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Dudas, angustias, búsquedas, reflexión, análisis, hallazgos interesantes son parte de las
vivencias cotidianas de un director escénico. Las múltiples interrogantes sobre cada uno
de los cientos de aspectos que intervienen en un espectáculo teatral lo cuestionan
permanentemente: ¿Cuál es el papel de la escenografía, de la música, de la luz, del
vestuario, de la utilería? ¿Cómo se establecen las leyes del movimiento escénico, qué es
actuar, qué rol juega el público, por qué hago teatro?
Y siempre regresamos al principio: ¿Qué es el teatro?
Hemos oído y leído que el teatro es “representación”, un “espejo de la vida”, un “reflejo
de la realidad”, que nos ayuda a comprender mejor el mundo en que vivimos.
Pero, siendo esto cierto, ¿satisface? ¿Colabora a entender más el teatro para manejarlo y
hacerlo con mayor rigurosidad?
Pienso que no. Y aunque obviamente es un problema no resuelto aún que viene
preocupando a estudiosos de todas las épocas, no hay motivo para no intentar algunas
reflexiones sobre su naturaleza que bien pueden ser de alguna utilidad.
En una entrevista que para “El Dominical” de “El Comercio” hice a Peter Brook cuando
visitó Lima en el 80, el gran maestro inglés dijo casi a la pasada que el teatro es “una
realidad alternativa”. En el momento no presté atención a la frase, pero tiempo después,
al repasar sus respuestas publicadas, ésa me saltó a la vista motivándome muchas
preguntas. ¿Qué es la “realidad alternativa”? ¿Es que existen varias realidades? ¿El
teatro es una de ellas? ¿Qué implicancias tiene tomar al teatro dentro de este concepto?
Nunca llegué a repreguntar a Brook sobre el tema e intenté entenderlo por mí mismo.
No soy filósofo; soy un director de teatro que busca entender mejor su profesión. Por
esto, si bien concedo el beneficio de la duda sobre mis primarias conclusiones, quiero
señalar que han sido de particular utilidad en mi labor directriz.
Veamos.
Todos sabemos que el teatro es también un juego; artístico, pero juego. Hablemos,
entonces, algo sobre el juego.
La actividad lúdica implica un ejercicio recreativo sometido a reglas. Este puede ser
unipersonal o en grupo. Lo importante es que tiene normas que uno mismo se impone o
en acuerdo con los demás. Así, cuando un niño juega a los vaqueros, establece qué
función va a cumplir cada objeto, persona o espacio, y realiza su actividad creativa
sujetándose a las normas que él ha establecido. La escoba será su caballo, se montará
sobre ella y cabalgará por toda la casa imaginándose que corre por extensas praderas en
su hermoso e inteligente corcel blanco mientras los indios lo persiguen.
Ese niño creó un mundo nuevo y actúa con toda coherencia dentro de él. Estableció una
realidad paralela a la de su realidad cotidiana: una realidad alternativa.
En esa realidad alternativa el niño gozará, sufrirá, vivirá, en suma, sin ningún tipo de
limitación –incluida la muerte–, todo lo que su realidad cotidiana le niega o
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habría quizá podido apreciar. Conociendo mejor su esencia, ella también tendrá mayor
capacidad de transformarlo.
He aquí, pues, una de las principales funciones del arte (y del teatro, por ser una de sus
formas). El arte es una vía de comunicación que nos sirve para transmitir y recibir
conocimientos, sensaciones, ideas, inquietudes, dudas, conflictos, contradicciones, en
una forma sensible. Esa vía (el arte, el teatro) está ubicada en la realidad alternativa.
Lo estético y el teatro
Hemos dicho que el teatro es también un juego “artístico”. Ya nos hemos ocupado de su
condición de juego. Refirámonos ahora a su naturaleza artística.
¿Qué es el arte?
¡Menuda pregunta! Todavía se intentan muchas respuestas, pero lo que parece indudable
es que ninguna puede obviar el rol que en el arte desempeña lo estético como elemento
fundamental de su esencia.
Y ... ¿qué es lo estético? ¿qué lo caracteriza? ¿por qué algo es estético o no?
El conocido adagio “sobre gustos y colores no han escrito los autores” dice bastante
sobre el grave problema que se plantea al hombre para descubrir la esencia de lo
estético.
¡Claro que han escrito los autores! ¡Y cuánto! Pero el enigma sigue en pie. Es el vivo
ejemplo de algo que todavía no se puede definir con exactitud pero que todos, de modo
sensible, llegamos a captar.
Sin embargo, dejemos por lo menos constancia de lo que creemos puede ser lo estético,
pues la definición académica que lo relaciona exclusivamente con la belleza nos resulta
dudosa.
Pensamos que lo estético es la expresión de lo perfecto. Y por perfecto entendemos lo
acabado, la forma más plena de la mostración de una esencia.
De ahí que algo considerado sumamente feo pueda ser estético, porque lo feo no se
opone a lo estético sino a lo bello. En la medida en que algo feo sea más perfecto en su
fealdad, nos estará mostrando mejor su esencia, mejor una verdad, y será estético.
Para los efectos de esta exposición creemos que no debemos adentrarnos en mayores
profundidades. Sobre este tema hay cientos de trabajos con los más encontrados puntos
de vista. Vale la pena, sí, por sus consecuencias sobre la relación teatro–público,
formularnos esta nueva interrogante:
¿Por qué algo que es estético, bello o feo para unos, para otros no lo es?
La respuesta parece encontrarse en la percepción del contemplador (espectador).
Esto trae enormes problemas puesto que su cosmovisión (información, cultura,
sensibilidad, ideología, etc.), es decir, la manera como el contemplador observa el
mundo, es totalmente subjetiva. Y es obvio que él utiliza su cosmovisión como
referencia para percibir lo estético.
A esa cosmovisión el teatrista colombiano Santiago García la denomina “enciclopedia”.
Cada espectador cuando va al teatro lleva su propia “enciclopedia” y con ella interpreta
la propuesta escénica que se le ofrece. Es, pues, el conjunto de referencias con la cual
completa (le da contexto) el producto (teatro) que el artista le brinda en el escenario.
Esta es una de las razones que explican por qué cada función teatral es diferente. No
sólo depende de cómo están actuando ese día los artistas, sino también de la
cosmovisión que han traído los espectadores, en forma individual, y de las
características que ésta toma en la suma de todos, masivamente, como público. La
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interrelación de ambos –propuesta escénica y recepción y respuesta del público–
modifican siempre el producto, aunque a veces esto ocurra sutilmente.
Tipificar, según su punto de vista, el carácter esencial de una obra es el primer paso en
la concepción de un director teatral.
Pero el carácter esencial de una obra no se encuentra en la forma de vestir de los
personajes, ni en la época en que ocurre la acción, ni en la escenografía que sirve de
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marco a ella, ni en el maquillaje, ni en la utilería. Los accesorios colaboran a que se
expliciten mejor los personajes y sus relaciones (*).
Es en las relaciones de los personajes y en la valoración que éstos dan al mundo que los
rodea donde se encuentran las esencias de una obra.
El teatro, pues, cumple un rol social al apuntar a que penetremos de manera más
profunda en la relación de los individuos. Tanto en los aspectos trascendentes como en
los aspectos urgentes de su quehacer cotidiano, de sus necesidades de aquí y ahora, para
que, entendiendo mejor la naturaleza de su sociedad, pueda accionar
transformadoramente en ella contribuyendo a su superación.
El drama, en suma, busca mostrar esencia a los espectadores.
La palabra espectador viene de “spectare” que en latín significa mirar atentamente.
Espectáculo es “lo que se ve”.
“Ver”, en su primera acepción, es percibir con los ojos los objetos mediante la acción de
la luz. “Mirar”, en cambio, significa fijar la vista en un objeto aplicando juntamente la
atención.
Pero la sutil diferencia entre ver y mirar, que en nuestro idioma son usados como
sinónimos, ha tenido repercusiones en lo que normalmente entendemos por
“espectáculo”, ya que comúnmente aceptamos que espectáculo es todo aquello que “nos
llena el ojo”, olvidándonos que “ver y no mirar” es percibir los objetos sin prestar la
debida atención.
Creemos que la función espectacular del teatro tiene un sentido más profundo.
El teatro es un arte porque es una manera de crear lo estético. Lo estético es la forma
más plena de la mostración de una esencia. En este sentido el teatro será más
espectacular cuanto más nos permita espectar, mirar con atención esa esencia.
La condición de espectáculo que tiene el teatro refuerza su carácter de instrumento
mediador, pues a través de esta característica alcanzamos a contemplar lo que nuestros
ojos ven pero no miran, hace visible lo que nuestros no pueden percibir. Recordemos
que “lo esencial es invisible a los ojos”.
Quedarnos pues con el concepto de que espectáculo significa sólo apreciar lo externo
(vestuario, escenografía, artificios inesperados, luces, etc.) es sencillamente banalizar la
función espectacular del teatro, quedarnos con lo intrascendente, con lo material y
adjetivo.
Por eso es que aquellos “espectáculos” que priorizan lo accesorio del teatro
convirtiéndolo en dominador del hecho escénico, minimizan el carácter artístico del
teatro (mostrar esencias), aunque aparenten lo contrario.
No es el caso, por cierto, de aquellas puestas en escena que hacen uso del “aparato”
teatral para elevar las relaciones de los personajes. Esto debe quedar claramente
establecido.
En las relaciones de los personajes, en sus conflictos y contradicciones en el drama, el
“aparato” escénico debe ponerse a su servicio. Utilizar las relaciones de los personajes
como pretexto para mostrar prioritariamente el aparato escénico es atentar contra la
naturaleza esencial del teatro.
Por supuesto que el teatro, como juego que es, tiene que cumplir también una función
lúdica, y el “aparato” escénico se presta enormemente para jugar. Pero son los artistas
los que proponen el juego, quienes convocan a los espectadores para “jugar” juntos,
quienes invitan al público a entrar en la realidad alternativa en calidad de espectadores
para que se escapen momentáneamente de su realidad cotidiana. De aquí nace la
responsabilidad de los artistas sobre qué es lo que presentan y cómo lo presentan.
Entretener (tener entre) implica capturar la atención del espectador en el juego,
limpiamente, sin trampas, haciéndolo partícipe en la acción lúdica. Pero ese “capturar su
atención”, haciendo que el espectador escape de su realidad cotidiana debe ser
compensado con una develación (que le permita conocer para accionar
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transformadoramente), a fin de que al término de la función, cuando retorna a la
realidad cotidiana, salga más enriquecido en su cosmovisión y así el teatro haya
cumplido su función reveladora de esencias.
El teatro que toma la acepción de espectáculo en su primario concepto de “ver”, que
esconde lo esencial para resaltar lo accesorio escamoteando la capacidad del público de
mirar atentamente las esencias (quitándole su función artística al teatro), no lo
compensa con nada, por eso cumple una misión escapista a secas. Hace que las personas
huyan de su realidad cotidiana para que se olviden de ella, para que la puedan soportar
resignadamente con mayor tranquilidad, sin revelarle nada que la estimule a
transformarla.
Recordemos, finalmente, que la palabra “Teatro” deriva de “Theaomai” que, en griego,
significa... mirar.
(*) Cuando hablamos de “personaje” no debemos pensar necesariamente en la persona humana ubicada
en la realidad alternativa, sino que también puede ser un objeto. Claro que para que éste pueda ser
considerado personaje debe poseer connotaciones humanas. Una silla, por ejemplo, que no se deja
manipular, expulsando a quien pretenda sentarse en ella, se convierte en personaje porque las relaciones
que establece con otro personaje (que también puede ser un objeto) son de esencia humana. También
debemos considerar personajes a aquellos que, no apareciendo físicamente en escena, gravitan o tienen
incidencia en el desarrollo de las situaciones: “Pepe, el romano” en La casa de Bernarda Alba es un
ejemplo.