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De calles, trancas y

botones
Una etnografía sobre violencia,
solidaridad y pobreza urbana

Ricardo Fraiman y Marcelo Rossal


Título original: De calles, trancas y botones. Una etnografía so-
bre violencia, solidaridad y pobreza urbana

Primera edición, diciembre 2011


© del texto: 2011, Ricardo Fraiman y Marcelo Rossal
© de la fotografía: 2011, Nicolás Scafiezzo
© de esta edición: 2011, Ministerio del Interior

Foto de tapa: Nicolás Scafiezzo


Arte y diseño de tapa: Emilio Pena
Diagramación y producción gráfica: Ser Gráficos
Corrección: Natalia Uval y Rosanna Peveroni

ISBN: 978-9974-7625-8-9

Depósito legal: 357.388


Impreso en Uruguay
Impreso por Imprenta Rojo
Todos los derechos reservados.

Este documento es para distribución general. Se reservan los derechos de autoría y


se autorizan las reproducciones y traducciones siempre que se cite la fuente. Queda
prohibido todo uso de esta obra, de sus reproducciones o de sus traducciones con fines
comerciales. Los textos incluidos en esta publicación no reflejan necesariamente las
opiniones del Banco Interamericano de Desarrollo (BID).
Agradecimientos

A Emilia Abin, Alejandra Álvarez, Diego Barbosa,


Gustavo Beliz, Verónica Beledo, Tracy Bets, Eduardo
Bonomi, Graciela Borrazás, Mercedes Brito, Marina Cal,
Luisina Castelli, Jorge Ferrando, Nicolás Fraiman, Ricardo
Fraiman, Gabriel Gatti, Víctor González, Gerardo Leyes,
Jorge Jouroff, Lauro Meléndez, Juan Paris, Marina Pintos,
Vanessa Reyes, Yesika Reyes, Dardo Rodríguez, Virginia
Rial, Luis Rossal, Ismael Rossal, Daniela Salazar, Javier
Salsamendi, Marcelo San Martín, Nicolás Scafiezzo, Susana
Tierno, Jorge Vázquez, Daniela Velázquez, Jorge Velázquez,
Alejandro Vila, Pablo Villa, Ana Vignoli, Nilia Viscardi,
Augusto Vitale y Dana Zubieta.
A nuestros estudiantes en la Universidad de Buenos
Aires y la Universidad de la República.
Se agradece muy especialmente a todos nuestros
entrevistados: niños, adolescentes y jóvenes que viven y
obtienen su sustento cotidiano en las calles céntricas; vecinos
y comerciantes del Centro y la Ciudad Vieja; educadores de
INAU, policías y otros funcionarios estatales y técnicos de
organizaciones no gubernamentales.
Presentación
Alejandra Álvarez Nieto*

Para la División Programas y Proyectos de la Subsecretaría


del Ministerio del Interior es un gran gusto presentar “De
calles, trancas y botones. Una etnografía sobre violencia,
solidaridad y pobreza urbana”.
El libro es producto de los resultados de una investigación
que surge por iniciativa del Subsecretario del Ministerio,
Lic. Jorge Vázquez, en función de la necesidad de llevar
adelante políticas públicas de prevención social de la
violencia sustentadas en el conocimiento.
Desde comienzos del año 2010, la División se propuso:
(a) realizar seminarios especializados; (b) acuerdos
institucionales con los ministerios e institutos con los que
tenemos temas en común (para el caso de la investigación se
acordó con el Ministerio de Desarrollo Social y el Instituto
del Niño y el Adolescente del Uruguay); (c) convenios con
instituciones especializadas y (d) desarrollar investigaciones,
por nuestro personal técnico y a través de la contratación de
consultores.
Hacia finales de 2011 vemos el fruto de una de nuestras
iniciativas. Un libro que propone pensarnos como Estado,
como un único Estado que atiende desde dispositivos

*
Encargada de División Programas y Proyectos. Ministerio del Interior.
y enfoques diversos, aspectos de una misma realidad,
para el caso, la vulnerabilidad extrema de nuestros niños,
adolescentes y jóvenes que viven y obtienen su sustento en
la calle.
La etnografía se ha mostrado como una herramienta
útil para la comprensión de los uruguayos más alejados de
la institucionalidad: el hecho de “estar allí”, la observación
participante y las entrevistas en profundidad complementan
–y muchas veces aclaran- las habituales estadísticas. El
desarrollo del conocimiento científico es indispensable para
el diseño de políticas públicas: se requieren diagnósticos
actualizados y comprensivos. En este sentido, el trabajo de
Ricardo Fraiman y Marcelo Rossal nos ayuda a conocer la
vida cotidiana de algunos de nuestros niños y adolescentes
más vulnerados, así como nos permite comprender cómo
son afectadas sus trayectorias de vida por las distintas
intervenciones del Estado.
Por último, quisiera expresar nuestro agradecimiento al
Banco Interamericano de Desarrollo, por su apoyo a esta y
otras iniciativas del Ministerio del Interior.
Presentación
Gustavo Beliz*

La situación de violencia responde a múltiples causas que


la generan y requiere, en consecuencia, múltiples estrategias
de abordaje, lo cual dispara la imperiosa necesidad de
desarrollar saberes, disciplinas y diálogos inter-agenciales
tanto al interior del Estado como desde el sector público
con diferentes espacios de articulación de la sociedad civil
y el sector privado. Este trabajo aquí presentado, responde
precisamente a la necesidad de indagar las causas profundas
que generan violencia en uno de los colectivos más
afectados -tanto en su rol de víctimas como de victimarios-,
es decir los jóvenes. Las páginas que siguen no se detienen
en miradas macro ni superestructurales del problema. Van,
por el contrario, a indagar a la raíz, mediante un conjunto
de observaciones y entrevistas en profundidad que nos
permiten afinar el diagnóstico de lo que realmente ocurre
en el Uruguay con los jóvenes que viven en los márgenes,
tanto de la ley como de la inclusión social. El resultado es un
material de importante riqueza, que otorga un instrumento
por demás valioso desde la antropología.
Se ha dicho, no sin razón, que las políticas públicas de
seguridad ciudadana requieren, como condición esencial,

*
Especialista Líder de la División de Capacidad Institucional del Estado.
Banco Interamericano de Desarrollo.
el desarrollo de un conjunto de indicadores de gestión
que permitan sofisticar los análisis y diagnósticos, afinar
el diseño de las intervenciones de programas, eficientizar
las instancias de gestión y coordinación para, finalmente
y no por menos importante, desarrollar metodologías
de evaluación (de procesos, productos e impactos) que
permitan una medición adecuada de los pasos dados. Con
la contribución que aquí se publica, se está atendiendo
precisamente a uno de los primeros requisitos para mejor
calibrar las intervenciones tanto públicas como privadas,
cual es la puesta en marcha de diagnósticos cualitativos,
que sean el complemento y la contracara urgente del
desarrollo de robustos marcos estadísticos que permitan
además cuantificar el fenómeno de crimen y violencia. Tan
importante como el qué y el cuánto del delito, es el por qué,
el cómo, el desde cuándo, el debido a qué. En la exploración
científica de valores, actitudes, historias de vida, trayectorias
familiares, contextos culturales, pulsiones interiores y redes
comunitarias en perspectiva, seguramente se estará en
mejores condiciones de desarrollar intervenciones más a
medida del problema.
En ocasión del reciente Seminario Internacional
organizado por el BID, el Ministerio del Interior y el
Diálogo Inter Americano, la ex presidenta de Chile y actual
directora Ejecutiva de ONU-Mujeres, Michelle Bachelet,
sostuvo que para hacer frente a la violencia la disyuntiva no
es mano dura versus mano blanda, sino mano firme y mano
inteligente. En esa misma dirección, el Ministro del Interior
del Uruguay, Eduardo Bonomi, abogó por la instauración
de un nuevo paradigma para las políticas de seguridad
ciudadana, que consista en una síntesis de las políticas de
control y las políticas de prevención social, pues las miradas
unilaterales y excluyentes de unas y otras no han sido hasta
el momento capaces de brindar resultados apropiados.
Este trabajo, de alto valor académico, contribuye a
avanzar un paso en esa síntesis imprescindible, no solo en
Uruguay sino en toda América Latina y el Caribe. De ahí
que celebremos su publicación y también uno de los destinos
que le brindarán sus autoridades, cual es su distribución
como material de lectura entre todos los nuevos egresados
de la Academia Nacional de Policía. Lo cual constituye una
promisoria acción rumbo a la consolidación de políticas de
prevención de la violencia con sentido de cohesión social
y garante de las libertades y derechos humanos de toda la
población.
Prólogo

Los pobres hoy, ¿son humanos? Algunas notas


acerca de Uruguay, las clases medias y la gestión
de los restos de la vieja ciudadanía
El tema es serio, así que voy directo al grano: el libro
que tiene el lector en sus manos es excelente por lo que
lo son los libros de ciencias sociales, porque obliga a
replantearse las propias convicciones, es decir, a cuestionarse
las convenciones que nos sostienen. En Uruguay, de eso
—convicciones y convenciones— hay toneladas, pero
a mi conocer no hay tantos que desde la sociología o la
antropología les den la vuelta. Ricardo Fraiman y Marcelo
Rossal lo hacen, y no es la primera vez que esta dupla se
enfrenta al sentido común compartido de su entorno, al
sentido del común (Fraiman & Rossal, 2009). Invito entonces
al lector a que atienda a lo que nos cuentan: se metieron en
lo más común, la ciudadanía, cuando se degrada y alcanza
forma de desperdicio, interrogaron desde dentro al Estado
que les encargó el trabajo preguntándole por su manera de
gestionar el desecho, buscaron la palabra extraña de aquellos
a los que se expulsa de la palabra legítima y se les retiran las
credenciales que los certifican como ciudadanos.
Hicieron buena ciencia social, es decir, ciencia
políticamente incorrecta. Voy a intentar explicar por qué.
Disculpen si al hacerlo digo algo inconveniente.
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Para quien viene de fuera aunque haya nacido dentro,
Uruguay es un país que sorprende. Si lo que uno hace en la
vida es enseñar sociología, sorprende todavía un poco más,
pues se encuentra con cosas que solo conoce por lo que enseña
en la universidad cuando explica la vida social de mediados de
los años cincuenta del Siglo XX: a ciudadanos convencidos
de la propia solidez normativa; a una población instalada
en la seguridad de ocupar o de algún día poder hacerlo
el confortable lugar de las clases medias; a instituciones
quizás debilitadas por años de carencias en el plano material
pero sin embargo fuertes y contundentes en los valores
que ponen en juego en el gobierno del común; a ciencias
sociales extraña e institucionalmente comprometidas con
el trabajo de hacer sociedad; a instituciones —las mismas—
administrando los lugares de fuga de ese común con un
valeroso y admirable afán, el de recuperar al descarriado,
el de cuidar al desdichado, el de normalizar al anormal.
Con el afán, en fin, de gestionar los desechos sociales y de
dignificarlos.
En ese mundo, el de los cincuenta del Siglo XX, el del
Uruguay de aún hoy, todo pivota en torno a un centro
gravitatorio: la clase media. La clase media es hija de la
ideología del progreso, heredera directa del viejo sueño
civilizatorio, hija de lo que hizo posible la sociedad moderna
y la sociología. Se asienta en otra hermosa fábula moderna,
la de la ciudadanía, retoña dilecta ella también de la época
en que las políticas públicas tenían su eje en palabras de
sonoridad fuerte, hoy casi épica: solidarismo, equidad,
seguridad social… Ese eje, bien engrasado, permitió que
se moviese bien un motor sólido, que pudo producir nada
menos que una ficción compartida, la de la propia sociedad
de ciudadanos medios, la sociedad normal.
En todo caso, la clase media es, para quienes nos
interesamos en la subjetividad en épocas de Estados y
ciudadanías, una categoría muy poderosa, sobre todo en
lugares en los que da cuenta de adscripciones comunitarias,
léase, de sentidos de pertenencia, más que de posiciones
objetivas en el espacio social. No es la regla en Europa, en
donde los ciudadanos se definen desde otras categorías; sí la
es en América (Latina y del Norte), sociedades productoras
de ciudadanos medios que han hecho de esta categoría un
lugar no solo estadístico, sino un hábitat para el ciudadano
común. En Uruguay —como en Argentina, aunque allí
menos; como en Estados Unidos, pero allí más— ocurre
aún: la clase media define ese estado confortable y compartido
del que todo el mundo cree y quiere formar parte.
No importa que sea verdad o no. Verdad es una palabra
muy poco seria en sociología; lo clave es que la gente, el
común, se lo cree; lo clave es que la acción pública opera con
arreglo a esa convicción, es decir, que todo un ejército de
instituciones, de profesores, de bibliotecarios, de militantes,
de trabajadores sociales, de educadores, de practicantes de
la medicina, de policías… de sujetos que hacen sociedad,
esto es, que buscan, aunque de distintas maneras, lo mismo
—producir ciudadanía y ciudadanos— actúen en función
de esa idea, esforzándose en la construcción de la buena
sociedad.
En los límites de esta buena sociedad queda gente,
claro, pero se trabaja con ella para que entre. Quien habita
ahí, en el borde de la buena sociedad, en la esquinita, es
el pobre, el carenciado, el excluido… No es un sujeto
exterior a la sociedad: es el último extremo de la vida
social, pero es un con parte, y merece por eso que se trabaje
sobre él (moralmente, educativamente, sanitariamente,
policialmente…) para integrarlo, para acercarlo a un núcleo
—ese lleno de ciudadanos normales— del que, al menos
teóricamente, es integrante.
En sociología a eso le hemos llamado “primera cuestión
social”. Y llevamos ya bastante tiempo diciendo que está en
crisis.


Lo que llama la atención de Uruguay al visitante —al


menos a este visitante, y esta es mi primera sorpresa—, es
que aquí se sigue buscando construir ese lugar común, el
de la clase media generalizada, el la ciudadanía extendida, el
del espacio social por todos compartido. No crean que me
dejo llevar por el entusiasmo o que añoro un país preñado
de viejas justicias; verán enseguida que no. Constato solo
que ese afán gobernó no solo la fundación —ya lejana—
de tan civilizado país y de muchas de sus más viejas
instituciones (caso del antiguamente llamado Consejo del
Niño, luego llamado INAME y desde hace poco conocido
como INAU), sino que no es muy distinto al espíritu que
guía algunas expresiones de la acción política más reciente,
caso del Plan de Atención Nacional a la Emergencia Social.
Y, por cierto, no fue mal: se recuperó para la vieja clase
media, aunque sea en sus bordes bajos, a sectores —los
pobres— que se habían salido del núcleo, que habían sido
expulsados del común. Eran pobres de los de antes, pobres
que no estaban fuera “sino dentro de la sociedad. Es cierto
que ocupan una posición singular por el hecho de estar en
situación dependiente en relación a una colectividad que
les toma como tales y que los toma a su cargo (…) [pero]
son elementos que pertenecen de manera orgánica al todo”
(Paugam & Schultheis, 1998).
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Pero, ¿son iguales los pobres de ahora? Cuando digo
ahora me refiero a lo que cada vez de manera más extendida
en ciencias sociales llamamos “segunda cuestión social”
(Donzelot, 1996). Se trata, en lo esencial, de la creciente
desconexión entre los aparatos pensados para nombrar,
analizar y gestionar las cosas del común y lo que integra el
común; o en otras palabras, de la inmensa distancia que hay
entre los que piensan (universidad) y/o gestionan (política)
las cosas y las cosas mismas. No busquen culpables; no
se trata de eso. Solo piensen que aunque una parte de la
población se parece a lo que siempre fuimos (ciudadanos, clases
medias, “gente normal”) y que para ella sigue más o menos
sirviendo lo que siempre dijo la ciencia social o siempre
hizo la administración pública, la otra parte —y crece, y
sigue creciendo…— se quedó ya radicalmente fuera de esos
decires y de esos haceres. Esa es la segunda cuestión social:
la escisión radical entre dos mundos.
Es de tal calibre esa escisión que para los que quedaron
fuera no sirve la categoría de pobres. Están más allá de eso.
Son sujetos que habitan territorios analítica y políticamente
invisibles (no sabemos pensarlos, no sabemos gestionarlos),
sujetos radicalmente sin parte (Rancière, 1995). Pienso en
la gente que vive en zonas de la vida social en donde ya
no existe sociedad, en lugares de donde el Estado hace
tiempo que se ausentó, en situaciones en las que los viejos
dispositivos de regulación del orden y el sentido sociales
—desde la Escuela a la policía— se retiraron. Este libro
habla de eso, como ha hablado de lo mismo Zygmunt
Bauman pensando en los nuevos parias planetarios
(2005), o Loïc Wacquant trabajando sobre el hiperghetto
norteamericano o la banlieue francesa (2001), o Michel
Agier haciendo trabajo de investigación en los campos de
refugiados africanos (2008). Son sujetos no reconocidos, y
con la puerta de entrada a todas las entidades que permiten
el reconocimiento (estado, escuela, sanidad, ciudadanía,
clase social…) cerrada a cal y canto. No, no sirve para ellos
la vieja categoría de pobre, su posición en ese todo orgánico
que llamábamos sociedad cuando funcionaba la “primera
cuestión social” era otra: aquellos estaban dentro de las redes
de seguridad que nos ligaban a lo que nos hacía sociales,
que nos acercaban a todos a la ficción de las clases medias.
Estos no. Son superfluos para el mundo, están fuera de la
protección de lo que a los demás nos hace ciudadanos.
Ante ellos surgen varias preguntas, de largas respuestas
(que no daré: le remito, lector, al libro que este texto
prologa para encontrar algunas pistas; acompáñelo si puede
de algunos de los que citaba líneas arriba y de los que citaré
más abajo y tendrá un panorama más completo). Una de
esas preguntas es la de cómo gobernar esas zonas fuera de
la sociedad (o, lo que es lo mismo, cómo definirlas, esto es,
cómo pensarlas). Mi segunda sorpresa con Uruguay viene
por ahí: me refiero a la enorme dificultad que encuentro
aquí para pensar en lo que está extremadamente fuera del
común, lo que ya no está: en el horror sin nombre, en la
basura, en el desecho. Esa incapacidad tiene algo de acto
de resistencia contra la nueva desigualdad, la propia de la
segunda cuestión social, más brutal aún que la de antaño. Pero
creo también que es debido a otra cosa: es una consecuencia
no intencionada de lo poderoso que resulta aquí el anhelo
de ciudadanía universal, que siendo una legítima aspiración
política es solo un débil descriptor sociológico si lo que
queremos es entender la vida social de los indeseables. Puedo
decirlo de otro modo, algo más claro y radical: esa ceguera
es una derivada del modo de ver el mundo dominante en
Uruguay, el de las propias clases medias, esos “inspirado[s]
arquitecto[s] de casitas risueñas, que ignora[n] la técnica
antisísmica” (Bagú, 1950)1: cuando llega el desastre, no
saben sino acudir a la nostalgia, es decir, recurrir a lo que
siempre se recurre, sea para pensar, sea para gestionar.
Y así es, en Uruguay siempre costó ver los propios
subproductos: no se ven sus desaparecidos2, cuesta
pensar a los jóvenes en situación de calle, a la vida en sus
ghettos… Todas estas situaciones se siguen gestionando
con instituciones y categorías propias de tiempos de cosas
más claras y objetivos más precisos…


…Y estos tiempos de ahora no lo son, y obligan a


cuestionamientos radicales, como estos: ¿son humanos los
pobres de hoy? La pregunta tiene bemoles y obliga a interrogar
varios conceptos. Me limitaré a una cata meramente
exploratoria de lo que quiere decir humano y a plantearles
una pregunta final: los pobres de hoy, ¿valen la pena?
Didier Fassin, hace muy poco, escribió esto: “Una nueva
economía moral se ha conformado en las últimas décadas
del siglo XX (…). Promueve respuestas inéditas —lo que
podríamos llamar gobierno humanitario— desde las que
se atiende una manera muy especial al sufrimiento y a la
desdicha” (2010). La humanidad se ha instituido como
un referente moral globalmente compartido. Podemos
entender que es una conquista, y lo es. Pero limitarse a
decir eso sería, dice de nuevo Fassin, tan “intelectualmente
confortable” como “científicamente poco defendible”
(2005). ¿Por qué? Porque el problema no está en el núcleo,
en esa nueva economía moral, sino en cómo se administran
sus bordes. Los antiguos otros eran tratados como si no fuesen
1 Agradezco a Ignacio Irazuzta que me haya suministrado esta incisiva (y no
poco clasista) frase.
2 O así lo creo demostrar en Gatti, 2008.
hombres y toda retórica justificativa de la acción eliminadora,
conquistadora, civilizadora, etc. descansaba sobre su
deshumanización. ¿Pero ahora? ¿Dónde está el borde de una
humanidad que no tiene límites? Si a nadie se le niega su
condición humana, ¿cómo se construye la frontera que nos
separa de lo excluido? Sacando al que lo está no del género
humano, sino del mundo social. Recuerden: no era el caso
del pobre en la vieja cuestión social; estaba lejos del centro,
pero estaba en ese todo orgánico que llamábamos sociedad y
se le invitaba a integrar sus instituciones (la escuela, el censo,
el dispensario…). En la nueva cuestión social, no: a los
humanos en situación de despojo (refugiados, desplazados,
jóvenes marginales, drogadictos…) se les administra la
vida en campos de desplazamiento o de refugiados, en
centros de acogida, de reclusión o de confinamiento…
En Sangatte, en Guantánamo, en la Ciudad Autónoma de
Ceuta; en algunos centros de menores o de desintoxicación
de toxicómanos. En jerga nativa, en efecto, a eso se llama
trancas; son espacios en donde a los humanos expulsados
de la vida social se les trata, o sea, se les cuida y se les vigila
(Agier, 2008). No más; la intención no es que entren en
sociedad.
Son precarios, inútiles para el mundo, vulnerables,
vagabundos, desperdicio, nuevos excluidos… Sujetos que
están “fuera del mundo social, no fuera del género humano”
(Fassin, 2005). Vidas humanas pero expulsadas del discurso
que las hace sociales, o en todo caso, incluidas en él solo
en los parágrafos que administran sus bordes (los de la
seguridad y el estigma). Es vida humana que no merece ser
llorada, que no cuenta socialmente como vida, que no vale
el llanto de la pérdida. Que no vale la pena (Butler, 2006,
2010). Por eso se la recluye en campos; total, su aullido,
por agudo que sea, es inaudible: no lo entenderíamos.
La obligación de un científico social es sin embargo
la de adaptarse al mundo para entenderlo, aunque ese
mundo sea a priori refractario a sus categorías analíticas.
El mundo con el que trabajan Fraiman y Rossal lo es y
no obstante, se metieron dentro y articularon en palabras
comprensibles aquí ese aullido inaudible de allí. Por eso es
un libro políticamente incorrecto: rompe convenciones y
propone caminos para romper convicciones. Cumplen, en
efecto, con su obligación. La de la gestión política es la de
entender el mundo para gestionarlo con justicia, aunque ese
mundo sea a priori refractario a sus categorías de acción. Si
usted, lector, forma parte de ese universo, es su turno.

Gabriel Gatti
Departamento de sociología 2
Universidad del País Vasco

Textos citados
Agier, Michel (2008), Gérer les indésirables. Des camps des réfugiés au
gouvernement humanitaire, Flammarion, París.
Bagú, Sergio (1950), “La clase media en Argentina”, en T. Crevenna,
Materiales para el Estudio de la clase media en América Latina, Tomo I,
Publicaciones de la Oficina de Ciencias Sociales, Unión Panamericana,
Washington D. C.
Bauman, Zygmunt (2005), Vidas desperdiciadas. La modernidad y sus
parias, Paidós, Barcelona.
Butler, Judith (2006), Vidas precarias. El poder del duelo y la violencia,
Paidós, Barcelona.
Butler, Judith (2010), Marcos de guerra. Las vidas lloradas, Paidós,
Barcelona.
Donzelot, Jacques (1996), “Les transformations de l’intervention
sociale face à l’exclusion”, en Serge Paugam, L’exclusion: l’état des savoirs,
La Découverte, París.
Fassin, Didier (2005), “L’ordre moral du monde. Essai d’anthropologie
de l’intolérable”, en Patrice Bourdelais y Didier Fassin, Les constructions
de l’intolérable, La Découverte, París.
Fassin, Didier (2010), La raison humanitaire. Une histoire morale du
temps présent, Gallimard-Seuil, París.
Fraiman, Ricardo y Marcelo Rossal (2009), Si tocás pito, te dan cumbia.
Antropología de la violencia en Montevideo, Ministerio del Interior/
AECID/PNUD, Montevideo.
Gatti, Gabriel (2008), El detenido-desaparecido. Narrativas posibles para
una catástrofe de la identidad, Trilce, Montevideo.
Paugam, Serge, y Franz Schultheis (1998), “Introduction” a Georg
Simmel, Les pauvres, PUF, París.
Rancière, Jacques (1995), La mésentente, Galilée, París.
Wacquant, Loïc (2001), Parias urbanos, Manantial, Buenos Aires.
Índice

Introducción................................................................ 23
Sujetos del estudio y alcance territorial.................... 26
Moralidades, cultura y desarrollo civilizatorio.......... 28
Etnografía de la violencia........................................ 30
Antecedentes........................................................... 37

El Centro.................................................................... 45
La violencia estructural hecha cuerpo...................... 50
Cuerpo, abuso y moralidades................................... 57
(Des)amparo estatal, estigma y adicciones............... 70
Solidaridad, droga e intercambios............................ 76

La Ciudad Vieja.......................................................... 79

Los vecinos................................................................. 117


El cabildo abierto.................................................... 121
Los vecinos de carne y hueso................................... 146

Policías comunitarios................................................... 157

La calle y sus programas............................................... 173


Un continuo de violencias........................................... 205
Adolescentes trancados............................................ 219
La moralidad carcelaria............................................ 247
Desafío como tranca................................................ 252
Cómo se cambia una trayectoria de infracciones...... 255
Sin rencores, prácticas carcelarias reforzadas
en su aprendizaje por educadores.………………........ 259

Conclusiones............................................................... 265

Bibliografía.................................................................. 275
Introducción
Introducción

Este estudio es producto de una iniciativa del


subsecretario del Ministerio del Interior (MI), Lic. Jorge
Vázquez, y responde a la necesidad de llevar adelante
políticas de prevención social de la violencia que se basen
en el desarrollo del conocimiento científico. La ciencia
desde la cual parte es la antropología y en su realización se
despliegan técnicas etnográficas.
Para el estudio de las condiciones de provisión y
supervivencia de niños, adolescentes y jóvenes en el espacio
público de la zona céntrica de Montevideo se configuró
un equipo de investigación dirigido por los antropólogos
Ricardo Fraiman1 y Marcelo Rossal2, con el apoyo de la
antropóloga Emilia Abin3 y de la abogada Vanesa Reyes
–asesora jurídica de la Subsecretaría– y con la coordinación
interinstitucional de la Lic. Alejandra Álvarez4 y del Lic.
Augusto Vitale5 en las gestiones iniciales con el Banco
Interamericano de Desarrollo.
Fue necesario un importante trabajo de coordinación
interinstitucional para facilitar la realización de la

1
Consultor senior del Banco Interamericano de Desarrollo para la realización
del estudio.
2
Funcionario técnico del MI, División Programas y Proyectos, Subsecretaría.
3
Consultora asistente del Banco Interamericano de Desarrollo para la realiza-
ción del estudio.
4
Encargada de la División Programas y Proyectos del MI.
5
Ex director de la División Programas y Proyectos del MI.
26

investigación y, a tales efectos, se realizó un convenio entre


el MI, el Ministerio de Desarrollo Social (MIDES) y el
Instituto del Niño y el Adolescente del Uruguay (INAU). A
partir de ello, el trabajo tendrá como destinatarios también
al INAU y al MIDES.
Parafraseando –muy libremente– al célebre colega Pierre
Bourdieu, este estudio no servirá para danzar en ronda ni
para celebrar a ninguno de los agentes de las instituciones
que forman parte de esta realidad social; por el contrario,
se tratará de escrutar críticamente los materiales producto
del trabajo de campo, siguiendo el viejo principio de Marcel
Mauss (2006): “decir lo que se sabe, todo lo que se sabe y
nada más que lo que se sabe”.

Sujetos del estudio y alcance territorial


A efectos de maximizar el desarrollo del trabajo de
campo, se parte de la hipótesis de que es en la zona central
de la ciudad, por su densidad de población y por las
posibilidades económicas que brinda, donde encontramos
la mayor cantidad de población en “situación de calle”. La
propuesta de trabajo, si bien se concentra en la zona central
de Montevideo y en una franja horaria, la diurna, donde
ocurre la mayor parte de las interacciones en los espacios
públicos de los niños y jóvenes en “situación de calle”,
también abarca la noche, que suele incluir las situaciones de
mayor vulnerabilidad.
El alcance territorial incluye a Ciudad Vieja, Centro
y Cordón. Es necesario aclarar que se tomaron para
la investigación, en primer lugar, los lugares donde se
encontraron adolescentes y jóvenes viviendo en el espacio
27

público y, en segundo lugar, las zonas donde se apreciaron


niños y adolescentes proveyéndose su sustento. En estos
lugares se observaron las formas de provisión económica
de dichos niños y adolescentes, así como se observaron
prácticas cotidianas de jóvenes que viven en la calle y se
los entrevistó, a los efectos de considerar sus trayectorias,
las que comprenden, en su transcurso, sus experiencias
de niñez y adolescencia. También fueron entrevistados
educadores del INAU, policías, vecinos y comerciantes de
las zonas elegidas.
En una segunda etapa del estudio se visitaron centros
de INAU: los dependientes del SEMEJI6 (“Colonia Berro”
y “Desafío”), dependencias relacionadas con la protección
social de niños y adolescentes, como “Derivación y
Estudios” y “Proyectos Calle”, y, por último, aquellas que
INAU cogestiona mediante convenios, como la Posada de
Belén (hogar que tiene convenio con INAU y pertenece a
la Iglesia Anglicana).
También dependiente del SEMEJI, visitamos el
PROMESEC7, donde nos entrevistamos con adolescentes
que cometieron infracciones y se encuentran atendidos por
dicho programa. El PROMESEC implica el desarrollo de
medidas alternativas o complementarias al encierro.
En estas distintas circunstancias, se pudo tomar contacto
y entrevistar a niños y adolescentes en diversas situaciones
de vulnerabilidad extrema y riesgo para sus trayectorias
de vida, vinculadas a diferentes estrategias de provisión
económica en la calle.

6
Se trata del Sistema de Ejecución de Medidas a Jóvenes en Infracción del
INAU.
7
Se trata del Programa de Medidas Socio-educativas de Base Comunitaria.
28

Moralidades, cultura y desarrollo civilizatorio


Institucionalmente el Estado uruguayo sostiene lo que se
ha designado como frente discursivo de los derechos de niños
y adolescentes (Cardarello y Fonseca, 2005), mediante la
aprobación del Código del Niño y el Adolescente y de la
adhesión a la Convención de los Derechos del Niño de
1989. Sin embargo, los distintos dispositivos estatales no
corresponden en sus prácticas a lo que se sostiene en el
discurso y las nuevas normativas8.
Esta adhesión implica la instauración de una moralidad
que concibe la protección integral de niños, niñas y
adolescentes como inherente al Estado, pero también a la
familia y la comunidad. Se prioriza la posibilidad de que
estas últimas sean el locus natural para el desarrollo de niños
y adolescentes en el pleno goce de sus derechos, debiendo
el Estado favorecer tal desarrollo.
Este verdadero cambio civilizatorio, en el sentido de
Norbert Elias (1993), implicado en la aprobación de
la Convención de Derechos del Niño, no podría, sin
embargo, tener una aplicación universalmente homogénea,
ya que es claro que en el mundo la diversidad de culturas
implica una diferente concepción acerca de qué es la
niñez, la adolescencia y la juventud. Sin embargo, este
8
“La implementación del CNA [Código del Niño y el Adolescente] en estos
seis años de vigencia ha significado un verdadero desafío para las instituciones
y los operadores, por una suma de factores que tienen su origen en diferentes
causas: deficiencias normativas del propio Código, inadecuación estructural de
algunas instituciones para el cumplimiento de sus fines de protección de los
derechos de los niños, persistencia de prácticas tutelares de algunos operadores,
dificultades en la operatividad del sistema de ejecución de las sanciones, espe-
cialmente la administración de los centros de privación de libertad, la sensación
de impunidad que generó en la sociedad este cuerpo normativo ni bien fue
aprobado, con el consiguiente aumento de la demanda en la mayor dureza en la
intervención punitiva, entre otras” (Palummo, J., 2011).
29

cambio civilizatorio comporta una moralidad ecuménica


trasladable progresivamente a todo el planeta en tanto
que inherente a los Derechos Humanos. Ejemplo de ello
es el consenso universal en relación a los 18 años como
edad límite, por ejemplo en cuanto al ejercicio de derechos
políticos o de contratación o para considerar ciertos delitos
como prostitución infantil o trabajar en sectores peligrosos,
etcétera.
Pero ocurre en Montevideo una paradoja no resuelta. No
es la nuestra una ciudad multiétnica9 ni se caracteriza por la
existencia de una gran diversidad cultural, tampoco es fácil
advertir comunidades fuertemente diferenciadas, aunque
existen sí grupos de estatus y sectores sociales diversos, con
una adhesión diferenciada a moralidades a veces divergentes.
Podemos, en tal sentido, decir que no hay, como sí es claro en
el mundo andino o en una villa miseria10 argentina incluso,
una diversidad cultural en el sentido clásico, pero existen sí
moralidades en pugna, incluso de una familia en relación a
otra, y todas estas moralidades se encuentran en relación a
un canon que emana de los dispositivos estatales.
En función de lo dicho es que consideramos que los
dispositivos estatales deben basarse en la moralidad que
comporta este avance civilizatorio que consagra la protección
integral de los derechos de los niños y los adolescentes más
allá de que algunas moralidades (y sus prácticas) le sean
contradictorios entre familias, sectores sociales y los propios
niños y adolescentes cuyos derechos se ven avasallados en
servicio de dichas moralidades. En tal sentido es que es de
sustancial importancia aclarar que estas moralidades, cuyas
prácticas avasallan derechos de niños y adolescentes, no
9
Más allá de las particularidades de la Ciudad Vieja, que serán reseñadas en el
apartado específico.
10
Asentamiento irregular.
30

configuran culturas particulares a respetar. Aunque sí deba


tomarse un enfoque relativista metodológico para considerar
moralidades distintas y en pugna, no debe configurarse
un relativismo cultural, que en nuestra sociedad sólo sería
un relativismo moral necesariamente contradictorio con la
eficaz y progresiva instauración universal de los derechos de
niños, niñas y adolescentes en nuestro país.

Etnografía de la violencia
La investigación, como decíamos, es de carácter
etnográfico, se trata de un proceso en el cual los investigadores
aprenden de los sujetos que componen su universo. El
objeto implica a las violencias a las que son sometidos los
jóvenes más pobres en el espacio público de la ciudad de
Montevideo. Asimismo, se indaga en las políticas públicas
relacionadas con ellos.
El universo comprende a los propios jóvenes, así como
a asistentes sociales del MIDES, educadores del INAU y
de Organizaciones No Gubernamentales (ONG), policías
y vecinos que se relacionan con estos sujetos de extrema
vulnerabilidad. Los resultados de la investigación serán
producto de la puesta en relación de los diferentes discursos
y prácticas de los distintos sujetos que componen este
universo.
La importancia dada a los actores estatales se basa en el
supuesto de una presencia fuerte de las distintas políticas
estatales en la subjetividad y los cuerpos de los niños,
adolescentes y jóvenes, sujetos de esta investigación.
31

Veamos lo que nos decía un muchacho de 23 años que


había pasado buena parte de su vida, hasta los 17, en el
marco del INAU (antes Consejo del Niño e Instituto
Nacional del Menor) y que hoy sobrevive en la calle: “[…]
El Estado, de última, a mí me ayudó; me ayudó y después
me dio un boleo en el culo”.
Así las cosas. Lejos de lo que pudiera pensarse, el Estado
está bien presente en la “socialización” de los jóvenes,
especialmente de los más vulnerables, en aquellos que
obtienen su sustento en el espacio público: la Intendencia
de Montevideo “corretea” a los que venden informalmente
lentes en la calle; el INAU les enseña a los más chicos
que tienen derechos (a la enseñanza, al juego) y que no
deben realizar trabajo infantil; la Policía los despierta en la
mañana de malas maneras o les ofrece una salida para dejar
de estar durmiendo en la calle (los policías comunitarios,
por ejemplo); el Sistema Educativo los ha expulsado
tempranamente; la Salud Pública les da “canicas para achicar
la cabeza11” y luego los reenvía a la calle; el INAU les ofrece
manos amigables y manos que golpean; la cárcel espera
a muchos y la mayoría sale de ella en peores condiciones
estructurales de las que entraron (especialmente si están por
poco tiempo, por “delitos de bagatela”).
Los vecinos (unos) estigmatizan a los jóvenes y
(otros) los apoyan con comida y ropa, a veces hasta con el
ofrecimiento de un trabajo; el añorado trabajo, que algunos

11
Dicho por varios jóvenes que viven en la calle en relación al Portal Amarillo
(Centro de Información y Referencia de la Red Drogas), que pertenece a ASSE
(Administración de los Servicios de Salud del Estado del Ministerio de Salud
Pública). Las “canicas” son las pastillas que reciben en los tratamientos para ser
desintoxicados por adicciones, especialmente a la Pasta Base de Cocaína (PBC);
“achicar la cabeza” es una expresión coloquial que implica tranquilizarse, para el
caso, disminuir las condiciones más severas de la adicción.
32

“queman”12 rápidamente. Tanto del lado estatal como del


lado de los jóvenes más vulnerables, reinan los discursos
del desistimiento: un desistimiento socializante, asunción
del estigma, discurso de la derrota. De “perder” siempre al
final del camino por el cual se sale “a ganar”: las rejas como
destino13.
Las rejas que después podrán ser usadas para “tirarlas
encima” de otros muchachos que no han estado presos.
El estigma que se asume como satisfacción identitaria,
el estigma que hasta puede llegar a servir a la provisión
económica: “tirame unas chapas que vengo de estar preso
y no quiero salir a robar”; “no seas antichorro, no te metas
con los pibes”14.
Una cadena de situaciones en las cuales el Estado, lejos
de estar ajeno, está siempre presente: el discurso carcelario
es un discurso producido en el marco mismo del Estado.
“Vas a terminar barriendo y de mujer en el COMCAR”, le
12
“Quemar” es la realización de actividades socialmente condenadas en el con-
texto cotidiano del sujeto que las realiza. Si esto es enunciado por el mismo
sujeto (“estoy quemando”, “a veces quemamos”) implica el reconocimiento de
las reglas violadas y de la percepción social de los damnificados por el quiebre
de esa regla, pero sobre todo, la conciencia del perjuicio que sufre o sufrirá el
sujeto que “quemó”.
13
Perder es terminar procesado y privado de libertad; ganar es robar algo,
obtener el cotidiano sustento.
14
Las “chapas” son las monedas; “antichorro” es un sujeto que se opone de dis-
tintas maneras a quien comete actividades delictivas (Fraiman y Rossal, 2009:
47-48), un cuidacoches, por ejemplo, podrá convertirse en antichorro cuando
denuncie a los pibes –adolescentes o jóvenes en el habla cotidiana rioplatense.
Algunos entre ellos, no sin una fuerte carga de ambigüedad, utilizan “pibes” a
secas incluyendo implícitamente el adjetivo chorro, ladrón. Pibe chorro, expresión
originariamente argentina (ver: Míguez, 2008), se utiliza también en Uruguay,
pero pibes puede referir a cualquier barra de adolescentes y jóvenes de un barrio
o de hinchas de un cuadro de fútbol, desde los Pibes del Faro (hinchada juvenil
de clases medias, del club Defensor Sporting, cuadro de fútbol montevideano)
a los Pibes del Delta (grupo de jóvenes de una zona del área metropolitana de
Montevideo de clases populares).
33

dice el policía al joven sospechoso; “si te seguís haciendo el


loco te voy a embagayar15, pichi16” y, por otro lado, “mirá
que me lastimo y terminás preso conmigo”… O las prácticas
puras y duras: el chico que se lastima, el policía que se
lastima porque el adolescente se ha lastimado, el médico
que no recibe al adolescente lastimado que el policía lleva a
atender queriendo, y no pudiendo, cumplir con la Ley que
lo obliga17.
La socialización de estos muchachos, fuertemente
vinculada a funcionarios estatales o paraestatales de
formaciones diversas y con funciones a veces sentidas
como antagónicas, también incluye elementos resistentes
y propios: “dale, pariente, dame un bizcocho”; también
reflexión compartida: “tengo los mejores recuerdos de los
educadores del INAU, siempre me dieron una mano”, dicho
por un muchacho de 20 años a lo cual otro, de 27, contrastaba
su experiencia: “yo me acuerdo de un funcionario [dice
su nombre] que nos cantaba ‘me late, me late el corazón,
pegarle a los menores es mi pasión”. El Estado los asistió a
ambos, sin poder evitar que los dos terminen en la cárcel.

15
En la jerga policial (compartida con los sujetos “más vulnerables” y los suje-
tos “más peligrosos”) significa inventar causas penales a un ciudadano u obte-
ner pruebas fuera del procedimiento legal.
16
De uso común en el país: significa pobre y/o delincuente; para la Policía
es sinónimo de delincuente; afectó a personas no pobres durante la dictadura
cuando se usó la palabra “pichis” también para hacer referencia a los presos
políticos.
17
Sobre esta temática puede verse en Palummo (2011) un conjunto de reco-
mendaciones para la aplicación de la asistencia médica a los adolescentes dete-
nidos, dichas recomendaciones son producto de la investigación de las actuales
condiciones de dicha asistencia, que distarían mucho de lo dictado en la norma.
Nosotros mismos hemos sido informados por policías acerca de la dificultad
para la atención de los adolescentes intervenidos: centros de asistencia que no
reciben a los adolescentes, pérdida de tiempo de trabajo en la comisaría, dificul-
tad para desarrollar la indagatoria policial y, por consiguiente, incumplimiento
sistemático de la normativa.
34

¿Por qué “etnografía de la violencia”? Uno podría


pensar que considerar a este trabajo como una etnografía
de la violencia es una manera de contribuir al sostenido
proceso de estigmatización de los adolescentes y jóvenes
que se observa en el país desde hace al menos cuarenta años
(Fraiman y Rossal, 2009). Lejos de ello, nuestra intención
es escrutar las continuidades observables empíricamente
entre la violencia estructural (vivir sin techo o en situación
de calle es una circunstancia directa e inequívoca de dicha
violencia) y la violencia física que se genera día tras día en
ese contexto, así como las formas violentas de obtener la
provisión económica cotidiana (ya sea mediante ilícitos
como mediante disputas con otros sujetos para obtener una
parada como cuidacoches, por ejemplo).
Si Philippe Bourgois (2010) declaraba, para el caso
norteamericano, que la escasez de los estudios etnográficos
sobre la pobreza urbana era producto del miedo a “sucumbir
a la pornografía de la violencia”, y con ello, (re)producir
a través de escritos eruditos los estereotipos racistas, para
nuestro caso, la escasez se halla en la falta de investigaciones
y de relevamientos de la experiencia de aquellas instituciones
cuyo deber jurídico es amparar a los niños y adolescentes de
Uruguay.
Los etnógrafos norteamericanos evitarían –siempre
según Bourgois– la descripción exhaustiva de las violencias
cotidianas de la pobreza extrema para no (re)producir
así el sentido común de Estados Unidos: las teorías de
“acción individual que culpan a la víctima y presuponen la
supervivencia del más apto…”18 (Bourgois: 45).
18
Si quisiera consultarse, para el caso uruguayo, modelos para la investigación
sobre la violencia y la criminalidad surgidos de la teoría de la acción racional
y otros modelos criminológicos reputados como mainstream por su promotor
uruguayo, ver: Trajtenberg (2009). Hay que prestar especial atención a los “de-
35

Bourgois nos dice: “La obsesión de los estadounidenses


con el determinismo racial y con el concepto de mérito
personal ha terminado por traumatizar a los intelectuales,
menoscabando su capacidad para discutir temas como la
pobreza, la discriminación étnica y la inmigración.
Por otra parte, la manera popular en que se concibe la
relación entre el fracaso individual y las ataduras sociales
estructurales tiene muy pocos matices en Estados Unidos.
Los intelectuales han abandonado la lucha y se han lanzado
a efectuar retratos puramente positivos de las poblaciones
desfavorecidas. Quienes han sido pobres o han vivido
en vecindarios de bajos recursos reconocen que estas
representaciones son completamente falsas”. (Bourgois: 45).
En Uruguay, y para el caso que nos ocupa, podría decirse
que la demagogia represiva19 surgida en gran medida de los
medios de comunicación, ha terminado por traumatizar a
algunos técnicos del INAU, menoscabando su capacidad de
discutir temas como la violencia estructural, la materialización
de los derechos de niños, niñas y adolescentes –y no su mera
enunciación formal–, y las trayectorias infractoras.

litos” que estas investigaciones indagan: los llamados “delitos de la pobreza”.


La desconexión entre la violencia estructural y las violencias cotidianas (sean o
no delictivas) que estos modelos defienden supone la volición de un sujeto libe-
ral, sin constricciones para sopesar los medios que detenta y elegir entre ellos el
más adecuado a sus fines. Suponer sin más la existencia de un sujeto delincuente
con tales características rinde culto –injustificadamente– al pensamiento racio-
nal: volitivo, teleológico e instrumental.
19
En Uruguay asistimos a un proceso de crecimiento mediático de lo policial
y lo delictivo, abonado por el crecimiento real de las formas delictivas violentas
(rapiñas especialmente) hacia sectores medios y bajos de la población metro-
politana, y retroalimentado por la utilización política del tema mediante lo que
podemos llamar demagogia represiva que adjudica todos los males del delito a los
menores o adolescentes infractores y a los jóvenes adictos a la PBC.
36

El INAU es único en el Estado y posee una mano izquierda


y una mano derecha (Bourdieu, 1999) institucionalizadas20.
Sin embargo, como veremos más adelante, los técnicos de
la mano izquierda del INAU suelen desconocer21 (Bourdieu,
1997) la existencia de la mano derecha, como si se tratara
de algo ajeno y desagradable.
Las consecuencias de estas prácticas discursivas
institucionales son aún inestimables, y una etapa de
acelerados cambios discursivos e institucionales se
encuentra en pleno proceso. Muchas de las trayectorias
adolescentes que acaban en infracciones se inician por
amparo –dictado generalmente por la violencia sufrida por
niños en su ámbito doméstico– y es través de la atención de
la mano izquierda del INAU como se constituye una serie
de violencias institucionales, que oficia como mediador entre
la violencia estructural, la violencia doméstica y la violencia
delictiva22. El (des)conocimiento de la mano derecha del
INAU y de las circunstancias de la población que “atiende”
desconecta a los dispositivos de intervención –sean proyectos
calle, hogares u otros– de la mano izquierda del realismo
necesario para evitar trayectorias adolescentes que tienen
en las infracciones una estrategia de vida23. De tal modo,
20
En otro lugar hemos hablado del ambidiestrismo de hecho que poseen ciertas
instituciones del Estado. Ver Fraiman y Rossal (2009).
21
Méconnaissance, desconocimiento, que en el sentido de Bourdieu implica
no-reconocimiento.
22
No se trata de una sucesión empírica, sino de un modelo tentativo de conti-
nuidad de la violencia para el caso analizado.
23
De todos modos, en el marco de los acelerados cambios que procesa la
institución, hoy día se establecen nexos entre, por ejemplo, un programa que
atendía a niños y adolescentes en calle y que envía al centro donde se encuentra
internado el adolescente al educador que éste tenía de referencia. Podría aventu-
rarse que estos dispositivos seguramente propiciarán un progresivo encuentro
entre funcionarios de la mano derecha y la mano izquierda del INAU, o, al
menos, controles cruzados del trabajo de unos y otros; en cualquier caso se trata
de avances dignos de mención.
37

que puede considerarse a las mediaciones institucionales en


la vida de cientos de adolescentes atendidos por el INAU
como formas de violencia simbólica que confirman –sería
más adecuado decir que certifican– el destino trágico de sus
vidas.

Antecedentes
La etnografía de las violencias delictivas, la adolescencia
y juventud tiene un desarrollo creciente en la región24, no
así en Uruguay; las páginas que siguen asumen el riesgo de
lo pionero.
Sin embargo, estas problemáticas se han estudiado
desde diferentes puntos de vista en el país; en particular,
las temáticas vinculadas a los niños y adolescentes viviendo
situaciones de vulnerabilidad y riesgo en el espacio público.
Estas investigaciones han provenido tanto de instituciones
estatales (INAU, MIDES, MI) como de organismos
internacionales (UNICEF, Programa de las Naciones Unidas
para el Desarrollo), instituciones académicas (Universidad
de la República, Universidad Católica, CLAEH) y ONG
(Gurises Unidos, El Abrojo). En vínculo paraestatal, algunas
de ellas han tenido continuidades importantes, como por
ejemplo el conteo de niños y adolescentes en el espacio
público llevado adelante primero por Gurises Unidos
(2003) y luego por Infamilia, MIDES, INAU (2008).
También es notoria la continuidad de los mismos actores
que primero trabajan en ONG y luego se desempeñan
como funcionarios estatales o incluso las diferentes formas
de asociación paraestatal (Fraiman y Rossal, 2009a). El
24
Míguez (2002; 2008), Míguez e Isla (2003), Vianna, A (2002), Cardarello
y Fonseca (2005) y Tiscornia (2004), entre muchísimos otros trabajos.
38

estudio mencionado, paradigmático a este respecto, ha


realizado un conteo de niños y adolescentes en el espacio
público mediante la metodología del “avistamiento”, conteo
de pájaros. Metodología inversa de la que planteamos en
nuestra investigación, la cual se basa en el aprendizaje de
los investigadores, en la humanidad del otro con el que se
trata y en la puesta en relación de diálogos y prácticas (ya
que los discursos siempre se procesan en base a una relación
dialógica que los habilita). No obstante, Gurises Unidos
primero y los organismos públicos luego han estimado
necesario saber el número de niños y adolescentes presentes
en el espacio público.
El presente estudio, sin embargo, no se propone saber
cuántos niños, niñas, adolescentes y jóvenes subsisten
en situación de calle, sino cómo han llegado a sostener su
subsistencia en la calle y cómo se desarrolla su vida cotidiana
en base al supuesto de que se dedican a actividades económicas
informales, más allá de la comisión de infracciones o no.
En tal sentido, este no es un estudio criminológico,
sino más bien una investigación antropológica y, como tal,
considerará las moralidades puestas en juego en los discursos
y prácticas de los distintos sujetos. No existen prácticas
económicas exentas de moralidad y la(s) moralidad(es)
siempre juega(n) en la diferencia que se da entre los discursos
y las prácticas. Se abundará en el estudio acerca de este
asunto, especialmente en lo que refiere a las concepciones
de familia, de provisión económica y de trabajo que tienen
los distintos sujetos del estudio (tanto niños, adolescentes
y jóvenes vulnerables como la multiplicidad de sujetos que
trabajan en distintas reparticiones del Estado).
39

Existe un antecedente desde la antropología social (Rial,


Rodríguez y Vomero, 2007) en relación a los varones
jóvenes que viven en la calle. En dicho estudio se plantean
las dificultades de los varones que viven en la calle pero
también cómo es, para algunos sujetos, una “opción” vivir
en tales circunstancias y cómo no siempre son los refugios la
solución que resulta útil a quienes se encuentran sin techo.
También desde la economía se ha estudiado a las
personas sin techo (Ceni, Ceni y Salas, 2007), considerando
específicamente a los usuarios de refugios en Montevideo;
desde la economía, pero con un abordaje que contempla
un herramental metodológico interdisciplinario, los autores
aplican una encuesta y test de Rorschach a dichos usuarios.
Interesantes conclusiones pueden extraerse de ese estudio,
en especial en lo que refiere a la relación que las personas
que viven en los refugios mantienen con el mercado de
trabajo.
Pero, insistimos, los sin techo no son el objeto de este
estudio, sino las formas de vida y obtención de la provisión
en la calle por parte de niños, adolescentes y jóvenes. El
universo de nuestra investigación incluye personas que se
encuentran sin techo o que han estado en situación de calle,
pero esta situación que puede atravesar una persona rara
vez es permanente, mucho más cuando se trata de niños y
adolescentes.
Existe la categoría de calle extrema para designar a niños
y adolescentes que tienen una situación de vida en la calle
de difícil reversibilidad; los educadores de los Proyectos Calle
del INAU se suelen referir así a niños y adolescentes que
40

viven en el Cordón, el Centro y Tres Cruces alejados de sus


familias de origen, durmiendo en la calle o en “achiques”25;
distinto sería el caso de niños y adolescentes que obtienen
su provisión en la calle y pasan largas horas en el espacio
público pero, aunque muy vulnerables, tienen una familia
que vive en una casa o una habitación en una pensión; este
hecho es frecuente en la Ciudad Vieja y los niños que se
encuentran en esta situación son atendidos en general por
el Programa de INAU La Escuelita.
Otro antecedente relevante lo constituye el libro de
Berro, Cohen y Silva (2008); en dicho texto se señalan las
falencias del sistema penal que afectan26 a los adolescentes
infractores en Uruguay. El libro se erige sobre la base de
declaraciones de adolescentes infractores en la instancia
judicial correspondiente, además del “diario de un internado
en el INAU”27, datos que fueron recabados por una de los
autores, que además era jueza de Menores (hoy llamada
25
Tugurio. Espacio no adecuado para habitación en el cual, además, habitan
personas que se dedican a actividades informales o, directamente, de carácter
delictivo. En algunos achiques se ha denunciado la presencia de bocas de venta
de drogas ilícitas. Ha habido refugios para niños y adolescentes en “situación
de calle” que fueron considerados “achiques” por algunos funcionarios y que
dejaron ese carácter de refugios. Nos referiremos, con el caso del hogar Posada
de Belén, a este asunto más adelante.
26
“Afectan” no se usa sólo en su sentido literal de alcanzar sino también en el
sentido de dañar, de alcanzar dañando; aunque en algunas de las páginas que
siguen se verá que el sistema que encierra a adolescentes en el marco del INAU
no los daña únicamente sino que también los protege y que, en cualquier caso,
las cosas no son tan simples ni pueden ponerse como blanco o negro: como
surge de los propios adolescentes infractores que pasan por el encierro, esta no
es la única experiencia negativa de sus vidas y a veces la cotidianidad entre las
“trancas” (centros de privación de libertad) no es peor que la que ocurre en la
calle o en la casa de origen.
27
Dicho diario fue regalado por un interno “en el INAU”, aunque seguramen-
te fuera en el INAME, ya que la Dra. Berro fue jueza hasta 2003, según reza su
reseña biográfica. La aclaración no es trivial: lo jurídico y la terminología que
del Derecho se desprende parece tener magros efectos sobre las condiciones
reales de vida de los adolescentes “engarronados” (título del libro de marras).
41

de Adolescentes Infractores). En dicho libro se hacen


fuertes denuncias de la situación que viven los adolescentes
uruguayos sometidos al sistema penal. Denuncias que tienen
gran valía porque los compiladores/comentadores de los
textos de los adolescentes infractores son actores calificados
del mismo sistema al cual denuncian.
Sin embargo, la perspectiva de nuestro trabajo y su
metodología es muy distinta a la del libro considerado, ya
que el enfoque etnográfico implica un involucramiento con
los sujetos del estudio a los efectos de aprender acerca de
sus prácticas y de la compleja relación que estas tienen con
sus discursos28. Otro punto de vista distinto al del texto
considerado es el que tiene que ver con la etnologización de
la pobreza29. Considerar a los pobres (o a los jóvenes) como
portadores de una alteridad cultural radical que determinaría
buena parte de sus prácticas nos resulta inaceptable (ver:
Fraiman y Rossal, 2009).
En este antecedente se incurre en una confusión
estigmatizante, pues se introduce una variante cultural
“descubriendo” unas supuestas tribus que no se desprenden
del material empírico presentado por los autores, quienes
plantean un caso en el cual un adolescente toma una campera

28
O podría hablarse de prácticas discursivas y no discursivas al modo de Mi-
chel Foucault. En cualquier caso, lo que el sujeto dice acerca de sus prácticas
(siempre las prácticas ocurrieron en el pasado) suele no coincidir con ellas, por
ello la etnografía las observa, poniéndolas en relación con los discursos, que,
sin embargo, tendrán efectos sobre las prácticas por venir del sujeto. Esto es,
en más o en menos, lo que se quiere decir cuando se habla de los “efectos de
realidad” del discurso de los sujetos.
29
“El sentido contestatario del estilo subcultural de los jóvenes y los sectores
marginados ha fascinado a los sociólogos por muchos años. Dichos académicos
frecuentemente idealizan y exotizan el sufrimiento que conlleva la margina-
ción” (Bourgois, 2010: 177). “Etnologización” es el término con que Bour-
dieu (1997) califica la idealización y exotización de las condiciones de pobreza
extrema.
42

“Alfa” que otros chicos habrían robado y es detenido por


llevarla puesta. El chico la habría recogido del suelo porque
“sería un idiota si no la hubiera agarrado, la campera estaba
ahí a mi alcance y era nuevita y preciosa […] Mis amigos
todos tienen camperas ‘Alfa’ y en mi casa no me la pueden
comprar. Sin la campera no soy nadie. Y no puedo salir con
los de mi barra” (Berro, Cohen y Silva: 92). A partir de
ese elemento tan endeble, los autores plantean a las tribus
urbanas como una realidad empírica, pero tal existencia no
puede deducirse de las declaraciones del adolescente y, lo
que es más complicado, caen presos en la etnologización
que planteábamos más arriba, ya que pasaría a ser razonable
cometer delitos para integrarse a esta “tribu urbana”.
En relación con el tema del cuerpo, y a pesar de que el
material presentado no siempre lo autoriza, las observaciones
vinculadas a las prácticas corporales de estos sujetos muy
vulnerables son razonables y consistentes con lo observado
por nosotros en el trabajo de campo, lo cual habla de la
experiencia de trabajo profesional de sus autores.
Es interesante observar que hay una paradójica
coincidencia entre los estudios que “avistan” a los niños y
adolescentes y los que construyen en ellos una fuerte alteridad
cultural. ¿No estarán presos ambos de una mirada exotizante
que deja al buen (o mal) salvaje aparte, ya sea por vulnerable,
ya sea por peligroso? ¿No será así como se exculpan de un
trabajo que no se destaca por obtener “buenos resultados”,
dado que en ambos estudios los investigadores son, a su
vez, interventores directos y responsables institucionales de
los fenómenos que investigan?
Siendo uno cuantitativo (Infamilia, MIDES, INAU,
2008) y el otro cualitativo (Berro, Cohen y Silva, 2008),
ambos trabajos enarbolan el discurso de los derechos del niño,
43

mientras constatan el incumplimiento de tales derechos,


¿pero quiénes son responsables de tales incumplimientos?,
¿hasta qué punto puede endilgarse al propio buen (o mal)
salvaje que sus derechos no se realicen?
Durante todo nuestro estudio estará en tensión el
problema de la voluntad y el determinismo. Es que los
derechos salvaguardarían la voluntad de niños y adolescentes
en tanto que sujetos, en el marco de condiciones estructurales
que dificultarían el desarrollo de la determinación personal.
Esto nos deja en un círculo sin salida. Los niños y los
adolescentes tienen derecho a ejercer su voluntad, pero las
condiciones extremas de violencia estructural los dejan a
merced de la violencia concreta de los particulares y el Estado
en una vida cotidiana signada por la precariedad. ¿Cómo
romper con este círculo de violencia simbólica30? ¿Cómo
aunar la protección del Estado junto a los derechos a ejercer
la participación y la propia determinación (rompiendo la
determinación estructural)31?
En las páginas que siguen también podremos apreciar
las reflexiones de educadores y técnicos del INAU
(fundamentalmente) acerca de este asunto; pero también

30
La violencia simbólica está implicada aquí en la fuerza preceptiva del discur-
so que afirma la imposibilidad de salida de los círculos de violencia estructural
y concreta que viven cotidianamente los niños y adolescentes que se ganan la
vida en el espacio público. Esta violencia simbólica también viene a exculpar a
funcionarios y técnicos del Estado: “todos los gurises de calle tienen problemas
psiquiátricos”; “están determinados por sus familias”; “con estos gurises no
podemos hacer nada”.
31
Esta tensión es la más difícil de resolver e implica al problema sustancial de
la igualdad y la libertad, o, si lo ponemos en clave de derechos, a los Derechos
Humanos de primera, segunda y tercera generación: los de primera generación
son los derechos “liberales”, logrados mediante las revoluciones burguesas; los
de segunda generación son los derechos sociales y económicos, logrados me-
diante las luchas de trabajadores y movimientos sociales; los de tercera genera-
ción son los derechos vinculados a la identidad y el reconocimiento.
44

será ocasión de ver hasta qué punto están presentes en


los propios sujetos que se encuentran vulnerados en sus
derechos.32

32
Existen otros antecedentes de relevancia sobre la seguridad y la violencia
juvenil: Paternain (2008); Palummo (2008; 2011); Morás (1992; 2010); Vis-
cardi (2006). Sobre derechos de la infancia y la adolescencia: Leopold y Pe-
dernera (2007). Sobre personas “sin techo”: Ciapessoni (2007); Ceni, Ceni y
Salas (2004). En términos comparativos son interesantes los trabajos de Julieta
Pojomovsky (2008) sobre el caso del Centro Integral de Atención a la Niñez y
la Adolescencia (CAINA) y los niños y adolescentes allí atendidos (Ciudad de
Buenos Aires).
El Centro
El Centro

El epicentro del trabajo de campo comenzó en el


kilómetro cero de Montevideo, en la propia Plaza Cagancha,
donde un conjunto variable de adolescentes y jóvenes viven
y obtienen su sustento.
En los aleros de los cines Plaza y Central, en recovecos
de la plaza y en entradas de algún edificio (entrada del
Museo Pedagógico, por ejemplo), la mayor parte de estos
adolescentes y jóvenes obtiene un abrigo más o menos
pasajero.
La población “en situación de calle” en Plaza Cagancha
es básicamente juvenil, y los adolescentes33 son más bien
esporádicos.
Los jóvenes de la plaza son, principalmente, mayores
de 18 años y menores de 30. Todos tienen o han tenido
problemas de consumo de pasta base de cocaína (PBC) y
alcohol; se emplean en “trabajos informales” y no asisten a
refugios, aunque casi todos han usado sus servicios alguna
vez; conocen en general lo que ofrece el MIDES para ellos
pero son escépticos con respecto al Estado en general34.
33
Los adolescentes son temidos por algunos mientras que la adolescencia es
añorada en sus aspectos legales: hay conciencia clara de que siendo menor de
18 años se es menos vulnerable frente a los abusos de autoridad. Volveremos a
este punto más adelante.
34
El MIDES les ofrece sacarles la Cédula de Identidad y atención odontoló-
gica, aunque en circunstancias prácticas que no les resultan aprovechables, más
allá del esfuerzo de los funcionarios de la institución. Ya veremos este aspecto
más adelante.
48

Algunos han estado sujetos al sistema penitenciario


y/o han sido atendidos por distintos programas del
INAU (Instituto Nacional del Menor –INAME– en su
momento).
En el presente capítulo podremos apreciar de modo más
cabal lo que llamamos alteridad corporal35. Seguimos en este
punto una tradición de pensamiento que prioriza lo corporal,
su sujeción, su moldeamiento, sus técnicas específicas, tal
como se ha planteado desde Marcel Mauss en adelante
(Guigou, 2000: 30). Si Bourdieu (1997) ha llamado
la atención en relación a no hacer “etnologismos”, a no
confundir la desigualdad socioeconómica con la diversidad
cultural, podemos, en las páginas que siguen, apreciar una
fortísima alteridad de estos jóvenes en cuanto al manejo del
cuerpo en relación con la cotidianidad de quienes tienen
un techo bajo el que vivir. Allí radicaría la especificidad de
la vida sin techo, estando buena parte de la vida cotidiana
regida por el problema de dónde dormir, cómo guarecerse
de las inclemencias del clima, cómo desarrollar una vida
afectiva y relaciones de pareja; sin embargo, este asunto
aparece poco en el discurso de los jóvenes sin techo36. Y sólo

35
Sobre formas también extremas de alteridad corporal, pero enfocando en
las corporalidades producidas por la desigualdad étnica norteamericana, es de
mencionar el trabajo de Bourgois y Schonberg (2009).
36
Esto nos diferencia enormemente de los estudios economicistas que desta-
can que los habitantes de los refugios, también personas sin techo, estarían por
encima de la línea de indigencia. Los atributos de los asistidos en los refugios
se reducen a unas pocas variables económicas que permiten su clasificación so-
cioeconómica (Ceni, Ceni y Salas, 2007: 26). Tal reducción sólo caricaturiza la
vida de los sujetos en la calle y nada explica de sus condiciones particulares. Es
la cotidianidad, sólo apreciable por la indagación etnográfica –o la sensibilidad
literaria– la que nos permite dar cuenta de esta alteridad radical que implica
vivir sin un hogar o quedar fuera del hogar familiar.
Vivir en un refugio, por más que pueda medirse económicamente cuánto le
cuesta al Estado cada día de un sujeto viviendo allí o que se pruebe que algunos
de los allí asistidos están por debajo o por encima de la línea de indigencia, no
49

es observable en la vida cotidiana. Si unos investigadores


apelan a una supuesta alteridad cultural y la buscan en el
discurso (estudios cualitativos) y otros se aplican a delinear
“déficits de capacidades” (Ceni, Ceni y Salas, 2007) en base
a cuestionarios y test, la etnografía nos permite apreciar el
meollo de la alteridad que provoca tener o no tener un hogar
y cómo el discurso del hogar y la familia son los que ofrecen
el recurso para rearmar discursivamente la vida familiar
escamoteada por una cotidianidad sin techo: “pariente” es la
categoría para designar al que duerme bajo el mismo alero
o en la misma vereda. Pero hay situaciones más complicadas
aún; por ejemplo, cuando un solitario adolescente o joven
pasa una noche o una mañana durmiendo al sol o a las
estrellas en el sitio donde lo ha vencido el sueño luego de
horas o días de estar emparrillado37.

protege al “refugiado” de “un poligrillo que se limpia sus championes con tu


sábana” ni evita que “tengas que cuidar todo el tiempo lo poquito que tenés”,
como nos señalaron dos de nuestros entrevistados. El poligrillo o el sujeto que
roba los championes de otro “refugiado” está también sometido a una preca-
riedad vital total (Le Blanc, 2007). Por tal razón, las condiciones de la vida
cotidiana (la calle, un centro del INAU, un refugio, etcétera) son mucho más
relevantes a la hora de determinar semejanzas y alteridades.
Un caso análogo es estudiado por Bourgois en Nueva York, con la diferencia de
que en Estados Unidos los estudios economicistas de la pobreza tienen mayores
efectos de realidad que en Uruguay. A partir de sus diagnósticos se realizan de-
ducciones en dinero en las prestaciones sociales que reciben los usuarios de re-
fugios, en función del gasto implicado en dicho uso –y del ahorro que tendrían
los “refugiados” por el hecho de acogerse en ellos (Bourdieu, 1999: 158).
37
Al igual que con el consumo de cocaína, y tal vez porque se trata de efectos
del mismo orden –insomnio, alteración nerviosa, suba de la presión arterial y
sensación de alerta y poder–, los consumidores de PBC llaman “emparrilla-
miento” al consumo de la droga continuado durante varias horas o incluso días.
No hay que olvidar que los consumidores más veteranos de PBC antes fueron
consumidores de cocaína o merca.
50

La violencia estructural hecha cuerpo


La violencia estructural se hace cuerpo. Lo pudimos
apreciar con claridad en los jóvenes sin techo que
entrevistábamos mientras se desperezaban, se afeitaban
o comían requeche. Es que la alteridad no es cultural en
el sentido tradicional de la antropología cultural(ista)
norteamericana.
Veamos una observación de campo en la que la alteridad
corporal se deriva en forma directa de la violencia estructural
implicada en la “situación de calle”:

Gerardo vive en la calle y su hermano en la vereda de


enfrente. Llegaron de Tacuarembó hace varias primaveras ya.
Físicamente muy distintos; simpáticos y amables los dos. Uno
terminó tercero de liceo y curiosea en todo lo que sea saber; el
otro apenas tercero de escuela y anda a los saltos desde que es
“menor”. Uno sigue en la calle porque cuida al otro.
El padre de ambos anda por Oceanía. Uruguayo emigrante
y laburador, dejó a su mujer y sus hijos en Tacuarembó y se fue
a ganar la vida al otro lado del mundo. También dejó al Estado
uruguayo, del cual era uno de sus soldados.
Gerardo y Pablo compartieron la adicción a la pasta base.
Hoy sólo Pablo consume y Gerardo toma una cervecita fría
para amenizar cada tarde tibia de primavera y fuma un porrito
de vez en cuando.
Cuando llegamos a la plaza nos encontramos con Marcelo en
la calle Colonia. Nos recibe con un abrazo y una gran sonrisa.
Está cuidando coches entre Rondeau y Cuareim y ya lleva
hechos cincuenta pesos: “encontré una pensión de ochenta
pesos con una ducha caliente y una buena cama”. Nos habla de
un buen baño pero su piel percudida deja traslucir varios días
sin agua y lleva hechos cincuenta pesos porque hace poco rato
51

que está con los coches: sus lagañas denuncian que recién se
ha levantado. Nos cuenta que ha vuelto a su barrio de Malvín
Norte e, incluso, que ha hablado con el Carlitos, líder de la
“Tezi”, comparsa de tambores de los muchachos del barrio:
“luego se llamó ‘A Redoblar’, ahora creo que ‘Sangre y Luto’;
era linda la época en que salían un montón de tambores…”.

El recuerdo del barrio de origen está dulcificado o es


dulcificante. Barrio y familia se encuentran en un pasado
cargado de afectos e identidad. Tenemos cosas en común
con Marcelo, conocemos su barrio, uno de nosotros jugó al
fútbol en la misma cancha que él. Caminamos las mismas
calles y nos alegramos con el mismo son de los tambores.
Tenemos, si se quiere, la misma “cultura”, pero nuestra
situación material es bien distinta: él duerme en la calle y si
bien sabe qué hacer para salir de esa situación no lo puede
conseguir; está sujeto a una adicción y a unas redes de
intercambio; viviendo en gran riesgo su cuerpo se deteriora
a un ritmo constante y creciente. Su vínculo con la “mano
izquierda del Estado” (Bourdieu, 1999) se quebró en el
primer año de liceo que no terminó y hoy es la Policía lo
más presente del Estado para él. A él sólo le ha tocado el
Estado de la modernización: maestras –en su recuerdo– y
policías, y tal vez el médico de urgencia, puesto que la salud
sólo es para cuando se está enfermo y los síntomas son
insoportables.

Ahora hay menos gente en la plaza, nos dice Marcelo. Luego


de ello pasan dos policías a los que saluda: “¿van a despertar
a la gente?”. El agente le sonríe y lo saluda con amabilidad.
“Ahora nos despiertan de mañana y de tarde”; son las cinco de
la tarde: “estos son los únicos amables de la 3ª…”.
52

La población en situación de calle es un objeto ambiguo


para los policías. Los habitantes de la calle son un problema
cotidiano con vecinos que los denuncian por problemas de
diversa índole; al mismo tiempo, son una población en la
cual pueden rápidamente indagar cuando se produce algún
hecho delictivo en la zona. Cuidarlos (en los dos sentidos,
de protegerlos y de vigilarlos) y expulsarlos son actividades
cotidianas de la Policía; en la Seccional 3ª hay policías que
maltratan a los jóvenes de la plaza y otros que los despiertan
con amabilidad.

Vamos hacia el otro lado de Rondeau. Está Gerardo con


un amigo. Comparten una cerveza negra bien fría. El amigo
estuvo en Remar, es lo primero que nos dice. Nosotros –los
antropólogos– hemos sido motivo de conversación entre
ellos. Gerardo va a terminar experto en explicar lo que hace
un antropólogo social en general y nosotros en particular: “en
resumen, vienen a estudiar para ayudar a los poligrillos38”.
El amigo nos cuenta la vida en Remar, en la “comunidad
de Pando”. Hijo también de un soldado, Beto es adicto a la
pasta base.
“Nos levantamos bien temprano y trabajamos todo el día… el
punto es que no nos dan ni un peso. Nada. Ni para comprarnos
ropa. Y estuve poco tiempo. Me fui en ‘desobediencia’; pero
quiero volver porque agarro un peso y me lo gasto en pasta
base. El viernes agarré una plata y me la gasté toda en droga.
Tengo que salir de El Pinar para poder zafar de la droga. Por
eso me vine para acá; ahora voy a ir a Remar para volver a la
comunidad, pero me quiero ir más lejos, porque Pando está
38
Poligrillo o polvorilla: “jóvenes que andan sucios, con ropas roídas, general-
mente descalzos o con algún calzado precario, con los pies macerados por las
largas caminatas que exige su subsistencia, y con el pelo con jirones empastados
por la falta de higiene. La homogeneidad del estado de sus ropas –que permite
su rápida identificación– contrasta con la variabilidad de sus discursos” (Frai-
man y Rossal, 2009).
53

muy cerca y quiero dejar todo bien lejos; irme a Paysandú


o Rivera. No tengo la plata, pero llegar, llego… Mirá cómo
será la cosa, que me iba desde El Pinar caminando hasta el
Macromercado en Carrasco. Eso le dije a Helena, la de Remar,
pero ella tiene que hablar antes con Milton, de la comunidad
de Pando, porque me fui en ‘desobediencia’…”.

Lo corporal está implicado en todo el discurso de los


sujetos. Comer el requeche, no controlar la adicción, “dar
una paliza para bien del niño”, quedar alejado física y
afectivamente de la “comunidad originaria” –barrio, familia,
amistades– para (auto)encerrarse en otra de la cual no se
sale cuando se quiere a no ser que sea en “desobediencia”.
El continuum entre violencia física y violencia simbólica
es sufrido de diferentes formas por los sujetos más allá de
las posiciones que se ocupen en relación a esa violencia:
ser el que encierra o el que es encerrado, dar la paliza o
recibirla.
Estar en la comunidad de origen regida por una relación
clara entre lo público y lo privado, donde el estatus de libertad
de los sujetos es moderno, o estar en otra comunidad en la cual
se obedece o se desobedece en relación a una normatización
del cuerpo de los sujetos: levantarse a determinado horario,
hacer determinadas tareas, estar en determinado nivel
jerárquico, cumplir con distintas ritualidades. Las tensiones
entre la comunidad religiosa configurada por Remar en
relación a una comunidad barrial como la uruguaya, cuyo
sujeto es el vecino ciudadano (Fraiman y Rossal, 2009;
2010), son evidentes. Estos jóvenes han sido educados,
de una forma u otra, en tanto que ciudadanos y no les
es fácil aceptar con mansedumbre el sometimiento a las
reglas comunitarias de Remar, amén de la desconfianza
54

que provoca el hecho de que deban trabajar y donar a la


comunidad el producto de dicho trabajo. De todos modos,
algunos aceptan que peor es la esclavitud que tienen con la
adicción y prefieren volver a la comunidad configurada por
Remar.

El muchacho nos saluda y se va a Remar a acordar su


reingreso. Antes nos había dicho que conoció a Gerardo en
Remar y que es un tipo bárbaro, siempre haciendo reír a la
gente que está deprimida. Antes de volverse a la comunidad
religiosa, pasa a visitar a su amigo de la plaza.

Pero nuevamente aparece la Policía en el relato. Minutos


antes dos policías saludaban y despertaban amablemente a
los jóvenes de la plaza, ahora otro joven nos cuenta lo que
les pasó el domingo a tempranas horas de la mañana. Los
jóvenes sin techo son clientes “fáciles” para la Policía en sus
indagaciones ante cualquier hecho policial que ocurra en
la zona, de tal suerte que sus cuerpos están a merced del
Estado cotidianamente:

Gerardo decide contarnos lo que le pasó el domingo de


mañana. “El boliche de mierda este que está a pocas cuadras…
estábamos temprano sentados al solcito y caen un montón
de milicos por todos lados y nos amarrocan39 tipo operativo,
como si fuéramos los más buscados y marchamos todos para
la 3ª.
Nos querían dar rapiña: como cinco años presos,
supuestamente alguien nos reconoció; pero nada. Yo les dije:
hagamos un careo y vas a ver que no hicimos nada. Mirá que

39
En la jerga policial (compartida con los sujetos más “vulnerables” y los suje-
tos más “peligrosos”) significa esposamiento. Ir amarrocado es ir esposado.
55

yo no pongo las manos en el fuego por la gente de acá; pero


esa noche habían estado todos durmiendo y se acababan de
despertar; nadie había salido a hacer nada. ¡Rapiña! ¿Te das
cuenta? Cinco años adentro por nada. Nos querían embagayar.
Como somos unos pichis que estamos en la calle… Pero nada,
cuando llegó el cambio de turno ahí salimos de vuelta a la
calle”.
Pablo se levanta y viene a saludarnos40. Le pide unas monedas
a su hermano; quien se justifica con nosotros de que no le
da plata aunque daría la vida por él. Gerardo nos dice que
aprendió a hacerse respetar en la calle también porque hizo
unos años de boxeo con Castro en Tacuarembó. Pablo vuelve
y le toma el pelo a su hermano mayor: “cuando se enoja se
pone loco y entrega la cola; es como el lagarto: se defiende
con la cola”. Mientras Pablo no está Gerardo nos cuenta acerca
del Chiquito (Chiquito es el menor de todos los chicos de
la plaza; a veces está con su madre, otras con su “referente”

40
Pablo dejó a los dieciocho años su ciudad natal para venir a Montevideo.
Adolescente infractor en su tierra, él y su familia entendieron que terminaría
rápidamente preso, por eso vino a Montevideo, al kilómetro cero de Uruguay.
Aquí no vive del delito y obtiene su sustento de trabajos informales como cui-
dar coches complementando su alimentación con la mendicidad en comercios
de la zona. En Tacuarembó Pablo cometía infracciones y no consumía pasta
base; en Montevideo, en cambio, tiene una fuerte adicción a la pasta base pero
obtiene el dinero que exige el consumo en su cotidianidad de trabajos informa-
les y mendicidad. Mucho dinero, según su percepción:
“[…] la cagada mía es que me enganché con la droga me enganché con la… me
tropecé con una espina y es fea, es fea, firme que es horrible, no me gusta, no
me gusta porque me estoy matando, les estoy dando plata a los… a los giles,
porque les doy platales a los giles; porque la cantidad, es como yo siempre le
digo a la gente, la cantidad de plata que hago yo, si yo no consumiera esta por-
quería, yo ya estaría en una pensión con mi hermano, y estaría bien…
—¿Y cómo se hace? Porque yo hace bastante que lo veo ahí, dale que es tarde,
en la parada viste, dándole, dándole. ¿Y vos cómo te la rebuscás?
—Mirá, yo empiezo a hacer plata recién a las ocho de la noche, recién a las
ocho de la noche yo me muevo a hacer plata, la mangueo, me voy para la calle
Paraguay a cuidar coches, o si no me voy para la esquina del casino de Maro-
ñas…”.
56

de Revuelos41 y la mayor parte del tiempo en la calle con


sus amigos) y sus cambios recientes: “El otro día tuve que
pararle el carro, me dijo: ‘los cuidacoches no caminan ni en
la calle ni en la cárcel’ y me quedé muy mal, muy caliente, le
hubiera dado una paliza… la de veces que le di mi cobija, que
lo cuidé, que lo dejé dormir conmigo cuando estaba pasando
frío. Ahora anda con uno que está haciendo cagadas y él con
este, la verdad que… está complicada su vida; lo entiendo,
pobrecito, pero era para darle una buena paliza, es lo que le
está faltando”42.
Antes de llegar a hablar de Chiquito, le preguntamos por el
Conejo, cuidacoches del otro lado de la plaza, y nos dijo que
en otro tiempo tuvo problemas con él, que tuvo que darle
algún “correctivo” para que no se hiciera el vivo. Pero nos dice
que el otro muchacho es uno de esos tipos que no se saben
defender y que él no le daría más que un “correctivo”, que no
se abusaría de quien no se sabe defender.
Gerardo tiene la moralidad de la academia de box43, donde
el abuso no es admitido y la situación de combate implica el
respeto por los contendientes, incluso aunque haya problemas
entre ellos.
Vuelve Pablo de su vuelta. Trae frutas y “requeche” de
sándwiches. Los dos hermanos nos ofrecen de su merienda.
“Mirá que no es de la volqueta, eh”, nos dice Pablo, y Gerardo
nos enseña entre risas cómo se come el “requeche”: junta entre
sus manos los recortes de bordes de sándwiches que saca de la
bolsa y lo come sin problemas: “se come bien el requeche”.

41
Proyecto que atiende a niños y adolescentes en situación de calle “extrema”,
gestionado por Gurises Unidos e INAU.
42
La sabiduría de Gerardo es elocuente. Pocos meses después entrevistamos al
Chiquito en Desafío, una “tranca” del INAU en la que cayó detenido por haber
cometido una rapiña en compañía de sus amigos de la calle.
43
Ver Wacquant (2006).
57

Cuerpo, abuso y moralidades


La sexualidad se realiza en técnicas corporales y buena
parte de los cuidados y embellecimiento del cuerpo ocurren
en función de ello. Aquella tarde nos encontramos con los
jóvenes de la plaza afeitándose con una vieja Afeitabic;
algunos hablaban de quedar más jóvenes (no ser mayor
de edad parece ser algo ventajoso en este contexto), otros
de quedar más prolijos; todos de mujeres. La sexualidad,
el cuidado corporal y la vida en una situación extrema se
despliegan en la observación que sigue:

Cuando llegamos a la esquina, a eso de las cuatro de la


tarde, nos encontramos al Chino sentado en la calle, junto
a dos parientes44, rasurándose la barba con una afeitadora
descartable. Dani recién se está despertando, mientras el Oso
está pronto a echarse una siesta o, quién sabe, dormir a “pata
ancha”. Una y otra vez, con gran meticulosidad, el Chino
atraviesa su cara con la afeitadora y la ayuda de un espejito
roto que perteneció, alguna vez, a una cajita de cosméticos.
Mientras conversa con todos y se afeita, la charla, quizás por
la coquetería implícita en el aseo de la barba, trata de mujeres.
El Chino, quien vivió algunos años fuera del país, ensaya la
44
Los jóvenes se llaman de pariente. Pero no siempre hay tal parentesco. Los
lazos de familia son los legítimos en Uruguay. A lo largo del trabajo veremos
el concepto de mama para designar a una mujer que ha cumplido con la pro-
tección y auxilio de un niño que fue echado a los seis años de su casa y que
habla de hermanos y cuñados para designar al grupo de hijos de esa, para el
–informalmente– adoptado, mama, madre para sus hermanos adoptivos. La
relevancia del parentesco no ha sido adecuadamente estudiada para el caso uru-
guayo, y su estudio no puede dilatarse. Desde el punto de vista criminológico,
la familia es el tipo de grupo social más eficaz para el delito; no hemos visto
verdaderas bandas, ni mucho menos tribus, pero sí, sin duda, familias dedicadas
a todo tipo de actividades de provisión que se alejan de lo formal y que muchas
veces hasta asumen una identidad delictiva. Cuando encontramos algo, tal vez,
parecido a una banda, resulta que los muchachos que la integran se tratan entre
ellos de pariente.
58

comparación: –en Buenos Aires, sólo te tenés que parar en


una esquina, “uruguayo, vení, vamos a salir”, y ahí nomás ya
está el asunto; y, ojo, están buenísimas”–. De ahí en más, solo
se hablará de “minas” y “levantes”.
El Oso y Dani son del mismo barrio. Pero uno y otro
responden a trayectorias adolescentes bien distintas. El primero
salió una y otra vez de los centros de detención del INAU,
cometió una serie de hurtos y arrebatos –al menos esa es su
versión–, y es el más parco del trío. Lo vimos varias veces, y él
nos ubica bien. Nos hemos saludado toda vez que visitamos
la esquina y por minutos se ha sumado a nuestras charlas.
Sin embargo, su actitud, hasta hoy, siempre fue reservada, de
cierta desconfianza. Dani, por el contrario, ha participado de
la “mano izquierda” del INAU, conoce muchos de sus centros
y su oferta de “talleres”. Le han quedado –según dice– algunos
amigos entre los técnicos y funcionarios del INAU y las ONG
que gestionan la mayoría de los centros a los que alude. Su
actitud es inversa a la del Oso; acaba de conocernos y aun
despertándose, se muestra animado al diálogo. Dani está muy
flaco y apenas pasa los 20 años. Lleva una camisa sucia, que
arregla rápidamente al levantarse. La acomoda a su cuerpo
e intenta disimular sus arrugas y pliegues, vestigios de vivir
durmiendo con ella. Dani muestra interés por los cuidados
corporales. Él, como todos los entrevistados, reconoce el
deterioro al que conduce el consumo abusivo de pasta base.
Sin embargo, los más jóvenes como Dani parecen ser los más
indisciplinados con la “pasta”, que, más temprano que tarde,
ajusta las cuentas con el cuerpo.
No hay que perder de vista que vivir en la calle –alimentarse
de sobras de contenedores, someterse a las inclemencias del
tiempo, carecer de cuidados médicos y vivir en ambientes poco
higiénicos– doblegaría el cuerpo de cualquiera. Con los años
algunos logran ponerse “fuertes” administrando los períodos
de abstinencia a las drogas (alcohol y PBC, fundamentalmente),
pero también con una ingesta más disciplinada de comidas. En
algunas entrevistas nos comentaron que con la edad la fisura se
59

maneja de otro modo: el cuerpo no aguanta noches sin dormir


ni comer. Por eso se ven algunos muchachos “fuertes”, aunque
todos ellos, por los años de consumo de PBC y las condiciones
de higiene de la calle, han perdido los dientes. Dani, en cambio,
aún los conserva. Lleva el pelo arreglado, aunque notoriamente
sucio, largo en la nuca y corto en los lados, con flequillo en la
frente. La afeitadora es suya, lo que demuestra que es alguien
que aún se preocupa por su apariencia. Se la prestó al Chino,
a quien le pide que la devuelva de una vez. El Oso, su vecino
de barrio, no está interesado en la afeitadora, la pide casi como
un juego, y el Chino se la niega, por haberlo tenaceado45 con
una frazada.
El Oso es un muchacho de 27 años; se lo ve fuerte pero
con marcas de deterioro más profundas que las que insinúan
los cuerpos del Chino y Dani. Ha perdido los incisivos y los
caninos superiores, no se preocupa por su pelo y lleva una
barba de varios días. Sin embargo, podría propinarles una
paliza a sus dos parientes sin mucho esfuerzo. El Oso tiene otra
historia; cuando habló del maltrato que recibía a diario en los
centros para adolescentes infractores, contó de un funcionario
que cantaba la canción “Me late” con otra letra: “él cantaba
‘Me late, me late, me late el corazón, pegarle a los menores es
mi pasión’, y ahí nomás nos daba, pero ojo, nosotros no nos
quedábamos atrás, yo mismo le rompí una silla en la cabeza”.

Es interesante comprobar que mientras que para uno


de los jóvenes entrevistados el INAU tiene educadores,
sujetos de la comprensión (y, tal vez, de la complicidad),
para el otro tiene funcionarios, sujetos del Estado (y, tal
vez, del abuso). Pero complicidad y abuso son inversos y
complementarios, llegando a configurar en el INAU una
suerte de esquizofrenia institucional que lejos de facilitar
trayectorias de emancipación en los niños y adolescentes

45
Retaceado. Actuado de modo egoísta.
60

bajo su cuidado, lo que produce son verdaderos sujetos del


Estado. Son “cuidados” por un Estado que los incluye para
después volverlos a expulsar, en una dialéctica que comienza
cuando son muy chicos, en la niñez, y continúa en la etapa
adulta.

En tal sentido también es paradigmática la trayectoria


del Colo:
Colo: —[…] El Estado, de última, a mí me ayudó; me
ayudó y después me pegó un boleo en el culo.
E: —¿Te ayudó cómo?
Colo: —Me ayudó con el Plan de Emergencia. De
última me sirvió para entonar un poco la cabeza, ¿viste? Y
me anoté en Trabajo por Uruguay.
E: —¿Y cómo fue esa experiencia?
Colo: —La verdad que estuvo de más porque… Pero se
terminó eso y ¿qué hay después?
E: —¿Cuánto tiempo estuviste ahí en ese programa?
Colo: —En el programa estuve nueve meses en el
Trabajo por Uruguay. Y el Plan de Emergencia se cobró
por dos años.

Pero antes de ser asistido por el Plan de Emergencia,


el Colo había estado bajo la protección del Estado en su
ciudad natal, en el interior del país. Y no había sido una
mala experiencia para él. Su madre murió cuando era un
61

niño chico y terminó en el hogar de amparo de su ciudad.


Al morir su padre, decidió fugarse46.
E: —[…] Y nos decías del INAU que fue muy bueno.
Colo: —Ah, sí, sí. Entré a los catorce años por problemas
de familia. Entré, trabajábamos ahí, nos daban comida,
nos daban permisos gratis para entrar a cualquier lado, a
cualquier espectáculo público. Algún baile, después de cierta
edad, a la matiné también íbamos de pendejos. Después de
mayores, de 15 años podíamos ir…
E: —¿En Mercedes mismo era?
Colo: —En Mercedes mismo.
E: —Ah, es precioso […]
Colo: —Ah, ¿conocés? Para el lado de la cancha de
Independiente, allá está el INAU. Ahí viste nosotros
íbamos, la fiesta de la primavera de Dolores. Hacíamos
campamento. Según cómo te iba todo el año en la escuela.
Si pasabas con buena nota o algo, juntábamos todo y si salías
con buena nota de la escuela, pasaban de clase, y hacíamos
campamento. Nos íbamos para Kiyú, nos veníamos para acá
para Montevideo, nos íbamos a Rocha, no me acuerdo…
¿Laguna Negra puede ser?

El Colo no ha estado preso, como otros de los jóvenes


entrevistados que viven en la calle, pero aclara que no se
puede “escupir para arriba”, en relación a las precariedades
de su situación de vida y sus consumos abusivos de PBC.
Pero el Oso sí; desde que es muy chiquito su relación con el

46
Para el Colo, su salida del INAU fue una “fuga” que terminó en Montevideo.
Hoy día, entre los equipos técnicos del INAU, “salida no acordada” es la forma
de designar situaciones como la del Colo.
62

encierro y la violencia física es cotidiana y, como bien señala


Míguez (2008), no tener un gran “autocontrol” en el manejo
de la violencia física no debe leerse “etnocéntricamente”,
siempre como un defecto; por el contrario, la predisposición
a usar la violencia física puede comportar un “capital” a
utilizar cotidianamente.

El Oso hoy tiene ganas de hablar, y ante la mirada atónita


del Chino confiesa su levante –“con la Pequi ando yo, de hace
unos días”–. La reacción del Chino es inmediata –“¿Cuándo
estuviste? Mentira, ¿qué decís?”–. Hasta ese momento el Chino
era el que manejaba la conversación, contando anécdotas de
todos los colores y tiempos. A él le gustan las mujeres y se
aplica al “levante”, ha “estado” con varias que pernoctan en la
esquina, pero también con algunas que los visitan, “que van
y vienen”. Entre ellas hay una chica con notoria discapacidad
mental que suele frecuentarlos.
Una curiosidad ansiosa, como la de los amigos de oficina
que se enteran de que uno de sus compañeros salió con la
chica deseada por todos, orienta las actitudes y preguntas del
Chino, pero también denuncia algo más: ¿cómo es posible
que ninguno de los parientes se haya enterado?, ¿cómo se
consigue intimidad en la calle?, ¿en qué horarios se tiene sexo?
¿Cómo pensarlo con nuestras ideas de sutileza, obscenidad,
intimidad y privacidad?
Realmente cuesta comprender cómo es que, compartiendo
pocos metros de la esquina, donde apilan para descansar, uno
tras otro, sus cuerpos, nadie note la ocurrencia de prácticas
sexuales. Para los que tienen un techo, los asuntos sexuales
suelen considerarse “asuntos de alcoba”. Es en la sacralizada
arquitectura del “cuarto-dormitorio” donde la intimidad se
desarrolla, a puertas cerradas, y suele ser la “cama matrimonial”
el lugar donde la sexualidad adquiere su condición de asunto
privadísimo.
63

La cama en la calle es, en el mejor de los casos, algún colchón


viejo y percudido; para la mayoría, en cambio, no es más que
un cartón y un par de frazadas sucias. Las relaciones sexuales se
mantienen en ese ámbito, cubiertos por las mantas, apiñados.
“Seguro que vos sólo dormiste con la Pequi por el frío, se
juntaron para dormir”, acusó el Chino, y el desafío es fundado.
Puede vérselos en los días más fríos, juntos, apretándose uno
al otro para abrigarse. Algunos eligen una disposición cruzada,
típica de hermanitos que para no pelear colocan sus pies
donde el otro la cabeza. Otros se reparan haciendo coincidir
pies y cabeza. Las parejas heterosexuales suelen dormir de este
modo, haciendo –como se dice popularmente– “cucharita”,
pero también encontramos jóvenes varones que practican esta
técnica corporal.
La homosexualidad no es tabú, pero aunque en distintas
entrevistas se hable del gusto por los travestis o de las prácticas
homosexuales en las cárceles, jamás nos han comentado la
existencia de parejas homosexuales. Parece no haberlas, como
tampoco parecen constituirse parejas heterosexuales viviendo
en la calle. Amantes eventuales y amigas –que son también
“parientes”– que los visitan, sí. Pero las parejas heterosexuales
que encontramos son parejas que preceden la situación de calle.
Para tratar de comprender la sexualidad de la esquina hay que
aceptar que es sórdida y sutil simultáneamente. Es necesario
comprender la sordidez de vivir en la calle bajo sus condiciones
sanitarias y sus particulares formas de intimidad; también
comprender la sexualidad sutil que debe desplegarse para
que ni siquiera sea notada por los parientes. No obstante, los
comerciantes de la zona entrevistados suelen denunciar que los
muchachos de la esquina “se drogan y hasta tienen sexo” 47.

47
Denuncia recurrente de los vecinos y comerciantes es la que alude a la obs-
cenidad de esta falta de privacidad de la vida en la calle: “tienen relaciones en la
calle; hay una chica y se la van pasando entre todos”. No obstante, nadie dice
haberlo visto. Por otra parte, salir con homosexuales a cambio de dinero es una
forma de prostitución admitida en sectores sociales de pobreza extrema, como
es atestiguado en Berro, Cohen y Silva (2008).
64

El Colo tiene mellizos. Desde que vino del interior


alterna entre la calle y los refugios. Sus hijos son producto
de la sexualidad en la calle. Conoció a una mujer mayor
que él a la salida de un baile, tuvieron sexo y la embarazó.
Apareció por la plaza varios meses después, embarazada a
término. Ella es hija de un policía y él es un muchacho que
vive en la calle. Ella vive en el Cerro y la relación que tiene
con él es la de madre de sus hijos: él los visita, les compra
alguna cosa y los lleva a ver a Cerro o a Peñarol al estadio. Ve
a sus hijos cuando “está bien”, los domingos que amanece
sin demasiada resaca. El Colo es adicto a la PBC y al alcohol
y reconoce que con el alcohol es complicado: puede ponerse
violento y ya ha tenido problemas con su “suegro” alguno
de los domingos en que ha ido a buscar a sus hijos.
Otros chicos de la calle, niños y adolescentes, nos han
hablado de los “violines”48, y una niña de doce años fue
embarazada por un joven mucho mayor que ella que ahora
está preso en el COMCAR. En la sexualidad en situación
de calle el abuso está muy presente y la alteridad corporal
con la situación de quien tiene hogar es muy grande. En las
cárceles también existiría una sexualidad basada en el abuso
y no en el consentimiento (Míguez, 2008), y muchas veces
hay una continuidad entre la calle y la cárcel.
El Conejo también tiene un niño. Al igual que el Colo es
más solitario que otros y su adicción es pública, al igual que
su bonhomía: “hablen con el Conejo, él les va a decir cómo
se hace para terminar drogadicto y viviendo en la calle,
proviniendo de una buena familia y siendo un muy buen
muchacho”, nos dijo en una de nuestras primeras salidas de
campo un portero veterano de la plaza.

48
Violadores. Para el caso, abusadores sexuales que aprovechan la vulnerabili-
dad extrema de niños y adolescentes que viven en la calle.
65

Al Conejo lo contactamos cuando estaba cuidando


coches y le pedimos unos minutos para entrevistarlo; por el
ruido de la plaza nos fuimos a la coqueta cafetería Bonafide
y nadie nos miró raro, ya que fuera del olor de los gastados
championes del muchacho, nada hacía presumir en él que se
tratara de un adicto a la PBC que vive en la calle. Veamos la
descripción que hace de su llegada a la adicción y a la calle:

E: —Eso fue lo que me pasó, de verdad. No sé cómo


decirlo. Yo estaba muy solo y quien apareció y se hizo
cargo de mí fue mi abuela. Ojo que yo crecí con el viaje
de la discriminación. Mi viejo hizo una nueva familia. Y
las madrastras viste cómo son, todo para los hijos de ellas.
Yo siempre aislado y mi abuela como que me acobijó,
pero siempre como enseñándome. La verdad es que me
arrepiento, loco. Arranqué con la merca y no seguí con la
merca. La merca no te abicha como te abicha la pasta base.
Yo al principio no quería probarla.
P: —¿Cuándo empezaste con la merca?
E: —Es como una cadena. Empezás con el fasito de
marihuana y después aparece la merca, te gusta porque es
rica. Y luego cuando apareció este viaje de la pasta…. Es más
barata. Tres o cuatro días consumiendo y llega un momento
en que la necesitás. Al ser todo químico se te mete como en
la sangre. Te encajás la pitada esa larga, famosa, viste.
P: —¿Conocés gente que la maneje?
E: —¿Cómo que la maneje?
P: —Que controle a la pasta como a la merca, que
consuma de vez en cuando, no siempre.
66

E: —Por el punto en que estoy, he conocido gente


grosa, porque tienen plata para drogarse lo que quieran y
lo hacen tan normal que vos decís: hay gente que puede.
La consume la gente más baja, pero obvio que la consumen
todos. Entre los más grandes también. Con jodas y todo.
Yo la miro de afuera pero he conocido gente así, que no te
la voy a nombrar pero la he conocido.
P: —No importan los nombres.
E: —Con el Ruso nomás, que anda con la cumbia villera,
tengo buena onda con el loco. Yo cuidaba coches, y había
un recital y él me decía “no consumas pasta. Si lo hacés,
todo mal: consumí merca”.
P: —Es difícil conseguir plata todos los días para la
merca.
E: —Te digo la verdad. Ya llegó un momento que
stop, gracias, no quiero más. Ya estoy asqueado de la calle,
asqueado de la vida, porque esto así no es vida. No me
cojo una mina, ¿entendés? Tengo 27 años, tengo un cacho
todavía, ¿qué voy a esperar? ¿A que un día te dormís en la
lleca y viste eso de la hipotermia? Un día te dormís y no te
despertás más. ¿Qué voy a esperar? ¿Que por esta mierda
me venga un paro cardíaco o tenga comidos los pulmones?
¿Voy a esperar una enfermedad? Ahí no te escapás. Pero
igual sigo en la misma rosca. Y además ando solo.
P: —Nosotros hemos visto dos tipos de gente. Aquellos
que verdaderamente están solos, que no los ves con nadie,
pero también, a veces hay una cantidad de gurises en la
vuelta de los cines.
E: —Lo que pasa es que vienen al Centro y hay maneras
fáciles de hacer dinero. Tenés para cuidar coches, tenés para
67

afanar, para mangar, para hacer cualquiera49, y te gusta...


Pero están los milicos, está lleno de botones en la vuelta.
Te controlan, tienen todo manyado50. Podés mandarte una,
dos o tres, pero tarde o temprano te agarran. Estás con un
pibe y le dicen “señor fulano de tal” y lo llevan esposado,
porque los tipos saben. Te vienen con el plantel de perros,
con el GEO, los de la Jefatura... Si te agarran con poco, te
dicen “aquí el consumo está permitido, no pasa nada”. Pero
si te agarran con algo más, la quedás. Te dicen: “mientras
no te metas en el territorio nuestro está todo bien, pero
si no, la quedás”. Yo no tuve problemas con la ley. Ahora,
si te ven con una pipa chau, los botones son los que más
odian. Te dicen: “¿Así que te gusta eso? No quiero verte
más por acá”. Porque se guían mucho por ese concepto que
te meten en la tele.
Hay una señora que está con el tema de las Madres de
la Plaza, creo que es la presidenta. La loca está tratando de
sacar la pasta base de acá y el hijo de ella le da y le da. Es
salado. Si se pudiera sacar la pasta, pero no se puede. Yo le
doy y le doy a la marihuana, tengo la cabeza media loca, y a
veces también le doy a la pasta. Estaría bueno poder un día
volver a casa, pero no como siempre, para dar lástima. Que
te pregunten qué estás haciendo y te digan “¿seguís allá?”.
Y vos decís: “no, cambié de vida, estoy laburando”, porque
cuidar coches no es una deshonra y además hacés dinero.
Aunque yo aspiro un poquito más. Tenía un lindo laburo y
un día le digo al loco “mi familia me va a internar para que
me haga un tratamiento, necesito tanta plata”. Y el dueño
dice que me van a liquidar todo lo que me deben y que
cuando esté mejor vuelva. Y en tres días me gasté las doce

49
Afanar es robar, mangar es pedir limosna y hacer cualquiera es tener prácticas
descontroladas en relación al orden social, sea formal o informal.
50
Saben todo lo que ocurre.
68

mil lucas. Y no me compré ni un calzoncillo. Mi familia me


ayudó, no puedo decir nada. Por suerte no maté a mi vieja
de un disgusto. Hace cinco años que me fui de casa, anduve
por el barrio de un lado a otro. Ahora hace cuatro que estoy
instalado en el centro. Aquí en la plaza. Es un lindo punto.
Mucha circulación de gente. Conocés gente de todos lados.
Yo tengo buena llegada con empresarios, con jugadores de
fútbol. Tengo buena llegada. Soy respetuoso.
P: —Y no te ofrecen laburo…
E: —Sí, tuve oportunidades. Estuve laburando en el cine
Plaza, encaré bien de bien. No llegaba tarde, pero después
empiezan que la apariencia, que fuma, que lo que dicen
de vos, que parece que quieren aislarte, o esto o lo otro.
Quedó todo bien pero vos te vas dando cuenta y empezás
a abrirte.
P—Tuviste otro laburo.
E—Sí, antes tuve uno normal. Descansaba los fines de
semana y me iba por ahí. Tenía a mi novia. Comía asados
algunos domingos con mi familia. Iba al fútbol. Yo soy
fanático de Nacional y me fui a Argentina, a Brasil: no me
perdía un partido. Pero después dejé, no fui más. Desde los
doce hasta los veinte fui a la cancha, a todos los partidos.
Y me saqué fotos con jugadores. Laburaba y mi abuela me
decía que mi platita era para mí.51 Me vestía bien, iba a los
boliches. Gente que me conoce dice “¿pero qué te pasó?”.

51
En los intercambios de dones entre generaciones vemos un punto importan-
te en el cual la necesidad de provisión económica y la moralidad se relacionan.
El adulto responsable, en este caso la abuela, le dice que su platita es para él,
mientras que en otros casos la plata es para la familia o el adulto responsable,
en general la madre a cargo. Podríamos decir que este muchacho está dentro de
los límites de la moralidad de clases trabajadoras y se diferencia de los sectores
marginalizados en los que los hijos deben contribuir muy tempranamente con
el hogar desde el punto de vista económico; otro marcador lo ofrece el tener
69

P: —¿Y cómo te enganchaste?


E: —De mambo. Un día estaba con un amigo que me
enganchó, pero no mal, lo que pasa es que me enrosco
enseguida. Me dijo “yo lo tomo por la nariz, probá”, y yo
no quería pero me enganché. Algunos se enroscan más
que otros. Con él somos amigos pero yo seguí enroscado.
También hay muchos que te enganchan para que sigas. Plata
que hacés va para ahí. Saben cómo es y juegan con la cabeza
de uno. Mis amigos no, por suerte zafaron a full.
P: —Te enganchaste con esto y dejaste el laburo.
E: —Todo fue paralelo. Estuve en mi casa dos años
consumiendo pasta base pero no marcando. La llevaba
bien. Fumaba cada tanto. Hasta que en un momento me
quemó la cabeza, hice cualquier macana, giladas, viste. Un
día, allá en mi barrio, a las nueve de la mañana, subido en
una columna cortando el cobre de los cables de luz. Me
agarraron los botones y no fui en cana porque era del barrio
y no tenía ningún antecedente ni anotaciones. Me estaba
juntando con gente que estaba en esa y dije no. Me aislé y
me fui de mi casa, porque sabía que después no la iba a ver
de afuera.
P: —¿Estudiaste?
E: —Hasta tercero de secundaria. Quise encarar cuarto
pero me costó un poco. Iba al liceo de Piedras Blancas, en
calle Matilde Pacheco me parece. Mi abuelo murió hace un
año, de demencia senil. El que iba a ir con mi abuela era yo.
Pero fue mi prima con el novio. Son de la planta. Mi abuela
dice que la casa va a ser para mí, pero yo no quiero. Tengo
miles de conocidos, pero soy de andar solo. En la calle si

terminado el tercer año de la enseñanza secundaria, excepcional en sectores de


pobreza extrema.
70

andás solo evitás entredichos. Te hacés el pelotudo. Porque


a veces por cualquier cosa se agarran a los piñazos. Y es
gente que está en la misma.

(Des)amparo estatal, estigma y adicciones


Hasta este punto, detectamos dos continuidades, dos
círculos perversos que el Estado promovería: (i) INAU
(por amparo) – niños y adolescentes en calle – INAU (por
infracción penal) – situación de calle; y (ii) delincuentes
amateur adictos (poligrillos) – situación de calle – cárcel –
situación de calle. Hay casos de adictos a la PBC que están
en la calle porque no les ha quedado otro lugar para estar;
de todos modos, en esos casos el riesgo de cometer un delito
también aumenta, como nos cuenta el propio entrevistado.
Si en el caso uruguayo se verificase lo que ocurre en
Argentina (Míguez, 2008), esta población de ladrones
de poca monta, adictos y sucios52 ocuparía lo más bajo en
la jerarquía carcelaria y, por ende, no merecería ningún
respeto de los pesados del penal, los verdaderos delincuentes.
Esto tiene efectos inmediatos en la corporalidad de dichos
sujetos. Algo así pudimos apreciar en lo que uno de
nuestros entrevistados nos decía en relación a un recién
liberado que le “tiraba las rejas encima”: “qué se cree este,
que porque estuvo preso me va a venir a llevar de prepo, este

52
“Sucio” es una categoría propia que refiere al poligrillo que vive en la calle.
Vimos cómo el antiguo delincuente que estuvo preso en Argentina se refería
como sucio al otro cuidacoches que vivía en la calle: “yo no soy un sucio como
este, yo vivo en mi casa con mi mujer; me drogo sí, pero en mi casa, no como
este sucio”. El policía que le dice a este muchacho: “vas a terminar limpiando
en la cárcel, como mujer”, le habla al pequeño ladronzuelo que no tendría una
suerte muy distinta de esa que el policía le advierte.
71

busca las pintas53, en la cárcel no aguantaba, no era nadie”


a diferencia de un cuidacoches compañero de él que “es
ladrón de verdad, que estuvo preso en Devoto54 por robar
en serio”. Una moralidad está puesta en juego: la que opone
–estableciendo la jerarquía– el ladrón en serio y el “sucio”,
el “poligrillo”, el que “revuelca una vieja”.
Estas alteridades se conforman en función de políticas
estatales: el ladronzuelo que va preso por una gilada pasa
unos meses en el COMCAR, vive una vida horrenda en la
que es el último orejón del tarro en la escala jerárquica de la
cárcel y sale de ese infierno sin lugar ni documentos55. Lejos
de establecer programas que consideren a estos sujetos
precarios que cometen delitos precarios, las políticas estatales
alimentan una máquina que criminaliza por poco tiempo a
personas que quedan libradas a su circunstancia particular a
la salida en libertad. El que está varios años preso tiene más
chances de que algún programa de rehabilitación estatal lo
contemple; en cambio, estos jóvenes que “hacen giladas”
realimentan un sistema perverso de destrucción continua:
la calle, la comisaría, la adicción, los pequeños delitos y
la cárcel, y no se corta el ciclo de esta precariedad cuyo

53
Antigua expresión de barrio rioplatense que refiere a sujetos que alardean de
una guapeza falsa aprovechándose de personas incapaces de lidiar con la violen-
cia física. Buscar las pintas es elegir rivales que se van a ir al mazo, otra antigua
expresión coloquial que proviene de los envites de juego de naipes (el truco en
especial) en los cuales rechazar el envite implica irse al mazo de cartas; la pinta
es el aspecto físico.
54
Cárcel federal de la República Argentina situada en la Ciudad de Buenos
Aires.
55
Nos pareció expresivo de una suerte de maldad de Estado el hecho de que no
les den la cédula de identidad a los recién liberados, que la tienen que ir a buscar
después y a veces ni siquiera aparece. Después será el propio Estado el que les
dará el “beneficio” del documento por parte del MIDES a través del PAST.
72

riesgo es cada vez mayor para el propio sujeto56. Ocurre


la paradoja de que el “sujeto peligroso” está delineado en
el más precario de los sujetos: el poligrillo que vive en la
calle y revuelca una vieja o pide de vivo. En este contexto,
el Estado no ahorra y sí provee a estos sujetos un castigo
corporal cotidiano, exigiéndoles, al momento de ofrecerles
una “rehabilitación”, su “voluntad”.
Desde los programas del INAU57, donde la situación es
moralmente discutible (exige “voluntad” a niños), hasta los
refugios para población de calle exigen la “voluntad” para
rehabilitarse, especialmente en lo que tiene que ver con las
drogas. Entre tanto, serán los cuerpos de los sujetos los que
serán castigados y sus “voluntades” seguirán demostrando,
como reza la ideología de la voluntad, que no tienen ese don
que les permitiría otra suerte y que, por tanto, no merecen
otra suerte que la que tienen.
Otro concepto moral que circula en la calle es la
solidaridad. La solidaridad práctica y cotidiana. No ser

56
El dispositivo del Centro Nacional de Rehabilitación era expresivo de lo que
decimos. Para tener posibilidad de ingresar a él el recluso debía estar procesado
por un delito importante que implicase años de penitenciaría, al tiempo que
tener una familia dispuesta a colaborar en el proceso de su rehabilitación.
57
Curiosamente, el “frente discursivo” configurado a partir de la Convención
de Derechos del Niño demandaría tal exigencia. Si es consensual que deba exi-
gírseles a los sujetos adultos el concurso de su voluntad para la toma de decisio-
nes sobre sus destinos, en cuanto a los niños el paradigma “tutelar” propio de la
doctrina de la “situación irregular” obligaba al Estado en mayor medida que la
actual doctrina de la “protección integral”, que también obliga a sus “familias”
y “comunidad”, restando “tutela” al Estado. Aunque en cuanto a la moralidad
dominante el paradigma “tutelar” sigue interpelando incluso a agentes estatales
para los cuales un niño en la calle es intolerable y su “voluntad” poco tiene que
ver con lo admisible de tal “situación de riesgo”. No está de más decir que así
piensa la enorme mayoría de los vecinos que tratan con estos niños; aunque
los Derechos del Niño no son algo que pueda ponerse en cuestión, pues son
presentados como un avance civilizatorio propio del desarrollo de los Derechos
Humanos, no sujeto por tanto a la opinión de los ciudadanos.
73

solidario en la calle es sinónimo de soledad y estar solo en


la calle aumenta la precariedad.
El Colo está solo y desconfía de quienes viven del otro
lado de la plaza. Se conocen todos en la zona, pero no todos
son solidarios y los correctivos son corporales, la condena
moral es una condena física que se paga en el acto. Pelearse
es habitual y el consumo abusivo de alcohol y PBC no
contribuye a una sociabilidad exenta de violencia: ganar un
espacio no es metafórico, es ganar el lugar donde poner los
huesos para dormir, para cuidar coches y hacer la moneda,
y también para tener sexo y calor.

Comparar la actitud del Chino con la de nuestros


hipotéticos oficinistas no fue un capricho. En la esquina, los
actos solidarios se observan a cada rato: compartir la comida,
prestarse objetos, incluso, en menos ocasiones, darse “una
moneda”. Los muchachos reciben visitas de parientes que ya
no viven ahí. Algunos fueron reclutados por Remar, otros han
conseguido un trabajo y con él un hogar nuevo. Todos se han
“rescatado” y no consumen más pasta base, pero de vez en
cuando pasan a ver cómo andan los amigos, se toman unas
cervezas y charlan animadamente. Si se tratara de un grupo
de amigos varones de clase media, cada uno de ellos conocería
con detalle las “conquistas” sexuales del otro. Los amigos
de las “barras” de los barrios de clases medias y populares
se desafían, burlan y celebran entre sí respecto a este tema.
La conversación que sosteníamos con los muchachos no se
distingue de la de cualquier barra de jóvenes. Las chanzas;
el desafío lanzado por el Chino al dudar del acto confesado
por el Oso y proclamar así su superioridad; las alusiones a
las veces en que se compartió la misma mujer. Ni que hablar
de los comentarios típicos sobre este compartir: Sí –aclaró
simulando seriedad el Chino–, la Pequi andaba conmigo, pero
ahora que sé que anda con este, con razón la vi tan arruinada.
74

Claro –contestó con ironía uno de nosotros–, vos estuviste con


ella hace unos días, este la tocó y la arruinó. La broma, por la
cual todos reímos, contiene algo de verdad trágica. Vivir en la
calle es peligroso. De un día a otro, uno puede observar cómo
una chica amanece golpeada, con un ojo negro, cortes en los
brazos y el labio partido.

La contingencia radical es efecto concreto de la


precariedad. Lo contrario de la seguridad social es la
precariedad total (Le Blanc, 2007) e implica la vida en
riesgo. Pero esto no puede universalizarse. Efectivamente
existe una precariedad ontológica que nos implica a todos
en tanto que seres conscientes de nuestra fragilidad, pero
allí aparece una –aparente– paradoja: quienes fueran más
conscientes del riesgo serían menos precarios. Podría decirse,
siguiendo este razonamiento, que a mayor precariedad
social menor precariedad ontológica. Pero tampoco esto
parece ser cierto:

En aquella ocasión, Cata nos dijo que la golpearon a la


salida de un baile para robarle la campera. Pero quién sabe
cómo ocurrieron las cosas. Lo cierto es que de una tarde a otra
las probabilidades de sufrir algún tipo de desgracia son altas:
puede tratarse de represalias de las bocas por deudas impagas,
de las consecuencias del consumo abusivo de pasta base, de las
peleas entre ellos, de la represión policial o de las represalias
tras un atraco fallido, de violaciones, de episodios psicóticos,
o una combinación de cualquiera de ellos.

Y hay conciencia de estos riesgos. Si un rasgo de juventud


es una cierta experimentación con el riesgo, estos jóvenes
rápidamente se vuelven adultos, aunque en unas condiciones
que parecen llevarlos a la precariedad de la vejez: de la
75

precariedad juvenil (necesariamente social) a la ontológica


precariedad de la vejez (conciencia específicamente humana
de la muerte), a la conciencia del riesgo, a la enfermedad,
a una corporalidad que día y noche recuerda la fragilidad
ontológica de la humanidad, presente en cada conciencia.

El Chino sigue rasurándose una y otra vez, anima la charla


que ya lleva casi una hora, mientras comprueba con su espejito
que no queda un rastro de barba en su cara. Se lo nota
especialmente contento hoy. Finalmente, termina su trabajo
y le pasa la afeitadora a Dani que, sin mediar más, comienza
a hacer lo propio. Gerardo, el cuidacoches de la esquina, que
está a unos 40 metros de nosotros, le indica al Chino, con
una seña sutil, que lo buscan del lado de enfrente de la calle.
Este último se para rápidamente y sale sin despedirse para allá.
Dani, al verlo, no contiene su risa y aclara: “se lo lleva el viejo
puto”. Miramos el lado de enfrente de la calle; de la puerta de
un cine porno un hombre viejo, de unos 65 años, de pelo y
barba cana, cruza la calle con el Chino en busca de un hotel. El
gesto de Mati y el arreglo con el viejo duró apenas un minuto;
raudamente, pero sin llamar la atención, desaparecieron
el Chino y el viejo de nuestra vista. Otra vez, la sutileza y
la sordidez se combinan en la esquina. Hay que entrenar el
ojo y el oído para notar estas interacciones cotidianas. Sin la
intervención de Dani, jamás hubiésemos notado qué estaba
pasando.

Nuevamente una sexualidad marcada por el abuso y el


intercambio asimétrico: un viejo homosexual y un chico
de la calle que no se considera homosexual pero precisa
el dinero y se prostituye sin más. Minutos antes alardeaba
como un oficinista sobre sus conquistas sexuales; ahora va
con un “viejo” a prostituirse, sin chanza ni alarde.
76

Solidaridad, droga e intercambios


Invitamos a Dani, pues a todo esto el Oso ya dormía, con
una leche chocolatada que acepta con ganas. Vamos los tres al
supermercado que se encuentra a una cuadra. Dani se peina
y acomoda el pelo, intentando lucir lo mejor posible. Con
la misma parsimonia de aquel que se siente con vergüenza
cuando su atuendo no está de acuerdo a la etiqueta. El
cajero y la gente que se encuentra en el supermercado no se
sorprenden de nuestra presencia. Compramos la leche y unos
alfajores y, ya fuera, nos encontramos con una joven y novel
pariente con quien nos habíamos cruzado en la esquina yendo
al supermercado. Se la nota muy fisurada, cojeando y con la
mirada perdida. Dani nos pide que convidemos a esta chica.
Le servimos un vaso de leche frente a una verdulería, pero
mientras comentamos alguna cosa al pasar, ella aprovecha para
robar unas bananas y una manzana. Con un ademán sutil y
ligero, toma la fruta, da la vuelta y comienza la marcha como
si las hubiese tomado legítimamente. La acompañamos, sin
comentar nada al respecto, hacia la esquina. Allí la espera su
marido, con quien nos presentamos los tres y comenzamos
a dialogar. Él nos cuenta que estuvo varias veces preso
por robar y que su chica está embarazada. Según dice, la
situación lo obligará a reincidir, –“de alguna manera tengo
que conseguir plata para mi hijo, no puedo seguir así”–. Se
muestra desesperado y la desesperación no es un ánimo que
ayude a sobrevivir en la esquina. Cuenta que nadie los ayuda.
Le preguntamos si pasó por el Patronato y dice que no, que lo
olvidó, pero que va a hacerlo. Pero adelanta que allí no van a
ayudarlo, pues muchos “quemaron las cosas, iban a pedir, les
daban ropa y la cambiaban por droga”.

La solidaridad es inmediata, no se la piensa demasiado:


la PBC no se comparte; a diferencia del faso y de la
marihuana, la pipa de PBC se fuma en solitario y de reojo.
Algunos comparten pero en general se fuma a solas, se puede
77

comprar en grupo el producto pero se la fuma en solitario.


Se exalta a la marihuana como droga de la solidaridad y
se critica a la PBC, droga que destruye al sujeto, que lo
“controla a uno”. A veces se la compara con una mujer:
“ella me controla”, “ella no puede conmigo”. En cualquier
caso, una de estas dos sustancias facilita la solidaridad y la
otra genera discordia. Son como dos mujeres en un mundo
principalmente masculino. Una es amiga y la otra trae
problemas. Drogarse en soledad no es legítimo, es más bien
el sinónimo de un problema, de una enfermedad casi. El
“fisurado” está enfermo. En cambio la marihuana se fuma
en colectivo, se comparte el faso, mientras que se pide o
se roba por la “fisura” de la pasta. Entiéndase que estas
palabras no significan una exaltación de la marihuana y una
demonización de la PBC, simplemente intentan delinear una
moralidad en la que tiene un lugar importante el consumo
de sustancias. El alcohol tiene un estatus más ambiguo:
es una droga legal que se puede consumir en grupo o en
soledad y que puede generar tanto violencia como alegría.
Tomarse una cerveza o fumarse un porro acerca a estos
jóvenes a los “integrados”58; en cambio la PBC es una droga
de la marginalidad cuyo abuso marginaliza. La “fisura”
marginaliza, los fisurados queman los espacios dejando a los
jóvenes precarios que ellos también son en una situación
de precariedad aún mayor. Así, “quemar” los espacios es
cometer una serie de acciones que van desde “incivilidades”
menores hasta delitos de entidad, que atentan contra la

58
De hecho una tarde tres de los jóvenes de la plaza compartieron una cerveza y
un porro con un joven hijo de un empresario de la zona. Con los cuatro jóvenes
(el hijo del empresario y los tres “sin techo”) compartimos una larga conversa-
ción sobre fútbol y mercado laboral. Empezamos hablando de las virtudes del
fútbol de los equipos que dirige Juan Ramón Carrasco y terminamos pensando
qué posibilidades tendrían de trabajar los muchachos que viven en la calle y se
drogan con PBC.
78

solidaridad grupal concreta y contra la solidaridad más


abstracta de los jóvenes que están en la calle. “Revolcar una
vieja”59 en el entorno donde se para o donde se duerme
es sinónimo de quemar, pero también lo es drogarse muy
ostensiblemente, andar ostensiblemente borracho, pelearse
a los gritos, pedir de vivo.

Nos vamos. Tras despedirnos, somos pura duda: ¿cuánto


tiempo tardará el futuro padre en hacer una macana? ¿Cómo
se es invisible en ese lugar? ¿Cuál es la relación entre la sutileza
del robo, del trato sexual con el viejo y de las prácticas sexuales
en la calle? ¿Estas últimas serán verdaderamente sutiles o se
tratará del tipo de negación y recato que se percibe en ranchos
de la extrema pobreza, donde toda una familia comparte una
sola habitación? ¿Cómo relacionar la elusión a la que son objeto
a diario con la invisibilidad de sus actividades ilegales? ¿Cómo
hacerlo, además, con un discurso mediático que adjudica a
gente como ellos la causa de todos los males?

59
Revolcar una vieja es cometer un hurto mediante el arrebato de una cartera
a una señora mayor, pero también implica la forma menos respetada de hacer
el dinero robando.
La Ciudad Vieja
La Ciudad Vieja

La Ciudad Vieja60 de Montevideo es la zona de la ciudad


de mayor diversidad cultural y desigualdad socioeconómica
del país, todo ello al mismo tiempo. Turistas e inmigrantes
confluyen en ella, lo mismo que empresarios y cuidacoches.
En la parte histórica de Montevideo hay un sector de
edificios de habitantes de clases medias (contra la Rambla
Sur), otro casi sin casas habitación (zona central de la
Ciudad Vieja, City o zona bancaria), una zona con casas
antiguas tugurizadas mezcladas con edificios reciclados
habitados por habitantes jóvenes en una suerte de inicio
de gentrification (Trier, 2004) (zona portuaria, Mercado
del Puerto) y un pequeño barrio de clases populares con
también algunos tugurios ocupados (zona del Guruyú,
Hospital Maciel), aunque el centro de esa zona también
se encuentra en proceso de gentrification como producto
de políticas municipales de peatonalización de algunas
calles centralizadas en Pérez Castellanos. En un radio de
cuatro manzanas hay un impresionante edificio reciclado
con apoyo de cooperación extranjera, frente al Mercado del

60
Existen importantes antecedentes de investigaciones desde la antropología
social, pero Romero (2003) y Abin (2010) han hecho hincapié en fenómenos
que muestran la Ciudad Vieja en sus marcados contrastes. Sonia Romero ha
estudiado el caso de las familias que ocupaban edificios desalojados en los años
ochenta, mientras que Emilia Abin enfocó en los procesos de recalificación
urbana del período más reciente. Desde el urbanismo, las investigaciones sobre
Ciudad Vieja son ya clásicas.
82

Puerto, con habitantes jóvenes (del entorno de treinta años)


de clases medias y de elevado capital cultural (viven también
extranjeros enamorados de la ciudad de Montevideo); el
edificio del antiguo sindicato de estibadores (SAEDU)
donde viven decenas de ocupantes, desde familias de
trabajadores informales del barrio hasta bocas de PBC en
situación de “achique”, pasando por algún refugiado que
llegó de África y quedó “varado” en el país; el propio
Mercado del Puerto, fuente laboral –directa o indirecta,
formal o informal, lícita o ilícita– de cientos de personas;
la Seccional 1ª de la Jefatura de Policía de Montevideo y el
Hospital Maciel, enorme mole por la que circulan (entre
trabajadores, pacientes y familiares) miles de personas.
Entre toda esa configuración diversa y desigual viven
decenas de niños y adolescentes en situación extremadamente
vulnerable. Algunos pernoctan en la calle, pero más sobre
la zona del Centro, los hemos visto en los alrededores del
Banco Central, en las calles Florida y Cerro Largo.
En Ciudad Vieja los niños y adolescentes más
vulnerables tienen en general un techo, pero esto no hace,
necesariamente, que sus condiciones sean mejores que las
de otros que están directamente en la calle. A veces se llega
a dormir en la calle producto de la violencia que se sufre
bajo techo. También hay niños y adolescentes que viven
en “achiques”, en condiciones de gran riesgo, dedicados
a actividades ilícitas como son las vinculadas a redes de
venta de estupefacientes en combinación con la realización
de rapiñas y arrebatos de escasas proporciones en la zona
inmediata, muchas veces a turistas de los cruceros que
amarran en el puerto de Montevideo, aunque también se nos
ha señalado la presencia de prostitución de adolescentes en
la zona portuaria. En tal sentido, hemos podido entrevistar
a adolescentes que han cometido infracciones en la zona,
83

no así a chicas que se hayan prostituido, aunque tengamos


referencias provenientes de educadores y vecinos.
De todos modos, el fenómeno más visible de
vulnerabilidad infantil refiere al caso de los niños que piden
en el entorno del Mercado del Puerto, principalmente.
Allí pudo “visibilizarse” la primera forma de “población
de calle infantil” en el país61 y allí observamos cómo los
niños obtienen ingresos importantes de la mendicidad,
fundamentalmente con clientes del Mercado del Puerto
(muchos de ellos turistas extranjeros). Estos niños tienen
gran capacidad para reconocer acentos extranjeros y entablar
rápidos y simpáticos diálogos con los turistas, obteniendo
de ello ingresos en el entorno de los novecientos pesos
los días que hay una afluencia importante al Mercado
(dicho por ellos mismos y por comerciantes de la zona).
Observamos varios días el comportamiento de estos niños y
su relacionamiento simpático con los turistas, ambivalente
con los comerciantes y negativo con los policías. Más allá
de la edad de estos niños, pudimos apreciar que son sus
características físicas las que determinan en buena medida
la posibilidad de desarrollar esta estrategia para obtener
recursos económicos. Varias historias nos han narrado en el
barrio acerca de las dificultades que ellos tienen al llegar a
la adolescencia. Pero es bien elocuente el caso de un púber
de trece años que “pegó un estirón” temprano y quedó al
margen del resto del grupo de niños, y los transeúntes ya no
le dan dinero y más bien le temen. Por su desarrollo físico
temprano se encuentra en una situación de vulnerabilidad
más extrema aún: ha quedado sin hogar y viviría “como la

61
En los años ochenta, según los profesionales más reputados en el tema de
infancia y adolescencia en situación de calle.
84

mina de uno”62 en el “achique” de SAEDU. De más chico


había estado en La Escuelita, pero hoy está desvinculado de
la institución.
En todo el trabajo, por razones de precisión teórica,
preferiremos hablar de desvinculación y no de deserción
o “salida no acordada” o cualquier otro falseamiento. El
eufemismo “salida no acordada” es un falseamiento que,
con la apariencia de no querer estigmatizar al que se ha
ido, libra de responsabilidades al responsable del cual, en
verdad, se ha “fugado”. Esto tiene que ver con el problema
de la voluntad y la posibilidad de ejercerla. Los niños y
adolescentes se desvinculan; podrán fugarse, hacer macanas,
lo que fuere, pero la responsabilidad mayor corre por
cuenta de los adultos a cargo, especialmente si estos son
agentes estatales. Rodrigo Arocena habla de desvinculación
estudiantil para referirse a la forma de exclusión educativa
que los responsables adultos de ella llaman deserción. En
los hechos hay una desvinculación o una menor vinculación
del niño o adolescente con la institución de la cual se ha
ido, se ha fugado o ha sido expulsado. Nos consta que hay
“salidas no acordadas” que son verdaderas expulsiones63.
La vida privada no puede ejercerse en el espacio público
libre de la mirada de la “comunidad”. Estos chicos no
están excluidos, a los niñitos se los considera e incluye de
diversas maneras; al adolescente Enrique, en cambio, se
lo elude sistemáticamente, a lo sumo se habla de él. En
62
Dicho por un vecino y un comerciante de la zona en días distintos. SAEDU
es el antiguo sindicato de estibadores, en cuyo edificio viven ocupantes. Para
muchos adolescentes de la zona se trata de un “achique”.
63
Algo similar refieren González y Míguez (2003) en relación a que “las fugas
de los institutos no representan meramente la voluntad de los jóvenes de aban-
donar la institución. Indican, a la vez, la incapacidad de contención de estas
organizaciones y una serie de estrategias adaptativas del personal y autoridades
institucionales entre las que se incluye la inducción a la fuga” (Míguez, 2008).
85

la calle Yacaré el chico deambula solitario, nos pide una


moneda, le decimos que no le damos una moneda pero sí
podemos tomar un café con leche con él. Vamos al bar, nos
sentamos afuera, le pedimos para entrevistarlo; el chiquilín
balbuceante deja transparentar sus trece años a pesar de su
metro ochenta de estatura.
Prefiere tomar una cocacola con sándwiches. Hay un
partido de fútbol en la tele. Todo lo que querría, según sus
palabras, es ver a Peñarol en el estadio; lo hizo una vez y fue su
experiencia más gratificante. Nos inhibimos de preguntarle
sobre lo que hablan de él; le preguntamos de qué querría
trabajar: “en un supermercado podría trabajar”. Él y nosotros
inhibidos compartimos la Coca Cola y los sándwiches, lo
saludamos intentando que no se note nuestra afectación
y lo dejamos seguir su vida en riesgo, no sin un horrendo
sentimiento de culpa. Al irnos recordamos la primera vez que
lo vimos: esquivaba la vista de los policías de la plazoletita
del Mercado del Puerto, lo seguimos con discreción, nos
pidió plata y no se la dimos pero tampoco pudimos hablar
con él. Enrique está a la vista de todos y lo que interpela es
su cuerpo y no su voz, su flacura enfermiza, su caminar cojo,
sus rictus de consumidor de pasta base; lo agresivo en él no
es su actitud sino la devolución en su imagen de todo lo que
fallamos como colectivo y como Estado.
De nuevo el problema de la “comunidad”. Este chico
nos interpela como parte de la nuestra. No se trata de un
niño africano que deambula en un territorio seco por años.
No conmueve por exotismo. Su sufrimiento no es lejano,
entonces retornan las imágenes discursivas que nos lo alejan:
el niño es un “cazador”64; un alienado por la pasta base; la
64
Como nos lo refiere en conversación personal un colega, uno de los tantos
excesos doxásticos producidos en base a la conocida metáfora de Denis Merklen
(2000).
86

“mina de uno ahí en SAEDU”, para el propio vecino que lo


vio crecer. En cualquier caso, tendrá que hacer un esfuerzo
para no ser eludido y poder pedir su “monedita”. Para
entenderlo no sólo importa considerar su diferencia, si está
o no dentro de una “subcultura”65, sino, lo que es mucho
más importante para pensar políticas públicas, con qué
identidad mayor se identifica, cómo podremos interpelarlo
y reotorgarle el lugar que le es cotidianamente escamoteado.
Trabajar en un supermercado, ver jugar a Peñarol, todo ello
es parte de una identidad mayor que nos comprende a los
tres. A los trece años quisimos ganar nuestro dinero, tal vez
trabajando en un supermercado, y también quisimos ir al
estadio a ver al cuadro de nuestros amores.
Si el cuerpo de Enrique está sometido a una fortísima
alteridad –mal nutrido, cojeando, con rictus producto
del consumo abusivo de PBC, seguramente abusado
sexualmente en el lugar insalubre donde vive– en relación a
lo esperado en un púber de trece años, su “cultura” no nos
es ajena.

65
En el libro de Míguez (2008) se considera la subcultura delictiva en función
a los “códigos de la ilegalidad”; tal vez a este adolescente esos códigos le lleguen
cuando esté preso, cosa que probablemente ocurra, ya que nuestro Estado es
más eficiente para encarcelar a los criados en la calle que para ahorrarles esa
suerte. De todos modos, esa supuesta subcultura o cultura distinta, la de los
códigos carcelarios, es absolutamente subsidiaria del Estado como un ordena-
dor simbólico mayor, en su faceta más perversa, como es la que (re)produce en
sus cárceles. Los actuales esfuerzos para modificar esta situación de las cárceles,
sin embargo, no podrán evitar que el Estado siga reproduciendo estos “códigos
carcelarios” si no se basan en un cambio radical de las prácticas de sus agentes.
No se trata sólo del aumento de las plazas ni del acercamiento del trabajo a los
privados de libertad –lo cual es absolutamente necesario–; a nivel de los “códi-
gos” el problema es también de las moralidades dominantes que se refrendan
con castigos cotidianos llevados adelante por los propios internos en base a lo
establecido por agentes estatales que no solo no cortan los ciclos de reproduc-
ción de estos “códigos” sino que interactúan orientados por ellos desde una
posición dominante.
87

Culturizar estas circunstancias de abuso extremo a las


que está sujeta cotidianamente la porción más vulnerable
de los niños y adolescentes uruguayos sólo tiene efectos a la
hora de exculparnos.
Sí veremos moralidades distintas interactuando,
generando incomprensiones, impidiendo o retrasando
la intervención estatal o paraestatal sobre las familias.
Discusiones sobre cómo efectivizar los derechos del
niño; dificultades para establecer marcadores objetivos
que demuestren la necesidad de intervención en casos de
desprotección infantil o adolescente, todo ello es del orden
de las moralidades prácticas. En el caso de Enrique no se
podrá siquiera discutir si se trata de la “vulnerabilidad social
de su familia”, opinión que recomienda mantener al niño
o adolescente en su hogar, o de “desidia de su familia”,
sentencia que la culpabilizaría por la condición vulnerable
del adolescente. Este último diagnóstico habilitaría la
intervención estatal. Recordemos que es un principio
fundamental del frente discursivo de los derechos del niño
impedir que a ninguna familia se le escamoteen sus hijos
por razones de vulnerabilidad social. Sin embargo, los
indicadores para determinar cuándo estamos habilitados
a intervenir sólo aparecerían con el abuso sexual, único
elemento inequívoco que señala como imprescindible
la intervención (Grimberg, 2010). Esta situación fue
comprobada por nosotros en el caso de una púber que
terminó siendo derivada a un hogar. Sin embargo, en los
casos como el de Enrique, quien al pegar el estirón dejó
de participar en La Escuelita y abandonó su hogar, no hay
quien intervenga, pues en la Ciudad Vieja el INAU no
cuenta con proyectos de calle extrema.
Sánchez, educador de mucho tiempo en Ciudad Vieja,
nos caracteriza la zona:
88

E: —La Ciudad Vieja ha venido cambiando a lo largo de


todo este tiempo [se refiere a los últimos veinte años] en lo que
tiene que ver con la población objetivo, se ha transformado
en un centro con una población muy rotativa. El tema de
los chiquilines básicamente acá un 80% son chiquilines que
viven en pensiones. Y con el permanente realojo, reubicación
de las pensiones, ellos se trasladan, vienen, se van. Y como
que ese fuerte sentido de pertenencia a la Ciudad Vieja, a la
Aduana, se ha ido perdiendo porque son chiquilines, que de
repente tenemos chiquilines de Pajas Blancas, de Barrio Sur,
que ocasionalmente, momentáneamente, están viviendo en
la Ciudad Vieja […] hay un cupo madre de unas veinte,
treinta familias que sí, que son identificadas con la Ciudad
Vieja. Son chiquilines con apellidos históricos. Que pasan
y pasan los años y esos apellidos se vuelven a repetir. De
hecho ahora está pasando que están entrando los hijos de
los primeros adolescentes que participaron en la propuesta.
Este año se dio el caso de eso, que el hijo de doce años
ya participa, de un adolescente que en aquel momento
no sé cuánto tendría. Si le sumamos veinte hoy por hoy
pueden llegar a tener 33 años. A los 18, 19 años lo tuvo.
Y bueno, pero hay otras familias que transitan por acá y
vienen mientras viven aquí y luego se retiran a otro barrio
y nosotros le hacemos el pasaje a otro centro juvenil que
también esté en el mismo convenio, con el mismo perfil, en
el barrio más cercano por el tema de la dificultad de traslado
básicamente. Tienen una característica poblacional porque
por lo general son chiquilines que ya están por fuera del
sistema educativo formal. Entonces el tema de la boletera
se les complica un poco, a no ser aquellos adolescentes de
doce, trece años que aún pasan por el tema de la túnica. En
cambio también hay otra situación que pasa que muchos
chiquilines que dejan de vivir en la Ciudad Vieja y que
89

históricamente han estado en la Ciudad Vieja y por motivos


económicos, por motivos de distinta índole, también pasa
por conflictos del tema de la familia, rápidamente tienen
que huir del barrio y entonces utilizan el centro juvenil para
que los chiquilines del 40 Semanas, del Marconi, los utilicen
como “barrios dormitorio” y el transitar de su vida diaria
sea acá. Entonces los inscriben en la escuela de la zona, los
inscriben en el Liceo 1, nosotros nos encargamos un poco
de darles la referencia. Y por la tarde vienen al centro juvenil
y transitan, vuelven a su barrio y siguen con ese sentido de
pertenencia del barrio, ven a sus amigos del barrio. Y un
poco lo que sienten los familiares es el volver al barrio.
P: —Esto es un tema que ustedes vieron mucho porque
del 87 hacia acá, me acuerdo de algunos estudios, que del
año 87 al 89 se fue muchísima gente de la Ciudad Vieja,
del Hotel Colón, de algunos conventillos más o menos
irregulares que fueron cerrados, que la gente se fue para
otros en los años 90, fines de los 80. Me imagino que ese
proceso debe de haber dejado en el barrio una huella fuerte.
Gente que vive acá en la Ciudad Vieja pero tiene familia
que vive en Paso de la Arena.
E: —Incluso se nota claramente que hay como tres
zonas geográficas dentro de la Ciudad Vieja, claramente
marcadas. Los chiquilines que son de acá, de la zona del
puerto, que son un poco estos que vienen y se van. Los
chiquilines de la Aduana, toda esa zona del Mercado, esos
sí tienen un fuerte sentido. Incluso nosotros les decimos
que nos llamamos “Centro Juvenil del Puerto y Ciudad
Vieja” y ellos te dicen no, yo soy del Puerto porque soy de
la Aduana, por ejemplo. Y esas cosas internas salen a la hora
de trabajar…
P: —¿Y la tercera zona de la que hablabas?
90

E: —Aduana, Puerto y después todo lo que tiene


que ver con la calle Buenos Aires y ahí contra la rambla,
la costanera, Fun Fun, de ahí también vienen muchos
chiquilines que ellos se llaman Barrio Sur, pero están casi
pegados a Ciudadela, la otra gran pata. Que ahí están los
chiquilines de la Escuela Chile, del Liceo 1, básicamente
son los chiquilines que aún se mantienen en el sistema
educativo formal, que por lo general tienen una referencia
familiar más fuerte, más centrada, también básicamente no
son los que viven en pensiones sino que viven en casas.
La Ciudad Vieja, como vimos, es una zona en la cual
conviven personas de trayectorias muy diversas: el vecino
puede ser un estudiante francés al que le gustó quedarse en
Montevideo por unos meses; un español místico que hizo
amigos entre los empleados del Mercado del Puerto; un
artista alemán al que le gustó el barrio y se quiere quedar toda
la vida; un matrimonio de artesanos que vivieron siempre
en la zona y conocen a todos los muchachos nacidos desde
1990 en adelante; familias que por generaciones viven en
pensiones, dedicadas a actividades informales; niños que
piden a los turistas y pibes que los roban.

El ambiente en el Mercado es totalmente distinto al que había


hace dos días cuando atracó el crucero. Hoy hay pocos turistas
y ningún niño mendigando. Sólo Beto y Coco conversan con
Jorge y Constanza, una pareja de artesanos.
Coco es un adolescente de catorce años. A él solo lo
conocíamos de nombre. Según Constanza, “pegó el estirón”
hace unos meses y “ya no anda mucho por el Mercado”.
A Beto sí lo conocemos. Es líder entre los niños del mercado,
pícaro y entrador; no hay turista que se le escape sin darle
algún dinero. Hoy está particularmente afligido, nos cuenta
que quiere irse a un hogar del INAU porque en su casa ya no
91

es imprescindible. Tiene un hermanito de ocho años que hace


la moneda en la puerta del Mc Donald’s de la Plaza Matriz.
Su madre le ha dicho que él ya no es necesario: su hermano
hace más plata. Quién sabe cuáles serán las “razones” de su
madre, pero hasta ese momento Beto siempre fue el sostén
principal de su casa. Según él, su hermanito, aunque tenga
ocho años, “parece mucho más chiquito” y por eso consigue
más dinero. En realidad, Beto se está “poniendo grande” y su
desenfado y habilidad para “manguear” ya no alcanzan para
obtener lo de siempre. Constanza nos dice susurrando que el
hermanito de Beto “más que chiquito, está desnutrido”. Al
igual que Jorge, su compañero, cree que un hogar del INAU
es la mejor opción para Beto. De lo contrario –dirán– seguirá
la suerte de muchos adolescentes de la Ciudad Vieja: el robo,
el consumo de PBC, hacer de “mula” y “vivir en un achique”.
Y no es un discurso conservador el que enuncian, más bien
es producto de su propia historia. Han intentado por años
ayudar a los gurises del barrio de distintos modos. Incluso
hasta hace poco andaban muy enojados con La Escuelita, el
centro INAU del barrio, pues consideraban que allí “no se
hacía nada por los gurises”. La cosa cambió cuando Dana, una
de las gurisas del barrio, quien era abusada por su padrastro
y había comenzado a prostituirse, fue asistida por un hogar
del INAU. En ello, como también nos refirieron los propios
educadores, la Escuelita tuvo mucho que ver.
Dana era ya demasiado grande para manguear la moneda.
Vivía con su madre, padrastro y hermanos menores. Con
sus catorce años y su cuerpo de mujercita había empezado a
prostituirse. Se la podía ver bajar del auto de algún veterano
o desaparecer un par de días, también “parando” en la casa de
una de las señoras que regentea un burdel de la zona. Según
cuentan los vecinos, Dana vio a su padrastro abusando de su
hermana más chiquita, de dos años, y fue a contarle a su madre
el episodio. Lo único que consiguió fueron insultos y retos de
su madre, quien la trató de mentirosa. Fue entonces cuando
acudió a La Escuelita de INAU y les contó a sus dos referentes
92

lo sucedido, que resolvieron la situación: le propusieron que


fuera a un hogar mixto. Jorge y Constanza la han visto cuando
viene de visita al barrio y dicen que está mucho mejor. Pero no
ahorran calificativos para su familia:

E: —La familia de Dana es de terror, fijate que en el


hogar le festejaron el cumpleaños, que fue ahora, hace un
tiempito. Nunca tuvo un cumpleaños como le festejaron
en el hogar. Se gastaron como siete mil pesos en su
cumpleaños. Compraron sanguchitos, cocacolas, torta, una
de las educadoras le compró ropa y unos championes Nike.
La pobre invitó a los padres y ¿vos podés creer que ellos se
metían la comida en la mochila para llevársela a la casa?

Dana dice estar bien, hoy estudia y prepara un examen para


pasar al liceo. Una maestra del hogar la ayuda con eso. Pero
no hay que creer que todos los hogares producen experiencias
como esta. Mucho menos suponer que los gurises no conocen
las posibilidades que brinda un buen hogar. Por algo son sus
mejores clasificadores: “aquel hogar no está bueno porque
hay siempre lío”; “a tal hogar no voy porque ahí me tengo
que pelear todos los días”; “yo sólo iría a Posada de Belén”,
etcétera. Pero no hay que subestimar la responsabilidad que
soportan estos gurises: “¿y con mi familia qué hago?”,nos
contestó uno de nuestros entrevistados cuando le preguntamos
si no desearía vivir en un hogar.
El calor es agobiante así que nos vamos con Beto y Coco
a comprar una cocacola al almacén de Pérez Castellano.
Como Beto recién llegó al Mercado y no hizo la moneda,
aprovechamos para invitarlo con unas empanadas. Conoce
todos los gustos porque casi todos los días come ahí. Coco sólo
tiene veinte pesos pero insiste en comprar a medias la Coca
Cola. Le agradecemos el gesto y nos negamos, prometiéndole
93

que la próxima invita él. Mientras conversamos con Beto se


“escapa” hasta la panadería y compra unos vasos descartables.

P: —¿Entonces estás pensando eso? ¿Irte a un hogar?


E: —Voy a ir a hablar con La Escuelita. Quiero ir al
hogar, a ese hogar en Capurro.
P: —El de Capurro…
E: —Sí. Ese hogar me gusta.
P: —¿Lo conocés?
E: —Yo fui.
P: —¿Fuiste a visitar a Dana?
E: —¿A Dana? ¿Yo? No, a mi hermana, si mi hermana
está ahí.
P: —¿Tu hermana?
E: —Sí. Estuvo en Capurro, en Los Girasoles, en El
Amanecer.
P: —¿Y por qué tu hermana estuvo ahí?
E: —¿En Amanecer? Yo qué sé… por robar. Pero fue
ahí porque no había lugar en otros lugares por un día, para
que pase para el juez, y se quedó ahí. Era el único hogar.
Después pasó a juez.
P: —¿Y ahora? ¿Está en un hogar?
E: —Sí. Y no roba más. Ahora está haciendo un taller de
peluquería. Me dijo que no va a robar más.
P: —¿Y vos le creés?
E: —Claro.
94

P: —Está bueno. Después va a poder trabajar de eso.


E: —Claro. La otra vez para probarla le dije mirá esa
gringa para robarla, dale, Ale, porque se llama Alejandra,
dale, Ale, andá a robarle. No, no y no, no quiero caer y
perder el taller. Porque si cae presa pierde el taller.
P: —¿Y cuántos años tiene tu hermana?
E: —Dieciséis. Le faltan tres años, no, dos años para ser
mayor.
P: —¿Y está en Amanecer todavía?
E: —No, en Amanecer no. En Los Girasoles.
E2: —En Amanecer estaba mi hermano.
P: —¿Y también está por robar?
E2: —No.
P: —¿Y por qué está ahí?
E2: —Por situación de calle.
P: —¿Y vos?
E2: —Yo quería ir. A mí me dijeron para ir también,
pero yo no fui. Lo fui a visitar.
P: —¿Por qué no fuiste?
E2: —Porque no. Estoy bien acá. En mi casa.
E: —Yo me quiero ir.
P: —¿De tu casa?
E: —Sí, yo me quiero ir.
P: —¿Te cansaste de pedir?
E: —Sí.
95

La relación de Beto y su madre es interpelada por su


hermano menor, quien hace más plata pidiendo en la puerta
de Mc Donald’s. Desde la moralidad dominante podría
pensarse que pedir para la madre es condenable, pero para
este niño lo único condenable es “no servir más en casa”.
Buscar un hogar sustituto es una estrategia razonable
–y, tal vez, una forma de protesta– cuando uno ya no es
considerado necesario en su familia. Pero también el hogar
es en el discurso de Beto una “salida” del delito y quizá
los dichos de su madre no sean más que el preámbulo de
una trayectoria difícil, que incluya estrategias delictivas.
La hermana de Beto es una piba chorra de la que nos han
hablado en el barrio, que intenta cambiar su vida a través de
un oficio. El hogar es para muchos adolescentes una forma
de “salir de la calle”, un modo de evitar las tentaciones y los
riesgos –podríamos agregar– de vivir la adolescencia en la
calle.
Coco está bien con su familia. Beto, en cambio, quiere
retirarse de su casa y el hogar aparece como solución. Él
conoce de hogares por su hermana y otros niños amigos de
él y también por su cercanía con el INAU, pues participa de
La Escuelita.
Otra familia que conocimos vive también condiciones
similares a las que describimos. Verónica, madre de cinco
niños, es el único adulto del hogar y para subsistir es
asistida por Uruguay Trabaja, a la vez que tiene una parada
de cuidacoches en una calle del barrio. Uno de nosotros
acompaña a Lydia, trabajadora social de una organización
religiosa, que va en busca de Verónica.

Lydia sólo conoce una familia de la Ciudad Vieja en la que


sus niños se encargan de hacer la plata del día para pagar la
96

pensión y la comida. Son los niños de una madre que “está


en Uruguay Trabaja”. Antes trabajaba de cuidacoches en la
calle Colón. Lydia no sabe si la madre de los niños trabaja aún
allí. Es una de las cuestiones que debe averiguar. Ahora que la
madre trabaja –asegura Lydia– los niños no salen tanto tiempo
a mendigar a la calle.
Verónica tiene cinco hijos, dos varones y tres nenas. El
mayor tiene once años y le sigue otro de ocho. Después, las
nenas: de seis, cuatro y tres años.
Caminamos por la calle Yacaré cuando nos encontramos
con Verónica. Lydia avisa que la andamos buscando. Verónica
está con sus tres hijas. Las niñas se nos trepan y nos abrazan
mientras su madre se queja de Fabián, el mayor de sus hijos.
Dice que se le “escapa a la calle”, ya no lo puede controlar.

V: —Ta, ¡Fabián! Igual ahora está bastante tranquilo.


Antes eran las dos, las tres, las cuatro, las cinco de la
mañana, yo llegaba de trabajar y no estaba. Andaba por ahí
de madrugada. Ahora tengo que ir a una entrevista el lunes
a ver si me pagan este mes.
[Verónica participaba de Uruguay Trabaja pero dejó de
ir]
L: —Para mí tenés que seguir.
V: —Pero igual, era agotador. Te mata. [Verónica retoma
la conversación sobre Fabián sin más] Era demasiado, era
muy tarde para andar por la calle buscándolo pa un lado
y pal otro. A veces no me aparecía. A veces me aparecía
a la una de la tarde. ¿Dónde estaba? Le hacía plata a una
madre que se anda drogando. Él anda con… es una barrita
de gurises. Entonces la madre alquila el play [se refiere a la
consola de juegos Playstation]. La madre es consumidora.
Entonces él se enganchaba y se dormía ahí. Es una tensión.
97

No era vida, ¿entendés? O lo mandabas a hacer un mandado


y se te iba. Vos lo salías a buscar y se te iba corriendo
p’allá, p’allá, p’allá y me volvía loca. La última vez tuve que
decirles a los patrulleros que me lo corrieran porque a mí
me bajaba la presión cuando no quedaba tirada allá del otro
lado, me mareaba. Me tenía correteando de un lado para el
otro. Ahora hace dos semanas que anda medicado y anda
bastante bien.
E: —¿Está medicado?
V: —Él ya estuvo medicado. Yo le dejé de dar la
medicación porque a veces pasábamos muy mal, ¿entendés?
Para pagar la pensión y todo no teníamos, a veces no
teníamos ni para comer, sólo tomábamos café. Como que
quedaba medio mongólico, como que le estaban bajando
las defensas. Yo lo veía a él que estaba re flaquito y estaba
pálido. Él pasaba pálido. Y eso, ¿qué era? De tanto hacer
plata para la pensión, no tenía plata para comer; con esa
pastilla no sabés el hambre que tiene.
L: —¿Y está yendo a la escuela?
V: —No, sólo va a La Escuelita del INAU, tres veces por
semana.
E: —¿Y qué hace ahí?
V: —Hacen actividades.
Una de las niñas interviene –nosotros hacemos deberes en
La Escuelita del INAU. Yo no quiero hacer los deberes–.
V: —Ahora tienen un campamento, 18, 19 y 20, ahora.
E: —¿Pero Fabián está enfermo que toma medicación?
V: —Tiene depresividad él.
E: —¿Tiene qué?
98

V: —Depresividad. Le viene de repente. Está bien…


Ahora en un ratito viene acá conmigo y ta, a las 8, 8 y 30
vuelvo a darle de vuelta así no me anda en la calle. Porque
viste todos esos botijas que andan allá. Todos esos juntan
plata, se van para las maquinitas. Entonces empiezan después
‘dale Fabián, vamos’, ‘vamos, Fabián’. Y son gurises donde
las madres o que una anda en la calle, o la otra se anda
drogando. Como que son madres que no andan atrás de
ellos, ¿entendés? No, yo no. Si él no toma la pastilla, dejé
de trabajar pero andaba, a veces ni dormía, estaba corriendo
atrás de él para un lado y para el otro.
L: —¿Cuándo termina Uruguay Trabaja?
V: —El 31 de diciembre. No. En realidad termina el 15.
Pero los programas terminan el 15. Pero vos date cuenta
que yo en setiembre trabajé y no me pagaron los días que
trabajé. No, no me pagaron los días que trabajé. Tenían
como quince días más o menos. No sé qué pasó. Por eso el
lunes tengo la entrevista esa. Y ahora la Agustina [una de
sus hijas] tiene problema de corazón. Mañana tengo que
ir a hacerle el electro. Ahora medio me daba una lástima
porque le cinché el pelo así y tiene un mechón de pelo que
lo tiene suelto. Y le hicieron análisis de todo a ver lo que
tiene y no. Se está quedando pelada pobrecita. Es todo un
drama, porque no tengo problema en la pensión, ahora está
todo bien.
L: —¿Vos estás viviendo allá en Zabala?
V: —En Zabala. Y nosotros estábamos hablando en La
Escuelita porque viste que La Escuelita tiene posibilidad
de conseguir. Yo preciso igual una garrafa, que igual me la
vendan barata, de tres kilos. ¿Tenés algún conocimiento de
garrafas?
99

E: —¿Y en la feria?
V: —No, ya fui. Fui hasta el Emaus. En Tristán Narvaja,
cuando vivía ahí en Colón fui y me vendieron una que
estaba, no la pude cargar, estaba mal. Yo no sé muy bien.
Voy a llevar a uno que sabe, que la viche, si la compro en la
feria o no.
L: —¿Y en Emaus?
V: —No, ya fuimos. No le podemos pedir mucho al
Emaus, ya fuimos pero no. No tienen nada.
L: —Nosotras justo te estábamos buscando.
V: —Hace un ratito que bajamos. Hay un solerío allá
en mi cuadra. [Llega José, uno de sus hijos, que pregunta
por su hermano mayor, Fabián] Andaba allá en la vuelta,
hacia el mercado, vichalo. Andá, vichalo. Vichá si lo ves a tu
hermano. Ahora el que se me va es José.
S: —¿Está haciendo deporte o algo?
V: —Sí, va a La Escuelita tres veces por semana, miércoles,
jueves y viernes. Tiene actividad los lunes, tiene actividad
los miércoles, los jueves, y también tiene actividad los
viernes. Los jueves tiene campamento. El chico iba. Fabián
no puede ir de campamento. Ahora que logré medicarlo.
Eso es lo que a mí me cuesta.
E: —¿Pero alguien te dijo que se la dejaras de dar?
V: —Yo se la había sacado. Porque a veces no teníamos
plata para la pensión y no teníamos plata para comer y él
estaba re pálido y pasaba tirado todo el día. Y con la pastilla
le viene un hambre, no sabés cómo come… Ahora tiene
desnutrición, de grado cuatro o cinco. Y con el recibo que
yo cobro [por Uruguay Trabaja] no me daban la canasta
para él.
100

Fabián llega con un Judas al hombro. Le preguntamos si lo


queman y me dice que sí. Vino con el judas a darle la plata a la
madre. Le dijo que juntó 35 pesos, tres monedas de diez pesos
y una de cinco, y le dio todo a la madre.

Vemos cómo en estas familias conformadas por una


madre y sus hijos, los niños adquieren responsabilidades
económicas que las niñas suelen ocupar más tardíamente.
Las tensiones que ocurren para controlar a los niños son de
algún modo paradójicas: por un lado, son empujados a la
calle por una madre que requiere su fuerza de trabajo para
la subsistencia familiar; por otro, la calle también demanda
a estos niños, con todas sus distracciones, tentaciones y
relaciones. El “cyber”, los amigos, el entretenimiento por
las noches –que a veces incluye drogas– y toda la autonomía
que el dinero puede ofrecer a un niño que “tiene calle”. La
madre debe intentar un equilibrio imposible: administrar
las horas en la calle. Las cosas se complican aún más en
casos como el de Fabián o Enrique, cuando el estirón
impide la “honesta” mendicidad, reduciendo drásticamente
las oportunidades de subsistencia.
En el relato idealizado de la familia occidental el afecto a
los hijos es considerado muchas veces la contrapartida de la
convivencia cordial (Goody, 2008). Se ha sostenido que el
afecto a los hijos, tal como lo entendemos, se desarrolla en el
comienzo del período moderno (Ariès, 1987). Tal aparición
es explicada a través del cambio en el flujo ascendente de
servicios prestados por los hijos a los padres, típico de las
“sociedades tradicionales”. Por un lado, como bien apunta
Goody (2008), la República Romana ya conocía el afecto
por los niños. Por otro lado, no podría sostenerse que el
afecto a los hijos sea exclusivo de una sociedad en particular.
101

Podrían examinarse las distintas formas en que el afecto


y el cuidado se manifiestan en distintas sociedades para
comprender la atención, el cariño y la preocupación que
Verónica tiene por sus hijos. Pero sería más fácil comprender
que la composición familiar, las edades matrimoniales, el
flujo de servicios prestados por hijos y padres y el modo de
subsistencia familiar, todo ello, incide sobre el afecto entre
padres e hijos.
Los artesanos y vecinos que conocen a estos niños y sus
padres de toda la vida tienen una moralidad distinta aunque
poseen el suficiente capital cultural como para reconocer
que quitarles estos niños a sus padres sería, simplemente,
“reaccionario”:

P: —¿Conocés a la madre de ellos? ¿Hablaste alguna vez


con ella?
E: —No, nunca hablé. No puedo. Yo me pongo muy
reaccionaria con esas cosas y ta, trato de moderarme. Te
digo, yo a ella le sacaría todos los hijos. Cuando andan en la
vuelta, vengo con una camioneta del INAU y me los llevo a
todos. Bueno, mirá, vení a buscarlos. Los veo de nuevo en
la calle tirados… se los doy en adopción a alguien que los
quiera cuidar. Los tiene en un estado lamentable. ¿Por qué?
¿El padre no se quiso hacer cargo? ¿Ningún padre? Porque
hay varios padres ahí. Y ella no puede porque no puede
controlar a los gurises… Bueno, algo habría que hacer. Y
eso no va a cambiar hasta que crezcan los gurises y alguno
salga a meter un caño, porque tampoco les está dando la
pauta de que hay que laburar. No hay cómo…
P: —Cuando dejen de hacer la moneda.
102

E: —Pero mirá que acá hay madres que lucran con


las chiquitas a ver a qué edad pueden salir a changar66. Es
increíble que puedan pensar eso pero lo piensan.
P: —¿Pero cómo sabés eso?
E: —Porque terminan haciéndolo incentivadas por la
propia madre. A veces hasta se la entregan al mismo padre.
Había una acá a la vuelta que todo el mundo sabía que el
padre entendés, la hija entendés. A changar porque después
de estar con tu viejo lo demás debe de ser mucho más
fácil. Digo, salvando la distancia, obviamente. ¿Te acordás,
Cacho, del de acá a la vuelta, el flaquito, que andaba con
la hija? ¿Que la hija después changaba? ¿Que andaba con
el bebito acá arriba? [se señala los hombros] Que quedó
encorvada de cargar al hermano.
E2: —Iba conmigo a la escuela él.
E: —Tiene 40.
E2: —Tiene 40. Siempre fue medio acelereti, zarpado.
E: —Y la madre siempre sabiendo que el padre abusaba
de la hija.

Estos vecinos comprometidos, que se involucran con


los niños del barrio y que trabajan en el espacio público
al igual que ellos, ensayan una mirada comprensiva de
la cotidianidad de los niños, incluso buscan interactuar
positivamente con ellos: darles consejos, organizarles
actividades recreativas, interesarse por su suerte y apoyarlos
cuando tienen problemas. Si bien son absolutamente
minoritarios en el barrio, su actividad es valorada y está
“institucionalizada” en mayor o menor medida (desde
66
Prostituirse.
103

concejales hasta técnicos de club de baby fútbol). En el caso


de estos vecinos en particular lo que tenemos es una edad
menor a la promedio del vecino participante (tienen alrededor
de 40 años) y una gran desconfianza de las instituciones
estatales o paraestatales; sin embargo, su cercanía con los
niños es cotidiana y de gran confianza.

E: —Cuando llegan cruceros al Puerto de Montevideo, la


posibilidad de hacer la monedita aumenta considerablemente,
tanto para los niños como para los artesanos y comerciantes
de la Ciudad Vieja.
P: —Me sorprende que hoy haya muchos menos niños
que el otro día de crucero. Estaba lleno ese día.
E: —Sí. Ahora ya terminaron las clases y están yendo a
la playita. Se van a bañar.
P: —¿A qué playita?
E: —La playita del gas.
P: —¿Y ya no vienen a hacer la moneda?
E: —No, vienen a juntar plata para un helado, una
Coca Cola. Hoy mismo Huguito, no sé si lo ubicás a
Huguito, uno chiquitito, morenito, orejón. Estábamos acá
y le pedimos que nos fuera a buscar una empanada y una
coca. Hugo, vení –le digo– comprame una empanada de
queso y aceituna y una coca de medio, y le doy 100 pesos.
Pasan diez minutos, veinte, media hora y le digo a José [un
compañero del comercio]: bueno, las posibilidades son 50
a 50 de que vuelva Hugo. Y Hugo no volvió. Vi a Fabián
con Coco y les digo: ¿vieron a Hugo por ahí? ¿Qué pasó?
Nada, se llevó lo del mandado. Andá a comprarme vos, y le
di plata. Y fueron a comprarme una empanada y una coca.
104

Y si ven a Hugo le dicen que venga. Y me gritan de allá de


la esquina ‘Acá está, acá está’ y sale José corriendo. –¿Qué
pasó Hugo? –le preguntó Cacho–. No, que la plata se la di
al Johnatan para que te la lleve –respondió.
Eso era mentira, estaba en el cyber. Está bien de vivo. Ya
nos había pasado eso con Juanito, dos veces. Pasó una vez
con 50 pesos. Lo mandamos a hacer un mandado y no vino
nunca, lo mandamos a comprar papel acá a una cuadra y
nunca volvió. Al rato lo veo en el cyber. Viene a los dos, tres
días y me dice: me gasté la plata. Y los chiquilines le dijeron:
bueno, ahora vas a pedir para devolverle la plata a Laura.
Y entonces todos atrás de él mientras mangueaba, juntó
los 50 pesos y los devolvió. Después de eso pasaron como
dos meses y un día cae y le digo: tomá, andá a hacerme
un mandado. Le doy 50 pesos y ta, de vuelta lo mismo.
Ahora ya está. La que tiene que aprender soy yo. Tendría
que haber rubro del Estado a ver qué guacho podés corregir
y cuál no.
P: —¿El Estado nunca se acercó acá?
E: —Mirá, cuando la Intendencia una vez nos ayudó,
que en un momento se nos acercó una asistente social, fue
para cagada.
P: —¿Por qué? ¿Qué pasó?
E: —Nos trajeron comida vencida para los gurises. Los
gurises se dieron cuenta, yo no me di cuenta. Se dieron
cuenta ellos. Le vieron la fecha de vencimiento. No. nunca
más.
P: —¿Y este flaco?
E: —¿Cuál?
105

P: —Este que vino ahora, se puso hablar con Coco,


tendrá unos 17 o 18 años.
E: —Este lo conocemos desde que nació también.
P: —El hijo de la Polaca.
E: —Arrancó en situación de calle con dos o tres años.
Y ya ahora anda robando con caño. Pero también, nos ve a
nosotros y nos trata con un respeto…
[se acerca Coco y pregunta —¿Laura, cuántas veces te
han robado los gurises?]
E: —No nos robaron nunca, Coco. Yo los dejé que se
llevaran la plata. Porque soy medio naba a veces y por no
hacer los mandados yo también. Por cómoda. Pero, viste
cómo es, tampoco se la llevó de vivo, de arrebato, porque
no le da.
Coco: —¿Y quién más te robó?
E: —Julito dos veces y ahora Hugo. Julito toma
medicación y está muy mal.
P: —¿Está medicado?
E: —Sí, no sé, me imagino que un psiquiatra infantil lo
medicó.
P: —El otro que está medicado es Fabián, el hijo de
Verónica. Le dan una cosa que es para personas infartadas,
es como una cosa para estabilizar el humor.
Coco: —Julito me hacía caras, estaba en una actividad
de La Escuelita y Julito me hacía caras, –vas a ver ahora–.
Me hacía así [pone cara de bobo]. Salí y lo cagué a palos.
P: —¿A Julito?
106

Coco: —Sí, y se le fue toda la bobera. Ya no me hace


más así.
P: —¿Eso fue en un partido?
Coco: —No. Nosotros ahora en La Escuelita vamos a
ir a un campamento. Y la actividad era por las cosas del
campamento, qué hay que llevar y eso. Y ahí estábamos
haciendo eso y me hacía así. Y ta. Ahora no voy a ir al
campamento.
P: —¿En serio? ¿Por qué?
Coco: —Por pegarle a Julito.
E: —Julito saca de quicio a un muerto.
Coco: —Yo les dije a todos los educadores, miren a Julio,
miren a Julio. Nadie lo miraba, nadie lo miraba. Miraban
a la pared. Porque tienen como en la pared la pantalla. Y
sólo miraban a la pared. Y cuando miro para afuera veo a
un mono que me hace así [hace muecas de burla]. Primero
le pegué arriba, después le pegué abajo. Me cebé cuando
estábamos en la actividad y ta…
P: —Y entonces te dejaron sin campamento.

Estos adultos del barrio comprenden las circunstancias


de estos niños sin compartir la moralidad de sus padres e
intentando influir en la de ellos. Comparten con todos lo
intolerable del abuso sexual, comprenden la necesidad de
provisión económica de estas familias y ayudan a los niños
a tomar una actitud positiva frente al trabajo, a diferencia de
las prácticas delictivas.
Sin embargo, los niños más vulnerables tienen bien
interiorizado que ayudar económicamente a la familia está
bien, es algo virtuoso:
107

E: —Mirá yo tengo un amigo, lo quiero como un


hermano, tiene once años, hoy en día está en Desafío, pasa
todo el día drogado así, todo el día, todo el día, vos lo
ves y el botija hace plata, le lleva 200 pesos a la madre y
después toda la plata de más es droga, vos lo ves todo el día,
todo el día así drogado pasa, y es como yo le digo: Néstor
tenés once años recién, tenés toda una vida por delante, y
mirá que no soy la única que le habla, mirá que Revuelos
también, porque él trabaja con Revuelos con Mercedes, y
Mercedes le habla y le habla y le habla y ellos no entienden,
pero es un botija que pasa todo las veinticuatro horas del
día vos lo ves siempre drogado.
P: —Pero le lleva 200 pesos a la madre…
E: —Sí, por lo menos ayuda a la madre; pero es como
yo digo, ¿te pensás que a alguien le gusta lo que hacés?,
¿te pensás que a tu familia no le duele verte así? Si él es un
botija que puede salir adelante, él vende, antes vendía arriba
de los ómnibus, con la plata no se drogaba, más de tomarse
una coca, alcohol no te toma, y así pasaba todos los días.

Desde muy chiquitos, parte de la obediencia que deben


a su madre implica darle el dinero que obtengan y pudimos
observar directamente en Ciudad Vieja a niños de entre
cuatro y ocho años entregando el dinero obtenido a su
madre, por ejemplo, mediante un Judas.67
Para la entrevistada de catorce años, el niño estaba mal
porque se drogaba y hacía cosas que le dolían a la familia,

67
Pedir para el Judas es una tradición en época de las fiestas navideñas. En
otro tiempo lo hacían niños de todos los barrios, hoy pareciera ser una forma
más de la mendicidad. En otro tiempo, el dinero obtenido mediante el Judas
era gastado en fuegos artificiales con los que se quemaba al muñeco que repre-
sentaba a Judas.
108

cuando tenía toda la vida por delante por tener once años;
su única actividad virtuosa era llevarle 200 pesos a la madre.
Esta misma adolescente señalaba que salió de su casa para
estar en “la joda”, es decir, para tener una vida ajena a la
autoridad adulta y consumir drogas:

E: —Yo llegué a este hogar por intermedio de un


programa de Calles, de Gurises Unidos, bueno, ta, tenía
problemas en mi casa, mi padre que se droga, a mí me crió
mi abuela desde que yo nací, porque mi mamá falleció y
quedé con mi abuela y así sucesivamente, tuve que llegar
a los doce años, empecé la joda, empecé a estar en calle, a
hacerle relajo a mi abuela, empecé a andar con las drogas, a
consumirlas, y después me internaron…

Hay un factor lúdico, de adolescencia muy temprana


y de transgresiones de mayor riesgo, ¿desde qué lugar
podemos decir que esta no es la joda? Transgresión y riesgo
son tópicos ínsitos en lo adolescente, la singularidad del caso
es que se trata de una chica que “llegó” a la adolescencia a
los doce años. Entre los doce y los catorce años tuvo una
hija (que hoy día vive con la abuela paterna) con un joven
que hoy está preso en el COMCAR, pero también tuvo un
novio que se encuentra en situación de calle fugado de la
Colonia Berro.
Tres Cruces, el Centro y la Ciudad Vieja le proveyeron
todo lo que necesitó para vivir en los años que estuvo en la
joda:

E: —Sí, y ta, y un día dije no voy más, no quiero estar


más en la calle, porque ya, cuando te enganchás en la droga,
109

como que tu familia se abre, se abre porque en una no te


agarran confianza, porque piensan que les vas a sacar algo,
por más que sea una cosita chiquita se piensan que vos se
la vas a sacar, y eso no daba, y yo ya estaba perdiendo a
toda mi familia por la droga, entonces... Ahora es como yo
digo, ahora no me estoy drogando, mi abuela ve que estoy
saliendo adelante, a veces los sábados, me voy los viernes y
vuelvo los domingos y me quedo allá con mi abuela. Me está
ayudando mucho estar en un hogar y estar progresando, o
sea, con mi familia yo no me hablaba ya por la droga ni era
capaz de levantar el teléfono y llamarlos, pero ahora que
estoy saliendo adelante todos los días estoy llamando a mi
abuela a ver cómo está.
P: —Claro.
E: —Y todo porque mal o bien fue la que me crió, la
que me dio un plato de comida, la que...
P: —¿Tu abuela es la madre de tu...?
E: —… de mi mamá. La que me dio amor, cariño, lo que
yo precisaba, la que me dio un estudio. Es como ella dice
–no, yo me siento culpable porque vos estás en la droga–.
Y ella no tiene la culpa de nada, la culpa la tengo yo de que
me haya enganchado en la joda, de seguirles el juego a mis
amistades.
P: —¿Pero vos eras muy chiquita entonces?
E: —Tenía doce años, cuando quedé embarazada tenía
doce años, la tuve a los trece años, porque ella nació un 5
de agosto y yo cumplo el 27 de agosto, y ahora ella tiene
un año y yo tengo catorce, ahora ella cumple dos años y yo
cumplo los quince.
P: —¿Y de qué barrio sos?
110

E: —De Marconi. Es complicado porque ahí roban por


todos lados.
P: —¿Por eso te viniste para el Centro?
E: —Por eso me vine para el Centro, yo es como le digo
a mi abuela, yo puedo ir y estar, porque yo cuando voy a lo
de mi abuela no salgo a ningún lado, porque soy sincera,
me van a buscar mis amigos y yo no quiero salir porque ya
hemos pasado por lo mismo, porque yo sé que si salgo y me
junto por lo menos media hora, sé que ellos se van a estar
drogando y en ese sentido me va a empezar a llevar la droga
y ya no me voy a querer venir para acá ni ir para lo de mi
abuela. Además mi abuela tiene sus nanas ya, es asmática y
ahora tiene que estar usando oxígeno para dormir porque
se ataca mucho del pecho y todo, entonces, es como yo
digo, mi abuela puede estar viva como mañana no la puedo
tener más, capaz que me afecta más de lo que me afectó lo
de mi madre, porque mi madre a mí no me dio nada, la que
me dio la mayoría de las cosas fue mi abuela.
P: —¿Te ves con tus hermanos?
E: —Sólo con el más grande, con los dos más grandes, el
que está preso que a veces lo voy a ver, o sea, no es hermano,
es mi tío, pero yo lo quiero como un hermano porque, o sea
él, él era chiquito cuando yo me fui con mi abuela.

Provisión económica, moralidad e intercambio de dones


están anudados, afectando y significando: la abuela puede
morirse por su asma, la madre ya se murió aunque no hay
deuda con ella y con su abuela sí, por lo cual tal vez la afecte
más su muerte, el tío que es como un hermano, el barrio
en el que roban y su tío que está preso. Ella misma que se
fue del barrio al Centro y también cometió infracciones a la
111

Ley. La joda implica drogarse y cometer a veces delitos, pues


es bastante difícil que un adolescente pueda trabajar para
“pagarse sus vicios”, ya que el de la PBC no parece dar lugar
al trabajo, menos aún cuando se trata de un adolescente
pobre que está viviendo en la calle. La adolescente cuenta
que su abuela fue quien cumplió con las funciones maternas
y entre ellas incluye “me dio estudio”, cuando se refiere a la
escolarización primaria, que es la obligación educativa que
el Estado uruguayo logró efectivamente universalizar en la
moralidad de todos los sectores sociales y en las prácticas de
casi todos sus habitantes.
Como vimos, la mendicidad puede ser una estrategia
válida mientras se es niño y se tiene apariencia de niño, en
cambio el adolescente pobre con su crecimiento empieza
a tomar las características del sujeto peligroso y con él
desaparecen los que eran sus donantes.
Como ha dicho Mauss, negar el don equivaldrá a declarar
la guerra, propiciándose esta guerra cotidiana en la que se
van adentrando, a medida que crecen, los púberes de Ciudad
Vieja. Algunos se retirarán dirigiéndose a un lugar para su
protección, como es el caso de Coco. Pero corresponderá
a las instituciones estatales y sociales tomar iniciativas para
sacar a cada uno de estos niños que llegan a la pubertad en
esta situación de “guerra”.
En el caso de Dana, su salida de la niñez hacia un hogar
fue producto del abuso que sufrió en su propio hogar;
en el caso de Enrique, en cambio, la vida en el “achique”
seguramente le prodigue, además de una violencia cotidiana
cada vez mayor, una trayectoria delictiva.
Con estos tres niños intervino el Estado de dos formas.
La escuela pública y el programa de “calle comunitaria” La
Escuelita. Mientras estos niños pudieron contribuir para
112

la provisión de sus familias, su situación pudo sostenerse


con el apoyo de la escuela, sus familias y el programa del
INAU; cuando llegaron a la pubertad, su mayor autonomía
coincidió con una menor posibilidad de obtener provisión
mediante la mendicidad, aumentando así las situaciones de
riesgo.
En la Ciudad Vieja, para los niños entrevistados, el
pasaje de la niñez a la adolescencia equivale a pasar del sujeto
vulnerable a ser considerado el sujeto peligroso. Así también
lo suponen los educadores de La Escuelita; sin embargo, no
hay consenso respecto a qué debería hacerse para evitar los
riesgos de estos gurises. Un educador entrevistado sintetiza
las distintas posturas:

E: —En general, los gurises con los que nosotros


laburamos egresan a los quince, a los dieciséis algunos,
es como ese margen. Entonces lo que tenés que pensar
en el egreso es la propuesta y ahí te encontrás con algunas
dificultades. Pero en algunos procesos han surgido cosas
buenas, de lograr derivarlos a centros juveniles, no sé.
P: —Pasajes de la escuela al liceo…
E: —Ahí va, sí.. Y es complicado también porque tenés
todo un gran tema que tiene que ver con el tema del trabajo
infantil, con el trabajo en esta situación. Ahí hay un gran
tema que no está saldado me parece a nivel de discusiones
y de posicionamiento.
P: —¿Y cuáles serían las posiciones?
E: —Yo lo veo como una propuesta muy abolicionista
de todo lo que queda asociado a lo laboral o a la cuestión
del dinero.
113

P: —¿Cómo sería ese abolicionismo?


E: —Que no pueden trabajar. Es como una cosa de “no,
no, no”. Esa es una posición que yo a veces encuentro…
Bajo ningún concepto, el gurí tiene que estudiar, tiene que
jugar, que sí. Pero también implica como el no a lo otro.
M: —¿Y la otra posición cuál sería?
E: —Y la otra posición, que acá no está muy explorada
ni muy avanzada, capaz que en otros países se ha dado más
y en otras condiciones también, por una cuestión capaz que
ideológica, de tomarlo de otra manera. De poder como
entender las cosas que están jugando ahí en realidad. Te
pongo un ejemplo, para un gurí que sale y durante seis,
siete años fue el que se encargó familiarmente porque es
el hermano mayor y tiene hermanos chicos y está la mamá
y el abuelo, y el gurí es el que se encarga de traer la guita,
arrancó pidiendo y durante mucho tiempo ponele que le
daba para pagar la pensión, llevar un pan. Más allá de que
tiene una carga recontra jodida si uno lo mira, tiene un daño
importante eso, a la larga indudablemente es algo que hay
que poder laburarlo, tiene un correlato simbólico, afectivo,
familiarmente, que está muy salado. Es un vínculo con su
familia, es un posicionamiento también de valor hacia él,
el loco ahí es bueno, el loco ahí encuentra que tiene, que
su capacidad de hacer cosas rinde, que les hace bien a los
demás y en la escuela le va mal y allá también. Pero ahí el
loco sabe que engancha en algo de la producción y del otro.
Porque pasa a veces un poco con los gurises eso. Cuando
vos te parás muy ahí en que no, esto no se puede…

Los niños de la Ciudad Vieja sostienen la economía


familiar y están acostumbrados a tener dinero. Tal actividad
114

les demanda muchas horas en la calle, que acaba siendo


apropiada también como lugar recreativo. La calle es un
lugar apropiado para ensayar la ciudadanía infantil; quién
no recuerda –si peina alguna cana– haber usado en su niñez
expresiones del tipo: “señora, la calle es pública” cuando
alguna vecina pedía que los niños dejaran de jugar a la
pelota durante las horas de la siesta. La apropiación a la que
aludimos, considerada (in)apropiada por vecinos, policías
y muchos agentes del campo de las políticas de protección
infantil, ocurre por las noches e involucra actividades
recreativas como “ir al cyber”, consumir alcohol o drogas
blandas y todo tipo de actividades lúdicas propias de estos
grupos de niños. Lo impropio sería la exposición de estos
niños a un conjunto de relaciones propias de la noche y las
zonas portuarias: consumo de drogas “duras” y prostitución
infantil. Muchos de los gurises que en su adolescencia acaban
como mulas para bocas de pasta base afianzan sus vínculos
con los traficantes por las noches. Pero no nos engañemos,
también estos niños tienen parientes o familias que viven
de la distribución de la PBC. La noche es un “escenario”
propicio para que ciertos intercambios se produzcan
(prostitución infantil, distribución de drogas los fines de
semana para los boliches) y es, por ello, el momento en
que estos niños son más vulnerables. Pero, en la medida en
que estos niños crecen, su principal estrategia económica,
la mendicidad, va tornándose proporcionalmente ineficaz.
Sus trayectorias adolescentes implican mucho deterioro
personal. Algunos educadores creen que la falla de atención
del Estado no se debe a la falta de recursos monetarios, sino
de “recursos conceptuales”. Es la escasez de “herramientas
conceptuales”, materializada en discusiones, diálogos y
distintas posiciones ideológicas, la que produce, en los
hechos, el desamparo. Pues la falta de ideas o consensos
115

se traduce, la mayoría de las veces, como mera inacción.


Veamos el planteo de otra educadora:

E: —Los recursos no sé si hay o no, la cuestión es que


seguramente haya recursos porque realmente, si se quiere ver,
seguramente hay recursos para todos y más para las cosas que
no precisan de recursos. Creo que en el tema herramientas
nosotros siempre andamos al límite de las herramientas, las
herramientas epistemológicas, conceptuales, eran una cosa
que estos proyectos siempre te ponen contra las cuerdas de
las herramientas. No quiere decir que las tengo claras, todos
los días te demuestran que no las tenés claras. El equipo ha
tenido una definición, no sé si es por sentirse contra esos
límites, de no trabajarlos en una población que está más
al margen, que está más complicada en el sentido de las
estrategias, el vínculo con el consumo, en su vínculo con la
posibilidad de la judicialización de su situación. Y no lo ha
hecho. Sabemos que existen gurises que están ahí, algunos
han pasado por acá y tienen historia acá en este lugar, en
La Escuelita, circulan, andan en Ciudad Vieja, están y el
equipo no se mete con ellos.
P: —Vos corregime: ¿con algunos gurises no se mete
más nadie salvo la Policía?
E: —Yo creo que sí, que con esos gurises solo se mete la
policía. Es así. Son gurises con perfil más de los que trabajan
El Farol y Revuelos, hay una diferenciación en el perfil. No,
no. Si bien en un momento se manejó, en el marco del
programa calle, nunca se concretó. El que trabajaran con
una población que sabemos que está acá, que existe. Este
grupo de gurises que yo visualizo, aunque no tengo casi
contacto con ellos, pero los veo desarrollando su estrategia
y moviéndose acá, muchos o algunos son de la zona, pero
116

a veces ni siquiera se quedan en sus casas. Han generado


otras formas de convivencia con otros.
P: —Sí, yo he visto que viven en achiques o que viven
en SAEDU.
E: —Exactamente. A ese grupo de gurises me refiero. Y
La Escuelita no tiene alcance para llegar a ellos.
P: —No hay nada.
E: —Y en principio no creo que lo vayan a atender.
Porque para atender lo que hoy está atendiendo La Escuelita
y poder trabajar con ellos, necesitaría por lo menos cuatro
personas más que se dediquen a bocas exclusivamente, me
parece. Porque son diferentes, necesitan una propuesta
diferente, tienen otras inquietudes, no es muy posible una
combinación con los más chicos, están en otra. A mí me
parece que estaría bueno pero sería un… con tampoco
demasiada expectativa tampoco.

Por un lado, la posibilidad de intervenir se discute


en el “equipo” de la Escuelita, que diagnostica y decide
democráticamente que no cuentan con las “herramientas”
que podrían permitir el “trabajo” con los adolescentes. Esos
adolescentes son “otros”, aunque como vimos con Enrique,
muchas veces son los mismos niños de La Escuelita, hoy
adolescentes consumidores de PBC, con trayectorias de
subsistencia que incluyen estrategias delictivas. Con ellos
no hay “herramientas” para “trabajar”. Esa población se
compone de muchos de los niños con los que se “trabajó”
negando las condiciones por las cuales debían trabajar
cuando niños o, en sus propios términos, “hacer la moneda”.
Hoy esa población adolescente que vive en “achiques”
no se puede “trabajar”, mientras que ellos, los propios
adolescentes, paradójicamente, tampoco lo consiguen.
Los vecinos
Los vecinos

En el campo político hay palabras prestigiosas;


participación, descentralización y comunidad inequívocamente
lo son. A esas tres se les relaciona un sujeto: el vecino. El
tan consensual dispositivo (tanto en lo discursivo como
en los instrumentos político-institucionales creados)
que incluye participación, descentralización, comunidad y
vecino no parecería en ningún caso promover un espacio
más de violencia estatal contra los jóvenes. Sin embargo,
lo hace. Promovido desde la recuperación mito-práxica
del artiguismo participativo y justiciero por la izquierda
política –o “leyenda roja”, Demasi (1995)–, puede provocar
exclusión y estigmas desde sus dispositivos estatales.
Desde 1989 se ha ido configurando una política de
descentralización en el ámbito municipal de Montevideo,
desde entonces se ha avanzado como nunca antes en la
participación local. El discurso dominante en estas instancias
de participación vecinal, sin embargo, parece alejarse (y alejar)
las expectativas de inclusión ciudadana que se cifraban en
ella.
Desde finales del siglo XX se desarrollan políticas sociales
ancladas en lo comunitario y local (Fraiman y Rossal, 2008),
y con ello en el vecino. No siempre las políticas sociales
de lo “local” implicarán, de forma obligada, al vecino. La
mayoría de las políticas sociales del MIDES se focalizan en
“la infancia”, “la adolescencia” o “la familia”. Aunque esto
120

ocurre en mayor medida en los barrios más vulnerables. En


las políticas municipales de descentralización, en cambio,
lo “local” sí tendrá como protagonista al vecino. Planes
descentralizadores que otorgan al vecino un carácter de
sujeto político se han llevado adelante en la Provincia de
Buenos Aires; tal es el caso del partido de Lomas de Zamora
(Frederic y Masson, 2006) donde, a la inversa que en el
caso uruguayo, el vecino se contrapone al político: “buenos
vecinos” (Frederic, 2004) realizando buenas obras en
contraposición a “malos políticos” corruptos y corruptores.
Para el caso uruguayo que analizamos, el “vecino”, sujeto
de las políticas de la descentralización montevideana, será
la concreción ideal de la “democracia participativa”, pero,
como veremos, se tratará de una participación restrictiva.
La reaparición desde un lugar estatal del concepto de
vecino es una interesante novedad no exenta de consecuencias.
El vecino es un ciudadano, y aquí se da una interesante
inversión. Ciudadano incluye, evidentemente, a vecino. Pero
cuando se elige al vecino para desarrollar la ciudadanía, vecino,
por su menor extensión, excluye ciudadanos: un joven no
es Don; Pedro González, de 21 años, estudiante, no es Don
Pedro, tampoco un vecino. En la etnografía que realizamos,
Don González es siempre un padre de familia. El joven
no es un padre de familia ni tampoco un propietario. Es
más, las políticas locales hacia los jóvenes están generalmente
dirigidas a canalizar las formas juveniles de apropiación del
espacio público68.

68
Las intervenciones pioneras a este respecto fueron, en Uruguay, de “recrea-
ción” y fueron implementadas por organizaciones no gubernamentales. Con
la creación, en 2005, del MIDES aumentaron considerablemente los recursos
estatales para financiar proyectos de esta naturaleza mediante, de aquí en más,
gestión paraestatal (Fraiman y Rossal, 2008).
121

En el cuerpo del joven, como en aquel que no era vecino


de la antigua comunidad hispánica, empieza a otearse un
“sujeto peligroso”. El vecino es siempre “respetable” en el
barrio; el que no es vecino puede no serlo, mientras no se
trate de “un muchacho de familia”.
El discurso político del gobierno municipal de
Montevideo pretendió encontrar “nuevas”69 formas de
representación de “lo local” a partir de la participación de
los vecinos70. Desde el actual gobierno municipal (2005-
2010), al profundizar su política descentralizadora, se
invoca explícitamente al vecino y la vecina.
Veamos ahora los efectos de la entronización del vecino
como sujeto ciudadano.

El cabildo abierto
La que sigue es una descripción del Cabildo Abierto,
instrumento creado por la legislación participativa que
rige para cada Municipio de la ciudad de Montevideo.
Transcribimos nuestra observación de campo porque
entendemos que ella es expresiva del juego de moralidades
vecinales en relación con lo que se entiende como problemas

69
En los hechos el concepto de vecino nunca dejó de poseer su dimensión po-
lítica; valga como ejemplo la conformación por la dictadura uruguaya (1973-
1985) de “Juntas de Vecinos” para sustituir las legítimas Juntas Departamenta-
les (Decreto del Poder Ejecutivo 465/973).
70
Como señalamos en otro trabajo (Fraiman y Rossal, 2008), el Frente Am-
plio –partido en el gobierno de la Intendencia Municipal de Montevideo des-
de 1990– retomó mitopráxicamente la “leyenda roja” del artiguismo (Demasi,
1995) desde su proceso fundacional, reivindicando la ciudadanía concreta pro-
pia del vecino de los Cabildos Abiertos. Cuando el Frente Amplio asumió el
gobierno municipal de Montevideo inició un proceso descentralizador centra-
do en el vecino como sujeto político.
122

de la ciudad, haciendo hincapié en los relacionados con la


vulnerabilidad de niños, adolescentes y jóvenes que viven
y obtienen su sustento en el espacio público de la zona
céntrica de Montevideo, correspondiente al Municipio B.

Al llegar nos reciben dos actores con un vestuario de


elegancia antigua. El Cabildo Abierto toma su prestigio del
pasado. Los sujetos de la participación son claramente los
vecinos. El escenario es el teatro El Galpón. Allí, durante
varias temporadas, Artigas fue el “General del Pueblo”.
Llegan unas 350 personas al teatro. La puesta en escena
incluye una mesa donde las autoridades (intendenta, alcalde
y concejales) miran hacia la platea. Al final de la sesión está
previsto un espectáculo artístico.
Las personas más jóvenes del evento tienen unos 30 años,
fuera de unos pocos niños y algunos jóvenes. No hay ningún
adolescente.
La apertura está dada por el alcalde Carlos Varela Ubal,
quien da un panorama del Plan Estratégico del Municipio
y luego saluda a la intendenta Ana Olivera (entre alcalde e
intendenta hablan más de 50 minutos).
Luego de la alocución de las autoridades se exhibe un video
sobre la zona y después de ello se da curso a la participación
de los vecinos. Antes de dar comienzo al evento, un par de
señores pasaron por los asistentes (que raleaban en la sala),
ofreciéndoles la posibilidad de hablar y contándoles cómo era
la dinámica. El sujeto principal de la participación es el vecino,
pero también hablarán representantes de organizaciones
barriales y ONG radicadas en el barrio.
De hecho, así se presentan las personas que hablan, como
vecinos o como integrantes de organizaciones de vecinos y
ONG.
La primera vecina en hablar (cada participante tiene tres
minutos para su discurso) dice representar, “hablar en nombre
123

de la Aguada”, y luego pide que este barrio sea tenido en


cuenta por la administración. Esta primera oradora hace
hincapié en “toda la marginalidad que hay en la Aguada” y que
“si, como dijo el alcalde, somos la cara visible de Montevideo
y todos los cruceros van al Palacio Legislativo, y a toda esa
marginalidad la tapan apenas las palmeras y toda la Aguada
es un foco de marginalidad total, porque con el Plan Fénix se
sacó la estación central y ahí hay toda una marginalidad, toda
una gente viviendo ahí71…”
Cuando termina, la vecina es fuertemente aplaudida.
Luego habla una integrante de la Comisión Vecinal del
Parque Rodó: aspira a que el actual sistema les permita ser
más escuchados.
El tercer vecino apoya el proyecto político de las alcaldías.
El cuarto vecino resalta la importancia del empleo, aludiendo
a los derechos ciudadanos. Reclama que el municipio apoye el
empleo72.
La quinta persona es miembro de la Iglesia Metodista,
menciona su merendero y pide apoyo para la obra social de
la Iglesia.
El sexto orador habla desde el sindicato de los Techitos
Verdes73. Se diferencia claramente del discurso vecinal y no
71
Más allá de los derechos humanos implicados en la existencia de personas vi-
viendo en el espacio público, la vecina apunta a “toda esa marginalidad” a la vista
de los turistas, en la cara visible de Montevideo; su alocución comportaría, como
hemos visto en otros lugares (Fraiman y Rossal, 2009; 2011), un reclamo de
alejar “la marginalidad” de su barrio, con argumentos alejados de la moralidad
de los derechos humanos y cercanos a la moralidad mercantil del turismo.
72
Pero tras la moralidad vecinal puede advenir la moralidad ciudadana implíci-
ta en la defensa de los derechos ciudadanos.
73
El Cabildo no impide la participación de actores diversos. Los integrantes de
los Techitos Verdes fueron antes trabajadores informales de la zona céntrica de
Montevideo. En su afán inclusivo de otras categorías de trabajadores informales
plantea explícitamente una invocación al derecho humano al trabajo, pero a
juzgar por la dinámica del evento, el sindicalista no es apoyado por el vecinazgo
presente y reacciona retirándose del evento.
124

es aplaudido por muchos vecinos. Defiende en su discurso


la posibilidad de hacer del espacio público un espacio para el
trabajo: “somos trabajadores que gestamos nuestras propias
fuentes de trabajo; también nos interesan otras categorías
de trabajadores como los cuidacoches, etcétera”, y apela al
derecho humano al trabajo. Para finalizar alude a los “nuevos
inspectores que no conocen la realidad y no quieren escuchar”.
Luego de su alocución se retira junto con su compañero.
Luego, una representante de un centro de salud mental se
muestra preocupada por la salud mental de la población a
la que atienden. Pasa una presentación de power point con
música de Patricia Sosa. El ppt muestra los objetivos del
proyecto, la fundamentación, etcétera: un verdadero proyecto
con su “marco lógico” presentado ante los “cabildantes”.
En octavo lugar, una representante de los adultos
mayores señala y agradece a toda la red de apoyo municipal,
gubernamental y no gubernamental, en relación a los adultos
mayores. Acaba invitando a una merienda compartida con los
adultos mayores del Cordón.
A esta altura es menos la gente que presta atención y la
presentadora recuerda el espectáculo que seguirá a la parte
oratoria.
Un representante de Comisión Vecinal apela a buscar
“soluciones científicas a la convivencia y la inseguridad”,
sosteniendo que “el vecino se tiene que comprometer con
respecto a la prevención”, “a hacer conciencia en la población”
y “a recrear todo esto que llamamos participación”.
Después toma la palabra un miembro de la “asociación de
jubilados y pensionistas de los viejos trabajadores uruguayos
habitantes de la zona” e informa sobre los servicios que ofrece
la institución.
Un vecino afirma: “tenemos que ponernos la camiseta del
municipio y de toda esta ciudad de San Felipe y Santiago de
Montevideo. El video me gustó mucho, pero hay cosas que
125

me dolieron, como es el caso de la tracción a sangre: habría


que tipificarla como delito, porque no sólo hay que tomar
en cuenta los derechos humanos sino los derechos animales.
También señalo el ambulantismo, todas esas tolderías que hay
en el Centro”74.
Otro vecino dice “hablar como vecino”, sin “representar a
nadie”, pero reclama a la autoridad que no toma medidas en
contra de quienes no respetan a los vecinos cuando sus perros
defecan en la calle, así como la basura que hay por toda la
ciudad; “lo mismo con el tránsito, hoy había cinco camiones
en lugares donde no se puede estacionar”. Quien le sigue es
un vecino preocupado por el concurso “para la reformulación
de la Plaza Independencia”.
Otro vecino plantea su discrepancia con la actual
administración municipal en cuanto a la recolección de
residuos y su esperanza de que esto cambie con las alcaldías.
El que le sigue se queja de los ruidos de la ciudad: escapes
abiertos, bocinas, calzadas en mal estado.
Continúa un representante de la asociación de vecinos
y comerciantes de Plaza Cagancha, quienes se reúnen los
miércoles. Entrega un trabajo que analiza la situación de la
plaza y luego plantea que esta es un tugurio y un basural, donde
proliferan los vendedores ambulantes y el desorden que genera
el aumento de la delincuencia que se esconde en las tolderías
de ambulantes que hay en la plaza, que se ha convertido en
la más afeada y queremos que se convierta en la más linda.
Aquí aparece un grupo de vecinos que pudimos entrevistar y
que son muy críticos con la presencia de personas viviendo en
la Plaza Cagancha. Resulta relevante comprender la situación
que ellos padecen en relación a la presencia de adolescentes

74
El vecino, consciente de que su alocución podría comprometer derechos hu-
manos, invoca los “derechos animales”, pero lo que en verdad le preocupa son
los pobres que trabajan en el Centro, que son caracterizados como “salvajes”,
tal como lo hicieron los vecinos en un Cabildo Abierto de la Colonia: “todas
esas tolderías”.
126

y jóvenes viviendo en la plaza y en la situación cierta de que


algunos de estos jóvenes delinquen, pero en la formulación del
reclamo aparecen “tolderías”, proliferaciones, tugurios; nos
encontramos con un particularismo enojado, casi bélico, que
no parece ser buen consejero a la hora de encontrar soluciones
para los universales derechos ciudadanos que son vulnerados
en el kilómetro cero de Montevideo.
Otro vecino comenta sobre la mugre de la Plaza de los
Bomberos, donde “hay gente durmiendo permanentemente”.
La vecina que sigue a continuación habla de la necesidad de
bajar la velocidad de los vehículos que pasan por la puerta de
las escuelas.
Un vecino de la Ciudad Vieja habla de Sarandí y Colón y del
olor que se produce en esa esquina en un edificio abandonado.
Luego habla de las plazas y, por fin, de la inseguridad vinculada
a la oscuridad en la Ciudad Vieja.
Habla un representante del Club Neptuno el cual, luego de
referir a la obra social del club (“sacar niños de la calle”), pide
una parada de ómnibus para no tener que bajarse lejos, en
especial los “liceales chicos que van al club”, que son afectados
por la inseguridad. Concluye: “sacar niños de la calle es el
objetivo”.

El niño como objeto parece primar en una moralidad


vecinal no muy imbuida por la moralidad que comportan
los derechos de niños y adolescentes configurados como un
“frente discursivo” (Cardarello y Fonseca, 2005), llevado
adelante, principalmente, por los grupos de especialistas
de lo que llamamos el campo de la atención a la niñez y
la adolescencia, aunque sí resulte hegemónico entre los
integrantes de las organizaciones de la sociedad civil que
forman parte de él y también de las instancias participativas
planteadas por la descentralización municipal. De todos
127

modos, la no participación de jóvenes (que no son vecinos)


implica la invisibilidad de una voz estigmatizada, en tanto
que supernumeraria e impropia al espacio público. La voz
autorizada para defender derechos universales, como los de
los niños y adolescentes, no es la de los propios adolescentes,
ni tampoco la de aquellos ciudadanos que hasta no hacía
mucho tiempo portaban esa condición, como los jóvenes.
Esto es lo que hace de estas instancias participativas espacios
adultocéntricos.

Una vecina lamenta que la hora no haya dejado que todas


y todos hayan podido participar. Habla de los programas de
inclusión social, especialmente de los jóvenes, pero luego
habla del desempleo mayor de las mujeres y de la necesidad de
considerar el empleo de las mujeres, así como un presupuesto
con enfoque de género y un sistema nacional de cuidados;
sostiene: “hay que empezar a trabajar estas cosas en nuestros
municipios”; “no hay democracia sin justicia y muchas de
nosotras no estamos porque estamos cuidando a nuestros
hijos”.
Toda esta variopinta diversidad convive con la mayor
“naturalidad”, el alcalde propone mantener la comunicación
con los participantes del Cabildo, entregando formularios
donde se solicita a los vecinos verter sus opiniones, dejando su
dirección de correo electrónico, etcétera, y proponiendo hacer,
a partir de esos documentos, incorporaciones a las actuales
propuestas de trabajo del Municipio.
Cierra el Cabildo la intendenta sosteniendo que “nadie
ha planteado disparates ni obras que precisen fortunas, sino
cuestiones de gestión y convivencia”. Se compromete a avanzar
en estos temas en la Rendición de Cuentas.
Luego tiene lugar el espectáculo artístico.
128

En las políticas de participación barrial de Montevideo,


que descentralizaron la gestión a través de los Centros
Comunales Zonales, pero que instrumentaron además
mecanismos electivos universales, quienes efectivamente
votan y son elegidos son vecinos. Más allá de la potencial
universalidad del voto, participa menos de una décima parte
del electorado y el perfil de los votantes es fuertemente
vecinal: personas mayores de 35 años que participan en
comisiones vecinales, otras organizaciones de la sociedad
civil y militantes de los partidos políticos. Es decir, suelen
participar los ya participantes.
Y aquí hay que comprender algo. La participación es hoy
protagonista de nuevas formas de gobierno que descansan,
en gran medida, en la gestión de los distintos dispositivos
de las políticas sociales. En Uruguay las políticas sociales
tienen dos particularidades: se encuentran bajo la égida del
MIDES y son gestionadas por la sociedad civil organizada
a través de distintas ONG (hoy algunas licitaciones ya
convocan a OSC, Organizaciones de la Sociedad Civil).
El discurso de la descentralización75 y la participación
local es hegemónico en el diseño de las políticas sociales,
pero fuera de los técnicos de las ONG u OSC, participan
los llamados “referentes vecinales”, que suelen ser vecinos
que actúan como verdaderos referentes, en su sentido
lingüístico: son el barrio mismo que habla. Y aquí bien
vale una digresión. El lenguaje, en su expresión referencial,
suele designar algo con un nombre. Hay en ello una forma
de individualización cuyo límite dependerá de los criterios
taxonómicos de cada sociedad. Pero siempre se trata de un
75
Las reflexiones que siguen han sido parte de Fraiman y Rossal (2010): “Polí-
ticas de seguridad, jóvenes y vecinos: las trampas de la participación”, conferen-
cia presentada en “Más allá de las pandillas: violencias, juventudes y resistencias
en el mundo globalizado”, Flacso, Quito, de próxima publicación.
129

proceso que designa algo con un nombre. En el caso que


analizamos, la ilusión de referencialidad se monta cuando el
referente designado es alguien y no algo. A ese alguien que
recibe el nombre de “referente” se le enlaza referencialidad:
el barrio (o, en otros casos, el “género”, la “Facultad”, la
“ONG”, el “Ministerio”, etcétera). La paradoja del asunto
es que el problema no se encuentra en el enunciador –el
que designa–, sino en el enunciado –no la sentencia, sino el
verdadero enunciador enunciado– y lo que él enuncia –lo
enunciado enunciador–. El criterio de representatividad no
está democráticamente instituido y la participación en estos
cabildos está reglada por los vínculos que estos habitantes
tienen con las propias organizaciones financiadas por
el Estado y con otras de la sociedad civil. Estas políticas
apelan a la participación de la comunidad y el sujeto de esa
comunidad es el vecino. Como hemos señalado en otro
lugar (Fraiman y Rossal, 2009), los jóvenes y los habitantes
de los asentamientos no son considerados vecinos. Pero sí
lo son los “referentes vecinales” que, aunque provengan
de un asentamiento, están avecinados, legitimados por su
contacto con las ONG que con ellos trabajan.
Henkel y Stirrat (2001) asocian explícitamente la
comunidad con la participación. Sostienen que la idea
actual de participación tiene su origen en la esfera de la
religión. Incluso aventuran su filiación protestante: a partir
de la Reforma la relación de los creyentes con Dios evitará
la mediación de la jerarquía eclesiástica. El “buen cristiano”
deberá participar en los asuntos de su comunidad, participar
en la liturgia y en la lectura de las escrituras, para ganarse la
salvación. La participación protestante se convertirá así en
un imperativo moral (op. cit: 174). Pero uno que desande
jerarquías y “empodere” –el anacronismo es ex profeso– a
las personas. Para la Europa nórdica, puede rastrearse el
130

origen religioso de la participación a través del principio


organizacional de la “subsidiariedad”. El mismo que fue
entronizado por el artículo 5 del Tratado de la Comunidad
Europea.
Para estos supuestos protestantes de la comunidad, el
sujeto es participante legítimo por el hecho mismo de su
individualidad en el marco comunitario. Habrá sí líderes
comunitarios, personas que expresen los más altos valores
de la comunidad: el pastor, el maestro, el médico, el
empresario; estos líderes son siempre consensuales y no
necesariamente electivos. El movimiento de la reforma
protestante quitó el lugar jerárquico que tenía la Iglesia en la
vida social aumentando la cantidad de intérpretes legítimos
de la Biblia. Para el caso uruguayo, tenemos una sociedad de
origen católico, con un proceso de secularización temprano
que aunó laicismo a escolarización y ciudadanización. El
concepto de ciudadano sustituyó las implicancias políticas
del vecino. Vecino pasó a ser, meramente, la categoría
nativa que designa al padre o madre de familia, habitante
de un barrio. Y la participación en Uruguay es participación
política, la que adopta distintas formas de la delegación y
la representatividad. La relación entre individuo y sociedad
–o Estado– será una relación de discontinuidad, a diferencia
del proceso civilizatorio comunitario –o sajón– en el que la
relación entre individuo y comunidad es de continuidad.
A partir de los años noventa, el discurso de la
participación se nutre de dos vías –la mayoría de las veces–
paradójicamente concordantes. La más reciente surge del
discurso transnacional: de los organismos multilaterales de
crédito, de las agencias de cooperación internacional y de
las grandes y pequeñas ONG. La segunda vía deriva de la
131

apropiación simbólica, por parte de la izquierda uruguaya,


de la revolución artiguista y sus mecanismos de democracia
directa, que hacen del concepto de vecino un sujeto político
de carne y hueso: el participante de la comunidad política
de la revolución artiguista. Y es en dispositivos como el
Cabildo Abierto donde estas dos vías discursivas –con sus
efectos prácticos–, que representan procesos civilizatorios
distintos, con “individuos” y subjetividades políticas
opuestas, hacen coincidir artificialmente la comunidad y la
sociedad. El resultado es la ilusión de participación.
La participación uruguaya también persigue el
“empoderamiento”. Pero ¿a quién ha “empoderado” esta
hegemonía del vecino en los asuntos de la seguridad y la
convivencia? La idea de “empowerment” subestima las
condiciones rituales y formulaicas de los dispositivos de
participación. Subestima a quienes “abren” el Cabildo y
subestima el establecimiento de la agenda, tanto de sus
tópicos como de la periodicidad de su tratamiento. Pero el
diseño de dispositivos de participación subestima, a su vez,
la historia social de Uruguay y supone, sin más, la existencia
de comunidades con subjetividades acordes.
Los vecinos del Cabildo Abierto no son ni los que mejor
representan nuestros valores comunitarios (caso sajón),
ni aquellos a los que legamos nuestra voz y voto (caso
latino). Pero su voz, legitimada a través de la entronización
del Cabildo, cuando oficia como sujeto autorizado para
tratar la convivencia barrial, no hace más que (re)producir
los estigmas diarios con los que se califica y clasifica a los
habitantes más pobres y vulnerables de la zona céntrica de
Montevideo.
132

Veamos una de las reuniones de estos vecinos participantes


empoderados76, en la que decidieron planteos al Cabildo
Abierto acerca de artesanos, personas que viven en la calle y
boliches nocturnos de la zona, así como distintas gestiones
ante las autoridades. Amén de ello, la reunión implica una
suerte de juicio sumario de las prácticas de aquellos que
viven u obtienen su sustento de la plaza. A la reunión asisten
unas 25 personas todas mayores de 40 años, son vecinos y
comerciantes de la zona de la Plaza Cagancha:

V1: —No podemos permitir la gente en situación de calle


y las rapiñas de ninguna manera. Como que algo tenemos
que hacer. Pero a mí me parece que tenemos que involucrar
a las autoridades pertinentes. Nosotros no podemos.
V2: —Ya vinieron las autoridades. Vino el comisario de
la Tercera, y el alcalde.
Una vecina nos pregunta:
V3: —¿Ustedes están haciendo algo por los muchachos
que viven en la calle?
P: —No directamente, estamos investigando.
V3: —Te digo una cosa, si los ves de arriba del balcón
como los veo yo, los mataría a todos ya, hoy mismo.
P: —¿Dónde vive usted?
V3: —En el edificio [lo nombra, al lado sur de la plaza].
Son de terror. Son delincuentes, son de-lin-cuen-tes: roban;
prepotean; pisotean. Se llevan a la gente por delante, se
drogan, se pelean unos con otros. Los veo robando a la
76
Estos vecinos forman parte de la Comisión de Amigos y Vecinos de Plaza
Cagancha. Los vecinos están numerados y sus palabras fueron dichas en el mar-
co de la reunión o dirigidas a nosotros mismos.
133

gente. El otro día vi cómo uno de esos muchachos le robaba


la cartera a una señora mayor. Iba a llamar a la Seccional y
en eso cayó un móvil.
P: —¿Pero no hay policía de ese lado de la plaza?
V3: —No, no. Hay en la tarde, pero en el día y en la
noche no. Están todos drogados [los jóvenes que viven en
la plaza].
Sigue llegando gente. Todos son de avanzada edad. Se
espera a que llegue más gente para empezar la reunión.
P: —¿Son casi todos vecinos?
V3: —Sí.
P: —Casi todos de los alrededores de la plaza o…
V3: —Sí, sí.
V2 [presidente de la reunión]: —El último miércoles
cerramos la asamblea con un cuarto intermedio porque
varios nos teníamos que ir. Quedó un grupo de vecinos
hasta que hagan las elecciones.
Para hoy los temas serían: informe sobre la reunión con
el comisario de la Seccional 3ª […]; cuota social módica para
funcionamiento interno; concurrencia al Cabildo Abierto el
viernes 12 de noviembre. [En cuanto a la reunión con la
seccional] El comisario nos dijo que el 222 y el 223 están
por desaparecer77. El 222 va a quedar únicamente para el
traslado de valor. Eso por un lado. Por otro lado, como
que él no está muy de acuerdo con contratar 222. Dice que

77
El comisario a cargo porta la voz institucional con lealtad a los nuevos pro-
cesos de cambio, un servicio 222 más pequeño y la desaparición del llamado
223, que, en verdad, no es un servicio legal sino una irregularidad cometida por
funcionarios policiales que son contratados informalmente por comerciantes o
vecinos. Más adelante, los propios vecinos describen su funcionamiento.
134

desde su punto de vista, si ya hay una policía no se debería


recurrir a un 222. Eso lo dijo él en la primera reunión que
hicimos y que vino. A partir de ese día él nos dijo que se
había intensificado el patrullaje de la zona. Y la verdad es que
si hace un mes había veinte durmiendo, hoy son cinco. La
verdad es que han pasado con más frecuencia. Intensificando
un poco eso ya se soluciona parte del problema. […] Eso
con respecto al 222…
V3: —¿Y el 223?
V2: —Él dice que el 223, no. Nos pidió que tratáramos
de sacar fotos. Por ejemplo, ahí en la fuente se desnudan,
bueno… una foto de eso. Fotos de agresiones.
Él nos pidió fotos y nos dice: ‘quejas tengo muchas,
pero denuncias y pruebas no tengo, no. Si yo tengo
denuncias concretas y además fotos, ahí yo puedo traerlos’
[…] La otra cosa que nos pidió fue la de constituir un
grupo de apoyo. […] Él dijo: ‘yo puedo atender a todos los
ciudadanos, pero yo no puedo recibirlos a todos. Tienen
que estar representados’. Tenemos que ir un grupo de tres
personas, como fuimos a la reunión.
V3: —Y tenemos que invitar a la Seccional 2ª también.
Porque no te olvides que a este lado de la plaza le corresponde
otra seccional.
V2: —Bueno, ahí también. Él tiene jurisdicción del lado
norte. Tenemos que tener contacto con la Segunda y esa es
una iniciativa que tenemos que tener nosotros.

Los vecinos tienen una participación activa y se disponen


como asamblea, dialogan y construyen consensos, y en
general, comparten un conjunto acotado de intereses: la
inseguridad provocada por los gurises que paran en el Cine
135

Plaza. El comisario los atiende y les sugiere una forma de


participación bien ajena a las expresiones de organización
democrática: la vigilancia vecinal. Las preguntas sobran:
¿cómo se organizaría dicha vigilancia?, ¿a través de la
disposición individual de los vecinos?, ¿alguien consideró
cuáles son los riesgos a los que se expondrían los vecinos
para conseguir las “pruebas” de los delitos? Pero quizás más
importante, ¿qué tipo de ciudadanía se construye a través
de invitaciones como estas?, ¿se pretende, acaso, reproducir
institucionalmente al “buen vecino” frente a los “jóvenes
drogadictos y delincuentes”?, ¿se los quiere enfrentar unos
con otros con el aval de las instituciones del Estado?, ¿cuáles
serían las transgresiones a vigilar, las delictivas o cualquiera
ajena a la moralidad vecinal?

V4 [comerciante de unos 40 años que participó en la


reunión con el comisario]: —El comisario, la verdad es que
tiene una voluntad de hierro. Con muchas más ganas que
otros. Dijo que el hecho de que nos estemos juntando como
vecinos y comerciantes de la zona motiva a los policías de
calle a seguir trabajando, que la Policía Comunitaria está
motivada por todo esto. Dice que hacen más y más de lo que
hacían otros comisarios antes y que con esto se siente más
apoyado. Él le da mucho palo al 222. No está de acuerdo.
Además dice que están hasta diciembre. Él tiene una visión
negativa del 222 porque dice que dan mucho palo, nos
contó que él trabajaba en la Ciudad Vieja con los boliches
y que a muchos policías se les iba la mano, por ejemplo, le
piden a alguien que se retire y el pibe no se quiere ir, cuántas
personas se necesitan para sacar a una persona. Es difícil eso.
Hasta dónde está el exceso de la Policía y se producen a veces
136

excesos por parte de la Policía.78 Y si vemos al policía que


tiene a un menor contra el piso la gente dice ‘pobre menor’
y la Policía es la que recibe las críticas. Resumiendo, a mí
me pareció que este es un comisario con mucha voluntad
pero pocos recursos.
Y la otra cosa importantísima es que tenemos que
contactar también a Inspección General para que manden
inspectores para los que están con los trapos [refiere a los
artesanos] Uno tiene que pagar una multa, te vienen dos
inspectores al [comercio], si no tenés todo, los permisos,
los papeles, ta luego, y estos artesanos no son artesanos,
uno que vende remeras… no son artesanos.
V2: —Además venden drogas, consumen drogas ahí,
toman alcohol, esconden cosas robadas, se juntan con los
que están en calle en el cine, con los que están haciendo
arrebatos en la vuelta. La orden de sacarlos hace tres meses
que está. El otro día salió el comunicado en el diario. El
problema que tienen, según me explicaron, es que no
quieren ir al choque. Plantearon una solución de llevarlos a
otro lugar. El lugar donde se plantea llevarlos es donde era
el Control [Arenal Grande y Mercedes]. No van a aceptar
ir para ahí. En primer lugar, no pasa nadie por ahí. O pasa
menos gente y menos turistas y gente que gaste plata en
artesanías. Segundo, quedarían asociados a otros feriantes,
revendedores de ropa. No, no la veo que los artesanos
tomen esa opción.

En estos diálogos trasuntan prejuicios y confusiones. Se


confunden asuntos llamados de “seguridad” con los típicos
problemas llamados de “convivencia”. Un artesano que
78
El propio vecino relativiza la idea del abuso del policía llevándola a una cir-
cunstancia concreta.
137

no “produce” y sólo revende remeras quizás incumple la


disposición municipal que lo habilita a trabajar en la plaza,
pero no hay delito en ello. Sin embargo, el discurso vecinal
asocia tal incumplimiento con el consumo y la venta de
drogas. Tal vez el artesano, y es práctica habitual entre ellos,
fume un porro por las tardes de primavera o verano y lo
acompañe con una cervecita y artesanos amigos de la plaza.
Quizá para la moralidad de estos vecinos esas prácticas
sean del todo inapropiadas, verdaderos actos impúdicos
que atentan “contra la moral y las buenas costumbres”.
Sin embargo, la confusión que acusa a los artesanos de
traficantes de drogas, ladrones y cómplices de los “lateros”
del cine debe tomarse en serio. El discurso vecinal generaliza
atributos monstruosos a un conjunto de gurises adictos a
la PBC que, como vimos anteriormente, no convierten el
delito en su estrategia de vida. Es cierto que muchos de
ellos han cometido arrebatos y, en una menor proporción,
rapiñas. Pero gurises como el Conejo y Gerardo intentan
zafar de la adicción mientras sobreviven en la calle a través
de medios honestos. Si el lector sospechara que por una
impostura progresista escondemos circunstancias delictuales
de los gurises de la plaza, sólo bastaría analizar el discurso
vecinal sobre los artesanos para desestimar tal sospecha.
¿Puede sostenerse acaso, sin pasar por insensato, que los
artesanos son “delincuentes”? Sí, si usted es un vecino
respetable y espera pacientemente su turno en una asamblea
democrática, puede, entonces, despacharse antojadizamente
contra el grupo que menos le agrade. Quizá por ello sea
importante consolidar dispositivos como las Mesas Locales
para la Convivencia y Seguridad Ciudadana, para “separar
la paja del trigo” y así contener, informar y educar a la
participación ciudadana en materia de seguridad y resolver,
una vez oídas todas las voces involucradas –sobre todo la
138

voz juvenil que no suele participar de las Mesas (Fraiman


y Rossal, 2009)–, conflictos que muchas veces comienzan
como problemas de convivencia y que, como si se tratara
de una profecía autocumplida, acaban en delitos (Fraiman
y Rossal, 2010).

V2: —No, esos tienen permiso. Esos todos tienen.


V4: —Pero lo que pasa es que en los techitos hay gente
que ya no vende cosas propias, artesanías.
V2: —Bueno, pero más allá de eso tienen permiso de
estar.
V4: —Ta, pero eso también lo tienen que inspeccionar
porque hay gente que está vendiendo remeras del Chuy. Les
pueden decomisar las remeras. Lo que digo es que pueden
mirar para todos los lados. Porque si son duros con algunos,
con algunas cosas, a mí me pusieron una multa porque una
de las empleadas no tenía el carné de salud vigente, a mí
me había dicho que lo tenía pero se le vencía y a mí me
pusieron una multa. Entonces, que sea parejo.
V5: —Vamos a ser realistas. Si agarramos todos los
techitos, uno por uno, si es por artesano, entonces no tiene
que estar ninguno. El único que puede estar es el chileno,
nada más. Es el único que todo lo que vende lo hace él.
Después, todos los demás compran todo.
V6: —Ahora, ustedes están hablando de los techitos.
V5: —Los techitos nuevos, frente al Mercado de los
Artesanos.
V6: —Sí, sí. Bueno. Eso de día es una cosa. De noche,
que ahí no hay luz, es otra muy distinta. Arriba de esas
mesas yo he visto robar turistas y gente. Estacionados en
139

el auto, esperando ahí la luz, porque no hay luz. Esa es una


medida, ¡hay que iluminar ahí! No sé cómo.
V2: —Hay que pedir que saquen los techitos
V6: —¡Ah, que saquen los techitos!
V2: —Ya hemos hablado con la Intendencia, hace años.
Les hemos explicado el porqué.
V6: —Pero si los acaban de reponer…
V2: —Bueno… pero les vamos a pedir que los saquen.
[…]
V7: —Los rapiñeros que robaban, que eran adolescentes,
desaparecían porque se metían debajo de los manteles que
tenían los vendedores. Ahora no porque tienen locales
nuevos. Pero en los otros se metían por los manteles. Eran
protegidos por los artesanos.
V6: —Y si sumamos todos los que se sientan en la plaza
todo el día.

De efecto gelatina hablan los policías cuando una


seccional “corre” al delito de su territorio. La categoría da
cuenta de cuál es la percepción de la Policía de su propio
trabajo: cuando es eficaz el delito sólo se desplaza, o sea, el
delito nunca se extingue, sólo se gobierna. Uno “empuja”
al delito y consigue “correrlo”, como una “gelatina” que se
muestra flexible si la empujamos, pero no pierde nunca su
estructura.
El discurso vecinal es cínico respecto a los traslados. Poco
importa qué ocurrirá en la otra feria luego del traslado de los
“artesanos delincuentes”. Sólo importa sacárselos de encima.
Los dichos manifiestan intereses estrictamente vecinales,
140

aunque alcanzaría con la presencia en la asamblea de vecinos


de la zona de Mercedes y Fernández Crespo para que el
enfrentamiento entre los intereses vecinales se convirtiera
en una apelación a los derechos ciudadanos (Fraiman y
Rossal, 2009). Recién en ese momento estaríamos frente al
vecino ciudadano que las políticas de descentralización de la
IMM auguraban y el discurso de la (in)seguridad, en gran
medida, conjuró.

[…]
V1: —Bueno. El 222 tiene el problema de que desaparece
en diciembre. Pero ¿en qué consiste el 223?
V3: —Es un policía que no está controlado.
V4: —La Policía va a estar muy controlada después de
diciembre y va a estar prohibido o va a ser muy difícil que
puedan hacer un 223 porque les van a pagar más horas,
les van a pagar un poco más. Y las horas humanas no les
van a dar. Después van a empezar a aparecer las empresas
privadas de seguridad.
V8: —Así que la idea del 222 queda descartada.
V4: —¿Con policía sabés cómo cambia la cosa? Un
10%. Igual que en la plaza. Si la Intendencia no se encarga
ahora.
V9: —Capaz que es cosa mía, pero yo veo que hay
menos gente. No veo gente tirada en la calle Colonia. Yo,
personalmente, me dediqué a observar hoy y para mí manera
de ver, algo cambió. Yo creo que también nos tenemos que
acostumbrar a estos cambios, si no hubiéramos hecho este
movimiento, no se hubiera dado nunca.
V6: —Exactamente.
141

V9: —No hay que dejar caer estos temas. Y en cuanto a


la Policía, agradecer. De vez en cuando pasar por la comisaría
y decir, bueno, yo ya veo un cambio, le agradezco. Estas
cosas me parece que forman parte del protocolo. Eso me
parece a mí personalmente. Y nosotros mismos observar, ir
viendo día a día los cambios que se van dando. En el cine,
por la calle Colonia hoy no los vi. Acá en la puerta [del
Museo Pedagógico] hace como tres o cuatro días que no
duermen y no ensucian y no dejan cartones.
V6: —Sobre el cine, al lado de casa estaban [vive en el
edificio que está sobre el cine y que da a la circunvalación
Cagancha].
V9: —Hoy no.

Efectivamente, en esos días la Seccional 3ª había


implementado un mecanismo de rondas para despertar a
los jóvenes que duermen en el entorno de la plaza. Dos
de estos policías son amables con los jóvenes (uno de
ellos lo reconoce en entrevista). No es que los jóvenes
hayan sido echados de la plaza por la Policía, sino que los
despiertan en dos horarios y están “más cerca de ellos”. Los
vecinos construyen un problema simple: los jóvenes del
cine son chorros; la solución, en cambio, da cuenta de las
dificultades del propio problema: la ausencia de los gurises.
Ahora bien, ¿cómo se consigue su “ausencia”? La Policía
debería responder a tal cuestión. Detenerlos in fraganti
delito, ahuyentarlos con amenazas, persuadirlos de que
vuelvan a sus casas... La mayoría de los gurises tiene, como
vimos en el acápite del “Centro”, encima de 18 años, por
tanto, el Estado no los atiende, a excepción de las poquitas
circunstancias que ya describimos. Si sólo fueran niños,
adolescentes, mujeres embarazadas o afrodescendientes…
142

pero no, son jóvenes varones. A gurises como ellos sólo los
“atiende” la Policía. Cuando los vecinos acuden a ella –desde
cierto inquietante punto de vista– tienen toda la razón.
La estrategia complementaria es acudir a la Intendencia,
sobre todo participar en las instancias políticas que ella
dispone, pues los dispositivos de participación requieren
para su desempeño de la presencia efectiva de vecinos. La
necesidad de reclutamiento, el discurso de la inseguridad
–que es un discurso justiciero– y la legitimación de las voces
reclutadas no siempre son la mejor ecuación política. Parte
de la “demagogia represiva” se concede en instancias de
participación democrática a las que no acude la pluralidad
de las voces vecinales.

V6: —Y se amontona gente que se droga. Es lo que


me dijeron. Y contra eso habría que tomar también una
medida.
V9: —Yo lo que digo para el Cabildo es hablar por lo
positivo. Queremos esta plaza. Para lograrlo tenemos que
acabar con esto. A mí me parece que es fundamental presentar
un proyecto. Y el proyecto está armado. Queremos esta plaza,
todos los vecinos. ¿A quién le viene mal esta hermosa plaza?
¿A nadie, no? Bueno, ayúdenos usted que tiene la autoridad,
que tiene los contactos, ayúdenos. Estamos dispuestos a
hacer donaciones económicas, estamos dispuestos a trabajar,
pero necesitamos el apoyo de las autoridades. Esta es la
plaza que queremos. No podemos tenerla hasta que no nos
ayuden a solucionar estos problemas. Yo creo que es más
estratégico presentar primero lo positivo, lo que queremos
y después pedir que nos apoyen para eso.
143

V6: —Y decir que ese memorando se presentó en tal


fecha con la presencia del señor alcalde y que se está a la
espera de una respuesta. Que esa gestión se hizo y que
quede constancia de que se hizo.
V2: —Y que todavía estamos esperando una respuesta
formal.
V11: —Es fundamental decir que venimos por esto, yo
pienso que además la Policía se movió porque está el alcalde
atrás. El alcalde debe de estar moviendo sus contactos. Sola
la Policía no va a hacer las cosas. Si no lo hizo hasta ahora.
Se está presionando para que mejore. Lo que el hombre
dijo no es que va a venir y nos va a dar todo. Él dijo: ¿qué
quieren? Que los saque. No. Tiene que haber un esfuerzo
de nosotros mismos, tiene que haber un interlocutor,
empezar a ver nosotros los vecinos qué podemos empezar
a cambiar. Ir a la comisaría. Participar en este Cabildo.
Nos van a dar en la medida que nosotros seamos un grupo
fuerte, comprometido. No podemos decir “pedimos todo
esto y no se nos ha dado nada”. No. Que un interlocutor
del grupo vaya y vea lo que están haciendo otros grupos,
que vea propuestas. Pero en ningún momento nos dijo que
nos iba a dar.
[Varios vecinos empiezan a irse]
V1: —Tenemos que mostrar que esto tiene continuidad,
que estamos motivados. Entonces armemos una planilla
para que cada uno firme que vino.
V2: —Les leo lo que pusimos en el memo:
Seguridad, los robos, etcétera.
Suciedad generalizada, que corresponde a la
Intendencia.
144

Que la plaza es usada para todo, para manifestar, para


festejar. Todo en esta plaza.
Autos que estacionan sobre la plaza, que son de artesanos
y no de los vecinos.
Cobran multas también a los vecinos que viven y trabajan
en la zona. No hay tolerancia con esos.
Semáforos que no se respetan en la plaza.
Artesanos.
Uso de parlantes y contaminación sonora.
Monumento siempre pintarrajeado.
Enjardinado descuidado. Muchas veces son los vecinos
los que compran las flores y se las dan al jardinero.
Macetones que se compraron desaparecieron.
Parada de ómnibus.
Gente que duerme en la plaza.
Canilla pública que queda todo sucio y hace barro con
jabón, que es peligroso para caminar. Un chiquito de mi
edificio el otro día patinó y se cayó. Es un bebedero pero lo
usan para bañarse, afeitarse, lavar sus ropas.
Usan la plaza para sus necesidades.
Olor a orina y a suciedad.
Usan los contenedores para hacer sus necesidades.
La fuente que está abandonado con un olor a podrido, a
suciedades, hacen de todo en la fuente.
Limpieza.
Duermen en los bancos, los destruyen.
145

Música. Usan los enchufes de la IMM para poner música


sin autorización.
Problema de iluminación que no hay o que se rompen.
Barrido.
Papeleras fueron desapareciendo, que también fue una
gestión de la Comisión de la Plaza.
Tema de droga y pasta base.
Tema de impuestos que son muy altos en esta zona y no
hay correspondencia con el servicio que da la Intendencia.
No queremos que nos bajen los impuestos sino que cumplan
con todo.
V9: —Me parece que es mejor decir los puntos básicos
en lugar de una larga lista que incluye las flores y la pasta
base. Las rapiñas y no sé… tendríamos que saber con quién
estamos hablando. Estamos hablando con la Intendencia
y no con la Policía. Entonces de seguridad le tenemos que
pedir que nos ayuden.
V2: —Por eso le podemos decir que los vendedores
ambulantes que están en la plaza son focos de disturbios y
que dificultan.
V9: —La luz es más grave. Podemos pedirle iluminación.
Los boliches y los pornos son mucho más graves.
[Hablan todos, discuten quiénes van y qué van a decir]
V9: —Seguridad con focos / permisos / gente que
duerme.
V2: —Todo lo que es toldería dificulta la vigilancia. Eso
dijo el comisario.
V6: —Yo creo que hay que diferenciar dos cosas. Lo que
se va a decir, que tiene que ser breve, y lo que se tiene que
146

dejar. Tenemos que dejar un documento escrito. Lo de los


bailables y lo de los pornos. Las cosas que generan los cines
pornos. Eso yo se lo puse al intendente. Que cuando se dan
permisos para este tipo de lugares la Intendencia se tiene
que fijar en el impacto que van a tener en el vecindario.
No puede ser que haya dos bailables en una manzana y dos
cines pornos a una cuadra.
V9: —Si planteamos tres puntos a viva voz: la seguridad.
Ahí entran los bailables y los pornos.
V2: —Buenos entonces, punto 1: seguridad. Todo lo
que está incluido en seguridad. Los bailables, los cines, los
artesanos. 2: el cuidaplaza.
V6: —Que tenemos que tener 24 horas.
V2: —El cuidaplaza es la Intendencia la que lo pone. Y
en la Liber Seregni están las 24 horas.

Los vecinos de carne y hueso


En la zona céntrica de Montevideo los vecinos de carne
y hueso –a diferencia del vecino sujeto de la participación79–
se relacionan con la población más vulnerable del barrio y la
consideran en tanto que sujetos corporales (Acosta, 2005),
cuerpos vulnerados que interpelan más allá de discursos y
moralidades, sobre todo cuando se trata de niños.
79
Incluso el propio vecino que puede ser sujeto de la participación pero se en-
cuentra ante la circunstancia concreta de tener que ayudar a un muchacho que
pasa frío en la calle. Sus prácticas podrán quedar desajustadas del discurso casi
bélico que enunciaban los vecinos de la Plaza Cagancha ante el Cabildo Abierto
y en su preparación previa. Efectivamente, el vecino de carne y hueso puede,
muchas veces, ser solidario y comprensivo aunque su discurso pueda negarlo.
Pudimos comprobar este aspecto en su complejidad cuando entrevistamos a
vecinos y comerciantes de la Plaza Cagancha.
147

De esta forma, hemos observado y nos han narrado,


tanto vecinos y comerciantes como niños, adolescentes y
jóvenes que viven o han vivido en la calle, toda clase de
solidaridades cotidianas que permiten una existencia
menos hórrida de lo que podríamos suponer. Los dones
van más allá de la cosa donada e implican el lazo social, lo
constituyen y lo actualizan en cada intercambio, portando
también afecto y gratitud80. Y, claro está, también tiene
lugar su contrario, enemistades e ingratitudes; cuestiones
que también suceden, cotidianamente, entre las personas
más vulnerables y los vecinos. Esto es lo que los jóvenes de
la plaza nos señalaban como “quemar”, reconociendo que
a veces “quemaban” un lugar haciendo “macanas”, dejando
mal parados a otros que no las hacen y perdiendo el respeto
de los vecinos.
Incluso habiendo “macanas” y “lugares quemados”, hay
vecinos que cotidianamente ayudan dando su comida y su
reconocimiento. No hay que subestimar el reconocimiento
de estos vecinos solidarios para jóvenes eludidos como los
que duermen en el Cine Plaza. Eludidos de las políticas
públicas al ser opacados por otros sujetos como los niños
y los adolescentes, culpabilizados por las intervenciones
estatales por sus fracasos y deficiencias morales, eludidos
por el vecino-ciudadano –que sólo los reconoce de lejos
y para intentar “correrlos”–, son otros vecinos quienes se
reconocen en ellos y les tienden la mano.
Los gurises, por su parte, nos han ofrecido algo de
la milanesa que acababa de traer un vecino y hemos
compartido bizcochos provenientes de una panadería del
barrio, todo ello en un marco de afecto y camaradería. El
80
Nuestra referencia al don y a sus intercambios nos lleva a Marcel Mauss
(1971) y su Ensayo sobre el don; la obra pionera de Mauss sigue arrojando luz
sobre los fenómenos específicamente humanos.
148

don de la respuesta y la pregunta, la inteligencia puesta en


juego tensionando moralidades y prácticas. Y todo ello en
el marco del más completo desamparo: algunos buscados
por la Policía, otros añorando sus épocas con dientes, sin
adicción y con trabajo; pensando juntos, otras veces, cómo
salir de esta situación, y otras recordando historias buenas
y malas de antaño.
En el trabajo etnográfico pudimos apreciar la confianza
que permiten la palabra cercana y el diálogo que aparece como
borrador de las desconfianzas. Desconfianzas normales que
los sujetos tienen en el marco de un vengativo discurso de
la (in)seguridad que sólo aumenta la violencia y el estigma
sobre los adolescentes y jóvenes más vulnerables. Juntos
hemos reflexionado sobre estos discursos y tensionado
moralidades.
Vimos el caso de los vecinos de Ciudad Vieja que se
involucran cotidianamente con los niños del Mercado del
Puerto, pero también pudimos tener reflexiones compartidas
con vecinos y comerciantes de la zona de Tristán Narvaja y
de Plaza Cagancha.
Las tensiones morales del vecino se muestran con
claridad en la entrevista que sigue, que vale como ejemplo
de los centenares de gestos, intercambios solidarios y ayuda
–muchas veces invisibilizados– que ocurren a diario entre
vecinos y comerciantes y los jóvenes más vulnerables de los
barrios. Nos hablan dos funcionarios de una empresa de
espectáculos de la Plaza Cagancha. El lugar de la familia, las
instituciones del Estado, sus dispositivos y el consumo de
drogas aparecen entrelazados con prácticas de solidaridad y
comprensión:
E2: —Hace un poco más de diez años, nosotros
trabajamos acá [dice la empresa], que queda en pleno
149

Centro. Y nosotros vivimos en el Centro, y la situación con


la gente indigente o la gente en situación de calle es, para
mí, alarmante. La cantidad de gente que duerme en la calle,
no solo acá, por mi casa también. Vos caminás una cuadra
para allá, frente a la Casa de la Justicia [se refiere al otro
sector de la plaza] también.
P: —A la fuente.
E2: —¿A la glorieta se llama? Se meten ahí, hay gente en
Ejido a media cuadra de la Intendencia, en una vereda que es
cortita. Ponen un techito, la tele, se cuelgan de la cobertura
eléctrica del seguro público; la situación es caótica.
P: —Eso que me estás contando de la tele, ¿es ahora
mismo?
E2: —Sí, ahora, cuando hay frío y llueve, ellos ponen
una tela para taparse, un tacho, prenden fuego y se calientan,
tienen una tele, que es mejor que en casa porque no tengo
cable. Lamentable.
E1: —Pero mirá que cuando han estado acá yo les he
comentado que hacía mucho frío y lluvia, hay un email que
está corriendo, a mí me llegó una cadena para invitarlos a
ir a refugios.
P: —Claro, a refugios.
E1: —A refugios, y yo les he comentado, mirá que
ahora abrieron refugios nuevos, y creo si llueve todo el día,
te podés quedar81. Justamente como decían –ah, sí, pero a
mí no me importa, no te preocupes amiga yo no molesto–.
No, no es que tú no molestes, viene gente y queda mal que
tú estés aquí. O sea, yo siempre trato de hablarles de la
81
Quedarse todo el día si llueve tiene que ver con la obligatoriedad de salir del
refugio entre las 7:00 y las 7:30 de la mañana y retornar a la calle hasta pasadas
las 18,19 horas.
150

mejor manera. Igual hemos tenido situaciones agresivas con


menores, más que con mayores, porque yo les digo, vamos
a abrir el local, por favor te podés correr, y los mayores por
lo menos conmigo se han corrido, pero los menores son los
que “yo de acá no me corro”. Nos han sacado un caño, nos
rompieron una puerta de vidrio, de los dos lados, por acá
y por acá haciéndonos frente, o te amenazan con balas o
con cosas que tengan ahí. Y vos les decís, voy a llamar a la
Policía para que vengan a sacarte, o voy a llamar a la Línea
Verde. “Qué me importa la Línea Verde”82, contestan.
P: —¿Línea Verde?
E2: —La Línea Verde o la Línea Azul, no sé cómo era,
la del INAU.
P: —La Línea Azul.
E2: —Ahí va, un color era. También es como te decía,
no siempre están los mismos, van rotando, se van, vuelven
otros. Además nosotros vivimos en el Centro y hay algunos
que los vemos en otras zonas.
P: —Que no necesariamente duermen o están toda la
vuelta acá.
E2: —Claro, durmiendo en otras zonas, acá del Centro,
durmiendo en otras esquinas, o trabajando de cuidacoches,
¿te acordás de aquel muchachito que vino a trabajar acá?
Ahora está mal pobre, cada vez peor. Está flaquísimo83.

82
Se refiere a un pequeño grupo de niños de entre 11 y 14 años que estuvieron
viviendo en la Plaza Cagancha junto a sus perros. Hubo muchas situaciones
conflictivas con ellos en el tiempo que estuvieron allí –no sólo con los vecinos,
sino también con otros adolescentes y con jóvenes y ancianos que viven en la
calle– y el INAU finalmente intervino disponiendo la atención de estos niños.
83
Se refiere a un joven adicto a la PBC que trabaja como cuidacoches en las
noches en la plaza y que fue entrevistado por nosotros. El propio joven nos
cuenta sobre las ayudas de vecinos y comerciantes que ha recibido en la calle y
151

P: —¿Pero trabaja acá de cuidacoches?


E2: —Bueno sí, ahora está trabajando en el [club de la
zona], de cuidacoches, pero ta, pero vos lo ves, yo antes lo
cruzaba cerca de casa. Los menores que te decía hoy que nos
hacen frente y que no les importa, hemos visto cómo roban
a la gente, y hemos hecho la denuncia, y nada, se los llevan
y vuelven al otro día, y enojados porque los denuncié.
P: —¿Y ahora sigue habiendo adolescentes acá?
E2: —Esta semana no, hasta la semana pasada estaban,
había un grupito de cuatro que estaban a la vuelta, ayer vi a
dos de ellos fumando ahí sentados al lado de la reja.
P: —¿Fumando pasta base?
E2: —No, no sé qué estaban fumando, no, no, cigarro.
Uno con mochila, como en la escuela, ¿viste?
P: —¿De qué edades son?
E2: —Y bueno, debe tener uno, nueve años; el más
grande debe tener catorce años.
P: —De esta barrita.
E2: —Sí.
P: —¿Son todos varones?
E2: —Sí. Y le hacen frente a [nombra al cuidacoches]
también.
E1: —Sí.
E2: —¿Viste que a [nombra al cuidacoches] no le gusta
meterse? Es el otro chico que te comenté hoy. Que está en

cómo intentó trabajar en un local de espectáculos a raíz del ofrecimiento que


le hicieron.
152

situación de calle y que hemos tratado de ayudarlo porque


la verdad que el chiquilín es bien educado.
E1: —Tiene familia con hogar84.
E2: —Tiene familia, o sea, es una persona bien, ¿no? O
sea, que tuvo estudios y todo, pero él mismo nos contó la
historia como todos, la pasta base, y cuando vio que iba a
empezar a robarle a la familia, antes de hundir a la familia
dijo “bueno ta, me voy a la calle”, y no quiere que los padres
sepan dónde está. La abuela vino a saludarlo un día por el
cumpleaños, estaba re contento, se había afeitado y todo.
Bueno hoy estaba bañándose, yo fui al lado de la ducha,
había alguien bañándose y dije –¿Quién se está bañando?–,
no respondía nadie, entonces le pregunté [nombra a otro
funcionario] –¿vos no te bañaste hoy, no?– No, estaba el
cuidacoches bañándose.
P: —¿Se estaba bañando acá?
E2: —Claro, porque lo dejamos pasar porque ya te
digo, es buena gente, cuando tenemos alguna changuita le
hablamos.
E1: —Es buena gente.
E2: —Él tiene la intención de hacer las cosas, no se mete
en problemas, lo único que él últimamente está con el tema
de las drogas.
P: —¿Consume?

84
Durante la investigación la noción de hogar fue desplegando múltiples signi-
ficados. Para este vecino y para la moralidad dominante, contar con una familia
con hogar es la condición ideal –y necesaria– para el desarrollo de un sujeto.
Sin embargo, niños y adolescentes que han vivido en la calle reconocen a este o
aquel Hogar, reparticiones del INAU u ONG que convenian con INAU, en las
cuales podrían hallar algún tipo de amparo. También existen hogares de castigo,
aquellos como Desafío o los que componen la Colonia Berro.
153

E2: —Claro, “yo consumo y no quiero problemas con


nadie, pero no voy a salir de esto”, y bueno, es lo que hay.
P: —¿Cuántos años tiene ahora?
E2: —¿Y qué tendrá? Veinticinco.
P: —¿Y hace cuánto tiempo que está acá?
E2: —Y… dos años.
P: —Y es cuidacoches de noche, después de las seis de
la tarde, porque hay otro que se va después de las seis de la
tarde y queda él ahí en la puerta.
E2: —Pero es educado, él no se mete con nadie, esos
chiquilines que son medio revoltosos han querido tener
problemas con él y él no quiere.
P: —Estos chiquilines, ¿este grupito que anda ahora en
la vuelta?
E2: —Pero como todo, ya te digo, se van para otra
esquina y después vienen otros. O sea, es lo mismo, siempre
esta situación que vos ves alrededor del cine. Y el tema de
las rejas… hace mucho que se quieren poner rejas, más que
nada porque los vecinos todos del entorno están bastante
molestos a esta altura. Bueno, por el olor, porque este grupo
que anda ahora en la vuelta ya no tiene respeto ni por ellos
mismos, hacen sus necesidades ahí y se acuestan arriba.
P: —¿Y ustedes limpian todos los días?
E2: —Nosotros limpiamos todos los días y cuando
terminás de limpiar ellos vienen de vuelta, hacen sus
necesidades en el lugar limpio y se acuestan al lado.
P: —¿Y esa dinámica hace cuánto que es así?
E1: —Vino empeorando porque esto así no existía,
porque antes [hace unos cuatro años] acá había una sola
154

persona que se acostaba y se iba y no venía más, o venía


al otro día, o de mañana. Esto que pasa, estos tipos están
durmiendo todo el día porque después están toda la noche
viendo qué pueden rastrillar85.
E2: —Todo el día están durmiendo.
E1: —Yo los veo por acá de noche y están rastrillando.
P: —¿Y no van a refugios ellos?
E1: —No.
C: —No y a [nombra al cuidacoches] tampoco le interesa
ir por el refugio; mirá que ahora que hizo un frío espantoso
yo le dije, fulano andá, y nosotros le hemos traído ropa y
todo. Bueno, ya te digo, él es muy bien, muy respetuoso y
la gente que ha trabajado acá, hasta productores que han
alquilado la sala, han enganchado bien con él, porque le han
traído ropa, championes. A mí me da cosa porque el otro
día le dije: “che [lo nombra], dónde metés toda la ropa,
porque te la deben de robar cuando estás desmayado o en
otra órbita”. “Ah, no, yo me la guardo bien”. No sé dónde
la guarda pero bueno. Él trata de estar prolijo. Ya te digo,
nos pide para bañarse. Y nada… bueno, él está consciente
de que su condición es esa y no puede dejar, la droga nada
más; él no es una amenaza86, pobrecito.

85
Rastrillo, rastrillar, refiere a la realización de pequeños hurtos, arrebatos o
incluso rapiñas a transeúntes. Rastrillo es un ladrón de poca monta, considerado
sin códigos, generalmente considerado adicto a la PBC. Nadie se considera rastri-
llo, es una asignación a una tercera persona a la cual se le adjudica un estigma.
De todos modos, algunos adolescentes y jóvenes en estas situaciones reconocen
haber tenido prácticas de rastrillo: “robar cables” [como nos lo narró el mucha-
cho de familia que ayudan estos vecinos] o “revolcar una vieja”.
86
Evidentemente, otros de estos muchachos significan amenaza para vecinos
y comerciantes.
155

E1: —No hay gente en el Cerro en la calle, en el


Centro de Montevideo es donde están todos los pichis87, es
impresionante.
E2: —Yo lo que pienso, al margen de eso, es que ellos
no quieren salir de esa situación88, porque te doy el ejemplo
de este muchacho a quien nosotros tratamos y nos parece
respetuoso, y te puedo decir que los demás tampoco; porque
yo, por ejemplo, me he acercado a mujeres que he visto con
chiquitos.
P: —Que andan dando vuelta acá a la plaza.
E2: —Sí, el nene llorando, y a mí me parte el alma,
entonces me acerco y le digo: “¿qué le pasa al chiquito?”.
“Lo que pasa es que le di la vacuna y le duele”. Entonces salí
a comprarle un Perifar, el de los niños.89
P: —El pediátrico.
E2: —Ahí va, el pediátrico, el que le das con la jeringuita.
Y a la otra le dije: “bueno, mañana vení que te traigo una
ropita”, y después fui, le compré un litro de leche y le dije:
“pero, ¿qué estás haciendo tú?”. Me preocupé por saber,
y me dijo: “no, lo que pasa es que estamos en un refugio,
tengo dos nenes más que ahora están en la escuela, después
los voy a ir a buscar para llevarlos al refugio”. “¿Pero querés
trabajar, querés hacer algo, de repente limpieza?”. “No
sé, bueno, sí”, dijo ella. “Por qué no me traés mañana la
cédula, le hacemos una fotocopia y yo te presento acá en la
zona para hacer limpiezas”. Desaparece. O sea, no sé, una
87
Indigente, marginal; también delincuente para la jerga policial.
88
Faltaría en estas personas la voluntad, “no quieren salir de esa situación”.
Encontrándose, sin contradicción, el discurso del vecino que quiere que saquen
a estas personas de su lugar y quienes trabajan como educadores del INAU,
que también exigen la voluntad a sus asistidos (¿podremos llamarlos “educan-
dos”?).
89
Le “parte el alma”: recordemos que afectividad y don tejen el lazo social.
156

vez sola apareció y me dijo: “mirá, no vine”, me acuerdo


que vino como dos semanas después, “hoy no pude venir,
porque al final el nenito al que le había comprado el Perifar
estuvo internado, lo tuvimos en el Pereira Rossell”. “Y
bueno ta –le dije–, Marcia, si precisás algo estoy acá”. Y
vino especialmente y nunca más vino. Capaz que realmente
salió adelante porque sí vino hasta acá. Pero después para
mí no tienen, no sé, y después está eso de los mayores que
utilizan a los niños acá en el Centro.
Nosotros ahora ya no salimos mucho de noche, pero
antes tenía un grupito que hasta yo lo conocía, ¿te acordás?
“Hola, fulano. Hola, mengano”. E ibas a la Ciudad Vieja
y era “hola, amiga”, y venía con la ropita la mamá, y yo:
“¿Fulano, fuiste a La Escuelita hoy?”, porque sabía de La
Escuelita del INAU, que está acá por la Ciudad Vieja. “Este,
sí, sí, todo bien”. Iban a La Escuelita, pero “de noche mamá
nos saca a trabajar. Y tenemos que hacerle la plata”.90
P: —Trabajar vendiendo.
E2: —Yo qué sé, las flores, todas esas situaciones,
después no los vi más, porque se ve que crecieron. Te estoy
hablando de esto hace seis años, no los vi más, ese era un
grupito de hermanitos que siempre andaban en la vuelta.

90
Para un vecino de clases trabajadoras o medias resulta inadmisible moral-
mente que la madre saque a trabajar a sus hijos, pero en la moralidad de muchos
de los chiquilines que entrevistamos darle la plata a la madre y no gastársela en
porquerías es algo hasta positivo. De este asunto podría generarse una confu-
sión culturalista: no estamos frente a otra cultura que admite el trabajo infantil;
hay sí otra moralidad que lo admite y esto es razonable en función de las necesi-
dades de la vida muy precaria; las normas, sin embargo, implican la imposición
de moralidades y esto es lo que hacen los distintos instrumentos jurídicos que
buscan imponer la protección integral de niños, niñas y adolescentes: universa-
lizar una moralidad. Vemos este asunto en otros apartados.
Policías comunitarios
Policías comunitarios

En la Policía la expresión “agote los medios” es una


orden, un desafío y un principio moral. Se la da un superior
a un subordinado y, a su vez, en tanto que expresión
formulaica de una institución en la que las normas (aunque
estén escritas) se transmiten de un modo básicamente oral,
se trata de un principio dicho a todos por la tradición.
Dicho mandato simbólico –agotar los medios– implica
efectos de realidad muy tangibles. Veamos una situación
concreta. Ante la orden de los superiores de establecer una
nueva dependencia para, por ejemplo, un patrullaje de
determinadas características, el Comando elige un jefe (un
oficial con grado de comisario o comisario inspector). En
general se trata de un comisario con experiencia organizativa
(“un buen gerente”) y conocimiento de la calle, esto es,
conocimiento de comerciantes, de gente que “le debe
favores”; se trata de un policía reconocido y respetado
entre empresarios e instituciones públicas incluso. En una
dinámica de intercambio de dones, este jefe agotará los
medios para obtener los elementos materiales necesarios
para tener la oficina puesta, ya que el Ministerio, la Jefatura,
le dará el personal, un local y los vehículos, pero todo lo
demás deberá conseguirlo él. Su conocimiento de la calle
obtendrá el resto: computadoras en desuso de instituciones
públicas, papel que donará una empresa de transporte, una
comisión de fomento que permitirá darles canastas de fin
160

de año a los policías, cartuchos de impresión brindados por


otra empresa, sillas viejas, unos sillones en desuso, armarios
de una casa de equipamientos de oficina. Todo se obtendrá
de esta manera, mediante la colaboración de la “sociedad”.
Así, la Policía es una institución que sabe obtener recursos
para brindar servicios públicos, para realizar una función
represiva o preventiva tradicional como es el patrullaje. Se
trata de recursos obtenidos en una dinámica de dones y
oralidad, que implicará que, sin dejar de lado lo público del
servicio, se visitará con atención a algunos comerciantes y
se les devolverá el don que a todos nos han servido.
Los policías comunitarios, formados en esta misma
matriz –la de agotar los medios–, son eficientes y eficaces
para operar en los límites del Estado y su territorio,
ocupando los intersticios que la Policía suele ocupar; pero
de un modo ambidiestro: con su mano derecha y su mano
izquierda, orientando su tarea a distintas formas cotidianas
de prevención de la violencia.
Recuperar un espacio público, darle un baño a un
muchacho de la calle para que se afeite y duche mientras
se le consigue una institución que lo ampare, hablar
con otro para que se quede en otro lugar al tiempo que
se hacen gestiones en un refugio, conseguir el apoyo de
una institución religiosa o de un comerciante, obtener la
información para evitar que se siga robando unos cables
que dejan sin alumbrado a un barrio.
Ese conjunto de tareas, que van de lo municipal a lo
asistencial, pero siempre en el marco del trabajo policial,
obtiene un plus en el modo tradicional de acción policial
implicado en el mandato de agotar los medios.
161

Los dos policías comunitarios nos reciben en la oficina de


Policía Comunitaria de la comisaría de una seccional céntrica91.
Se trata de dos funcionarios subalternos, pero su capacitación y
experiencia son importantes. Uno de ellos se está capacitando
como ayudante terapéutico en adicciones y el más veterano,
amén de su experiencia de años de policía (para llegar a
“clase”92 en el escalafón subalterno de la policía ejecutiva hay
que pasar unos quince años en la institución), también se está
formando. La oficina muestra lo que es “agotar los medios”:
está bien pintada, tiene computadora, materiales de oficina
y mobiliario adecuado. Incluso está en un local aparte de la
seccional, lo cual la jerarquiza y le da un lugar especial.
Luego de apagado el grabador, el clase nos muestra un video
realizado por ellos, donde puede apreciarse el trabajo de los
policías para capacitarse en distintas funciones para el trato con
personas vulnerables en distintos sentidos. Así como el agente
que nos atendió se forma como acompañante terapéutico,
también se han capacitado policías en lenguaje Braille y en
lengua de señas, todo ello pensando en que en el Centro de la
ciudad un policía comunitario debe atender todas las variantes
de la ciudadanía, y hay institutos de ciegos en el barrio y el
liceo de sordomudos. Al terminar la reunión, nos muestran
una tarjeta de Policía Comunitaria, escrita en lenguaje Braille.
Para el desempeño como policía comunitario es fundamental
la presentación del funcionario a los ciudadanos. Para ello
la Jefatura de Policía de Montevideo imprimió una serie de
tarjetas personalizables por cada policía, los cuales dejan su

91
Entrevistamos funcionarios y autoridades de las seccionales 1ª (Ciudad Vie-
ja), 2ª (Centro hacia el sur de 18 de Julio) y 3ª (Centro hacia el norte de 18 de
Julio) coincidiendo con la zona de nuestra aproximación etnográfica.
92
Los funcionarios subalternos de la Policía Nacional se dividen en alistados
(agentes de segunda y agentes de primera), clases (cabos y sargentos) y sub-
oficiales (sargentos 1º y suboficial mayor), mientras que los oficiales existentes
en la comisaría son oficiales subalternos (oficial sub ayudante, oficial ayudante,
oficial principal y subcomisario) y oficial jefe (comisario; también es oficial jefe
el comisario inspector, pero este grado en general se ocupa de la inspección de
una zona integrada por varias comisarías).
162

nombre y apellido y forma de ser ubicados mediante su celular.


Esta cercanía con los ciudadanos obliga al policía a hacerse
cargo personalmente de las demandas de los ciudadanos de su
jurisdicción.

En un estudio previo (Moreira, Nardone, Rossal y Vila,


2010) se muestra la multiplicidad de funciones, no ya de la
acción policial, sino del accionar de sus unidades territoriales
básicas, como son las comisarías. Constancias de domicilio,
documentación extraviada, citaciones judiciales, problemas
vecinales, violencia doméstica y denuncias de todo tipo
de hechos policiales insumen horas y horas de trabajo de
funcionarios en los tres turnos de ocho horas (también
llamados tercios) luego de cumplir, muchos de ellos, varias
horas semanales de servicio 222.
La actividad policial desde siempre ha cumplido
muchísimas funciones, proviniendo ellas, históricamente,
del servicio a la ciudad, de donde deriva etimológicamente
su propio nombre. En el desarrollo de la Policía uruguaya
también los servicios de orden municipal, como salvaguardar
la higiene, por ejemplo, estaban a su cargo (Victoria,
2005). A lo largo del siglo XX se desarrolló un proceso de
profesionalización que especializó funciones, a la vez que
otros dispositivos estatales empezaron a tomar funciones
que eran de orden policial. De suerte que la Policía se fue
orientando a tareas preventivas y represivas de las actividades
delictivas en el campo y la ciudad. De todos modos, durante
buena parte del siglo XX el guardia civil no era mucho más
que un buen vecino que velaba por el orden público en
una determinada jurisdicción con financiamiento estatal y
ceñido a un mando departamental (dividido a su vez por
seccionales). Hacia fines de los años sesenta y comienzos de
los setenta, se inicia un proceso de aparatización creciente
163

de la fuerza policial, que se orienta a una profesionalización


militarizante. Desde el propio gobierno que dirigen los
militares se origina el último Reglamento de la Dirección
de Seguridad de la Jefatura de Policía de Montevideo, y es
del año 1972, previo al período dictatorial y en momentos
de crisis institucional del país y fuerte represión política, la
aún vigente Ley Orgánica Policial.
Del modelo que hacía del policía un civil al servicio de
la ciudadanía de cada jurisdicción se había pasado a otro
en el cual el control del territorio y las poblaciones era lo
sustancial. Para ello utilizaban diversos recursos, por cierto:
la inteligencia policial, los equipos de investigación y los
cuerpos especializados de represión. La comisaría seccional,
sin embargo, seguía cumpliendo un conjunto de funciones,
férreamente establecidas en el citado Reglamento. El espacio
para el contacto con la sociedad civil quedaba librado a la
figura del policía de relaciones públicas.
Hacia los años noventa y comienzos del presente siglo
se desarrollaron esfuerzos encaminados a otros modelos de
policiamiento, especialmente en Montevideo: distritos por
encima de las seccionales policiales (que perdieron buena
parte de sus funciones) y policía de proximidad. Ya hacia
nuestros días, y en algunas jefaturas del país (se destaca el
caso de Canelones), se iniciaron esfuerzos menos tímidos
hacia el establecimiento de un modelo de policiamiento
comunitario, luego instalado en Montevideo y otros lugares
del país. De todos modos, sólo una porción muy pequeña de
los policías de una comisaría seccional se dedican a tareas de
policiamiento comunitario, tanto así que, en algún punto,
se estaría cumpliendo hoy con lo que establecía el aún
vigente Reglamento de tiempos de la dictadura en cuanto a
la existencia de policías que contactan cotidianamente a la
población de la jurisdicción en el propio territorio.
164

Sin embargo, esta pequeña porción de policías cumple con


un trabajo que genera aceptación y reconocimiento entre los
vecinos de la zona céntrica de la ciudad. Nos entrevistamos
con los policías comunitarios y sus superiores, pero también
pudimos saber de su trabajo por medio de comerciantes,
educadores, jóvenes que viven en la calle y vecinos. Todos ellos
nos han hablado bien de estos funcionarios y de su trabajo.
Jóvenes que viven en la calle nos han señalado que
hay policías que los maltratan; sin embargo, los policías
comunitarios son “los únicos que nos tratan bien”.
Educadores del INAU que hablan de policías que azuzan
a sus perros contra niños y adolescentes que duermen en la
calle, sin embargo, tienen buena opinión del trabajo de los
policías comunitarios.
Vecinos que se sienten desprotegidos por los dispositivos
policiales elogian la labor de los “comunitarios”.
Agotar los medios para resolver un hecho sentido por un
barrio desde un dispositivo estatal no es visto como algo
habitual en nuestra ciudad. Así, la celeridad y disposición
de estos funcionarios resulta inusual93, más aún, teniendo
en cuenta que la Policía es muchas veces vista como
la imagen de la represión y no de la solución; actuando
sobre hechos consumados en la investigación o represión
de hechos delictivos. Por ello, el procedimiento policial
“comunitario” es muy distinto del procedimiento policial
tradicional. En la investigación citada (Moreira, Nardone,
Rossal y Vila, 2010), pudimos apreciar la interpelación de
un policía chofer de una comisaría a un veterano policía
93
El informe del Defensor del Vecino de Montevideo es elocuente en cuanto
a la falta de celeridad con que los servicios municipales, por ejemplo, resuelven
diversos problemas de los ciudadanos de la capital. También es elocuente en
cuanto a reconocer el trabajo de los policías comunitarios. Ver: Cuarto Informe
de la Defensoría del Vecino de Montevideo (2010).
165

comunitario por su buen trato con los pichis. –Hay policías


que viven en los asentamientos, recordó el comunitario, y
si algunos padres no cambian de vida, mi trabajo es para
los gurises. Sin embargo, este policía fue formado como
agente represivo en tiempos del gobierno dictatorial. Pero
las prácticas hacen a las moralidades, siempre en tensión y
reformulación.
La clave del cambio de moralidades ocurrirá en el marco
de nuevos dispositivos prácticos, no en base a (dis)cursos
prefigurados. Si la ocupación de este funcionario es cuidar
que un joven que vive en la calle no se lastime, se atienda
por su adicción o incluso que esté prolijo, agotará los medios
para obtener estos resultados, del mismo modo que en otro
caso podrá resolver un problema entre vecinos o lograr que
coloquen la luz en una plaza en aras de una “prevención
situacional de la violencia”.
El desarrollo de estas funciones “comunitarias” tensionará
la moralidad policial de base llevando su “vocación de
servicio” por carriles diferentes de los tradicionales.
Veamos cómo evalúan la gestión de la Policía Comunitaria
los escasos funcionarios dedicados a ella en una comisaría
céntrica:

P: —¿Cómo evalúan la formación de la policía


comunitaria respecto a las contingencias diarias del trato
con el barrio?
E1: —Mirá, nosotros no lo evaluamos mal, vemos que
está bien integrado. En sí lo que nos está faltando es un
poco más de un trabajo interno, nuestro.
E3: —Logística y más torres, precisamos máquinas que
no tenemos, eso que fue donado, usado, que no sirve para
nada.
166

E2: —Que hemos conseguido.


E1: —En algunas [comisarías] más, en otras menos. En
otras andan bien porque ya tienen, arrancaron con buen pie
y ya quedaron, y se mantienen gracias al [comisario] que
está en ese momento.
E1: —Y falta gente. Nosotros vinimos del turno a
la comisaría, somos de la comisaría, pero a la vez le está
faltando gente al turno en lugar de nosotros94.

El trabajo con la población que está viviendo y subsistiendo


en las calles y plazas céntricas es motivo recurrente, como
vimos, de quejas vecinales. En tal sentido, los policías
comunitarios están obligados a trabajar en relación a niños,
adolescentes y jóvenes que se encuentran en esa situación.
Claro está que el dispositivo policía comunitaria actuando en
función de la moralidad de los vecinos de un barrio podría
emprender misiones reclamadas por dicho vecindario pero
en un sentido contradictorio respecto a políticas impulsadas
desde el marco legal vigente, como son las que promueven
los derechos de niños, niñas y adolescentes. Esta tensión
de moralidades existentes entre los dispositivos estatales
y distintos discursos barriales podría hacer de la Policía
Comunitaria una policía particularista que actúe en función
de una moralidad parcial y hasta contradictoria con la que
desde el ordenamiento jurídico quiere impulsarse.
Veamos qué nos dicen unos policías comunitarios del
Centro de Montevideo sobre el trabajo que realizan a
solicitud de los vecinos. Se trata del caso de personas que
viven en casas ocupadas y desarrollan, desde la percepción
94
El actual dispositivo de Policía Comunitaria quita policías “al turno”, restan-
do funcionarios para el cumplimiento de las otras obligaciones de la comisaría
seccional.
167

vecinal, estrategias de vida basadas en delitos95. En estos


casos, la interinstitucionalidad reasegura una intervención
basada en las disposiciones legales96:

E3: —Nosotros hacemos el trabajo de acuerdo a lo


que podemos hacer, porque antes también pensamos que
podíamos hacer todo y cuando entramos a hacer, tuvimos
unas reuniones grandes y se especificó que cada uno tenía
que hacer su rol. Se entendió que nosotros no éramos el
centro [del trabajo de inclusión social]; entonces vamos
una vez más a hablar al MIDES, a la comuna, cada cual
aportaba sus cosas. En realidad fue mejor, porque si no,
no sabés para qué lado vas a agarrar. Si nosotros tenemos
un lugar que se dedica a trabajar con población flotante97 no
tenemos por qué meternos acá de lleno, a menos que vengas
con una denuncia; aunque han venido y nosotros hemos
hecho el informe, y si es un tema nuestro, o es un tema de
Jefatura… pero no nos vamos a poner en contra porque es
más problemas.
E1: —Nosotros obedecemos órdenes y chau. Y hacemos
lo que se puede; se le comunica a la gente porque yo
entiendo que es una forma de que la gente sepa hasta dónde
se trabajó en cada dependencia.

95
Se podrá decir que hay delito si hay un fallo judicial que lo determine, por el
momento son denuncias de vecinos hacia la seccional policial.
96
En general, los dispositivos que se realizan en el marco de una institucio-
nalidad única tienen más posibilidades de acabar desarrollando estrategias que
contravengan las normas vigentes e incluso, con el tiempo, desarrollen una mo-
ralidad contradictoria que la que estas quieren imponer.
97
Estos policías comunitarios llaman a la población de calle “población flotan-
te”. Más allá de que se suela utilizar esta expresión en un sentido distinto, para
ellos esta población que vive en la calle no suele ser permanente y cambia de
lugar (muchas veces a instancias de la propia labor policial).
168

E2: —Claro, aparte se le explica cada paso que se vaya


dando, en algunos casos, ¿no? Hay algunos que se envían
[se comunican a los superiores]. Todo el procedimiento
tal vez no se explique, en algunos casos: con quién nos
comunicamos, dónde fuimos, quién se negó, quién
continúa. Hay veces que se encarga otro ente, entonces se
les explica. Para nosotros la tarea no queda ahí, tiene un
seguimiento, que no se quede en el olvido. A veces no se
tienen las herramientas para ir y darle la solución en ese
momento, pero se les hace ver que se continúa.
E1: —De repente pensamos que ese lugar que ya se
trabajó una vez o dos veces ya está, y después surgen otros
temas y a veces van a parar a Jefatura, y vuelve todo de vuelta
atrás, otra vez volver a hacer lo mismo, con equis caso.
E2: —Esta casa nomás, si nosotros la trabajamos, hoy
nos dicen “está todo archivado”. Saqué todo y dije: “¿por
qué fue archivado?”. Hoy se vuelve a retomar… lo que hizo
fue solicitar una reunión con los jerarcas de la Jefatura y
hacer una denuncia, y por ahí buscar una solución. Entonces
vos vas, hablás y ves que de la otra parte no se hizo [nada].
Hoy si no se pueden sacar es porque son menores, porque
tampoco ni a la escuela ni a ningún lado que el MIDES no
pueda tocar porque el marco legal no… [refiere a situaciones
de casas ocupadas por familias con niños o adolescentes a
cargo].
P: —No lo permite.
E2: —No le compete o no sé… o que le falte una u otra
cosa, o el INAU [institución con competencia en casos con
niños o adolescentes vulnerados en sus derechos]. Entonces
tenemos que atajar por el tema del derrumbe. Si existe un
derrumbe, tratar de buscar otro tipo de solución.
169

E1: —Igual tiene que intervenir el MIDES porque hay


menores.
E2: —Sí, igual tiene que intervenir.
P: —¿El INAU no tendría que intervenir?
E1: —Sí, el MIDES se comunica con el INAU y viene
gente del INAU a ver la problemática.
E2: —Entonces a raíz de todo esto, si bien vamos a hacer
nosotros por el tema del derrumbe y Bomberos, también
vamos a ir al Comunal nuevamente. Ellos quieren que se
haga en conjunto porque en realidad tiene que ser así, que
ellos definan, cómo lo pueden arreglar, solucionar, entre el
MIDES y el INAU.
E1: —Para realojar… Depende del MIDES decir si le
sirve.
E2: —Vamos a hacerlo de vuelta.

En la entrevista reaparece la moralidad dominante en la


cual ancla la suposición de que las personas que viven en esa
precariedad habitacional y que son sentidas como peligrosas
por parte de vecinos y comerciantes son consideradas
objetos y no sujetos de la política a llevar adelante98. Más
allá de las declaraciones públicas sobre la participación, la
apelación al vecino de algunos dispositivos estatales deja
afuera a quienes no lo son, como en este caso los ocupantes
de viviendas insalubres. La precariedad socioeconómica
de estos sujetos es revestida por una falta de voluntad que
legitima su consideración como objetos de políticas:

98
Es importante tomar en cuenta las observaciones que a este respecto hace
Baratta (1997).
170

E1: —Porque no es una gente que diga que quiere progreso,


es una gente que vive de lo que le den, o de la venta de…
o haciendo otras cosas, tampoco le ves un futuro, le das una
vivienda y vas al mes y…
P: —Lo que ocurre también es que cuando están
acostumbrados a estas estrategias de subsistencia en el
Centro de la ciudad, realojarlos de pronto en zonas más
periféricas, donde no las tienen, es complejo; ahí en realidad
se debería pensar un plan integral que no sólo tiene que
ver con la vivienda sino de qué manera se les consigue un
modo de subsistencia alternativo, ¿no?, un medio de trabajo
genuino99…
E2: —Nosotros tenemos un [problema], pero hay
que preguntarse otra cosa también: nuestra población en
parte es de gente adulta... ¿Y dónde está el futuro Uruguay?
Entonces pensamos, si los niños de hoy son el futuro del
mañana100, ¿qué estamos haciendo por ellos?, ¿lavándonos
99
El diálogo se produce desde los lugares de interlocución que provienen de
moralidades distintas y, por tanto, distintas expectativas de futuro. En el caso de
la pregunta, la expectativa es de restitución de derechos que están vulnerados
por una precariedad socioeconómica, aunque, de todos modos, analizando la
pregunta podemos reflexionar acerca de nuestra dificultad de pensar a los su-
jetos más precarios en tanto que sujetos de derechos y no, meramente, objetos
de estos. Estas tensiones, presentes en nosotros, también pueden verse en los
distintos actores de las políticas sociales. Sin embargo, estas tensiones empiezan
a resolverse cuando en el diálogo aparecen la voz y el cuerpo de los que sufren
vidas precarias (Le Blanc, 2007).
100
Por aquí parece advertirse el meollo de un discurso no esencialista, que
asume que hay adultos que no cambiarán su suerte pero que es imperioso de-
fender los derechos de los niños. Claro está que esta moralidad que brega por
los niños se encuentra anclada en el paradigma tutelar basado en la doctrina de
la situación irregular, mucho más que en una protección integral; sin embargo,
con una perspectiva no esencialista se puede dialogar. De todos modos, en poli-
cías no dedicados a las tareas comunitarias y en muchos vecinos y comerciantes,
uruguayos todos, la esencialización de los pobres en tanto que pichis irremedia-
bles de nacimiento es algo que existe y que puede leerse hasta en los periódicos:
El Observador del 24 de junio de 2011 titula una noticia: “Perfil de los presos
171

las manos?, ¿derivando casos acá y allá y que terminen


en nada? Entonces, si bien hay una conciencia colectiva,
también hay una falta de muchas cosas, hay vacíos por cada
lado que vas… porque si uno entra a mirar realmente cómo
es el tema te entra… es un abismo todo.
P: —Sí, al menos uno puede imaginar que si bien, por
ejemplo, el MIDES, es un ministerio nuevo y que tiene que
aprender…
E2: —No, ojo, no es culpar ni al ministerio ni al INAU.
Acá el culpable somos todos los uruguayos y va un poco en
la conciencia. No es sólo concientizar a un ministerio o lo
que fuera, si afuera es diferente. También hay que buscar
desde afuera.
P: —Sí, a nivel estatal es muy complejo lo que hay que
hacer, hay que, justamente, coordinar institucionalmente,
pero además coordinar ideológicamente, porque si dentro
de un ministerio uno tiene diez versiones del asunto y hay
cuestiones que evidentemente resultan prácticas, ¿no?
E1: —Claro, nosotros acá tenemos la versión de lo que
vivimos acá y yo tengo versión de lo que yo vivo en mi
zona.
[…]
E1: —Son cosas que se dan, depende de la zona en que
estés. Acá se da un tema de indigencia en el cual no se busca
el tema de la comida, como decís vos, y en otros lados sí
se busca. Y también tenés el mismo problema de la pasta
base y capaz que es más problemático, se resuelve de otra
manera de repente, pero ta... Acá, por lo menos lo que yo
veo que se hace, dentro de los parámetros legales se trabaja,

uruguayos. Nacidos para delinquir”, haciendo hincapié en la cantidad de fami-


liares presos que tienen los actuales reclusos.
172

fuera de lo legal no se trabaja nada, no se hace y no se


debería hacerlo, ¿verdad? Porque no hay apoyo, como decís
vos, de una ley que te diga está bien lo que hace ese policía,
y cuando vos te das media vuelta, después viene alguien y te
hace una denuncia. Entonces ta, nosotros vamos, hacemos
el trabajo hasta donde lleguemos, derivamos con quien
tengamos que derivar. Por ejemplo, con Gurises Unidos
nosotros derivamos las cosas, y bueno…
E3: —Y ellos resuelven.
E1: —Ellos hacen su tarea, te dicen: “mirá, vino, no
vino, hablamos, dijo que habló con Fulano, anotamos todo,
hacemos un informe y quedó ahí…”.

Agotar los medios para resolver los problemas que los


ciudadanos de su jurisdicción les plantean pero estando
sujetos al orden jurídico vigente es lo que, en buena medida,
hacen los policías comunitarios. Porqué este dispositivo logra
buenos resultados (a pesar de sus escasos medios) implica una
variedad de factores: (a) la misión que cumplen en cuanto a
estar en contacto cotidiano con las demandas de los vecinos de
carne y hueso (además de los vecinos sujetos de la participación);
(b) la vocación ambidiestra de agotar los medios, implicada
en la negación de la distinción entre una actividad de tipo
represivo de otra que promueve una buena convivencia en
el barrio reconociendo problemas sociales concretos sufridos
por personas concretas; (c) el trabajo interinstitucional que
provoca controles cruzados de su accionar y recuerda las
competencias específicas de cada dispositivo estatal y (d)
el contralor importante al que están sometidos producto
del uso de un uniforme que identifica a los funcionarios en
toda circunstancia y que podría, ante cualquier irregularidad,
derivar en reprimendas de sus superiores.
La calle y
sus programas
La calle y sus programas

En Uruguay hacia fines de 2002101 empezó a consumirse


Pasta Base de Cocaína (PBC); hasta entonces se consumía
“merca cocinada”102 entre unos poquitos adictos a la
cocaína y “era un buen producto”, como nos señalara un
entrevistado (Fraiman y Rossal, 2009). Unos poquitos
niños, adolescentes y jóvenes vivían en la calle, obteniendo
su provisión mediante estrategias diversas, entre delictivas
y no delictivas. Entre adolescentes y jóvenes era habitual –y
sigue siéndolo– el consumo de marihuana y alcohol, mientras
que los que tenían mayor deterioro físico y mental solían
inhalar pegamento. Unos poquitos niños eran atendidos
por los Programas de Atención en Calle del Instituto
Nacional del Menor (INAME) primero y del Instituto del
Niño y el Adolescente del Uruguay (INAU) después, así
como trabajaban con ellos ONG como Gurises Unidos o El
Abrojo. Hoy, en cambio, hay una institucionalidad mayor
101 Ese año fue significativo también desde el punto de vista económico y
social: hacia mediados de año el sistema financiero uruguayo se hundió en una
crisis generalizada, al cabo de un año el Producto Interno Bruto cayó abrup-
tamente, elevándose el desempleo y la pobreza a dimensiones sin precedentes
en un breve lapso (De Armas, 2008). Es en ese contexto en el que aparece el
consumo de PBC, presentado en los medios de comunicación como capaz de
matar a un sujeto en seis meses. Al mismo tiempo, también desde los medios de
comunicación se previene de la posibilidad del ataque de “hordas” provenientes
de asentamientos irregulares para saquear supermercados y comercios céntricos
como efecto de contagio de los hechos ocurridos en Argentina (Bolón y Cam-
podónico, 2003).
102 Este producto era la propia cocaína que se inhalaba o preparaba para ser
inyectada, cocinada y fumados sus vapores.
176

vinculada a la instauración del Ministerio de Desarrollo


Social, que tiene un Programa de Atención a los Sin Techo
(PAST); sin embargo, entre la población que vive en la
calle –más allá de si son o no mayores de 18 años– hay una
buena porción de adictos a la PBC, lo que incrementa el
estigma, los problemas de salud mental y las dificultades
para desarrollar estrategias de provisión sostenibles y no
delictivas103.
El corte etario fundamental estaba –y sigue estando–
marcado por una definición legal en los 18 años de edad;
tan es así que a nosotros, en tanto que investigadores, se
nos ha “enseñado” e “interpelado” en el sentido de que
antes de los 18 años son “adolescentes” y empiezan a ser
“jóvenes” a los 18, mientras que pueden ser niños hasta las
18 o hasta los 13 ó 14; todas estas categorías están teñidas
de una fuerte moralidad y moralización por parte de los
agentes que dominan el tema de los derechos de niñas,

103
Podemos señalar como estrategias de provisión sostenibles trabajos tales
como cuidar coches, hacer changas en empresas del entorno inmediato, incluso
la mendicidad, pero, claro está, estas estrategias se vinculan al contacto ami-
gable y de cierta confianza con los vecinos y comerciantes de la zona. De las
estrategias delictivas algunas son admitidas socialmente, como el contrabando
o la venta, en muy pequeña escala, de, básicamente, marihuana y cocaína; la
PBC está fuertemente estigmatizada entre los vecinos de clase media que ha-
bitan el Centro de la ciudad de Montevideo. En otro tiempo, los consumos de
los jóvenes de clases medias no se diferenciaban tanto de los de jóvenes de la
calle. Desde el ingreso de la PBC, entre 2002 y 2003, son escasos los jóvenes de
clases medias o hijos de trabajadores que la consumen en forma abusiva (JND,
2007); sin embargo, el riesgo –y el estigma– es tal que sus consumidores de cla-
ses medias pueden acabar viviendo en la calle. Esto último lo verificamos en el
caso de hijos de funcionarios públicos o de obreros especializados que viven en
la calle y fueron entrevistados por nosotros. Volviendo a las estrategias delicti-
vas, estas no son sostenibles para estos jóvenes, porque están permanentemente
a merced de la Policía, de la cual son clientes preferenciales. No es necesaria orden
judicial alguna para allanar sus lugares de vivienda y siempre están sospechados
de cometer delitos; cuando alguno se “manda una macana” suele caer preso
rápidamente.
177

niños y adolescentes, y no usar las palabras correctas está


fuertemente penalizado, por lo cual aprendimos rápido.
Pero también aprenden rápido los jóvenes que están en
la calle. Hasta los 18 años es posible ser atendido en los
programas de calle y también es posible otro juego vinculado
a las estrategias de carácter delictivo. La posibilidad de ser
detenido está sujeta a una normativa diferenciada de la
correspondiente a los mayores de 18 años, y hay técnicos
de los proyectos calle del INAU y de ONG que los han
informado de sus derechos, e incluso han participado de
alguna manera en sus programas. Claro está que este mayor
juego no implica menor posibilidad de ir “a la tranca”104,
simplemente implica una mayor posibilidad de cometer
infracciones sin sufrir sanción legal105 y de obtener con ello
un sustento cotidiano combinado con otras actividades de
provisión106. Esta circunstancia legal lleva a que los propios
jóvenes mayores de edad teman a algunos de los que no han
franqueado aún los 18 años.
Fuera de este conocimiento general de lo que implica
franquear los 18 años, el corte etario es distinto según las
clases sociales, y ello se vincula directamente a la exigencia
de la provisión económica. Hay moralidad y necesidad en
todo ello. En las clases medias, entre los 18 y los 21 años

104
Tras las rejas, en palabras de varios de nuestros entrevistados.
105
Por ejemplo, la tentativa de hurto no estaba punida por la legislación vigente
y a partir de junio de 2011 pasó a ser considerada una infracción punible por la
justicia de adolescentes. Esto implica en la práctica que todas las veces que un
adolescente era tomado in fraganti por la Policía en un arrebato, por ejemplo,
no podía ser punido por el juez, puesto que el delito de hurto no terminaba
de realizarse y quedaba en la tentativa. Hay que señalar que estos delitos son,
generalmente, de bagatela, por lo cual deberían tener una sanción diferente a la
privación de libertad; pero ello queda hoy a criterio del juez actuante.
106
Es elocuente el caso del adolescente que entrevistamos en un centro de
internación del INAU cuyo apodo, el “Pastilla”, aludía a su actividad cotidiana
como vendedor de pastillas y caramelos en los ómnibus.
178

“hay que empezar a buscar trabajo” mientras se estudia


en la Universidad o en alguna institución terciaria, y la
emancipación tendrá lugar hacia los 28 o 30 años. En
las clases trabajadoras urbanas (obreros blue collar, para
utilizar la vieja categoría), entre los 15 y los 18 años es
necesario integrarse al mundo del trabajo, luego de los
estudios secundarios básicos, mientras se continúa una
formación, generalmente técnica, que podrá seguirse en la
Universidad. Entre los trabajadores no especializados y los
sectores de pobreza107 la provisión económica se empieza a
exigir muy tempranamente, pero en relación a la temprana
y casi universal escolarización del país, por tanto no es
moralmente condenable que un niño de 11 ó 12 años ayude
a la familia108 haciendo pequeñas changas o yendo a trabajar
con sus padres en el mercado informal109.

107
Aquellos que son atendidos por el Estado en tanto que pobres, cuestión
que en Uruguay era clara y visible puesto que tenían una tarjeta de atención
popularmente llamada “tarjeta de pobre”. Hoy algunos técnicos los mencionan
informalmente como “población PANES”, en alusión al Plan de Emergencia
Social que instauró como su medida fundacional el MIDES. Para ampliar esta
discusión, ver: Paugam (2007).
108
Edad mayoritaria de finalización de los estudios primarios.
109
Sería interesante estudiar la evolución de las trayectorias de emancipación
en Uruguay. Cabe imaginar que en el caso de los varones de clases populares
uruguayas de los años treinta era habitual el acceso al mercado de trabajo en el
entorno de los 12 años, tal como lo atestigua el caso de nuestros abuelos; aun-
que dicho estudio está por hacerse, podemos afirmar que, al menos en términos
de moralidades, existen las diferencias entre clases sociales que señalamos y que
en ellas el papel de los dispositivos educativos es fundamental. De estudiarse
seriamente las trayectorias de emancipación y acceso al mercado de trabajo en la
historia podría develarse el misterio del “problema cultural” de los marginados
y su alejamiento de los “valores medios” de la sociedad uruguaya (Supervielle
y Zapirain, 2009). Tal vez estos sectores de pobreza mantengan la moralidad
dominante en el Uruguay de comienzos del siglo XX y lo que haya cambiado
sea la estructura del mercado laboral, las exigencias educativas y los conceptos
morales relativos al trabajo infantil.
179

Resende B. Vianna (2010) ha señalado las relaciones


entre moralidades e intercambio de dones en cuanto a
las relaciones intergeneracionales, mediadas, al menos
como virtualidad, por dispositivos estatales. Esta relación
con la provisión económica está dada por las relaciones
de obediencia que los niños y adolescentes (y también
los jóvenes, aunque en una forma diferenciada, moral y
legalmente) deben mantener con sus responsables, los
que podrán exigirles o no cumplir con estas expectativas
de apoyo a la provisión económica. Pero está claro que
sería mal vista una familia que hace trabajar a su niño en
edad escolar (menor de 12 años), como entre las clases
medias llaman la atención aquellos padres que conminan a
sus hijos menores de 18 años al trabajo (aunque esté bien
considerado moralmente el “si no vas a estudiar tenés que
trabajar”), a la vez que podría “entenderse” que un alumno
de la enseñanza secundaria trabajase para ayudar a sus padres
con problemas económicos. Todo ello, claro está, mediado
por las diferencias de género que las moralidades exigen y
por los efectos de realidad que estas tienen. De esta forma,
serán varones los que antes abandonarán sus estudios para
dirigirse al mundo del trabajo, así como serán mujeres las que
se “emanciparán” antes como efecto de formar una familia.
Los varones sufrirán en mayor medida la violencia delictiva,
tanto siendo víctimas como victimarios. Manteniéndose
como dominante una moralidad que interpela en mayor
medida a los varones hacia la provisión económica (con la
que muchas veces no podrán cumplir, como es el caso de los
varones más vulnerables que se sienten interpelados por no
poder mantener a su mujer e hijos mientras se encuentran
presos, sujetos a una adicción o desempleados) y a las
mujeres hacia el cuidado (de sus hijos, de los ancianos y, en
180

relación a ello, en el trabajo doméstico, ya sea remunerado


o intrafamiliar)110.
Pero las moralidades están en juego y en disputa y las
normas legales tienen efectos de ordenación simbólica
que las afectan fuertemente; así, la producción simbólica
y práctica de distintos dispositivos estatales impactará en
las moralidades con las que viven y piensan los ciudadanos
particulares. Especialmente entre aquellos que son asistidos
por estos dispositivos. Pero antes de llegar a ellos, detengamos
la mirada en los dispositivos estatales y paraestatales de
atención a la infancia y la adolescencia, cuyo conjunto
de agentes relacionados constituye un verdadero campo
social en el sentido de Pierre Bourdieu. Este campo estaría
integrado por agentes estatales y paraestatales. Estatales
son (a) los integrantes del Poder Judicial; (b) autoridades
y funcionarios del INAME primero y del INAU después
(no mucho tiempo antes se llamaba Consejo del Niño), con
la particularidad de que este organismo que brega por la
“atención integral de niños, niñas y adolescentes” tiene en su
interior dos facetas bien diferenciadas e incluso antagónicas:
una mano izquierda vinculada a los educadores de calle y sus
técnicos y profesionales dedicados a la atención de los niños
y adolescentes “vulnerables”, y una mano derecha en cuanto
a la custodia y reeducación de adolescentes infractores111;
(c) integrantes de ONG orientadas al tratamiento de la
atención de la niñez y la adolescencia en el país, este sector
del campo es inmenso y ha sido potenciado por una política
de Estado que ya tiene más de veinte años y que hemos
caracterizado como ejemplo paradigmático de la realización
110
Ver: Encuesta Nacional de Juventud (2009); Katzman y Rodríguez
(2007).
111
Para reafirmar la metáfora bourdiana, algunos de los funcionarios de con-
tención de los centros de adolescentes infractores son llamados popularmente
brazos gordos.
181

paraestatal de políticas sociales (Fraiman y Rossal, 2008).


Se trata de los Centros de Atención a la Infancia y la Familia
(CAIF) que desarrollan un régimen de cuidados a niños
en edad preescolar mediante una enorme trama de ONG
financiadas por el Estado; de todos modos, son algunas
ONG más influyentes las que integran con el suficiente
“capital”112 este sector del campo (El Abrojo, Gurises
Unidos, Foro Juvenil, IELSUR, Vida y Educación).
En esta breve presentación del campo de atención
a la infancia y la adolescencia no se pueden olvidar los
vínculos con integrantes del campo universitario y con un
sector específico de la Salud Pública orientada a niños y
adolescentes, así como la Policía, en tanto que auxiliar de la
Justicia. Podrá llamar la atención la no mención destacada
de la educación pública; lo que ocurre es que la educación
pública uruguaya conserva sus aspiraciones universalistas
que la alejan del particularismo de la atención de la infancia
y la adolescencia vinculada al INAU113, que también es, a su
pesar, una marca, un etiquetamiento. Técnicos y autoridades
del INAU señalan que se orientan a la atención de “todos
los niños, niñas y adolescentes de Uruguay”; sin embargo,
una técnica quiso usar un servicio de INAU para el cuidado
de su hijo y otra funcionaria le contestó si le gustaría que su
hijo se integrase al SIPI (sistema de registro informático del
112
Estas ONG más influyentes cuentan con un mayor capital de prestigio ya
que el capital cultural de sus agentes es mayor, tienen mayores vínculos con
organismos internacionales y tienen capacidad de producción simbólica. Todo
ello les da gran influencia entre las autoridades de los organismos estatales. Para
dar un ejemplo concreto, buena parte de las autoridades (incluso las autorida-
des políticas) del INAU han tenido participación como técnicos o directivos de
algunas de estas ONG influyentes.
113
Sin embargo, en vínculo interinstitucional y muchas veces de forma paraes-
tatal, se han ido configurando espacios particulares de atención educativa hacia
sectores muy vulnerables de adolescentes “desafiliados”. Aulas Comunitarias,
para el caso de la enseñanza media, es un claro ejemplo de esta interinstitucio-
nalidad paraestatalmente gestionada.
182

INAU), es decir, que su hijo quedase “etiquetado” como


“niño INAU”.
Entre los dispositivos estatales dedicados a la atención
de la infancia y la adolescencia, los programas de atención
a niños, niñas y adolescentes en situación de calle han
sido particularmente interpelados por los cambios
ideológicos, jurídicos y burocráticos que se han venido
procesando en los últimos años. Como bien ha señalado
Carla Villalta (2010:10-11), “…la defensa y la garantía
de los derechos de los niños y las niñas fue transformada,
por la acción de diferentes actores sociales, en un ‘frente
discursivo’ […] cuyos tópicos centrales han sido –y
continúan siendo– la desjudicialización de las situaciones
de pobreza, la desinstitucionalización de los niños, y la
restitución, protección y exigibilidad de derechos”. Este
“frente discursivo”114 se encuentra encuadrado en lo que se
denomina “enfoque de la protección integral”, en oposición
a la doctrina de la “situación irregular” (Villalta, 2010: 13),
y se ha basado en buena medida en una actitud de denuncia.
Así, el análisis de los dispositivos estatales desarrollados en
base a una “actitud de denuncia” de los antiguos dispositivos
estatales ofrece un desafío relevante. Aunque vale decir
que los proyectos calle son en buena medida subsidiarios de
intervenciones “paraestatales” o transnacionales surgidas
en conflicto con los antiguos dispositivos estatales cuyas
moralidades y prácticas vulneraban –según los primeros–
los derechos de niños, niñas y adolescentes (hogares que
alejaban a los niños de su familia y su “comunidad de
origen”; la privación de libertad o simplemente los castigos a
los que eran sometidos los niños y adolescentes en distintos
hogares).
114
La caracterización de este “frente discursivo” corresponde a Cardarello y
Fonseca (2005).
183

Antes de analizar qué ocurre con los dispositivos estatales,


quizá convenga que nos detengamos en la categoría niños de
la calle. Hoy, la mayoría de los organismos internacionales
de cooperación ha sustituido tal expresión por la de
“niños en situación de riesgo” o “niños en situación de
vulnerabilidad”. El discurso sobre el “fenómeno mundial
de los niños de la calle” (Le Roux, 1996) va de la calle
como preocupación central a los propios niños; su recorrido
(Serres, 1981) –de distintas experiencias académicas y
miles de ONG– demostró cómo la calle, como contexto
y explicación, no agota el conjunto de relaciones sociales
de los niños y adolescentes que la habitan. Frente a esto, el
recorrido discursivo se centró en los propios niños para dar
cuenta de las distintas experiencias, estrategias y trayectorias
de vida115.
Usemos el artículo de Catherine Panter-Brick (2002)
para analizar el discurso y el recorrido de la noción de
niño de la calle. La metáfora de la pertenencia de los niños
a la calle reduce las particularidades de los niños y niñas
al espacio urbano que ocupan y a las relaciones sociales
que allí sostienen. La metáfora marcará cuáles serán las
pertinencias de los niños de la calle, pero, sobre todo, cuáles
deberían serlo. Estos estudios –conferencias e intervenciones
también– indagarán las condiciones de vida de “los niños
de la calle”, pero –a veces explícitamente, otras no tanto–
insistirán en la “ausencia” de vínculos “apropiados” entre
los niños y los adultos: falta o abandono del hogar familiar,
“desafiliación” o “desvinculación” de las instituciones
educativas, etcétera. Así, el sentido dominante de los años
80 orientó las preocupaciones de los estudios académicos
hacia las singularidades y distinciones del “estilo de vida
callejero”. El gran resto de las relaciones sociales de los
115
Ver: Panter-Brick, C. (2002).
184

“niños de la calle” se manifestaba sólo por “ausencia”: el


–primer– “centramiento” sobre el niño/a se había procesado.
El sujeto de este discurso será el niño de la calle, un sujeto
colectivo y –usualmente– homogéneo. Sobre él, el campo
de poder transnacional recomendará políticas públicas y
financiará intervenciones paraestatales.
Panter-Brick resume las principales críticas de la noción
de “niño de la calle”: (a) es un término genérico que oscurece
la heterogeneidad de las circunstancias de los niños; (b) no
se corresponde a los modos en que los niños relacionan sus
propias experiencias, así como tampoco a la realidad de sus
movimientos en o fuera de la calle; (c) es una categoría
estigmatizante; (d) desvía la atención de la población mayor
de niños afectados por la pobreza y la exclusión social. El
grueso de las críticas –y de las experiencias de intervención
internacionales– acabará en la materialización, en 1989, de
la Convención de Derechos del Niño.
Para el caso uruguayo, el dispositivo calle fue, en sus
comienzos, inseparable de la confusión. Las primeras
intervenciones estatales con “niños de la calle” atribuyeron tal
categoría a niños que jugaban y mendigaban en sus barrios.
Veamos cómo lo expresa una funcionaria de INAU:

E: —Entre el 85 y el 86 se diseñó el proyecto piloto


del Consejo del Niño y ahí se comienza a trabajar en
Ciudad Vieja. Ahí es donde se crea el primer centro, La
Escuelita, y luego, en el 90, Casacha, en Parque Rodó. Y
empieza desde lo oficial. Y ahí, en unos añitos más empieza,
creo que el primero fue Gurises Unidos. En realidad, las
organizaciones dicen que fueron ellas las que empezaron,
con la salida de la dictadura. En ese momento, en Paso
Molino hubo un proyecto, no me acuerdo el nombre, pero
185

muy tempranamente también. Pero es todo en ese período.


Pero puede pensarse que todo esto empezó en el Estado
con un proyecto piloto con el acompañamiento de Canadá,
es decir, con financiación extranjera. Era a la salida de la
dictadura y había algo vinculado a calle en no sé qué otro
país, que en ese momento el directorio que estaba trajo de
alguna manera, no es que se replicó el modelo, pero… el
modelo es único y se fue generando a partir de la práctica.
Pero trajo la idea, vamos a decir. Y es ahí que se arma como
proyecto piloto, que luego pasa a ser un proyecto.
P: —La idea surgió porque se había visto este tipo
de situación afuera, o sea por una demanda social…
[interrumpe]
E: —No, no, no. En el 90 y poquito… no, en el 80 y
pico… no me acuerdo cuándo, los que habíamos empezado
en el proyecto piloto este fuimos a San Pablo. Y nos tocó
preparar una ponencia, contábamos lo que hacíamos. Y la
gente nos dice ‘no, no, acá vinimos a hablar de niños de
calle, no nos hablen de los niños de los que están hablando’.
Nos sentimos horrible, lo que era triste.
P: —Meninos da rua.
E: —Meninos da rua. Lo que pasa es que los niños que se
veían en Ciudad Vieja eran el perfil del niño que se recreaba
en la calle… nada, santos, jugaban en la puerta de su casa,
pero era el fenómeno en aquel momento…
P: —¿Niños pobres?
E: —Era como era en Uruguay. Lo cierto es que en
aquel momento sucedía que un conjunto de chiquilines
entraban y salían de los hogares, no quedaban contenidos
en los dispositivos institucionales que había. Y creo que
ese fue uno de los fundamentos más fuertes, que sigue
186

siendo parte del actual. Lo de Brasil fue interesante porque


nosotros nos quedamos muy mal, y con los años decíamos
“deberíamos haber festejado que esta era la peor crudeza
que podíamos presentar como país. Que iban a la escuela,
que tenían padre…”.

Si la experiencia internacional de la época comenzaba


a criticar la noción, señalando que los niños de la calle
no eran un grupo homogéneo, sino que representaban
innumerables experiencias y circunstancias distintas, en
Uruguay se imponía una noción y unas prácticas que no
correspondían siquiera a los supuestos sujetos a los que la
categoría se aplicaba. Nuestros niños de la calle no eran más
que niños “recreándose”, es decir, niños con varias horas al
día jugando en las calles de su barrio. Jugaban y, de a ratos,
mendigaban, quizá haciendo también esto último desde
una actitud lúdica. Ejemplo de ello es pedir para el Judas,
forma lúdica y ritualizada de pedir durante las fiestas de
navidad. Hasta la década de los 80, niños y niñas de todas
las clases sociales lo hacían, en los 90 se transformó en una
forma lúdica de mendicidad y hoy es una estrategia más de
mendicidad. En las clases medias, altas y trabajadoras ya no
se pide para el Judas.
Aunque el fenómeno de los niños de la calle fue
minoritario, cuando no marginal, se pudo constituir un
dispositivo de intervención local por medio del apoyo
internacional (“Canadá”). Así atestiguan funcionarios de
aquella época y aquellos dispositivos –públicos o de la
sociedad civil– que aún hoy se encuentran en el INAU. Sin
duda, constituyeron, con metodologías de intervención
187

distintas y con efectos variables, una subjetividad alejada116


de las relaciones concretas de aquellos niños.
Sin embargo, encontramos una primera contradicción:
la metodología parecía adecuada a las circunstancias
sociales de los niños de la Ciudad Vieja. En palabras de una
educadora social:

P: —¿Cómo se intervenía, cómo era el modelo en aquel


entonces?
E: —La Escuelita fue el primer centro. Era… bueno,
La Escuelita sigue siendo un proyecto comunitario. El tipo
de problemática de calle que abordábamos eran niños que
hacían estrategia de calle en su propio contexto de residencia.
En la actualidad la metodología se conserva bastante. Lo
que ha cambiado es la modalidad de los gurises, cambió
al pasar de ser niños que se recreaban a niños que ahora sí
tienen estrategias más vinculadas a la mendicidad.
Sin embargo, bueno, yo estoy insistente con esta
cuestión: nosotros cuando empezamos a trabajar en calle
hacíamos una cuestión que ahora la miramos y decimos qué
disparate…
P: —Claro, las miradas van cambiando.
E: —Nosotros focalizábamos la atención en el gurí.
Hacíamos una cosa súper concentrada en aquel niño que
encontrábamos pidiendo monedita o lo que fuese. Llevó

116
Para el caso uruguayo, como se ha dicho, el alejamiento se produce por dos
vías: por un lado, la conceptualización de la época entendía que la calle era el
espacio social donde la socialidad de los niños acontecía –incluso se agotaba–;
por otro lado, proponer dispositivos para Uruguay construidos a partir de tales
nociones suponía simplificar una realidad inexistente, pues como afirman nues-
tros entrevistados: “...los niños que se veían en la Ciudad Vieja eran el perfil del
niño que se recreaba en la calle...”.
188

tiempo incluir a la familia y a la escuela, identificar un primer


triángulo. Ir a la familia, a la escuela, a las comunidades, y las
variaciones de eso. Y la familia que no sea sólo la biológica,
que sea la que él te está diciendo que es su familia. Todo
eso llevó mucho tiempo. Pero en aquel momento fue como
nosotros fuimos construyendo el problema y el tipo de
solución que le fuimos dando. Ahora, son las circunstancias
de vida las que nos obligan nuevamente a focalizar el
proyecto en el chiquilín, porque las redes de protección no
existen [se ríe]. Las que no pudimos ver en un momento, y
que nos llevó mucho tiempo verlas y reconocerlas, pasa el
tiempo y volvés, después de muchos años ahora, no porque
no hayas tenido la posibilidad de evolucionar.

Cualquier definición de los años 80 asumía que la calle


era la fuente de los recursos para la subsistencia de los niños,
pero también suponía la falta de protección y cuidado de los
adultos hacia ellos (Panter-Brick, 2002; Le Roux y Smith,
1998). Estas definiciones se tornan confusas si intentamos
detallar cuándo estamos frente a la falta de cuidados o de
protección. Podemos suponer que en aquellos tiempos los
niños de la Ciudad Vieja no mendigaban para mantener
a sus hogares. Hoy, en cambio, encontramos niños que
son el principal ingreso de sus familias, invirtiéndose así
las relaciones de cuidado, protección y provisión del niño
hacia los adultos (Boyden y Mann, 2000). Es imposible
comprender este cambio sin conocer la estructura y
organización de sus familias117, pues ¿a quién protegen las

117
En realidad, si fuéramos precisos, para comprender el cambio acaecido en
las prácticas de los niños y niñas de la Ciudad Vieja deberíamos contar con
datos de morfología barrial (realojos, procesos de gentrificación, generación
de “achiques” y asentamientos irregulares), distribución económica, estructura
ocupacional, familiar y educativa.
189

intervenciones del Estado en este caso?, ¿al que protege a


su familia? Y ¿cómo cuidar a alguien que necesita trabajar
cuando el frente discursivo de defensa de los derechos del
niño no admite el trabajo infantil?
Por razones prácticas el dispositivo calle del INAU admite
la mendicidad infantil y ofrece recreación y acompañamiento
educativo a niños que mendigan en el Mercado del Puerto
para sostener a sus familias. La simple recreación y la
educación no formal deberían conducir a una reversión
de estas trayectorias. Si no ocurre nada semejante118, se
“comprueba” que estamos frente a un asunto cultural o –lo
peor– a un asunto de voluntad. No siendo la familia, ni la
escuela, ni el barrio, actores “introducidos” en los discursos
y prácticas del campo transnacional de las políticas de
protección infantil en los años 90, sólo restan los “valores”
o la voluntad: para lidiar con la última, lo mejor es dirigir la
atención al sujeto del cual emana.
A partir de la confirmación uruguaya de la Convención
de los Derechos del Niño, ocurrida en 2004 con el
Código de la Niñez y la Adolescencia, se da un interesante
corrimiento. Repasemos: a partir del “niño de la calle” de
los 80, y tras una profusa acumulación de experiencias y
críticas, se amplía la extensión del fenómeno a las familias,
barrios y “comunidades”. Con la Convención de los
Derechos del Niño se consolidan los derechos de “niños,
niñas y adolescentes”, afianzándose el paradigma de la
protección integral. La Convención promueve la participación
y la voz de los niños y los adolescentes, reconociéndolos
como sujetos de derecho. La sustanciación de tales derechos
volvió a centrar la atención en el niño.
118
Muchos de los niños que no logran mendigar con éxito cuando llegan a la
adolescencia acaban con trayectorias de subsistencia que admiten -con todos los
riesgos del caso- estrategias delictivas.
190

En nuestros días, el discurso de la inseguridad, que ha


hecho de los adolescentes infractores un muy visible sujeto
mediático, ha tensionado el “frente discursivo” de los
derechos de niños, niñas y adolescentes provocando una
puja política, pública y mediática sobre cómo proteger a
–y/o protegerse de– los niños y adolescentes infractores; se
asume, incluso por los propios educadores del INAU, que
los adolescentes de la calle son “la misma población que los
adolescentes infractores”. Los niños y adolescentes tendrán
derecho a ejercer su voluntad, que, para nuestro caso, implica
–entre otras tantas cuestiones– la decisión de vivir en la calle,
con los riesgos –para los educadores, la certeza– de cometer
infracciones. El reconocimiento al ejercicio de la voluntad
entrará en contradicción con la “internación compulsiva”,
librando la suerte de estos sujetos a la mano derecha del
Estado. La actuación policial, el discurso mediático sobre
la violencia delictiva, la demanda social sobre la inseguridad
y las distintas propuestas sobre la seguridad ciudadana del
campo político tensionarán a los proyectos calle del INAU,
que desarrollarán en los hechos estrategias para proteger
de un modo más decidido a los adolescentes que cometen
infracciones. A las habituales intervenciones de los programas
calle, internaciones por abuso sexual (como el caso de Dana,
relatado en el capítulo “Ciudad Vieja”), “intervenciones en
el terreno” (como cuando se le da dinero a un adolescente
fugado de la Colonia Berro para que pueda reencontrarse
con su familia), se suman hoy las aplicaciones del artículo
121 del Código de la Niñez y la Adolescencia: “Medidas
en régimen de internación sin conformidad del niño o
adolescente” (como el caso de los “niños de los perros”
relatado en el capítulo del Centro). El mismo artículo que
191

algunos educadores habían jurado no aplicar119 y por el


cual se protege al niño y adolescente que pone “en riesgo
inminente su vida o la integridad física de otras personas”
(Ley 18.590).
Las discusiones internas del dispositivo calle tensionan
derechos y moralidades: si la población de niños y
adolescentes en la calle comete infracciones y ello los pone
en riesgo frente al Estado, los proyectos calle, que también
son parte del Estado, estarán presionados por un gobierno
fuertemente demandado por el discurso de la inseguridad
dentro de un debate interno que aún no ha cerrado y
que presenta fuertes disensos en la práctica. Así puede
entenderse que un programa como la Unidad Móvil del
INAU, que debería actuar muy rápidamente frente a
niños y adolescentes que viven en la calle, no cuente con
los instrumentos necesarios para actuar en emergencias.
Incluso su mera existencia es impugnada por otros agentes
del programa y los proyectos calle.
El debate se complejiza cuando las tensiones recuperan
prácticas que algunos consideran del antiguo paradigma
tutelar120, se aparean explicaciones del fenómeno sin solución
de continuidad y se producen cambios casi permanentemente
en la estructura organizacional del INAU. Así, una serie
discontinua de términos, pasados y actuales, sigue siendo
confusa. ¿Cuáles son las características de los hogares? ¿Qué
se quiere significar con hogar? ¿De qué se habla cuando se
menciona a la “comunidad”? Un “achique” integrado por
varios adolescentes y algún adulto joven, donde hay lazos de
119
Como nos señalaron educadores de los Proyectos Calle: “nos habíamos com-
prometido a no aplicar jamás ese artículo”.
120
Como se ha visto, el Código de la Niñez y la Adolescencia prevé circuns-
tancias de “internación compulsiva”. Llevar a cabo lo que el Código dispone
es percibido por algunos agentes del campo de la protección de los niños y
adolescentes como una concesión al antiguo paradigma tutelar.
192

solidaridad y cuidado, ¿qué tipo de hogar configura?, ¿cuáles


son los riesgos que provocaría?, ¿”trabajamos” con ellos o
consideramos que no contamos con las “herramientas” para
hacerlo?, ¿se considera un modo de relacionamiento más
seguro que la calle? Si las ideas que informan las prácticas
de selección de las intervenciones estatales no se agotan con
los derechos del niño y el adolescente y requieren nociones
–poco debatidas públicamente– de normalidad infantil,
¿cómo evitar que prime la arbitrariedad en los dispositivos
calle?
Había programas de calle y niños en la calle en Brasil,
mientras que en Uruguay no. Esta cuestión nos lleva al
problema fundamental de la subjetivación, y en particular,
de la asignación de identidades a grupos sociales vulnerables
desde las políticas del Estado: el general singularizador
(Fraiman y Rossal, 2009) crea, para el caso brasileño, una
nueva identidad: el menino da rúa. Si bien en nuestro caso los
niños no constituyen su identidad a través de la categoría calle,
los gurises a los que se refieren los educadores de los proyectos
de calle no se refieren a sí mismos como gurises y sí como
pibes o chiquilines. Las (im)posibilidades de subjetivación
del dispositivo llamado calle tal vez sean un índice general
de la impotencia de los proyectos que lo componen. No
obstante, debe aceptarse que sí hemos visto confundir a los
chiquilines los proyectos con sus referentes, reconociendo(se)
así en una de las categorías de los programas: aquella que
nomina al educador vinculado a ellos.
Los niños y adolescentes encuentran, a partir del trabajo
de los proyectos calle, un conjunto de herramientas para su
protección. Efectivamente, el Programa Calle cumple con
uno de sus objetivos fundamentales en cuanto al aumento
de los recursos de protección de estos niños y adolescentes
extremadamente vulnerables, quienes conocen con bastante
193

precisión buena parte de lo que brinda el INAU para ellos,


al menos adónde dirigirse cuando hay problemas. Sin
embargo, el objetivo principal de los programas, “sacar a
los niños de la calle”, no se cumple. Las estrategias parecen
orientarse en base a dos premisas: (a) trabajar centrados en
el niño, o (b) trabajar con la familia y la comunidad; aunque
tal vez sea imposible “trabajar” con un niño sin considerar
sus afectos y las familias y el grupo social de origen, pues
todos ellos de distinto modo configuran a cada sujeto de
suerte que le sea imposible trabajar a uno sin el otro. He
aquí una de las falsas oposiciones que guían comúnmente
los discursos pedagógicos: o nos centramos en la “familia y
la comunidad” o convertimos al niño en centro, más allá de
su contexto familiar o social.
Una educadora social que trabajaba en una ONG señaló
que “con los niños en la calle partían de la base de trabajar
con la familia”, porque “los padres y las madres aman a sus
hijos”. Veámoslo con amplitud:

E: —Y otra cosa que me gustó pila, después de empezar


a trabajar, era una perspectiva que en ese entonces otros
lugares no tenían. Quizá estaba equivocada sobre las
características de las personas que trabajan en general con
los niños en situación de calle y sus familias. Es como que
en algún lado nos ponemos en ese lugar de marginadores,
uno mismo entra en esa lógica. Es como que nadie tiene la
misma perspectiva que tenemos nosotros, nadie entiende a
estos niños y sus familias como los entendemos nosotros, son
excluidos de todo, también de la sociedad, pero también de
los programas. En ese momento me parecía eso y todavía me
parece que existe esta realidad hoy, que en general hay como
un discurso de niños en situación de calle-familia mala, que
194

no los quiere. Yo tenía unas perspectivas diferentes. Todos


los padres y las madres aman a sus hijos, la forma que tienen
de amar y de cuidar, no todos pueden hacerlo igual ni de la
misma manera. A partir de esa premisa, cuando se llegaba a
la familia no era desde esa perspectiva de “son culpables, no
encaran nada”; había otra perspectiva de llegar, de intentar
realmente, quizás faltando muchas herramientas materiales
y metodológicas, pero bueno, intentando realmente: ¿qué
es lo que vos necesitás para poder continentar más a tu
hijo, que vuelva a vivir contigo y poder tener un vínculo
más contenedor como adulto? Me parece que esa era la
perspectiva del trabajo, que no digo que no haya en otros
lugares, pero en general… Me parece que hay algo de verdad
y de falso en esto, algo de verdad hay de que en general
se tiende a mirar a las familias como un agente expulsivo.
Uno de los discursos sociales que hay es: tienen hijos para
mandar a pedir. Como esta cuestión de que no hay amor. Sí,
hay un amor diferente, que pila de veces cuesta entenderlo.
Y a mí me encantaba esa perspectiva”.

Parece primar lo afectivo a la hora de intervenir, por


eso “amor” se convierte en un término relevante, a falta
de “herramientas y cosas metodológicas”, como reconoce
la educadora. Hay, además, prejuicios de origen ideológico
y teórico, como cierta sensibilidad en contra de cualquier
clase de lugar de encierro o de “sacar” a cualquier niño de la
calle –en función del artículo específico del Código que lo
autoriza–. Hoy nos encontramos en un momento de quiebre
de esa sensibilidad, tal vez entendido como un retroceso
por estos educadores, aunque hay que reconocer que el
“campo de los educadores de calle” es definido por otros
funcionarios del INAU como “problemático” y “rebelde”,
tal vez por la actitud reflexiva y combativa que oponen a
195

una supuesta “gestión burocrática” de otros actores. Así, los


educadores de calle están alineados perfectamente del lado
de sus “gurises”, teniendo su lucha “por el interés superior
del niño” y una cotidianidad plagada de dificultades tal vez
no comprendidas por aquellos que están lejos de ella. Sin
embargo, el compromiso cotidiano de los educadores de
calle es reconocido por todos los actores, aunque no todos
reciben de la misma manera la actitud confrontativa que en
ocasiones pueden tener.
El “retroceso” parece certificado y ejemplificado cuando
se “vuelve a centrar en el niño” o cuando se interna, a través
del recurso legal, compulsivamente a niños y adolescentes.
O, incluso, con el desarrollo de la Unidad Móvil del INAU
para la atención de los niños en calle, todo ello más allá –o a
pesar– de sus familias y contexto social ¿Por qué -parecerían
preguntarse los educadores sociales- debería internarse a un
niño sin la anuencia de su familia o de su “comunidad” si en
los hechos nosotros consideramos siempre a la familia y al
contexto social (o comunitario) en nuestro trabajo cotidiano?
El punto nodal pasaría por la adhesión a una política de
internación compulsiva de los niños y adolescentes en
situación en la calle, hecho que siempre es de riesgo, aunque
algunos educadores consideren que el encierro pueda ser
peor que la calle, o incluso que el “achique” también pueda
ser peor que la vida en la calle121. Así se expresan, entonces,
las distintas posiciones del “campo de los educadores de
calle” con sus diferentes posiciones que son discursivas y
son relacionales.
Las posiciones discursivas y las distintas configuraciones
ideológicas se agudizan cuando se relaciona el dispositivo

121
También puede encontrarse educadores sociales que piensen exactamente
lo contrario.
196

en cuestión –sus objetivos, definiciones, metodología y


organización del trabajo– con la complejidad de la realidad
social y la ineficacia de las categorías utilizadas para
comprenderla. En la calle, encontramos niños y adolescentes
que trabajan (vendedores ambulantes, vendedores
callejeros, mendigos, “cuidacoches”, “limpiavidrios”,
“malabaristas”) mientras otros sólo viven allí (Barker y
Knaul, 1991)122, también hay niños que trabajan para
sus familias, mientras que otros son “independientes”;
algunos cometen infracciones y han pasado por hogares,
centros de detención, la calle y los achiques, mientras que
otros tienen una situación más complicada por el consumo
abusivo de PBC. Para complicar aún más las cosas, las
trayectorias de estos niños y adolescentes implican muchas
de las etapas recién descriptas. Incluso, en algunos casos,
verdaderos continuum de violencias: violencia doméstica -
amparo judicial - hogares de amparo de INAU - “salidas
no acordadas” - calle - infracciones - centros de detención
- “fugas” - calle - “edad de responsabilidad penal”- delitos -
cárcel. No obstante, no puede asumirse que las trayectorias
siempre impliquen tal linealidad.
Podemos incluso observar que, según las “competencias”
institucionales, se interviene sobre el sujeto, la familia, el
barrio o la educación: el MIDES, por intermedio de su
programa INFAMILIA, actúa sobre las familias, con el
PAST asiste a los “sin techo”; el INAU, institución rectora
en infancia y adolescencia, asiste a los niños y adolescentes
en situación de calle por intermedio de sus proyectos calle, y
así podríamos seguir. Muchas veces ocurren solapamientos,
desconexiones, redundancias y disputas por el “beneficiario”
122
La famosa distinción de UNICEF entre los niños “de” la calle y los niños
“en” la calle intentaba diferenciar entre los niños que mantienen vínculos con
sus familias pero viven en la calle y aquellos que trabajan en la calle y retornan
a sus hogares por la noche.
197

de los distintos programas del Estado123. También existen


disputas sobre las competencias institucionales; ejemplo de
ello lo ofrecen las reacciones a nuestra propia investigación,
interpretada por muchos de nuestros entrevistados
como una intromisión del Ministerio del Interior en las
competencias de otras instituciones. Otro ejemplo menos
inquietante lo representa la disputa entre el Instituto
Nacional de la Juventud (INJU) y el INAU por los años en
que se intersectan las competencias de ambas instituciones:
la ley de creación del INJU define sus competencias en la
franja que se extiende desde los 14 a los 29 años, solapando
así sus competencias con las del INAU (adolescentes de 14
a 18 años).
Pero sigamos desmontando nuestro “frente discursivo”.
Otro educador social ahondaba sobre la relación de los
niños y sus familias:

E: —Ha habido proyectos que han trabajado con


las familias de los chiquilines, aunque los niños no estén
viviendo con la familia, y sin intención de que reanuden
la convivencia de forma permanente. Y eso tiene que ver
con poder integrar el lugar que tiene la familia para estos
gurises. Ellos no tienen una mala familia. Ellos tienen su
familia y eso es así en todos. Vos podés decir “mi familia”…
y eso no tiene punto de discusión. Todos sabemos el lugar
123
Como nos planteaba un entrevistado del INAU: “E2: y también al aparecer
toda esta cuestión del MIDES con el Ingreso Ciudadano y luego el otro pro-
yecto que no me acuerdo… eso facilitó que los procesos de trabajo sean más
cortos. Y en esto nosotros somos bastante críticos de que no pudimos tener una
conexión mucho más cercana con las políticas que diseñó el Ministerio para esta
población en situación de indigencia en la que la mayoría de los niños o jóvenes
con los que nosotros trabajamos está en esta franja. Y nosotros intentamos
como colectivo de calle poder acercarnos para tener una cuestión ahí y decir,
toda nuestra población, nosotros no pudimos porque ta… el Ministerio largó
un diseño en el que centralizó, yo qué sé, y ta…”.
198

de las madres. Ha habido proyectos de calle que, con


independencia de poder, automática o rápidamente, intentar
un nuevo período de convivencia, han trabajado con esta
familia… porque en realidad, cuando los proyectos de calle
trabajan con las familias es para fortalecer, en la mayoría de
los casos, haciendo una valoración de si es posible o no que
vuelva. Y si no, hay que salir a buscarle otras alternativas.
Hay algunos proyectos de calle, en algunos períodos, que
independientemente del curso de la solución habitacional
o de dónde el niño queda protegido, contenido, encuentra
una alternativa, siguen trabajando con la familia de este
chiquilín. Tiene que ver con una interpretación del derecho
a la vida, al vínculo familiar. Sabiendo incluso que es
probable que nunca vuelvan a convivir. Eso es complicado,
después se tiene que ver en la lógica de cómo se sostienen
y se financian estos proyectos. Entonces si el sujeto no está
donde vos estás interviniendo, bueno, es todo un lío. Pero
a pesar de ello ha habido experiencias interesantes en este
sentido.

Aunque pueden otearse, incluso en posiciones


distintas, ciertos consensos discursivos en relación a la
familia y en el sentido de lo que podemos llamar un
relativismo metodológico que, muchas veces, se transforma
irreflexivamente en un relativismo moral, contrario al
sentido común por el cual cualquier familia que permita
u obligue a sus niños a “pedir” en la calle, no es más que
“una mala familia”. En este punto vemos la peculiaridad del
buen sentido de los técnicos (su propio sentido común: no
hay “malas familias”, sino las propias familias de los niños
y adolescentes de calle) contrapuesto al sentido común
dominante que condena moralmente a los mayores cuando
obligan o permiten que sus hijos mendiguen o roben. Pero
199

hay discrepancias en el discurso relativista propias de la


posición que se ocupe dentro del campo de los educadores
de calle. Las posiciones se ocupan en función de los
criterios organizacionales del INAU y, por tanto, mucho
tienen que ver con la racionalidad burocrático legal (cargo
y antigüedad) y con el capital cultural (objetivado en títulos
y reconocimientos) de los distintos técnicos, muchas veces
impugnados por las nuevas generaciones con un importante
capital objetivado en títulos, aunque no reconocido por el
organigrama. Es decir, técnicos que tienen, pongamos por
caso, un título de Educador Social del Centro de Formación
del INAU y un título de Licenciado en Psicología de la
Universidad de la República, y que, sin embargo, ocupan
un cargo de “Educador” en el INAU, al cual se accede con
nada más que la educación secundaria. Porque, entendamos
bien, las opciones ideológicas sólo pueden realizarse en
un determinado campo social, no son abstractas, y es en
lo concreto donde podrán generarse desajustes entre los
jóvenes y los viejos de la estructura, quedando para los
primeros (más alejados social y organizacionalmente de
las autoridades del INAU) las opciones ideológicas más
contestatarias que impugnarán a los dominantes también
desde un saber legitimado por el propio Centro de
Formación del INAU y la Universidad de la República.
Los efectos de otras políticas del Estado sobre la
“población de calle” son otro de los factores que inciden
en el campo de la atención a la niñez y la adolescencia. Un
educador entrevistado hace bien explícito el problema:

E: —Ha quedado tan desprovisto de soportes


relacionales y de protección que, de forma obligada,
volvemos prácticamente, con algunos proyectos, al esquema
200

inicial que es centrarnos en el niño, con algunos vaivenes


en el hecho de que no todos los gurises tienen las mismas
perspectivas. Porque hay otros que trabajan con referencias
familiares. Hay gurises que vienen de barrios alejados a
diferentes estrategias de sobrevivencia más vinculadas a
la mendicidad en zonas comerciales, y los comunitarios
también. La familia es parte de esa intervención.
P: —Está bien, porque esto me hace acordar a una
conversación que teníamos hace un tiempo en relación a
la idea que me decía una entrevistada –cualquier familia es
buena y quiere lo mejor para su hijo–. Nosotros partimos
de esa base. El punto es que yo pensaba cuando me lo decía
y me costaba mucho contradecirlo, pero sé que eso no es
así. Sé que hay situaciones en las que nadie le desea mal a
nadie, pero eso es modélico. En la práctica hay familias que
son tóxicas, como dicen algunos psicólogos. En fin, estas
cosas pasan. Siempre hay comunidad cuando hablamos de
humano, pero a veces hay que ver qué comunidad, partir
de un modelo; lo peor y lo mejor de la ideología, en un
sentido es lo que le da sentido a la vida y en otro sentido
es lo contrario a lo que es en la realidad y lo que nos hace
pensar mal las cosas. Esta duplicidad…
E: —Nosotros nos hemos afiliado a esta cuestión de
la familia como sea y de incorporar esta cuestión de que
tenemos que trabajar con la familia, para que de alguna
manera los movimientos que tengan que hacerse tengan un
efecto adecuado para que estos gurises se inserten de buena
manera o sigan (siempre apostamos a eso). Pero también
pudiendo visualizar aquellas cuestiones que sabemos que
pueden hacer más daño.
P: —Decíamos que en los 90 o fines de los 80 los niños
que estaban en la calle tenían una lógica recreativa en el
201

contexto de sus hogares. Pero en la medida que pasó el


tiempo, aparece otra modalidad de estar en la calle. ¿Por
qué? ¿Qué pasó? ¿Qué es lo que vieron?
E: —Sí. Yo tengo un análisis muy pragmático de un
momento, posiblemente pueda tener que ver o no. Es
más: puede que no haya una causa sola. Yo recuerdo
estar trabajando en Casacha con este perfil, cuando recién
comienza, porque nosotros también tuvimos un proceso de
transición, estar tan cercanos a Tres Cruces cuando se crea
como centro comercial de mucha movilidad. En ese punto
es donde empiezan a aparecer estos gurises que empiezan
a circular, que vienen de zonas alejadas. Yo ato. Pero miren
que es una cosa mía, nada más, es un análisis que hago,
capaz que no tiene nada que ver. En esos años empieza a
haber una política de vivienda vinculada a aquellas casas
ocupadas de las zonas centrales de Ciudad Vieja, Parque
Rodó, Cordón; [las personas] fueron trasladadas.
P: —El propio Tres Cruces provoca el traslado de cientos
de familias.
E:—Es cierto, cientos de familias. Un núcleo
importantísimo de familias se fue de la zona. Después
volvieron, pero se fueron a los núcleos evolutivos que estaban
en las zonas periféricas de Montevideo. Yo ato, nosotros
hicimos un acompañamiento de familias trabajadas durante
mucho tiempo en Ciudad Vieja, en Parque Rodó. Fue
como una cuestión de “te saco y te pongo allá, y te adecuás
como puedas al nuevo lugar”. Todas provenían de casas
viejas de Parque Rodó y Cordón que fueron desalojadas.
Estos mismos gurises que tenían estas estrategias en estas
zonas…
P: —Cerca de sus familias, ahora las hacen lejos.
202

E: —Ahora las empezaron a hacer… Ya habían empezado


a vincular la recreación con la mendicidad, no sé cuál
primaba sobre la otra, o eran las dos a la vez. Empiezan a
venir de las zonas alejadas ya con una cuestión más vinculada
a la mendicidad y se recreaban también, porque nosotros
teníamos también esta cuestión de encontrarnos con los
gurises, “en un ratito nos llevamos…” pero después: “tengo
que llevar tanto, a trabajar”.
Yo uno así. Debe haber un montón de cosas más,
o esta capaz no tiene nada que ver. Pero en ese período
sucedió eso. El Estado se empieza a retirar y, en el período
en que se retira la protección, deja a la familia bastante
comprometida. Nuevamente aparecen las políticas estatales
vulnerando a los más desprotegidos. Se desaloja a mucha
gente de los tugurios de la zona central de la ciudad, desde
Tres Cruces hasta Ciudad Vieja, y sus niños vuelven al
Centro a encontrar estrategias de subsistencia donde está el
dinero y el posible “trabajo” o, y no es este un tema menor,
hacer la monedita.

Las políticas de realojo del Estado provocaron un cambio


en las estrategias de subsistencia de los niños. De pasar horas
recreándose y “haciendo la monedita” en los alrededores de
sus casas, se vieron sometidos a la movilidad y la distancia
que produjo mayor conciencia sobre sus responsabilidades
en la subsistencia familiar. Pero la distancia también produjo
autonomía y más horas en la calle. Algunos, como Dani,
citado bajo el acápite del “Centro”, venían de otros barrios
y utilizaban los programas del INAU para alimentarse y
recrearse. De este modo, parte de la sociabilidad que antes
ocurría en sus hogares se desplazó a estos centros diurnos y
proyectos calle.
203

Se conforma un dispositivo para “trabajar” con niños de


calle y resulta que nuestros niños no lo son. Pero entonces,
años después, cuando sí hay en el barrio niños de “calle
extrema”, resulta que el dispositivo es “comunitario”, o sea,
no es adecuado a nuestra realidad barrial. El discurso calle
parece seguir una deriva y sus prácticas otra. Pero ni una ni
las otras acompañan la realidad social. Hoy, muchos de los
gurises que atiende La Escuelita terminan siendo “chorros”.
Todos lo saben: los vecinos, los familiares, los educadores,
los policías, las maestras… Los educadores de La Escuelita
se sentían satisfechos cuando lograron “internar” a Dana en
un hogar. Pero esa intervención, sin duda excepcional para
la cotidianidad del proyecto, sólo muestra la brecha entre
las capacidades prácticas del dispositivo y la realidad social
que lo circunda. La Escuelita no falla, simplemente no es un
dispositivo adaptado a las trayectorias de muchos gurises de
la Ciudad Vieja.

P: —Voy a presentar un problema, como juego, aunque


lo vimos: tengo un grupo de gurises que mendigando
hacen un dinero importante, digamos 12 o 13 mil por
mes. A esos gurises yo no les puedo quitar eso porque
sostienen sus hogares. Entonces tengo que lidiar con eso.
Van a la escuela, van a La Escuelita, van al Mercado del
Puerto. Después van al cyber de la calle Colón. Tienen su
autonomía, tienen sus cosas, en fin… se divierten. Pero van
creciendo, inevitablemente. Y llegados a la adolescencia ya
no les dan más plata. La pregunta entonces es ¿cómo se
interrumpe esto?
E: —Estos chiquilines sí tienen sus referencias y ahí es
donde nosotros tenemos que poner el foco, mucho más
en el niño y una intervención bien clara con la familia.
204

Ahí te encontrás con que los roles están completamente


cambiados, porque el proveedor son los niños y no los
adultos. Entonces tenés que trabajar estas cuestiones con
los adultos, la responsabilidad que implica para ellos que
este niño se corra del lugar en que está. En este último
período y en períodos anteriores tuvimos otro tipo de
apoyatura. Están los subsidios económicos que existen para
estos proyectos y han dado buenos resultados, que hacen
que nosotros podamos trabajar posibles modificaciones
de estas cuestiones que pasan a la interna de las dinámicas
familiares, porque de alguna manera tenés algo que te ayuda
en el momento para poder problematizar esto y dar un paso
para que se modifique, por ejemplo, esta cuestión de si él
tiene trabajo, no tiene lugar en esta familia, lo empieza a
tener, y vincularlo con proyectos que trabajen con estas
cuestiones con los adultos. En este ejemplo, a veces tenés
que poner el énfasis acá y en el niño también, por supuesto,
porque tenés que seguir trabajando para que él también se
salga de ese lugar y deje de ser el proveedor de la familia.
A nosotros siempre nos tildan de llevar a cabo procesos
largos, eternos, que nunca se terminan. Se nos cuestiona
cuándo van a terminar, y nos ponemos plazos y armamos
perfiles, para que nos ayuden también a que las cosas no
se dilaten en la vida. Pero son procesos largos, muy largos.
Porque tienen que ver con la voluntad del adulto, de ver
que la realidad de este niño pasa por otra cosa, y eso tiene
que ver con que ellos mismos procesen cambios. Y nos ha
dado resultado.
Un continuo
de violencias
Un continuo de violencias
Alberto, educador del programa Calle del INAU,
considera que la población con la que le tocó trabajar en el
marco del actual SEMEJI es la misma que la de los proyectos
de calle:

E: —Entré en el lugar más complicado, en el Hogar


Piedras, pero fue bueno, porque después los mismos gurises
que trabajás allá los trabajás acá…

Un segundo educador, que también empezó sus tareas


en la Colonia Berro, nos dice que en los hogares del INAU
no quieren tener a los gurises de calle:

E: — [...] todos los hogares, según plantean en el Centro


de Derivación, están saturados, y en los hogares hay un solo
educador por turno: un educador por diez u once gurises,
y ¿el criterio de selección cuál es? El criterio es que quedan
‘afuera los gurises de calle y de Berro’, que generalmente
son parecidos; son los mismos.

El continuo de trayectorias que implican calle, hogares


para adolescentes infractores y, luego de los 18 años, cárcel,
señala un círculo vicioso que parece muy difícil quebrar. Las
208

condiciones de los lugares de transición124, como el Centro


de Derivación del INAU, adonde van los gurises cuando
quieren salir de la calle, serían inadecuadas y violentas;
al igual que los refugios para personas mayores, también
lugares de transición, son señalados como violentos y
peligrosos por los propios jóvenes que viven en la calle.
Un educador del INAU sostiene la misma idea:

E: —Centro de Estudios y Derivación, que debería ser


un lugar ameno, tiene rejas y hay educadores conocidos
míos que trabajan ahí que han hecho denuncias sobre cosas
que pasan ahí adentro; no es un lugar digno donde un gurí
que diga ‘no quiero estar en la calle’ quiera estar; es un lugar
muy violento.

El otro lugar de transición que identificamos es el refugio


para personas “sin techo”. Estos dos lugares son paradójicos
espacios de ciudadanía, pues hay ciudadanos reclamando su
derecho a la vivienda: en Fernández Crespo dos adolescentes
vivían frente al Centro de Estudios y Derivación del INAU;
allí pedían agua, comida y reclamaban entrar. Frente al
Centro de Derivación de Refugios también hay, en este
caso mayores de edad casi todos ellos, ciudadanos que

124
Estos lugares de transición juegan un papel fundamental en la consolidación
de un estigma o, por el contrario, podrían ser verdaderos espacios de desarrollo
de la ciudadanía. Cuando logran jugar ese papel son recordados con agradeci-
miento por sus beneficiarios, lo cual demuestra que son excepcionales en tanto
que espacios de ciudadanía, de consolidación de derechos. El calabozo de una
comisaría, la antesala de un refugio, el propio refugio en el que se pasa una
noche o una temporada; todos ellos son lugares de transición que deberían ser
tratados por los dispositivos estatales con un cuidado especial, puesto que si sir-
ven a la consolidación de un estigma servirán a la reproducción de la violencia
que se querría contrarrestar.
209

pretenden ser asistidos en sus derechos. En ambos casos, los


uruguayos más vulnerables –también señalados como los
más peligrosos– quedan afuera, lo que aumenta la violencia
de su situación.

Así lo comprobamos en la puerta del refugio. Con un


simple “buenas tardes, muchachos” nos presentamos. Los
“muchachos” son cuatro personas de distintas edades. Dos
hombres de unos 45 años que conversan con una pareja joven
que duerme en un colchón frente al refugio de la puerta de
entrada del MIDES, en la calle Convención.
Les contamos qué hacemos por allí: “Somos antropólogos
y queremos charlar con ustedes para entender las condiciones
de vida en la calle y la forma en que el Estado da una mano”.
El Mati se está desperezando a las 17 horas, su novia lo asiste
con afecto. Él nos espeta: “Vayan a otro lado a molestar”,
con voz y actitud malhumorada, pero ella y los dos veteranos
nos hablan con interés. Le decimos al chico: “Si te estás
recién despertando venimos en otro momento, mirá que no
queremos molestar, ¿eh?”. Los otros tres, a coro, piden que
nos quedemos.
Uno de los veteranos es menos comprensivo que el otro. Es el
que comienza la charla: “Quiero agarrar un mejor laburito; en
el refugio estoy bien y siento que hay posibilidades”. El joven lo
interrumpe: “No, son unos mamaderas en el refugio: te echan,
te tratan como mierda, te dejan tirado acá, no les importa
nada que te mojes: mirá cómo estoy, hecho un poligrillo”, y
les grita, desde enfrente: “Ortivas, hijos de puta…”. Todos le
pedimos que se tranquilice. El veterano interrumpido se va
haciendo un gesto de desaprobación, resignado. “Con esto no
se puede”, nos dice y se retira. El segundo veterano le da un
mate al muchacho y le pide que se tranquilice, le aclara que
es “un pibe” (Mati tiene 22 años) y que tiene toda la vida por
delante, con el afecto de un hermano mayor le acerca el mate
casi a la boca mientras su joven mujer lo sostiene para que él
210

tome algo caliente. Mati tiene lagañas de recién levantado y


su pareja le ruega que se tranquilice. Él se alteró cuando se
mencionó el refugio. Cambiamos de tema. El mate fuerza el
diálogo. ¿Por qué están así? “Por la droga”, rápidamente aclara
Mati, con el mate en la mano. Y ahí sí, el “veterano” Carlos y la
novia aprueban sus palabras. Carlos interviene mientras Mati
toma su mate: “Yo también soy adicto, pero con la ayuda de
Dios salgo todos los días adelante y trato de estar bien. Pero
hay que ayudar a estos muchachos que tienen toda la vida
por delante… yo tomaba merca, alcohol, porro, hasta vino se
inyectaban amigos míos de cuando era chico”.
—¿Qué hay para salir de esto? —preguntamos a coro.
“NA [narcóticos anónimos] y no mucho más, porque no
siempre en otros lugares tenés respuesta: en el Portal Amarillo,
según lo que dicen los pibes, te llenan de pastillas y Remar
también te da pastillas y el encare es diferente, te hacen trabajar
pero para ellos”.
Interviene Vero y nos cuenta que estuvo tres meses privada
de libertad y que antes de eso se habían ido de la casa de Mati,
que ella se peleó con él pero que su madre es una santa; ella le
decía: “Quedate, mijita, el Mati es mi hijo pero las macanas se
las mandó él, quedate vos, mijita”.
Ambos son de la Aduana, conocen el barrio desde siempre,
allí se pusieron de novios y luego se fueron a Las Piedras, a los
bordes de Las Piedras, entre las canteras y la zona rural. “Me
gusta el campo, pero nos peleamos y a los tres meses Vero [ella
tiene 26 años] estaba en [la cárcel de] Cabildo y ahí me vine
como un loco para Montevideo. Ella no tenía a nadie acá y
yo tenía que estar, y cuando salió nos volvimos a juntar”, dice
Mati.
Pero también deja en evidencia otras razones: “me mandé
muchas macanas en Las Piedras y todas fueron por mi adicción;
llené de disgustos a mi madre, que es la mejor del mundo”.
Le salen lágrimas de los ojos y quiere ir a lavarse la cara. Se
levanta del colchón y se dirige al refugio, pero antes se sincera:
211

“Me echaron del refugio porque le reventé un vaso en la cara


a otro que estaba de vivo, vamos a ver…”
“Andá tranquilo, hablales bien”, aconseja Verónica. La
situación es tensa cuando Mati los va a encarar, hacía pocos
minutos los había insultado. Hablar de su madre lo quebró y
tiene la cara sucia, de recién levantado. “Arreglate el pantalón”,
le ordena con ternura Vero mientras lo ayuda con la ropa.
Mati y Vero tienen todas sus cosas metidas en el balcón de una
casa, depósito del bar de la esquina. La gente del bar se los
presta para que duerman ahí y dejen las cosas en ese balcón.
Los dones más mínimos se agradecen y reconocen: “Los del
bar nos dejan quedar acá y esto es importante”, cuenta Vero
mientras sigue con la mirada a Mati, expectante por la tensa
situación que está por ocurrir. Cuando él empieza a charlar
con los otros muchachos (hay seis muchachos del otro lado
de la calle), ella cruza para controlar que esté todo bien. Antes
nos pide un par de pancitos para acompañar el mate y un vaso
de café que tienen enfriándose.
Otro joven está en la puerta del refugio. Ha delinquido y
fue procesado por ello, pero salió de la cárcel a la calle y sus
perspectivas de vida están desdibujadas.
También él nos cuenta que no lo dejan bañarse en el refugio,
pero, casi en ese momento, se escucha del balcón la voz de
una funcionaria: “Subís, te bañás y bajás”. Según cuenta Fede,
el problema del refugio es que suelen mandarlos al Portal
Amarillo, y él ya no es adicto. “Te mandan al Portal Amarillo
o a Narcóticos Anónimos y si no tenés para el boleto andá
caminando. Nos dicen que tengamos voluntad”125.
Fede tiene hasta algún kilo de más. Se nota que no consume
y él asegura que no lo hace desde meses atrás. Estuvo privado
de libertad por un hurto. “Mirá que yo estuve más flaco que él
[se refiere al Mati, muy deteriorado por los efectos de la PBC]

125
Exigencia compartida por la moralidad dominante en todos los dispositivos
estatales y paraestatales. Vemos esta cuestión en más de una oportunidad.
212

y a veces pienso: si me drogo pierdo sentido de todo y no me


importa nada”.

P: —¿Por qué estuviste preso?


E: —Por algo menor, por un hurto. Estuve nueve meses
y por eso no tuve peculio126 ni nada. Las cosas del Patronato
son para la gente que estuvo más tiempo. Además, ahí te
dicen que te encuentres con tu familia… ¡Y yo tengo familia!
Yo me doy con mi familia. Pero preciso un trabajo. Tengo
un celular, tengo contacto con mi familia. Pero acá en el
Centro tengo para comer, no puedo volver a Las Piedras con
las manos vacías. Mi padre es retirado militar, mi hermano
trabaja en la Fuerza Aérea, mi padre es laburante, trabaja
y tiene un autito. No somos ricos pero tenemos casa. Pero
todos tienen su familia también, gurises que mantener, y yo
tengo que tener mi trabajo. A mí me dan un pesito de vez
en cuando. Pero yo me mandé una macana después que mi
vieja murió, tuve malas juntas, empecé a drogarme mucho
y terminé preso. Ahora tengo que arreglarme los dientes
y sacar el carné de salud. La cédula ya la saqué; pero todo
es muy difícil: juntar unos pesos, prepararte para dormir,
encontrar un lugar. Cada día es muy difícil y si estás drogado
no te importa nada y no te cansás: caminás y caminás y
no pasa nada, pero claro, vas quedando chupado y podés
dormirte un día y no aparecer vivo al otro.

Fede tiene 25 años, hizo hasta sexto año de escuela, ha


trabajado en la construcción y en el puerto: de peón o cargando
cosas. Evidentemente, su capacitación laboral es mínima y no
encuentra en ningún lugar un espacio para la salida. Hoy no
126
Un ex preso nos dice: “¿Saben qué es el peculio? Una platita que te dan por
tus tareas en el penal, si estás años te sirve para algo”.
213

se droga y tampoco toma alcohol, pero mucho queda librado


al momento: “En cualquier momento te invitan una seca y
entrás y, al final de cuentas, si no te importa nada, si no te
importa pensar en nada tampoco sufrís tanto: a estos pibes no
les importa nada”, nos dice señalando a una joven que grita en
la puerta del refugio.

Algo similar ocurre frente a la División Estudio y


Derivación del INAU.

Hacia las 16.30 llegamos al Centro de Diagnóstico de


INAU, y aunque en la página web del MIDES se lee que está
abierto hasta las 18 horas, la puerta está cerrada; el funcionario,
amablemente, nos señala que el director llega sobre el mediodía
y que es con él con quien debemos hablar.
Doblamos la esquina, hay varios edificios de INAU en la
manzana. El mejor, el más cuidado e importante, donde aún
puede leerse Casa del Niño, está hoy destinado a oficinas
administrativas y contables de la institución. Avanzando por la
cuadra, una vieja casa deteriorada –donde podemos “encontrar
técnicos”, según nos dijo una funcionaria administrativa– está
destinada a la atención de niños y adolescentes. Su puerta verde
es especialmente inapropiada127: sucia, con golpes y rayones,
no produce el sentido del marmóreo templo del niño que hoy
es oficina administrativa. Allí ingresarán, en tanto que espacio
de transición, los niños y adolescentes que las autoridades
pertinentes dispongan.
Hay un patrullero de la Seccional 8ª en la puerta, en el móvil
policial se encuentran dos chicas adolescentes (de unos 16 o 17
años) y el chofer; el otro agente está por ingresar en la vieja casa
127
Entendemos que los espacios de transición no deben ser sórdidos; la puerta
de acceso y la antesala no deben significar suciedad y desidia sino cuidado y
respeto. Las puertas significan: Per me si va ne la città dolente,/ per me si va ne
l’etterno dolore…
214

deteriorada de puerta verde. La puerta se abre de improviso,


un funcionario con gesto amable y cómplice y una funcionaria
un poco menos tranquila expulsan a un adolescente de unos
16 o 17 años a la calle. El adolescente se topa con el policía
al salir, con quien no es amable: “la concha de tu madre”, le
espeta, luego cruza raudamente la calle y se dirige hacia la
explanada de La Trastienda. Cruzamos la calle con discreción
pero lo perdemos de vista; sin embargo, lo que vemos allí
también nos llama la atención: dos adolescentes de no más de
17 años duermen en la vereda, sobre viejas colchonetas. Los
adolescentes, impertérritos, son como un mudo reclamo de
atención ante la institución que debería ampararlos. Decidimos
dar la vuelta a la manzana; hay muchos niños y jóvenes que
no sabemos si viven en la calle, si trabajan o simplemente
son adolescentes pobres de paseo por una zona deprimida
del área central de Montevideo. Los estacionamientos de
Salud Pública, los quioscos, el antiguo control de ómnibus
interdepartamentales, la Escuela de Construcción de UTU, la
zona comercial de Fernández Crespo, los muchos vendedores
ambulantes (algunos adolescentes); toda la zona se encuentra
permanentemente agitada y la presencia de adolescentes que
bien podrían provenir del INAU obliga a afinar la mirada en
grado sumo. La presencia interpelante de los gurises durmiendo
en la vereda se cruza con los muchos niños, adolescentes y
jóvenes que andan por la zona y parecen sólo un poco menos
desamparados (todo joven que podría para algunos parecer
“peligroso” permite otear, de inmediato, vulnerabilidad, al
menos en cuanto a lo que el estigma refiere: el estigma es un
factor de peso en su vulnerabilidad). Vuelta manzana larga,
demorada en casi 20 minutos. Al volver preguntamos en la
casa de puerta verde si está un conocido nuestro, técnico de la
institución. No sabemos a ciencia cierta si trabaja allí, pero el
acercamiento parece relevante para entender buena parte de la
dinámica que observamos. Un hombre de unos cuarenta años
en la puerta, amable pero con actitud de estar cuidándola,
dialoga con un gurí de unos 16, uno de los dos adolescentes
que dormían enfrente una hora antes. Está pidiendo un vaso de
215

agua (eso que no se le niega a nadie). Preguntamos por nuestro


conocido (funcionario técnico de INAU) y el chico, antes que
el propio funcionario, responde: “el pelado”. “Sí, es pelado”,
contestamos. El muchacho avisa a la funcionaria que viene con
el vaso de agua: “Vienen a buscar al pelado”. La funcionaria
le da el vaso de agua y ordena que se vaya. El chico acata, con
cierto gesto de resistencia. Preguntamos al funcionario de la
puerta sobre los chiquilines que viven enfrente: “Son medio
bravos”, advierte, sin agregar más palabras.
En la breve estadía en la puerta verde confirmamos el
reclamo que portan esos muchachos durmiendo en la vereda:
“agua, pan, afecto, pertenencia”, eso parece pedir el chico de
gorrito y remera roja al intervenir en nuestra conversación
con el funcionario de INAU y demostrar conocimiento de los
técnicos que allí trabajan.
Los que están afuera parecen querer entrar, mientras que
una chica que está adentro se aproxima a la puerta y el hombre
de la seguridad la toma del brazo con firmeza y la empuja
hacia adentro.
“¿Es bravo?” —preguntamos devolviéndole sus actos.
“Es siempre así” —contesta.
Una cotidianidad tal vez propia de la adolescencia: si estoy
adentro quiero salir y si estoy afuera quiero entrar. Pero a las
dinámicas propias de la adolescencia se suma que el afuera es
la vulnerabilidad total y el adentro es el encierro. La trama que
totaliza o desarma parece ser dominante. No hay opciones
intermedias, al menos en ese hogar: estar en el Centro, tener
en la calle un espacio donde obtener el sustento y también
el afecto (todo ello, suponemos, con suerte dudosa), pero
sobre todo la libertad; o estar dentro del “Centro” y no poder
salir a pasear por la vereda, encontrarse con pares, coquetear,
construir relaciones libres o, al menos, realizadas en la ilusión
de la libertad. Mientras tanto, el patrullero sigue en la puerta.
El policía, finalmente, baja a las dos chicas, que entran al
“Centro” para no salir. Los dos funcionarios policiales se
216

van en la camioneta. Al irnos, el joven de camiseta roja sigue


recostado en la pared del comercio que linda con La Trastienda;
su reclamo, a quién le cabe duda, es urgente, pero, asordinado
por la cotidianidad, seguirá sin ser atendido.

Situaciones de elusión128 institucional, como las descriptas,


forman parte de las mediaciones necesarias para construir
trayectorias delictivas. En los márgenes del Estado (o en
el centro de sus dispositivos represivos), en esos lugares
de transición, en las posibilidades que ellos ofrecen, parece
jugarse la suerte de cientos de niños, adolescentes y jóvenes
uruguayos.
La tardanza de la burocracia judicial, las oportunidades de
reclutamiento espurio que ofrece la saturación de los Hogares
del INAU (permitiendo elegir entre aquellos gurises que no
son de la “Berro” ni de “calle”), las complementariedades para
una mínima subsistencia que se obtienen orillando distintos
centros de atención que proveen los dispositivos estatales
(a veces un plato de comida, un vaso de agua, un baño, o,
mucho menos, una cama bajo techo), la atención estatal en
emergencias o situaciones límites (sea policial, judicial, o de
soluciones prácticas por funcionarios de INAU, MIDES o
alguna ONG), las condiciones de algunos hogares (incluso
el mero etiquetamiento: “hogar de líos”); todo ello confluye
para producir las violencias institucionales necesarias para
transformar la violencia estructural en violencia delictiva.
Toda esa violencia estructural es consolidada en el marco
de dispositivos estatales, en los lugares de transición que
produce, a veces incluso explícitamente, para “luchar
contra” la violencia delictiva. Son, de esta forma, muchas
las violencias institucionales que sirven para consolidar la

128
La palabra clave no parece ser la exclusión sino la elusión.
217

violencia estructural que será verificada como violencia


física, interpersonal, delictiva (sea doméstica o para obtener
recursos mediante rapiñas), la que, a su vez, vendrá a obliterar
la violencia estructural mediante su hiperexposición.
Esto podría ejemplificarse en el caso de los championes:
los costosos calzados deportivos del “delincuente” pobre
vendrán a obliterar una vida entera a orillas de un arroyo
insalubre, con una casa que se inunda y con todas las
dificultades cotidianas y prácticas que encierra la pobreza
extrema. Muchos creerán que esos costosos championes
son producto del “consumismo” del chiquilín. Sin
embargo, diversos estudios (Douglas y Isherwood, 1979;
Miller, 1999) han demostrado que en el consumo se
construyen identidades y que estas suelen definirse en los
años adolescentes y ser muy radicales en ese momento de
la vida129.
Como vimos, uno de nuestros entrevistados robó para
comprarse ropa pero también para ayudar a su madre,
como lo hacía cuando pedía o cuando vendía caramelos en
los ómnibus.
Meses después de iniciada la investigación, llegamos a la
autoridad de la División Estudio y Derivación del INAU:

129
Y suelen ser rápidamente cambiantes. Uno de nosotros quiso a los 14 años
tener un pantalón Fiorucci –de moda en aquellos años 80–. Luego de un año
ahorrando –muchas veces con el vuelto de los mandados– lo consiguió. Bastó
escuchar a uno de sus cantantes preferidos –Luca Prodan, de Sumo– burlarse
de los “hombres enfundados en Fiorucci” para que no los volviese a usar. Ro-
bar calzados deportivos que no se pueden obtener por medios legítimos en un
marco de pobreza podrá ser una decisión exagerada en pos de configurar una
identidad, de obtener un prestigio, pero esto también es algo muy estudiado.
Mujeres y hombres de todos los tiempos nos movemos en beneficio del pres-
tigio más allá de lo racional, y esto es universalmente razonable (Bourdieu,
2007).
218

Llegamos sin avisar. Preguntamos en la calle por el Centro


de Derivación y Estudios130 de INAU, primero por Fernández
Crespo y luego por Cerro Largo. El cuidacoches nos dice que se
han mudado para la calle Paysandú, hacia donde nos dirigimos.
Llegamos fácilmente, tocamos el timbre preguntando por el
director y rápidamente nos recibe una señora, que en verdad
no es la autoridad allí, quien nos deriva con el encargado, que
nos recibe en su despacho.
Hablamos sobre diversos temas: salud de los gurises de
calle; el trabajo y el hacer la moneda en la calle; la necesidad
de que trabajen en los hogares (mientras hablamos de eso
aparece un chiquilín con una bandeja de bizcochos elaborados
en el propio Centro de Diagnóstico por chicos amparados por
INAU) tal como él lo vio en Suiza; las adicciones y la necesidad
de que se tripliquen las plazas para atención de chicos con
problemas de drogodependencia; pero, fundamentalmente,
de su interés en las familias de los chicos que quedan en la
calle. Afirmó la necesidad de que investiguemos a las familias
y su beneplácito acerca de que el Ministerio del Interior salga a
investigar la población de adolescentes más vulnerables, porque
muchas veces los policías no saben tratar con ellos e incluso
los maltratan. No ocurre lo mismo en el caso de los policías
comunitarios, de los cuales tiene una buena impresión.

El edificio está limpio e iluminado y las personas son


atendidas con respeto y consideración; funcionarios, niños,
adolescentes y familiares comparten un espacio no ganado
por la miseria, las paredes no consignan cuadros de fútbol
ni improperios, ni “pibes chorros”131, y el mobiliario se
encuentra en perfecto estado.
130
Así teníamos entendido que se llamaba, pero en el Nomenclátor del INAU
aparece como División Estudio y Derivación.
131
Nos llamó poderosamente la atención el “vamos los pibes chorros” estam-
pado en la pared de uno de los proyectos Calle, amén de otras inscripciones
con improperios diversos. Lo que llama la atención no es una inscripción en un
lugar marginal (baños de liceos y facultades también tienen escritos diversos)
sino en plena sala de reuniones.
219

Adolescentes trancados
Singulares espacios de transición son las “trancas”132
del INAU133, espacios ambiguos en los cuales se puede
ver cabalmente la importancia de estas transiciones en las
trayectorias adolescentes. Veremos en las entrevistas el lugar
que pueden llegar a ocupar en sus vidas. Dispositivos de
encierro dignos de los tiempos “tutelares” cuando los jueces
ejercían sus potestades en base a la “doctrina de la situación
irregular”, en los cuales los adolescentes sometidos a ellos
tienen pocos derechos a ejercer. En ellos están sometidos
a un encierro severo producto de cometer infracciones
gravísimas.
Se trata, en suma, de lugares de encierro en los cuales
los derechos del niño y del adolescente se encuentran con
escasas posibilidades de ejercicio y donde se mantienen
prácticas propias de la antigua doctrina. Al mismo tiempo,
son lugares necesariamente transitorios en los cuales se
tensionan moralidades y se configuran prácticas; y donde
el tiempo puede rendir mucho. Así, podrán ser lugares
de consolidación de una “moralidad carcelaria”, cuando
impere la violencia entre pares o funcionarios o, en cambio,
de allegamiento a una moralidad basada en los derechos de
los niños y los adolescentes, a cuyo ejercicio podrán verse
obligados producto de la irregular situación de encierro:
“estar limpios”; “estudiar”, “jugar”, son algunos de estos
derechos que nos mencionaron, siempre positivamente,
nuestros entrevistados.

132
Así nos designaron los adolescentes sometidos a medidas de seguridad a los
Centros donde se encuentran detenidos: “trancas”, estar “trancados”.
133
Todos nuestros entrevistados en centros de detención han tenido experien-
cias de calle.
220

También aparece la familia en las entrevistas con


adolescentes trancados, menciones ambiguas, familias
añoradas, en las que desarrollaron sus afectos y en las que
sufrieron sus primeras y sostenidas violencias. Moralidades
puestas en pugna en relación a las cuales no todos los agentes
estatales parecieran jugar en el mismo sentido.

Llegamos al Centro Desafío134 a las 13.45. El edificio es


algo así como un viejo convento, pero con alambrados y
casetas policiales. Su aspecto exterior actual es el de una cárcel.
Tiene dos entradas, la principal da a la calle Chimborazo pero
se encuentra cerrada. Vamos hacia el portón del fondo y nos
encontramos con dos policías que ya saben que venimos
del ministerio. Rápidamente nos cuentan sus desventuras
cotidianas; el policía más veterano habla y el más joven se
limita a acotar: “Estas casetas son inadecuadas, ahora en
verano te morís de calor… ¿nunca picaste135 en una de estas?
Además, si a alguno se le ocurre atentar contra nosotros, ahí
dentro somos un blanco muy fácil”, dice, y nos muestra una
construcción elevada que contiene una caseta de plástico sobre
una plataforma de metal y techo también metálico. El alistado
nos señala la necesidad de tener una guardia de seguridad
del propio INAU formada especialmente para tratar con los
gurises… y repasa sus credenciales al respecto: “Estuve en una
comisión de derechos humanos en el PIT-CNT”. Ernesto nos
da su celular y pide que lo llamemos, que está dispuesto a

134
Centro de detención de adolescentes menores de quince años, perteneciente
al SEMEJI del INAU.
135
Los policías, enterados de que venimos del Ministerio del Interior, ensegui-
da suponen nuestra pertenencia a la Policía Nacional. En Uruguay, policías y no
policías siguen pensando en el Ministerio del Interior como un “ministerio de
la policía”; así también nos vieron educadores del INAU y otros actores de dis-
tintos dispositivos estatales. Picar es cumplir funciones de vigilancia cubriendo
un punto de facción; dicho punto puede ser una garita, una esquina de la ciudad
o un quiosco policial. Actividad no particularmente grata, suele ser considerada
propia de “reclutas” (Moreira, Nardone, Rossal y Vila, 2010).
221

colaborar con el ministerio con lo que sea necesario. Terminan


el turno a las 14 horas, Ernesto se va y nos deja con su
compañero, que nos acompaña hasta la entrada principal del
Hogar.
Del otro lado de los muros del hogar hay dos chiquilinas de
unos quince años, mal vestidas pero en actitud provocativa, que
nos dirigen miradas entre insinuantes y agresivas; se acercan al
portón por donde entramos y salen corriendo, luego van hacia
el lugar donde estacionamos el auto, sobre la puerta principal,
e intercambian palabras a los gritos con los internos.
Ya adentro del lugar encontramos un funcionario, muy
simpático, que trabaja junto con una policía jovencita y bien
arreglada. Ambos se dedican a sacar las galletitas que traen
los familiares de los internos de los envases para ponerlas en
bolsas transparentes. No hay maltrato ni agresividad hacia
los familiares que están ahí (aunque la violencia simbólica es
inevitable). Un policía del GEPP136, de unos 22 años, tiene una
actitud muy adusta en la puerta; tan serio está que contrasta
con los comentarios, entre jocosos y serios, de los otros
funcionarios (ahora también hay una mujer de INAU, además
de la policía jovencita). El funcionario más veterano se pone
serio y reflexiona, cuando se da cuenta de que venimos del
Ministerio del Interior: “Está mal que luego de que pasaron
por el COMCAR vuelvan para nosotros [INAU]… si entraste
en la Universidad no vas a retornar al liceo”. Y nos explica:
“Ocurre a veces que agarran a un chiquilín de 18 años fugado
nuestro que se manda una macana y va para el COMCAR,
pero luego de que cumple en el COMCAR nos lo devuelven
para que pague acá lo que le faltó de INAU; eso no tiene
sentido, además distorsiona todo”.
Luego de unos diez minutos nos recibe la directora en
su escritorio. Nos cuenta sus ideas y su proyecto. Hace un
mes y medio que está y tiene algunas ideas que contrastan
fuertemente con la actitud que hacia nosotros había en los

136
Grupo Especial de Patrullaje Preventivo (GEPP).
222

proyectos Calle: “entrevisten a todos los que quieran”.


Rápidamente nos cuenta versiones bastante precisas acerca
de los gurises con los que nos queremos entrevistar. Cuando
se los mencionamos habla de ellos con cariño evidente: Roni
y Miguel. Le contamos de nuestro interés por las formas de
sobrevivir de niños y adolescentes en las calles céntricas.
Nos cede su escritorio para entrevistar al primero, Miguel.
Lo llama por su apellido y lo califica como “muy bravo, se
agarra todo lo que encuentra”. Le pide a una educadora que nos
cuente la historia que recogió en la casa del chiquilín cuando
fue a visitar a su familia para evaluar su egreso: “porque no
les encontrás hogar luego a estos chicos y vuelven a vivir en la
calle”. El otro, Roni, es una incógnita para ella: “No tiene a
nadie y cuando llegó quiso armar un motín y sus compañeros
se lo impidieron; también se armó con unos cortes y se los
sacamos… pero no hay caso… no sabemos nada de él ni de
su familia”.
La educadora y la directora juntan todas las cosas que Miguel
podría tomar o usar para agredirnos o agredirse y ordena que
luego de la entrevista lo requisen.
Al minuto viene con el chiquilín: medirá un metro cuarenta,
la camiseta le queda grande al igual que el short. Sus bracitos
finitos están cortados. Da ganas de abrazarlo de sólo verlo.
Se nota una necesidad inmensa de afecto. Lo entrevistamos
y habla de su vida, del Centro, de su familia. Puede sostener
un discurso y contarnos sus historias, a diferencia de aquel
muchachito alto de la Ciudad Vieja137 que no podía articular
un discurso:

E: —En el Centro, en las casas pedís comida y no te


dan.

137
El chiquilín que vive –o vivía, hace meses que no sabemos de él– en el
achique de SAEDU, sobre el cual nos referimos en el apartado sobre la Ciudad
Vieja.
223

P: —¿En los hogares decís que pedís comida y no te


dan?
E: —No, en el Centro.
P: —Ah, en las casas de los vecinos... ¿No hay gente que
ayuda también?
E: —Unas sí y otras no. Una vuelta me dieron mil
pesos.
P: —¿Y a qué edad empezaste a andar por el Centro?
E: —Doce.
P: —¿A los doce te fuiste de tu barrio, del Cerro, para el
Centro, con algún hermano o algún familiar?
E: —No, yo solo…
P: —¿Y dónde vivías en el Centro?
E: —Me quedaba por ahí, me quedaba toda la noche.
P: —¿De la Ciudad Vieja al Centro, todo 18 de
Julio....?
E: —No, era... de Diagnóstico138. ¿Sabés dónde queda?
P: —Sí, ahí en Fernández Crespo.
E: —Sí, hasta la Plaza del Entrevero, o me iba hasta la
Ciudad Vieja.
P: —¿Y ahí cómo vivías, qué hacías para vivir?
E: —Fui a Diagnóstico… y entraba a los bares a comer.

138
Se refiere a la dependencia específica del INAU en la cual se establecen
los estudios diagnósticos sobre los niños y adolescentes, oficia también como
“puerta de entrada” a la institución. En la calle Fernández Crespo tiene una
suerte de Hogar transitorio. En el entorno de “Diagnóstico” suele haber niños
y adolescentes muy vulnerables que piden agua, comida y techo en ocasiones.
Anteriormente nos referimos a esta dependencia de maltratada puerta verde.
224

P: —¿Te daban de comer en los bares?


E: —Sí.
P: —Tanta mala gente en el Centro no había...
E: —Hay mucha gente que roba en el Centro y eso.
P: —¿Gurises o gente grande?
E: —Gurises chicos, entran a los locales, a los súper
y se llevan de todo... y roban a mujeres en el Centro, la
mochila…
P: —¿A vos te robaron algo alguna vez?
E: —Qué me van a robar si yo andaba robando, los daba
vuelta al toque.
P: —Claro, vos sacabas cómo eran las cosas en el Centro...
¿Hiciste amigos?
E: —Unos cuantos, uno que se fue de acá hace dos
días.
P: —Claro, amigos de verdad en los que podías confiar.
¿Te ayudaron?
E: —Estábamos todo el día juntos.
P: —¿Cómo se cuidan entre ustedes en la calle? ¿Es
jodida la calle?
E: —Uno al otro, le viene a pegar uno a mi compañero
y saltamos todos.
P: —¿A veces hay viejos que van de vivos, gente así?
E: —Viejos ratas, les hacemos pumba en la cara.
P: —Ah, mirá vos.
E: —Gringos, de todo.
225

P: —¿Gringos en la Ciudad Vieja?


E: —No, en la Plaza Cagancha.
P: —¿En la Plaza Cagancha también? ¿Qué tal los
muchachos de la Plaza Cagancha? Porque yo tengo algún
amigo ahí.
E: —Hay mucha gente, a veces vas y ya no.
P: —¿Querés que le mandemos saludos a alguien?
E: —No.
P: —A un cuidacoches de ahí.
E: —No, con los cuidacoches…, ah, tengo uno en Tres
Cruces.
P: —¿Allí en Tres Cruces? Ahí hay buenos pibes que la
pelean todos los días también haciendo la moneda y que
trabajan, ¿no? ¿Fuman pasta?
E: —No, todos no, algunos no. ¡Ah! Si ve a uno que se
llama Andrés, uno morochito, mándele saludos del Curita,
que me dicen así.
P: —¿Por qué te dicen Curita?
E: —Porque andaba vendiendo arriba de los bondis.
P: —Claro, ¿y en los bondis cómo es la cosa, te dejan
los guardas?
E: —Algunos sí, otros no. Hay plata arriba de los bondis,
yo me llevaba ocho o nueve mil pesos por mes.
P: —¿Y dormías en la calle nomás, o en una pensión?
E: —No, dormía en la calle .
P: —¿Cómo te fue ahí en el Cerro? ¿Te quedaste en el
Cerro? ¿Tenés familia ahí?
226

E: —Tengo amigos recontra importantes que venden


porro, pasta.
P: —¿No están en una situación peligrosa, no es peligroso
para ellos ese trabajo?
E: —No, porque la hacen rica y venden en la casa, y la
pasta y todo lo guardan abajo de una piedra139.
P: —¿Y allá en el Cerro tenés a tu mamá, tu abuela, tu
papá?
E: —Mi madre, mi abuela, mis tíos, y nadie más.
P: —¿Hermanos no tenés?
E: —Dos, uno está en un Centro para dejar de fumar
pasta, y mi hermana…
P: —¿Tu hermana es más chiquita que vos?.
E: —Siete.
P: —¿Tu hermano sí es mayor? ¿Y en qué Centro está
él?
E: —No sé, yo qué sé.
P: —Así que tu hermano tuvo problemas con la pasta.
¿Qué onda con eso? ¿Estuvo muy embromado?
E: —Él estuvo un año y dejó.
P: —¿Ah, dejó, pudo dejar? Está mejor entonces…
E: —Ahora está en un Centro.
P: —¿Vos nunca tuviste problema con eso?

139
El adolescente entiende la pregunta con un sentido más amplio que el que
nosotros le dimos y su respuesta es sintética y precisa: los vendedores de drogas
amigos de él no están en peligro porque la “hacen rica”, es decir, no estafan a los
consumidores, lo cual los podría poner en riesgo, y tienen un buen escondite en
el cual ocultar tanto la droga como el dinero que les da como beneficio.
227

E: —Fumaba sólo porro.


P: —¿Tan chiquito? ¿Y quién te daba porro?
E: —Ah, eso no se dice.
P: —Ja ja ja. Ya sé que no se dice, nunca se dice. Pero...
yo soy más grande, yo me acuerdo, no le daban porro a
alguien tan chico.
E: —Antes era otra cosa…
P: —¿Por Calle del INAU has tenido algún contacto con
educadores?
E: —Sí, El Abrojo.
P: —¿Pero eso te gustaba o no? ¿Qué es lo que te parece
que se podría hacer para que sea mejor esa ayuda de ese
programa Calle? ¿Cómo está?
E: —Te llevan a bañar y todo, te dan ropa…
P: —¿Y vos por qué terminaste acá?
E: —Yo caí dos veces.
P: —¿La primera qué hiciste?
E: —Una rapiña de calle.
P: —¿Estabas armado con algo?
E: —No, tenía una sola [arma].
P: —¿Estabas vos solo?
E: —No, éramos cuatro.
P: —¿Cuatro gurises?
E: —Yo le lastimé la cabeza.
P: —El tipo se habrá pegado un susto.
228

E: —Era una cosa así… [abre sus pequeños brazos con


una suerte de admiración]
P: —¿Un gordo?
A: —No, la 3.57 [refiere a un revólver de ese calibre de
caño largo].
P: —El arma es un arma de este tamaño.
E: —Sí, más o menos, la 3.57 es… [y vuelve a abrir sus
bracitos].
P: —¿Y de dónde salió esa arma?
E: —No se dice...140
P: —No, pero no te digo de quién, sino de dónde, de
qué vuelta, no te estoy diciendo quién.
E: —La conseguí…
P: —¿Pero es fácil conseguir un arma hoy?
E: —Sí, si sabés dónde conseguirla, ¿no?
P: —¿Y es caro? ¿Cuánto vale por ejemplo una 3.57?
E: —Yo no pegué, le di plata a un pibe y me alquiló.
P: —Ah, te la alquiló. ¿Y cuánto vale alquilarla, ponele?
E: —Un palo, dos palos.
P: —¿Un palo sale? Ah, no es barato el alquiler, tenés
que hacer un buen atraco para descontar ese pago.
E: —Esa era una 3.57.
P: —¿Y cómo fue eso? A ver, entraron...

140
En otras circunstancias etnográficas nos han dicho que hay personas que les
alquilan armas a quienes van a cometer una rapiña, lo cual nos lo ratifica este
púber de no más de 1,40 de estatura.
229

E: —¿No me da un alfajor amigo? No, no te puedo dar,


me dice. ¿Ah no?, entonces entré y se lo puse así, quedate
quietito y dame todo. Me dio diez palos, veinte cajas de
cigarros Coronado y nada más, me le llevé un par de alfajores
que iba comiendo.
P: —¿Y a qué hora fue esto?
E: —A las dos de la mañana.
P: —Ah, tarde.
E: —Estaba justo contando la plata cuando entramos.
P: —Ya se estaba yendo el gordo. ¿Y cómo lo planearon?
¿Lo planearon días antes?
E: —Un día antes, fuimos a jugar al cyber.
P: —¿Y dijeron “a este gordo se la damos”?
E: —No, junamos. Tenía cámaras, me paré a ver si en
la caja tenía algún fierro, algún chumbo, no tenía ni una
navaja, tenía solo una trincheta.
P: —Una trincheta y no tenía cámaras el cyber.
E: —Tenía cámaras.
P: —¿Cómo fueron a asaltar un negocio con cámaras?
E: —Ah, estábamos grabados, no le hace.
P: —Pero te agarran enseguida si quedás grabado, ¿o
no?
E: —Pero el fierro fui enseguida y se lo di al pibe.
P: —Claro, se lo devolviste, ¿y ahí?
E: —La plata y los cigarros los guardamos abajo de una
baldosa.
230

P: —¿Pero no pensaste en el peligro que puede tener


para vos?
E: —No, ya había junado, yo primero lo juno141.
P: —Ahora la plata la guardaron, nadie la usó todavía.
¿Los agarraron a todos?
E: —A todos.
P: —La cana es brava, ¿eh?
E: —Grupo GEO, la Segunda, la Tercera, bajaron los
perros y nos apuntaron.
P: —¿Dónde los agarraron?
E: —En la Plaza Cagancha.
P: —¿Quién los reconoció? ¿El propio muchacho este?
E: —No sé, el loco que estaba.
P: —Deben haber visto las cámaras.
E: —Y sí.
P: —Miraron las cámaras, conocen a todos.
E: —Sí, además ya nos tenían junados.
P: —Claro.
E: —Y a uno de mis compañeros le dijo: “Ay [dice el
apellido del Chiquito, al cual entrevistamos a continuación],
¡para qué!, ¡cuando lleguemos a la comisaría...!”. Mi
compañero fue, yo fui con un 3.57, dos con un 22 y uno
con una 9 [refiere a los calibres de las armas con las que
hicieron el atraco, otro entrevistado que participó en ese

141
Junar es una antigua palabra del lunfardo rioplatense y significa mirar aten-
tamente, observar.
231

mismo robo nos dice que no estaban armados, como se


verá a continuación].
P: —Ah, estaban los cuatro armados, ¿qué pasa, decime,
si el loco reacciona? Porque, ¿viste?, a veces uno no sabe, yo
qué sé, si vos venís con un 3.57 y me lo ponés en la cabeza
para pedirme la plata yo te la voy a dar. Por qué me voy a
enfrentar a alguien que está armado, ¿no es cierto? Mi vida
no vale quinientos pesos que tenga encima, ¿sí?
E: —Sacamos diez palos.
P: —Bueno, o diez palos, no importa. Es más, el gordo
tal vez ni es el dueño de ahí.
E: —No era el dueño.
P: —¿No era?
E: —El dueño era botón. Nos enteramos en la
comisaría.
P: —Ah ta, porque no hay que jugar así con fuego, dejate
de embromar, ¿y qué pasa si el gordo reacciona porque es
un nabo?
E: —Le agarré la computadora y se la tiré en la cabeza:
“¡dame la plata!” y mi compañero hizo ¡pa!
P: —¿Tiró?
E: —Sí, arriba, y yo hice ¡plaaa! Me voló pa atrás.
P: —Si vos tenías flor de chumbo, hermano… ¿Cómo
fue el atraco?
E: —¡Dame, dame toda la plata que estamos rifados y
si te tenemos que matar, te mato!, ¡pla!, ¡plaa!, dos tiros
tiramos.
P: —El gordo debe haber quedado azul del cagazo.
232

E: —¡No, qué va!

Nos cuenta la rapiña exagerando e inventando sus


circunstancias, no sabremos a ciencia cierta si alguno usó el
arma, aunque podríamos preguntarle a la víctima o a la policía.
Pero las circunstancias precisas no son lo relevante aquí, sino
la moralidad que porta la descripción y las fantasías aún
infantiles del chiquilín. Como veremos, Miguel admitirá que
no le gustaría arruinar una familia y que no le tiraría al pecho
a alguien. Queda claro, eso sí, que estos niños negocian con
adultos capaces de alquilarles armas y venderles drogas y que
la protección integral a la infancia y la adolescencia debería
incluir la investigación y represión de estas actividades delictivas
de efectos muy dolorosos sobre los niños y adolescentes más
vulnerables.
Terminamos la entrevista y el chico toca algunos objetos que
hay en la oficina de la directora, se los sacamos con amabilidad
y le explicamos para qué servían. Este chiquilín que con sus
poquitos años ya ha cometido graves infracciones, ha tenido
armas en la mano y ha trabajado arriba de los ómnibus no
deja de ser un niño curioso y activo que está en manos de los
dispositivos estatales; en buena medida, de ellos depende no
seguir alimentando un estigma y no consolidar una trayectoria
delictiva.
Algunos chicos ya salieron al patio, donde hay una gran
piscina y un ping pong, otros están volviendo. Subimos con un
educador pelilargo, con aspecto de caballero del Ochocientos; al
sabernos antropólogos nos comenta su admiración por Daniel
Vidart. Ahí conocemos a otros chicos. Dos más quieren ser
entrevistados, cuando les decimos lo que estamos estudiando
nos cuentan que ahí está Ricardito. “¡El Chiquito!”, decimos a
coro, y recordamos a aquella “mascotita” de la Plaza Cagancha,
aquel con el que Gerardo (un muchacho de la plaza) había
dicho que estaba “quemado” porque había hablado mal de los
233

cuidacoches y lo había insultado, traicionando su lealtad y su


afecto, y le había hecho temer por su suerte entre los chorros.
Nos sorprende saber que el Chiquito está ahí. Quien nos
lo menciona quiere ser entrevistado y pasamos al acto de
inmediato. Están en sus celdas arriba –llamarlas habitación
sería un eufemismo que traicionaría nuestro lenguaje y nuestro
oficio etnográfico–. Lo mismo ocurre con el hogar, que es
una cárcel de púberes, un edificio lleno de “trancas”. Una
“tranca”, como la llaman los gurises, igualándola a la cárcel
de mayores.
Entrevistamos al muchachito. Tiene un gesto que quiere ser
firme. Su acné juvenil se mezcla con una nariz de boxeador y
una mirada siempre a los ojos. Intenta sostener un discurso
coherente, afirma que en el atraco en el que participó no llevaron
armas, pero luego nos dice que está ahí por el homicidio de un
hombre que quería sacarle la casa a su familia. Su “casa” era un
pedazo de piso en el achique de Mercedes y Tristán Narvaja.
Habría matado a un hombre para defender a su familia y
también sería capaz de matar a alguien que no “quiera dejarse
robar”, según sostiene con impostada convicción. Se esfuerza
para que su carita coincida con sus dichos, pero no lo logra.
Veamos aspectos de su entrevista:

P: —¿Rapiñabas de caño?
E: —Con un revólver.
P: —¿Solo o acompañado?
E: —Solo.
P: —¿O con unos amigos?
E: —Con un amigo mío, Milton.
P: —¿Y en cuál te agarraron?
234

E: —Me agarraron, me metí pa adentro de un local y le


metí el fierro en la frente y me llevé sesenta y cinco palos.
Me agarraron y a mi compañero no, ahora me contrataron
un abogado y me va a sacar. Cuando salga me van a dar
plata, porque es mi compañero.
P: —Se portó bien contigo.
E: —Se portó mucho bien conmigo y yo me porté
mucho bien con él. Pagó un abogado, ahora me voy el mes
que viene, eran seis meses y me bajaron a cuatro, por el
abogado.
P: —¿Y él cómo está?
E: —Está bien.
P: —¿Está bien? ¿Él no estaba enganchado con la
pasta?
E: —Está fumando pasta, consumía con él y todo,
compartíamos todo.
P: —Ahora yo te pregunto una cosa, vos estuviste en
un proyecto de Calle. Si te hubiésemos agarrado hace unos
meses, cuando tenías relación con ellos, ¿vos me estarías
diciendo “yo no quiero fumar más”?
E: —Le dije una vez, estuve un mes sin fumar, dejé y
volví de vuelta. No, a mí no me gusta estar encerrado, a
nadie le gusta estar encerrado, con rejas.
P: —No, claro, a nadie, pero vos decís ahora que
realmente querés cambiar y no tener que estar nunca más
en una situación así.
E: —Y sí, claro, no quiero volver más a la droga, porque
volver es empezar de vuelta, robando para consumir pasta,
para dejarles la plata a los giles, a los de la boca. Porque vas
235

a robar y lo vendés en lo de la boca, y no ganás nada, ganás


para consumirte todo, antes de vestirte, comer, alimentarte.
No, todo para la droga.
P: —Claro, se la lleva el vivo que la trae y que la pasa.
E: —Que la vende. Algún día lo van a agarrar, a la banda
del Peto, la de Tristán Narvaja.
P: —Acá, claro, perdés siempre, porque todos nos
conocemos, es muy chico, los botones conocen a todo el
mundo. Ahora, ¿qué precisás para salir de esto?
E: —Tu casa.
P: —Un lugar donde poder estudiar, volver, bañarte.
E: —Un lugar donde poder vivir. Acá se puede vivir,
yo cuatro meses voy a hacer acá adentro, no pensé estar
encerrado.
P: —¿Estás mejor?
E: —Sí, estoy mejor, prefiero estar encerrado ahora,
antes que estar fumando lata en la calle y todo el mundo te
mira cómo estás, sucio, todo mugriento. Cuando estuve un
mes sin fumar estuve con una chica.
P: —Claro.
E: —Después volví porque me enganché de vuelta.
P: —¿Y no estuviste en algún programa de estos tipo
Remar o Portal Amarillo?
E: —Estuve en “el sueño del pibe”.
P: —¿Y qué pasaba ahí, cómo era la cosa?
E: —No me gusta estar encerrado, me gusta estar en un
hogar abierto, tipo refugio.
236

P: —Ah, los refugios. ¿Allá en Posada de Belén?


E: —Sí, yo estuve un año y medio ahí.
P: —Claro, cuando era refugio, en el Barrio Sur.
E: —En el Barrio Sur.
P: —Ahora es hogar
E: —En ese hogar yo estuve.

El pibe nos hace saber todas sus ambigüedades: estar


“trancado” pero bien, sin consumir y con un techo y una
comida a diferencia de estar sucio en la calle y consumiendo
PBC; al tiempo que lo tensiona una moralidad carcelaria:
el gil que vende la pasta que está en oposición al chorro que
roba142, el compañero virtuoso que le es leal y le contrata
un abogado y le va a dar la plata que es de él, al tiempo que
está fumando pasta y arruinado en la calle. Más allá de la
precisión o no de estas palabras, lo que es relevante es la
moralidad que expone y tensiona.

Luego viene el Chiquito, el chiquilín que conocimos en


la plaza. Nos recuerda bien. Nos pide por Miguel (el de la
primera entrevista de este apartado) porque no lo vienen a
ver: “Pobrecito, nadie lo viene a ver y su madre está muy mal
por lo que sé; estaría bien que hicieran algo por él”. Hablamos
de la macana que se mandó, de su familia, de sus ganas de irse
a un hogar del INAU. Manda saludos para sus conocidos de
la plaza y parece muy sincero acerca de tener un cambio de

142
Míguez (2008) señala que el vendedor de estupefacientes es una suerte
de enemigo del chorro, es una de las tantas especies de “gil”, no delincuente;
confluyendo con la moralidad carcelaria argentina, en boca de uno de nuestros
entrevistados, el transa (traficante de estupefacientes) es un “arruina chorro;
afuera manda él, pero adentro mandamos nosotros”.
237

vida. También nos deja ver su trayectoria vinculada a la calle,


su familia, el INAU y la Policía:

P: —¿Por qué fuiste a robar?


E: —Porque estaba… re sucio, re mal, y me invitaron y
dije sí, vamos, laburamos algo y me voy a comprar ropa.
P: —¿Cómo fue eso? Contame.
E: —Fue así, estábamos caminando, éramos como diez,
a ver si encontrábamos algo para llevarnos y como vimos
un cyber nos metimos para adentro, le pedimos algo para
comer, unas galletitas, para todos unas pastillas, con todo
respeto. Y yo digo: “el botija te vino a pedir algo para
comer”, y el loco me vino a hablar de vivo y mi compañero
le pegó, y ahí cuando le pegó yo crucé para el otro lado del
mostrador, le chapé143 la plata y nos fuimos.
P: —¿Pero por qué les dieron rapiña?
E: —No sé, eso me dijeron en la comisaría: “¿sabés
lo que hiciste?” Le digo no, no sé. “Es una rapiña lo que
hiciste”.
P: —¿Pero estaban armados?
E: —No, nosotros estábamos limpios.
P: —Vos me estás chamuyando144 como si fuera la
audiencia, mirá que acá no hay audiencia ninguna.
E: —Nooo.
P: —Ya está hecho.

143
Agarré.
144
Conversando, en el sentido de engañar.
238

E: —Ya está, la cagada ya está hecha, no se puede volver


para atrás.
P: —No, sí, se puede volver para atrás, no mataste a
nadie.
E: —No.
P: —Entonces se puede volver para atrás; no se puede
volver para atrás cuando uno mata a alguien, cuando uno
mata a alguien ya está, ese no vuelve más. ¿Cuánto vas a
estar acá?
E: —Dos meses.
P: —Por eso, te ponés fuerte y podés cambiar la pisada,
salís con otra cosa, porque está buena la vida acá, o más o
menos, ¿o es muy complicado?
E: —De última está bien, aunque el hogar abierto es
otra cosa.
P: —Sí, pero yo he visto hogares abiertos que no tienen
piscina, eso está bueno, porque sé lo que es pasar calor y no
tener agua.
E: —Está buena la playa.
P: —Eso sí, está mejor ir a la playa.
E: —Está mejor ir a la playa, porque te podés tirar para
lo hondo.
P: —¿Cómo es la cosa acá?
E: —La tenés que llevar tranqui, donde falte algo ya te
saltan todos los gurises arriba, yo hace un mes y algo cuando
llegué…
239

P: —Vos sos un tipo querido, te deben extrañar bastante


a vos, eso es importante. ¿Y la gente del programa de Calle?
Porque vos andabas con la gente de Revuelos, ¿no era?
E: —Sí.
P: —¿Y la gente de Revuelos vino a darse una vuelta?
E: —Vienen, sí.
P: —¿Vienen? ¿Quedaste bien con ellos? Se deben haber
quemado un poco la cabeza, ¿no?, con lo que pasó. Porque
ellos también intentan que las cosas sean de otro modo y
trabajan, y bueno, la cosa es que lograron poco, ¿no?, pero
siguen viniendo, no se quemaron.
E: —Me están buscando un hogar para cuando salga y
achicar un poco, ahora estaba muy pasado.
P: —¿Estabas con mucha pasta?
E: —Pasta no fumaba.
P: —Vas para un hogar. ¿Vos eras muy amigo de la
gente de ahí de la plaza del cine? Nos habían dicho que vos
trabajabas en los ómnibus y eso.
E: —Ta, en un momento que ya no quise trabajar más
arriba de los bondis me pintó para andar en la joda, y ahí ya
aprendí a andar robando en la calle y todo.
P: —¿Robando? ¿Pero decís un descuido o un arrebato,
o algo así?
E: —Rapiña.
P: —¿Siempre rapiña?
E: —Todo rapiña, nunca fue arrebato ni nada, todo
rapiña, y aparte me saltó cuatro rapiñas más.
P: —¿Por qué?
240

E: —Me quedaron del pasado.


P: —Ah, ¿te quedaron como antecedentes decís? ¿Y te
habían agarrado?
E: —No.
P: —¿Y por qué te agarraron?
E: —La computadora, vos das tu nombre falso, te
fichan, llaman para el INAU y salta tu nombre, salta todo
en la computadora.
P: —¿Y no te habían agarrado otra vez ya?
E: —Me agarraron sí, nunca me saltó así.
P: —Pero no te llevaban para ningún lado, te agarraban,
te tenían un rato.
E: —Yo me hacía el loco y al rato me iba, en cualquier
momento me agarraban y me pasaban para el juzgado.
P: —Seguro… Ahora, cuando nosotros te conocimos,
que fue hace unos meses, vos en la calle no andabas, es
decir, no vivías, no dormías en la calle.
E: —No, dormía en mi casa…
P: —¿Y ahí en tu casa quién está?
E: —Mi mamá.
P: —¿Y por qué saliste a hacer la plata?
E: —Para ayudar a mi mamá.
P: —¿Sí? ¿Y eras vos solo o alguno de tus hermanos
también salía?
E: —Yo solo, y a veces cuando veía que no tenía
mercadería salía a robar para ayudar.
P: —¿Tu vieja viene para acá a verte?
241

E: —Viene sí, mañana viene de nuevo.


P: —Mirá qué bueno. ¿Cómo está la vieja?
E: —Bien mal.
P: —Debe estar medio preocupada.
E: —Mal, mal, sí.
P: —Preocupada, pero vos los ayudabas también con la
casa ¿cómo se están manejando con eso?
E: —Ahora se está manejando, mañana voy a preguntarle
a mi padre si consiguió trabajo.
P: —¿Tu mamá hace algo también, trabaja en algo?
E: —Mi madre no, mi madre cuida a mis hermanos.
P: —¿Y siempre viviste en el Centro? ¿Siempre en la
misma zona?
E: —La tenés que pilotear en la calle.
P: —¿Pero a vos te gusta la calle?
E: —Sí, ahora estoy cambiando, capaz que salgo de acá
y ya no vuelvo a la calle.
P: —¿Y vos tenés doce, ya cumpliste los trece?
E: —Sí, si no acá no estoy.
P: —Ah, es verdad, ja ja ja, tenés razón, claro, claro.

Chiquito sabe bien que si tuviese doce años no estaría allí.


Ya había cometido varias infracciones antes de los trece, pero
en ese momento era inimputable. Al volverse a la zona de
celdas, Chiquito nos recuerda a Maicol, el otro chiquilín que
quería ser entrevistado. Le dejamos el recado por la educadora
de que volveremos para entrevistarlo.
242

Pasamos al otro sector, ahí son mayores de quince. Llegamos


hasta un espacio con celdas, más oscuro aún que los otros. Nos
conduce el “coordinador”, un hombre de unos 40 años, de
baja estatura y muy fornido, de gesto serio y actitud firme con
los chiquilines. Es la representación que siempre imaginamos
del llamado “brazo gordo”. También hay educadoras, pues
siempre andan en parejas mixtas los educadores.

Pasó la hora de las visitas. Roni nunca las tiene. Sus dos
compañeros son distintos a él, tienen entre ellos mucha
camaradería: “son primarios”, nos dice Roni, y también se
llevan bien con los educadores. Él ahora se está adaptando,
pero ya estuvo y se escapó de un hogar de la Colonia
Berro: “no me asusta la tranca”, dice. Cuando llegó acá
quiso comportarse según criterios “carcelarios”: hacer un
corte, intentar un motín, y fue frenado por sus compañeros
“primarios”, “que no quieren problemas”. Se trata de un
adolescente más grande que los anteriores y con un discurso
en el cual la moralidad carcelaria está muy presente.
Roni anda en la calle desde los seis años. Vivió con su
madre hasta que lo abandonó. Según nos cuenta, su madre
estuvo muy mal cuando murió su padre, un ladrón a quien
mató la Policía argentina, y no quiso “que la viera así”.
Así que lo internó en el Centro Cuatro, a donde lo fue a
buscar su tía. La trayectoria de este adolescente está muy
vinculada a los dispositivos del INAU. Conoce muy bien
la institucionalidad del INAU, aunque, paradójicamente, la
funcionaria que nos recibió nos habló de él como de un
completo desconocido. Sin embargo, Roni estuvo toda su
vida vinculado, desde muy niño, a la institución.

P: —¿Dónde estuviste de chiquito, en el INAU?


243

E: —En el INAME, estuve en Centro Cuatro, que era


para chiquitos. Después estuve en otro hogar, Capitanes de
la Arena, en ¿cómo es?, en Revuelos… No, Revuelos no.
P: —¿Cómo fue esa experiencia, de chiquito digo, cómo
fue el INAME?
E: —Y a mí no… no sé cómo decir, porque era chico y
no sabía [el Centro 4 es para menores de cuatro años].
P: —Claro.
E: —No sabía nada, entonces me fui rescatando, cuando
me llevaron para un hogar más grande tenía lío con los
pibes y a veces nos peleábamos, después bueno, te empezás
a pelear con los pibes.

Su tía fue a buscarlo y vivió un tiempo con ella, aunque


pronto terminó nuevamente en un hogar. Ya más grande,
lo “encerraron”, según cuenta, aunque rápidamente se fugó
y comenzó a “estar para la joda”. Comenzó a “parar” en
Piedras Blancas, pero hace un año que está en el Centro.
Dejó el barrio porque en el cante “se colgaban mucho con
la pasta”, aunque al Centro vino para “seguir con la joda”.
De su madre no guarda gratos recuerdos; de su padre,
en cambio, tiene una imagen idealizada. Roni parece seguir
las huellas de su padre y apropiarse, además, de cierta
moralidad. No robaba en Piedras Blancas porque en el
barrio “no se roba”: “voy para la rambla o Pocitos”. En el
Centro vivía en un achique, en un edificio incendiado. Allí
podría haber intentado el oficio de cuidacoches, pero cuando
se lo insinuamos reacciona de modo tajante. Su modo
puede provenir del discurso de origen carcelario que indica
que los cuidacoches son despreciados por los delincuentes
y que, por tanto, no “caminan en el penal”. Muchas veces
244

son considerados “buchones” o “alcahuetes”, por servir de


informantes a la Policía o por ceder a sus aprietes; también
se los desprecia cuando siendo consumidores de PBC
terminan en la cárcel por alguna “gilada”.
Roni fuma porro, pero lo que le gusta de verdad es
“tomar merca”. Un “veinticuatro” se “tomó” una moto
“legal” y cuatro “fierros”. Empezó a tomar y tomar. Eso
después de fugarse del Puertas, el hogar de la Colonia Berro,
y pasar por la casa de la madre, en el cante, donde no fue
bienvenido. Su madre le dijo clarito: “no te quiero acá”. La
joda parece perderlo y de ella es difícil escapar:

P: —Claro, ¿y cómo se sale de la joda?


E: —¿De la Colonia?
P: —De la joda.
E: —¿De la joda? Y yo qué sé. Yo estuve un año en
un hogar que fue el que me enseñó todo. Después en
Diagnóstico, en Fernández Crespo, quise volver para ese
hogar y me dijeron: “sí, esperá”. Estuve un mes, tres meses
ahí y nunca me llevaron, me calenté y me fui.
P: —Claro ¿Y cuál era ese hogar?
E: —Capitanes de la Arena, que fue el que más me
gustó.
P: —En el que te sentiste más a gusto.
E: —Claro, un año estuve.
P: —¿Por qué no te dejan mucho tiempo en los
hogares?
E: —No, según la conducta.
245

P: —Claro, si vos te vas después ya no entrás.


E: —Me portaba mal, claro, yo ahí tuve tres fugas,
cuatro fugas.
P: —¿Por qué te fugabas?
E: —Y porque quería conocer la joda, porque ahí fue
cuando empecé, empecé a fumar porro, cigarro, después a
los diez años empecé a tomar merca.

Todos nuestros entrevistados han construido una


taxonomía de los hogares del INAU. Los criterios de
clasificación parecen reducirse a una jerarquización entre
buenos y malos. Los “buenos” hogares serían aquellos
donde los educadores tienen una actitud comprensiva y de
diálogo con los adolescentes. Suelen ser hogares abiertos y,
con menor frecuencia, mixtos. En ellos, las relaciones entre
los adolescentes suelen ser de compañerismo y de bajo
conflicto en comparación con los hogares “malos”. En estos
últimos, los funcionarios suelen ser arbitrarios, muchas
veces violentos, y las relaciones entre los adolescentes son
altamente conflictivas. Para complicar aún más las cosas, el
propio INAU llama –no sin cierta perversidad institucional–
hogares a centros de detención donde los adolescentes pasan
la mayor parte de su tiempo “trancados”. Roni parece un
experto a la hora de calificar los programas del INAU.
Los conoce por propia experiencia, pero también por las
circunstancias de amigos y viejos compañeros.

P: —¿Hace poco andabas con ese proyecto Revuelos?


E: —Sí.
246

P: —De Calle. ¿Y qué te parece a vos ese proyecto, te


parece que sirve para algo, que no sirve para nada?
E: —Y sirve, sí.
P: —¿A vos te dieron una mano?
E: —A mí no, pero yo he visto gurises que han salido de
la calle.
P: —¿Les han conseguido un hogar? ¿Les han conseguido
una solución?
E: —Claro, a mi compañero que se fue de la Colonia
–porque a ellos no les importa si vos estás fugado, ellos
lo único que quieren es que vos salgas de la calle ya– le
dieron los pasajes para que se fuera para [un departamento
del interior del país], se fue a [repite el departamento] con
la novia.
P: —A encontrarse con la familia.
E: —Claro, se fue para [ese departamento] con la novia,
ta, a la novia la dejó allá y él se vino de nuevo para acá, para
Montevideo..
P: —La novia por lo menos zafó.
E: —Claro, porque la novia también andaba en la calle.
P: —Sí, seguro.
E: —Tenía un hijo y todo..

No conocemos las circunstancias concretas que nos


refiere Roni; sin embargo, habida cuenta de lo hablado con
educadores que trabajan en proyectos calle, entendemos que
sus dichos son creíbles. Los educadores habrían ayudado
a un adolescente fugado a que se alejara de la situación
247

de riesgo que lo aquejaba en Montevideo, cercano a las


posibilidades punitivas del Estado. Vemos un dispositivo
estatal enfrentado a otros dispositivos también estatales, lo
cual es consistente con las distintas moralidades apreciadas
en el correr de la investigación.
Una entrevistada que también estuvo en situación de
calle nos narró una historia muy similar. Esta chica nos dijo
que tenía un amigo que estaba en la calle y que fue con él
a visitar a su madre al interior, pero él no se quiso quedar y
volvió rápidamente a la misma situación de riesgo extremo
en la que estaba. Seguramente se trate de la misma historia,
pues ella, como la chica de la narración de Roni, también
tiene un hijo.

La moralidad carcelaria
E: —Conseguí un nombre para un compañero que
estaba fugado de la Colonia y le dice [un policía] “¡Ey!
¿Cómo te llamás vos?” Y él se hacía el mudo, yo le digo:
“Él se llama Adrián Jorge Gómez Medina”. Me salió, no sé
cómo. “¿Él estaba en el robo?”, me dice. “No, él no”. Y nos
llevaron hasta el local y no estaba, éramos cuatro nomás y
él zafó.
P: —Claro, pero vos no, te debe una. ¿Es jodida la calle,
hay códigos o no hay más códigos como se dice?
E: —En la calle no hay tanto código porque estás
durmiendo y si están drogados o algo te rastrillan, te sacan
los championes, yo te digo porque unas cuantas veces me
pasó, estaba durmiendo así y tenía unos championes Nike
[aparece una funcionaria que le deja una taza de leche muy
grande]. Y fui, busqué, busqué, busqué y llegué hasta él, la
248

paliza que le di, le digo, “ahora rescatame mis championes”,


sí, al otro día me los trajo, en una boca los tenía.

La calle adquiere dos significados distintos, el


primero –el nuestro– remite a una noción que va desde la
experiencia laboral, la madurez y la “viveza” hasta admitir,
en sus extremos, las moralidades de los “viejos” ladrones
y estafadores; el segundo se relaciona con las “nuevas”
circunstancias de la calle. Nosotros preguntamos por
el primero, que asociamos naturalmente con el relato de
Roni sobre la lealtad entre compañeros; Roni, en cambio,
responde orientado por las situaciones que se suceden a
diario en situaciones de calle y, sobre todo, entre adictos a
la PBC. El rastrillo, justamente, es el sujeto que quebraría
aquellas moralidades tradicionales del chorro: en el barrio no
se roba; a un compañero, mucho menos. En adolescentes
como Roni conviven ambas moralidades y no hay que
suponer que él mismo no se comporte como rastrillo alguna
vez.

P: —¿Eso qué es, fisura?


E: —Y sí, si estamos todos en la misma, ¿qué me vas a
rastrillar?
P: —Sí, claro.
E: —Sí, pero la pasta base es así.
P: —Ah, sí, pero vos por eso no fumás pasta.
E: —Fumé, una vez sola fumé pipa y me gustó, no te
voy a decir que no, pero no, dije me voy a arruinar, ya perdí
a mi familia.
249

P: —¿Cómo es el pegue145?
E: —Y el pegue, quedás así para todos lados quedás
[mueve su cabeza como paranoico], así para todos lados;
sí, si fumás abundante quedás con la mandíbula todo esto
duro así, todo esto te queda duro [se toca el mentón].
P: —¿Es como tomarse un montón de merca?
E: —Claro, como tomarse abundante merca, quedás
todo duro así no, quedás así.
P: —Medio paranoico.
E: —Claro, y querés más y más y más, y yo digo no, yo
no quiero más, me fumé un porro, me acosté a dormir, si
no iba a seguir fumando.
P: —Claro, claro, ¿y cómo se sale de no tener que robar
más? Porque llega un momento que si robás te agarran
siempre, más temprano o más tarde, no hay uno que haya
zafado…
E: —Eso según, porque a mí no me gustan los hogares,
pero aguanto la tranca, ¿no?
P: —Claro.
E: —Si la tengo que aguantar, la aguanto, pero no me
gusta. Pero para salir, al menos para mí, el mejor hogar es el
que yo estuve, Capitanes de la Arena.
P: —¿Y cómo es? Porque nos decían, yo no sé si era
cierto, pero nos decían algunos educadores que algunos
hogares por ejemplo… Prendele cartucho que se te enfría
[el adolescente dialogaba con nosotros con respeto y
consideración sin tomar su merienda].

145
Pegue significa efecto. El pegue de la droga es su efecto, tanto el buscado
como el indeseable: un “mal pegue” o “mal viaje”.
250

E: [Toma su merienda]
P: —¿Eligen a los gurises?
E: —No, ponele Ituzaingó, en la Colonia. Ese hogar
es para los pibes que dejan a las madres, que no tienen
condiciones. Si vas para ese hogar, ese lugar es tuyo, ¿sabés
por qué? Porque de ahí no te saca nadie, el director de ahí
les compra todo.
P: —Claro.
E: —Pagan por robar pero dicen, ponele, tu madre, sacale
la ropa que lo mato, y aunque lo lleven para otro hogar,
ponele están en el Piedras y lo llevan para el Cerro, porque
los pibes algunos tienen celular, una llamada al celular y ta
lo cagan a palos también, y todo así, ahí en Ituzaingó.

Realmente no terminamos de entender una historia que


muestra un contenido claro de corrupción, pero decidimos
no adentrarnos en ella producto de los objetivos de nuestra
investigación; sin duda, estos aspectos deberían investigarse
en profundidad de otra manera, habida cuenta de la necesidad
de terminar definitivamente con la complicidad “carcelaria”
de las prácticas asentadas en dicha moralidad. Sea como
fuere, forman parte de las violencias institucionales que no
hacen más que reproducir la violencia estructural.

P: —¿Qué te parece que hay que hacer para tener una


vida distinta, para poder laburar tranquilo?
E: —A mí me gustaría laburar.
P: —¿De qué te gustaría laburar?
251

E: —Y… conseguir algún laburo. A mí una de las cosas


que más me gustaría es la construcción.
P: —La construcción. ¿Y qué posibilidades hay de tener
cursos de eso, de aprender un oficio? ¿No creés en esa
oportunidad?
E: —Sí, pero tenés que estar demasiado tiempo en un
hogar, ¿no? Un pibe en el Capitán Arena, yo tenía cuatro
o cinco años, el más grande tenía veinte años, estaba
trabajando en una estación de servicio, ya cuando tuvo que
dejar ahí, mirá que fumaba pasta también a cara de perro.

No es casual que las dos ocupaciones (“construcción”,


“estación de servicio”) que Roni menciona como salida de
vida hacia el mundo del trabajo sean empleos calificados
como insalubres por el Estado uruguayo. Lamentablemente,
los oficios para salir de la marginalidad no son los más
adecuados para los menores de 18 años (Ver: INE-OIT,
2010).

P: —Mirá...
E: —Salió.
P: —¿Salió del hogar y quedó trabajando en la estación
de servicio?
E: —Yo el otro día pasé por el Centro, no sé en qué
parte era, pasé por ahí por la estación y me dice: “¿en qué
andás, Roni?”. Y yo miro así, “¿quién es?”, voy hasta ahí
“¿quién sos vos, [dice su nombre], en qué andás?”, era él,
estaba trabajando ahí.
P: —¿Y de acá existen posibilidades de salir al laburo?
252

E: —Sí, eso si vos querés cambiar, está en tu cabeza.


P: —Claro.
E: —Está en la cabeza tuya.

El concepto moral de la voluntad está también en


aquellos más vulnerables, para los cuales ejercerla comporta
grandes dificultades146.

Desafío como tranca


Queremos indagar en los efectos prácticos del creciente
discurso de la (in)seguridad y del reclamo represivo que se
vive en la sociedad uruguaya en relación a sus condiciones
concretas de vida en el centro donde se encuentra detenido.
El adolescente está informado de que hay una campaña para
“poner a los menores de dieciséis en el COMCAR”, pero
sólo ha visto que hay más “trancas” y “botones” en Desafío;
amén de que nos cuenta que, en otro tiempo, hicieron un
motín y vinieron a “rescatarlos” de afuera. Evidentemente,
las condiciones de detención son más cerradas, pero no
parecen ser sentidas como más rigurosas por el adolescente
al cual “no le asusta la tranca”. Tal vez el aumento de trancas
y botones tenga que ver tanto con estos hechos como con el
discurso represivo al cual alimentan cotidianamente.

P: —Hay gente bien acá. Con tanta insistencia con los


menores, vos viste en los diarios y la televisión, y también en
la política, ¿se están poniendo más complicadas las cosas?

146
Nos referimos a esto en otros apartados.
253

E: —Mmm…
P: —No sé, la Policía, o en las medidas de seguridad del
INAU, ¿vos notás algo nuevo?
E: —Quieren poner, no sé, ¿cómo es?, para los menores
de dieciséis años en el COMCAR.
P: —Ta, pero yo no te hablo de lo que quieran poner,
yo pregunto si en estos últimos tiempos, este último año
ponele, vos notás que...
E: —¿Cambios?
P: —Sí, ¿qué cambió?
E: —En esto al menos, demasiadas trancas.
P: —Trancaron todos los cuartos y eso.
E: —No, porque yo acá antes no conocía, yo estaba en
el A, allá arriba, este es el C.
P: —Sí.
E: —Bueno allá es para…
P: —Más chicos.
E: —Sí, de catorce para abajo. Yo estuve allá, hicimos
un motín y todo, y se fugaron unos pibes. Yo no me pude
fugar. Después vinieron de a prepo, de rescate unos pibes,
ta, se fueron, y después me vine. Lo que cambió acá fue la
cantidad de trancas y botones que ahora pusieron.
P: —¿Por qué hicieron un motín?
E: —Yo me quería ir, hicimos un boquete pieza a
pieza.
P: —Sí, ahora, ¿qué ganan haciendo eso?
E: —Nada.
254

P: —¿Hay posibilidades de aprender a hacer algo, de


terminar la escuela, de encarar el liceo?
E: —Hay, sí.
P: —Y bueno, porque tampoco vas a vivir toda la vida
acá.
E: —No.
P: —¿Cuánto tenés vos acá, cuánto te dieron?
E: —Yo tenía para un año y dos meses, por la fuga me
dieron tres meses y ahora me dejé agarrar a piñas por esta.
P: —Vas a tener un ratito… ¿Un año y dos meses te
habían dado? ¿Y qué macana te habías mandado?
E: —Porque yo antes era de la superbanda, ahí en Piedras
Blancas, la superbanda que tenemos por el supermercado, y
un día …
P: —¿El supermercado? ¿En Malvín Norte?
E: —No.
P: —¿Allá en Camino Carrasco?
E: —No, en Piedras Blancas.
P: —Ah.
E: —Quince supermercados.
P: —¿Y ahí te dieron un año? ¿Y la última qué hiciste,
estabas con esa misma gente o no?
E: —No.
P: —Estabas en el Centro.
E: —No, yo estaba parando con otro, con un compañero
que conocí ahí en Capitán de la Arena, por esta fue un
cyber.
255

P: —¿Ah, con unos gurises chiquitos?


E: —Sí.
P: —Ah, porque hablamos con unos que también
eran…
E: [Da su nombre y apellido]
P: —Lo conocíamos de la plaza justamente, de la Plaza
Cagancha. Él andaba dos por tres por ahí con los gurises de
la Plaza Cagancha, y era de Revuelos también.
E: —Sí.
P: —No lo esperábamos por acá, la última vez que
lo habíamos visto era con la gente de la Plaza Cagancha,
conozco muchachos de ahí.

Cómo se cambia una trayectoria de infracciones


A pesar de que a Roni le gustaría tomar un camino distinto
y trabajar en la construcción, o de que reconozca que se
puede salir y muestre el ejemplo de la trayectoria exitosa de
un joven que trabaja en una estación de servicio y que salió
del mismo hogar del INAU147 en el que vivió en el pasado,
reaparece lo pesado del estigma y su “novela familiar”, en el
sentido psicoanalítico. Reafirma una trayectoria imaginada
y ya comenzada a recorrer: su discurso va construyendo
un recorrido con un final predeterminado. Si en nosotros
provoca pena y desazón, bien podemos imaginar la vida
cotidiana de este muchacho y cómo su lucidez reafirma su

147
En rigor, el hogar Capitanes de la Arena pertenece al Centro de Investiga-
ción y Promoción Franciscano y Ecológico (CIPFE) y trabaja en convenio con
INAU desde hace muchos años, dando amparo a niños y adolescentes prove-
nientes de la calle.
256

trayectoria, que no es desviada sino muy derecha, precisa


y reproductiva. Incluso cuando le ofrecemos pensar juntos
una alternativa, no se escabulle y se muestra compañero
para la reflexión y la imaginación: “Pero todavía me queda
la escuela”.

P: —Bueno, pero ¿cómo salen todos estos amigos de


esta?, ¿cómo hacen para a los dieciocho años, diecisiete,
dieciséis, no sé, tener un laburo y encarar una vida sin tanto
sobresalto? Y no terminar en el COMCAR.
E: —Yo siempre dije: yo voy a morir igual que mi
padre.
P: —Bueno, pero capaz que no.
E: —Trancado, yo; a mí me gustaría salir, pero si nadie
me da una mano.
P: —Pero, ¿y qué mano precisás?
E: —Que me dejen terminar la escuela. A mí me gustaría
que me consiguieran el hogar que tenía en la Arena y que
me dejen ahí, terminar la escuela, porque yo iba a la escuela
de ahí.
P: —Claro.
E: —Después, que me dejen ir al liceo o a la UTU, para
hacer un oficio, y después que me dejen laburar, por lo
menos que me dejen tener la plata necesaria para alquilarme
algo.
P: —Seguro; por ejemplo, si a vos te dijeran: “mirá, vos
tenés que rendir bien en la UTU, tenés que hacer este curso
y tenés que aprobar el año, pero si hacés todo esto el Estado
te da, no sé, cuatro lucas y media por mes”.
257

E: —Lo haría, sí.


P: —¿Lo harías?
E: —Sí, no por la plata sino que...
P: —Pero la plata la precisás para vivir, digo, en vez
de chorear tenés esa plata que te dan por estudiar, estás
en un hogar y tenés algo. Todos precisamos algún peso
en el bolsillo, para salir el fin de semana, para comprarte
unos championes, lo lógico. ¿Vos creés que eso sería una
solución?
E: —Sí, pero todavía me queda la escuela.
P: —Claro, obvio, pero ahora tenés tiempo.
E: —Dejé en sexto año.
P: —Para leer y eso tenés tiempo, abundante tiempo.
Con la tranca está claro.
E: —Tengo que esperar hasta el 8 de marzo acá, yo
recién llegué, a veces pienso por qué tengo que hacer una
banda.
P: —¿Y tus seis compañeros de la superbanda en qué
andan?
E: —Uno está fugado del Piedras, y otro en el
COMCAR.
P: —¿La Policía los agarra a todos?
E: —No, tres están en el COMCAR, dos están fugados
de la Colonia y uno ya hizo la cana, está afuera, ta libre de
todo, ya es mayor ahora.
P: —Un ladrón viejo me decía, hace mucho tiempo: “Yo
robé en la Argentina, robé durante doce años y estuve una
vez preso, ta, perdí, pero viví un tiempo largo y preparaba
258

las cosas. En Uruguay, en cambio, viví, tenía mi familia,


nadie sabía lo que yo hacía, canuto; acá quise hacer una y me
agarraron, ahora me dedico a otra cosa, tuve que arrancar
pa las ocho horas porque acá todo el mundo conoce todo,
te ven”.
E: —Y sí.
P: —Entonces está claro que eso no es una salida; es
como vos decís, voy a terminar como mi viejo, mal.
E: —Pero si vas a Argentina te van a matar. Mi viejo
murió en Argentina, le quisieron dar a un blindado ahí en
Argentina y le arrancaron un brazo de un escopetazo y mi
padre con el otro brazo les seguía tirando. Le dieron por la
espalda y le tiraron con la escopeta, en la espalda.

La sabiduría del ambiente delictivo que tiene este


chiquilín es notable: en Argentina ocurren más casos de
gatillo fácil policial (Tiscornia, 2004) y muchos delincuentes
han muerto en circunstancias de abuso policial. Al mismo
tiempo es cierto que es más difícil que la Policía los detenga y
ponga a disposición de la justicia, como nos lo han señalado
entrevistados de entre 30 y 60 años que han vivido del robo
en Argentina.

P: —Sí, claro, los blindados andan con los caños recortados.


Además, no es una vida, si uno quiere tener gurises, una
familia.
E: —No, a mí me gustaría cambiar, me gustaría tener
una familia.
P: —Seguro, como a todos.
E: —Darles lo que yo no tuve.
259

Sin rencores, prácticas carcelarias reforzadas en su


aprendizaje por educadores

P: —¿Qué tal son tus compañeros?


E: —Y… más o menos.
P: —La van llevando.
E: —Ya me peleé con dos.
P: —¿Pero se amigaron de nuevo?
E: —No, quedaron con rencor.
P: —¿Con los funcionarios? ¿Cómo te llevás con los
funcionarios?
E: —Yo a lo primero, cuando estaba solo con estos de
acá, tenía una punta porque me querían patotear, yo me
quería defender, salía para el baño con ella, y ellos no salían,
ellos agitaban baño y yo agitaba baño, “estoy en el baño”, y
no me sacaban, pero un día hicieron requisa y me sacaron la
punta, y vino un funcionario y nos hizo pelear mano a mano,
ta, me rompió todo, no te voy a decir que no porque me
rompió todo.
P: —Y sí, lógico.
E: —Perdí, tranqui, sin rencor le dije, ta, después viene
el compañero.
P: —Pero ya después de que te diste una, mejor que
no...
E: —No, si hay que seguir la sigo.
P: —No, ya sé, es así la vida, pero es como vos decís, se
gana y se pierde.
260

E: —Y ta, y después agarré alcohol en gel de ahí, lo puse


en una botella, puse licuado y ahí empecé a tomar, ¿sabés
cómo estaba adentro de la pieza?

Roni relata situaciones típicamente carcelarias, similares


incluso a lo narrado para Argentina por Míguez (2008) y
también a situaciones narradas por funcionarios del sistema
penitenciario uruguayo. Luego de una pelea, incluso con
un guardia, el “sin rencor” significa un intercambio que
no generará mayores consecuencias para el recluso que
la golpiza que lleve en el curso de la pelea; claro está que
entre un educador de “brazos gordos” y un adolescente
que viene de una situación de calle la asimetría no resulta
muy caballeresca; generalmente “gana” el funcionario del
Estado. También el chiquilín relata cómo preparó un escabio
carcelario a base de alcohol en gel.

P: —No seas malo, azul quedaste. Bueno, por lo menos


dejaste de sentir los dolores.
E: —Ahí ya no sentía nada.
P: —¿Pero son bravos entonces los funcionarios?
E: —Algunos, según, porque hay algunos funcionarios
que cuando están más solos en la pieza le dan más bola a
uno que a otro.
P: —Claro.
E: —Una vez yo vine acá así y yo quería hacer tiempo
ahí, y estos de acá [señala a sus compañeros de celda]
decían no, -si vas a hacer un motín nos tenés que chupar
los huevos, a los tres-, les digo -¿qué? ¿están arreglados
con los funcionarios?- No es que estamos arreglados con
261

los funcionarios -me dijeron- es que tenemos tiempo acá


nosotros. -Pero si yo me quiero ir, es mi libertad...

Los adolescentes que le impidieron hacer el motín,


además de primarios, son notoriamente pertenecientes a
un sector de las clases populares y no a la marginalidad
de la situación de calle, como es el caso de todos nuestros
entrevistados. También están mejor cuidados y sus familias
se ocupan de ellos.

P: —¿No será que tienen razón? Pensándolo, digo, porque


te aumenta el riesgo, si salís están los botones afuera...
E: —No, no, a mí me entró un… después me llevaron
de nuevo pa aquella pieza y si ellos empiezan a provocarme,
iban por la pieza y me escupían, y yo tranqui, y ta, y después
vino la funcionaria, vino y le dijo: “dejate de putearlo”. “No,
que yo no lo estoy puteando, porque él me escupe y no le
decían nada”. Y ta, después vino el otro funcionario el…
[describe sus rasgos físicos] y ese nos hizo pelear. Bueno,
nos peleamos.
P: —Claro, hay posibilidad de hablar también, ¿no?
E: —Sí.
P: —Lo bueno sería que de última si tenés que estar acá
un año, ponele…
P: —¿Te vas para Berro?
E: —Claro, acá es hasta el 8 de marzo nomás.
P: —¿Y cómo está allá, está mejor, peor, cómo lo ves?
E: — Y… según el hogar que te toque. En la Casona al
menos, está abierto, muy abierto.
262

P: —O sea, de ahí salís en cinco minutos.


E: —Claro, yo lo hice en tres horas.
P: —Después salís…
E: —Todo por el campo.
P: —Sí, por el campo.
E: —Un campo solo corrí yo.
P: —¿Cómo salís de ahí?
E: —Yo ahí corrí un campo solo porque no sabía cómo
era, porque el que sabe cómo es se corre tres campos, son
tres campos grandotes, y te van corriendo de atrás a caballo,
y si te agarran te rompen la ropa todo, te atan en la pata y
en la cola del caballo y te arrastran por el campo.
M: —¡Pa!
E: —Son tremendos judíos.

Otros gurises también nos hablaron de la violencia sufrida


por los funcionarios. Uno de ellos nos decía:

P: —¿Cómo se portan acá los educadores?


E: —Bien.
P: —¿Sí? ¿Se llevan bien con ustedes, vos te llevás bien
con ellos?
E: —Sólo con uno, con el [dice el cargo del funcionario,
el que omitimos].
P: —Salvo con uno…
E: —Es terrible rata.
263

P: —Bueno, con todo el mundo no se puede, ¿qué hace


él?
E: —Te judea, te pega por gusto.
P: —¿Ah, sí? Si lo buscás, ¿no?
E: —Claro.
P: —Bueno... si lo buscás…
E: —Ya es otra cosa, una vuelta estaba re quemado y
quise pinchar a un funcionario con un Silvapen acá en el
pie, se lo quise clavar.
P: —¿Y?
E: —Me dice –No, que no grités que nos damos fuego–,
no sé qué, que no sé cuánto. –¿Lo qué?– Empecé a patear
puertas. Una vuelta el [refiere al mismo funcionario] estaba
quemado así y le dije –¡bueno!– Terrible rata, le quebraron
un brazo, una muñeca y una pierna, tiene todo el brazo
roto.
P: —Tiene una paliza bárbara, digamos.
E: —Por judío, le dije –¿y vos qué te hacés el malo acá,
si en la Colonia a vos te embagayaron?, te quebraron la
muñeca y la pata y él: –¡Traigan las esposas!–, y me llevaron
amarrocado para abajo, a la enfermería y yo me saqué la
marrucada así, y hago así y se me salía.

Al terminar la entrevista con Roni le damos un fuerte apretón


de manos. Este chiquilín, a diferencia de los otros entrevistados,
ya ha pegado su estirón, no es un niño ya, y reflexiona sobre
las moralidades y prácticas corporales aprendidas en una
trayectoria de vida muy dura, determinada en buena medida
por dispositivos estatales. Su familia tampoco parece ofrecer
una salida. Nos vamos afectados de esta entrevista; nuestro
264

entrevistado resulta por momentos reflexivo e inteligente,


pero las “salidas” no parecen estar pensadas para él.
Luego de seis horas en Desafío, cuando salimos, otros
chicos que están en el patio nos preguntan cosas y refieren a la
pasta base: “Vengan para acá que estamos fumando pasta”; los
chicos exaltan el consumo de la droga y asumen el estigma, les
hablan desde ese lugar a los extraños visitantes que para ellos
somos. En la situación de diálogo, cara a cara, las cosas fueron
bien distintas con los que pudimos hablar; entendieron lo que
estábamos haciendo. El coordinador les dice que se dirijan con
respeto a la gente y se callan, nosotros no sabemos bien qué
responderles, ya que siempre es feo no devolver el don de la
palabra y algo, medianamente torpe, contestamos.
Saludamos a los funcionarios con agradecimiento y nos
retiramos. En el portón del fondo, donde antes encontramos
dos policías, ahora hay otro policía junto a un hombre con
notorios problemas mentales. Comparten un mate mientras el
último dice cosas incoherentes.
Conclusiones
Conclusiones
Nuestro trabajo trató de comprender las trayectorias
adolescentes y juveniles más vulnerables de la sociedad
uruguaya. Para comprenderlas nos aplicamos a observar
y entrevistar niños, adolescentes y jóvenes que viven y
obtienen su sustento en distintos lugares de la zona céntrica
de Montevideo. Desciframos asimismo los dispositivos
estatales incorporados en dichas trayectorias, pues estos
dispositivos son prácticos y corporales, a la vez que
morales, y tienen un discurso y un recorrido que pueden
describirse y analizarse. Comprender cómo los dispositivos
estatales (proyectos Calle, hogares, centros de detención de
adolescentes, Policía, refugios, etcétera) configuran buena
parte de las trayectorias de estos adolescentes y jóvenes
nos llevó a ponerlos en relación. De esta forma, pudimos
apreciar trayectorias de adolescentes y jóvenes que desde
niños son atendidos por hogares del INAU, “amparados”
por “problemas familiares”; luego viven en la calle, siendo
asistidos por algún proyecto Calle, etapa en la que se suelen
relacionar cotidianamente con la Policía; luego de los trece
años tienen su primer contacto con la Justicia y es algún
Centro del INAU para adolescentes infractores el que los
“atiende”; cuando salen de estos centros vuelven a la calle
y, finalmente, cuando han cumplido dieciocho años, los
esperan la Justicia Penal y la cárcel.
Esta trayectoria modélica, que lamentablemente se
corresponde con la historia de varios de los adolescentes
268

y jóvenes que hemos entrevistado, involucra, como puede


apreciarse, múltiples dispositivos estatales. Estos operan
dándose la espalda mutuamente y así contribuyen a la
precariedad práctica –corporal– de estos sujetos. A lo sumo
ofrecerán disculpas, pues la violencia física será ejercida por
alguna otra institución de la que será también la culpa y
la responsabilidad148. La cárcel es el final del ciclo de una
trayectoria “delictiva” juvenil que comienza cuando el joven
es sólo un “niño vulnerable”.
Frente a estas escisiones –que sólo sirven para que las
instituciones puedan exculparse en los errores de las otras– se
propone la protección integral como paradigma. La retórica
de la protección integral forma parte esencial del “frente
discursivo” (Cardarello y Fonseca, 2005) que encuadra a
todo el campo de defensa de los derechos de la infancia
y la adolescencia. Las prácticas de sus agentes no siempre
coinciden con los ideales declarados discursivamente. En
Uruguay puede observarse un creciente discurso que otorga
particularidades culturales a la pobreza, probable efecto de
las políticas públicas sobre minorías.
Hemos advertido en otra parte (Fraiman y Rossal,
2009) cuáles son los perjuicios de la asignación de atributos
“exóticos” a grandes sectores de nuestra población más pobre.
Por un lado, se genera una ilusión de homogeneidad de la
pobreza; por otro, se asignan atributos que extranjerizan
hasta la caricatura, condicionando toda posibilidad de
diálogo. Cuando la “cultura de la pobreza” emana como
148
“La mayoría de los niños de la calle son psiquiátricos, no son responsabili-
dad de INAU, deberían ser tratados por Salud Pública”; “la culpa es del INAU
porque los deja fugarse permanentemente” (en clara alusión al “problema de los
menores infractores”); “la Policía les tira los perros y los maltrata”; “el MIDES
no los lleva a los refugios” (refiriéndose a los jóvenes de 18 años). Los ejemplos
podrían multiplicarse; sin embargo, son suficientes para demostrar cómo actúa
el discurso que dispersa y redistribuye las responsabilidades institucionales.
269

discurso del campo educativo, sus efectos son una invitación


al desistimiento de sus agentes: como nuestros educandos
pobres son tan distintos a nosotros, nada puede hacerse para
educarlos con las herramientas tradicionales. Estos discursos
generan un doble efecto: jerarquizan a la población al
establecer relaciones de superioridad-inferioridad y ordenan
espacialmente una población que definen –sin más– como
homogénea. Nuestros pobres, siguiendo estos discursos, se
comportan de un modo similar, provienen de los mismos
lugares (“cantegriles”) y tienen un conjunto de costumbres,
valores y hábitos que dificultan su educación (y los colocan,
claro está, en una posición de inferioridad).
En el caso del INAU, hemos observado cómo los
dispositivos de intervención no siempre están adaptados a
la realidad social que los rodea. La historia de La Escuelita,
centro del INAU de la Ciudad Vieja, es elocuente al respecto.
Comenzó como un programa comunitario para “niños
de calle”; sin embargo, los niños jugaban y mendigaban
por las calles del barrio y luego volvían a sus casas. Hoy,
cuando la mendicidad de algunos niños de la Ciudad Vieja
es el principal sostén de sus hogares, La Escuelita no logra
protegerlos cuando, en la adolescencia, la mendicidad se
vuelve ineficaz como estrategia de subsistencia. La causa
de la desprotección es simple: se trata de un dispositivo
diseñado para otros cometidos; así lo señalan sus propios
educadores: “La Escuelita no es de ‘calle extrema’”.
Existe una tensión sobre qué hacer con los adolescentes
de “calle extrema” que dificulta el diseño de protocolos
de trabajo: cierta pedadogía individual, reproducida en la
metodología de abordaje en parejas, realiza un “trabajo”
con los niños ceñido a las singularidades de cada uno de
ellos. Cuando se indagan esas singularidades y cómo han
sido construidas, la variabilidad de criterios es notoria: en
270

algunos casos, prima la relación del niño con la familia; en


otros, lo relevante es el consumo abusivo de PBC; en otras
ocasiones, lo importante es la relación que sostienen con
otros adolescentes y niños con quienes viven, etcétera. Las
variables pueden sumarse y aumentarán la singularidad del
niño o adolescente en cuestión. Nada de todo esto debería
preocupar si hubiese un mínimo consenso práctico, teórico
e ideológico.
Existen, al menos, tres versiones encontradas: (a)
una versión psicologista, que plantea la necesidad de un
acompañamiento terapéutico para los niños y adolescentes;
(b) una versión socioeducativa, por la cual la educación no
formal sería la estrategia más adecuada para la protección
de estos niños y adolescentes; (c) una versión disciplinadora
que combina elementos de las dos anteriores y del antiguo
paradigma tutelar y sostiene que esta población debe ser
disciplinada por medio de la formación para el trabajo. Las
dos primeras versiones conviven en el INAU, aunque la
socioeducativa es la dominante. Sobre la última es difícil
expedirse pues el paradigma tutelar no retornará –por más
que muchos de los agentes del campo de las políticas de
protección de los niños y adolescentes así lo teman–.
Sin embargo, la discusión no es simple, pues se presenta
como una falsa oposición. Por un lado, hay dispositivos de
protección del INAU que no impiden que los sujetos más
“vulnerables” acaben convertidos en los más “peligrosos”;
por otro, el fracaso de estos dispositivos no es argumento
para proponer recuperar los peores dispositivos del
paradigma tutelar. Esta falsa oposición parece orientar los
debates político-institucionales.
La reacción de gran parte de los agentes del campo
de las políticas de infancia y adolescencia –sobre todo, de
271

sus educadores– frente a la embestida del discurso de la


inseguridad es renegar de las condiciones de existencia de
los niños y adolescentes con los que tratan. Es decir, niego
que niego que nada puedo hacer para evitar sus trayectorias.
Tal renegación implica un alto grado de mímesis entre los
educadores referentes y los niños y adolescentes que tratan.
Es habitual verlos compartir las mismas categorías y, como
señalamos anteriormente, exaltar-renegar ciertas consignas
(“vamo’ arriba los pibes chorros”). Y aquí, probablemente,
deba concentrarse la discusión.
Adriana de Resende Vianna se pregunta si no habrá que
invertir los modelos de análisis para entender qué sucede
en estos casos. En vez de sostener que el Estado es quien
se “mueve” en dirección de los individuos para “moldearlos
a una forma específica de comportamiento o relación con
otros individuos, cabría tal vez preguntarse cómo es que las
diferentes estrategias, prácticas y concepciones puestas en
uso por estos individuos o estas redes de individuos están
presentes en el propio rol de las estrategias de administración
y control social. En esos términos, puede decirse que la
administración no sólo inviste de autoridad a individuos o
redes de individuos, sino que también captura otras formas
de autoridad –y de moral– de las que dichos individuos o
redes están dotados” (Resende B. Vianna, 2010).
Quizá la discusión deba centrarse en cuánto estamos
dispuestos a conceder a las moralidades de nuestros niños y
adolescentes más vulnerables, pues si se pretende proteger
–en este caso de las demandas del discurso de la inseguridad–
a nuestros niños y adolescentes renegando de sus estrategias
de vida, lo único que no lograremos es protegerlos.
Si quisiéramos comprender la vida de estos niños
y adolescentes, seguramente el cuerpo sea la expresión
272

teórica más concreta y adecuada para ello. La violencia


estructural se (in)corpora en las trayectorias adolescentes:
las condiciones de vida en la calle afectan, sobre todo, el
cuerpo. Sin embargo, no debe subestimarse la actuación
de los dispositivos estatales. Pudimos apreciar un corte
generacional entre los adolescentes protegidos por el INAU
y los jóvenes del antiguo INAME. Pero también cómo incide
en el cuerpo la cárcel, la mala alimentación, el desabrigo, las
peleas entre pares, los abusos policiales, el consumo diario
de pasta base.
Como decíamos al comienzo de este trabajo: los
dispositivos estatales deben basarse en la moralidad que
comporta este avance civilizatorio que consagra la protección
integral de los derechos de los niños y los adolescentes
más allá de que algunas moralidades (y sus prácticas) sean
contradictorias respecto a las familias y los propios niños
y adolescentes cuyos derechos se avasallan en servicio de
dichas moralidades. En tal sentido, es sustancial aclarar que
estas moralidades cuyas prácticas avasallan los derechos de
niños y adolescentes no configuran culturas particulares a
respetar (como si se tratara de la cultura maorí o de los
armenios que viven en Uruguay).
No podrá lograrse la protección integral de niños y
adolescentes si no se toman en cuenta las condiciones
concretas en las que muchos de ellos obtienen la provisión
para sus familias, frente a las cuales, evidentemente, deberá
imponerse una moralidad que establezca que los niños no
pidan en la calle ni trabajen hasta cierta edad.
Las trayectorias configuradas sobre la base de la
moralidad de provisión –que admite la mendicidad de los
niños– reproducirán estigmas –son “chorros y drogadictos”–
que serán consolidados en los lugares de transición, parte
273

fundamental de los dispositivos estatales. Si en vez de


comprender y enfrentar esta moralidad la culturizamos
negando sus efectos de realidad –mendicidad, abuso,
violencia cotidiana–, terminamos admitiendo que en la
casa de un proyecto Calle se enarbole “vamo’ arriba los pibes
chorros” y que en una comisaría se los considere a todos
ellos “pichis”, delincuentes, a pesar de ser niños que aún no
pasaron los quince años. De esta forma, ni un dispositivo
ni otro los protegerá, como debería hacerlo un Estado
democrático que adhiere a la Convención de Derechos del
Niño.
Tampoco se trata de culpabilizar a las familias más
vulnerables que, simplemente, tienen una moralidad que se
ajusta a la pobreza extrema y sus necesidades cotidianas de
provisión. Aunque la función educativa es, inevitablemente,
la transmisión de una moralidad. Los educadores del INAU
deberán transmitir en sus prácticas una moralidad basada
en la protección integral de niños y adolescentes también
cuando deban ejercer la violencia, incluso cuando trabajen
en lugares de encierro.
El “frente discursivo” de defensa de los derechos de
niños y adolescentes tensiona –o debería– la moralidad que
rige la obediencia y los intercambios de dones al interior
de las familias más vulnerables. Como en un tiempo la
universalización de la escuela primaria significó la protección
de un espacio legítimo, moralmente universal, para los
niños menores de doce años, definiendo implícitamente
la edad moralmente exigible para la provisión económica
en los doce años, las actuales políticas de Estado deberán
extender hasta los quince o dieciséis años la edad de ingreso
al mercado laboral, en cualquier caso, luego de los nueve
años de educación obligatoria.
274

Una política integral de defensa de los derechos de


niños, niñas y adolescentes deberá velar por la imposición
de una moralidad que extienda en los hechos –como en los
derechos– la edad para trabajar, teniendo siempre en cuenta
las exigencias sociales de la provisión.
275

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