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ENSEÑANZAS ESPIRITUALES

FURET

Capítulo II
QUÉ ES EL HERMANO JOVEN, Y CUÁNTO CONVIENE FORMARLE BIEN

3 CIERTO día, un Hermano Director entrado en años, de natural poco sufrido y algo
exigente, molestado por la presencia y por el ruido que hacían los Hermanos jóvenes, exclamó en un
momento de impaciencia: « ¿Qué provecho traen esas miniaturas de Hermano? Sólo sirven para
turbar el orden y recogimiento y dilapidar los bienes del Instituto; y en las casas, para dar ocasión de
hablar y reír al público, estorbar a los Hermanos e impedir el buen éxito en la enseñanza».
El Beato Marcelino, que casualmente oyó tales palabras, se contentó con responder sonriendo:
«¡Miniaturas de Hermano! En verdad, es muy poco: es despreciar mucho a esos jóvenes,
califíquelos por lo menos de medio Hermanos». Pero tomó de aquí ocasión para dar a los Hermanos
ya veteranos varias y sólidas instrucciones sobre la estima en que debían tener a los Hermanos
jóvenes y los cuidados que habían de imponerse para encariñarlos con la vocación y formarlos en la
virtud. He aquí un análisis de las conferencias que les dio sobre tan interesante asunto:
«Gracia muy grande es la vocación religiosa para aquellos a quienes se ha concedido,
cualquiera que sea la edad en que reciban este favor. Es, después del Bautismo, la mayor gracia que
puede Dios dispensar a un alma. Es una señal de predestinación, un segundo llamamiento, una
segunda elección para la gloria del cielo.
»Pero, a mi parecer, es un favor insigne, y, aun me atrevo a decir, una gracia de primer orden,
el ser llamado a la vida religiosa en la edad primera, ser separado del mundo antes de conocer el
mal, antes de perder la inocencia y contraer malos hábitos. Elección es ésta que prueba en Dios
designios particulares sobre el alma, que la llama a virtud encumbrada, que quiere servirse de ella
para procurar su gloria y la santificación del prójimo.
»Ser llamado joven es la prenda más segura de vocación fiel, porque el que se entrega a Dios
desde la niñez, goza de mayor fuerza y facilidad para practicar las virtudes; las observancias
religiosas y la regularidad, vienen a serle naturales.
»Finalmente, el favorecido con esta gracia dispone de todo el tiempo de la juventud para
adquirir los conocimientos que necesita y hacerse hábil para el objeto de su vocación; por esto los
Hermanos jóvenes, si se los instruye y educa debidamente, son una bendición para nuestra Casa; son
la esperanza, la riqueza, el tesoro del Instituto, y llegarán a ser el ornamento, la gloria, las columnas
y el sostén del mismo».
Para comprender bIen los cuidados que de nosotros exige la formación y educación de los
Hermanos jóvenes, digamos francamente lo que son, no disimulemos ninguno de sus defectos,
ninguna de sus flaquezas, a fin de conocer mejor sus necesidades.

I.- El Hermano Novicio es una planta joven que debe injertarse


si es silvestre, esto es, si se la descuidó o recibió en el mundo malos principios, si sufrió
detrimento por la atmósfera en que creció primitivamente, o si fue más o menos invadida por el
contagio del siglo. En tal caso, se infiltrarán en el Hermano principios sanos, se le dará instrucción
sólida y se le dispondrá para una buena confesión general, con lo cual se injertarán en su alma la
gracia santificante, las virtudes cristianas y las buenas disposiciones que necesita para entrar en el
camino de la perfección.

II.- El Hermano joven es una planta que debe podarse.


Ahora bien:
1. º La poda es diferente, según la especie de árbol. Al árbol que está en pleno campo, basta
que se le limpie cada año y se le corten las ramas secas. Esta poda es fácil, no pide mucho esmero y
cualquiera puede llevarla al cabo; es figura de los cuidados y de la educación que necesitan los
simples fieles.
2. º Muy diferente es la poda de los árboles de jardín o de seto. Ésta puede ser de dos clases: la
primera tiene por objeto darles forma; ya se los poda en figura cuadrada, de pirámide o de torre; ya
se los fuerza a seguir a lo largo de un muro o se los dispone de suerte que formen planos paralelos o
setos: he aquí la imagen exacta del religioso a quien se forma según las Reglas que ha abrazado,
según el fin de su vocación y en quien se trabaja hasta ver en él personificado el espíritu de su
Instituto.
3. º La segunda poda, llamada de los frutos, ayuda y perfecciona a la primera; consiste en
cortar una o dos veces al año los chupones, las ramas secas, estériles y superfluas, a fin de dejar a las
fructíferas toda la savia del árbol. Esta poda también es imagen de la del religioso a quien se prueba
continuamente y de quien se corta, separa y corrige cuanto tiene de defectuoso en su espíritu, en su
corazón y en su carácter.
4.º Nótese que el árbol produce tantos más frutos cuanto más se le poda, cultiva, sujeta y
dirige, y que los mejores, mayores y más hermosos se hallan en los árboles que han sido podados,
ligados y como crucificados al rodrigón o a la pared. Así también, los religiosos mejor formados,
más probados, más sometidos a la obediencia, son los que ofrecen frutos más excelentes y
abundantes, esto es, virtud más sólida y constante, y perfección más elevada y sublime. Los
religiosos más probados son los más aptos para procurar la gloria de Dios, servir al, Instituto, y
lograr siempre y doquiera resultados más seguros, duraderos y universales. En una palabra, tales
religiosos valen para todo y a todo alcanzan sus disposiciones.
5. º Además, la poda es absolutamente necesaria al árbol bueno. Observad la vid abandonada a
sí misma: es un arbusto informe que se arrastra por el suelo, se consume en ramas estériles, no
produce ningún fruto o lo tiene agrio, y, finalmente, llega a ser silvestre. Podadla una vez, y tendréis
ya uvas buenas, pero en pequeña cantidad; podadla dos veces al año, o sea en la primavera y en
julio, y dadle además un apoyo o sujetadla al muro, y el arbusto se levanta, adquiere grandes
proporciones y produce muchos y excelentes racimos. Imagen patente del religioso, que cree tanto
más en las virtudes y es tanto más hábil para los diversos empleos del Instituto, cuanto es más
formado, probado y sometido a las Reglas y a la obediencia; como, por el contrario, cuanto más se le
abandonó a su libre arbitrio, tanto menos virtud tiene, tanto más inútil y vicioso se vuelve.
6. º Adviértase, por último, que el jardinero hábil y prudente no permite que el árbol lleve
demasiados frutos, y por esto elimina los desproporcionados a la vida y grosor del mismo. Los frutos
de virtud del religioso deben estar en relación con la edad y la gracia que ha recibido: demasiada
meditación perturbaría su cabeza o secaría su corazón; muchas penitencias y privaciones
perjudicarían a su salud; excesivo número de prácticas religiosas engendrarían en él la carcoma de la
soberbia, el espíritu independiente y la singularidad. ¿Quién no conoce que la piedad, la modestia, la
mortificación y, en una palabra, la virtud del Hermano joven no ha de ser la misma que la del
religioso antiguo, y que no puede exigirse del primero tanto como del último?

III.- El Hermano joven es una flor.


La flor es el principio, el germen del fruto. ¿Puede darse cosa más tierna y delicada que la
flor? ¡Cuántos accidentes pueden causarle la muerte! Una ventolera puede troncharla: así, una
tentación violenta basta algunas veces para perder al Hermano joven. Una helada puede matar la
flor: los malos tratos o los procedimientos severos del Superior, bastarán frecuentemente para que el
Hermano joven se desanime y lo abandone todo. Lluvias muy copiosas pueden pudrir la flor y
separar el germen del fruto: demasiada bondad y condescendencia en el Superior, la abundancia de
consuelos espirituales, la devoción sensible muy prologada ablandarán y afeminarán al Hermano
joven, producirán en su alma el gusano, de la presunción y del espíritu privado, que echará por tierra
su virtud, muy delicada todavía.
IV.- El Hermano joven es una fruta naciente, amenazada por mil accidentes que pueden
dañarla antes de que llegue a sazón.
Puede secarse por falta de savia, esto es, de piedad; puede ser mordida por un gusano, o sea,
por una mala pasión, por un hábito pecaminoso. Puede ser inficionada por el aire o por miasmas
perjudiciales, como los malos ejemplos, las compañías o lecturas perniciosas y el contagio del
mundo, que viene a ser atmósfera mortal para su virtud. Puede ser mordida por un animal,
deteriorada o herida por un accidente cualquiera. Sí, puede el Hermano ser mordido por un vicio,
devorado por el demonio que le acecha de continuo, puede perecer en mil peligros si no se vela
incesantemente sobre él, si no se le guarda y rodea con toda suerte de cuidados.
Además, el fruto y la misma planta pueden ser mordidos de las orugas, que se comen
primeramente las hojas, las flores y los frutos, y después perjudican al árbol, de modo que un nido
de orugas puede causar su muerte. ¿Qué nos representa el nido de orugas? Un defecto al cual se da
pábulo, en el que se cae frecuente y fácilmente, y que se convierte en hábito de pecados veniales.
Ese Hermano joven, lleno de amor propio y vanidad, que se deja ilusionar por el orgullo, que sólo
pretende agradar a los hombres, que a cada paso pregona las propias excelencias, que, en una
palabra, alimenta la oruga de la soberbia, comete todos los días gran número de pecados veniales
que acabarán por arruinar su virtud. Aquel otro, cuyo vicio capital es la sensualidad, se deja vencer
de la gula, come y bebe fuera de hora, corre siempre tras las satisfacciones de la naturaleza, teme el
trabajo, busca la ociosidad y eslabona así una cadena funesta de pecados veniales que le conducirá al
malvado vicio que San Pablo prohíbe nombrar, y con él quizá a la muerte eterna. Sí, es una verdad
harto experimentada que, manteniendo un hábito de pecados veniales, se llega, tarde o temprano, al
pecado mortal. ¡Oh! ¡Cuánto conviene infundir en los Hermanos jóvenes gran horror a los pecados
veniales y hacerles comprender que uno de los lazos más peligrosos del demonio es entregarse a
ellos sin remordimientos! ¡Guerra, pues, a los nidos de orugas! ¡Guerra a las pequeñas faltas
habituales!
Una culebra en el árbol, es menos temible que el gusanito que penetra en la médula y mata el
tronco. La culebra es aquí la imagen de una pasión violenta conocida y combatida, de una falta grave
en la que se cae por sorpresa y de la que se levanta uno muy pronto. El gusanillo que se esconde en
la medula y la roe, es figura del defectillo que se consiente y fomenta, y es causa de frecuentes
pecados veniales; semejante defecto se convierte en hábito, roe el corazón, debilita las fuerzas del
alma, deshace en ésta todas las buenas disposiciones y la pierde enteramente. ¡Guerra, pues, a los
gusanos roedores!

V.- El Hermano joven es un niño que no sabe andar.


Hay que enseñarle; tenerle con andaderas, como se hace con los pequeñuelos; es decir, guiarle
por el sendero de la virtud.
1. º El Hermano joven no sabe andar solo con Dios, en los ejercicios de piedad. No sabe
ocuparse en ellos, ni conoce lo que debe pedir. Ayudadle, pues, con vuestros consejos y estímulos y
procurad que dé muchas veces cuenta de cómo emplea el tiempo en la oración, en la meditación, en
el examen y en las lecturas espirituales.
2. º No sabe andar solo consigo mismo. Sus defectos y necesidades le irritan y desaniman; la
imaginación le extravía; el genio, si es vivo, le saca fuera de sí; si es suave, le hunde en la apatía y
pereza; el corazón le seduce y se aficiona a objetos que debería detestar; su voluntad vacilante no
sabe lo que quiere y se mueve a merced de las impresiones que recibe de fuera.
3. º No sabe cómo tratar a sus Hermanos. Movido por las pasioncillas que empiezan a
levantarse, y carente de formación religiosa, admite por guía los ímpetus de su carácter y fácilmente
se dirige a los demás sin miramientos, sin respeto y sin caridad. No experimentando otras
necesidades que las suyas, ni reconociendo intereses ajenos, figúrase que los demás han de estar
incondicionalmente a sus órdenes para, satisfacer sus caprichos y servir sus antojos.
4. º No sabe cómo ha de desempeñar el cargo: además de que en todas las cosas es novicio, y
por la más leve dificultad se desalienta y lo abandona todo.
5. º Finalmente, no es capaz de gobernarse a sí mismo en la vía de la virtud y de la
perfección; necesita un guía ilustrado. Por tanto, hay que sostenerle, dirigirle, ayudarle. animarle e
instruirle; porque yendo solo se extraviará, echará a perder cuanto haga, se desanimará y acabará por
abandonar sus mejores resoluciones y aun la vocación, con peligro de perderse.

VI.- El Hermano joven es un ser débil, inconstante y sin experiencia.


1. º Es débil en su razón, todavía insuficientemente formada. ilustrada y desarrollada.
Observad al tierno infante de dos años que no sabe discernir la naturaleza de las cosas, las
cualidades buenas o malas ni el uso de las mismas; que no conoce los peligros en que se encuentra y
juega con el cuchillo u otro instrumento cortante, se lastima y se daña las manos sin advertirlo; que
lleva a la boca lo mismo el veneno que la fruta deliciosa; que canta y salta de gozo en el borde
mismo del precipicio. Tal es la expresiva figura del Hermano joven, que trata el negocio de su
vocación, de su alma, de la eternidad, como bagatelas; que no ve los daños que le amenazan al
relacionarse con talo cual persona que le da malos consejos e induce al mal, o leyendo aquel libro
que le enciende las pasiones, o conservando el empleo que tanto ha deseado y es para él ocasión
próxima de pecado: recibirá mortal herida caerá y perecerá infaliblemente, si una mano amiga no
viene a retirarle del borde del precipicio o no aleja lo que puede perderle.
2. º El Hermano joven está aún escaso de luces y de instrucción. No entiende suficientemente
lo que es, ni lo que puede o debe ser. No conoce sino imperfectamente sus defectos y buenas
cualidades. No discierne claramente los movimientos de la gracia, que le llama hacia Dios, de los
sentimientos de la naturaleza corrompida, que le alejan de Él.
Débil también en la formación moral y religiosa, no sabe distinguir con precisión en el mal el
sentir y el consentir; la instabilidad del corazón, de las veleidades de la voluntad; la pérdida del
gusto sensible, de la pérdida de la gracia actual y necesaria, que no falta jamás a quien la pide en la
oración.
Por otra parte necesita -y es el orden querido por Dios- un consejero prudente e ilustrado que
le estimule en el cumplimiento del deber, y le ayude en la aplicación de las facultades de su alma y
en la corrección de sus defectos. Poco acostumbrado a reflexionar, sólo tiene una idea vaga de los
designios de Dios sobre él: ¿cómo extrañar, por tanto, que no ponga el celo debido para secundarlo?
No conoce suficientemente la pasión dominante ni la manera de domeñarla; no ve claramente
los lazos que le tienden el demonio, el mundo y los demás enemigos de la salvación. Estando de
continuo en el borde del precipicio que amenaza a las almas, ¡cuánta necesidad tiene de una mano
amiga y prudente que le guíe y sostenga! Sin ella es de temer que no repare en el peligro hasta
hallarse en el abismo.
3. º El Hermano joven es débil en virtud. Si ha sido bien educado, se dirige al bien; si lo ha
sido mal, da rienda suena a los vicios. Si está con los buenos, es bueno; si tiene malos condiscípulos,
es malvado o fácilmente llegará a serlo.
Las verdades y las bellezas de la virtud y las solemnidades de la Religión le agradan, le
conmueven, le entusiasman y le ganan para Dios, a quien se entrega en cuerpo y alma. Pero si le
sonríe el mundo y le muestra sus falsos placeres y vanidades, se arroja a él ciegamente sin acordarse
de lo que ha prometido a Dios, su Señor. Ninguna firmeza tiene su virtud; cambia según las
disposiciones y la instabilidad de su corazón: hoy es piadoso y mañana distraído, y está disgustado
de la oración, ya no piensa en Dios; hoy, obediente y activo, parece que disfruta trabajando; mañana,
perezoso e indolente, diríamos que cuanto se le encarga le da en rostro y disgusta. Son sus móviles el
instinto, el gusto, la imaginación; aun más, muchas veces obra movido no por virtud y
convencimiento del deber, sino por capricho y veleidad.
4. º El Hermano joven es débil de carácter y de voluntad. Fácilmente se resuelve a obrar bien,
pero rara vez es constante en sus resoluciones. Por la mañana en la meditación, en la Misa, es todo
fervor y todo fuego; pero la menor dificultad, la más ligera contradicción que sobrevenga, basta para
apagar este ardor y para que todo caiga en olvido.
Se cree capaz de todo, y una nonada le hace huir y ceder el campo al enemigo. Si acierta en
algo y le decís una palabra de elogio, veisle ya todo hinchado y lleno de gozo. Si experimenta la más
leve contrariedad, todo se trueca en lamentos y tristeza y quizás lo echa todo a rodar.
El desaliento y la inconstancia son sus mayores escollos; ¿cómo luchará con éxito contra estos
temibles enemigos si se le abandona a sí mismo y a los caprichos de su imaginación? Poco avezado
aún al combate espiritual, las tentaciones le abaten y conturban. En tal estado, lleno de peligros para
su vocación y para su alma, está muy expuesto a perder una y otra si le falta una dirección sabia y
paternal.
Es el momento crítico en que se decide su porvenir; si os comunica su estado y os pide
consejo, acogedle con mucha caridad, tenedle mucha compasión, animadle siempre, estimulad su
buena voluntad, sostened y fomentad su piedad, y mostradle el manantial de los consuelos, de las
luces y de la fortaleza, en la continua oración, en la recepción frecuente y fervorosa de los
Sacramentos y en la manifestación del corazón a sus Superiores.
Digamos ahora, en pocas palabras, los medios que deben emplearse y la conducta que debe
seguirse para formar y dirigir a estos Hermanos jóvenes, para librarlos de sus defectos y para
asistirlos en sus múltiples necesidades.

1.º Los Hermanos de más edad y los Hermanos Directores, sobre todo, deben dar buen
ejemplo a los Hermanos jóvenes.- El buen ejemplo es el camino más corto para formar a los
religiosos jóvenes; porque dan más crédito al ejemplo que ven que al consejo que reciben; porque el
ejemplo evidencia que la virtud es fácil; porque los jóvenes son naturalmente imitadores, y, además,
su debilidad es tanta, que difícilmente se resuelven a practicar el bien que no ven cumplido por los
que tienen al frente.
El Hermano Director tiene tantas copias de su vida, tantos imitadores de su conducta, cuantos
son los Hermanos que tiene bajo su dirección, Por lo cual, debe vivir de tal manera que pueda decir a
sus inferiores lo que decía San Pablo a los primeros fieles: Sed mis imitadores, como yo lo soy de
Jesucristo. César, al exhortar a sus soldados, nunca decía «haced, sino «hagamos»; se ponía siempre
al frente de ellos, y con ellos compartía todas las fatigas. Así debe obrar y hablar el Hermano
Director. El maestro forma a los discípulos a su imagen. El Director piadoso, observante, humilde,
silencioso, modesto, celoso, tendrá el consuelo de ver reproducidas en los inferiores todas sus
virtudes.
2.º El Hermano Director debe infiltrar en los Hermanos jóvenes el espíritu de piedad.-
Quien sabe orar bien, sabe vivir bien -dice San Agustín-. Quien sabe orar bien, sabe vivir como buen
religioso, sabe educar bien a los niños, sabe cumplir perfectamente sus ministerios y practicar todas
las virtudes. Formar a los Hermanos en la piedad es, pues, en alguna manera, hacerlos hábiles para
todo, es hacerlos santos religiosos; porque, dice nuestro Fundador: «Ser verdaderamente piadoso o
ser santo religioso, es lo mismo». Además, a fin de infundirles la piedad sólida, obligadlos a leer
obras ascéticas y apropiadas para infiltrar en ellos gran amor y afecto a su santo estado; haced que
den cuenta de la meditación, y ayudadles para que en ella aprovechen el tiempo y cumplan bien con
todos los demás ejercicios piadosos; sugeridles que dediquen algunas novenas a la Virgen Santísima
y al Sagrado Corazón de Jesús para obtener el don de piedad; pero, sobre todo, procurad que
cumplan exacta y piadosamente todos los ejercicios de devoción prescritos por las Reglas.
3. º Es preciso animar a los Hermanos jóvenes. - La tentación con que más comúnmente
procura el demonio perder a los jóvenes, es el desaliento, abultándoles las dificultades de la virtud y
exagerando los propios defectos para que, desmayando, lo abandonen todo. Esforzad, pues, y
levantad siempre el ánimo de los Hermanos jóvenes, si queréis que se libren de este lazo que les
tiende el enemigo. En todo tiempo tiene el hombre necesidad de ser animado; pero este socorro es
particularmente necesario a los jóvenes, porque, no teniendo experiencia, se arredran a la menor
dificultad y vuelven atrás en sus buenas resoluciones. Siendo sencillos, ingenuos y crédulos,
asienten fácilmente a lo que se les dice, y siguen sin resistencia el impulso que reciben. Por lo cual,
si están bien dirigidos y aconsejados, si se ven alentados, emprenden el camino de la virtud y lo
siguen con resolución; pero, al contrario, si se ven solos, si se los trata sin respeto, si se consiente
que cobren miedo a la virtud teniéndola por difícil, figurándose que no son aptos para ella, que
carecen de talento para desempeñar su cometido, bastará esto para que desmayen y lo abandonen
todo. Desgracia grande es para un Hermano joven caer bajo la dirección de un Superior severo, duro,
poco caritativo y falto de prudencia. Para criar al recién nacido son necesarias la bondad, la
compasión, los cuidados, las atenciones..., en una palabra, el corazón de la madre. ¡Cuánto más
necesario es este corazón de madre para formar al Hermano joven! El Hermano Director debe estar
penetrado para con los Hermanos jóvenes de los sentimientos maternales que animaban a San Pablo,
cuando decía a los primeros fieles: «Hijos míos, a quienes yo he engendrado en Jesucristo». ¿Por
qué dice hijos míos? ¿Qué significan estas palabras? Dícennos que para ganar a los jóvenes para
Dios y formarlos en la virtud, es necesario ser padre y tener los afectos de madre; que no bastan para
ello la mano y el corazón del maestro, sobre todo, si para este oficio carecen de aptitudes
especialísimas.
4.º Hay que evitar, en cuanto se pueda, el reñir a los Hermanos jóvenes.- Será tal vez
necesario hacerles frecuentes observaciones: cuando no llevan las cosas a buen término, es preciso
avisarlos, instruirlos en el modo de cumplirlas mejor, manifestarles cómo se han de haber,
ejecutando delante de ellos lo que no saben hacer; pero no conviene reñirlos, ni tratarlos con dureza,
pues no hay cosa más a propósito para apartarlos del bien y disgustarlos del servicio de Dios. A más
de que, si el Hermano Director tiene el vicio de reñir, pierde la estima de los Hermanos, hace
ineficaz cuanto les dice, y presto verá levantarse murmuraciones e introducirse el mal espíritu en la
Comunidad. Otra cosa hay no menos importante, que es no corregirles muchos defectos a la vez,
sino dárselos a conocer de uno en uno para no desanimarlos.
5. º Es también deber de justicia y de prudencia para el Hermano Director el dar
siempre a los Hermanos jóvenes trabajo proporcionado a las fuerzas, a la inteligencia y a la
capacidad de que están dotados.- Exigir del joven religioso más de lo que puede, constituye una
injusticia, y es darle ocasión de irritarse, de despecharse y abandonarlo todo. Tal vez un Hermano, ya
sea por falta de experiencia, de carácter o de habilidad, ya porque no ha sido bien formado, no
obtiene en la clase orden perfecto y disciplina; otro, encargado de un empleo manual, por las mismas
causas, deja quizá algo que desear; contentaos con su buena voluntad, no los aflijáis, no los
desalentéis mostrándoos descontento, riñéndolos ni exigiendo de ellos más de lo que pueden.
¡Hermoso talento y feliz cualidad en un Superior la de conocer la carga que conviene a cada
uno, y contentarse con lo que cada cual puede llevar al cabo!
6.º Es necesario seguir cuidadosamente a los Hermanos jóvenes en todas las acciones,
aun en las de menor cuantía.- Por este medio se les conocen los defectos, las cualidades buenas,
los adelantos y las necesidades, así espirituales como corporales, y se está en condición de corregir
lo malo y de sostener y perfeccionar lo bueno. Sirve también este cuidado para que el Hermano
joven se habitúe a la obediencia y se guarde del espíritu independiente, que es defecto
perniciosísimo.
7. º Por fin, los Hermanos Directores y los Hermanos veteranos deben respetar a los
Hermanos jóvenes.- ¿Qué cosas deben respetarse en ellos?
a) La inocencia; por esto conviene mostrarse muy reservado en las palabras, y no hablar
jamás de cosas mundanas ni de cuanto pueda instruirlos en el malo suscitarles la idea de él. A
cuántos Hermanos jóvenes he oído decir; Tal conversación habida delante de mí me ha sido funesta,
me ha causado tentaciones malas y también caídas. ¡Qué responsabilidad tan grave contrae el
Hermano Director que no es circunspecto en las palabras y acciones!
b) La virtud; particularmente el aprecio de las Reglas, el respeto y confianza que tienen en el
Superior, y la franqueza con que le abren el corazón.
c) La autoridad; y para esto guardarse mucho de reprenderlos delante de los niños y de
hablarles sin miramientos ni respeto.
d) Los derechos; oyendo sus observaciones, su excusas y teniéndolas en cuenta cuando son
fundadas, dejándolos en completa libertad para recurrir al Superior mayor siempre que lo deseen.
e) La persona; hablando a todos cortésmente, mandándolos con dulzura, tratándolos como a
hermanos, como a miembros de un mismo cuerpo, como uno mismo quisiera ser tratado.
f) La juventud y debilidad; todo lo débil merece nuestros miramientos y cuidados; y puesto
que, según hemos dicho, en el Hermano joven todo es débil: el carácter, la voluntad, la virtud, la
razón, la vocación: en todo es digno de nuestras atenciones; en todo ha de ser fortificado y tratado
con precaución, delicadeza y respeto.

Capítulo VI
LOS PRIMEROS ASIENTOS

1 Cierto domingo de julio, en una instrucción sobre el Evangelio de la fiesta de Santiago, que se
celebraba el día siguiente, un Hermano, a quien el Bienaventurado Padre había interrogado,
manifestó su extrañeza por la petición de la madre de los hijos del Zebedeo, a lo que el buen Padre
respondió:
«Hermano: el amor materno obliga a decir muchas cosas que debemos excusar, aunque no nos
parezcan muy discretas en sí mismas. Usted juzga muy ambiciosa a esa mujer; yo debo confesarle
que soy mucho más. Efectivamente, ella sólo pedía un primer asiento para sus hijos, mientras que yo
deseo y pido diariamente tres para todos vosotros. ¿Sabéis cuáles son los tres primeros asientos que
solicito? El primer asiento ante el pesebre de Belén, en el Calvario y junto al Altar».
Los Hermanos Maristas deben amar la humildad, la modestia, la sencillez, la vida oculta; porque
estas virtudes obtienen los primeros puestos en el establo de Belén. Deben desear la cruz, los
padecimientos, la mortificación; porque con la práctica de estas virtudes se gana el primer puesto en
el Calvario. Deben ser muy devotos de la santa Misa, de la Sagrada Comunión, de las frecuentes
visitas al Santísimo Sacramento; porque estos actos son la moneda con que se adquiere el primer
puesto cabe el altar donde se inmola y descansa día y noche el buen Jesús. Los Hermanos Maristas
han de tener el corazón de oro y encendido en amor, porque el amor a Jesús tiene señalado el primer
asiento en todas partes.
Deseo que los Hermanos Maristas sean los constantes familiares de Jesús recién nacido, de Jesús
moribundo y de Jesús inmolado en el altar. Ser los familiares de Jesús en todos los misterios, vida,
acciones y padecimientos del mismo; tal debe ser el tema principal de sus meditaciones. Tienen que
seguir a Jesús en todas las circunstancias de la vida; pero conviene sobre todo que le acompañen y
contemplen en el pesebre, en el Calvario y en el altar. Los Hermanos deben aplicarse estas palabras
de Isaías: Los justos -dice el Profeta, según la versión católica-, los justos formarán el cinturón con
que estará ceñido el cuerpo del Salvador, y se hallarán siempre en torno de él. ¿De qué manera son
los justos el ceñidor de Jesús? Acompañándole en sus acciones y misterios, y meditando diariamente
su santa vida, sus trabajos y beneficios.
¿Sabéis, queridos Hermanos, por qué deseo que acompañéis como familiares a Jesús en el
Pesebre, en el Calvario y en el Altar? Porque son estos tres lugares las tres grandes fuentes de gracia
y desde ellos la reparte Jesús abundantemente entre sus escogidos. Oíd otra vez al profeta Isaías
cómo nos invita: Corred a sacar agua de las fuentes del Salvador; en ellas encontraréis toda clase de
gracias: la gracia de la misericordia, con la que podréis lavaros de las manchas de vuestros pecados;
la gracia de la paz interior, de los consuelos divinos, de la alegría santa, de la buena voluntad, del
esfuerzo y santa energía para venceros, combatir el pecado y los defectos; la gracia de divinas
ilustraciones, que os darán a conocer la grandeza de Dios, cuánto merece ser servido, la excelencia de
vuestra vocación, el valor del alma, el aprecio en que debéis tener las cosas santas y las Reglas; la
gracia de la devoción y una sólida piedad. ¡Oh! ¡Cuán piadoso llegará a ser, cuánto crecerá en la
virtud el que medite constantemente la Encarnación, Redención, Eucaristía y todo lo que Jesucristo
ha hecho por nosotros! El Pesebre, el Calvario, el Altar, son tres tesoros inagotables de piedad, de
gracias, de fervor. El Hermano que viva asiduamente junto a estas tres fuentes sagradas, será
semejante al árbol plantado junto a la corriente de las aguas, que produce frutos todos los meses del
año.
Sobre todo, allí hallaréis el amor de Jesús, que es la mayor de las gracias. Dios es caridad -dice
San Juan-. Sí, Dios es caridad en todas partes; pero de un modo especial en Belén, en el Calvario y en
el Altar, o sea que en estos lugares es donde más particularmente aparece y se nos descubre su amor
infinito; en estos tres lugares es donde el corazón de los Santos se abrasa más en el divino amor; en
estos tres lugares nos muestra Jesús cuánto nos ama. He venido a traer fuego a la tierra -dice
Jesucristo-; mi mayor deseo es que se encienda y abrase el corazón de todos los hombres. Jesús ha
traído a la tierra el fuego sagrado, y lo difunde por todas partes; pero ha establecido tres grandes
hogueras, a las que acuden, para abrasarse, los Santos, las almas fervorosas. Estas hogueras son: el
portal de Belén, el Calvario y el Altar. ¡Oh, Hermanos míos! ¡Id a las fuentes del Salvador y sacad de
ellas agua en abundancia! ¿Entendéis por qué se dice sacad agua? No digáis ya que tenéis la gracia
medida, que se os da con parsimonia, que os la retardan, no os quejéis, ya de que, pidiendo, no
alcanzáis nada; no es el sacerdote quien la distribuye, no, ni aun la generosa mano de Jesús quien os
la comunica; vosotros mismo, sí, vosotros mismos la sacáis, y de ella podéis tomar cuanta os plazca;
por tanto, si os escasea, vuestra es la culpa, porque sacáis con vaso pequeño. Corred, pues, a las
fuentes del Salvador; acudid a ellas con mucha frecuencia para proveeros de gracias diaria y
abundantemente.
Los ricos del mundo, los grandes de la tierra, tienen varias casas o torres en las que habitan
sucesivamente, según las estaciones del año. Los Santos, los amigos de Jesús, tienen también muchas
habitaciones; pero se regalan particularmente en tres moradas:
1ª La del portal de Belén, donde se encierran para meditar el inefable misterio de la Encarnación
y contemplar al Niño Jesús.
2ª La del Calvario, en la que pasan la cuaresma y el viernes del año conversando con Jesús
crucificado y meditando sobre sus padecimientos y oprobios, y más aún, en el amor inmenso del
Divino Corazón. «¡Oh! ¡Cuán bien se está aquí -exclamaba San Buenaventura cuando habitaba esta
morada-; quiero hacer en mi Jesús crucificado tres habitaciones: una en sus manos, otra en sus pies y
la tercera en su Corazón adorable; en ellas obtendré cuanto desee». «Vivo en las habitaciones de las
llagas de mi Jesús -decía San Agustín-, y en ellas tomo cuantas cosas necesito, porque dichas llagas
derraman misericordia».
3ª Finalmente, la morada más frecuentada por los Santos es el Altar, en donde se recogen todos
los días para adorar y amar a Jesús, estar en su compañía y exponerle sus necesidades. San Elceardo
escribía a Santa Delfina, su esposa: «Si me buscas, si deseas verme, me hallarás siempre en el
Corazón de Jesús, en el Santísimo Sacramento, que son mi morada habitual».
Estas tres moradas son para los Santos otros tantos hornos en los que su alma se ve consumida
por las llamas de la caridad divina; en ellas se convierten en serafines sobre la tierra y vuelan
continuamente de virtud en virtud.
Al igual que los Santos, deben los Hermanos Maristas habitar sucesivamente en estas tres
moradas; han de pasar des estado de Belén al Calvario, y del Calvario al Altar. Deben anhelar los
primeros asientos junto al pesebre, junto a la cruz y cabe el altar; mas para obtenerlos, han de ser
humildes y mortificados y estar inflamados de amor.

Capítulo XI
ORIGEN Y RAZÓN DE VARIAS PRÁCTICAS QUE SE USAN EN EL INSTITUTO
4 Los Hermanos Maristas siempre han profesado gran devoción a San José, glorioso esposo de
Nuestra Señora. "La Virgen Santísima -decía el Padre Champagnat -es nuestra Madre, y san José
nuestro principal Patrono". Por eso, quiso desde el principio que los Hermanos se pusieran cada día
bajo tan valiosa protección y se consagrasen al Santo con esta plegaria: "Glorioso San José, os elijo
desde ahora y para siempre por mi particular Patrono"; invocación que forma parte de nuestros
ejercicios de piedad. Los domingos y miércoles se rezan a continuación del Rosario las letanías de
San José. La fiesta de este glorioso Patriarca ha celebrado siempre en el Instituto con grande piedad,
y el Capítulo de 1907 confirmó el de 1860, que prescribía guardase como día festivo en todas las
casas de Noviciado, y fuese en ellas celebrada con la misma solemnidad que las fiestas principales de
la Santísima Virgen.

Capítulo XXVIII
EL ÚNICO MEDIO PARA ESTABLECER Y MANTENER EL ORDEN EN LA
COMUNIDAD
3 Cierto día, el Hermano Lorenzo fue a ver al Padre Champagnat, y díjole con su habitual

sencillez: "Padre, vengo a manifestarle una cosa que me apena. (...) Yo me he preguntado muchas
veces: ¿Cuál es la causa de las pequeñas divergencias que existen entre nosotros? ¿Por qué no es
perfecta la unión entre los Hermanos tan observantes y que trabajan seriamente en su
aprovechamiento espiritual?"...
"Querido Hermano, ... ¿de qué proviene que no haya unión completa entre Hermanos tan
buenos? Podría contentarme con decir que en todas partes existen ligeros roces y que hasta los
hombres más virtuosos tienen defectos y están sujetos a cometer faltas... pero prefiero entrar de lleno
en la cuestión, tratarla a fondo y explicarle a Ud. mi pensamiento sobre este punto. Se puede ser
sólidamente virtuoso con un genio malo: y el carácter descontentadizo de un solo Hermano basta para
perturbar la casa y ser molesto para todos los miembros de la comunidad. Se puede ser observante,
piadoso, celoso de la propia santificación: se puede, en una palabra, amar a Dios y al prójimo, sin
tener la perfección de la caridad, esto es, sin poseer las pequeñas virtudes que son los frutos, los
adornos más delicados y la corona de la caridad; ahora bien, sin la práctica diaria y habitual de las
pequeñas virtudes, no puede haber unión perfecta en las casas. El descuido y la falta de las pequeñas
virtudes: he aquí la mayor y casi la única causa de las disensiones, divisiones y discordias entre los
hombres. (...) Las pequeñas virtudes son:
1. La INDULGENCIA, que excusa las faltas del prójimo, las disminuye, las perdona también muy
fácilmente, aunque no puede prometerse otro tanto para sí. (. ..)
2. La DISIMULACIÓN CARITATIVA, en la medida que sea compatible con el deber de la corrección
fraterna y con el de informar al Superior, así parecerá no darse cuenta de los defectos, sinrazones,
faltas y palabras poco atentas del prójimo, y que todo lo soporta sin decir nada ni quejarse. "Soportad
los defectos de vuestros hermanos" dice San Pablo. ¿Por qué no dice el Apóstol: Reprended, corregid,
castigad, sino más bien, soportad? (...)
3. La COMPASIÓN, que se apropia las penas de los que padecen para aminorarlas. (...)
4. La SANTA ALEGRÍA, que se apropia también los gozos de los que viven dichosos, para
acrecentarlos y para difundir entre los Hermanos los consuelos y la felicidad de la virtud y de la vida
de comunidad. (...)
5. La FLEXIBILIDAD DE ÁNIMO que, sin motivos poderosos, jamás impone a nadie sus opiniones,
sino que admite sin resistencia lo bueno y racional que hay en las ideas de los Hermanos y
aplaude sin envidia las iniciativas y pareceres de los demás, a fin de conservar la unión y caridad
fraternas. Es la renuncia voluntaria de sus pruritos personales, y la antítesis de la obstinación e
intransigencia en las propias ideas. (...) Exponed vuestro parecer para seguir y animar la
conversación, pero después dejad que lo combatan sin defenderlo: mejor es ceder y conformarse
con lo que dicen los demás. (...)
6. La SOLICITUD CARITATIVA, que previene las necesidades ajenas para evitar al prójimo la pena
de sentirlas y la humillación de pedir asistencia. (...)
7. La AFABILIDAD, que atiende a los importunos sin mostrar la más leve impaciencia, que
siempre está pronta para acudir en ayuda de los que piden auxilio, instruye a los ignorantes sin
cansarse y con toda paciencia. (...)
8. La URBANIDAD y CORTESÍA, que previenen a todos en las demostraciones de respeto, atención
y deferencia y ceden siempre el primer lugar en obsequio de otros. "Anticipaos unos a otros en las
señales de honor" dice San Pablo. Las demostraciones de estima y veneración manifestadas con
sinceridad fomentan el amor mutuo, como el aceite alimenta la llama de la lámpara; sin esto no hay
unión posible ni caridad fraterna. (...)
9. La CONDESCENDENCIA, que se presta fácilmente a los deseos de otros, cede para complacer a
los inferiores, escucha las observaciones y muestra apreciarlas, aunque no siempre estén
completamente fundadas. "Ser condescendientes, dice San Francisco de Sales, es acomodarse a todos
en cuanto lo permitan la Ley de Dios y la recta razón". (...)
10. El INTERÉS POR EL BIEN COMÚN, que antepone el provecho de la comunidad, y aún de los
particulares, al propio, y se sacrifica por el bien de los Hermanos y la prosperidad de la casa.
11. La PACIENCIA, que sufre, tolera, soporta siempre y no se cansa jamás de hacer bien, aun a los
ingratos. (...) Soportad, pues, con paciencia las imperfecciones, defectos e importunidades del
prójimo; tal es el verdadero camino para tener paz y conservar la unión con todos.
12. La IGUALDAD DE ÁNIMO Y DE CARÁCTER, por la cual uno es siempre el mismo y no se deja
llevar de una alegría loca, ni de la cólera, del fastidio, de la melancolía, del mal humor; sino que
permanece siempre bondadoso, alegre, afable y contento de todo.

Las virtudes que llamamos pequeñas, son virtudes sociales, esto es, en gran manera útiles a todos
los que viven en sociedad. Sin ellas no puede ser gobernado este pequeño mundo en que nos
hallamos, y las comunidades estarán en continuo desorden y agitación. Sin la práctica de estas
pequeñas virtudes, superiores y súbditos, jóvenes y ancianos, todos están en discordia. Sin el amor y
práctica de estas virtudes, no es posible la convivencia pacífica de tres Hermanos bajo el mismo
techo. Sin la caridad y la práctica de las pequeñas virtudes, la casa religiosa es como un presidio,
como un infierno. ¿Queréis que vuestra casa sea un anticipo del cielo por la unión de los corazones?
Aficionaos a las pequeñas virtudes y practicadlas fielmente; ellas constituyen la dicha y bienestar de
una comunidad.
He aquí algunos motivos más que deben moveros a la práctica de las pequeñas virtudes: la
flaqueza del prójimo... la pequeñez de los defectos que se han de tolerar... A menudo, la ausencia de
toda falta. Todos precisamos que los demás nos sufran; los lazos que nos unen con las personas a
quienes debemos soportar... Y finalmente. su excelencia...

Capítulo XXXVI
NECESIDAD DE LA EDUCACIÓN

5 ¿Qué pensáis que será este niño? Será lo que lo haga la educación. "La educación, dice un

proverbio árabe, es la diadema del niño"; lo cual significa que de la educación depende el porvenir
del niño, su prosperidad, su trayectoria en el mundo, su actuación, ya en el camino del bien, ya en el
del mal. Y como la sociedad su nutre incesantemente con los niños que salen de las escuelas, a la
manera que el Océano se alimenta de los ríos que desembocan en su seno, se puede asegurar que la
diadema de la sociedad está en la educación, y que la educación es el molde de que recibe forma la
sociedad, esto es, su espíritu y sus principios... He aquí la razón del pertinaz empeño con que en todo
tiempo y por doquiera se disputan el imperio de la educación los dos partidos del bien y del mal... La
educación es para el niño lo que el cultivo para la tierra; por feraz que ésta sea, si se la deja inculta,
sólo produce zarzas y espinas... La educación es para el niño lo que la poda para los árboles frutales;
de la poda recibe el árbol la hermosura y la abundancia y la buena calidad de los frutos... El arbolito
tierno es susceptible de todas las formas, se le doblega para todos los lados, admite sin dificultad la
dirección que se le da y la conserva para siempre; pero si queréis enderezarlo cuando es muy recio,
antes que ceder, se romperá; imagen fiel del niño y de los buenos efectos que en él produce la
educación...
La educación es para el niño lo que el guía fiel para el caminante inexperto... La vida es como un
viaje: todo depende de los primeros pasos; se puede tener la seguridad de llegar felizmente al
término, cuando se ha tomado el camino que a él conduce; pero si se equivoca el camino al
emprender la marcha, cuanto más se anda, mayor es el extravío...
La educación es para el niño lo que el piloto para el barco. El navío sin piloto irá
indefectiblemente a estrellarse contra las rocas o a hundirse en los abismos del Océano...
La educación es para el niño lo que los cimientos para el edificio. ..
Para emponzoñar las aguas de una corriente, basta arrojar el veneno en el manantial... Para
corromper toda la vida del niño, basta dejarle sin educación o inculcarle malas doctrinas...
La educación es para el niño lo que el canal para el agua...
Finalmente, lo mismo que la semilla para la tierra es la educación para el niño. En el campo no se
recoge otra especie de grano que el de la siembra; si se ha sembrado trigo, recogeráse trigo; si se ha
sembrado cizaña, sólo se recogerá cizaña...
Conclusión: La educación esmerada jamás resulta sin provecho, aun para aquellos que
abandonan los buenos principios que recibieron. Las verdades santas, grabadas profundamente en su
alma, jamás se borran enteramente. Los vientos de las pasiones podrán sacudir el árbol, hacer caer los
frutos, troncharle algunas ramas; pero el tronco permanece desnudo, firme sobre sus raíces,
recibiendo de ellas la savia alimenticia que, llegada la ocasión, hará brotar nuevas ramas y producirá
frutos abundantes.

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