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IV EL

SUPUESTO RADICALISMO
DE HERBERT MARCUSE

Creo que hace falta tratar especialmente de las obras de


Herbert Marcuse por dos motivos: primero, su postura es
exactamente la contraria a la que he explicado en mis libros,
aunque en cierto sentido es semejante a la crítica que he ex-
puesto, no sólo en mis primeros escritos, a comienzos del de-
cenio de 1930, sino también en El miedo a la libertad (1941a,
GA I) y los libros siguientes. Creo que podría aclarar más
mi postura exponiendo, aunque sea brevemente, algunas de
las teorías principales de Marcuse.
Segundo, y motivo más importante, es que Marcuse, por
su mala interpretación de Freud y de Marx, así como por lo
embrollado y contradictorio, a menudo, de sus ideas, suele
confundir a muchos lectores, especialmente de la izquierda
radical. Creo que esto es peligroso. Si el pensamiento radical
deja de ser crítico y racional, deja de ser «radical» (de ir a
las raíces) y se hace irresponsable o lleva a la acción irracio-
nal. Además, la nueva izquierda, como la mayoría de los jó-
venes de hoy, no está bien familiarizada con las obras del pa-
sado, y el llegar a conocer un Freud y un Marx tergiversados
no le ayudará de ningún modo a conectar con la tradición
humanista y revolucionaria.

1. Marcuse y Freud

Vacilo al acusar a un hombre inteligente y erudito como


Marcuse, que ha escrito un libro profundo y brillante, Razón
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y revolución (1941), de interpretar mal las obras de que ha-


bla. Estoy seguro de que no tergiversa a propósito y delibera-
damente; por tanto, debe de haber poderosos motivos perso-
nales que no le dejen reparar en lo absurdo de las cosas que
escribe en Eros y civilización (1955 y 1966) y en El hombre
unidimensional (1964). Cualesquiera sean estos motivos, en
las páginas que siguen me atendré estrictamente a su argu-
mentación y trataré de contestarla.
Pero, antes de entrar a criticar su exposición de las teo-
rías de Freud, debo señalar un fallo que el mismo Marcuse
menciona sin darse bien cuenta de sus consecuencias. Dice
que trata solamente de las teorías de Freud y que no está fa-
miliarizado ni es competente en la aplicación clínica de los
descubrimientos psicoanalíticos. Esta «filosofía» del psicoa-
nálisis sin relación con el saber clínico es una orientación que
estorba en gran medida el comprender la teoría psicoanalíti-
ca. Los descubrimientos de Freud, sacados de su contexto clí-
nico, se convierten en teorías abstractas que hacen imposible
apreciar su sentido verdadero, puesto que se deben precisa-
mente a la observación clínica.
La equivocación fundamental sobre la postura de Freud
está en querer interpretarlo como un pensador revoluciona-
rio. Freud fue un representante típico del materialismo bur-
gués mecanicista del siglo xix, un reformador liberal optimista
hasta la Primera Guerra Mundial y que, a partir de entonces,
desesperó de que cualquier cambio social fuese mejor. En El
malestar en la cultura (1930a), manifestó con inequívoca cla-
ridad su postura negativa ante los objetivos socialistas o re-
volucionarios. Pero los motivos de esta postura se encuen-
tran ya en obras anteriores. Creía que la civilización se basa
en la represión de los instintos libidinosos, puesto que es con-
secuencia de una sublimación, o formación de reacción, con-
dición de la cual es tal represión. Por consiguiente, el hom-
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bre encara esta alternativa: o no hay represión, lo cual quiere


decir que no hay civilización, o hay represión, con lo que hay
civilización y muchas neurosis.
Sin duda ninguna, sus simpatías estaban de parte de la
civilización y la represión, pero, como muchos reformistas li-
berales, creía por otro lado que la represión sexual llegaba
demasiado lejos y que, disminuyéndola un poco, podrían dis-
minuir también las neurosis sin poner en peligro el orden fun-
damental de la sociedad. Creía firmemente que es forzoso el
conflicto entre las necesidades instintivas y la civilización y
no albergaba dudas sobre la validez y la necesidad de su tipo
de sociedad burguesa. En consecuencia, era opuesto al so-
cialismo, y esta oposición era uno de los elementos principa-
les de su hostilidad a Wilhelm Reich, que quiso combinar sus
ideas comunistas (que profesaba en la época de su choque
con Freud y que denunció posteriormente) con una teoría ra-
dical de la liberación sexual.
Resulta sorprendente que el Freud liberal, antisocialista,
vaya a convertirse en un teórico revolucionario. A veces, Mar-
cuse distingue entre el Freud al que se adhiere y ciertas afir-
maciones suyas que critica. Lo cual dificulta un poco la dis-
cusión, porque la argumentación de Marcuse es escurridiza.
Mantiene verdaderas reservas a su aprobación de Freud, pero
en general le otorga el papel de pensador revolucionario.
¿Cómo es posible? Por cuanto se me alcanza, una con-
testación puede ser que Marcuse esté impresionado por el
«materialismo» de Freud: los instintos son las necesidades rea-
les y materiales del hombre, y lo demás es justificación o ideo-
logía. Esta contestación podría ser satisfactoria ante un autor
menos consciente que Marcuse de la diferencia entre el mate-
rialismo mecanicista y el «materialismo histórico» de Marx
y que no haya manifestado su oposición a aquél.
Al principio del Hombre unidimensional (1964), parece
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poner toda su esperanza en el perfeccionamiento de la técni-


ca: «La mecanización y la normalización en la técnica po-
drían liberar energía individual para un reino de la libertad
más allá de la necesidad, todavía inexplorado. Cambiaría la
misma estructura de la existencia humana. El individuo se
liberaría del dominio del mundo del trabajo, que le impone
necesidades ajenas y posibilidades ajenas. El individuo sería
libre de llevar con independencia una vida que sería suya. Si
la producción pudiera organizarse y orientarse a la satisfac-
ción de las necesidades vitales, su dirección bien podría cen-
tralizarse. Esta dirección no impediría la independencia indi-
vidual, sino que la haría posible.» (H. Marcuse, 1964, pág. 22.)
Pero, ¿cuál es ese «reino de la libertad más allá de la ne-
cesidad, todavía inexplorado»? Marcuse explica con dema-
siada vaguedad qué es lo que quiere decir realmente. En Eros
y civilización, cita, entre los objetivos para la sociedad bue-
na, que los hombres «puedan morir sin angustia» (H. Mar-
cuse, 1966, pág. 233) y sin dolor y no antes de que ellos «quie-
ran y tengan que morir» (op. ci£, pág. 232). Es difícil tomar
en serio estas declaraciones: en primer lugar, no hay razón
para comprender por qué habrá siempre hombres que mue-
ran antes de quererlo, por motivos psicológicos que no tie-
nen nada que ver con el orden social, sino con la herencia
y la constitución. La reivindicación de que el hombre muera
con un mínimo de dolor resulta muy vana en una civiliza-
ción en que el arte médico hace todo lo posible por aliviar
la agonía. Y sobre la idea de que el hombre tiene derecho a
quitarse la vida cuando lo decida, hoy hay muchos de acuerdo
con Marcuse, y ciertamente no hace falta reformar demasiado
la sociedad para que se haga más fácil acabar volunta-
riamente con la propia vida. Las tasas de suicidio muestran
que, incluso en estas circunstancias, nadie encuentra grandes
obstáculos para quitarse la vida, si quiere.
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El por qué Marcuse da tanta importancia a eliminar el


miedo a la muerte se aclara más considerando su ideal fun-
damental del hombre nuevo. Puede expresarse muy brevemente
si vamos apartando los perifollos intelectuales con los que
oculta un poco el caso. El hombre de la perfecta sociedad
nica, al no tener que preocuparse ya de trabajar, potestar
satisfechas todas sus necesidades materiales, podrá regresar
volviendo a ser niño, o quizá más bien infante. N arco» no
lo dice con tantas palabras, porque sonaría demasiado ab
surdo o audaz. Pero, si seguimos atentamente su razonamien-
to, deja bastante claro este ideal.
Una manifestación de esta nueva existencia infantil es
lo que Marcuse llama «sexualidad polimorfa». ¿Que quiere
decir con eso? En teoría freudiana, es la experiencia sexual
de

penar de la sexualidad tilica y, finalmente, ■le to:KMaMad


genital alrededor de la pubertad, le queda subordinado el pía
138 LO INCONSCIENTE SOCIAL

profilia (gusto por los excrementos) y el sadismo, adquieren


un sentido completamente distinto al que tienen en la socie-
dad represiva. Se reactivarán todas las zonas erógenas y, como
consecuencia, habrá «un resurgimiento de la sexualidad pre-
genital polimorfa y... una decadencia de la supremacía geni-
tal» (H. Marcuse, 1966, pág. 199). Si el cuerpo en su totali-
dad se convierte en «medio de placer..., el cambio del valor
y alcance de las relaciones libidinosas llevará a la desintegra-
ción de las instituciones en que se han organizado las rela-
ciones particulares interpersonales, especialmente la familia
monogámica y patriarcal» (op. cit). Para Marcuse, la libera-
ción de la explotación y de la autoridad irracional se acom-
paña de la liberación de la sexualidad, «constreñida por la
supremacía genital, en erotización de la personalidad ente-
ra» (op. cit.).

2. Las perversiones, según Marcuse

Marcuse declara que las perversiones, como el sadismo,


tienen cualidades distintas, según el tipo de sociedad en que
se encuentren: «La función del sadismo no es igual en una
relación libidinosa libre que en las actividades de las SS. Las
formas inhumanas, compulsivas, coactivas y destructivas de
estas perversiones parecen estar relacionadas con las perver-
siones generales de la existencia humana en una cultura re-
presiva, pero las perversiones tienen una sustancia instintiva
distinta de estas formas; y esta sustancia bien podría mani-
festarse en todas las formas compatibles con la normalidad
en una civilización superior» (H. Marcuse, 1966, pág. 200
sig.). Hablando de su objetivo para el «hombre nuevo» de
una sociedad no represiva, a saber, la realización de la sexua-
lidad infantil, pregenital, Marcuse afirma (op. cit, pág. 200)
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que «la libido no reactivaría simplemente las fases precivili-


zadas e infantiles, sino que también transformaría lo perver-
tido de estas fases».
Me resulta imposible comprender de qué está hablando
Marcuse en realidad y, después de haber releído muchas ve-
ces estos pasajes, empiezo a dudar de si él mismo tenía idea
clara de lo que quería decir. En primer lugar, evidentemente,
son distintos el sadismo de un miliciano y el comportamiento
sádico en el trato sexual de una pareja en que ambos con-
sienten y encuentran placer. En éste, el daño o humillación
sádica del objeto sexual se basan en el común consentimiento,
e incluso las mortificaciones características de esta per-
versión carecen de la gravedad de inhumanidad que tienen
practicadas a la fuerza. Sin embargo, aun habiendo esta di-
ferencia, y con ser importante, no cambia en nada lo que es
el impulso sádico: el deseo de dominar completamente a otro,
privándolo de su voluntad y convirtiéndolo en un objeto im-
potente, y se manifiesta en el afán de dañarlo y humillarlo.
En efecto, no hay mayor manifestación de poder que obligar a
un ser viviente a soportar dolor. En lo fundamental, esto
no cambia en la práctica de la perversión sadomasoquista que
puede encontrarse con frecuencia en nuestra sociedad y en
otras muchas. Si el sadismo no tiene esta finalidad, que le
da su carácter y a la que se debe la intensidad de excitación y
satisfacción, ha dejado de ser sadismo, y Marcuse no nos
dice qué es.
Naturalmente, él no habla de la perversión sádica en nues-
tra sociedad «represiva» (aunque hoy existe también la dife-
rencia entre el sadismo del miliciano y el voluntario mutuo
de una pareja sadomasoquista), pero la cuestión es-precisa-
mente qué queda del sadismo en la sociedad no represiva.
¿Qué se quiere decir con que-la libido no reactivaría simple-
mente las fases precivilizadas, sino que también transforma-
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ría la perversión (H. Marcuse, 1966, pág. 200)? ¿Qué es lo


pervertido del sadismo, y en qué se transformaría? ¿Qué es
esa «sustancia instintiva» (op. cit, pág. 201), distinta de las
formas destructivas de la perversión actual? ¿No es sexual,
o no es sólo sexual, ese sadismo purificado? Esa sustancia
instintiva, ¿no se caracteriza ya por la necesidad de dominar,
dañar y humillar? Entonces, ¿qué tiene de sádica?
Esperaríamos encontrar contestación a estas preguntas en las
explicaciones generales de Marcuse sobre la regresión a la
libido infantil, que se supone fundamentalmente distinta a
la regresión de la sociedad no represiva. Pero, desgraciada-
mente, la tesis principal de Marcuse, sobre la transformación
de la sexualidad en eros, es igual de vaga, un desvarío de fi-
lósofo del psicoanálisis que confunde el sentido de la teoría
de Freud, parte de la cual está claro que no ha comprendido.
No es éste el lugar de tratar detalladamente de la mala inter-
pretación de Freud por Marcuse. Lo interesante en nuestro
contexto es que Marcuse considera la reactivación de la se-
xualidad pregenital, lo que quiere decir en gran parte de las
perversiones, un objetivo útil de desarrollo humano, pero pa-
rece tener miedo a hablar francamente a favor de las perver-
siones. Las quiere puras: no debiera haber nada malo en la
perversión sádica y, con el fin de describir esta nueva e ino-
cente «sexualidad polimorfa», postula una teoría metapsico-
lógica modificando y tergiversando a Freud, en vez de tratar
de la realidad clínica y empírica del sadismo. Teoriza sobre
la perversión, el narcisismo, etc., sin intentar siquiera descri-
bir el fenómeno. (De lo abstracto e irreal de su «sadismo»,
es característico que apenas hable del masoquismo, insepa-
rablemente unido a aquél, y que sería exigido en la pareja con-
sentida del sádico.)
Es lástima que no hable de otra perversión, la coprofilia,
que sólo cita de paso. La coprofilia es el deseo y el placer
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de tocar, oler y gustar los excrementos propios o de otros y,


según Freud, es un deseo muy característico del infante du-
rante la fase dominada por el ano como zona erógena. No
es hoy una perversión infrecuente entre los adultos, aunque
es muchísimo menos frecuente que la perversión sadomaso-
quista. A menudo se asocia a un sadismo fuerte, de modo
que en psicoanálisis se habla de un carácter «anal-sádico».
Según el principio general de Marcuse, este elemento de la
sexualidad infantil también debiera ser reactivado en la so-
ciedad no represiva.
¿Cómo puede «purificarse» la coprofilia y seguir siendo al
mismo tiempo coprofilia? La clásica respuesta freudiana es
que se sublima, por ejemplo, en el placer de pintar (en sí, una
hipótesis más que discutible). Pero, dado que Marcuse
rechaza la sublimación, ¿cómo manifiesta el interés y el placer
en las heces su hombre nuevo y verdaderamente feliz? Estas
preguntas son tan naturales que sólo podemos concluir una
cosa: en esta idea, el elogio de las perversiones y de la
sexualidad pregenital queda moderado por una tendencia
idealizante, una nueva mojigatería puritana expresada en teo-
rías metapsicológicas.
Lo mismo podemos decir de otro deseo infantil que, según
Marcuse, debiera reactivarse en la sociedad no represiva: el
narcisismo. En Eros y civilización, escribe Marcuse (1966, pág.
207): «La reactivación de la sexualidad polimorfa y nar-cisista
deja de ser una amenaza a la cultura y puede llevar por sí
misma a la constitución de una cultura si el organismo , no
existe como una herramienta de trabajo enajenado, sino como
sujeto de la realización de sí mismo: con otras pala* bras, si el
trabajo socialmente útil es al mismo tiempo la ^ tisfacción
nítida de una necesidad individual.» Expresiones como
«realización de sí mismo» y «satisfacción nítida, suenan muy
bien, pero es difícil imaginar qué se quiere que **
142 LO INCONSCIENTE SOCIAL

la nueva regresión al narcisismo, supuesto que este término


tenga algún sentido aún vagamente relacionado con el psico-
lógico.
Marcuse no nos lo pone fácil. Nos ofrece su propia inter-
pretación de Narciso y observa (op. cit, pág. 160, nota 5) que
«el símbolo de Narciso y el término "narcisista" no los em-
pleamos aquí en el sentido que se les da en la teoría de Freud».
Perfecto y claro. Pero, unas cuantas páginas después, intenta
marchar en dirección contraria, señalando que quizá pueda
«encontrar cierto apoyo a nuestra interpretación en el con-
cepto freudiano del narcisismo primario» (op. cit, pág. 166).
Lo cual sorprende un poco, primero, porque, en interpreta-
ción de Marcuse, Narciso «no se ama sólo a sí mismo» (op.
cit); y además, si él es el antagonista de Eros, y «si su actitud
erótica es semejante a la muerte y acarrea muerte, entonces
el reposo, y el sueño, y la muerte no están dolorosamente se-
parados y diferenciados» (op. cit.). Dejando aparte la vali-
dez y el sentido de esta interpretación, es justo lo contrario
a la idea freudiana del narcisismo, en la cual el narcisista sólo
se ama a sí mismo, y, desde luego, a la teoría posterior de
Freud, según la cual el narcisismo pertenece al eros y, por tan-
to, no tiene la afinidad con la muerte que Marcuse explica.
Marcuse trata de salvar su afirmación señalando el concepto
freudiano del narcisismo primario. Y cita la explicación so-
bre el «sentimiento oceánico», una experiencia esencialmen-
te mística que Freud entiende como regresión a la fase más
primitiva de desarrollo, en la que no ha nacido todavía el sen-
tido de la individualidad, o del yo. Como en los casos ante-
riores, Marcuse vuelve a emplear términos de Freud, o dán-
doles un sentido nuevo, o quitándoles el preciso y experimental
que tenían.
Actualmente, muchos que creen haber comprendido la
doctrina de Freud han tomado la costumbre de poner todo
EL SUPUESTO RADICALISMO DE HERBERT MARCUSE 143

el énfasis en su teoría de la libido, no en su teoría del carác-


ter. Así, echan por la borda —o, mejor, es que no han subido
a bordo— la parte de la teoría de Freud sin la cual no puede
entenderse bien la totalidad. Además, apartan esta teoría lo
bastante lejos de los datos personales observables para estar
protegidos contra el riesgo de tener que afrontar nunca su ca-
rácter, y particularmente sus aspectos inconscientes. Reducen
a Freud a liberador de la sexualidad y lo silencian como ex-
plorador de lo inconsciente individual.
Considerando esta discordancia entre el Freud verdadero
y el Freud «interpretado» filosóficamente, difícil será para
un psicoanalista no suponer que el motivo principal de la ter-
giversación está en la «resistencia» a tocar los problemas hu-
manos esenciales: los aspectos inconscientes del propio ca-
rácter y las consecuencias de las propias represiones.
El método que siguen Marcuse y otros facilita en gran ma-
nera esta forma de resistencia. En primer lugar, tratan sola-
mente de la metapsicología de Freud, no de sus descubrimien-
tos clínicos. Segundo, desconocen en gran parte las obras de
Freud anteriores a 1920 y se concentran sobre todo en su hipó-
tesis del eros y del instinto de muerte, que es esencialmente una
hipótesis metapsicológica, poco relacionada con hechos clíni-
cos- No es que no se incluyan en el cuadro fragmentos de las
hipótesis anteriores de Freud, si se ajustan a la nueva filosofía
del psicoanálisis, pero falta el conocimiento completo y, por
tanto, la comprensión de sus datos clínicos y de sus teorías
formadas sobre ellos. Decir simplemente, como Marcuse, que
uno no se ocupa de los problemas clínicos por considerarlos
cuestiones técnicas es un error metódico, por el propio ca-
rácter de las teorías de Freud, surgidas de la observación em-
pírica. Es casi como exponer las teorías económicas de Marx
afirmando que no hacen falta conocimientos de la realidad
económica para comprenderlas y modificarlas radicalmente.
144 LO INCONSCIENTE SOCIAL

No puedo entrar en los muchos argumentos, brillantes,


pero evasivos, de que se sirve Marcuse para que el lector no
se sorprenda, o quizá para que no se entere de en qué se que-
da realmente su ideal del hombre nuevo. En efecto, tropieza
con una dificultad formidable. El predominio de la sexuali-
dad genital sobre los deseos sádicos, coprofílicos u otros pre-
genitales no es justo el presente del que quieran escapar la
mayoría de las personas. En realidad, parecen hallar más fe-
licidad en la realización genital, especialmente cuando va uni-
da a la intimidad y al amor personal.
Para templar las reacciones de la gente más normal, Mar-
cuse emplea dos argumentos. Uno, que «el libre desarrollo
de la libido transformada dentro de instituciones transforma-
das, aun erotizando zonas, tiempos y relaciones anteriormente
prohibidos, disminuiría las manifestaciones de mera sexuali-
dad, integrándolas en un orden muchísimo más amplio, com-
prendido el orden del trabajo. En este contexto, la sexualidad
tiende a su propia sublimación: la libido, no sólo reactiva-
ría fases precivilizadas e infantiles, sino que también trans-
formaría lo pervertido de estas fases» (H. Marcuse, 1966,
pág. 200).
Es difícil imaginar a qué realidad sexual se refiere Mar-
cuse en esta explicación. La coprofilia, por ejemplo, se reavi-
varía, o sea, que conservaríamos el placer de oler, mirar y
saborear las heces, pero no sería meramente sexual (en el sen-
tido pregenital), sino que se integraría en el orden del traba-
jo. Y lo mismo podremos decir del sadismo, supongo. ¿Se
quiere decir que el hombre que encuentre un goce lujurioso
en pegar o humillar a una mujer no lo haría más que en par-
te, o no meramente, para obtener placer sexual, sino que parte
de este placer pregenital se manifestaría en su trabajo, o en
el orden social más amplio? En cuanto a esto último, Marcu-
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se sólo repite a Freud, para quien la sexualidad pregenital se


sublima en la cultura (con el famoso ejemplo del cirujano,
que ha sublimado su sadismo en su profesión). Por ello, esta
sublimación de la sexualidad pregenital no constituye nada
que no haya sucedido en la sociedad reprimida. El nuevo as-
pecto que Marcuse presenta como finalidad del hombre nue-
vo es esa parte en que la sexualidad pregenital se experimen-
ta también como goce sexual en una relación entre dos
personas.
Otra manera como Marcuse trata de adornar la nueva
idealización de las perversiones es decir que, cuando la se-
xualidad se oprime, la libido «se manifiesta en las formas
monstruosas tan bien conocidas, en la historia de la civiliza-
ción: en las orgías sádicas y masoquistas de las multitudes
desesperadas, de las minorías selectas, de las bandas de mer-
cenarios hambrientos y de los guardianes de cárceles y de
campos de concentración» (H. Marcuse, 1966, pág. 200). La
verdad es que, durante toda la historia, han estado muy di-
fundidas perversiones como la coprofilia, el sadismo, y el ma-
soquismo; y depende en gran medida de la clase a que se per-
tenezca y de sus prohibiciones sociales si se practican sólo con
prostitutas o en «relaciones libidinosas libres» (parece que,
al presente, las clases media y alta, en este sentido, pasan muy
bien sin prostitución). En todo caso, no parece que haga mu-
cha falta una revolución para que florezcan las perversiones...,
si es éste el fin conveniente.
Para Freud, desde luego, no. Y habría sido más franco
por parte de Marcuse hacer observar que sus propuestas de
reavivar la sexualidad polimorfa son estrictamente contrarias
a la totalidad del pensamiento doctrinal de Freud. Reich afir-
maba con razón que desarrollaba la teoría de Freud hasta sus
últimas consecuencias al subrayar la importancia general de
la potencia orgásmica, frente a los elementos inhibitorios que
146 LO INCONSCIENTE SOCIAL

se encuentran en la mayoría de las personas. Reich hablaba,


naturalmente, de liberar de inhibiciones la sexualidad geni-
tal: de ningún modo, de reavivar la sexualidad pregenital ni
las perversiones. Reich creía que, si la sexualidad genital pu-
diese liberarse, el consiguiente aumento de la libertad y de
la energía vital llevaría también a tomar posturas políticas re-
volucionarias. Si esto es discutible, por lo menos es razona-
ble, lo que no puede decirse de la relación que establece Mar-
cuse entre la liberación de la opresión y la liberación del
predominio de la sexualidad genital.
Pero, aparte de que Marcuse, en este punto, se sirva de
la teoría freudiana para acreditar un ideal exactamente con-
trario a la teoría de Freud, se plantea una cuestión entera-
mente distinta; la del sentido psicológico de varias perversio-
nes. Está comprobado en la clínica que las personas atraídas
por los excrementos, la suciedad, etc., son también las perso-
nas que no aman la vida y cuya relación con los demás es
principalmente sádica. Si lo único importante fuese la sensa-
ción subjetiva de excitación, desde luego, la satisfacción de
la coprofilia y del sadismo sería tan buena como la satisfac-
ción de la intimidad sexual genital y del amor. Pero si nues-
tro concepto de la existencia y del gozo humano supera el de
una excitación sensual placentera, sea cualquiera su origen,
y si nos interesan experiencias humanas como el amor, la ter-
nura y la simpatía, en cuanto superiores al sadismo y a la
atracción por la muerte y la suciedad, verdaderamente, signi-
ficaría para nosotros un retroceso del desarrollo humano este
renacimiento de las perversiones, incluso con los preciosos
adornos y con todas las reservas de Marcuse. Su punto de vista
es el de un sibaritismo para el cual la excitación, por sí mis-
ma, es un objetivo vital, el odio es tan bueno como el amor
y el sadismo es tan bueno como la ternura; y todo lo que cuenta
es la palpitación física. Supongo que por este motivo de-
EL SUPUESTO RADICALISMO DE HERBERT MARCUSE 147

dicará Marcuse tanta sorna a los que hablan de amor, interés


y responsabilidad en la sociedad actual.
Otro aspecto del ideal de regresión total es su interpreta-
ción del complejo de Edipo: el «ansia sexual» de la mujer-
madre es «el eterno anhelo infantil del arquetipo de la liber-
tad: la liberación de la miseria» (H. Marcuse, 1966, pág. 265).
En la lucha contra la separación de la madre, «libra Eros su
primera batalla contra todo lo que representa el principio de
realidad: contra el padre, contra la dominación, la sublima-
ción y la resignación» (op. cit).
Marcuse ni siquiera trata de fenómenos como el autor, la
ternura y el narcisismo, puesto que, según él, en nuestra so-
ciedad un cuerdo no puede sentir nada de ello y sólo tendría
la opción de declararse loco, o admitir que, para él, todos
estos sentimientos no son nada más que ideologías. Y tergi-
versa de peculiar manera la teoría freudiana para hacer apa-
rentar que todo esto es consecuencia, por decirlo así, o al me-
nos es compatible con ella. Pero es tergiversarla enormemente.
El supuesto fundamental de Freud es que el hombre, de cual-
quier sociedad, debe dejar de ser un infante y alcanzar un
máximo de independencia. El ideal de Freud era el hombre
maduro, razonable e independiente, que pudiera confiar en
sí mismo y en su razón. A nadie habría sorprendido más que
a Freud el servir de fundamento al ideal de la regresión como
fin verdadero del progreso humano. Si Marcuse hubiese po-
dido examinar el problema del hombre nuevo en su relación
con los demás, quizás habría descubierto que las cualidades
de sadismo, masoquismo, voyeurismo, exhibicionismo y nar-
cisismo —características de la infancia— perturbarían toda
forma de cooperación social en la «sociedad libre».
148 LO INCONSCIENTE SOCIAL

3. La idealización de la desesperanza

Hay otro punto importante que observar: el papel revolu-


cionario de los valores que, según Marcuse, han perdido vali-
dez (el amor, el deseo de libertad, la lucha contra el aburri-
miento y la manipulación, y la lucha por la integridad y por
la vida más allá de la satisfacción material y sensual). Estas
nuevas necesidades «humanas», surgidas en el momento y
hasta el punto en que la evolución histórica del hombre lo
ha llevado a superar la esfera de la pura satisfacción de sus
necesidades materiales, lo han movido también a luchar contra
muchos órdenes sociales que se les oponían. Las revolucio-
nes no son consecuencia solamente de las privaciones mate-
riales, sino también de la insatisfacción de otras necesidades
humanas, que impide ser hombres cabales.
Marcuse despacha este problema y su polémica conmigo
diciendo que el objetivo del máximo desarrollo de las poten-
cialidades personales es «esencialmente inalcanzable» (1966,
pág. 253) en nuestra sociedad; que uno no puede practicar
«la realización productiva de la personalidad, el cuidado, la
responsabilidad y el respeto por los semejantes, el amor pro-
ductivo y la felicidad, y conservar su sano juicio» (op. cit9
pág. 254); y que «curar al paciente significaría hacer de él
un rebelde, o (lo que viene a ser lo mismo) un mártir» (op. cit).
Da a entender que, en mi opinión, este objetivo es fácil
de alcanzar y puede ser alcanzado por la mayoría. No reco-
noce haber visto la inequívoca postura, a través de todas mis
obras, de que estos objetivos chocan frontalmente con los fi-
nes y las prácticas de la sociedad capitalista. Así, escribía en
El arte de amar (1985, pág. 127): «No deseo significar que
podemos esperar que el sistema social actual continúe así in-
definidamente y, al mismo tiempo, confiar en la realización
del ideal de amor hacia nuestros hermanos. La gente capaz
EL SUPUESTO RADICALISMO DE HERBERT MARCUSE 149

de amar, en el sistema actual» constituye por fuerza la excep-


ción; el amor es inevitablemente un fenómeno marginal en
la sociedad occidental contemporánea... Los que se preocu-
pan seriamente por el amor como única respuesta racional
al problema de la existencia humana deben, entonces, llegar
a la conclusión de que para que el amor se convierta en un
fenómeno social y no en una excepción individualista y mar-
ginal, nuestra estructura social necesita cambios importantes
y radicales.»
Pero, aparte de polemizar conmigo, ¿qué quiere decir Mar-
cuse? ¿Que es imposible para nadie, incluso para una mino-
ría, respetar, cuidar y amar? De ello se seguiría entonces, pa-
rece ser, que no debemos cuidar, ni respetar, ni amar; que no
debemos desarrollarnos como personas, sino esperar la revo-
lución, hasta que nazca el «hombre nuevo».
Si hoy no fuese posible superar el modelo dominante de
personalidad, no habría sido posible nunca, y difícilmente
podría haber habido progreso humano. (¿No estaba cuerdo
Marx, o no intentó practicar «todo eso»?) Con semejantes
convicciones, todo el mundo de todas las épocas habría es-
perado a la revolución antes de intentar alcanzar un nivel su-
perior de desarrollo humano; y la revolución habría fracasa-
do totalmente en sus fines humanos (no sólo parcialmente,
como ha ocurrido casi siempre) porque habría sido hecha ex-
clusivamente por gentes que seguían siendo esclavos.
El desarrollo de la persona puede ocurrir, y ocurre, en las
circunstancias más adversas. En realidad, éstas le sirven de
estímulo. Pero esto sólo es cierto de una minoría que, por al-
gunos motivos, puede liberarse hasta cierto punto de la for-
ma social de pensar y sentir y reacciona en contra. Marcuse
y los que piensan como él no lo niegan, ni por un momento,
en el caso del radical; quien puede creer lo que es general-
mente «increíble» en su sociedad. En cuanto a la tentativa
150 LO INCONSCIENTE SOCIAL

de alcanzar «prematuramente», por decirlo así, parte de la


vida del «hombre nuevo», aunque difícil, no es imposible. Y
tienen que intentarlo precisamente los que se oponen a la so-
ciedad actual y luchan por un mundo habitable para el hom-
bre. El radicalismo político, sin genuino radicalismo huma-
no, no llevará más que al desastre.
Lo que Marcuse defiende con palabras rebuscadas y am-
biguas es un materialismo vulgar, en el cual la felicidad defi-
nitiva estaría constituida por la completa satisfacción de las
necesidades materiales, más la satisfacción de todos los de-
seos libidinosos, especialmente, de los pregenitales.
No sorprenderá que, con esta actitud, no se pueda que-
dar uno más que abatido y bastante desdichado. Y desgra-
ciadamente, esta desesperanza se convierte a una teoría polí-
tica sin ningún sentido de la realidad: «Los desplazados y los
arrinconados, los explotados y los perseguidos de otras razas
y otros colores, los parados, los retirados y los inválidos», aun-
que no tengan conciencia revolucionaria, tienen una función
revolucionaria. «El que empezasen a negarse a seguir el jue-
go podría señalar el principio del fin de un período.» Y ha-
bla vagamente de la probabilidad de que «los extremos his-
tóricos vuelvan a tocarse: la conciencia más adelantada de
la Humanidad y su fuerza más explotada. No es más que una
probabilidad» (1964, pág. 267 sig.). Y termina El hombre uni-
dimensional con esta declaración: «La teoría crítica de la so-
ciedad no posee conceptos que puedan salvar la falla entre
el presente y su futuro» (op. cit, pág. 268). La teoría crítica,
¿de quién, en realidad?, ¿la de Marx, la de Freud, o la de
Marcuse? Toda teoría que no posea conceptos que puedan
salvar la falla entre el presente y su futuro no será aplicable,
por lo mismo, a la acción política.
De cualquier tipo de acción política se exige que muestre
los modos y maneras como se salvará la falla entre el presen-
EL SUPUESTO RADICALISMO DE HERBERT MARCUSE 151

te y el futuro. El mismo Marcuse no pretende tener ningún


programa político, pero tampoco ha desautorizado las accio-
nes políticas, especialmente, de los estudiantes que sí creen
que les ha dado un programa de acción política. Y toma esta
orgullosa postura: «Por no ofrecer ninguna promesa, ni mos-
trar ningún éxito, es negativa. De este modo, quiere ser leal
con quienes, sin esperanza, han entregado y entregan su vida
al gran rechazo» (1964, pág. 268). Ya vemos: una introduc-
ción de martirio romántico a una postura que no tiene nin-
guna ayuda, política ni humana, que ofrecer para dar otro
paso por el camino del futuro, o —si no lo hay— para so-
portar con dignidad la catástrofe. Pero temo que pueda ser
atractiva para algunas personas de espíritu semejante que vi-
van en la desesperación. Ciertamente, tal postura no está de
acuerdo con la tradición de todos los que han vivido y, cuan-
do ha hecho falta, han entregado su vida por los valores hu-
manos que, en el pensamiento de Marcuse, han quedado des-
echados.
No se puede fundar ninguna acción política sobre la de-
sesperanza y el miedo, pero sí se puede hacer mucho daño
convenciendo a otros de que la teoría más progresista y radi-
cal no ofrece mejor consejo que enorgullecerse de la propia
desesperanza. Es una broma pesada alardear de radical y de
practicar el gran rechazo cuando lo fundamental que propo-
ne es regresar a una vida pueril sibarítica y egoísta. No habla
en nombre de la vida: habla en nombre del desamor a la vida
y de un cinismo que se disfrazan de teoría superradical.

Después de haber escrito los párrafos anteriores, he leído


el libro de Marcuse Ensayo sobre la liberación, de publica-
ción reciente (1969), en que expone ideas muy contrarias a
las de sus obras anteriores. La fuerza del instinto de muerte
152 LO INCONSCIENTE SOCIAL

parece haberse reducido casi a nada, la reactivación de la se-


xualidad pregenital y de las perversiones ha sido abandona-
da, y ahora Marcuse afirma que los que luchan por el socia-
lismo deben anticipar en su vida las cualidades de la meta
perseguida: «La explotación tiene que desaparecer del trabajo
y de las relaciones generales entre estos luchadores... La
comprensión y la ternura recíprocas, la conciencia instintiva
de lo que es malo..., entonces, atestiguarán la autenticidad
de la rebelión» (pp. cit, pág. 88). Me alegra que Marcuse haya
tomado, esencialmente, la misma postura que antes criticaba
con tanta dureza, pero, en aras de la claridad intelectual, es
lamentable que ni siquiera mencione, ni comente, este cambio.

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