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Lo fatal.

Cuando pensamos en Rubén Darío, inevitablemente aparece en nuestra mente, un


lenguaje exquisito, paisajes exóticos y sugerentes, princesas y cisnes: lujo e innovación
formal. Evocamos aspectos estéticos, incluso esperamos temas estéticos. Mas Rubén
Darío, como buen modernista, fue un poeta global. Abordó temas patrióticos,
preocupado por España, Hispanoamérica, su pasado y tradición… y buen hijo de su
tiempo, plasmó, como en Lo fatal, la angustia de la existencia en un mundo inhóspito,
la angustia de la duda del qué pasará después, propio, muy propio, de la crisis
finisecular.

La obra pertenece a Cantos de vida y esperanza (1905), libro que la crítica inscribe en su
segunda etapa, donde el autor evoluciona a una poesía reflexiva, preocupada, que
utiliza un lenguaje más sobrio, menos preciosista y exuberante que sus anteriores obras
Azul (1888) y Prosas Profanas ( 1896).

La estructura métrica es característica de la innovación modernista: cuatro estrofas, las


dos primeras, serventesios de versos alejandrinos con rima consonante ABAB, CDCD,
y los dos últimos tercetos, si bien el último está truncado, constando solo de dos versos.

lo que no conocemos y apenas sospechamos,


y la carne que tienta con sus frescos racimos
y la tumba que aguarda con sus fúnebres ramos,

¡y no saber adónde vamos,


ni de dónde venimos…!

El verso alejandrino fue característico del Mester de Clarecía, pero poco usado hasta la
renovación del Romanticismo y el Modernismo., que lo recuperó ornamentándolo con
rimas internas y con ritmos acentuales musicales.

En la última pareja de versos se emplea un eneasílabo y un heptasílabo, de nuevo típica


métrica modernista. Estos versos no parecen sin embargo, un pareado independiente,
porque mantienen la rima del terceto anterior (amos/ imos/amos) y porque lo pretendido
por el poeta es expresar, no solo semántica, sino gráficamente, el desconocimiento de
los que está por venir, la duda, la nada. Por eso la respuesta no es un último verso, sino
unos puntos suspensivos y un espacio en blanco.

Internamente, el poema se divide en cuatro apartados, coincidentes con las estrofas.


Así, en la primera, el autor muestra el dolor del ser humano porque es un ser
consciente, frente a los demás seres de la creación, que no lo son, o lo son apenas. La
vida, el ser consciente de ella, le duele tanto que lo expresa en los versos tercero y
cuarto mediante una hipérbole : pues no hay dolor más grande que el dolor de ser vivo,/ni
mayor pesadumbre que la vida consciente. En efecto, el más consciente es el menos feliz, y
el menos sensitivo el más dichoso: se establece una gradación entre los seres minerales,
vegetales y el hombre, donde mediante una personificación, la piedra, que no siente, es
la más dichosa. El árbol, apenas sensitivo, es dichoso y el hombre sufre el mayor dolor.
Los verbos utilizados están en presente intemporal (es, siente, hay), y son de
sentimiento, porque obviamente habla de sentimientos universales. No veremos en este
poema verbos de movimiento, salvo en los dos últimos versos (vamos/venimos) donde el
sentido de la acción es figurado.

En la segunda estrofa, Darío expresa la angustia por lo incierto de la vida, una enorme
pregunta sin respuesta en contraste con la certeza de la muerte. Predominan los
infinitivos, formas no personales porque explican sentimientos que afectan a todos los
seres humanos, que hablan de un pasado que tememos porque ya se ha perdido- el
tema de la angustia por lo perecedero de la realidad es inherente a los autores de la
crisis de fin de siglo- pero también de un futuro que aterroriza. Destaca el uso del
polisíndeton de conjunción copulativa y, para remarcar que todas y cada una de las
circunstancias expresadas, duelen como golpes: se sufre por ser, por no saber, por ser
sin rumbo, por haber sido…

Ser, y no saber nada, y ser sin rumbo cierto,


y el temor de haber sido y un futuro terror…
Y el espanto seguro de estar mañana muerto,
y sufrir por la vida y por la sombra y por

Los puntos suspensivos tras el futuro terror, lo dejan impreciso, lógico porque el futuro,
como tal, está por venir.

En esta estrofa comienza a utilizarse la antítesis, al principio suavemente ( temor de


haber sido/ futuro terror), y luego de un modo más definido (vida/ sombra)., más duro, al
igual que se incremente la fuerza de la angustia, el ritmo del poema, en un crescendo
que es bruscamente cortado por un encabalgamiento violento en los versos octavo y
noveno, que afecta no solo a versos, sino a estrofas. Este recurso es poco utilizado, pero
expresa exactamente el estado emocional del poeta, que ya no puede más sintiendo
tanto temor, tanto espanto, que sufre… se detiene, coge aire y observa…

Lo desconocido:

y sufrir por la vida y por la sombra y por

lo que no conocemos y apenas sospechamos,

El primer terceto se une con la segunda parte, porque como en aquella, expresa algo
por lo que el poeta sufre: lo que no conocemos y apenas sospechamos, esta vez definido de
un modo más personal, en primera persona del plural, como si el poeta se hiciera uno
con los lectores, con nosotros, solidarizándose junto a todos puesto que ninguno de
nosotros podemos dar respuesta a nuestras preguntas existenciales. Este dirigirse de
algún modo a los receptores, de apelar a ellos, es síntoma de función apelativa, si bien
no es la única. La función poética está presente en los recursos, en el ritmo, en la
métrica particular que busca dar estructura y belleza al poema. Por último, la función
emotiva impregna todos los versos, el poeta abre su corazón, confiesa sus penas más
íntimas. No hay fingimiento, es poesía confesional.
El dolor alcanza incluso a los placeres de la vida, expresados metafóricamente en la
carne que tienta con sus frescos racimos. Se sufre por ellos porque son efímeros. Igual que
la belleza o la vida en sí, no son permanentes. Esta fugacidad, esta decadencia de todo
lo creado por el paso del tiempo, es un tema barroco que pervivió durante el
Romanticismo hasta llegar, como hemos comentado, a los poetas de fin de siglo y al
Modernismo.

La estrofa pone de manifiesto otra nueva antítesis carne/tumba, frescos racimos/fúnebres


ramos es decir, vida/muerte, pero esta vez utiliza un paralelismo sintáctico perfecto: y la
carne que tienta con sus frescos racimos y la tumba que aguarda con sus fúnebres ramos. En
ambas oraciones se repiten el orden determinante-sustantivo-proposición adjetiva-
sintagma preposicional.

En los dos últimos versos, Rubén Darío finaliza sintetizando en una especie de
conclusión en forma exclamativa, con un ritmo diferente (¡y no saber adónde vamos, / ni
de dónde venimos…!). Es la eterna pregunta, quo vadis; solo que aquí la cuestión no va
dirigida a Dios. Dios no está en estos versos, ni siguiera para buscarlo y no encontrarlo,
como después hará Blas de Otero. De hecho la zozobra del autor, su desazón, delata
que su corazón no está confortado por una fe que dé respuesta a sus preguntas, igual
que no lo estaba el corazón de don Manuel, el personaje de San Manuel Bueno, mártir y
exponente novelístico de la duda que atenazaba a otros autores, coetáneos a Darío,
como Unamuno. Nuestro poeta tiene miedo a vivir, pero no quiere morir, como no
quería Unamuno en El sentimiento trágico de la vida; escindido entre el deseo de
trascendencia y la posibilidad de la nada.

Salinas incluyo a Rubén Darío en la nómina de los hombres del 98, y este poema es
buena prueba de ello. Destila preocupación. El autor se atormenta pues se siente
arrojado a un mundo sin sentido, del que no sabe nada, en la línea del mejor
Schopenhauer.

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