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Con motivo del terremoto del 27-F, diversas empresas desarrollaron campañas
dirigidas a mostrar su solidaridad con la población afectada. En este contexto, una
compañía presentó la imagen de una vivienda de emergencia, en la que estampó
diversas marcas de sus productos más populares.
Frente a ello, comentamos con gente de marketing por la legitimidad del anuncio ante
el significado que para esas personas tenía la mediagua en esta situación: en esencia,
su nueva “casa”. La respuesta dio un giro a la consulta: “Pero…, ¿funcionó?”. Esto es,
¿fue eficaz?
Nos parece que la pregunta que cabe formular de cara a toda campaña es distinta. ¿Es
ético e incluso estético que el marketing y la publicidad prioricen los intereses
siempre limitados de una empresa o cliente al punto que pasen a segundo término los
de la comunidad?
Tal vez en algún momento del marketing y la publicidad eso efectivamente “funcionó”.
Hoy por hoy, sin embargo, las audiencias están cada vez más activas en cuestionar,
castigar o solicitar el retiro de campañas que promuevan representaciones que
violenten principios o valores sociales. Nada extraño hay en este comportamiento
tardío, toda vez que las compañías vienen desde hace años sosteniendo acciones de
similar tipo frente a propuestas de la competencia que a su juicio afectan su imagen o
la de sus productos.
Publicidad e ideología
Los conceptos e imágenes con que la publicidad asocia a las marcas y los productos o
servicios que ellas sustentan, están lejos de ser neutrales o asépticos. Toda
comunicación es siempre un punto de vista sobre el mundo. Difunde y muestra como
buenas, justas o deseables determinadas maneras de ser, pensar, sentir y actuar.
Esta acción implica muchas veces denigrar implícita o explícitamente otras miradas o
mantener prejuicios y estereotipos que la propia sociedad intenta dejar atrás. Asociar,
dentro de un contexto eufórico, una marca con felicidad, estatus o anticonformismo es
al mismo tiempo poner “en moda” estas nociones y lo específico que ellas significan,
en oposición o detrimento de aquellas que no lo son.
Publicitar un anti-age (anti-edad) en cualquiera de sus modalidades, es promover -
desde el combate- un particular concepto de belleza que contraviene el inexorable
efecto que tiene el paso del tiempo sobre nuestros cuerpos. Su promoción renueva el
mito de la eterna juventud dándole un soporte a los productos. Pero al hacerlo –
técnicas de fotoshop incluido- se ha afectado de modo negativo la autoimagen que las
mujeres tienen de sí mismas al presentarles figuras difícil de alcanzar, que se
potencian con aquellas promovidas por la industria de la moda: cuerpos delgados,
altos, blancos, rubios, que poca relación guardan con las determinantes del material
genético local. La sensación de “sentirse” feas y por tanto desvalorizadas, no es del
todo ajena a cualquier mujer.
Generar confianza
La publicidad legítima se asienta en primer lugar en una ética comercial. Hugo Aznar,
reconocido académico en este campo, señala que “la falta de ética en el mercado se
convierte en falta de ética de la publicidad”.
Si bien el estigma que genera este tipo de comportamiento recae a nivel social en “la
publicidad”, esta eufemística designación oculta las responsabilidades de los diversos
agentes: de las organizaciones que avalan o promueven el desarrollo de ciertas “ideas
creativas” asociadas a sus marcas; de las agencias que las proponen como instrumento
para impactar; y de medios que ceden a presiones y ofrecen sus espacios desde una
posición de distancia absoluta respecto del contenido que allí se exhibe.
Los destinatarios, al respecto, no son ingenuos. Cada vez que se quejan de “la
publicidad” lo están haciendo no sólo de los agencias. A quien sino se dirigen cuando
formulan un reclamo: ¿a las agencias, a las marcas o a las empresas que producen y
promueven los bienes?
Denuncias ciudadanas
Los reclamos por publicidad engañosa, esto es aquella que “induce o puede inducir a
errores o confusión” (Consejo de Autorregulación y Ética Publicitaria, CONAR) por
medio del uso de recursos como la exageración o la ambigüedad, suelen ser uno de los
más habituales. Estas denuncias afectan una dimensión fundamental de la publicidad,
cual es su carácter informativo. De ahí su mayor impacto en la configuración del
prestigio del sector.
Menos simple es discernir sobre los elementos simbólicos configurantes de las piezas.
Nos referimos a la legitimidad de ciertos recursos retóricos a los que la publicidad
recurre para sobresalir e impactar, así como a ciertos contenidos que vehicula a través
de las representaciones que difunde.
Durante estas ocho sesiones hemos entregado una visión general de las diversas
dimensiones que contempla el proceso publicitario. Contrariamente a lo que se suele
pensar, hacer publicidad honesta, con sentido, que llegue, sorprenda, emocione y
conecte las marcas con las audiencias en un escenario de saturación informativa, con
un alto ritmo de cambio y múltiples ajustes en corto tiempo, es una actividad
desafiante, que demanda conocimientos especializados e interdisciplinarios.