D. Hadjouis, J. van der Made, A. E. K. Derradji.A. Ca-
nals, M. Medig, H. Belarech, Z. Harichane y M. Rabhi, «Further research at
the Oldowan site of Ain-Hanech, North-eastem Alger», Journal o f Human
Evolution, 43,2002, págs. 925-937.

P arte ni: Más, mejores y diversos

Capítulo 5: Tiempos críticos y expansión humana en el Pleistoceno Medio

1 N. J. Shackleton, «Oxigen isotopes, ice volumes and sea level», Quater-


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Véase también F. C. Bassinot, L. D. Labeyrie, E. Vincent, X. Quidelleur,
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2 C. Zazo, J. L. Goy, T. Bardají y otros «El efecto de los ciclos climáticos en
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* Véase un reciente estudio detallado sobre más de 15 conjuntos faunísti
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Senckenberg, 259,2007, págs. 13-46.
Véase también C. Tumer (ed.), The Early Middle Pleistocene in Europe, A.
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5 R. G. West, «Outline of the stratigraphy and vegetational history of the
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cene in Europe, A. A. Balkema, Rotterdam, 19%, págs. 1-8.
Véase también V. Gladiline y V. Sítlivy, «Les premieres industries en Sub-
carpade», en E. Bonifay y B. Vandermeersch (eds.), Les premiers européens,
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Véase también X. Wu y F. E. Poirier, Human evolution in China: A Metric
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Véase también A. M. Sémah, «Palynology and Javanese Pithecanthropus pale-
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Press, Cambridge, 1993.
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Véase también C. Arambourg, «A recent discovery in human paleontology:
Atlanthropus of Temifine (Algeria)», American Journal o f pbysical Anthropo-
logy, 13,1955, págs. 191-202.
Véase también D. Geraads, J.-J. Hublin, J. J. Jaeger, H. Tong, S. Sen y P.
Toubeau, «The Pleistocene Hominid Site of Temifine, Algeria: New Results
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1986, págs. 380-386.
7 D. Grimaud-Hervé, «The parietal bone of Indonesian Homo-erectus»,
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10 J.-M. Le Tensorer, R. Jagher y S. Muhesen, «Palcolithic Settlement Dy
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11 R. Kraatz, «La mandibuie de Mauer, H. erectrn heídelhergensis», en M.
Toussaint, M. (ed.), Cinq mtíhons d’années, l'aventure humaine/Five Million
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Véase también H. Müller-Beck, «Urgeschichte», en L. Benda, (ed.), Das
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12 M. Campy, J. Chaline, C. Guérin y B. Vandermeersch, «Une canine hu-
maine assodée á une faune d’áge Mindel recent das le remplissage de l’aven
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Véase también H. de Lumley y M.-A. de Lumley, «Pre-Neanderthal hu­
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De los mismos autores, véase también «Les hominiens quatemaires en Eu-
rope: mise au point des connaissances actuelles», Colloque International
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Véase también Y. Yokoyama y H. van Nguyen, «Datation directe de
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13 X. Wu y F. E. Poiiier, Human evolution in China: A Metric Description of
the Fossils and a Review of the Sites, Oxford University Press, Oxford, 1995.
Véase también F. C. Howell, «Paleo-Demes, Spedes Clades, and Extinc-
tions in the Pleistocene Hominin Record», Journal o f Anthropological Rese­
arch, 55,1999, págs. 209-212.
14 G. P. Rightmire, «The fossil evidence for hominid evolution in Southern
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15 F. Sausse, «La mandibuie atlanthropíenne de la Carriére Thomas I (Ca-
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Véase también J.-P. Raynal, L. Magoga), F. 2. Sbihi-Alaoui y D. Geraads,
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349
i
Véase también G. Bráuer, «The ES-11693 Hominid from West Turkana
and Homo sapiens Evolution in East Africa», en G. Giacobini (ed.), Homim-
dae. Proceedings o f the 2"¿ International Congress o f Human Paleontology, Jaca
Book, Milán, 1989, págs. 241-245.
17 F. Mallegni, «Les premien habitants de la Peninsule Itaiienne», en G.
Giacobini (ed.), Hominidae. Proceedings of the 2”* International Congress of
Human Paleontology, Jaca Book, Milán, 1989, págs. 275-281.
Véase también M.-A. de Lumley, «Les Antenéanderthaliens dans le Sud de
la France», en H. de Lumley (ed.), La Préhistoire fran$aise. Les Civilisations
paléolitbiques et mésolithiques, Éditíons du CNRS, París, 1976, págs. 547-560.
Véase también B. Vandermeersch, «Présapiens et Antenéanderthaliens»,
Bulletin de la Société royale belge d'Anthropologie et de Préhistoire, 97, 1986,
págs. 45-57.
18 O. Bar-Yosef, «The Contríbutions of Southwest Asia to the Study of the
Origin of Modem Humans», en M. H. Nitecky y D. V. Nitecky (eds.), Ori-
gins o f Anatomically Modem Humans, Plenum Press, Nueva York y Londres,
1994, págs. 23-66.
Para los fósiles de Azokh y Kudaro, véase H. Ullrich, Armenia, Azerbaijan,
Georgia, Russia, Vkraine and Uzbekistán, en la colección R. Orban (ed.) Ho­
minid Remains, an up-date, Université Libre de Bruxelles, Bruselas, 1992.
19 K. A. R. Kennedy, «Middle and Late Pleistocene Homínids of South
Asia», en P. V. Tobias, y otros (eds.), Humanity from African Naissance to Co­
rning Millenia, Firenze University Press, Florencia, 1999, págs. 167-174.
Véase también F. C. H. Howell, ob. cit. en nota 13.
20 J. D. Clark, J. de Heinzelin, K. D. Schick, W. K. Hart, T. D. White, G.
WoldeGabriel, R. C. Walter, G. Suwa, B. Asfaw, E. Vrba y Y. Selassie,
«African Homo erectus: Oíd Radiometric Ages and Young Oldowan Assem-
blages in the Middle Awash Valley, Ethiopia», Science, 264, 1994, págs.
1907-1910.
Véase también T. P. Volman, «Early prehistory of southem Africa», en R.
G. Klein (ed.), Southem African Prehistory and Paleoenvironments, A, A. Bal-
kema, Rotterdam, 1984, págs. 169-220.
21 G. L. Isaac, OlorgesaiUe. Archaeological Studies o f a Middle Pleistocene
Lake Basin in Kenya, University of Chicago Press, Chicago, 1977.
22 E. J. Rhodes, J.-P. Raynal, D. Geraads y F. Z. Sbihi-Alaoui, «Premieres
dates RPE pour l’Acheuiéen du Maroc atlantique (Grotte des Rhinocéros, Ca-
sablanca)», C.R Acódeme des Sciences, 319, Série II, 1994, págs. 1.109-1.115.
25 J. D. Clark, «The Middle Acheulian Occupation Site at Latamne, Nort­
hern Syria (second paper)», Quatemaria, X, 1969, pág. 1071.
Véase también N. Goren-Inbar, N. Alperson, M. E. Kislev, O. Simchoni,

350
Y. Melamed, A. Ben-Nun y E. Werkcr, «Evidence of Hominin Control of
Fire at Gesher Benot Ya’aqov, Israel», Science, 304,2004, págs. 725-727.
Véase también Y. Fernández-JaJvo, T. Kíng, P. Andrews, N. Moloney,
P. Ditchfield, L. Yepiskoposyan, V. Aafarian, M. Nieto Díaz y A. Melkon-
yan, «Azokh Cave and Northern Armenia», Zona Arqueológica, 4 (4), 2004,
págs. 158-168.
24 X. Wu y F. E. Poirier, 1995, ob. cit. en nota 13.
Véase también P. Teilhard de Chardin y W. C. Peí, «The lithic industry of
tbe Sinanthropus deposits in Choukoutien», Bulletin o f the Geological Society
o f China, 11 (4), 1932, págs. 315-365.
Véase también S. Laukhin, «New Data About the Northern Asia Settle-
ment by the Paleolithic Man», Zona Arqueológica, 4 (4), 2004, págs. 264-279.
35 V. A. Ranov, «Les sites tres anciens de Páge de la pierre en U.R.S.S.», en
E. Bonifay y B. Vandermeersch (eds.), Les premien européens, Editions du
CTHS, París, 1991, págs. 209-216.
16 V. Gladiline y V. Sitlivy «Les premieres industries en Subcarpatie», en
E. Bonifay y B. Vandermeersch (Eeds.) Les premien européens, Editions du
CTHS, París, 1991, págs. 217-231.
27 K. VaJoch, «... Eastem Central and Southeastem Europe», en W. Roe-
broeks Y T. van Kolfschoten (eds.). The earliest occupation o f Europe, Univer­
sity of Leiden, Leiden, 1995, págs. 67-84.
28 Varios en A. Tuffrau y J. Sommé (eds.), Chronostratigraphie et facies cul­
turéis du Paléolithique inférieur et moyen dans l'Europe du Nord-Ouest. Sup-
plement au Bulletin de l’A FEQ 26,1986.
Véase también H. Thieme, «Altpaláolitische Wurfspeere aus Schóningen,
Niedersachsen: ein Vorbericht», Archáologisches Korrespondenzhlatt, 26,
1996, págs. 377-393.
29 D. Moreno, Étude stratigraphique et sédimentologique du site acheuléen
en contexte alluvial de Brinay-Les-Fougeres "La Noira" (Vallée du Ger, Región
Centre, France), Tesis de Master Erasmus Mundus en Cuaternario y Prehisto­
ria, Universidad Rovira i Virgili, Tarragona, 2007.
Véase también P. Villa, Terra Amata and the Middle Pleistocene Archaeolo-
gical Record of Southern France, University of California Press, Los Ángeles,
1983.
Véase también H. de Lumley y D. Barsky, «Évolution des caracteres tech-
nologiques et typologiques des industries lithiques dans la stratígraphíe de la
Caune de í’Arago», L ’Anthropologie, 108,2004, págs. 185-237.
Véase también S. Simone, «Assessment of the researches about the Middle
Pleistocene of Aldéne Cave (Cesseras, Hérauit; France)», Bulletin du Muséum
d’Anthropologie préhistorique de Monaco, 42,2002, págs. 15-21.

351
Véase también Biache-St.-Vaast y otros sitios en A. Tuffrau y J. Sommé,
1986, ob. cit. en nota 28.
10 C. Peretto (ed.), The First Italians. Le industrie litiche del giacimento pa­
leolítico di bernia La Pineta, Cosmo Iannone, Cittá di Castello, 1994.
Véase también A. M. Radmilli, «Ottava campagna di scavo nelJa stazione
del paleolítico inferiore a Castel di Guido presso Roma», Atti della Soáetá
Toscana di Scienze NaturaU, Memorie, A 95,1988, págs. 427-435.
Véase también A. P. Anzidei, A. A, Huyzenveld, L. Caloi, C. Lemorini y
M. Palombo, «Two Middle Pleistocene sites near Rome (Italy): La Polledrara
di Cecanibbio and Rebibbia-Casal de Pazzi», The role o f early humans in the
accumulation o f European Lower and Middle Palaeolithic bone assemblages.
Monographien des Rómiscb-Germaniscben Zentralmuseums, 42, 1999, págs.
173-195.

Capítulo 6: Pobladores de Iberia en el Pleistoceno Medio

1 J. F. Jordá Pardo (ed.), La Prehistoria de la Cueva de Nerja (Málaga), Pa­


tronato de la Cueva de Nerja, Málaga, 1986.
Véase también del mismo autor: «Análisis geomorfológico y paleogeográfi-
co de la Costa del Sol Oriental en los alrededores de Nerja (Málaga, S. de Es­
paña)», Zona Arqueológica, 4 (1), 2004, págs. 52-71.
2 J. Rodríguez Vidal y F. J. García Prieto, «Evolución geomorfológica del
Sur de Iberia durante el Neógeno y el Cuaternario», Zona Arqueológica, 4(1),
2004, págs. 124-133.
Varios trabajos sobre evolución geodinámica del relieve y paisaje de la Pe­
nínsula Ibérica y otros continentes en el Cuaternario se hallan en Actas V Reu­
nido do Quatemário Ibérico, I Congresso do Quatemario de Países de Unguas
Ibéricas. Ambientes quatemarios: Interacqao entre geodinámica, clima, biodiver-
sidade e Homern, SGP, GTPEQ, AEQUA, Lisboa, 2001.
5 A. Ruiz Bustos, «Características paleoecológicas y biostratigráficas del
Cuaternario aportadas por el estudio de los mamíferos fósiles en la Cordillera
Betica. El Valle del Guadalquivir como ámbito de las primitivas poblaciones
humanas», Zona Arqueológica, 4 (2), págs. 488-505.
4 A. Arribas y J. F. Jordá, «Mamíferos del Cuaternario kársrico de Guada-
tajara», en E. Aguirre e I. Rábano, (eds.), La huella del pasado. Fósiles de Cas­
tilla-La Mancha, Junta de Comunidades de Castilla-La Mancha, Toledo, 1999,
págs. 327-353.
Véase también J. González Echegaray y L. G. Freeman, Le Paléolithique
inférieur et moyen en Espagne, Jérome Millón, Grenoble, 1998.

352
' C. Zazo, J. L. Goy, T. Bardají y otros, «E! etecto de Jos ciclos climáticos
en las variaciones del nivel del mar». Zona Arqueológica, 4(1), págs. 156-167.
” F. J. Gracia, F. Giles, ). Cano, A. Santiago, E. Mata y J. M. Gutiérrez,
«Evolución geomorfológica de la cuenca del río Louro en conexión con el Valle
del Miño, y poblamiento paleolítico (Gándaras de Budiño-Tuy. Pontevedra)»,
Zona Arqueológica, 4 (4), 2004, págs. 218-229,
' A. I. Ortega, A. Pérez-González, M. A, Martín Merino, J. M. Carretero y j.
L. Arsuaga, «El sistema Cueva Mayor-Cueva del Silo: un estudio morfogenético
del endokarst de la Sierra de Atapuerca (Burgos, España)», en M. Sanconja, A.
Pérez-González y M. J. Machado (eds.), Geoarqueología y Patrimonio en la Pe­
nínsula Ibérica y el entorno mediterráneo, ADEMA, Soria, 2005, págs. 161-179.
8 M. Santonja, A, Pérez-González, P. Villa, C. Sesé, E. Soto, R. Mora, V.
Eísenmann y M, Dupré, «El yacimiento paleolítico de Cuesta de la Bajada
(Teruel) y la ocupación humana de la zona oriental de la Península Ibérica en
el Pleistoceno Medio», en Scripta in Honorem Enrique A. Llobregat Conesa,
Instituto Alicantino de Cultura Juan Gil-Albert, Alicante, 2000, págs. 79-101.
Véase también M. B. Ruiz Zapata, M. J. Gil García, M. Dorado Vaiiño y A.
Valdeolmillos, «E l paisaje vegetal durante el Pleistoceno Medio en el interior
peninsular», Zona Arqueológica, 5, 2005, págs. 214-220.
Véase también J. Menéndez Amor y F. Florschütz, «Algunas noticias sobre
el ambiente que vivió el hombre durante el gran interglacial en dos zonas de
ambas Castillas», Estudios Geológicos, 15, 1959, págs. 23-34.
Véase también M. García Antón, «Análisis polínico de las unidades G ilí y
GIV del yacimiento mesopleistoceno de Galería, Sierra de Atapuerca», en E.
Carbonell, A. Rosas y J. C. Diez, (eds.), Atapuerca: Ocupaciones humanas y pa-
leoecología del yacimiento de Galería, Memorias Arqueología en Castilla y
León, 7, Junta de Castilla y León, Zamora, 1999, págs 135-141.
Véase también J, S. Camón, R. Yll, J. A. Riquelme y P. González, «Perspec­
tivas del análisis polínico de coprolitos y otros depósitos biogénicos útiles en la
inferencia paleoambiental», Zona Arqueológica, 4 (2), 2004, págs. 129-139.
9 C. Sesé, «Paleoclimatical interpretaron of the Quatemary small mam-
mals of Spain», Geobios, 27,1994, págs. 753-767.
Véase también A. Ruiz Bustos, «Características paleoecológicas y bioestra-
tigráficas del Cuaternario aportadas por el estudio de los mamíferos fósiles en
la Cordillera Bética. El Valle del Guadalquivir como ámbito de las primitivas
poblaciones humanas», Zona Arqueológica, 4 (2), 2004, págs. 488-504.
Véase también C. Sesé, M. T. Alberdi, A. Mazo y J. Morales, «Mamíferos
del Mioceno, Plioceno y Pleistoceno de la Cuenca de Guadix-Baza (Granada,
España): revisión de las asociaciones faunísticas más características», Paleon­
tología i Evolució, 32-33,2001, págs. 31-36.
Véase también M. Santonja, A. Pérez-González, P. Villa, C. Sesé, E. Soto,
R. Mora, V. Eisenmann y M. Dupré, ob. cit. en nota 8.
Véase también A. Arribas y J. F. Jordá, ob. cit. en nota 4.
Véase también J. Rodríguez, «Análisis de la estructura de comunidades de
mamíferos de Galería (Sierra de Atapuerca)», en E. Carbonell, A. Rosas y C.
Diez (eds ), Atapuerca: Ocupaciones humanas y paleoecología del yacimiento de
Galería, Junta de Castilla y León, Zamora, 1999, págs. 225-231.
Véase también G. Cuenca, N. García y J. van der Made, «Fossil mammals
of the Lower to Middle Pleistocene site of Trinchera Dolina, Atapuerca (Bur­
gos, Spain)», Zona Arqueológica, 4 (2), 2004, págs. 140-149.
Véase también J. Fernández Peris, P. M. Guillem y R. Martínez Valle,
Cova del Bolomor. Los primeros habitantes de las tierras valencianas, Museo de
Prehistoria, Valencia, 1997.
Véase también M. J. Walker, J. Gíbert Clols, T. Rodríguez-Estrella, M. Ló­
pez Martínez, A. Legaz y A. López Jiménez, «Two Neanderthal Man sites in
Murcia (SE Spain): Sima de las Palomas del Cabezo Gordo and Cueva Negra
del Estrecho del Río Quípar», Actes du XIV Congrés UISPP, Sectíon 4, Uni-
versité de Liége, BAR International Series, 1272,2004, págs. 167-180.
Véase también C. Sesé y E. Soto, «Vertebrados del Pleistoceno del Jarama
y Manzanares», Zona Arqueológica, 1,2002, págs. 318-337.
10 E. Aguilera y Gamboa, «Torralba, la plus ancíenne station humaine de
l’Europe», Congrés International d'Anthropologie et d'Archéologie préhistori-
que, C.R. XVISession, Généve, 1912, 1913, págs. 277-290.
11 El lector encontrará información histórica de las investigaciones que
aquí y a continuación citamos y resumimos, más un debate entre interpreta­
ciones y bibliografía en un volumen monográfico del Museo Arqueológico
Provincial de Alcalá de Henares, Zona Arqueológica, 5. Los yacimientos paleo­
líticos de Ambrona y Torralba (Soria), 2005, 444 págs.
12 C. Fuentes Vidarte, «El bóvido (Artiodactyla, Mammalia) de los yaci­
mientos del Pleistoceno Medio de Torralba-Ambrona (Soria, España): nov.
sp. Bos antiquus», en M. Santonja, A. Pérez-González y M. J. Machado (eds.),
Geoarqueología y Patrimonio en la Península Ibérica y el entorno mediterráneo,
ADEMA, Soria, 2005, págs. 527-546.
1} L. G. Freeman, «Torralba and Ambrona: a review of discoveries», en R.
Corruccini y R. Ciochon (eds.), Integrative púths to the past. Paleoanthropolo-
gical advances in bonour o f F. Clark Howell, Prentice Hall, Englewood Cliffs,
Nueva Jersey, 1994, págs. 597-637.
Véase también M. Santonja, J. Panera, S. Rubio y A. Pérez-González, «La
industria lítica de Ambrona. Características generales y contexto estratigráfi-
co», Zona Arqueológica, 5,2005, págs. 306-332.
14 J. González Echegaray y L. G, Freeman. Le Paléolithique ¡njéneur et
moyert en Espagne. Jérome Millón, Grenoble. 1998, pags 118-148.
Ibídem, pág. 163.
F. C. Howell, L. G. Greeman y R. Klein, «Observations on the Acheule-
an occupation site oí Ambrona (Soria Province, Spain). With particular rete-
rence to recent investigations (1980-1983) and the lower occupation», en G.
Bosinski, (ed.) Die altest Besiedlung Europas. Jabrbucb des Romtsch■Gerrnanis-
eben Zentralmuseums Mainz, 38,1992, págs. 33-84.
17 L. G. Freeman, «Were there scavengers at Torralba?», en D. West (ed.),
Proceedings of the International Conference on Mammoth Site Studies. LJniver-
sity of Kansas, Lawrence, Publicatiom in Antbropology, 22, 2001, págs. 45-55.
18 P. Biberson y E. Aguirre, «Expérience de taille d ’outils préhistoriques
dans des os d’éléphant», Qmternaria, 7,1965, págs. 165-183.
15 E. Aguirre y M. Hoyos, «Observations méthodiques sur outillage osseux
du Paléolithique inférieuD>, Métbodologie appliquée á l'industrie de io s préhis-
torique. Colloques intemationaux du CNRS (París), 586, 1977, págs. 55-60.
Véase también E. Aguirre, «La industria ósea primitiva de Torralba», Mu-
nibe, 57 (II),2006, págs. 19-52.
10 A.-P. Anzidei, A. A. Huyzendveld, L. Caloi, C. Lemorini y M. Palom-
bo, «Two Middle Pleistocene sites near Rome (Italy): La Polledrara di Ce-
canibbio and Rebibbia-Casal de Pazzi», The role of early humans in tbe ac-
cumulation o f European lower and middle Paleolithic bone assemblages,
Mainz, Monographien des Rómisch-Germanischen Zentralmuseums, 42,
1999, págs. 173-195.
Véase también A.-P. Anzidei, I. Bidittu, P. Gioia, M. Mussi y M. Piperno,
«Lithic and bone industries of OIS 9 and OIS 7 in the Román area», en G.
Cavarretta, P. Gioia, M. Mussí y M. R. Palombo (eds.), La Terra degli Elefan-
ti/ The World ofElephants, CNR, Roma, 2001, págs. 3-9.
21 En M. Santonja y P. Villa, «The Acheulean in southwestern Europe», en
N. Goren-Inbar y G. Sharon (eds.), Axe Age. Acheulian Tool-Making from
Quarry to dtscard, Equinox Publishing, Londres, 2006, págs. 429-478.
El lector encontrará referencias de muchos de los sitios que se mencionan
a continuación y en el capítulo precedente.
22 V. Cabrera, E l yacimiento de la Cueva de “El Castillo’’ (Puente Viesgo,
Santander), Bibliotheca Praehistorica Hispana, 22, Madrid, 1984.
23 J. A. Rodríguez Asensio, Yacimiento de Cabo Busto, G.E.A., Luarca (As­
turias),2001.
24 E. Méndez, R. Villar, M. Santonja, A. Pérez-González y M. Ledo, «Va­
loración preliminar del yacimiento paleolítico de Portomaior, As Neves, Gali­
cia», Zona Arqueológica, 7,2006, págs. 184-192.

355
Véase también L. Raposo, «Le Paiéolithique inférieur archai’que au Portu­
gal», Bulletin de la Société de Préhistoire de France, 82 (6), 1985, págs. 137-
180.
Véase también L. Raposo, J. Carreira y M. Salvador, «A estagáo acheulense
final de M Libarás, Vale do Forno, Alpiar^a», en Actas de la I Reunión del Cua­
ternario Ibérico, vol. 2, G.E.T.C. y G .T.P.E.Q ., Lisboa, 1985, págs. 41-60.
(edición bilingüe).
25 Comunicación personal de E. Carbonell y J. Vailverdú.
-6 M. Santonja, A. Pérez-González, P. Villa, C. Sesé, E. Soto, R. Mora, V.
Eisenmann y M. Dupré, «E l yacimiento paleolítico de Cuesta de la Bajada
(Teruel)», en Actas do 3 ° Congresso de Arqueología Peninsular, vol. II, Paleo­
lítico da Península Ibérica, ADECAP, Oporto, 2000, págs. 169-184 y 4 lá­
minas.
21 E. Carbonell y R. Mora (eds.), E l complex del Pleistocé Mitjá del Pmg
d'en Roca, C.S.I.C., Madrid, 1988.
Véase también J. Canal y E. Carbonell, Catalunya paleolítica, Patronat Ei-
ximenis, Barcelona, 1989.
Véase también J. Fernández Peris, P. Calatayud, M. P. Fumanal y R. Mar­
tínez, «Cova de Bolomor (Valencia), primeros datos de una secuencia del
Pleistoceno Medio», Saguntum, 21, 1994, págs. 9-37.
28 M. Walker et ai, «Cueva Negra del Estrecho del Río Quípar (Murcia,
Southeast Spain): an Acheulean and Levalloiso-Mousteroid assemblage of Pa-
leolithic artifacts excavated in a Middle Pleistocene faunal context with homi-
nin skeletal remains», Eurasian Prehistory, 4 (1-2), 2006, págs. 3-42.
29 E. Carbonell, A. Rosas y J. C. Diez (eds.), Atapuerca: Ocupaciones huma­
nas y paleoecologia del yacimiento de Galería, Junta de Castilla y León, Zamo­
ra, 1999. Monografías Arqueología en Castilla y León, 7.
Véase también C. Mallol y E. Carbonell, «The Collapse of Gran Dolina
Cave, Sierra de Atapuerca, Spain: Site Formation Processes of Layer TD10-
1», Geoarchaeology. An International Journal, 23 (1), 2008, págs. 13-41.
30 E. Carbonell y J. Rosell, «Ocupaciones de homínidos en el Pleistoceno
de la Sierra de Atapuerca», Zona Arqueológica, 4 (4), 2004, págs. 102-115.
31 Véase M. Santonja y P. Villa, ob. cit. en nota 21.
Véase también M. Santonja y A. Pérez-González, «Geoarqueología del yaci­
miento achelense de El Basalito (Castraz de Yeltes, Salamanca). Discusión acerca
de su naturaleza y significado», Zona Arqueológica, 4 (4), 2004, págs. 472-482.
12 E. Vallespí, A. Ciudad, y García Serrano, Achelense y Musteriense de
Porzuna (Ciudad Real). Materiales de superficie. Universidad de Cas tilla-La
Mancha, Ciudad Real. 1985.
3> J. M. Rodríguez de Tembleque, «Yacimiento de Puente Pino: nuevas
perspectivas en el estudio del Paleolítico inferior de la Península Ibérica»,
Zona Arqueológica, 4 (4), 2004, págs. 440-450.
w J Baena Preysler e I. Baquedano, «Avance de los trabajos arqueológicos
realizados en el yacimiento paleolítico de Tafesa, antiguo Transfesa (Villaver-
de-Madrid): principales rasgos tecnológicos del conjunto lítico». Zona Arque­
ológica, 4 (4), 2004, págs. 30-47.
55 A. V. Mazo, «Una mandíbula de Elephas anüquus (Proboscidea, Mam­
malia) en Ciempozuelos (Madrid)», Coloquios de Paleontología, 47, 1995.
págs. 47-53.
,6 M. Santonja, «La adaptación al medio en el Pleistoceno inferior de la Penín­
sula Ibérica. Elementos para una reflexión», en A. Moure Romanillo (ed.) Elefan­
tes, Ciervos y Ovicaprinos, Universidad de Cantabria, Santander, 1992, págs. 37-76.
Una revisión muy completa de sitios, hallazgos e inferencias en la región se
halla en J. González-Echegaray y L. G, Freeman, Le Paléolitbique inférieur et
mojen en Espagne, Jéróme Millón, Grenoble, 1998, págs. 56-60 y sigs.
Véase también I. Rus, J. Panera, S, Rubio, A. Pérez-González y S. Bárez,
«La Cuenca alta del río Jarama: una aproximación geoarqueológica al depósi­
to Pleistoceno de Redueña», Zona Arqueológica, 7, 2006, págs. 194-211.
37 A. V. Mazo, «Elephas antiquus {Proboscidea, Mammalia) en el Pleisto­
ceno Medio de Ciempozuelos (Madrid)», Estudios Geológicos, 51 (1-2), 1995,
págs. 69-73.
Véase también J, van der Made y A. V. Mazo, «Spanish Pleistocene Pro-
boscidian diversity as a function of climate», en G. Cavarretta, P. Gioia, M.
Mussi y M. R. Palombo (eds.), La Terra degli Elefanti/The World of Elep-
hants, C.N.R., Roma, 2001, págs. 214-218.
Véase también M. Santonja y A. Pérez-González, «Arqueología y elefantes
en el Pleistoceno Medio de la Península Ibérica», Zona Arqueológica, 5, 2005,
págs. 382-395.
M. T. Antunes y J. L. Cardoso, «Quaternary elephants in Portugal: new
data», Ciéncias da Terra, 11, 1992, págs. 17-37.
Véase también M. F. Sousa y S. M. Fígueiredo, «The Pleistocene elephants
of Portugal», en G. Cavarretta, P. Gioia, M. Mussi y M. R. Palombo, La Terra
degli Elefanti/The World of Elephants, C.N.R., Roma, 2001,págs. 611-616.
39 A. Ruiz Bustos, «Características paleoecológicas y biostratigráficas del
Cuaternario aportadas por el estudio de los mamíferos fósiles en la Cordillera
Bética. El Valle del Guadalquivir como ámbito de las primitivas poblaciones
humanas», Zona Arqueológica, 4 (2), 2004, págs. 488-504.
Véase también M. Botella, J. A. Vera y J. Porta, «El yacimiento achelense
de Solana del Zamborino, Fonelas (Granada)», Cuadernos de Prehistoria de la
Universidad de Granada, 1, 1975, págs. 1-43.

357
Véase también C. Barroso, D. Botella y J. A. Riquelme, «La Cueva del Ángel
(Lucena, Córdoba)», en J.-L. Bianco y J.-R. Martínez Olivares (eds.!, Prehistonc
Man and his Enviroment / El hombre prehistórico y su entorno, Musée de
Préhistoire Georges Verdón, Quinson (Francia), 2005, págs. 81-86.
40 F. Giles, A. Santiago, L. Aguilera, J. M. Gutiérrez y J. C. Finlayson, «Pa­
leolítico inferior y medio en la Sierra de Cádiz. Evidencias de grupos de caza­
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Capítulo 7: El grupo humano de Atapuerc a-Sima de los Huesos

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4 J. M. Bermúdez de Castro y M. E. Nicolás, «Palaeodemography of the
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5 J. M, Carretero, comunicación personal.
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9 I. Martínez y J. L, Arsuaga, «The temporal bones from Sima de los Hue­
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10 J. M. Carretero, J. L. Arsuaga y C. Lorenzo, «Clavicles, scapulae and hu-
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12 A. Gómez, J. M. Carretero, J. L. Arsuaga, I. Martínez, R. Quam, C. Lo­
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20 I. Martínez, La base del cráneo y el hueso temporal en la evolución de
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21 P. J. Pérez y A. Gracia, «Los homínidos de Atapuerca: Información so­
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Parte iv: De Neandertales y modernos en el P leistoceno


Superior

Capítulo 8: Los Neandertales: su tiempo, su cultura y coetáneos

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Middle Palaeolithic Sites: The Hearth-related Assemblages», Journal of Ar-
cbaeological Science, 28, 2001, págs. 1.209-1.220.
Véase también J. Rosell, «Neandertales. Estructura social y desarrollo téc­
nico. Cultura y simbolismo», en E. Carbonell (ed.), Homínidos: las primeras
ocupaciones de los continentes, Ariel, Barcelona, 2005, págs. 523-532,
Véase también H. Wanpo, Fang Qiren y otros, Wusban Hominid Site,
Ocean Press, Beijing, 1991.
Véase también X. Wu y F. E. Poirier, 1995, ob. cit. en nota 11.
24 X. P. Rodríguez, «Las evidencias arqueológicas más antiguas de Sahul
(Australia, Tasmania y Nueva Guinea)», en E. Carbonell (ed.), Homínidos:
las primeras ocupaciones de los continentes, Ariel, Barcelona, 2005, págs.
567-574.
Véase también K. Wong, «La aparición de la mente moderna», Investiga­
ción y Ciencia, 347, agosto 2005, págs. 76-85.
Véase también J. Rosell, ob. cit. en nota 23.
25 E. Aguirre, «Origen de la humanidad moderna: la evidencia y tarea pen­
diente», Coloquios de Paleontología, 47, UCM, Madrid, 1995, págs. 71-116.
Véase también E. Carbonell y M. Vaquero (eds.), The last neandertals, the

366
NOTAS

first anatvmically modern humans. Cultural change and human evolution. the
crisis at 40 KaBP, Urtiversitat Rovira i Virgili, Tarragona, 1996.
Véase también B. Ginter, J. K. Kozlowski, H. Laville, N. Sirakov y R. E.
M. Hedges, «Transición in the Balkans: News from the Temnata Cave, Bulga­
ria», en E. Carbonell y M. Vaquero (eds.), The last neandertals, the first anato-
mically..., ob. cit. en esta misma nota, págs. 169-200.
Véase también S. H. Ambrose, «Chronology of the Later Stone Age and
food production in East Africa», Journal of Archaeological Science, 25, 1998,
págs. 377-392.
26 P. J. Pérez, «The paleopathological and taphonomical context in human
evolution and its records», en T. G. Bromage y otros (eds.), Integrative Appro-
aches to Human Health and Evolution, Elsevier, Amsterdam, págs. 23-40.
11 P.G. Bahn, «Neanderthals emancipated», Nature, 394,1998, págs. 719-720.
Véase también S. McBrearty y A. S. Brooks, «The revolution that wasn’t: a
new inrerpretation of the origin of modern human behavion», Journal of
Human Evolution, 39,2000, págs. 453-563.
2S Para esta cuestión y la precedente, véase J. Rosell, ob. cit. en nota 23.
Véase también H. J. Deacon, «Modem Human Emergence: an African Archae­
ological Perspective», en P. V. Tobías y otros (eds.), Humanity from African Nats-
sance to Corning Millenia, Firenze University Press, Florencia, 2001, págs. 213 -222.
Véase también E. E. Wreschner, «Evidence and interpretation of red och-
re in the early prehistoric sequences», en P. V. Tobías (ed.), Hominid Evolu-
tion. Past, Present and Future, Alan R. Liss, Nueva York, 1985, págs. 387-394.

Capítulo 9: Neandertales ibéricos: sus ambientes, su vida. Los últimos

1 Véanse datos y referencias sobre los sitios nombrados en E. Aguirre, J.


M. Bermúdez de Castro y M. D. Garraída, en R. Orban, Hominid Remains.
An up-date. Spain, 4, U.L.B., Bruselas, 1991.
Véase también M. D. Garralda, «Los Neandertales en la Península Ibéri­
ca», Munibe, 57 (3), 2006, págs. 289-314.
Véase también J. Maroto (ed.), La mandíbula de hanyoles en el context deis
fóssils humans del Pleistocé, Centre d’Investígacions Arqueológiques, serie
monográfica, 13, Gerona, 1993,
Para otros yacimientos no incluidos en las referencias precedentes, véase,
en la Franja Cantábrica:
M. Arbizu, J, L. Arsuaga y G, E. Adán, «La Cueva del Forno/Conde (Tu-
ñón, Asturias): un yacimiento del tránsito del Paleolítico Medio y Superior en
la Comisa Cantábrica», en R. Montes y J. A. Lasheras (eds.), Neandertales

367
cantábricos, estado de la cuestión, Museo Nacional y C. I. de Altamira, Santi­
llana del Mar, 2005, págs. 425-441.
Véase también J. Baena, E. Carrión, B. Ruiz, B. Ellwood. C. Sesé, J. Yrave-
dra, J. Jordá, P. Uzquiano, R. Velásquez, I. Manzano, A. Sánchez y F. Her­
nández, «Paleoecología y comportamiento humano durante el Pleistoceno Su­
perior en la comarca de Liébana: la secuencia de la Cueva de El Esquilleu
(Occidente de Cantabria, España)», en R. Montes y A. Lasheras (eds ), Nean­
dertales cantábricos, estado de la cuestión, Museo Nacional y C. I. de Altamira,
Santillana del Mar, 2005, págs. 461-487.
Véase también J. Sanguino y R. Montes, «Nuevos datos para el conoci­
miento del Paleolítico Medio en el centro de la Región Cantábrica: la Cueva
de Covalejos (Piélagos, Cantabria)», en R. Montes y J. A. Lasheras (eds.), Ne­
andertales cantábricos, estado de la cuestión. Museo nacional y C. I. de Altami­
ra, Santillana del Mar, 2005, págs. 489-504.
En la región central, Cueva de los Torrejones, véase:
A. Arribas y j. F. Jordá, «Los mamíferos del Cuaternario kárstico de Gua-
dalajara (Castilla-La Mancha, España)», en E. Aguirre e I. Rábano (eds.), La
huella del pasado, fósiles de Castilla-La Mancha, Junta de Comunidades de
Castilla-La Mancha, Toledo, 1999, págs. 327-353.
En el Sureste (Bélicos), La Sima de las Palomas del Cabezo Gordo, véase:
M. J. Walker, J. Gibert, A. Eastham, T. Rodríguez, J. S. Carrión, E. I. Yll,
A. Legaz, A. López Jiménez, M. López Martínez y G. Romero, «Neanderthals
and their landscapes: Middle Palaeolithic Land Use in the Segura Basin and
Adjacent Areas of Southeastern Spain», en N. J. Conrad (ed.), Settlement Dy­
namics of the Middle Paleolitbic and Middle Stone Age, vol. II, Kerns Verlag,
Tübingen, 2004, págs. 461-511.
Véase también M. Cortés Sánchez, «El extremo occidente neandertal. El
Paleolítico Medio en el Sur de ia Península Ibérica», en R. Montes y J. A. Las-
heras (eds.), Neandertales cantábricos, estado de la cuestión, Museo Nacional y
C. I. de Altamira, Santillana del Mar, 2005, págs. 55-74.
En la vertiente mediterránea, véase:
F. Gusi, E. Carbonell, J. Estévez, R. Mora y R. Yll, «Avance preliminar so­
bre el yacimiento del Pleistoceno medio de la Cova del Tossal de la Font»,
Cuadernos de Prehistoria y Arqueología castellonenses, 7,1980, págs. 7-28.
2 A. Rosas y E. Aguirre, «Los restos humanos neandertales de la cueva del
Sidrón, Pilona, Asturias», nota preliminar, Estudios Geológicos, 55 (3-4),
1999, págs. 181-190.
Véase también J. E. Egocheaga, R. Trabazo, L. Rodríguez, L. L. Cabo y M.
J. Sierra, «Avance sobre el descubrimiento, características del yacimiento y es­
tudio paleoantropológico de los restos óseos de homínidos mesopleistocéni-

368
NOTAS

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Véase también J. L. Prieto, «Hallazgos paleopatológicos en la mandíbula
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bricos, estado de la cuestión, Museo Nacional y C. I. de Altamira, Santillana
del Mar, 2005, págs. 397-403.
Véase también C. Lalueza, M. L. Sampietro, D. Caramelli, Y. Puder, M.
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Véase también A. Rosas, C. Martínez-Maza, M. Bastir y otros, «Paleobio-
logy and comparative morphology of a late Neandertal sample from El Si­
drón, Asturias, Spain», Proceedings o f the National Academy o f Sciences
(PNAS), 103 (51), 2006, págs. 19.266-19.271.
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yen en Espagne, Jéróme Millón, Grenoble, 1998.
Véase también R. Montes Barquín y J. A. Lasheras, Neandertales cantábri­
cos, estado de la cuestión, Museo Nacional y Centro de Investigación de Alta-
mira, Santillana del Mar, Monografías, 20, 2005.
Véase también A. Gutiérrez y E. Serrano, «Nuevas aportaciones al estudio
del paleolítico medio en el valle de Campóo (Cantabria): aproximación cultu­
ral, cronológica y geomorfológica», Zona Arqueológica, 7(1), 2006, págs. 234-
250.
4 M. Hoyos, P. Utrílla, L. Montes y J. A. Cuchí, «Estratigrafía, sedimento-
logia y paleoclimatología de los depósitos musterienses de la Cueva de los
Moros de Gabasa», Cuaternario y Geomorfología, 6, 1992, págs. 143-155.
Véase también P. Utrilla, «Paleolítico y Epipaleolítico en Aragón. De 1993
a 1998», Cesaraugusta, 75,2002, págs. 115-158.
Véase también J. C. Diez y M. Navazo, «Apuntes sociales y geográficos a
partir de los yacimientos del Paleolítico Medio en la zona noroccidental de la
Meseta castellano-leonesa», en R. Montes y J. A. Lasheras (eds.). Neandertales
cantábricos, estado de la cuestión, Museo Nacional y C. I. de Altamira, Santi­
llana del Mar, 2005, págs. 39-54.
Véase también M. Navazo, J. C. Diez, T. Torres, A. Colina y J. E. Ortiz,
«La cueva de Prado Vargas. Un yacimiento del Paleolítico Medio en el Sur de
la Cordillera Cantábrica», en R. Montes y J. A. Lasheras (eds.), Neandertales
cantábricos, estado de la cuestión, Museo Nacional y C. I. de Altamira, Santi­
llana del Mar, 2005, págs. 151-166.
Véase también S. Rubio, J. Paneras, J. A. Martos, M. Santonja y A. Pérez-

369
González, «Revisión crítica y síntesis de! Paleolítico de los valles de los ríos
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Véase también J. F. Jordá, «Dataciones isotópicas del Yacimiento del
Pleistoceno Superior de Jarama VI {Alto Valle del Jarama, Guadalajara, Espa­
ña) y sus implicaciones cronoestratigráficas», en D. Bücbner (ed.), Studien in
Memoriam Wilkelm Scbüle—Internationale Archáologie: Studia honoraria, 11,
2001, págs. 225-235.
Véase también J. Baena, C. Conde, M. Gamazo, C. Sesé y E. Soto, «Reper­
torio de yacimientos paleolíticos del Manzanares y del Jarama», Zona Arqueo­
lógica, 1,2002, págs. 460-491.
5 L. Raposo y J. L. Cardoso, «Las industrias líricas de la Gruta Nova da
Columbeira (Bombarral, Portugal) en el contexto del Musteriense final de la
Península Ibérica», Trabajos de Prehistoria, 55 (1), 1998, págs. 39-62.
De los mismos autores, véase también «Mousterian industries of the Gruta
da Figueíra Brava», Memorias da Academia das Ciencias de Lisboa, 38, 2000,
págs. 319-337.
Véase también A. Marks, K. Monigal y J. Zilháo, «The lithic assemblages
of the late Mousterian at Gruta de Oliveira, Almonda, Portugal», en J. Zilháo,
T. Aubry y A. F. Carvalho (eds.), Les premiers Hommes modernes de la Pénin-
sule Ibérique, Instituto Portugués de Arqueología, Lisboa, 2001, págs. 145-
154.
Véase también J. A. Cano, F. Giles, E. Aguirre, A. Santiago, F. J. Gracia,
E. Mata, J. M. Gutiérrez y O. Prieto, «Middle Paleolithic Technocomplexes
and Lithic industries in the Northwest of the Iberian Península», en C. B.
Stringer, R. N. E. Barton y J. C. Finlayson (eds.), Neandertbals on the Edge,
Oxbow Books, Oxford, 2000, págs. 49-57.
6 E. Rhodes, C. B. Stringer, R. Grün, R. N. E. Barton, A. Currant y J. C.
Finlayson, «Preliminary ESR dates from Ibex Cave, Gibraltar», en C. Finlay­
son, G. Finlayson y D. Fa (eds.), Gibraltar during the Quaternary, Gibraltar
Government Heritage Publications. Monographs, 1,2000, págs. 109-112.
Véase también R. N. E. Barton, «Raw material exploitation and lithic use
at the Mousterian site of Ibex Cave, Gibraltar», en C. Finlayson, G. Finlayson
y D. Fa (eds.), Gibraltar during the Quaternary, Gibraltar Government Heri­
tage Publications, Monographs, 1,2000, págs. 127-134.
Véase también L. G. Vega-Toscano, M. Hoyos, A, Ruíz-Bustos y H. Laville,
«La séquence de la grotte de La Carihuela (Piñar, Grenade): chronostratigra-
phie et paléoécologie du Pleistocene supérieur de la Péninsule Ibérique», en M.
Otte (ed.), L ’Homme de Neandertal, ERAUL, Lieja, 2,1988, págs. 169-180.
Véase también C. Barroso (ed.), E l Pleistoceno superior de la Cueva del Bo­
quete de Zafarraya, Arqueología, Junta de Andalucía, Sevilla, 2003.

370
Véase también M. Cortés Sánchez, «El extremo occidente neandertal. El
Paleolítico Medio en el Sur de la Península Ibérica», en R. Montes y J. A. Las-
heras (eds.), Neandertales cantábricos, estado de la cuestión, Museo Nacional y
C. I. de Altamira, Santillana del Mar, Monografías, 20,2005, págs. 55-74.
Véase también G. Iturbe, M. P. Fumanal, J, S. Carrión, E. Cortell, R. Mar­
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coi, 2,1993, págs. 23-88.
Véase también C. Borras, F. Giles, A. Santiago, C. Finlayson, G. Finlayson,
C. Calvo, J. M. Gutiérrez y E. Mata, «Paleolítico Medio en Alcalá la Real.
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dio-superior de los Llanos de Santa Ana y Ermita Nueva, Alcalá la Real,
Jaén», Zona Arqueológica, 4 (4), 2004, págs. 72-79.
Véase también, para la Sima de las Palomas del Cabezo Gordo, M. Walker
et al., ob. cit. en nota 1.
7 V. Villaverde, «Cova Negra», en V. Villaverde (ed.), De neandertales a
cromañones. El inicio del poblamiento humano en las tierras valencianas, Uni-
versitat de Valencia, Valencia, 2001, págs. 393-396.
Véase también J. Martínez-Moreno, R. Mora, I. de la Torre y J. Casanova,
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Véase también J. L. Bischoff, R. Julia y R. Mora, «Uranium-series dating of
the Mousterian occupation at Abric Román!, Spain», Nature, 322, 1988, págs.
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8 J. Martínez-Moreno, «Las industrias de hueso ‘poco elaboradas' de Le­
zetxiki y Axlor», Munibe, 57 (2), 2006, págs. 83-92.
Véase también L. G. Freeman, «More on the Mousterian: flaked bone
from Cueva Morín», Current Antbropology, 24, 1983, págs. 366-372.
Véase también J. C. Diez y M. Navazo, ob. cit. en nota 4.
Véase también J. Sanguino y R. Montes, ob. cit. en nota l.
Véase también J. Yravedra, J. Baena, A. Arrizabalaga y M. J. Iriarte, «El
empleo de material óseo como combustible durante el Paleolítico Medio y Su­
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nal y C. I. de Altamira, Santillana del Mar, 2005, págs. 369-383.
9 J. Zilháo, «Le passage du Paléolithique moyen au Paléolithique supérieur
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Véase también J. L. Bischoff, K. Ludwig, J. F. García, E. Carbonell, M.
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Véase también J. Maroto, N. Soler y J. M. Fullola, «Cultural change bet-
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Véase también V. Cabrera y F. BemaJdo de Quirós, «The origins of the
Upper Palaeolithic: a Cantabrian perspective», en E. Carbonell y M. Vaquero
(eds.), The hast Neandertals, The First Anatomically Modern Humans, Univer­
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Véase también J. González Echegaray y L. G. Freeman, Le Paléolithique
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Véase también J. Maroto, M. Vaquero, A. Arrizabalaga, J. Baena, E. Carrión,
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372
NOTAS

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Véase también J. C. Diez y M. Navazo, «Apuntes sociales y geográficos a
partir de los yacimientos del Paleolítico Medio en la zona nororiental de la
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cantábricos, estado de la cuestión, Museo Nacional y C. I. de Altamira, Santi­
llana del Mar, 2005, págs. 39-54.
15 C. Borras, F. Giles, A. Santiago, C. Finlayson, G. Finlayson, C. Calvo, J.
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Véase también M. Vaquero, «Intrasite spatial organizaron of lithic pro-
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Véase también N. Moloney, L. Raposo y M. Santonja (eds.), Non-Flint Sto­
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del Esquilleu: gestión y comportamiento durante el Musteriense (comarca de
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tamira, Santillana del Mar, 2005, págs. 285-300.
Véase también J. Casabó y M. L. Rovira, «El Pinar (Artana-Plaua Baixa).
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Véase también D. Ortega y J. Maroto, «Matiéres premieres et technologie
lithique du Moustérien final de la grotte des Ermitons (Pyrénées Méditerrané-
ennes)», Trabalhos de Arqueología. Les premiers bommes modernes de la Pé-
ninsule lbérique. Actes du Colloque de la Comisión VIII de l’UISPP (1998),
Lisboa, 2001, págs. 69-75.
,é C. Barroso (ed.), 2003, ob. cit. en nota 6.
Véase también P. M. Castaños, «Revisión actualizada de las faunas de
macromamíferos del Würm antiguo en la Región Cantábrica», en R. Montes
y J. A. Lasheras (eds.), Neandertales cantábricos, estado de la cuestión, Mu­
seo Nacional y C. I. de Altamira, Santillana del Mar, 2005, págs. 201-207.
Véase también J. Rosell, «Neandertales. Estructura social y desarrollo téc­
nico. Cultura y simbolismo», en E. Carbonell (ed.), Homínidos: las primeras

374
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particular, págs. 524-526).
Véase también J. C. Diez, «Huellas de descarnado en el Paleolítico Medio: la
cueva de Valdegoba (Burgos)», Zona Arqueológica, 7 (1), 2006, págs. 304-316.
17 E. Roselló y A. Morales, «Ictiofaunas musterienses de la Península Ibéri­
ca: ¿Evidencias de pesca Neandertal?», Munibe, 57 (1), 2006, págs. 183-195.
18 J. Estévez, «La fauna de l’Arbreda (sector Alfa) en el conjunt de faunas
del Pleistocé superior», Cypsela, 6,1987, págs. 73-88.
Véase también J. González Echegaray y L. G. Freeman, Le Paléolithique
inférieur et moyen en Espagne, Jéróme Millón, Grenoble, 1998. En especial, a
este propósito, sobre Cueva Morín, págs. 227-236.
Véase también M. Vaquero, «Intrasite spatial organization of lithic pro-
duction in the Middle Palaeolithic: the evidence of the Abric Romaní (Cape-
Uades, Spain)», Antiquity, 73, 1999, págs. 493-504.
Véase también M. J. Walker, J. Gibert, A. Eastham, T. Rodríguez, J. S. Ca­
ntón, E. L Yll, A. Legaz, A. López Jiménez, M. López Martínez y G. Romero,
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gura Basin and Adjacent Areas of Southeastern Spain», en N. J. Conard (ed.),
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Verlag, Tubinga, 2004, págs. 461-511.
Véase también J. Vallverdú, M. Vaquero, M.-A. Courty y E. Carbonell,
«Procesos sedimentarios rápidos y ocupaciones humanas poco frecuentes. La
sección del Pleistoceno Superior de la Coveta Nord del Abric Romaní (Cape-
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el entorno mediterráneo, ADEMA, Soria, 2005, págs. 319-331.
Véase también M. Navazo, J. C. Diez, T. Torres, A. Colina y J. E. Or-
tiz,2005, ob. cit. en nota 4.
Véase también M. Navazo, J. F. Jordá y J. C. Diez, «Geoarqueología y re­
gistro arqueológico del Paleolítico Medio en el entorno de la Sierra de Ata-
puerca (Burgos)», en M. Santonja, A. Pérez-González y M. J. Machado (eds.),
Geoarqueología y Patrimonio en la Península Ibérica y el entorno mediterráneo,
ADEMA, Soria, 2005, págs. 235-250.
Un interesante análisis de los subniveles transicionales de El Castillo 18 y
cotejo con las cuevas de Morín y El Esquilleu, marcando semejanzas y dife­
rencias en uso del sitio, caza y gestión del territorio, se encuentra en V. Cabre­
ra, F. Bemaldo de Quirós, J. M. Maíllo, A. Pike-Tay y M. D. Garralda, «Ex­
cavaciones en El Castillo: veinte años de reflexiones», en R. Montes y J. A.
Lasheras (eds.), Neandertales cantábricos, estado de la cuestión, Museo Nacio­
nal y C. I. de Altamira, Santillana del Mar, 2005, págs. 505-526.

375
M. Cortés (ed.), Cueva Bajón ditío (Torremolinos). Secuencia cronocultural y
paleoambiental del Cuaternario reciente en la Babia de Málaga, Diputación de
Málaga, Málaga, 2007.
19 J. González Echegaray y L. G. Freeman, 1998, ob. cit. en nota 18.
Véase también J. Martínez-Moreno, «Comportamientos y tecnologías polé­
micas: las industrias en hueso ‘poco elaboradas’ y objetos simbólicos del Pale­
olítico Medio Cantábrico», en R. Montes y J. A. Lasheras (eds.), Neandertales
cantábricos, estado de la cuestión, Museo Nacional y C. I. de Altamira, Santi­
llana del Mar, 2005, págs. 349-367.
Sobre Covalejos, ver Sanguino y Montes, 2005, ob. cit. en nota 1.
20 J. C. Diez y M. Navazo, 2005, ob. cit. en nota 4.
21 C. Barroso (ed.),2003, ob. cit. en nota6.
Véase también A. Rosas, C. Martínez-Maza, M. Bastir y otros, art. cit. en nota 2.
22 M. Walker, J. Gibert y otros, 2004, ob. cit. en nota 1
Véase también E. M. Doménech, 200, ob. cit. en nota 9.
23 C. Finlayson, F. Giles, J. Rodríguez-Vidal y otros, «Late survival of Ne­
anderthals at the southemmost extreme of Europe», Nature, 443, 2006, págs.
850-853.
Véase también L. Raposo y J. L. Cardoso (1998 y 2000), citados en nota 5.
24 C. Finlayson, D. Fa, G. Finlayson, F. Giles y J. Rodríguez-Vidal, «Did
the modems kill of the Neanderthals? A reply to F. d’Errico and Sánchez
Goñi», Quatemary Science Reviews, 23,2004, págs. 1.205-1.216.
Véase también C. Finlayson y J. S. Carrión, Trends in Ecology and Evolu­
tion,, 30 (10), 2007.
25 P. J. Pérez, «The paleopathological and taphonomical context in human
evolution and its records», en T. G. Bromage et a i (eds.), Integrative Approa-
ches to Human Health and Evolution, Elsevier, Amsterdam, 2006, págs. 23-40.
Véase también F. Alférez y B. Roldan, «Un molar humano Anteneandertal
con patología traumática procedente del yacimiento cuaternario de Pinilla del
Valle (Madrid)», Muníbe, suplemento 8,1992, págs. 183-188.
Véase también J. L. Prieto, «Hallazgos paleopatológicos en la mandíbula
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tábricos, estado de la cuestión, Museo Nacional y C. I. de Altamira, Santillana
del Mar, 2005, págs. 397-403.
26 E. Aguirre, «Nuevos hallazgos y vacíos pendientes sobre evolución hu­
mana», Horizontes culturales: las fronteras de la Ciencia, Real Academia de
Ciencias Exactas, Físicas y Naturales, Espasa, Madrid, 2001, págs. 45-61.
Del mismo autor, véase también «Primeros desarrollos de la mente huma­
na», Revista de la Real Academia de Ciencias Exactas, Físicas y Naturales, 97
(2), 2003, págs. 251-269.

376
NOTAS

Capítulo 10: Fósiles de humanos modernos y cultura paleolítica superior


en Iberia

1 W. Dansgaard, S. J. Johnsen, H. B. Clausen, D. Dahl-Jensen, N. S. Gun-


destrup, C. U. Hammer, C. S. Hvidberg, J. P. Steffensen, A. E. Sveinbjóms-
dottir, J. Jouzel y G. Bond, «Evidence for general instability of past climate
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Véase también A. Prieto, I. Vilanova y S. Stutz, «Las fluctuaciones relativas
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S. Carrión, S. Fernández y N. Fuentes (eds.), Paleoambientes y cambio climáti­
co, Fundación Séneca, Murcia, 2006, págs. 89-101.
2 M. Stebich, J. Arlt, Q. Liu y J. Míngram, «Late Quatemary vegetation
history of Northeast China. Recent progress in the palynological investiga-
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Véase también C. Finlayson, «The role of climate in the spatio-temporal
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reference to the Mediterranean región», en M. B. Ruiz Zapata y otros (eds.),
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F. Mateu (ed.), Geoarqueología i Quatemari litoral. Memorial María Pilar Fu-
manal, Universidad de Valencia, Valencia, 1999, págs. 97-11.
Véase también J. Vegas, «Análisis digital de imágenes de microscopía elec
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rial María Pilar Fumanal, Universidad de Valencia, Valencia, 1999, págs. 139-152.
Véase también M. F. Sánchez Goñi y F. d’Errico, «La historia de la vegetación y
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5 E. Aguirre, «Vertebrados del Pleistoceno continental», en A. Pérez-Gon­
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377
Véase también C. Zazo, J. L. Goy, J. Lario y P. G. Silva, «Littorai Zone
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seurs solutréens du gran nord», Zona Arqueológica, 7 (1), 2006, págs. 452-461.
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Véase también J. C. Vogel, «Radiometríc Dates for the Middle Stone Age
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to Corning Millenia, Firenze University Press, Florencia, 2001, págs. 261-168.
Véase también M. Otte, «Influences africaines sur la préhistoire espagno-
le», Zona Arqueológica, 4 (4), 2004, págs. 328-335.
9 V. N. Misra, «Archaeological Evidence of Early Modern Human Occu-
pation in South Assia», en P. V. tobias y otros (eds.), Humanity from African
Naissance to Corning Millenia, Firenze University Press, Florencia, 2001,
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10 C. D. Agenbroad, «Clovis people: the human factor in the Pleistocene me-
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Véase también M. Parfit, «En busca de los primeros americanos», National
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2003, págs. 76-103.
11 X. Wu y F. E. Poirier, Human Evolution in China, Oxford University
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12 A. G. Thome y M. H. Wolpoff, «Regional Continuity in Australasian
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Véase también E. J. Vidal Lorenzo, Introducción a la Prehistoria del Uru­
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gía de América, Madrid, 1984.

378
Véase también G. Giacobini, «New Díscoveries of Palaeolithic Human Re
inains in Italy», en M. Toussaint (ed.), Five Milhon Yean, the Human Adven-
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Véase también W. Henke, «A Comparative Approach to the Relationships
of European and non-European Late Pleistocene and Early Holocene Popu-
lations», en M. Toussaint (ed.), Cinq milliom d'années, 1’aventure húmame,
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Véase también F. H. Smith y E. Trinkaus, «Les origines de 1’Homme
moderne en Europe centrale: un cas de continuité», en J . J . Hublin y A.-M.
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Véase también H. Ullrich, «Armenia, Azerbaijan, Georgia, Russia, Ukraine
and Uzbekistán», en R. Orban, Hominid Remains, an up-date, ULB, Bruse­
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Véase también J, Jelinek, «Upper Paleolithic Gravettian population in Mora-
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Véase también X. Wu y F. E. Poirier, 1995, ob. cit. en nota 11. Relacionan
los fósiles humanos de esta fase.
15 M. S. Corchón y otros, Cueva de las Caldas, San Juan de Priorio (Oviedo).
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Véase también L. G. Straus, E l Solutrense vasco-cantábrico. Una nueva pers­
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Véase también D. Turbón, A Pérez*Pérez y C. Laiueza, «Los restos huma­
nos del nivel solutrense de la Cueva de Nerja (Málaga)», en C. Bernis et al.
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drid, 1994, págs. 51-62.
14 M. D. Garralda, «Azules. Balmorí. Camargo. Casares. Castillo. Chora.
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15 J. Zilháo (ed.), Arte Rupestre e Pré-História do Vale do Coa, Ministerio
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queológica, 7(1), 2006, págs. 336-347.
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Véase también I. Barandiarán, A. Cava y A. Alday, «Ocupaciones de altura
e interior durante el Tardiglaciar: la Llanada alavesa y sus estribaciones mon­
tañosas», Zona Arqueológica, 7(1), 2006, págs. 534-551.
Véase también J. S. Carrión, Quatemary Science Reviews, 18, 1999, págs.
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Véase también J. A. Riquelme, Cueva de Las Ventanas. Historia y Arqueolo­
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Véase también M. Hoyos, M, I. Martínez Navarrete, T. Chapa, P. Castaños
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terio de Cultura, Madrid, Excavaciones Arqueológicas en España, 115, 1980.
Véase también P. Utrilla, «La sistematización del Magdaleniense Cantábri­
co: una revisión histórica de los datos», en A. Moure (ed.), «El Hombre fósil»
80 años después, Universidad de Cantabria, Santander, 1996, págs. 211-247.
Véase también A. Moure Romanillo, C. González Sáinz, F. Bernaldo de
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cas: Altamira, El Castillo, Chimeneas y Las Monedas» en A. Moure (ed.), «El

380
Hombre fósit» 80 años después, Universidad de Cantabria. Santander, 19%,
págs. 295-324.
Véase también C. Züchner, «The scaliform sign of Altamira and the origin
of maps in prehistoric Europe», en A. Moure (ed.), «El Hombre fósil» SO años
después, Universidad de Cantabria, Santander, 1996, págs. 325-343.
Véase también I. Barandiarán, «El arte mobiiiar del Hombre fósil cantábri­
co», en A. Moure (ed.), «E l Hombre fósil» 80 años después, Universidad de
Cantabria, Santander, 1996, págs. 345-369.
Véase también J. Canal i Roquet y E. Carbonell, Catalunya paleolítica, Pa­
trón at Francesc Eiximenis, Gerona, 1989.
Véase también F. Giles, A. Santiago, J. M. Gutiérrez, E. Mata y L. Aguile­
ra, «New contríbutions to the Upper Palaeolithic sequence of Gibraltar and
its importance in the south-westem Palaeolithic framework of the Iberian Pe­
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2000, págs. 159-168.
16 P. Cantalejo, R. Maura, M. del M. Espejo, J. F. Ramos, J. Medianero,
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el Paleolítico Superior, Centro de Ediciones, Diputación Provincial de Málaga,
Málaga, 2006.
Véase también P. Cantalejo, R Maura, y M. Becerra, Arte rupestre prehis­
tórico en la Serranía de Ronda, Editorial La Serranía, Ronda, 2006.

381
I n d ic e o n o m á s t ic o

Acosta, José de: 331. Condemi, S.: 247.


Aguilera y Gamboa, Enrique de: 171. Cuenca, Gloria: 169.
Aguirre, Emiliano: 172,182.
Andrews, Peter: 123,217, 222. Dart, Raymond: 64.
Arambourg, C.: 139. Darwin, Charles: 331.
Arribas, A.: 170. Doadrio, Ignacio: 175.
Arsuaga, Juan Luis: 119,247. Dupré, M.: 295.
Azzaroli, P.: 177.
Ennouchi, Émil: 256.
Bermúdez de Castro, J. M.: 118.
Biberson, Pierre: 172,182. Falguéres, Christophe: 25,221.
Blanc, A. C.: 267. Femández-Jaivo, Yolanda: 123, 125,
Bordes, Fran<jois: 28,183. 217,222.
Butzer, K. W.: 174. Fernández Peris,Josep: 170.
Freeman, L. G.: 291.
Cabré, Juan: 198, Fuentes, Carolina: 177.
Cabrera, María Victoria: 186.
Calderón, Salvador: 195. García Antón, Mercedes: 113, 168.
Campillo, D.: 82,83,85. García Prieto, F. J.: 164.
Cantalejo, Pedro: 330. García Sánchez, M.: 280.
Caria Mendes, J.: 250. Gibert, Luis: 83.
Carbonell, Eudald: 30, 31, 34, 110, Gibert Clols, José: 82, 90, 92, 102.
168,259. Giles, Francisco: 198.
Caro Gómez, J. A.: 198,199. Ginter, B.: 265.
Carretero, J. M.: 211,213. González Echegaray, J.: 291, 328.
CerraJbo, marqués de: 18, 19, 171,
172. Hernández Pacheco, Eduardo: 45.
Clark, John Desmond: 19, 171. Hyodo, M.: 55.

383
HOMO HISPANICO

Howell, F. C.: 37, 68, 74, 118, 127, Rodríguez, Jesús.: 112, 170.
143, 144, 154, 171, 172, 179, 248, Rodríguez, Xosé Pedro: 258.
249,251,257. Rodríguez Vidal, Joaquín: 164.
Rosas, A.: 211.
Laplace, Georges: 29. Rosell, J.: 34.
Leakey, Loáis: 21, 64. Ruiz Bustos, Antonio: 164, 169.
Leakey, M. D.: 77.
Leakey, Mary: 64. Sánchez Marco, A.: 112, 175,325.
Lumley, Henry de: 142. Sanchiz, Borja: 175.
Lumley, Marie Antoinette de: 142. Santonja, Manuel: 172.
Sémah, F.:55,56.
Martín Nájera, Aurora: 110. Sesé, C.: 169,170,176.
Martínez Mendizábal, Ignacio: 119, Soto, E.: 170.
212,226, 247. Spahni, C.: 280.
Martínez Solano, I.: 175.
Mazo, Ana: 196. Theilhard de Chardin, Pierre: 64,
Mead, Margaret: 126. 145.
Moigne, Anne Marie: 33. Tobías, P. V.: 83.
Torres, Trinidad: 105,202,205.
Narr, Karl: 147. Turbón, D.: 323.
Turner, A.: 59.
Ortega, Ana I.: 98,166,206.
Utrilla, Pilar: 321,324.
Pei, W. C.: 145.
Perea, Silvia: 175. Vidal Box, Carlos: 163.
Pérez, P. J.: 226. Vilanova y Piera, Juan: 94, 170.
Pérez-González, Alfredo: 172. Viñes, Gonzalo: 279.
Pérez-Ochoa, A.: 220.
Pericot, Luis: 19,171. Walker, M.: 170.
Poirier, F. E.: 137. Wemert, Paul: 198.
Pons Moya, J.: 90,92. Wood, B.: 59.
Wu, X,: 137, 146,249.
Quadra Salcedo, A. de la: 322.
Yokoyama, Yuji: 25,221,251.
Raposo, L.: 188.
Raymond, Dart: 64. Zazo, C.: 165.

384
I n d ic e de Y a c im ie n t o s

Abrí Pataud: 267,313, 319. Balmorí: 323.


Amud: 254, 255,261, 283. Banyoles o Bañólas: 279, 281, 297,
Apidima I y II: 153,234. 299.
Arago o Aragó. Véase Caune de l’A- Barandiarán, I.: 328.
rago. Barogali: 54,69.
Arcy-sur-Cure: 237, 265, 270, 291. Barranc Blanc: 321,323.
Arrillor: 274,281,286,302. Batadomba Lena: 318.
Artenac: 234,261,262. Biache-St.-Vaast: 151,234, 247.
Atapuerca-Elefante. Véase Atapuer- Bilzingsleben: 150.
ca-TE9. Bodo: 78,116, 141,149, 156,22-224,
Atapuerca-Galería. Véase Atapuerca- 247,251.
TG. Bolomor: 170, 189, 190, 279, 281,
Atapuerca-Gran Dolina. Véase Ata- 298,300-302.
puerca-TD6. Boquete de Zafarraya. Véase Zafarra-
Atapuerca-SH: 13 , 25 , 95, 114, 116, ya.
201-203, 205, 206, 209-214, 216- Border Cave: 252, 269.
218, 220-226, 230, 243, 246, 247, Bourgeois-Delaunay: 234
251,283, 304. Boxgrove: 151.
Atapuerca-TD6: 75, 79, 103, 118, Brno: 237.
125,141. Bmo II: 319.
Atapuerca-TE9: 93-95, 98-101, 287. Broken Hill. Véase Kabwe.
Atapuerca-TG: 20, 30, 94-98, 151, Builongdong: 143.
166-168, 170, 190-192, 201, 202.
Axlor: 274,281,289,297-302. Cabezo Gordo. Véase Sima de las
Azules. Véase Los Azules. Palomas.
Azykh: 79, 153, 157. Cantera de Forbes. Véase Forbes’s
Quarry.
Bacho Kiro: 236, 266, 267, 270, 290. Carihuela. Véase La Carihuela.

385
HOMO HISPÁNICO

Casa Moura: 322. Quípar. Véase Estrecho del Río


Casal de Pazzi: 153,162. Quípar.
Casares. Véase Los Casares. Cueva Victoria: 60, 89-92, 97, 100.
Castel di Guido: 151,162,183. 101,103,125.
Castillo. Véase El Castillo.
Caune de l’Arago: 142, 143, 149, DaJi: 116, 143,147,154, 157,248.
151, 155, 160, 202, 222-224, 246, Dar-es-Soltan: 252,266.
283. Deideriyeh: 253.
Cava Pompi: 150. Devil’s Tower: 277, 281, 297, 298,
Cavallo: 237,265. 305.
Cave of Hearths: 149. Diiigcun: 143,157,248.
Caverne delle Fate: 235. Dmanisi: 60,71-73,75,114, 116,128.
Ceprano: 74, 75, 79, 117. Dolni Vestonice: 267, 319.
Cerro Sota: 317. Donggutuo: 75, 79, 128.
Changyang: 143. Drimolen: 69.
Chaoxian: 143,248. Dzeraba Skala: 236.
Cheujiawo: 143.
Cingle Vermell: 323. Ehringsdorf: 152,234, 243, 247,283.
Columbeira: 276,281, 287, 290, 265, El Castillo: 165, 274, 281, 290, 294,
269,270. 295.299-303,320, 328.
Combe-Grenal: 234, 260, 265, 269, El Congosto: 201.
270. El EsquiUeu: 273,274,286,289,290,
Congosto. Véase El Congosto. 295.299-303.
Coopers: 69. El Pendo. 320,321,328.
Correio-Mór: 322. El Salt: 278,281,298,299.
Cova del Gegant: 279,288, 298, 301. El Sidrón: 274, 281, 283, 284, 299,
Cova Foradá: 279,298. 300,304,306.
Cova Foradada. Véase Cova Foradá. Elandsfontein: 148,243,251.
Cova Negra: 201,279,281,288, 295, Eliye Springs: 150.
301, 302. Engis: 233.
Covalejos: 273, 274, 281, 286, 289, Equus Cave: 252.
290,298,300-304. Erralla: 320.
Cro-Magnon: 319. Esquilleu. Véase El Esquilleu.
Cuartamentero: 323. Estrecho del Río Quípar: 170, 190,
Cueva de Littorina. Véase Littorína 201 .
Cave. Eyasi. Véase Lago Eyasi.
Cueva de Nerja. Véase Nerja.
Cueva Karain: 157,257. Fa Hien: 318.
Cueva Morín: 286, 290, 291, 301, Feldhofer: 233,268.
303,319, 320. Figueira Brava: 275, 276, 281, 287,
Cueva Negra del Estrecho del Río 298,305.

386
In d i c e d e y a c i m i e n t o s

Flores: 250. Koneprusy: 237.


Florisbad; 148, 149. Konso-Gardula: 54, 69, 200.
Fontana Ranuccio: 142, 161,183. Koobi Fora: 64,252.
Forbes’s Quarry: 233,277. Krapina: 234,260, 270,271, 283.
Kromdraai: 69.
Galería. Véase Atapuerca-TG. Ksar-Akil: 253.
Gánovce: 234. Kudaro I y II: 153.
Garba: 69.
Gardula. Véase Konso-Gardula. La Carihuela: 276, 278, 280, 281,
Genista: 278,297. 287, 290, 293-295, 298, 299, 301-
Gesher-Benot Ya’akov: 142, 157. 304,311,322, 326.
Gibraltar 1. Véase Forbes Quarry. La Chaise-Grotte Suard. Véase Grot­
Gladisvale: 141. te Suard.
Gomboré: 69,78, 156. La Chapelle-aux-Saints : 236, 262,
Grotta del Poggio: 152. 268,270, 283.
Grotta del Principe: 152. La Chora: 321.
Grotta Paglicci: 313,318. La Ferrasie: 236, 261, 262, 266, 267,
Grotte Suard: 153,234. 269, 270,283.
Guojiujan: 248. La Pasiega: 320.
La Quina: 235, 261, 265, 267, 270,
Halu: 143. 283,290.
Hathnora: 154,249. La Riera: 320,325.
Haua-Fteah: 261,266,318. Laetoli: 150.
Hexian. Véase Longtandong. Lago Eyasi: 150,251,261.
Huludong: 143. Lago Mungo: 254,262.
Las Delicias o Legazpi: 321.
Ileret: 54,64, 150. Laynyamok: 150, 251,261.
Irhoud. Véase Yebel Irhoud. LeLazaret: 153.
Istallosko: 237,267,290. Le Moustier: 236,262,269,283,291.
Letexiki: 165, 201, 202, 273, 274,
Jinniushan: 144,147,249. 285,248,299-303.
L ’Hortus: 236,261,268, 270.
Kabwe: 148, 149, 154, 222-224, 247, Littorina Cave: 149, 156.
251,257. Longgudong: 143.
Kapturin o Kapthurin: 68,139. Longtandong: 143.
Karain. Véase Cueva Karain. Longtanshan.: 249,317.
Kebara: 254,258,269,270,283. Longushan: 143.
Kelders: 252. Los Azules: 323.
Khulna: 235,265. Los Casares: 274,281, 298, 299, 301.
Klasies River Mouth (KRM): 252, Los Moros de Gabasa: 274,281,287,
260,264,269. 295,298,301.

387
HOMO HISPÁNICO

Los Torrejones: 275,298, 301. ParpaUó: 321.


Pech-de-l’Azé: 151.
Maba: 154,243,249. Pecera cu Oase: 237,252.
Malamaud: 235. Petralona-, 152, 154, 222, 223, 246.
Maomaodong: 317. Pinílla. Véase Pinilla del Valle.
Mauer: 114, 142, 202, 222-224, 246, Pinilla del Valle: 274, 281, 297-299,
251,283. 306.
MazacuJos: 323. Ponte Mammolo: 151.
Mechta-el-Arbi: 318, 321. Pontnewydd: 151.
Mengzi: 317. Predmosti: 237, 319.
Miaohoushan: 144.
Mladec: 237, 253, 267. Qafzeh: 153, 155,261,262,270.
Montmaurin: 153. Qebibat: 149.
Moros de Gabasa. Véase Los Moros Quíziang: 143, 249.
de Gabasa. Quwo: 317.
Moula-Guerey: 214, 261, 262, 270. Quyuanheku o Quyuanhekou: 73.
Mumba: 252, 263,270.
Rascaño: 320,324.
Regourdou: 235,283.
Nadaouíyeh; 142,157. Reilingen: 153.
Narbada. Véase Hathnora. Rochelat o Rochelot: 234,264.
Nariokotome: 54, 67, 68, 70, 72, 73,
75,77, 114,115, 128. Saccopastore: 153, 234,260.
Nazlet Khater: 252, 266,270. Saint-Césaire: 237,265,283.
Ndutu: 155,243,251. Salamushu: 249.
Nerja: 164,322, 326. Salé: 149.
Ngandong: 134,249. Salemas: 276,281.
Salzgitter: 234.
Ochoz: 235. Sambungmachan o Sambungmacan:
Olduvai: 39, 48, 54, 55, 64, 66, 67, 154,250.
72, 77, 119, 139, 141, 150, 155, Sangiran o Sangirán: 52, 73, 75, 114,
223,251. 117,141, 155.
Oliveira: 276, 287, 302. Sedia del Diavolo: 152.
Omo-Kibish: 150,251,252. Sel-Ungur: 154,158,257.
Omo-Shungura: 54,66. S Kanida r; 254, 255, 258, 270, 271,
Orce. Véase Venta Micena. 283.
Orgnac: 151, 160. Shiyu: 249,317.
Oued-Dagadlé: 150. Shuicheng: 249.
Sidi Abderrahman. Véase Littorina
Palikao. Véase Temifine. Cave.
Palli Aika: 317. Sidrón. Véase El Sidrón.

388
In d i c e d e y a c i m i e n t o s

Sima de las Palomas: 278, 288, 297. Urtiaga: 320, 321.


304.
Sima de los Huesos. Véase Atapuer- Valdegoba: 274, 287, 289, 298, 299,
ca-SH. 301,302, 304.
Sima del Elefante. Véase Atapuerca- Vélika Pecina: 237,267, 319.
TE9. Venosa-Notarchirico: 150, 162.
Singa: 150,252,260. Venta Micena: 60, 82-85, 88, 89, 91,
SkhuI: 253,255,261,262,270. 92,101,103,125.
Spy: 237,265,283. Vergranne: 142.
Steinheim: 152,153. Vérteszollós: 151.
Sterkfontein: 67,69. Vestonice-Pavlov: 319.
Subalyuk: 235. Vindija: 236, 262,283.
Sungir: 313. Visogliano: 150.
Svati Prokop: 237,
Swanscombe: 151,159,243.
Swartkrans: 67,69,70, 119. Walongdong: 248.
Willendorf: 237, 267.
Tabun: 153, 241, 253, 256, 257, 261. Wushang: 249.
Taforalt: 266, 318.
Taramsa: 252,261,270. Xinghuasan: 143.
Taubach: 234. Xujiayao: 144,249,263.
Temara: 252,
Ternifine: 114, 139, 140, 141, 156, Yanhuidong: 144,248,260, 263.
200 . Yebel Irhoud: 256,257,261.
Teshik-Tash: 254,258,270,271. Yebel Qafzeh. Véase Qafzeh.
Thomas Quarry o Cantera Thomas: Yíyuan. Véase Quiziang.
149, 156.
Tighenif. Véase Ternifine. Zafarraya: 278, 281, 283, 288, 298,
Tito Bustillo: 321. 301,302,304.
Tongzí. Véase Yanhuidong. Zaskalnaya: 237.
Tontianyan: 249. Zhiyang: 249.
Torrejones. Véase Los Torrejones. Zhoukoudían o Zhukudián (ZKD):
Tossal de la Font: 279,281,298,299. 114, 116-118, 137, 138, 141-144,
Tossal de la Roca: 311,323,326. 146-148, 155, 157, 158, 216, 243,
Trinil: 73, 79. 277.
Zuttiyeh: 153,257,260.
Ubeidiya: 60,61,76,101-103.

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