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La mirada hacia afuera: Vio la necesidad (6.

8–13)

8
Después oí la voz del Señor, que decía: ¿A quién enviaré, y quién irá por
nosotros? Entonces respondí yo: Heme aquí, envíame a mí. Una voz emitiendo un
mensaje. Isaías no dijo envié al hno Perea el dijo: envíame a mí, aun sin conocer el mensaje se pone a disposición del señor.

Oído: órgano responsable de la audición y el equilibrio.


oído. (Del lat. audītus). m. Sentido corporal que permite percibir
los sonidos.
29
El que tiene oído, oiga lo que el Espíritu dice a las iglesias.
Después Adv. t. Indica posterioridad en el tiempo con respecto al momento en que se habla o del que se habla

Este después indica continuidad en nuestras vidas en algún momento a habido o hemos tenido un “ después de”

sal:
181:11-14 Pero mi pueblo no oyó mi voz E Israel no me quiso a mí.
12
Los dejé, por tanto, a la dureza de su corazón; Caminaron en sus propios consejos.¡Oh
si me hubiera oído mi pueblo, Si en mis caminos hubiera andado Israel ! En un
momento Habría yo derribado a sus enemigos, Y vuelto mi mano contra sus
adversarios.
Todo hasta este punto fue preparación. Ahora Dios puede llamar a Isaías y usarlo para
predicar su Palabra. Ya al profeta no le preocupan sus necesidades; quiere hacer la
voluntad de Dios.
No siente la carga del pecado; le han limpiado. Ha dejado de sentirse desanimado; sabe
que Dios está en el trono. Ahora está listo para salir a trabajar.

El llamado es una evidencia de la gracia de Dios. Él está dispuesto a usar a los seres
humanos para realizar su voluntad en la tierra. Es cierto que Dios pudiera enviar a uno
de los serafines y este obedecería al instante y a la perfección.

Pero cuando se trata de proclamar su Palabra, Él debe usar labios humanos. Hoy Dios
llama aún a los creyentes y, es triste, pero pocos responden. En el tiempo de Isaías sólo
un «remanente» obedecería.

«Anda y di». Esta es la comisión que Dios nos da hoy. «Me seréis testigos [ … ] hasta
lo último de la tierra» (Hch 1.8). Dios no le dio una misión fácil al profeta, porque la
nación no estaba en condiciones de oír sus mensajes de pecado y de juicio.

En el capítulo 1 Dios describe a la nación como un cuerpo enfermo, cubierto de heridas


y llagas purulentas, y como un animal obstinado y rebelde, demasiado ignorante como
para oír a su amo.

En el capítulo 5 se compara a la nación con una hermosa viña que no dio buenas uvas.
Al leer los capítulos 1–5, comprenderá la carga que Dios le daba a Isaías. La nación
prosperaba; ¿por qué predicar sobre el pecado? A las «damas de distinción» no les
gustaría (3.16–26), ni tampoco a los dirigentes (5.8ss).
Cuando la gente está rica, llena y satisfecha, no cree que el juicio se avecina.
Seis veces se citan los versículos 9–10 en el NT: Mateo 13.13–15, Marcos 4.12, Lucas
8.10, Juan 12.40, Hechos 28.25–28 y Romanos 11.8; lo que da un total de siete
referencias. ¿Dice Dios que ciega y condena a propósito? No, de ninguna manera.

Lo que dice es que la Palabra de Dios tiene este efecto endurecedor y cegador sobre los
pecadores que no quieren oír ni someterse.

El sol que derrite el hielo también endurece el barro. Nótense los pasos descendentes en
Juan 12: no creían (v. 37); por consiguiente, no podían creer (v. 39); y así no creerán
(v. 40), porque han sellado su condenación.

El siervo de Dios debe proclamar la Palabra sin importar cómo responda la gente.
Exigió gran fe de Isaías obedecer tal mandato. «¿Cuánto tiempo debo predicar y por
tanto producir estos resultados trágicos?», preguntó. «Hasta que haya concluido mi
juicio sobre la tierra», responde el Señor.

Esta clase de juicio se anuncia en 1.7–9 y 2.12–22. Pero el Señor salvará un remanente,
aun cuando la nación será llevada lejos en cautiverio (vv. 12–13).

Esta profecía se aplicaba a un futuro inmediato al cautiverio, pero también representa


las relaciones de Dios con Israel en los últimos días, cuando un pequeño remanente de
judíos creerá durante el período de la tribulación.

Isaías muestra a la nación como un árbol cortado; donde el tocón queda y nuevos brotes
crecen en él. Relacione esto con 11.1ss, la profecía del «Renuevo: Jesucristo».

Cuando Isaías salió del templo aquel día no era más un doliente; era un misionero. No
era un simple espectador; era un participante. Dios le equipó para que hiciera el trabajo:
Isaías vio al Señor, se vio a sí mismo y vio la necesidad.

Al saber que Dios estaba en el trono y que le había llamado y comisionado, estaba listo
para predicar la Palabra y ser fiel hasta la muerte. Qué ejemplo para seguir hoy.

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